rápida ojeada sobre el estado de la capital y los medios de mejorarla

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Introducción Edward Baker. En mayo de 1833 Ramón de Mesonero Romanos emprende un largo viaje por Inglaterra y Francia. A su vuelta, tras un año de ausencia, sorprende unMadrid que ha experimentado profundos cambios. Ha muerto Fernando VII, el absolutismo político se derrumba tras la promulgación del Estatuto Real... En este contexto Mesonero aborda a partir de su experiencia en París y Londres un ambicioso programa de propuestas de reformas urbanas que defendería posteriormente desde su cargo de Concejal del Ayuntamiento de Madrid.

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  • RAPIDA OJEADA , SOBRE

    EL ESTADO DE

    LA CAPITAL Y LOS MEDIOS DE MEJORARLA

    Ramn de Mesonero

    Romanos

    Introduccin Edward Baker

    -

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  • JFD1921Sello

    JFD1921Cuadro de texto

    Esta versin digital de la obra impresa forma parte de la Biblioteca Virtual de la Consejera de Educacin de la Comunidad de Madrid y las condiciones de su distribucin y difusin de encuentran amparadas por el marco legal de la misma. www.madrid.org/edupubli

    [email protected]

  • 1." edicin: Diciembre, 1989

    CIDUR, Revista ALFOZ

    COMUNIDAD DE MADRID CONSEJERIA DE CULTURA

    Infantas. 13. 28004-MADRID Tfno.: 532 71 03 Depsito Legal: M-42980-1989 ISBN.: 84-86635-12-8

    Fotocomposicin: ' FOTO REVISTA, S. A. Paseo de Santa Mara de la Cabeza, 128, MADRID

    Impresin: PENALARA, S.A. Ctra. de Viilaviciosa de Odn a Pinto, km. 15,180 FLTENLABRADA, MADRID Printed in Spain-Impreso en Espaa

  • Consqjer:~ de Ecliic~cin SFCRETAR~A GENEKAL TCNIC.~. '1. :-vicio de Public:iciories

    ' '; I!:, n." 30-32 ., . .-p. 1-,

    Esta Edicin ha sido posible gracias a la colaboracin de la Consejera de Cultura de la Comunidad de MADRID

  • En mayo de. 2833 Ramn de Mesonero Romanos emprende un largo viaje por Inglaterra y Francia. A su vuelta, tras un ao de ausencia, sorprende un Madrid que ha experimentado profundos cambios. Ha muerto Fernando VII, el absolutismo poltico se derrumba tras la promulgacin del Estatuto Real ... En este contexto Mesonero aborda a partir de su experiencia en Pars y Londres un ambicioso programa de propuestas de reformas urbanas que defendera posteriormente desde su cargo de Con- cejal del Ayuntamiento de Madrid. El 1 de enero de 1936 la imprenta de Toms Jord edita el Apn- dice a la ltima edicin del Manual y, en el mis- m o volumen, el texto de la ((Rpida Ojeada sobre el estado de la capital y los medios para mejorarla.

    El ((Manual de Madrid es un clsico sobrada- mente conocido. No as ala rpida ojeada...)) que pa- s rpidamente al olvido. Esta edicin pretende precisamente rescatarla y ponerla al alcance del lec- tor de hoy.

    La opcin de hacer una nueva edicin en vez de recurrir al facsimil busca una mejor legibilidad del texto impreso, a la vez que se ha adaptado al caste- llano de nuestros das.

    Para esta edicr6n se ha contado con la colabo- racin de la Consejera de Cultura de la Comu- nidad de Madrid sin la cual el empeo hubiera sido imposible.

    Los editores.

  • INTRODUCCION

    1. ESCRIBIR 'LA CIUDAD

    Para el lector ingenuo, las palabras y las cosas es- tn simplemente ah, a su alcance. El Londres de Dickens, el Pars de Balzac y el Madrid de Galds gozan, a los ojos de este lector, de una naturalidad que est fuera de la historia, del discurso, del labo- rioso hacer de las existentes individuales y colecti- vas. Naturalidad en que las palabras y las cosas no son nunca inconmensurables, en que no mide dis- tancia alguna entre los alrededores de la plaza Ma- yor y los pasos que por las pginas de su novela dan Fortunata, Jacinta, Juanito Santa Cruz y dems per- sonajes de don Benito; lectura que se agotara en la inmovilista y feliz conciencia de la denotacin pura. ~ n t e ' e s t a actitud, toda insistencia en la pro- ductividad discursiva e ideolgica es poca. Urge, pues, poner de relieve lo difcil que es describir Londres, Pars, y no digamos Madrid. Tan dificil es que el Madrid que Galds novel, dotndolo por

  • primera vez de una autntica potica de la existen- cia urbana, aquel Madrid sencillamente no hubie- ra existido de no ser el gran acarreador de mate- riales que lo hizo novelable, Ramn de .Mesonero Romanos.

    Mesonero -se olvida de puro sabido- fue en Es- paa inventor de un gnero inconfundiblemente moderno. Porque hasta 1831, ao en que public el primer Manual de Madrid (l), las poqusimas guas que haba de Madrid tenan por lmite la ms es- tricta instrumentalidad, meta que, por otra parte, alcanzaban mejor o peor, segn las circunstancias y el celo relativo que ponan sus autores. Como ob- serva Carlos Seco Serrano, el Manual era un bre- viario de historia, una gua y un repertorio monu- mental que:

    Contaba con dos antecedentes concretos -la Gua peque- a o el Lazarillo de Madrid en la mano, de Andrs Sotos, publicado en 1805, y el annimo Paseo de Madrid o Gua del forastero en la corte, que databa de 1815-. Pero ni el uno ni el otro poda compararse al Manua1,fvuto del paciente trabajo de aos enteros y elaborado con un cario, con un entu- siasmo cuyo punto de partida estuvo en la abnegada renuncia a una vieja vocacin sin horizontes -la poesa- y un camino equivocado -el teatro-: renuncias ambas que le facilitaran el descubrimiento de los verdaderos cauces reservados a su (

  • de librera, agotndose a pocas semanas de poner- se a la venta y dando pie a una segunda edicin co- rregida y aumentada, la de 1833. En la introduc- cin de esta ltima edicin, observa el autor que:

    ((En el mes de octubre del ao pasado de 1831, vio la luz pblica el presente Manual, y en el de abril siguiente ya se

    '

    haba agotado toda la edicin. Tan prspero suceso, poco comn en nuestras libreras, me afirm ms y ms en la idea de la utilidad de esta obrita, que fue lo que me condujo a formarla (3).

