rusia en el largo siglo xx

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RUSIA EN EL LARGO SIGLO XX.

Entre la modernización y la globalización

Hugo Fazio Vengoa

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES- CESO

DEPARTAMENTO DE HISTORIA

Fazio Vcngoa, Hugo Antonio, 1956- Rusia en el largo Siglo XX : entre la modernización y la globalización / Hugo Fazio Vengoa. -

Bogotá : Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, CESO, Ediciones Uniandes, c2005.

244 p. ; 17 x 24 cm.

ISBN 958-695-179-0

1. Rusia - Historia - Siglo XX 2. Rusia - Política y gobierno - Siglo XX 3. Rusia - Política económica 4. Globalización - Rusia I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Historia II. Universidad de los Andes (Colombia). CESO III. Tít.

CDD 947.084 SBUA

Primera edición: octubre de 2005 ©Hugo Fazio Vengoa

©Universidad de Los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia y Centro

de estudios Socioculturales e Internacionales CESO

Carrera. Ia No. 18a- 10 Edificio Franco P. 5

Teléfono: 3 394949 - 3 394999. Ext: 3330 - Directo: 3324519

Bogotá D.C., Colombia

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Ediciones Uniandes

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Bogotá D.C., Colombia

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ISBN: 958-695-179-0

Diseño: Germán Camacho Alvarez Diseño, diagramación e impresión:

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Impreso en Colombia - Printed in Colombia

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ni registrada en o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por

ningún medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o

cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Contenido

Introducción

/I Primera

parte.

La modernización zarista y las revoluciones (1880-1921)/21

Segunda parte.

¿Modernización o sistema soviético? / 93 La Nueva Política Económica: un proyecto modernizante / 93 Los fundamentos del sistema soviético / 105

Tercera parte.

Seguridad colectiva, guerra mundial y guerra fría. El dilema de la mundialización

de la URSS / 131 éReformismo o modernización mundializada? / 150 Bipolaridad y lucha de tendencias / 166

Cuarta parte. Los desarrollos en clave subterránea ......................................................................... 177

La modernización globalizada y la desintegración / 200 La Federación Rusa: el dilema de la identidad, el Estado y la globalización / 210

Bibliografía / 229

1

Introducción

Ya han transcurrido más de dos décadas desde el momento en que, siendo un

joven de poco más de veinte años, decidí dedicarme a estudiar los países del

“socialismo real”. En ese entonces, esta escogencia temática obedecía a profundas

convicciones. Se motivaba en el interés geoestratégico que representaban estos

países y principalmente la Unión Soviética en el escenario internacional, la

importancia que sus epígonos o detractores le asignaban a esta particular

experiencia histórica, el atractivo que en mí despertaba el estudio de formas de

modernización diferentes a la occidental y esa aureola de misterio que irradia esta

sociedad a través de su enigmática e imponente cultura. Esta indescriptible

sensación la expresó de manera elegante el antiguo Primer Ministro británico,

Wiston Churchill, cuando la definió como “un acertijo envuelto en un halo de

misterio dentro de un enigma”.

En esta escogencia temática también intervino mi propia experiencia personal.

Luego del golpe de Estado en Chile, el fatídico 11 de septiembre de 1973, tuve que

salir intempestivamente del país e inicié, de esa manera, un largo y enriquecedor

recorrido por diversos países socialistas europeos. Tuve la fortuna, más aún siendo

un historiador que siente especial predilección por el estudio de los temas del

presente, de vivir en Berlín, capital, en ese entonces, de la hoy inexistente República

Democrática Alemana; posteriormente en Praga, la bella y siempre recordada capital

de la también difunta Checoslovaquia; y finalmente en Moscú, capital de la Unión

Soviética, la superpotencia también desaparecida. Los ocho años que residí en esos

países no sólo me familiarizaron con sus idiomas, historias y culturas, sino que

además con un conocimiento de primera mano de lo que era el “socialismo real”.

En ese entonces, no era muy consciente del inmenso capital de experiencias y

conocimiento que casi sin darme cuenta había acumulado, hasta que, por esos azares

de la vida, trabajé en Santiago de Chile como asistente de investigación de un

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profesor de la Universidad de Duke, Arturo Valenzuela, quien me ofreció una beca

para realizar un doctorado en Ciencia Política en la mencionada universidad,

porque, a juicio de él, los estudios sobre los países socialistas adolecían de grandes

insuficiencias en los Estados Unidos: la mayor parte de los estudiosos de esas

realidades sociales no sólo desconocían esos países, e incluso no faltaban quienes los

aborrecían, sino que ignoraban sus idiomas, idiosincrasias y trayectorias históricas.

Y en cada uno de estos campos, yo disponía de una inmensa ventaja.

Comencé los preparativos del viaje, pero el destino me tenía reservada otra

sorpresa. Antes de recibir este ofrecimiento académico, cuando todavía me

encontraba en Moscú, había contraído matrimonio, con quien en la actualidad sigue

siendo mi esposa; Julieta es colombiana y mientras yo estaba temporalmente en

Santiago, ella se encontraba con nuestra hija mayor en Bogotá. Vine a Colombia con

la intención de preparar desde aquí nuestro viaje a Carolina del Norte. Estando en

Bogotá, me enteré de que la Universidad Nacional de Colombia acababa de abrir un

programa de Maestría en Historia y como me quedaba casi un año para viajar a

Estados Unidos, decidí postular a este programa, con tanta fortuna, que fui

seleccionado.

Organicé el plan de estudio en la Nacional de tal manera que la maestría me

permitiera profundizar en mis conocimientos de historia y hacer, al mismo tiempo,

un seguimiento sistemático de la extensa literatura que en los países occidentales se

había producido sobre la Unión Soviética. Incluso, no sin ciertos tropiezos de tipo

académico-burocrático, logré proponer como tema de tesis un estudio sobre el papel

del marxismo en la formación del Estado bolchevique, entre los años 1917-1923.

Debo reconocer a la distancia que este no era un tema que me cautivara de manera

especial, pero, por encontrarme inscrito en un programa académico en Historia, sus

directivas me exigía que el trabajo de grado se fundamentara en fuentes primarias.

Como los archivos soviéticos no sólo se encontraban distantes, sino que

completamente cerrados para los investigadores soviéticos y extranjeros, ubiqué un

tema que pudiera construirse a partir de fuentes primarias, las cuales se encontraban

publicadas en su casi totalidad. Para el desarrollo de este tema de investigación, mis

fuentes fueron las obras de los principales dirigentes bolcheviques (Lenin, Trotski,

Bujarin, Stalin, Preobrazhensky, etc.), trabajos, en ese entonces, de fácil consecución.

Digamos de pasada que el viaje a la Universidad de Duke finalmente nunca lo

realicé, porque me encontraba tan embelesado con el programa de estudio en la

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3

Universidad Nacional y con las amplias facilidades de que disponía para

profundizar en mi conocimiento sobre la Unión Soviética (en 1986, no sin ciertas

dificultades, abrí la primera cátedra sobre la historia de la Unión Soviética en la

Universidad de los Andes y publiqué mis primeros artículos sobre la coyuntura y la

historia de ese país) que aplacé reiteradamente el viaje hasta que la vida me deparó

una nueva sorpresa.

Corría el año de 1987 y la situación política en Colombia se deterioraba de día en

día. Se asistía a asesinatos sistemáticos de dirigentes y militantes de la Unión

Patriótica. Y, en ese río revuelto de la desquiciada violencia, yo, que no tenía

ninguna filiación partidaria ni la menor intención de tomar partido por alguna de las

opciones políticas colombianas, porque mis preocupaciones e intereses eran de

naturaleza exclusivamente académica, pero, como trabajaba sobre un tema que

permitía que algunos me asociaran con determinadas posiciones políticas, quedé

envuelto en medio de la vorágine. Las amenazas comenzaron a llegar de diferentes

lados: para unos, me encontraba realizando proselitismo político entre los hijos de la

“elite” a través de la cátedra universitaria, mientras que, para otros, mis

publicaciones constituían una traición a los “genuinos” ideales del socialismo. En

conclusión tuve, como muchos colombianos, que abandonar con mi familia

intempestivamente el país y después de una travesía por varios países europeos,

aterricé en la Universidad Católica de Lovaina, institución que me abrió sus puertas

para realizar un Doctorado en Ciencia Política en el área de relaciones

internacionales.

Como llevaba varios años dedicado a los estudios soviéticos, propuse como tema

para mi investigación doctoral el lugar de América Latina en la política internacional

de la Unión Soviética. La propuesta fue del agrado de la comisión doctoral. Claro

que no puedo dejar de comentar la sorpresa que en los miembros de la mencionada

comisión despertaba el hecho de que un chileno, con pasaporte italiano, venido de

Colombia, se propusiera investigar sobre el coloso euroasiático, tema que, por lo

general, estaba reservado a los investigadores de las naciones industrializadas.

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4

Pero dos circunstancias jugaron a mi favor: primero, en esos años, el expe-

rimento gorbachoviano despertaba todo tipo de emociones en el mundo entero y

estudiar la URSS se había convertido en una necesidad académica de primer orden,

más aún cuando las reformas emprendidas en la URSS estaban sacudiendo los

débiles cimientos sobre los que se había levantado buena parte de la literatura

especializada. Segundo, como fiel seguidor de la corriente historiográfica de los

Anuales, conocía la importancia que incluso en la academia tiene la puesta en marcha

de una buena estrategia. A la sustentación de mi proyecto de tesis, llegué con un par

de hojas que contenían las ideas principales de la investigación propuesta y el

Pravda. El entonces afamado periódico soviético lo puse sobre el escritorio, en un

lugar visible para mis evaluadores. Cuando percibí que posaban su mirada sobre el

periódico, comprendí que la partida ya estaba ganada. Desconozco que ideas

pasaron por sus mentes, pero de una cosa sí estoy seguro: el periódico creó un clima

de igualdad entre entrevistadores y entrevistado. Más aún: con el periódico

transmití el mensaje de que me encontraba al tanto de lo que acontecía en la URSS, lo

cual, demás está decir, era una gran verdad.

Los tres años que permanecí en Bélgica fueron un intenso período en el que pude

concentrarme de tiempo completo en los estudios soviéticos. Me beneficié del clima

gorbachoviano entonces existente, de la calidad de las publicaciones que en esos

años vieron la luz, de la intensidad y la sofisticación de los debates sobre el

“socialismo real” y sus experiencias históricas y de un acceso casi ilimitado a

información de primera mano. Al finalizar el programa de estudios, el destino -una

vez más el sempiterno azar- me trajo de nuevo a Colombia, donde he tenido la

oportunidad de proseguir con mis actividades académicas e intelectuales, siendo

Rusia, uno de los temas más recurrentes.

Han transcurrido diez años desde cuando publiqué mi último libro dedicado a

los antiguos países del “socialismo real” 1 y cinco desde que edité un par de

compilaciones2 que trataban sobre este mismo tema. En el transcurso de esta década,

no obstante el hecho de haber concentrado mi atención investigativa en

1 Hugo Fazio Vengoa, Después del comunismo. La difícil transición en la Europa Centro Oriental, Bogotá,

IF.PRI y Tercer Mundo Editores, 1994. 2 Hugo Fazio Vengoa y Joanna Nowicki, La crisis de los referentes y la reconstrucción de las identidades en

Europa, Bogotá, IEPRI y Siglo de! Hombre Editores, 1999 y Hugo Fazio Vengoa y William Ramírez, 10 años después del muro. Visiones desde Europa y América Latina, Bogotá, IEPRI, Fescol, Uniandes, 2000.

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problemas internacionales de otra índole (la globalización, el sistema internacional

contemporáneo, la integración europea, etc.), siempre he procurado mantenerme al

tanto de la evolución de estos países y, por ello, en las Universidades Nacional y

Andes, he mantenido permanentemente cátedras sobre Rusia y la Europa Centro

Oriental y siempre que ha estado dentro de mis posibilidades he procurado escribir

y participar en eventos sobre distintos aspectos de la historia o de la realidad

contemporánea de estos países.

Como comprenderá el lector, el libro que tiene en sus manos es una parte

sustancial de mi propia biografía intelectual, razón por la cual en el presente escrito

me apoyo en algunos trabajos anteriormente publicados pero también en una serie

de manuscritos todavía sin publicar que he acumulado a lo largo de estos años. Hoy

por hoy, puedo afirmar que directa o indirectamente, este tema ha sido un fiel

compañero de ruta que me ha acompañado por más de treinta años. Sin embargo, en

los últimos meses, he sentido la necesidad de renegociar mi relación con este

estudio, el cual, debo confesarlo, me formó como científico social, con todas las

virtudes y defectos de las que me he hecho portador.

Al ser parte de mi biografía, siento que mantengo con esta área una gran deuda

intelectual. Pero, a la fecha, persiste una tarea que aún no he acometido: hacer una

exposición sintética de lo que significó esta experiencia histórica. Por este motivo, he

hecho un alto en el camino en mis trabajos sobre la globalización y el sistema

mundial contemporáneo, y me he propuesto escribir un texto que sirva de guía

explicativa del sentido y el desarrollo de la historia rusa a lo largo del siglo XX. En la

actualidad, la necesidad de llevar a cabo esta tarea se ha tornado más acuciante. Y

ello por varias razones.

Primero, por el conocimiento que he adquirido sobre este país, el cual me ha

permitido elaborar algunas tesis, las cuales, a mi modo de ver, son fundamentales

para descifrar las claves y el sentido de lo que ha sido el desarrollo histórico de

Rusia. Al respecto no está demás señalar que, no obstante el lapso temporal que nos

separa de la desaparición de la antigua URSS, todavía buena parte de la literatura

especializada sigue interpretando la historia ruso-soviética de acuerdo con ciertos

cánones interpretativos surgidos en el contexto ideológico de la guerra fría y no ha

logrado dar cuenta del significado histórico que tuvo esta experiencia. Esta misma

idea ha sido expuesta por uno de los más connotados especialistas sobre la realidad

soviética, el historiador Moshé Lewin, quien hace algunos años escribió: “En el

campo de los estudios soviéticos no sería banal una buena Perestroika de nuestras

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ideas: hemos descrito muy justamente un sistema atacado por el inmovilismo, con la

mayor parte de sus funciones debilitadas, con una ideología hecha trizas, con una

administración congestionada y profundamente corrupta y con una economía

rayando en la caricatura; pero mantuvimos la tendencia a ignorar la fuerza de un

dinamismo presente o en emergencia; no pudimos prever este extraordinario

esfuerzo - del interior y de arriba de la jerarquía-, para vigorizar un sistema

aparentemente moribundo, incluso cuando se produjo con un apoyo limitado de

diferentes capas de la sociedad y de la burocracia”3.

Para llevar a cabo esta Perestroika (reestructuración) académica se deben atacar

dos flaquezas en las que, por desgracia, sigue incurriendo buena parte de los

estudios rusos y soviéticos. De una parte, en la actualidad, y quizá con un énfasis

mayor que el que existía antes, por las pretensiones reinterpretativas que han

experimentado los mismos académicos rusos, se sigue analizando la experiencia

rusa y soviética de acuerdo con ciertos cánones que se desprenden de la trayectoria

histórica de Occidente. En las grandes obras de síntesis sobre la Rusia actual,

numerosos analistas se empeñan en recurrir a análisis binarios en términos de

oposición (democracia y autoritarismo, planificación y mercado, etc.), sin que exista

la menor preocupación por intentar comprender la singularidad del recorrido

histórico de este inmenso país.

Buena parte de las nociones que corrientemente se emplean para analizar a Rusia

o a la Unión Soviética siguen, de una u otra manera, situándose dentro del esquema

ideológico de la tristemente célebre escuela totalitaria, pero recurrentemente se

olvida que el totalitarismo es un concepto que produce más emociones que

explicaciones y, además, como señala Robert Service es un término que no sirve para

“encapsular las contradicciones existentes en esta realidad extremadamente horrible

y disciplinada, pero también extremadamente caótica” 4 . Hace algunos meses

volvimos a ser testigos de la perdurabilidad de este esquema de interpretación con la

repetición de las elecciones presidenciales en Ucrania, cuyos contendores fueron

presentados por los medios de comunicación internacionales como la competición

entre un candidato demócrata, prooccidental y progresista y otro autoritario,

prorruso y oscurantista.

De la otra, las valoraciones sobre esta historia se acometen por regla general

3 Moshé Lewin, Lagrande mutation soviétique, París, La Découverte, 1989, pp. 12-13. 4 Robert Service, Historia de Rusia en el siglo XX, Barcelona, Crítica, 2000, p. 242.

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desvinculadas de los ritmos, las intensidades y de los grandes contextos de la

política mundial, razón por la cual no siempre se ha podido comprender a cabalidad

algunos de las vicisitudes y giros históricos que experimentó este inmenso país. Ha

sido larga, por ejemplo, la tradición de considerar la política internacional de Rusia

como una proyección hacia el exterior de “intereses históricos del Estado ruso y

soviético” o como una expresión de proposiciones e intereses ideológicos, que

habrían tenido su razón de ser en una determinada interpretación del marxismo

oficializado. La política internacional de Rusia y de la Unión Soviética era

interpretada como un elemento que durante el tiempo se mantenía inalterada, es

decir, como si la vastedad de su territorio o la autarquía del Estado soviético la

hiciera invulnerable a los cambios que se producían en la vida internacional y a las

transformaciones, oposiciones y contradicciones que existían en el interior de la

sociedad.

Muchas veces se olvida con suma facilidad que la historia soviética constituyó un

elemento central del dramático siglo XX, y que ni esta centuria ni esta historia en

particular pueden ser “decodificados” a menos que se comprenda el papel que este

país desempeñó en las grandes páginas de estos cien años. El impacto de los

acontecimientos mundiales sobre Rusia fue constante y pesó muy fuerte sobre su

desarrollo. Lo mismo puede decirse en el sentido inverso: no se puede entender la

mayor parte de las páginas de la historia del siglo XX si excluimos a Rusia o la URSS

de su explicación3. Esta conjunción de la trayectoria nacional con la política mundial

no puede ser analizada mecánicamente. Muchas veces opera en forma de réplicas no

controladas, como repercusiones y no como consecuencias. Sólo así, podemos

entender a Eric Hobsbawm, cuando sostiene “En suma, la historia del siglo XX no

puede comprenderse sin la revolución rusa y sus repercusiones directas e indirectas.

Una de las razones de peso es que salvó al capitalismo liberal, al permitir que

Occidente derrotara a la Alemania de Hitler en la segunda guerra mundial y al dar

un incentivo al capitalismo para reformarse y para abandonar la ortodoxia del libre

mercado”5 6.

El énfasis que le asignamos en este trabajo a la interpenetración de la historia

rusa y soviética con la historia mundial obedece a dos tipos de consideraciones: de

una parte, este país jugó en las “ligas mayores” de la historia mundial y, en ese

sentido, muchas de sus acciones y situaciones obedecieron a esta compleja, deseada

o indeseada, pero inevitable interrelación. De la otra, a diferencia, por ejemplo, de

5 Véase, Giuliano Procaed, Historia general del siglo XX, Barcelona, Crítica, 2001. 6 Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Barcelona, Crítica, 1995.

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Estados Unidos, la Unión Soviética, aunque lo pretendió, casi nunca pudo asumir la

“direccionalidad” y el sentido de la historia mundial y, por ello, los desajustes que se

presentaban entre ambos entramados, fueron más fuertes en este caso, que en el

primero. Esta disimilitud se puede extender también a las formas de ejercicio del

poder. Mientras la Unión Soviética desplegó una voluntad globalizante, pero no

supo trascender una concepción clásica, territorial y político militar del poderío,

“Estados Unidos desplegaba una capacidad desterritorializada, sistémica,

alimentada de relaciones informales que daban origen a un juego de redes”7 8. No

fue una simple casualidad que, en medio del despliegue de la globalización, la

guerra fría culminara con el triunfo del segundo y la desintegración del primero.

Fue, quizá, tan fuerte la compenetración del siglo XX con la historia soviética que

no resulte descabellado pensar que a la vuelta de algunas décadas, o siglos inclusive,

cuando se vuelva a escribir una historia general de la humanidad, los historiadores

definan el siglo XX como el siglo del comunismo, porque este fue el acontecimiento

más origina! y característico de estas décadas y porque atravesó todo este período,

de comienzo a fins. No está demás recordar que el historiador británico Eric

Hobsbawm en su magistral obra antes citada definió el XX como “el siglo breve”,

pues se habría iniciado tardíamente (1914) y culminado apresuradamente (1989),

junto con el fin del comunismo.

Segundo, la historia rusa del siglo XX es parte sustancial de la biografía de

millones de personas en todo el mundo, y en particular de mi generación. Incluso no

es del todo aventurado sostener que tampoco es una historia remota para las

generaciones más jóvenes. El interés que en ellos esta experiencia sigue despertando

se debe a que para las nuevas generaciones también es una forma de presente, un

presente que los vincula con las generaciones mayores, un presente que se inició a

partir de la finalización del mundo que debutó bajo el impacto de la revolución rusa

de 1917, un presente permanente que les permite entender importantes coordenadas

del mundo que les ha sido legado y un presente que les sugiere indicios del mundo

que en la última década del siglo XX ha debutado. Esta actitud interesada la he

podido percibir de primera mano con la masiva inscripción de estudiantes a los

cursos que he impartido sobre la materia. Ello me permite sostener que, no obstante

7 Bertrand Badie, “De la souveraineté á la capacité de PEtat” en Marie-Claude Smouth, Les nouvelles

relations internationales. Pratiques et théories, París, Presses de Science Po, 1998, pp. 48-49. 8 Jean-Jacques Becker, “Marxisme et communisme dans l’histoire récente" en A. Chauveau y Ph.

Tétart, Questions á l'histoire des temps présents, Bruselas, Editions Complexes, 1992, pp. 66.

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la desintegración de la vieja superpoten- cia, la experiencia soviética no es una

historia “pasada”, sino que se mantiene como una historia del tiempo presente, de la

cual podemos extraer situaciones e inferir características que nos permitan hacer

más inteligible el mundo que nos ha correspondido vivir.

Aun cuando lo ruso-soviético mantenga una relación simbiótica con nuestro

presente, el texto que el lector tiene en sus manos es un trabajo eminentemente

histórico. La historia recorre este libro como un hilo oscuro, hilvanando inter-

pretaciones y explicaciones. Con ello no queremos decir que nuestro hilo

argumentativo consista en “dar cuenta de lo que realmente sucedió”, como pre-

tendía el historiador prusiano Leopoldo von Ranke, ni que sea una mera recopi-

lación de acontecimientos y situaciones, inscritos en su secuencia cronológica. Es

más, de modo deliberado, algunos momentos de esta historia han sido pasados por

alto. La historia rusa tiene una compleja textura, innumerables pliegues y cualquier

intento de ser exhaustivo en la información histórica convertiría este texto en una

edición con varios volúmenes.

Nuestro propósito es mucho más ambicioso, pero mucho más simple en su

exposición. Somos de la opinión de que la Historia no es simplemente una herra-

mienta o un conjunto de técnicas, sino un complejo enfoque para aproximarse al

discernimiento de la realidad social tanto pasada como presente. En otras palabras,

la historia no es una simple recopilación y organización de información, sino un

procedimiento intelectual útil para la elaboración y la verificación empírica de ideas

e interpretaciones. Para nosotros, la historia no consiste en dar cuenta de los

acontecimientos e ilustrar el papel desempeñado por ciertas personalidades u

organizaciones, sino en interpretar, explicar y representar narrativamente un

encadenamiento de momentos, situaciones y personajes.

La disciplina de la historia debe estudiar los acontecimientos, debe situar a las

personas y los hechos en sus contextos y analizar sus acciones. Como señalan Getty y

Naumov, “para ello es necesario descubrir cómo interpretaban su entorno los

agentes históricos e interactuaban con él. Hay que tratar de comprender el sistema

social, político y económico en el que vivió y trabajó el pueblo de la Unión Soviética

(...), así como los antecedentes, las experiencias, las ideas preconcebidas y las

creencias que aportaron esas gentes a la política”9. Nuestro enfoque, por tanto, se

9 J. Arch Getty y Oleg Naumov, La lógica del terror. Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques,

1932-1939, Barcelona, Crítica, 2001, p. 30.

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1 0

inscribe dentro de esta perspectiva y por ello nuestro propósito ha sido procurar

presentar los encadenamientos que explican la trayectoria histórica de Rusia en el

siglo XX, sin saturar al lector con una abigarrada información. Para un conocimiento

más exhaustivo de las variadas petites histories, recomendamos el libro de Robert

Service antes citado, excelente obra que abunda en ideas, análisis e información.

Uno de los procedimientos centrales de la operación histórica consiste en hacer

del tiempo un vector explicativo en el análisis social. Esta dimensión temporal en la

elaboración del análisis histórico debe entenderse de dos maneras: primero, las

trayectorias históricas deben situarse en su propia historicidad. A nuestro modo de

ver, uno de las mayores insuficiencias de la extensa literatura que en Occidente se ha

producido sobre Rusia consiste en que, por regla general, estos análisis se

encuentran descontextualizados del acontecer de la sociedad objeto de análisis.

Desde hace algunos años hemos sostenido que una aproximación válida para

repensar esta historia en su propia duración consiste en desarrollar una

interpretación de estos procesos en su propia historicidad, es decir, dentro de un

esquema interpretativo en el cual la sociedad rusa y/o soviética no constituye una

instancia atomizada por la política, la omnipresencia de las elites y las instituciones,

sino como un poderoso factor que ha marcado y definido el curso de los

acontecimientos y en particular la evolución a largo plazo del sistema económico,

político, social y cultural.

En este sentido, pensamos que una de las mayores dificultades a las cuales debe

enfrentarse cualquier investigador que desee ahondar en la comprensión de la

URSS, es que hasta la fecha se ha desarrollado un aparato conceptual y un marco de

interpretación de los procesos globales sobre la base de lo que ha sido o, mejor dicho,

lo que hemos creído que sido la experiencia occidental. En lo que a esto respecta,

Rusia y la Unión Soviética han sido sociedades con unas morfologías sociales,

tradiciones, culturas, formas de solidaridad, tipos de organización de la política

distintos de la experiencia occidental. Un buen testimonio de esto fueron las

dificultades que enfrentó el mismo Karl Marx para responder a la carta de la

populista rusa Vera Sazúlich, en la cual esta le solicitaba que aportara una

interpretación más precisa sobre la aplicabilidad del marxismo y su teoría del

capitalismo a la realidad de su país. Después de meditar largamente sobre el asunto

(Marx elaboró siete borradores de la carta), finalmente le respondió que su teoría era

válida únicamente para la experiencia occidental.

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1 1

Reivindicar la historicidad, es decir, el análisis del desarrollo soviético a la luz de

las características propias de esta sociedad, comporta una doble función académica.

La primera consiste en que nos permite una aproximación mayor y más profunda de

cómo se tejió el sistema soviético y nos suministra herramientas analíticas para

comprender esta experiencia en relación con lo que han sido otros sistemas de

desarrollo alternativos al capitalismo. La segunda radica en el hecho de que un

análisis en términos de historicidad nos acerca a la comprensión de cuáles son los

elementos propios, particulares de Rusia y de la Unión Soviética, de los generales en

relación con los desarrollos alternativos, y nos proporciona numerosos indicios que

nos permiten trascender la visión “unilineal” y metahistórica del desarrollo de la

humanidad, a la que la historia occidental nos ha acostumbrado.

La historia rusa y soviética en el transcurso de los últimos cien años debe

interpretarse desde una óptica de análisis que tenga en cuenta los elementos propios

de esta sociedad y su posición frente a la modernización occidental. La experiencia

soviética solamente puede ser aprehendida dentro de esta contextualización mayor.

Tanto las revoluciones como las otras grandes transformaciones que han sacudido la

historia de este país han sido respuestas diferenciadas a la introducción de esta

racionalidad modernizadora, y siempre ha estado presente la idea de cómo

encontrar una adecuación societal de Rusia a los requerimientos del mundo

moderno.

La dimensión temporal de la historia debemos también interpretarla siguiendo

los preceptos analíticos braudelianos, quien desarrolló dos ideas muy pertinentes

para dar cuenta de la historicidad de la experiencia rusa. La primera la presenta

desnudamente el historiador galo cuando asevera: “Las civilizaciones sobreviven a

las conmociones políticas, sociales, económicas, incluso ideológicas que, además,

ellas dirigen insidiosamente, a veces poderosamente. La Revolución Francesa no fue

una ruptura total en el destino de la civilización francesa, ni la revolución de 1917 en

la de la civilización rusa...”10.

De esta tesis podemos inferir que no se debe ni se puede seguir interpretando la

historia ruso-soviética como una ruptura o como un conjunto de radicales cambios,

como el nacimiento de un entramado totalmente nuevo, tal como lo sugerían las

populares narraciones escritas por John Reed11 y Víctor Serge12, y toda una gran

10 Fernand Braudel, Ecrits surl'histoire, París, Galllmard, 1989, p. 303. 11 John Reed, Diez días que estremecieron el mundo, Madrid, Akal, 1983.

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1 2

tradición de izquierda en los estudios rusos, sino como una convivencia dialéctica

entre transformación (la transmutación de lo nuevo) y permanencia (pervivencia de

lo antiguo, es decir, de elementos civilizatorios). Como tendremos ocasión de

analizarlo profusamente a lo largo de este libro los elementos de permanencia se

expresan poderosamente y se conjugan con los de cambio, incluso en los momentos

en que se exacerbó la transformación social, como efectivamente ocurrió durante la

revolución de octubre, los años iniciales del estalinismo o el reformismo

gorbachoviano.

Pero, renovando la tesis de Braudel, consideramos que esta relación dialéctica

también debe visualizarse desde una perspectiva mayor que conjugue las

permanencias y los cambios diacrónicos con los sincrónicos. Para ello se requiere

conjugar lógicas interpretativas transdisciplinares porque mientras los historiadores

son más proclives a realizar análisis en términos de largas duraciones, los estudiosos

de la ciencia política y de las relaciones internacionales destacan las rupturas e

inflexiones nacionales y del sistema mundial y los comparatistas interpretan las

distintas situaciones dentro de una perspectiva que da cuenta de los elementos de

semejanza y diferencia de las sociedades. Estos enfoques son válidos, pero se debe

procurar trascenderlos porque lo que en realidad ha tenido lugar a lo largo del siglo

XX es que la aceleración de los cambios internacionales y el desarrollo de los

procesos de globalización han transformado las temporalidades políticas de las

sociedades, así como la misma dinámica temporal del mundo en su conjunto13,

razón por la cual estas disímiles trayectorias convergen y en ocasiones se

sobreponen o colisionan. Esta perspectiva es muy importante para entender el

entramado histórico ruso y soviético, pues al ser esta una “historia mayor del siglo

XX” no se puede deslindar su trayectoria de la del mundo en su conjunto. Rusia

constituye un elemento de interioridad del mundo y el entramado de este último

representa un componente de la singular trayectoria histórica de este país.

Debemos tener igualmente en cuenta que la temporalidad mundial no ha sido

uniforme ni ha seguido una secuencia lineal, por lo que la imbricación de Rusia y la

Unión Soviética en la historia general debe ceñirse a ciertos parámetros cambiantes

en el tiempo y en su densidad espacial. Sucintamente, el desenvolvimiento

cualitativo de la historia general se puede esbozar en los siguientes términos.

12 Víctor Serge, El año l de la Revolución Rusa, Madrid, Siglo XXI, 1972. 13 Zaki Laídi, “Le temps mondial" en Marie-Claude Smouth, bajo la dirección de, op. cit.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 3

Mientras la legendaria historia universal era una historia de lugares, regiones o

países en donde lo “universal” aludía a la pretensión de un determinado pueblo o

región a pensar el esquema evolutivo de acuerdo con sus propios cánones de lo que

debía ser el desarrollo, para lo cual recurrían a contraposiciones como atraso y

progreso, barbarie (periferia espacial), primitivo (atraso temporal) y civilizado, la

historia mundial apuntaba a una forma particular de compenetración del mundo de

acuerdo con la organización que le proporcionaban los grandes imperios, los cuales

regulaban el orden interno de su respectivo zona de influencia (producción, formas

de gobierno, movilidad), reduciéndose lo internacional a la gama de vínculos de

competencia y colaboración entre las respectivas metrópolis. El escenario que

impera en nuestro presente más inmediato, y que se fue forjando a lo largo del siglo

XX, es el de una historia global, entendida esta como un alto nivel de

compenetración del mundo en donde se acentúan las diversas trayectorias de

modernidad, las cuales, a través de los intersticios globalizantes, entran en

sincronicidad, encadenamientos y resonancias.

Tres conceptos ayudan a entender la radicalidad de los cambios que se han

presentado en la historia general del siglo XX y los inicios del XXI. El primero es la

sincronicidad, el cual no es sinónimo de simultaneidad. La sincronicidad es una

dimensión de tiempo y de espacio, una experiencia de conexión de naturaleza

relacional. O, para decirlo en palabras de Milton Santos, alude a ”una confluencia de

los diversos momentos como respuesta a aquello que desde el punto de vista de la

física se llama tiempo real y desde el punto de vista de la historia será llamado

interdependencia y solidaridad del acontecer”14.

El segundo es resonancia, la cual establece enlaces diferenciados entre los

distintos acontecimientos y/o situaciones. La resonancia produce nuevas formas de

complementariedad, de interdependencia y de interacción mutua. La resonancia y la

desigual reproducción de sus expresiones no sigue una pauta de tipo coherencia

sistémica, razón por la cual identificamos esta historia global a un proceso, mas no a

un ordenamiento sistémico.

Por último, el encadenamiento alude a situaciones de convergencias de tra-

yectorias que se compenetran pero que no se ubican dentro de una secuencia lineal.

Al respecto, Zaki Lai'di hace algunos años escribía: “Los análisis geoestratégicos

14 Milton Santos, Por otra globalización. Del pensamiento único a la conciencia universaI, Bogotá, Convenio

Andrés Bello, 2004, p. 26.

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1 4

privilegian naturalmente el fin de la guerra fría como punto de ruptura o como una

nueva determinación del tiempo. Los geoeconomistas ponen, por el contrario, el

acento en el desarrollo de la globalización económica y financiera. Pero,

independientemente de la elección que se realice, es inútil querer explicar el fin de la

guerra fría por la aceleración de la globalización, o pensar la aceleración de la

globalización como una consecuencia del fin de la guerra fría. Lo que, por el

contrario, es decisivo es saber y comprender como estos dos procesos se encadenan y

responden para extraer una nueva síntesis, una nueva problemática. El

encadenamiento permite comprender la simultaneidad de los acontecimientos,

ampliar las interpretaciones. El encadenamiento enriquece lo que la causalidad

empobrece”15.

En otras palabras, la dialéctica de la permanencia y el cambio en Rusia deben

representarse como una expresión de historia global, que conjuga y encadena

distintas temporalidades. Fue así como las tres revoluciones rusas de inicios de siglo

se desplegaron en medio de una época de derrumbe de la civilización decimonónica,

que en buena medida las explica y trasciende. Pero, estas revoluciones también

supusieron, al mismo tiempo, el inicio de un nuevo capítulo, el “”breve siglo XX”, el

cual catalizaron y caracterizaron.

La segunda sugestiva idea braudeliana, especialmente apropiada para este

trabajo, guarda relación con su tesis de que en la historia convive una pluralidad de

duraciones. “El tiempo no es unilineal ni mensurable cronológicamente. Existen tres

grandes duraciones, cada una de las cuales corresponde a una esfera particular: el

tiempo largo o la “historia casi inmóvil”16, la historia lenta peculiar a la economía y

la sociedad y finalmente el tiempo corto, inherente a las transformaciones que se

producen en la vida pública”. Esta revolucionaria tesis braudeliana ha tenido el gran

mérito de permitir a los historiadores trascender la concepción newtoniana del

tiempo y renovar la visión que se tiene sobre el espacio. Conviene recordar que para

Newton el espacio era un recipiente vacío independiente de los fenómenos físicos

que ocurrían en su interior. “El espacio absoluto por naturaleza sin relación a nada

externo, permanece siempre igual a sí mismo e inmóvil”. Todos los cambios que se

efectuaban en el mundo físico se describían en términos de una dimensión separada

y el tiempo no guardaba relación alguna con el mundo material, fluyendo

15 Zaki Lai'di, op. cit. 195. 16 Feruand Braudel, La Méditerranée el le monde méditer ranéen a l’époche de Pbilippe II, París, Armand Colin,

1966, tomo 1, p. 16.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 5

uniformemente desde el pasado hasta el futuro, pasando por el presente. “El tiempo

absoluto, verdadero y matemático, de suyo, y por su propia naturaleza, fluye

uniformemente sin relación con nada externo”17.

El tiempo, como enseñaba Braudel, es múltiple, se descompone en variadas

duraciones y cuando se acomete el estudio de la experiencia de un país, sobre todo

uno de dimensiones tan amplias como Rusia, es tanto más plural porque alude a la

coexistencia de una amplia gama de realidades temporales, las cuales en

determinadas coyunturas se aceleran y en otras se ralentizan. “A diferencia de

aquellos períodos en los cuales el ritmo del cambio es lento, en los períodos de

grandes crisis, los estratos sociales y los fenómenos pertenecientes a diferentes

épocas chocan violentamente y no dejan, en la mayor de las confusiones, de modelar

y remodelar los comportamientos políticos y las instituciones”18. El reconocimiento

de esta pluralidad de temporalidades es lo que nos lleva en este trabajo a acometer

una interpretación más próxima a una sociología histórica que a una historia en el

sentido que corrientemente se le asigna al término, porque debemos esclarecer los

variados entrecruzamientos que se presentan entre los tiempos locales, regionales,

nacionales y mundiales.

Esta pluralidad y espesura de temporalidades es lo que permite entender cuatro

elementos que desempeñan un papel central en cualquier intento de decodificar el

sentido de la historia rusa. El primero consiste en que, cuando se observa esta

historia desde una perspectiva de larga duración, se constata que Rusia es un país,

cuyos líderes, por ejemplo, han sido una expresión de la manera como se cristalizan

determinados referentes de sociedad. Existe una línea de continuidad entre Putin,

Yeltsin, Stalin y los zares, mayor a las diferencias programáticas en las que sus

actividades se desplegaron. Se observa, por tanto, la existencia de un “tiempo”

civilizatorio que reproduce elementos de permanencia.

El segundo radica en que a partir de esta dialéctica de las duraciones se puede

explica el papel preponderante que le ha correspondido al Estado en la organización

de la sociedad. “El papel del Estado en el desarrollo es un asunto crucial porque era

una sociedad carente de cohesión entre las diferentes clases sociales, las cuales desde

un punto de vista geográfico vivían en un mismo territorio, pero económica, social y

17 Fritjof Capra, El punto crucial. Ciencia, sociedad y cultura naciente, Buenos Aires, Editorial Estaciones,

1992, pp. 68-69. 18 Moshé Lewin, Le siécle soviétique, París, Fayard y Le Monde Diplornatique, 2003, p. 345.

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1 6

culturalmente, vivían en siglos diferentes”19. El estalinismo se convirtió en este plano

en un importante punto de inflexión en la medida en que supuso una convergencia

entre estos distintos universos culturales en torno a un patrón común. La

modernidad soviética que sobresale con fuerza en la década de los cincuenta es

tributaria de esta realidad y fue lo que permitió que la Unión Soviética comenzara a

sincronizarse con la temporalidad propia de un mundo en proceso de globalización.

El tercero guarda relación con la modalidad de modernidad propia de Rusia.

Siguiendo a Therborn se pueden distinguir cuatro rutas hacia la modernidad. La

primera, propia de Europa occidental, se articuló en torno a una distinción entre

fuerzas en favor y en contra de la modernidad, a favor del progreso o de las

costumbres antiguas, a favor de la razón o a favor de la sabiduría de los antepasados

y de los textos antiguos. En el Viejo Continente, ambas fuerzas fueron internas,

endógenas, y “esto llevó al particular patrón europeo de revoluciones internas, de

guerra civil y de elaborados ismos doctrinarios, que van desde el legitimicismo, y el

absolutismo hasta el socialismo y el comunismo, vía el nacionalismo, el

ultramontanismo y el liberalismo”. Otro camino fue el que caracterizó al continente

americano y en el que un papel tan importante le correspondió a las migraciones

europeas. En este caso, los que se oponían a la

19 Ibídcm, p. 371.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 7

modernidad se encontraban sobre todo del otro lado del océano. Una tercera ruta

hacia y a través de la modernidad fue la de la zona colonial, a la cual “la modernidad

llegó desde fuera, literalmente a punta de cañón, mientras que la resistencia a la

modernidad fue doméstica y aplastada”. Por último, había un grupo de países de

modernización inducida externamente, desafiada y amenazada por las nuevas

potencias imperiales de Europa y Estados Unidos, en los que parte de la élite

gobernante importó rasgos de las amenazantes organizaciones políticas para

impedir el sometimiento colonial.

Como señala Thernborn, las cuatro rutas son en realidad pasajes a la mo-

dernidad existentes históricamente, sintetizados en diferentes momentos cruciales:

las revoluciones francesa e industrial, la independencia del continente americano, la

típica doble experiencia colonial de la conquista de Bengala y la independencia de la

India, y en cuarto lugar, la restauración Meiji japonesa. La singularidad de Rusia

consistió en que a partir de Pedro el Grande, el vasto imperio reprodujo elementos

de la cuarta ruta, pero inscritos dentro de la primera20.

Por último, y por paradójico que pueda parecer, un análisis en términos de

duraciones permite hilar de manera diferente la compleja historia soviética. Los

sucesivos giros y reorientaciones de la política soviética han sido la expresión, no de

deseos individualizados en personas específicas que se han encontrado en distintos

momentos en las altas esferas del poder de la Unión Soviética, como lo ha

pretendido ver una importante corriente de interpretación desarrollada en

Occidente, sino de procesos mayores en los cuales se enfrentaron propuestas

alternativas de desarrollo de clases y grupos sociales diversos.

Ha sido precisamente el juego que se estableció entre determinados actores

sociales lo que terminó definiendo cuáles debían ser las orientaciones del desarrollo

económico, así como la calidad de los proyectos sociales, políticos, culturales e

ideológicos que dicho modelo de desarrollo tenía que poner en funcionamiento. Si

bien las grandes personalidades han desempeñado un papel central, es menester

trascender un esquema de explicación que sólo se preocupe por las ideas y

actividades de los dirigentes. Interpretar la experiencia histórica rusa simplemente

como un sistema no democrático es ignorar el contexto

20 Góran Therborn, Europa hacia el siglo XXI, México, Siglo XXI, 2000, pp. 11-13.

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1 8

histórico en el cual los dirigentes han actuado y las fuerzas que han modelado sus

acciones.

Otra herramienta de la historia útil para nuestros propósitos guarda relación con

los diferentes usos que se le asigna a la periodización. Una de las preocupaciones

centrales del pensamiento histórico ha consistido en inscribir las distintas fases y

temporalidades, así como los acontecimientos, dentro de una cierta duración, la cual

debe conferirles un sentido preciso. De ahí se ha cultivado la tendencia por

periodizar, es decir, por establecer unos marcos cronológicos, con momentos de

inicio y de finalización que particularizan un determinado período y que precisa el

valor de los acontecimientos, cuyas fronteras recubren.

Una periodización, empero, no constituye un mero ejercicio intelectual; es una

disputada y polémica herramienta interpretativa y explicativa que contiene una

poderosa fuerza analítica. Cuando se periodiza, se seleccionan unos acontecimientos

o unas dinámicas como momentos-fuerzas que catalizan un determinado período

histórico. Se privilegian unas variables en desmedro de otras. Generalmente, las

periodizaciones son concebidas comenzando con un evento, cuyo impacto se quiere

destacar. Mientras los franceses han definido el inicio de la historia moderna y

contemporánea en la Revolución Francesa de 1789, los italianos lo sitúan en el

Risorgimento, los latinoamericanos alrededor de 1870 cuando empezó la

consolidación de los Estados naciones y la historiografía soviética privilegiaba, por

obvias razones, la Revolución Rusa de octubre de 1917.

Nuestra periodización sigue una secuencia distinta a la que ha sido tradicional

en la historiografía sobre Rusia. No se estructura para cubrir el período en el poder

de un determinado gobernante. Arranca de la premisa de que los marcos temporales

deben dar cuenta de aquellos movimientos subterráneos que jalonaron un

determinado período. Dentro de esta perspectiva, somos de la opinión de que el

siglo XX ruso no cubre únicamente los años que perduró el régimen soviético, ni

tampoco los marcos cronológicos del “breve siglo XX” de Eric Hobsbawm. El siglo

XX ruso-soviético abarca poco más de cien años y se extendió desde la década de

1880 hasta el crucial año de 1987. El elemento que define y le da un sentido a este

extenso período es la cimentación de unas formas de modernidad a través de

distintas propuestas nacionales de modernización. Se

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 9

inicia en la década de 1880, cuando se puso en marcha un acelerado proceso de

modernización capitalista en Rusia, que se inscribía en una determinada historia

mundial y culmina en el año de mayor esplendor del gorbachovismo, cuando tanto

parte de la élite como vastos sectores de la sociedad se trazaron como objetivo una

mayor imbricación de la Unión Soviética y posteriormente de Rusia en una

amplificada historia global. Con 1987, el gran año de la Perestroika, finaliza este

siglo porque supone la trascendencia de los intentos de modernización nacional.

Este “siglo veinte ruso” se puede subdividir en varias coyunturas: la primera, la

de la “modernización zarista y las revoluciones”, abarca los años comprendidos

entre 1880 y 1921, período caracterizado por la puesta en marcha de un proyecto de

capitalismo, el cual desencadenó una serie de tensiones sociales que alcanzaron su

punto más álgido en las tres revoluciones que sacudieron al imperio y que

destrozaron los bastiones de la modernización socio económica en los que se había

empeñado el zarismo.

En los inicios de la década de los veinte se inicia una nueva coyuntura de

modernizaciones, disímiles en cuanto a sus inspiraciones y alcances, proceso que la

Segunda Guerra Mundial abruptamente interrumpió. La primera de estas

modernizaciones se articuló en torno a la economía de mercado y a un extraño

capitalismo de Estado, mientras la segunda consistió en una propuesta de mo-

dernización endógenamente rusa.

La Segunda Guerra Mundial se constituye en un importante punto de inflexión,

pues se convirtió en una bisagra que vinculó dos coyunturas históricamente distin-

tas: la de una Unión Soviética internamente autodefinida con la de una potencia

mundial que se imbrica, contra su voluntad, en unas dinámicas globalizantes

territorializadas. Esta nueva coyuntura se extiende hasta finales de la década de los

sesenta, momento en el cual se agudizó la tensión entre la lógica del modelo

nacional con el despliegue de las tendencias globalizantes, de las cuales la Unión

Soviética indefectiblemente hacía parte. Finalmente, encontramos una última

coyuntura, la de la imbricación de Rusia en la historia global, etapa que se subdivide

en dos ciclos: la resolución de la tensión entre planificación y mercado y, la otra, de

reconstitución de Rusia en condiciones de una historia global. Las fronteras

cronológicas y las coyunturas que se infieren de esta larga duración constituyen los

diferentes apartados en que hemos dividido este trabajo.

H U G O F A Z I O V E N G O A

2 0

Un par de aclaraciones finales son necesarias. La trascripción de los nombres y

palabras rusas y de las restantes nacionalidades que integraban la Unión Soviética

se han realizado de acuerdo con la pronunciación fonética rusa, siguiendo las

normas propuestas en el diccionario ruso-español de Martínez Calvo, de ediciones

Sopeña. En algunas ocasiones, hemos utilizado textos traducidos de otros idiomas

en los cuales existen normas diferentes. En tales casos, en el texto hemos seguido

empleando la trascripción fonética al español y en la nota de pie respectiva citamos

el nombre o la palabra tal cual aparece en la fuente. La otra aclaración es que todas

las citas han sido vertidas por el autor del presente trabajo.

2 1

Primera parte.

La modernización zarista y las revoluciones

(1880-1921)

La atomización del sistema socialista y la desaparición de la Unión Soviética,

extraordinarios acontecimiento de finales del siglo XX, fueron una clara

demostración de que la experiencia socialista soviética, incluida su revolución de

octubre de 1917, a diferencia de la francesa de 1789, sólo logró encarnar una gran

ilusión, sin llegar a representar una nueva forma de civilización 21 . Si bien es

indudable que la revolución de octubre fue uno de los acontecimientos más

importantes del siglo XX22, al propiciar la división del mundo en dos sistemas

socioeconómicos y políticos irreconciliables23, no pudo erigirse en la apertura de una

nueva era en la historia de la humanidad, básicamente en razón de que no fue capaz

de resolver una tensión a tres bandas que atravesó buena parte de su historia: de

una parte, la pretensión de numerosos políticos, incluidos algunos de sus más

ilustres líderes, así como de numerosos intelectuales a lo largo y ancho del mundo

por convertirla en el germen de una pretendida universalidad (inicio de un nuevo

mundo, una nueva era), de otra parte, su causalidad y contingencia eminentemente

locales, las cuales se inscribía en profundidad en la historia rusa, y, por último, la

presión de un conjunto de procesos mundiales, a los que la dinámica histórica

ruso-soviética debió, pero no pudo ni supo adaptarse y, cuando lo consiguió vio

alterada su naturaleza.

21 Francois Furet, Le passé d'une ¡Ilusión. Essai surl’idée communiste au XX slécle, París, Robert Laffont/

Calman-Lévy, 1995. 22 Eric Hobsbawm, “Adiós a todo aquello” en Historia Crítica N. 6, 1992. 23 Marc Ferro, L’Occident devant la révolution d’octobre. L'histoire et ses mythes, Bruselas, Editions

Complexes, 1980.

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2 2

Esta tensión a tres bandas entre la proyección que se le concedió a esta gesta

revolucionaria, la causalidad local que envolvió este estallido social y la retroa-

limentación que se presenta entre la historia rusa y la dinámica mundial se convirtió

en una encrucijada que produjo un gran desconcierto entre la mayor parte de los

especialistas. Esta nebulosidad que se cernió sobre los estudios ruso-soviéticos se

explica primordialmente por varios motivos: la mayor parte de las interpretaciones

de la revolución de octubre concentró su atención en las actividades desplegadas por

los círculos revolucionarios en las dos ciudades rusas más importantes —Petrogrado

y Moscú2,1-, escala de análisis que permitía establecer una línea de continuidad con

el proceso de radicalización de la Revolución Francesa y de la cual se podía inferir

que la lógica revolucionaria se situaba dentro del canon de la modernidad, pero

escasos fueron los intentos por intentar dar cuenta de la manera cómo se desarrolló

este proceso revolucionario en las inmensidades y profundidades de la historia

social rusa. Como lo demostrarían los hechos, por fuera de estas dos ciudades, la

gesta revolucionaria quedó inscrita en otras temporalidades, y se le asignaron

“usos” diferenciados, distintos a los de los revolucionarios urbanos.

La compenetración con lo “internacional”, por su parte, también fue escasa-

mente analizada, a excepción de ciertos hechos contingentes como la pertenencia de

los radicales revolucionarios rusos a las corrientes socialistas europeas o el papel

desempeñado por el entretejido de la Primera Guerra Mundial en el estallido

revolucionario. Pero el enlazamiento entre la experiencia soviética y las profundas

transformaciones que estaba experimentando el mundo con la intensificación de las

tendencias globalizantes internacionalizadas fue esquivado por la literatura

especializada. Esta prefería circunscribir el acontecimiento a la realidad propia de

Rusia, sobre todo en razón del atraso y del insuficiente grado de modernización que

experimentaba el país. La literatura especializada olvidaba, sin embargo, una

situación tan importante como era el hecho de que con la intensificación de la

globalización internacionalizada decimonónica, lo global se había convertido en una

válvula de escape que impulsaba a una sincronización de las disímiles trayectorias

históricas nacionales, la rusa incluida24 25.

24 León Trotsky, Historia de la Revolución rusa, dos volúmenes, Santiago, Quimantú, 1972. Marcel

Lieberman, The Russian Revolution. The Origins, Phases and Meaning of the Bolshevik Victory, Londres, Jonathan Cape, 1970.

25 Charles Bright y Michael Geyer, “From a unitied history and rhe world on the twentieth century” en Radical History Revieiv N. 39, 1987.

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2 3

Otra característica de la mayor parte de estos trabajos consistió en visualizar el

estudio de esta revolución en una perspectiva que cierta historiografía francesa

llamaría de corta duración. Esta escala de análisis en torno a un marco temporal

breve fue una tendencia que primó entre los autores soviéticos, porque un proceder

tal les permitía destacar el papel de vanguardia desempeñado por el partido

bolchevique26. Para los críticos de la revolución, un análisis en los mismos términos,

los facultaba para sostener la tesis del carácter “totalitario” del acontecimiento,

porque en esta acción habría participado un pequeño segmento de la población en

oposición a los deseos e intereses de las grandes mayorías 27 . Pero, como

habitualmente ocurre la historia apenas tuvo en cuenta este tipo de intenciones

humanas.

A nuestro modo de ver, y con el ánimo de soslayar estos resabios que hemos

heredado del canon interpretativo que imperaba en la época de la guerra fría, somos

de la opinión que se debe procurar inscribir el acontecimiento (la revolución de

octubre de 1917), así como la corta duración que promocionó el evento, dentro de

una perspectiva temporal y espacial más amplia. La revolución debe situarse en una

perspectiva de larga duración. Un procedimiento tal nos conduce a acometer una

historia social de la revolución, historia que decodifica los elementos de

permanencia con los de cambio, los movimientos estructurales con los

circunstanciales y que ubica los acontecimientos rusos en una dinámica más

abarcadora, donde lo mundial actúa como una importante clave en la interpretación.

En síntesis, proponemos una perspectiva de análisis que consiste en una apuesta por

acometer una historia donde la cronología sea sustituida por los elementos

estructurales y los acontecimientos se analicen de acuerdo con la propia historicidad

de la cual son portadores.

Un análisis en estos términos nos permite dar respuesta a varias incertidumbres

que han sembrado dudas sobre la validez de las interpretaciones que tra-

dicionalmente se han esgrimido sobre la historia rusa y soviética: la primera es que si

la revolución no fue otra cosa que la imposición de un régimen totalitario28, o sea, el

establecimiento de un poder omnipotente y omnipresente por parte de una casta

dominante que habría estrangulado y ahogado la sociedad y

26 A. T. Kulkina, Páginas de la historia soviética, Moscú, Politzdat, 1979 (en ruso). 27 Véase, Adarn Ulam, Lenin and the Bolsheviks, Londres, Penguin, 1975, pp. 409-587. 28 H. Arcnt, Le systéme totalitaire, París, Seuil, 1972.

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2 4

la naciente democracia, y si la revolución de octubre fue algo presuntamente tan

lejano y ajeno a las intenciones e intereses de las grandes masas de la población ¿por

qué amplios sectores sociales salieron en defensa del proceso revolucionario en los

difíciles años de la guerra civil? ¿Por qué no lucharon más bien para liberarse de las

ataduras que les imponían los líderes bolcheviques?

De otra parte, si la revolución fue, como lo pretendió demostrar la literatura

oficial soviética, una marcha triunfal de las clases trabajadoras para construir un

paraíso celestial en la tierra ¿por qué los bolcheviques tuvieron que adaptar sus

discursos y objetivos a las realidades sociales que les fueron impuestas por otros

actores, muchos de los cuales nada sabían y poco se interesaban por el socialismo?

Por último, si en el cambio entre los siglos XIX y XX los países más poderosos tenían

el monopolio de significación de los acontecimientos y si Rusia, no obstante su

centralidad en algunos ámbitos, era un país de segundo orden en el concierto de las

naciones ¿en qué momento y bajo que circunstancias la revolución se convirtió en un

acontecimiento planetario?

El núcleo principal que establece la diferencia entre nuestra interpretación y las

corrientes que, hoy por hoy, podemos tildar de tradicionales, es que de acuerdo con

nuestra perspectiva la historia soviética no fue el resultado de la aplicación o de la

validez de una ideología que se habría interpuesto en la práctica histórica para

encaminar a Rusia por unos derroteros preestablecidos. Por el contrario, somos de la

opinión de que unas determinadas formas de condicionamiento social fueron, en

última instancia, las que puntualizaron la manera como se organizaron los espacios

políticos, sociales, culturales, económicos e incluso ideológicos en la Rusia

revolucionaria. En este sentido, al marxismo le correspondió un doble rol: primero,

permitió superar la división que existía entre eslavófilos (defensa del alma rusa) y

occidentalistas (partidarios de la modernización al estilo europeo); segundo,

proporcionó una coherencia y una cierta legitimidad ideológica a las formas

populares de organización, pero, de ningún modo, fue el referente doctrinal ni el

pilar organizativo a partir del cual se puso fin al viejo orden y se inició la

construcción de la nueva sociedad.

Al respecto, conviene recordar las sabias palabras del acreditado historiador

británico Eduard Hallet Carr, quien, después de largos años de plena inmersión en el

estudio de la realidad soviética, sostuvo una tesis muy polémica,

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

2 5

pero que, su momento, pasó prácticamente desapercibida: “Mientras la revolución toma

cuerpo, el cambio y la continuidad combaten codo a codo, peleando entre sí, a veces

fundiéndose, hasta que se establece una nueva síntesis durable (...) mientras más lejos

queda en el tiempo el impacto inicial de la revolución, con más fuerza se impone el

principio de continuidad sobre el principio de cambio. Esto obedece al parecer a tres

motivos. En primer lugar, las revoluciones, por muy universales que sean en sus

aspiraciones y en su alcance, son obra de un entorno material concreto y de unos

hombres educados en una determinada tradición nacional. El programa revolucionario

ha de adaptarse a la realidad condicionadora del medio. Tanto el medio como el pasado

histórico modelan los supuestos a través de cuyo prisma se ven y se interpretan

inconscientemente los ideales revolucionarios. En segundo lugar, la victoria

revolucionaria, al transformar al movimiento insurreccional en gobierno establecido,

altera el carácter de la revolución en beneficio del principio de continuidad. En ciertos

aspectos técnicos, todos los gobiernos se parecen, piensan y obran como si se

encontraran en el polo opuesto de la revolución: una vez que ésta logra sus objetivos y

se instala en el poder, ha de poner fin a nuevos cambios revolucionarios, y automá-

ticamente reaparece el principio de continuidad. En tercer lugar, al triunfar un

movimiento revolucionario, éste se transforma en gobierno y ha de entablar relaciones,

amistosas u hostiles, con otros Estados”29.

Para comprender, en toda su complejidad, las distintas maneras como

dialécticamente convivieron los elementos de permanencia con los de cambio en la

Rusia de finales del siglo XIX e inicios del XX, iniciaremos nuestro recorrido con el

planteamiento de una tesis, la cual nos permitirá organizar nuestra argumentación y, de

esta manera, podremos adentrarnos en este complejo laberinto histórico: en las dos

primeras décadas del siglo XX, Rusia fue sacudida por tres imponentes revoluciones: la

de 1905, que en algunas regiones se extendió hasta 1907, y las de febrero y octubre de

1917. Estos acontecimientos fueron válvulas de escape que buscaron liberar las

presiones sociales a que había dado lugar el acelerado proceso modernizador ruso

impulsado por el régimen zarista a finales del siglo XIX y, en su encadenamiento, estas

revoluciones arrasaron con los bastiones modernizadores del anterior régimen.

En efecto, todos los estudiosos convienen en señalar que, al despuntar el siglo XX, la

Rusia imperial se había convertido en una sociedad en plena mutación. En vísperas de

la Primera Guerra Mundial la Rusia contaba con una población de 159,2 millones de

habitantes, de los cuales 28,5 millones (18%) vivían en las ciudades y 130,7 millones

29 Edward HaWct Can, El socialismo en un solo país, 1924-1926, tomo 1, Madrid, Alianza, 1974, pp. 1618.

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2 6

(82%) permanecían en el campo. La población de Rusia mostraba un fuerte dinamismo.

En ello intervenía dos factores: la expansión territorial del imperio y el rápido

crecimiento vegetativo de la población. Fue así como el número de personas aumentó

de 14 millones de habitantes en 1772 a 36 millones en 1796 y alcanzó la cifra de 94

millones de rusos y 125.6 millones de habitantes a lo largo y ancho de todo el territorio

del imperio en 1897. En 1913, la población total, incluyendo a Polonia y Finlandia, era de

161,7 millones de los cuales 137.2 en el territorio que posteriormente pertenecería a la

URSS en 192030.

El aumento de la población transcurría paralelo a una sensible transformación

social, cuyo eje central consistía en estimular el advenimiento de una sociedad

moderna. Desde la década de 1880 se venía asistiendo a un acelerado proceso de

modernización capitalista, cuyo núcleo se localizaba en el establecimiento de nuevas y

modernas capacidades infraestructurales, industriales y de servicios. Dada la

precariedad del capitalismo endógeno y su retardo en comparación con el de las

potencias europeas, la modernización rusa contó en sus inicios con varias

particularidades, las cuales convirtieron este experimento en un hecho singular. De una

parte, contó con una amplia participación del Estado, el cual actuaba como

programador del desarrollo económico. De la otra, una fuerte presencia de capital

extranjero, el cual se concentró en las áreas más sensibles y rentables de la economía,

con lo cual el nuevo sistema socio económico se transfiguró en una especie de

capitalismo internacionalizado.

El tipo de modernización, así como las particularidades que le eran inherentes,

encontraron todo su sentido en las grandes transformaciones que venían

experimentando gran parte del mundo desde mediados del siglo XIX. Esta fue una

época caracterizada por una acentuación de fenómenos tales como el colonialismo, el

imperialismo, masivas migraciones intra y extra continentales y la consolidación de una

economía en vías de mundialización, situaciones que le

daban sustento a la idea de que se asistía a la consolidación de un conjunto de procesos

que permitían imaginar al mundo como un todo.

Esta fue una época en la cual se asistió a la aparición de “lo global”, situación

que se caracterizaba porque se presentaron transformaciones simultáneas y más o

menos análogas en la organización del poder, la producción y la cultura en distintas

30 Franjois Seurot, Lesystémeéconotniquede I'URSS, París, Presses universitaires de France, 1989, p. 10.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

2 7

regiones del planeta. Fue una época de crisis regionales sincronizadas y, aunque si

bien reflejaban las dinámicas propias de las particulares trayectorias de desarrollo,

se convirtieron en el origen de una historia propiamente mundial porque tuvieron

lugar en un contexto de interacciones entre regiones cada vez más competitivas,

competencia inducida en alto grado por las intervenciones coloniales e imperialistas

europeas y posteriormente estadounidenses. En otras palabras, el mundo se

encontraba en los inicios de una historia mundial en condiciones de una

globalización internacionalizada, de tal suerte que la modernización rusa quedó

inscrita dentro de este contexto.

No fue, por tanto, un hecho fortuito, que a medida que avanzaba la segunda

mitad del siglo XIX, las autoridades zaristas asumieran de manera enérgica que

había llegado la hora de modernizar el país. Para ese entonces, Rusia era una de las

naciones más atrasadas de Europa y, a diferencia de varios de sus similares

europeos, se encontraba aún distante de iniciar un despegue económico a través de

la revolución industrial. «

Para las elites rusas la modernización se convirtió en un objetivo en sí, que debía

permitir resolver al mismo tiempo los dos problemas mayores que aquejaban al

conjunto de la sociedad. El primero era una decisión política que afectaba la

estructura económica. Consistía en mantener a Rusia a la altura de las demás

potencias europeas, las cuales se estaban adaptando aceleradamente a los

requerimientos de la Segunda Revolución Industrial. La Rusia imperial, si deseaba

conservar sus compromisos internacionales, debía acometer un proceso de

modernización que la mantuviera en pie de igualdad con los restantes países

europeos.

