simposio internacional sobre la formacion del arquitecto

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En 2005, el Colegio de Arquitectos de Catalunya, realizo el I Simposio Internacional sobre la Formacion del arquitecto. En esa ocasion, las ponencia inaugural fue encomendada a Oriol Bohigas, Arquitecto y Urbanista catalan responsable de muchas de las reformas urbanas en la ciudad de Barcelona. La revista peruana ARKINKA, publico en 2006 el articulo de la ponencia integra de Oriol, y Aplicacion 10-4 la digitalizo y publico, con la autorizacion del consejo editorial de la revista, dada la importancia del contenido y la necesidad de tener que compartir este tipo de informacion, en el animo de tener una reflexion mas critica y abierta de la profesion.

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SIMPOSIO INTERNACIONAL SOBRE LA FORMACION DEL ARQUITECTO/1-ORIOL BOHIGAS-

La convocatoria de este simposio internacional sobre la formación del arquitecto me parece un acierto. Es un tema que va circulando hace años, y se le van buscando explicaciones y se le descubren interrogantes sin respuesta. Esta coincidencia de personas diversas que hoy empieza puede hacer que se entienda el panorama desde un ámbito mucho más general, más allá de los problemas locales. Puede iniciar nuevas aperturas y, quizá, algunas soluciones. Lo primero que hay que reconocer es que no sabemos demasiado bien que es un arquitecto, y por lo tanto no podemos saber de que manera se tiene que formar ni que es lo que tiene que aprender. Me parece muy bien que el simposio no se haya titulado “La enseñanza de la arquitectura”, sino “La formación del arquitecto”, porque sugiere que la formación no es exclusiva de la estructura didáctica de las escuelas y facultades de arquitectura. La formación del arquitecto va mucho más allá y ocupa muchos otros ámbitos. Insignes arquitectos del siglo XX no pasaron por la universidad. No sé si es aconsejable o no, pero lo cierto es que las consecuencias no han sido malas. Lo que si me parece una mala idea es que se me haya invitado- y que yo lo haya aceptado- a realizar una conferencia inaugural, porque hace ya mucho tiempo que estoy alejado de los temas de la formación y la enseñanza. Aunque, como he dicho, hablaremos en términos más generales, queramos o no, la estructura escolar tiene su importancia, y habrá que hacer alguna referencia a ella. Hace bastantes años que no voy a ninguna escuela de arquitectura, o voy momentáneamente para ver a amigos o para algunas intervenciones puntuales. Por tanto, estoy lejos de conocer la situación real de la enseñanza. La segunda razón por la que me parece inadecuada mi presencia es que me temo que las pocas ideas que tengo son todas demasiado criticas, incluso catastróficas. No pienso que haya casi nada positivo en el sistema formativo del arquitecto, y específicamente en el de las escuelas de arquitectura. Y pienso que la crisis hace ya mucho que dura, a consecuencia de las muchas cuestiones previas. Pero en estos momentos no me veo con ánimos de formular una tesis general. Lo único que puedo hacer es una lista de temas críticos para abrir interrogantes que la concurrencia pueda luego utilizar en los diálogos y en las conferencias que empiezan mañana. Antes de hablar de cual es o debe ser la formación del arquitecto deberíamos disponer de alguna idea clara sobre que es el arquitecto. Tengo que confesar que no la tengo, y que por mas que lo he preguntado no he encontrado a casi nadie que me dé una explicación convincente. Más bien escucho chistes graciosos sobre la inutilidad de nuestra profesión. Se nos compara con objetos de lujo que no sirven de nada en la realidad económica y cultural de la sociedad, y se dice que somos gente marginal como los floreros que ornamentan los boudoirs. Son observaciones exageradas, pero algo de razón tienen. No se ve claro cual es el papel productivo del arquitecto hoy en día. Acabé la carrera en 1951, en una situación doblemente anticuada por la época ya distante y por el estropicio añadido del franquismo. Pero cuando estudiaba creo que sabía que era ejercer como arquitecto. Se trataba de definir un proyecto y construirlo, y de ser el responsable de la construcción, de las decisiones, de los costes, de los oficios y de la tecnología y, casi, de ejercer de autoridad sobre el mismo cliente. El arquitecto tenia un prestigio suficiente- merecido o no- como para que el cliente no le pusiera demasiadas trabas. Y esto dice mucho en contra de los arquitectos: sin obstáculos y bajo su exclusiva responsabilidad han realizado en la segunda mitad del siglo XX la peor arquitectura de la historia, la arquitectura que no se comenta y que llena todos los suburbios.

