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REVISTA EUROPEA. NÚM. 4 24 9 DE JULIO DE 1 8 7 6 . AÑO in. LA CATEDRAL DE LEÓN. ii.* NUEVA EDIFICACIÓN POR ALFONSO IX, V VICISITUDES POR LOS VICIOS DE CONSTRUCCIÓN. Estaba para terminar el siglo XII y ocupaban el trono Alfonso IX y su esposa doña Berenguela, cuando el obispo D. Manrique de Lara, de la nobi- lísima casa de los señores de Molina, movido por su propia piedad y acaso también por los edifican- tes ejemplos de los monarcas, concibió y trató de llevar á pronta ejecución el proyecto de !a nueva iglesia' sobre la antigua. La historia no registra el nombre del artista insigne de que se valió para realizar su pensamiento tan esclarecido prelado, tínicamente se sabe que 23 años antes que comen- zase la nueva fábrica, era maestro de la obra de la catedral Pedro Cebrian, como se lee en una escri- tura del archivo. De los que continuaron la obra, que duró por espacio de cien años, solamente hay noticia del maestro Enrique, que era también de la obra de la catedral de Burgos, y murió en -1277. Se abrieron los cimientos del nuevo edificio so- bre un suelo de aluvión compuesto de arenas, cas- cajo y cantos, hasta la posible profundidad, en que se tropezaron ya las aguas y se bizo un tendido ho- rizontal de hormigón con buenas condiciones, te- niendo la altura de los cimientos sobre dicha pla- nicie hasta el pavimento del templo once pies y medio. Su planta fue la de cruz latina con una nave central de sorprendente elevación, sostenida por doce columnas en cada lado, que cierran el ábside, y cuatro en la nave crucera; y otras dos naves la- terales de menor altura y algo más de la mitad de anchura que la principal, que, siguiendo al otro lado del crucero, rodean el ábside, en el cual se hallan siete capillas, una de las cuales sirve de paso á la magnifica titulada de Santiago, que fue cons- truida cerca de dos siglos después. El pensamiento es de lo más atrevido y aun arriesgado; sus propor- ciones esbeltísimas y sus relaciones entre vanos y macizos perfectamente combinados; pero la calidad de sus materiales deja mucho que desear, y su mano de obra aparece muy descuidada; bastando decir que la piedra, de limitadas dimensiones, y por Véase el número anterior, pá¡*. 1. TOMO VIH. consiguiente con poca trabazón, es arenisca y floja, permitiendo que las aguas y los hielos la destruyan y hagan barro; que los tendeles son tan gruesos, que en muchas partes pasan de cuatro centímetros de espesor, y que se ha hecho con tanto descuido, en lo general, la colocación de la piedra, que de- bajo de un sillar se ha encontrado un rodillo de chopo, y el piso del triforio se halla en un lado quince pulgadas más alto que en otro. Tuvo ade- más esta obra la fatalidad de que en las guerras del primer siglo de su construcción se convirtiera en baluarte por una de las. facciones que aspiraban á la corona del reino, de cuyas resultas sufrió grandes destrozos. Bien pronto se hicieron manifiestos los vicios de su construcción, porque á mediados del siglo XIV hubo ya que dar un buen apoyo á las fa- chadas de Poniente y Mediodía, agregando á las mismas un pórtico de contravesto cuyas esculturas en la principal, á falta de otros datos, manifiestan bien la época por su estilo más delicado, siendo entonces sin duda cuando se macizaron los vanos laterales de todas las ventanas altas y los de las del triforio, quedando sus seis vanos reducidos á cua- tro como en aquellas. No se manifiesta indicio alguno en la fachada Norte de que se hiciese portada alguna para su re- fuerzo como en las otras dos, y esto debió consistir en que no azotando los vientos huracanosos por este lado, no producían el mismo efecto; ó bien porque ya se ejecutaba ó había ejecutado la ante- iglesia en que ahora se hallan los altares de Santa Teresa y de San Andrés, cuya obra le da tanto ó ma- yor apoyo que aquellas. Esta fachada era muy se- mejante á la de Mediodía; todavía se halla abierto el vano ojibal y subsisten las argollas de la puerta ocupada por el altar de Santa Teresa, é indudable- mente la entrada al templo por este costado era la más concurrida, porque el antiguo recinto, y consi- guientemente la población, se extendía más por esta parte. Llegado el siglo XV, más sosegado y de mayores recursos, se completaron algunas obras que estaban en suspenso, tales fueron el tímpano de la fachada Norte en 1444 y la torre del reloj en 1472. En el reinado de los Reyes Católicos se res- tauró la torre de las campanas, y quizá entonces se coronó todo el edificio con nueva cornisa de buena piedra, cuyo perfil y entalles anuncian la época de transición, quedando así libres las ventanas altas de la ruina que las amenazaba. Por los años 1537 en 3

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 4 24 9 DE JULIO DE 1 8 7 6 . AÑO in.

LA CATEDRAL DE LEÓN.

ii.*NUEVA EDIFICACIÓN POR ALFONSO IX, V VICISITUDES

POR LOS VICIOS DE CONSTRUCCIÓN.

Estaba para terminar el siglo XII y ocupaban eltrono Alfonso IX y su esposa doña Berenguela,cuando el obispo D. Manrique de Lara, de la nobi-lísima casa de los señores de Molina, movido porsu propia piedad y acaso también por los edifican-tes ejemplos de los monarcas, concibió y trató dellevar á pronta ejecución el proyecto de !a nuevaiglesia' sobre la antigua. La historia no registra elnombre del artista insigne de que se valió pararealizar su pensamiento tan esclarecido prelado,tínicamente se sabe que 23 años antes que comen-zase la nueva fábrica, era maestro de la obra de lacatedral Pedro Cebrian, como se lee en una escri-tura del archivo. De los que continuaron la obra,que duró por espacio de cien años, solamente haynoticia del maestro Enrique, que era también de laobra de la catedral de Burgos, y murió en -1277.

Se abrieron los cimientos del nuevo edificio so-bre un suelo de aluvión compuesto de arenas, cas-cajo y cantos, hasta la posible profundidad, en quese tropezaron ya las aguas y se bizo un tendido ho-rizontal de hormigón con buenas condiciones, te-niendo la altura de los cimientos sobre dicha pla-nicie hasta el pavimento del templo once pies ymedio. Su planta fue la de cruz latina con una navecentral de sorprendente elevación, sostenida pordoce columnas en cada lado, que cierran el ábside,y cuatro en la nave crucera; y otras dos naves la-terales de menor altura y algo más de la mitad deanchura que la principal, que, siguiendo al otrolado del crucero, rodean el ábside, en el cual sehallan siete capillas, una de las cuales sirve de pasoá la magnifica titulada de Santiago, que fue cons-truida cerca de dos siglos después. El pensamientoes de lo más atrevido y aun arriesgado; sus propor-ciones esbeltísimas y sus relaciones entre vanos ymacizos perfectamente combinados; pero la calidadde sus materiales deja mucho que desear, y sumano de obra aparece muy descuidada; bastandodecir que la piedra, de limitadas dimensiones, y por

• Véase el número anterior, pá¡*. 1.

TOMO VIH.

consiguiente con poca trabazón, es arenisca y floja,permitiendo que las aguas y los hielos la destruyany hagan barro; que los tendeles son tan gruesos,que en muchas partes pasan de cuatro centímetrosde espesor, y que se ha hecho con tanto descuido,en lo general, la colocación de la piedra, que de-bajo de un sillar se ha encontrado un rodillo dechopo, y el piso del triforio se halla en un ladoquince pulgadas más alto que en otro. Tuvo ade-más esta obra la fatalidad de que en las guerras delprimer siglo de su construcción se convirtiera enbaluarte por una de las. facciones que aspiraban á lacorona del reino, de cuyas resultas sufrió grandesdestrozos. Bien pronto se hicieron manifiestos losvicios de su construcción, porque á mediados delsiglo XIV hubo ya que dar un buen apoyo á las fa-chadas de Poniente y Mediodía, agregando á lasmismas un pórtico de contravesto cuyas esculturasen la principal, á falta de otros datos, manifiestanbien la época por su estilo más delicado, siendoentonces sin duda cuando se macizaron los vanoslaterales de todas las ventanas altas y los de las deltriforio, quedando sus seis vanos reducidos á cua-tro como en aquellas.

No se manifiesta indicio alguno en la fachadaNorte de que se hiciese portada alguna para su re-fuerzo como en las otras dos, y esto debió consistiren que no azotando los vientos huracanosos poreste lado, no producían el mismo efecto; ó bienporque ya se ejecutaba ó había ejecutado la ante-iglesia en que ahora se hallan los altares de SantaTeresa y de San Andrés, cuya obra le da tanto ó ma-yor apoyo que aquellas. Esta fachada era muy se-mejante á la de Mediodía; todavía se halla abiertoel vano ojibal y subsisten las argollas de la puertaocupada por el altar de Santa Teresa, é indudable-mente la entrada al templo por este costado era lamás concurrida, porque el antiguo recinto, y consi-guientemente la población, se extendía más poresta parte. Llegado el siglo XV, más sosegado y demayores recursos, se completaron algunas obrasque estaban en suspenso, tales fueron el tímpanode la fachada Norte en 1444 y la torre del reloj en1472. En el reinado de los Reyes Católicos se res-tauró la torre de las campanas, y quizá entonces secoronó todo el edificio con nueva cornisa de buenapiedra, cuyo perfil y entalles anuncian la época detransición, quedando así libres las ventanas altas dela ruina que las amenazaba. Por los años 1537 en

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que el célebre Badajoz era arquitecto de la cate-dral, levantó en la fachada principal el Ático, en elcual se representa la Anunciación de Nuestra Se-ñora, coronado de un extenso corredor sobre el(|ue se eleva un cuerpo aislado con rosetón caladoy agudo, flanqueado de dos torretas exagonalesque á gran distancia se destacan con buen efecto,pero que, bien considerado, de cerca produce unaimpresión contraria á la belleza del tipo original, ycontribuye con la excesiva proyección del citadocorredor y su excentricidad, al desplome que seadvierte en dicha fachada. A poco tiempo debió se-guirse la reparación de los arbotantes y exornacióndle los pilares en que estriban, porque éstos, en lapiarte del Mediodía, son propiamente del estilo delWenacimiento y uniformes entre sí, con sus cuerposresaltados, á manera de capillitas ornamentadas consus pequeños frontones y jarroncitos, y continuandola elevación ala par del tejado con los acostumbra-dos pináculos decorados de aristas molduradas y,una serie de hojas, terminan su cúspide con unaespecie de flor de lis. La reparación de los arbotan-tes del costado Norte, indica, por la forma de lospilares de su estribación, una época ya posterior albuen gusto del Renacimiento, faltándoles ya la re-gularidad y simetría, pues cada uno termina y di-fiere enteramente de su inmediato, como productode diferentes engendros.

La bóveda crucera debía hallarse por los años 1635muy resentida, ó más bien arruinada, como no po-día menos de suceder según se habían separado deella los cuatro pilares fundamentales por curvaturaadquirida á impulso de fuerzas cruzadas sobre ladebilidad y mal asiento de los materiales de losreferidos pilares. Esta gran curvatura causaba laadmiración de los inexpertos, que la juzgaban comoobra atrevida y de mérito, hecha al intento desdsun principio, y esta creencia ha durado hasta nues-tros dias. Entonces el arquitecto D. Juan de Naveda,cediendo á las exigencias de la opinión preponde-rante, que consideraba rebajado el mérito de estacatedral tan celebrada por carecer de una cúpulaciomo en otras se ostentaba, emprendió la cons-tiruccion de ésta, apartándose del estilo- gótico yclligiendo la clásica arquitectura, comenzando porvíariar la forma ojival de los arcos torales, sobre-cargando su trasdós con otros sillares de paramen-tu> y la agregación de otras dobelas de medio punto,con lo qiie recibieron una carga de 11.000 arrobas.

En 1637 parece estaba suspendida la obra de lamedia naranja, pues el mismo arquitecto informó alCabildo de esta suerte: «Conviene en primer lugar»que la obra de la linterna se sobresea por algún»ttiempo, cubriendo como se debe la media naranja»jy tejados de manera que las aguas no humedezcan«lias pechinas, que cada dia estarán más lucidas, y

»las aguas que sobre ellas cayen continuamente las«humedecerán y sería posible por trascurso detiempo recebir algún daño.» ¿Cuál pudo ser lacausa de una suspensión de Ti años? Todo induceá creer que se suscitaron nuevas dudas y vacila-ciones sobre el acierto ó desacierto de una obraemprendida sin la debida reflexión y madurez.Recogidas las aguas, debió calmarse aquel anhelotan vehemente, puesto que duró sobre 40 añosmás la suspensión de la obra, al cabo de los cua-les, consultadas las celebridades de la época, fueD. José de Churriguera ó alguno de su escuelael que ideó sobre los cuatro pilares fundamentales,que llegaban á la altura del tejado, la erección deotros cuatro de 68 piós de elevación, con cuatro degrueso y diez de tizón en dirección al centro de lacúpula, como efectivamente se ejecutaron con elobjeto de cruzar unos arbotantes que, arrancandode una altura conveniente y dirección diagonal,abrazasen el anillo en que debía sentar la linterna,y que al paso que la sostuviesen, rechazasen el es-fuerzo que ejercían las partes voladizas, que sobre-salían siete piós del vivo, sentando tres solamentede los diez de su tizón. La construcción de los arbo-tantes, además, no debió ser muy esmerada, puesninguno concurría al punto designado, según ladeclaración jurada que hizo más tarde el arquitectoD. Fernandoide las Casas y Novoa, diciendo «estar»mal obrados que luego le hicieron dudar en la flr-y>meza y permanencia que se requiere en obra tanygrave y de tan considerable costa,-» etc. Contempo-ráneamente, otro maestro arquitecto, D. AndrésHernando, en igual declaración, dijo respecto á estosarbotantes «que habían de mantener el anillo y de-vrnas peso conforme á la traza se había de echar•nsobre él, no llegan con una misma igualdad & reci-nbir su anillo y cornisa como debieran según»arte,y> etc.

Nadie hizo mención de la excentricidad de lospilarones y, así, al paso que desmontaron los arbo-tantes dieron, tanto el uno como el otro de aque-llos arquitectos, por seguros los referidos pilarones;de suerte que cuando fue llamado el arquitecto dela catedral de Salamanca, D. Pantaleon del PontónSetien, en 1711, se comprometió á hacer sobre lamedia naranja una linterna conforme á las trazasque presentó con toda firmeza y seguridad, la cual«tuviese de elevación interior 55 pies, y por lo exte-vrior que hiciese correspondencia <t lo mejor de la•^similitud que tiene esta Santa Iglesia,» cuya obrahabía de ejecutarse con piedra franca de Boñar,«debiendo tener pilastras, festones y otras cosas quechacen agradable la vista,» y fue ajustada en lacantidad de 96.000 reales vellón. Dadas sus dispo-siciones y medidas á los obreros, marchó Setien,en tanto que éstos labraban los sillares, á evacuar

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N.° 124 MATÍAS LA VINA. LA CATEDRAL DE LEÓN. 35otros compromisos; mas la resolución de cargar lacúpula después de tanta dilación y controvertidasopiniones, no debió ser tan firme que no produjesenuevas dudas, y así no es extraño que el mismoCabildo quisiera asegurarse más del buen éxito con-sultando nuevos peritos, y entre ellos á un D. PedroFernandez Cárdeno, monje benito, quien dio nuevatraza, conviniendo en la erección de la linterna depiedra y añadiendo á ésta y á la cúpula «.bástanles«cabezas de serafines, molduras, entalles, espejos,«volutas con chicotes,» etc., etc., que debió satisfa-cer á Su llustrisima «por tener agradables sombras«que hermosean por la oposición que hacen á lo«blanco.» Esta traza debió remitirse á Setien, elcual convino en hacer estas adiciones, retardandola obra y dando lugar á nuevos cálculos y combi-naciones. A pesar de la seguridad dada en el infor-me y proyecto del monje Cárdeno, todavía, y noobstante lo avanzado en la labra de la linterna, elCabildo volvió á reproducir la idea ya desechada,que había propuesto el mismo Setien, de hacer dehierro la linterna; pero durante estas vacilaciones,Dios llamó para sí al maestro Setien de Salamanca.

Si la poco meditada y absurda implantación delos cuatro pilares fue respetada por el arquitectoPontón de Setien, por el monje Cárdeno y por otrosvarios maestros que de orden del Cabildo visura-ron la cúpula á poco de la muerte de aquel, nopudo ser sino por influencia de parle, por el res-peto al profesor que los erigió, al mucho costeque debieron tener, ó al temor de perder aquellaobra, cuyo empingorotado aspecto se abordabaperfectamente con el de la cúpula, por más queésta fuese tanto ó más impropia que aquellos delverdadero y severo carácter del edificio, Era pre-ciso que trascurriesen veinte años más de indeci-sión para llegar á un acuerdo en que intervinieseel Real Consejo de Castilla, con el fin de resol-ver tan debatida cuestión. Con efecto, nombró álos tres arquitectos D. Felipe y D. José Alvarez dela Viña y á D. Pedro Valladolid, los que en 16 deFebrero de 1734, previas las formalidades acostum-bradas, emitieron un luminoso informe, y despuésde dar las razones oportunas, demostraron que lamedia naranja llevada hasta el punto de erigir lalinterna, á pesar de haberse intentado varias vecespor arquitectos de nombradía, «no era posible car-»gar sobre aquella peso alguno ni perfeccionar otra«obra mientras no se desmonte el todo de la misma«juntamente con los cuatro pilares fabricados sobre«los macizos principales hasta llegar á la cornisa de»donde hoy mueve dicha media naranja, reserván-»dose el examen de ésta para cuando se hubiese«desmontado aquella, por no poderse apreciar su«verdadera trabazón y firmeza.» En 25 de Mayo de1737, esto es, tres años después, seguía la cuestión

de cúpula y pilares sin resolución alguna, cuando elarquitecto D. Narciso Thomé y Miró fue encargadodel proyecto del gran retablo mayor, como asimismode un dictamen sobre la obra de la cúpula, respectode la cual dio su parecer en los siguientes términos:«Soy de parecer que Vuestra llustrisima no se em-peñe en hacer la obra que falta para rematarla,«pues es muy aventurado cargar sobre tan débiles«y flacos fundamentos, pues la media naranja que«está hecha es tan desamparada, que la faltan las«fundamentales fuerzas para resistir la gravedad del«peso que desde el anillo arriba se sigue hasta re-«matarla; pues aunque la disposición de los cuatro«pilares y botareles nuevos que están hechos para»que supliesen lo débil de sus fuerzas pueden ayu-«dar en la plantificación de dicha media naranja y«tener con precisión ella que recibir el peso del«empilastrado que forma ventanas de la linterna«hasta dichos botareles nuevos, y éstos unidos con«dicho empilastrado y anillo de dicha linterna; todo«hace peso, llamando á su centro, por lo que soy«de sentir se pueda seguir con esta obra según está«delineada, y sólo podrá resistir dicha media naranja«en la forma que está el hacer la linterna de estu-»que imitando á la piedra por lo interior, y por lo«exterior haciéndola de madera y empizarrada.» Conesta última cláusula consoló Thomó los desfallecidosánimos de los que abogaban por la conservación delo hecho; pero por entonces todo quedó en suspen-so, pues urgía atender á la grandiosa y tea'.ral má-quina del retablo, á la traslación del coro para po-nerlo donde más estorba, aun contra la antigualiturgia, y poco después fue hecho el nuevo y mag-nífico órgano, de no menos aparato que el retablo, .como producto de una misma fantasía. Llegó, porfin, su turno a la desvencijada cúpula, la cual fuereforzada en sus ríñones con obra de ladrillo, cons-truyendo además en rededor suyo una cerca cua-drada de sillarejos, que tampoco aligeró en nada lacarga de los desquebrajados pilares fundamentales.Sobre la cúpula se armó la linterna ochavada, demadera pintada en lo interior y forrada de plomoen lo exterior, cubriendo con pizarra desde el anilloal extremo de la cerca de sillarejos y terminandocon su correspondiente bola, cruz y veleta. En estaocasión tuvo lugar la reforma decorativa propuestapor el monje Cardefio, pues se hicieron los rehun-didos moldurados, se modelaron sobre las pechinaslos cuatro Santos Doctores de la Iglesia de tamañocolosal, clavando en sus juntas y tendeles largosclavos de á cuarta, tercia y media vara, entrelaza-dos con alambre, á fln de contener lo modelado, enque.se empleó para cada uno sobre 80 arrobas deyeso. Se modelaron asimismo las ocho Sibilas, algomayores del natural, en los espejos de la medianaranja correspondientes á los arcos torales, ase-

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gurados también con clavos más pequeños, por serde menor relieve, y se añadieron los festones yhasta los chicotes y volutas.

Al terminar el siglo XVII bullía ya la idea de alzaruna espadaña (que así la nombraron) sobre la fa-chada Sur, y el maestro D. Manuel Conde Martínezpresentó al Cabildo dos trazos en una misma hojacon el fin de cotejarlas, en una de las cuales repro-ducía la peraltada forma de isósceles que se hallaen la fachada opuesta, conocida con el nombre deAlcachofa, si bien con la agregación de algunos pe-rifollos y arrumacos de mano inexperta'propios deHa época, acompañando á dicha espadaña sus respee-itivas torretas colaterales. El otro proyecto más in-genioso, variado y original, fue, no obstante, la pe-sadez de sus perfiles y poca relación entre los varioscuerpos de su conjunto, muy del agrado de Sullus-trísima, pues que sirvió de tipo para una nueva tra-za, más esbelta, proporcionada y mucho mejor or-namentada, que más tarde se llevó á cabo; mas losgrandes dispendios que debieron causar las obrasque se meditaban yque efectivamente se realizaron,debió suspender la ejecución de este pensamiento.