Pero, la transformación de la sociedad rusa también obedecía a motivaciones de

otra índole. En el fragor de las competiciones colonialistas e imperialistas, las

tensiones internacionales iban en constante aumento y Rusia requería disponer de

medios y de una infraestructura que garantizaran la perennidad de su

H U G O F A Z I O V E N G O A

2 8

status de “gendarme de Europa” y, de esa manera, procurar satisfacer sus

expansionistas intereses nacionales. Esta tarea resultaba tanto o más imperiosa en la

medida en que en la segunda mitad del siglo XIX las autoridades de Rusia

expresaron el propósito de expandir su dominio territorial en Asia, en dirección a

China, del cual obtuvo un acuerdo para construir un ferrocarril en 1896, y el Asia

Central y Septentrional.

En la medida en que esta deseabilidad del impulso modernizador era, a la postre,

un asunto de naturaleza política y geopolítica, no fue extraño que el Estado se

convirtiera en el agente principal encargado de promocionar la modernización, es

decir, asumiera la tarea de suscitar y orientar la estrategia de transformación. Este

rol protagónico del Estado explica también el hecho de que la consolidación de la

economía industrial se llevara a cabo a través de la construcción de una amplia red

de líneas férreas.

En la concepción de las autoridades zaristas y particularmente del Ministro de

Economía, el conde Serguei Witte, principal arquitecto de esta iniciativa

modernizadora en los ochenta, el ferrocarril debía cumplir varias funciones: de una

parte, tenía que estimular la demanda constante de productos industriales y, en ese

sentido, debía actuar como un acelerador de la industrialización y no sólo por los

eslabonamientos económicos que generaba (producción de acero, hierro, carbón,

industria metalmecánica, construcción portuaria, almacenaje, madera,

modernización y elevación de la productividad en el campo, además de las nuevas

posibilidades que inauguraba para intensificar la unificación del mercado nacional y

de éste con los colindantes), sino también por los impactos financieros, ya que el

ferrocarril demandaba grandes recursos monetarios, porque inducía a importantes

avances científicos y tecnológicos (mejoras en la producción de hierro y acero,

ingeniería mecánica, construcción de túneles y puentes) y porque intensificaba el

comercio interno e internacional e implicaba un mayor compromiso de los

inversionistas extranjeros con el desarrollo económico de Rusia.

También tenía que servir para unificar el mercado interno, ya que Rusia, por la

amplitud de sus dimensiones, por las enormes distancias que separaban los

distintos circuitos económicos, requería de un medio que articulara las diferentes

regiones económicas. Al ferrocarril se le asignaba asimismo un importante papel en

materia de seguridad. Rusia, “el gendarme de Europa”, ne-

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

2 9

cesitaba de un ágil medio de transporte para llevar a cabo sus acciones militares. La

derrota sufrida en la guerra de Crimea a manos de franceses e ingleses se debió,

entre otros factores, a la dificultad que experimentó el régimen para movilizar a sus

soldados al frente de batalla.

Por último, el ferrocarril debía producir otro efecto derivado: la construcción de

un espacio y un tiempo nacionales, propósito fundamental para un país

multinacional como era la Rusia zarista, donde cada pueblo, aldea o ciudad no sólo

disponía de su propio registro temporal, sino que vivían además en disímiles

condiciones temporales. El ferrocarril debía, por tanto, sentar las bases para la

constitución de una espacialidad imperial, comandada desde el centro, que, al

acortar las distancias, desvinculaba a los individuos con respecto a su tiempo

regular y cíclico natural y los reubicaba en una dimensión espacio temporal nueva:

la de la modernización

Los resultados de esta estrategia fueron contundentes: si en 1840 existían sólo 27

Km. de líneas férreas, en 1870 se habían superado los 10 mil kilómetros, en 1885 ya

existían 24.910 Km., para 1895 se habían construido 31.500 Km. y en 1900 se pasó los

60 mil para rondar los 70.000 Km. en 1910. Fue tal la centralidad asignada al

ferrocarril que alrededor de la mitad de la deuda nacional contraída por el gobierno

en esos años se destinó únicamente a este rubro. El cuadro 1 suministra unos datos

que permiten hacerse una idea del crecimiento registrado por el ferrocarril en Rusia

en comparación con otros países de Europa y América del Norte.

La manera como se dio inicio a este proceso de industrialización inducido a

través de determinadas políticas públicas es importante también para comprender

las características que se le imprimieron a procesos análogos que tuvieron lugar en

las décadas de 1920 y 1930. En todos estos sucesivos giros históricos, la

industrialización fue el resultado de la proyección del Estado en la vida económica.

Es decir, en la experiencia histórica moderna de Rusia al Estado siempre le ha

correspondido desempeñar la tarea de agente y programador de la

industrialización.

Esta estrategia ya se había puesto en marcha durante el reinado de Pedro I, en los

inicios del siglo XVIII, pero con la diferencia de que el llamado Grande no tenía en

la industrialización un fin en sí; simplemente la concebía como un

H U G O F A Z I O V E N G O A

3 0

CUADRO 1 LÍNEAS FÉRREAS EN KM. (PAÍSES SELECCIONADOS)

Tal como puede observarse en el cuadro 2, el crecimiento económico de Rusia en

1840 1870 1910

Gran Bretaña 2390 21558 32184

Francia 410 15544 40484

Alemania 469 18876 61209

Bélgica 334 2897 4679

España - 5295 14684

Italia 20 6429 18090

Portugal - 714 2448

Suiza - 1421 3867

Austria Hungría 144 6112 22642 Rusia 27 10731 66581

Estados Unidos 4510 84675 410475

medio para modernizar los ejércitos. De ello podemos inferir, que el papel asumido

por el Estado durante la industrialización estalinista durante la década de los treinta

no constituyó una anomalía, sino que fue la reedición en el tiempo de una profunda

tendencia histórica. Otro aspecto conviene recordar de la industrialización iniciada

en la década de 1880: fue uno de los primeros ejemplos en la historia mundial de

crecimiento industrial directo suscitado bajo intervención estatal.

CUADRO 2

CRECIMIENTO PROMEDIO DE LA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL (EN

PORCENTAJE POR AÑO)

Rusia EE.UU. Gran Bretaña

1885 6,10

8,75 4,56

1890 8,03

5,47 1,80

1907 6,25

3,52 2,72

1913 5,83

5,26 2,11

Fuente: A. Genscheron, “The rate of growth in Russia” en Journal of econontic history V. 7, p. 156.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

3 1

el cambio de siglo fue muy elevado e, incluso, su promedio era superior al de una

potencia emergente tan importante como Estados Unidos y de otra histórica como

Gran Bretaña. Este impresionante crecimiento industrial desató la euforia de los

capitalistas locales e internacionales. Como resultado de ello, a principio del siglo

XX, el capitalismo empezó a reproducirse de modo sistemático en suelo ruso, pero,

por las formas predominantes de agricultura, que seguían siendo ancestrales, no

logró constituirse en un sistema que lograra permear todos los poros de la sociedad.

Más bien funcionaba a modo de enclave, es decir, reprodujo algunos núcleos

densamente modernos desde una perspectiva capitalista, los cuales convivían con

otros amplios sectores donde predominaban formas de explotación tradicionales.

El interés de los inversionistas nacionales e internacionales en la experiencia rusa

introdujo un cambio en la modalidad de industrialización en los albores del siglo XX.

Si en las décadas de 1880 y 1890, el Estado fue el arquitecto y el impulsor de la

industrialización, al comenzar el nuevo siglo el dinamismo principal recayó en el

sector privado. Este desplazamiento de la iniciativa fue el resultado del auge de este

último, de la calidad de las reformas introducidas por el Primer Ministro Stolipin, las

cuales comentaremos más adelante, y también porque encontró un estímulo en el

aumento de los precios agrícolas, que elevaron fuertemente la demanda.

A lo largo de toda esta coyuntura, el naciente capitalismo ruso desarrolló un

conjunto de particularidades, muchas de las cuales fueron el resultado del anhelo de

superar rápidamente el atraso. En primer lugar, tal como lo señalábamos, en el

estadio inicial del desarrollo del capitalismo la participación del Estado desempeñó

un papel central. En segundo lugar, la economía industrial se caracterizó por su alto

nivel de concentración en grandes empresas, o sea, utilizaba técnicas con fuerte

intensidad de trabajo poco o nada calificado. Un rasgo común de la industria rusa

fue la existencia de empresas que contaban con miles de obreros, como la legendaria

fábrica Putilov, que desempeñaría un papel tan importante durante las revoluciones

de 1917, donde laboraban más de 40 mil trabajadores. Cabría destacar que la

proclividad por construir grandes unidades de producción, la “gigantomanía”

empresarial, se remonta a esta época y no al período estalinista como se afirma

generalmente.

Al tiempo que se avanzaba hacia esta gran concentración industrial, la tendencia

contraria seguía latente: las pequeñas empresas conservaban un peso nada

despreciable en la economía nacional. Por ejemplo, en 1915 alrededor del 65% de los

trabajadores industriales, es decir, algo más de 5 millones de personas trabajaban en

H U G O F A Z I O V E N G O A

3 2

pequeñas empresas y realizaban el 33% del total de la producción industrial. Lo

mismo ocurría en el comercio: si bien a comienzos de siglo habían aparecido formas

monopolistas en el comercio y la participación del capital bancario en este sector era

muy grande, el 87% de la circulación total de mercancías se realizaba en pequeños

negocios. La tendencia, sin embargo, apuntaba hacia la disminución de las pequeñas

empresas. Sólo durante la recesión de 1900 a 1903 quebraron más de 3.000 de estas, la

mayor parte de las cuales fue absorbida por las más grandes.

En tercer lugar, la industria rusa contó con masivas inversiones extranjeras, las

cuales se canalizaron mayoritariamente a través del Estado. Se ha estimado en 4.225

millones de rublos la inversión extranjera durante el período 18981913 de los cuales

2.000 millones de rublos consistían en préstamos estatales. En 1914, la suma total del

capital extranjero invertido en Rusia ascendía a 8.000 millones de rublos, en los

cuales estaban incluidos los derechos de propiedad sobre dos tercios del sistema

bancario, la propiedad mayoritaria de minas y otras empresas, deudas de organismo

locales y empresas agrícolas, etc.

De acuerdo con estimaciones de un autor de la época soviética, en 1900 alrededor

del 28,5% del capital de las compañías privadas era de origen extranjero. Para 1913 la

participación de este sector ya se había empinado al 33%. Fue tal la atracción que la

economía rusa despertó en los inversionistas extranjeros que durante todo este

período el capital foráneo registró una tasa de crecimiento mayor al nacional. En

términos generales, mientras el primero aumentó un 85% el segundo creció el 60%3'.

Las inversiones extranjeras se concentraron principalmente en rubros de alta

rentabilidad: representaban el 90% en la industria minera, el 42% en la industria del

hierro, el 28% en la textil y el 50% en la química. En cuanto a los países de

procedencia de estas inversiones, Francia ocupaba el primer lugar con un 33%,

seguida por Gran Bretaña el 23% y Alemania el 20%. 31

31 Alee Nove, Historia económica de la Unión Soviética, Madrid, Alianza, 1973, p. 21.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

3 3

Es evidente que Rusia, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, era un país

que se encontraba en pleno crecimiento económico. La producción industrial había

crecido en promedio en un 8% en la última década del siglo XIX y a más del 6% en

los primeros tres lustros del XX. La producción de cereales aumentó en un 2% en

promedio entre 1880 y 1913, lo que convirtió a Rusia en el primer exportador de

cereales del mundo.

Entre los logros de esta modernización podrían citarse el aumento de las

reservas de oro, la creación de modernos ferrocarriles y de una tecnología bastante

avanzada en algunas ramas industriales, como la textil. Entre sus debilidades cabe

mencionar la mediocridad de algunas industriales, tales como la química y la

construcción mecánica. Desde el punto de vista de las instituciones económicas,

Rusia también se acercaba a las de un país moderno; los bancos y el comercio

minorista se reproducían de acuerdo con los estándares franceses e ingleses. El

ingreso per cápita todavía era inferior al de los países más avanzados, pero se

aproximaba al de España y el del imperio austro-húngaro. No obstante estos

desequilibrios, en cuanto a la capacidad productiva Rusia ocupaba el tercer lugar

entre las potencias económicas del mundo en vísperas de la Primera Guerra

Mundial32.

Es indudable que Rusia atravesó por una profunda coyuntura de transformación

a lo largo de esos años. Pero dos interrogantes se vienen inmediatamente a la mente:

¿permiten los logros alcanzado por esta modernización sostener que en el cambio

de siglo Rusia se había convertido en un país capitalista? Y ¿de haber seguido por

esa senda modernizadora el coloso euroasiático habría podido dejar

definitivamente atrás su secular histórico atraso?

La manera como se ha respondido a estos interrogantes estableció una clara

línea divisoria entre los defensores y los detractores de la Revolución de octubre. El

tema que gravitaba en torno al primer interrogante dominó buena parte de la

literatura marxista, la cual, apoyándose en un célebre trabajo de Lenin, “El

desarrollo del capitalismo en Rusia”, pretendió demostrar que la revolución

bolchevique no tuvo lugar en un país atrasado, sino en una sociedad capitalista,

tesis que permitía argumentar que el tipo de sociedad que se construyó durante la

etapa soviética fue poscapitalista, o sea, socialista.

32 Fran^ois Seurot, op. cit, pp. 30-31.

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3 4

Los detractores le asignaron mayor importancia al tema que se vincula con el

segundo interrogante porque ello les permitía defender la idea de que el crecimiento

económico pudo haber sido mayor de haber seguido Rusia por la senda de la

“modernización”. Ambas interpretaciones, sin embargo, se quedan a medio camino

porque los primeros pierden de vista la historicidad del capitalismo y los segundos

el contexto en el cual se desenvolvía la “modernización”. En síntesis, ninguna de las

dos corrientes problematizaba el grado de permeabilidad que alcanzó el capitalismo

en la sociedad rusa ni tampoco el cúmulo de tensiones que dicha modernización

generó.

Para desenredar este asunto debemos tomar en cuenta una variable muy

importante: la naturaleza de la sociedad rusa durante este período de transfor-

mación. No obstante el anhelo de las autoridades en promocionar una rápida

industrialización y los logros alcanzados en este ámbito, Rusia seguía siendo un país

fundamentalmente agrario, contaba con una extensa población campesina y este

sector social, anclado en lo más profundos de sus tradiciones, se hacía portador de

una mentalidad opuesta a los emblemas de la modernidad. Por esta razón

consideramos que la industrialización no puede analizarse al margen de la

morfología de la sociedad entonces imperante. El asunto cardinal que tensionaba la

modernización con el tipo de organización social existente consistía en que la

primera debía acabar con las instituciones sociales que estaban inhibiendo las

posibilidades de desarrollo.

El escollo más importante lo representaba la población campesina, problema

bien espinoso porque de acuerdo con el censo de 1897, el único realizado en la época

zarista, el 84,2% de los habitantes de la Rusia europea se inscribían dentro de la

categoría de campesinos, según su “estado social”, aunque el 6,7% de los mismos

vivían en las ciudades.

Este porcentaje, sin duda, era mayor, toda vez que no se contabilizaba como

campesinos a los cosacos ni a ciertos agricultores no rusos. En los hechos, dentro de

los límites del imperio, la población rural se elevaba a un 87%, a lo cual se agregaba

numerosos “habitantes urbanos”, quienes, en realidad, eran trabajadores

campesinos, que alternaban la vida de la ciudad con la del campo. Esto nos lleva a

concluir que aproximadamente el 90% de la población total estaba compuesto por

campesinos o por individuos que se encontraban en contacto permanente con el

medio rural. Una situación análoga se presenta cuando se

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

3 5

observa la composición de las clases trabajadoras: al menos cuatro de cada cinco

personas del total de asalariados trabajaba en el campo. El mismo escenario tiene

lugar entre la tropa: aproximadamente el 80% de los reclutas en el ejército procedía

de la población campesina33. Es decir—tanto el capitalismo como la modernización

se encontraban constreñidos por este océano campesino.

Los datos cuantitativos, de por sí impresionantes, revelan una faceta aún más

compleja, cuando se observa el tipo de campesinado imperante en Rusia en esas

décadas. Hasta 1861, año en que se decretó el fin de la servidumbre, los campesinos

eran siervos, es decir, no sólo se encontraban sometidos a una disciplina brutal, sino

que además eran propiedad legal de los terratenientes o del Estado. En muchos

aspectos, los siervos en Rusia recuerdan a los esclavos traídos a América procedentes

de Africa. Eran objeto de compra o de venta, de manera individual, por familias o

poblados enteros. Se calcula que a finales del siglo XVIII, había en Rusia unos veinte

millones de siervos de propiedad privada y otros 14 o 15 millones pertenecientes al

Estado.

A mediados del siglo XIX, numerosos miembros de la elite eran conscientes de

que este régimen de servidumbre se había convertido en uno de los factores que más

estaba perpetuando el atraso de la sociedad rusa. La servidumbre representaba un

poderoso obstáculo para el progreso tecnológico porque el trabajo de los siervos era

totalmente gratuito. A ello además se sumaba el hecho de que los siervos carecían de

motivaciones para aumentar la productividad e inhibían la conformación de un

mercado laboral.

Pero la servidumbre no sólo representaba un costo económico, también era un

estorbo en el plano militar. La servidumbre se había convertido en un obstáculo para

la modernización del ejército, en concreto, para la creación de un sistema de

reservas, porque las autoridades no se atrevían a permitir que unos siervos,

poseedores de habilidades militares, regresaran con esos conocimientos y

habilidades a las aldeas natales. Debido a la servidumbre, por lo tanto, Rusia tenía

que mantener un ejército permanente que era enorme y caro.

Con la reforma de 1861, los siervos se convirtieron en campesinos, obtuvieron

libertad jurídica, derecho a casarse libremente, dispusieron de la posibi-

33 Teodor Shanin, La clase incómoda, Madrid, Alianza, 1983, p. 43.

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3 6

lidad de adquirir propiedades, emigrar, y recibir tierras, si bien de forma gradual.

De este modo, se rompieron las viejas ataduras que vinculaban al antiguo siervo con

su amo. Los terratenientes, por su parte, quedaron privados del derecho de vender o

regalar los campesinos y de inmiscuirse en sus asuntos privados o familiares. A los

campesinos se les otorgó la libertad para adquirir bienes y para dedicarse a cualquier

oficio.

Pero lo más importante fue que la reforma les concedió el derecho de rescatar las

tierras que se hallaban en su usufructo o que pertenecían al terrateniente. Mientras

se realizaba el rescate, los campesinos seguían a merced del terrateniente con cargas

gravosas, las cuales consistían o bien en el pago de un tributo en especio o en dinero

(obrok) o mediante prestación de servicios en las tierras del dueño. A partir de 1861,

en estas condiciones se encontraban los 23 millones de siervos de propiedad privada.

En 1866, otros 27 millones de campesinos del Estado recibieron tierras en las que

trabajaban a cambio de un impuesto34.

Si bien el fin de la servidumbre constituía un enorme avance, hacia los años

ochenta, cuando se dio impulso a la modernización, el campo ruso se alzaba como

un poderoso obstáculo. La estructura agraria no sólo debía modernizarse, sino que

debía constituirse en un engranaje del proceso de modernización. En tal sentido, la

modernización rusa demandaba abordar simultáneamente cuatro problemas básicos

relacionados con el agro y el campesinado. En primer lugar, debía acelerar la

disolución, al menos parcial, de la estructura social típica campesina —la comuna- y

promover una creciente integración de sus miembros en la nueva vida económica

del país. En tal sentido, conviene recordar que uno de los principales problemas que

generó la legislación de 1861 fue que dejó atado al campesinado a la comuna y al

pago del rescate de tierras al Estado.

La comuna (obschina) no era simplemente una instancia colectivista; para sus

miembros era su mundo (la llamaban mir, término que en ruso tiene un doble

significado: mundo y paz) y era la institución a través de la cual se relacionaban con

el resto de la sociedad. La comuna era el principal marco de referencia del

campesino, fundamento de su identidad, más importante que la idea de nación o de

imperio. Para el campesino no era fácil abandonar la

34 J. R. Me Nelly y William H. Me Nelly, Las redes humanas. Una historia global del mundo, Barcelona, Crítica,

2004, pp. 287-288.

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3 7

comuna. Ello implicaba perder las tierras que la comuna le había concedido en

usufructo temporal.

Tentar suerte por fuera del mundo conocido era una empresa muy arriesgada

toda vez que en ese entonces la industrialización estaba dando sus primeros pasos y

los centros industriales todavía no se convertían en magnéticos polos de atracción.

Por estas razones, una de las principales motivaciones de las autoridades fue

estimular la liberación de los campesinos de su estructura social típica. Este

problema a comienzos de siglo se hizo aún más imperioso en la medida en que la

revolución de 1905 había demostrado el poderío organizacional e insurreccional de

las obschinas.

Para alcanzar la mentada “modernización”, las autoridades tuvieron que rea-

lizar grandes esfuerzos encaminados a modificar el panorama social. Debilitaron a

la nobleza rusa, la cual, al no poder mantener el desafío planteado por la

modernización capitalista moderna, debió deshacerse de la mayor parte de sus

tierras.

Pero la acción más importante fue la abolición de los derechos de redención que

debían pagar los campesinos por el rescate de sus tierras. De acuerdo con una serie

de reformas iniciadas en 1906 por Piotr Stolipin, un reformista conservador, los

campesinos debían convertirse en individuos que dispusieran de un mayor margen

de libertad para abandonar sus comunas, adquirir la propiedad de las tierras que

cultivaban, comprar y vender tierras, trasladarse a la ciudad o emigrar. La finalidad

que se proponía el Primer Ministro Stolipin era fomentar la aparición de una clase

de campesinos propietarios próspera, eficiente y políticamente leal. Esta fue la

llamada “apuesta por el fuerte”, el campesino kulak. Hacia 1916, cerca de dos

millones de familias habían abandonado sus aldeas y explotaba fincas privadas.

Esto representaba aproximadamente el 24% de las familias de 40 provincias

afectadas en la Rusia europea.

En segundo lugar, la industrialización estaba obligada a reducir, al menos en

forma parcial, la importancia de la agricultura por medio de la inversión de los

excedentes agrícolas en la formación del capital industrial. Dada esta es- 35

35 Véase, León Trotsky, La Revolución de 1905, dos volúmenes, París, Ruedo Ibérico, 1972.

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3 8

tructura económica tradicional de Rusia, el campo debía convertirse en uno de los

principales factores de la acumulación. Las ganancias obtenidas en ese sector debían

destinarse a la naciente industria. Para tal fin se requería también que el campo ruso

se modernizara con el propósito de que se consolidaran estables relaciones de tipo

mercantil en el campo y entre este y las ciudades.

Este último punto era muy importante en la medida en que la mayoría de los

campesinos que se encontraban en las obschinas producían para el autoconsumo, es

decir, para sí y su familia, y sólo un pequeño excedente lo destinaba al mercado con

el ánimo de obtener dinero que les permitiera procurarse algún producto o utensilio

que necesitara de manera imperiosa.

La modernización del agro debía servir para que el naciente capitalismo se

organizara como un sistema en el vasto espacio del imperio y no siguiera fun-

cionando a modo de enclaves en determinados centros mineros o industriales.

Transformar las relaciones agrarias implicaba por tanto estimular el capitalismo

para construir un tejido social y económico más favorable a la industrialización y a

la consolidación del capitalismo.

En tercer lugar, estas reformas debían consolidar un mercado laboral, provocar

la movilidad de la mano de obra y garantizar una libre disponibilidad de la fuerza

de trabajo. Esta política se tradujo en un estímulo al proceso de diferenciación social

en el campo: apareció un campesinado próspero que, hacia 1913, representaba el

15% de la población agrícola, uno mediano, 20%, y una gran masa de campesinos

pobres, 65%. Esta diferenciación obviamente se encontraba en el corazón de los

objetivos modernizadores de los dirigentes, por cuanto romper con la

homogeneidad significaba que los campesinos dejarían de actuar unidos y más

importante aún florecerían intereses disímiles; unos vinculados a las políticas

trazadas por las autoridades (bastión social de las políticas gubernamentales) y

otros, obviamente, serían terreno abonado para la difusión de los ideales

revolucionarios, pero, en su conjunto, ya no actuarían mancomunadamente.

Estos objetivos resultaban ser tanto más importantes en la medida en que el

campo, así como la sociedad rusa, era eminentemente tradicional y totalmente

contrario a cualquier tentativa de introducción del capitalismo. Este fue el motivo

por el cual estas medidas fueron acompañadas por un conjunto de

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

3 9

reformas funcionales. Stolipin comprendió que para superar el atraso rural y para

desarticular el amplio movimiento campesino que se había consolidado durante la

revolución de 1905 había que enviar millares de campesinos a colonizar las tierras

vírgenes en Siberia, con lo cual se buscaba satisfacer las necesidades más

apremiantes de tierra por parte de la población campesina y eliminar así las

presiones que sobre la tierra ejercía el rápido crecimiento demográfico de la

población rural.

En esta misma dirección se inscribían otras medidas, entre las que se destacaba

la adopción de un marco de regulaciones para que las familias campesinas pudieran

separar sus parcelas de las comunidades campesinas sin consentimiento de estas.

Posteriormente, el 7 de agosto de 1906 se aprobó un ukase (decreto) sobre la

transferencia al Banco Campesino de una parte de las tierras estatales para ser

vendidas a los campesinos. A continuación el 5 de octubre se promulgó otro ukase

sobre la eliminación de algunas limitaciones a los campesinos, con lo que fueron

finalmente eliminadas las prestaciones personales y la caución solidaria -krugovaya

poruka-, ciertas restricciones sobre la movilidad de los campesinos y sobre la

elección del lugar de su residencia.

Las reformas de Stolipin, en síntesis, estaban destinadas a acelerar una evolución

en el campo con “la apuesta al más fuerte”: la conversión en hereditarias de las

tierras campesinas las cuales podían repartirse con el propósito de promover el

auge de la clase kulak. En realidad, el programa de Stolipin quedó muy lejos de su

objetivo en lo referente al propio campesinado, porque si bien la mitad de las

familias campesinas tenía en 1915 parcelas jurídicamente hereditarias, sólo una

décima parte de ellas se beneficiaba de terrenos consolidados físicamente en

unidades individualizadas*36.

La reforma de Stolipin fue un intento audaz para iniciar una reorganización

“desde arriba”, abrir la vía al desarrollo del capitalismo y destruir las antiguas

instituciones y costumbres. Cuando Stolipin elaboró sus reformas entre el 70% y el

90% de las familias campesinas y tierras -a excepción de las provincias occidentales-

pertenecían al régimen de tenencia comunal.

.36 Perry Anderson, El Estado absolutista, México, Siglo XXI, 1985, p. 359.

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4 0

Sin embargo, la comuna, a todos estos embates, logró sobrevivir. La amplia

mayoría de la población permaneció en ellas, lo que demostraba la persistencia de

los vínculos tradicionales en el campo ruso. Pero los problemas en el interior de las

comunas eran cada vez más graves. El rápido aumento de la población obligaba a

realizar periódicas redistribuciones de tierra con el fin de mantener la igualdad en la

tenencia y en la explotación agrícola. Empero, como la frontera agrícola no podía

crecer a la misma rapidez que la población cada vez era menor el porcentaje de

tierra obtenido. A pesar de los estímulos y las garantías económicas y jurídicas del

gobierno por “modernizar” el agro ruso, la obschina siguió siendo la institución

principal, pues para enero de 1917 sólo el 10,5% de los hogares campesinos se

habían separado constituyendo propiedades privadas al margen de las comunales.

Aun cuando la reforma no reportó los dividendos esperados en el corto plazo, se

tradujo en un cambio radical en la composición social del campesinado en la medida

en que aceleró el proceso de diferenciación social y distorsionó los vínculos de

solidaridad y de organización anteriormente existentes. Sin embargo, a pesar del

acelerado crecimiento del capitalismo, éste no logró penetrar toda la sociedad ni

constituirse en un sistema universalizante. Siguió reproduciéndose en forma de

enclave, principalmente urbano, fenómeno que facilitó la erradicación posterior del

mismo.

No obstante este predominio rural, la tendencia mostraba que las ciudades

crecían con vertiginosa rapidez. En 1887 la población urbana ascendía a 16,8

millones de habitantes y en 1914 aumentó a 28,5 millones de personas, es decir, en

un lapso de 17 años tuvo un crecimiento de casi el 70%.

En síntesis, como resultado de la industrialización, la sociedad rusa fue objeto de

grandes transformaciones que aceleraron la diferenciación social del grueso de la

población, ya que ésta era una condición imprescindible para desarrollar el proceso

de acumulación de tipo capitalista. Por esta razón, en vísperas de la Primera Guerra

Mundial en la sociedad rusa ya habían madurado las condiciones para eventuales

estallidos sociales, como lo testimonió la profundidad y radicalidad de la revolución

de 1905-1907. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) no hizo más que agudizar

estas tensiones y amplificar la resonancia de las revoluciones.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

4 1

Si a nivel económico y social la modernización estaba desatando grandes

tensiones, en el plano político e institucional la situación no era mejor. El Estado

zarista era multinacional. Debido a que no tuvo que enfrentar grandes accidentes

geográficos ni la presencia de otros imperios que le disputaran su hegemonía, ya en

el siglo XVI el Estado zarista inició su expansión hacia el Este, Oeste y Sudoeste,

proceso que finalizó hacia mediados del siglo XIX, abarcando fronteras poco

mayores a las que tuviera la Unión Soviética en su época de mayor esplendor. La

primera expansión fue hacia el Oeste para procurarse una salida hacia el Báltico y el

Mar Negro y disputar además el predominio que, en diferentes momentos de la

historia, tuvieron en estas regiones la Orden Teutónica, Suecia, Polonia y el Imperio

Turco. En esta progresiva expansión, por lo general llevadas a cabo bajo cruentas

guerras, Rusia se anexó Finlandia, Polonia, Ucrania, la región que actualmente

ocupan los tres Estados bálticos y el Cáucaso. Bajo el lema de la rusificación y la

misión civilizadora, los rusos incorporaron posteriormente a su vasto imperio

algunos pueblos que habitaban el Este y el Sudeste. Los pueblos de Asia Central, es

decir, los uzbecos, kazajos, tadzhikos y turkmenos, fueron finalmente doblegados en

la segunda mitad del siglo XIX’7.

El imperio pudo, no sin ciertas dificultades, conservar todas estas conquistas. Sin

embargo, con el despuntar del movimiento socialista, en todos estos territorios

habitados por minorías étnicas, las reivindicaciones nacionales se mezclaron con las

consignas socialistas. Se produjeron numerosas insurrecciones en las que ambas

corrientes se complementaron. Conscientes del descontento de las minorías, los

líderes socialistas dieron especial importancia al problema nacional y elaboraron

una concepción basada en el derecho a la autodeterminación de las naciones, lo cual

fortaleció los vínculos entre los movimientos radicales y las expresiones

reivindicativas de los pueblos subyugados por el zarismo.

En lo que respecta a la organización estatal, en Rusia existía un poderoso aparato

burocrático y militar que tenía en su cúspide a un Zar, el cual concentraba en sus

manos prácticamente la totalidad del poder político. En Rusia no existía ningún

cuerpo, institución o estatuto político que limitara las prerroga- 37

37 Marc Ferro, La colonización. Una historia global, México, Siglo XXI, 2000.

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4 2

tivas del zar. La burocracia y la nobleza eran sus más cercanos colaboradores y, en

ningún caso, osaban disputarle el poder. Inclusive la Iglesia, que en determinados

países había alcanzado cierta autonomía con respecto a la realeza y la nobleza, en

Rusia se encontraba totalmente subordinada. Desde mediados del siglo XV el

metropolitano recibía la confirmación del gran duque de Moscú y no del patriarca

ecuménico. El gran duque, así como los posteriores zares y emperadores, al

intervenir en los asuntos eclesiásticos ponían a la iglesia bajo su poder directo. Las

subsecuentes reformas a la iglesia la supeditaron aún más, reduciendo

prácticamente a la nada sus competencias en los asuntos políticos38.

Ya desde la lejana época de Iván III comenzó el proceso de institucionalización

de este sistema autocrático en Rusia. Sin embargo, la estructura política nunca dejó

de evolucionar, “modernizándose”, y adaptándose a los distintos contextos

históricos que se vivían. Durante el reinado de Alejandro I (1801-1825) se pusieron

los fundamentos del poder centralizador y burocrático. Durante su reinado se

introdujo una reforma ministerial que dio vida a ocho ministerios. Con esta reforma

se buscaba agilizar y mejorar la aplicación de las medidas adoptadas por el zar, lo

cual redundó en una mayor centralización de la administración al crearse un sistema

único de organización y dirección. La ampliación del aparato estatal trajo como

consecuencia la burocratización del mismo al crecer de manera escandalosa el

número de funcionarios, los cuales las más de las veces no realizaban trabajo alguno.

Sin dudas, la reforma ministerial así como otras tantas medidas introducidas por

Alejandro I durante su largo reinado tenían como fin más preciado poner en orden el

sistema administrativo, coadyuvar a la concentración de la toma de decisiones en las

altas esferas del poder y reforzar el poder del zar y de la nobleza.

El esplendor del poder autocrático en Rusia se alcanzó durante el reinado de

Nicolás I (1825-1855), el cual se caracterizó por la militarización del aparato estatal, el

reforzamiento del poder del Zar, la centralización política y la reglamentación de

todas las facetas de la vida social. “Para él -afirmaba el profesor J. A. Fedesov-, el

ejército no era sólo el más poderoso instrumento de poder, sino también el ideal de

la organización social. Durante su largo reina-

38 C. Goerke, et al., Rusia, México, Siglo XXI, 1981,pp. 112-116yG. Hosking, A History ofthe Soviet Union,

Londres, Fontana Press, 1985, pp. 17-18.

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4 3

do este ideal se realizó paso a paso. La nobleza de servidumbre, manteniéndose

como la clase dominante y el único apoyo del poder autocrático, cayó pau-

latinamente en una dependencia política y económica del zar. La nueva clase - la

burguesía- todavía no se formaba, aun no se transformaba en una fuerza social

independiente y no podía pretender a un papel político autónomo. La autocracia, en

estas condiciones, adquirió una mayor independencia y se convirtió en el órgano de

dominación de toda la clase noble”39.

Durante el reinado de Alejandro II (1855-1881) se procedió a una nueva

modernización del aparato administrativo. Con la reforma de 1864, se

institucionalizaron los zemstvos (administraciones locales y provinciales), en calidad

de órganos administrativos -reuniones de zemstvos a nivel provincial y distrital- y

ejecutivos -los consejos de zemstvos de las provincias y distritos. La representación

de la nobleza y de la burguesía quedaba garantizada mediante un complicado

mecanismo de elección. Los presidentes de los zemstvos distritales y provinciales

eran, por regla general, los caudillos de la nobleza del lugar y los de los consejos de

zemstvos eran elegidos en las reuniones de estos órganos, pero debían ser ratificados

en sus cargos por el Gobernador, mientras que los presidentes de los zemstvos

provinciales debían ser confirmados por el Ministro de asuntos internos.

A los zemstvos les estaba prohibido dedicarse a los asuntos políticos; su esfera de

acción se reducía exclusivamente a buscar soluciones a los problemas económicos y

sociales propios de la localidad. Además de estas limitaciones, el gobierno central se

reservaba la facultad de suspender cualquier disposición del zemstvo cuando

considerara que esta era contraria a los intereses del Estado. Aquí nos topamos con

una de las grandes disfuncionalidades a que dio lugar el zarismo: la modernización

entrañaba la constitución de un sujeto autónomo, pero el régimen hizo todo cuanto

estuvo a su alcance para limitar sus facultades. Por ello, ante la estrechez de la vida

política, este vacío democrático, no fue extraño que la participación política en la

práctica sólo pudiera desarrollarse por fuera de los marcos estatales, lo que

contribuyó a una radicalización de los intelectuales -la célebre inteligentsia- y a que

germinaran espíritus rebeldes en vastos sectores de la sociedad y principalmente

entre las 39

39 Historia SSSR, Moscú, Vishaya Shkola, 1982, p. 76 (en ruso).

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4 4

nacientes capas medias40. La revolución de 1905 fue el primer y claro indicador de

que estaba germinando una gran disfuncionalidad entre la naturaleza de la

modernización capitalista y la supervivencia de este centralizado aparato

institucional.

La primera de las tres revoluciones se inició el 9 de enero de 1905 (“el domingo

sangriento”), en medio de un clima de gran descontento por la derrota de los

ejércitos rusos a manos de los japoneses en el Extremo Oriente. Para ese día estaba

convocada una manifestación, encabezada por el cura Gapón, quien organizó una

procesión pacífica al Palacio de Invierno para confiarle al zar una petición que

contenía las demandas que más preocupaban a los obreros. Cuando los

manifestantes se acercaban a la residencia del zar, el ejército abrió fuego contra los

manifestantes provocando una gran masacre. Por todo el país se escuchó la

respuesta de vastos sectores que repudiaron la acción gubernamental. Las huelgas

de los obreros, las rebeliones de los campesinos y soldados pusieron a temblar el

absolutismo y obligaron al zar a realizar algunas concesiones. El 17 de octubre de

1905, el zar Nicolás II (1884-1917) publicó un manifiesto -conocido como el

manifiesto del 17 de octubre-, por el cual hacía extensivo los derechos electorales a

aquellos sectores antes marginados de las elecciones a una nueva Duma y declaró

que ninguna ley podría aprobarse sin el consentimiento de esta.

En febrero de 1906, la Duma fue declarada cámara baja de un cuerpo legislativo

bicameral. La cámara alta pasó a ser el reorganizado Consejo Imperial, el cual

obtuvo derechos legislativos iguales a los de la Duma. La mitad de los miembros de

la cámara alta eran designados por la Corona y la otra mitad elegida por los

zemstvos, los nobles, los comerciantes, el clero, el profesorado universitario y la dieta

finlandesa. El emperador se reservaba el derecho de nombrar al presidente y al

vicepresidente. La Duma por su parte, era más “universal”, dado que preveía la

participación de todas las clases sociales. Sin embargo, se estructuró con base en un

complicado mecanismo de elección censitario que garantizaba la

sobrerrepresentación de las clases acaudaladas.

A pesar de estas concesiones, las prerrogativas del zar continuaron siendo muy

amplias: conservó la dirección del Estado, la política exterior, la declara-

40 A. Walickí, A History ofthe Russian Thought, California, Stanford University Press, 1981.

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4 5

toria de guerra y la firma de la paz, la comandancia en jefe del ejército, la

proclamación del esrado de sitio en cualquier lugar del país, la emisión de la

moneda, la designación y revocatoria de los ministros, la amnistía, la disolución de

la Duma, etc.

Una página interesante de esta revolución de 1905 fue que dio origen a un tipo

de organización más amplia y representativa que los partidos políticos: los soviets,

cuyos antecedentes se remontan a las formas de autogobierno de las comunidades

aldeanas. Estos fueron los primeros cuerpos electivos que representaron a la clase

trabajadora, privada hasta entonces de derechos de sufragio. Trotski, quien estuvo al

frente del Soviet de Petersburgo durante las jornadas de 1905, los describe de la

siguiente manera: “El Soviet de Diputados Obreros se formó para responder a una

necesidad objetiva, suscitada por la coyuntura de entonces: era preciso tener una

organización que gozase de una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que

agrupara desde el primer momento a las multitudes diseminadas y desprovistas de

enlace; esta organización debía ser la confluencia para todas las corrientes

revolucionarias en el interior del proletariado; tenía que ser capaz de iniciativa y de

controlarse a sí misma automáticamente; lo esencial, en fin, era poder ponerla en

marcha en veinticuatro horas”41. No obstante la temprana desaparición de esta

institución, que no pudo trascender los límites temporales de la revolución, persistió

en el imaginario colectivo como un referente de acción política muy importante

entre los obreros e intelectuales.

Si la revolución de 1905 fue un primer indicio que demostraba que se estaba

reproduciendo un conjunto de explosivas tensiones económicas, sociales y política

que demandaban una rápida solución, la entrada de Rusia en la Primera Guerra

Mundial (1914-1918) llevó estas tensiones a su máxima expresión, al convertirse la

conflagración bélica en un escenario que acentuó las disfuncionalidades a que estaba

dando lugar la modernización.

La Primera Guerra Mundial constituyó un conflicto inédito en varios sentidos.

Los países contendientes, y Rusia entre ellos, pretendían reconfigurar el espacio

económico y político mundial, de acuerdo con la lógica de poder entonces

predominanre que privilegiaba el dominio territorial del espacio. La guerra en un

comienzo fue un factor que unificó a sectores importantes de la sociedad. Pero, con

41 León Trotsky, La Revolución de J905, op cit., tomo 1, página 104.

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4 6

el correr del tiempo se convirtió en un elemento sin el cual los sucesos de febrero de

1917 seguramente no habrían tenido lugar. De hecho, en un primer momento,

mantuvo a millones de soldados en las trincheras, pero a medida en que la

contienda avanzaba, polarizó la sociedad.

El primer síntoma de disfuncionalidad que ocasionó la participación de Rusia en

la guerra se presentó a nivel económico, la cual entró en un ciclo de estancamiento y

crisis. Quince millones de hombres fueron movilizados al frente, campesinos en su

amplia mayoría, lo cual repercutió negativamente en la producción agropecuaria. Se

reclutó también al 40% de los obreros. El vacío dejado por los obreros movilizados

fue ocupado por campesinos recién desembarcados en las ciudades, los cuales no

tenían ninguna experiencia para desempeñar sus nuevos oficios, lo que redundó en

una disminución de la productividad industrial.

La movilización de la mano de obra fue un primer factor que incidió en el

estancamiento de la producción. Pero no tardaron en aflorar otros. Las fábricas

comenzaron a funcionar de modo deficiente porque carecían de un adecuado

abastecimiento de suministros -carbón, petróleo, etc.-, a lo que se sumaba el bajo

nivel de la mano de obra. La militarización de la economía hizo que la mayoría de

las empresas tuviera que destinar gran parte de su producción a las necesidades del

frente. Entre 1914 y 1916 alrededor del 80% de la inversión industrial se destinó a la

producción de armamento y de suministros militares. Esta militarización de la

producción industrial engendró un gran desabastecimiento de productos de

primera necesidad sobre todo en las ciudades. 42

Los aliados, por su parte, no se encontraban en condiciones de enviar sumi-

nistros tan caros y necesarios para el normal funcionamiento de la economía rusa.

No fue extraño que ante tal panorama, los capitalistas extranjeros perdieran interés

en mantener los anteriores niveles de inversión en los rubros principales de la

42 la industria no estaba en condiciones de abastecer a la población civil, la

agricultura enfrentaba una situación igualmente difícil. El campo sufrió los rigores

de la guerra, sobre todo en razón de los millones de campesinos movilizados al

frente, porque las tierras más productivas se convirtieron en escenarios de la

contienda militar, a lo que se sumaba finalmente el hecho de que el campo carecía de

medios para mantener el intercambio de productos con las ciudades. Los

ferrocarriles también habían sido militarizados, ya que eran utilizados primor-

dialmente para transportar víveres, pertrechos y hombres al frente.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

4 7

economía, tal como tradicionalmente lo venían haciendo desde finales del siglo XIX.

El conjunto de estos elementos condujo a la economía rusa a una situación de

semiparálisis.

Desde otro ángulo, las sucesivas derrotas militares le restaron legitimidad al

Estado autocrático; las dificultades productivas empeoraron la de por sí difícil

situación económica, lo que se tradujo en un aumento de la carestía; la incapacidad

del Estado para hacer frente a esta serie de amenazas económicas, militares y

políticas aumentó el malestar social y distanció a vastas sectores respecto de la

política gubernamental; por último, los vicios políticos de la clase dirigente (entre

los cuales Rasputin era sólo la punta del iceberg) terminaron disociando a vastos

sectores de la sociedad con respecto al gobierno, lo cual redundó en una

autonomización política por parte de ciertos elementos de la burguesía, sectores que

hasta entonces había vivido plácidamente bajo el amparo de las políticas estatales.

En esta autonomización incidió también el hecho de que muchos empresarios

experimentaron graves descalabros financieros debido a la inflación y a la

desarticulación de los circuitos económicos, mientras los pequeños y medianos

empresarios enfrentaban grandes dificultades para proveerse de suministros vitales

y los terratenientes tenían que hacer frente a la escasez de trabajadores agrarios, a la

inflación y a las dificultades en el transporte.

El vacío de poder se hizo sentir en todos los ámbitos de la vida social. La Cruz

Roja, los zemstvos, los cuales se aglutinaron en la “Unión de zemstvos de toda Rusia”,

la “Unión de las Ciudades”, el Comité de la Industria de Guerra, etc., tomaron la

iniciativa y comenzaron a asumir una serie de funciones que el Estado era incapaz

de encarar. “Estas iniciativas mostraban la vitalidad de la sociedad rusa, pero el

gobierno las miraba con desconfianza; la administración se veía poco a poco

relevada de sus funciones e impotente para frenar el movimiento; cada profesión se

organizaba por una reacción de autodefensa, y así, tras los industriales vinieron los

médicos, los estadistas, etc., siempre sin autorización (...) Sin saberlo, los rusos

comenzaban a autogobernarse; el ejército

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4 8

por un lado, y los productores y consumidores por otro. La revolución no había

penetrado en la conciencia de las gentes, pero en los hechos ya había comenzado”43.

En estas condiciones, sólo bastaba una pequeña chispa para que el otrora gran

imperio estallara en mil pedazos. Este fue el cometido de los sucesos de febrero de

1917.

La Revolución de Febrero, magno acontecimiento que puso fin a siglos de

dominio imperial, se inició el 23 de febrero, fecha en que, de acuerdo con el

calendario juliano vigente hasta finales de ese año en Rusia, los socialistas con-

memoraban el día internacional de la mujer. Bajo el lema “Pan, Paz y Libertad”, ese

día un gran número de mujeres trabajadoras salió a la calle a protestar contra la

carestía y contra la reducción que habían experimentado sus ingresos, en más de un

20% desde que se inició el conflicto armado. En su apoyo, los obreros y obreras de

varias fábricas de Petrogrado se declararon en huelga y se sumaron a la

manifestación, ocupando las principales arterias de la capital.

De esta manera, la chispa que originó este estallido social fue espontánea y

anónima. Trotski, al respecto, escribió: “La Revolución de Febrero empezó desde

abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias, con la

particularidad que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida

y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil, entre las cuales hay que

suponer que habrían no pocas mujeres casadas con soldados”44.

Al día siguiente, la revolución cobró mayor fuerza y amplitud; se declararon en

huelga casi la mitad de los trabajadores de la capital: alrededor de 200 mil obreros.

Los trabajadores, quienes no contaban con dirección política u organizativa, se

lanzaron nuevamente a las calles y desfilaron por las principales arterias de la

capital hasta que fueron dispersados por la policía. El 25 de febrero se recrudecieron

las huelgas -más de 300 mil obreros cesaron sus actividades- y las manifestaciones se

hicieron más multitudinarias. La novedad que comportó este tercer día fue el hecho

de que los cosacos expresaron su apoyar a los manifestantes y posteriormente los

soldados de capital también hicieron públicas sus simpatías con los trabajadores de

la capital.

43 Marc Ferro, La revolución de 1917, Barcelona, Laia, 1975, p. 48. 44 León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, op cit., tomo 1, p. 132.

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4 9

Mientras las calles quedaban en poder de los manifestantes, la Duina intentaba

vanamente encontrar un sustituto al moribundo régimen zarista. Esta peculiar

forma de Parlamento estudiaba fórmulas para llegar a un compromiso con el

Emperador, al cual se le quería imponer un “gabinete de confianza”. Pero el zar se

les había adelantado: desde el 13 de febrero tenía firmado el decreto de disolución

de la Duina, el cual presentó oficialmente la mañana del 27 de febrero.

Vanos fueron los intentos del zar por restablecer el control. Pero, al amanecer del

28 de febrero la autoridad del Zar en la capital había desaparecido por completo.

Desde la noche anterior, las masas insurrectas llegaban a los jardines del Palacio de

Taúrida, donde sesionaba la Duma, pidiendo información de qué hacer, hacia

dónde dirigirse. Entre los insurrectos que afluyeron al Palacio llegó un grupo de

mencheviques, quienes se propusieron la tarea de reconstituir un soviet, como el de

1905, el cual se conformó a través de la designación de delegados por parte de los

trabajadores. “Desde el momento mismo de su aparición, escribe Trotski, el Soviet

personificado por el Comité Ejecutivo, empieza a obrar como poder. Elige una

Comisión Provisional de Subsistencia, a la cual confía la misión de preocuparse de

los insurrectos y de la guarnición en general y organiza un Estado mayor

revolucionario provisional (...) Para evitar que sigan a disposición de los

funcionarios del antiguo régimen los recursos financieros, el Soviet decide ocupar

inmediatamente con destacamentos revolucionarios el Banco Central, la Tesorería,

la fábrica de moneda y la emisión de papeles del Estado”45.

La medida más trascendental adoptada por el Soviet fue el Príkaz N. 1, por

medio del cual se puso bajo su control a los soldados de la guarnición de

Petrogrado, medida que después se hizo extensivo a todas las unidades militares de

la retaguardia. Esta fue una medida trascendental, porque como sostiene Marc

Ferro redujo “a la nada los intentos de la Duma por volver a controlar a ios soldados

de la capital. El comité de la Duma se encontraba otra vez solo, lejos de los ejércitos

del zar y frente a un soviet, cuya autoridad sobre no cesaba de agrandarse. Si la

Duma no quería desaparecer, tenía que negociar”46.

45 Ibídem, pp. 197-198. 46 Marc Ferro, La revolución de 1917, op cit., p. 88.

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5 0

El 1 de marzo, tuvo lugar una reunión de los miembros de la Duma con los del

Soviet de Petrogrado. El principal acuerdo logrado fue la creación de un organismo

legítimo y representativo que guiara los destinos de Rusia por un período de

transición mientras se preparaba la convocatoria de la Asamblea Constituyente. Fue

así como nació el Gobierno Provisional, institución de composición

mayoritariamente liberal, a cuya cabeza se encontraba el príncipe Lvov. La Duma y

el Soviet promulgaron además las libertades universales, abolieron antiguos

privilegios y asumieron el compromiso de celebrar una Asamblea Constituyente de

elección universal.

La constitución de este gobierno representó un importante logro para el Soviet,

pues el Gobierno Provisional recibió el poder y sus facultades no del zar (este abdicó

el 2 de marzo), sino del órgano nacido de la revolución. Como era elevada la

atractividad que ejercía el Soviet entre la población, el gobierno provisional dispuso

de capacidad para proyectarse a nivel nacional en la medida en que su legitimidad

se basaba en el poder y en la autoridad que le proveía el Soviet. Con la creación del

Gobierno Nacional, el Soviet no cesó sus funciones. Siguió existiendo y asumió una

función de control sobre las actividades del gobierno. La existencia de estas

instituciones paralelas -Gobierno Provisional y Soviet- es lo que explica que, a partir

de marzo de 1917, se iniciara un corto período caracterizado por una peculiar

dualidad de poderes entre un gobierno sin Estado (el Gobierno Provisional) y un

Estado sin gobierno (el sistema de los soviets).

De esta manera, una de las principales consecuencias a que dio origen la

revolución de febrero fue que se creó en Rusia una situación realmente paradójica: el

poder del Estado se había desmoronado y ante este vacío aparecieron nuevas

fuentes de poder, ninguna de los cuales podía contrarrestar de hecho a las demás. La

Duma, que no tardaría en desaparecer, en su agonía, objetivizaba los intereses de los

sectores más vinculados con el pasado imperial: el Gobierno Provisional, liberal en

su composición, recibió el poder de un órgano nacido de la misma revolución: el

soviet. El estado mayor del ejército perdió el control de los soldados, sobre todo

como resultado del Príkaz N. 1. El soviet, por último, órgano que gozaba de una

amplia legitimidad y que se había constituido en la fuente de la nueva legalidad,

optó por asumir una política conciliatoria, sobre todo por la cosmovisión imperante

en la mayor parte de los socialistas rusos (mencheviques y eseristas), para quienes la

revolución era burguesa, de lo cual

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5 1

se infería que la principal tarea consistía en desarrollar el capitalismo y esta era una

función que competía a la burguesía.

Con la caída de la autocracia y la constitución de nuevos bastiones del poder, el

proceso revolucionario transitó expeditamente hacia una segunda fase, la cual se

caracterizó por una sensible radicalización en las demandas de los diversos sectores

sociales y políticos. En términos generales, la característica principal que

particularizó el período comprendido entre febrero y octubre de 1917 fue un

aumento de la insatisfacción social y una inadecuación política entre las demandas

de las amplias masas y las órdenes y políticas emanadas del Gobierno Provisional,

cuyos dirigentes y líderes pensaban que el objetivo primordial consistía en fortalecer

las instituciones para profundizar el proceso modernizador, cuando en realidad la

revolución había sido precisamente una respuesta social a la desigualdad generada

por la acumulación y modernización capitalistas.

En esta reorientación del proceso un papel muy importante le correspondió a

ciertas prácticas culturales vigentes en Rusia. “Tradicionalmente, las comunas

aldeanas de Rusia y Ucrania habían permitido a los campesinos que hablaran

abiertamente sobre las cuestiones que tenían importancia para las aldeas, y esta

práctica se había transmitido a los muchos obreros industriales que alquilaron su

fuerza de trabajo a fábricas no como particulares sino como miembros de grupos de

trabajo; los soldados y los marinos también se organizaron en pequeñas unidades

mientras cumplían su servicio militar. Así pues la aparente “modernidad” de los

acontecimientos políticos de 1917 tenía un pasado que se remontaba a siglos atrás”47.

Como resultado de estas incompatibilidades y desavenencias de percepciones y

objetivos entre amplias capas de la sociedad y la nueva clase política, el divorcio

entre ambos sectores fue en constante aumento. A medida que transcurrían los

meses la radicalización iba in crescendo, lo que creó las premisas para que en octubre

la situación transmutara en una nueva revolución. En este sentido, puede sostenerse

que la situación que llevó a los bolcheviques al poder fue la convergencia de varios

procesos revolucionarios, los cuales amplificaron un clima de “anarquía”, el vacío

del poder, que paralizó las funciones del Estado, le quitó piso al proyecto

modernizador e inhibió la capacidad de acción de las clases y de los grupos que

querían asumir una función dirigente.

47 Robert Service, op. cit., p. 55.

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5 2

Desde los meses de marzo-abril, momento en que se inició el proceso de erosión

del Estado, los campesinos comenzaron una sublevación agraria encaminada a

transformar las formas de propiedad de la tierra. Ya en esos meses la población

pobre del campo tomó distancia del Gobierno Provisional, porque éste de manera

obstinada se negaba a sancionar la redistribución de la tierra en favor de las grandes

masas campesinas. Las autoridades basaban su negativa en el argumento de que no

eran competentes para dictaminar sobre este tipo de reformas estructurales, pues

esta era una de las funciones que le correspondía a la Asamblea Constituyente, la

cual sería convocada una vez finalizara la guerra, conflicto que, para mayor

desazón, nadie sabía cuando llegaría a su fin.

Ante la negativa en los hechos por parte de las autoridades a satisfacer las

demandas inmediatas de los pobres del campo, el campesinado movilizó todas sus

fuerzas y recursos y, desde marzo de 1917, comenzó las apropiaciones de terrenos

desocupados o baldíos. Las principales formas en que se manifestó esta revolución

agraria fueron: la ocupación de tierras, henares y pastos; la apropiación del

inventario vivo o muerto, semillas y heno; la limitación de los derechos a la

propiedad terrateniente y capitalista que prohibía la tala de bosques y la recolección

de la cosecha, la ocupación de los molinos y las fábricas para elaborar los productos

agrícolas, la negativa en el pago de los arrendamientos y la renuncia a sellar

contratos de arriendo. El movimiento revolucionario campesino ganó terreno y

sobre todo monopolizó una iniciativa a la cual ninguna fuerza se le pudo oponer.

El gobierno respondió a las exigencias de los campesinos con medidas punitivas

a través de la detención de los miembros de los comités agrarios y la declaratoria del

estado de guerra en numerosas provincias. En vísperas de la revolución de octubre

el movimiento campesino se encontraba en pleno apogeo: en mayo se registraron

oficialmente 52 casos de apoderamiento de fincas, en junio 112, al mes siguiente 387,

en agosto 440 y en septiembre 9584\ Estas cifras, 48 aunque no son del todo exactas,

pues sólo señalan las acciones que fueron registradas como tales por las autoridades,

demuestran la tendencia ascendente del movimiento campesino, al cual el gobierno

respondió con medidas represivas. Durante septiembre y octubre fueron enviadas

18 expediciones punitivas que contaban con 3.000 cosacos, cadetes y dragones a 7

provincias de Rusia central. Si en los meses de marzo-junio se aplastaron con ayuda

48 Historia de la Revolución de Octubre, Moscú, Editorial Progreso, 1975, pp. 94 y 142.

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5 3

de la fuerza militar 17 motines campesinos, en septiembre y octubre ya fueron 15049.

Es interesante constatar que estas acciones de rebeldía campesina desbordaron la

capacidad de dirección de los demás partidos y organizaciones políticas y sociales.

El partido eserista, representante tradicional de los intereses de la población rural y

que estaba comprometido en la dirección de los soviets, los comités agrarios y en

algunos momentos llegó a ocupar distintas carteras en el Gobierno Provisional,

condenó la apropiación de la tierra por parte de los campesinos, no obstante su

defensa programática del socialismo agrario, por medio del cual se presuponía que

el igualitarismo campesino debía hacerse extensivo al conjunto de la sociedad rusa50.

Esta actitud conciliatoria de los eseristas sirvió para que los bolcheviques y

anarquistas comenzaran a disputar la representatividad de las masas rurales, pues

se convirtieron en los únicos actores que secundaban sin temores las viejas consignas

de lucha agraria. Pero, para ganar audiencia entre este sector, los bolcheviques

tuvieron que sustituir sus consignas en torno a la colectivización socialista, dado que

los campesinos nada sabían y probablemente en lo más mínimo se interesaban por la

propiedad estatal de la tierra. No ocurrió lo mismo con ¡os anarquistas, quienes se

identificaban programáticamente con la estructuración de espacios económicos de

acuerdo con las formas comunales de organización agraria del campesinado. Con el

apoyo brindado a la población campesina, los revolucionarios radicales rusos se

apropiaron del programa agrario eserista, se aliaron con algunos círculos de ese

partido en el campo y convirtieron la lucha por el reparto de la tierra entre la

población pobre del campo en una de sus principales consignas políticas.

49 Eduard Hallet Carr, La revolución bolchevique, tomo 2, Madrid, Alianza, 1974, p. 44. 50 Véanse, Peter Archinov, Historia del movimiento machnovista, Barcelona, Tusquets Editor, 1974 y Paul

Avrich, Los anarquistas rusos, Madrid, Alianza, 1974.

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5 4

Para octubre de 1917, este proceso de apropiación espontánea de la tierra se

encontraba ya tan adelantado que el decreto de la tierra promulgado el 26 de octubre

“no hizo más que legitimar un hecho ya consumado”51. Es importante señalar que en

el intervalo de tiempo que separa la revolución de febrero de la de octubre, las

masas campesinas no expresaron reivindicaciones en torno a cómo debía

organizarse el nuevo poder, únicamente se interesaron en las cuestiones relativas a

la propiedad. Su acción se encaminó en lo fundamental a realizar una revolución

agraria, o sea, se desarrolló en términos de expropiación de las propiedades de los

grandes terratenientes, del clero y del Estado.

La revolución agraria transcurrió de manera simultánea a los acontecimientos de

las principales ciudades. Si bien no afectó directamente la manera como estaba

organizándose el poder político, desempeñó un papel capital en la creación de la

situación revolucionaria que conduciría a los bolcheviques al poder. La revuelta

campesina contribuyó a desmoronar los resortes del poder y la autoridad del Estado

y se identificó con aquellas fuerzas e instituciones que mostraban disposición e

interés en satisfacer de modo inmediato sus viejas reivindicaciones. En tal sentido, se

puede sostener que los campesinos prestaron su apoyo a los bolcheviques en la

medida en que estos se comprometieron a legalizar la transferencia de las formas de

propiedad y no porque concordaran en el sentido que le asignaban a las consignas

socialistas.

Una característica importante de esta revolución agraria radicó en que, a

diferencia de los levantamientos campesinos anteriores, esta fue una insurrección

nacional y no local como había sido común antaño. Aun cuando careciera de un

centro neurálgico que coordinara sus acciones, los campesinos en las diversas

provincias se organizaron para apoderarse de la tierra a través de los comités

agrarios y los soviets campesinos y, de esa manera, pudieron hacer valer sus

demandas. Es decir, se asistió a una sincronización y a un encadenamiento de sus

actividades y en ello radicó el éxito alcanzado. La antigua impotencia campesina

para actuar políticamente parecía haber sido superada52.

51 Marc Ferro, La revolución rusa de 1917, Madrid, Colección Zimmerwald, Villamar, 1977, p. 94. 52 O. Figes, Peasant Russia Civil War. The Volga Countryside in Revolution, 1917-1924, Londres, Oxford

University Press, 1989, p. 31.

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5 5

La revolución campesina fue un acontecimiento decisivo que garantizó el éxito

cosechado por las situaciones de rebeldía que se presentaron en las ciudades. Con

sus acciones minaron el antiguo orden y sobre todo los fundamentos políticos y

militares del régimen zarista. Se destrozó la maquinaria anterior y desaparecieron

los gobernadores, los zemstvos, las administraciones locales y demás funcionarios.

En su lugar surgió una inmensa red de soviets campesinos elegidos por las

asambleas aldeanas o comunales. Estos soviets se constituyeron en verdaderos

poderes que reforzaron la autoridad y legitimaron las acciones campesinas53.

En este proceso de recomposición del poder en el campo las asambleas

campesinas tuvieron la fortaleza para contrarrestar muchas de las decisiones

adoptadas por el Gobierno Provisional y su radicalismo los llevó a declararse en

gobiernos autónomos como ocurrió efectivamente en la provincia de Samara. A

través de estas acciones los campesinos desarticularon completamente el Estado

zarista; crearon una situación de anarquía propicia para la Revolución de Octubre y

paralizaron cualquier tipo de esfuerzo por restablecer el poder del centro en el

campo. La importancia histórica de estas acciones, más que el haber dotado a los

campesinos con formas de poder y organización que les permitiera apoderarse de la

tierra, fue que crearon el clima ideal para que un pequeño partido -el bolchevique-

con un leve golpe de fuerza pudiera poner fin al Gobierno Provisional y llevar la

revolución a una nueva fase.

Esta revolución agraria tuvo su epicentro organizacional en las comunidades

campesinas. Estas comunidades constituían el vínculo institucional entre los cam-

pesinos y el medio exterior. Para los campesinos las obschinas eran el instrumento

apropiado para reorganizar las relaciones interpersonales durante los meses álgidos

de la revolución. El renacer de las comunas permitió reconstituir los lazos de

solidaridad y de participación colectiva, los cuales se encontraban amenazados por

las medidas diferenciadoras de la modernización zarista.

Por eso es que la reconstitución de las comunas significó no sólo la recom-

posición de las formas organizacionales tradicionales, sino también la emergencia

de un campesinado anclado en las tradiciones rusas. Como acertada-

53 Véase, Theda Skocpol, Estado y revoluciones sociales, México, Fondo de Cultura Económica, 1985.

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5 6

mente señala Wolf “no obstante, cuando el ejército rojo ganó su batalla, la

comunidad campesina se había convertido nuevamente en la forma dominante de

organización social y económica en el campo y lo seguiría siendo hasta el período de

la colectivización forzosa bajo Stalin. En 1917, los bolcheviques habían obtenido el

poder, pero la antigua Rusia sobrevivió hasta 1929”54.

En este proceso de conquista de la tierra por parte de los campesinos se produjo

de hecho una forma peculiar de lucha de clases, es decir, una manera de ejercicio de

la violencia que golpeó a aquellos campesinos que en los años inmediatamente

anteriores se habían separado de las comunas para constituir formas individuales de

producción agropecuaria. Algunos datos permiten ilustrar este fenómeno: si en

1916, en la parte occidental entre el 27% y el 33% de los caseríos campesinos

correspondían a tenencias de tipo privado, seis años después estos habían

disminuido a menos del 2%. Entre 1916 y 1922 la participación de las formas

privadas de tenencia de la tierra se redujo del 19% al 0,1% en la provincia de Samara,

del 16,4% al 0% en la provincia de Saratov y del 24,9% al 0,4% en la región de

Stavropol.