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Pero ahora esta situación de “ordeno y mando” es inimaginable, porque la función del arquitecto se ha subdividido en diversas variantes profesionales, y ninguna lo engloba todo. Ni tan siquiera son variantes, sino que a la larga constituyen oficio y carreras diferentes. Una de ellas, claro esta, es este arquitecto que no sabemos demasiado que es, pero que cree ser el continuador de la vieja profesión y al que solemos llamar “arquitecto generalista”. Pero no queda claro que quiere decir generalista, porque en realidad no lo es. Más bien es un especialista dedicado a eso que llaman creatividad, cuando no se dedica prioritariamente a la empresa y a la publicidad. Se dedica a sugerir la moda que ya se ha ensayado en otras artes, a ser original, a resolver tipologías que no se justifican por ningún problema real nuevo y, en el mejor de los casos, a hacer objetos bonitos, interesantes, divertidos, que algún otro técnico tendrá que construir con dificultades arbitrariamente añadidas. Después esta el urbanista. Cuando acabe la carrera los había de dos clases: los ingenieros que hacían carreteras, trazaban la circulación, proyectaban los servicios, situaban las alcantarillas, etcétera, y los arquitectos que proyectaban las ciudades, las calles, las plazas, los monumentos y, naturalmente, la arquitectura. Los campos estaban delimitados y parecía evidente que los arquitectos-o los técnicos equivalentes- llevaban la batuta en los temas urbanos. Hoy todo esto se ha complicado: el urbanista ha creado una casta, dentro de la misma formación del arquitecto, bastante independiente, como una profesión o una especialización autónoma. Pero desde esta autonomía los urbanistas están ocupando el lugar de los arquitectos propiamente dichos. En mis últimos tiempos de profesor en la escuela de arquitectura vi empezar un fenómeno que ahora todo el mundo encuentra natural. En las clases de proyectos se hacia urbanismo, y en las clases de urbanismo se hacia arquitectura. A los buenos profesores de proyectos de arquitectura no les gustaba hacer un pequeño chalet, o un grupo de apartamentos, o un hospital. Les gustaba edificar barrios con tipologías especiales, con plazas y calles interpretadas arquitectónicamente y juzgadas mediante todos los razonamientos sociales. Pero los profesores de urbanismo hacían lo mismo. Empezaron a abandonar los planes generales y las abstracciones cuantitativas de la gran planificación territorial para dedicarse a hacer una calle, a ver como podía amueblarse una plaza, a discutir sobre morfología y tipología. Y así resultaba quedos tendencias diferentes y, a la larga, dos carreteras diferentes estaban actuando sobre un campo que antes pertenecía al arquitecto. Pero después esta situación todavía se complicó con la nueva figura anómala del paisajista. No se por que la gente estudia paisajismo cuando, en teoría, con estudiar arquitectura tendría que ser suficiente. Pero es más difícil estudiar arquitectura que paisajismo. El paisajista empezó siendo un jardinero, es decir, un técnico en jardinería, en árboles, en zonas naturales protegidas, en la organización estética de la plantación. Pero ahora ya no es así. Ahora el paisajista se ha adjudicado el proyecto de los espacios públicos, no solo del paisaje, sino de la ciudad. En Francia, por ejemplo, en un nuevo barrio o en una parcela publica, el arquitecto no puede decidir como tienen que situarse los árboles en la calle o los bancos en la plaza, ni como tiene que organizarse la perspectiva, porque debe existir obligatoriamente un paisajista responsable que mande. Así pues, la ciudad ya se la han adjudicado los urbanistas, el espacio publico ya se lo están adjudicando los paisajistas, y al arquitecto le queda un reducto pequeño y raquítico. Pero ni eso, porque al final llegan los interioristas y los diseñadores, y son ellos los que acaban el proyecto de arquitectura. Y todo el conjunto envuelto en la desconfianza de todo el sistema de producción hacia el arquitecto, y en cambio con su confianza total hacia las ingenierías. Todo el mundo se ha convencido de que con esta formación defectuosa que tenemos los arquitectos no somos capaces de dirigir una obra con plena responsabilidad, como antes. Y tienen razón. Los arquitectos de hoy en día no son capaces de responsabilizarse globalmente de una obra complicada. La demostración es que efectivamente no dirigen ninguna, y que en muchos países de Europa lo tienen