    La extraordinaria acogida que el pblico dispens al Manual no se explica nicamente por la ((utili- dad de esta obrita)) sino adems por la novedad li- teraria y cientfica y la oportunidad histrica. En la segunda mitad del siglo XVIII se haban puesto de moda los libros de viajes, gnero que ana la amenidad y la difusin de los conocimientos. Tan es as que algunos de los libros pertenecientes al g- nero, como por ejemplo El viaje de Espaa de don Antonio Ponz (4), son verdaderos viajes de descu- brimiento. Ms adelante, a comienzos del siglo XIX, el romanticismo incipiente impuso el inte- rs por las peculiaridades locales. Son estos dos im- pulsos, el afn ilustrado de recoger y clasificar tan- to lo ajeno como lo propio, junto al gusto romn- tico por lo diferencial de cada sitio, lo que separa los Manuales de Mesonero de las anteriores guas de Madrid. Con ellos, y por primera vez, el lector tena al alcance de la mano un libro que no sola- mente resultaba ti en el sentido estrictamente ins- trumental de orientar al forastero que vena a la corte a despachar un asunto. Era, adems y sobre todo, producto de una investigacin larga y pacien- te en que se pretenda abordar la ciudad entera co-

  • mo objeto de conocimiento. Por primera vez en muchos aos -los tomos del Viaje de Ponz corres- pondientes a Madrid, fueron publicados medio si- glo antes- haba un libro de tema madrileo que estaba a la altura de las circunstancias.

    Complemento lgico de esta labor eran los art- culos de costumbres del Panorama matritense, cuya publicacin en la revista mensual de Jos Mara Carnerero, Cartas espaolas, se inici en enero de 1832, poco despus de publicado el Manual. En la introduccin al Nuevo manual ... de 1854 (S) , cuarto y ltimo avatar de esta obra, el autor pone en cla- ro la diversidad de propsitos que anim las guas y los artculos de costumbres.

    Escribimos por cuarta vez este libro a veinte y cuatro aos de distancia de la primera, que publicamos en 1831. M u y j- venes a la sazn, y sin consultar nuestras dbiles fuerzas para tamaa empresa, guiados nicamente por nuestro entusiasmo y amor patrio, osamos acometer la entonces diJcil tarea de des- cribir el Madrid de este siglo presente, bajo sus distintos aspec- tos nlaterial y estadstico, administrativo e histrico, al propio tiempo que en otra obrilla quepor entonces tambin cmprendi- mor y que es harto conocida, aspiramos a trazar lajisononia de la sociedad conten~pornea, el bosquejo animado del Madrid moral (6).

    Efectivamente, la obra de Mesonero est presi- dida por el dualismo, por la escisin entre materia y espritu en que los cuadros costumbristas corres- ponden a ste y los Manuales a aqulla.

    Sera una inepcia proseguir la polmica en tor- no a la primacia cronlogica del costumbrismo, la tan conocida como intil polmica de antes fui yo a la que tanta importancia dio el propio Mesone- ro. Hoy en da, nadie comparara a Mesonero, un

  • muy buen escritor de una poca escasamente do- tada de buenos escritores, con Larra, uno de los progenitores de la sensibilidad moderna en lengua espaola. Sin embargo, la existencia de la polmi- ca es, en aquel momento, indicio de que el artcu- lo de costumbres de los primeros aos treinta ha- ba aportado novedades verdaderamente importan- tes. Y es indudable que con sus primeros artculos de costumbres, los del Panorama matritense corres- pondientes a 1832 y 1833, Mesonero dio comienzo en Espaa a una literatura autnticamente pano- rmica en que un autor-personaje, Mesonero Romanos-El curioso impertinente, se sita en el cen- tro de un mundo urbano cuya vida cotidiana cap- ta visualmente en su inmediatez anecdtica y pin- toresca (7).

    Al mismo tiempo que intenta captar globalmen- te desde dentro las vivencias urbanas, pretende do- cumentar, tambin con pretensiones globales pe- ro desde fuera y con una fuerte carga de desubjeti- vacin, lo puramente material -edificios, calles, instituciones- y con fines prcticos. Juntos, los pri- meros Manuales y los primeros cuadros del Panora- ma expresan el intento de abordar Madrid como to- talidad. Intento inevitablemente fracasado porque la separacin entre la descripcin material y la pin- celada espiritual es producto de una profunda, an- tinomial escisin de lo pblico y lo privado que, a la vez, se encubre bajo la apariencia de un sim- ple divisin de las tareas entre dos gneros. Sin em- bargo, el fracaso relativo de Mesonero, su incapa- cidad de textualizar la vida urbana desde una pers- pectiva unificada y envolvente, no es de orden in- dividual sino colectivo. Escribir Madrid en la d-

  • cada de 1830, abordarlo como totalidad, est fuera del alcance no ya de un escritor sino de toda una poca. Ms tarde, a partir del sexenio revoluciona- rio de 1868-1974, la novela realista moderna -y muy sealadamente la de Galds- se plantear la tarea de superar la desconexin antinomia1 entre lo pblico y lo privado, entre lo material y lo espi- ritual, narrando su dialctica. Pero esa es otra his- toria.

    Dentro del panorama poltica y culturalmente rniserabilizado del absolutismo agonizante, empie- za a perfilarse hacia 1832 un cierto relanzamiento de la actividad literaria y cultural madrilea cen- trada en buena medida en la leve pero importante recuperacin de la prensa peridica (8). Se trata, a mi modo de ver, de un fenmeno tpico de los nu- merosos y muy complejos momentos pretransicio- nales que arroja la historia espaola contempor- nea: 1830-1833; 1865-1868; 1930-1931; 1973-1975. Las pretransiciones espaolas se definen por unas cri- sis de legitimidad que tienen las siguientes carac- tersticas. En ellos el antiguo rgimen contem- porneo, por as decirlo, esa especie de estado de excepcin que ha sido la tpica expresin en Espa- a del poder oligrquico en crisis ms o menos per- manente, an no ha sido apartado del poder esta- tal. Hay, ciertamente, una oposicin que, en la ma- yora de los casos, est debilitado por el facciona- lismo. Pero al mismo tiempo, el poder s ha perdi- do o est a punto de perder la batalla de la cultura y se muestra incapaz de configurar y poner en cir- culacin un discurso que interese y movilice a al- gn sector importante de los productores directos de la ideologa. Esta escisin entre cultura y poder

  • abri en los ltimos aos de absolutismo un espa- cio en la sociedad civil que hizo posible que un es- critor como Mesonero, hombre de talante conser- vador donde los haya y de incuestionable lealtad al poder constituido, emprendiera una tarea cul- turalmente ambiciosa y sorprendentemente mo- derna, la de escribir la ciudad, que tan slo tres o cuatro aos antes hubiera sido dificilmente pensa- ble y objetivamente irrealizable. La tarea que Me- sonero abord en la etapa de la pretransicin no era conscientemente antiabsolutista; no se haba rea- lizado desde postulados polticos e ideolgicos ex- plcitamente liberales ni muchsimo menos. Era inasimilable al absolutismo moribundo porque la temtica y los planteamientos de una literatura autntica e inconfundiblemente burguesa estaba fuera de su alcance.

    11. REFORMAR LA CIUDAD

    En la Europa de las capitales, como la califica en un libro homnimo un gran historiador de arte, Guilio Carlo Argan, stas se conceban en un prin- cipio como escaparates de las monarquas absolu- tas, y tras la crisis general del Antiguo Rgimen, de las modernas naciones burguesas. Su belleza y magnificencia deban de ser reflejo de una grandeza que, desde el punto de mira del poder, se supona generaiizable a toda una colectividad. Un gran Ma- drid sena, por ende, la grandeza de Espaa hecha visible y palpable, mientras que un Madrid pobre y destartalado dana tambin la talla del pas.

