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La ficción y las estéticas de la reinvención política Reflexiones sobre desconstrucción artística y “plasticidad destructiva”. Las prácticas artísticas contemporáneas exponen los límites de la representación, su concepción y exposición, que confrontadas a lo irrepresentable, generan la paradoja de una saturación sensorial y de sentido, que genera la incomunicabilidad e ilegibilidad de las obras; como destaca José Luis Brea (1996), tal ilegibilidad como forma crítica del “ruido secreto” de las culturas, conlleva lo póstumo como forma de apertura de la contemporaneidad misma, a partir del tiempo de las artes, las obras, las acciones artísticas, que exponen a la vez, una heteronomía estética, que implica la heterarquía política de las artes.

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Page 1: Reflexiones a Partir De

La ficción y las estéticas de la reinvención política

Reflexiones sobre desconstrucción artística y “plasticidad destructiva”.

Las prácticas artísticas contemporáneas exponen los límites de la representación, su

concepción y exposición, que confrontadas a lo irrepresentable, generan la paradoja de una

saturación sensorial y de sentido, que genera la incomunicabilidad e ilegibilidad de las

obras; como destaca José Luis Brea (1996), tal ilegibilidad como forma crítica del “ruido

secreto” de las culturas, conlleva lo póstumo como forma de apertura de la

contemporaneidad misma, a partir del tiempo de las artes, las obras, las acciones artísticas,

que exponen a la vez, una heteronomía estética, que implica la heterarquía política de las

artes.

Una plasticidad diferente se expone en la contemporaneidad de las artes, su pluralidad, no

solo como resultado de su relación con las tecnologías de la producción de la imagen, sino

con la hiperrealidad de los contextos culturales. La hiperrealidad de las culturas, implica su

materialidad crítica, no solo visible en el patrimonio (tangible o intangible) sino en la

economía de la representación como forma de administración de lo irrepresentable,

generando culturas fantasmáticas, de ficción e invención.

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La invención, más acá del “punto de vista del genio” y lo “sublime”, responde a la crisis de

la representación por desmantelamiento de los presupuestos cosmovisonarios que la

constituyen, permitiendo pensar la ficción como la forma del tiempo de lo póstumo, tal

ficción se encontraría, si se trata de un locus que la delimite, entre lo moderno y lo

posmoderno, en el intervalo entre el que se generan las transiciones que componen una

historia, de lo humano, lo no humano, las artes, las técnicas, los sistemas de pensamiento,

las economías, las políticas, etc.

La transición es un concepto que se propone, para regular y racionalizar las relaciones de

causa y efecto, generando una dialéctica e la representación del tiempo, que permite

construir y constituir una historia, la forma de esta constitución, es para Foucault por

ejemplo, lo que estructura “la prosa del mundo” y para Lyotard “los metarrelatos de la

modernidad”; “formaciones discursivas” que adquieren relevancia en tiempos de posguerra

en el caso de Europa y en contextos de pre y posguerra en el caso de América, Asía y

África, asumida no por un “giro posmoderno”, sino por una perspectiva en un principio por

la metodología de los estudios culturales (Hall), la poscolonialidad (Quijano) y

recientemente por la decolonialidad (De Soussa Santos, Gosgroguel). La transición es un

espacio cuya temporalidad se caracteriza por la sobrevaloración del nihilismo,

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transformado en sentido común y fundamento de las concepciones sobre el sí mismo, el

otro, la naturaleza, el mundo, la vida, que expone la separación radical que lo humano ha

sufrido de los referentes que le permitían pensarse como singularidad. La institucionalidad

del “giro posmoderno” entre revueltas y movimientos, se caracteriza entonces por una

dialéctica de la conservación, debido a la negatividad constitutiva de su estructura, visible

en el eclecticismo, que como propone Lyotard representa “el grado cero de la cultura”; es

decir la saturación de originariedad, reflejada a la vez en la producción de lo que Rosaldo

(2002) delimitará como una “nostalgia de imperio”, síntoma de la economía de la carencia,

que genera la conciencia de la ausencia de un fundamento teológico o mitológico, que

responda a la comprensión del presente del ser humano y su concepción de vida o sobre la

vida. Carencia que sustenta la necesidad de las exigencias éticas, visible en la exacerbación

de la búsqueda de salvación por pérdida de la relación con el presente, provocada por la

disolución de la singularidad y la comunidad, que trae como consecuencia inmediata lo que

Jean-Luc Nancy (2003), propone como “el esquema del retorno” caracterizado por la

sublimación de las causas o de los orígenes o su irrepresentabilidad.