En otras palabras, puede sostenerse, siguiendo a Moshé Lewin, que la revolución

de 1917 barrió todo lo que habían hecho las reformas de Stolipin: la mayor parte de

las granjas independientes fueron reintegradas a las aldeas. La agricultura capitalista

u orientada hacia el mercado quedó completamente estrangulada. La comunidad

rural resucitó para convertirse en la forma predominante de vida en toda Rusia y

constituyó el principal instrumento de igualdad social. “Los campesinos salieron de

su frenesís redistribuidora (...) siendo mucho más mujik que antes (...) más

orientados hacia el consumo familiar y menos agricultor que nunca después de la

emancipación”.

Se asistió, por tanto, a un renacimiento de las obschinas, las cuales solidificaron el

poder popular en el campo y destruyeron los resortes sobre los cuales se estaba

construyendo el capitalismo agrario. Puede decirse que la revolución agraria fue una

revolución “conservadora”, arcaica, en la medida en que, más que proponer nuevas

trochas para la modernización del campo ruso, destruyó los cimientos del modelo de

desarrollo que se venía implantando desde finales del siglo XIX y

54 E. Wolf, Las luchas campesinas del siglo XX, México, Siglo XXI, 1974, pp. 142-143.

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5 7

restableció las formas tradicionales e igualitarias del campesinado ruso. Al respecto,

Moshé Lewin sostiene que “en la medida en que la revolución se apoyaba en los

campesinos pobres, los soldados y los obreros, no podía ser socialista en sustancia,

pero podía ser una revolución “plebeya”, pariente lejana de la revolución

socialista”55.

En este sentido, vale la pena recalcar que la revolución agraria modificó el

carácter social del campesinado en su conjunto en dirección de un mayor

igualitarismo56. Guardando las debidas proporciones, es impresionante la similitud

existente entre proceso y la colectivización de 1929. Tal vez se pueda decir que la

revolución agraria rusa de 1917 fue una primera tentativa de colectivización, pero a

diferencia de la de 1929, no intentó crear formas nuevas de organización, gestión y

producción que permitieran alcanzar una rápida industrialización. El objetivo

simplemente consistió en colectivizar en torno a las instituciones tradicionales -la

obschina-, no para iniciar una nueva modernización, sino para destruir ia anterior. De

tal suerte, puede sostenerse que la revolución agraria rusa de 1917 fue la respuesta

popular y espontánea contra los procesos de diferenciación introducidos en el

desarrollo agrario por la modernización zarista.

Tomando en cuenta estas peculiaridades de la estructura agraria rusa y las

transformaciones ocurridas en los álgidos meses de 1917 se puede sostener la tesis

de que, desde una perspectiva campesina, la revolución de octubre no comportaba

un contenido socialista, en el sentido marxista del término. Ante todo fue la

consagración de una revuelta anti modernizadora porque todo lo que hizo estuvo

encaminado a demoler el andamiaje construido por el zarismo en el campo.

De otra parte, la revolución agraria de 1917 al reconstruir las formas tradicionales

de producción y distribución y destruir las incipientes relaciones mercantiles dio

lugar a un proceso de arcaización, puesto que acabó con la diferenciación social,

arraigó nuevamente las formas comunitarias y reconstituyó los microcosmos

campesinos de organización del poder. Eso fue efectivamente lo que ocurrió en

octubre de 1917 y, en ese plano, la revolución impuso un perfil conservador.

La distancia en los imaginarios políticos que separaba a los campesinos de los

bolcheviques se puede ilustrar diáfanamente en el siguiente pasaje de Isaac

55 Moshé Lewin, Le siécle soviétique, op. cit, p. 348. 56 Moshé Lewin, La formation du systéme soviétique, París, Gallitnard, 1987, pp. 73 y 286.

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5 8

Deutscher: “La Rusia rural, analfabeta, agitada por la rebelión y sedienta de

venganza, no comprendía las intrincadas disputas de los partidos urbanos. Sería

vano tratar de describir la actitud de esa Rusia en una fórmula exacta: era confusa,

cambiante, contradictoria. Nada caracteriza mejor esa actitud que el siguiente

episodio descrito por los historiadores: en cierta zona rural un nutrido grupo de

campesinos concluyó un juramento religioso en el sentido de que no seguirían

esperando por ninguna reforma agraria, que se apoderarían inmediatamente de la

tierra y expulsarían a los terratenientes, y que considerarían su enemigo mortal a

cualquiera que tratara de disuadirlos. No descansarían, añadieron en su juramento,

los campesinos, hasta que el gobierno concluyera una paz inmediata y licenciara a

sus hijos del ejército y hasta que ese “criminal y espía alemán” llamado Lenin

hubiera recibido un castigo ejemplar”57.

El segundo proceso fue una revolución urbana, liderada por los obreros, los

cuales ante el masivo cierre de las empresas por parte de los patronos, respondieron

creando comités de fábrica, órganos de representación que si bien no cuestionaban la

propiedad de las empresas, cumplieron un importante papel que consistió en velar

por la continuidad laboral, mejorar las condiciones de vida para sus representados y

profundizar la desarticulación del capitalismo fabril.

El despertar del espíritu radical de los sectores populares de las grandes

ciudades y centros industriales tuvo motivaciones diferentes al de los campesinos.

Desde un comienzo la clase trabajadora se planteó el problema de la organización

del nuevo poder, hecho que quedó reflejado en la creación de sus propios órganos

de representación, los soviets. Sus acciones, sin embargo, no se encaminaron a

ejercer el control total del poder. Esto se explica por la forma misma en que se

institucionalizaron los soviets58.

Mientras que los soviets de la revolución de 1905 nacieron directamente de una

huelga de masas y de la necesidad de proseguir con el movimiento insurreccional, es

decir, se convirtieron en órganos de coordinación de las actividades revolucionarias

de los obreros, durante la revolución de febrero de 1917 se formaron a raíz de la

sublevación de una guarnición en momentos en que la revolución había madurado

en la capital. Contrariamente a su antecesor, el soviet de 1917 fue, ante todo, el

resultado de una iniciativa de los dirigentes de los partidos socialistas

(mencheviques), lo que se tradujo en una sobrerepresentación de políticos e

57 Isaac Deutscher, Trotski. El profeta armado, México, Ediciones Era, 1976, p. 296. 58 Oscar Anweiler, Les soviets en Riissie, Gallimard, París, 1975, p. 130.

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5 9

intelectuales en la dirección de los soviets. Esta mayor “politización” es lo que

explica el paulatino divorcio entre las demandas de los obreros y las actividades de

estos órganos de representación.

A diferencia de los campesinos, los núcleos de trabajadores urbanos fueron más

proclives a expresar reivindicaciones de naturaleza política. Estas demandas se

expresaban en torno a las nuevas formas de legitimación de los soviets y a las

representaciones partidarias en su seno.

Otra disimilitud con la revuelta agraria consistió en que los obreros no tenían

entre sus demandas el tema de la propiedad. Sus reivindicaciones inmediatas se

centraron en buscar mejores y más dignas condiciones de vida: la jornada de ocho y

no de doce horas, un salario mínimo de 3 rublos por día, agua caliente en las

comidas, cantina, baños, mejoras en la ventilación de las empresas, la supresión del

trabajo infantil, la regulación de los trabajos semanales. Estas reivindicaciones se

orientaban a mejorar las condiciones obreras y en ningún caso a transformar las

existentes relaciones sociales59.

El radicalismo obrero, al igual que el campesino, se fue desarrollando a la par

que se consolidaban los logros de la revolución. Para la mayor parte de los obreros

los soviets eran sus bastiones de poder. Sin embargo, esto nunca significó que los

obreros se sometieran automáticamente a la voluntad de estos órganos. En marzo de

1917, a los pocos días de constituido el Gobierno Provisional, el soviet de la capital

hizo un llamamiento a los obreros para que volvieran al trabajo, a lo cual estos

respondieron que lo harían una vez que se decretara la jornada laboral de ocho

horas. Ante la negativa de los obreros, el

59 Marc Ferro, Les origines de la Perestroika, Ramsay, París, 1990.

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6 0

Soviet tuvo que entrar a negociar con las organizaciones patronales para satisfacer

las demandas obreras.

Las exigencias obreras tensionaron al máximo las relaciones con los empresarios.

A pesar de las inmensas ganancias obtenidas durante la guerra, la patronal no

estaba dispuesta a ceder sus beneficios para satisfacer las demandas de los

trabajadores. Para contrarrestar esta presión, desde finales de marzo, los

empresarios empezaron a cerrar las puertas de sus empresas. Durante sólo ese mes

en la capital pararon 75 empresas, 54 de las cuales lo hicieron para acabar con la

presión obrera y revolucionaria y 21 a causa de las dificultades de apro-

visionamiento. Para los obreros este lock-out significaba entrar en un agudo conflicto

con los capitalistas, pues sabían que el cierre de las empresas constituía un plan

concertado por parte de los empresarios para reducir a la nada sus justas demandas.

Ante el lock-out, la respuesta obrera no tardó en llegar. Los obreros se orga-

nizaron en comités de fábrica, los cuales se propusieron ejercer el control obrero

sobre las empresas. A finales de mayo en la primera conferencia de los comités de

fábrica de la capital estuvieron presentes 499 delegados que representaban a obreros

enviados por 367 empresas. En esta conferencia, así como en las reuniones

sucesivas, el partido de los bolcheviques consiguió una aplastante mayoría.

Por las vicisitudes de la situación reinante, los comités de fábrica terminaron

radicalizándose. Durante los primeros meses -abril y mayo- los obreros exigían el

acceso a los libros de contabilidad para comprobar el estado financiero de las

empresas. En los meses siguientes, debido al cierre masivo de las empresas, los

comités se interesaron por verificar si el lock-out obedecía a causas fundamentadas o

no. Debido a que en la mayoría de los casos las empresas cerraban las puertas para

despedir a los trabajadores, estos, por medio de los comités de fábrica asumieron la

gestión de las empresas. La tercera fase se inició hacia el mes de junio y consistió en

exigir el control de la gestión de las empresas de todo el país, como respuesta a las

actitudes beligerantes adoptadas por los gremios patronales.

Escasos fueron los casos en que los obreros asumieron la propiedad de las

empresas. Como señala Marc Ferro “Algunos comités de fábrica fueron más

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6 1

lejos y tomaron en sus manos, desde el mes de marzo, la gestión administrativa de

sus empresas (...) No obstante, no se plantearon proceder al control económico y las

mociones de los obreros no mencionaban esta eventualidad: serán las circunstancias

las que llevarán a tomar en sus manos la dirección total de las empresas, sobre todo

cuando los patronos manifestaban actitudes contrarrevolucionarias (...) Sin embargo,

esta gestión no suponía un verdadero control de la producción ni derivaba de una

interpretación revolucionaria del funcionamiento de la industria en una sociedad

nueva: los obreros aseguran el funcionamiento de la fábrica y se hacen cargo de ella

como forma de presión sobre los patrones; es todo lo que hay en ese momento a

nivel de la base obrera”60.

Sin duda que el clima político imperante en 1917 fue un importante factor que

contribuyó a que se radicalizaran las expectativas de los obreros. El carácter

conciliador de los partidos menchevique y eserista, los cuales, desde los soviets

intentaban controlar la expresión política de los obreros, la desafiante actitud de los

empresarios y el peso que tradicionalmente los bolcheviques habían tenido en los

distritos obreros, fueron algunos de los elementos que jugaron en favor de la

bolchevización de la clase trabajadora.

Las experiencias de gestión obrera garantizaron las condiciones sociales de la

población trabajadora, pero no resolvieron los problemas productivos que en Rusia

eran muy graves debido a los desequilibrios ocasionados por la guerra y la

revolución. A esto se sumaba la acción desestabilizadora de los capitalistas quienes

bloqueaban los ciclos productivos, rehusaban realizar compras de productos de

empresas bajo control obrero, etc. Ante esta situación, se convocó una conferencia de

comités para intentar encontrar una solución a estos problemas. Bajo la conducción

del partido bolchevique la conferencia decidió ampliar la cobertura de acción del

control obrero, se sistematizó la coordinación de los distintos comités, lo que

redundó en que grandes circuitos de la economía nacional quedaron en manos de

los obreros, además de que significó un expresivo aumento del peso político de los

trabajadores industriales61.

Como se puede observar, las reivindicaciones obreras no eran tan contundentes

como las campesinas. El radicalismo en el campo estaba transformando la

propiedad, objetivo prioritario para las grandes masas rurales. En las ciudades, el

control no se ejercía para alterar las formas de propiedad, sino para garantizar la

60 Marc Ferro, La revolución de 1917, op cit., pp. 160-161. 61 R. Girault y Marc Ferro, De la Russie á l'URSS, París, Nathan, 1989, pp. 115-116.

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6 2

subsistencia y el trabajo de la población trabajadora. Su radicalización obedeció a

motivaciones de índole coyuntural, de las cuales supieron sacar provecho los

bolcheviques. Pero en su accionar, los obreros, al igual que los campesinos, también

estaban marcados por el igualitarismo de origen agrario. Sus pretensiones

reproducían la misma calidad de reivindicación de los hombres de la tierra: una

repartición justa de las riquezas basadas en una moral igualitarista62.

Este vínculo entre los obreros y el campesinado no era fortuito. La clase obrera

rusa era diferente de su similar occidental. En primer lugar, debido a que los albores

del capitalismo fabril habían sido tardíos, el proletariado ruso no tenía tradición de

lucha y carecía de poderosas y representativas organizaciones sociales y sindicales;

en segundo lugar, sus raíces formativas no se encontraban en el artesanado, sino en

el campesinado, con el cual, para ese entonces, aún no se habían roto los lazos:

legalmente muchos obreros estaban clasificados entre la población campesina y, por

lo tanto, continuaban atados a los impuestos de su respectiva comunidad campesina;

otros poseían aún parcelas de tierra y numerosos eran los obreros -sobre todo en la

industrial del tejido y del algodón- que regresaban a sus lugares de origen en

tiempos de cosecha63.

Este carácter transicional del proletariado ruso era, sin duda, el resultado de la

tardía industrialización. Esta situación de transición en la cual se encontraba el

obrero ruso desempeñó un importante papel ya que los vínculos que lo ataban al

campo lo hicieron más combativo, no temía de las huelgas ni del despido en su lugar

de trabajo porque sabía que tenía ante sí la posibilidad última de regresar al campo

para garantizar su subsistencia. Es decir, en estos años en que se jugaban los destinos

de Rusia, los obreros se encontraban en una etapa de transición hacia la constitución

como clase. Este “atraso” desempeñó un papel importante porque facilitó la

comunión de intereses entre obreros y campesinos, situación que resultó decisiva en

las jornadas del año 1917.

62 Marc Ferro, Histories de Russie et d’ailleurs, París, Balland, 1990, p. 90. 63 E. Wolí, op cit., p. 114.

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6 3

Desde un punto de vista organizacional, los obreros rusos se encontraban en

mejores condiciones que sus similares en otros países. La alta concentración fabril

aglutinó a un gran número de trabajadores en las empresas. Para el año de 1917, el

24% de los obreros trabajaban en unidades que empleaban a más de 1000 obreros y

el 9,5% en unidades que oscilaban entre 500 y 10006i. La combatividad de los obreros

de las grandes empresas se puede constatar cuando se observa que las huelgas eran

más frecuentes en estas unidades productivas. Entre 1885 a 1914, la mitad de las

firmas que empleaban más de 500 asalariados conocieron huelgas, alrededor del

20% de las que disponían entre 100 y 500 y el 2,7% en aquellas que empleaban

menos de 20 obreros. Del tamaño de la concentración obrera se desprenden también

disímiles actitudes políticas. Los obreros de tiempo completo en las grandes

empresas constituían el grueso del contingente de los bolcheviques, mientras que,

por regla general, los asalariados del artesanado eran más próximos a los socialistas

revolucionarios64 65.

Estas particularidades inherentes a la clase obrera rusa explican su combatividad

en los álgidos meses de 1917. Sin duda, los obreros constituyeron un importante

contingente empleado por los bolcheviques en los meses previos a la revolución de

octubre. Una vez producido el advenimiento de los bolcheviques al poder, la clase

obrera se benefició de medidas que consolidaron el control obrero. Todas estas

iniciativas así como las pautas adoptadas por las nuevas autoridades en lo referente

a las industrias tuvieron como denominador común desmontar los remanentes del

proceso modernizador en las ciudades. En este plano la revolución urbana en cuanto

a sus finalidades arribó a un plano de convergencia con la revolución agraria. En

síntesis, estos dos procesos revolucionarios le imprimieron una tónica a la

revolución de octubre: la reconstitución de los espacios y de las organizaciones de

corte tradicional en el campo y la ciudad.

Las sublevaciones de los obreros y campesinos no fueron los únicos levanta-

mientos populares en 1917. Hubo otros dos, quizá, de menor calado social, pero que

tuvieron una gran importancia estratégica en la medida en que sus acciones

contribuyeron a profundizar y radicalizar la situación revolucionaria y a debilitar

las bases sobre las cuales se había forjado el anterior régimen.

64 Eduard Hallet Carr, La revolución bolchevique, op. cit., p. 25. 65 Frangois Scurot, op. cit., p. 21.

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6 4

El tercer proceso revolucionario lo conformaron las actividades de los soldados,

quienes exigían el cese inmediato de las hostilidades y su licénciamiento para

retornar a sus lugares de origen y engrosar las filas de aquellos que estaban

desencadenando la revolución agraria y/o industrial. En vísperas de febrero de

1917, las fuerzas armadas contaban 10 millones de hombres, de los cuales 7,2

millones pertenecían al ejército activo. La situación de los soldados no era nada fácil:

en los dos años y medio de guerra cinco millones de soldados movilizados y activos

perecieron, se encontraban heridos o habían sido hechos prisioneros.

El ejército fue una fuerza decisiva en la Rusia revolucionaria. El beligerante

estado de ánimo que embargaba a los soldados y la capacidad que tenían para

inclinar la balanza hacia uno u otro lado, los situaba en el centro de la vida política

nacional.

La situación dentro de las fuerzas armadas comenzó a cambiar luego de que el

Soviet de la capital aprobara el Prikaze N.l, el cual transfirió el control de los

regimientos de la retaguardia a los soviets, facilitó la penetración de las ideas

revolucionarias en las filas del ejército, supuso el inicio de una decidida acción de

rebeldía, la cual desde el mes de marzo comenzó a descomponer el aparato represivo

de la vieja Rusia autocrática y acabó con el esquema de verticalidad en el mando.

En un principio, los soldados depositaron su confianza en el recién estrenado

Gobierno Provisional. Contaban con que este se interesaría en una pronta firma de la

paz. Esta fue la razón de por qué en las primeras semanas posteriores a la revolución

los soldados brindaron todo su apoyo a las nuevas autoridades. Sin embargo, el 18

de abril de 1917, la actitud de los soldados cambió súbitamente: en los medios de

comunicación se filtró la nota enviada por Pavel Miliukov -el Ministro de Relaciones

Exteriores de Rusia- a las potencias aliadas, en la cual precisaba que su país

continuaría con los compromisos asumidos por el anterior régimen y que

proseguiría la guerra “hasta un final victorioso”. La declaración de continuación de

la guerra creó un gran descontento entre la tropa.

Los soldados comenzaron a organizarse y a través de multitudinarias mani-

festaciones mostraron su oposición con el curso adoptado por las autoridades. Este

distanciamiento de los soldados con respecto del Gobierno Provisional

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6 5

favoreció el mayor acercamiento y una mayor interpenetración de éstos con los

soviets. Como resultado de estas manifestaciones y del desplazamiento de los

soldados hacia posiciones más radicales se produjo la primera crisis ministerial, la

cual fue conjurada mediante la formación de un gobierno de coalición compuesto de

representantes de la burguesía y de los partidos eserista y menchevique.

La nota Miliukov jugó indirectamente a favor de la profundización de la

revolución; los soldados no sólo perdieron la confianza en el Gobierno Provisional,

sino que reafirmaron su voluntad respecto a los Soviets y se solidarizaron con los

anarquistas y los bolcheviques, organizaciones políticas con las cuales obviamente

comenzaban a sentir una gran afinidad.

Los meses siguientes fueron testigos de esta nueva tendencia: los soldados

participaron con los bolcheviques en las jornadas de junio y julio de 1917 en

Petrogrado, apoyaron a los bolcheviques en la derrota de la contrarrevolucionario y

monarquista general Kornilov y, por último, fueron el brazo armado del partido de

Lenin durante la revolución de octubre.

El descontento de los soldados con el curso seguido por el Gobierno Provisional

también se expresó en otro sentido: desde mediados de 1917 fueron millares los

soldados que desertaron del ejército, muchos de los cuales se sumaron a las

revueltas campesinas en sus lugares de origen. No es una exageración sostener que

hacia octubre de 1917 de hecho el ejército ruso había dejado de existir.

Aproximadamente 2 millones de soldados desertaron de las filas del ejército,

armaron al país y “suministraron el carburante”, sin el cual no hubiera sido posible

la guerra civil”66.

En síntesis, la importancia del movimiento radical de los soldados consistió en

que contribuyó a debilitar el aparato represivo del anterior régimen y minó la

capacidad de respuesta del Gobierno Provisional ante el empuje del partido

bolchevique; favoreció las tendencias de cambio entre la población del campo;

coadyuvó a la difusión de la idea del Estado comunal ya que en numerosas

66 Moshé Lewin, Le stécle soviétique, op. cit., p. 368.

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6 6

guarniciones los soldados también crearon sus propias comunas67 y, por último,

sirvió de apoyo armado para la conquista bolchevique del poder.

Luego del triunfo de la revolución de octubre los soldados se convirtieron en el

principal destacamento de defensa de la revolución y por su origen social,

estuvieron dispuestos a reconstituir un nuevo ejército, cuando la amenaza blanca

(contrarrevolución) se hizo sentir en contra del poder soviético. Por último, la radical

posición asumida por los soldados arrebató a la clase política el control de los

aparatos represivos, los cuales desde ese momento quedaron en manos de los

sectores revolucionarios68.

Finalmente, tuvo lugar un cuarto movimiento representado por las minorías

nacionales las cuales ansiaban hacer valer el derecho a la autodeterminación de los

pueblos. Las minorías nacionales se constituyeron también en una fuerza disruptiva

que ayudó a crear el clima propicio para la Revolución de Octubre. Desde el

momento en que empezó la Primera Guerra Mundial, el problema de las

nacionalidades adquirió una gran importancia, en lo que se llamó la guerra

indirecta69. El alto mando alemán, con la intención de debilitar a la Rusia autocrática,

se jugó la carta de las nacionalidades, concediendo determinados derechos a

Polonia, creando una legión de soldados finlandeses, etc. Aplicó, en otras palabras,

un conjunto de medidas orientadas a gestar un espíritu nacionalista entre los

pueblos periféricos del imperio y debilitar así a las autoridades rusas y la

combatividad de su ejército.

Una vez consumada la revolución de febrero, el problema de las minorías cobró

mayor fuerza y amplitud. Las reivindicaciones florecieron, sobre todo en la parte

occidental del antiguo imperio, donde habitaban pueblos que habían adquirido un

mayor desarrollo y tenían un sentimiento nacionalista más fuerte y contrario a los

rusos.

El Gobierno Provisional, ante el hecho consumado de rebeldía de algunas

minorías nacionales, decidió concederles cierta autonomía, pero reservando la

decisión final del problema nacional a la futura Asamblea Constituyente. Sin

67 Paul Avrich, Kronstadt 1917-1924, ParísSeuil, 1972. 68 Oscar Anweiler, op. cit. 69 Marc Ferro, La Gran Guerra 1914-1918, Madrid, Alianza, 1984, pp., 182-205.

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6 7

embargo, esta medida no pudo cambiar los ánimos de las minorías nacionales

dentro del concierto ruso; la mayoría de ellas exigía el derecho a la autodeter-

minación, es decir, que se les concediera la opción de decidir por si mismas su

destino.

La mayor parte de los partidos políticos, por su parte, no estaba dispuesto a

conceder el derecho de secesión, sino simplemente de autonomía cultural, lo que no

mejoraba ni tampoco solucionaba los problemas de las minorías. Con la única

salvedad del partido de Lenin que abogaba por la autodeterminación de los pueblos,

es decir, hacía suya la demanda de que las minorías debían definir por si mismos su

futuro. Era tal la simpatía que despertaba el bolchevismo entre las minorías

nacionales que, por ejemplo, los letones tenían proporcionalmente un mayor

número de representantes bolcheviques que los rusos en las estructuras de los

soviets.

El inicio de este movimiento contestatario desempeñó también un importante

papel en la revolución. La proclamación de poderes regionales que cuestionaban las

medidas adoptadas en el centro hizo que surgieran numerosos poderes paralelos los

cuales, al disputarle dirección al gobierno Provisional, lo debilitaron y favorecieron

el clima de anarquía que sería propio a la gesta de octubre70. La acción de los

alógenos contribuyó a minar los sustentos del poder estatal y dio origen a signos

precursores de nacionalismo. Tras la caída del zar, la autoridad y el poder quedaron

profundamente debilitados en la periferia del imperio, situación que fue

aprovechada por los dirigentes regionales para crear sus propias instituciones de

representación y control71.

Estos cuatro movimientos revolucionarios que actuaban entrelazados, cons-

tituyeron el entorno y el entramado básico que hizo posible la revolución de octubre:

conformaron su aspecto popular y de masas. El hecho de que estas revoluciones se

produjeran de manera sincronizada ayudó a crear el clima para que otro

radicalismo, esta vez de índole intelectual, proyectara una síntesis y encadenara

estos disímiles movimientos.

70 Donald W. Treadgold, Twentieth Century Russia, USA, Houghton Miffing, 1980, p. 120. 71 Véase, Marc Ferro, La revolución rusa op. cit.

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6 8

El desarrollo de este proceso pudo haber tenido un resultado muy diferente a no

ser por la destacada participación del partido bolchevique, organización que fue

capaz de ponerse al frente de este conjunto de movimientos revolucionarios. Era el

partido que trabajaba en el sentido de las fuerzas vivas de la revolución. Este

proceso que se conoce como “bolchevización” de la sociedad fue el resultado del

distanciamiento de las grandes masas de la población con respecto a los partidos

tradicionales para asumir una posición de apoyo o convergencia con el partido

bolchevique. Como sugestivamente señala Marc Ferro: “Como los mencheviques y

eseristas controlaban los soviets, aparecieron ante la gente cono partidos

centralizadores por lo que rápidamente se hicieron impopulares. No así los

bolcheviques cuya orientación sólo conocían los iniciados: en esa fecha lejos de

constituir un grupo monolítico, se escindían en grupos hostiles, como todas las otras

fuerzas; pero el público comprobaba que su acción iba siempre en el sentido de la

desintegración del antiguo orden de cosas, del poder gubernamental, de la

autoridad de los soviets. Precisamente en el sentido hacia el cual tendían las fuerzas

vivas de la revolución”72.

En tales circunstancias muchos partidos vieron debilitada su representación así

como su capacidad de actuación. Los partidos de derecha -octubrista y cadete— se

apegaban a un discurso que no traspasaba las fronteras de los círculos

económicamente dominantes. La mayor parte de sus iniciativas no sólo eran

impopulares, sino que iban en contravía de los cuatro movimientos revolucionarios.

El cadete, por ejemplo, poseía una propuesta de reforma agraria que preveía la

nacionalización de la tierra, de acuerdo a la cual esta debía ser repartida entre los

campesinos, los cuales pagarían un alquiler al Estado, para que éste, a su vez,

transfiriera estos dineros a los antiguos propietarios, los cuales, de este modo se

convertirían en rentistas del Estado. Con respecto al tema de las nacionalidades se

apegaban a una visión unitarista y se oponían a reconocer el carácter multinacional

del Estado. A medida que se incrementaban los niveles de polarización de la

sociedad, estos partidos fueron perdiendo audiencia y terminaron por palidecer

junto con las clases acaudaladas.

No sólo a nivel programático estos partidos se encontraban desfasados de la

dinámica imperante. Tampoco entendían a cabalidad el nuevo escenario

72 Marc Ferro, La Revolución Je 1917, op cit., p. 426.

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6 9

político surgido tras la revolución de febrero. Así, por ejemplo, nunca llegaron a

comprender el papel que cumplían los soviets, verdaderos depositarios del poder.

El derechista periódico Riech, al respecto, sostenía: “Los soviets y demás

organizaciones solamente deben desempeñar la función de expresar las voluntades

de la opinión pública, pero no deben participar en el poder”. Como acertadamente

señala una investigadora soviética, el fracaso del partido cadete se debió a que “sus

directrices programáticas y sus acciones prácticas frente a todas las cuestiones de

importancia, tanto de política interna como exterior, estaban orientadas a la defensa

de los intereses de la burguesía y de ninguna manera correspondían a los deseos y

esperanzas de los trabajadores”73. Con respecto a la institucionalidad, estos partidos

abogaban por una inmediata ofensiva militar en contra de los alemanes con el

propósito de facilitar la recuperación operativa y política del ejército, única fuerza, a

juicio de ellos, con capacidad para poner fin a la anarquía reinante y reconstituir los

pilares del Estado.

Los otros partidos socialistas- menchevique y eserista- fueron entretejiendo su

destino cada vez más con las organizaciones políticas de las clases dominantes. A

juicio de sus dirigentes, la acción de estos partidos debía limitarse a ejercer un

control sobre las acciones del gobierno burgués, velar por los intereses de los

trabajadores y luchar por una profundización de la democracia, con lo cual se

avanzaría hacia la antesala de una sociedad socialista. Impregnados de una

concepción que establecía una neta separación entre la etapa burguesa de la

socialista en la revolución las directivas de estos partidos estuvieron dispuestos a

colaborar con el gobierno burgués. Más aún, muchas veces asumieron la vocería

contraria a la implementación de reformas estructurales en el entendimiento de que

esta era una competencia exclusiva de la Asamblea Constituyente.

Las actitudes asumidas por los partidos de derecha y los socialistas moderados

crearon el contexto para que se fortaleciera la convergencia entre los cuatro

movimientos revolucionarios antes señalados con el bolchevismo y el anarquismo.

Si el bolchevismo finalmente triunfó fue porque supo montarse en la cresta de esa

marea revolucionaria y encauzar este proceso hacia unos determinados fines. Hacia

mediados de 1917, las principales consignas de los bolcheviques, las

73 N. G. Dumova, “Acerca de la historia del partido cadete en 1917” en Istoricheskie Zapiski N. 90, Moscú,

Nauka, 1972, p. 131 (en ruso).

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7 0

cuales Lenin había anunciado en sus famosas y polémicas “Tesis de Abril”, se

pueden resumir en: el traspaso de todo el poder a los soviets, la firma inmediata y

sin condiciones de la paz, el establecimiento del control obrero, la transferencia de la

tierra a los campesinos y el reconocimiento del derecho de autodeterminación

nacional. Nada distinto a las populares exigencias de los campesinos, obreros,

soldados y de las minorías nacionales.

De tal manera, se puede concluir que los bolcheviques se constituyeron en el

único partido que supo entender la dirección en que se estaban desarrollando estos

procesos y optó por hacer de esas demandas el centro de su programa de acción

política inmediata. Esta convergencia de intereses permitió que la autoridad de los

bolcheviques creciera velozmente. Si finalmente un pequeño partido de poco más de

400 mil militantes pudo tomarse el poder en la vasta Rusia fue porque era la única

organización política que actuaba en la misma dirección que las fuerzas de cambio.

No obstante esta convergencia coyuntural, no fue el radicalismo intelectual el

que determinó la calidad del proceso. Este venía signado por los encadenamientos y

la sincronicidad de las acciones emprendidas por los radicalismos populares, los

cuales no se concebían en términos de capitalismo o socialismo, sino de rechazo de

todo aquello que estaba marginando a las amplias masas del desarrollo en Rusia.

De esta confluencia surgieron dos contradicciones que atravesaron buena parte

de la historia soviética: la primera, entre la pretensión de la elite bolchevique por

construir una nueva sociedad y la inclinación popular que se apegaba a lo

tradicional y procuraba erradicar todo aquello que significaba desigualdad y

diferenciación social. Valga recordar el abismo infranqueable que separaba la

representación popular de la bolchevique. La mayor parte de los socialistas rusos, y

más aún los bolcheviques, eran claramente modernos y sostenían una defensa a

ultranza de los valores de la razón, la ciencia, el progreso, la educación y la libertad

individual. El grueso de los movimientos sociales que los catapultaron al poder

afirmaba todo lo contrario.

La segunda consiste en que esta convergencia creó otra disyuntiva paradójica.

Desde un punto de vista nacional, la revolución de octubre fue un acontecimiento

arcaico y conservador, pero con repercusiones ecuménicas que origina-

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7 1

ron réplicas a nivel mundial. Esta ironía la comprendían cabalmente los dirigentes

bolcheviques, quienes eran concientes de que su revolución tenía que ser

reproducida en otras partes, porque Rusia era incapaz de construir la nueva

sociedad.

La revolución de octubre, o bolchevique, fue, de este modo, la cristalización

política que produjo la convergencia de esas distintas manifestaciones revolucio-

narias sociales con un radicalismo intelectual, representado por el partido bol-

chevique, cuyos líderes, y sobre todo Lenin, supieron comprender cuál era el estado

de ánimo de las masas y cuál era la orientación de sus reivindicaciones, razón por la

cual este sentir fue incorporado en su programa político. Esta convergencia, sin

embargo, duraría poco. Las demandas de la población no se compatibilizaban con

los anhelos de transformación de los líderes revolucionarios que llegaron al poder en

la cresta de la ola revolucionaria. En síntesis, la Revolución de Octubre fue la

convergencia de cuatro procesos revolucionarios populares con un radicalismo

intelectual, el cual los unió y les dio coherencia.

En los días postreres del Gobierno Provisional, Kerenski intentó vanamente

encontrar una salida a la crisis a través de una negociación con los partidos

socialistas. Para el 14 de septiembre convocó una Conferencia Democrática, de la

cual tenía que emanar un cuerpo consultivo que asumiera algunas funciones de la

Asamblea Constituyente, mientras se convocaba las elecciones a esta última. Pero, ni

estas maniobras permitieron que sobreviviera a la avalancha que se avecinaba. Al

igual que en febrero, era en las calles donde se estaba jugando los destinos del país,

pero con la gran diferencia de que, en esta ocasión, un movimiento, pequeño pero

organizado, -los bolcheviques- se encontraba al frente del movimiento.

Las consignas bolcheviques día a día cobraban mayor fuerza y popularidad. El

movimiento huelguístico se encontraba en ascenso. Los campesinos en los hechos se

habían convertido en los dueños del campo ruso y no existía fuerza capaz de

detenerlos. Los soldados, por su parte, ya no obedecían a sus oficiales, más aún

cuando varios de ellos habían expresado simpatías con la sublevación el 27 de

agosto del general Kornilov, en cuyo aplastamiento un papel destacado nuevamente

le correspondió a los bolcheviques. En algunas regiones se constituyeron repúblicas

independientes; los gobiernos locales que aspiraban a la autonomía no acataban las

disposiciones de la capital. Finlandia se

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7 2

rehusaba a recibir dineros del Gobierno Provisional y en Ucrania se estaba creando

un ejército autónomo74. Uno a uno, los principales soviets estaban pasando a manos

de los bolcheviques. El 23 de septiembre, León Trotski fue electo presidente del

soviet de la capital y pasó a encabezar el Comité Militar Revolucionario, órgano que

se encargó de la coordinación y ejecución de la insurrección de octubre.

Sólo faltaba un pequeño empuje para que los restos del andamiaje del viejo

Estado se vinieran a bajo. El 25 de octubre, día de apertura del Segundo Congreso de

los Soviets, bastó una pequeña movilización en la capital y la ocupación de algunos

lugares estratégicos para que se conjurara el traspaso de todo el poder a los soviets y

se consumara, de esa manera, la revolución. Vistos desde esta perspectiva, los

sucesos de octubre no fueron un golpe de Estado, tal como pretendió demostrar toda

una importante corriente interpretativa contraria a los intereses socialistas, sino una

genuina revolución, porque contó con una amplia movilización y participación

social.

La revolución de Octubre realizó el sueño de las amplias masas campesinas,

obreras, de la mayoría de los soldados y de las minorías nacionales. Pero también se

hizo portadora de un anhelo propio, desgraciadamente, de corta duración: el inicio

de la extinción del Estado dentro de la más amplia democracia: “Nuestro partido

nunca ha querido ni querrá jamás apoderarse del poder contra la voluntad

organizada de las mayorías de las masas del país. El paso de la totalidad del poder a

los soviets no abolirá la lucha del partido en el campo de la democracia. Pero,

siempre que estén aseguradas la libertad total e ilimitada de la propaganda y la

renovación incesante de los soviets desde abajo, la lucha por la influencia y el poder

se desplegará dentro de los marcos de las organizaciones soviéticas”75. Este tipo de

voluntades podríamos definirlas como los últimos estertores del espíritu anarquista

reinante entre la intelectualidad rusa antes de que sucumbieran a manos de una

particular interpretación del marxismo.

Mientras los “rojos” se apoderaban del Palacio de Invierno, lugar donde

sesionaba el Gobierno Provisional, el Segundo Congreso de los Soviets inauguraba

sus sesiones. Se encontraban presentes 859 delegados que representaban a 402

soviets de más de cincuenta gobernaciones y localidades. Los delegados

74 John Rced, Diez días que estremecieron el mundo, op. cit., pp. 52-53. 75 Actas del Comité Central del Partido Socialdemócrata ruso (bolchevique), agosto de 1917 a febrero de

1918, México, Cuadernos pasado y presente N. 28, Siglo XXI, 1978, p. 53.

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7 3

mencheviques y eseristas rechazaron la toma del poder por parte de los

bolcheviques y abandonaron el Congreso. Sólo permaneció junto a los bolcheviques

una fracción eserista, la cual pasaría a la posteridad bajo el nombre de eseristas de

izquierda.

A su arribo al poder, los bolcheviques proclamaron dos decretos, los cuales

sancionaban medidas ampliamente populares: el primero anunciaba su voluntad de

sellar la paz y cursaban esta invitación a todos los Estados beligerantes. El decreto de

la paz promulgado por los bolcheviques el 26 de octubre se hizo portador de una

filosofía similar a los reconocidos 14 puntos de Wodrow Wilson del 14 de enero de

1918. Pero, en realidad, este último fue una reacción al radical llamado a la paz de los

bolcheviques. Pero ambos pasaron a la historia porque tenían en común el hecho de

que “el objetivo final era un nuevo sistema internacional de relaciones

internacionales, capaz de asegurar la paz no ya en virtud del mantenimiento del

status quo y de la congelación de las relaciones entre los Estados y las clases, sino

gracias a la eliminación de las causas de la guerra: la opresión y la sumisión de un

pueblo por parte de otro, y de las desigualdades sociales dentro de cada Estado”7'.

En tanto que acontecimiento, la revolución de octubre fue poco a poco

evolucionando hasta convertirse en un acontecimiento planetario. Inicialmente, fue

un evento estrictamente ruso. El decreto de la paz desencadenó una primera réplica

al liberar energías en favor de un reordenamiento del sistema mundial. Pero su

carácter local, en el contexto de un mundo internacionalizado, impidió que pudiera

convertirse en el embrión de un orden completamente nuevo. Sin embargo, supuso

el inicio de una fisura en la placa tectónica mundial, la cual seguiría evolucionando, a

través de la radicalización de las organizaciones de izquierda y del antagonismo en

los imaginarios políticos. Se convirtió finalmente en un acontecimiento planetario

cuando su sentido quedó asociado con la emergencia de un nuevo sistema social,

cuando el capitalismo perdió ciertos atributos de universalidad y cuando la URSS se

convirtió en un actor de primer orden de la política mundial. Es decir, la onda

expansiva del 76

76 Giulliano Procacci, op. citp. 21.

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7 4

acontecimiento se expresó mucho después de haber tenido lugar, cuando el anterior

orden internacionalizado se transfiguró en un sistema mundializado.

El otro fue el decreto de la tierra. Este legalizaba que toda la tierra sería

transferida a los campesinos para que fuese repartida por igual entre todos los

trabajadores del campo. Comúnmente este decreto ha sido interpretado como el

inicio de la confiscación y nacionalización de la tierra, es decir, el comienzo de la

revolución agraria. Pero, en realidad, como tuvimos ocasión de analizarlo,

constituyó la sanción legal que dio por concluido aquel proceso de apropiación

espontánea de la tierra por parte de la población campesina.

Ese mismo día, los bolcheviques a través de los soviets, crearon los nuevos

órganos de dirección central: el Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom, en la

abreviatura rusa), cuyos miembros eran todos bolcheviques designados por el

partido, el cual debía cumplir la función de nuevo Gobierno Provisional Obrero y

Campesino. Las principales carteras quedaron en manos de: Lenin (Presidente),

Trotski (Asuntos Extranjeros), Stalin (nacionalidades) y Lunacharski (Instrucción

Pública). El segundo órgano fue el Comité Ejecutivo Central (VtsIK, de acuerdo con

la siglo rusa), compuesto por 62 bolcheviques, 29 eseristas de izquierda, 6

socialdemócratas intemacionalistas, 3 del Partido socialista ucraniano y 1 eserista

maximalista.

De acuerdo con la nueva estructura estatal, el poder supremo se concentraba en

el Congreso de los Soviets de toda Rusia, el cual se componía de los representantes

de todos los soviets de las ciudades y del campo. En sus sesiones, el Congreso se

encargaba de elegir al VFsIK, el cual debía ejercer las funciones de poder legislativo

cuando el Congreso no se encontrara en funciones. El VTslK, por su parte, era el

encargado de designar a los miembros del Sovnarkom, órgano de administración y

gobierno.

Poco después, le siguieron otros decretos como la jornada laboral de ocho horas;

el 2 de noviembre se aprobó la “Declaración de los derechos de los pueblos”, que

proclamaba la igualdad y la soberanía de todas las naciones, pequeñas y grandes, la

abolición de los privilegios nacionales y religiosos y la concesión a todos los pueblos

de libertades civiles y derechos políticos y privados, los cuales quedaban

garantizado por el Estado. A Finlandia y Polonia se les reconoció la independencia.

A esto le siguieron otras medidas, entre las cuales se

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75

destacaban la eliminación de las castas, la abolición de la división estamental de la

sociedad, el reconocimiento a las mujeres de los mismos derechos que a los hombres y

la liquidación de los privilegios de la Iglesia y el reconocimiento de la libertad de

conciencia y religión. El 14 de noviembre se aprobó el decreto que reglamentaba el

control obrero, el cual establecía que los obreros debían velar por el buen

funcionamiento de las empresas y los facultaba para imponer sus decisiones a los

empresarios. La medida no limitaba los derechos de propiedad, dado que reconocía

que las empresas seguían perteneciendo a sus propietarios. Posteriormente el III

Congreso de los Soviets de toda Rusia creó la República Soviética Federal Socialista

Rusa (RFSSR), cuya constitución entró en vigencia en julio de 1918.

A nivel político y administrativo, los primeros meses se caracterizaron por una

profundización de las medidas descentralizadoras. Los poderes centrales no se

inmiscuían mayormente en la política y administración locales, lo que permitió que los

soviets de base pudieran adoptar muchas decisiones y controlar gran parte de la vida

política y administrativa. Esta descentralización, si bien se podía atribuir a la

incapacidad de las nuevas autoridades para ejercer un mayor control a nivel local, se

inspiraba también de un espíritu anarquista entonces predominante, incluso en las

filas bolcheviques, y representaba, además, una adecuada estrategia con el fin de

profundizar la revolución y desarticular los remanentes que quedaban de la vieja

sociedad zarista.

Esta utopía libertaria tuvo, sin embargo, una vida bastante efímera. A finales de

1917 empezaron a aparecer los primeros indicios centralizadores. El 7 de diciembre se

instituyó la Comisión Extraordinaria de toda Rusia para combatir la contrarrevolución

y el sabotaje (CHEKA, en la sigla rusa), cuyo primer presidente fue el polaco Félix

Dzerzhinski. El 3 de enero de 1918 el VTslK decretó el armamento de los trabajadores,

la formación de un ejército rojo socialista de obreros y campesinos y el desarme

completo de las clases dominantes con el fin de asegurar la plenitud del poder a los

trabajadores. El 15 de enero de 1918 un decreto del Sovnarkom creó las fuerzas armadas

del Estado ruso, encargadas de combatir a las fuerzas enemigas y contribuir al deseado

levantamiento del proletariado alemán. El ejército fue concebido a partir de una

estructura clasista, pues debía estar conformado únicamente por los elementos más

“conscientes y organizados” de las clases trabajadoras.

La centralización también se hizo efectiva a nivel de los órganos de dirección y

administración. Luego del traspaso del poder a los soviets, se estableció que el

Sovnarkotn dependía del VTsIK, ya que sus integrantes tenían que ser nombrados por

este último y este era además la máxima autoridad legislativa. Sin embargo, a finales

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7 6

del 1917 el VTsIK facultó al Sovnarkom a promulgar decretos, los cuales no requerían

del aval del primero. De esta manera, entre

1917 y 1921 el Sovnarkom proclamó 1615 decretos mientras el VTsIK sólo 375. Es decir,

el Sovnarkom fue poco a poco concentrando las funciones gubernamentales y

legislativas. A falta de control y de rendición de cuentas, el Sovnarkom se convirtió en

un órgano que gozaba de autonomía con respecto a la institucionalidad soviética y la

sociedad. Cualquier parecido con el anterior régimen zarista, quizá, fuera una simple

coincidencia. Pero se inscribía dentro de las formas históricamente rusas de

organización del poder político.

El momento más escabroso en este conflicto de competencia entre la utopía del no

Estado y las tendencias centralizadoras se presentó en torno a la Asamblea

Constituyente, la cual fue convocada para enero de 1918. Después de que el Gobierno

Provisional utilizara variados pretextos para aplazar su convocatoria, poco antes de

que se consumara la Revolución de Octubre, el gobierno de Kerenski anunció la

celebración de elecciones a la constituyente. Esto explica el hecho de que todas las

medidas adoptadas después de octubre por los bolcheviques tuvieran un carácter

provisional, pues se asumía que estas decisiones debían ser ratificadas por la

Constituyente.

Las elecciones a esta Asamblea se realizaron de acuerdo con el cronograma

previsto en la segunda mitad de noviembre de 1917. Se eligieron 704 delegados, los

cuales, desde un punto de vista partidista, quedaron repartidos de la siguiente manera:

eseristas (410), bolcheviques (175), cadetes (17), mencheviques (16) y los 86 restantes se

repartieron entre distintas organizaciones menores. Es de destacar el hecho de que el

85% de los delegados eran socialistas de uno u otro partido, lo que demuestra la fuerza

de los ideas de justicia social en la Rusia de comienzos de siglo.

Sin embargo, con una adversa correlación de fuerzas para las organizaciones que se

encontraban al frente de la estructura de los soviets, el 5 de enero de

1918 inició sesiones la Constituyente. Como los bolcheviques no pudieron imponer

su agenda, optaron por abandonar la sala. “A eso de las cuatro de la madrugada

—escribe Víctor Serge- en el momento en que el presidente acababa de dar lectura a los

diez artículos del proyecto de “ley fundamental de tierras”, se acercó a la tribuna

presidencial un marino de los que estaban encargados del servicio de guardia, el

anarquista Jelezniak. Se hizo silencio en las tribunas. (El marino dijo): “El cuerpo de

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7 7

guardias está fatigado. Les ruego que despejen el salón de sesiones”77. Con este simple

gesto se puso fin a la Asamblea. Al día siguiente el Sovnarkom publicó el decreto de

disolución de la Constituyente.

De esta manera finalizó una de las páginas más polémicas de la historia soviética.

Las consecuencias de este abrupto final pronto se hicieron sentir. Significó la ruptura

total de relaciones entre los partidos en el poder y las demás organizaciones socialistas.

Simbolizó el desmantelamiento de los poderes paralelos y sobre todo de aquellos que

se identificaban con la democracia representativa. “Bajo el aspecto de la Asamblea

Constituyente -escribió Trotski, años después- la República de Febrero había hallado

simplemente la ocasión de morir por segunda vez”78.

Entrañó también un sólido estímulo para la unificación de todas las fuerzas

opositoras a los bolcheviques, entre los cuales se contaban importantes sectores de los

socialistas moderados. Como escribía hace algunos años un importante historiador

ruso: “En una situación de casi completa ignorancia campesina, de pésimos medios de

comunicación, etc., los bolcheviques fueron incapaces de sacar provecho de su

confrontación con la Asamblea Constituyente. Por el contrario, se crearon serias

dificultades políticas. En el verano y otoño de 1918 la principal consigna esgrimida en

la lucha contra los bolcheviques, que desembocó finalmente en la guerra civil, fue la

defensa de la Asamblea Constituyente y la restauración de su autoridad”79.

Representó también la eliminación de los pocos remanentes que quedaban de

libertad y democracia. Los partidos que no participaban en la estructuras de los soviets

perdieron su capacidad para actuar políticamente. El escenario político se redujo sólo a

aquellas organizaciones que daban su beneplácito a las instituciones soviéticas. Al

respecto, la insigne comunista alemana, Rosa Luxem- burgo, impugnó la decisión

bolchevique en términos magistrales: “La libertad reservada exclusivamente a los

partidos oficialistas, únicamente a los miembros del partido gubernamental -por

numerosos que sean no es libertad. La libertad es siempre únicamente libertad para

quien piensa de manera diferente. Y no es por fanatismo de “justicia”, sino porque

todo lo que de instructivo, sano y purificador puede haber en la libertad política,

depende de ella, y pierde toda eficacia en el momento en que la libertad se convierte en

77 Víctor Serge, op cit., p. 150. 78 León Trotski, Imágenes de Lenin, México, Ediciones Era, 1970, pp. 92-93. 79 Roy Medvedev, The October Revolution, Estados Unidos, Columbia University Press, 1979, p. 114.

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7 8

un privilegio”80.

Por último, la disolución de la Asamblea Constituyente se convirtió en la medida

más decidida emprendida por los bolcheviques para arrogarse el monopolio del poder

político y fortalecer las tendencias centralizadoras. El partido se identificó con el futuro

porque se concebía como la única fuerza con capacidad para sacar adelante el proceso

revolucionario. La legalidad, por su parte, quedó circunscrita a los deseos y veleidades

de la cúpula del partido. La revolución y partido bolchevique no sólo se convirtieron

en sinónimos, sino que la primera terminó convirtiéndose en un mero asunto del

partido. De este modo fue como la revolución también experimentó un proceso de

autonomización con respecto a la sociedad, lo que exacerbó la disfuncionalidad entre

los propósitos de los revolucionarios en el poder con las aspiraciones de aquellos

sectores sociales, los cuales previamente había catapultado a los bolcheviques al poder.

Esta desafiante actitud asumida por los bolcheviques se puede entender por la

cosmovisión de la cual estos revolucionarios se hacían portadores. Para los dirigentes

revolucionarios, los cuales se inspiraban en el marxismo y compartían la tesis de que el

imperialismo representaba la fase superior del capitalismo, la revolución constituía el

punto de partida para el tránsito de Rusia hacia el socialismo. Si bien se reconocía que

Rusia era muy atrasada para emprender esta descomunal tarea (escaso desarrollo de

las fuerzas productivas), el socialismo no podía confinarse a un solo país, y por eso se

identificaba la revolución con una chispa, cuya función era la de servir de detonador

de la revolución mundial. Las contradicciones a que había arribado el capitalismo en

su fase imperialista, sólo podían resolverse mediante la sustitución del capitalismo por

el socialismo en una dimensión planetaria.

En este sentido, aun cuando nunca se recurriera al término de globalización, el

socialismo, como sistema mundial se pensaba a partir de una concepción universalista,

para resolver el conjunto de las contradicciones económicas, sociales y políticas no de

una sociedad, sino del mundo en su conjunto. Por tanto, el aumento de la brecha entre

los objetivos revolucionarios y las aspiraciones de los sectores que habían catapultado

a los bolcheviques al poder se explicaba porque para estos últimos la revolución no era

un fenómeno nacional, sino mundial y la tarea de los revolucionarios era resistir en el

poder hasta cuando se produjeran levantamientos similares en los países más

avanzados.

Este clima de tensión entre gobernantes y amplias capas de la población tuvo lugar

80 Rosa Luxeniburgo, Sobre la Revolución Rusa, México, Grijalbo, Colección textos vivos, 1980, p. 36.

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7 9

en un escenario de intensas incertidumbres económicas, sociales, además de políticas.

En 1918 la situación económica se había tornado insostenible. Las transformaciones

que experimentó el campo con la reconstitución de las comunas, aunado a las

devastaciones ocasionadas por la guerra en las zonas agrícolas más prósperas

condujeron a una parálisis completa en los intercambios de productos entre el campo y

la ciudad. Además, con la pérdida de Ucrania y los desajustes ocasionados por las

distintas conmociones sociales, la cosecha de grano se redujo a un magro 17%. Entre la

población urbana, las raciones de alimentos disminuían de día en día. El Sovnarkom,

desesperado por la situación reinante, estableció un procedimiento para facilitar el

abastecimiento de las ciudades: resolvió que los comités militares debían prestar su

asistencia al Comisariado de abastecimiento. Fue así como se crearon los primeros

destacamentos obreros para requisar y confiscar los “excedentes” de alimentos entre

los campesinos.

La requisa de granos, forma particular de terror rojo, alimentó el descontento de los

campesinos hacia el poder soviético y significó una pérdida de influencia de los

órganos centrales y del partido en el campo. Una breve comparación en la composición

de cien soviets rurales a mediados de 1918 con los mismos en 1917, así lo demuestra. La

representación bolchevique se redujo de un 60% a un 44%, mientras que la de los

eseristas de izquierda subió de 18,9% a 23,1% y la de los sin partido se incrementó de

9,3% a 27,1%81.

La situación se tornó más difícil cuando se consumó la ruptura entre los eseristas

de izquierda y los bolcheviques. El 3 de marzo de 1918 en Brest-Litovsk se firmó el

acuerdo de paz entre la Rusia soviética y el bloque militar austro- alemán, con lo cual

Rusia quedó privada de gran parte de Ucrania, Bielorrusia y la región del Báltico,

situación que supuso la pérdida de un importante suministro de grano, carbón y

hierro. Un sector del partido bolchevique, así como la mayoría de los eseristas de

izquierda, había manifestado su oposición a esta ignominiosa paz, que sancionaba la

ocupación alemana de vastas zonas del país.

Los eseristas de izquierda, descontentos con las actitudes conciliadoras que

finalmente habían imperado entre los bolcheviques, organizaron una insurrección

contra el partido de Lenin. Para el 6 de julio tenían previsto un levantamiento armado,

el cual debía iniciarse con el asesinato del Conde Mirbach, representante alemán ante

las autoridades soviéticas. En distintos puntos de la capital, los eseristas de izquierda

se apoderaron de importantes edificios públicos, entre ellos el de correos, el cual fue

81 Roy Medvedev, op. cit., p. 148.

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8 0

utilizado para enviar telegramas a todo el país y poner a la opinión pública en

conocimiento de que a partir de ese momento los eseristas se arrogaba la función de

“única fuerza gobernante”. La insurrección fue aplastada y al día siguiente los

bolcheviques tenían la situación bajo control. El costo político fue, sin embargo, muy

grande: se esfumó el bloque soviético, y a partir de ese momento, los bolcheviques se

convirtieron en la única fuerza gobernante.

Pero ¿qué llevó a los eseristas a dar este paso, tan cercano al suicidio político?

¿Cuáles eran sus propósitos? Una tradición historiográfica ha explicado la ruptura

entre ambos partidos, argumentando que los eseristas de izquierda se habían opuesto

terminantemente al acuerdo suscrito con Alemania. Sin duda, en ello había una buena

dosis de verdad. En efecto, en el V Congreso de los Soviets algunos oradores eseristas

habían exigido “rasgar revolucionariamente el tratado de Brest-Litovsk, funesto para

la revolución rusa y para la revolución mundial”. Los eseristas de izquierda, así como

un importante sector de los bolcheviques, propugnaban por una guerra revolucionaria

contra el invasor; se declaraban partidarios de la tesis de que la continuación de la

guerra aceleraría la revolución mundial, idea, que en sus rasgos generales compartían

los mismos bolcheviques, quienes eran conscientes que, dado el atraso de Rusia, era

imposible acometer la tarea de construir la nueva sociedad, sin el apoyo de las clase

trabajadores de los países más desarrollados.

Pero existen también otros motivos más sustantivos que explican este divorcio.

El más importante consiste en que los eseristas de izquierda eran los representantes

políticos de los campesinos medios, parte fundamental de la población rural. Esta

identificación social puede corroborarse con su programa político el cual

propugnaba por el establecimiento de un socialismo agrario. Precisamente ese

segmento del campesinado era el sector más golpeado por la política de requisa

forzosa de granos desencadenada por los bolcheviques. De ello se puede inferir que

el levantamiento eserista no fue un impuso anárquico y espontáneo, sino una

medida desesperada para acabar con la violencia que se estaba ejerciendo contra

sus bastiones sociales de poder. Fueron los bolcheviques, quienes al optar por la vía

de la violencia, impulsaron a los eseristas a esta acción suicida. Una estrategia de

compromiso, por el contrario, hubiera moderado los conflictos y las tensiones. Fue

en estas difíciles circunstancias, cuando el poder soviético mostraba serios síntomas

de debilidad, debido al aumento del descontento social, cuando se cernió una

amenaza mayor: la guerra civil (1918-1920).

Ya desde el mismo octubre de 1917, ciertos sectores vinculados al antiguo

ejército zarista y a los partidos cadete y octubrista, habían iniciado acciones

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8 1

armadas contra el naciente poder soviético. Estos enfrentamientos y ciertas

actitudes de rebeldía fueron el preámbulo de la guerra civil. Pero esta no se inició

hasta mediados de 1918, cuando, quince mil soldados checoslovacos armados que

combatían en el frente oriental, luego de la firma de la paz entre rusos y alemanes,

tuvieron que desplazarse hacia el frente occidental, razón por la cual tuvieron que

iniciar una travesía hacia el Extremo Oriente en dirección a Europa occidental.

Pero, cuando cruzaron la región de los Urales, se rebelaron y se unieron a los

eseristas, quienes en la ciudad de Samara habían creado un comité de miembros de

la Asamblea Constituyente, comité que se reivindicó como el único gobierno

legítimo de toda Rusia.

Los checos no fueron los únicos que participaron en esta nueva conflagración

que estalló en suelo ruso. En 1918 se presentaron desembarcos de tropas inglesas en

las ciudades de Múrmansk y Arcángel, con el pretexto de defender estos vitales

puntos estratégicos para que no cayeran en manos de los alemanes. Tropas

francesas, por su parte, desembarcaron en el Mar Negro y fuerzas estadounidenses

en la lejana ciudad de Vladivostok. Alemania no participó

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8 2

directamente en el saqueo de Rusia, pero ya había obtenido una importante tajada

territorial con la firma del Tratado de Brest-Litovsk. Al finalizar la Primera Guerra

Mundial, la debilitada Alemania debió evacuar los territorios ocupados y esa

ocasión fue aprovechada por los bolcheviques para anular el tratado que a inicios de

1918 habían suscrito con Berlín. En 1919, el año más difícil de la guerra civil, los

territorios de la Rusia soviética abarcaban apenas las fronteras del antiguo reino de

Moscovia.

Para hacer frente a la amenaza que representaba la guerra civil, los bolcheviques

se vieron obligados a adoptar una estrategia que les permitiera hacer frente a las

contingencias del conflicto: el “comunismo de guerra”. Se reservó el término

comunismo a este conjunto de medidas porque no pocos bolcheviques creyeron que

Rusia ya se encontraba ad portas del comunismo, porque todo apuntaba a demostrar

que se había cumplido una famosa sentencia de Karl Marx, quien había sostenido

que en el comunismo dejaría de existir el dinero.

Eso precisamente era lo que estaba ocurriendo en Rusia, pero no porque se

hubieran logrado construir relaciones sociales de nuevo tipo, sino porque el dinero

había perdido por completo su valor. Antes de la guerra la moneda en circulación se

elevaba a 1,6 miliardos de rublos en papel moneda y a 400 millones en oro, pero

durante la guerra se imprimieron 12 miliardos de rublos, circunstancia que

desencadenó una desenfrenada inflación. Posteriormente, con la revolución de

octubre, se incrementaron los salarios y pensiones, para lo cual hubo que recurrir a

la emisión de nuevos billetes. En promedio se imprimían 30 millones de rublos por

día. A ello se sumaba el hecho de que como la relación entre el campo y la ciudad

había prácticamente desaparecido, el trueque una vez más volvió a ser el principal

mecanismo de intercambio. En 1921 la moneda valía el 0,006% de antes de la guerra.

Este comunismo de guerra consistió en que a la estrategia de requisa forzosa de

granos, se le sumaron medidas tales como la nacionalización de las ramas más

importantes de la industria (28 de junio de 1918), el establecimiento del monopolio

del comercio, la abolición del dinero como medida de cambio, la creación de los

comités de campesinos pobres (kombedi), el empleo del terror y de la militarización

como armas económicas. Estas últimas consistían en la introducción de las cartillas

de trabajo, la movilización de la mano de obra por razones de Estado, la creación de

campos de trabajo forzado para los delin-

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8 3

cuentes, la instauración de tribunales disciplinarios de trabajo, la creación de

ejércitos revolucionarios de trabajo y la reimplantación de la dirección unipersonal

en las empresas.

Si bien el comunismo de guerra no fue otra cosa que un conjunto de deses-

peradas medidas encaminadas a garantizar la seguridad del Estado soviético en

condiciones de guerra civil e intervención externa y, de ningún modo, se le puede

equiparar con un primer programa de construcción de la nueva sociedad, tuvo, a la

postre, un impacto muy grande en el desarrollo de Rusia en la medida en que

contribuyó a profundizar y llevar hasta sus últimas consecuencias la completa

erradicación de los bastiones de la modernización y de la acumulación capitalista.

En el campo, el restablecimiento de la obschina con mayores poderes y facultades

que antes, la destrucción de la clase de los kulaks, la desaparición del tráfico

comercial, la orientación de la producción hacia la autosubsistencia, pusieron fin al

capitalismo agrario en Rusia. De otra parte, la nacionalización de las empresas

industriales -grandes y pequeñas- de los bancos, el establecimiento del monopolio

del comercio exterior, la eliminación de la moneda y del mercado, destruyeron los

elementos capitalistas y mercantiles que aún perduraban en las ciudades. Todo esto

nos permite concluir que lo que se produjo en esos años en la Rusia soviética fue una

mayor arcaización de la sociedad en tanto que todos los elementos capitalistas

fueron violentamente suprimidos, sin que se implantara ningún nuevo programa de

acción económica. En esto estaban interesados tanto los sectores marginados por el

proceso de modernización, como los líderes bolcheviques que veían en estas

transformaciones la creación de las condiciones para la formación de la nueva

sociedad.

Desde un punto de vista social, los años del comunismo de guerra trajeron

consigo cambios igualmente sustanciales. Desapareció la anterior configuración

clasista de la sociedad. La burguesía y la nobleza fueron privadas de sus

propiedades y privilegios, con lo cual perdieron los atributos que las habían

mantenido como clases dominantes. Los obreros y otros grupos subalternos

quedaron seriamente debilitados. “En 1920 -escribe Moshé Lewin- los citadinos no

representaban más que el 15% de la población contra el 19% en 1917. Moscú había

perdido la mitad de sus habitantes y Petrogrado los dos tercios (...) Las ciudades

cambiaron la estructura social. Las estadísticas (...) de 1920

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8 4

indican que las clases medias y los pequeños productores -miembros de las

profesiones liberales, comerciantes, artesanos y obreros cualificados- estaban

completamente agotados”*11. Muy ostensible fue la disminución de la clase obrera.