La capilla de Nuestra Señora del Carmen, primeradel ábside en el lado de la Epístola, al terminar lascompletas el 8 de Enero de 1743 se arruinó impro-visadamente. Las causas se dejan adivinar, medianteá que la pared exterior so halla con seis pulgadas dedesaplomo hacia lo exterior. Acaso el pilar que hayen su centro sería de mala piedra, como lo es todala de la primera creación, ycargadó con el excesivopeso que todavía tiene sobre sí, hubo de desgajarse,pues todo él se hizo de buena y nueva piedra, asícomo la bóveda que en él estriba, y que acaso seala única que hay de rosca da ladrillo. Quizá entoncesse cerró el ingreso de la tercera portada de la por-tada Sur, que permanece tapiada de sillares, y seefectuaría el empelechado exterior que se hizo altorreón llamado Silla de la Reina, que poco ó nadafavorece á la estabilidad del mismo.

Llegó en esto el año -17515 y el terremoto que aso-lói á Lisboa y se extendió gran techo, obligó instan-támeamente á la reparación del esbelto rosetón delmees de es!£ fachada, que con tan brusca sacudidasuifrió gran detrimento, pues siendo de mala calidadla piedra, se había corroído con las aguas, hielos yel, sol, y sus delicadas piezas, perdiendo una partedeí su grueso, ha'iían quedado sin la fuerza y traba-zón necesaria. Pero se creyó entonces que, para darmayor robustez á la fachada, convenía macizaraquel espacioso hueco, dejando dos ventanas ge-melas con un pequeño ojo entre sus ojibas, tal cualse ve en las láminas que mandó abrir el Cabildoem 1790, y se hallan en la obra del Padre Risco so-brre la iglesia de León, tomo II, cuyo gusto se hallaniiuy distante del primitivo, y á mayor abundamien-

to de cargase macizó también el lindo peristilo ex-terior del triforio.

No se tuvo en cuenta al ejecutar estas obras la deaplomar, ó por lo menos contener el desplome de lafachada, creyéndose suficientemente robustecidapara soportar la inmensa balumba del ático roma-nato y elegantes torretas, erigido todo sobre la cor-nisa do la fachada. Y ciertamente su composiciónafiligranada y su culminante aspecto formaba todoun conjunto agradable, aunque heterogéneo, paralos preceptos del arte, y mucho más inconexo si se-paradamente se le examina en sus detalles. Estagran mole se hallaba sobre el principal arco deprimitiva construcción, estribando en los flancos ócontra-fuertes angulares de la fachada, delicados yapor sus malos materiales, y debilitados además porel hueco de las escaleras que comunicaban á lo másalto, los cuales paulatinamente iban dando mayorextensión á la ságita de aquel, y acrecentando alpropio tiempo el desplome á lo exterior. Los dañoscausados por aquella fortísima trepidación fueronconsiderables, por eso se observan muchas repara-ciones que datan de aquella época, en el cerramien-to de los pasillos, en los triforios y en los andenes,que llaman del escamado, en varias piezas ajustadasen las grietas de las ojivas de las ventanas, y en elestucado de otras no pocas hendiduras, etc., etc.

Tampoco es fácil averiguar cuándo ni por quécausa fueron suprimidas todas las vidrieras que de-coraban el Iriforio y debían producir un mágicoefecto, ni las del cuerpo bajo ó sea del corredor queflanquéalas naves laterales. Varias son las razonesque á primera vista se ofrecen respecto á la supre-sión de estas últimas, cuales son los gastos de re-paración por la mayor exposición á fracturas en unapoblación en que la educación no ha inspirado eldebido respeto á los monumentos, y la demasiadafacilidad para la invasión de templo. Por lo que res-pecta á la supresión de las vidrieras del triforio no secomprende la causa tan fácilmente, si bien puedensuponerse varias. Una de ellas el descuido en lalimpieza de las gárgolas para que las aguas llovedi-zas no se detuviesen y su curso fuese expedito, loque bien pudiera conseguirse con una vigilanciamás esmerada; pero sucedía que las naves lateralesdivertían sus aguas á los dos lados, uno de los cua-les era á la gárgola practicada sobre los arcos dela pared intermedia, y esto debía causar mucho em-barazo y producir continuas obstrucciones. Se en-contró, pues, allá in illo tempore un medio expeditoy muy económico de salvar esta dificultad, y estefue el de dirigir las aguas todas al lado de la paredexterior, con lo que el cuidado de la limpieza sedisminuyó considerablemente. Efectuado este pro-yecto, vino á dar un resultado económico, porquelas vidrieras quedaron bajo el nuevo sistema ase-

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124 MATÍAS LAV1NA. LA CATEDRAL DE LEÓN. 37guradas para lo sucesivo, y la supresión de las de-mas suministró un repuesto de material para losapaños sucesivos de las restantes vidrieras; por locual no es extraño, en tales remiendos, ver una ca-beza con tres ojos. Se tabicaron, pues, con adobeslos vanos que -ocupaban las vidrieras, tanto del tri-forio como de las naves laterales, desapareciendopara siempre, además de aquella serie de efigies tansignificativas, los episodios del antiguo y del nuevotestamento que tanto impresionaban la imaginaciónde los que no conocían otra lectura de la Biblia.Del representado que tuvieron las vidrieras de lasnaves menores, podría suponerse un remedo laspinturas que las reemplazan, si se atiende al estiloseco y trazado de los trajes y sus pliegues, y hastalo extraño de las fisonomías; acaso fueron estas uncalco de las mismas vidrieras, mas uno de los pre-suntuosos aficionados que las retocó después, acabóde dar la última mano á la destrucción, quedando,sin embargo, un recuerdo de lo que fueron, pero delas de los triforios ni aun esto.

Fue también ana de las innovaciones aplaudidasla de antepechar los triforios, como si aquel andénhecho para los operarios que tienen que cuidar dela limpieza tuviesen necesidad de él, á no ser quepretendieran utilizarlo para disfrutar de las grandessolemnidades. El buen efecto de aquel peristiloquedó con esto enteramente perdido, adquiriendoproporciones enanas y raquíticas de un modo mons-truoso. Para esta obra mezquina, costosa y malaconsejada, fúé preciso ¡ntersecar las basas de to-das las columnas por ambos lados, é inhestar enellas grapas y pernos que les hizo bien poco favor.En el andén bajo se puso otro antepecho de tandistinto y depravado gusto, que ni por el arto, nipor la decencia, es propio de aquel sitio.

El gran resentimiento que por razón del terre-moto tuvo la obra, y que indujo á la primera repa-ración, había sido por lo pronto contenido, y hu-biera producido mayor vigor y duración, si fija lavista en los motivos que le ocasionaron, no se hu-biese cargado y recargado después con obras degran peso, ó al hacerlo se hubiese considerado me-jor el modo y manera de ejecutarlo con oportuni-dad y destreza, sin añadir nueva fuerza á las palan-cas que precipitaban su caida. Si conocida la ten-dencia de tos pilares fundamentales á encorvarse,quiza por la mala disposición do los pesados y maldispuestos tirantes de las armaduras y por el ex-ceso de los tendeles de los pilares, se les hubierasujetado de alguna de las maneras que ofrece elarte y el ingenio adopta, y si en lugar de cúpula yde pináculos y de otros excesos se hubiera repues-to la bóveda crucera, no habrían empujado aquellosla fachada Sur hasta el alarmante extremo en que sela veía, ni el mal entendido socorro que se la prestó

después de 4755 habría sido necesario, ni menosllegado el caso de arrepentirse de él, cuando en1849 volvió á reponerse el rosetón. Era en estaépoca muy celebrada la fama del jesuíta P. Ibañez,que tomó sus medidas, proponiéndose la idea demacizar el ambulacro del triforio y picar los estri-bos hasta dejarlos en la vertical, de la cual se apar-taban 28 Va pulgadas; mas este plan no tuvo efectoá causa de su fallecimiento. Sustituyóle en estaempresa el arquitecto D. Fray Miguel Echano, mon-je benedictino, el cual, desechando ambos recursos(poco acertados seguramente) manifestó su granpráctica y deslreza en la montea del rosetón, por-que preparadas ya todas sus piezas, comenzó porcolocar la clave en primer lugar, sirviéndose porcimbra de la misma pared que había de demolerpara ir colocando sucesivamente á uno y otro ladode aquella pieza las demás que componían el cercoy todo el rosetón, terminando por la más inferiory opuesta á la clave, lo cual causó la admiración delos inexpertos, por lo inusitado del método.

Para mayor refuerzo de su obra, endosó á loscostados dos pilares de 16 d/2 pies superficiales deasiento, sobre el trasdor de los arcos de las porta-das hasta la altura que creyó oportuna. La ejecu-ción fue buena y esmerada, las proporciones muchomás robustas que las del tipo fronterizo, y unos trespies menor en su diámetro total. Bien dabaá en-tender el P. Echano en sus conversaciones privadas,que su obra no sería de gran duración, conside-rando lo desencajado de las bóvedas y la inversacurvatura de los arcos torales, pronóstico que serealizó antes sin duda de lo que elentendido monjepresagiaba.

III.

RESTAURACIÓN ACTUAL.

Apenas habían trascurrido nueve años, cuandoel Excmo. é limo. Señor Obispo Barbagero y el Ca-bildo de la santa iglesia de León, expusieron al Go-bierno de S. M. la necesidad de que á la mayorbrevedad enviase al arquitecto que juzgase opor-tuno para practicar un reconocimiento, en vista delestado alarmante que ofrecía la catedral. En efecto,con fecha 6 de Julio de 1888, el académico D. Nar-ciso Pascual y Colomer recibió del Excmo. SeñorMinistro de Gracia y Justicia la comisión para reco-nocer el estado de dicha fábrica é informar sobrelos medios más conducentes para remediar y con-tener su ruina, lo cual practicado, expuso la nece-sidad: primero, de contener con apeos las dosbóvedas del coro y presbiterio, contiguas á losrespectivos arcos torales para evitar la ruina inmi-nente que amenazaban; segundo, de preparar unestudio minucioso y prolijo en el levantamiento de

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planos á diferentes alturas y en secciones horizonta-les y verticales., á fin de hallar los puntos en que ha-yan de estribar los apoyos que se juzguen necesarios,operaciones que exigen mayor detenimiento quepara construir de nuevo.

Convencido el Gobierno de S. M. de tan peligrosasituación, expidió en 3 de Mayo de 4859 la Real or-den de nombramiento á favor del actual director,que se trasladó á León el 28 del mismo, y despuésde oir de los prácticos y arquitectos que hasta en-tonces habían intervenido en las reparaciones de lacatedral, procedió á practicar desde la raíz de loscimientos hasta la cima del más alto pináculo, lamedición y aplomo de todos los lienzos y pilares,sin más ayuda que dos carpinteros y cuatro peones.

Geometrizadas las medidas y plomadas de los pi-lares fundamentales y de sus sobrepuestos, se vioque teniendo estos 10 pies de tizón y plantando sólotres sobre los primeros, quedaban siete voladizoscon un desplomo de más de dos líneas por pié, alpaso que obligaban á los fundamentales en sentidocontrario, y no obstante del contraresto oblicuo delas paredes de la nave mayor y crucera que marca-ban ocho líneas de desplomo por cada cinco pies;si á esto se añade que dichos fundamentales se ha-llaban con los sillares partidos y grietados en sen-tido vertical, se comprenderá la premiosa necesidadque había de desmontar los sobrepuestos pilaressin la menor dilación. Esta determinación, si biennecesaria, no podía llevarse á cabo sin comunicaral Ministerio las razones y obtener su venia, ni sin¡manifestar al Cabildo de un modo palpable el ab-surdo consentido 125 años seguidos. Para que secomprendiera palpable el asunto, se circunscribióun cuadrado en derredor de la planta fundamental,se armó otro de listones á plomo del mismo y á laaltura de la ventana inmediata, con el fin de salvarpor ella los gruesos de pared, alzando otra plomadahasta el tejado ó planta superior en que se armó otrocuadrado de listones, lo cual dio á conocer la verda-dlera posición en que se hallaban colocados losmalhadados pilarotes. Alguno de los señores canó-nigos y capitulares tuvieron el gusto de ver la ope-nacion y oir la explicación práctica del hecho, ycomenzando desde la planta inferior, siguieron ha-ciiéndose cargo del retranqueo, y luego más arribad<e la nueva retirada á la primera posición de lapllanta. Entonces vieron que de los seis pies de ladoen cuadro que tenía el pilar fundamental, dejabatres libres para el ambulacro que circuye la cornisa,y los otros tres restantes para el asiento de los an-tedichos pilarotes que dejaban al aire los otros sietepüés de tizón; y sorprendidos de un hecho tan evi-dente, quedaron convencidos y dispuestos á defen-der la demolición ante aquellos que se condolían deella. Al paso que se hacían estas observaciones, el

señor penitenciario (hoy limo. Obispo de Guadix)hizo ver una grieta reciente en el cuerpo de la cú-pula, que tres dias antes no existía.

Con la demostración de estos hechos no se hizoesperar la contestación del Gobierno dejando ácargo de la Dirección el desmonte de los pilarotes,sin perjuicio de haber de dar cuenta á la Real Aca-demia en su dia de las razones convincentes que áesto obligaban; y dando desde luego principio á laoperación, se fueron rebajando por turno diagonal-mente para conservar el equilibrio. La decisión conque se había emprendido este trabajo dio lugar álos más siniestros vaticinios y absurdas críticas,hasta llegar á atribuir al autor de la catedral laerección de aquellos pilares, cuya falsa implanta-ción no se conoció, que por lo churrigueresca dis-taba quinientos diez años del carácter puro y ori-ginal del templo. Este dato vino después á compro-barse cuando al alzar uno de los sillares se hallóuna moneda de plata romana del valor de dos rea-les, acuñada en el pontificado de Inocencio XI, quetuvo principio en 1676, en cuya época murió Ber-nini, que fuó el primero que descarriló de la sendadel criterio y del buen gusto, dejando á Borrominicomo sucesor y fundador de tan singular escuela, áque perteneció I). José Churriguera, que la aclimatóy fomentó en nuestro suelo, coincidiendo precisa-mente por los años 1710, en que se construyeronlos tales pilares.

A pesar de la apasionada crítica y de las sinies-tras predicciones, que llegaron hasta infundir elterror en algunos obreros, el desmonte, que porcierto era bien penoso y arriesgado, se procedíasin la menor averia. Sucedió al principio que enuna tarde de viento huracanoso se bamboleaban detal modo los pilares que atemorizaba verlos; así esque los dos únicos operarios que entonces había so-bre uno de ellos se sintieron acometidos de tal tem-blor de piernas y vahídos que hubieron de suspen-der su maniobra. Descargados los pilares de unpeso de 32.886 arrobas, y colocadas las veneras enlas principales grietas, permanecieron éstas veintemeses sin el menor movimiento; prueba evidenteque los tales pilarones habían contribuido en granparte á la ruina de la catedral.

Conjurado así el inminente peligro que hubierapodido con el general desplome causar numerosasdesgracias y daños en toda la fábrica imposibles decalcular, el arquitecto-director, después del más de-tenido estudio acerca del estilo primordial de tangrandioso templo, de los defectos de su construccióny de la profanación que se había hecho del arte conlas heterogéneas adiciones hechas en los siglos pos-teriores, convencido de que sólo había dos mediospara salvar aquel edificio para lo sucesivo, ya man-teniendo el monumento con todos sus defectos de

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construcción, ya restaurándolo completamente se-gún el genio y pureza del arte que había precedidoen su concepción y que caracterizó tan gloriosa-mente aquella époea cristiana, llenó su dificilísimatarea presentando al Gobierno de S. M., en 22 de-Diciembre de 1860, dos proyectos, uno de restau-ración, reducido á derribar y construir de nuevotoda la parte movida y desquiciada con la supresiónde todas las adiciones viciosas ó impropias de sucarácter original, y el otro el atirantado de barro-nes de hierro atravesando vanos y naves y perfo-rando paredes y pilares para dar á la obra la tra-bazón necesaria é impedir los sucesivos desplomes.

Trasmitidos estos estudios á la Real Academiapor el Gobierno, emitió en 26 de Junio de 1861 elinforme siguiente:

«La Academia, que ha examinado con el mayordetenimiento estos trabajos, se cree en el deber detributar un merecido elogio á la laboriosidad y celodel Sr. Laviña, ya antes de ahora acreditados y ven-tajosamente comprobados en esta ocasión. El im-portantísimo problema cuya resolución le ha enco-mendado el Gobierno de S. M. está estudiado conesmero singular, y en sentido de la Academia coninteligencia y acierto, salvo los puntos que se per-mitirá hacer observaciones. Es indudable que lamayor parte de las obras agregadas á la principal óprimitiva desde mediados del siglo XV en adelante,no solamente han producido el daño de desfigurary afear tan bello edificio con impropios y anacróni-cos borrones, sino que han influido fatal y notable-mente contra su solidez y seguridad con su desme-surado peso, con su excesiva elevación, y quizámás que nada con su forma aplanada, que con pocovolumen presenta una enorme superficie á los em-bates de los vientos; pero de los datos reunidos porel Sr. Laviña en su Memoria y planos que la acom-paña se deduce con toda claridad, que de todas lasadiciones hechas á la obra primitiva, las que mayo-res daños han ocasionado han sido el frontón ó tím-pano de la fachada Sur y los cuatro pilastroneselevados casi sin apoyo sobre las pechinas, pro-duciendo sobre los machones fundamentales delcrucero un terrible empuje lateral ú oblicuo hacialo exterior, que si bien han podido los machonesdel Norte por tener más y mejores contrarestos quelos del Sur, han hecho resentirse á estos últimoshasta el punto verdaderamente alarmante que seobserva. Esta opinión se comprueba perfectamenteal recordar: 1.°, que dichos pilastrones cuando sedesmontaron estaban desplomados hacia el centrodel crucero, al paso que los machones fundamenta-les lo están hacia lo exterior; 2.°, que el movi-miento de las fábricas ha cesado completamentedesde que aquellos se desmontaron; y 3.°, que re-cientemente y después de verificado el desmonte,

se ha descubierto en el archivo do la catedral undictamen facultativo dado en 1734 por tres arqui-tectos que la reconocieron por orden del Consejode Castilla, los cuales propusieron como primeracondición para la restauración del edificio la demo-lición de los referidos pilares, juntamente con lacerca ó recinto de la cúpula. Si ya entonces,—ex-clama en su Memoria el Sr. Laviña,—aquellos en-tendidos arquitectos señalaron estas construccio-nes como causa principal de la ruina de este pre-cioso edificio, ¿cuánto daño no habrán causado enel trascurso de ciento veintiséis años? La mismaconvicción abriga la Academia en esta parte, y porlo mismo no puede menos de aprobar como opor-tuna y necesaria la demolición de aquellos elevadoscuerpos de construcción. Conforme está también laAcademia con el Sr. Laviña en cuanto á los mediosde restauración que propone; y sin pararse á de-mostrar las inmensas ventajas del primero sobre elsegundo, pues el sistema de embarronado, aunquebien entendido, nunca sería una restauración pro-piamente dicha y sí sólo un recurso para prolongarpor unos cuantos años más la existencia de un edi-ficio herido de muerte, cree con este entendido ar-quitecto que es necesario desmontar con todas lasprecauciones y esmero que el arte y la experienciaaconsejan los diferentes machones, arcos y bóvedasque él mismo designa en su Memoria, y volverlosá construir con todo esmero, aprovechando ei ma-yor número de piezas que sea posible y reponiendolas que resulten inutilizadas, siempre bajo los mis-mos perfiles, plantillas y carácter que resulta de suatento y minucioso examen: cree más la Academia,y no titubea en decirlo, cree que una vez puesta laconfianza en un artista para dirigir una restaura-ción tan importante y delicada como esta, dondearrostra compromisos gravísimos que no estáncompensados con el provecho material que puedereportarle, ni aun con la gloria que un éxito bri-llante pueda proporcionarle, puesto que arriesgasu reputación toda si se le ocurriese un lance des-agradable; la confianza debe ser completa y deberevestírsele de todo el prestigio necesario, y de fa-cultades amplias para hacer frente según su lealsaber y entender á todas las eventualidades y acci-dentes imposibles de prever que puedan ocurrir enel curso de sus operaciones.»

MATÍAS LAVISA.

(Concluirá.)

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PORTUGAL DESPUÉS DE 1852.

i.

Con el acta de 1852 se inaugura en Portugal unperíodo de calma y de progreso tan constante comogeneral y alentador. En ambas cosas influyen el es-píritu de la reforma constitucional, la resolución dela dinastía de renunciará la jefatura de impartido, laconfusión y anulación de los partidos políticos anti-guos, la marcha de los sucesos en España, el can-sancio y el disgusto que se apodera del país por loque hace á las revueltas y agitaciones internas, y lasnumerosas reformas que en el orden económico serealizan por el Gobierno, con la mira de llevar laatención y el esfuerzo de las gentes hacia los inte-reses materiales. Por supuesto, que todas estascausas se compenetran y determinan, y muchas sonentre sí causa ó efecto respectivamente.