La economía de lo irrepresentable, permite la administración de lo sublime a partir de una

estética de la salvación que se refleja en las nociones de “obra de arte total” y que implica

la concepción del arte como “la mercancía total”, tal como infería Benjamin las

consecuencias de la producción en masa de obras, que llevan al límite la proposición de

Heidegger sobre la función del arte como “producción de la tierra”, sustentada en la

apertura crítica de la noción de cosmovisión y que Heidegger propone en la concepción de

una “época de la imagen del mundo”, comprendida como la puesta entre paréntesis del

mundo de la vida, su clausura y ocaso, ante lo que la refundación del mundo de la vida, se

hace necesaria y que desembocará en las consecuencias del nacionalsocialismo y la

estetización de la totalidad.

La “nostalgia de imperio” como expresión de la economía de lo irrepresentable, es el rasgo

que caracteriza la estetización de la totalidad, propia de los regímenes de representación

que constituyen la concepción de realidad, ante los que la ficción pretende ofrecer una

fisura a la hiperrealidad de la economía de lo irrepresentable, concebida como síntoma de la

carencia de crédito en el presente, producida por la estética de la salvación.

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La ficción se puede comprender en este contexto como un proceso de generación de

principios éticos, estéticos, políticos, que permiten una apertura de lo posible, en la medida

en la que posibilidad es la metáfora de la utopía como forma de aplazamiento de los

acontecimientos; en la medida en la que la utopía y la posibilidad, son conceptos que hacen

parte de la estética de la salvación, comprendida esta como la expresión ética de la

delegación de la vida que sustenta la ética de la carencia que provoca el nihilismo en tanto

sentido común.

La banalización del arte como destaca Brea los rasgos de esta estetización, es la forma de

resolución a la crisis de la representación que genera la posguerra, visible en la disolución

masiva de subjetividades que provoca la indiferencia ante la administración de la violencia

por parte del orden militar y paramilitar de los contextos europeos, americanos, asiáticos y

africanos, que adquiere las características del conflicto y posconflicto globalizado, debido a

la mercantilización progresiva de la carencia, que genera lo que Deleuze y Guattari

proponen como la relación entre “capitalismo y esquizofrenia”, en donde se capitaliza la

disolución de identidades culturales, por administración del patrimonio, lo que fortalece la

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“nostalgia de imperio” y genera la estetización del nacionalsocialismo capaz de sustentar la

noción de globalización como obra de arte contemporánea total.

Entre cosmovisón y “época de la imagen del mundo”, la globalización genera la transición

como temporalidad que legitima la dialéctica entre modernidad y posmodernidad y estetiza

la realidad en la hiperrealidad de un presente que se disipa o diluye. La ficción responde a

la disipación proponiendo una desconstrucción artística de la “plasticidad destructiva”

(Mallabou, 2012), por diáspora de identidades inconstantes e ingobernables, que generan

acontecimiento por flujos estéticos dirigidos a desmantelar la estructura de los regímenes de

transición. La “plasticidad destructiva” según Mallabou, se caracteriza por una actitud

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asumida por procesos de indiferenciación progresiva, desde dos perspectivas, la primera

referida al daño cerebral, sus consecuencias en los cambios de identidad que generan

mutaciones en el ser y la segunda desde procesos de mutación que se generan a partir de

traumas que provocan un olvido del ser, en el que la esencia, la dimensión ontológica que

constituye el principio de identidad, es afectado, generando extrañamientos que no

permiten reconocimiento de sí o los otros, y que genera lo que Mallabou propone como una

“ontología del accidente”, en donde la temporalidad del accidente, su acontecer, provoca

devenires radicales, no programados, que por su particularidad desmontarían la economía

de lo irrepresentable, provocando una invención de la vida perdida, desde la asunción del

extrañamiento como apertura de la nada y la vacuidad, de la carencia de un fundamento. La

“plasticidad destructiva” sería de esta forma una confrontación con la carencia, la

desconstrucción del nihilismo.