  • En marzo de 1833, Mesonero abord el tema ex- plcitamente en un artculo'titulado Polica urba- na)) que, curiosamente, presagia la Rpida ojea- da...)) (9). En l, bajo el influjo de una buena diges- tin que produce el perfecto equilibrio de nues- tros humores, [...], hacindonos mirar todos los ob- jetos por el lado favorable, sale de casa El Curioso Impertinente y, ms que ver los objetos por el lado favorable, fanesea.

    Llam ... m i atencin la n~ulti tud y belleza dc las casas nrre- vas o refornmadas . . mir con complaciencia los ediJicios pbli- cos destinados a establecimientos tiles y de nueva creacin; re- corr los paseos que por todos lados adornan diariantente nues- tra capital; vi sus plazas ms pblicas despejadas de la insalu- bre suciedad que ocasionaba la venta de comestibles; observ me- joras en la limpieza, buena arquitectura en las fuentes y puertas inodernas, gusto y elegancia en la innumerable multitud de tien- dus y cafs; admirable provisin de comestibles en los varios mer- codos; comodidad incalculable proporcionada por la multitud de mercaderes antbulantes que bajo distinto diapasn entonan sus gneros por las calles; belleza y baratura en los objetos arts~icos expuestos en los almacenes; prueba incontestable de que hay literatura en la multitud de carteles con lctras de a medio pie que adornan las esquinas; dccerrcia y lujo en los vestidos, coches y habitaciones, y mil proyectos i~iles, e n f i n , para lo sucesivo, tales como el del alumbrado, conduccidn de aguas, rnagn$co teatro, y otros seniejantes, de los cuales espera esta capital su

    futuro engrandecimiento (10). Sin embargo, al da siguiente las calles de Ma-

    drid son lodazales, las casas estn sin reformar, los comercios en nada se parecen a los passages de Pa- rs)), los faroles slo sirven para hacer visibles las tinieblas)) y, en resumidas cuentas, todo lo que ve mientras se pasea por la villa y corte presenta el as-

  • pecto de un Madrid nada fantstico y perfectamen- te real.

    En mayo de 1833, dos meses despus de publica- do este artculo, Mesonero Romanos emprendi un viaje a Francia y a Inglaterra, con largas estancias en las respectivas capitales. El viaje le mantuvo ausente de Madrid cerca de un ao y, a la vuelta, antes de que reanudara los cuadros de costumbres pertenecientes a la primera serie del Panorama ma- tritense, dej transcurrir un ao ms. En una nota agregada muchos aos ms tarde al primer artcu- lo de la nueva serie, La vuelta de Pars)), el Curioso Parlante explica el porqu de tan largo silencio. Su ausencia haba coincidido con los graves acontecimientos acaecidos en nuestro pas, la muerte del monarca, la variacin del sistema poltico, la reunin de las Cortes y promulgacin del Estatuto Real, la guerra civil, la in-

    +vasin del clera rnorbo (a consecuencia del cual haba muerta la madre del autor. E. B.) y la supresin de las co- munidades religiosas, vari completamente el aspecto, carcter y costumlires del pueblo espaol; as como la mayor libertad en la expri~sin del pensamiento abra ya ancho campo a la pluma del escritor. E n una sociedad constituida ya de tan divcrsn ma- nera (...), djase conocer cun descoloridos e insigniJicaiites de- ban parecer los cuadros sencillos e inofensivos de uno sociedad apacible y riorn~al que ya no exista (...) (11).

    Efectivamente, haba dejado de existir aquel mundo del ltimo absolutismo que Mesonero ca- lifica de ((apacible y normal y los liberales haban iniciado la transicin haca una nueva sociedad y un nuevo estado, situacin que nuestro autor en- focaba desde la nica actitud poltica compatible con su visin del mundo: ni absolutismo ni libera- lismo, sino posibilismo. Porque Mesonero era un

  • posibilista no ya poltico sino anmico que aspira- ba a vivir en una asociedad apacible y normal, pero saba muy bien que la nostalgia, la vuelta a esa mor- malidadn que anhelaba, no era factible. Sera ne- cesario, por lo tanto, efectuar un cambio de rum- bo en que, adems de sus obras sobre el Madrid ma- terial -las dos primeras ediciones del Manual- y el moral -los artculos costumbristas del Panorama-, abordara el Madrid posible de las re- formas urbanas. A dicha actitud responden las p- ginas de su primera obra importante en torno al tema urbano en sentido estricto, la ((Rpida ojeada sobre el estado de la capital y los medios de mejo- rarla (12).

    La Rpida ojeada ... es la respuesta de Mesone- ro a su estancia en Londres y Pars, sobre la cual escribi muy poco. Se trata de un texto de unas ochenta pginas que el autor, por razones de con- veniencia, public junto al Apndice al Manual de Madrid (13). El Apndice es un volumen en octavo menor con una extensin de 113 pginas, de las cua- les las treinta primeras corresponden al Apndice en sentido estricto, la puesta al da de la segunda edicin del Manual, y las restantes a la ((Rpida ojea- da.... El autor explica en una nota de pie de pgi- na las circunstancias que rodearon su publicacin.

    Este discurso formaba parte de una memoria escrita a mi re- greso de un viaje por Francia e Inglaterra que verifiqu en los aos ltimos de 1833 y 1834. Era mi intencin al publicar dicha memoria hacer partcipe al pblico de mis observaciones por si tal vez podan servirle de alguna utilidad; ms las des- graciadas circunstancias en que muy luego se vio envuelta la capital a motivo de la invasin del funesto clera-morbo, me retrajeron de mi idea y conden al olvido aquel trabajo. Sin em-

  • burgo, habiendo de publicar ahora el presente Apndice al Ma- nual de Madrid, por las notables alteraciones ocurridas en los dos aos ltimos, me ha parecido del caso aprovechar la ocasin para apuntar algunas de las ideas que contena aquel escrito (14)-

    Qu idea contiene la ((Rpida ojeada...? Cul es la concepcin de la sociedad y de la ciudad que en ella se explaya? Mesonero contesta implcita- mente con una pregunta de corte posibilista: dada la situacin poltica y los pocos recursos disponi- bles, Qu es lo que se puede hacer para que Ma- drid, capital de una sociedad todava seorial, aun- que en decadencia no ya relativa sino absoluta, se transforme en capital de una formacin nacional y burguesa, para que llegue a ser, adems de corte, villa? Porque lo que el autor de la Rpida ojeada ... pretende es que Madrid se transforme nada menos que en un centro de poder poltico, econmico y cultural digno de una burguesa que est dispuesta a hacer valer sus intereses y sus normas, en una pa- labra, su civilizacin, y que sta sea, junto con la ciudad que debe ser su mxima expresin material y simblica, norma de la nacin entera. Siguiendo el modelo de concentracin e irradiacin del ms frreo centralismo, afirma en las primeras lneas de su informe que L a cultura y esplendor de la capital son un termmetro seguro par2 conocer elgrado de civilizacin de cada pueblo. Ni puede menos de ser as: la influencia inmediata del gobierno, la ma- yor reunin de talentos y capitales, la comunicacin ms fre- cuente con los extranjeros y otras causas semejantes, aseguran siempre a las capitales la primaca en conocimientos y buen gusto que partiendo del centro a la circunferencia se derraman des-

  • pus por las lejanas provincias para servir de tipo a la civilizti- cin nacional (pp. 31-32).