El acta de S de Julio fue el resultado inmediatode una insurrección militar acaudillada por el ma-riscal Saldanha, personaje el más inquieto del Por-tugal contemporáneo, á quien se ha vislo figurar encasi todos los partidos liberales desde 1828 acá,pero cuya importancia, cuyo valor, cuya inteligen-cia y cuyo prestigio, así entre sus compañeros dearmas, como entre los hombres civiles, fuera impo-sible negar. A sus condiciones personalísimas, á suorigen ilustre (pues que es nieto del famoso Pom-toal), une el ya anciano duque la circunstancia de serimililar (toque valiosísimo en los países latinos en-cariñados con los procedimientos de fuerza) y losméritos contraidos luchando desde el primer dia, sinti-egua ni descanso y en puesto de consideración,contra el absolutismo, amén de la importancia quesiempre da el haber intervenido constante y princi-palmente en todos los sucesos políticos acaecidosen el vecino reino desde la exaltación al trono dedoña María de la Gloria. Su carácter más acentuadohabía sido de cartista y conservador liberal, com-batiendo repetidas veces á los radicales, hasta en-tenderse con estos en 1851 para derribar al condede Thomar, que á la sazón significaba y pretendíaentre nuestros vecinos lo que en España, y bajo lainfluencia de la reacción francesa, triunfante con elgolpe de Estado del 2 de Diciembre y la reconquistadel solio de los Borbones por los Bonaparte, repre-sentaba y procuraba D. Juan Bravo Murillo.

Aquella insurrección no costó una gota de san-gre, lo cual así podía probar la flaqueza de la si-tuación vencida, como el cansancio del país. Ven-ceidor Saldanha, fue convocado un Congreso en 1851,el cual, al amparo del artículo 143 de la Carta deI). Pedro, á la sazón vigente, que preceptúa los trá-rniítes para mudar ó adicionar la ley fundamental,voitó los diez y seis artículos que revocan los 63 al

70, 133 y 134 de la Constitución de 1826, reformanel 15, 75,136,137 y 138, y amplían ó explican los28, 31, 33, 36, 132, 139 y 145; y que con el Códigoenmendado son hoy la base política del reino lu-sitano.

Estas enmiendas se refieren á la independenciade los diputados, á quienes se somete á reeleccióncaso de admitir gracias y honores del gobierno; almodo de elección de los miembros de la Cámarapopular, sustituyéndose la elección directa á la in-directa, y fijándose las condiciones para ejercer elderecho electoral, entre las cuales figura la rentaanual líquida de 100.000 reis, la mayoría de edad ylos títulos académicos que dispensan de la condi-ción primera: al derecho de las Cortes á aprobarantes de la ratificación todo concordato ó conveniocelebrado por el gobierno con cualquier potenciaextranjera: á la comisión del gobierno económicodel municipio á los ayuntamientos de cada concejoelegidos directamente por el pueblo; á la limita-ción de la legalidad del presupuesto al año parael cual es votado, suprimiéndose el precepto encuya virtud «todas las CDntribuciones directas, áexcepción de las destinadas á los intereses y amor-tización de la deuda pública, establecidas anual-mente por las Cortes generales, continuarían hastaque se publicase su derogación ó fuesen susti-tuidas por otras:» á la administración ultramarinaque se sometía á leyes especiales, autorizándose algobierno para que, caso de no hallarse reunidas lasCortes, «decretara las providencias legislativas quejuzgare urgentes,» y á los gobernadores trasatlánti-cos para que, oido el Consejo provincial, tomasen «lasprovidencias indispensables para el remedio de unanecesidad tan urgente que no diera lugar á espe-rar la decisión de las Cortes ó del gobierno;» y, porúltimo, á la abolición de la pena de muerte por de-litos políticos.

Es innecesario dar relieve al mentido espansivo ydemocrático del acta de 1852, que ha hecho de laConstitución lusitana uno de los Códigos políticosmás liberales del mundo contemporáneo. Al empu-jar el duque de Saldanha á una gran parte del an-tiguo cartismo, quizá á la parte más brillante é ilus-trada, y con ella á la mayoría de los elementos con-servadores del país vecino, por la senda de lasnuevas ideas y las últimas reformas, realizó, á nodudarlo, uno de los actos más políticos, de mayorprudencia y de resultados más positivos que en suhistoria registra Portugal. Para el éxito de aquellaempresa ofrecía el partido avanzado portugués unacondición de inestimable valía. Aleccionado por laexperiencia, desde 1836 no proclamaba ya el cam-bio total y absoluto de la Constitución política delreino, no pretendía ya hacer tabla rasa de todo loexistente, Por el contrario, sus aficiones eran por

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una serie de reformas y una verdadera legalidadcomún; lo cual se demostró en la obra de 1838, quesi de algo pecaba era ciertamente de consideracióná las ideas y los intereses del partido conservador,bien que la cosa no llegara al extremo de la com-placiente Constitución española de 1837, hecha, aldecir de Martínez de la Rosa, por diputados progre-sistas con principios moderados. Pues bien, su-puesta esta disposición del partido liberal portu-gués, el acta de 1852 fue una idea felicísima. Poruna parte, reanudó la legalidad (interrumpida con lainsurrección de 1851), toda vez que la reforma, ho-cha en Cortes, no revistió el carácter y las Cormasde una nueva Constitución, si que se presenta comouna modificación de la Carta de 1826, modificaciónprevista ya por el legislador. De otro lado, sirviópara constituir una legalidad común, á cuyo amparoviven todos los partidos lusitanos, legalidad querespetan tanto los radicales como los conservado-res, por cierto poco aficionados en otros países (enel nuestro, v- gr.) á dar influencia y menos á fran-quear el camino del poder á sus adversarios, loscuales, por la índole misma de sus doctrinas, hacentodo lo opuesto con sus enemigos, nunca obligadospor tanta abnegación y lealtad. Esta legalidad co-mún sólo era posible con principios acentuadamen-te liberales; y sólo con ella se comprende que ter-mine en un país la era de las conspiraciones y lasrevueltas. Todo esto ha sucedido en Portugal desde1852; y en verdad que nadie ha tenido por qué ar-repentirse de la absoluta libertad que la prensa y latribuna gozan en aquel país y de las garantías detoda suerte con que, casi al igual que en Bélgica,Italia y la misma Inglaterra, el legislador se hacomplacido en armar y proteger al ciudadano.

A esto hay que unir la sinceridad con que la di-nastía aceptó y practicó el régimen costitucional.Unánime ha sido el juicio que sobre la tumba de lareina doña María de la Gloria se ha formulado res-pecto de las prendas morales ó intelectuales deaquella respetable, señora. De costumbres irrepro-chables, nada propicia al fausto, dotada de un ca-vácter entero, modelo de esposas y madres de fa-milia, severa en su trato é íntimamente identificadacon la suerte de su tierra, doña María cometió lagran falta de profesar una prevención constante alpartido avanzado, que sólo admitió al poder cuandose lo impuso la revolución, y al cual nunca guardó,para emanciparse de él, aquellas consideracionesque hacían indispensables los favores que le debíay su papel de reina constitucional. Por esto la hijade D. Pedro no era en los últimos años de su vida(y murió de sobreparto á los 36) verdaderamentepopular, ¡ella, que, como nuestra doña Isabel deBorbon, había sido objeto del entusiasmo del paísliberal!; y su incontestable respetabilidad provenía

indudablemente de sus grandes virtudes privadas,que ofrecían vivísimo contraste con las de la cortede D. Juan y I). Miguel, y de la circunstancia de serhija de D. Pedro y símbolo de la libertad durante elsiniestro período de la reacción apostólica. Así seexplica que aquel partido avanzado, tan reverente,tan tímido siempre con la monarquía, acariciase en1846 la idea de la abdicación de la reina, y despuésde 1848 la do la abolición del régimen monárquico;y así se comprende la duda, que á poco de muertadoña María se hizo pública en los periódicos consti-tucionales de Francia é Inglaterra, señaladamenteen la Revue de Deux Mondes, la Edimbwg Reviewy el Times, que tan propicios se habían mostradosiempre á aquella señora, respecto de la duración yel éxito de la empresa acometida por Saldanha, dehaber gozado de vida, después de 1853, la malogra-da hija del animoso D. Pedro.

Pero el fallecimiento de ésta, ó, mejor dicho, lasucesiva exaltación de su esposo D. Fernando deSajonia-Coburgo á la Regencia en Noviembre de1853, y de su hijo D. Pedro al trono en 20 de Se-tiembre de 1855, cambió totalmente el espíritu dela corte lisbonense en sentido favorabilísimo parael país y para la libertad. La conducta del RegenteD. Fernando (digno mantenedor de aquel espíritude exquisita prudencia, inteligente cordialidad ylealtad inquebrantable que ha caracterizado á todasu familia, llamada por sus virtudes á ocupar eltrono de Bélgica y á compartir con la reina Victo-ria el de la Gran Bretaña) le han hecho no sólo po-pular en el vecino reino, á pesar de su origen ex-tranjero, si que estimado y celebrado en otros paí-ses, en alguno de los cuales, como en España, hacepocos años fuá su candidatura para un solio que laRevolución había dejado vacante, aceptada con granamor Dor los monárquicos, y con respeto, cuandono simpatía, por la mayoría de los republicanos, detal suerte, que puede bien asegurarse qua si la ideano llegó á ser un hecho, debióse tan sólo á la deci-dida voluntad de D. Fernando de renunciar al in-signe honor que se le dispensaba. Del propio modo,el rey D. Pedro, exalta'do al trono á la edad de diezy ocho años, después de haber hecho su educaciónmuy seriamente, bajo la dirección del vizconde deCarrcira, viajando por el extranjero, logró captarselas vivas simpatías de su pueblo, por su caráctersevero, por su enérgica afición á tomar una parteactiva en todas las empresas de beneficencia ó parael desarrollo de la instrucción pública, por su no-ble actitud ante la epidemia que invadió á Portugalhacia 1857, y sobre todo por su discreción frente álos partidos políticos de su país y su escrupulosorespeto á los principios y prácticas del régimenconstitucional, continuando el rumbo tomado porsu padre y afirmando la conducta que á su muerte,

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acaecida en 1861 y por todos deplorada, siguió suhermano y sucesor D. Luis I, actual rey de la na-ción vecina.

Sucedió también, al par que todo esto, que asi elcartismo como el setembrismo, hasta entonces tanpujantes como irreconciliables enemigos, y que, pordecirlo así, encarnaban las dos grande.s direccionesde la política portuguesa (pues que los miguelistassólo vivían de recuerdos, y la democracia, comopartido, aún no había nacido, y ésta y aquellos ca-recían totalmente de todo carácter y toda fuerzagubernamental); sucedió, repito, que las dos anti-guas y batalladoras parcialidades de la época dedoña María de la Gloria recibieron tales influencias,primero por el hecho de la violenta oposición quesie organizó contra el conde de Thomar, y despuéspor la promulgación del acta de 1852 y el adveni-miento de la situación presidida por Saldanha, quecasi desde esta época puede afirmarse que data ladisolución de aquellos bandos. La conciliación sos-tenida por el infatigable duque hizo posible la co-existencia en la esfera del gobierno, como repre-sentantes de la regeneración (que regeneradores sellamaron los hombres de 1851), á personas de signi-ficación tan diversa como el Sr. Fonseca de Magal-haes (de antecedentes muy análogos á los del condede Thomar), el Sr. Fontes de Mello, de opinionesmuy conservadoras, y los señores Marino MiguelFranziní y Luis de Seabra, de tradición setem-brista.

Verdad que luego surgió la división entre los ven-cedores y que sucesivamente han aparecido en laesfera política portuguesa frente á los regenerado-res otros partidos conocidos con los nombres dehistóricos, reformistas, constituyentes y agüistas.Pero esto sólo aparentemente contradice nuestroaserto sobre la disolución de los partidos lusitanos,suceso de mayor evidencia todavía en los dias quevivimos. Porque, en primer término, hay que con-siderar que los adversarios de la regeneración re-fieren todos sus ataques á la cuestión económica,prescindiendo ya del orden político. Después que laresurrección de los setembristas, con el nombre dehistóricos, acaudillados por el anciano de Loulé, sibien con la pérdida del numeroso grupo de adheridosá la persona y la política del mariscal Saldanha, nofue más que la señal para que se verificasen nuevosdesprendimientos de aquella antes poderosa parcia-lidad, teniendo este carácter los reformistas queacaudillaron el obispo de Vizeu y el general Sa-da-Bandeira y que de tanta importancia gozaron hacia1865, los constituyentes, los avilistas et sic de ccete-ris hasta llegar al partido democrático, verdaderotéirmino de este movimiento, en el cual debían parartodos estos dispersos grupos, y el que debía ser elúnico y verdadero adversario de los regeneradores,

con un programa político, económico y social sus-tancialmenledistinto y aun opuesto. Por último, nose puede prescindir de que á pesar de todas estasoposiciones, raro es el ministerio de los nueve ódiez constituidos en Portugal desde 1851 á 1868, encuyo seno hayan figurado hombres de una mismaescuela ó de unos mismos antecedentes, dándosecasos, como el de 1865, en que este hecho se ha ca-racterizado públicamente, tomando el Gabinete elnombre de ministerio de fusión, presidido por el se-ñor D. Joaquín Antonio de Aguiar, el amigo de donPedro, de gran renombre como acérrimo adversa-rio del ultramontanismo y partidario de Mousinho.

Contribuía á todo esto el sentido que las cosaspolíticas europeas llevaban por aquel entonces, ycuya influencia se demostró palmariamente en Por-tugal con la revolución de 1851 y el triunfo dela política de Saldanha, y en España con la revolu-ción del 54 y la exaltación de la política de nuestrogeneral O'Donnell. Nada más idéntico que la obra deestos dos hombres políticos; nada más análogo quelas consecuencias de una y otra empresa, si bien enel vecino reino, por sus condiciones particulares, eléxito inmediato de aquel empeño fue más pronto ymás completo, y sus resultados definitivos se hanretardado más que en nuestra patria. Portugal ha-bía sufrido lo indecible con las turbulencias y cam-bios políticos de los últimos cincuenta años; per-turbaciones tanto más sensibles y graves, cuanto queel país carecía de verdaderas condiciones de vidapropia, y el estado de su agricultura, de su indus-tria, de su comercio,—su existencia económica, enfin, era por domas deplorable, efecto en no escasaparte de la tradición absolutista y ultramontana. Elpaís estaba, pues, cansado, y la porción más Viva,más palpitante, más animosa, solicitada por el ejem-plo del rápido desenvolvimiento de la riqueza deotros pueblos, y bajo el influjo de la propaganda fa-vorable á ciertas ideas económicas y ciertos ade-lantamientos industriales que se enseñoreó de laEuropa contemporánea después de caida aquella si-tuación orleanista que, por boca de uno de sus pri-meros ministros, de Guizot, había gritado á lasmultitudes: «¡Enriqueceos para dominar!»; la por-ción más importante de Portugal, la que en todaslas naciones puede decirse que constituye verda-deramente la Nación, puso los ojo's en los intere-ses materiales, y, exigiendo ante lodo paz, pidió ála nueva situación grandes reformas en el sentidode lo que llegó á sor su primera preocupación.

Los regeneradores correspondieron á estos de-seos, ó excitaron, satisfaciéndolas, estas aspiracio-nes; y la conducta por ellos observada fue luegoseguida por todos sus adversarios. El duque de Sal-danha caracterizó su administración por medio de235 decretos, que llevaron en dos años escasos el

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pensamiento de la nueva situación á todas las esfe-ras de la vida jurídica lusitana. El Código penal, laley electoral, la de propiedad literaria, la organiza-ción del cuerpo consular, la nueva ley de minas, lossellos de correo, la abolición gradual de la esclavi-tud en las colonias, la creación del Consejo Ultra-marino, el establecimiento del sistema métrico, lareforma de la ley de propiedad artística, y, sobretodo, el arreglo de la Deuda, la supresión delfondo de amortización del Banco de Portugal, elestablecimiento de la contribución directa única, yla creación del ministerio de Obras públicas, consti-tuyeron la parte más principal de la obra del afor-tunado duque, secundado tan activa como inteli-gentemente, sobre todo, por los Sres. Antonio Ma-ría Fontes Pereira de Mello, ministro de Hacienda óinterino de Obras públicas, y Rodrigo de FonsecaMagalhaes, ministro del Interioré interino de Jus-ticia.

La reforma financiera, según los preámbulos delos decretos del Sr. Fontes de Mello, tenía por prin-cipal objeto concluir con el déficit abrumador yconstante del presupuesto portugués, por la reduc-ción de gastos y el aumento de ingresos, prescin-diendo del trillado camino del crédito y de todaclase de respetos á los intereses creados, y con lamira de utilizar los sobrantes, y en todo caso eldesahogo del Tesoro para favorecer el desarrollo delos intereses materiales, la construcción de cami-nos y el fomento de ciertas instituciones económicasque, á la postre, habrían de proporcionar ingresosde consideración al Erario público. Con esta idea, losregeneradores resolvieron, por un decreto de 3 deDiciembre do 1881, capitalizar los intereses de ladeuda consolidada interior y exterior no pagadosdesde 1848, los intereses de un empréstito de 4.000contos de reis que había dado al Tesoro el Banco dePortugal, y los atrasos de los empleados públicosen descubierto hacía ya tres años. Al siguiente, en18 de Diciembre de 1882, el gobierno ya se decidióá rebajar de un golpe el interés de toda la deuda á3 por 100. Y en 30 de Agosto y 9 de Octubre no ti-tubeó en apoderarse del fondo de amortización deque el Banco disfrutaba para hacer frente al pasivode los antiguos Bancos de Lisboa y de la ConfianzaNacional, quebrados en 1846 y cuyas obligacioneshabía aceptado el de Portugal, venido al mundo enaquella fecha con un capital'social de 8.000 contosde reis (unos 190 millones de reales) y la concesiónhecha por el gobierno de ciertas sumas sacadasanualmente de la renta de aduanas y la venta debienes nacionales. Estas sumas constituían el fondode amortización, que los regeneradores suprimieronen 30 de Agosto; así como el que intervinieron en18 de Diciembre lo formaban lo's 25 contos mensua-les con que contribuía la compañía privilegiada de

los tabacos y jabones para el pago del empréstitode los 4.000 contos.

Por supuesto, el efecto inmediato de estos de-cretos fue inmenso. Los acreedores del Estado pu-sieron el grito en el cielo, y la Bolsa inglesa secerró al crédito lusitano. El Banco de Portugal senegó rotundamente á obedecer los decretos llama-dos expoliadores. Bajo este punto de vista, la situa-ción fue terrible, y de olla salió el vecino reino sólomerced á un escrupuloso celo para atender á losnuevos compromisos contraídos con los tenedoresde la deuda, á una corta indemnización pagadaen 1886 á los tenedores franceses é ingleses, y unarreglo hecho en 1854 con el Banco, en cuya virtudquedó derogado el decreto de Octubre, y el go-bierno se nizo cargo de los descubiertos de los an-tiguos Bancos de Lisboa y de la Confianza Na-cional.

A pesar de la gravedad de todas estas medidas(no completamente peregrinas en la historia finan-ciera de Portugal, pues que ya en 1836, 1840, 45y 48 se habían verificado conversiones y reduccio-nes de la deuda ó do sus intereses, de positiva im-portancia), no quedaron satisfechos por enteró losregeneradores.

Los intereses de la deuda, que subían antes de lareforma á 3.491 millones, y consumían más delos dos quintos de los ingresos del presupuesto,bajó á 2.574 millones después de los decretos deDiciembre. Los ingresos habían continuado casilos mismos, unos 10.800 millones, y en cambio,de la lista de cargas del Estado había desapare-cido , entre otras partidas, la considerable delfondo de amortización del Banco. Y sin embar-go, el déficit seguía. Había subido en 1880-51 á2.330 millones: en 1852-83 era de 2.714. Fue pre-ciso, por tanto, poner una particular atención en lareformé de los impuestos, cuyo aumento era tanindispensable como la determinación del sistematributario.

A esto ocurrió en parte el decreto de 31 de Di-ciembre de 1852, en cuya virtud fueron sustituidoslos varios empíricos tributos qiie pesaban sobre lapropiedad urbana y las fincas rústicas, ora con e!carácter de definitivos y fundamentales, ora de adi-cionales y transitorio?, y que llegaban al 25 y al 30de la renta, con una sola contribución directa derepartición, llamada predial, que todavía subsisteen el presupuesto lusitano. Sin embargo, tampococon esto llegó á dominarse el déficit, que descen-diendo en 1853-54 á 204 millones, y en \ 884-58 á 11,vuelve á subir en el ejercicio siguiente, hasta dejaratrás después de 1862 las cifras más alarmantes delpasado. Esto, sin embargo, tiene una razón que envano resisten los patriotas portugueses, á saber: laimposibilidad en que se halla el pueblo hermano de

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sufragar los enormes gastos que implica en la ac-tualidad la conservación del carácter de nación in-dependiente. Más fácil y más halagüeño para elamor propio es atribuir este hecho á pecados de losministros y defectos de la administración.

Pero lo que mejor expresaba el espíritu del nuevoorden de cosas era la creación del ministerio deObras públicas, Comercio é Industria, á que dio vidael decreto de 30 de Agosto de 1852, á poco de crear-se en España el ministerio de Fomento. Aquel centroadministrativo tuvo por auxiliares dos comisiones ójuntas compuestas de personas de competencia co-nocida, y á su acción se debió que Portugal saliesedel atraso inconcebible en que yacía respecto deciertos extremos.