En Petrogrado el número de obreros en octubre de 1918 en comparación con enero

de ese mismo año se había reducido en un 74,8°/o82 83. Para toda Rusia, E. Carr

entrega una cifra similar: una reducción del 76%84.

Fue en el transcurso de estos años cuando apareció un conjunto de prácticas que

acompañarían gran parte del desarrollo ulterior de la Unión Soviética. Una de las

primeras fue la militarización del Estado, del partido y de la sociedad rusa, proceso

cuyos inicios se remontan a la constitución del ejército rojo. Hacia mediados de 1918

el ejército se encontraba lejos de disponer de una capacidad que le permitiera hacer

frente a las fuerzas enemigas. Los antiguos guardias rojos y los movimientos

guerrilleros ya habían cumplido una importante función pero resultaban incapaces

para hacer frente a los imperativos de la guerra. En ese tipo de organizaciones

armadas no se respetaba la disciplina ni se disponía de conocimientos tácticos y

estratégicos para llevar a cabo una guerra de grandes proporciones.

Trotski, quien a mediados de 1918, fue nombrado Comisario de Guerra y

presidente del Supremo Consejo de Guerra, prefirió desbandar esos destacamentos

y fue renuente a utilizarlos como plataforma a partir de la cual construir el nuevo

ejército rojo centralizado y jerárquico. Optó más bien por crear un ejército regular,

con una organización estable y con un sistema de dirección centralizada. Por último,

resolvió incorporar a 30 mil antiguos oficiales del viejo ejército zarista85.

Se acordó también que en las filas del ejército debían crearse poderosos aparatos

políticos del partido, con el propósito de influir en el estado de ánimo de los

soldados, garantizar una adecuada educación política y para ejercer vigilancia sobre

los oficiales. Conviene recordar que hacia mediados de 1920, el 50% de los miembros

del partido se encontraban movilizados en las filas del

82 Moshé Lewin, La formation du systéme soviétique, op. cit, pp. 302-303. 83 V1. Nosach “Composición y aspecto social de los obreros de Petrogrado (1918-1920)” en Istoricheskü

Zapiski, N. 98, Moscú, 1977, p. 67 (en ruso). 84 E. H. Carr, La revolución bolchevique, op. cit. Tomo 2, p. 206. 85 Isaac Deutscher, Trotski. El profeta armado, op. cit., p. 393.

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8 5

ejército. Cuando finalizó la guerra, el número de células del partido en el ejército

bordeaba las siete mil, cifra superior a la de cualquier otro sector de la producción o

del Estado86. Este fue un primer indicador de la militarización que registró el partido

durante estos difíciles años.

Otra demostración fue el hecho de que las células políticas en el ejército tuvieron

que ajustarse a las exigencias de la vida militar. “El responsable de la “sección

política” nombraba a los comisarios (...) La dirección política estaba en manos de un

jefe, o sea se implantó el principio de la dirección única (...) Dada la movilidad del

frente y, por lo tanto, de las tropas y de las “secciones políticas”, estas

organizaciones no se sometían al principio de territorialidad, es decir, no dependían

de ningún comité territorial, sino que respondían directamente al Comité Central”87.

Esta militarización, con su correlativa burocratización y centralización, recibió

sanción legal en el X Congreso del partido, celebrado en 1921 cuando se destacó que

“la forma organizativa del partido debe ser la militarización de la organización

partidaria”.

La militarización afectó también a la estructura del Estado. No está demás

recordar que una de las consignas favoritas de los bolcheviques en su arranque

anarquizante de 1917 fue la abolición del ejército como formación ajena y

contrapuesta al pueblo. Pero en 1918 se creó uno que respondía a un ordenamiento

central, separado de las masas trabajadoras, con lo cual los soviets perdieron

autoridad sobre los regimientos. De esta manera, el ejército se autonomizó de los

centros locales de poder. Esto condujo a que, dada la situación de guerra, los centros

locales tuvieran que someterse a las disposiciones de las organizaciones militares o a

que se convirtieran de hecho en centros carentes de todo poder. Esta situación la

reconocían intelectuales tan prestantes como Nicolai Bujarin y Evgueni

Preobrazhenski, cuando escribían: “Los instrumentos del poder soviético han tenido

que ser construidos según criterios militaristas. Muy a menudo no hay tiempo de

convocar a los soviets, y por lo tanto, como regla, los comités ejecutivos han de

decidirlo todo. Este estado de cosas se debe a la situación militar de la República

soviética. Lo que existe hoy en Rusia no es solamente la dictadura del proletariado:

es la dictadura militar proletaria. La república es un campamento armado”88.

86 Giulliano Procaed, El Partido en la URSS (1917-1945), Barcelona, Laia, 1975, p. 42 y 44. 87 Ibídem, p. 45-46. 88 Nicolai Bujarin y Evgueni Preobrazhenski, El ABC del comunismo, Barcelona, Fontamara, 1977, p. 187.

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8 6

La militarización se convirtió en una nueva cultura que los comunistas quisieron

imponer en todos los niveles de la sociedad. Para muchos líderes soviéticos, esta

nueva disciplina no era otra cosa que el tránsito de una sociedad socialista en

desorden, que tenía que ser construida desde arriba para combatir la espontaneidad

creciente que se manifestaba en las organizaciones de base, por un socialismo

verdadero que consistía en el acatamiento por parte de los trabajadores de las

decisiones de los revolucionarios en el poder. “Si estas masas —escribió Lenin-

ahora han creado en el Ejército Rojo una disciplina nueva, no la impuesta por el palo

y los terratenientes, sino la disciplina de los Soviets de diputados obreros y

campesinos; si están dispuestos a hacer hoy el mayor sacrificio; si entre ellos se ha

constituido una cohesión nueva, eso se debe a que nace y ha nacido por primera vez,

en la conciencia y sobre la experiencia de docenas de millones, una disciplina nueva,

la disciplina socialista, a que ha nacido el Ejército Rojo”89.

La militarización penetró también las prácticas laborales. En el particular, la

vocería la asumió Trotski, quien formuló en 1919, la tesis de la militarización del

trabajo, la cual justificó en los siguientes términos: “Explíquennos los oradores

mencheviques que significa trabajo libre, no obligatorio. Hemos conocido el trabajo

esclavo, el trabajo servil, el trabajo obligatorio reglamentado en las artesanías

medievales y el trabajo de los asalariados libres que la burguesía llama trabajo libre.

Ahora nos encaminamos hacia el tipo de trabajo socialmente reglamentado sobre la

base de un plan económico, obligatorio para todo el país, para cada obrero. Esta es la

base del socialismo (...) La militarización del trabajo, en este sentido, fundamental de

que he hablado, es el método básico e indispensable para la organización de

nuestras fuerzas laborales”90.

La militarización también trascendió la esfera política y afectó las relaciones con

los demás partidos y organizaciones sociales. Los restantes partidos socialistas

fueron tolerados en la medida en que mostraran disposición a asumir posiciones

“antiblancas”, mientras que los sindicatos debían actuar como correas de

transmisión entre la clase obrera, el partido y el Estado. La militarización, por

último, se llevó a cabo a través del “terror rojo”, proceso que se

89 Lenin, Obras Escogidas en doce tomos, tomo 8, Moscú, Editorial Progreso, 1976, p. 363. 90 Citado en Isaac Deutscher, Los sindicatos soviéticos, México, Era, 1971, pp. 52-53.

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8 7

inició el 17 de julio de 1918 con la ejecución de la familia real y la persecución de

todos aquellos que colaboraran con las fuerzas contrarrevolucionarias.

Esta militarización con la consiguiente centralización, concentró la vida política

en las altas esferas del partido. Un testigo presencial describe en los siguientes

términos la magnitud de esta transformación: “Al no existir ya debates políticos

entre los partidos que representaban en sus variados matices de opinión a los

diferentes intereses sociales, las instituciones soviéticas, empezando por los Soviets

y acabando por el VTsIK y el Consejo de Comisarios del Pueblo, en el que están sólo

los comunistas, funcionan en el vacío, sin resistencia; es el partido quien toma las

resoluciones; esos organismos no hacen sino ponerles la estampilla oficial”91. En

síntesis, una de las transformaciones más profundas y duraderas de la historia

soviética fue que con todas estas acciones la política entró a desempeñar el papel de

plataforma organizativa de todo el tejido económico y social.

Hacia mediados de 1920 el final de la guerra civil era inminente. El 17 de octubre

se libró el epílogo de esta guerra en el Istmo de Perekop con la expulsión de los

ejércitos de Wrangler. En el desenlace de la guerra un papel importante desempeñó

el hecho de que las consignas bolcheviques eran populares en amplios sectores de la

sociedad. A los campesinos se les había legalizado el reparto de la tierra, a los

obreros se les prometió la gestión directa de la administración de las empresas y la

creación de una democracia socialista y a las minorías, no sin ciertos tropiezos, se

les concedió el derecho de autodeterminación. Ello explica el hecho de que durante

los años de la guerra civil la convergencia entre las masas sociales y el partido

mantuviera su vigencia.

Por el contrario, los opositores al régimen siempre mostraron una gran de-

bilidad, no obstante el hecho de que contaron con un significativo apoyo de países

extranjeros. En ello intervinieron varios factores. De una parte, las ofensivas contra

Moscú y demás centros estratégicos se llevaban a cabo sin ninguna coordinación.

Kolchak, desde sus bases siberianas, inició su ofensiva hacia el Volga y Moscú en la

primavera de 1919; Denikin, desde el sur, lanzó su ofensiva en el verano; y

Yudiénich intentó tomar Petrogrado en otoño. Es decir, las ofensivas no estaban

encadenadas y no se producían de manera simultánea, lo

91 Víctor Serge, op cit., p. 312.

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8 8

que aminoraba el impacto de sus esfuerzos. De otra parte, jugó en contra de los

blancos el hecho de que operaran desde líneas externas. Los distintos contingentes

militares se encontraban separados por millares de kilómetros y carecían de

adecuados medios de transporte y de comunicaciones. Pero tampoco contaban con

una plataforma política única. Los jefes militares buscaban glorias personales y

contaban con heterogéneas bases de apoyo. Por el contrario, los bolcheviques

operaban desde líneas internas y disponían de grandes recursos militares, humanos

e infraestructurales.

Pero el factor decisivo que impidió a los blancos convertirse en una gran fuerza

política y militar fue su vaga posición frente a las reivindicaciones de los

campesinos, obreros y minorías nacionales. Los blancos siempre fueron renuentes a

reconocer la apropiación de la tierra por parte de los campesinos. Además,

numerosos terratenientes anhelaban que una vez se alcanzase la victoria las tierras

les serían devueltas. Esta ambigüedad producía incertidumbre entre los campesinos.

En lo que respecta a los alógenos, los blancos declaraban sólo estar dispuestos a

reconocer derechos de autonomía, las más de las veces cultural, a las minorías

nacionales. Defendían la tesis de una Rusia única e indivisible, lo que rememoraba

las viejas formas del imperialismo. En ambos casos, el programa de los blancos

significaba un paso atrás en comparación con la política bolchevique.

Este divorcio entre los programas de los blancos y la realidad era tanto mayor si

tenemos en mente que como resultado de las revoluciones el viejo imperio

multinacional había quedado totalmente desmembrado. Los bolcheviques habían

dado vía libre a las naciones más occidentales del antiguo imperio para que hicieran

realidad el derecho de secesión. Finlandia, Polonia y las repúblicas del Báltico se

habían separado legalmente de la Rusia soviética. Sin embargo, durante la guerra

civil se reconstituyeron los lazos de solidaridad entre la Rusia revolucionaria y

algunas de las nacionalidades del antiguo imperio. A través de acuerdos y alianzas

sellaron nuevamente su destino al de Rusia. Claro que debe recordarse también que

cuando la voluntad no bastaba, se recurría a la fuerza para reconstituir la nueva

unión. Tal fue el caso de Georgia que fue invadida en 1921, bajo orden de Stalin, y

reincorporada a los destinos de la Rusia soviética. Un proceder similar se intentó

contra Polonia en 1920, pero los levantamientos populares de los polacos contra los

invasores obligaron al Ejército Rojo a retirarse.

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8 9

Hacia finales de 1920, si bien la lucha armada había finalizado, la situación

económica, social y política era extremadamente tensa. En 1920, la producción

industrial era sólo el 12,9% de la de 1913 y la de acero el 1,6%; los trabajadores

ocupados en la industria sólo quedaban poco más de un millón doscientos mil. En la

práctica, Rusia había asistido a un fuerte proceso de ruralización y arcaización. Se

calcula que en los inicios de la década de los veinte aproximadamente el 84% de la

población se encontraba viviendo en el campo92.

Una vez que el fin de la guerra se hizo inminente, el apoyo social de que había

gozado el régimen comenzó a evaporarse. Por la disociación de objetivos y de

procedimientos, el apoyo social no era incondicional. Los campesinos empezaron a

revelarse contra la requisa forzosa; los obreros ya no sentían suya la “dictadura”, la

cual paulatinamente se había impuesto sobre ellos; las magras capas medias se

encontraban agobiadas por la carestía, el hambre y las restricciones a las libertades

fundamentales; las minorías nacionales -salvo contadas excepciones- no siempre

habían podido hacer suyas las reivindicaciones de sus comunidades.

Dada la disociación de objetivos, el apoyo social que había permitido a los

bolcheviques resultar triunfadores en la guerra, no podía durar eternamente. Los

campesinos, los obreros y las minorías nacionales habían apoyado al poder soviético,

no porque se identificaran con sus posiciones, ni porque compartieran los ideales

socialistas, sino porque en comparación con los blancos, los rojos representaban un

mal menor. La reimplantación del antiguo orden de cosas, tal como había sucedido

en numerosas regiones que cayeron en manos de los blancos, había equivalido a la

privación de la posesión de la tierra por parte de los campesinos, al retorno de las

empresas a sus antiguos dueños y la reintroducción de una política centralista y

colonialista frente a las minorías nacionales. Por el contrario, los bolcheviques

obtuvieron el apoyo de las minorías nacionales mediante la creación de repúblicas

internas en el concierto de la RSESR.

Frente a este clima, el tránsito de la sociedad militarizada a una “civil” tuvo que

realizarse por medio de concesiones. El primer dirigente en formular una

92 Giulliano Procacci, Historia general del siglo XX, op cit., p. 51.

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9 0

política en este sentido fue Trotski, quien en febrero de 1920 abogó por la

finalización de la requisa forzosa. “La política actual de requisa de los productos

alimenticios, de responsabilidad colectiva para la entrega de estos productos y de

reparto equitativo de los productos industriales provoca la decadencia progresiva de

la agricultura, la dispersión del proletariado industrial y amenaza con desorganizar

totalmente la vida económica del país. (Como medida proponía) reemplazar la

requisa de los excedentes por un descuento proporcional a la cantidad de la

producción (una especie de impuesto progresivo sobre el ingreso) y estableciendo de

tal modo que siempre sea ventajoso aumentar la superficie sembrada o cultivar

mejor”93.

En ese entonces, la mayor parte de los dirigentes se mostraba renuente a aplicar

una estrategia de reconstrucción del mercado y del capitalismo. En 1919, Lenin sobre

el particular, había escrito: “Nosotros sabemos, por toda la experiencia del

desarrollo de Rusia, que la libertad de comercio equivale a implantar libremente

capitalistas; y la libertad de comercio en un país atormentado por el hambre, en un

país donde el hambriento está dispuesto da dar lo que sea, incluso a aceptar la

esclavitud, por un mendrugo de pan, la libertad de comercio cuando el país pasa

hambre es tanto como dar a la minoría la libertad de enriquecerse, y a la mayoría, de

arruinarse”94.

Todos estos argumentos quedaron sin piso cuando las revueltas campesinas

sacudieron el país, cuando los obreros se declararon en huelga en las principales

ciudades (Petrogrado, Moscú, Tula, etc.), cuando se sublevaron los marinos de

Kronstadt, artífices de la revolución de octubre de 1917, ahora opositores al régimen.

Todo esto evidenciaba que de no introducirse cambios inmediatos al poder soviético

se hallaría seriamente debilitado.

Durante los meses finales de 1919 y primeros de 1921 la violencia rural contra los

comunistas creció de manera exponencial. El campesinado- el grueso de la

población— por el contrario, fue la única clase que sobrevivió a las guerras, las

epidemias, al hambre y a las revoluciones, afirmándose como la única fuerza capaz

de contribuir a la reconstrucción de la sociedad. Como

93 León Trotski, El nuevo curso, México, Cuadernos pasado y presente N. 27, Siglo XXI, 1977, p. 54. 94 Lenin, Obras escogidas, op cit., tomo 12, p. 41.

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9 1

resultado de esto se asistió a un proceso de ruralización, de arcaización de las

estructuras sociales en Rusia. El momento culminante de este levantamiento cam-

pesino se presentó con las insurrecciones campesinas en las provincias de tierras

negras, en la cuenca del Volga, en el norte del Cáucaso y en las vastas estepas

siberianas.

Hacia 1920 se habían registrado 344 rebeliones campesinas. El más importante de

todos estos movimientos fue el de la provincia de Tambor, encabezado por Antónov,

antiguo eserista de izquierda, al mando de un ejército verde, integrado por más de

veinte mil hombres. Sus principales demandas consistían en la convocatoria de la

Asamblea Constituyente, el restablecimiento de las libertades fundamentales, la

completa socialización de la tierra y la restauración de la economía mixta.

En diciembre de 1920, y alarmado ante la magnitud del levantamiento, Lenin

ordenó la creación de una comisión especial para la lucha contra el bandidaje.

Después de una gran represión, los bolcheviques lograron aplastar el movimiento

opositor, no sin antes recurrir a grandes concesiones: la requisa forzosa del gran fue

abolida, bajo orden expresa de Lenin. Esta medida fue preliminarmente

experimentada en esta provincia y estuvo combinada con métodos represivos para

reducir la resistencia campesina95. Todo esto evidenciaba que de no introducirse

cambios inmediatos al poder soviético se hallaría seriamente debilitado.

“Los acontecimientos de Kronstadt —señaló Lenin- fueron como un rayo que

iluminó la realidad como nada antes lo había hecho”. El programa de los marinos

insurrectos era elocuente: “Visto que los soviets de hoy ya no reflejan la voluntad de

los obreros y campesinos, los soviets deben ser reelegidos inmediatamente, con base

en el voto secreto y en la libre propaganda de todos los obreros y campesinos.

Libertad de prensa y de palabra para los obreros y campesinos, para los anarquistas

y para los partidos socialistas de izquierda. Liberación de todos los socialistas

encarcelados, y también de todos los obreros y campesinos que han sido apresados

por sus tendencias. Abolición de todas las secciones de propaganda comunista en el

ejército; ningún partido será favorecido en cuanto a la propaganda ni recibir dineros

del Estado con ese fin... “96.

95 G. Hosking, op. cit. 96 H. Roscmbcrg, Historia del bolchevismo, México, Cuadernos Pasado y Presente N. 70, Siglo XXI, 1977,

p. 139.

H U G O F A Z I O V E N G O A

9 2

Los acontecimientos de Kronstadt ayudaron a que el partido cerrara filas en

torno a una directriz, en torno a una política que ya no se permitía ni podía

permitirse, el lujo de las fracciones y de las deserciones en sus filas. La gran

transformación política que se produjo al finalizar la guerra civil la resumen Getty y

Naumov, en los siguientes términos: “El régimen nunca se sintió seguro de su

control del poder; todavía conservaba enemigos, dentro y fuera de su territorio, y

debilitar al Estado era un riesgo innecesario. La intolerancia, el rápido recurso a la

violencia y al terror y la generalización del miedo y la inseguridad fueron el legado

principal de la Guerra Civil. Los fines justificaban los medios y fue la Guerra Civil la

que transformó a los revolucionarios en dictadores97.

97 J. Getty y Oleg Naumov, op cit., p. 50.

9 3

Segunda parte. ¿Modernización o sistema soviético?

La Nueva Política Económica: un proyecto modernizante

A inicios de la década de los veinte, el panorama era desolador. La economía se

encontraba en ruinas. La producción industrial y agropecuaria representaba un

ínfimo porcentaje del nivel alcanzado en 1913. En la industria, la producción

representaba sólo el 13% del nivel de preguerra. En 1920 sólo se produjeron 200 mil

toneladas de acero, cuando en vísperas del conflicto bélico se alcanzó los 4,2 millones

de toneladas.

Socialmente el panorama no era mejor. Las 500 mil personas que comprendían la

clase de los propietarios terratenientes nobles y los 125 mil de la alta burguesía para

1921 habían desaparecido. Al final de la guerra civil, alrededor de tres millones de

personas habían abandonado el país. En el campo quedaba aproximadamente un

11% de propietarios, los cuales no eran otra cosa que simples y pobres campesinos.

Como consecuencia de la guerra 17,5 millones de personas (aproximadamente el

12% de la población) habían sido desplazadas o vivían en condiciones muy

precarias. La población en las grandes ciudades había descendido a menos de la

mitad. Alrededor de 3 millones de soldados perecieron durante la guerra civil, a lo

que se sumarían los 13 millones de civiles que perdieron la vida como resultado de la

hambruna que azotó a la Rusia soviética en los años 1921-1922.

En el plano político, la situación no era mejor. Si bien se había obtenido la victoria

en la guerra civil, se había disipado la posibilidad de que se produjera la anhelada

revolución mundial y las manifestaciones de descontento social ponían en peligro la

estabilidad del régimen.

H U G O F A Z I O V E N G O A

9 4

Ante este adverso panorama, los dirigentes soviéticos tuvieron que emprender

una radical reorientación para hacer frente a dos agudos problemas: el primero

consistía en que, como la posibilidad de una revolución mundial se veía cada vez

más distante en el horizonte, la Rusia soviética debía emprender el camino de

construcción de la nueva sociedad contando únicamente con sus propias fuerzas. El

segundo consistía en la urgente necesidad de normalizar y recomponer los vínculos

con las clases de apoyo y principalmente con la población campesina.

Con estos objetivos en mente y con el propósito de responder a estos inmensos

desafíos fue que se dio inicio al primer programa económico soviético, la NEP,

(Nueva Política Económica, de acuerdo con la sigla rusa). Este programa constó de

varias estrategias. La principal, la cual además definió la filosofía de este programa

económico, fue la sustitución de las requisas forzosas de los campesinos por un

impuesto en especie y posteriormente en dinero, el cual fue fijado con un tope

inferior a los niveles de confiscación de los años anteriores. Con esta medida se

pretendía alcanzar un doble objetivo: de una parte, apaciguar al campesinado y, de

la otra, recomponer las relaciones mercantiles y monetarias en el campo.

Le siguió otro conjunto de medidas no menos radicales. En mayo de 1921 se

revocó el decreto que en 1918 había nacionalizado la pequeña industria. El Estado

dispuso el arriendo de algunas empresas estatales a particulares y, bajo ciertas

condiciones, a algunos antiguos propietarios les fueron restablecidas sus antiguas

propiedades. Con el propósito de atraer capitales extranjeros se propuso el arriendo

de empresas a inversionistas extranjeros. También se autorizó que todo ciudadano

que quisiera, pudiera emprender actividades de producción artesanal u organizar

pequeñas empresas, siempre que estas no excedieran un determinado número de

trabajadores. Estas medidas apuntaban a recomponer el tejido industrial, restablecer

la economía privada y a poner en marcha nuevamente el mercado como principio

regulador de la economía.

Ya para octubre de 1923, el número de empresas arrendadas se había elevado a

más de cinco mil, las cuales en promedio tenían dieciséis trabajadores, entre las

cuales se contabilizaban 1770 empresas transformadoras de productos alimenticios y

1515 en el sector de cueros y pieles. Hacia finales de ese

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9 5

mismo año, alrededor del 85% de las empresas se encontraban en manos privadas,

en las cuales se ocupaba el 12,4% de la fuerza laboral industrial98.

Políticamente la introducción de la NEP en 1921 confirma la tesis del polémico

historiador ruso Roy Medviédev, quién sostuvo que si se hubiera introducido algo

parecido a la NEP en el álgido año de 1918, seguramente los bolcheviques no se

hubieran enfrentado a una oposición tan grande, se habría evitado, o al menos,

atenuado la guerra civil, dado que la base de apoyo al régimen hubiera sido más

amplia, quizá, se hubiera podido conservar un bloque en el poder más amplio, que

incluiría a otras organizaciones socialistas y se hubieran atemperado los rasgos

autoritarios del régimen.

La NEP significó la puesta en marcha de un nuevo programa de construcción

económica y social. Se establecieron delegaciones comerciales soviéticas en el

extranjero y se promocionó la venta de concesiones en la industria petrolera. La

importancia asignada a la tecnología, al mercado, a la empresa privada, a las formas

taylorianas y fordistas de trabajo, al capitalismo de Estado (en su versión alemana)

determinó que esta política fuera una variante particular de la modernización. A

través de la descentralización administrativa y el estímulo a las fuerzas del mercado,

se optó por una línea de desarrollo que debía reconstituir la diferenciación social y

fijar normas “económicas” de acumulación con base en la acordada prioridad del

desarrollo de la ciudad sobre el campo, de los campesinos emprendedores sobre los

pobres, de la industria sobre la agricultura.

En 1924, un alto representante del Comisariado del pueblo para la Agricultura se

expresaba en los siguientes términos sobre la necesidad de estimular la

diferenciación social: “El papel del campesino acomodado en el aumento de la

producción de grano y ganado adquiere un significado exclusivo en la economía

nacional. En estos estratos del campesinado, lo mismo que en los agentes que

transportan las mercaderías o los mercados exteriores o interiores, descansa la tarea

de reconstruir la economía. Todas las medidas con vista a la recuperación económica

han de estar impuestas, por tanto, por las consideraciones objetivas de promover las

condiciones en las que la recuperación sea

98 Alce Nove, op.cit. p. 89.

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9 6

posible; estas medidas fomentarán el desarrollo de las granjas acomodadas y

ayudarán a convertir a los campesinos medios en campesinos acomodados. El otro

factor de la economía doméstica (la industria) también empuja a la agricultura

campesina por el camino de la diferenciación en el futuro próximo. A medida que la

industria se desarrolla, las casas campesinas débiles y pequeñas abandonarán la

agricultura para dedicarse a la industria, dejando que se acentúen las diferencias de

clase en el campo”99.

Este proceso de diferenciación que debía crear las condiciones para una

acelerada industrialización, requisito principal para la reconstrucción de una

plataforma que impulsara la sociedad socialista, a juicio de los líderes soviéticos, no

fue un error en la política de precios, como lo pretendieron ver después algunos

analistas100, que habría favorecido a la industria, sino que era un determinado

proyecto de sociedad, anclado en la lógica de la modernización, la cual se articulaba

en torno al capitalismo y a la diferenciación social.

A nivel político se afirmaron los rasgos dictatoriales del régimen, aun cuando, a

diferencia del posterior estalinismo, esta fue una dictadura de la elite del partido y

no de un individuo. Mientras a nivel económico se introducían principios

liberalizantes, en el plano político se imponía la tendencia contraria: la eliminación

de los últimos vestigios de representación partidaria. Para los dirigentes soviéticos

esta estrategia se justificaba por el hecho de que la NEP era una forma de economía

mixta, con predominio de la agricultura privada, con un comercio particular

legalizado y con industria privada. Esta reconstitución de la institucionalidad del

mercado conduciría indefectiblemente a la aparición del “nepman”, o sea, del

“corsario” de esta política de reconstrucción económica.

En tales condiciones, el Estado socialista debía limitar las libertades y controlar

las actividades de estos elementos burgueses. Así razonaba Lenin, por ejemplo,

cuando escribía: “Todo el problema consiste en quién tomará la delantera. Si los

capitalistas logran primero organizarse, nos echarán a los comunistas y ya no habrá

más de qué hablar. Hay que mirar a estas cosas con serenidad. ¿Quién vencerá a

quién? O el poder público proletario demuestra que es

99 Citado en Eduard Hallet Carr, El socialismo en un solo país 1924-1926, op. cit., p. 231. 100 Véase, Roy Medviédev, El estalisnimo al tribunal de la historia, Nueva Cork, Albert Knopf, 1971 (en

ruso).

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9 7

capaz, apoyándose en el campesinado, de sujetar a los capitalistas con rienda lo

bastante corta para matar el capitalismo en el cauce estatal y crear un capitalismo

que se subordine al Estado y lo sirva”101.

Pero había también razones más profundas que explican esta supresión de las

libertades más elementales, toda vez que incluso en el mismo partido se aprobó una

resolución por medio de la cual quedó prohibido el fraccionalismo, es decir, todo

tipo de disenso con respecto a la política oficial. Con la eliminación del debate en el

interior del partido se consolidó la dictadura, el absolutismo del partido. De esta

manera, la revolución fue perdiendo a sus críticos y obviamente anquilosándose.

Pero no fue tanto el temor al nepman lo que llevó a cerrar filas en torno a la

dirigencia, como el temor a los levantamientos campesinos y al descontento del

exiguo proletariado. Las revueltas de 1920 y 1921 habían demostrado que parte

importante de la población había tomado distancia de la política bolchevique. Este

divorcio con los sectores que habían llevado a los comunistas al poder era bien

comprendido por los mismos dirigentes soviéticos. “Entonces era una vaga idea

-escribió Lenin-, pero en 1921, después de haber superado la etapa más importante

de la guerra civil y de haberla superado victoriosamente, nos enfrentamos con una

gran crisis política interna -yo supongo que la mayor- de la Rusia soviética. Esta

crisis interna puso al desnudo el descontento no sólo de una parte considerable de

los campesinos, sino también de los obreros”102. Cerrar filas en torno a la dirigencia

se convertía en un imperativo para hacer frente al creciente descontento social.

En esta evolución hacia posiciones más autoritarias intervino también el hecho

de que para 1921 era evidente que en los países desarrollados no se producirían

levantamientos revolucionarios que vinieran en apoyo de la atrasada Rusia. La

construcción de la nueva sociedad tendría que forjarse a partir de las condiciones

internas y al partido le correspondía la función dirigente.

Por último, en el afianzamiento del papel conductor del partido intervino

también la propia utopía socialista. Los líderes bolcheviques consideraban que el

partido era la única organización capaz de mantener el rumbo iniciado en 1917. Pero

para que el partido cumpliera esta función se requería una organización

autonomizada capaz de construir las bases para el socialismo. Cerrar filas en torno al

101 Lenin, Obras escogidas, op cit., tomo 12, p. 179. 102 Lenin, op cit., p. 331.

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9 8

partido era entendido como la inevitable sustitución de la clase obrera por el partido

en el proceso de dirección de la sociedad soviética103.

Esa necesaria sustitución de la clase obrera por el partido explica la idea entonces

prevaleciente de que el partido debía convertirse en el germen del Estado socialista y

las demás formas de organización de los trabajadores—otros partidos socialistas,

sindicatos, comités obreros, etc.,— tenían que supeditarse a la voluntad de los

dirigentes comunistas. Es síntesis, no sólo la apatía y la fatiga de los trabajadores

creó el contexto para que se generara un sistema marcadamente autoritario, también

fue este autoritarismo el que inhibió cualquier posibilidad de actuación social

distinta al curso predeterminado por el partido.

La afirmación de estas prácticas en la organización política tuvo dos efectos

derivados: de una parte, contribuyó a la burocratización de las estructuras

partidarias y administrativas y, de la otra, acentuó el adelgazamiento de la vida

política a las actividades que tenían lugar dentro de los órganos dirigentes del

partido. Moshé Lewin explica la burocratización como “el crecimiento incesante del

número de funcionarios y de su influencia en la vida del país alimentada por los

factores inherentes a un país atrasado y de una necesidad real de nuevas

administraciones o de administraciones adicionales, engendrada por la economía en

desarrollo y por la planificación centralista. Por ello —y Lenin se dio cuenta- la

burocracia se convirtió en una auténtica base social del poder. No es posible la

existencia de un poder político puro, privado de toda base social. El poder debe

encontrar una base social que no esté constituida únicamente por los aparato de

coerción. El “vacío” en el que parecía sostenerse el régimen soviético se colmó con

rapidez, aunque los bolcheviques no se dieron cuenta o no quisieran darse

cuenta”104.

Si no se tiene en cuenta la lógica que desarrolla esta burocratización se puede

entender el rápido ascenso que experimentó Stalin a través de las estruc-

103 Nikolai Bujarin, Problemas de la edificación socialista, Barcelona, Juan Lliteras Editori, 1975, p. 23. 104 Moshé Lewin Lenin's last struggle, Londres, Wildwood Housc, 1973, p. 124-125.

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9 9

turas del poder. El líder georgiano era miembro del Politburó, órgano que con las

tendencias centralizadoras concentró el poder y desplazó al comité central; del

Orgburó, ente encargado del buen funcionamiento del partido, lo que permitió a

Stalin incidir en los nombramientos de funcionarios; del Secretariado, órgano

administrativo del partido, del cual Stalin fue designado en 1922 como secretario

general; luego de la enfermedad de Lenin, fue designado enlace entre este y las

directivas del partido y, por último, ocupaba el cargo de Comisario del pueblo de

inspección obrera y campesina, dependencia encargada de luchar contra el

burocratismo y la corrupción, con lo cual supervisaba toda la actividad

administrativa de los soviets. Es decir, la burocratización contribuyó para que todas

las hebras del poder llegaran a sus manos.

El 8 de febrero de 1922, el VTsIK publicó un decreto por medio del cual declaró

disuelta la CHEKA y creó en su reemplazo la GPU (Administración Política Estatal,

de acuerdo con la sigla rusa). La diferencia entre ambas no era simplemente de

nombre. Sus competencias y funciones eran distintas. Si la primera fue un órgano de

lucha contra las actividades contrarrevolucionarias, la GPU se arrogó el derecho de

velar por la integridad del partido. Indirectamente esta institución se convirtió en un

arma adicional que utilizó Stalin para eliminar a sus más serios contendores, por

cuanto la GPU trabajaba en llave con el comisariado de inspección obrera, del cual el

líder georgiano era su máximo dirigente.

En medio de esta contracción del ámbito político al entretejido del Politburó se

acentuaron las particularidades y las desavenencias individuales entre los

principales dirigentes. Si la década de los años veinte fue un período en el cual se

personalizó la lucha por el poder, ello fue tributario de este estrechamiento del

escenario político y del carácter “delegativo” de la representación política en los

grandes líderes.

Entre los miembros de la elite bolchevique, Stalin era un dirigente bastante

particular. Mientras la mayor parte de los líderes bolcheviques eran cosmopolitas,

habían vivido en Occidente, conocían varias lenguas extranjeras, se preocupaban por

las cuestiones teóricas, realizaban complejos análisis económicos y políticos, Stalin

había recibido una escasa educación de tipo religioso, desconocía a Occidente y

propendía por concentrarse en asuntos prácticos. “Para compensar esta inferioridad

relativa, Stalin debió movilizar sus propios

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 0 0

fantasmas de grandeza y atribuirse un papel mucho más importante del que en

realidad detentaba”105.

En los años iniciales de la NEP aparecieron los primeros conflictos de visiones e

intereses entre los principales dirigentes. Las primeras en presentarse fueron entre

Lenin y Stalin. Uno de los primeros campos donde afloraron estas contradicciones

fue en el tema relativo a la conformación de la Unión de Repúblicas Socialistas

Soviéticas (URSS), transformación que tenía serias implicaciones en el uso que se le

asignaba al Estado en relación al tipo de sociedad que debía construir la NEP.

Mientras un sector quería dotar a Rusia de un Estado que defendiera los intereses de

la mayoría de la población, el otro concentraba su estrategia en el fortalecimiento del

mismo Estado.

El punto más álgido de esta contraposición de visiones se presentó en torno al

problema de las minorías nacionales. Stalin abogaba por la inclusión de las

repúblicas soviéticas dentro de la RSFSR, mientras que Lenin sostenía que debía

crearse una estructura institucional nueva en el marco de la URSS. Mientras Lenin

defendía una concepción federalista, Stalin se reafirmaba en el tradicional

unitarismo ruso, no obstante el hecho de no ser ruso. La concepción de Lenin

consistía en que se debía construir una institucionalidad superior que federara las

repúblicas independientes, las cuales dentro de este esquema dispondrían de

igualdad de derechos. Para Stalin, por el contrario, las repúblicas independientes

como Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Azerbaizhán y Georgia debían gozar de un

status de autonomía dentro de la Federación Rusa. Finalmente, no sin ciertos roces,

se impuso la concepción leninista.

El 31 de diciembre de 1922, el Primer Congreso de los Soviets de toda la Unión

ratificó la creación de la URSS bajo la figura de un Estado federado. Se mantuvo en

principio el derecho a la autodeterminación, pero en los hechos se limitaron las

posibilidades para la secesión. En este esquema federalista, que disponía de una

estructura vertical, se le asignó al partido una función unificadora en la medida en

que era un poder que se organizaba horizontalmente y le daba consistencia a la

estructura vertical y federativa del Estado. Con el ánimo de cimentar esta estructura

federada, en la segunda mitad de la década de los veinte las instancias de

socialización e integración, tales como el partido comunista, las fuerzas armadas, la

105 Moshé Lewin, Le siécle soviétique, op. cit., p. 27.

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1 0 1

policía secreta, el sistema educativo, etc., asumieron la tarea de dotar de contenido y

sentido la pertenencia a lo soviético para que el referente cimentara la unidad de las

nacionalidades que integraban la URSS.

Durante estos años de la NEP, lo cual también se hizo extensivo a los inicios del

estalinismo, la dirección soviética se preocupó por armonizar y homogeneizar al

país. Debido a las grandes disparidades -elevado desarrollo de las regiones

occidentales y el atraso de las zonas periféricas, principalmente asiáticas- las

autoridades comenzaron a desviar recursos desde el centro económico hacia las

zonas más pobres, con el fin de impedir explosiones sociales y crear una nueva

forma de pertenencia: el ciudadano soviético. Conviene destacar que sobre todo

durante el estalinismo esta política dio sus frutos y la diferenciación económica y

social interregional fue fuertemente mitigada. No ocurrió lo mismo en el plano

cultural, donde las distancias entre estas no pudieron modificarse en el mismo

sentido, sobre todo en razón de que el desarrollo de la cultura y de las lenguas

vernáculas fortalecieron las diferencias.

En sus rasgos más generales, la política étnica-nacional de la Unión Soviética en

los años veinte fue muy generosa. Se crearon lenguas escritas para 48 etnias por

primera vez. El analfabetismo comenzó a ser erradicado y se levantaron millares de

escuelas vernáculas étnicas, desde el bielorruso y el yidish al uzbeco y el kirguiz. En

nombre del internacionalismo, se dio escritura latina a 70 lenguas de la URSS, “lo

cual tal vez no formara parte de los intereses de musulmanes y budistas, pero por

otra parte iba en contra de cualquier visión del mundo centrada en Rusia”. Fue a

partir de la década de los treinta cuando se procuró imponer el alfabeto cirílico y fue

durante el mandato de Stalin cuando las políticas de nacionalidades se subordinaron

a los cálculos centralistas y chauvinistas del líder georgiano. Pero “el principio de los

derechos nacionales territoriales permaneció a lo largo de toda la era soviética y se

convirtió en leña nacionalista con la desintegración de la unión”106.

A la muerte de Lenin, ocurrida el 21 de enero de 1924, se asistió a un lustro

durante el cual se agudizaron y amplificaron los choques de concepciones e intereses

entre los principales dirigentes en torno al desarrollo futuro de la URSS. Luego de la

desaparición de líder indiscutido de la revolución, Stalin pronunció en el Soviet

Supremo el 26 de enero de 1924 el juramento a la figura de Lenin, con lo cual dio

106 Góran Therborn, op cit. p. 50.

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1 0 2

inicio a un intenso culto a la personalidad, del cual el embalsamiento fue

simplemente la parte más visible. En realidad, el mausoleo no hacía parte de la

tradición revolucionaria rusa, pero sí era muy fuerte dentro de la cosmovisión

religiosa campesina popular. Este juramento que reproducía algunos símbolos de la

religión ortodoxa, codificó el leninismo como una continuación del marxismo, y fue

utilizado como arma para desarmar a su principal contendor (Trotski), y

posteriormente para anular y, enseguida, eliminar a las restantes influyentes figuras

del partido (Zinóviev, Kámenev y Bujarin, entre otros).

A partir de esta exaltación a Lenin y al leninismo, el pecado se consideró una

desviación y debía, por tanto, ser extirpado al igual que ocurría con las herejías. Esta

caza a los herejes se constituyó en el preámbulo de la estrategia que posteriormente

derivó en el culto a la personalidad. “En efecto, lo que justifica el uso del término

“culto”, tal como lo entienden los católicos y los ortodoxos, no es tanto la atribución

de calidad sobrehumanas al dirigente supremo como el hecho de que el ejercicio de

este culto reposa en una verdadera tecnología de la persecución a una herejía creada

generalmente de manera artificial” 107 . Trotski muy tardíamente comprendió la

esencia de la estrategia estalinista y poco a poco fue perdiendo poder, prestigio e

influencia. A finales de la década fue confinado en Alma-Ata y posteriormente

asesinado en México por un fanático comunista español.

En condiciones en que arreciaban las tensiones dentro de la elite soviética, la

economía de la NEP alcanzaba su período más boyante. Dada la rápida recuperación

del potencial económico, en diciembre de 1924, Stalin sostuvo la posibilidad de

construir el “socialismo en un solo país”, tesis que acentuó las tensiones en el seno de

la clase dirigente en la medida en que la política de la NEP en parte se entendía como

un largo y necesario respiro de reconstrucción capitalista mientras se creaban las

condiciones para el estallido de revoluciones socialistas en los países más

desarrollados.

La tesis del socialismo en un solo país sirvió para que el líder georgiano

desarmara a una segunda camada de líderes comunistas, entre ellos a Zinóviev y

Kámenev, y, en una perspectiva más global, significó un cambio radical en la

cosmovisión imperante en la URSS: el internacionalismo, que había sido un

ingrediente fundamental de todo el proceso revolucionario fue sustituido por un

privilegiamiento de lo interno (una difusa variante de nacionalismo). Si bien la tesis

107 Lewin, Le siécle sovictique, op. cit., pp. 55-56.

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1 0 3

del socialismo en un solo país despertó dudas y resquemores en buena parte de la

elite, fue una consigna popular entre vastos sectores de la población, quienes veían

en este llamamiento un reconocimiento a las potencialidades de Rusia y servía para

dejar atrás el complejo de inferioridad que históricamente los rusos habían

experimentado frente a Occidente. La tesis del socialismo en un solo país estableció,

de este modo, un novísimo vínculo de identificación entre Stalin y el pueblo llano.

A mediados de la década de los veinte, se alcanzaron los índices de producción

de preguerra, se restableció la inserción de la URSS en la economía mundial y se

consolidó la economía de libre empresa. En cinco años, de 1921 a 1926, el índice de la

producción industrial había aumentado más de tres veces y de hecho alcanzó el nivel

de 1913; la producción agrícola aumentó dos veces y sobrepasó en un 18% la anterior

a la Primera Guerra Mundial. La participación del sector privado en el ingreso

nacional representaba el 54,1% hacia mediados de la década. En 1927 y 1928 el

crecimiento de la producción alcanzaría un 13% y un 19%, respectivamente108.

Esta rápida reconstrucción económica, fundamentada en un modelo dual de

economía -privada y estatal-, profundizó los elementos de diferenciación social,

disparidades que sellaron finalmente el destino de la NER Por una parte, la

reaparición y el crecimiento de capas de la población que conocían la prosperidad

despertaron el descontento de los ciudadanos soviéticos más pobres, si bien en las

nuevas circunstancias también estos vieron mejorada su situación109.

De otra parte, la paz civil conquistada con la introducción de la NEP garantizó la

neutralidad de las capas campesinas. La obschina conoció una resurrec-

108 N. Shnieliov y V. Popov, En el viraje: la Perestroika económica en la URSS, Moscú, Agenda de Prensa

Nóvosti, 1989, p. 22 (en ruso). 109 Michacl Reiman, El nacimiento del estalinismo, Barcelona, Crítica, 1982, pp. 13-14.

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1 0 4

ción general. No obstante la apuesta por el campesino emprendedor, el 95% de las

tierras estaba en manos del régimen comunal. Esta obschina -aproximadamente 319

mil en todo el territorio soviético- se convirtió en una institución que disponía de un

amplio margen de libertad, pues se había liberado de las presiones administrativas

en condiciones en que las funciones fiscales habían pasado a los soviets rurales. En

las aldeas, los instrumentos del poder estatal eran instituciones débiles y poco

influyentes, mientras las obscbinas gozaban de gran autoridad y sus asambleas eran

las administradoras de la tierra y de todos los aspectos de la vida rural.

Con esta reconstitución de las obscbinas, se puede inferir que la masa campesina

alcanzó una importancia mayor en los años de la NEP que durante el antiguo

régimen. Además de restablecer sus prerrogativas e instituciones, el campesinado

seguía siendo el grupo social más importante, con más de un 80% de la población y

era el pilar a partir del cual debía promoverse la modernización.

La NEP, sin embargo, en tanto que estrategia global de desarrollo, estaba

condenada al fracaso. El resurgimiento de la acumulación privada, con los pro-

blemas sociales que generaba, la desmovilización de la clase obrera y del campe-

sinado pobre y los conflictos en el interior de las élites, cada vez más alejadas de las

preocupaciones de las clases populares, polarizaron nuevamente la sociedad110. “La

NEP -escribe Robert Service- había salvado al régimen de la destrucción, pero había

pasado sus propias graves inestabilidades al entramado del orden soviético. El

principio del beneficio privado chocaba con las metas de la planificación central en

muchos sectores económicos. Los nepman, sacerdotes, campesinos enriquecidos,

técnicos profesionales y artistas estaban empezando sigilosamente a afirmarse a sí

mismos. También se produjo un resurgimiento de las aspiraciones nacionalistas,

regionalistas y religiosas, y las artes y las ciencias ofrecían asimismo visiones

culturales en desacuerdo con la causa bolchevique. La sociedad soviética bajo la

Nueva Política Económica era un amasijo de contradicciones imprevisibles,

callejones sin salida y oportunidades, de aspiraciones y descontento”111.

110 Jean-Philippe Peemans, “Marx, les révolutions du XXénie siéde et la niodernisation" en Coiitradictioiis

N. 62,1990, Bruselas, pp. 21-51. 111 Robert Service, op. cit., p. 151.

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1 0 5

Esta contradicción global fue en aumento por el hecho de que el Estado intentaba

ejercer un control cada vez mayor sobre la campiña, recortando libertades y

derechos de los campesinos, en aras de garantizar las condiciones de la

modernización. Pero como los campesinos de las comunas producían

fundamentalmente para el autoconsumo, no generaban las riquezas necesarias para

la industrialización.

A medida que avanzaba la NEP se volvía igualmente insoportable la “crisis de

las tijeras”, la cual consistía en que para profundizar la industrialización era

menester elevar los precios de los productos industriales por encima de los agrícolas,

lo cual, a la postre, actuaba como un desincentivo para los campesinos

emprendedores, quienes se declaraban renuentes a comercializar sus productos en

tan malas condiciones. En el año fiscal 1926-1927, con el fin de aumentar los niveles

de inversión en la industria las autoridades redujeron en un 6% el precio de compra

de los productos agrícolas y en el caso de los cereales, 82% de toda la superficie

cultivada, la disminución alcanzó el 25%.

La suerte de la NEP estaba echada: o bien se seguía con la lógica de Nicolai

Bujarin, quien había hecho un llamado a los campesinos a enriquecerse, con la idea

de que sus dineros podrían servir para continuar con la política de la NEP, o bien el

Estado tomaba medidas encaminadas a generar de manera administrativa las

condiciones sociales de reproducción de la NEP. Cualquiera de estas dos opciones

iba en contravía de las consignas y los presupuestos que habían hecho posible la

Revolución de Octubre. En otras palabras, este tipo de políticas hubiera significado,

en condiciones particulares, la reconstitución plena y abierta de los principios

modernizadores occidentales, aunque estuvieran encubiertos bajo un ropaje

marxista.

Los fundamentos del sistema soviético

Varios son los factores que hacen del período estalinista el capítulo más complejo

de la historia soviética. Primero, es un extenso período. Abarca aproximadamente

dos décadas y media. No es fácil dar una fecha exacta de su inicio, pero la mayoría

de los investigadores concuerda en situarla a mediados de 1928. Su finalización

representa menos problemas: se acabó con la muerte del dictador en marzo de 1953.

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1 0 6

Segundo, fue durante estos años cuando se colocaron los fundamentos del

sistema soviético, los cuales, con algunas variaciones, no sólo sobrevivieron a la

muerte del dictador, sino que atravesaron toda la historia ulterior de la URSS. Los

elementos centrales que caracterizaron el modelo soviético se forjaron precisamente

en la década de los años treinta, lo que de suyo, convierte a este período en un

momento crucial para entender la naturaleza del sistema creado. Por ello una de las

dificultades que encierra el análisis de este período estriba en que si bien esta época

culmina con la muerte del dictador, la institucionalidad creada lo trasciende e,

incluso, no es exagerado decir que algunas de sus transformaciones han perdurado

hasta el presente más inmediato.

Tercero, es descomunal la literatura que en particular trata del período esta-

linista. Sin embargo, la mayor parte de estos trabajos destaca algunas páginas de esta

historia, las políticamente más convenientes, pero, a la fecha, todavía nos

encontramos distantes de entender en toda su cabalidad los significados más

profundos de este tormentoso período.

Cuarto, los cinco lustros que cubre este régimen fueron un período sobrecargado

de acontecimientos tanto internos -soviéticos- como internacionales, es decir,

mundiales. Con respecto a este último punto, una gran paradoja atraviesa todo el

régimen estalinista: durante esta etapa la Unión Soviética alcanzó sin duda las cotas

más elevadas de autarquía, pero, al mismo tiempo, como nunca antes en la historia

ruso-soviética el destino del país estuvo tan interpenetrado con las situaciones y las

evoluciones que estremecieron la vida internacional. Es imposible valorar en su justa

medida el significado de este régimen si se desatiende la conjunción entre estas dos

variables.

También desde otro ángulo se puede observar esta compenetración con lo

internacional. El régimen instaurado no sólo se privó a una sexta parte de la

superficie terrestre del campo de acción de la economía de mercado, sino que,

además, puso en marcha un sistema económico alternativo al capitalismo que, con

sus elevadas tasas de crecimiento (86% frente a 9% de los Estados Unidos entre 1928

y 1939), alimentaba la convicción de que, a la postre, terminaría sepultando el

capitalismo. Además, no eran pocos los que asociaban este modelo con el futuro de

la humanidad por cuando el sistema soviético desde Stalin se basaba en la

planificación y, por lo tanto, había supuesto la completa

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1 0 7

anulación del mercado, de lo cual se desprendía que racional y no anárquicamente

(el mercado) podían reorganizarse las sociedades.

Por último, una dificultad en ningún caso menor que recrea este régimen es que

hasta la fecha despierta todo tipo de emociones, particularmente en Rusia y, en

menor medida, en el extranjero. Incluso, la conmemoración de algunas fechas claves,

como por ejemplo, las referidas a la Segunda Guerra Mundial siguen despertando

un entusiasmo con lo “soviético”, que ni siquiera los presidentes Yeltsin y Putin han

podido esconder. El problema que aquí subyace es que el estalinismo, para bien o

para mal, guste o no, se ha convertido en un referente identitario del pueblo ruso.

Difícil es encontrar otro momento en la historia ruso-soviética en la que palpitaran

tan fuerte los componentes idiosincrásicos de lo ruso, tanto en lo que respecta al tipo

de sociedad que se pretendía construir, como en el simbolismo que encierran

algunas situaciones, como, por ejemplo, la Gran Guerra Patria o la transformación de

la Unión Soviética en una superpotencia.

El estalinismo se apoyaba en dos imperativos históricos: de una parte, alcanzar el

nivel industrial de Occidente y crear un poderoso Estado, de la otra. Es por ello que

propiciar un desarrollo económico acelerado tenía una finalidad política. Esto lo

expresó claramente Stalin cuando en 1931 resaltó: “Rebajar el ritmo significa

quedarse atrás. Y los que se quedan atrás son derrotados. Pero no queremos ser

derrotados. ¡No, no lo queremos! La historia de la vieja Rusia consistió, entre otras

cosas, en ser constantemente derrotada a causa de su atraso. La vencieron los khan

mongoles, los beys turcos, los señores feudales suecos, los nobles polacos y lituanos,

los capitalistas ingleses y franceses y los barones japoneses. Fue derrotada por todos

ellos como consecuencia de su atraso”112.

Existe un consenso bastante aceptado en la literatura especializada de considerar

un viaje que emprendió Stalin a la región de los Urales, en enero de 1928, con el fin

de resolver el problema del suministro de cereales, como el evento precursor del

estalinismo. La solución que le dio Stalin al problema que había generado por “la

crisis de las tijeras” fue la misma que habían aplicado los bolcheviques en el año de

1918: la requisa forzosa de granos. En 1928-1929 se

112 Pravda, 5 de febrero de 1931.

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1 0 8

confiscaron 10,8 millones de toneladas y ya en 1931-1932 la cifra ascendió a 22,8

millones de toneladas. Esta acción supuso el inmediato fin de la NEP porque el

corolario de la violencia desencadenada contra los campesinos acomodados fue la

desarticulación del frágil equilibrio económico, social y político antes existente. Los

campesinos acomodados no acataron de manera pasiva las nuevas disposiciones, lo

que convirtió a la campiña soviética en un verdadero campo de batalla. Sólo en el

año 1930-1931 se registraron más de dos mil sublevaciones y cuando no tenían otras

formas para oponerse a estas directrices optaron por destruir sus pertenencias. El

despuntar de la década de los treinta arrancó con el sacrificio de veintiséis millones

de cabezas de ganado y quince millones y medios de caballos, situación que explica

en parte la grave hambruna que azotó a la URSS en 1932 y 1933.

Con la reintroducción de la requisa forzosa la suerte estaba echada: ya no había

vuelta atrás. La sociedad soviética iba a experimentar en un corto período de tiempo

(1929-1932) un giro radical en su desarrollo, traumáticamente mayor al de finales de

la década de 1910. La reintroducción de la violencia se convirtió en el preámbulo de

la colectivización de la agricultura. Esta, a su vez, se transformó en el pilar a partir

del cual se forjaron los otros fundamentos del sistema soviético: la industrialización

y la planificación.

Dos eran los objetivos principales que se perseguían con este radical cambio de

rumbo. De una parte, para las autoridades soviéticas era urgente resolver las

contradicciones sociales que estaba generando la NEP. La agudización de la

diferenciación social, a través de la apuesta por el más fuerte, estaba creando un

explosivo clima social. De la otra, la industrialización se había vuelto un imperativo

estratégico para la clase dirigente y los niveles de acumulación en el campo eran

exiguos para una tarea de esta envergadura, a lo cual, además, se sumaba el hecho

de que la “crisis de las tijeras” había demostrado que se había llegado a un punto en

el cual era cada vez más engorroso conjugar la lógica capitalista de desarrollo en el

agro con la rápida industrialización.

La creación y posterior implantación del modelo estalinista fue, en alto grado,

un desarrollo inevitable. Era uno de los pocos caminos que existía para responder a

las dificultades que encontró y reprodujo la NEP en su proceso de modernización.

El nuevo modelo, en este sentido, se puede identificar con un retorno a las consignas

por las cuales se había realizado la Revolución de Oc-

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1 0 9

tubre. La NEP, independientemente desde el ángulo que se le mire, estaba ge-

nerando transformaciones y un tipo de sociedad, análoga al de las últimas décadas

del antiguo régimen, en la medida en que consistía en un tipo de modernización

basada en la fuerza del mercado, en el equilibrio entre el sector privado y el público y

en la diferenciación social. Quizá la única diferencia era que el partido comunista y

no el zar se encontraba en la cima del poder.

Además, la NEP tuvo un gran sentido cuando el objetivo inmediato consistía en

reconstituir en el corto plazo el tejido económico y social mientras se engendraban

revoluciones socialistas en las naciones más desarrolladas. En el nuevo contexto

internacional de finales de los veinte, no sólo la revolución mundial se había vuelto

una mera quimera, más importante aún es que parte importante de la clase política

confiaba en la posibilidad del “socialismo en un solo país”, programa que cimentaba

un sólido vínculo entre elite y masas a través de ciertos referentes nacionalistas.

Pero también, a finales de los veinte, la NEP ya no era un programa que concitara

un masivo apoyo ciudadano, salvo, quizá, por parte de aquellos sectores que se

nutrían de la misma. La “genialidad” de Stalin, sin que dispusiera de un plan

preconcebido, consistió no sólo en acelerar el desmonte de aquel programa de

modernización, sino en crear uno nuevo, el cual, en los diferentes campos, conjugaba

el cambio (nuevas formas de gestión, organización y representación) con la

permanencia (afinidad del modelo con ciertos elementos idiosincrásicos rusos). Tres

fueron ¡os elementos que le dieron coherencia a este modelo: la colectivización de la

agricultura, la acelerada industrialización y la planificación.

A pesar de los aspectos obviamente irracionales a que daba lugar la desmesurada

violencia, puede argumentarse que la coacción ejercida contra los campesinos ricos

fue el resultado de la convergencia de intereses y objetivos entre los campesinos

pobres con un ala radical en el interior del Partido Comunista. Los pobres del campo

fueron movilizados masivamente por el poder político con el propósito de aniquilar

a los campesinos enriquecidos. A través de esta simbiosis, la violencia no fue ejercida

exclusivamente por el Estado, lo que hubiese acentuado el divorcio entre el partido y

el campo, sino que abrigó un carácter social, con lo cual reprodujo elementos propios

de la lucha de clases, situación que fácilmente podía justificarse con ayuda de una

elemental interpretación del marxismo.

Para concitar el apoyo de los campesinos pobres, las autoridades les prometieron

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1 1 0

el 25% de los cereales que con su ayuda se confiscaran113. A través de estas medidas,

y con la organización de expediciones punitivas contra los “acaparadores” de

cereales en el campo, se desató una variante particular de lucha de clases. Los

campesinos pobres participaron masivamente junto a las autoridades en el

desmantelamiento de los sectores enriquecidos. Los orígenes del estalinismo no se

ciñen, por tanto, como generalmente se ha argumentado en la literatura

especializada, a la obra de un hombre que actuaba solo y lindaba con la locura. Sin

este amplio apoyo social la transformación estalinista nunca hubiera podido tener

lugar. Las autoridades sacaron partido del clima de efervescencia creado y

dividieron a los kulaks en tres categorías, de acuerdo con su grado de peligrosidad: la

primera debía ser eliminada; la segunda debía ser encerradas en campos de

concentración y la tercera, la menos peligrosa, deportada hacia regiones distintas a

las de residencia. Para entender la envergadura de esta acción se puede citar que sólo

en 1930-1931 se deportó a 1.680.000 personas.

La colectivización, además de destruir a los campesinos kulaks, se trazó otro

objetivo: la conformación de koljoses (cooperativas agropecuarias) dentro de los

marcos de una economía colectivizada. En este punto se observa una importante

disimilitud con la revolución de octubre. La erradicación de la diferenciación social

en el campo no preveía el restablecimiento de las antiguas obschinas, con sus formas

tradicionales de solidaridad y organización, tal como había ocurrido en 1917. La

experiencia histórica era rica en demostraciones de que las comunas campesinas no

podían asegurar la creación de una nueva sociedad. Por eso era menester su rápida

transformación y modernización.

Los koljoses, los cuales conservaron numerosos atributos de las antiguas obschinas

-la tenencia y explotación colectiva de la tierra, por ejemplo- fueron instituciones que

pudieron adaptarse a los cambios modernizantes que deseaba impulsar el nuevo

poder. La obschina no podía servir de garantía para la industrialización, en la medida

en que la explotación de la tierra procuraba la autosubsistencia y, en ese sentido, no

podía servir a los imperativos del desarrollo industrial.

113 Moshc Lewin, La fomiation du systéme soviet ¡que, op. cit., p. 138.

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1 1 1

Tradicionalmente el funcionamiento de la obschina había sido el siguiente: la

asamblea de la comunidad (sjod) dividía la tierra en franjas iguales (en la región

central de Rusia el promedio de las franjas oscilaba entre 2.1 y 4 metros de ancho y 21

y 30 metros de largo), las cuales eran entregadas a cada familia perteneciente a la

comunidad, con el fin de que las explotaran. El hecho de que un campesino

dispusiera de estrechas franjas que no estaban unidas entre sí, para que nadie se

beneficiara de las mejores tierras, impedía la utilización de maquinaria en la

explotación de la tierra. Dada su baja productividad estas tradicionales formas de

tenencia comunal constituían un obstáculo para que el Estado procurara capitalizar

recursos que pudieran ser orientados a la industrialización.

Por el contrario, la creación de los koljoses hizo más fácil este propósito. Estas

cooperativas de producción se diferenciaban de la obschina básicamente en los

siguientes puntos: en primer lugar, la explotación de la mayor parte de la tierra se

realizaba de modo colectivo por todos los campesinos integrantes de la comunidad.

Eso permitió que se dispusiera de grandes superficies de terreno en los cuales se

cultivaba generalmente un solo producto, lo que hacía más ágil la introducción de

máquinas moderna en el campo y facilitaba el desarrollo de cultivos en gran escala.

En segundo lugar, a los campesinos koljosianos se les asignaron desde 1933 pequeñas

parcelas de tierra para la explotación personal y un año antes se habían creado los

mercados koljosianos en las ciudades, lugares donde estos podían entregar la

producción de sus parcelas. En tercer lugar, dado el control que ejercía el Estado, que

les asignaba cuotas de producción, los koljoses debían vender el producido

cooperativamente a los órganos gubernamentales, bajo normas estipuladas por las

autoridades competentes, es decir, su producción se colocaba en ciertos segmentos

mercantiles prescritos por el Estado.

Esta colectivización se llevó a cabo con la impetuosidad propia de una revo-

lución, es decir, en un breve lapso de tiempo. Para 1933 un millón cien mil familias

habían perdido sus tierras y la mayor parte de ellos habían sido deportados. En 1931

trece millones de familias colectivizadas se encontraban colectivizadas de un total de

25 millones de familias. Para 1937 ya se habían colectivizado 18,5 millones de

familias de un total de 20 millones, cinco millones menos que en 1931, debido a que

un alto número de familias campesinas había sido deportada o habían muerto.

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1 1 2

Conviene recordar que la finalidad última de la colectivización no era el

desarrollo del campo en sí, sino inducir a una rápida industrialización con base en la

sobre explotación del campesinado. Sabido es que el país no disponía de factores

productivos que activaran un proceso de acumulación para la industrialización. La

URSS no disponía de colonias, tampoco podía promover un intercambio desigual

con otras regiones del planeta, en razón de su débil inserción en la economía

mundial y a que un proceder de este tipo hubiera sido incongruente con la filosofía

profesada por las autoridades, ni podía emprender una sobre explotación de las

zonas más periféricas del país, por cuanto se habría socavado el carácter

multinacional del Estado. La colectivización fue la única solución encontrada a esta

disyuntiva en la medida en que la acumulación sólo podía llevarse a cabo mediante

una extrema explotación del campesinado. A través de la adquisición a bajos precios

de los productos agropecuarios y su venta a un precio mayor en los puntos de

distribución nacional o en las exportaciones, el Estado pudo disponer de parte

importante del capital necesario para la industrialización.

Aquí se encierra otra de las tantas paradojas de la historia soviética. La

acumulación con base en la explotación del campesinado había sido una tesis

sustentada por los trotskistas en la década de los veinte114. En los treinta fue Stalin, el

enemigo irreconciliable de Trotski, quien la puso en práctica. En un punto, sin

embargo, se diferenciaron. Mientras Trotski y sus compañeros de ruta postulaban la

simple y llana explotación de los campesinos, Stalin encontró una salida diferente

mediante la creación de los koljoses, es decir, a través de una explotación colectiva del

campesinado.