De esta forma, la reinvención política no pasa por la toma de partido referida a la

burocracia y las políticas culturales que genera, sino por flujos de ingobernabilidad

susceptibles de provocar remociones de sentido de una cultura. En este sentido las

propuestas artísticas conllevan la toma de posición ante una transición, pues confrontan lo

irrepresentable y la saturación de imágenes de la hiperrealidad que constituyen la noción

desgastada pero permanente de globalización.

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Las particularidades de la hiperrealidad, se relacionarían con lo que Michel Rolph

Trouillout propone como la administración de la “geografía de la imaginación”, consistente

en la representación del mundo a partir de las consecuencias de la expansión del régimen

colonial del siglo XVI, lo que implica que el proceso de construcción de la hiperrealidad, es

constitutivo de la ontología y estética cosmovisionaria de la modernidad y posmodernidad;

cuestión que conlleva que las ficciones sobre el otro, se caracterizan por la concepción de

un otro monstruoso, no reconocible como humano, pero si clasificable como salvaje y

mercancía, estableciendo una “ficción de lo político”, como concibe Philippe Lacoue-

Labarthe (….), las transiciones entre un régimen de representación y sus variaciones. Tal

ficción pasa y se sustenta sobre un imaginario de gobierno, que pretende modelar la

realidad y el mundo de la vida y que legitima por fuerza de ley el orden de la guerra a lo

inclasificable por irrepresentable. La estética de la destrucción que sustenta “plasticidad

destructiva” de la conquista y la colonia, conlleva una búsqueda no solo de belleza sino de

estética, concebida como la formalización de lo desconocido y construcción del otro, por

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aplicación del principio de semejanza, lo que hace de la mimesis la dimensión ortopédica y

pedagógica de la inculturación.

La decolonialidad como estrategia metodológica de interpretación, provoca fisuras en la

estructura del régimen de representación global de la inculturación, a partir de una

desconstrucción de las semejanzas por precipitación de disenso, debido a que al complicar e

implicar lo alter-nativo, permite la apertura de perspectivas críticas, fuera del eclecticismo

de la representación de la política de transición y los consensos aparentes que presupuesta.

La desigualdad activa de la invención de locus políticos, es de esta manera la moción de los

flujos de ingobernabilidad de lo que María Lugones llama “subjetividades de resistencia”,

susceptibles de generar una ficción de la política alter-nativa, que se abre a partir de la

pulsión crítica del deseo de ser otro, como acción política de asunción del presente,

comprendido como el locus heterogéneo de la paradoja que expone la relación de

desigualdades en común.

La remoción del ser, provoca desigualdades ontológicas, modos de ser insospechados de sí

mismo, que propician vías para flujos de inflexión estética que desbordan las economías de

representación, lo que conlleva por ejemplo que las estéticas americanas como proponía

Rodolfo Kush, requieran de una monstruosidad que las singularice, provocando artes

telúricas con el alcance y la capacidad de la conjuración de la hiperrealidad; de esta forma

la función no sería la de la preservación de una “época de la imagen del mundo” ni de la

formación de una cosmovisión, sino de su desconstitución continua, reflejada en la

remoción de sensación, sentido y significado de las imágenes, símbolos e iconos de la

puesta en presente de las artes, que conlleva además, la desconstrucción de la “plasticidad

destructiva” y las anomalías que genera, no por una terapéutica o discursos sobrecargados

de eufemismos, dirigidos al tratamiento de lo inclasificable por irrepresentable, sino por el

exceso y plus de la materialidad crítica de la ficción.

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Cuestión que a nivel formal, implica la materialización barroca de las estéticas de la

conjuración de las prácticas artísticas americanas de la colonia, expuestas en la propuesta

del Indio Condorí por ejemplo, o de la reapropiación de la tierra a partir de la

resignificación crítica de la “geografía de la imaginación” poscolonial de los movimientos

indígenas y campesinos, expuesta en la performance de escritura de Quintín Lame, o las

paradojas críticas de la política de escritura de Gamaliel Churata y el “punto lácteo” como

metáfora crítica de la originariedad de una estética de la tierra, irónica por la pérdida de

fundamento, pero sin nostalgia por la carencia de imperio, más bien gozosa por la

desconstrucción de la nada a partir de la inconstancia que genera el desmantelamiento de

una cosmovisión restringida a la racionalización y regulación de la vida.