    Las propuestas de Mesonero para transformar Madrid en una ciudad que sirva de tipo a la civili- zacin nacional)) pueden ser resumidas en cuatro captulos que no corresponden del todo a la orga- nizacin que dio el propio autor a la Rpida ojea- da...~. Son: - la modernizacin de la infraestructura urba-

    na y de la organizacin administrativa. - la implantacin de formas de propiedades ca-

    pitalistas; - la creacin de instituciones culturales nuevas,

    la recuperacin de otras que haban sido suprimi- das durante la ltima dcada del absolutismo, y la reforma y el fortalecimiento de las existentes; y - la transformacin simblica de Madrid en

    monumento nacional. Veamos brevemente algunos de los aspectos ms

    destacados de estos temas.

    1. La modernizacin de la infraestructura urbana y de la organizacin administrativa

    Madrid era, en tiempos de Mesonero, y no sola- mente en tiempos de Mesonero, una ciudad de in- fraestructura~ endebles y arcaicas, adems de ad- ministrativamente catica. En un momento de gran crecimiento demogrfico, la capital careca de medios administrativos para hacer un censo.

    Prescindiendo de lasformalidades religiosas que la prctica de la iglesia exige, la autoridad municipal debera obligar a ins- cribir en un registro los nacidos y muertos, los matrimonios y

    XII

  • rlcms actos solemnes de la vida civil, y de acuerdo con la poli- ca y dems autoridadesformar anualmente el cuadro estadsti- co de la poblacin (. ..) (p. 68).

    Con el casero de Madrid sucede lo propio. E l mismo abandono que se observa en la formacin del cen-

    so, se echa de ver etz la ordenacin y reciijicacin de los planos de la villa, dando lugar a disputas y pleitos, y haciendo intil toda pesquisa. Parecer increble pero no por eso es wicnos cier- to que no sabemos el nwiero.de casas que tiene Madrid; que cn el Ayuntawiicnto nado consta sobre este punto, y que en la Contarl~~ra di) aposento donde se hallan los nicos planos de la villa se reJeren a casi u n siglo de antigedad (p. 68).

    El mismo espritu de racionalizacin interna y modernizacin -lo moderno lo representan Lon- dres y Pars y a ambas ciudades se refiere como mo- delos incuestionables- anima sus recomendacio- nes respecto a otros aspectos infraestructurales y administrativos, como por ejemplo, la numeracin de las casas (p. 54), los nombres de las calles (pp. 54-55), la limpieza (p. SO), el alhmbrado (pp. 52-53), el empedrado (p. SI), etc. En cuanto a la reforma de calles ))plazas, puesto que los modelos incues- tionable~ de modernidad son las dos grandes ciu- dades, Londres y Pars, que el autor acaba de co- nocer, son de especial inters sus observaciones so- bre los squares londinenses (p. 45), y los bulevares parisinos (p. 46).

    2. - La implantacin de formas de propiedad capitalistas

    Mesonero dene profundamente identificadas con su visin del mundo las ideas fundamentales de la

    XIII

  • economa poltica clsica. La propiedad es el fun- damento de la sociedad, y la circulacin sin trabas de la propiedad y los capitales es esencial para el orden social. En principio, la modernizacin de la infraestructura urbana y la puesta al da de sus es- tructuras administrativas prepararan el terreno pa- ra la mercantilizacin sistemtica de la propiedad, sobre todo la propiedad inmueble. Refirindose el autor de la ((Rpida ojeada ... a las leyes que coar- tan y amenguan de tal modo el derecho de propie- dad en esta villa, que casi le transfieren a los inqui- linos* (pp. 69-70), argumenta que el respeto a la propiedad es imprescindible para el buen funcio- namiento de la ciudad.

    Esta falta de respeto a la propiedad consignada dolorosamente en las leyes, refleja de tal manera en nuestras costumbres que suele aadir al desdn del gobierno mil ataques indebidos por parte de los particulares. Cosa diJIcil es en efecto dar a nuestras casas, a nuestras calles, a nuestros establecimientos, algn as- pecto de riqueza y de buen gusto, mientras las leyes y costum- bres no marquen con el sello ms sagrado el derecho de propie- dad (p. 70).

    Consecuencia de la falta de respeto a la propie- dad es que el otro sostn de la sociedad, el trabajo, tampoco se respeta, y ello da origen a toda clase de desrdenes sociales, ya que slo es til el que trabaja)). De ah que reine en Madrid la turba de holgazanes que nada tienen sino tiempo de sobra para vengarse del que tiene algo (p. 71).

    Para que se imponga el respeto al trabajo y a la industria, es necesario que desaparezcan los dos obstculos principales que se oponen a ello: la mala organizacion del tiempo laboral y la empleoma- na. Sobre estos temas, y muy en especial el pri-

    XIV

  • mero, el de la racionalizacin del calendario y del horario de trabajo, escribe Mesonero pginas de una actualidad verdaderamente alarmante:

    E s el primero la gran prdida de tiempo que ocasiona por una parte la multitud de nuestrasfiestas, y por otra la divisin que damos al da. L a enumeracin sola de los das feriados con motivo de fiestas, medias fiestas, vacaciones, aniversarios, ro- meras, toros y diversiones pblicas, hablara nis que todas las rcjlexiones que pudieran hacerse; rnas no para aqu el abuso, sirzo que irnpulsados de uri espritu de inaccidri, nacido de cau- sas ms mornles quefrsicas, hemos hallado el medio de perder la mitad de los escasos das de trabajo, por la reparticin indis- creta de sus horas. C o n efecto, la costumbre de comer entre dos y tres de la tarde, que es la ms general en Madrid, nos imposi- bilita para trabajos, especialmente menrales, muchas horas ti- les, dejndonos slo capaces para la siesta y el paseo, dos cir- cunstancias entre nosotros indispensables. El caf, los teatros, tertulias y diversiones, vienen en seguida a distraernos, y por ltimo, nos vemos obligados por la necesidad y las horas trans- curridas a ver$car una segunda comida al irnos a acostar. Pres- cindiendo de lo poco conforme que segn los facultativos es este sistema a la salud prblica, tmese inicanlente en cuenta el tiem- po que nos hace desperdiciar, y se reconocerr la irnporfancia de sus resultados (pp. 81-82).

    Hay tambin pginas dedicadas al estmulo de la produccin industrial -en realidad, artculos de lu- jo producidos artesanalmente-, y sobre el comer- cio. No oculta la fascinacin que le producen los grandes almacenes de Londres y Pars, adems de las galeras cubiertas parisinas. Los grandes alma- cenes de Pars renen u n gusto, una elegancia, u n orden tan caprichoso en la colocacin de los objetos que no pueden menos de seducir al ex- tranjero. L a profusin de bronces y cristales, los pisos de mr-

  • mol, los magn$cos aparadores colocados a la puerta con arto y deliiadeza presentando a la vista del comprador lo ms esco- gido del aln~acn, detenindole en su marcha rpida, y ofecin- dole sobre cada artculo una tarjeta con el precio respectivo; los elegantes mostradores regentados por mujeres hermosas y pre- ciosamente vestidas, todo esto reproducido por la multitud de espejos y porgran cantidad de luces degas, y unido a la cortesa en los modales, la abundancia y variedad en los artculos, la comodidad de llevarlo a casa del comprador por cuenta del al- macn, la baratura en f in de la mayor parte de los objetos, arras- tran y seducen al ms indiferente y le hacen perder las horas en aquellos inmensos y bellsimos almacenes (pp. 86-7).