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prohibido. Por esta razón se ha inventado el ridículo titulo de “dirección artística”. Es decir, en Italia y en Francia se paga a los arquitectos por hacer la dirección artística, esto es, para decidir de que color tiene que acabar pintándose la fachada, o con qué bulto tiene que ornamentarse la construcción para que sea mas moderna, o qué molduras tienen que disimular los conductores del aire acondicionado, si es que todo esto no estaba previsto en el proyecto ejecutivo. En realidad la obra la llevan las ingenierías de especialidades diversas y de intromisión también diversa pero siempre muy decisiva. Las ingenierías ofrecen a menudo un paquete en el que se incluyen las diversas tecnologías, las que provienen de las ingenierías más complejas, las que provienen de los científicos menos profesionales y una infinidad de participaciones a todos los niveles. Para acabarlo de arreglar se da la intervención de los ambientalistas y de los defensores del patrimonio, la de los bomberos y la de los burócratas de la normativa. Con todo este embrollo es natural que no se vea demasiado claro que es y que hace el arquitecto. Tampoco deben de verlo claro las escuelas que, para salir del paso, acaban decidiendo que el arquitecto sólo tiene que ser un artista liberal, un creativo alborotado que puede inventarse lo que sea a condición de que después vengan los especialistas, los ingenieros, los ambientalistas, los científicos, los interioristas, los paisajistas, los urbanistas, los bomberos, a resolverle los problemas, a construirle el proyecto y, si puede ser, a hacerlo útil y económicamente viable. Por lo menos esto es lo que se deduce de casi todos los curriculums, es decir, de las asignaturas que se imparten en las escuelas. Lo que he criticado hasta ahora se refiere especialmente a la concepción y realización del proyecto. Pero a menudo- ¡no siempre!-, el proyecto sigue adelante y se construye. Y entonces el proceso de control de la obra todavía es más contradictorio. De entrada esta eso que llaman “proyecto ejecutivo”. En los años cincuenta y sesenta, y mas recientemente, el proyecto ejecutivo- el proyecto total, final-lo hacia el arquitecto. Hacer el proyecto de un edificio es hacer un documento para que otro pueda construirlo y, por tanto, tiene que completar todas las especificaciones. En muchos casos, esto se ha acabado. Ahora los arquitectos hacen lo que se denomina “proyecto básico”. En Francia e Italia hacen trampa, y para disimular le llaman “proyecto arquitectónico” o “proyecto final”. Pero el proyecto ejecutivo lo hacen otros técnicos. Hoy son pocos los arquitectos que hagan proyectos ejecutivos de obras importantes, y si lo hacen es como una especialización propia. Ya no son generalistas. Son oficinas especializadas en proyectos ejecutivos. Y esto en España ya es bastante general, pero todavía lo es mas en el resto de Europa y América. Pero lo peor es que muy a menudo se hacen en los despachos e los constructores que se han adjudicado la obra. Es decir, los arquitectos y los empresarios acaban ahorrándose el coste y el compromiso del proyecto ejecutivo. Por eso muchas veces la adjudicación de la obra a un contratista va ligada al compromiso de hacer la parte mas definitoria y precisa del proyecto. Y esto es la negación del papel histórico del arquitecto. El arquitecto hace solo una aproximación de la imagen general y después llega un constructor y lo traduce en una realidad constructiva. Hay que reconocer que la complejidad de los materiales y de los sistemas constructivos actuales- a menudo adscritos a una marca concreta- hace difícil que un profesional liberal pueda precisarlo todo sin la colaboración de unas marcas industrializadas. Pero no deberían rebasarse ciertos límites. Vemos por tanto que el proyecto ejecutivo va ligado a la dirección de obra, y a menudo a la empresa constructora. Pero en la dirección se dan muchas mas intervenciones. Por ejemplo, los controles. El control de calidad y el control económico de una obra importante ya han escapado de las manos del arquitecto y también del aparejador, y están en las de las empresas especializadas. Y en cierto modo me parece lógico, porque la complejidad de estos temas no corresponde ni a la capacidad ni a la formación real del arquitecto.