De esta manera, la ficción se ocuparía de generar una estética de lo no humano, lo

inclasificable e impredecible de sus acontecimientos, más que de la estetización de las

transiciones entre un régimen, su continuidad y variaciones; pues tal estética no trataría la

deshumanización generada por la guerra y posguerra, sino del intervalo de la transición que

banaliza o invisibiliza la alteridad concebida como fuerza de resistencia, más que desde el

consenso sobre la diferencia desde la búsqueda de semejanzas que la administra o regula a

partir de la economía de la representación.

Tal estética de lo no humano, se ocuparía además de la relación con la técnica y las

consecuencias de la autoproducción del ser y la capitalización de la vida reducida a

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potencia laboral o revolucionaria, permitiendo una crítica a la historia de la industria

cultural y la producción masiva de referentes que ilustran la historia de lo humano desde

una estética antropocéntrica. La reinvención de lo político de esta manera formalizaría los

procesos de las ficciones, en tanto formas de resistencia que inventan otros modos de ser y

que permiten que la “plasticidad destructiva” sea una “ontología del accidente” que

expondría las mutaciones y anomalías del ser que ha dejado de ser por carencia de

fundamento o anomalía, permitiendo la asunción de la vacuidad, no por racionalización del

extrañamiento de sí como otro, sino por la comparecencia ante lo que de alteridad tiene el

ser, confrontando la pérdida sin angustia y nostalgia, sino en un duelo festivo, una paradoja

en la que las emociones, las pasiones encontrarían una vía de expresión y exposición que en

la ficción tendrían la materialización de lo imposible y el desmontaje de la mecánica de la

transición y la conservación que incentiva; generando un plus estético, del exceso y la

transvaloración que rebasaría lo sublime como concepto de lo irrepresentable.

El plus estético, el exceso de gozo, conlleva un erotismo de alteridad que al no tener

relación con la carencia, inventa, piensa lo que viene al presente, lo antecede por intuición y

sensación, por pasión de lo irrepresentable, sustentando un erotismo de lo desconocido, una

poética de la invención crítica, una estética de la invención y una política de la reinvención,

que permitirían desde la asunción de la “plasticidad destructiva” de otros modos de ser de

alteridad, resistencias al consenso y permanencia de regímenes de representación, por tanto

una inacabada anábasis estética de la apertura de sí como exterioridad por venir, en camino,

por andar, entre la incalculable aventura de la creación artística por venir.

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Inventar es aventurarse entre los intervalos que traman la transición, y exponen el presente

de la acción artística, su acontecer, en el que se hace patente una “ontología del accidente”

no dependiente de la anormalidad o el daño cerebral, sino de una voluntad de errar, de una

pulsión por la errancia, el devenir y la inconstancia, exponiendo una estética de la

inconstancia ocupada en la transformación de la “plasticidad destructiva” inherente a la

acción creadora, capaz de una poética crítica de la metamorfosis y la mutación y

transmutación de las esencias, subvirtiendo, pervirtiendo y provocando modos de ser

impredecibles, fisuras que generan acontecimiento en la transición entre el pre y el post,

desestabilizando lo creado, lo producido, la originariedad y las técnicas.

El riesgo de las ficciones estéticas, conllevaría la confrontación con la hiperrealidad de la

economía de producción de realidad, patente en el realismo sucio de Raymond Carver o la

poética crítica del realismo delirante de Humberto Laiseca, como respuestas a la

sobrevaloración de las obras de arte totales relacionadas con la economía simbólica del

realismo mágico concebido como el metarrelato desde el que se fundamenta el régimen de

representación de la cultura suramericana, delimitada por la noción de cosmovisión,

propuesta como clausura de la experiencia, en la medida en la que la experiencia conlleva

el establecimiento de relaciones con lo desconocido, por tanto con lo que rebasa lo sublime

y la regulación del deseo que produce.

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La ficción de esta forma reinventa lo político, apelando a lo impredecible de las artes, sus

accidentes y el desmantelamiento de la economía del hiperrealismo y la aparente política de

revolución cultural de las políticas culturales que pretenden institucionalizar el accidente

artístico, a partir de la patrimonialización del plus de valor de las obras calificadas como

políticamente incorrectas, anormales y destructivas.

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