    Resulta curioso este pasaje, porque forma un vi- vo contraste con la muy escasa sensibilidad plsti- ca que, en general, se encuentra en la obra de Me- sonero. Es evidente que para Mesonero la experien- cia del almacn parisino constituye un momento esencial, casi utpico y con nbetes'claramente er- ticos -En cuntas ocasiones habr utilizado nues- tro autor el verbo seducir dos veces en una sola p- gina?-, de su encuentro con el mundo del comer- cio moderno, con un universo compuesto integra- mente de mercancas, espacio que realiza una sn- tesis fantaseada de la produccin y el ocio.

    3. ~a creacin de instituciones culturales nuevas y, sobre todo, la recuperacin de otras que haban sido suprimidas durante la ltima dcada del absolutismo, y la reforma y el fortalecimiento de las existentes

    El absolutimo fernandino haba dejado al pas prcticamente sin universidades, sin rganos de di-

    XVI

  • fusin de ideas -prensa, revistas, etc.-, y haba efectuado un profundo divorcio entre el poder y el sector liberal, mayoritario, de la intelligentsia y en- tre sta y amplias zonas del pueblo urbano. Entre las medidas tomadas durante el trienio liberal de 1820-1823 que habra que recuperar, cabe sealar dos importantes: el restablecimiento en Madrid de la Universidad Complytense, y la reapertura, la re- creacin, mejor dicho, del Ateneo, del que Meso- nero fue socio fundador en 1835, pocos meses des- pus de publicada la ((Rpida ojeada...)).

    Como es lgico, Mesonero hace hincapi en la lectura, ya que las costumbres pblicas no se mo- difican sino a medida que va la multitud instruyn- dose (...). De ah que subraye la importancia de las bibliotecas, los gabinetes de lectura y la prensa peridica.

    Muy en la lnea de los ilustrados, y muy seala- damente el Jovellanos de la Polica de espectculos, es su visin del teatro y otras diversiones como me- dios de instruccin popular.

    U n gobierno justo e ilustrado 110 podr menos de volver su atencin hacia las diversiones del pueblo, haciendo que se va- ren y regularicen dndoles la importancia que ticrri~n con res- pecto a la civilizacin y el buen gusto, protegiendo el Teatro y dems medios de instruccin, y economizando todo lo posible el peligroso espectculo del Circo, especttulo que por otro lado no puede negarse del todo algusto nacional, pero s hacerlo me- nos frecuente. Cuando el pueblo pueda bailar y divertirse en una sala o un jardn la tarde del domingo, cuando pueda cntre- garse a juegos inocentes y de habilidad, cuando pueda acudir por la noche a una comedia a su gusto, o a ver las habilidades de algn indio o de algnJoc, cuando e n f i n , le sea fcil re- crearse por cualquier medio sencillo una vez por semana, pu-

    XVII

  • diendo hallarse tranquilo en su casa a las diez de la noche, siri haber gastado ms que dos reales o una peseta, es de creer que tto se levante el lunes con el propsito de ir a los toros formado eri la noche del domingo en los altares de Buco, entre el humo del cigarro y del candil (pp. 111-112).

    Y agrega en una nota de pie de pgina este co- mentario acerca de los jardines pblicos, los plea- sure gardens que, sin duda, lleg a conocer en su es- tancia londinense:

    Vase en apoyo de estu opinin los agradables resultados que en este ao ltimo hari ofrecido los dos jardines pblicos de las Delicias y Apolo, y la franqueza y cordialidad con que la nrr- merosa concurrencia se entrega en ellos a una diversin racio- nal, a despecho de los que sostienen la repugnancia de nuestro carcter hacia esta clase de esparcimiento pblico. S i la costum- bre fuera reproduciendo estos establecimientos, llegara a ser ne- cesarios hasta a las clases nrs n f m a s de la sociedad, y ya que- da dicho lo que en ello ganaran nuestras costumbres pp. 111-112) (15).

    4. La transformacin simblica de Madrid en un monumento nacional

    Hace cosa de sesenta aos que Manuel Azaa hi- zo la siguiente observacin sobre Madrid: Si no existe una idea de Madrid es que la villa ha sido cor- te y no capital. La funcin propia de la capital con- siste en elaborar una cultura radiante. Madrid no lo hacen (16). Uno de los problemas ideolgicos ms curiosos y menos estudiados del siglo XIX espa- ol es la necesidad que tendr el nuevo estado de formar una cultura nacional, dentro de los estre- chos lmites, huelga decir, de una formacin que

    XVIII

  • no es burguesa sino oligrquica. Mesonero, al mar- gen de la poltica pero no de los problemas ideo- lgicos, plantea en la Rpida ojeada ... la trans- formacin de la villa coronada y seorial en capi- tal nacional, en representacin simblica de la his- toria y la cultura nacionales. Veamos brevemente tres aspectos de esta problemtica: las calles, los monumentos, y los cementerios.

    Por lo que a las calles respecta, se trata de quitar nombres repetidos -haban, entre otras repeticio- tles, nada menos que cinco calles que ostentaban el nombre del madrileo San Isidro- y otros cier- tamente pintorescos que Mesonero califica de ri- dculosn -Aunque os pese, Noramala vayas, amn de los an existentes de Vlgame Dios y Desengao- y sustituirlos por otros entresacados de la cultura y la historia nacionales y de especial significacin madrilea; nombres, en fin, de escritores, reyes y hroes nacionales: Cervantes, Quevedo, Lope, Mo- ratn, Felipe 11, Felipe IV, Felipe V, Carlos 111, Fer- nando VII, ((que hermosearon la capital*, y Daoiz y Verlarde, que la regaron con su sangre defendien- do la independencia nacional (pp. 54-55). Al mis- mo tiempo, habra que aprovechar las plazas para erigir monumentos en obsequio de los grandes hombres o recuerdo de los acontecimientos cle- bres (p. 55). Se trata, en resumidas cuentas, de la nacionalizacin simblica del espacio urbano no privatizado.

    Por otra parte, Mesonero dedica unas seis pgi- nas al tema de los cementerios, varias de ellas a la curiosa cuestin de los panteones nacionales - Westminster Abbey, el parisino templo de Santa Genoveva transformado en panten por el primer

    XIX

  • Bonaparte-. Son pginas de un inters indudable porque tienen una carga simblica parecida a la de las pginas sobre los grandes almacenes. Los dos temas se complementan. Mesonero, al entrar en el gran almacn, se deja arrastrar y seducir por la fan- tasmagora -trmino que utilizaba alt ter Benja- mn al abordar estos temas-, por la radical fungi- bilidad de un universo compuesto ntegramente de mercancas. Pero al andar por Westminster Abbey y el cementerio de Pkre Lachaise (17) experimenta con pareja intensidad la representacin icnica de lo nacional. El panten, sacralizado almacn de grandes hombres es el pendant estatal y pblico de aquel otro, y tambin sacralizado, almacn de lo efmero -mrmol frente a la luz del gas y los es- pejos, memora frente a olvido (18).