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Todavía aparece otro elemento cada vez más influyente: las compañías aseguradoras. Poco a poco, en los proyectos ejecutivos y, sobre todo, en los controles, acaban interviniendo las compañías aseguradoras. Como las primas dependen de la garantía que tiene la compañía sobre la calidad del proyecto y del control, en lugar de comprobarlo prefieren, a veces, intervenir en el proyecto o en la dirección. Y después todavía llega este personaje mítico que parece que tiene que resolverlo todo: el Project manager. Este es un fenómeno devastador. Imagino lo que habría pasado si hace veinte años nos hubiesen dicho que incluso para una pequeña obra, para la reparación de un edificio de la Administración, tenia que incluirse a un Project manager que, por cierto, tiene unos honorarios que representan casi el doble de los que corresponden a los arquitectos. No se a que podrá dedicarse el arquitecto si ya hay un manager, un técnico todo terreno, si ya existe una ingeniería que ha hecho el proyecto ejecutivo, una empresa constructora con técnicos que corrigen el proyecto ejecutivo para hacerlo eficaz y adaptable. Es difícil, por tanto, llegar a alguna conclusión sobre cual ha de ser la formación del arquitecto cuando, poco a poco, le hemos arrebatado muchas de sus funciones. Solo le queda la de la artisticidad exagerada y marginada del proceso de producción. Digo “artisticidad” de manera un tanto frívola, pero creo que ya nos entendemos. Así pues, ante esta situación tan poco clara es muy difícil saber que es lo que tiene que enseñarse y que es lo que hay que aprender. Y en la duda se comprueba que lo mas fácil de enseñar es lo que he llamado, para entendernos, “artisticidad”. Muchas escuelas de arquitectura, desde hace años, están haciendo esto prioritariamente. Están enseñando a hacer planos bonitos, a hacer proyectos de edificios bonitos, sorprendentes, bien dibujados, atrevidos, “artísticos” en el contenido y, sobre todo, en la presentación. La frivolidad con la que se plantean y se juzgan los proyectos en una escuela es similar a la frivolidad con que se adjudican en los concursos públicos. Como que en un concurso de más de 200 proyectos es imposible conocer realmente las cualidades de cada uno, al final el jurado se decide por el que ha hecho la perspectiva o el render más atractivo, más sorprendente y más misterioso, y así se favorece automáticamente la frivolización general y la arbitrariedad. La irracionalidad. Quiero atreverme a dar una opinión que sonará muy anticuada, y que seguramente lo es: el abandono de la jerarquía de los problemas funcionales y de los problemas constructivos en el proceso proyectual ha provocado una exacerbación de formas que no tienen nada que ver ni con la construcción ni con la funcionalidad, y que a la larga tienen poco que ver con la misma identidad de la arquitectura. La función y la construcción han pasado a una segunda fila en los programas escolares. No quiero decir que no haya asignaturas de construcción y de tipologías arquitectónicas, sino que se trata tan mal que la mayor parte de los estudiantes la pasan superficialmente, a distancia, sin intrigarlas en el proceso del proyecto. Son asignaturas que solamente se toman en serio- y las complementan- aquellos que después se convierten en especialistas sectoriales, pero en realidad no entran en la masa conceptual de un arquitecto normal y corriente, sometidoprioritariamente por aquella superficialidad artística. Pienso, por tanto, que algunos aspectos del currículo de nuestras escuelas de arquitectura esta equivocado. Pero además hay que añadir un problema de base: nuestras escuelas han empeorado a medida que se han ido adaptando a la rutina de la universidad. Las escuelas de arquitectura quizás deberían separarse de la universidad, no solo porque la universidad española no funciona no resulta beneficioso para la consistencia de la enseñanza profesional. No seria necesario que la escuela de arquitectura fuese universitaria, ni tendría por que injertarse en los sistemas de las facultades tradicionales. ¿Alguien cree de verdad que la profesión de arquitecto deba completarse con un doctorado, tal como hacen las facultades de química, de historia o de filología?¿Qué tenemos que clasificar como investigación en arquitectura? La profesión