Un escritor lusitano—el Sr. Teixeira de Vascon-cellos, autor del libro Le Portugal et la maison deBragance (1)— describe la situación del país, en de-terminados respectos, del siguiente modo: «Portugalno poseía un solo camino de hierro, y el estado desus caminos de primera clase era tal, que los viaje-ros y los trasportes los evitaban por no caer en losbarrancos formados por las lluvias ó para no destro-zarse con las piedras desprendidas de la carretera;los caminos trasversales sólo podían ser recorridosá caballo y venciendo obstáculos casi insuperables.¡En todo el reino solo había una diligencia! Podíadecirse que los gobiernos, lo mismo de uno que deotro partido, previamente se habían puesto de acuer-do en un punto: en el de no emprender nada. Lafacilidad de las comunicaciones pluviales no habíasido mejor atendida, y los trabajos hidráulicos delas barras yacían casi abandonados. Faltábales á laagricultura y el comercio escuelas, y los beneficiosde una administración ilustrada no habían llegado áestos dos ramos esenciales de la prosperidad pú-blica. La industria se hallaba en idénticas circuns-tancias: apenas nacida á través de dificultades sinnúmero, faltábale desde el primer dia la educación,la enseñanza y una juiciosa dirección. A la sombradel sistema protector, pero completamente aban-donada, su desarrollo debía ser nulo y su existen-cia no debía servir más que para suministrar argu-unentos contra' su propia conservación.»

Otro escritor que ha discurrido con muchos datosv muy juiciosamente gobre Portugal—Mr. Ch. Vo-gel, autor del libro intitulado Le Portugal et les Co-lonies (2)—se expresa del siguiente modo sobre elestado de la agricultura lusitana:

«Después de la caida del poderoso ministroíPombal), la agricultura, de nuevo entregada á símisma, no se halló mejor. El predominio de los ma-yorazgos y fideicomisos que habían sobrevivido á

(1) 1859.¡i) 1860.

las reformas de Pombal, y la inalienabilidad de losinmensos bienes de mano muerta tendían á perpe-tuar en ella la inercia. No hubo un cambio radicalen estas condiciones sino á partir del tiempo delrégimen constitucional y la supresión de los con-ventos por D. Pedro en 1834. Este príncipe abolióal propio tiempo los antiguos diezmos eclesiásticos,bajo cuya carga no se cultivaban más que las tier-ras de primera calidad. Sin embargo, la gran pro-piedad con numerosos mayorazgos domina aún eneste país, como en Inglaterra, pero sin los capita-les, sin la solicitud inteligente de la aristocraciabritánica, sin el trabajo discreto y los recursos delos arrendatarios acomodados que explotan con laholgura de los largos arrendamientos.... Los gran-des propietarios portugueses habitan raras vecesen sus haciendas. Así sucede, sobre todo, en elAlentejo, donde este absenteismo no contribuyemenos que en Irlanda á mantener al aldeano en laapatía y el abandono. La masa de los cultivadoresse compone de pequeños colonos, agobiados deimpuestos, servidumbres y otras cargas, despro-vistos de medios de explotación, disfrutando de pe-queños lotes arrendados á corto plazo, de donderesulta que no forman con sus familias más que unapoblación casi flotante, cuya condición ha cam-biado poco, á pesar del deseo del gobierno de crearuna clase de colonos más independiente y de pe-queños propietarios interesados en la mejora delsuelo. Con este fin se han multiplicado en nuestrosdias las enfitéusis y vendido en pequeños lotes losbienes nacionales, y se ha ofrecido á los arrendata-rios de las antiguas tierras de la Iglesia y los con-ventos, ya reunidas al dominio del Estado, facilidadpara una reducción, cuyo precio se fijó en una sumaque importa diez y seis veces el valor de las rentasanuales.». Ahora bien: á todo esto hicieron frente con ma-yor ó menor éxito, según los casos, los regenerado-res, dueños del poder por espacio de cinco años.En 1852 fue concedida la construcción do la pri-mera línea férrea portuguesa (de Lisboa á Santa-rem), destinada á unir al vecino reino con el restodel continente europeo. De 1850 á 18S3 se constru-yeron 151.688 metros de carreteras, y se acometiócon mano firme la construcción ó terminación denumerosos caminos vecinales. De 1852 data el Ins-tituto agrícola de Lisboa, y de 18S3 el Institutoindustrial. Be ésta época vienen los concursos óexposiciones agrícolas en todos los distritos admi-nistrativos del vecino reino. A los regeneradores sedebe la disolución de las asociaciones conocidas conlos apellidos de Boda do Sal, en Setuba!, y CorpoSanto, que monopolizaban el comercio y la explo-tación de la sal. Suya es la ley que consagra losprivilegios de invención por quince años como má-

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ximum para la industria, y de 1853 viene la ley quedispensó á muchos colonos de los antiguos conven-tos de la mayor parte de sus atrasos. En 1852 co-menzó á funcionar la compañía que sostiene la na-vegación de la parte inferior del Tajo. En 1854y 55 fueron concedidas las vías férreas del Tajo alSado y de Lisboa á Cintra, y en este último año seestableció la Compañía general de mensajerías ypostas. La uniformidad de los precios de trasportede las cartas, á despecho de las distancias, produjoen 1854 un movimiento de 2.088.000 cartas y des-pachos. Ei año anterior se intentó, bajo la protec-ción del gobierno portugués, *el establecimiento deun servicio trasatlántico de vapores; empresa quefracasó á poco, siendo sustituida en 1859 por laReal Compañía Anglo-luso-brasileña. En 1852 que-daron abolidos definitivamente la compañía de losvinos de Oporto y sus privilegios, que bajo distintaforma habían sobrevivido al decreto de D. Pedro,de 1832, contra la vieja compañía de Pombal. Ypor último, en Diciembre de 1852 y Agosto y Octu-bre de 1854 se reformaron los aranceles de 1841,rebajando los derechos sobre el hierro, acero, al-godón en bruto, seda, lino, cáñamo, estopas y al-gunas manufacturas; de modo que los ingresos deaduanas descendieron de '277.800.000 reis que figu-raban en 1851 á 159.812.000 en 1854; reforma queá la par puso un correctivo al contrabando y dio uncierto empuje á la industria nacional, sofocada porlos privilegios concedidos á Inglaterra en 1810 yno sostenida por los arancelas protectores de 1837y 41, hechos bajo la idea de favorecerla contra elmonopolio británico. De 1855 datan los telégrafoseléctricos, que debían extenderse á 632 kilómetros.En 1856 aparecían construidas 92 leguas de buenoscaminos y 17 puentes, y en construcción 24 leguasy 28 puentes. Publícanse en 1852 los trabajos detriangulación, que exigía el Catastro. Y á 1854 serefiere el plan general de obras públicas, según elcual los trabajos hidráulicos habían de compren-der al Duero, el Tajo, el Guadiana y el Mondego;la canalización del Sado, el Vougo y otros riosmenos considerables; los canales de Azambujas,Alpiarca y rio Maior; la unión del Tajo con el Sadoy del Duero y el Tajo; y los caminos habían dedividirse en carreteras de primera y segunda clase(en número de 12 aquellas), sostenidas y entreteni-das por el Estado, el cual ayudaría con subvencio-nes las comunicaciones de los caminos provincialesy municipales.

El empuje estaba dado. La opinión pública apo-yaba enérgicamente los esfuerzos de los regenera-dores, que primero hicieron uso de la dictadurapara llevar á cabo sus decretos, y después obtuvie-ron la cooperación decidida del país en Cortes.'Fuerza, pues, fue seguir el nuevo trazado, y no sólo

las oposiciones, como antes he dicho, obedecieronal impulso de la administración Saldanha-Fontes-Fonsoca, sino que puede bien asegurarse, como yaindiquó, que en lo sucasivo todas las cuestionesgraves de la política portuguesa, todos los progra-mas de los ministerios, como todas las dificultadesde éstos, tuvieron por base una cuestión eco-nómica.

La Hacienda fue objeto especialísimo de la aten-ción del marqués de Avila (ministro del ramo conel duque de Louló), al cual se debe el decreto de3 de Noviembre de 1860, que organizó la cobranzay administración de las rentas públicas, fundiendoen la contribución predial algunos impuestos secun-darios locales y especiales, creando la contribuciónindustrial única, que sustituyó al diezmo sobre* laindustria y á los varios impuestos secundarios sobrelas fábricas; estableciendo la contribución sobre loscoches y caballos, el derecho de registro y otrapersonal en defecto de la antigua sobre los criados.A esta fecha hay que referir los grandes y costosostrabajos hechos para mejorar el lecho del Mondejoy el Tajo, como á 1859 (en que vivió el ministerioTerceira-Fontes-Serpa) el contrato celebrado con lacasa Langrois para la construcción inmediata de693 kilómetros de carreteras de primera y segundaclase, y con el Sr. Salamanca para la prolongacióndel ferro-carril de Santaren hasta la frontera espa-ñola y hasta Oporto. En 1857 es suprimido el mono-polio del jabón, y se publica la Pauta geral das al-fandegas de Portugal é llkas adjacentes, de sentidolibre-cambista, confirmado por el decreto de 14 deAgosto de 1858 y por la reforma do 1860 (obra delmarques citado), que suprimió ó disminuyó muchosderechos absurdos, animando al gobierno para pro-yectar una nueva revisión de las tarifas y el esta-blecimiento de un derecho fijo de entrada sobre loscaldos^ue consagrase definitivamente la libertaddel comercio de cereales. De 1862 data el arreglode la contabilidad general, que firmó el Sr. Lobo deAvila, autor también en 1864 de una feliz reformade la administración de las aduanas, que desemba-razó al comercio de mil vejaciones que entorpecíansu desarrollo. Y en 1859 toman vuelo los trabajosrelativos al Catastro y á la Estadística, que halló enel marqués de Ávila un protector decidido.

Fuera de este camino, con posterioridad á 1851 yantes de 1868, sólo se han promulgado una ley de23 de Noviembre de 1859 (en una situación de re-generadores) que sustituye la renta de 100.000 reiscomo censo único para los electores por el impuestode 10.000, 5.000 y 1.000 reis según los casos, porser este dato de más fácil comprobación; la ley de8 de Junio de 1859 que instituye (por iniciativa delRey á cuyo cargo correrían los gastos) en Lisboaun curso superior de historia, filosofía y literatura

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antigua y moderna, que comprendía cinco cáte-dras, y el decreto de 8 de Setiembre del próximoaño, que trajo á Lisboa el Consejo superior de Ins-trucción pública de Coimbra creado en 1844, ane-xándolo al ministerio del Reino, que comenzó áponer en este orden de la vida portuguesa unaatención que dio por resultado, á la postre, en 1870,la creación del ministerio de Instrucción pública yla reforma de la enseñanza pública de Portugalque descansaba en el decreto de 20 de Setiembrede 1844.

Todos, pues, andaban por el mismo camino. Elclamor público estaba satisfecho. Los Poderes ha-bían reconocido eficazmente que Portugal nada ne-cesitaba en el orden político, y que todas las mira-das y toda la acción debían ponerse en la vida eco-nómica. Hechas las reformas en este sentido, sólose requerían paz y tiempo.

RAFAEL M. DE LABRA.

LOS PROGRESOS DE LA LINGÜISTICAEN F R A N C I A .

La lingüística es una ciencia muy moderna; sólohace diez años que ha adquirido derecho de ciuda-danía en Francia. Las lecciones de Sí. Breal en elColegio de Francia, la publicación de su traducciónde Bopp (Gramática comparada de las lenguas indo-eurepeasj, y la creación de la Escuela de los estu-dios superiores y de la Sociedad de lingüística, mar-can una nueva era en el estudio del lenguaje. Mien-tras se agrupaban en la cátedra del Colegio deFrancia todos los hombres ansiosos de un buen mé-todo y de una sólida enseñanza, la Escuela de losestudios superiores, verdadero laboratorio de laciencia, inauguraba esas conferencias en que losalumnos aprenden á trabajar bajo la dirección de losmaestros y toman por sí mismos una parte activa enel descubrimiento de las verdades científicas; la So-ciedad de lingüística reunía en su seno á los hom-bres más competentes de la Francia y del extran-jero, y publicaba en sus Memorias trabajos que ledaban una incontestable autoridad en Europa. LaSociedad ensancha sin cesar su esfera de acción:además de sus Memorias y de su Boletín publicaráen breve una serie de informes sobre el estado delos estudios lingüísticos en los diferentes países. Seabstiene de las discusiones sobre el origen del len-guaje; pero no de las investigaciones científicas so-bre la producción de los sonidos de la voz humana.M. Marey, profesor del Colegio de Francia, inventorde esos aparatos tan delicados que registran conuna precisión absoluta los latidos del corazón y los

movimientos respiratorios, ha puesto su laboratorioá disposición de la Sociedad para una serie de ex-perimentos que ya han dado excelentes resultados.Estos experimentos serán publicados con curiosí-áimas ilustraciones, en las cuales se podrán ver losprincipales elementos de la palabra humana recogi-dos por los cilindros registradores.

La lingüística ha dejado de ser una ciencia de afi-cionado en la cual pueda tomar libre vuelo la ima-ginación sin dejarse regular por ningún criterio.«La explicación de las palabras, decía San Agustín,depende de la imaginación de cada cual, como laexplicación de los sueños.» No hay nada de esto; laciencia del lenguaje, tal como la han formulado losmaestros modernos, es á los sueños de los antiguos,desde Platón hasta Court de Gebelin, lo que la quí-mica á la alquimia y la astronomía á la astrologíaEsta comparación es tanto más exacta, cuanto quela ciencia del lenguaje tiende á tomar su puesto en-tre las ciencias naturales. M. Abel Hovelacque acabade publicar con el título de La Lingüística un vo-lumen en el que ha reunido, con forma elegante yaccesible aun á los lectores menos preparados, ungran número de nociones dispersas hasta aquí enobras técnicas. M. Hovelacque establece claramentela distinción entre la lingüística, ciencia natural, yla filología, ciencia histórica; una y otra pueden, sinembargo, prestarse útilísima ayuda.

M. Hovelacque hace bien en poner en guardia álos hombres ilustrados contra los peligros de la eti-mología. «La etimología en sí misma, dice con ra-zón, no es más que una especie de juego; el mayorenemigo del etimólogo es el lingüista. La etimo-logía por sí y para sí misma no es más que la adi-vinación; hace abstracción de la experiencia; olvidalas dificultades y se contenta con apariencias espe-ciosas de lo que á duras penas es probable ó vero-símil. ¿Cabe dudar si las palabras alemanas halen(haber), cehnlich (análogo), abentener (aventura),responden ó nó casi letra por letra al latin habere,al griego análogos y al castellano aventura? Y, sinembargo, no hay nada de esto.» M. Hovelacque se-ñala con razón el peligro y el ridículo de esas eti-mologías que constituyen una verdadera plaga parala ciencia, y acerca de las cuales muchos profeso-res de segunda enseñanza engañan á sus alumnos.Pero no indica bastante claramente dónde existe elvicio de las falsas etimologías: frecuentemente con-siste en defecto de juicio, y en este caso es un buenejercicio acostumbrar á la juventud á analizar lasetimologías falsas. Ejemplo: Justiniano, en la Insti-tuía, afirma que lestamenlwm procede de testatiomentís. Hé aquí á primera vista una cterivacion es-peciosa, porque, según esta hipótesis, un niño dedoce años podrá creer que pavimentum procede depavitio mentís, lo cual pugna con el buen sentí-

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do. Un prelado, que por lo visto se interesa pocopor la lingüística, escribía últimamente que la pala-bra francesa corrompre procede de la latina cor-romper, romper el corazón. Una ligera ojeada sobrecualquier Diccionario latino le hubiese demostradopalabras como corrivo ó corruo, en las cuales nadatiene que ver el corazón. No es posible relacionardemasiado las palabras ni los individuos. Si cual-quiera encuentra en la calle dos hombres rubios quellevan gabanes de color castaño, no deducirá por esoque son parientes; ni llegará á afirmar que existeparentesco hasta después de haber tomado informesy comprobado el estado civil de los dos individuos.Lo mismo sucede con las palabras: también tienensu estado civil, y la etimología tiene por objeto es-tablecerlo; manejada de una manera científica, laetimología quita muchas preocupaciones y provocabastantes descubrimientos que aguzan el entendi-miento satisfaciendo su necesidad de saber. Entran-do las palabras en las lenguas, unas por la vía or-gánica y otras por la vía histórica, la etimologíaencamina el espíritu hacia el doble estudio de lalingüística y de la filología. Nunca serán demasiadoslos esfuerzos que se empleen en vulgarizar el ver-dadero método y en hacer comprender que antetodo es preciso saber ignorar ciertas cosao y con-fesar francamente que se ignoran.

El libro de M. Hovelacque prestará indudablemen-te buenos servicios hasta á aquellas personas concuyas preocupaciones y creencias esté en contra-dicción. Este estudio sumario de las lenguas mono-silábicas, aglutinantes y de flexiones, presenta enuna forma agradable los resultados de largas inves-tigaciones, y producirá de seguro más de un adep-to á la ciencia que nos interesa.

La evolución que se ha operado en el estudio dellenguaje humano, evolución cuyo cuadro presentael libro de M. Hovelacque, tiende á trasformar laenseñanza de las lenguas aun en los establecimien-tos secundarios; es imposible que los descubrimien-tos modernos dejen de penetrar hasta las clasesmás inferiores de los liceos y establecimientos par-ticulares. Los libros antiguos y los antiguos méto-dos, los Lhomond y los Burnouf, vivirán ya pocosaños. M. Brachet, con su Diccionario etimológico ysus Gramáticas, ha modificado singularmente laenseñanza del trances en los establecimientos quehan adoptado sus obras. Respecto del latin se hanhecho varios ensayos, y creemos que la Gramáticadefinitiva será la que va á publicar M. Luis Havet,uno de los lingüistas más distingnidos de la nuevageneración. A este trabajo se ha preparado tradu-ciendo el Compendio de la declinación latina, deM. Bücheler, profesor de la Universidad de Bona.La obra originaV había aparecido en 1866, y la tra-ducción de M. Havct ha sido para M. Bücheler la

ocasión de añadirle numerosas mejoras y adicionesque, juntas á las notas de M. Havet, hacen de laedición francesa una obra enteramente nueva, for-mando parte de una colección ya célebre, la Biblio-teca de la Escuela de. los estudios superiores. Enesta misma colección acaba de publicar M. Breal suedición de las Tablas Eugubin'as, con introducción,traducción, comentarios y facsimil. No debemosdecir más de esta obra, que ha valido á su autor elpoco común honor de entrar desde luego, y sinpruebas, en la Academia de inscripciones y bellasletras.

M. Luis Havet es uno de los discípulos y auxilia-res más entusiastas de M. Breal. Otro discípulo delmismo maestro fue el malogrado Francis Meunier,arrebatado á la ciencia por una muerte repentinahace dos años. Francis Meunier, que había revisadoy completado con una tabla detallada la ediciónfrancesa de Bopp, se había entregado hacía diezaños á investigaciones originales sobre las lenguasclásicas y las lenguas romanas, investigaciones que,publicadas en las Memorias de la Sociedad de lin-güística y de la Asociación de los estudios griegos,habían llamado la atención de las personas máscompetentes. En 4873, la comisión académica delpremio Volney recompensó el extenso trabajo deFrancis Meunier, y en 1874, la comisión de impre-siones gratuitas de la Imprenta Nacional acordó laimpresión por cuenta del Estado de la obra premiadapor el Instituto. Ahora acaba de aparecer esta obracon el título de: Los compuestos que contienen unverbo de modo personal en latin, en italiano y encastellano. Es un precioso trabajo de lexicografía,y un verdadero suplemento á todos los diccionarios,sin exceptuar el de Littué. El autor ha reunido ensu obra todos los nombres propios ó comunes denuestra lengua en que entran verbos y por lo tan-to fonüan una frase entera, como porlamoneda.Graves discusiones han surgido entre los romanis-tas sobre la cuestión de saber si el verbo, en estaspalabras, está en imperativo ó en presente de indi-cativo. M. Meunier opina en favor del indicativo.Otro sabio, M. Darmsteller, ha publicado sobreeste asunto un volumen que se titula: Tratado dela formación de las palabras compuestas en la len-gua francesa, comparada con las demás lenguas ro-manas y con la latina. M. Darmsteller pertenecetambién á la Sociedad de lingüística y á la Escuelade los estudios superiores, es decir, que se encuen-tra en su trabajo un método seguro y una erudiciónexacta.

Después de las lenguas clásicas, la más estudiadade las lenguas vivas es la aleijaana. Schiller y Goetheno han estado nunca tan en moda como en la actua-lidad. Los trabajos de filología germánica son, sinembargo, muy raros en Francia. En cambio¡ se

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multiplican las ediciones de libros clásicos, las gra-máticas, los diálogos. Diccionario importante no sehabía publicado ninguno desde el de los señoresSchuster y Regnier. La librería Hachettc acaba depublicar uno nuevo, que parece destinado á obtenerpor largo tiempo el favor del público; su autor esTeobaldo Fix, que murió recientemente siendo bi-bliotecario del Consejo de Estado. Los diferentesmatices de las lenguas alemana y francesa son obs-táculos casi insuperables para el lexicógrafo máserudito; ¿cómo traducir, por ejemplo, al alemánsemillanl ypimpant? El editor postumo del Diccio-nario afirma que M. Fix ha tenido más acierto quela mayor parte de sus predecesores. Hubiera sidoconveniente indicar que la mayoría de las palabrasque expresan gracia, finura, delicadeza de la con-versación y de la vida social no se pueden traduciral alemán.