    La ((Rpida ojeada...)) fue publicada, como sabe- mos, el 1 de enero de 1835. En enero de 1846, Me- sonero fue elevado a la dignidad de concejal, cargo que ocup durante cuatro aos. En los ms de dos lustros que median entre ambos acontecimientos, nuestro autor hizo numerosos trabajos periodsti- cos sobre el tema de la reforma de Madrid, adems de la breve aunque importante obra, Proyecto de mejoras generales de Madrid, que el autor ley ante la corporacin municipal en 1846 (19). En las pgi- nas del Proyecto de mejoras, acaso su obra ms prac- ticista y la que mayores resultados prcticos dio, hay una curiosa mezcla de optimismo y pesimis- mo, producto, sin duda, de la distancia entre lo que Madrid era y lo que, al menos en teora, poda ser. As, al final del Proyecto, consigna esta observacin:

    Dado este impulso general por la administracin de la Villa, rro hay que dudar que respondera A l el entusiasmo y la deci-

  • xi6n del vecindario. Y sin ms que un esfirerzo de su religiosi- dad, di' SU patriotismo y hasta de su amor propio, no tardarri crr elevar irtza Catedral digna de la corte, en vivijicar conSrati- des ediJcios su recinto, y cubrir de quintas y caseros sus cawi- pias ridas y solitarias, en donde asustado el viajero preguriin hoy si por ventura ha equivocado el viaje, y en vez de a una capital europea se dirijc a otra desierta Palrriira (20).

    Como dijo de Mesonero un comentarista de aquella poca, aEn las dos primeras ediciones del Manual describa lo que Madrid era, en el Apndice lo que deba ser...)) (21). De 1835 hasta hoy, Madrid ha sido objeto durante siglo y medio de mejoras y de depredaciones, con un claro predominio de es- tas ltimas. En el transcurso de este siglo y medio, Madrid ha pasado de poblachn manchego cuyo mayor encanto era, segn Manuel Azaa, no ser una ciudad prcer (22), a, entre otras cosas, capital europea y del gran capital. Y hoy, lo mismo que en 1835, es de esperar que las pginas de Mesonero nos hagan reflexionar sobre lo que Madrid es y lo que en un fiituro previsible puede y debe ser.

    EDWARD BAKER Profesor en el Department of

    Romance Languages Gainesville, Florida, USA

    NOTAS

    1. Manual dc Madrid. Dcscripcin dc la cortc y dc la vi- lla. Madrid: Imprenta de D. M. de Burgos, 1831.

    2. Vase Carlos Seco Serrano, ((Estudio preliminar, en Ramn de Mesonero Romanos, Obras (Madrid: Bi- blioteca de Autores Espaoles, 1967) 1, p. XXXIV.

  • 3. Manual de Madrid. Descripcin de la corte y de la vi- lla. 2.a edicin corregida y aumentada. Madrid: Impren- ta de D. Manuel de Burgos, l? de enero, 1833, p. 111. Gra- cias a un documento de enero de 1835 en que el autor solicita a la Reina Gobernadora una ayuda, se puede pre- cisar la fecha en que la primera edicin del Manual sali de la imprenta. ~i el documento, recogido por Leonar- do Romero Tobar, Mesonero recuerda a DB Mara Cris- tina que:

    La primero atencin del autorjire, Seorn, el entregar personal- mente a KM. y su augusto Esposo (q.e.p.d.) los dos primeros cxem- plares en el Real sitio de San Ilde/orrso la noche del 17 de septiembre ' de aquel ao, y tubo la honra de que fuesen admitidos con 10 mayor bondad.))

    Vase Leonardo Romero Tobar, Nuevos datos sobre el Manual de Madrid de Mesonero Romanos, Anales del Institiito de Estudios Madrileos X (1974), pp. 341-345.

    4. Antonio Ponz. Viaje de Espaa. Madrid: Ibarra, 1772-1792, 18 tomos.

    5. Nuevo manual histrico-topogrfico-estadstico y des- cripcin de la villa. Madrid: Viuda de D. Antonio Yenes, 1854.

    6. En Obras 111,147. Ya en 1835, en el prlogo a la pri- mera edicin del Panorama rnatritensc, haba observado el autor, refirindose a s mismo en tercera persona, que Haba pintado el Madrid fsico, quiso atreverse a pintar el Madrid moral.

    7. Leonardo Romero Tobar ha sealado oportuna- mente la importancia decisiva del seudxiimo para el cos- tumbrismo de primera hora.

    ...el arte del escritor costumbrista conlleva la inter~osicin de voces, la setrdonimia (...). El cuadro de costumbres es obra de un ojo que observa y no es observado, que atempera su individualidad a los rasgos de una mcscara, de un personaje literario inventado para estos &tos. Este personaje es el seudnimo.

    ~n ~ e s o n e r o Romanos: Entre costumbrismo y no- velan, Anales del Instituto de Estudios Madrileos XX (1983), p. 254.

    XXII

  • 8. Vase al respecto, Mara Cruz Seoane, Historia dcl periodismo espao(~adrid: Alianza, 1983). tomo 11, cap. v.

    9. En Obras 1, pp. 179-183. 10. Art. cit.; pp. 179-180. 11. Obras 1, 204. La nota data de 1851. 12. Las ideas y propuestas urbansticas de Mesonero

    no han sido objeto de un estudio detallado y completo, pero el tema ha sido planteado inteligentemente. Van- se Eulalia Ruiz Palomeque, Ordenacin y transformacio- nes iirbanas del casco antiguo madrilco durante los siglos XIX y X X . Madrid: Instituto de Estudios Madrileos, 1976, Cap. 4, Mejoras urbanas a propuesta de Mesonero Romanos)), pp. 133-166; y el folleto de la misma autora, Geografia urbana del Madrid del siglo XIX (el casco anti- guo). Madrid: Instituto de Estudios Madrileos, 1983, pp. 19-27, sobre todo el cuadro de las pp. 26-27; y, de fecha muy reciente, el libro de Ulrich Laumeyer, Costumbris- mo und Stadtentwicklung (El Costumbrismo y la evolucin de la ciudad) (Frankfiurt am Main: Verlag Peter Lang, 1986), especialmente el captulo sobre Mesonero als Stadtplanern (Mesonero como urbanista*), pp. 219-259. Por otra parte, el propio Mesonero hizo un b&e comen- tario en tomo a la Rpida ojeada...)) en sus Memorias de un sctcntn. Vase Obras V, pp. 209-211.

    13. Apndice al Manual dc Madrid, descripcin dc la corte y dc la villa. Madrid: Imprenta de don Toms Jordn, 1.O de enero de 1835.

    14. Vase la Rpida ojeada...)), pp. 31-32. A continua- cin, las citas de la Rpida ojeada...)) se darn entre cor- chetes dentro del texto.

    15. Vanse sobre este tema el artculo de Manano Jos de Larra, Jardines pblicos)), en Obras, Ed. de Carlos Se- co Serrano (Madrid: Biblioteca de Autores Espaoles, 1960), tomo 1, pp. 411-414, y nuestro comentario acerca del mismo en, Larra, los jardines pblicos y la sociabi- lidad burguesa, en Revista de Occidente 12 (marzo-abril, 1982), pp. 43-57.