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de arquitecto es un oficio que necesita del contraste de la práctica más que el doctorado, que tergiversa el currículum, ocupa muchos esfuerzos pedagógicos, desequilibra las líneas troncales. Y desacredita a la simple práctica profesional. Pero hay algo peor que el doctorado: los másters. En mi opinión, son un escándalo. Ya me parecen subterfugios escandalosos en toda la universidad, pero en la enseñanza de la arquitectura creo que son una equivocación todavía mayor. ¿Qué es un master? Déjenme escandalizar un poco. Un master es un sistema para que la universidad gane algo de dinero y para que unos profesores puedan cobrar un sueldo más decente y tener menos imposición programática. Cuesta encontrar una lógica pedagógica, coordinada con la continuidad de los cursos, a los temas escogidos para los másters. Suelen provenir de las propuestas de los profesores, que aprovechan temas ya utilizados que no necesitan investigación. Y entretanto se van dando créditos, se van repartiendo notas, se va gastando dinero con una línea pedagógica que nadie ha definido previamente, que nadie ha estudiado sólidamente y que no tiene ninguna relación con la concepción general de la escuela. Otro problema básico es la división en departamentos, también consecuencia de las costumbres académicas de la universidad. En una escuela de arquitectura es una catástrofe, porque reduce o elimina la realidad colectiva de un curso y la realidad ideológica, programada, de una escuela. A veces se ha dicho que en las escuelas y facultades buenas se aprende más en los pasillos que en las aulas. Pero, ¿Qué quiere decir aprender en los pasillos? Quiere decir que durante la carrera se forman grupos homogéneos que constituyen una unidad dialéctica permanente: ellos mismos aprenden y enseñan a todas horas. Ahora, con la división en departamentos, con las asignaturas optativas y con la anulación del concepto de curso unitario, esta educación fuera de las aulas se produce mucho menos. Por tanto, nos hemos quedado sin ideas escolares, sin cohesión de curso, con una huida hacia delante, hacia los doctorados y másters, individuales y desligados. Un problema puntual es el enfoque equivocado de las asignaturas de proyectos. En general, un profesor de proyectos es un buen arquitecto que desea, honestamente, aproximarse a la elite intelectual, pero que no tiene por que ser un pedagogo profesional. No se atreve a ser profesor de historia, de arquitectura legal o de calculo de estructura, pero si de proyectos. A menudo se cree que ser profesor de proyectos quiere decir ir a la escuela y simplemente corregir a cada alumno individualmente, como si estuviera en el propio taller. Hay que reconocer que algunos profesores han entendido bien la asignatura de proyectos y la han aprovechado para hacer teoría tipológica, compositiva o constructiva. Es decir, han hecho de profesores y no de ayudantes de prácticas. Pero- no nos engañemos- ésta es una minoría. Una consecuencia o un origen de este problema es que todos hemos aceptado y propagado- y yo entre ellos, y me arrepiento- una teoría pedagógica según la cual la enseñanza de la arquitectura tenia que hacerse prioritariamente a través de la practica del proyecto. Hay que decir que esta falsa línea se adapta muy bien a aquella prioridad de la artisticidad frívola y al abandono de los criterios fundamentales. Últimamente me he convencido de que esta línea es un disparate y de que, muy a menudo, los profesores de proyectos no están capacitados para enseñar lo que podría ser la base teórica del proyecto. No se aprende a proyectar proyectando. Se aprende a proyectar estudiando los proyectos. Antes existían asignaturas sobre tipologías arquitectónicas. Ernesto Rogers, por ejemplo, impartía unas clases en las que no hacia, sino que explicaba, proyectos, es decir, tipologías funcionales y constructivas, desde los hospitales a las viviendas, desde las estaciones a los rascacielos. He aquí una asignatura que se ha perdido, y que deberían haber absorbido los profesores de proyectos, en lugar de abandonarse a la facilidad del lápiz y de la goma. Un problema importante es establecer el criterio para nombrar a los profesores. El punto de partida es difícil: encontrar la coincidencia entre ser un buen arquitecto y ser un buen profesor. Lo ideal es un buen arquitecto que sea buen profesor. Pero todos