Al lado de las lenguas vivas que se enseñan enlos liceos, hay otras que han llegado á tomar puestoen la enseñanza oficial y que, sin embargo, mere-cen no ser olvidadas, porque pueden suministrarlos medios de abordar estudios llenos de novedady que no carecen de interés bajo el punto de vistapolítico, comercial ó literario. Tales son, por ejem-plo, las lenguas escandinavas; tal es también elhúngaro, al que los últimos acontecimientos handado una gran importancia. Un sabio húngaro esta-blecido hace mucho tiempo en Paris, M. Carlos Uj-falvy, ha emprendido la tarea de dar á conocer suidioma, y acaba de publicar una obra titulada Ele-mentos de gramática magyar. El patriotismo arras-tra demasiado al autor cuando declara que el ma-gyar se habla por un pueblo que cuenta cerca denueve millones de individuos. Esta es una cifra evi-dentemente exagerada, que las estadísticas másexactas reducen á la tercera parte, por lo menos;pero de cualquiera manera que sea, la lengua ma-gyar ofrece un curioso asunto de estudio; sirve deórgano á una literatura do primer orden, cuyospoetas y novelistas han producido ya obras muynotables. Basta recordar los nombres de Poetoefi,de Vorosmarty, de Jokay y de Kisfaludy. Para losfilólogos es muy interesante poder estudiar en unidioma europeo las reglas y el organismo de laslenguas llamadas aglutinantes. En la actualidad,M. Eduardo Sayons está terminando una Historiade Hungría, con numerosos documentos desconoci-dos hasta ahora en Francia. M. de Ujfalvy prestaráun verdadero servicio desarrollando sus Elementosde gramática magyar y añadiéndole una crestomatía,acompañada de traducciones y de noticias históri-cas sobre los principales escritores.

Luis LEGER.(Revwe litteraire.)

UN PASEO POR MARRUECOS.

ii.*Tánger 11 Julio 187IÍ.

Ya estoy en Marruecos, en la tierra de lo mara-villoso.

Ayer á las nueve de la mañana me embarqué enGibraltar, y á las doce y media puse el pié en estepaís, que siempre, desde los más remotos tiempos,se ha cubierto bajo el tupido velo del misterio.

Celoso de sus bellezas, ha opuesto siempre á lacuriosidad de los hombres lo maravilloso, lo sobre-natural, lo terrible.

Los siglos pasan, las generaciones se suceden,húndense los imperios, mueren ilustres nacionali-dades, nacen religiones, surgen de las olas evoca-dos por el genio hispano nuevos mundos llenos deluz, de riqueza, de poesía.

No queda sobre el anchuroso y terrible mar nisobre la arrugada superficie de la tierra, del uno alotro polo, la más pequeña porción que no haya sidovista y reconocida por el hombre.

Sin embargo, el África de hoy sigue siendo elpaís de Atlante, la tierra feliz donde brotaban losáureos frutos del Jardín de las Hespérides.

Los esfuerzos acumulados de cien pueblos, demillares de generaciones, no han logrado más queconocer la corteza.

Las naciones más poderosas, las que han mar-chado siempre á la cabeza de la civilización, á du-ras penas han podido establecerse en algunos pun-tos del litoral, y su poder concluye donde caen in-ofensivas las balas de sus cañones.

El África, sintiéndose incaparde resistir al inva-sor torrente que por todas partes la acomete y en-cierra en un círculo de hierro, retrocede orgullosa,altiva, como el gladiador que pierdo terreno, peroque, aún con vida, espera vencer á su contrario.

Cede paso á paso, abandona á la civilización susdisputadas conquistas; pero se atrinchera detras desus impenetrables bosques vírgenes, se hace unarma terrible de los mortíferos miasmas que despi-den sus pantanos, y se cubre con el inmenso mantodel desierto para ocultarse á las curiosas miradasde los Europeos.

En todas partes, desde las sagradas orillas delGanges hasta las playas del Bosforo, inundadas deluz y poesía; desde los países hiperbóreos hasta lasinmensas llanuras cruzadas no há muchos años porlos indómitos pieles rojas, el poderoso y bienhechorinflujo de la civilización se ha dejado sentir en to-das partes monos en África, donde se vive aún la

I el numero anterior, pág. 27.

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vida de las tiendas, la vida de los patriarcas Abra-ham y Jacob.

Sin embargo, no es la distancia, no son insupe-rables obstáculos naturales los que nos separan deestos pueblos primitivos.

A las puertas de Europa, á hora y media de dis-tancia de Tarifa, está el Imperio de Marruecos, enel mismo estado hoy, con ligera diferencia, quecuando abandonó las faldas del Atlas para lanzarcontra la España sus fanáticos soldados.

Sus huestes victoriosas saltaron por cima de losPirineos para morir á manos de Carlos Martel; delas Universidades árabes de España brotó la luz quemás tarde había de iluminar el mundo entero; sos-tuvieron con nosotros siete siglos de continuaguerra; cuajaron nuestras ciudades de preciosasobras arquitectónicas; y á pesar de tantas relacio-nes, no obstante el continuo roce que con elloshemos tenido, su historia y sus costumbres nos sonmenos conocidas que las de los Griegos y Ro-manos.

Densas son las nieblas que, por lo general, ocul-tan á los hombres el principio de todas las nacio-nalidades, y mucho más de las Africanas, que tanpoco ganosas so han mostrado siempre de conocercomo de ser conocidas.

Sin embargo, de entre ellas, como un genio evo-'cado por algún poderoso talismán, se destaca im-ponente la figura de Boco como el jefe principal delas comarcas comprendidas entre el Estrecho deGibraltar y el gran Desierto.

Mezclado en la guerra que su yerno Yugurta sos-tenía con Roma, puso en gran aprieto no lejos deCirta á las famosas cohortes de Mario, y terminó laguerra entregando á Yugurta á sus enemigos, encambio de la tercera parte de la Numidia.

Esta es la primera vez que en la historia aparecey en ella se ve dibujado con firmes trazos el ca-rácter del pueblo marroquí.

Valor impetuoso; perfidia inaudita. Tal es el re-trato de Boco; y en la galería que vamos á recorrerencontraremos, con raras excepciones, muchos pa-recidos.

A Boco sucedió en el trono su hijo Bogud, quealgunos llaman Volux, lo cual ha dado lugar ácreer que eran distintos personajes, y á éste suce-den Juba y Tolomeo.

Durante el reinado de este último, un jefe llama-do Tacjarinas, reuniendo muchos montañeses, formóun respetable imperio en las faldas del Atlas, lle-gando en más de una ocasión a derrotar á los Ro-manos, hasta que el procónsul Dolabela le arrancócon la vida su efímero poder, quedando poco des-pués la Mauritania convertida en provincia romana.

Caida Roma, repartiéronse sus despojos los Go-dos, Vándalos, Suevos, Francos, Hérnlos, Alanos y

TOMO VII!,

Sajones, correspondiendo á los segundos por suparte de botin las amenas campiñas de la Bética, ypoco después las provincias de Cartago, Numidia yMauritania, que los Romanos no pudieron defendercontra la impetuosa furia de los invasores, cuya do-minación en África se prolongó por espacio decien años.

Al cabo de este tiempo recobró el Imperio susprovincias africanas; pero su poder, sin cesar com-batido por constantes luchas promovidas por losGobernadores, que aspiraban ser independientes,se escapó por fin de sus manos para caer en las delos monarcas Godo-hispanos.

Más tarde, electrizados los Árabes por la religiónpredicada por Mohamed, se lanzaron á la guerrasanta, asolaron las ricas comarcas de Oriente, yextendiéndose por el África durante el reinado delos Califas, arrojaron á todos sus enemigos, sin

, que nadie fuera poderoso á detenerlos, hasta quemomentáneamente vinieron á estrellarse sus esfuer-zos contra las robustas torres de Ceuta, con valordefendidas por el famoso conde D. Julián.

La nueva religión, predicada por los Árabes yllevada por la punta de sus lanzas hasta las fronte-ras del Sahara, fundió* en una las diversas naciona-lidades en que estaba dividido aquel país, y unién-dolas con el poderoso lazo de la unidad religiosa,los preparó para que Muza, aprovechando la trai-ción de D. Julián, los lanzara en masa contra nues-tra desgraciada patria.

A principios del siglo XII, por los años 1407, unjefe de tribu llamado Techifrian se alzó contra losÁrabes, y reuniéndose á otras tribus ganosas tam-bién de independencia, fundó un respetable Impe-rio, que aumentó su hijo Yusef, fundador de Mar-ruecos, el cual pasó á España, donde murió en unabatalla»

Respecto á la fundación de Marruecos, el ImánAbu-Mohamed-Salah-ben-Ab-el-Halim, de Granada,la refiere asi en su libro titulado Rut-el-Kartas (Jar-din de hojas), escrito en Fez.

«El año 4S4 vio afirmarse el poder y la fama deYusef-ben-Techifrian.

«Compró á un propietario de Masmuda el terrenoque hoy ocupa la ciudad de Marruecos, y establecióallí su tienda, cerca de la cual mandó construiruna mezquita para rezar y una Kasbá (castillo) paraguardar sus tesoros, pero no las rodeó de muros.

«Cuando empozaron las obras de la mezquita secubrió con humilde traje, y por modestia se mezclócon los obreros y manejó con ellos la cal y las pie-dras (que Dios le conceda el perdón y utilice el finde sus trabajos).»

El sitio en que trabajó Yusef se llama hoy Sur elKheyv, y está situado al Norte de la mezquita deKotnbia. No teniendo agua, envaren pozos y vivie-

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ron sin murallas hasta el año 526, que las mandó le-vantar Alí Brahen, hijo y sucesor de Yuséf, que l'uódestronado por Abdalla, jefe de una secta religiosaderivada del Mahometanismo, que por esta razóngozaba de gran influjo.

Como siempre sucede cuando en los reinos seinvierten violentamente las leyes de sucesión ála corona, ocurrieron-graves y sangrientos trastor-nos, á favor de los cuales subió al trono Abdulumen,famoso guerrero, que aun cuando se jactaba de ejer-cer el poder por libre elección de los pueblos, sabia,cuando éstos no le eran adictos, reducirlos con laespada, como sucedió á Marruecos.

Esta ciudad, fiel á sus antiguos reyes, proclamó alhijo de Brahen, y defendió con tal tesón á su candi-dato, que, irritado Abdulumen, juró destruirla ypasaría por una criba.

Después de un largo sitio, la ciudad fue tomadapor asalto, pasados á cuchillo sus defensores, y susedificios, derribados y molidos piedra por piedra,'pasaron por v,na criba, como había jurado el ferozvencedor, el cual la reedificó, marchando después águerreará España, sucediéndole en el trono Yusef II.

Muerto éste, ocupó el solio Almanzor (conquista-dor), que después de apodefarse de la Numidia, Fezy Túnez, llevó su3 invencibles armas hasta eldesierlo de Libia ó hizo que los moros de España loreconocieran por Soberano, llegando á sor el máspoderoso de cuantos en África reinaron desde iosCalifas.

De este Rey cuenta la tradición que, habiéndoselesublevado un general, aprovechando la ocasión dehallarse él ocupado en las guerras de España, tomótal incremento la insurrección, que, desconfiandovencerla por la fuerza, entró en tratos con el rebel-de, y, entre otras cosas, juró perdonar su traición.

Merced á estas concesiones terminó la guerra;pero al ver al traidor general fue tanta la ira que loacometió, que, olvidando su juramento, mandó de-gollarlo en el acto.

Aquella noche desapareció el Rey y no se volvió ásaber más de él, por cuya causa su hijo ocupóel trono que todos consideraban vacante.

Únicamente Fálima, esposa y favorita de Alman-zor, no pudo consolarse ni olvidar su pérdida, yabandonando el palacio, tras larga y penosa pere-grinación, Siego á Alejandría, donde encontró á suesposo, que para expiar su perjurio se había hechopanadero.

El hijo de Almanzor, menos afortunado que.suheroico padre, sufrió en España grandes reveses quele acortaron su vida, y á su muerte se fraccionó elImperio en varios reinos que desde entonces empe-zaron á conocerse con el nombre de Estados Ber-beriscos.

Siguió á esto una época de guerras continuas que

entre sí se hicieron las diferentes tribus que regíanen Marruecos, mientras la suerte de las armas leserra propicia, hasta que por fin cayó el poder enmanos de los hijos del Sheríf Hassan, descendientede Mahoma y fundador de la dinastía que hoy reinaen Marruecos, siendo su primer rey Mohamed, cuyoreinado fue turbulento.

A este sucedieron Muley-Abdalá, Mohamed el Ne-gro'-, que fuó destronado por su tio Muley-Ab-el-Melik, dando lugar estos sucesos á que intervinieraen ellos el rey 0. Sebastian de Portugal, el cual, porayudar á Muley-Mohamet, perdió la vida en la san-grienta batalla de Alcázar Kibir, llamada tambiénde los tres reyes, porque en ella perecieron, ahoga-do el Negro, y Ab-el-Melik de fatiga.

A este último sucedió su hermano Muley-Hamet,proclamado en el mismo campo de batalla, cuyoreinado fue notable por su justicia, buena adminis-tración y grandes conquistas y por haber divididosu reino entre sus cinco hijos, lo cual dio margená terribles guerras entro los mal avenidos herma-nos, uno de los "cuales, por comprar la ayuda deFelipe III, rey de España , le cedió la plaza de La-raehe, lo cual no le sirvió do gran cosa, pues trasmedio siglo de incesante lucha, su hermano Muley-Cidan, vencedor de los demás, quedó reconocidocomo único soberano de Marruecos.

A este sucedieron por su orden sus tres hijos:Ab-el-Melik, que tomó el nombre de Sultán; Valid, yHahamet, cuyo trono se hundió en espantosas re-vueltas, pereciendo todos los de su raza á manosdel Hache-Kom, que á su vez fue asesinado; que-dando desde entonces el Imperio presa de la máscompleta anarquía.

Restablecido el orden por el Sherif Hache-Ali-Ben-Mohamed, pariente, aunque lejano, de los anti-guos Sherifes, sucedióle su hijo Muley-Sherif, quetuvo ochenta y cuatro hijos varones y ciento veinti-cuatro hijas, de los cuales ocupó el trono el primo-génito, de nombre Mohamed y de sobrenombre elJusto.

A este siguieron sus hermanos Muley-Arjid, ase-sinado al salir de un festín; Ismael, que tuvo ocho-cientos hijos, y reconquistó á Tánger, Larache y laMehdia ó Marmora; Hamet-el-I)orado;Muley-Abdalá;Mohamet, que tomó el nombre de Emir-el-Muslhn(príncipe de los creyentes), que recuperó á Mazagany fundó á Mogadoi"; Muley-el-Yezid, durante cuyoreinado ocurrieron muchas revueltas ocasionadaspor su carácter díscolo y su natural cruel. Murió enun combate, á los veintidós meses de haber ceñidola corona, y su reino se dividió, prolongándose lasguerras y desórdenes hasta que Muley-Soliman sehizo proclamar Sultán de Marruecos, y concluyócon la piratería, dando libertad á cuantos cautivoscristianos había en sus Estados.

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A este sucedió, tras muchos trastornos, Muley-Abderhaman, que mandú predicar la guerra santacontra los conquistadores de Argel, y la emprendiócon tan poca fortuna, que los franceses, despuésde haber bombardeado á Tánger y Mogador, de cuyaisla se apoderaron, derrotaron en Isliy a los marro-quíes mandados por Muley-Mohamed.

En las postrimerías del reinado de este soberano,el 11 de Agosto de 1889, surgieron las primeras di-ficultades entre España y Marruecos.

Habíanse dado principio á los trabajos de unanueva fortificación en Ceuta, cuando los moros, alar-mados sin duda, ó por el odio tradicional que con-tra los cristianos abrigan , destruyeron por la no-che los trabajos practicados, inutilizando algunosmateriales, rompiendo puertas y garitas y derri-bando varios marmolillos que marcaban los límitesde la plaza; todo lo cual se apresuraron á poner ensu lugar tan pronto como tuvieron noticia de laqueja que con este motivo presentó al cabo de lalínea mora nuestro comandante en Ceuta.

Estos sucesos causaron bastante sensación entrelos duares vecinos. Los moros, creyéndose ofendi-dos por la conducta de su jefe, acudieron en grannúmero, y como la plaza que tenían enfrente eraparte integrante del territorio marroquí, y, sin em-bargo , sobre sus murallas ondeaba un pabellónenemigo tradicional de su nacionalidad y religión,los ánimos se encendieron, y el 22 del mismo mesderribaron los hitos que servían para la demarca-ción del límite, en los cuales se hallaban esculpi-das las armas de España.

Semejante insulto, después de lo que el dia 11había sucedido, no podía quedar impune, ni eraocasión de presentar quejas, cuando los moros co-ronaban en armas las alturas inmediatas á la plaza.En su consecuencia, salió el duque de Gor el 24 alfrente de 4S0 hombres de su batallón de cazadoresde Madrid, y apoyado por algunas fuerzas de Bar-bastro y provincial de Sevilla, escarmentó á losmoros, retirándose al siguiente dia á la plaza con14 heridos, siendo cinco de ellos de arma blanca,pues en varias ocasiones lucharon cuerpo a cuerponuestros valientes soldados con los fanáticos mar-roquíes, renovándose estas escenas el 9 de Se-tiembre.

Nuestro cónsul general se quejó amargamentede lo sucedido al ministro que el Sultán tiene acre-ditado en Tánger para entenderse con los represen-tantes de las naciones civilizadas, exponiendo lasexigencias del Gabinete de Madrid, que eran:

1." Que las armas de España fueran repuestas ysaludadas por las tropas del Sultán, en el mismo si-tio donde fueron echadas por tierra.

2." Que los principales culpables fueran condu-cidos al campo de Ceuta y severamente castiga-

dos en presencia de la guarnición y vecindario.3." Reconocer el derecho perfecto del Gobierno

español á fortificar el campo de dicha plaza delmodo que estimara más conveniente.

Y por último, que el gobierno marroquí adopta-ra las medidas convenientes para que la paz y bue-na armonía que entre ambos países reinaba, no vol-viera á turbarse con la repetición de desmanes se-mejantes á los que habían tenido lugar aquellosdias.

A todas estas condiciones suscribieron los moros,excepto á la declaración que sobre las obras se pe-día, por no estar para ello autorizado el ministro,el cual hacía pesar la responsabilidad de los con-flictos ocurridos sobre nuestro gobernador militarde Ceuta, cuyas salidas, que él tachaba de impolíti-cas, aumentaban el fuego de la «edición entre loscampesinos y entorpecían los trabajos del gobiernomarroquí.

Por este tiempo murió el rey Ab-Errajaman, sien-do proclamado en Fez y Mequinez su hijo Sidi-Mo-hamed, que á la sazón estaba en Marruecos; porlo cual se entorpecieron bastante las negociacio-nes á causa de los trastornos que siempre ocur-ren en el Imperio á la muerte de sus soberanos..

Aun cuando en aquella época nuestro país estabamuy mal mirado en Marruecos, y su gobierno nonos consideraba en estado de emprender una guer-ra, tampoco ellos podían sostenerla con desahogo,cuando sus kábilas andaban inquietas y no bien so-metidas; de suerte que, alarmados por nuestr^enér-gica actitud, cedieron á todas las reclamaciones,deseosos de conservar la paz y buena amistad conel Gobierno español, consintiendo que los limitesde la plaza de Ceuta se ensancharan hasta los para-jes elevados más convenientes para la seguridad ydesahogo de dicha plaza.

En vista de esto, nuestro representante en Tán-ger pidió que, como base de deslinde, se fijara laSierra-Bullones; pero como esto abarcaba una ex-tensión de tres leguas, la cuestión, que ya parecíasatisfactoriamente resuelta, volvió á agriarse, ha-ciendo constar los moros que habían hecho conce-sión tras concesión tres veces consecutivas, y pro-testaban contra nuestro cónsul por las consecuen-cias de su conducta, que encontraban en desacuerdocon lo que les había dicho de palabra y por escrito.

Inglaterra, que desde el principio de este sigloejercía en Marruecos una no disputada influencia,ofreció á nuestro Gobierno sus buenos oficios paraol caso en que no tuviesen solución satisfactoria lascuestiones pendientes con Marruecos, pues á susmiras no convenía una guerra cuyo resultado noera dudoso y cuyas consecuencias calculaba elgabinete inglés más beneficiosas tal vez para miestro país que lo que en realidad han s.ido.

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Picado pop la actitud enói'gica de nuestro Gobier-no, que no admitió sus buenos ofleios, el inglés de-claró que miraría como una cuestión grave cual-quier ataque de las fuerzas ospaííolas contra lospuertos del Imperio de Marruecos, y especialmentecontra Tánger, llegando el caso de amenazarnoscon que la marina inglesa protegería á Tánger silos buques españoles rompían las hostilidades con-tra aquella plaza.

Nuestro Gobierno declaró que no llevaba á Mar-ruecos miras de conquista, proponiéndose única-mente obtener por negociaciones amigables ó porla fuerza la reparación de los agravios inferidos porlos moros de Ceuta, y obtener garantías del Sultánpara la conservación de aquella fortaleza, sin quepor esto se entendiera que su ánimo, al ensancharlos límites de Ceuta, fuera el de ocupar en el Estre-cho punto alguno cuya posesión pudiera propor-cionar á España una superioridad peligrosa para lanavegación.

Tranquila Inglaterra sobre este punto, que era loúnico que la interesaba, no puso más obstáculos, yla guerra se declaró con gran entusiasmo en el Pa-lacio del Congreso el 22 de Octubre do 4859, dandoprincipio las operaciones el '22 de Noviembre y ter-minando el 25 de Marzo de 1860.

Desde entonces, y merced á los esfuerzos y ener-gía de nuestro representante en Tánger, Sr. Merryy Colom, nuestro prestigio en África creció, dandocelos á Inglaterra, cuya influencia, tenazmentecombatida en todos terrenos, no es ya lo poderosaque era antes de nuestra feliz campaña.