  • 16. En ((Madrid)). Obras completas. Edicin de Juan Marichal. Mjico: Oasis, 1966, tomo 1, p. 808.

    17. El Panten Nacional francs, cerrado por la res- tauracin borbnica, acababa de ser abierto de nuevo por el rey burgus, Luis Felipe de Orlans, tras la revolucin de julio de 1830. Pero, como observa Mesonero, a pesar de la elegancia y osada artstica de este templo moder- no, la desnudez en que todava se encuentra le priva del efecto que produceen el nimo la gtica abada de In- glaterra)) (p. 59).

    18. Hoy en da, la llamada industria cultural ha des- plazado al estado en mayor o menor medida como fuerza motriz de la sacralizacin de lo nacional. De ah que el londinense museo de cera de Madame Tussaud sea obje- to de verdaderas y masivas peregrinaciones mientras que Westminster Abbey se encuentra casi vaca, incluso en temporadas de gran afluencia tunstica.

    19. La mayor parte de los artculos de peridico fue- ron publicados en el Diario de Madrid, que Mesonero re- gent en 1835 y el Semanario Pintoresco Espaol, que fun- d en 1836 y dirigi hasta 1842. Hay una muestra de es- tos escritos en Trabajos no coleccionados, Madrid: Imprenta de los hijos de M. G. Hernndez, 1905,2 tomos. El Pro- yecto de mejoras ... est recogido en Obras IV, pp. 281-297.

    20. Loc. cit., p. 297. 21. Antonio Ferrer del Ro. Galera dc la literatura cs-

    paola. Madrid: Est. Tipogrfico de D. F- de P. Mellado, 1846, p. 143.

    22. En art. cit., p. 806.

    XXIV

  • RAPIDA OJEADA SOBRE

    EL ESTADO DE LA CAPITAL Y LOS MEDIOS D E MEJORARLA

  • ADVERTENCIA

    Hallndose aun existente gran parte de la segunda edicin del Manual dc Madrid, ha parecido conve- niente ?su autor el publicar este apndice en el que se encuentran las variaciones ocurridas en los di- versos establecimientos que comprende, y por el cual, a poca costa, quedarn sus lectores al corriente de ellas. Fcil le hubiera sido el refundir de nuevo toda la obra con arreglo a dichas variaciones; pero esto equivala a inutilizar del todo los ejemplares vendidos ya, obligando al pblico, que tan indul- gente se le mostr, a un nuevo desembolso por en- tero; y no siendo su intencin abusar de aquella bondad, ha credo ms justo el vender el presente apndice unido a los ejemplares aun existentes, y por separado a los que compraron los ya espendi- dos y gusten adquirirle.

  • Entre las infinitas alteraciones que la notoria va- riacin de circunstancias ha ocasionado en el pue- blo de Madrid, son las ms importantes las ocurri- das en las diversas dependencias del Supremo Go- bierno residente en esta capital. As que, dndolas la preferencia e importancia que requieren, se ha- ce preciso ofrecer al pblico casi del todo nuevos 10s captulos 3?, 4P y 5P de esta obrita, que com- prenden la sucinta descripcin del Gobierno y sus Oficinas Generales; los Tribunales y Juzgados, y la administracin de la capital; y despus, en segun- do trmino presentar las alteraciones y mejoras no- tables de la poblacin, cuyo conocimiento pueda ser tambin de utilidad a los lectores de Manual. Es- ta segunda parte, parecindome algo pobre y des- carnada, he credo ms conveniente el permitirme una rpida ojeada sobre el estado de la capital y los me- dios de mejorarla, en la cual intento nicamente de- mostrar mis buenos deseos, al paso que reclamo la indulgencia del pblico en favor de las observacio- nes que ha motivado en m el anhelo de su mayor prosperidad.

  • RAPIDA OJEADA

    SOBRE

    EL ESTADO DE LA CAPITAL

    Y LOS MEDIOS DE MEJORARLA (1)

    Es observacin bastante generalizada que la cul- tura y esplendor de la capital son un termmetro seguro para conocer el grado de civilizacin de cada pueblo. Ni puede menos de ser as: la influencia in- mediata del gobierno, la mayor reunin de talen-

    (1) Este discurso formaba parte de una memoria es- crita a mi regreso de un viaje por Francia e Inglaterra que verifiqu en los aos ltimos de 1833 y 1834. Era mi in- tencin al publicar dicha memoria hacer partcipe al p- blico de mis observaciones por si tal vez podan servirle de alguna utilidad; mas las desgraciadas circunstancias en que muy luego se vio envuelta la capital a motivo de la invasin del funesto clera-morbo, me retrajeron de mi idea y conden al olvido aquel trabajo. Sin embargo,

  • tos y capitales, la comunicacin ms frecuente con los extranjeros y otras causas semejantes, aseguran siempre a las capitales la primaca en conocimien- tos y buen gusto que partiendo del centro a la cir- cunferencia se derraman despus por las lejanas provincias para servir de tipo a la civilizacin na- cional.

    De aqu se deduce que una de las atenciones ms importantes del Gobierno consiste en nivelar la ca- pital con los pueblos ms cultos de Europa, dando a conocer en ella todos los descubrimientos, todos los progresos que el gusto del siglo ofrece diaria- mente, para que presentada como modelo a las de- ms poblaciones, y como prueba de nuestros ade- lantos a los extranjeros que vengan a visitarnos, pueda servir a un tiempo de estmulo y de gloria a nuestra patria.

    Sin embargo de haberse reconocido unnime- mente esta necesidad, no podemos menos de ad- vertir que por desgracia nos hallamos lejos de ha- berla satisfecho, y que circunstancias harto desdi-

    habiendo de publicar ahora el presente Apendicc al Ma- nual de Madrid, por las notables alteraciones ocurridas en los dos aos ltimos, me ha parecido del caso aprove- char la ocasin para apuntar algunas de las ideas que con- tena aquel escrito. Y si el pblico de esta capital y sus autoridades (que tan desveladas se manifiestan por su bie- nestar) encontrasen en estas indicaciones alguna digna de atencin, habranme de disimular en gracia de ella la incoherencia y desorden de este escrito, a que me ha obli- gado en parte la misma necesidad de retractarme, y el olvido de muchos puntos principales, acogindome desde luego al dicho de cierto autor. ~All ius enirn, allio plura in- rcnirc potcst. ncrno 0rnnia.n

  • chadas y generales han constituido a nuestra capi- tal en el atraso respectivo a que se ve reducida la nacin entera. En tal estado, pues, no ser inopor- tuno investigar las causas que han privado hasta aqu a nuestro Madrid de aquel grado de belleza y de comodidad indispensables, siendo acaso ms susceptible de ellas que todas las capitales de Euro- pa. Esta investigacin podr tal vez conducirnos a resultados positivos, supuesto que el conocer el mal es dar el primer paso para curarle.