Si bien la acumulación se realizó a expensas de la población rural, el Estado

dispuso la creación de condiciones e instituciones nuevas para que el campesinado

no desapareciera con el proceso de industrialización. Este fue el papel que le

correspondió, por ejemplo, a las parcelas individuales, las cuales aseguraban

aproximadamente el 45% de la producción agrícola hacia el año 1938. Las parcelas y

los mercados koljosianos fueron la segunda economía de los campesinos, a través de

los cuales pudieron paliar parcialmente los rigores de la sobre explotación a que se

veían sometidos en la producción colectiva.

Para llevar a cabo este proceso de acumulación a expensas del campesinado, el

Estado se valió de varios instrumentos: el primero era la obligatoriedad en el

114 Véase, Evgueni Preobrazhenski, La nueva economía, México, Ediciones Era, 1976.

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1 1 3

cumplimiento de elevadas cuotas de producción. Segundo, el pago de la producción

colectiva a un precio cercano al costo de producción. Tercero, el Estado arrendaba a

los koljoses la maquinaria y los tractores que debían utilizar para alcanzar el plan

fijado. Por último, el Estado destinaba buena parte de la producción agropecuaria, y

sobre todo los cereales, a la exportación, con lo cual importaba maquinaria extranjera

para la industria.

En los primeros años de aplicación de esta estrategia, los dividendos fueron

magros porque la crisis de 1929 redujo sensiblemente el precio internacional de los

productos agrícolas. Sin embargo, la situación mejoró con el correr de los años y no

fueron pocos los inversionistas extranjeros que, dada la crisis en que estaba sumido

el mundo occidental y los países en desarrollo, mostraron su disposición a suscribir

acuerdos con la URSS. Fue así como se concluyeron varios contratos para la

importación de maquinaria procedente de Estados Unidos y Alemania.

Un aspecto interesante de esta colectivización, y un fenómeno pocas veces

destacado en la literatura especializada, es que no obstante la violencia y el énfasis

industrializador del régimen, hasta finales de la década del cincuenta, la mayor parte

de la población seguía viviendo en el campo. A finales de 1939 había 29 millones de

koljosianos, lo que representaba el 46,1% de la población activa, 17 millones de

trabajadores de sovjoses (empresas agrícolas similares a los koljoses, pero cuyos

campesinos eran asalariados del Estado) y 530 mil trabajadores en las estaciones de

máquinas y tractores.

Es decir, a diferencia de procesos similares de industrialización ocurridos en los

países occidentales, en la Unión Soviética la acelerada acumulación no se tradujo en

la destrucción del campesinado sino, por el contrario, en su conservación. La

colectivización, puede sostenerse, fue uno de los engranajes principales de la

acumulación, pero, a diferencia de otras experiencias, como los enclosures ingleses,

procuró responder a las necesidades sociales más básicas de los sectores más pobres

de la población rural. De otra parte, la colectivización mantuvo —he aquí su

elemento revolucionario- las tradiciones culturales, formas de solidaridad y de

gestión del campesinado. El koljós era una especie de estadio superior en el desarrollo

de la obschina; era la vieja comunidad campesina adaptada al presente y a la

modernización y, en ningún caso, su negación, como se había pretendido con el

programa de la NEP.

La acelerada industrialización constituyó el segundo pilar del sistema económico

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1 1 4

soviético y transformó de modo radical el panorama económico y social del país,

pero sin reproducir todos los aspectos más negativos que habían sido propios de la

industrialización occidental. No está demás recordar que la industrialización

soviética fue la primera experiencia de este tipo en un país no occidental, por lo que

suscitó la admiración de muchos intelectuales y políticos en todo el mundo.

Y no era para menos. La industrialización soviética rompió un triple monopolio

que hasta la fecha detentaba Occidente. Primero, demostró que la moderna industria

no era un proyecto reservado únicamente a las naciones desarrolladas. Segundo, y

muy importante para la actividad política, fue que confirmó en los hechos la falacia

que se escondía tras la idea de que moderno era sinónimo de Occidente y que para

alcanzar un estadio de modernidad había que quemar las etapas por las que habían

transitado los países occidentales más desarrollados. Por último, por la atractividad

que ejerció este experimento en gran parte del mundo, se constataba que la historia

mundial empezaba a ser distinta del desarrollo de Occidente y anunciaba el

advenimiento de un inédito escenario planetario que se sincronizaba a partir de los

encadenamientos de disímiles trayectorias de modernidad que entraban en

resonancia y en una situación de retroalimentación mutua. Este último fenómeno

alcanzó a las mismas naciones industrializadas, las cuales tras la debacle de 1929,

vieron en la experiencia soviética una vía de salida a su propia crisis y adoptaron

ciertos principios planificadores, incluso los famosos planes quinquenales.

En el proyecto estalinista a la industria se le asignaban poderes casi míticos. Era

la principal garantía para la seguridad interna; debía consolidar a la clase obrera,

construir los fundamentos de la sociedad socialista y tenía también que resolver

paulatinamente el problema agrario: a medida que el país se industrializara, el

pasado rural iría quedando atrás. Es decir, la industrialización era el pivote de la

modernización soviética.

En un plano más coyuntural, la industrialización debía atacar una anomalía que

había propagado la NEP: el incremento del desempleo. Con la ¡ndustriali- zación no

sólo se eliminó completamente el viejo y crónico desempleo, sino que el país se dotó

de instituciones y de condiciones para paliar las tendencias diferenciadoras entre la

población citadina. Un resultado palpable de esta estrategia fue que los 17 millones

de campesinos que se instalaron en las ciudades entre 1928 y 1939 no conformaron

“cinturones de miseria”, pues fueron absorbidos por la acelerada industrialización.

Claro está que las condiciones de vida no eran óptimas. El hacinamiento en las

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1 1 5

ciudades se convirtió en un fenómeno normal. Si en 1928 un alojamiento era

considerado normal si disponía de 6 metros cuadrados, en 1936 había disminuido a

sólo 4,4 metros cuadrados.

En este punto se observa una segunda peculiaridad del sistema soviético: en

lugar de incrementar el ejército de reserva, tal como había sido característico en las

otras experiencias industrializadoras, en la URSS se trató de homogenei- zar la

sociedad, garantizando a los obreros unas condiciones mínimas de subsistencia.

Claro está que esta situación no puede ser idealizada porque para reproducir esta

estrategia de equilibrio en el interior de la sociedad, la industrialización se benefició

de los elevados niveles de acumulación que producía el campo, de la disponibilidad

inmediata de abundante mano de obra barata que emigró desde las zonas rurales

hacia las ciudades y demás centros industriales, situación que, a su vez, permitió que

los salarios de los trabajadores se mantuvieran bajos.

Otro recurso empleado en la industrialización, aun cuando aportara pobres

resultados económicos, fue la utilización de los presos políticos y comunes en la

puesta en marcha de desmesurados proyectos en regiones, por lo general, inhóspitas

y que representaban un peligro para la vida humana. Desde 1934 las instituciones

penitenciarias quedaron bajo el control de la reformada policía secreta, el NKVD.

Esta, además de sus funciones de vigilancia, se convirtió en una institución

económica. En 1952 sus inversiones alcanzaron los 12,18 miliardos de rublos, o sea, el

9% del P1B. La producción bruta del Ministerio de Asuntos Internos se estimaba en

17,18 miliardos de rublos en 1953 (2,3% de la producción total del país), con

funciones muy sensibles en algunos rubros como la producción de cobalto, estaño,

níquel, oro y madera. Los GULAG (los campos de trabajo forzado, de acuerdo con la

sigla rusa) nunca se convirtieron en importantes factores en el proceso de

acumulación por la simple razón de que el sistema representaba un costo muy

superior a su producido. Por tanto,

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1 1 6

es errónea aquella interpretación que, con el propósito de denigrar de la experiencia

soviética, ha sostenido que los GULAG fueron la principal empresa sobre la que

recayó el inusitado crecimiento económico soviético.

Los resultados de la industrialización saltan a la vista. Entre 1929 y 1940 la

producción industrial se multiplicó al menos por tres en la URSS, cuya participación

en la producción mundial de productos manufacturados pasó del 4% en 1870, 5% en

1913 y 19% en 1938. En la información contenida en el cuadro 3 se puede observar la

importancia que alcanzó la Unión Soviética en la producción industrial mundial en

comparación con otras nacionales desarrolladas.

CUADRO 3 PRODUCCIÓN INDUSTRIAL MUNDIAL EN PORCENTAJE

El tercer pilar del modelo soviético fue la planificación, una de las herramientas

más revolucionarias e innovadoras del sistema implementado en la URSS115. La

planificación fue la estrategia coordinadora que tenía por misión establecer las

proporciones del crecimiento, con el cual se pudo sortear los ciclos recesivos,

aminorar los desequilibrios y satisfacer un conjunto de necesidades tanto del Estado

como de la sociedad. Desde la década de los años veinte se venía avanzando en la

puesta en marcha de los mecanismos de planificación. Las primeras instituciones

planificadoras databan de 1920, GOELRO, Comisión Estatal para la electrificación de

Rusia, y el Gosplan de 1921. En ese entonces, competían dos visiones: la regional, que

partía de la premisa de que la planificación debía organizarse de abajo hacia arriba,

es decir, desde la localidad, y la funcional que preveía la centralización de las

funciones planificado-

115 Gérard Roland, Economie politique du systéme soviétique, París, L’Harmattan, 1989.

Alemania Gran

Bretaña

Francia Rusia/ URSS

EE.UU. Japón

1870 13 32 10 4 23 -

1913 16 14 6 6 28 1 1938

11 9 5 19 32 4

Fuente: Jacques Bresseul, Petit histoire des faits économiques et sociaux, París, Armand Collin, 2003, p. 86.

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1 1 7

ras en la capital. Con Stalin se impuso esta segunda concepción. Este modelo de

planificación y desarrollo se basaba fundamentalmente en un crecimiento extensivo

de la economía. Pudo funcionar y dar sus plenos beneficios en las dos primeras

décadas de su puesta en funcionamiento, cuando los factores en los cuales se

apoyaba —mano de obra, recursos energéticos, etc.— existían en abundancia y

cuando los indicadores de planificación eran poco numerosos.

Es indudable que la planificación se convirtió en un importante instrumento para

someter a los agentes económicos al poder político” 116 , y sirvió también para

construir un poderoso Estado, objetivos ambos muy codiciados por Stalin. Pero con

la planificación se perseguían también otros propósitos. El más importante de todos

consistía en que era un invaluable sustituto del mercado en la transmisión de la

información económica y en la asignación de los recursos.

En esta función de la planificación se ubica la diferencia que muestra la brecha

que separa el modelo de la NEP del estalinista. Mientras el primero se articulaba en

torno al mercado, el sistema creado en la década de los treinta contrajo el mercado a

funciones localizadas y marginales, como las plazas de comercialización de la

producción individual koljosiana, y en su lugar se emplazó un mecanismo racional

para la asignación de recursos.

¿Por qué este cambio tan radical? Básicamente por dos motivos. El primero, es

que en los treinta el mercado se encontraba completamente desacreditado. No está

demás recordar a Eric Hobsbawm, quien no hace mucho, escribía: “Para aquellos de

nosotros que vivimos los años de la Gran Depresión, todavía resulta incomprensible

que la ortodoxia del libre mercado, tan patentemente desacreditada, haya podido

presidir nuevamente un período general de depresión a finales de los años ochenta y

comienzos de los noventa, en el que se ha mostrado igualmente incapaz de aportar

soluciones”117. Segundo, en contra de una opinión ampliamente difundida por el

tecnicismo de la economía, el mercado no es una institución aséptica, neutra, es,

como magistralmente demostró K. Polanyi118, hace ya más de medio siglo, un

poderoso generador de diferenciación social y, en ese sentido, era entendido como

una institución promotora de un tipo de sociedad que los líderes soviéticos querían

dejar irremediablemente atrás. Por ello, el mercado no podía participar en la

116 Frangois Seurot, op. cit., p. 76. 117 Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, op cit., p. 110. 118 Véase, Karl Polanyi, La gran transformación, Madrid, Ediciones La Piqueta, 1997.

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1 1 8

construcción de la nueva sociedad.

La planificación no era una estrategia intrínsecamente perversa, tal como se ha

popularizado después del trágico fin de la Unión Soviética. La URSS no desapareció

como resultado del fracaso de la planificación, aunque existieron algunas

disfuncionalidades en ella, que no pudieron ser corregidas, tal como tendremos

ocasión de demostrar más adelante. Por el contrario, cualquier balance que se

acometa del sistema planificador tiene que reconocer los grandes éxitos alcanzados.

Como señala Loren R. Graham, en su espléndido libro sobre la vida del ingeniero

Palchinsky “después de todo, la economía soviética de planificación funcionó

bastante bien para crear una realidad industrial que en su apogeo era la segunda

mayor del mundo, lo que le permitió a la Unión Soviética resistir y rechazar a los

ejércitos de Hitler y seguir expandiéndose durante muchas décadas, tanto antes

como después de la Segunda Guerra Mundial. Esto dio a la Unión Soviética la

capacidad para lanzar el primer satélite artificial y poner en órbita alrededor de la

tierra el primer ser humano. Mientras los ciudadanos soviéticos tuvieron fe en su

sistema, éste funcionó bastante bien, por lo menos en comparación con otras

naciones atrasadas que trataban de modernizarse”119. No está demás recordar que a

partir de la década de los treinta el mundo contempló con admiración la

planificación y no fueron pocos los esfuerzos por introducir indicadores de esta

naturaleza en las economías capitalistas, incluidas las más avanzadas.

Estas profundas transformaciones económicas entrañaron cambios no menores

en el plano social. En 1926 la población soviética ascendía a 147 millones de

ciudadanos. En 1936 ya eran 167 millones y en 1940, no obstante la descarnada

violencia, se alcanzó los 171 millones de habitantes. Este crecimiento vegetativo de la

población se inscribía en un contexto nuevo porque con el modelo estalinista se

precipitó la urbanización de la sociedad. Además del impacto que tuvo la

industrialización, este referente urbano se vio reforza-

119 Loren R. Graham, El fantasma del ingeniero ejecutado. Por qué fracasó la industrialización soviética,

Barcelona, Crítica, 2001, p. 21.

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I 1 9

do con la expansión de nuevas actividades, vinculadas a la enseñanza, las in-

vestigaciones, la salud pública y la administración.

Con la propagación de las ciudades, por tanto, se asistió a una sensible mutación

social: se inició el declive de un tipo de sociedad históricamente arraigada, la cual

había logrado resistir a numerosas embestidas, como habían sido la modernización

zarista, las guerras, las revoluciones, el capitalismo de Estado, etc. La sociedad que

debuta en la década de los treinta empezaba a tener una fisonomía muy distinta. En

1928, de 158 millones de habitantes con que contaba la URSS, sólo 27,6 millones

vivían en las ciudades (18%), mientras que 121,2 millones (el 82%) en el campo. En

1939, de un total de 170,5 millones de ciudadanos, 114,4 (el 67%) seguían vinculados

al campo pero ya había 56,1 millones (el 33%) en las ciudades. El crecimiento de la

población urbana registró una veloz aceleración en los treinta: mientras se

incrementó un 2,7% anual entre 1926 y 1929, alcanzó los 11,5% entre 1929 y 1933 y se

estabilizó en un 6,5% entre 1933 y 1936. Es decir, entre 1926 y 1939 tuvo un promedio

de crecimiento anual del 9,4%lli', uno de las tasas más altas del mundo.

Si bien la fisonomía de la sociedad comenzaba cambiar, no se debe caer en el

equívoco de suponer que el mundo rural había quedado totalmente atrás. Esta

acelerada urbanización reprodujo muchos hábitos rurales, es decir, dio lugar, en

realidad, a una especie de “ruralización de las ciudades” 120 121 , debido a la

persistencia en las nuevas aglomeraciones de una cultura, de un modo de vida y de

una mentalidad propia del campo, la cual necesitó de por lo menos de tres

generaciones para derivar en una cultura esencialmente urbana. Esta transposición

de valores culturales del campo a las ciudades hizo más fácil la vida en estas últimas

porque permitió organizar a los trabajadores de manera comunal, en cuadrillas,

tanto en las fábricas como en los lugares de residencia.

El tejido social en ese entonces, catalizado por la presencia de un fuerte

campesinado tradicional con formas de organización, solidaridad y una cosmovisión

particular, contribuyó de modo definitivo a fijar las peculiaridades formativas del

sistema soviético. La manera como se articuló el modelo de

120 Moshé Lewin, Le siécle soviet ¡que, op. cit., p. 87. 121 Moshé Lewin, La fornxation du systémc soviet ¡que, op. cit.

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1 2 0

desarrollo, con sus rasgos peculiares de organización y gestión en el plano

macroeconómico, sus representaciones culturales -el realismo socialista- que

constituía una vía de lucha contra la ilustración y el cosmopolitismo burgués y de

reivindicación, deificación del trabajo y de la actividad constructiva de los sectores

populares serían impensables y se tornarían incomprensibles e incluso irracionales,

si se les analiza separados de la morfología rusa y soviética. Figurativamente, se

puede sostener que el sistema soviético se propuso organizar todos los ambientes de

la sociedad como una gran obschina pero de dimensión nacional. Este esquema no

violentaba sino que a su manera reproducía las más arraigadas tradiciones rusas.

El tejido social también se transformó desde otro ángulo. Mientras en las

postrimerías de la NEP se contabilizaban 9,8 millones de obreros y 3,9 millones de

empleados, lo que representaba el 17,6% de la mano de obra nacional (12,4% de

obreros y 5,2% de empleados), en 1939-1940 los obreros y empleados había

aumentado a más de 30 millones de personas, de los cuales 21 millones eran obreros

y aproximadamente 11 millones se clasificaban como empleados.

El número de especialistas, es decir, aquellos individuos que habían culminado

estudios en un instituto técnico superior o en establecimientos secundarios

especializados, brincaron de 500.000 en 1928, a 2,4 millones en 1941, lo que

representaba el 23% de los empleados. Otro rasgo novedoso de este período fue la

aparición sistemática del trabajo femenino en los distintos ambientes laborales.

Hacia 1940 se contabilizaban más de 13 millones de mujeres entre la fuerza de

trabajo activa.

Por su sólido y reciente pasado campesino, no fue extraño que el nivel de

instrucción de los obreros, así como el promedio de toda la sociedad, fuese

extremadamente bajo. En 1928 los obreros de la industria tenían en promedio de 3,5

años de escuela primaria y en 1939 apenas registraban 4,2 años de escolaridad.

Este escaso nivel de instrucción tuvo varios efectos. El primero fue salarial. Para

1940, el ingreso promedio de un obrero era de 30,7 rublos mientras que el de un

empleado ascendía a 53,5 rublos. Este predominio de los empleados se debía a que el

país partía de un nivel muy bajo en cuanto a la calificación.

Pero no se debe olvidar que si bien los empleados disponían de mejores ingresos,

eran también los chivos expiatorios cuando se presentaban cataclismos en el sistema.

Segundo, el bajo nivel de formación era casi general entre los obreros, los

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1 2 1

empleados e incluso de muchos que ocupaban puestos de responsabilidad. “El bajo

nivel cultural que caracteriza toda la sociedad era el telón de fondo social del

estalinismo”122. Esta tendencia fue contrarrestada cuando se dio inicio a una amplia

campaña de lucha contra el analfabetismo. Si en 1897 el 40% de los hombres entre 9 y

49 años podían leer y escribir, en 1930 el porcentaje aumentó a 94%. Esto permitió

una rápida expansión de los medios de comunicación, que en el caso de los

periódicos pasaron de 9,4 millones de ejemplares en 1927 a 38 millones en 1940. Es

decir, el aumento en los niveles de instrucción tuvo lugar dentro de una atmósfera

estalinista y no fue extraño, por tanto, que se afirmara la identificación del vector

entre el líder y las masas.

Tercero, determinó la composición de la nueva clase dirigente. En la década de

los treinta esta fue reclutada entre los sectores populares, los cuales sustituyeron a la

vieja intelectualidad y a los especialistas burgueses. Este grupo, denominado praktikí,

era el responsable de la dirección, y, por su origen social y escasa formación,

ocupaban puestos de mando para los cuales no había tenido la preparación

adecuada. La formación, así como el conocimiento de sus funciones, la extraían de la

experiencia práctica en las tareas directivas. Estas personas, que aprendieron un

oficio en la práctica, constituían un grupo muy amplio. En 1941 por 1000 obreros se

contaban con 110 ingenieros, pero sólo el 19,7% tenían un diploma de educación

superior, 23,3% un diploma secundario y 57% eran praktikí.

El hecho de que numerosos integrantes de los sectores dirigentes provinieran de

los escalones inferiores de la sociedad dio lugar a un proceso de plebeyización del

poder, la cual consistió en que, a través de las purgas, se contribuyó a una masiva

promoción de funcionarios de origen popular pertenecientes básicamente al

proletariado urbano y a los campesinos, quienes llenaron las vacantes en las

instancias intermedias y, a veces, superiores de poder en el Estado.

122 Moshé Lewin, Le siécle soviétique, op. cit., p. 81.

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1 2 2

Esta plebeyización produjo una subversión de los ideales socialistas y acabó con

los remanentes libertarios, que tan importante papel habían desempeñado en los

agitados años de la década de 1910. En ese entonces, todos los antiguos prejuicios, la

antigua moralidad fue barrida por la revolución que relajó al máximo las formas

legales de vida en la familia, el matrimonio y la vida sexual. Con la plebeyización de

los treinta se afianzó la mentalidad tradicional anclada en las tradiciones culturales

populares. Esta nueva actitud se tradujo en la práctica en un choque contra la

emancipación femenina, contra la diferenciación social y las tendencias

individualistas. También se sometió a una dura crítica al arte y a la cultura elitista, la

cual fue sustituida por un tipo de manifestación artística que dignificara a los

sectores populares promovidos a los puestos de mando en el aparato del partido y

del Estado.

El criticado realismo socialista no fue como se ha argumentado generalmente el

resultado de la perfidia de un hombre, sino que fue la afirmación de nuevos

principios acordes con las transformaciones sociales y políticas de los años treinta. El

realismo socialista, término acuñado por Andrei Zhdanov en 1934, “realizó, en el

plano de los imaginarios, una valorización del pueblo, como ninguna sociedad lo

había hecho anteriormente. Esta reacción, que golpeó duramente a la intelligentsia,

fue de hecho el ascenso de los valores y tradiciones populares y el descrédito de los

valores heredados de la ilustración y la burguesía”123. El realismo socialista, en

síntesis, constituyó una reafirmación de los mecanismos de promoción social y se

convirtió en un procedimiento para la legitimación social del régimen que destacaba

y reactualizaba los valores ancestrales y populares de los rusos.

A nivel político, el estalinismo fue un gran generador de violencia, y éste es, sin

duda, el aspecto más conocido del modelo 124 . Sin embargo, la represión y la

concentración del poder político también deben entenderse dentro de las tendencias

que particularizaban el desarrollo de la URSS en esos años. En la actualidad se

dispone de cifras bastante aproximadas sobre el número de personas que fueron

objeto de la violencia (véase el Cuadro 4). Los años de mayor violencia fueron 1937 y

1938, cuando más de millón y medio de personas fueron arrestadas por actividades

antisoviéticas, de los cuales cerca de setecientos mil fueron fusiladas.

Este desmedido ejercicio de la violencia tuvo varios factores potenciadores, así

123 Marc Ferro, Histories de Russie et d’ailleurs, op. cit., p. 122. 124 Robert Conquest, The Great Terror. Stalin’s Purge ofthe Thirties, Londres, 1968.

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1 2 3

como también objetivos diferenciados. Primero, la violencia, la cual en algunos

momentos llegó a representarse bajo el referente de la lucha de clases, se empleó no

contra el pueblo en general, como se ha sugerido corrientemente, sino contra

aquellos sectores partidarios del modelo anterior o que se beneficiaban de la

diferenciación social inducida por la NEP: intelectuales, nepman, campesinos ricos.

Como tuvimos ocasión de analizarlo en los inicios de la colectivización, el ejercicio

de la violencia rural fue en parte una reacción de las clases pobres de la ciudad y del

campo en colusión con los sectores más radicales dentro del partido en contra de los

campesinos emprendedores. En la década de los treinta, las purgas y la represión

cristalizaron una promoción masiva de nuevos funcionarios de origen popular que

aceleró la movilidad social: la llegada al poder del proletariado urbano y de los

campesinos identificados con las nuevas orientaciones de la política estatal.

Las grandes “purgas” que devastaron la URSS en los años treinta pueden ser

explicadas por el deseo del máximo jerarca de edificar su modelo de sociedad con

hombres que no hubiesen sido educados en las tradiciones del pasado o que

estuviesen dispuestos a abdicar de él. En efecto, el nuevo régimen necesitaba de un

grupo social que le sirviera para controlar la sociedad. Ese fue el papel que

desempeñaron la burocracia y la policía secreta. Los inmensos privilegios a ellas

dispensadas le garantizaron su total lealtad.

Getty y Naumov, dos historiadores que han estudiado en extenso este ejercicio

de la violencia en la década de los años treinta, en su imponente trabajo, ofrecen

otras explicaciones sobre este fenómeno, algunas de las cuales sucintamente

presentaremos a continuación. Primero, la violencia se produjo por los miedos que

despertaba la frágil situación social en el interior mismo de la elite. El caos

transformador a que indujo la revolución económica y social de 19291932

-colectivización, industrialización acelerada, hambrunas, desplazamientos masivos

de la población, etc.,- generó miedo y ansiedad en el seno de la clase dirigente ante la

posibilidad de quedar superados por la radicalidad de los hechos.

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1 2 4

CUADRO 4 NÚMERO DE PERSONAS CONDENADAS

Año Número de personas condenadas

Pena de muerte

Campos, colonia y prisión

Exilio Otras penas

1921 35829 9701 21724 1817 2587 1922 6003 1962 2656 166 1219

1923 4794 414 2336 2044 - 1924 12425 2550 4151 5724 -

1925 15995 2433 6851 6274 437

1926 17804 990 7547 8571 696

1927 26036 2363 12267 11235 171 1928 33757 869 16211 15640 1037

1929 56220 2109 25853 24517 3741

1930 208069 20201 114443 58816 14609

1931 180696 10651 105683 63269 1093

1932 141919 2728 73946 36017 29228 1933 239664 2154 138903 54262 44345

1934 78999 2056 59451 5994 11498

1935 267076 1229 185846 33601 46400

1936 274670 1118 219418 23719 30415

1937 790665 353074 429311 1366 6914

1938 554258 328618 206009 16342 3289 1939 63889 2552 54666 3783 2888

1940 71806 1649 65727 2142 2288 1941 75411 8001 65000 1200 1210 1942 124406 23278 88809 7070 5249

1943 78441 3579 68887 4787 1188 1944 75109 3029 70610 649

821 1945 123248 4252 116681 1647 688 1946 123294 2896 117943 1498 957

1947 78810 1105 76581 666 458 1948 73269 - 72552 419 298

1949 75125 - 64509 10316 300

1950 60641 475 54466 5225 475

1951 54775 1609 49142 3425 599 1952 28800 1612 25824 773 591 Primera mitad 1953

8403 198 7894 38 273

Total 4060306 799455 1631397 413512 215924

Fuente: B. P. Kurashv ili, Istoricheskaya lógika stalinizma, Moscú, 1996, pp. 159-160.

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1 2 5

“Este temor a perder el control de los hechos, a perder incluso el poder, los

empujó a dar una serie de pasos destinados a proteger su rango y administrar la

situación: a sancionar y edificar un culto unificador en torno a Stalin, a cortar en flor

el más mínimo ápice de disidencia en la élite, cerrando filas alrededor de un

concepto rígido de la disciplina del partido, y a embarcarse en un programa de

centralización en todos los ámbitos, desde la administración hasta la cultura (...) Este

aumento del grado de inseguridad, a la luz de las tradiciones bolcheviques y la

personalidad de Stalin, es un factor a la hora de tratar de comprender el terror”125.

Valga señalar que el terror no excluía en absoluto a la elite. Como ejemplo puede

citarse que de los 1966 delegados que estuvieron presentes en el XVII Congreso del

partido, 1108 fueron encarcelados.

Segundo, además de la proclividad de Stalin por el ejercicio del terror, en su

desencadenamiento también intervinieron distintos sectores de la elite. “Hemos

llegado a la convicción de que las explicaciones habituales del apoyo que concitó el

terror son improcedentes. No sólo no hay indicios de que la figura de Stalin inspirara

temor en la primera fase, durante la cual se engendró el terror, sino que no se han

encontrado muestras de reticencia o de protesta entre los líderes supremos del

partido en ningún momento del proceso. En cambio, todo indica que hubo un

consenso amplio en las distintas fases sobre la conveniencia de la represión de

grupos específicos y de “limpiar” el partido de elementos indignos de confianza” (...)

“A cada paso del camino fueron surgiendo grupos de interés, dentro y fuera de la

élite, que apoyaron la represión de determinados grupos, en ocasiones con una

mayor vehemencia que el propio Stalin. El terror, más que deberse a un hombre que

intimidara a todos los demás, consistió en una serie de esfuerzos de grupo (aunque

dichos grupos cambiaran con frecuencia). Esta conclusión no exonera en modo

alguno a Stalin ni atenúa su grado de culpabilidad. Pero sí significa que el panorama

es más complejo. La represión fue tanto el resultado del consenso como de la

demencia de un solo hombre, por lo que provoca aún mayor desasosiego”126.

Tercero, la violencia también fue el producto de tensiones que se presentaban

dentro de la misma clase dirigente. “Las líneas de falla no separaban a la “derecha”

de la “izquierda”, como había ocurrido en el decenio anterior, sino

125 J. Getty y Oleg Naumov, op cit., p. 459 y 34. 126 Ibídem, p. 466 y 12.

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1 2 6

horizontalmente, a un estrato de otro. Una primera falla separaba al partido de la

sociedad. Otro foso separaba en el partido a los líderes regionales y locales de los

miembros de base. Los “círculos familiares” territoriales, preservados a merced de

prebendas y a la protección mutua, usaban a los miembros de base como sus

soldados de a pie, aunque los “grandes señores” regionales del partido formaban

parte de la nomenklatura, entraban a menudo en conflicto con otros elementos de

dicha élite. En particular, los intentos de la élite moscovita y de Stalin de centralizar

todos los elementos de la vida política y social enemistó a los líderes de la capital con

sus homólogos de provincia. Stalin y su politburó constituían otro agente colectivo

en este esquema, con intereses propios. Se pusieron del lado de los elementos

partidarios de la centralización, de la nomenklatura de la elite cuando sus intereses

mutuos coincidieron pero, en otras ocasiones, se aliaron a los jefes regionales (...)

“Así, en 1933 y 1935, Stalin y el politburó se unieron con todos los niveles de la

nomenklatura para inspeccionar o purgar a las indefensas bases. Los líderes

regionales emplearon dichas purgas para consolidar sus maquinarias y expulsar a

las personas “molestas”. Este proceso trajo consigo un nuevo reajuste en 1936, en el

cual Stalin y la nomenklatura de Moscú se pusieron del lado de las bases, quienes se

quejaban de la represión ejercida por las élites regionales. En 1937, Stalin movilizó

abiertamente a las “masas del partido” contra la nomenklatura en su conjunto; algo

que constituyó un importante factor de la destrucción de la elite durante el Gran

Terror. Pero en 1938, el politburó dio un golpe de timón y reforzó la autoridad de la

nomenklatura regional, tratando de restaurar el orden en el partido durante el

terror”127.

Por último, de acuerdo con estos historiadores, el poder de Stalin no era

omnipresente ni omnipotente, y en ocasiones su margen de maniobra tenía

limitaciones. “En varios momentos, por ejemplo, trató de restringir la autoridad de

ciertos grupos de la elite, a pesar de que el régimen precisaba de dicha elite para

mantener el poder y gobernar el país. Su dilema consistía por lo tanto en encontrar la

forma de refrenar la autoridad de los demás actores, sin permitir que los

espectadores situados fuera del coso político pudieran intuir las discordias reinantes

entre la elite”128.

127 lbídem, p. 32-33 y 33-34. 128 lbídem, p. 34.

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1 2 7

Otra característica de este Estado omnipotente, el cual controlaba la economía y

las riquezas del país, establecía las proporciones del crecimiento en los distintos

ámbitos y que carecía de mecanismos de rendición de cuentas, era ser un aparato

muy burocrático. Un ejemplo de este carácter se puede observar con el aumento del

número de comisarios del pueblo que pasó de 10 en 1924, a 18 en 1936 y alcanzó los

41 en 1940. Como el partido se encontraba sobrepuesto sobre el Estado, el comité

central del partido comprendía 45 departamentos, uno por cada actividad

gubernamental.

En un Estado tal, era relativamente fácil que la burocracia se autonomizara con

respecto al poder político y a la sociedad. La violencia sistemática contra ella fue un

mecanismo para doblegar su resistencia, mantenerla bajo control y privarla de su

capacidad para reproducirse autónomamente. Uno de los métodos empleados por

Stalin para mantener bajo control a este sector consistía en fragmentar y vaciar las

instituciones políticas de toda su sustancia. Así se lograba que los responsables de

menor nivel no pudieran acumular poder. El terror, en este plano, constituyó un

procedimiento para vencer las resistencias y también para organizar el entramado

burocrático del omnipotente Estado soviético.

Además del terror el otro método de control de esta burocracia se llevaba a cabo

a través del sistema de nomenklatura. Este era el método utilizado para mantener los

cuadros dirigentes bajo el control del partido. De la nomenklatura hacía parte el

estrato superior del gobierno y del partido (aproximadamente 4836 personas).

También abarcaba un tercio de los 160 mil puestos superiores, de los cuales 105 mil

en el aparato central del gobierno y 55 mil en los ministerios y demás servicios

gubernamentales de las repúblicas. Esta nomenklatura no constituía una nueva

aristocracia. “Con el paso del tiempo, la élite del partido, autoelecta y renovada

mediante un sistema de nombramientos jerárquicos personales fue gozando cada

vez de mayor poder, prestigio y privilegios. Esta nomenklatura se componía de

miembros y personal del politburó y del comité central, los primeros secretarios de

los comités regionales del partido y funcionarios con dedicación plena y gestores a

muy diversos niveles, hasta en los distritos urbanos y rurales. Los móviles de la

nomenklatura eran dispares. Por una parte, protegían celosamente su posición como

elite. Si caía el régimen, desaparecerían sus distintos privilegios e inmunidades.

Cuanto más exclusivos y autoritarios pudieran mostrarse, a mejor resguardo

tendrían sus fortunas per-

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1 2 8

sonales. Sin embargo, por otra parte, nada nos permite pensar que no fueran al

mismo tiempo verdaderos creyentes en el comunismo”129.

Pero no es correcto demonizar el carácter burocrático del régimen. De una parte,

porque ello esconde la naturaleza intrínseca del sistema. “La burocracia no es una

capa parasitaria que se arrogue privilegios materiales en virtud del monopolio de su

poder. Es ella el primer estimulante a la elevación de la producción por la presión

que ejerce sobre el conjunto del aparato económico subordinado a su poder. No es “a

pesar” de la burocracia que la URSS se ha industrializado, sino “gracias” a ella. La

dominación de la burocracia no es un reflejo de normas de dominación burguesas,

sino el reflejo de la planificación existente. La burocracia tiene todo el interés de que

la planificación sea lo más equilibrada posible, que no haya penurias, que la calidad

de los productos sea elevada, que los consumidores estén satisfechos y se esfuerza

activamente en combatir todos estos fenómenos negativos. El problema es que todos

estos aspectos negativos están vinculados intrínsecamente no con los privilegios bu-

rocráticos, sino con la lógica misma de la planificación centralizada”130.

Otro aspecto de esta dimensión política del estalinismo fue el culto a la per-

sonalidad. El culto a la figura de Stalin tampoco fue, como lo ha pretendido ver la

historiografía occidental131 y la soviética con posterior al XX Congreso del PCUS,

como una deformación del socialismo y una justificación para la concentración del

poder. Stalin era un líder sin precedente en la historia y su culto se apoyaba en varios

elementos. Se debe tener en cuenta la imagen patriarcal campesina del jaziain. “Pero

a diferencia de los Romanov, siempre cubiertos de joyas e identificados con las viejas

aldeas y el campesinado ruso, Stalin creó un tipo especial de zar modesto, austero,

misterioso y urbano. No estaba en contradicción con el marxismo”132.

Con el culto se recuperó la figura del “venerable zar bueno”, muy presente en la

conciencia popular, y su función política consistía en crear una dinámica

sociopolítica, en la cual un nuevo vector -el líder carismático-masas popula-

129 Ibidé ni, p. 31. 130 Gérard Roland, op cit, p. 227. 131 Adam Ulam, Stalin, Barcelona, Moguer, 1975. 132 Simón Sebag Montefiore, La corte del zar rojo, Barcelona, Crítica, 2004, p. 173.

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1 2 9

res- se introduce en las relaciones intraélites, modificando la relación de fuerzas en el

interior de esta y haciendo partícipes a los sectores populares en la toma de

decisiones en la alta política. Los llamados a la stajanovshina, es decir, al aumento de

la productividad por parte de los trabajadores por ejemplo, más allá de sus magros

resultados económicos, fueron procedimientos que permitían quebrar la resistencia

de los gerentes y alimentar el vínculo entre el máximo líder y la clase trabajadora.

Este rasgo de la vida política rusa hunde sus raíces en las profundidades de la

historia y en la conciencia colectiva del pueblo. Hay que buscar sus orígenes en la

organización de las comunidades campesinas y en el sincretismo entre el

cristianismo y las actitudes paganas propias de la religiosidad popular rusa. El

aislamiento y el inmovilismo de las obschinas crearon la sensación de que todo lo que

ocurriera afuera era extraño. El rechazo al mundo externo y especialmente a los

intentos de modernización convirtió a las comunas en el fermento del

conservadurismo social y del autoritarismo porque una vez que las decisiones se

adoptaban colectivamente, se desconocían los derechos de las minorías y de los

individuos independientes.

Esta cultura se mezcló con la representación religiosa popular. No está demás

recordar que no obstante el carácter ateo del Estado, en el censo de 1937 el 57% de la

población confesó su calidad de creyente. Como durante el zarismo la Iglesia estuvo

siempre alejada de las preocupaciones cotidianas del pueblo y permaneció

suspendida en la época soviética, la religiosidad se expresó de manera directa a

través de un sincretismo de actitudes paganas y cristianas. El icono se convirtió en el

altar y la veneración estimuló la sumisión frente a la representación simbólica. En

estos años, la religiosidad adoptó una figura política y terrenal: el culto al líder. En la

máxima autoridad se delegó la representación de los intereses populares y a través

de él, de manera pasiva, se participaba en los asuntos públicos. Esta característica de

la vida política reprodujo la sumisión a la autoridad y conservó el predominio de lo

social (colectivo) sobre lo individual133.

Pero también había factores circunstanciales que alimentaban la necesidad del

culto a la personalidad. No sólo porque los rusos y muchas otras nacionalidades de

la URSS estaban acostumbrados a que su identidad nacional se expresara a través de

la figura de un líder supremo, sino también por la necesidad de compatibilizar los

133 Iury Afanassiev, Ma Russie fatale, París, Calman-Lévy, 1992, capítulo cuarto.

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1 3 0

elementos de continuidad con los de ruptura. “El primer plan quinquenal había

causado una ruptura enorme, y la imagen de zar que daba Stalin permitía afirmar

que el estado contaba con un líder fuerte y decidido”134.

La elite soviética participa asimismo del culto a la personalidad porque veía en

ello un importante recurso político: el endiosamiento se convirtió en el símbolo de la

unidad de la clase dirigente. Con el se proyectaba una imagen de afinidad y se

encubrían las discrepancias, tensiones y errores.

Tratando de sintetizar las orientaciones de los cambios iniciados en la década de

los años treinta, podemos decir que el estalinismo, más que la aplicación concreta de

la doctrina de la cual Stalin se hacía portador, fue una convergencia de un

radicalismo popular e intelectual, con la cual se desarrolló la necesidad de dar curso

a un rápido proceso de modernización, pero sobre la base de los elementos propios

de la cultura popular rusa: igualitarismo, espíritu colectivista, simbología política en

el vector líder carismático-masas, denuncia de la desigualdad y de las tradiciones y

culturas ajenas a los valores populares. En este proceso el papel del marxismo no fue

más que el de un marco justificador y legitimador de las acciones implementadas.

Por esta razón, en lugar de socialismo es preferible hablar de sistema soviético,

porque el modelo fue ante todo el irrumpir de las tradiciones populares en la

determinación del proceso de desarrollo que iba a seguirse.

134 Robert Service, opcit., p. 194.

1 3 1

Tercera parte.

Seguridad colectiva, guerra mundial y guerra fría.

El dilema de la mundialización de la URSS

En el capítulo anterior tuvimos ocasión de presentar un análisis sobre las

particularidades del modelo económico, social, político y cultural puesto en

funcionamiento por Stalin en la década de los treinta. En momentos en que se erigió

este modelo, la autarquía era un fin en sí, pues todo los elementos estaban pensados

en función de las dinámicas internas y la apelación al internacionalismo —la famosa

consigna ¡proletarios del mundo, uníos!- sólo revestía un carácter enunciativo.

En general, se puede afirmar que el modelo de la NEP, el cual presuponía una

inserción controlada de la URSS en la dinámica mundial y que adoptaba como

referente el capitalismo de Estado alemán, constituía una propuesta de desarrollo

que se inscribía dentro de las grandes tendencias de la globalización económica

internacionalizada las cuales habían predominado en el período inmediatamente

anterior a la Primera Guerra Mundial, y que en los inicios de los veinte intentaron ser

reconstruidos por los gobiernos de varios países, entre ellos, los de la misma

República de Weimar.

El esquema estalinista, por el contrario, se inspiraba en la tesis del “socialismo en

un solo país” y propendía por un régimen autárquico. Este esquema, al igual que su

antecesora, no constituía un fenómeno anómalo, pues también se inscribía en un

tiempo mundial, es decir, se encontraba a tono con ciertas tendencias planetarias,

debido a que sus propósitos coincidían con un denodado esfuerzo por parte de los

grandes países industrializados por revertir los anteriores niveles de compenetración

en la economía mundial, situación que la crisis de 1929 no había hecho más que

exacerbar. La década de los treinta fue, en efecto, uno de los ciclos más intensos de

desglobalización que ha experimentado el mundo y explica suficientemente la

aceptación de políticas como la sustitución de importaciones o el recogimiento de las

metrópolis en torno a sus imperios coloniales.

Dentro de estas tendencias generales, la particularidad del modelo soviético

consistió en que este autocentramiento de la URSS se concibió como momento

fundacional de una nueva sociedad en cuya germinación desempeñaron un papel

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 3 2

especial ciertos rasgos nacionalistas rusos, los cuales, a diferencia de épocas

anteriores, se expresaban no en contraposición con las restantes minorías nacionales

que habitaban el territorio, sino con respecto a la experiencia de Occidente. Era, en

esencia, frente a este último que la Unión Soviética desplegaba todo su

“tradicionalismo” y autosuficiencia.

El único ámbito donde se exhibía cierta presencia o influencia de factores

externos fue en relación con la compleja situación mundial imperante en los treinta,

que se proyectaba como un referente de oposición, es decir, era el escenario frente al

cual se debía guardar distancia. El aislamiento y la protección que se construyó

frente a la dinámica mundial llegaron a tal nivel que fue espasmódico el impacto que

sobre la URSS tuvo la crisis de 1929. Dentro de la lógica del modelo eran escasos, y

además fácilmente controlables, los intersticios a través de los cuales las dinámicas

externas podían afectar la realidad interna del país de los soviets.

A pesar de su naturaleza, aislamiento y vocación, en la segunda mitad de la

década de los treinta el sistema soviético tuvo que enfrentar un conjunto de

contingencias externas. En los treinta, el nivel de exposición era básicamente político

y geopolítico y podía ser controlado, dado que gravitó en lo fundamental en torno al

imperativo, defendido afanosamente por el Comisario de Asuntos Externos, Máxim

Litvinov, de construir un esquema de seguridad colectiva continental para que la

URSS pudiera seguir disfrutando de su autarquía.

Pero en los cuarenta, la situación fue otra. Con el inicio de la Segunda Guerra

Mundial y la posterior entrada de la URSS en la misma se registró un sensible

aumento en el nivel de incidencia de los factores externos, toda vez que los

preparativos para hacer frente al conflicto, así como la definición de un nuevo marco

de seguridad interna a través del posicionamiento territorial en zonas fronterizas

altamente vulnerables y la negociación con las principales potencias se convirtieron

en un fin en sí. Lo externo comenzó a perder su condición intrínseca y devino una

condición interna, sobre todo en la medida en que la Unión Soviética se alzó como

una potencia con capacidad para hacer frente a la maquinaria bélica alemana. Al

finalizar el conflicto la Unión Soviética no sólo se transformó en una de las grandes

potencias mundiales. También se erigió en líder de un subsistema socio económico

-el campo socialista-, en una de las dos superpotencias mundiales y en actor

fundamental en torno al cual se organizó el eje de enfrentamiento bipolar, conocido

como la guerra fría.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 3 3

Fue, sobre todo cuando se recuperaron los anhelos intemacionalistas a nivel del

discurso, y en ocasiones también en la práctica, que el socialismo soviético se

propuso convertirse en la antesala de una especie de globalización, entendida esta

como la realización del socialismo mundial. Es decir, la Unión Soviética entró a

competir por la organización futura del mundo en su conjunto, desde un plano de

debilidad, en la década de los años treinta, por cuanto el único aliado con el cual

contaba era la frágil Mongolia, pero desde una posición de mayor fuerza desde la

segunda mitad de la década de los años cuarenta, cuando voluntaria u

obligatoriamente un conjunto de países de Europa, Asia, y posteriormente Africa y

América se sumaron a la causa de construir el socialismo. En tres campos se puede

observar este anhelo globalizador de la Unión Soviética: en la exportación de su

modelo de desarrollo que debía ser copiado fidedignamente por todo país que

deseara recibir su apoyo (globalización económica), en la creación de una nueva

internacional de los partidos comunistas bajo la égida de Moscú y en el apoyo a los

movimientos revolucionarios (globalización política) y en la propagación del

marxismo leninismo y de los “éxitos” de la experiencia soviética, codificados por

Stalin, en múltiples y vulgares manuales, lo que tuvo un impacto muy grande en las

concepciones de la izquierda en casi todos los países del mundo (globalización

ideológica y cultural).

Pero, desde otro ángulo, la Unión Soviética se convirtió en una importante

fractura de la globalización tal como venía desplegándose desde el siglo XIX porque

planteó un límite territorial a la expansión de la economía de mercado, construyó

espacialidades desconectadas de los circuitos capitalistas, mantuvo el anhelo de

involucrar a un número creciente de países dentro de su órbita y porque entró a

competir con las potencias occidentales en la “organización” del sistema económico

y político mundial. Es decir, fue un serio intento, aunque a la postre fallido, de

organizar el mundo sobre bases diferentes y encaminar las tendencias globalizantes

hacia la universalización del socialismo.

En síntesis, en los largos años que se extienden desde mediados de la década de

los treinta hasta la implosión de la URSS en 1991, los factores externos fueron

teniendo una gravitación mayor y por eso, el desarrollo ulterior de la Unión

Soviética, así como el de la Rusia poscomunista dejaron de desarrollarse en clave

interna, porque su misma razón de existencia comenzó a globalizarse.

Es evidente que cuando sobrevino la década de los treinta, la Unión Soviética

había experimentado un radical cambio frente al mundo, pues, con la construcción

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 3 4

del “socialismo en un solo país” se fue disipando el anterior aventurerismo

revolucionario y se abandonó la pretensión de propiciar la revolución mundial.

Como señalaba un funcionario del Foreign Office acreditado en Moscú “aunque la

Rusia de los soviets pretende extender su influencia por todos los medios a su

alcance, la revolución a escala mundial ya no forma parte de su programa, y no

existe ningún elemento en la situación interna de la Unión que pueda promover el

retorno a las antiguas tradiciones revolucionarias. Cualquier comparación entre la de

Alemania antes de la guerra y la amenaza soviética actual debe tener en cuenta (...)

diferencias fundamentales (...) Así pues, el riesgo de una catástrofe repentina es

mucho menor con los rusos que con los alemanes”114.

Fue precisamente durante estos años, cuando la URSS tuvo que enfatizar su

actuación en el plano internacional, que aparecieron ciertos rasgos que le im-

primieron una impronta específica a su forma de actuación externa. Estas par-

ticularidades encuentran una doble motivación. En parte, se derivan del tipo de

sociedad. Por lo general cuando se examina la política internacional de un país,

cualquier que este sea, y más aún cuando es una sociedad con una alta densidad

histórica y que participa en las ligas mayores de la política mundial, su expresividad

externa reproduce ciertas continuidades intrínsecas del país en cuestión. Pero

también, su actuación se deriva de los lineamientos fundamentales del ordenamiento

regional y/o mundial en su momento imperante. En el caso de la URSS, las formas

particulares de inserción en el sistema internacio- 135

135 Citado en Eric Hobsbawm, La Historia del siglo XX, op cit., p. 229.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 3 5

nal de Estados y su actitud ambivalente frente a la economía mundial capitalista

derivaban de su propia naturaleza sistémica. Pero la manera como proyectaban los

dirigentes a la URSS en la vida mundial, los ejes estratégicos de su actuación externa

e incluso la misma manera de asumir los factores de poder se desprendían del tipo

de interacción que se construía con el complejo escenario internacional entonces

existente.

Esta doble dimensión en la determinación de la actuación externa de la Unión

Soviética permite entender la pluralidad de niveles en que se realizaba su política

internacional. A veces era de interioridad y en otras de exterioridad al sistema

internacional. Es decir, disfrutaba de una posición especial lo que le permitía

emplear procedimientos que eran comunes y compartidos “ética” y políticamente

por los demás grandes actores del sistema internacional (v. gr., la seguridad

colectiva) y también otros que le eran inherentes de modo particular en tanto que se

presentaba como una potencia contestataria del orden mundial, los cuales

transcurrían paralelos a los primeros.

Fue en razón de este desdoblamiento que la URSS en los treinta gozó de una alta

popularidad, debido a su actuación crítica frente al nazismo, distinta de la posición

asumida por los otros países occidentales. Pero también porque por su posición

contestataria diseñó estrategias políticas específicas para contener el avance del

fascismo, como los frentes unidos, es decir, la unión de los partidos con fuerte

arraigo entre los trabajadores, los frentes populares, o sea, grandes plataformas

políticas que debían propiciar un frente común de todas las fuerzas antifascistas, y

los frentes nacionales, agrupaciones mayores que las anteriores que convocaban a

organizaciones de distinto perfil político.

En una perspectiva global, la política soviética se encontraba interiorizada en el

sistema internacional cuando se proponía fomentar la relación entre Estados, cuando

se le reconocía como interlocutor en los asuntos globales que afectaban a la

comunidad internacional. Por el contrario, la política soviética se encontraba

exteriorizada cuando su actividad se basaba en postulados ideológicos y políticos y

en modalidades de alianza de tipo particular que apuntaban a la transformación del

sistema.

Esta dualidad se fundamentaba en el hecho de que las principales fuerzas y los

actores dominantes en el sistema mundial eran capitalistas. En los treinta

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 3 6

ambas formas de posicionamiento se entrelazaron debido al temor que despertaba la

Alemania hitleriana, país cuyo gobierno disponía de una aguerrida ideología y de

unas no menos evidentes ambiciones territoriales. El fundamento para la

convergencia con las fuerza de la coalición consistía en la necesidad de participar con

las restantes fuerzas “ilustradas” contra oponentes que se mantenían anclados en un

mítico pasado. La concordancia de estos dos niveles no era fortuita: el

enfrentamiento en Europa asumía un carácter transnacional, situación que quedó

reflejado por primera vez con la guerra civil española, y alcanzó una dimensión

planetaria cuando a partir de 1941 la “guerra civil europea” se derivó en una guerra

mundial.

De esta dualidad se puede desprender otra característica: la Unión Soviética era

en ocasiones una potencia contestataria y, en otras, una potencia como las otras. La

primera cualidad se realizaba a través de aquellos procedimientos en los cuales la

Unión Soviética operativiza internacionalmente su oposición al sistema mundial. La

segunda se desprendía de aquellas situaciones en las cuales la URSS utilizaba

procedimientos y normas comunes y generales inherentes a las demás potencias. En

estos convulsionados años el Kremlin fue abandonando paulatinamente sus

posiciones contestatarias y de exterioridad para cimentar la colaboración con los

otros países aliados, lo que explica, por ejemplo, que resolviera disolver la

Internacional Comunista en 1943.

En todas estas distintas formas de actuación predominaban siempre una

determinada preferencia nacional: la defensa de la integridad de la URSS. Esto es lo

que explica que el 3 de mayo de 1939, Stalin destituyera al Comisario de Asuntos

Externos, Máxim Litvinov y en su lugar colocara a uno de sus más cercanos

colaboradores, Viacheslav Molotov. Esta sustitución no fue un simple cambio de

funcionarios al frente de la Cancillería. Simbolizaba una reorientación en la política

en relación con Europa. Sobre todo después de la Conferencia de Munich, Stalin

creía firmemente que las democracias occidentales estaban animando a la Alemania

hitleriana para que desencadenara una guerra en el frente oriental. La estrategia

debía, por tanto, ser distinta a la seguridad colectiva: ante todo debía mantenerse a la

Unión Soviética al margen del conflicto que inminentemente iba a estallar en suelo

europeo. No importaba con quien se negociara siempre que se previniera la entrada

de la URSS en la guerra. No sin cierta audacia, Stalin, a través de su Canciller,

terminó suscribiendo un acuerdo con Hitler en lugar de las democracias

occidentales.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 3 7

La explicación de esta reorientación es mucho más accidental de lo que la

literatura de divulgación generalmente sugiere. Mientras Gran Bretaña y Francia

enviaron en agosto de 1939 a Moscú una delegación de rango inferior con el ánimo

de suscribir una alianza, la cual no disponía de mandato para negociar temas tan

importantes para el Kremlin, como era la garantía de las fronteras soviéticas ni

avalaba el acceso de tropas soviéticas por Polonia y Rumania en caso de un ataque

de Alemania, la Cancillería germana estuvo dispuesta a negociar no sólo al más alto

nivel, a través de su Ministro de Relaciones Exteriores, Joachim Ribbentrop, también

ratificó todas las demandas territoriales soviéticas, las cuales quedaron consignadas

en un documento secreto adjunto al tratado de amistad y no agresión (la mitad de

Polonia, los países Bálticos y Besarabia, la actual Moldova, con lo cual la URSS

dispuso de un importante escudo que se extendía desde el Báltico hasta el Mar

Negro).

Este acuerdo, suscrito el 23 de agosto de 1939, representaba una alta importancia

para la URSS, porque paralelamente a estas negociaciones, en esos mismos días,

tenían lugar enfrentamientos militares con Japón en el río Jalkin- Gol, las cuales se

saldaron con una estruendosa derrota de este último. En esas circunstancias, sosegar

el frente occidental representaba una alta importancia estratégica. Tiempo después,

cuando se hizo más inminente la cercanía de ia guerra con Alemania, los soviéticos

suscribieron -el 14 de abril de 1941- un Tratado de no agresión con Japón.

El 1 de septiembre de 1939 se inició la Segunda Guerra Mundial con la invasión

alemana a Polonia y después con la Blietzkrieg, la “guerra relámpago”. con los Países

Bajos y Francia. La URSS se mantuvo al margen de la misma hasta 1941, no sin antes

ocupar las zonas de influencia que reclamaba (la mitad de Polonia, las repúblicas del

Báltico y Besarabia) y librar una pequeña batalla con Finlandia. El 30 de noviembre

de 1939 Stalin atacó este país con el propósito de desplazar la frontera hacia el

interior de Finlandia para garantizar la seguridad de Leningrado, la cuna de la

revolución. Si bien esta guerra se saldó con la victoria de los soviéticos, la cual fue

sancionada en marzo de 1940 con un tratado que cedía a la URSS alrededor de 36 mil

Km. cuadrados, el costo fue enorme: alrededor de 125 mil soldados perecieron en los

campos de batalla, evidente demostración de que el ejército, parte de cuya plana

mayor había desaparecido con las “purgas”, no se encontraba preparado para librar

una guerra de gran envergadura.

Toda la información disponible sugiere que Stalin era concierne de la inminencia

de una guerra con Alemania, pero ante todo ansiaba dilatar al máximo la entrada de

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 3 8

la URSS en la contienda y por ello no dio créditos a los innumerables testimonios

recibidos por parte de sus espías y otros informantes sobre los preparativos bélicos

alemanes, porque temía que no fueran otra cosa que un pretexto para obligar a la

URSS a entrar en la guerra o que el alistamiento de sus ejércitos pudiera ser

interpretado por Hitler como una declaración de guerra. Sin embargo, el 22 de junio

de 1941, a las 3 y 15 minutos, el mismo día en que el ejército de Napoleón 129 años

antes invadiera Rusia, la Wehrmacht atacó la URSS con 3600 tanques, 600 mil

vehículos motorizados, 2500 aviones, 7 mil piezas de artillería, 62 mil caballos y más

de 3 millones de soldados.

El factor sorpresa jugó en favor de los alemanes. Al cabo de tres semanas, la

URSS había perdido cerca de dos millones de hombres, tres mil quinientos blindados

y más de seis mil aviones. El 28 de junio cayó Misk, capital de Bielorrusia, y el 21 de

agosto de 1941, Leningrado se encontraba sitiado. El 30 de octubre las tropas

alemanas se hallaban a sesenta kilómetros de Moscú. Si la capital finalmente no cayó

fue porque se pudo trasladar a 400 mil soldados del ejército del Extremo Oriente,

fuerza que logró detener el avance alemán en las afueras de Moscú, propinándole a

la maquinaria bélica alemana la primera derrota desde el inicio de la Segunda

Guerra Mundial.

Dos batallas modificaron el mapa geoestratégico en el frente germano soviético.

La de Stalingrado, cuyo desenlace se produjo el 31 de enero de 1943 con la rendición

del mariscal de campo Von Paulus, fue la más importante. Con 1 millón de hombres,

más de 13 mil cañones, 1400 carros blindados y 1115 aviones, el mariscal Zhukov

cercó al VI Ejército alemán, apresando a cerca de 250 mil alemanes. En julio de 1943

tuvo lugar la colosal batalla de tanques en Kursk, cuya derrota significó para Hitler

perder “su última oportunidad de ganar la guerra”136, sobre todo por la amplia

superioridad de los tanques soviéticos, que inhibió al alto mando alemán a intentar

nuevas ofensivas de blindados.

La guerra fue un acontecimiento que produjo grandes variaciones en la vida

interna e internacional de la Unión Soviética. Primero, por la magnitud de las

pérdidas humanas. La Primera Guerra Mundial y la guerra civil habían entrañado la

muerte de 16 millones de personas. Los años de la industrialización forzosa y de la

violencia descarnada de los treinta se tradujeron en la desaparición de más de 10

136 Simón Sebag Montefiore, op cit., p. 477.

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1 3 9

millones de soviéticos. Pero nada igual a la Segunda Guerra Mundial que totalizó

veintiséis millones de muertos, verdadero cataclismo demográfico. No menos

impresionantes fueron las grandes pérdidas materiales: 1710 ciudades y 70 mil

aldeas arrasadas y casi toda la infraestructura en la zona occidental quedó

completamente inservible.

Segundo, por la militarización de la sociedad. En su mejor momento, doce

millones de personas se encontraban alistados en el Ejército Rojo, a los cuales se

sumaban 100 mil partisanos que combatían en la retaguardia del enemigo. Es cierto

que la Unión Soviética recibió un apoyo de los países aliados. Analistas anglo

americanos gustan ofrecer el cálculo de que los bienes recibidos ascendían a un

quinto del PIB de la URSS. No sólo es completamente desmedida esta proporción,

más importante es que esconde un dato muy concreto: los envió se materializaron

con posterioridad a los triunfos soviéticos en Stalingrado y en Kursk. Además, como

recuerda Marc Ferro, los anglos americanos no querían un rápido triunfo soviético,

razón por la cual los primeros aviones enviados a la URSS fueron suministrados por

partes: unos componentes entraban por Murmansk, en el extremo norte, y los otros,

por Irán137.

Sin duda que no fue este el factor que inclinó la balanza en el frente germano

soviético. El esfuerzo del pueblo soviético fue descomunal. Prontamente se

recompuso la producción industrial y se logró satisfacer las múltiples necesidades

del frente. Entre 1940 y 1944 se cuadruplicó la producción de municiones y se

llegaron a fabricar 3400 aviones mensuales. Mientras los alemanes construyeron 128

mil cañones, los soviéticos produjeron 211000. En 1944, mientras los norteamericanos

construyeron 20500 tanques, los alemanes 27300 y los rusos 28963. Las cifras no

reflejan otro dato importante: la superioridad del tanque soviético T 34 sobre sus

similares. En los cuatro años que duró la contienda la industria abasteció con calidad

las distintas necesidades del frente.

El lugar alcanzado por el factor militar no desapareció con la finalización de la

guerra. Es cierto que una vez concluida la guerra se desmovilizó a buena

137 Marc Ferro, Les tabous de l’histoire, París, Nil F.ditions, 2002, p. 57.

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1 4 0

parte de los soldados (el ejército pasó de doce a tres millones de hombres) y la nueva

doctrina militar asumió posturas defensivas. Pero estas modificaciones no deben

esconder el hecho de que la militarización siguió latente y devino en una carrera

armamentista de ilimitadas proporciones, con la novedad de que ya no era sólo

convencional, sino nuclear. En 1949 la URSS dispuso de la bomba atómica y en 1953

la de hidrógeno. La carrera armamentista se arraigó en el modelo soviético y terminó

constituyéndose en uno de sus atributos fundamentales durante la guerra fría.

Esta tendencia fue particularmente notable hasta 1956 cuando el elemento motor

de la política exterior giró en torno al poderío militar recién alcanzado por la URSS.

El objetivo fundamental consistía en mantener las posiciones adquiridas,

principalmente en el escenario europeo, y en conservar la condición de potencia

militar de proyección mundial. En estos años, el factor ideológico fue también

ampliamente utilizado con el mismo propósito en la medida en que se diseñó un

modelo de desarrollo para las democracias populares, es decir, para los países de la

Europa Centro Oriental que se encontraban en la zona de dominio de la URSS

(Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Rumania y la República Democrática

Alemana, la antigua zona de ocupación soviética). La presencia militar soviética, la

identificación de posición y de influencia con estos países a través del Consejo de

Ayuda Mutua Económica (CAME), el Pacto de Varsovia y el Cominform (institución

de coordinación de actividades de los partidos comunistas de la URSS, la Europa

Centro Oriental a los cuales se sumaban el francés y el italiano) se convirtieron en

importantes engranajes del poderío militar de la URSS.

Tercero, durante la guerra se relajó el clima cultural pero también se fortalecieron

muchos de los emblemas patrióticos de la gran Rusia. Se restableció la actividad de

la Iglesia ortodoxa y se recuperó el papel de grandes figuras del pasado, como zares

y estrategas militares, sobre todo de aquellos cuyas gestas personificaban la

grandeza de Rusia. No fue extraño que los soviéticos definieran esta guerra como la

“Gran Guerra Patria” y que germinara una ideología nacionalista de gran potencia.

Esto en parte explica los grandes sobresaltos que experimentó la política hacia las

minorías nacionales en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Bajo orden

de Stalin algunos pueblos fueron castigados por presuntas complicidades con los

nazis o por ser portadores de un cosmopolitismo extranjerizante. Esta situación se

tornó más compleja por el rena-

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1 4 1

cimiento oficial del nacionalismo ruso, el cual, al igual que en períodos anteriores,

debía salir en defensa de la patria en peligro. El auge del nacionalismo gran ruso y la

consecuente subyugación cultural de las minorías, las cuales no pudieron recrear

una atmósfera que canalizara sus expresiones, propagó en nuevas circunstancias el

problema nacional, cuestión que sólo pudo ser mitigada con el poder y la destreza de

los órganos de seguridad.