Muerto Moharaed en Marruecos el 11 de Setiem-bre de 4873, subió al trono su hijo Mulcy-Asan, queactualmente reina, no sin haber tenido que soste-ner una larga lucha con sus pueblos, entrando enFez, donde se consagró después de un obstinadositio.

Esta es, á grandes trazos y como conviene á losestrechos límites de una carta, la historia del paísdonde acabo de poner el pió.

Béstame sólo dar á usted algunos datos acerca dela ciudad de Tánger.

Situada sobre unas verdes y pintorescas colinasque, sirviendo de apoyo al cabo Espartel, son la afri-cana orilla del Estrecho de Gibraltar, es su situa-ción de 30° latitud Norte por 8 de longitud Oeste,y dista de Cádiz próximamente unos 94 kilómetros.

Su poco segura bahía la frecuentan sólo algunosvapores que hacen la carrera desde Londres ó Mar-sella hasta las Canarias, tocando en todos los pun-tos del litoral marroquí, el correo francés de Oran,los vaporcitos que sirven la carrera de Gibraltar, yalgunos buques de vela, que en su mayor númeroson faluchos españoles.

Por su proximidad á España y por ser la residen-

cia del ministro del Negocios extranjeros del Sul-tán y de los embajadores europeos, es Tánger laciudad más importante del Imperio, casi su ca-pital.

Su población puede estimarse en 18 ó 20.000 al-mas, entre las cuales seguramente habrá 2.000 i.más españoles arrojados allí por las necesidades delcomercio, por la miseria, y el mayor número porlas convulsiones políticas que destrozan nuestrapatria.

Esta gente se ocupa en el comercio al por mayoró por menor y en industrias tales como carpintería,zapatería, ote.

Los principales artículos de exportación son bue-yes, cueros, lana y cera en cortas cantidades, astasy dátiles.

No há muchos años las sanguijuelas eran el pri-mer artículo de exportación; pero hoy, ó no salen,ó es en tan corto número, que no merece la penade fijarse en ello.

En cambio de estos artículos, se reciben de Eu-ropa tejidos do algodón y de lana, café, azúcar, té,hierro, cobre, petróleo, seda, droguería y cuantosobjetos y artículos son necesarios para la vida dolos europeos.

La ciudad, tomo usted sabe, se llamó antes Tin-gis; fue edificada por los Bereberes ó Berberiscos,y arruinada por los Árabes cuando se apoderaronde este país, que durante la dominación romana sellamó Tingitania Mauritania.

Seddeb-Ben-Had la reedificó no lejos de la anti-gua Tingis, cuyas ruinas se ven hoy en la playa, ypor corrupción la llamó Tangía, cuyo nombre en-tre los moros lleva, y del cual hemos hecho nos-otros Tánger.

Apenas se instalaron los moros en su nueva con-quista, movidos por el poderoso instinto de la con-servación, enviaron varias expediciones á nuestrascostas, siendo la más importante una que, com-puesta de 470 velas, salió de Tánger á instigación deErvijio, que de este modo pensaba arrancar la co-rona de las sienes de Wamba; pero esta formidablearmada, después de asolar las costas de España, fuederrotada por los Godos, los cuales, comprendiendoque la nación que habite en una de las orillas delEstrecho tiene que poner el pié en la otra si quierevivir tranquila y libre, pasaron á África y se ense-ñorearon de toda la Tingitania.

La traición del gobernador de esta provincia, elcélebre en nuestras leyendas conde D. Julián, y suteniente Requila, las puso con todo el reino de losGodos en poder del vencedor.

La historia de Tánger no ofrece nada de particu-lar en esta época, hasta que en 4474 cayó en poderde los Portugueses, que ya sin fruto la habían ata-cado en 4437 y 4463, quedando desde entonces

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coiiio capital de las colonias Lusitanas en esta partedel mundo.

En 1.662 pasó á la corona de Inglaterra, formandoparte del dote que la princesa Catalina llevó á En-rique II; pero como los moros no cesaban de atacarla plaza, teniendo á la guarnición en constante alar-ma, como además los gastos eran muchos y poco ülbeneficio, los ingleses la abandonaron en 1685, vo-lando antes las fortificaciones y un hermoso muellede piedra, cuyas ruinas se ven aún entre las olas.

Por último, el 6 de Agosto de 1844 la escuadrafrancesa, mandada por el principe de Joinville, bom-bardeó la ciudad muy á su sabor, porque los morosabandonaron las baterías á los primeros disparos, ysólo una, compuesta de tres cañones, servida pordesertores de nuestros presidios y que aún hoy sellama batería de los renegados, sostuvo el luegohasta lo último.

Ni por su posición ni por sus medios de defensatiene Tánger importancia alguna militar, y tal comoestá hoy caería en pocas horas en poder del primerejército europeo que por mar ó tierra la atacase.

Sin embargo, en manos de una nación civilizada,por su posición ala embocadura occidental del Es-trecho, tendría verdadera importancia marítima.

Las calles de la población son verdaderamenteinfernales.

Estrechas, sucias, tortuosas, empinadas, no sepuede andar por ellas de dia sin auxilio de un paloen que apoyarse, á causa del empedrado, que pa-rece hecho á propósito para que los transeúntes sedesnuquen ó perniquiebren.

De noche el tránsito por ellas es más difícil aún,pues hay carencia completa de alumbrado público.

En cambio, las cercanías, sembradas de casasperecreo edificadas en medio de espaciosos jardines,son deliciosas, y el pintor encontraría á cada pasopaisajes tan bellos de forma, tan ricos de luz y co-lor como pudiera desear la imaginación más ar-diente.

Gracias á esto y á la novedad que á nuestros ojosofrece el país, anuyen á él numerosos extranjeros;de suerte que hay buenas fondas y más recursos

" de los que buenamente se puedan desear.

111.

Tánger, 17 Julio 1875.

Después de la ligera descripción que en mi ante-rior hice de la ciudad, poco ó nada tendría que aña-dir; las costumbres del país tampoco pueden estu-diarse aquí de un modo exacto, porque el roce conlos Europeos lo ha trastornado todo, igualando yborrando la diferencia de usos, que más adelanteencontraremos en todo su vigor.

Tánger puede decirse que es. una ciudad de Es-

paña habitada por Judíos, los cuales, por cierto,visten casi todos á la Europea, hablan español, tie-nen casinos, cafés, billares y hasta teatro, 6 por lomenos un local que de vez en cuando sirve paraeste objeto.

Los Moros son casi todos empleados del go-bierno ó dependientes de los Europeos y Judíos queejercen el comercio, hablan el español, y como vi-ven del roce con los cristianos, son bastante aco-modaticios y nada intolerantes.

Los únicos que se presentan tal como son en susmontañas, con la cabeza enteramente rapada, ex-ceptuando un mechón largo que dejan crecer pordetrás y al cual llaman Mohamct, sus fornidos y tos-tados brazos desnudos hasta el hombro, y un granpuñal atravesado en la faja, son los Rífenos que em-piezan á concurrir al mercado do Tánger para ven-der sus géneros ó entrar al servicio de los Euro-peos.

Aun cuando estos corsos de Marruecos empiezaná civilizarse, ¡levan, sin embargo, á orillas delOcéano los odios y las tradicionales venganzas quemuchos años antes nacieron en las playas del azulMediterráneo.

Pero si Tánger no es tan marroquí como al prin-cipio pudiera uno desear, tiene, sin embargo, unsello particular, una novedad que en vano se, bus-cará en otros países, y como es la capital políticadel Imperio, ea ella puede uno formar una idea delo que es la Administración marroquí.

El estado político de este Imperio es tan anómalo,tan extraño y desconocido como su historia, sugeografía y sus costumbres.

Formada por una heterogénea reunión de pue-blos unidos por la fuerza del sable y los fuerteslazos do» la religión, sin leyes definidas, sin ideasclaras sobre los deberes que respectivamente liganá los ciudadanos entre si y al pueblo con el Sobera-no, ¡a sociedad marroquí es un conjunto monstruosoen el cual no se puede distinguir ningún principiode gobierno, ni sacar ninguna consecuencia exactaque induzca á suponer que obran impulsados por uncriterio evidente del bien y del mal. "

Su jurisprudencia no constituye como entre nos-otros una ciencia; es sólo la observancia tradicionalde las leyes inculcadas por Dios en el corazón delhombre.

Sus jueces y gobernantes, al dictar sentencias ópromulgar ordenanzas, se atienen, cuando obran debuena fe (lo cual es raro), á los preceptos del dere-cho natural, cuyas leyes están archivadas en lamemoria y las costumbres de los pueblos, y en sumayor parte escritas en las sagradas páginas delKoran, que por esta razón viene á ser su únicocódigo.

Los intérpretes y ejecutores de estas leyes,

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es decir, las ruedas que mueven la máquina admi-nistrativa del Imperio marroquí, son:

Los Ulemas (doctores de la ley), encargados delcuidado de las mezquitas y sus bijnes, de hacer yrevisar las copias del Koran y explicar los pasajesdudosos de este libro.

Los Cadíes son jueces de paz y do primera instan-cia; celebran sus juicios, que son muy someros, alaire libre, y rara es la cuestión que tarda más de undía en resolverse.

Asistido por algunos soldados, el Cadíse acurru-ca en un nicho elevado del suelo un metro y abiertoen la pared de una mezquita ó en cualquier sitio pú-blico; pone delante una mesita de pino que no tienemás de una tercia de alta, sobre ella un pocode papel, un tintero de asta, algunas plumas de caña,y el tribunal queda abierto.

Llegan los litigantes, se ponen en cuclillas delantedel juez, exponen su queja, la apoyan con pruebasy testigos que son examinados en el acto, y el juez,después de .escuchar á las dos partes y los testigosde cargo y descargo, que todos hablan á un tiempoá gritos y con gran volubilidad, dicta su fallo.

La sentencia es ejecutiva y se cumple en el acto.Si versa sobre reclamación de un objeto ó una

suma, uno de los soldados acompaña á las partes yobliga á la una á entregar á la otra la cosa en.litigio.

Si el juicio es criminal, los soldados sé apoderandel culpable, y cogiéndolo de la capucha de la chi-laba, que retuercen con fuerza como si lo quisieranestrangular, lo arrastran á la cárcel, si tal ha sido lasentencia del Cadí; pero si éste ha mandado que loapaleen, que es el castigo más usual, lo tienden enel suelo boca-abajo, dos soldados lo sujetan por lasmanos, apoyando con fuerza sus rodillas sobre laespalda del paciente, mientras que otros dos, pasán-dole una cuerda por los tobillos, tiran con luerza,impidiéndole mover las piernas.

Concluidos estos preparativos, se presenta unsoldado provisto de unas disciplinas de cuero retor-cido, terminando en un nudo cada uno de sus nu-merosos ramales, y el vapuleo empieza sembrandolos golpes desde la nuca hasta las pantorrillas.

El número de Motes jamás baja do veinticincocoimo mínimun, c¡uedando el máximun al. caprichoriell juez.

Los pobres diablos sufren'á veces millares degolpes repartidos en una ó varias sesiones, siendomuchos los que mueren por no poder sufrir elcastigo.

Los Caids son los gobernadores civiles y milita-res de las provincias y ciudades del Imperio.

A su cargo están la policía de sus gobiernos, ladefensa del territorio de su mando, el cobro de losimpuestos, las relaciones con los. Cónsules europeos

y la administración de justicia, teniendo el mismomodo de juzgar ó idénticas atribuciones que elCadi, por lo cual antre estos dos funcionarios sesuscitan con frecuencia cuestiones de competenciaque redundan en perjuicio de sus administrados.

Los Adules, escribanos ó notarios públicos,, tienenabiertas sus tiendas al servicio del público cuya fetienen.

No llevan registros ni protocolos, y sus escrituraslas hacen en larga tiras de papel.

De los juicios dictados por los Cadíes y Caids, sepuede apelar al Emperador, como jefe supremo quees de la religión.

Esta circunstancia da á los Soberanos marroquíesun poder tan absoluto, que, parodiando á Adriano,pueden decir:

MarocMum, est, ubi imperator es/-;

pues no hay cuestión en sus Estados, civil ó reli-giosa, en la cual no puedan dar su fallo é imponersu voluntad, pues si bien en algunos intrincadosasuntos suelen recurrir á los Ulemas, es sólo paraoir su parecer y robustecer su juicio con la opiniónde personas versadas en la interpretación del Ko-ran, que como he dicho, además de ser su librosanto, es su único código.

Después del Emperador no hay más aristocraciaque la religiosa, á cuya clase pertenecen los Sheri-fes (santos).

Son estos unos hombres tenidos en opinión desantidad, ya por sus virtudes, ya por descender deotros que merecieron antiguamente igual conside-ración.

Los que han heredado la santidad de sus mayoresdescienden de Jlahoma ó de algún miembro de sufamilia: tales son los Edrisitas, descendientes deMuley-Dris, fundador de Fez; los miembros de laactual dinastía, que por eso se llama Sheritana; elSherif de Uasan, que actualmente reside en Tánger,casado con una inglesa, y otros muchos que auncuando pretenden tener el mismo origen no alcan-zan tanta celebridad como los que he citado.

Los que han logrado llegar á Santos por sus pro-pias fuerzas, sin debérselo á sus padres, se llamanMorabitos ó santones, y según su modo de vivir sedividen en tres clases.

Unos habitan las ciudades y se emplean en hacermal de ojo, ó curarlo, según los casos; en practi-car la medicina por medio de conjuros, y en haceramuletos mediante las limosnas que les dan losfieles.

Otros prefieren vagar de ciudad en ciudad, de'duar en duar, ejerciendo la misma industria que suscolegas de las ciudades; mientras que los tercerosse retiran á los lugares más agrestes y escondidos,haciendo allí una vida ascética que, como á sus

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compañeros nómadas ó ciudadanos, les vale el tí-tulo de santos, que trasmiten á sus herederos.

Los Morabitos ermitaños no son Mahometanospuros, y sin embargo alcanzan igual ó tal vez ma-yor consideración que los que al pié de la letra si-guen los preceptos del Profeta.

Según ellos, los ciclos, elementos y estrellas tie-nen algo de la esencia divina; aseguran que ningunareligión puede ser errónea, y que todo hombre áfuerza de ayunos y abstinencias puede elevarse á lacategoría de Ángel, y así purificado verse libre depecar.

¿No es verdad que es irmy extraño encontrar enlas más escondidas entrañas del Atlas los mismoserrores de Espinosa y Molinos, defendidos por hom-bres que en su vida han oido hablar de ellos?

Esta aristocracia, que el fanatismo, musulmánhace importante, no tiene, sin embargo, la partici-pación en el gobierno que á primera vista pudieracreerse.

Como no hay peor cuña que la del mismo palo,el Emperador, en su calidad de Santo, respeta yhace que todos respeten á los demás; pero sus des-tinos y comisiones las reparte entre sus amigos yfavoritos, cuidando con especial cuidado que nin-gem Sherif ocupe una posición de la cual pueda va-lerse para perturbar el Imperio.

Para el Emperador todos son iguales; dueño devidas y haciendas, lo mismo encumbra al esclavonegro á los primeros puestos del listado, que dejaal Sherif descendiente del Profeta ejercer los ofi-cios más bajos para ganarse el sustento.

La segunda aristocracia, y por cierto la más in-fluyente, la constituyen los comerciantes (Ta-cheres).

El título de lacher es el más honorífico del Impe-rio, y ninguna persona de distinción, por conside-rable que sea su fortuna, deja de tener una tiendaabierta para merecer tal dictado.

Tal es la importancia que el pueblo Marroquí daal comercio, que no se creería honrar á los repre-sentantes de los gobiernos extranjeros si 119 lesllamara tacher Cónsul, lacher Sachador (emba-jador).

El número de Ministros (Vinres) que tiene el Sul-tán varía segun lus caprichos ó la mayor 6 menorafición al trabajo que tenga el reinante, pero ordi-nariamente son dos.

Uno que puede considerarse como Ministro uni-versal, á cuyo cargo están los asuntos extranjeros,!a guerra y el gobierno interior del Estado.

El otro, de Hacienda, encargado de examinar lascuentas de los administradores de las aduanas, re-partir, cobrar los impuestos y tener siempre á dis-posición del Sultán las sumas que pida.

Para auxiliar al primero hay en Tánger un Minis-

tro de Negocios extranjeros que, desde nuestra pazcon Marruecos, lo es» Sidi-Mohamed-Vargas, cuyamisión es la de entenderse con los representantesdel mundo civilizado que residen en esta ciudad.

Pero como este Ministro no tiene autoridad nin-guna para resolver las cuestiones que se presenten,por sencillas que estas sean, tienen que recurrirá su Soberano, del cual no es en realidad más queun intermediario, un buzón por medio del que lle-gan á manos del Emperador con bastante retrasolas reclamaciones de los Representantes extran-jeros.

Uno de nuestros más distinguidos diplomáticos,baldándome del Ministro de Negocios extranjerosque S. M. Sheriflana sostiene en Tánger, me dijoun dia.

—Vargas están circunspecto, que cuando le digo«Buenos días» me contesta:

—Escribiré al Sultán para responder á usted.Esta rueda, que en nuestras administraciones pa-

recería inútil, es de gran importancia para los Mo-ros, que merced á ella logran apartar de la corte álos embajadores y ganar tiempo, que es el fin únicoque en todo caso se propone la política mar-roquí.

En el campo, que el Sultán tiene dividido por pro-vincias, hay Gobernadores más ó monos obedecidospor las kábilas, que so entienden con el Emperadori'i sus Ministros, obrando entre sí con entera inde-pendencia y sin más ley que su capricho.

En las ciudades hay también otro funcionario quese llama El Molacen, á cuyo cargo están los merca-dos, la tasa, las medidas y la limpieza de la po»blacion.

Es un puesto sin sueldo, pero muy estimado porsus pingas emolumentos.

Los administradores, de"las Aduanas lo eran anteslos Gobernadores; pero desde que esta renta la in-terviene España, se han nombrado dos para cadaAduana, dotándolos con un sueldo decente, siendoellos y dos notarios (Adules) que los auxilian en sustrabajos los únicos funcionarios pagados que hay enel Imperio, pues la peseta diaria que perciben losGobernadores de las ciudades no puede considerar-se como asignación formal.

Para el adeudo de los derechos que devengan losartículos de importación ó exportación se rigen porel arancel anexo a nuestro tratado de comercio.

Estos administradores rinden cuentas al Yizir en-cargado de la Hacienda, y por orden suya hacen lospagos á los Gobernadores para atender al sosteni-miento.de las formicaciones y otros servicios.

El capitán de puerto (Reis el marsa) cuida de lospuertos, y sus funciones se limitan á cobrar los de-rechos de anclaje y vigilar las operaciones de earg»y descarga de los buques.

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Además de estos funcionarios hay otros muchoscon el nombre de Almines (administradores) paracada uno de los gremios ú oficios de la ciudad.

Hay, pues, Almines de aguadores, de correos, dealbañiles, etc.

Conocidas ya las ruedas de la poco complicadamáquina de la Administración marrogui, voy á versi logro dar á usted una idea de su engrane, puesesta es la parte más difícil y embrollada.

El Vizir encargado del despacho universal en-tiende en todo, desde la más ínfima cuestión localhasta el más intrincado asunto internacional.

£1 Vizir encargado de la Hacienda es simplementetesorero del Sultán, que es dueño absoluto de cuan-to hay en el Imperio.

Siempre tiene que tener á su disposición las su-ínas que le pida, y el modo de procurárselas varíasegún las circunstancias, pudiendo dividirse en tresgrupos:

\." Ingresos ordinarios producidos por rentaslijas.

2.° Producto de las contribuciones.3.° Embargos, restituciones forzosas y regalos.Forman el primer grupo los derechos de consu-

mo, que se cobran en las puertas de todas las ciu-dades, y cuya renta tiene arrendada el Sultán.

Los derechos de compra y venta que se pagan enlos zocos (mercados) también están arrendados. (Loscristianos no pagan por sus mercancías derechos depuertas ni de zoco.)

El alquiler de los edificios que posee el Sultán.El alquiler de las barcazas que se ocupan en las

operaciones de carga y descarga de los puertos ypasaje de los nos.

Anclaje que satisfacen los buques en los puertosdel Imperio.

La renta de tabacos también arrendada; y, por úl-timo, los productos de las aduanas.

Constituyen el segundo grupo las contribucionesordinarias, cuyo importe lo fijan á su capricho, pri-mero el Sultán, y sus subordinados después, enesta forma:

Cuando el Sultán necesita dinero, pide al Vizir deHacienda la cantidad que estima suficiente, y éstehace el reparto por provincias y pueblos, pero te-niendo siempre e! cuidado de aumentar ia cifra, demodo que aun cuando algunas kábilas no paguensiempre se cubra la cantidad que, el Sultán desea,y quede algo para el Ministro.

Los Kaids ó Gobernadores de las provincias ha-cen el reparto por kábilas; los Chekgs de éstas porduares, y los Ckekgs de dwres por familias, siguien-do todos igual criterio que el Vizir de la Hacienda,y lo mismo hacen los Gobernadores en las ciudadesdo su mando; de suerte que, sin complicados re-partos, sin apremios, sin filtraciones, como ahora se

dice, el dia fijado, y sin que falte un ochavo, ingresaíntegra la contribución en el Tesoro imperial.

Los particulares pagan doble y aun triple de loque debían pagar; pero en cambio no cuesta nadael cobro de la contribución, tan dispendioso entrenosotros; y los jefes, desde el Okehg de un duar desiete jaimas (tiendas), hasta el Vizir de la Haciendahacen su agosto.

El Emperador conoce perfectamente los vicios deeste sistema; sabe que todos los que emplea robandescaradamente, pero no se apura, porque justa-menté en esto funda el tercer grupo de sus rentas.