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conocemos ejemplos de buenísimos arquitectos que intentaron ser profesores y fracasaron. Y todavía hay que añadir el problema de la dedicación para entender la complejidad del panorama. Es evidente que en las escuelas de arquitectura – y en general en la universidad- se da una dedicación insuficiente del profesorado. Las dedicaciones son bajas porque los sueldos son bajos, porque la organización y los instrumentos son bajos, pero también porque es difícil dividir la vida entre la profesión y la docencia intensiva y constante. Esto obliga a establecer una diferencia entre profesores invitados puntualmente y profesores continuos con una dicotomía peligrosa: un profesor mediocre soportando el peso cotidiano del curso y, en cambio, unos buenos arquitectos acudiendo a la escuela solamente de vez en cuando, a demostrar su sapiencia y su profesionalidad, pero a menudo desvinculados de la línea pedagógica. Es un problema complejo, porque la escuela de arquitectura necesita permanentemente atención docente, y también el magisterio de los mejores arquitectos. En todo el proceso del proyecto y de la dirección de obra del que hemos hablado, todavía hay algo más que falla: la falta de mandos intermedios. Hay muchos técnicos, muchos controladores, pero a menudo faltan técnicos medios que tengan la responsabilidad en la ejecución menuda y cotidiana. El mando intermedio ha desaparecido. Y ha desaparecido también el obrero privilegiado: el buen albañil, el buen cerrajero, el buen fontanero que todo lo sabe. No es que pretenda que la arquitectura tenga que volver a las viejas artesanías, no. Pero son necesarios oficios de calidad que ahora ya no existen. ¿Y por que no existen? Porque los buenos oficios ya no se enseñan. No hay escuelas para este tipo de ocupaciones. Creo que podemos empezar a decir que sobran arquitectos, sobran ingenieros y faltan buenos profesionales de los oficios fundamentales. La arquitectura catalana adquirió un prestigio de buena construcción en los primeros años del siglo XX porque se notaron las consecuencias de la enseñanza en las escuelas profesionales, primero las impulsadas por los arquitectos del Modernisme Y después las fundamentales por las Mancomunitat. Produjeron no solo albañiles, cerrajeros y carpinteros, sino también ceramistas, pintores, decoradores con un buen oficio. Es algo que prácticamente ha desaparecido o se ha reducido considerablemente. Y mientras tanto, cada día se funda una escuela mas de arquitectura, otra escuela de ingenieros, otra escuela de diseño y de arte, y estas inauguraciones no vienen a resolver ningún problema. Y esto nos llevaría a hablar ahora del grave error de aceptar el crecimiento de las escuelas privadas. Pero bueno, este tema lo dejaremos para otra ocasión. Quiero acabar con un grito a favor de la recuperación del papel del arquitecto como profesional operativo en la línea de producción, auxiliado por unos técnicos y unos oficios que le permitirían recuperar la actividad frente a los intereses puramente mercantiles, en contra del falso refugio en la artisticidad creativa. Aunque para esto hay que cambiar la enseñanza. No se cómo. Pero a veces he pensado que podría reducirse a tres asignaturas: historia de la ciudad y de la arquitectura, composición y estética y, finalmente, construcción. La profundización de estas tres líneas seria un esquema bastante eficaz para la formación del arquitecto. Los proyectos y la experiencia en la obra podrían ser unos complementos prácticos indispensables, organizados sin parafernalias universitarias, próximas a la enseñanza profesional. De todo esto me parece que no se deduce nada, pero tampoco pensaba que tuviese que deducirse nada, sino que había que añadir intranquilidades en los temas de formación y por tanto de educación, y tener muy presente que la mayor parte de estos problemas no se resolverán con una simple transformación de la universidad, sino mediante una sustitución por otros sistemas de formación mas vivos, mas calientes, mas alegres, mas llenos de ilusiones culturales generalizadas.

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FUENTE

1/ Libro Quaderns 2005 / La formación del Arquitecto / Colegio de Arquitectos de Catalunya.

El mes de Abril de 2005, se realizó en Barcelona, respondiendo a una Convocatoria del Colegio de Arquitectos de Cataluña, una reunión que congregó a distinguidos arquitectos españoles con la finalidad de discutir la situación actual de la enseñanza de la arquitectura. Fue invitado a pronunciar el discurso inaugural del certamen el arquitecto catalán Oriol Bohigas, socio titular del conocido Estudio de Barcelona, Martorell, Bohigas y Mackay, uno de los artífices de la recuperación urbana de Barcelona efectuada a fines del siglo pasado, y uno de los ensayistas y críticos de la arquitectura contemporánea más importantes de las últimas décadas. Por considerar que tanto este evento, como el texto pronunciado por Bohigas al iniciarse el Congreso XX coinciden evidentemente con los propósitos y el temario del Seminario Arquitecturas Confrontacionales que la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Pontificia Universidad Católica del Perú llevó a cabo entre Lima y Cusco a finales de Noviembre de 2005, publicamos, con su autorización, el texto íntegro de la ponencia Inaugural del arquitecto Oriol Bohigas.

PUBLICADO EN LA REVISTA ARKINKA NUMERO 122 / LIMA ENERO 2006

RETOMADO DE LA REVISTA ARKINKA CON AUTORIZACIÓN DE SU DIRECTOR EDITORIAL Y DIGITALIZADO POR APLICACIÓN 10-4 EN JULIO DE 2010.

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