Sobre todo se recurrió a los órganos de seguridad en aquellas regiones recien-

temente reincorporadas, como las repúblicas del Báltico, donde la imposición del

modelo estalinista en los años de pre y posguerra fue posible a través de una

descarnada violencia estatal que debió desarticular completamente los remanentes

del antiguo régimen social y generar, al mismo tiempo, las condiciones para el

establecimiento del nuevo sistema. Este proceso general, profundo y con muchas

heridas, alimentó, entre muchos de estos pueblos, un profundo sentimiento

antirruso, el cual ha perdurado hasta el presente más inmediato.

Cuarto, la Unión Soviética se convirtió en uno de los actores fundamentales de la

política mundial. Este punto merece especial atención, razón por la cual

detallaremos brevemente su génesis. El desenlace de la Segunda guerra Mundial

acabó con uno de los regímenes más represivo que el mundo haya conocido -el

nazismo- y puso fin a largos siglos de dominio de Europa Occidental en la historia

mundial. Pero, al mismo tiempo, determinó la conformación de una nueva

configuración planetaria estructurada en torno a la oposición intersistémica entre el

capitalismo y el socialismo y estableció la emergencia de un vector superior en las

relaciones internacionales: la lucha de las dos super- potencias -Estados Unidos y la

Unión Soviética- por la supremacía. No obstante haber costado millones de vidas

humanas, el fin de esta conflagración planetaria no supuso el surgimiento de un

mundo más apacible en el cual los conflictos, oposiciones y tensiones se dirimieran a

través de la negociación y la concertación. Por el contrario, creó un manto de

estabilidad en la principal zona de fractura -el continente europeo-, pero traía en

ciernes la semilla de una nueva forma de competición y de exacerbación de los

conflictos: la guerra fría, cuyas réplicas se manifestarían en los distintos confines de

la tierra.

En la actualidad, cuando la Unión Soviética ha desaparecido, existe la tendencia

por parte de algunos analistas a atribuir la responsabilidad del estallido de la guerra

fría al Kremlin y a la camarilla entonces dirigente en el país de los soviets1'7. Sin

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 4 2

pretender negar la responsabilidad que también le concierne a Moscú, consideramos

que un examen más ecuánime debe incorporar igualmente la participación de Gran

Bretaña y de Estados Unidos en el inicio y desarrollo de esta nueva forma de

competición, por ser países cuyos gobiernos también alimentaron los recelos y

trataron de configurar un orden en el que prevalecieran sus estrechos intereses

nacionales.

Ya en las postrimerías de esta guerra, cuando era evidente la inminente derrota

de Alemania y Japón, los gobiernos de los principales países aliados - Estados

Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética- emprendieron acciones encaminadas a

definir un mundo acorde con la percepción que cada uno de ellos tenía de las

relaciones internacionales. El tránsito de la colaboración a la confrontación ocurrió

precisamente durante los meses finales de la guerra, por ser el momento en que

comenzó a vislumbrarse un nuevo panorama internacional de posguerra

estructurado en torno al declive de las potencias colonialistas (Gran Bretaña y

Francia), el desmantelamiento de la principal potencia militar europea (Alemania) y

el surgimiento de dos vigorosos Estados con pretensiones hegemónicas a escala

planetaria: Estados Unidos y la Unión Soviética. Sobre Moscú, Londres y

Washington recayó la responsabilidad de que los conflictos se transfiguraran en una

nueva forma de oposición ya no entre países, sino entre sistemas e ideologías.

La continuación de las tensiones y el origen de la guerra fría no fue únicamente el

resultado de los cambios que se produjeron en los recursos de poder que favorecían

a las llamadas superpotencias. Fue igualmente el producto de un cierto número de

aprehensiones, suspicacias y recelos que mantenían las clases dominantes de los

países centrales, así como también el resultado de profundas discrepancias

ideológicas. La desconfianza de los líderes de la Unión Soviética se remontaba al

período de preguerra. En la Conferencia de Munich de 1938, Gran Bretaña y Francia

habían coludito, o sea, pactado en perjuicio de terceros, con Alemania para que esta

última se apoderara de los Sudetes checoslovacos. Los soviéticos interpretaron esta

concesión como el deseo de Occidente de dejar las manos libres a la Alemania nazi

para que ejerciera control sobre la Europa Centro Oriental, incluida la Unión

Soviética. El temor a 138

138 Walter Laqueur, La Europa de nuestro tiempo. Desde la segunda guerra mundial basta la década de los

noventa, Buenos Aires, Vergara, 1994.

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1 4 3

que se reconstituyera una “cruzada anticomunista”, como la que había tenido lugar

en 1918, fue lo que indujo a los soviéticos a buscar un acercamiento con Alemania,

preocupación por enfrentarse en solitario contra Hitler, tal como quedó consagrado

en el Pacto Ribbentrop-Molotov, y evitar así que su país se viera, desde un comienzo,

envuelto en la guerra.

Al finalizar el conflicto bélico, los soviéticos todavía conservaban el mismo

tiempo de aprehensiones. Pero entonces la Unión Soviética era un país muy

diferente: no sólo había resistido a la impresionante maquinaria militar alemana,

sino que había llevado a sus espaldas el peso fundamental de la guerra en el teatro

europeo. Disponía, además, del ejército más grande del viejo continente, y en su

persecución a los alemanes había liberado parte importante de Europa Central y

Oriental, región en la cual ejercía una indiscutible supremacía. En tales condiciones,

la clase dirigente soviética creó una nueva escala de objetivos, la cual consistía en

dotarse de un entorno regional que sirviera de garantía para su seguridad interna,

posibilitara al mismo tiempo la ampliación del campo socialista y convirtiera a la

URSS en un actor con el cual las otras grandes potencias y el mundo en general

tuvieran indefectiblemente que contar.

La transformación de la Unión Soviética en líder de un subsistema mundial

implicó igualmente grandes transformaciones a nivel de la ideología. No sólo

desapareció la insignificante permisividad ideológico-cultural de los años de la

guerra, sino que se enarboló una nueva doctrina que debía guiar el accionar externo

del país: la teoría de los dos mundos irreconciliables, el capitalista y el socialista. Esta

nueva concepción sirvió de argumento para justificar la imposición del socialismo en

aquellos países que habían sido liberados del yugo nazi por el ejército rojo y para

reducirles su margen de autonomía. La “doctrina de las soberanías limitadas”, que

alcanzó su máximo paroxismo en las décadas de los cincuenta y sesenta con las

invasiones a Hungría y Checoslovaquia en 1956 y 1968, respectivamente, nació en

realidad cuando la “cortina de hierro”, cayó sobre Praga en febrero de 1948.

Para el primer ministro británico Wiston Churchill, los intereses supremos de

Gran Bretaña en las postrimerías de la guerra consistían en impedir la consolidación

de la Unión Soviética como actor de peso en los asuntos europeos y evitar el ocaso

del imperialismo británico. Por esta razón, Churchill intentó vanamente levantar

obstáculos para que la Unión Soviética no desempeñara

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1 4 4

ningún papel en la liberalización de los países de la Europa Oriental. Así, por

ejemplo, en la Conferencia de Teherán de 1943, en la que participaron Gran Bretaña,

la Unión Soviética y Estados Unidos, el primer ministro británico defendió la idea de

abrir un segundo frente en los Balcanes. De esta manera, Gran Bretaña y Estados

Unidos liberarían los países de la Europa Centro Oriental desde el sur y

mantendrían confinada a la Unión Soviética dentro de sus fronteras. Si bien esta

iniciativa fue desechada, porque era ineficaz desde el punto de vista militar,

demostró con gran claridad, que a pesar de la alianza que se había construido con la

URSS, Churchill anhelaba un escenario de posguerra, en cuyo diseño no participara

la Unión Soviética.

Sin abandonar nunca su lucha implacable contra el comunismo, al cual con-

sideraba no como una política sino como una enfermedad, Wiston Churchill diseñó

una nueva estrategia de acción política que perseguía un doble propósito: de una

parte, permitir que la influencia soviética se ejerciera sólo en una porción de Europa

y, de la otra, garantizar la presencia y el dominio de Gran Bretaña en el Viejo

Continente. En octubre de 1944, en su visita a Moscú, propuso a Stalin la división del

continente europeo en esferas de influencia. En esa ocasión, Churchill le planteó a

Stalin que la influencia de la URSS sería del 90% de Rumania, 75% en Bulgaria, 50%

en Hungría y Yugoslavia y del 10% de Grecia. Es decir, la Unión Soviética tendría un

predominio indiscutido en la Europa Centro Oriental, mientras que Gran Bretaña, en

su alianza con Estados Unidos, se reservaba el control de la parte occidental. La zona

de los Balcanes se repartiría equitativamente. Esta proposición, que como tal fue

aceptada por el dictador georgiano, se convirtió en el anuncio de la división de

Europa, que duraría más de cuarenta años y sirvió de fundamento sobre el cual se

erigió la guerra fría en el escenario europeo.

Si bien los líderes de ambos países llegaron a acuerdos en temas de gran

importancia, los recelos eran manifiestos. El 3 de febrero de 1945, cuando los

soviéticos se encontraban a poco más de cien kilómetros de la ciudad alemana de

Dresde, Churchill ordenó realizar un bombardeo aéreo sobre la ciudad. En Dresde,

localidad que carecía de objetivos militares, perecieron más de ciento veinte mil

personas. Si desde un punto de vista militar la ciudad no revestía ninguna

importancia ¿por qué se ordenó bombardear la ciudad? Era, sin duda, para

propinarles una lección a los soviéticos, para demostrarles la fuerza de la capacidad

militar de Occidente y particularmente de Gran Bretaña. No sería

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1 4 5

casualidad que con el discurso en Fulton, Missouri, constatara que “una cortina de

hierro ha caído sobre Europa”, telón que el mismo había ayudado a construir al

demarcar claramente la existencia de las dos europas.

Por último, los cambios de orientación en materia internacional del gobierno de

los Estados Unidos en las postrimerías del conflicto también contribuyeron a la

emergencia de las nuevas formas de competición y tensión internacional que

prevalecerían en el mundo de posguerra. No sólo por la amplia gama de doctrinas

que los dirigentes norteamericanos pusieron en marcha en ese entonces para

combatir a los soviéticos —la teoría de containment (contención), o sea la

inmovilización del comunismo para impedir su expansión más allá de su área de

influencia, roll back (retroceso), que consistía en replegar los límites de la zona de

influencia de la URSS, etc.-, sino también por el hecho de que elaboraron su propia

doctrina de las “soberanías limitadas”, como lo demostró la organización Gladio, con

la cual se creó una red clandestina del alcance europeo para “defender los intereses

norteamericanos” y por las acciones que emprendieron en las postrimerías de la

Segunda Guerra Mundial para amedrentar a la Unión Soviética.

Documentos norteamericanos salidos a la luz pública a finales de los ochenta158

demostraron las razones que indujeron a los norteamericanos a lanzar las bombas de

destrucción masiva sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9

de agosto de 1945, respectivamente. De acuerdo con esta información, esta no fue

tanto una acción encaminada a acelerar el epílogo de la Segunda Guerra Mundial en

el Asia-Pacífico, como una advertencia a los soviéticos acerca de la superioridad

militar de Estados Unidos. Estos mismos documentos demuestran que lo que llevó a

la capitulación de Japón no fue la utilización de la bomba atómica, sino la decisión

soviética del 8 de agosto de invadir Manchuria, entonces ocupada por los japoneses.

Nada expresa mejor el estado de ánimo prevaleciente en esos años en los círculos

políticos angloamericanos que las palabras de Lord Alanbrooke, quien escribió:

“Tenemos una cosa que restablecerá el equilibrio con los rusos. El secreto de este

explosivo y la capacidad para utilizarlo modificará completamente el equilibrio

diplomático que se encontraba a la deriva después de la derrota de Alemania”. 139

139 New York Times, 4 de agosto de 1989.

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1 4 6

La guerra fría entraba formalmente en escena, y desde ese momento el mundo se

dividiría en buenos y malos, en el “reino de la libertad” y “el imperio del mal”.

Serían básicamente los políticos norteamericanos quienes le darían un tono

apocalíptico a la guerra fría, no por la amenaza que representaba la URSS, sino para

conservar la supremacía de EE.UU. Fue así como se construyó una representación

del mundo en blanco y negro, que perduraría por más de cuarenta años.

La guerra fría puede considerarse como una forma particular de globalización en

la medida de que, además de reproducir un eje en torno al cual se expresaban todas

las situaciones y conflictos a escala nacional (en la mayor parte de los países las

divisiones políticas se correspondían con el referente izquierda -derecha, socialismo-

capitalismo, pro soviético y pro norteamericano), regional (OTAN versus el Pacto de

Varsovia), internacional (Este-Oeste) y mundial (competición intersistémica), y de

sobreponer dos referentes ideológicos (el mundo libre y el socialismo en la versión

soviética), las superpotencias desplegaron actividades y mantuvieron una presencia

constante a lo largo y ancho de todo el planeta. Estados Unidos, a través del Plan

Marshall y posteriormente de la OTAN, extendió su brazo imperial hacia Europa

Occidental, donde impuso un frío manto de estabilidad; en ei Asia Pacífico, con su

alianza primero con Japón y posteriormente con su pacto estratégico con la China

comunista (1972), se consolidó como la principal potencia regional, no obstante la

humillante derrota sufrida en suelo vietnamita; en América Latina ejerció un

liderazgo indiscutido, sólo empañado por la díscola Cuba, que se tradujo en un

alineamiento de la mayor parte de los gobiernos de la región en torno a las directrices

de la política exterior norteamericana, liderazgo que para conservarlo recurrió a todo

tipo de mecanismos, incluidas las intervenciones cuando las consideraba oportunas

(Guatemala 1954, República Dominicana 1965, etc.); en el Medio Oriente, zona de alta

sensibilidad e interés por las grandes reservas petroleras, además de su envidiable

posición geográfica donde confluyen los continentes asiático, africano y europeo,

también extendió su dominación para lo cual se valió del apoyo a gobiernos, las más

de las veces, muy autoritarios (la monarquía Saudita, el Sha en Irán, etc.); por último,

cuando se aceleró el proceso de descolonización, las empresas transnacionales,

cuando no el mismo gobierno norteamericano, temerosos de una posible penetración

soviética, convirtieron el África subsahariana en una zona “sensible” para sus

intereses de gran potencia.

Los soviéticos, por su parte, no se quedaron atrás, aun cuando distaban mucho de

la enorme capacidad de acción de los norteamericanos. Establecieron su férreo

dominio en la Europa Centro Oriental, para lo cual se valieron del Consejo de Ayuda

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1 4 7

Mutua Económica (CAME), el Pacto del Varsovia, el Kominform y de las

intervenciones (Hungría 1956, Checoslovaquia 1968); también extendieron su

presencia en Asia para lo cual contaron con Estados afines (los de la península

indochina y Corea del Norte), y con Estados aliados (v. gr. India), presencia que

comenzó a debilitarse tras el cisma sino soviético; constituyeron importantes

bastiones de apoyo en Africa y en el Medio Oriente, para lo cual contaron las más de

las veces con la simpatía que despertaban entre algunos gobiernos, los cuales si bien

muchas veces no podían considerarse claramente como pro soviéticos, sí eran

declaradamente antinorteamerica- nos y, por lo tanto, requerían del concurso de la

URSS para agitar sus banderas anti-imperialistas, en otras recurrieron al ejercicio de

la fuerza, como ocurrió en Afganistán en 1979 o al apoyo militar a través de Cuba a

Angola. América Latina fue siempre la zona de debilidad de la presencia

internacional soviética: sólo mantuvo su cabeza de playa en la isla de Cuba y brindo

espasmódicamente su apoyo a los partidos comunistas locales, con la esperanza de

que estos, en algún momento, lideraran una gesta revolucionaria en el, gustosamente

llamado por los soviéticos, “continente en llamas”.

Es decir, ambas superpotencias mantuvieron durante todo este período una

presencia territorial a lo largo y ancho de todo el mundo, ejercieron diversos grados

de influencia, convirtieron algunas zonas del planeta, como Africa por ejemplo, en

epicentros de una guerra en caliente, mientras en otras impusieron un manto de

estabilidad (Europa). Por último, a todo esto cabría agregar el gran despliegue que

las fuerzas militares, navales y aéreas de ambas potencias mantenían en los distintos

confines del globo y sobre todo la amenaza nuclear, recurso, por cierto último, pero

siempre presente en la conciencia de los dirigentes y ciudadanos de todo el mundo.

Las actividades y la presencia internacional desplegadas por las dos grandes

potencias de aquel entonces pueden considerarse como representativas de una

primera condensación de situaciones globalizadoras en la medida en que estas

acciones le dieron una gravitación mundial al referente Este-Oeste como eje

ordenador de la vida internacional, sobrepusieron esta dinámica global por sobre los

otros componentes del sistema internacional y convirtieron las fricciones ideológicas

en fuente de conflicto. Pero más importante aún fue el hecho de que por la

gravitación de este referente y el poder de que disponían estas potencias para acabar

con la vida humana sobre el planeta, la guerra fría se convirtió en un referente

globalizado, que recompuso y readecuó los espacios de acuerdo a sus propuestas y

colocó al mundo, o por lo menos a las clases dirigentes de todo el orbe, a tono con los

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1 4 8

tiempos de la guerra fría. No fue casualidad que instituciones que se representaban

como alternativas al orden imperante, como por ejemplo, el Movimiento de los No

Alineados, adoptaran un nombre en relación con ese referente básico de la vida

internacional. En síntesis, la guerra fría se le puede considerar como una situación

que desencadena la globalización en el ámbito de la política por cuanto fue

precisamente cuando apareció una dimensión propiamente global, y ya no

hemisférica o regional, en la actividad de los Estados.

Decimos, sin embargo, que esta fue una forma particular de globalización

política, porque en momentos en que creaba un ordenamiento internacional y

situaba a los distintos países en un escenario internacional específico, al mismo

tiempo, intentaba sustraer los ámbitos internos de la influencia de la contraparte y se

preocupaba por homogeneizar ideológicamente los espacios que se encontraban bajo

su directo dominio. Así el maccartismo y la jdanovishina fueron intentos serios, aunque

por cierto ineficaces, de contención de la influencia externa y de fortalecimiento de

sus propios referentes ideológicos. Por eso no fue extraño que se ejerciera la presión y

la violencia cuando un país perteneciente a su propia esfera de influencia se

mostraba “permeable” a las ideas foráneas.

Mientras se mantuvo incólume esta manifestación política, lo político se

sobrepuso a lo económico y lo cultural y confinó estos tipos de manifestaciones a

reproducir esquemas, políticas y estrategias conforme con los intereses políticos de

las dos grandes potencias. En el espacio de dominio soviético, por ejemplo, con

ayuda del CAME se propició el establecimiento de una división socialista del trabajo

y se buscó integrar las economías de los países miembros de esta organización en un

esquema que dio vida a la emergencia de un subsistema mundial que entró a

disputarle la supremacía al capitalismo. A través de los canales propagandísticos, se

mantuvo una constante fluencia de ideologías, discursos e incluso relecturas de la

historia y de las manifestaciones culturales las cuales asumían la función de

universalizar los referentes ideológicos sostenidos por el régimen central. Esto no

fue, sin embargo, un “atributo” únicamente soviético. Los norteamericanos se

comportaban de idéntica forma en relación con los países que se encontraban dentro

de sus espacios de influencia.

Por último, la guerra fría fue una particular forma de globalización política en la

medida en que las potencias eran plenamente conscientes de la necesidad de actuar a

escala global; si querían seguir manteniendo la centralidad en la vida internacional y

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1 4 9

conservar su supremacía, debían conducirse en el sentido de preservar este eje como

vector fundamental. Es decir, la gran transformación que se produjo durante la

guerra fría fue que con estas acciones de las superpotencias apareció una

espacialidad global de la política que se entremezclaba e interactuaba con las

dimensiones regionales, nacionales y locales y, a su manera, las sincronizaba. Como

la política devino una realidad mundial y dada la gravitación de las potencias, esta

espacialidad global adquirió un espesor mayor que las otras manifestaciones, razón

por la cual las intentó acoplar a su ritmo y dirección.

Durante la guerra fría, Rusia, o en ese entonces la Unión Soviética, en calidad de

superpotencia, se encontraba inserta de manera premeditada en los circuitos

políticos de la globalización. Sólo de manera tangencial se relacionaba

intencionadamente con los circuitos económicos globalizantes a través de su

subsistema el CAME o espasmódicamente por medio de irregulares intercambios

económicos y financieros con las economías capitalistas desarrolladas y con ciertos

países del mundo en desarrollo. Fue sólo cuando se avecinaba el derrumbe de la

Unión Soviética que comenzó a asumir la plena integración en los circuitos

económicos de la globalización.

Sin embargo, que los dirigentes soviéticos desearan preservar sólo algunos

ámbitos en los cuales participar de la dinámica global, no significa que la Unión

Soviética pudiera garantizar plenamente su integridad. Por el contrario, los altos

niveles de interdependencia, tal como se registraban ya desde la década de los

sesenta, a lo que se agregaban los numerosos compromisos internacionales

adquiridos por el país de los soviets se convirtieron en importantes intersticios a

través de los cuales los circuitos globales terminaron infiltrando a la URSS. ¿Reformismo o modernización mundial izada?

La muerte de Stalin, ocurrida en marzo de 1953, produjo un inmenso vacío de

poder, mayor al que tuvo lugar luego del fallecimiento de Lenin en 1924. Mientras la

gestión directiva de Lenin, con interrupciones, había durado poco más de seis años,

el mandato de Stalin perduró por más de dos décadas, o sea, una generación

completa nació y creció bajo el estalinismo.

En la acentuación de este vacío de poder intervinieron también otros dos factores:

mientras el culto a la figura de Lenin lo construyó Stalin luego de la muerte del

creador del Estado soviético, el del dictador georgiano se sembró en la década treinta

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1 5 0

y se amplificó durante la Segunda Guerra Mundial y en los años de reconstrucción

posbélica. No fue extraño que buena parte de la sociedad soviética entrara en estado

de shock luego de la desaparición del líder georgiano, porque nadie podía imaginar el

desarrollo ulterior del sistema sin la figura que lo representaba. Pero el vacío también

era grande porque el papel del partido era otro. En la década de los veinte, el partido

era la institución dirigente y sobre él recaía la función de determinar los mecanismos

de sucesión. Desde los treinta, pero sobre todo en los inicios de los cincuenta, el

partido se había convertido en una institución decorativa, supeditada a los caprichos

del líder georgiano y no gozaba de autoridad, prestigio ni poder como para llevar a

cabo la transición.

Este vacío de poder que creó la muerte de Stalin, con el correspondiente clima de

incertidumbre que fue su corolario, es lo que permite sostener que entre 1953 a

mediados de 1955 la sociedad soviética asistió a un pequeño interregno, es decir, un

intervalo que separa a dos grandes períodos, ciclo durante el cual se creó el contexto

para transitar a una fase diferente a la anterior.

Tres hombres, al frente de tres instituciones, cuyas lógicas encarnaban, com-

pitieron por llenar este vacío. El primero fue Malenkov, el Presidente del Consejo de

Ministros y secretario del comité central del PCUS. El segundo fue Nikita Jruschov,

quien conservó el puesto de Secretario General del PCUS. El Tercero, Beria, el

temible jefe de la policía secreta en los últimos años del estalinismo. A pesar de las

diferencias, los tres compartían una misma convicción, que no era distinta al del resto

de la clase dirigente: concordaban en la necesidad de restablecer la autoridad del

partido para evitar futuros excesos, superar el personalismo y reencarrilar a la URSS

en un vía de normalidad.

Malenkov, el hombre políticamente más visible en los primeros meses, asumió un

cariz neopopulista, porque movilizó las instancias gubernamentales con el propósito

de normalizar las relaciones con Occidente, se mostró favorable a un aumento en la

producción de bienes de consumo y en la intensificación de las técnicas agrícolas con

el fin de elevar la calidad de vida de la población. En este mismo sentido, en abril de

1953, Malenkov decretó una sensible disminución de los precios de los alimentos y

artículos de consumo y presentó un proyecto para reducir los elevados impuestos

agrícolas que pagaba la población campesina. Otras medidas menos visibles, pero no

menos estratégicas introducidas por Malenkov, fueron: la transferencia de la mayor

parte de las direcciones industriales del Ministerio de Asuntos Internos a los

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1 5 1

respectivos ministerios civiles y el traslado de los establecimientos penitenciarios al

Ministerio de Justicia, lo que se tradujo en un debilitamiento de la policía secreta y en

la pérdida de autonomía de los temibles aparatos de vigilancia que quedaron bajo la

conducción del gobierno. Contemporáneamente, en los últimos días de marzo de

1953 decretó la liberación de un millón de los dos millones y medio de detenidos que,

a la sazón, existían en la URSS.

Jruschov, por su parte, realizó una función de zapa. Concentró sus actividades en

reorganizar el partido con el propósito de convertirlo nuevamente en la máxima

instancia de poder y autoridad. Obtuvo un importante triunfo cuando convenció a

Malenkov de renunciar a su puesto de secretario del comité central del partido, con

el argumento de que detentar altos puestos en el partido y en el Estado constituía una

práctica de concentración del poder, que era lo que la clase dirigente deseaba a toda

costa evitar.

Pero el paso más audaz que emprendieron Jruschov y Malenkov, para lo cual

contaban con el beneplácito de buena parte de la elite política soviética y de las

fuerzas armadas fue la eliminación de Beria, quien había sembrado el terror

institucional en los últimos años del estalinismo. El 2 de julio Beria fue detenido y

cabo de poco tiempo fue fusilado. Se impusieron nuevas normas a favor de la

estabilidad de la clase dirigente, como por ejemplo, cuando se decretó que la policía

secreta no podía arrestar a los miembros del partido, sin una autorización previa del

comité central. Seguidamente se procedió a reor-

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1 5 2

ganizar la policía secreta. En 1954 se creó el KGB, como comité cuyas competencias

se extendieron a toda la Unión y abarcaba un número creciente de sectores, entre las

que se encontraba la dirección de las fuerzas encargadas del control en las fronteras.

El KGB mantuvo significativas diferencias con sus antecesores: primero,

dependía del gobierno; segundo, se le privó de su sistema penitenciario propio y, por

último, se obligaba que, en lo que respectaba a las indagaciones, estas debían ser

registradas ante el procurador general o las procuradurías locales. Es decir, el KGB

quedó supeditado al partido, al gobierno y a la procuraduría, con lo cual quedó

privado de la total autonomía de que habían gozado sus antecesores.

Una vez eliminado el principal verdugo de Stalin, se recrudeció la competencia

entre Malenkov y Jruschov por el liderazgo. Dos factores jugaron a favor de este

último. El primero fue que a medida que se restablecía la autoridad del partido, el

poder de Jruschov se tornaba más sistemático y ganaba ascendencia sobre Malenkov,

toda vez que las principales orientaciones y decisiones tenían que emanar de las

instancias superiores del partido. El segundo era que Malenkov tenía una hoja de

vida tan oscura y comprometida como el primero en algunas de las múltiples

exacciones cometidas por el anterior régimen, pero Jruschov tuvo tiempo para

destruir las evidencias más comprometedoras.

Así fue que una investigación llevada a cabo por una comisión convocada por el

partido demostró que Malenkov había tenido una participación directa en

actividades represivas en Leningrado en los años de 1948 y 1949. Como resultado de

ello, en diciembre Malenkov tuvo que dimitir de su cargo. Con la eliminación

política pero no física de Malenkov, lo cual demuestra la fosa que separan los años

cincuenta del régimen estalinista, a Jruschov el camino le quedó despejado para

desplegar su iniciativa política y conducir a la URSS por unos senderos atestados de

reformismo, los cuales no siempre pudo ni supo orientar y controlar.

De este modo, un radical cambio de orientación política se consumó hacia finales

del primer lustro de los cincuenta. La debilidad de la organización sociopolítica

construida por Stalin, es decir, el hecho de que la ecuación política de las décadas de

los treinta y cuarenta reposará principalmente en la figura

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1 5 3

del líder carismático, selló el destino de este proceso en la medida en que la

desaparición del líder se llevó consigo la articulación política anterior. De otra parte,

la estrecha identificación entre el sistema y su máximo líder permitió que la más leve

crítica al culto de la personalidad permeara en sus cimientos todo el modelo social,

político y económico anteriormente existente.

Esta erosión fue aún más rápida debido a las dificultades que afrontó el régimen

estalinista en las postrimerías del mandato del líder georgiano. La reconstrucción

posbélica, la conformación del glacis en el Este europeo, la lucha intersistémica, el

temor a que renaciera un enfrentamiento social y político como producto de la

emergencia de un nuevo sector modernizador, la avanzada edad de Stalin, la

eliminación de muchos de los cuadros mejor preparados, etc., concentraron la

atención del equipo dirigente en una agenda, centrada en torno a la conservación del

poderío construido, y se relegaron a segundo plano los problemas ligados a la

reproducción del sistema, el cual, al igual que el líder georgiano, evidenciaba serios

síntomas de debilidad.

La gestión dirigente de Nikita Jruschov ha sido definida tradicionalmente como

reformista. Es indudable que, aunque no siempre fuera exitosa, Jruschov se dedicó a

acometer significativos cambios en los más variados ámbitos de la sociedad. En

general, debido a esta inclinación reformista, los años en que Jruschov ejerció el

poder han sido valorados de manera positiva por los estudiosos de la Unión

Soviética. No está demás preguntarse cuales son las razones de esta simpatía. La

respuesta se puede formular de manera escueta en los siguientes términos: Jruschov

inició el desmonte del sistema creado por Stalin y, en ese sentido, ha sido percibido

como el introductor de la “modernidad”, ya que intentó afanosamente que la URSS

se ciñera a una nueva racionalidad en la gestión del país.

A decir verdad, la Unión Soviética en los cincuenta ya era un país con rasgos muy

modernos, incluso si nos atenemos a los criterios usuales: las condiciones de vida

mejoraban lenta, pero inexorablemente, situación en la cual un papel importante le

correspondió a que el tradicional desequilibrio entre la industria pesada y la ligera se

distensionó en favor de la segunda. La URSS adquirió la fisonomía de un país

urbano. Fue durante los cincuenta cuando la urbanización comenzó a ejercer un

impacto considerable en la sociedad, la cultura, las representaciones e incluso en el

mismo Estado. Para 1960 la URSS

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1 5 4

era un país cuya población vivía mayoritariamente en las ciudades y en el cual el

campo comenzaba a urbanizarse. Se asistió a un gran movimiento migratorio: entre

1961 y 1966 53,2 millones de personas cambiaron su lugar de residencia en Rusia,

básicamente del campo a las ciudades.

Lo moderno, asimismo, se expresa en que la sociedad se había laicizado e

imperaban valores laicos y temporales. La revolución femenina era un hecho bien

real y difícil era encontrar otro país que hubiera conocido una profesio nalización y

aculturación de las mujeres como la que experimentó el país de los soviets en esos

años. Se expandió el modelo de la familia nuclear, la cual se beneficiaba del sensible

incremento de viviendas, cuyo número se duplicó entre 1950 y 1965. La URSS

contaba con variados mecanismos de movilidad social, disponía de avanzados

sistemas de protección social, lo que supuso una reducción de los índices de

mortalidad. Esta última pasó de 18 por mil en 1940, 9,7 por mil en 1950 y 7,3 por mil

en 1965. La mortalidad infantil, por su parte, descendió de 182 por mil a 81 y 27 por

mil, en esos mismos años. No menos importante es que se alcanzaron altos niveles de

seguridad física de los individuos.

La URSS también era una sociedad moderna porque contaba con un sistema

educativo universal, además de gratuito. Entre 1950 y 1965 el número de estudiantes

con más de 4 años de escuela elemental pasó de 1,8 millones a 12,7 millones. En la

educación superior el comportamiento fue similar: de 1,25 millones de estudiantes se

trepó a 3,86 millones en esos mismos años. En el plano educativo y cultural, la Unión

Soviética descollaba por su extensa red de bibliotecas, una fuerte subvención a los

libros, revistas y periódicos, un refinado y masivo gusto por el arte y la poesía. Otro

rasgo característico del sistema soviético fue la alta importancia que le asignaba a la

ciencia y a la investigación científica. Estas nuevas prácticas modernas, empero, no

menoscabaron del todo los valores tradicionales, como el espíritu comunitario “no

moderno”, el cual desempeñó un importante papel en la conservación entre los

ciudadanos soviéticos de un sentimiento de igualdad y de buenas relaciones de

vecindad.

En cuanto a las instituciones estatales, la Unión Soviética experimentó asimismo

un gran avance, lo que la empezaba a acercar a ciertos estándares mundiales. En la

década de los años cincuenta se le fue dando forma a un sistema

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1 5 5

judicial, embrión de un Estado de derecho. A diferencia del régimen anterior que

reconocía los derechos en el papel, le sucedió un sistema compuesto de leyes,

derechos y garantías. A través del ejemplo del régimen penitenciario se puede

observar la radical transformación operada en este plano. Moshé Lewin resume, en

los siguientes términos la nueva realidad que se iba imponiendo: “Cuando un

sistema penal que ejecuta arbitrariamente a los condenados o que los reduce al

estado de esclavos se transforma en un sistema penal en el cual el trabajo forzado

queda abolido, o donde existen procedimientos jurídicos, donde los detenidos

poseen algunos derechos y también de medios para combatir la administración

penitenciaria, donde los reclusos pueden tener contactos con el mundo exterior,

incluso contar con un abogado, cuando pueden protestar legalmente por los tratos

recibidos, y cuando el sistema reconoce que hay interés en introducir alguna

legalidad en este campo, nos encontramos en presencia de un tipo diferente de

régimen”140.

Sin duda que todavía es temprano para definir este nuevo régimen como un

Estado de derecho, pero sí se puede hablar de un sistema que empieza a reconocer la

importancia de la ley. No está demás recordar que luego del arribo de Jruschov al

poder ningún dirigente fue tomado prisionero y, menos aún, ejecutado.

Entre las primeras medidas del nuevo equipo dirigente se destaca la erradicación

de los aspectos más represivos del modelo anterior, mediante la creación de nuevos

mecanismos de legitimación para la clase política. En un compromiso sellado entre

los distintos “sectores” se restableció la autoridad del partido, se fijaron normas para

estabilizar la clase política y crear nuevos mecanismos de legitimación a través del

desarrollo de actitudes consumistas, la libertad de gestión, la descentralización, etc.

Esta estabilización política se convirtió en el germen de un nuevo tipo de

burocratización en la medida en que se destruyeron los vasos de representación

“delegativa” que comunicaban a la población con la élite política y se puso freno a

ciertos mecanismos antes existentes de movilidad social para los sectores populares.

Esta emancipación de la burocracia encontró numerosos

140 Moshé Lewin, Le siécle soviétique, op. cit., p. 353.

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1 5 6

asideros: primero, el proceso de decisión sufrió un radical cambio, y en buena

medida, se burocratizó, en tanto que el nuevo escenario no era uno en el que se

impartían órdenes de modo categórico, las cuales debían ser cumplidas a cabalidad,

sino que se asistía a un complejo proceso de negociación y coordinación de las

decisiones entre los dirigentes y la administración.

Con respecto al esquema estalinista el cambio operado era de grandes pro-

porciones. Antes la burocracia se encontraba supeditada al dictador georgiano, era

inestable, como resultado de las “purgas” y de la permanente remoción de

funcionarios, y débil, debido a la juventud de sus estructuras y la novedad de sus

tareas. Por el contrario, en los cincuenta la burocracia es urbana, actúa en una

sociedad también urbana y dispone de un acervo de conocimientos que le permite

reproducirse. Por último, la política de estabilidad de los cuadros le concedió a la

burocracia un manto de seguridad que le permitió arraigarse de manera monopólica

en los puestos estratégicos del poder.

La literatura ha asociado el nombre de Jruschov a una de las páginas más

controvertidas de la historia soviética: el inicio de la crítica a Stalin (el famoso

informe secreto durante el XX Congreso del PCUS en 1956) y de haber creado los

mecanismos necesarios para el ascenso de las clases medias y para la conformación

de una naciente opinión pública en torno a los intelectuales141.

Representa un gran interés el significado que tuvo el XX Congreso del PCUS de

1956, en el cual N. Jruschov, en su famoso discurso secreto, pronunciado a los

delegados del partido, sometió a dura crítica el culto a la personalidad. A su manera,

esta acción se puede interpretar como una coartada. El normal desarrollo histórico

de la Unión Soviética fue empañado por los excesos cometidos por un hombre, y, con

ello, se salvaba de responsabilidad al partido. Cumplió también una función

legitimadora para la clase gobernante: la eximió de responsabilidad y permitió que

conservara sus funciones dirigentes.

La fragilidad de la organización sociopolítica en los años en que Stalin estuvo en

el poder, es decir, el hecho de que la ecuación política de las décadas de los treinta y

cuarenta, reposara principalmente en la figura de un líder carismático,

141 G. Breslauer, “Khrushchev Reconsidered” en Stephen Cohén, A. Rabinowitch y R. Sharlet, Editores,

The Soviet Union Since Stalin, Indiana University Press, 1980, pp. 50-70.

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1 5 7

selló el destino de este proceso en la medida en que la desaparición del líder desgastó

la anterior articulación política. De otra parte, una somera crítica al culto a la

personalidad permeaba fácilmente en sus cimientos el modelo social, político y

económico anteriormente existente. A través de la crítica al culto a la personalidad

quedó comprometido todo el andamiaje del estalinismo. Por eso, lo que estaba en

juego no era simple la figura del líder georgiano, sino todo el sistema soviético. No

fue extraño, por tanto, que surgiera un “grupo anti partido” para oponerse al

reformismo jruschoviano, en el cual participaba muchos viejos estalinistas.

Pero, de otra parte, la política populista propugnada por Jruschov constituyó una

respuesta a las transformaciones que había experimentado la Unión Soviética en las

décadas anteriores. Y es que en los cincuenta la sociedad soviética ya no era la misma

de antes. Se había transformado interna e internacionalmente. Desde el punto de

vista de la dinámica interna, la industrialización, la consolidación de los procesos de

urbanización, la revolución cultural y educativa, en una palabra, la modernización

soviética consolidó nuevos grupos sociales, unas nacientes clases medias,

compuestas por intelectuales, obreros calificados, técnicos, funcionarios de los

aparatos administrativos y de gestión, etc., los cuales comenzaron a presionar para

que el sistema tuviera en cuenta la satisfacción de sus necesidades e intereses.

Cualquier intento de actualización del sistema debía tener en cuenta las demandas

de estos sectores en ascenso.

No fue una mera coincidencia que en esos años se diera inicio a un Estado de

bienestar el cual se construyó con base en un sistema de pensiones. La rotación de la

mano de obra era muy elevada: un quinto de la fuerza de trabajo, lo cual testimonia

que se estaba asistiendo a la aparición de un mercado laboral, cuya divisa

fundamental era la siguiente: “Ustedes hacen como que nos pagan y nosotros como

que trabajamos”. Es decir, entró en funcionamiento un contrato social tácito, acuerdo

que redujo de manera sensible los conflictos de intereses.

Desde una perspectiva de lo internacional, la Unión Soviética tampoco era la

misma. Con la guerra fría su razón de ser se había globalizado, su historia era parte

consustancial de la evolución mundial, y las contingencias que tal situación

deparaba, obligaban a que todo intento de actualización del sistema, tuviera al

mundo como referente.

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 5 8

No era una tarea fácil responder a estos múltiples desafíos, más aún cuando el

sistema había sido forjado cuando la Unión Soviética era un país agrario y se

encontraba relativamente aislado y poco perturbado por las contingencias externas.

No fue extraño, por tanto, que el reformismo de Jruschov operara un gran quiebre

con respecto a la fase inmediatamente anterior y, en lugar de buscar nuevos

mecanismos que posibilitaran el desenvolvimiento ulterior del modelo de

acumulación iniciado por Stalin en los años treinta, que preveía generar las

condiciones para el desarrollo teniendo en cuenta el conjunto de las necesidades del

Estado y de la sociedad, se empezara a establecer un nuevo patrón en el cual la

modernización se articularía con base en el reconocimiento de un diferenciado

entramado social y en la compenetración de la Unión Soviética con el mundo.

Es un hecho que no necesita mayor demostración que la economía soviética hacia

mediados de la década de los cincuenta necesitaba correctivos urgentes. La

planificación tal como había sido concebida sólo podía satisfacer de modo

satisfactorio la ejecución de unos cuantos valores de uso. Eso no fue un problema

mayor cuando las demandas sociales y las necesidades productivas eran de por sí

escasas. Pero con el proceso de industrialización y urbanización la sociedad se volvió

más compleja, aparecieron nuevos segmentos sociales, con nuevas necesidades y

demandas. El Estado, por su parte, tenía ante sí una gama mayor de tareas y

funciones, y también sofisticó sus demandas. Debido a deficiencias en los circuitos

de información, la planificación no podía complejizar de la misma manera la

realización de la producción con el fin de satisfacer ese conjunto de demandas

sociales y estatales. Por ello era menester realizar radicales reformas. Pero la

dirección reformista, en lugar de buscar correctivos en el mismo modelo, prefirió

imitar algunos elementos del modelo occidental (un incipiente mercado a través de

la libre competencia) y en otras propender por un desarrollo extensivo de la

economía (v. gr., sobre explotación de las fuentes energéticas), cuando no decidió

optar simplemente por ensayar soluciones administrativas a los problemas

económicos (reorganización de los aparatos de dirección económica).

Con el primero de estos procedimientos la introducción de mecanismos de

mercado, los cuales tempranamente colisionaron con la lógica de la planificación, el

modelo soviético comenzó a anquilosarse y, dada la incompatibilidad entre el

modelo y las recetas, no sólo todas estas estrategias de reforma estuvieron

condenadas al fracaso, sino que el modelo inició un lento pero prolongado declive.

El segundo, es decir, el crecimiento extensivo, fue evidente en la estrategia

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 5 9

adoptada para incrementar la producción agropecuaria. Se puso en marcha una

política de tierras vírgenes, mediante la expansión de la frontera agrícola en 36

millones de hectáreas. Además se concentró los koljoses en unidades mayores, con lo

cual su número descendió de 125 mil a 36 mil. En 1958 se abolieron las estaciones de

máquinas agrícolas y la maquinaria fue entregada a los koljoses. Es cierto que la

producción de trigo registró un sensible incremento: más de un 50% a lo largo de la

década de los cincuenta, pero, por ser el resultado de la ampliación de la frontera

agrícola y no de una modernización de las estructuras agrícolas, sus logros fueron

efímeros y no pudieron mantenerse en el tiempo. Esta proclividad por el crecimiento

extensivo que se mantuvo hasta mediados de los ochenta, explica en alto grado el

posterior estancamiento económico de la época brezhneviana.

La proclividad por las soluciones administrativas queda claramente demostrada

cuando se resolvió en junio de 1957 que desde las oficinas ministeriales de Moscú no

se podía seguir dirigiendo las 200 mil empresas y 100 mil canteras de construcción

que se encontraban distribuidas por todo el país. La solución propuesta por el

equipo de Jruschov consistió en descentralizar administrativamente la economía

nacional, con lo cual se alcanzaría otro objetivo adicional: estimular la

especialización económica a nivel de las regiones. Con este doble propósito se

crearon 105 regiones económicas 70 en Rusia, 11 en Ucrania, etc. Es decir, los

numerosos ministerios económicos fueron suprimidos y en su reemplazo se

establecieron 105 sovnarjoses, cuyo número en 1962 descendió a 43, uno por cada

región económica.

Este intento de “democratización” de la gestión económica a través de la

descentralización y de un descenso de la toma de decisión en proximidad a las

unidades productivas no puede considerarse una mala idea. Pero el problema fue

que como su lógica era eminente administrativa fragmentó el espacio económico

soviético, dado que se multiplicaron los vínculos entre las unidades productivas de

una misma región, pero desminuyeron los vínculos entre los sovnarjoses; ralentizó el

desarrollo tecnológico, puesto que se convirtió en un obstáculo para la innovación en

las distintas ramas de la producción, que quedaron fraccionadas por regiones;

estimuló el localismo, es decir, aumentó la prerrogativas y el poder de las élites

locales; y, por último, privilegiaba las relaciones entre las empresas de la misma

región, rompiéndose los eslabonamiento que le daban coherencia y funcionalidad a

las ramas productivas.

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 6 0

Por estas razones somos de la opinión de que el verdadero trasfondo de las

transformaciones iniciadas por Jruschov no debe concebirse como una libera-

lización de la sociedad que poco a poco se habría emancipado del Estado omni-

presente, sino como una fracasada perspectiva de reformas que comenzó a yux-

taponer los elementos de apoyo al modelo occidental en la realidad soviética,

subvirtiendo los condicionantes básicos del sistema soviético de desarrollo, iniciado

por Stalin. El costo de este fracaso fue inmenso para la Unión Soviética puesto que,

como este reformismo no alcanzó su cometido, pero degeneró la esencia del modelo

anterior, sin que uno nuevo entrara a sustituirlo.

En tal sentido, Jruschov no sólo procuró internacionalizar económica y

políticamente a la URSS, es decir, insertarla en esta doble dinámica mundial; también

fue el creador de los medios para que en la propia Unión Soviética se propagara la

utilización de algunos elementos consustanciales de la modernización occidental.

Jruschov no fue el artífice de una apertura social y política en general, sino particular,

para que los emergentes sectores medios accedieran a los puestos de mando. En tal

sentido, la gran obra de Jruschov fue haber destruido el consenso alcanzado en torno

al modelo popular anterior.

El nuevo proyecto por él sostenido facilitó el aumento de la influencia ejercida

sobre la URSS por los países desarrollados de Occidente. En la Unión Soviética

empezaron a arraigarse algunos principios, tales como el consumismo, la

importancia asignada al desarrollo de la técnica, siguiendo los patrones occidentales,

la descentralización de la economía, que no fue más que un intento de reemplazar la

planificación por la libre competencia capitalista en la realidad soviética, la

introducción del sistema estadounidense de gestión de la agricultura, etc.142. Es decir,

con su propuesta se incorporó un conjunto de prácticas que empezaron a echar raíces

y constituyeron un nuevo paradigma de lo que debería ser la acumulación, la gestión

y el desarrollo en la sociedad socialista.

142 Roy y Jaurés Medvedev, Kroucbtchev Lesannéesdepouvoir, París, Maspero, 1977, pp. 132-146.

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1 6 1

Todas estas medidas convergieron y se retroalimentaron en la famosa consigna

jruschoviana de que al cabo de pocos años la URSS alcanzaría y superaría a los

Estados Unidos en todos los indicadores básicos. Esta euforia se alimentaba de las

envidiables tasas de crecimiento, de la evidente superioridad tecnológica espacial

alcanzada en esos años (1957, primer Sputnik puesto en órbita y 1961, envío del

primer hombre al espacio, el cosmonauta Yuri Gagarin), las excelente relaciones

forjadas con varios gobiernos del mundo en desarrollo y también del triunfo de

revoluciones, como la cubana.

Pero el problema es que cuando los líderes soviéticos se propusieron alcanzar y

sobrepasar a las naciones capitalistas, empezaron a competir con los mismos medios

que Occidente con el fin de alcanzar un nivel de desarrollo tal que permitiera

modificar la brecha existente. “Este enfoque -señala Jean-Philippe Peemans- se ha

revelado autodestructor desde un doble punto de vista. De una parte, alcanzar

significa inscribirse de manera más y más apremiante en las normas de la

acumulación mundial, dominada por el núcleo duro de los países capitalistas

avanzados. Este núcleo duro no se alcanza en sus propios términos porque su

vocación es la de acelerar su movimiento para sobrevivir, como bien lo han

demostrado las gigantescas reestructuraciones operadas en su seno en el transcurso

de los años 1970 y 1980. De otra parte, alcanzar produce la consolidación de los

grupos sociales que lo dirigen y refuerza la lógica de la diferenciación social ligada

intrínsecamente a la lógica de la acumulación”143 144.

Con la puesta en marcha de esta estrategia la Unión Soviética no hizo otra cosa

que constituirse en parte del sistema mundial y se privó de la posibilidad de

convertirse en un modelo alternativo al capitalismo. Dentro de esta línea se ubica

tanto el deseo de alcanzar y superar a los países capitalistas como la incapacidad de

los líderes políticos de los países socialistas para integrar de hecho en todos los

niveles a sus respectivos países. El CAME no dejó de ser un puntal donde se

realizaban cuotas burocráticas de intercambio comercial, sin existir la menor

estrategia para el diseño de una integración sobre bases diferentes a las

capitalistas141.

143 Peemans, op. cit, p. 49-50. 144 Ch. Chasc-Dunn, “Sccialist State policy in the capitalist World-Economy” en P. Me Gowan y Ch.

Kegley, Editores, Foreign Policy and the Modera World-System, Beverly Hills, Sage Publications, 1983, pp. 62-86.

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1 6 2

La economía soviética al interrelacionarse con la economía mundial debilitó

deliberadamente la anterior vocación autárquica y con ello se volvió mucho más

vulnerable a los impactos y efectos de la economía mundial: schoks económicos,

presiones inflacionistas, etc. Esto, claro está, no significa que acabara con el

aislamiento funcional de su modelo. Las orientaciones económicas seguían siendo

diseñadas y respondían básicamente a los indicadores del plan y no a las demandas

de la economía mundial. La URSS había construido un submundo autónomo y

autosuficiente. Incluso en el momento de mayor expansión de la expansión de la

economía mundial solo alrededor del 4% de las exportaciones de las economías de

mercado desarrolladas iban a parar a las economías planificadas mientras dos tercios

se comerciaban entre ellos. El problema era que la economía mundial empezaba a

crear espacios a través de los cuales el sistema planificador perdía capacidad de

control y conducción sobre la economía nacional.

De tal modo, fue esta interacción del modelo soviético con la economía capi-

talista la que a partir de los sesenta lo que volvió vulnerable al socialismo. Como

señala Hobsbawm, cuando en los años setenta los dirigentes socialistas decidieron

explotar los nuevos recursos del mercado mundial a su alcance (precios del petróleo,

créditos blandos, etc.) en lugar de enfrentarse a la ardua tarea de reformar su sistema

económico, cavaron sus propias tumbas. La paradoja de la guerra fría fue que lo que

derrotó y al final arruinó a la URSS no fue la confrontación, sino la distensión145.

En otras palabras, el jruschovismo, en vez de adecuar el modelo de desarrollo

existente a las nuevas necesidades de su tiempo, favoreció que se reprodujeran

tendencias que comenzaba a asimilar a la URSS con formas de la modernización de

tipo occidental y, de esa manera, enquistó en el interior mismo de la realidad

soviética una profunda tensión: la lucha entre las fuerzas sociales y políticas que

propugnaban por el mantenimiento del modelo anterior y las partidarias del

desarrollo de uno nuevo. En ese entonces, cuando dichos procesos no se identi-

ficaban concretamente con fuerzas sociales específicas, la necesidad de encontrar

solución a dicha disyuntiva no se planteó de manera clara. Pero sí introdujeron la

semilla de lo que sería el posterior desarrollo de la URSS: la lucha entre fuerzas

sociales que deseaban imponer una u otra de dichas tendencias.

145 Eric Hobsbawm, Historia delsigloXX, op. cit, p. 254-255.

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1 6 3

Otro de los frentes en los que intervino la política jruschoviana fue en el de las

nacionalidades. En estos años, las tensiones fueron fuertemente mitigadas. Esta

situación fue el resultado de dos estrategias iniciadas bajo la conducción de

Jruschov. La primera consistió en que a partir de las reformas económicas, se

descentralizó administrativamente al país y se propendió por una especialización

económica de las regiones, dentro de lo entonces se denominaba la “división

socialista interna del trabajo”.

Algunas zonas, las tradicionalmente más desarrolladas, se convirtieron en las

regiones económicas productoras de bienes con alto valor agregado, mientras que

las zonas más atrasadas -el Asia Central, por ejemplo- que contaba con abundantes

recursos naturales, se debieron especializar en la producción de materias primas y

de productos agropecuarios. Esta descentralización aceleró la diferenciación socio

económica dentro de la Unión y creó una brecha entre las diferentes regiones.

Aparecieron numerosas disfuncionalidades, como la escasez de mano de obra,

debido a que se invertía preferentemente en las regiones más desarrolladas, que

eran, al mismo tiempo, las que contaban con un menor crecimiento vegetativo de la

población. Estas disfuncionalidades se agravaban aún más debido a los desestímulos

para las migraciones internas por la existencia de enormes trabas burocráticas (v. gr.,

los pasaportes internos) y por las abismales diferencias culturales y sociales que

separan a una región como el Asia Central del Báltico. Esta situación de paso

demostraba otra cosa: el Gosplan podía planificar la producción pero no el empleo.

La segunda consistió en que como este fue un período en el cual la elite dirigente,

descontenta y temerosa con la violencia que los aparatos de seguridad generaban

incluso contra ella misma, optó por concederle unos marcos de estabilidad al sistema

político, incluidos sus miembros. Esta estabilización estimuló la consolidación de

elites políticas regionales, las cuales empezaron a segregar un nacionalismo de

república, que sin ser separatista, exacerbaron la competición para obtener del centro

mayores recursos para sus repúblicas, y fueron los agentes que más presionaron

para intensificar la división del país en unidades económicas y sociales cada vez más

distantes las unas de las otras. En síntesis, si bien es cierto que las tensiones

nacionalistas fueron mitigadas, no se puede pasar por alto la aparición de unos

nacionalismos larvados en torno a los cuales se desenvolvería el sistema político en

los años venideros.

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 6 4

Jruschov intentó asimismo reeditar, de un modo peculiar, el vector político

masaslíder, pero sobre bases distintas a las de Stalin. A diferencia de este último, este

vector no se apoyaba en los sectores populares, sino en las emergentes clases medias,

sectores sociales que había madurado con los procesos de modernización.

Durante su mandato intentó afanosamente fortalecer esta vinculación con el fin

de eliminar a aquellos sectores que se mostraban partidarios del modelo anterior. La

expulsión del “grupo antipartido” en 1957, la destitución de famoso mariscal

Zhukov, cuyo nombre estaba asociado a las páginas más gloriosas de la “Gran

Guerra Patria” y quien personalmente había brindado un valioso apoyo en la

eliminación de Beria, la liberalización de la vida intelectual fueron algunas de las

principales medidas con que Jruschov intentó modificar la correlación de fuerzas en

el plano social y político para consolidar la tendencia que él pretendía encarnar.

El momento más álgido de este esfuerzo se produjo cuando planteó la necesidad

de establecer un sistema de rotación de los funcionarios, para acelerar la cooptación

de los especialistas, y cuando propuso la división del partido y de las jerarquías

estatales en dos ramas: una industrial y la otra agrícola. Estas reformas generalmente

han sido percibidas de una manera mecánica, instrumental, como si su objetivo

hubiera sido intentar encontrar una solución a los candentes problemas

administrativos y económicos que enfrentaba la URSS. En realidad, Jruschov estaba

apostando a la solución de estos problemas a través de la expansión de las fronteras

de la toma de decisión mediante la incorporación de nuevas fuerzas provenientes de

los especialistas y la disminución del poder político de las autoridades, sobre todo

las del partido146.

Frente a estos cambios la clase política reaccionó en octubre de 1964 y destronó al

líder reformista. La eliminación de Jruschov de la escena política no fue un simple

golpe palaciego. Fue el resultado de un alto nivel de polarización alcanzado por la

sociedad soviética. En ello intervinieron factores tanto internos como

internacionales. Entre los primeros se pueden destacar los siguientes: un aumento de

la polarización social. Jruschov comenzó a perder

146 G. Breslaucr, op. cit., p. 58.

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1 6 5

apoyo ciudadano y su popularidad se resintió con la introducción de medidas poco

populares como el aumento de los precios en los productos alimenticios en 1962, por

agravar la diferenciación generacional de la población en tanto que los más jóvenes

se identificaban con el curso reformista, mientras los mayores percibían en la crítica a

Stalin un cuestionamiento de su misma existencia.

Pero mayor era el nivel de descontento entre varios sectores de la misma clase

dirigente. En 1961, Jruschov había propuesto una norma por medio de la cual no se

podía ocupar el mismo cargo por más de tres períodos seguidos, lo que propagó un

clima de inseguridad laboral entre los funcionarios. Tampoco fue bien recibida la

propuesta de dividir el partido en una sección encargada de la agricultura y otra de

la industria, respectivamente, puesto que esto hubiera significado un debilitamiento

general de la clase dirigente. Esta última, finalmente, estaba muy descontenta con el

voluntarismo jruschoviano y con la expansión de la toma de decisiones, lo que había

llevado a que Jruschov atendiera las recomendaciones de los expertos y desconociera

las iniciativas de los demás líderes del partido y del Estado.

Si los temas internos eran lo suficientemente álgidos como para indisponer a la

clase dirigente, ciertos acontecimientos internacionales minaron aún más la

capacidad dirigente de Jruschov. Entre los más importantes se encuentran: primero,

el apego jruschoviano a la tesis de la coexistencia pacífica fue interpretado por

algunos sectores más radicales como una claudicación frente a la arrogancia de

Occidente; segundo, la crisis de los misiles de Cuba en octubre de 1962 fue mal

manejada porque Jruschov estuvo dispuesto a dar un paso trascendental, como era

instalar los misiles en la isla, pero cuando tuvo que hacer frente a la presión

norteamericana, retrocedió, lo que denotaba inseguridad frente al principal

contendor. Pero también con esta acción Jruschov había expuesto la seguridad

nacional de la URSS porque había tensionado las relaciones con Estados Unidos en

condiciones en que la desigualdad nuclear era ampliamente favorable a este último.

Por último, Jruschov había conducido de manera equivocada las discrepancias que

se habían presentado con China y, por su obsesión por Occidente, no había hecho

nada por resarcirlas, lo que había terminado debilitado el movimiento comunista

internacional. Quizá, la única medida que concitaba el consenso entre la elite fue que

en agosto de 1961 se cerró la última frontera indefinida entre Este y Oeste: Berlín.

A pesar de haber sido eliminado poder, Jruschov dejó tras de sí una gran

herencia: en primer lugar, la división de la clase política y de la sociedad en torno a

los dos proyectos antes mencionados; en segundo lugar, pese al cambio de

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1 6 6

orientación política, de ningún modo pudo desarticularse la participación sectorial

de las entonces emergentes clases medias en la vida política de la URSS, como grupo

diferenciado en la sociedad, el cual encontraría nuevas formas de representación en

la alta política; tercero, el anquilosamiento y la incapacidad de reproducción del

sistema soviético y, cuarto, el fortalecimiento de las tendencias diferenciadoras: en

aras de alcanzar un mayor desarrollo económico se favoreció la descentralización de

las empresas, la especialización de las regiones y la diferenciación de la población

con base en el ingreso.

Bipolaridad y lucha de tendencias

La concentración del poder en manos del anterior Secretario General, quien

también había llegado a detentar simultáneamente los principales cargos en el

partido y en el gobierno, el voluntarismo de su mandato y los deseos de modificar la

correlación de fuerzas en el interior de la elite dirigente llevaron a la clase política a

adoptar una importante decisión: iniciar una práctica de dirección política distinta a

las anteriores para evitar posibles desavenencias en la cúpula directiva y también

para posibilitar la representación en el alto poder de las diferentes corrientes

políticas, consolidadas durante el mandato jruschoviano. Así fue como se introdujo

el sistema colegiado147, el cual reconocía que “el principio supremo de la dirección

del partido -declaraba el artículo XXVIII de los estatutos del partido- es la

colegialidad, condición absolutamente obligatoria de la actividad normal de la

organización del partido, de la educación racional de los cuadros, del desarrollo de la

actividad y la iniciativa de los comunistas. El culto a la personalidad y las violaciones

que resultan de la democracia interna del partido no podrán ser tolerados en el

partido; estos fenómenos son irreconciliables con los principios leninistas de la vida

del partido”.

Al mismo tiempo, el comité central revirtió las medidas más polémicas de

Jruschov: se estableció la prohibición de que una misma persona ocupara si-

multáneamente los cargos principales del partido y del gobierno, interdicción

147 L. Duhamel, Le systéme politique de IUnion soviétique, Montréal, Editions Québec/Amcrique Montréal,

1988, pp. 38-45.

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1 6 7

de vida efímera porque Brezhnev y Gorbachov también ocuparían funciones

directivas en el partido y en el Estado; se revocó la iniciativa de bipartición del

partido; se insistió en la necesidad de promover un acercamiento con China, se

abolieron los sovnarjosi y se restableció el sistema de ministerios.

La ideología que dio coherencia y legitimidad a este consenso entre la elite fue

un positivismo con fraseología marxista que presentaba a la URSS como el mejor

mundo posible. “Se creó la convicción no articulada de que ya nos habíamos

encarrilado, recibiendo un impulso histórico de partida. En lo sucesivo nuestro

régimen rodaría suavemente de un avance a otro, de una etapa triunfante a otra, de

lo bueno a los mejor (...) de instrumento cognoscitivo la historia comenzó a

convertirse en criada de una unilateral propaganda de los éxitos, en apología de lo

ya logrado”148.

Este mandato, personificado en torno a la figura de Leónidas Brezhnev, fue el

segundo período más largo en la historia soviética: se extendió desde octubre de

1964 hasta finales de 1982. Pero, a diferencia de los anteriores, se caracterizó por ser

una etapa bastante contradictoria. Se le puede identificar con “los años dorados” de

la Unión Soviética porque simbolizó el momento de mayor esplendor de la

superpotencia y fueron los años en que más aumentó la calidad de vida del

ciudadano soviético, sobre todo debido a que la URSS se dotó de un sistema

universal de bienestar. Pero también fue el momento cuando comenzaron a aflorar

algunas tendencias estructurales negativas que evidenciaban el desgaste que estaba

experimentando el sistema, agotamiento que terminaría llevando a la Unión

Soviética a su rápido ocaso y posterior desintegración.

Otro elemento que particulariza este período, y que muestra el largo trecho que

lo separa de los mandatos de Stalin y Jruschov, fue que durante estos dieciocho años

ninguna persona detentó el monopolio de la iniciativa política. El brezhnevismo,

consecuente con el principio de la colegialidad, se caracterizó, ante todo, porque las

diferentes corrientes que coexistían en el seno de la elite entraban en competencia

por asumir la iniciativa política e imponer reformas y decisiones que encaminaran a

la URSS en un determinado sentido. Desde mediados de los años sesenta tres

hombres, voceros y representantes de tres

148 Yuri Afanásiev, Discurso de posesión como rector del Instituto Estatal de Historia y Archivos de

Moscú, 1986.

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1 6 8

tendencias, cristalizaron estas distintas opciones en e! poder: Mijaíl Suslov, Leónidas

Brezhnev y Aleksei Kossiguin.

Este último representaba a una corriente, la cual podríamos definir como una

tendencia modernizante, en tanto que su objetivo principal se centraba en una

reestructuración cualitativa del sistema socialista. Kossiguin asumió como propio la

filosofía de las propuestas del anterior plan de reformas. Kossiguin representaba en

las altas instancias a aquel sector modernizador, que pretendía fortalecer el sistema

soviético acentuando las premisas descentralizadoras en la vida económica del país.

Su principal plataforma programática fue el plan de reformas de 1965, el cual

tuvo como ejes principales los siguientes elementos: una reforma administrativa que

otorgaba mayor cobertura de acción e independencia a las empresas, la disminución

de los índices ejecutivos a partir del plan, la reforma de los precios y la aplicación de

nuevos criterios de performance en la realización de la producción, los cuales

contemplaban la introducción del beneficio en el funcionamiento de la economía

soviética. Varios de los economistas cercanos a Kossiguin estaban convencidos de

que la Unión Soviética había llegado a un estadio en su desarrollo, en el cual la

planificación no sólo había perdido sus anteriores bondades, tanto por las

deficiencias en la transmisión de la información como por la alienación de los índices

de producción, sino que también se había convertido en la institución responsable de

la penuria crónica que azotaba al país.