Cuando un funcionario público cae en desgracia,lo cual sucede siempre que se le ve rico, el Empe-rador lo hace prender, y á fuerza de tormentos leobliga ¿declarar dónde tiene escondido sus tesoros,que incontinenti pasan á poder del Sultán, comorestitución al Estado, embargándosele luego losbienes en provecho del Soberano, que de esta suer-te es dueño de casi todas las fincas urbanas del Im-perio.

Unas veces el funcionario destituido y despojadodel fruto de sus rapiñas, muere en la cárcel, estran-gulado ó envenenado si se acuerdan de él, de vejezó miseria si lo olvidan; otras vuelve á ocupar pues-tos elevados y á gozar del favor de su Soberano, quede nuevo lo coloca en posición de rehacer su per-dida fortuna, sin perjuicio de quitársela por losmedios conocidos cuando la estima bastante con-siderable.

Además de las contribuciones, las kábilas y ciu-dades tienen que hacer un donativo anual en metá-lico ó mercancías con el título de regalo, para locual se cotizan con la igualdad y justicia que havisto usted en el reparto de las contribuciones.

Igual regalo hay que hacer cuando pasa por unaprovincia ó ciudad el Emperador ó alguno de sushermanos ó hijos.

Por lo dicho comprenderá usted cuántas dificulta-tades surgen por cualquier cosa.

Mahoma al escribir su libro no pensó en muchosdetalles que sus intérpretes explican á su gusto:unas autoridades chocan con otras, apelando mu-chas veces á las armas para decidir sus cuestionesde competencia, y los particulares subvencionan álos jueces y de esta suerte fian más en su derecho.

Mucho más pudiera decir á usted sobre esto; perolo dejo por ahora para prepararme á continuar miproyectado viaje.

I. ALVAREZ PÉREZ.

(Continuará.;

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N./4 24 JOAQUÍN 0LMED1LLA. EDUARDO JENNER. 57

EDUARDO JENNER.

Hé aquí un nombre al que debe gratitud eternala humanidad. La historia lo consignará en sus pá-ginas con letras de oro; la poesía embellecerá confragantes flores su gloriosísimo recuerdo. No vaunido á las guerras de conquista, no significa elengrandecimiento por la destrucción; es, por el con-trario, el suave aroma que embalsama y vivilicacuanto alcanza.

Las tradicionales brumas del país de Inglaterrafueron la cuna deJenner; aquel pueblo en cuyos ha-bitantes creó Naturaleza una constancia y tenacidadpara el trabajo y una resistencia á la adversidad átoda prueba, al propio tiempo que sin igual valorpara emprender las más difíciles y arriesgadas em-presas; todo lo cual parece compensar los vivísimoscolores de la rosada aurora de nuestro país, i\ cuyoresplandor han brotado tantos genios del arte.

El año 1749 nació Jenner en Berkeley (Gloeester),y se dedicó á los estudios módicos. Trató de estudiarde un modo algún tanto profundo las causas de lasepidemias, y señaladamente la de la viruela, de cu-yos trabajos resultó nada menos que el descubri-miento del medio preventivo para librarse de tanmortífera enfermedad, profiláctico el más eficaz queconoce la higiene, y que ha bastado para colocar elnombre de su descubridor en el pináculo de la in-mortalidad. También so distinguió en el conceptode naturalista; y buena prueba de ello son los in-teresantes trabajos sobre las aves, ó sea ornitolo-gía, que ha dejado escritos; pero iodo palidece allado del descubrimiento de la vacuna.

Conocida es la gravedad de la viruela. Sabido esque tan mortífera epidemia asoló en la antigüedadpueblos enteros, y fue una de las causas conocida-mente productoras del descenso de la población enépocas determinadas. Diferentes habían sido losmedios empleados para librar á la humanidad detan terrible plaga, pero nada ha podido igualar á laeficacia de la vacuna. La inoculación de la mismaviruela que en el lndostan practican desde unaépoca muy anterior al Cristianismo, se ha observadoque es del todo impotente como medio preventivo.Por primera vez la practicaron en Europa en 1713los médicos italianos Timoni y Pilarini, y despuéslady Montagne importó la inoculación á Inglater-ra; pero no impidió que en 1727 se viera esta na-ción diezmada por una horrible epidemia variolosa,en*la cual los atacados sucumbían á millares, sinrespetar en modo alguno á los precavidos con lareferida inoculación de la viruela. A consecuenciade esto se expidió un decreto prohibiendo que lapracticase todo aquel que no tuviera autorizaciónoficial. Más tarde volvió á resucitarse de una ma-

nera más ó menos entusiasta, pero siempre sus.re-sultados poco felices vinieron á entibiar la fe de queestaban poseídos aún sus mayores partidarios.

En España, al decir de la tradición y de la impar-cial historia, se usábala inoculación de tiempo muyremoto en algunas aldeas de Galicia, si bien es ciertoque no se propagó en el resto de España hasta elaño 4771. Su eficacia fue objeto de acalorada con-troversia, á la que vino á poner término el descu-brimiento de la vacuna.

Preséntasele á Jenner ocasión de observar entíet'kcley que los ordeñadores de vacas contraían uncontagio especial que les libertaba de padecer en lofuturo la viruela. Tal fue la idea que le inspiró in-ocular una pequeña cantidad del virus existente enlas glándulas mamarias de las vacas, á fin de con-seguir la indemnidad en el padecimiento do la refe-rida enfermedad. En dichas glándulas se desarrollauna erupción llama cow-poa:, palabra cuya etimolo-gía inglesa es vaca viruela, y en las pústulas ofre-ce un pus cuya introducción en el torrente circula-torio produce tan maravillosos resultados. PublicóJenner su descubrimiento, no sin haber practicadoalgunos ensayos previos; y aun cuando estos efectoseran más ó menos empíricamente conocidos por loslabradores de los campos del Glouecstershire, nadiepuede arrebatar la gloria al autor que nos ocupade llevar su ilustre nombro á la cabeza de uno delos más grandes descubrimientos de la ciencia.

No le faltaron á !a vacuna, como á toda novedad,grandes impugnadores y decididos adversarios desu planteamiento; pero la innegable, fuerza de loshechos se abrió paso á través de las preocupacio-nes vulgares, á la manera que el impetuoso torrentearrolla cuanto se opone á su imprescindible carrera.Así es qile los esfuerzos de los antagonistas que seobstinaron en querer demostrar los imaginariosriesgos de tan inocente operación, fueron victorio-samente combatidos por la irresistible elocuenciade los resultados, que á toda hora estaban en abiertapugna con la opinión de los contrarios á la vacuna-ción. Asi es que Guillermo Woodrille publicó en•1799 una no escasa estadística, donde se consignanlos felices resultados, debidos á la vacuna, y, en suconsecuencia, se fundó un establecimiento de vacu-nación en Inglaterra, y las principales poblacionesde Alemania no tardaron en imitar esta conducta,para que después España y Francia las secundaran.

Tan .felices resultados habíaa de colocar forzosa-mente el nombre del autor del descubrimiento ágrande altura. Los soberanos colmáronle de hono-res; las sociedades científicas de Europa se apresu-raron á honrarse inscribiendo su nombre en el nú-mero de sus individuos; los hombres doctos de In-glaterra acuñan en su honor una medalla; el Parla-mento le otorga cuantioso premio pecuniario, y la

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emperatriz Catalina II de Rusia le regala uno de losmás preciosos diamantes que adornaban su cuello.Nada parecerá exagerado de cuanto se tribute á unode los grandes bienhechores de la humanidad.

En nuestro país tardó algo más en generalizarse131 empleo de la vacuna; pero no bien se conocie-ron sus grandes resultados, se propagó con rapi-dez extraordinaria y de una manera que no ha te-nido igual en país alguno. En España ha sido tam-bién donde ha tenido la vacuna el más sublimo desus cantores en uno de los primeros poetas denuestro Parnaso. El gran Quintana, el Tirteo espa-ñol, el cantor de la imprenta, de la hermosura y delmar, el biógrafo del Cid y de Guzman el Bueno, delGran Capitán, de Cervantes y de Melendez Valdós,consagró su inspiración también á ensalzar la pro-'pagacion de !a vacuna en América, juzgando muydigno de su lira un asunto que tanta trascendenciaha traído á la vida de los pueblos.

Jenner murió en 1823. Ejerció la medicina conbastante aceptación en su patria, y publicó algunasobras, además de las ya referidas, sobre ramos di-versos de las ciencias naturales (1).

Todas las objeciones que á la vacuna se han he-cho son de escasísima importancia. La afirmaciónde que existen otras clases de enfermedades tangraves como la viruela desde la propagación de lavacuna, es un aserto que está muy lejos de habersedemostrado. La degeneración de la especie humanaes también otra de las falsas razones que han adu-cido los oposicionistas de la vacuna. Con todasnuestras fuerzas protestamos contra esa idea erró-nea que sólo puede tener cabida en los cerebros delos que ciegamente se oponen á todo espíritu dereforma sin examinar sus ventajas.

La acción de la vacuna sólo se extiende á losquince años próximamente después de habersepracticado; pero la revacunación obvia de un modocompleto esta desventaja. Por eso ios buenos Go-biernos deben á todo trance propagar la vacuna,facilitando su adquisición á todas las fortunas, su-ministrando medios de poseerla aun á las clasesindigentes y ordenando la revacunación de ias tro-pas. Debe sí cuidarse escrupulosamente de la per-fecta salud de las vacas de que se extrao, pues de locontrario pudiera llevarse el gormen de una terri-ble enfermedad, como el carbunclo, en vez deproporcionar salud perfecta, á los que se aplique.

he todas suertes, el nombre de Jenner durará loque el mundo, y la nación inglesa puede contarf-ntre sus glorias el haber sido la patria de tan ilus-tre bienhechor.

JOAIJUIK OLMKDILLA Y PUIC.

(I) La obra que mas se conserva de Jenner lleva el siguiente Ululo:

l.iquiryt into Ihe causen and effizlnn nf thevariolm vnccínaí (cow-poxj.

CATALINA GEERTS.

i.

William Benton, uno de los jóvenes más ricos deNueva-York, salía cierta noche de invierno de uncafó del Broad-may. Aunque el frió era extremadoy empezaba á nevar, William se había decidido,afortunadamente aquella vez, á ir á pió hasta sucasa, porque sentía la necesidad de que el aire disi-pase los vapores del vino y de una espléndida cena,y calmase la agitación producida por una considera-ble pérdida en el juego.

Hemos dicho que afortunadamente aquella nochese había decidido el joven á ir á pié, porque la cos-tumbre que tienen las gentes ricas de salir siempreen coche, es causa de que ignoren muchas miseriascuyo espectáculo escapa á sus ojos, que apenas tie-nen tiempo de fijarse en el pavimento de las calles,así como el ruido de las ruedas les impide escucharmuchos sollozos y muchos gritos de desesperación.Los que, por el contrario, van á pié y atraviesanlentamente las calles y las plazas, se ven más ex-puestos á presenciar ó descubrir á cada paso unamiseria, un pesar ó un sufrimiento.

Los ricos no conocen las ocasiones que pierdenen hacer bien. Si así no fuera, estamos seguros deque de buena gana y con mucha frecuencia dejaríandescansar á sus caballos.

William Benton jamás había pensado en lo queacabamos de decir. Hijo de uno de los más opulen-tos comerciantes de Nueva-York, había sido edu-cado en las costumbres del lujo y los placeres; yhabituado á encontrar siempre un coche esperándoleala puerta de cualquier casa á donde iba y en todoslos sitios en que se detenía, le usaba á todas horas sinla más leve preocupación. Pero por indiferente quefuese ó pareciese ser á las infinitas miserias que encierran las calles de Nueva-York, podía sor contadoéntrelos ricos de que antes hablábamos, cuyo núme-ro felizmente no es escaso en ningún país del mundo,que consideran como el mejor privilegio de la for-tuna el de poder socorrerá los pobres. Participabael joven Benton, en este punto, de los buenos sen-timientos de su familia, para la cual la beneficenciaestaba á la orden del dia. Era en toda la extensiónde la palaba un excelente joven, á pesar de su vidadisipada. Generoso, sensible, lleno de nobles inspi-raciones y de arranques simpáticos, se hacía que-rer de cuantos le conocían; y á los diez y nueveaños, que es la edad que tenía en la época á que serefiere el principio de nuestro relato, contaba yacon más amigos que llegan muchos á reunir en todasu vida.

Las calles de nueva-York estaban desiertas á la

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N.° 124 JAVIER EYMA. CATALINA GEEHTS. 59

hora en que William las atravesaba con el cuellode la capota levantado y con las manos ocultasentre los pliegues de su largo abrigo. Cuando seacercaba al Banco, en el barrio de Wall-streot porel que diariamente, de la mañana á la noche, circulaen todas direcciones un inmenso gentío y un rio deoro, y donde se entablan por millares los negociosde todas clases, llegaron á su oido estas palabras:«Maíz caliente.»

Pero en aquella frase, en aquella exclamación,habia algo de lúgubre y desgarrador. Los labiosque la habían articulado parecía que apenas podríanmurmurarla de nuevo. Se hubiera podido creer queel frió los había helado, ó que el hambre les habíaquitado todo movimiento.

Aunque acostumbrado á oiría repetir, hasta en lasaltas horas de la noche, Willian se sintió tan impre-sionado por la angustia, la desesperación y el de-caimiento de la voz que acababa de hacer aquelllamamiento á la caridad, que se dirigió rápidamenteal sitio de donde había salido el grito. Al acercarsevio sentada, ó más bien hecha un ovillo en el dintelde una de las puertas del Banco, á una pobre niña dedoce años de edad próximamente. Un mal mantónde lana gris, todo lleno de girones, cubría á duraspenas su cuerpo, á pesar de la postura que habíaadoptado la infeliz. Cuando trataba de cubrirse lacabeza, dejaba sus piernecitas, completemente des-nudas, expuestas hasta las rodillas al frío glacial dela noche. Y si extendía el miserable abrigo sobresus miembros inferiores, dejaba la cabeza al descu-bierto. Sus cabellos negros, que caían en largastrenzas sobre su espalda descarnada y amoratadapor el frió, se hallaban cubiertos de nieve.

¿No era una ironía do la suerte que aquella des-graciada hubiera ido á refugiarse y á dormir á laspuertas del templo do la riqueza?

La pobre niña se habia despertado maquinalmenteal ruido de los pasos de William, y había lanzadoinstintivamente y por costumbre el grito de: «Maízcaliente.»

Cuando William se halló junto á olla, sin fuerzaspara poner en movimiento sus entumecidos miem-bros, añadió con lastimero tono y estirando el man-tón hacia la cabeza:

—Caballero, compradme, un poco de maíz; estómuy calentito.

La venta del maíz cocido es una industria noctur-na que los muchachos pobres y los bohemios de laimperial ciudad ejercen, en Nueva-York. Es una ma-nera disfrazada de pedir limosna. Y así es que hayallí tantos que pregonan «maíz caliente» como ven-dedores de cerillas f periódicos vemos & todas horasen la Puerta del Sol y por las calles más concurridasde Madrid.

El joven Benton examinó detenidamente á la in-

feliz vendedora» Y ésta, fijando en él sus grandesojos azules, rodeados de un circulo negro, y en cu-yas miradas había algo de idiotismo y de dulce á lavez, dijo de nuevo:

—Compradme algo, señor, os lo suplico.Diógencs, de cínica memoria, calumnió al corazón

humano el dia en que, sorprendido pidiendo li-mosna ante una estatua, contestó: «que se acostum-braba á ser desatendido.»

William echó mano al bolsillo y sacó un dollar enoro que entregó á la pobre niña. Esta se levantócomo movida por un resorte y, examinando la mo-neda, dijo:

—Caballero, no tengo para cambiar. Esta nocheno he vendido ni el valor de un céntimo.

—¿Cuánto importará lo que llevas en tu caldero?—Quince céntimos á lo más.—Entonces nada te quedo á deber,—repuso Wi-

lliam.-^Y apoderándose del caldero, vertió en medio

del arrojo el pretendido maíz caliente que estaba ála sazón completamente frió.

—¿Qué hacéis, caballero?—exclamó la niña rom-piendo á llorar.

—Impedir que continúes en tan miserable oficio.—¿De qué viviré entonces? Porque habéis de sa-

ber, señor, que si cómo un pedazo de pan por lasmañanas es á condición de entregar por las nochesdoce céntimos... sino...

-¿Qué?...—Sino, me pegan por el pronto, y al dia siguiente

me dejan sin desayuno. Eso precisamente me ha su-cedido esta mañana. Y todavía estaría sin probarbocado á no ser por un honrado trabajador que alverme coger un pedazo de manzana que él habíaarrojado-Ula calle, medió una entera y un céntimocon el que compré pan.

—¡Dios mió!—exclamó William,—acabo de perderen el juego mil dollars, y he visto perder más deveinte mil esta noche, á varios de mis amigos!... ¿Yquién explota de ese modo tu juventud y tu tiempo?

—Mi prima Hartman.—¿Con qué derecho dispone así de tu vida? Pero

¿qué es eso, tiemblas?... De frió, sin duda. Vamos,hija mía, ven á abrigarte con mi capote. Te acom-pañaré hasta tu casa, y por el camino me contarástu historia. ¿Vives lejos de aquí?

—En los Cinco-Puntos, señor.Los Cinco-Puntos forman en un extremo de Nueva-

York un barrio especial, donde se agitan mezcladosla miseria y los vicios de la gran ciudad.

La joven vendedora de maíz se cobijó bajo la ca-pota de William, estrechando fuertemente en sumano derecha la moneda de oro con que éste habíapagado generosamente el contenido de su caldero.Sus entumecidas piernas se soltaron al calor que

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William le proporcionaba, por más que sus pies secubriesen de nieve hasta el tobillo,

II.

—¿Cómo te llamas?,—le preguntó Williaiii.—Catalina Geerts. Mi padre y mi madre eran de

Alemania. Vinieron aquí muy jóvenes, con esperan-za de hacer fortuna, pero en vano lo intentaron. Yohe nacido en este país, y mi venida al mundo, quedebió ser causa de alegría para mis padres, fue unacarga penosa y un motivo más de desesperación.Mi padre no pudo soportar con resignación la mise-ria que mi nacimiento aumentó, y murió lleno depesar. Mi madre le sobrevivió muy poco tiempo, yyo quedé confiada al cuidado de mi prima Hartman,q[uc había sido amiga de mi madre y que le ofrecióeducarme y ponerme á ganar el sustento honrada-mente con el trabajo. Puro ¡a pobre no había conta-do con su marido; un malvado y holgazán por quienhoy se ve reducida á recoger trapos en las calles,y vivo, como os he dicho, en el barrio de los Cinco-Puntos. í)e buena y cariñosa que era, se ha hecho,á fuerza de infortunios, brusca y mal intencionada,Muchas veces le he suplicado que me hiciera apren-der á trabajar, pero ha sido inútilmente. Siempre selia negado, dicióndome que ganaría mucho más di-nero vendiendo maíz por las calles. Y para obligar-me á ello me exige que le lleve lodas las noches docecéntimos, y me pega y me deja sin comer si no lohago.

—¡Ah! si mi madre viviera,—exclamo, al fin, lapobre Catalina sollozando,—no sería yo tan desgra-ciada y tal vez sabría hoy trabajar.

—¿Tienes grandes deseos de aprender'/—Si, señor, muy grandes. Yo creo que las gentes

'jue trabajan son felices, y ganan algunas veces bas-fante dinero, mientras que yo... ¡Ah! caballero, meconsideraría dichosa si aprendiera á trabajar, pero...

—Si estás bien resuelta, yo te proporcionaré esadicha.

—¡Vos!—repuso la niña, deteniéndose de prontoy levantando hacia William sus grandes ojos, quebrillaban de alegría y reconocimiento.—Pero no,—añadió enseguida con la tristeza propia del que vedesvanecerse un grato sueño,—mi prima no con-sentirá.

—Si consentirá,—replicó William ;—= yo me en-cargo de eso, tranquilízate. Pero harás todo lo queyo te diga, ¿no es verdad? Escucharás mis con-sejos...

—Haré cuanto queráis, señor,—interrumpió in-genuamente Catalina.

—Está bien.—Ya hemos llegado á la casa,—dijo luego la

niña, deteniéndose delante de una especie de co-vacha ó zaquizamí.

—Subiré contigo; tengo necesidad de hablar átu prima.

—Os expondríais, señor, si tal hicierais, á rom-peros la cabeza. Hay que subir por una escalera demano, y se necesita estar muy acostumbrado. Ade-más, probablemente hallaríais á mi prima dormidaó quizás borracha.

—¡Borracha!—murrnuro William.—¿No es preciso que se encuentre en ese estado

para que sea capaz de imponerme tantas torturas?¡Oh! no puedo creer que si conservara siempre surazón me martirizaría del modo que lo hace.

—Bien, mañana temprano vendré á verte.—Muchas gracias, querido señor, muchas gracias

por el bion que me habéis hecho.Y la pobre niña saludó á su protector y penetró

en un oscuro y sucio pasadizo, al fin del cual hallóuna' escalera de mano, por la que ascendió á unahorrorosa buhardilla entarimada, cuyo techo estabadestruido por algunos sitios.

En aquella cloaca vivían revueltos, confundidos,unos veinte individuos, muestra de cuanto encierraNueva-York de más abyecto y miserable; gentes detodas profesiones: músicos ambulantes, domadoresde fieras, jugadores de taberna, rateros, etc., etc.Además del lugar que allí ocupaba con su malacama la prima Hartman, tenía derecho á un rincóndonde iba arrojando y reuniendo los andrajos quecogía por las calles. Y este montón de basura ó in-mundicia era el lecho de la pobre Catalina; lechoque con frecuencia le usurpaban dos ó tres monosde ios que habitaban aquella nueva arca de Noé,con los cuales había llegado la niña á familiari-zarse.

Catalina llegó á tientas hasta su rincón, y se ar-rojó sobre el montón de trapos, apretando convul-sivamente en el bolsillo el dollar que le había dadoWilliam. La infeliz no hubiera deseado otra cosaque dormirse, soñando alegremente con la fortunaque tan fácilmente había adquirido y el risueñoporvenir que la esperaba. Peo en el momento enque iba á caer en esa embriaguez del olvido, enque los sores más desgraciados y afligidos encuen-tran algunas veces la felicidad, le asaltó una ideaque le hizo incorporarse con los ojos abiertos. Ha-bía pensado que si daba la moneda á su prima, éstase la guardaría sin tomarla en euenta los dias si-guientes en que nada produjera la venta del maíz.De este modo el beneficio de William sería infruc-tuoso para ella, y la intención de aquél no habíasido seguramente que el dollar pasara á manos dela prima Hartman, mucho menos sabiendo el uso de-plorable que debía hacer de él.

El desconocido le había ofrecido un porvenirlleno de seguridad, del que debía empezar á dis-frutar al dia siguiente; poro ¿quién respondía de

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que no fuese una vana promesa, sin consecuenciaprobable, de la cual no dejaría la noche huella al-guna en la memoria dol joven? Esta reflexión reve-laba en Catalina instintos de previsión que en sualabanza consignamos.

En la alternativa en que se hallaba colocada, sedecidió a tomar una resolución suprema que hacíasuponerla dotada de tanto valor como humillanteresignación y embrutecimiento moral.

—No daró el dollar á mi prima,—murmuró;—lediré que no he vendido nada, y que un coche ha vol-cado en la calle mi caldero. Esto me costará el queme pegue más que de costumbre; pero mañana ten-dré con que almorzar bien, y durante algunos diaspodré traerle la cantidad que me exige.

Esta mentirá de Catalina obedecía, como se ve,al deseo de •ahorrarse por algún tiempo los sufri-mientos y las lágrimas que constituían su vida ordi-naria. Pero el cielo quiso sin duda castigarla porella y por su falta de confianza en la promesa deWilliam.

Al despertar, sin cuidarse para hada de los monosque saltaban y corrían en torno suyo dando gritosy riñendo unos con otros, echó mano al bolsillopara buscar la moneda, y no la halló. Miró por to-das parles con la inquietud que debe suponerse... ¡ynada! Los monos continuaban riñendo y persiguién-dose. Y los huéspedes de aquel inmundo recintogritaban, juraban y pegaban á los animales. Cata-lina, mientras tanto, revolvía el montón de trapos,con los ojos llenos de lágrimas y el corazón opri-mido, en busca de su dollar. Pero este no parecíapor ningún lado.

—¡Dios mió! ¿Habrá sido todo un sueño?—excla-mó la pobre niña dejándose caer con desesperacióny ocultando la cabeza entre sus manos.—No, no,añadió de pronto, no lo he soñado; estoy segura dehaber sido acompañada hasta aquí por un descono-cido... recuerdo perfectamente que me dio un do-llar y que arrojó al medio de la calle mi caldero...¡Oh, Dios mió!

Las silenciosas lágrimas de la pobre Catalina seconvirtieron bien pronto en gritos desgarradores,porque la prima Hartman cuando se enteró de queno sólo no había vendido nada la víspera, sino quetambién había perdido el caldero, se arrojó sobreella echa una furia, golpeándola cruelmente y arran-cándola los cabellos. En vano la infeliz trató deconfesar la verdad en medio de sus lamentos y susquejas. La prima, ciega de cólera, nada oía. Porotra parte, aunque la hubiese oido no hubiera dadocrédito á sus palabras.

En aquel mismo momento, el dueño de uno de losmonos, que al fin había logrado cogerle, adminis-trándole un correctivo parecido al que Catalina aca-baba de sufrir, salió precipitadamente del zaquizamí.

Hé aqui, en pocas palabras, lo que había suce-dido:

Durante el sueño do la niña, se le había caído delbolsillo la moneda y había rodado al medio de lahabitación. En sitio tan visible, los primeros rayosde luz que penetraron por las aberturas del techola hicieron brillar como una estrella. Y el monoque primero se despertó, deslumhrado por el vivoresplandor del oro, se precipitó sobre el dollar conel asombro y la curiosidad propia de los seres de su

j especie, haciéndole rociar por el suelo y jugando| con él. Atraído un segundo mono por el metálicoI sonido, quiso arrancar la moneda á su compañero.i Y este fue el origen de la riña , las carreras y losj furibundos gritos de que antes hemos hecho men-I cion, y que no cesaron hasta el momento en que el

dueño de uno de aquellos animales, al apoderarsede él, descubrió el dollar entre sus dedos, y se loguardó inmediatamente.

III.

VVillian tenía un pariente, hombre de bien, pací-lico y de mucha paciencia, que había consagrado suvida á las buenas obras.

M. Bill, que así se llamaba, había fundado enBrooklin, pueblo inmediato á Nueva-York, ó másbien un arrabal suyo, separado únicamente de lagran ciudad por un. brazo del rio del Este, un es-tablecimiento industrial, medio escuela, medio hos-picio; un refugio hospitalario donde acogía los ni-ños y los adultos que acudían á él, ó que él conver-tía á la moral y al trabajo.

En los Estados-Unidos, la caridad se ejerce así,por medio de la propaganda y por instituciones, engrande escala.

M. Bill, en los cinco años que llevaba dedicado átan piadoso objeto, había obtenido algunos buenosresultados. Los desengaños que había experimenta-do no debilitaron en lo más mínimo su constancia.

William dio cuenta á Bill de su encuetro del diaanterior y de las esperanzas que fundaba en el ca-rácter y los sentimientos de Catalina. Y' Bill se ofre-ció espontáneamente á continuar la buena obra em-pezada por William.

Juntos, pues, se dirigieron á la casa del barrio delos Cinco-Puntos y subieron al inmundo chiribitildonde habían tenido lugar las escenas que acaba-mos de referir. Entraron precisamente en el mo-mento en que Catalina se dejaba caer sobre el mon-tón de trapos, bajo la lluvia de golpes que le pro-digaba su furiosa prima.

Al apercibir á William, la niña se levantó y dirigióhacia él precipitadamente, exclamando:

—¡Ah! señor, decidle que es verdad. Me han ro-bado el dollar, y ved cómo me pega mi prima...

William y Bill prescindieron del horrible espec-

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láculo que ofrecía la cloaca para ocuparse exclusi-vamente de la suerte de Catalina, á cuyo fin empe-zaron por imponer silencio á la prima Hartman, quese disponía á entonar una ensarta de injurias con-tra la muchacha y sus protectores.

—Nos llevamos á esta niña con nosotros,— dijoWilliam.

—¿Y á dónde?—refunfuñó la prima.—¿Qué os importa? Básteos saber que no volve-

reis á verla.--¡Que no veré más á mi Catalina!—repuso la

prima;—¡á mi querida Catalina, que es mi con-suelo!...

Y al decir esto, la señora Hartman estrechó con-tra su corazón, en un arranque de verdadera ter-nura, á la niña, que con los ojos llenos de lágrimasse abrazó al cuello de su prima.

—Me la confió su madre al morir,—añadió luego;—la he criado, la cuido mucho y la quiero. ¿No esverdad que te quiero, Catalina?

Bill conocía demasiado el corazón humano paraparticipar del asombro que manifestaba William porel cambio de la prima Hartman.

Hay momentos supremos en la vida en que el co-razón despierta súbitamente, al ver próximos áromperse los lazos que unen dos existencias. Losseres más envilecidos, los más abyectos, los depeor condición, no están exentos de estos cambiosrepentinos. Los tiranos, como las víctimas del ho-i?ar doméstico, experimentan en esos instantes lasmismas conmociones.

Bill se extrañó tan poco del enternecimiento dela prima Hartman como de la emoción de Catalinaante la idea de separarse de ella para siempre. Launa había olvidado los malos tratamientos quecruelmente aplicaba, y la otra no se acordaba ya decuánto le habían hecho sufrir.

—Señores,—exclamó la prima,—no la pegaré másen adelante; la querré y la colmaré de caricias comoloi hago en este momento. ¿No es verdad, Catalina,que tú tampoco quieres dejarme? ¿A dónde quierenllevarte, hija mia? A una prisión, tal vez... Quierentratarte como á una vagabunda... No, tú no te se-pararás de mí...

Catalina, con la cabeza reclinada sobre el pechode su prima, lloraba amargamente. Su noble cora-zo>n perdonaba en aquel momento no sólo las vio-lencias de que diariamente era víctima, sino lasque hacía poco que acababa de soportar, de las cua-les aún tenía en los brazos y en la espalda tan re-cientes como bestiales muestras.

Al llamamiento que su prima hizo á su cariño,contestó asegurándole que no la abandonaría.

—Pues ayer,—interrumpió William,—me ofrecis-te seguir mis consejos y cumplir todas mis órdenes.

Catalina entonces se llevó á los ojos con una

mano el extremo de su falda, y tendió la otra áWilliam, que tiró de ella hacia él. Pero la señoraHartman se asió á las ropas de la niña, gritando:

—¿Cómo es eso? ¿me abandonas, huyes de mí?...No, yo quiero que te quedes conmigo...

—Vamos,—dijo Bill, desprendiendo con trabajoel vestido de Catalina de las manos de la señoraHartman,—sed razonable.—¿Qué habéis hecho yqué podéis seguir haciendo de esta pobre niña? Unapordiosera, una infeliz destinada á arrastrar por•las calles la más triste y horrible existencia. Con-fiadla á nuestro cuidado. Si realmente la queréis,debéis alegraros de verla entrar en un camino porel que llegará á ser una muchacha honrada y labo-riosa. Vos prometéis hoy no volver á pegarle, peromañana olvidaríais ya vuestra promesa y le paga-ríais de nuevo. Id á mi casa, convenientemente,animada de buenos sentimientos, y entonces os per-mitiré ver á Catalina con tanta frecuencia comoqueráis.

—Yo supongo,—añadió William con viveza,—que la vergonzosa industria á que condenáis á estaniña os reportará algún provecho... Pues bien, to-mad... aquí tenéis cincuenta dollars para indemni-zaros de lo que calculéis que podéis perder priván-doos de ella.

La prima Hartman, que pareció no hacer muchocaso de la lógica de Bill, se mostró más sensibleal argumento poderoso de William. Miró al jovencon asombro mezclado de duda. Pero ésta se di-sipó á la vista de dos billetes de banco de veinti-cinco dollars que Benton había sacado de su carte-ra, y que ella arrancó de sus manos con un bruscomovimiento. Del mismo modo, con la misma facili-dad y rapidez con que había pasado de su cóleracontra Catalina, á una extremada ternura, así olvi-dó su frenético deseo de conservar la niña á sulado, para entregarse á los sueños de placer quele sugería la vista y la posesión de los cincuentadollars.

Estas variaciones, esta movilidad de sentimien-tos, son demasiado frecuentes en las naturalezasincultas y embrutecidas, para que deban causarnosla menor extrañeza.

Catalina fue, pues, abandonada á William.—Habéis hecho mal,—dijo Bill á su joven pa-

riente,—en dar á esa desgraciada los cincuenta do-llars de una vez. ¡Qué uso va á hacer de ellos!

La señora Hartman, que oyó estas palabras, aun-que habían sido pronunciadas á media voz, retro-cedió algunos pasos, ocultando cuidadosamente losbilletes que en aquel instante examinaba por todoslados. Y la prontitud y energía con que había eje-cutado aquel movimiento, indicaban bien á las cla-ras hallarse resuelta á defender heroicamente sutesoro.

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—¿Qué Importa?—respondió William.—Yo no meinquieto por lo que ella haga ó deje de hacer; loque únicamente me interesa es salvar á Catalina.

—¡Oh! podéis llevárosla,—repuso la señora Harl-raan.—Desde el momento en que me aseguráis quela tratareis bien y que llegará á ser, en poder vues-tro, una joven trabajadora, ni me opongo ni mequejo. Con saber que mi querida Catalina va á serfeliz, lo soy yo desde luego.

Estas palabras fueron pronunciadas con un tonotal de naturalidad y abandono, que cualquiera lashubiera creido sinceras.

—En cuanto á los cincuenta dollars,—añadió laprima,—no tengáis miedo de que los emplee mal.¡Tal vez hay con ellos bastante para hacerse denuevo mujer honrada!

—Dios os oiga,—murmuró Bill,—y de este modohabrá hecho William dos buenas obras á la vez.

La despedida de Catalina y de su prima fue menosconmovedora de lo que las escenas á que habíadado lugar la entrada de los dos desconocidos lohabían hecho suponer.

Dos horas después Catalina Geerts se instalaba encasa de M. Bill.

Respecto á la prima Hartman, diremos seguida-mente, para no tener que ocuparnos más de ella,que, lejos de convertirse, los cincuenta dollarscontribuyeron á apresurar el fin de su relajada vida,y que murió en completo estado de embriaguez,sobre un miserable lecho, junto al montón de tra-pos que ya no se cuidaba de remover ni de aumen-tar, con gran contentamiento de los monos, susvecinos.

IV.

William había sufrido la ley común á casi todoslos jóvenes de los Estados-Unidos, aun á los pertene-cientes á las más ricas familias. Como en aquel paísla fortuna procede siempre del trabajo, es muyraro que los padres, por más que toleren á sus hi-jos el darse buena vida, no les exijan al llegar ácierta edad que aumenten trabajando su patrimonio.

Wiliiam tuvo, pues, que tomar parte en los ne-gocios de su- casa, y por la índole de algunos deellos, se vio precisado á marchar á Inglaterra y deallí ala China.

Seis años hacía ya de esto y aún no había regre-sado á Nueva-York.

Durante aquel tiempo, Catalina había realizadolas esperanzas que la grandeza de su corazón y desu inteligencia había hecho concebir á sus protec-tores. En el establecimiento de M. Bill aprendiócuanto puede desarrollar el alma de una criatura, ycuanto puede al mismo tiempo ayudar á una mujerá cruzar sin peligro los ásperos senderos de la vida.

Habia llegado á ser una obrera muy hábil. Y á los

cuatro años de estar en casa de M. Bill, que ocurrióla muerte de éste, se retiró á una pequeña y mo-desta habitación en uno de los mejores barrios dela ciudad.

Era tan bella, tan laboriosa, tan formal, y tan in-genua y sencilla en su alegría, que las más opulen-tas damas se complacían en llamarla para trabajaren sus casas, gratificándola con esplendidez, ó ensubir á su humilde cuarto para encargarle sus ves-tidos.

Catalina era la costurera más en boga de Nueva-York. Las coquetas y vanidosas no confesaban quesus trajes fueran confeccionados por ella, y los atri-buían á dos ó tres modistas de gran renombre, queexplotaban de buen grado esta comedia. Pero elsecreto era, sin embargo, conocido de todo elmundo.

La madre y las hermanas de William eran las úni-cas quizás que tenían el buen gusto y la franquezade hacer pública su preferencia á Catalina.

Acaso era debido al recuerdo de la buena acciónllevada á cabo por Wiiliam. Pero el resultado eraque la joven encontraba en casa de Bonlon la aco-gida más afectuosa.

Por la mayor parte do las familias americanas,las obreras llamadas á trabajar son tratadas con lasmismas consideraciones que las demás personas,siempre que por su educación y su conducta seandignas de ello. Así es que comen y toman té conlos señores. Y esto se explica, no tanto por la abo-lida práctica del principio de igualdad, como por elhomenaje que en aquel país se rinda al trabajo real-zado por el buen comportamiento. Donde más seobserva esta costumbre es en los Estados del Nortey del Este, sobre todo en los primeros, donde hastalos criados de ciertas condiciones comen algunasveces en las mesas de sus amos.

Catalina, además, tenia un aspecto bastante dis-tinguido para no desdorar con su presencia ningunade las mesas donde con gusto le reservaban siem-pre un asiento.

Por su belleza, su agradable carácter, su talento.y la distinción de sus modales, rivalizaba con las se-ñoritas de las mejores casas. Ninguna, por lo menos,hubiera sabido llevar con tanta gracia como ellasus sencillos trajes, á los que la elegancia naturalde su persona daba un valor y un lucimiento extra-ordinarios.

El sello de idiotismo y dureza que la miseria ylos sufrimientos físicos habían impreso en sus fac-ciones, fuó reemplazado por una expresión de dul-zura angelical. Sus miradas tenían un encantoirresistible, y sus hermosos cabellos negros, reco-gidos en bucles, hacían resaltar la deslumbradorablancura de su rostro.

Hacía seis años, según hemos dicho, que William

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se hallaba ausenté de Nueva-York, y su familia lle-vaba un mes próximamente esperando de un mo-mento á otro su regreso.

Catalina, que jamás había abusado de las ofertasile !a señora Benton de que siempre encontraría ensu casa ocupación, no quiso entonces abandonarla,por asistir á la fiesta que se preparaba con motivode la vuelta de William, en la cual la agradecida¡oven deseaba tomar parte.

Preciso será decir que á la gratitud se unía otro.sentimiento que había brotado espontáneamente en.su corazón. Acostumbrada en medio de aquella fami-lia que idolatraba á William, tan amante hijo comocariñoso hermano, á oír constantemente los mayo-res elogios de sus cualidades y su mérito, habíalíegado á apasionarse de él. Y este amor habíaechado raíces en su alma, porque se entregó á élfrancamente y con toda decisión. Pero tuvo, sinembargo, buen cuidado en ocultar á la familia Ben-ton la naturaleza de su inclinación y afecto haciaWilliam, dejándole ver únicamente como hijo de lagratitud. Por eso, á la vez que se regocijaba de lapróxima vuelta del joven, se entristecía al pensarque quizá su cariño no hallaría eco en el corazónile William, y que el regreso de éste á su casa,donde ella no había encontrado hasta entonces másque sonrisas, sería tal vez la causa de muchas lágri-mas y algunos desengaños.

Acaso habrá quien tache á Catalina do ambiciosa¡lor soñar en la posibilidad de ver satisfecho suamor. É indudablemente, bajo el punto'de vista delas costumbres europeas, la aspiración de la jovenseria una excepción de la regla. Pero do ningúnmodo lo es en aquel país, donde la influencia de lasgrandes leyes de igualdad autoriza toda alianza, sindistinción de clases, siempre que el hombre ó lamujer á quien el casamiento eleva de la pobreza óla oscuridad á la fortuna y el esplendor, sean dig-nos de ello por su comportamiento y sus cuali-dades.

Las mismas causas que hacen admitir á unaobrera honrada, inteligente y de buena educaciónen las mesas de las más ricas familias, justifican ylegitiman el deseo que ella puede alimentar de en-trar en aquellas familias por la gran puerta del ma-tri monio.

Lo que aquí constituye la regla general es allí laexcepción; así como la excepción de aquí está ex-puesta á ser la ley común en aquella nueva so-ciedad.

Catalina podía temer, en primer término, no ha-llar en William lo que esperaba; y en segundo, serdesairada por la familia, á pesar de las demostracio-nes de cariño que de ella recibía á cada paso.

M. Dentón tenía el orgullo de su inmensa fortuna,adquirida honradamente. Pero olvidaha por su gusto

lo distante que se hallaba, en la escala á que tanalto había subido, del punto de partida. Porque, enresumidas cuentas , no era más que hijo de unsimple- marinero desertor, y había empezado porser mozo de carga en los muelles de Nueva-York.Y si entre las personas que llegan á elevarse hayalguna razón para desear seguir elevándose siem-pre, y no tomar otro punto de partida para sus hi-jos que el que para eligís ha sido de llegada, en losEstados-Unidos, donde la riqueza es la única dis-tinción de clases, se acostumbra monos que en nin-guna parle, y es menos permitido á cualquier hom-bre, olvidar ante la pobreza honrada lo que él eraantes de llegar á su deseado fin.

M. Bcnton no razonaba siempre de este modo, yI Catalina había oido de sus labios, respecto á este

particular, doctrinas que habían hecho estremecerI su corazón.¡ Y, sin embargo, por grande que fuese la fortuna! de 1VI. Benton, no dejaba de estar, como muchas

otras de aquel país, expuesta á desaparecer el diamenos pensado.

Además, en aquella ocasión pesaba sobre Amé-rica una crisis comercial bastante grave, y las rela-ciones que tenía en todos los países del mundo lehacían experimentar muchas veces inesperadas bor-rascas en sus negocios. Esto, sin contar con quehacía ya algún tiempo que recibía de varios puntosnoticias alarmantes. Pero aún se hallaba muy lejosde la catástrofe con que quizá soñaba Catalina, queinteriormente se complacía en considerar su hu-milde morada como un puerto de refugio para losnáufragos de la fortuna.

—-Hago mal,—se decía,—en esperar tan funestodesenlace. Soy muy egoísta al desear tales desgra-cias á personas que tanto me quieren. No, aunque yotenga que sufrir las mayores humillaciones, no debodesear la ruina y el llanto á esa excelente familia.¿No sería William el primero que participara deldesastre? ¿Quién sabe si él sería tan dichoso vi-viendo pobre á mi lado, como rico sin mí?

Debemos confesar, sin embargo, que las malasideas no ocurrían á la joven más que cuandoM. Benton se mostraba con ella demasiado orgullo-so. Después, una palabra, una sonrisa, una cariciade su esposa ó de sus hijas bastaba para alejar desu imaginación lodo'pensamiento de egoísmo.

JAVIER EYMA.

(Concluir*.)