En términos generales, se puede sostener que la columna vertebral de esta

reforma consistía en el fortalecimiento de los elementos de autogestión y

autofinanciamiento de las unidades productivas, es decir, se proponía crear una

especie de sistema de libre comercio y de libre competencia en la URSS. Kossiguin se

declaraba partidario de que la URSS dispusiera de una economía en la que

coexistieran las empresas estatales, con sociedades de economía mixta y coope-

rativas. Su propósito consistía en impulsar el tránsito de una economía administrada

por el Estado a otra compuesta por distintas formas de propiedad, en la cual el

Estado limitara sus funciones a servir de indicador para la gestión de las empresas.

El segundo grupo, representado en el alto poder por Suslov, identificaba la

esencia del socialismo con el tipo de sociedad que emergió en los treinta y, por lo

tanto, sus acciones se encaminaban en lo fundamental a conservar las formas de

dirección y de desarrollo existentes. Por la identificación que esta corriente establecía

con el “socialismo realmente existente”, se puede definir este grupo como

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1 6 9

“ortodoxo”. Se entiende que Suslov fuera un duro crítico de la propuesta

descentralizadora de los modernizadores por cuanto veía en ello un desfiguramiento

del sistema soviético.

Si la corriente modernizante concentró sus esfuerzos y su más destacado persona!

en las instituciones estatales y gubernamentales encargadas de los asuntos

económicos, los “ortodoxos” prestaban mayor atención a las instancias de las cuales

emanaban las principales directrices políticas e ideológicas. Suslov, “el ideólogo en

jefe”, supervisaba un conjunto de sectores compuestos por los departamentos del

Comité Central encargados de la propaganda, la cultura, la ciencia, la educación,

además de dos departamentos de asuntos internacionales. Controlaba además la

dirección política del ejército y la marina, el KOMSOMOL, es decir, la juventud

comunista, los medios de comunicación y de censura, las agencias de información

TASS y Novosti, el Ministerio de Cultura, la radio y la televisión, los sindicatos

artísticos, los comités de paz, la Academia de Ciencias, las instituciones de enseñanza

primaria, secundaria y superior y las relaciones del Estado con las diferentes

organizaciones religiosas 149 150 . Es decir, un amplio espectro de instituciones

relacionadas con la cultura, la educación, la política y la ideología se encontraban

directa o indirectamente en manos de los ortodoxos. Estas instituciones configuraban

la plataforma a partir de la cual buscaban imponer su cosmovisión.

En algunos aspectos esta corriente sentía una gran afinidad con la reconstitución

de ciertos referentes neostalinista, pero no con sus más aberrantes prácticas. Entre

estos se encontraban: la restauración del buen nombre de Stalin, el abandono del

nuevo sistema de división del partido en comités industriales y agrícolas, el

establecimiento de una rigurosa disciplina en el trabajo y en el partido, acariciaba la

idea de la expansión cuantitativa del socialismo, cuestionaba el apego irrestricto a la

tesis de la coexistencia pacífica y procuraba el restablecimiento de la amistad con

Mao Tse Tung!49.

Por último, el Secretario General, Brezhnev, representaba un pequeño sector de

centro, cuya misión consistía en unir, converger y compatibilizar los principios,

intereses y propósitos de las dos tendencias mayores. La posición de este sector no se

estructuraba en torno a una propuesta propia. Su función era la de asumir la

organización dentro de la cúpula dirigente, deslizar la iniciativa del poder hacia uno

u otro lado y procurar las necesarias negociaciones con el fin de evitar que las

149 Jaurés Medvedev, Andropov an pottvoir, París, 1983, pp. 14-15. 150 B. Féron y M. Tatú, Au Kremlin conirne si vous y étiez, París, Le Monde, 1991, p. 167.

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1 7 0

contradicciones y oposiciones entre los otros dos grupos pudieran tensionar o

desgarrar la vida política nacional. Brezhnev, el primero entre los iguales, fue, ante

todo, el hombre de la negociación y la tolerancia, el cual, contaba además con un alto

sentido de los compromisos, por lo que supo ocupar una posición prominente.

El período brezhneviano, en síntesis, fue un pacto político que se selló entre

diferentes tendencias y corrientes que coexistían en la dirección soviética. Su

cristalización institucional se realizó a través de la sustitución del todopoderoso

secretario general por la “dirección colegiada”.

En la segunda mitad de los sesenta, el sector modernizador asumió la iniciativa

política. Fue una breve etapa que se caracterizó por la aplicación de la reforma

económica, se promocionó el ascenso de los sectores medios tecnocráticos a funciones

directivas y se procuró racionalizar la vida interna y las relaciones exteriores de la

URSS. Fueron también unos años en que primó un cierto espíritu liberal y se estimuló

la libre discusión sobre temas que representaban gran interés para la sociedad y la

clase política. En particular fue apasionante el choque de puntos de vista sobre el

contenido y la pertinencia de las reformas propuestas.

A nivel internacional, los modernizadores concentraron sus actividades en el

fortalecimiento de la coexistencia pacífica y, en particular, en la normalización de las

relaciones con Estados Unidos, cuyo corolario fue la instalación del teléfono rojo, es

decir, una comunicación directa entre el Kremlin y la Casa Blanca. Esta

normalización de las relaciones con EE.UU. permitió que se suscribieran importantes

acuerdos para incrementar el comercio mutuo y establecer ciertas regulaciones a la

competición a nivel nuclear. Alta significación alcanzaron el tratado de prohibición

de las pruebas nucleares en el espacio, mar y subsuelo, las iniciativas para detener la

proliferación nuclear, el tratado de limitación de armas estratégicas y el acuerdo

sobre misiles antibalísticos.

El hecho de que los modernizadores detentaran la iniciativa política no debe

interpretarse como si los otros grupos se desvanecieran del escenario político ni que

sus miembros fueran marginados de los puestos de dirección. En realidad, lo que

ocurría era que los temas que alcanzaban mayor visibilidad se encontraban

hegemonizados por un determinado grupo, mientras sus principales contendores se

concentraban en tareas menores, las cuales no tenían, en esa coyuntura, la misma

significación estratégica. Así, por ejemplo, en momentos en que los modernizadores

detentaban la iniciativa política en la segunda mitad de los sesenta, los “ortodoxos”

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1 7 1

propusieron en 1969 celebrar de modo grandioso el natalicio de Stalin. Si finalmente

esa celebración no se llevó a cabo fue por la oposición de los modernizadores y por la

presión que los dirigentes soviéticos ejercieron altos funcionarios de los otros países

socialistas, los cuales temían que un evento tal pudiera crear situaciones de

inestabilidad en sus respectivos países.

El hecho de que la reforma del 65 no diera los dividendos deseados debido a las

incompatibilidades que florecieron entre los objetivos trazados en el programa de

reforma y la realidad centralizadora de la planificación, desarmó a los

modernizadores, quienes, en los inicios de los setenta, perdieron la iniciativa política

y quedaron relegados a un segundo plano. La conducción del país transitó hacia los

sectores “ortodoxos”, quienes mostraron mayor celo en garantizar la conservación de

la integridad del sistema soviético y en su afirmación mundial tanto cualitativa como

cuantitativa.

No fue casualidad, por tanto, que a partir de mediados de los setenta, se

privilegiara un rumbo político diferente, el cual se articulaba en torno a ciertos

referentes políticos y militares, los cuales entraron a definir los lincamientos básicos

de la política interna y exterior de la URSS. Sin embargo, a diferencia del monopolio

ejercido por los modernizantes en los años inmediatamente anteriores, durante el

resto del mandato brezhneviano se asistió a innumerables tensiones entre ambas

corrientes, sin que ninguno de ellos lograra hegemonizar completamente la iniciativa

política. Esta circunstancia explica que los ortodoxos procuraran sobredimensionar

los aspectos e instrumentos políticos y militares, pero tuvieron que hacer frente a los

modernizantes, quienes continuaron siendo una fuerza con capacidad de incidir en la

agenda económica.

En estas nuevas coordenadas, que sincrónicamente corresponde al relajamiento

de la segunda ola de la guerra fría, el factor militar ganó terreno y se convirtió en la

columna vertebral de la política interior y exterior soviética. Fue precisamente en esta

época cuando se consolidó, lo que algunos analistas han denominado, el modelo

neoestalinista151, el cual tuvo como corolario la acentuación de la alienación del

Estado con respecto a la sociedad y la puesta en marcha del sistema represivo en

contra de los disidentes.

151 Véase, Roy Medvedev, Staline et le stalinisme, París, Albín Michel, 1979 y Víctor Zaslavsky, The

NeoStalinist State. Classe, ethuicity and consensiis ¡n soviet society, Estados Unidos, M. E. Sliarpe Inc, 1982.

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1 7 2

Este Estado neoestalinista rememora sólo lejanamente la violencia sistemática de

la década de los treinta. De una parte, porque el ejercicio de la violencia se llevaba a

cabo de manera selectiva, sobre determinados individuos, de los cuales se disponía

de información sobre sus actividades antisoviéticas. De otra parte, la KGB respetaba

las directrices básicas del sistema judicial soviético. Si a un disidente no se le podía

comprobar la falsedad de sus juicios u opiniones, sobre él no recaía el ejercicio de la

autoridad. Este acatamiento de las legalidad por parte de los organismos represivos

es lo que explica que, por ejemplo, un disidente tan polémico como el historiador Roy

Medviédev, pudiera permanecer en la Unión Soviética, publicar sus textos en el

extranjero y constituirse en una voz díscola, que el régimen nunca pudo acallar.

Uno de los cambios más trascendentales que se produjo con este deslizamiento

de la iniciativa política en favor de los sectores ortodoxos fue que se transitó de un

esquema que propendía por la utilización “racional” de las relaciones económicas a

otro en el cual el Estado, con base en su poderío militar, se convirtió en un fin en sí.

Esto, de ninguna manera, significaba que los militares como institución se hubiesen

apoderado de los puestos de mando de la URSS, sino que parte de la clase política

comenzó a utilizar la fuerza militar como medio para mantenerse en el poder,

reproducir su sistema y salvaguardar los espacios conquistados.

La supeditación de lo económico a los requerimientos políticos y militares no

menoscabó la posibilidad de introducir nuevos correctivos al modelo, toda vez que

los sectores modernizantes pretendían recuperar la iniciativa política.

En 1973, estas fuerzas propusieron una nueva reforma -bastante menos radical que la

anterior-, pero de relativa significación, por medio de la cual pretendían reducir una

vez más el peso de la planificación. Como pilares de esta reforma se encontraban la

creación de grandes uniones de empresas con el fin de reducir el número de unidades

a planificar, una simplificación en la estructura de gestión, la promoción de la

especialización empresarial y la reducción de las facultades directivas de los

ministerios.

Con este “ajuste” más que reestructuración se pretendía racionalizar la gestión

macroeconómica, pero sin entrar a alterar la lógica misma del sistema. Mediante la

creación de estas gigantes asociaciones la reforma aspiraba a que las empresas

pudieran abastecerse entre si sin la intermediación del Gosplan y en la medida en que

dispondrían de una gama más amplia de iniciativas, se consolidarían algunas

prácticas de autofinanciamiento. En otras palabras, dado que los sectores

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1 7 3

modernizantes no se encontraban en condiciones de monopolizar la iniciativa

política, intentaron introducir ciertos elementos de flexibilidad al modelo, pero a

diferencia de la reforma de 1965, cuando disponían de un amplio margen de acción,

esta actualización del sistema no constituyó un intento que a partir de la economía se

propusiera reorganizar todo el tejido de la sociedad.

De igual forma, a partir de mediados de los años setenta, los sectores

modernizadores, fortalecidos por haber logrado buenos términos de negociación,

intercambio y cooperación con Occidente (los numerosos acuerdos suscritos entre

Brezhnev y Nixon y la Conferencia de Helsinki de 1975) relanzaron una serie de

propuestas con el propósito de promover una mayor integración de la URSS en la

economía y en la política mundiales. Dos fueron los campos en los cuales ejercieron

mayor presión: en los tipos de competición con Occidente (importación de

tecnología, revolución científico-técnica, racionalización en las relaciones económicas

internacionales) y en las nuevas valoraciones de lo que debía ser la política

internacional de la URSS.

No menos importante que el ejercicio de la estrategia anterior fue la propuesta de

analizar los problemas internacionales desde un ángulo diferente. Si la interpretación

de la política mundial se había basado tradicionalmente en un enfoque clasista, que

consideraba que, al igual que la división de la sociedad, los Estados, en tanto que

aparatos políticos de determinadas clases domi-

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1 7 4

nantes, eran la representación y el instrumento de determinado grupo social en el

poder, la propuesta modernizante consistía en interpretar la política mundial en

torno a procesos globales, generales y únicos para todos los países. En este sentido,

se asumía un enfoque globalizante de la economía y política mundiales, de los cuales

la URSS y los restantes países socialistas hacían parte. El mundo empezaba a

entenderse como una unidad y no era válido mantener la división en dos campos

irreconciliables: el capitalista y el socialista.

A partir de esta nueva visión de la vida económica y política mundiales, se

valoraba de otra manera la posición que debía ocupar la URSS. El acento ya no se

ponía en la construcción de un nuevo tipo de relaciones internacionales, sino en

cómo incorporar a la URSS en la división internacional del trabajo, en los circuitos de

la economía mundial y en el sistema político internacional. Esta reinterpretación no

era un simple maquillaje sino que tocaba problemas de fondo. Era una relectura de la

política internacional de la URSS, la cual poco a poco empezaba a ser avalada por

importantes centros investigativos: el Instituto de Economía Mundial y de

Relaciones Internacionales, el Instituto de los Países Socialistas, el Instituto de

Historia Universal, etc.152.

No obstante la amplia difusión entre los intelectuales y ciertos segmentos de la

elite de esta concepción del mundo, que podríamos definir como una lectura de la

globalización avant la lettre, las instituciones encargadas de la política exterior se

encontraban en manos de los ortodoxos, lo que condujo a que las acciones se

encaminaran en un sentido opuesto al clima que imperaba en importantes ambientes

académicos.

La segunda mitad de la década de los setenta, bajo el impulso de los sectores que

privilegiaban el mantenimiento de la integridad del sistema, fue un período en el

cual la Unión Soviética se volcó hacia al mundo exterior dentro de los cánones de la

bipolaridad. Para ello se benefició de la derrota sufrida por Estados Unidos en

Vietnam, la inestabilidad que se generalizaba en el Medio Oriente y por una inusual

ola de revoluciones en el mundo en desarrollo. Esta nueva postura se llevó a cabo

mediante una mayor identificación de posiciones

152 M. Kridl Valkenier, The Soviet Union and the Third World. An cconomic hind, Nueva York, Praeger, 1983.

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1 7 5

con las fuerzas revolucionarias en el Tercer Mundo153 y a través de una compa-

tibilidad con las demandas de los sectores radicales, lo cual denotaba que los

ortodoxos procuraban favorecer, en lugar de la modernización interna, la con-

solidación cuantitativa del socialismo a escala mundial154. Este sector “ortodoxo” se

interesó por recomponer desde una posición de fuerza la lógica de las relaciones

entre las dos grandes potencias y contribuyó a exacerbar la lucha por la hegemonía

en los nuevos espacios, principalmente en Africa, continente que se prestaba

fácilmente para devenir arena de competición intersistémica en la medida en que

constituía una zona en la cual el zero sum game no afectaba la seguridad de las

grandes potencias.

153 Zaki Laídi, Les superpuissances et l’Afrique. Les contraintes d’une rivalité, París, La Découverte, 1987. 154 Jacques Lévesque, L'URSS et sa politique ¡nternationale. De Léttine a Gorbatchev, París, Armand Collin,

1988, p. 308.

177

Cuarta parte. Los desarrollos en clave subterránea

La anterior fue, en sus rasgos generales, la dinámica que selló la evolución

política de la URSS durante el largo “reinado” brezhneviano. Sin embargo, si bien

ese enfoque nos muestra la plasticidad del desarrollo histórico de la URSS, el análisis

sería parcial si únicamente nos limitáramos a explicar el juego y la contraposición de

visiones, intereses e iniciativas de las dos principales corrientes políticas en cuestión.

Un proceder tal, nos ofrece una visión plástica de la dinámica política, pero no da

cuenta de la calidad de las transformaciones y disyuntivas que experimentó la Unión

Soviética durante esos años. En particular, los años sesenta y setenta fue un complejo

período, cuyo denominador común fue el desencadenamiento de una serie de

transformaciones y situaciones que escaparon al control de la clase dirigente. La

importancia de este conjunto de dinámicas y de cambios estructurales radica además

en que no solo ofrecen un panorama más complejo de la realidad social que entonces

se vivía, sino que constituyen situaciones claves para comprender la aceleración de

la erosión que experimentó la Unión Soviética en la década de los ochenta hasta su

vertiginoso fin.

El primero de estos cambios lo podemos definir como la autonomización de la

burocracia. Fue en estos años cuando la burocratización del sistema alcanzó su

máximo paroxismo. Si muchas de las iniciativas provenientes de la elite política

nunca se plasmaron en la práctica fue porque estas proposiciones no lograron

trascender el complicado entretejido de las negociaciones burocráticas.

El censo de 1970 arroja la siguiente información: el aparato administrativo estaba

conformado por 13.874.200 funcionarios, cifra que representaba aproximadamente el

15% de la población activa. Su importancia, empero, no descansaba únicamente en

su número. Más importante era que, como la Unión Soviética era una sociedad que

se organizaba en torno a un poderoso Estado, la burocracia se encargaba de

mantener el sistema y de plasmar en la realidad las orientaciones fundamentales que

emanaban del centro.

Empero, como la dirección política era colegiada, los máximos órganos de poder

se representaban en las dos principales instancias del partido: el politburó y el

comité central. Para llevar sus decisiones por el entramado burocrático, los

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1 7 8

miembros de estos órganos tenían que forjar inmensas clientelas, sobre las cuales

además edificaban su poder y autoridad. De la magnitud, el posiciona miento

estratégico y de la calidad operativa de estas redes dependía, en última instancia, la

cuota real de poder político que detentaba el líder en cuestión. También con base en

su entramado se emprendían las negociaciones entre los miembros de las instancias

superiores.

Las relaciones que se tejían entre el superior y la respectiva clientela constituían,

por tanto, el armazón del estrecho sistema político soviético. Eran el conducto o filtro

principal de promoción social. Por su intermedio se ejecutaban las decisiones

aprobadas en el vértice y su gestión era el mecanismo principal de afirmación y

realización del poder político. Esta relación era también una negociación en la que

los favores a los superiores se concedían a cambio de protección y promoción de los

subalternos.

Este modo peculiar de funcionamiento de la política, que recuerda a la distancia

el feudalismo medieval, determinaba los grados de poder y autoridad de los

superiores y la cobertura de su capacidad negociadora. Constituía igualmente el

mecanismo a través del cual los segmentos inferiores de la jerarquía política

lograban un margen relativo de autonomía en sus respectivas áreas. Esta relativa

independencia no ponía en duda la lealtad hacia los superiores por cuanto la

seguridad, la permanencia y la promoción dependían de los favores concedidos.

Sin embargo, cuanto más se alejaban del centro estas redes clientelistas, mientras

más se descendía por el laberinto burocrático, mayor era el grado de autonomía de

que gozaban los funcionarios intermedios. Sobre todo en las regiones semiperiféricas

y periféricas, pero también en determinados niveles del aparato central, los mandos

intermedios construían sus propios sistemas de clientelas a través de los cuales

realizaban las directrices políticas de sus superiores y cultivaban su propio poder.

Estos “barones” estaban obviamente interesados en la consolidación de su respectiva

región, institución o área porque ello les permitía acrecentar su poder político a nivel

local e institucional, establecer una vinculación más estrecha con la población y

aumentar la capacidad negociadora con los superiores.

En los años de Brezhnev fue tal la magnitud de las negociaciones intra-

burocráticas que no es exagerado decir que el partido ya no detentaba ni realizaba el

poder. Este se encontraba diseminado a lo largo y ancho de este profuso laberinto

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179

burocrático. El inmenso poder que alcanzó la burocracia entrañó una radical

modificación en la naturaleza del régimen. Si antes, incluida la época de Stalin, el

sistema político intentaba crear mecanismos que lo articularan con la población, bien

fuera con la figura del líder carismático o con la expansión de la toma de decisiones,

con este nuevo entramado burocrático, el régimen quedó alienado de la sociedad y

tuvo que procurar consolidar aquellas instituciones, que le permitían reproducir su

aureola de autoridad. Si figurativamente el partido seguía siendo la fuerza

gobernante, era el conductor del Estado y el principal bastión en la construcción de

la nueva sociedad, en los hechos, la organización creada por Lenin no era más que

un apéndice de estas complejas realidades burocráticas.

Sólo así se puede entender que, a través de una resolución oficial de agosto de

1983, el sucesor de Brezhnev, Yuri Andropov, manifestara la voluntad de reconstruir

el poder del partido, cuando sostuvo: “Las asambleas electorales del Partido

obedecen a un escenario establecido de antemano, sin debates serios y francos. Las

profesiones de fe de los candidatos están listas para la publicación; toda iniciativa o

crítica es ahogada. De ahora en adelante, nada de eso será tolerado”. El breve

mandato de Andropov fue una seria amenaza: la “estabilidad de los cuadros” estaba

llamada a desaparecer. La designación de Konstantín Chernienko como Secretario

General luego de la muerte de Andropov, fue un fallido intento por revertir esta

tendencia.

Además de sus significativas cuotas de poder, los funcionarios de alto y mediano

rango velaban por sus privilegios, la mayoría de los cuales ni siquiera podía

imaginar el ciudadano común. Un alto funcionario soviético reformista, Anatoli

Dibrinin, da cuenta de estas preferencias, cuando en marzo de 1986, al ser nombrado

secretario del comité central encargado del departamento de

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1 8 0

asuntos internacionales, se encontró “en un mundo aparte. Tenía derecho a tres

guardaespaldas, una limusina Z/L, una dacba en las cercanías de Moscú, dos

cocineros, dos jardineros, cuatro empleadas domésticas y dos vigilantes. La casa

disponía de dos pisos, un comedor un salón, numerosas habitaciones, una sala de

cine, alcobas para los amigos, cancha de tenis, sauna, etc.”.

Derivado de lo anterior, se desprende otro rasgo característico del sistema

soviético. Durante este período se incrementaron las tendencias descentralizadoras

entre las repúblicas soviéticas y las elites locales, que se beneficiaban de la política de

estabilidad de los cuadros, dispusieron de representación en las altas instancias del

poder. Estas elites fuertemente sovietizadas, verdaderos señores en sus respectivas

regiones, eludían cualquier tipo de ingerencia del centro en sus respectivas

localidades.

Este fenómeno, que un estudioso galo ha denominado el separatismo inverso155,

sirvió para conservar la Unión, pero, al mismo tiempo, alejaba las repúblicas unas de

otras y se convertía en un obstáculo para la coordinación de acciones comunes. Esta

situación era, en realidad, un hecho bastante insólito. Estas elites sovietizadas

reconocían y trataban por todos los medios de identificarse con el Estado central

porque su poder, autoridad, prestigio y privilegios dependían de su fidelidad para

con el centro, el cual en cualquier momento podía removerlos o reducirles los

favores. Pero, ai mismo tiempo, estas elites trataban de obtener la mayor cantidad de

recursos y prebendas del gobierno central para elevar la participación de su

república dentro de la Unión porque elio aumentaba su capacidad de acción y de

decisión en la política global del país. En la época brezhneviana, los nacionalismos y

el sovietismo eran simplemente las dos caras de la misma moneda.

Para impedir que estas elites fraccionaran el país o compitieran con las de las

demás repúblicas dentro de la estructura federal del Estado soviético, el partido,

sobre todo a nivel de los secretarios regionales, cumplía la función de fuerza

centrípeta -autorreguladora- y debía contrabalancear la tendencia centrífuga de la

diversidad socioeconómica, cultural y lingüística. Es decir, el partido sobre todo a

nivel regional y republicano servía de instancia de autorregulación que impedía la

atomización de la elite, de la institucionalidad y de la sociedad soviética.

155 Marc Ferro, Les origines de la Perestroika, op, cit., p. 109.

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181

Sin embargo, como consecuencia de este fraccionamiento, a lo cual se aunaba la

política de especialización regional promovida por Jruschov, se incrementó de modo

bastante pronunciado el distanciamiento socio económico entre las repúblicas. El

crecimiento del parque industrial, por ejemplo, fue mucho más rápido en las

regiones occidentales del país. Lo mismo puede decirse en lo que respecta al nivel de

vida. Así, por ejemplo, de acuerdo con los indicadores del ingreso nacional per

capita, en los años ochenta, los cinco primeros lugares las ocupaban las siguientes

repúblicas: Letonia, Estonia, Bielorrusia, la RSFSR (Rusia o República Socialista

Federativa Soviética de Rusia, de acuerdo con la sigla) y Lituania. En cuanto a la

producción de bienes de consumo por habitante la repartición era la siguiente:

Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia y Armenia. La distribución de acuerdo con los

ingresos salariales: Estonia, la RSFSR, Letonia y Lituania. Estos indicadores son

elocuentes. Con la excepción de Armenia, en los ítems señalados no se observa la

participación de las repúblicas del sur o sudeste de la URSS.

Por tanto, este escenario suministra dos importantes datos los cuales permiten

entender la velocidad de la posterior explosión de la Unión Soviética en los años

ochenta: el aumento de la diferenciación económica y social entre las diferentes

repúblicas, brecha que se profundizó tendencialmente en beneficio de las repúblicas

más occidentales, y la constitución de unas elites políticas regionales sovietizadas,

pero que se convirtieron en un poderoso obstáculo ante cualquier tentativa de

injerencia por parte del centro y que promovían además el desarrollo de sus

respectivas localidades en tanto que unidades económicas cada vez más auto

centradas.

Si a nivel político e institucional se había construido un entramado burocrático

que generaba consensos, pero que entorpecía la introducción de cualquier tipo de

reformas que pudieran alterar este complicado equilibro, a nivel económico la

situación no era más diáfana. Es más, en este plano la situación alcanzaba niveles

mayores de complejidad debido a que a las disfuncionalidades del modelo se le

sobreponía el hecho de que los países de Occidente, referente imprescindible de la

elite que guiaba la representación de lo que se anhelaba que fuera la Unión Soviética,

atravesaba en ese momento una de las coyuntu-

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 8 2

ras más álgidas de reestructuración que haya conocido el capitalismo en su ya larga

historia. Esquemáticamente esta transformación podemos sintetizarla como el

tránsito de un capitalismo nacional/ internacional a otro transnacional/ global.

El cambio experimentado por el capitalismo y, a través de los circuitos

globalizantes, por el mundo en su conjunto era un asunto bien comprendido por los

soviéticos. Un documento de la Cancillería de finales de los ochenta resumía la

nueva situación de la siguiente manera: “La revolución informático- tecnológica le

dio un dinamismo inconmensurable a la economía mundial, la cual de modo

sustancial ha modificado social y económicamente el planeta. Nunca antes la

humanidad desarrolló su potencial productivo a pasos tan veloces, como ha

ocurrido en los últimos decenios. Los ritmos más altos del desarrollo se observan en

aquellos países en los cuales se destina una significativa parte del producto nacional

bruto a las nuevas investigaciones, las cuales rápidamente se ponen en práctica (...)

Se profundiza la internacionalización de la producción, la creación de ciclos

productivos transnacionales, se refuerza la interrelación y la interdependencia de las

economías de los Estados (...) La economía mundial se convierte en un solo

organismo, fuera del cual no puede permanecer ningún Estado, independientemente

del nivel de desarrollo y de la pertenencia a tal o cual sistema”156.

Para entender el impacto que esta reestructuración del capitalismo mundial tuvo

sobre el desarrollo económico soviético conviene recordar que desde finales de los

sesenta el planeta asistió a profundos cambios en todos los niveles. En el económico,

se asistió a una sincronizada crisis de los modelos de desarrollo predominantes en el

Este, el Sur y Occidente, crisis de la cual sólo el capitalismo desarrollado encontró un

sustituto mediante la introducción de un esquema flexible de acumulación157.

En medio de este contexto, todos los países socialistas tuvieron que ensayar

fórmulas para intentar corregir el desgaste del sistema planificador y adaptarse a la

reestructuración general que experimentaba la economía mundial. La Unión

Soviética, en su calidad de primer productor mundial de hidrocarburos, enfrentó

esta adversa situación interna e internacional con una fórmula muy simple: el

156 “La actividad diplomática y la política exterior de la URSS (abril de 1985 a octubre de 1989)”, Informe

del Ministerio de Asuntos Externos, Mezbdunarodnayta Zhizn, Moscú, diciembre de 1989, pp. 36-37 (en ruso).

157 Véase, Hugo Fazio Vengoa, La globalización en su historia, Bogotá, Ediciones Universidad Nacional, 2002.

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183

incremento de las exportaciones de petróleo y gas. Según algunos cálculos entre 1974

y 1985 el aumento del precio internacional del petróleo produjo ingresos a la URSS

por US$ 280 mil millones.

Esta reorientación hacia la exportación de productos primarios tuvo varios

efectos, la mayoría de ellos incontrolables. Primero, le permitió a la Unión Soviética

disponer de abundantes recursos financieros con los cuales pudo mitigar y esconder

ciertas disfuncionalidades de su modelo y dilatar así su lenta agonía.

Segundo, los hidrocarburos intensificaron la interdependencia entre la URSS y

los principales países capitalistas, toda vez que se redimensionó este sector

económico y las divisas obtenidas permitían adquirir aquellos bienes y productos

que el disfuncional sistema no podía suministrar o lo hacía de modo deficiente.

Tercero, el petróleo creó una artificial bonanza económica y como también

permitió elevar el nivel de vida de la población, la cual tuvo por vez primera acceso a

ciertos artículos de consumo masivo importados de Occidente, se pospuso la

reestructuración del sistema porque el anclaje con la economía mundial mitigaba la

penuria crónica.

Cuarto, el petróleo aumentó la dependencia de los demás países socialista con la

URSS, ya que esta tuvo que suministrarles recursos energéticos a precios y en

condiciones preferenciales. Incluso, países como Cuba convirtieron el petróleo

soviético en su principal actividad productora de divisas, toda vez que la isla fue

autorizada para reexportar el petróleo soviético que adquiría a bajo precio a cambio

de azúcar.

La manera como la URSS enfrentó la conjunción de la adversidad interna e

internacional era un paliativo con efecto rápido que dilataba, pero no remediaba, los

graves problemas. Contemporáneamente se manifestó otra situación adversa: el

lugar de los países socialistas y en particular de la URSS en la economía mundial. El

carácter intermedio de estas economías entre el Occidente desa-

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1 8 4

rrollado y el Tercer Mundo, acentuó la dependencia con ambos conjuntos. De los

primeros se obtenía la tecnología de punta y de los segundos las materias primas.

Esta mayor compenetración con las economías del resto del mundo le propinó

un duro golpe a las magras estrategias integradoras que se habían ensayado en el

CAME. De hecho hasta finales de los sesenta, el intercambio comercial intra-CAME

registró un sensible progreso, pero, a partir de los setenta, se revirtió la tendencia.

¿Qué fue lo que ocurrió? Como los países socialistas necesitaba divisas para

mantener las importaciones de Occidente y del mundo en desarrollo, se reservó la

producción de mejor calidad para estos países y al el CAME se destinó aquella

producción que no era competitiva a escala internacional. De acuerdo con un estudio

publicado a mediados de los ochenta, sólo el 29% de la producción seriada de bienes

de construcción industrial de la URSS correspondía a estándares mundiales, siendo

mucho menor este índice en otras ramas productivas158.

Fue tal el decaimiento de los vínculos dentro del sistema socialista que en los

setenta incluso la fijación de los precios quedó amarrada a los avatares de la

economía mundial. En 1975, bajo iniciativa de la URSS, se adoptó el principio de

establecer los precios anuales de los productos intercambiables con base en una

media móvil del precio mundial de los cinco años precedentes, lo que significaba

que, el sistema socialista mundial quedaba sujeto a los vaivenes del mercado

mundial.

Este, sin embargo, no fue el único problema que la URSS importó de sus socios

socialistas. La crisis por la que atravesaban sus aliados, obligó a la URSS a brindarles

todo tipo de apoyos, con lo que importantes recursos se desviaron hacia estos países.

De acuerdo con ciertas estimaciones soviéticas, sólo Cuba costaba anualmente a la

URSS alrededor de seis mil millones de dólares159. Esta situación desempeñó un

importante papel porque se convirtió en otro elemento que diferenciaba a la URSS

de Estados Unidos. Mientras los aliados de Moscú no sólo no lograron constituirse

en países que jalonaran la atractividad del so-

158 Pravda, 19 de junio de 1986. 159 Th. Malleret y M. De Laporte, L’armée rouge face a la perestroika, Bruselas, Complexes, 1991, p. 129.

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185

cialismo en el mundo, sino que representaron una pesada carga económica, dos

aliados de EE.UU. - Alemania y Japón- se convirtieron en dinámicas potencias

mercaderes, infundiéndole un renovado impulso al capitalismo mundial.

Empero, esta reestructuración de la economía mundial no sólo comprometía la

articulación internacional de la URSS, también develó su intimidad económica

interna, situación tanto más embarazosa cuando el Kremlin desde los años cincuenta

se había propuesto competir y sobrepasar a las naciones industrializadas. En

términos comparativos, los principales indicadores demostraban ejemplarmente que

la URSS se estaba quedando irremediablemente atrás. Un analista soviético, en la

época de la Perestroika, estableció una metodología comparativa, cuyas conclusiones

sobre el particular eran tajantes: en un esquema en el cual 10 era igual al máximo, en

el campo de la electrónica el nivel alcanzado por los Estados Unidos se situaba en

9,9, Japón en 7,3, Europa Occidental en 4,4 y la URSS en 1,5. En la esfera de la

producción de materiales nuevos, EE.UU. había alcanzado un 7,7, Japón un 6,3,

Europa Occidental un 6,0 y la URSS un 3.3. En el campo de la biotecnología, a

EE.UU. le correspondía un 8,9, a Japón el 5,7, a Europa Occidental el 4,9 y a la Unión

Soviética sólo el 1,3.

No sólo en los nuevos sectores la URSS evidenciaba un retraso. En todos los

grandes sectores de la economía se replicaba la misma situación. La productividad

en la industria, por ejemplo, que representaba un 44% del nivel norteamericano en

1960 aumentó a un 53% en 1970 para estabilizarse finalmente en un 55% de la norma

estadounidense en 1983. En la agricultura, la media con respecto a EE.UU. se situaba

entre un 25% y un 30%, dependiendo del sector160. Era tal el nivel de ineficiencia de

la agricultura colectiva que las parcelas agrícolas con el 4% de la superficie cultivada

aportaba el 30% de la producción total.

Este retroceso se manifestaba también en otros campos: mientras en Occidente

las naciones desarrolladas se beneficiaban de la tercera revolución industrial, el

modelo soviético no sólo mantenía su vocación extensiva, sino que, además, se

primarizaba. Nada ilustra mejor esta tendencia que el comportamiento del comercio

exterior: los recursos energéticos y minerales que repre-

160 L. Abalkin, “La interacción de las fuerzas productivas y las relaciones de producción” en Vaprosi

Ekonómiki N. 6, 1985 (en ruso).

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1 8 6

sentaban el 35% del valor total de las exportaciones en 1970 ascendieron al 58% en

1982. La Unión Soviética sólo mostraba una clara superioridad en producciones

como la del carbón y el acero, pivotes de la industrialización decimonónica. Como

acertadamente señala E. Hobsbawm: “Puede que los soviéticos, duros e inflexibles,

hubieran conseguido mediante esfuerzos titánicos levantar la mejor economía del

mundo al estilo de 1890 pero ¿de qué servía a la URSS que a mediados de los años

ochenta produjera un 80% más de acero, el doble de hierro en lingotes y cinco veces

más tractores que Estados Unidos, si no había logrado adaptarse a una economía

basada en la silicona y el software?”161.

Era irremediable que la Unión Soviética se estaba quedando atrás en su com-

petencia con las naciones desarrolladas. Y nada parecía detener esta abrupta caída.

En 1973, el académico V Nemchinov, presagió que al modelo soviético le resultaba

muy difícil interiorizar los avances de la Tercera Revolución Industrial y previno que

“un sistema político paralizado a tal punto de arriba abajo sólo puede frenar el

desarrollo técnico y social y se va a derrumbar tarde o temprano bajo la presión de

los verdaderos procesos de la vida económica”162.

Este adverso panorama no paraba ahí. Otras circunstancias agravaron aún más la

situación. Esta pérdida de competitividad a nivel internacional se convirtió en un

problema más grave cuando, con el desencadenamiento de la segunda ola de la

guerra fría, a partir de la segunda mitad de los setenta, la URSS tuvo que redoblar los

esfuerzos en el campo de la industria militar para mantener la carrera armamentista

con los Estados Unidos. Los gastos en defensa se incrementaron entre un 4 y 5%

anual entre 1964 y 1984, aumento mayor al crecimiento que registraba la economía.

Esto llevó a una situación insostenible: a inicios de los ochenta más del 25% de los

gastos gubernamentales se destinaban al rubro de defensa.

La carrera armamentista sustraía también importantes recursos a la economía

civil. Al sector militar se destinaba un tercio de la producción de las industrias de

transformación de metales, una quinta parte de la metalúrgica, la sexta parte de la

producción de las ramas de la producción química y de la energía, las tres cuartas

partes del presupuesto total consagrado a la investigación y el desarrollo y en el

“complejo militar industrial” laboraba aproximadamente el 20% de la población

económicamente activa. Claro está que esta era una de las ramas más rentables de la

161 Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, op cit., p. 251. 162 Citado en Moshé Lewin, Le siécle soviétique, op. cit. p. 318.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

187

economía. Si la Unión Soviética participaba con un 4% de los flujos comerciales

mundiales, en el sector de armamento le correspondía el 28%. Aproximadamente el

25% de la producción militar soviética se exportaba y, en ese sentido, era el sector

que mejor podía adaptarse a un proceso de reestructuración económica, porque era,

sin duda, el más competitivo a nivel internacional y porque siempre había

privilegiado al “consumidor” (las fuerzas armadas) sobre el productor (el plan).

Es indudable que todos estos problemas eran de por sí profundos, graves y de

difícil solución. Sin embargo, eran levedades frente al dilema mayor que enfrentaba

la URSS: la dificultad para transitar de una economía de desarrollo extensivo a uno

intensivo. El apego al carácter extensivo explica la importancia asignada al

crecimiento. “En los países socialistas, no hay que olvidar que el problema de las

tasas de crecimiento siempre ha sido una cuestión política y social crucial en el curso

de los sesenta años que han transcurrido desde la creación de la primera sociedad

socialista. En parte para acelerar la eliminación del subdesarrollo anterior, en parte a

causa de la necesidad de probar la superioridad del nuevo orden social. Una tasa de

crecimiento elevada ha sido siempre un factor importante -sino el más importante-

de legitimación del nuevo sistema social”163.

Como puede observar en el cuadro 5 durante la década de los setenta se presentó

un fuerte deterioro en varios sectores macroeconómicos, lo que incidió

negativamente en la productividad y en las condiciones de funcionamiento de las

industrias y empresas agropecuarias164. La lenificación de la mayor parte de los

indicadores demostraba que el modelo soviético estaba entrando en una fase de

agotamiento y que se avecinaba una crisis estructural.

163 L. Szamuely, “The Eastern European Economic Situation and the Prospect of Foreign Trade” en New

Hungarian Quarterly, Budapest, N. 95,1984, p. 61. 164 Jacques Sapir, L’URSS au tournant. Une économie en transition, París, PHarmattan, 1990.

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 8 8

CUADRO 5

PRINCIPALES INDICADORES DE LA ECONOMÍA SOVIÉTICA

(1951-1985) (EN PORCENTAJE)

Desde un punto de vista estructural, el sistema económico soviético mostraba

evidentes síntomas de senilidad. Si el crecimiento en los cincuenta fue del 5,7%, en

los sesenta se redujo al 5,2%, descendió al 3,7% en los setenta y cayó al 2% entre 1980

y 1985. La estructura productiva había llegado a un nivel en el cual no podía seguir

creciendo como resultado del agotamiento del modelo de desarrollo forjado en los

treinta y que, por el fracaso experimentado por todas las iniciativas de reforma, se

había mantenido incólume hasta bien avanzada la década de los ochenta. La

gravedad que el modelo experimenta en esta coyuntura no sólo consistió en la

incapacidad para transitar de una economía de desarrollo extensivo a uno intensivo,

también se debió a que

1951 1956 1961 1966 1971 1976 1981 1955 1960 1965 1970 1975 1980 1985

Ingreso nacional 11,3 9,2 6,6 7,2 5,7 3,9 3,2

Fondos principales de producción 11,5 _ 11,3 9,1 9,9 8,1 5,3

Inversiones 8,9 11 8 7,8 6,8 3,4 3,2

Producción

industrial 13,2 10,3 8,6 9,5 8,1 4,4 3,7

Producción

agrícola 3,7 7,9 2,3 3,9 2,5 1,7 1,2 Ingresos reales por

habitante 7,3 5,7 3,6 5,9 4,4 3,4 2,0

Rentabilidad de

fondos fijos -3,2 -0,9 -3 -2,9 -2,7

Efectividad de

la inversión -3 -1,9 -2,1 -0,4 0

Productividad

del trabajo social 4,4 6,1 4,6 3,2 2,8

Productividad del

trabajo en la industrial

8,2 6,5 4,6 5,7 6 3,2 3,1 Fuente: Anuario de la URSS, diferentes años.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

189

los fundamentos que permitían mantener este esquema extensivo de desarrollo

comenzaron a debilitarse. En los setenta se asistió a una penuria crónica de aquellos

factores -mano de obra, inversiones, recursos energéticos y lenta reconversión

industrial- que constituían sus pilares principales.

En primer lugar, la crisis del modelo se agudizó cuando en los setenta los

requerimientos de mano de obra para aumentar la capacidad productiva del sistema

industrial crecieron a un ritmo mayor que la población en edad de trabajar. Se

requería cada vez más fuerza de trabajo pero ésta empezó a escasear.

Esta penuria no provenía de un débil crecimiento vegetativo de la población. En

general, este seguía siendo bastante elevado. La tasa promedio de crecimiento anual

de la población fue del 8,8% en los setenta. La verdadera causa de este mal radicaba

en el débil crecimiento de la productividad laboral que no correspondía a las

exigentes normas de producción diseñadas por los órganos planificadores, motivo

por el cual los directores de las empresas se veían impelidos a contratar un número

mayor de trabajadores de los que se habrían necesitado en condiciones normales.

Conviene tener en cuenta que en la práctica planificadora soviética, el volumen

de la producción se determinaba a partir del “nivel alcanzado” el año

inmediatamente anterior. Al resultado obtenido se le agregaba un porcentaje para

elevar la producción en el nuevo año y de esa manera mantener las tasas de

crecimiento. Dada la elevación constante de las cuotas de producción impuestas por

el plan, que no encontraban un correlativo en la mecanización y en la

automatización, se necesitaba realizar un incremento constante de la producción, el

cual, por regla general, era superior a la capacidad productiva de las empresas. Este

desfase fue neutralizado por los directores de las empresas mediante la contratación

en gran volumen de fuerza de trabajo masculina y femenina. Cuando la

disponibilidad de esa mano de obra fue abundante -entre los treinta y los cincuenta-,

debido a las migraciones provenientes del campo, esta incongruencia no representó

ningún problema porque había una sobreoferta laboral y porque actuaba como un

correctivo que respondía a las apremiantes demandas sociales.

La deficiente organización del trabajo también contribuyó a agudizar la escasez

de mano de obra, ya que incitaba a las empresas a mantener en reserva a

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 9 0

numerosos trabajadores (desempleo disfrazado) para poder cumplir las normas de

producción en los momentos en que se requería acelerarla {shturmovshina). Esta

aceleración repentina se volvió una práctica corriente porque las materias primas,

los recursos energéticos y demás insumos, vitales para cumplir el ciclo de

producción, generalmente llegaban tarde. Entonces, en un período de tiempo menor

se debían cumplir las disposiciones del plan, para lo cual había que disponer de un

número mayor de trabajadores. El mismo presidente del Gosplan en 1979 constataba

que en las empresas se empleaban 2 millones más de obreros y empleados de lo

previsto por el plan165.

La consolidación del mercado laboral, el cual se constituyó de manera es-

pontánea por el derecho adquirido de los trabajadores a la movilidad de la fuerza de

trabajo, agravó todavía más esta ya de por sí difícil situación. La tasa de rotación de

la mano de obra oscilaba alrededor de un 20% en los setenta. En promedio, la

permanencia de un trabajador en un mismo puesto de trabajo no superaba los 3

años, al cabo de los cuales buscaba contratarse en mejores condiciones. Esta situación

afectó principalmente a las empresas industriales, ya que los cuadros con mayores

niveles de calificación eran los que más rápidamente rotaban, por cuanto la escasez

de fuerza de trabajo mejoraba sus condiciones de negociación y se contrataban en

aquellas plazas en las que les garantizaran mejores condiciones sociales y salariales.

El compromiso entre directores y trabajadores constituyó, a su vez, una de las

explicaciones del desaforado ausentismo laboral, que, de acuerdo con ciertas

estimaciones, significó en el año de 1981, la pérdida de 37 mil millones de horas de

trabajo.

Esta mejora en las condiciones de negociación de los obreros se convirtió en un

serio problema para las empresas, ya que contratar nuevos trabajadores implicaba

un período de tiempo de adaptación mientras aprendían sus nuevos oficios.

Pero también esta difícil situación de permanencia laboral, aunada al hecho de

que el régimen brezhneviano intentó mantener un consenso social a través de la

elevación constante del nivel de vida de la población, reprodujo otro tipo de

problema: el de los ingresos. Durante esta década los ingresos progresaron

165 Pravda, 22 de agosto de 1979.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

191

a un ritmo superior al de la productividad del trabajo general y dos veces más

rápido que el volumen de la producción agrícola. Esta disociación entre el ritmo de

crecimiento de los ingresos y el de la productividad se convirtió en un fenómeno

preocupante. “Además del hecho de que este distanciamiento entre la calidad del

trabajo y su remuneración crea un freno económico y psicológico contra la

intensificación de la producción. Este crecimiento sostenido de los ingresos sin

contrapartida en valores de uso realmente producidos es uno de los factores

esenciales de la amplificación, en los años setenta, del fenómeno de penuria con sus

corolarios, el aumento fantástico del ahorro individual, la extensión de los mercados

paralelos y las distorsiones en la repartición de los ingresos y de los bienes”166.

En esta inadecuación entre el modelo y la mano de obra intervino también otro

asunto. La región más dinámica desde el punto de vista del crecimiento de la

población era Asia Central, la cual, al mismo tiempo, era la zona más pobre y

atrasada. Los puestos de trabajo disponibles crecían a un ritmo inferior al de la

población. Así, por ejemplo, en Tadzhikistán, mientras la población que entraba en

edad de trabajar era de 45 mil personas en promedio, la creación de nuevos empleos

llegaba a sólo 30 mil.

Para un buen número de estos jóvenes, la emigración no constituía un buen

horizonte, porque preferían mantenerse dentro de su ámbito cultural que emigrar a

regiones donde serían forasteros. De otra parte, como resultado de los procesos de

especialización regional practicado por las mismas autoridades centrales, las nuevas

empresas se construyeron preferentemente en las regiones más desarrolladas desde

un punto de vista económico, las cuales eran, al mismo tiempo, las más pobres en

cuanto al crecimiento vegetativo de la población. En alto grado, esta situación

obedeció a que los principales circuitos de creación de la producción industrial se

encontraban precisamente en las regiones más avanzadas. Esto fortaleció la

tendencia hacia la subutilización de la mano de obra en las regiones con un

crecimiento poblacional mayor, las cual siguieron apegadas a labores productivas de

tipo tradicional.

El segundo factor que intervino en esta pérdida de dinamismo del modelo fue la

disminución y la burocrática subutilización de las inversiones. Como

166 J. Radvanyi, L'URSS en révolution, París, Messidor, 1987, p. 25.

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 9 2

tendencia se observa que en la URSS la inversión se utilizaba principalmente en

nuevos proyectos en el ámbito industrial -sobre todo en la industria pesada- y no

tanto en la renovación de los equipos e instalaciones. Esto explica la longevidad del

parque industrial soviético, que siempre mucho mayor que el occidental.

A finales de los setenta, las dos terceras partes del total de inversiones in-

dustriales se consagraban a nuevos proyectos, muchos de los cuales, por ser de

grandes dimensiones, requerían de un largo período para ser puestos en fun-

cionamiento. La demora en la construcción de las empresas, por razones estratégicas

de los ministerios y por la infravaloración de los costos de construcción de las nuevas

empresas con el ánimo de interesar a los órganos superiores en nuevos apoyos

financieros, generaba dos tipos de situaciones adversas: de una parte, reiteradas

veces la demora en la construcción era tal que cuando se daba inicio a la explotación

de la empresa, su producción ya era obsoleta y no lograba satisfacer las necesidades

en valores de uso ni de la población ni de las empresas, y, de otra parte, numerosas

empresas nunca se finalizaban.

Si solamente nos atenemos a los datos de un año -1984- se observa que en la rama

de la energía eléctrica había 145 empresas en construcción aún no finalizadas, 142 en

la metalúrgica, 171 en el sector de la química y la petroquímica, 89 en el área de las

construcciones mecánicas, 11 en la de materiales de construcción, 65 en la industria

ligera y 77 en la alimenticia. Esta situación, que se repetía de año en año, condujo a

que las inversiones no sólo fueran menores en volumen, sino mucho más

ineficientes.

Otra consecuencia que reproducía la errática política de inversiones fue el

aumento de las disparidades intersectoriales entre las diferentes ramas de la

economía. De una parte, se privilegiaban tradicionalmente las esferas productivas en

detrimento de los otros sectores, tales como el comercio, los servicios, la construcción

y, de la otra, dentro de las mismas esferas productivas algunos sectores concitaban la

atención prioritaria (pesada, metalurgia, extracción, etc.), mientras que otras

recibieron escasas inversiones (bienes de consumo, transportes, agricultura, etc.).

Esta preferencia por algunos sectores en detrimento de otros, situación que los

dirigentes justificaban porque respondía a las necesidades estratégicas de la

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 6 6 Fran^ois Seurot, <>p. cit. p. 281.

193

competición con el capitalismo y que se entendía como una vía rápida para dejar

atrás el subdesarrollo, produjo grandes desequilibrios, razón por la cual

recurrentemente se tuvo que recurrir a adquisiciones en el extranjero para suplir las

deficiencias internas.

Este desequilibrio intersectorial explica, a si mismo, otra gama de distorsiones,

como la mediocre satisfacción de las necesidades sociales e individuales, es decir, la

progresiva penuria de bienes de alto consumo, que afectaba de manera directa al

ciudadano común; la profusión de redes paralelas en los sectores productivos, o sea,

un sistema de aprovisionamiento mediante acuerdos directos entre las empresas sin

la intermediación de los respectivos órganos estatales y, por último, el propensión

creciente de la población de hacer uso del mercado negro para satisfacer sus

necesidades más vitales. De acuerdo con algunas investigaciones, el mercado negro

llegó a ocupar el 20% del consumo de los hogares166. Durante los setenta la economía

en la sombra concernía el 10% de los ingresos mensuales de los obreros, empleados y

koljosianos.

Otro tipo de desequilibrios y disparidades fue la acentuación de las diferencias

regionales. La lógica sectorial condujo a que algunas regiones se vieran favorecidas

por las políticas de inversión del Estado central. Se favoreció la especialización

productiva, la cual se tradujo en el desarrollo más rápido de algunas zonas en

detrimento de otras. Este desequilibrio acentuó la disimilitud en términos de

trayectorias históricas de los Estados republicanos y se convirtió a la postre uno de

los factores que determinó la desintegración del Estado multinacional.

Las crecientes disparidades entre las repúblicas dio paso a la conformación de

intereses regionales sectorializados que empezaron a ir en contravía de los intentos

por cimentar la Unión. En todos los índices relativos a la producción industrial y de

bienes de producción, ingresos salariales, tasa de empleo, ahorros, comercio

minorista, nivel de vida, consumo, etc., las repúblicas occidentales tomaron la

delantera mientras que la periferia sur y asiática se hundió en el atraso. Con ello, la

Unión Soviética, en tanto que zona económica interaccionada se empezó a fraccionar

y en reiteradas oportunidades los intereses regionales prevalecieron sobre los de la

Unión.

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 9 4

El tercer factor que incidió en la ralentización del modelo extensivo consistió en

la disminución y en el encarecimiento de la extracción de materias primas y de

recursos energéticos. Esta tendencia se hizo especialmente evidente en los setenta

como resultado del encarecimiento del precio de estos productos en la economía

mundial. Esta coyuntura, que fue aprovechada por la URSS para aumentar su grado

de inserción en la economía mundial en calidad de exportador de materias primas y

de recursos energéticos, amplió las necesidades extractivas como medio para

adquirir las divisas indispensables para importar tecnología y bienes alimenticios

desde los países capitalistas. Esto se tradujo en una disminución en el suministro

interno. Se dio prioridad al comercio exterior y sólo una vez que se cumplían los

acuerdos con los otros países, se satisfacían las necesidades internas.

Al respecto, conviene recordar que el sistema económico soviético no tenía una

vocación exportadora sino importadora. La función esencial del comercio exterior en

la concepción planificadora de la URSS era dotar a la economía nacional con aquello

que no podía ser producido o que lo era en cantidades insuficientes en el país167. “El

modelo extensivo de las relaciones económicas exteriores se distingue por la

prioridad del comercio sobre otras formas progresistas y desarrolladas de

cooperación internacional y por la de las importaciones sobre las exportaciones (...)

El dispendioso mecanismo de gestión creó necesidades insaciables de importaciones

a fin de compensar los numerosos déficit constantes”168.

En cuanto al funcionamiento interno, este irregular suministro obligaba a las

empresas a acelerar la producción cuando este llegaba y a ralentizarlo cuando

escaseaba. Para superar este impasse y cumplir con las normal del plan, los

directores de empresas constituyeran grandes stocks de insumos y materiales

ineficientes, stocks que crecían a un ritmo que duplicaba la producción. En síntesis,

la utilización de los recursos energéticos era muy ineficiente. En promedio, para un

mismo producto, la URSS empleaba dos veces más energía que los países

occidentales.

Por último, dado el carácter extensivo de la economía otra debilidad del modelo

radicaba en la lenta modernización de los aparatos productivos. De acuerdo con

algunos estudios entre el 30% y el 40% de los obreros de la construcción mecánica

estaban empleados en tareas auxiliares, las cuales fácilmente podía ser mecanizadas.

167 Marie Lavigne, Les relations économiques Est-ouest, París, Presses universitaires de France, 1979, p. 134. 168 V. Karavaiev: “Perestroi'ka: les réserves du commercer extérieure" en La Vie Internationale, diciembre

de 1988, p. 64.

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1 6 9 Frangois Seurot, op. cit., p. 202.

195

Por el imperativo mismo del plan, era difícil llevar los avances científicos y técnicos a

la producción, no obstante el hecho, de que, quizá, era más fácil encontrar

financiamiento para adelantar las investigaciones que en los más avanzados países

occidentales.

El problema radicaba en que una empresa no tenía el menor interés en introducir

técnicas modernas. Una empresa que innovaba recibía primas por concepto de

introducción de nuevas técnicas, pero perdía las bonificaciones vinculadas al

volumen de producción porque el tránsito hacia las nuevas técnicas reducía

provisionalmente el ritmo de producción. En promedio una innovación demoraba

entre dos y tres veces más en pasar a la producción en la URSS que en Occidente. Es

decir, como señalaba Seurot, “entre la ciencia y la aplicación industrial de las

tecnologías de punta, se ubica el sistema económico. Aquí se sitúa el retraso

tecnológico”169.

La planificación tal como había sido concebida ya no respondía a las necesidades

de una sociedad moderna como era la URSS en los setenta. El plan solo podía

satisfacer las necesidades de unos cuantos valores de uso. Debido a la imposibilidad

de planificar los más de veinticinco millones de artículos que producía la URSS, los

órganos planificadores sobre podía establecer las proporciones sobre algunos

indicadores generales, los cuales después debían desagregarse. Esto no fue un

problema mayor cuando las demandas sociales y las necesidades productivas eran

escasas, es decir, en momento en que se forjó el sistema.

Pero con el proceso de industrialización, urbanización, especialización ad-

ministrativa, revolución cultural, etc., la sociedad se tornó más compleja. Apa-

recieron nuevos segmentos sociales, con nuevas necesidades y demandas. Pero

debido a las deficiencias en los circuitos de información económica, la planificación

no podía responder a esas demandas. Gérard Roland define este fenómeno como la

ley de complejización de los valores de uso, la cual está ligada a la complejización de

las necesidades y al desarrollo de las fuerzas productivas. “La sofisticación de las

técnicas de producción conduce a que se susciten nuevas necesidades, las cuales

exigen a su vez un desarrollo de las fuerzas productivas mediante técnicas más

sofisticadas que permitan responder a la complejización de las necesidades”169.

169 Gérard Roland, op. cit., p. 231.

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 9 6

Esta complejización, empero, encontraba un obstáculo adicional en el pre-

dominio que sobre la economía ejercía la esfera política. Los órganos encargados de

planificar constituían instancias partidarias y estatales que supeditaban las

orientaciones del desarrollo económico a determinados propósitos políticos. Desde

el punto de vista de la economía política, el funcionamiento del sistema soviético era

el siguiente: “La relación entre el productor y el objeto estaba determinada no por el

valor de uso, sino por la contribución del objeto producido a! índice estadístico del

plan, el valor-índice, y que representaba la forma de mediación fundamental del

sistema soviético”170.

La crisis se agravaba por que la sofisticación de los valores de uso agudizaba las

contradicciones entre estos y el valor-índice, siguiendo con la terminología utilizada

por G. Roland. O sea, cada vez era más evidente el divorcio entre los objetivos del

productor y las necesidades de la población, debido a los deficientes canales de

información entre estos dos sectores.

En cuanto a la dinámica social, la Unión Soviética en los setenta registraba una

evolución análoga a la que experimentaba Occidente. Una adecuada panorámica la

suministra Robert Service, cuando sostiene que la época de Brezhnev fueron los años

dorados del sistema soviético: “Brezhnev quería que los trabajadores disfrutaran de

comodidades materiales (...) En 1970, el 32% de los hogares tenía frigorífico, mientras

que en 1980 la proporción era del 86%. En la misma década, el número de hogares

que contaba con televisión pasó de 51% a 74%. Los sindicatos abrieron más centros

de veraneo para sus afiliados en la costa de los mares Báltico y Negro. Los

trabajadores de confianza podía viajar a Europa del Este en viajes organizado por el

partido, y si tenían muchísima suerte a Occidente. Los precios de los productos de

primera necesidad como el

170 Ibídem, p. 60.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

1 7 2 Robert Service, op. cit., p. 362.

197

pan, las patatas, la carne y la ropa, así como los del alquiler de los apartamentos y el

gas, se mantenían bajos: apenas eran más elevados que los existentes durante el

primer plan quinquenal. Los trabajadores nunca habían estado tan bien, y menos

todavía los koljósniki: en 1964 el Estado les incluyó en el sistema de pensiones y a

partir de 1975 les concedió pasaporte interno”172.

Desde un punto sociológico, la sociedad soviética experimentaba cambios

radicales. Se estaba asistiendo a la lenta desaparición del obrero manual no

calificado y el correspondiente crecimiento cuantitativo de profesionales y de

trabajadores calificados, los cuales se concentraban en actividades ligadas a los

servicios y a la información. Sin embargo, dado el predominio del discurso obrerista

de las autoridades soviéticas y el carácter extensivo del modelo, no fue extraño que

muchos miembros de estos grupos emergentes reiteradas veces tuvieran que seguir

apegados a funciones manuales y desempeñaran labores rutinarias propias de los

obreros manuales. Pero ya nada podía detener el avance de nuevas formas de

sociabilidad. Estos nuevos grupos reprodujeron un conjunto de patrones culturales

compartidos, formas de vida y de comunicación interpersonal inéditos en el

universo soviético, cuyo común denominador fue la reconquista de la importancia

de la dimensión personal, ligado al principio de la actividad autónoma del

individuo. La modernidad y la definición del sujeto habían hecho su entrada en la

sociedad soviética.

Visto en una perspectiva dinámica, conviene recordar que en las tres décadas

anteriores, la sociedad soviética había asistido a un acelerado proceso de

industrialización, urbanización, aclimatación de referentes culturales modernos y

una amplia revolución educativa. La sociedad soviética era muy distinta a la de los

albores del socialismo. En estos años experimentó una radical mutación social. Ya no

era una sociedad, cuya una masa campesina imponía el ritmo y la manera en que

debía operar la estructuración política, social y cultura de la sociedad y del Estado

soviético. Paulatinamente, los determinantes se deslizaron hacia las ciudades, las

cuales se convirtieron en los principales centros modeladores de la configuración

social y de las maneras de hacer política. Las ciudades, además promocionaron y

reprodujeron nuevos hábitos, costumbres y percepciones que rodeaban al

ciudadano soviético, mutación que constituyó una de las

H U G O F A Z I O V E N G O A

1 9 8

premisas más importantes de los cambios ideológicos, político y culturales que

tuvieron lugar en la década de los ochenta.

La constitución de este medio urbano trajo aparejado el surgimiento de nuevas

categorías sociales, fenómeno que alteró radicalmente la composición social

soviética. Los efectos directos de este proceso de urbanización fueron múltiples: se

elevó el nivel cultural de la población, se generaron nuevos circuitos culturales; se

acentuó la movilidad social y los cambios en el modo de vida y en las mentalidades;

se produjeron interacciones socioculturales entre los diversos grupos sociales y entre

las nacionalidades.

De otra parte, todos los procesos concomitantes con la urbanización trans-

formaron la calidad y el tipo de necesidades de la población, amplificaron los

problemas de vivienda en las grandes urbes, incrementaron la demanda de pro-

ductos de primera necesidad y, debido a las disfuncionalidades del sistema pla-

nificador, contribuyeron a una complejización de las necesidades sociales.

El conjunto de transformaciones económicas y sociales modificó los patrones de

movilidad social, aumentó el requerimiento de trabajadores con altos niveles de

calificación y expandió los oficios intelectuales. Esos nuevos segmentos no

encontraban fórmulas para integrarse en el tradicional esquema social soviético.

Estos grupos emergentes que disponían de redes de calificación e instrucción

superiores crearon nuevas demandas en bienes de consumo, información,

circulación y de participación en la vida social. Fueron estos núcleos los que

presionaron para actualizar y modernizar el sistema. Con estos nuevos segmentos

adquirió mayor importancia la dimensión personal de interacción, basado en la

actividad autónoma y en los contacto individuo a individuo.

Esta nueva realidad en las interacciones interpersonales posibilitó la emergencia

de nuevos espacios de sociabilidad, fundamento a partir del cual fue naciendo una

opinión pública, la cual, al no tener posibilidad de realizarse a través de la

institucionalidad oficial, creó canales oficiosos de expresión, interacción y

movilización. Uno de los primeros ámbitos donde se cristalizaron estas

manifestaciones espontáneas de la opinión pública fue en el campo cultural, en

donde artistas teatrales, cantantes, etc., promovían nuevos valores, preocupaciones e

intereses.

Con el trasfondo de este cúmulo de transformaciones, cambiaron también las

articulaciones entre los distintos grupos sociales y el alto poder. A diferencia de la

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

199

“plebeyización” de los años treinta, los puestos dirigentes se encontraban en manos

de profesionales, con lo cual se modificó la correlación de fuerzas en el seno de la

elite. Con ello el equilibrio consensual brezhneviano comenzó a desmoronarse. Las

mutaciones sociales y la inoperancia económica del sistema impusieron la necesidad

de los cambios. Las propuestas modernizantes de los sectores reformadores

encontraron eco en aquellos sectores de la población que se encontraban al margen

del sistema y que podían beneficiarse de un nuevo curso político.

Las vertientes que confluyeron en el proyecto reformador y que condujeron al

reformismo gorbachoviano fueron de variada índole. En primer lugar, se encuentra

el movimiento “disidente”, el cual a través de los samizdat (publicaciones

clandestinas) proclamó importantes consignas referentes a las libertades in-

dividuales y a la necesidad de nuevas formas operativas de organización social171 172.

Estas fueron destacadas ideas y concepciones que rápidamente empezaron a gravitar

entre los sectores disconformes con la política de pax social brezhneviana.

Sin embargo, estas semillas no pudieron convertirse en plataformas

programáticas alternativas al inmovilismo brezhneviano. No a causa de la represión

sistemática llevada a cabo por el KGB contra los movimientos disidentes, sino por su

incapacidad, la mayoría de las veces, para formular un programa constructivo. Las

consignas eran aisladas, en algunos casos, abstractas y muchas veces se encontraban

desconectadas de los problemas reales de vida de la población.

A finales de los años setenta fue apareciendo una nueva vertiente disconforme, la

oposición de izquierda174, la cual se entrecruzaba con las inquietudes e iniciativas del

reformismo oficial. Esta “oposición” se proponía formular un programa de cambio

con base en los postulados socialistas, reconociendo la necesidad de recombinar la

planificación con ciertos principios de mercado en la economía y el fortalecimiento

de la democracia política. Este movimiento también era débil y tenía poco arraigo en

la sociedad como para transformarse en una genuina alternativa de poder.

En tales condiciones, el único camino plausible para reestructurar la sociedad era

el reformismo oficial, el cual se nutría de importantes tesis elaboradas en

significativos centros de investigación académica de Novosibirsk, Moscú y

171 Fernand Claudin, La oposición en los países del Este, México, Siglo XXI, 1980. 172 Boris Kagarlitsky, “Perestroika: the dialectic of change” en New Left ReviewN. 169, mayo-junio de 1988,

pp. 69-71.

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2 0 0

Leningrado. Poco a poco fueron apareciendo canales a través de los cuales estas

ideas se canalizaron hacia el alto poder y luego se diseminaron por buena parte de la

sociedad. En las altas esferas del partido, por su parte, se arraigaba una tendencia

política que concordaba con las opiniones sobre la necesidad de reformar el sistema

soviético versadas por los especialistas.

La modernización globalizada y la desintegración

El advenimiento del reformismo gorbachoviano encadenó tres circunstancias

inherentes a todo proceso histórico: la necesidad, el espíritu de su tiempo y la

contingencia. No es correcto interpretar las reformas emprendidas en el segundo

lustro de los ochenta simplemente como el resultado de la astucia de un hombre que,

desde el alto poder, se habría propuesto reconstruir y reacondicionar a la URSS a las

nuevas dinámicas nacionales y mundiales. Fue, más bien, la convergencia entre el

espíritu de una época, es decir, la urgente necesidad de intentar adaptar a la Unión

Soviética en unas nuevas constelaciones globales que le comenzaban a dar unicidad

al mundo, las condicionalidades que emanaban de la disfuncionalidad del sistema,

de un conjunto de factores que crearon las condiciones internas e internacionales

para que se optara por este tipo de transformaciones y, por último, la capacidad de

un sector de la elite política para intentar remover los obstáculos que estaban

anquilosando a la sociedad soviética en su conjunto173.

Si finalmente la elite política reformista fue superada por los hechos, su proyecto

quedó desvirtuado y la Unión Soviética sucumbió, ello no significa que estas

propuestas fueran equivocadas o contraproducentes. Lo que le ocurrió a la URSS fue

que con las reformas se liberaron incontrolables tendencias a través de las cuales la

globalización penetró en la sociedad soviética, colisionarlos distintas

temporalidades, se desencadenaron unas fuerzas centrífugas indomables, que en

absoluto eran previsibles, y que además escaparon al control de los reformistas. El

final de la URSS, por tanto, constituyó uno de los primeros escenarios en el mundo

en el cual se manifestó una fuerte profusión de tendencias globalizantes. Gorbachov

fue un globalista avant la lettre y el escenario soviético representó un anticipo del

mundo de posguerra fría.

173 Para un análisis más detallado sobre el período gobachoviano y el final de la URSS, véase, Hugo Fazio

Vengoa, La Unión Soviética: de la Perestroika a la disolución, Bogotá, Ediciones Uniandes y Ecoe Ediciones, 1992.

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201

En una perspectiva de larga duración, podría aseverarse que las propuestas

modernizadoras que venían de tiempo atrás, poco a poco, fueron concretándose

hasta convertirse en un proyecto político bien definido, cuyo máximo exponente fue

Gorbachov. La internacionalización de la economía soviética, la incapacidad de

convertir al CAME en un eficiente subsistema económico, la imposibilidad de

articular un tipo de integración política en los países socialistas y la influencia

creciente de la economía mundial, como resultado de la introducción de factores

capitalistas y mercantiles en las formas internas de gestión y también de interacción

de la URSS con el exterior, fueron circunstancias que terminaron favoreciendo el

advenimiento y la difusión de estas propuestas modernizadoras.

Cuando se observa la calidad de este reformismo de acuerdo con las tendencias

principales entonces predominantes en el planeta, se puede constatar que muy difícil

es encontrar otro dirigente político en el mundo, distinto a Gorbachov, que en la

década de los ochenta hubiera tenido la perspicacia de entender la necesidad de

intentar compatibilizar un conjunto de reformas internas con ciertas dinámicas que

estaban comenzando a prevalecer en el escenario global. Su anhelada economía

socialista de mercado, la pretendida reconstrucción del Estado de derecho, su

apuesta a favor (y con el apoyo) de los sectores más “dinámicos” de la sociedad, su

compromiso con la democracia “socialista” y su interés por transformar la política

exterior soviética de una posición contestataria al desarrollo de estrategias

concertadas que permitieran contribuir a la resolución de los grandes problemas de

la humanidad no sólo pusieron a Gorbachov a tono con las transformaciones que

estaba experimentando gran parte del planeta en el transcurso de esos años, sino que

lo convirtieron en uno de los máximos exponentes de la globalización.

No está demás precisar que el cambio de los anteriores ejes de la política exterior

soviética por el “nuevo pensamiento político” fue posible en la Unión

Soviética y no en los Estados Unidos, por cuanto este país resentía con mayor

crudeza la disfuncionalidad entre un mundo que avanzaba hacia su integración y la

pervivencia de un modelo incongruentemente inserto en la dinámica global y

porque los líderes soviéticos nunca utilizaron la guerra fría como un arma de política

interna o internacional, referente permanentemente convocado por los ocupantes de

la Casa Blanca.

El gorbachovismo se inscribe dentro de esa línea de pensamiento y de acción

modernizante que, desde los sesenta, venía presionando por introducirle ajustes al

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2 0 2

sistema soviético. Las reformas económicas implementadas en el segundo lustro de

los ochenta preveían la desarticulación del sistema planificador a través de la

introducción de principios de mercado y de nuevas formas de propiedad, incluida la

cooperativa y la privada. Con la puesta en marcha de estas estrategias se

destruyendo los cimientos sobre los cuales reposaba el sistema anterior, sin que

durante estos años apareciera un modelo sustituto. El gran “logro” de Gorbachov fue

su comprensión de que para introducir la economía “socialista” de mercado se debía

desmontar previamente el sistema anterior e igualmente se debían potenciar nuevos

factores económicos y sociales de acumulación. En este plano, el proyecto

gorbachoviano no fue un descalabro, sino un gran acierto. Lo que no logró construir

fueron los fundamentos de la nueva sociedad, proceso que erráticamente ha tenido

lugar luego de la implosión soviética, pero sí acometió la inmensa tarea de acabar

con el sistema planificador.

Para llevar a la práctica este curso reformista Gorbachov tenía que vencer la

resistencia de la omnipresente burocracia, motivo por el cual se vio impelido a

avanzar en dos sentidos. De una parte, llevó a cabo una vasta reorganización del

partido y del Estado, sobre todo de aquellas instancias encargadas de poner en

funcionamiento los engranajes de las reformas. De la otra, se arrancaba del

convencimiento de que los anteriores intentos de modernización habían fracasado

porque consistían en unos impulsos provenientes de la elite que no contaba con un

participativo apoyo de la población. Por esta razón, Gorbachov optó por que la

“revolución desde arriba” fuera complementada con una “revolución desde abajo”.

En su libro la Perestroika, el último líder soviético, sobre el particular, sostuvo: “Un

rasgo característico y un punto fuerte de la Perestroika es que se trata a la vez de una

“revolución desde arriba” y “desde abajo”, lo cual representa una de las garantías

más seguras de su éxito y de su irrevocabilidad.

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203

Nos esforzaremos persistentemente para que las masas, la “gente de abajo” pueda

disponer de todos sus derechos democráticos y aprenda a utilizarlos de una forma

habitual, competente y responsable”174.

Esto necesaria convergencia de “los de arriba” con “los de abajo” explica porque

el proceso de modernización de la sociedad soviética contó con una significativa

ampliación de los espacios de participación ciudadana. Desde el poder, los nuevos

sectores políticos crearon un clima favorable al nuevo curso político a través de la

democratización, con medidas como el glasnost (transparencia), la revitalización de

los soviets, la creación del Estado socialista de derecho y la celebración de las

primeras elecciones libres. Un importante corolario de esta democratización fue que

permitió que aparecieran nuevas fuerzas sociales y políticas, las cuales destruyeron

el frágil consenso socio político anterior. Particularmente, en este punto se observa la

preferencia clasista de la propuesta reformista, favoritismo que pronto derivó en un

agudo enfrentamiento político que terminó desgarrando a la URSS. Sobre el

particular, el historiador Marc Ferro recuerda que fueron “las clases cultas las que

impusieron los términos del debate: libertad, multipartidismo, Estado de derecho. El

equipo de Gorbachov, con todo el dinamismo que debe reconocérsele, ha sido el

guía, pero también la expresión de esta opinión pública”175.

El gorbachovismo, con su serie de reformas, abrió canales y creó instancias para

que se expresaran dentro de la institucionalidad del Estado los conflictos y las

contradicciones latentes en la sociedad soviética. Surgieron nuevos actores políticos

y sociales que viabilizaron el proyecto de reformas, pero también se constituyeron

nuevas formas de expresión política y se crearon organizaciones y movimientos para

la defensa y realización de intereses particulares.

El espíritu radical de las transformaciones emprendidas por Gorbachov rompió

los anteriores equilibrios y compromisos entre los distintos segmentos de la elite

soviética. Con el glasnost, la opinión pública se politizó, tomó conciencia de los males

que aquejaban a su sociedad y tuvo conocimiento de los altos niveles de corrupción

en las altas instancias del poder.

174 Mijaíl Gorbachov, Perestroika, Barcelona, Ediciones Beta, 1987, pp. 51-55. 175 Marc Ferro, Histories de Russie et d’ailleurs, op. cir.

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2 0 4

Pero lo más importante fue que la politización de la opinión pública, la denuncia

de los principales arquitectos y sostenedores del brezhnevismo y los radicales

cambios de personal introducidos por Gorbachov en los inicios de su mandato se

trocaron en un debilitamiento de las anteriores redes de poder y en una paulatina

desvinculación del sistema de clientelas con respecto a sus principales inspiradores.

El cuestionamiento de la elite política hizo posible que los mandos medios

alcanzaran una cuota mayor de autonomía y se convirtieran en señores

todopoderosos en sus respectivas regiones. Ya no debían fidelidad a ningún centro

político. Su poder comenzó a basarse en las redes de influencia que laboriosamente

habían tejido.

Otras reformas políticas emprendidas en estos años contribuyeron a aumentar la

autonomía de estos barones. La separación del partido del Estado y la primacía de

este último alteraron la estructura del poder porque se sobrepuso la verticalidad de

la organización administrativa al poder horizontal y autorregulador del partido. Es

decir, se debilitaron las instancias que mantenían el consenso entre los barones

locales y regionales, a lo cual, además, se sumaba que el referente comunista fue

perdiendo rápidamente su función aglutinadora. Las elites regionales y locales ya no

tenían que emprender negociaciones con sus similares porque desaparecieron las

instancias que los mantenían en contacto. La anterior autonomía evolucionó hacia

una mayor libertad.

De otra parte, la celebración de las primeras elecciones libres en marzo de 1989 se

tradujo en un aumento considerable del poder de las elites regionales. El sistema de

designación de los candidatos fue abolido y, por ende, se redujo el control del Estado

central sobre las instancias regionales. Las elites locales y regionales empezaron a

actuar como un sustituto del centro político. Los barones comprendieron

rápidamente la nueva situación creada. Reorientaron su actividad y su fidelidad.

La celebración de elecciones libres también tuvo otro efecto. Si la elite ya no era

designada ni protegida desde arriba, sino elegida por voto secreto, su permanencia

en el poder dependía de la legitimidad que tuviese ante su respectiva población. El

distanciamiento con respecto a las política del Estado central fue el primer recurso

empleado para mostrar su nuevo curso y su sensibilidad hacia los problemas que

aquejaban a su respectiva comunidad. Posteriormente, a medida que el referente

cohesionador del comunismo perdía su contenido, se recurrió al nacionalismo

porque era un referente que invocaba la identificación de la elite con su respectivo

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

205

electorado y servía, además, para justificar y legitimar el distanciamiento con

respecto al centro político.

No fue extraño, por tanto, que en medio de este panorama se asistiera a una

consolidación de la identificación étnico-nacional con la representación política a

través de todo tipo de argucias nacionalistas. Lo paradójico es que si bien la Unión

Soviética, en tanto que formación pseudo federativa, privaba a las minorías

nacionales de soberanía política, en los hechos, garantizaba una identidad territorial

nacional, estimulaba la consolidación de instituciones culturales y educativas

vernáculas y la formación de élites autóctonas. Este proceso fue, sobre todo, muy

sensible entre los pequeños grupos nacionales los cuales, en los inicios de la época

soviética, se encontraban en una situación de atraso en lo que respecta a la

representación y desarrollo de sus valores e institucionales nacionales.

Esta situación llevó a que se consolidara una autoconciencia nacional que, para

su realización sólo necesitaba la construcción de una estructura estatal soberana que

le fuera propia y que estimulara el ulterior desarrollo de su singularidad. Esto

facilitó la convergencia entre el discurso promovido por las elites con la

identificación étnica nacional de la población. De este modo, el “nacionalismo

inverso” que debía el poder a la fidelidad al centro fue sustituido por unos

nacionalismos regionales, cuyos poderes efectivos emanaban de la capacidad de

movilización popular en torno a consignas nacionalistas, en sustituto de la fidelidad

a la anterior doctrina oficial y al centro.

En este deslizamiento del poder real hacia los barones políticos también

intervinieron varias circunstancias de naturaleza económica. La velocidad con que se

desmoronó la planificación y el debilitamiento de los vínculos entre las unidades

productivas puso en entredicho los intentos de sustituir la coordinación centralizada

por relaciones horizontales. Las grandes dificultades para abastecerse de productos e

insumos básicos para el funcionamiento de la producción condujeron a que en la

mayor parte de las repúblicas se adoptaran medidas proteccionistas unilaterales, se

fijaran elevados precios a los intercambios y se levantaran barreras aduaneras de

diferente índole.

Las relaciones económicas con el exterior desempeñaron igualmente un

significativo papel en esta desvertebración del espacio soviéticos en múltiples

espacios nacionales. Las tres repúblicas eslavas (Rusia, Bielorrusia y Ucrania)

representaban el 95% de las exportaciones y el 90% de las importaciones de la URSS

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2 0 6

(Rusia, el 80% y 70%, respectivamente). Como uno de los objetivos de las reformas

consistía en insertar a la Unión Soviética en los circuitos económicos mundiales, las

elites republicanas comprendieron que la soberanía económica sólo se alcanzaría si

se estimulaban las relaciones directas con el exterior. Los dirigentes locales

procuraron establecer vínculos con el exterior como medio para conseguir divisas,

favorecer la competitividad de las empresas y reducir la dependencia con respecto al

Kremlin. En la práctica esta orientación “exportadora” se tradujo en otro elemento

adicional que minó el espacio económico soviético al desplazar el centro de atención

en dirección a la interpenetración con lo externo.

Otro estímulo al nacionalismo económico provino de la creación de joint ventures

con la participación de capital extranjero. A mediados de 1991, en Rusia se habían

instalado 1500 empresas mixtas, 1000 de las cuales estaban ubicadas en Moscú, en

Estonia 105, en Ucrania 148, en Georgia 61 y en Uzbekistán 24I7K. La localización de

estas empresas demuestra la situación favorable que tenían las repúblicas

occidentales. No fue casualidad que el nacionalismo económico fuera más fuerte en

esta región. Mediante la intensificación de los vínculos con Occidente, los dirigentes

de estas repúblicas esperaban atraer más inversión extranjera y con ello alcanzar un

mayor desarrollo, acelerar la modernización de los circuitos económicos,

incrementar la independencia con respecto al Kremlin y favorecer una inserción más

participativa en los flujos transnacionales europeos.

En sí, los vínculos económicos externos debían demostrar las ventajas de una

economía independiente. Si bien estas relaciones con el extranjero tuvieron un escaso

desarrollo, desempeñaron un papel importante en la toma de conciencia en torno a

la independencia económica y estimularon a las elites a introducir planes de

desarrollo diferenciados. Así, por ejemplo, las autoridades de Kazajstán procuraron

buscar socios alternativos e intentaron convertir 176 ei modelo de Corea del Sur en su

referente, lo que debía permitir conservar un férreo control estatal sobre aquellas

áreas de la economía consideradas estratégicas para el desarrollo. Además, las

autoridades kazajas propiciaron el desarrollo de vínculos con países asiáticos con el

fin de fortalecer la solidaridad asiática, contrabalancear el peso del FMI y de los

países occidentales y captar recursos para la industrialización del país.

Las repúblicas localizadas en la parte occidental de la Unión Soviética, por su

176 Le Monde, 31 de agosto de 1991.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

207

parte, intentaron intensificar los vínculos y acercarse a los países occidentales en la

obtención de créditos, tecnología y facilidades para el ingreso a los mercados

europeos occidentales. En síntesis, de modo paulatino, las elites republicanas

dejaron de mirar hacia el espacio soviético y se preocuparon por consolidar los

vínculos con países extranjeros, desagregando aún más el ya débil espacio

económico soviético.

El golpe de Estado de agosto de 1991 aceleró la desintegración de la URSS. En

1990 ya se había proclamado la soberanía de la república rusa y el 12 de junio de 1991

se llevó a cabo la primera elección presidencial por voto universal y secreto, en la

cual Boris Yeltsin resultó vencedor al totalizar el 54% de la intención del voto. El

hecho de que Yeltsin, quien era sólo la máxima autoridad en una de las quince

repúblicas, tomara la iniciativa de organizar la resistencia y acabara con los

golpistas, dio una clara preeminencia a Rusia en el restablecimiento de la

institucionalidad soviética. El activismo político de Yeltsin fue interpretado por

varios líderes republicanos como una manifestación del resurgimiento de un

nacionalismo ruso en las instituciones estatales centrales. Se temía que Rusia pudiera

expresar nuevamente una voluntad imperial y utilizara su ascendencia sobre el

Estado central para emprender la “rusificación” de la Unión Soviética y de todos sus

Estados republicanos.

Las reacciones no tardaron en llegar. Ucrania declaró su soberanía e inde-

pendencia. Los gobiernos de Asia Central, por motivos distintos, como era impedir

que el radicalismo del Moscú y sobre todo la suspensión del Partido Comunista,

tuviera aplicabilidad en sus respectivos territorios, se declararon soberanos y

después independientes.

El epílogo soviético fue curioso, además de vertiginoso. Debido a las veleidades

independistas de la mayor parte de las repúblicas, Yeltsin convocó a una

H U G O F A Z I O V E N G O A

2 0 8

reunión de los jefes de Estado de Rusia, Ucrania y Bielarus, en la cual declararon

disuelta la URSS y en su reemplazo constituyeron una Comunidad de Estados

Eslavos, a la que invitaron a ingresar a las restantes repúblicas. El 21 de diciembre,

en Alma-Ata, capital de Kazajstán, se reunieron los jefes de Estado y de gobierno de

11 de las 15 repúblicas (no participaron Letonia, Lituania, Estonia y Georgia) y

crearon la Comunidad o mancomunidad (sodrúzhestvo) de Estados Independientes,

CEI. El 25 de diciembre de 1991, Gorbachov firmó el decreto que declaraba disuelta

la URSS, se arrió para siempre la bandera soviética y en su lugar se izó la de Rusia.

En síntesis, los acontecimientos en el país de los Soviets durante el mandato de

Gorbachov tomaron un rumbo diferente al esperado. Si uno se limita a comparar los

fines propuestos con los objetivos alcanzados, se evidencia claramente la falta de

comprensión de los procesos subterráneos que mantenían y también de aquellos que

estaban alterando la estructura de la sociedad soviética. Por ello, en lugar de ser su

reformador, de hecho, Gorbachov, por una astucia de la historia, se convirtió en su

sepulturero: las pretendidas transformaciones tomaron un giro completamente

inesperado. En un comienzo la nueva elite reformista en el poder había pretendido

reformar, o mejor dicho reestructurar económicamente el sistema y al fin terminaron

transitando hacia el capitalismo. Después quisieron modernizar la estructura

política por medio de la ampliación de la participación ciudadana y finalmente sólo

lograron polarizar la sociedad, liberar fuerzas centrífugas portadoras de otras

finalidades y destruir la organización estatal y partidaria, pilar, este último, sobre el

cual se erigía la primera. Paralelamente intentaron consolidar una nueva manera de

vincularse con el mundo para reducir las tensiones que estaba generando la segunda

ola de la guerra fría y racionalizar los vínculos internacionales e inesperadamente

perdieron por completo el control de la situación e incluso los atributos que

elevaban a la Unión Soviética al rango de potencia mundial. Por último, impulsados

por los acontecimientos desearon recomponer los vínculos con las minorías

nacionales y terminaron declarando disuelta la Unión Soviética.

El desarrollo inesperado de los acontecimientos radicó en que la calidad de las

reformas propuestas no correspondía con la naturaleza del país real ni con la

condición de adaptabilidad al mundo de la URSS. Sin duda, se desconocían

múltiples facetas como resultado del maniqueísmo con que tradicionalmente se

había interpretado la realidad socialista. No se tenía un cabal conocimiento

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209

de cuál era el verdadero punto de partida, cuáles podrían ser las situaciones que

engendraría la puesta en marcha de los nuevos procesos, y obviamente tampoco

pudieron prever cuáles serían los agentes del cambio y menos aún los desenlaces.

Pero la dinámica soviética en esos años representa un gran interés porque nos

muestra otra faceta del problema: Rusia siempre se ha debatido en medio de una

profunda tensión que consiste entre ser parte de Occidente o de Oriente, o una

síntesis particular de ambos. Las reformas propuestas eran parte de la gran filosofía

que ya en aquel entonces acompañaba a la globalización. Gorbachov, con sus

estrategias de convergencia, se proponía la Unión Soviética volviera a ser parte de la

comunidad mundial, que participara de sus flujos transnacionales, que interiorizara

sus disímiles espacios de funcionamiento, en síntesis, que se incorporara a sus redes

de interpenetración. Esto explica porque las autoridades soviéticas proclamaron

reiteradamente que la Unión Soviética debía abandonar su posición de exterioridad

y asumir la completa interiorización de su país en el sistema mundial, lo que pasaba

por abandonar la política exterior como una expresión de la lucha de clases.

Sin embargo, lo que este curioso desenlace demostró es que la globalización no

puede interpretarse como un recetario que pueda aplicarse indiscriminadamente,

sino que consiste en una compleja búsqueda de mecanismos y situaciones que

armonicen el “ser” nacional, con todo lo positivo y negativo que pueda haber, con la

inserción en circuitos globalizantes, pues la globalización no constituye algo externo

a las sociedades sino que es un conjunto de situaciones que trascienden fronteras y

acoplan las distintas comunidades humanas en inéditas redes de compenetración. La

globalización en la medida en que exacerban los factores de competitividad entre los

sistemas sociales develó pro vez primera la intimidad de la sociedad soviética y

destapó sus innumerables disfuncionalidades.

Aunque probablemente el sistema era completamente inviable, uno de los

principales errores en que incurrieron los últimos reformistas soviéticos consistió en

el desconocimiento de esta realidad y en la falsa creencia de que la modernización

consistía simplemente en poner el país a tono con las normas prevalecientes en el

escenario global, sin detenerse a pensar como debía expresarse este complejo

fenómeno en la realidad concreta de la Unión Soviética.

No obstante ello, la situación soviética presenta una inmensa paradoja para el

mundo en su conjunto: si el fallido reformismo globalizante gorbachoviano no

permitió conservar la Unión Soviética, difícil es encontrar otros acontecimientos

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2 1 0

recientes que hayan contribuido más a la universalización de las tendencias

globalizadoras a escala planetaria que la desintegración de la URSS y la caída del

muro de Berlín, esta última propiciada en buena parte por la aplicación de esta

filosofía modernizante a los países “aliados” del campo socialista. El

desmoronamiento de la Unión Soviética acabó con la principal potencia contestataria

que tenía el sistema capitalista mundial, amplió las fronteras de la economía mundial

y de la acumulación mundial de capital177, legitimó la puesta en marcha de reformas

inspiradas en la economía de mercado, puso término al principal modelo de

sociedad competitivo con el capitalismo y desvirtuó la naturaleza de los discursos

alternativos, incluso los provenientes de la tradición socialdemócrata que también,

en parte a partir de este acontecimiento, se vieron impelidos a acelerar la búsqueda

de nuevas creencias y referentes doctrinarios.

En este sentido, uno de los grandes “aportes” de la desintegración de la URSS al

mundo ha consistido en redimensionar el despliegue de las tendencias

globalizadoras, y sobre todo a raíz de la velocidad con que se produjeron estos

acontecimientos que terminaron llevándose por delante a la otrora superpotencia, se

le dio consistencia al imaginario de que en el presente se ha producido una

aceleración de la historia, se ha alterado la relación entre el tiempo y el calendario y

que se está frente a una fuerza irresistible, cuya razón de ser y direccionalidad, ya

nadie puede detener ni oponer.

La Federación Rusa: el dilema de la identidad, el Estado y la

globalización

La desaparición de la Unión Soviética marcó un nuevo hito en la prolongada

historia europea. Ya el fin de la Segunda Guerra Mundial había señalado el ocaso de

Europa en su calidad de eje de la historia universal y posteriormente mundial. El fin

de la guerra fría, por su parte, augura el advenimiento de una nueva época, la cual se

caracteriza porque el mundo ha ingresado en una era poseuropea. Esta es, como

señala Therborn178, una época en la que el mundo

177 David Harvey, El nuevo imperialismo, Madrid, Akal, 2004, p. 119. 178 Goran Therborn, op cit., p. 3.

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211

ya no está dominado por la tecnología europea, el poder europeo o los conflictos

europeos, como las “guerras mundiales” y la guerra fría. Para el caso particular que

nos interesa, la reconstrucción de la nueva Rusia se ha desenvuelto dentro de un

escenario muy diferente a las distintas fases por las que transcurrió este país a lo

largo del siglo XX. El actual es un mundo mucho más plural, que cuenta con la

participación activa de múltiples actores, varios de ellos extraeuropeos, y con

dinámicas que inducen a una confluencia de distintas temporalidades, las cuales

entran en resonancia. En medio de este complejo panorama mundial Rusia ha

debido afrontar cuatro tipos de problemas.

El primero consiste en que para la opinión pública internacional era obvio y

natural que la nueva Rusia -o Federación Rusa, como se llama oficialmente desde el

16 de marzo de 1992— se transformara en la heredera principal de la Unión

Soviética. Su tamaño, riqueza, importancia y el deseo de afinidad con los países

desarrollados bastaban para garantizar que ocupara el lugar de la Unión Soviética en

las Naciones Unidas y en el Consejo de Seguridad, tomara posesión de las

embajadas y demás representaciones soviéticas en el exterior, se beneficiara del

apoyo y del reconocimiento que la comunidad internacional antes le prodigaba a la

URSS, controlara el armamento nuclear y estratégico de la extinta Unión Soviética,

dirigiera la mayor parte de los ejércitos de la CEI, ejerciera una poderosa influencia

en el ritmo de las reformas entre los países nacidos de la otrora superpotencia y

asumiera todos los derechos y responsabilidades internacionales de la antigua

potencia.

Para los rusos, la filiación y proyección histórica entre Rusia y la Unión Soviética

no ha sido tan evidente. En varios sentidos, la Federación Rusa es un Estado

completamente nuevo, que se distingue de su antecesor en aspectos fundamentales.

Primero, se diferencia por el régimen territorial y nacional. El espacio soviético se

atomizó y de sus cenizas nacieron quince nuevos Estados, los cuales se han repartido

la totalidad de bienes de la extinta potencia. Segundo, las prioridades del país son

otras. Rusia carece de los sistemas de alianza y de los espacios de dominación sobre

los cuales se construyó el poderío y el estatus internacional de la Unión Soviética.

Tiene una gravitación externa diferente ya que el punto nodal de su actividad

internacional se orienta a construir fuertes vínculos con las naciones desarrolladas y

sus preocupaciones habituales se focalizan en relación con los antiguos países

soviéticos, es decir, su extranjero cercano. Por último, se diferencia por el estado

psicológico de los

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2 1 2

dirigentes y de la sociedad. No puede ser la continuación temporal de la antigua

superpotencia porque ese es efectivamente el pasado que se desea borrar.

Podemos preguntarnos entonces csi Rusia no es la prolongación histórica de la

Unión Soviética, su actual identidad se puede derivar de la antigua Rusia zarista? La

respuesta tampoco es tan evidente. El intervalo soviético no transcurrió en balde.

Durante estos setenta años, se produjeron cambios significativos -v. gr., la

industrialización, la urbanización, una profunda revolución cultural, etc.- que

introdujeron profundas transformaciones en la mentalidad colectiva del pueblo ruso.

Además, extrapolar una identidad de un pasado remoto es complicado porque, entre

otras cosas, el territorio del antiguo imperio autocrático no corresponde con las

fronteras de la Federación Rusa. Lo que caracterizaba a la Rusia zarista y que suscitó

la admiración de los geopolíticos de inicios del siglo XX fue el hecho de ser un

organismos en constante expansión que logró abarcar y dominar el corazón del

continente euroasiático.

Si observamos un mapa actual, veremos que la actual Rusia dista mucho de ello.

No sólo se ha visto privada de territorios que pertenecían a la antigua potencia

imperial, sino que ha quedado confinada en la región nororiental del continente

euroasiático. La Rusia zarista tuvo como una de sus principales características

proyectar sus ambiciones geopolíticas hacia el corazón del continente europeo. La

Federación Rusa se encuentra desconectada del resto de Europa porque se

interponen dos cinturones de países que antes le pertenecían o que hacían parte de

su glacis: la Europa Centro Oriental y las repúblicas occidentales de la antigua Unión

Soviética: Bielarus, Estonia, Letonia, Lituania, Moldova, Ucrania y las tres repúblicas

del Báltico, o sea, Estonia, Lituania y Letonia.

La actual Rusia también se ha replegado del Cáucaso, región histórica por

excelencia. En esta región no sólo han aparecido nuevos Estados, también otros

actores regionales (Irán, Turquía y más recientemente Estados Unidos) han intentado

llenar el vacío que ha dejado el repliegue de Moscú.

En Asia Central, por último, la región natural que comunicaba a Rusia con China

e India, surgió una serie de Estados-Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán,

Tadzhikistán y Kirguistán-, los cuales, si bien no se han apartado completamente de

Rusia, sí han pretendido negociar la presencia de Moscú en la región.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

213

Si difícilmente se puede sostener que la Federación Rusa sea la continuidad

histórica de la Unión Soviética o de la Rusia zarista, entonces ¿qué es la Federación

Rusa? y ¿quiénes son los rusos en la actualidad? Las preguntas siguen abiertas. Sólo

podemos brindar algunas aproximaciones. Se puede afirmar que Rusia fue quién

más perdió con la disolución de la URSS, porque quedó privada de buena parte de

su identidad. Ucranianos, modazos, bielorrusos, etc., se ha propuesto la tarea de

crear sus propios Estados y pretenden proyectarse históricamente como nación. Para

afirmar su identidad han recurrido a la oposición a Rusia.

Los dirigentes rusos no pueden recurrir a un procedimiento similar que le de

contenido a su identidad, porque, además de no tener a quién oponerse, han

deseado convertir a su país en el eje consensual de los antiguos Estados soviéticos.

Solamente podrían recurrir al viejo arsenal del eslavismo, pero como esta es una

concepción por naturaleza antioccidental, se contradiría con la esencial de la política

de reformas que pretende precisamente occidentalizar el país.

En contra del resurgimiento de una identidad rusa intervienen también las

experiencias administrativas del pasado soviético. La sobredimensión de este país en

los marcos del sistema socialista y el temor que suscitaba la emergencia del

nacionalismo ruso que podía diluir el referente soviético y alterar la esencia del

modelo, llevó a los dirigentes comunistas a impedir que Rusia tuviese sus órganos

de representación y de defensa de los intereses nacionales. El mimetismo con lo

soviético introdujo asimismo una diferencia de fondo entre los rusos y las demás

nacionalidades: mientras estas últimas durante años tuvieron la posibilidad de

expandir su cultura y afirmar su identidad nacional, Rusia quedó asimilada a lo

soviético y perdió importantes atributos de su identidad.

Desde el punto de vista administrativo, Rusia se encuentra también en una

posición de mayor debilidad que la mayoría de los antiguos Estados soviéticos

porque está organizada como una matriochka (muñeca rusa) federal. Su territorio se

encuentra subdividido en repúblicas, regiones y comarcas, que se sobreponen a

veces las unas a las otras, para representar a las innumerables minorías nacionales

que viven en el país. Este carácter multiétnico del Estado introduce un elemento

adicional que hace más compleja la determinación de la identidad rusa porque

también estas nacionalidades tuvieron, durante el período soviético, la posibilidad

de consolidar su singularidad como pueblo a través de la difusión de la cultura, la

educación, la formación de cuadros y la creación de sus propias instituciones. Es

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2 1 4

decir, mientras que la amplia mayoría de la población rusa no dispuso de

condiciones para fortalecer su sentimiento nacional durante setenta años, las

minorías nacionales que habitan dentro de Rusia pudieron expandir su identidad.

En el contexto de la posguerra fría este escenario se ha tornado más complejo en la

medida en que la pluralización del mundo y la emergencia de otras regiones del

planeta como actores globales ha intensificado los referentes nacionales de los

pueblos no rusos, lo cual ha desequilibrado aún más las relaciones entre los rusos y

sus minorías. Esto, además de la geopolítica petrolera, es lo que explica la gravedad

que para Rusia representa Chechenia.

Todos estos elementos nos permiten sostener que Rusia no es una nación. Eue,

ante todo, una construcción a partir del Estado zarista que, en su proceso de

expansión, designó como rusos a todos sus súbditos. En otros planos, la singularidad

rusa era la pretensión a la universalidad religiosa (Moscú como Tercera Roma),

cultural, fenómeno que alcanzó obviamente su máxima expresión en las

manifestaciones artísticas y culturales de finales del siglo XIX, y en las políticas

promovidas por el Estado soviético. Nada de esto puede tener sentido en las

condiciones actuales.

Más que la pertenencia étnica, lo que caracterizaba antiguamente a los rusos era

el hecho de ser súbditos del zar y fieles a la Iglesia ortodoxa179. Esta ambigüedad de

la pertenencia rusa en relación con la autoridad y la etnia se puede ilustrar si

observamos las nociones que se empleaban para designar a los rusos: russki alude a

la persona que habla ruso y se utiliza para diferenciarlo de los otros pueblos, como

los chechenos, alemanes, judíos, etc. En cambio, rossianin, de donde se desglosa el

adjetivo rossiiski, denota la pertenencia al imperio ruso y la fidelidad al zar.

Precisamente este adjetivo se utiliza con relación a la Federación Rusa (Rosstskaya

Federatsia). Es decir, así como antes, el término que se emplea actualmente no alude a

una etnia ni a un conglomerado de personas que tendrían características comunes,

sino que es principalmente la referencia a un

179 Al respecto, el destacado historiador Marc Ferro, escribió: “Señalemos que el debate sobre la

identidad rusa ha excluido siempre una concepción étnica de la nación. Incluso en tiempos de la rusificación, bajo Alejandro III y Nicolás II, el objetivo principal era la lucha contra el clero católico en Polonia o protestante en los países bálticos y en Finlandia, donde la iglesia temía el proselitismo. La ortodoxia que se encontraba en el corazón de la identidad era la que había que proteger”. “L’introuvable place en Europe” en Le Monde Diplomatique, París, octubre de 1993.

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215

Estado que abarca un territorio. Es, en este sentido, que puede decirse que, en la

actualidad, al igual que en el pasado, no es la nación quien construye su Estado, sino

el Estado es el que delimita formalmente la nación180.

Incluso podría decirse que existen grandes diferencias de representación en la

memoria colectiva de lo que se entiende por Rusia. Mientras que una persona

urbana la asocia -aun cuando no lo quiera- con el pasado soviético y con los valores

culturales modernos, un campesino del sur, o mejor dicho un cosaco, considera que

la genuina Rusia es la imperial y ortodoxa. Esta división ha correspondido, y esto no

ha sido gratuito, con la actitud de la población en torno al tema que representa de la

disolución de la Unión Soviética: las personas urbanas han sido más proclives a

aceptar la desintegración de la Unión Soviética, mientras que para los cosacos ha

sido una traición a la “madrecita Rusia”. Esta idea de construir una Rusia similar a la

imperial fue lo que motivó a los cosacos a crear destacamentos armados para

defender a los rusos de Moldova en los primeros años postsoviéticos y ha sido la

bandera que han desplegado los sectores ultranacionalistas para convertirse en una

alternativa de poder.

El segundo elemento, derivado en parte del anterior, es que, desde el punto de

vista de las instituciones, dado el mimetismo con lo soviético y la subrepresentación

de sus mecanismos identitarios nacionales, Rusia no heredó de la Unión Soviética

una entidad política sino simplemente un sistema administrativo. El primer síntoma

de la creación de la nueva unidad política se produjo con la elección de Boris Yeltsin,

proceso que todavía con Putin sigue su curso.

Este problema se ha convertido en una preocupación central porque la tradición

rusa demuestra que cuando el Estado y los líderes son fuertes, así no sean

democráticos, son respetados; pero cuando no tienen autoridad, reina la “anarquía”.

En Rusia el sistema político se ha articulado con base en la identificación directa

entre el líder y las masas soslayando otros tipos de referentes. La personificación de

la política (Yeltsin, Putin, etc.), rasgo característico de la cultura política rusa desde

los zares, pasando por Lenin, Stalin, Jruschov, es un vector que “delega” la

“representación” y realiza la “participación” de la sociedad a través del máximo

líder. Los partidos, a pesar de su proliferación y de

180 Maric Medras, L’Etat en Russie, Bruselas, Complexcs, 1994, p. 28.

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2 1 6

que cubren una amplia gama de temas y objetivos, no han logrado constituirse en

instancias representativas de determinados intereses para organizar y canalizar las

demandas sociales y vehicularlas hacia el alto poder. En otras palabras, con la sola

excepción del líder, el sistema político es errático, se encuentra divorciado de la

sociedad y su única referencia es el control estatal para realizar determinados

intereses.

Si esta ha sido una tendencia histórica, la Federación Rusa comporta una

especificidad propia. Como resultado de la modernización soviética se expandieron

las capas medias, las cuales actualmente son portadoras de una individualidad,

embrión de una sociedad civil. Sin embargo, para la abrumadora mayoría de la

sociedad, las tradiciones siguen siendo el crisol a través del cual se observa la

política.

Esta característica de la vida política rusa tiene serias implicaciones prácticas y

constituye uno de los rasgos genéricos de la representación política del país. La

construcción democrática más que una propuesta impulsada y realizada desde y por

la sociedad, es una actividad desplegada por el poder político. Esto introduce serias

limitaciones a la cobertura y a la viabilidad misma de un sistema democrático de tipo

occidental.

De otra parte, la delegación de la participación en el líder y la estrechez de las

prácticas democráticas inducen a una sobre representación del Estado con relación a

la sociedad. Aun cuando el actual Estado ruso siga mostrando síntomas de

debilidad, es omnipotente frente al conjunto de la sociedad, porque son escasos los

conductos a través de los cuales la sociedad se moviliza en torno al líder y realiza la

política. En la época comunista existían instituciones de socialización que

materializaba el poder del Estado (Partido Comunista, fuerzas armadas, sindicatos,

etc.) y que eran, al mismo tiempo, conductos mediante los cuales la sociedad

“participaba” en la alta política.

Este divorcio institucional le confiere una gran autonomía al líder, como quedó

demostrado en el referéndum celebrado en marzo de 1993, cuando la población le

dio un respaldo mayoritario a B. Yeltsin o con la reciente reelección de Putin, no

obstante, sus prácticas poco democráticas. Si bien esta delegación es muy importante

para la realización de las reformas, puede presentar-

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217

se el caso, por la carencia de vínculos institucionales con la sociedad, de que se

sustraiga ese apoyo y el presidente tenga que recurrir a métodos autoritarios.

La confianza en el líder, la personificación de la política y del Estado, la escasa

participación ciudadana en la construcción de la nueva sociedad, su relativa

indiferencia en los momentos en que se han jugado los destinos del país no significa

que la sociedad civil sea amorfa o frágil. Es más bien el reflejo de un continuismo

histórico de las formas de expresión política y del escaso arraigo de los partidos y de

las experiencias de movilización social.

En la etapa postsoviética, la separación entre el mundo de la política y de la

sociedad también se ha agudizado porque se persiguen objetivos disímiles: mientras

los primeros tienen como preocupación central la construcción de una

institucionalidad que garantice la realización de las reformas, la segunda se ha

interesado más por su difícil cotidianidad. Las preocupaciones diarias se encuentran

divorciadas de la vida pública y el ciudadano no ve la realización de sus intereses a

través de la participación política. Esta bifurcación de intereses sustenta la sospecha

sobre los partidos políticos y da lugar a que se yuxtapongan dos disímiles esferas de

motivaciones, intereses e inclusive de actores.

Si bien la amorfa relación entre la sociedad y el Estado es la característica

principal del sistema político ruso, que a su vez determina el escaso desarrollo que

ha tenido el régimen político, otros factores ayudan a explicar estas particularidades.

Se expresa una cierta indiferencia frente al derecho por su impotencia frente a la

expansión generalizada de la corrupción, de las mafias, de la anarquía, y de la

incapacidad del Estado para reconstruir un contrato social que regule las relaciones,

solucione las diferencias entre el centro y las regiones y brinde bienestar y

prosperidad a los ciudadanos.

En segundo lugar, la inexistencia de sistemas desarrollados y redes de expresión

y canalización de las demandas sociales impide que se cristalice una convergencia

entre lo social y lo político. Los resabios autoritarios y personalistas de los partidos

dificulta la consolidación de un sistema moderno de organización y representación.

H U G O F A Z I O V E N G O A

2 1 8

En tercer lugar, la disolución del espacio político soviético y la atomización del

poder central en las instancias regionales y locales ha fragmentado la identidad

política lo que introduce dificultades adiciones a la realización de los intereses.

Además, de las organizaciones políticas con proyección nacional, han surgido otras

con competencias regionales y locales que se sobreponen las unas a las otras. El

ciudadano se encuentra desorientado y cultiva la indiferencia frente a la política.

Por último, la inexistencia de un Estado de derecho estable, las múltiples fuentes

de poder que en la práctica equivalen a una ausencia de poder real y la intolerancia

hacia los otros dificultan la adaptación de los partidos e impiden que se consolide

una cultura política que pueda servir de fundamento para la estabilidad

democrática.

El tercer elemento consiste en que ha sido tortuoso en Rusia el proceso de

construcción de una clase gobernante. En ella participan diferentes segmentos. Parte

importante de la intelectualidad urbana. Los nuevos ricos o la naciente clase

capitalista, sector que emergió en las entrañas del régimen soviético y que se

benefició de la parálisis de la economía en la época gorbachoviana para enriquecerse.

Las diversas vertientes del anterior aparato administrativo: los directores de

empresas. Las nomenklaturas regionales y locales, o sea, los viejos cuadros

comunistas miembros de los soviets o de los ejecutivos a nivel local y regional. La

identificación de este último grupo con el radicalismo demócrata obedeció a que

compartía el interés del debilitamiento del Estado central soviético, porque ello

reafirmaba la descentralización de facto y aumentaba sus cuotas de poder.

Esta heterogénea coalición en el poder ha sido muy frágil debido a la diversidad

de intereses que coexisten en su interior. A comienzos de 1992, se produjo la primera

fisura que desdibujó su composición. Un sector muy representativo de los

intelectuales y de la clase política se desvinculó del núcleo dirigente porque no

compartía muchas de las orientaciones del presidente. En particular, el debate

“democracia-autoritarismo” suscitó serias dudas y existían grandes diferencias sobre

la manera como debía configurarse el nuevo Estado ruso. Se le criticó a Yeltsin el

personalismo en la conducción del país y se discrepaba acerca de la manera como

debían realizarse las reformas.

R U S I A E N E L L A R G O S I G L O X X

219

Tras este quiebre, la clase dirigente fue nuevamente reconstruida. La gravedad

de la crisis económica sirvió de consenso para recomponer la alianza. Su núcleo

quedó conformado por los nuevos ricos, los directores de las empresas estatales y la

nomenklatura regional, a los que se sumó un sector tecnocrático que tenía que darle

contenido a la alianza e impulsar una política real de reformas. Este último estaba

conformado por numerosos jóvenes economistas, hijos de importantes miembros de

la vieja clase dirigente, que habían estudiado en Estados Unidos o en Europa

Occidental en las décadas de los setenta y ochenta para conocer las virtudes del

monetarismo. Este sector tenía un programa de reformas muy radical inspirado en

las recomendaciones del FMI.

Al igual que la anterior, esta coalición fue poco duradera. De acuerdo con el

cronograma de las reformas y las sugerencias de las instituciones financieras

multilaterales, la estabilidad de la economía rusa pasaba por el desmonte del poder

estatal. Se debían ejecutar cambios estructurales: reducción de los servicios públicos,

disminución del presupuesto social, cierre de los sectores no competitivos o no

rentables, etc. Para hacer realidad estos objetivos era imprescindible iniciar un

rápido proceso de privatización de las industrias, de la agricultura y de los servicios.

Pero, ca quién pasaría el control de las empresas privatizadas? Este asunto se

convirtió en la manzana de la discordia en el seno de la clase gobernante. De la

manera como se resolviera este problema dependería que sector conformaría el

núcleo de la clase dirigente. El sector tecnocrático propuso un programa de

privatización inmediata de las empresas. La propuesta preveía el desmonte de las

subvenciones estatales y la transferencia de las empresas a particulares nacionales o

extranjeros. Tal política debía favorecer al sector capitalista, dado que los nuevos

ricos eran los únicos que disponían de recursos financieros y tenían los contactos

necesarios para obtener créditos para adquirir las empresas.

Ante esta iniciativa, el Parlamento, donde estaban fuertemente representados los

directores de empresas y los administradores locales, reaccionó de inmediato. Este

propuso una privatización suave y cerrada, es decir, se basaba en la distribución de

las acciones entre los colectivos laborales, lo que permitiría a los directores de las

empresas ser elegidos por los colectivos de accionistas, controlar el paquete

accionario principal y evitar la intromisión de los capitalistas privados.

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2 2 0

Frente a la política de privatización promovida por el Ejecutivo también

reaccionaron los líderes locales y regionales. De hecho desde 1991 las empresas

estatales ubicadas en las repúblicas y regiones habían pasado en la práctica bajo

jurisdicción del poder regional. Una privatización hubiera significado una pérdida

de una importante fuente de ingresos y una reducción del poder negociador con la

administración central.

A partir de estas coordenadas descolló la pugna entre el parlamento y el

ejecutivo que culminó con el bombardeo del primero a finales de 1993. Poste-

riormente, el 5 de noviembre Yeltsin publicó el proyecto constitucional el cual fue

ratificado en las urnas los días 11 y 12 de noviembre. Sus rasgos más distintivos son

el reconocimiento de la propiedad privada, el predominio del presidente sobre el

parlamento y de las instituciones federales sobre los órganos federados. La noción de

soberanía para los sujetos de la Federación fue eliminada. El jefe del Estado, elegido

por 4 años, concentra la dirección de las fuerzas armadas, el diseño de la política

interior y exterior, arbitra las relaciones entre los poderes, presenta la parlamento los

candidatos a primer ministro, el procurador y el presidente del Banco Central,

preside los consejos de seguridad y de ministros, puede presentar leyes, decretar el

estado de guerra y de emergencia, disolver la Duma, convocar a nuevas elecciones,

nombrar y destituir al comandante de las fuerzas armadas y designa a los

representantes diplomáticos de la Federación. Además se especifica que son

facultades exclusivas de la Federación la propiedad del Estado, las reglas del

mercado único, las políticas financieras, monetarias y aduaneras, la emisión de la

moneda, el presupuesto federal, las relaciones económicas exteriores, las redes

energéticas, la industria electro nuclear, los materiales nucleares, los transportes, las

telecomunicaciones y el espacio.

Este conjunto de medidas sentó las bases para la reconstrucción de un poderoso

Estado. Al igual que en el pasado, el Estado es el garante para proponer y desarrollar

las políticas de cambio. En este sentido, la Rusia actual se encuentra más cercana de

la tradición rusa que del modelo occidental que presuntamente pretende encarnar.

La gran paradoja consiste en que, para introducir las transformaciones que

occidentalicen el país, las autoridades han tenido que recurrir a medidas que se

inscriben en la tradición rusa muy semejantes a que promovieron algunos zares e

inclusive el mismo Stalin.

De otra parte, la resolución del conflicto con el Legislativo hizo posible el diseño

de una nueva configuración de fuerzas en torno a la propiedad y el poder. La

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221

eliminación de los últimos obstáculos a la privatización permitió que las empresas

pasaran a los nuevos ricos, de donde ha surgido una clase dominante la cual ha

comenzado a regir los destinos del país.

El cuarto y último elemento característico de la Rusia postsoviética consistió en la

creación de condiciones de adaptabilidad con los circuitos transnacionales. El énfasis

de los gobernantes de la Rusia independiente para insertar al país en los flujos

transnacionales y en los circuitos globalizantes los llevó a la aplicación de un

programa de reconversión económica que se apoyaba en cinco estrategias de

reformas interconectadas entre si. La primera se centraba en la puesta en marcha de

las políticas de estabilización, es decir, la aplicación de una severa restricción

presupuestal y monetaria para frenar la inflación y reducir el déficit fiscal, equilibrar

la balanza comercial y de cuentas corrientes. La segunda consistió en la

liberalización, o sea, el establecimiento de la libertad de precios, la supresión del

exceso de liquidez monetaria en circulación, la eliminación de la fijación estatal de

los intereses, la convertibilidad de la moneda y la desregulación del otrora

completamente rígido mercado de trabajo. La tercera estrategia fue la promoción de

políticas de privatización que radicaron en la creación de un sector empresarial

privado, la transformación de las empresas estatales industriales, agrícolas y de

servicios en joinstock companies y la eliminación de las empresas consideradas como

poco o nada rentables. La cuarta se centró en temas institucionales y consistió en la

introducción de reformas a la Constitución, en el sistema legal, en la administración

fiscal y en el sector bancario, todas estas medidas estaban encaminadas a favorecer la

creación de una economía de mercado. Por último, se implemento la apertura de la

economía rusa para atraer capitales internacionales y para introducir la competencia

entre las firmas rusas y las extranjeras, lo que debía traducirse en un desarrollo de las

“ventajas comparativas”, en un aumento de la productividad y en una plena

inserción de la economía rusa en los circuitos económicos mundiales.

Esta terapia, o mejor dicho, esta “cirugía” que finalmente se convirtió en un shock

sin terapia, creó una situación diferente a la esperada. La primera medida adoptada

el 2 de enero de 1992, cuando recién Rusia debutaba como Estado independiente,

consistió en la liberalización de los precios. Con esta decisión las autoridades se

proponían crear un equilibrio real entre la oferta y la

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2 2 2

demanda, corregir los desajustes en las relaciones entre ingresos y gastos, recuperar

las funciones económicas de la moneda e impulsar la formación de un sistema

financiero. En términos estrictamente económicos, la liberalización de los precios

tuvo efectos totalmente opuestos a los esperados porque las capacidades

productivas se desplomaron, las finanzas escaparon a todo control y la vinculación

con el mercado exterior se debilitó. La veloz caída de la producción industrial y de

los productos que tradicionalmente se destinaban al mercado externo estranguló la

actividad exportadora cuando la propensión a importar aumentaba. Esto originó un

enorme déficit de la balanza comercial y se convirtió en un problema muy agudo

porque el aumento de las capacidades exportadoras debía, en el diseño de los

estrategas, transformarse en la pieza esencial para obtener divisas convertibles.

Con la completa liberalización de los precios y la hiperinflación que la acompañó

(inflación de más de tres dígitos) se produjo un inmenso desorden monetario y

financiero, círculo vicioso del que Rusia ha tardado más de una década en salir. La

rápida devaluación del rublo se tradujo en un aumento descontrolado de los precios.

Si se buscaba estabilizar la moneda en una atmósfera de descenso de la producción,

se provocó un aumento de las importaciones y la destrucción del maltrecho tejido

productivo. Por esta razón, la circulación monetaria ha escapado a todo control

gubernamental. El trueque se volvió a convertir en una práctica tan corriente en

determinados sectores que los inicios de la monetarización de la economía iniciada

por Gorbachov no eran más que un lejano recuerdo. El trueque se llegó a practicar en

aproximadamente el 70% de los intercambios, dado que ante la penuria financiera

crónica a los empleados se les cancelaban sus salarios con productos de las empresas

y las firmas en ausencia de liquidez intercambiaban sus productos para dotarse así

de los insumos necesarios para seguir funcionando. Estas características de la

economía rusa, que condujeron a una mercantilización primitiva, favorecieron el

surgimiento y la consolidación de una “economía de bazar” que alimenta y se basa

en todo tipo de actividades especulativas. La constante depreciación del rublo y la

dolarización de vastos segmentos de la economía estimularon el saqueo de los

recursos naturales. Corrientemente estos bienes han sido comprados en rublos y

revendidos, mucho más caros, en divisas a compradores occidentales.

De tal suerte que los dos aspectos fundamentales del capitalismo ruso son: de

una parte, la hipermercantilización que se produce en el ámbito especulati-

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223

vo que ha estado acompañada por una descapitalización de las empresas, donde

todo se vende y todo se compra. Esta economía de bazar es un “gran bazar que

provoca un impresionante trasvase de rentas cuyo origen no es la creación de nuevos

excedentes, sino la descapitalización de lo acumulado en períodos anteriores. De este

modo, se produce una fuerte concentración monetaria en manos de aquellos núcleos

reducidos de la población que controlan los principales resortes de la actividad

mercantil”18’.

Por otra parte, de estas actividades especulativas se desprende la precaria base

social para el establecimiento de un capitalismo productivo. El sector mercantil que

se ha nutrido de la “economía de bazar” ha sido el gran beneficiado con la

desarticulación del viejo orden y ha consolidado sus posiciones con la

mercantilización de la economía. Los directores de empresas también se han

favorecido en este período de transición por la libertad para decretar los precios que

ha llevado a muchos a acumular un significativo capital privado (quién se hubiera

imaginado que el principal punto de ventas en el mundo de la Rolls Royce en 1992

fuera su filial moscovita). Además, este sector se ha apropiado de los bienes públicos

en condiciones muy ventajosas. Así, por ejemplo, la empresa petrolera siberiana

Sibneft fue subastada por el Estado en US$ 100 millones y su comprador propuso a

unos inversionistas franceses el 8% de las acciones por un valor de US$ 118 millones.

Por último, existe un pequeño segmento productivo privado dedicado a actividades

productivas. Pero su reducida base de acumulación no les ha permitido ir más allá

de las actividades informales. De no transformarse las relaciones sociales que

beneficien procesos productivos, Rusia difícilmente podrá salir del estado de

mercantilismo productivo en que se encuentra sumergido.

Esto último se ha convertido en una tarea tanto más urgente en la medida en que

el desorden económico, administrativo a lo que se suma la existencia de un precario

Estado de derecho ha posibilitado la consolidación de poderosas redes mafiosas, las

cuales a veces tienen un origen étnico (mafia chechena), territorial (mafia de Kazán),

corporativista (de los antiguos funcionarios del KGB) o económica (del petróleo, de

los metales preciosos). Los representantes del mundo criminal se han infiltrado en

los órganos y en las estructuras de poder del 181

Estado, controlan de hecho secciones enteras de la administración territorial de Rusia

y de amplios sectores de la economía. De acuerdo con información del periódico

181 Enrique Enlazados y Fernández Rafael, La decadencia económica de Rusia, Madrid, Debate, 2002.

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2 2 4

francés Le Monde del 22 de septiembre de 1998, las mafias rusas tenían bajo su control

40 mil sociedades, 550 bancos, entre los cuales se destacaban los diez más

importantes y el 70% de las propiedades estatales que salieron a subasta en la década

de los noventa.

Es decir, en este largo y penoso período de reconstrucción, Rusia no ha podido ni

ha sabido encontrar el camino que la conduzca por la senda de la reconstrucción de

un sistema económico que funcione y satisfaga las apremiantes necesidades del país.

El PIB ha descendido desde 1991 en aproximadamente en un 50%; la tan ansiada

inversión extranjera dista mucho de satisfacer las necesidades del país, ya que

representa un ínfimo porcentaje en comparación con la masiva fuga de capitales; la

reconversión industrial no es más que un anhelado sueño, por cuanto parte

importante de las empresas funcionan de acuerdo con los estándares técnicos y

organizacionales de la época soviética; la normalización económica dista mucho de

la realidad por el generalizado trueque y el déficit fiscal no se ha podido reducir ni

siquiera en los años en que los préstamos de la banca internacional fueron incluidos

en el presupuesto estatal. No es de extrañar que un país de la fragilidad de Rusia se

resienta duramente ante cualquier convulsión que se presente en el escenario

económico mundial como ocurrió efectivamente cuando estalló la crisis financiera

asiática.

En el nuevo siglo la situación rusa no es más diáfana. De una parte, a pesar de

todos los intentos por dotar al aparato central del Estado de un gran poder que linda

a veces con formas refinadas y en otras no tan sutiles de autoritarismo, en Rusia no

se ha logrado construir un Estado de derecho, que goce del monopolio o por lo

menos de una gran ascendencia en la producción de sentido, dilema tanto más

importante cuando uno de los grandes problemas por los que atraviesa el país es la

carencia de una identidad que convoque y aglutine a los ciudadanos. Al igual que en

lo económico, donde ha aparecido una “economía subterránea”, al nivel de la

política también se ha consolidado una “política subterránea”, en la que “los grupos

de presión, legales o ilegales, han acabado por desempeñar un papel mucho más

importante que el correspondiente a parlamentos, partidos o ideologías. En ellos se

han revelado por igual los intereses de unas u otras capas de la nomenklatura de

otrora, los de los industrialistas a menudo presentes en el gobierno, los de los

empresarios de las nuevas hornadas

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225

y los de un aparato presidencial más o menos asentado”l!M. El Estado ha sido de

hecho usurpado por las nuevas oligarquías económicas y políticas a nivel central y

regional y se utiliza para satisfacer determinados intereses y dirimir los problemas

que recurrentemente se presentan en el seno de estas nuevas elites.

En síntesis, las principales características de la Rusia actual se pueden resumir en

los siguientes puntos: una creciente desestatización que, en condiciones de

desorganización de los lazos civilizatorios, ha conducido a una desintegración de los

fundamentos de regulación de la sociedad; una desindustrialización como resultado

del cierre de las empresas no rentables y la intensificación de la exportación de

materias primas; la arcaización de las relaciones sociales que han reforzado la

significación de los vínculos primarios (ciánicos, tribales, étnicos, familiares); la

desintegración de la gran sociedad como producto del debilitamiento de los

mecanismos integradores y la transformación de Rusia en un conglomerado cuyos

elementos se encuentran débilmente vinculados; el reforzamiento de las barreras

sociales debido a la aguda diferenciación de ingresos y de propiedad; la

criminalización de las relaciones como resultado de una masiva anomia y la erosión

de los principios normativos y éticos de regulación socio cultural; por último, el

empeoramiento de la situación ecológica y demográfica en muchas regiones182 183.

Rusia, por lo tanto, no obstante el empeño que ha demostrado, se ha vinculado

torpemente a los circuitos globalizados, pero, sin embargo, los efectos que estos

hacen sentir sobre ella son inmensos. Rusia dista mucho de globalizarse pero las

transformaciones que ha operado en las últimas dos décadas se han convertido en

uno de los más sólidos impulsos para la universalización de la globalización, tal

como se conoce en la actualidad.

Del caso ruso se pueden extraer dos grandes conclusiones: la primera es que la

economía de mercado como mecanismo para adaptar un respectivo espacio nacional

a los circuitos globalizantes puede ser un procedimiento válido para países de

pequeñas dimensiones, que difícilmente pueden resistir una

182 Carlos Taibo, La explosión soviética, Madrid, Espasa, 2000, p. 325. 183 B. C. Erasov, “Nuevas coordenadas de los estudios orientales y de los estudios rusos: cdcl Capital al

criminal?” en W. AA., Globalnoie soobchestvo: novaya sistema koordinat (La Comunidad global: nuevo sistema de coordinación), San Petersburgo, Aleteia, 2000, p. 113.

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2 2 6

desvinculación así sea parcial de los circuiros globalizados. Es más, los pequeños

países viven de modo mucho más intensa la globalización, entendida esta en su

acepción más amplia. Pero en uno de grandes dimensiones en términos de territorio,

población, poder y recursos como Rusia, las variables que intervienen son

evidentemente otras. No sólo un país del tamaño de Rusia tiene que preservar y

fortalecer su mercado interno, lo que implica que su desarrollo tiene que ser

básicamente de tipo autocentrado (v. gr., los Estados Unidos, Brasil, China, India,

Japón, Francia, etc.), tampoco puede pretender de la noche a la mañana desconocer

sus constantes históricas, como, por ejemplo, el papel que tradicionalmente ha

desempeñado el Estado184. Rusia puede pretender crear una economía de mercado,

pero esta es impensable sin un Estado que imponga reglas mínimas y establezca

ciertos mecanismos de regulación.

El gran problema de Rusia no consiste en convertirse en el adalid de la libe-

ralización y la desregulación económica, sino en crear un Estado que se imponga

sobre la anarquía reinante, reconstituya vínculos con la sociedad, recree espacios de

participación, democratice la vida pública y defina una proyecto de globalización

para su país, que le permita convertirse en un actor que de manera creativa asuma la

participación en los distintos circuitos globalizantes. En otras palabras, la gran tarea

consiste en insertar a Rusia en los circuitos globalizados y no que estos

anárquicamente se inserten en Rusia.

La segunda conclusión se refiere a la condición de potencia. Sin duda, Rusia

sigue manteniendo todos los atributos económicos, políticos, humanos y militares

que la ubican en el rango de las potencias. Pero si Rusia pretende convertirse en uno

de los centros de poder a nivel mundial, no puede seguir siendo una potencia

territorial o militar, sino que tiene que transformarse en una potencia global y para

ello, obviamente requiere del diseño de estrategias en ese sentido, estrategias que

quedan intermediadas por la capacidad de esta sociedad para asumir de modo

creativo la globalización. Si no se atacan los problemas fundamentales que afectan la

sociedad rusa y si sigue el desangre del país, Rusia puede no sólo perder su

condición de potencia sino que puede llegar a convertirse en un miembro más del

sur profundo. Si este probablemente no llegue a ser el escenario plausible se debe a

las inmensas riquezas del país que son incalculable-

184 Véase, Moshé Lewin, “La Russie face a son passé soviétique” en Le Monde diplomatique, diciembre de

2001.

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mente atractivas para todas las grandes empresas transnacionales y a que, no

obstante la crisis, Rusia dispone de un capital humano, altamente calificado, recurso

básico, fundamental y decisorio en toda aproximación al tema de la globalización.

Como decía Churchill, Rusia se mantiene todavía como un gran enigma.

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