    No intentar comprender en este reducido cua- dro todas las mejoras posibles en el pueblo de Ma- drid, slo s manifiestar un buen deseo, apuntando algunas que seran bastantes a mi entender para darle el aspecto ms lisonjero. Lejos tambin de mi imaginacin el atrevido empeo de improvisar una ciudad a mi antojo, sin tomar en cuenta la inmen- sa diferencia que forzosamente ha de existir entre nuestra capital y las de otras naciones cuya pobla- cin, cuya industria y cuyo comercio presentan guarismos tan distintaes de los nuestros. Conozco tambin las diversas circunstancias de climas, le- yes y costumbres, y la variedad de necesidades pe- culiares a cada pas, as como los obstculos que se oponen con" m s o menos fuerza a su desarrollo, pero esta consideracin no es suficiente a hacerme adoptar la idea de que slo lo indgeno es lo bue- no, pues si vemos plantas que trasladadas de su sue- lo natal a otro distinto perecen o se marchitan, tam- bin observamos muchas que prosperan y florecen segn la mayor o menor inteligencia del que las co- ge y cultiva. Y de todos modos estoy persuadido de que en imitar lo bueno de otras naciones ms adelantadas en la carrera de la civilizacin, hay ma-

  • yor buena fe, ms patriotismo que en ofuscarnos con un orgullo mal entendido, afectando desdn por todo lo extranjero.

    Finalmente, al presentar con desconfianza estas ideas en asunto de tal cuanta no me acompaa la ridcula pretensin de creerlas todas importantes, todas aplicables a nuestro suelo, ni de que adop- tando indistintamente cuanto haya tenido ocasin de observar en otros pases a donde me condujo mi natural curiosidad, pueda todo ofrecer en el nues- tro igual resultado. Mas si por fortuna llegara a pre- sentar una sola idea nueva y til a mis compatrio- tas, dara por bien empleados tiempo y dispendios invertidos para adquirirla.

    Hecha pues esta aclaracin, a mi entender opor- tuna, entrar en materia, discurriendo primera- mente sobre las causas fisicas que la naturaleza pue- de oponer en nuestro pueblo a la perfeccin desea- da, y tratando de investigar los medios con que el arte puede vencerlas o modificarlas, pasar despus a las causas polticas y morales o derivadas de las leyes y las costumbres. Las primeras intento redu- cirlas a la salubridad, comodidad y ornato de la ca- pital; las segundas a la seguridad, vigilancia y be- neficiencia, y las ltimas al estmulo del trabajo, la instruccuin y el recreo de sus habitantes.

    SALUBRIDAD, COMODIDAD Y ORNATO

    Por mucho que nos ciegue la pasin, y por mu- cho que pretendan encarecerse los motivos que tu- vo Felipe 11 para establecer la Corte en Madrid, no

  • podemos menos de confesar que semejante deter- minacin fue uno de los errores de su reinado. Y

    . prescindiendo ahora de la trascendencia poltica que pudo tener, quin no reconoce a primera vis- ta la absurda colocacin de un gran pueblo en un suelo desigual y escaso, elevado a una altura pro- digiosa, combatido por la rigidez de los vientos, abrasado por el ardor del sol, incomunicado (por- que entonces lo estaba) con muchas de las provin- cias del reino por terribles cordilleras de monta- as, y teniendo que proveerse a largas distancias de casi todos los artculos de consumo, hasta de los ms indispensables para la vida? A quin pudo ocultarse la conveniencia de colocar la capital a la inmediacin de un gran ro como lo estn, no so- lamente las dems metrpolis, sino todos los pue- blos de alguna importancia? Cmo se desconoci la necesidad de aquel elemento para la salubridad del trmino, para la limpieza de la capital, para la conduccin de las primeras materias, para el mo- vimiento de las mquinas que su industria haba de necesitar? Diremos que por entonces no se ech de ver aquella falta? Pero consta histricamente to- do lo contrario, pues tenemos los proyectos de An- tonelli presentados al mismo monarca que tratan de buscar los medios para suplirla. Luego enton- ces es preciso convenir que hubo una causa supe- rior para dar la preferencia a Madrid. Cul fue es- ta causa? La lonzana tradicional de sus contornos, o las partidas de caza de Juan II? La pureza de sus aires o la curacin de las tercianas de Carlos V? La lealtad de los moradores o el inters del cardenal Cisneros? La centralidad respecto de los dems pueblos del reino o su inmediacin a la obra favo-

  • rita de Felipe 11, el Escorial? No lo sabemos, ni tal vez todas estas causas influyeron en razn de su im- portancia respectiva. Pero sea de ello lo que quie- ra, lo cierto es que qued establecida la Corte de- finitivamente, y que cuando Felipe 111 la traslad despus a Valladolid, muy luego hubo de recono- cer los inconvenientes que esto ofreca ya, y se vio precisado a fijarla de nuevo en nuestro Madrid. Desde entonces la seguridad de su permanencia en ella atrajo a su centro las riquezas y la poblacin, ensanch sus Imites, la cubri de habitaciones magnficas, slidos palacios, templos infinitos; y por consecuencia de aquel progreso siempre ascen- dente, la vemos en el da desconocer su origen y sus primeros Imites, ostentar su belleza, renovar- se continuamente con el empleo de grandes capi- tales, atraer a su seno los talentos, las riquezas, las producciones de todo el reino, servir de punto cn- trico a los principales magnficos caminos que le cruzan, abiertos expresamente para ponerla en co- municacin con nuestras provincias: y ofreciendo a su inmediacin sitios reales que igualan o sobre- pujan a los ms celebrados de Europa. Dejase, pues, conocer que ton todas estas circunstancias la con- veniencia pblica pone a Madrid al abrigo de todo temor, y con la esperanza de conservar siempre el lugar de capital de Espaa, y he aqu la razn por- que el arte aprovechando las ventajosas circunstan- cias que sin injusticia no podnan negrsele, ha de procurar vencer por todos los medios imaginables los obstculos que puedan oponerse e su prosperi- dad.

    Aguas.-Queda, pues, indicado que la primera y ms importante es la falta de aguas suficientes pa-

  • ra fertilizar su suelo y cubrir las necesidades de una gran poblacin. La reclaman nuestros contornos ridos y descarnados, nuestro clima destemplado por la rigidez de los vientos, y por el ardor no mi- tigado del sol, nuestra industria alejada de la capi- tal, principalmente por esta causa, nuestras cos- tumbres no modificadas con los placeres del cam- po, nuestra salud amenazada por la falta de lim- pieza, nuestro alimento, en fin, dificultado cada da ms por aquella escasez. ;Cuntos veces no se han reconocido y propalado estas verdades! ;Cuntas no se han expedido decretos, levantado planos, escn- to proyectos, para caer despus en el antiguo aban- dono! Todos los veranos aguijoneados por la nece- sidad ms perentoria, nuestro pensamiento se vuel- ve lamentosamente haca esta falta que amenaza la capital con una existencia precaria; mas pasado el momento del peligro material, volvemos siempre a olvidamos de l, sin hacernos cargo de los males relativos que en todo el resto del ao nos produce.

    Sin embargo, el decreto del Sr. Rey don Fernan- do VII, expedido en 8 de marzo de 1829, autorizan- do al Ayuntamiento para realizar el proyecto ms ventajoso de conduccin de aguas a Madrid: el es- crupuloso reconocimiento y proyecto por el pro- fesor don Francisco Javier de Barra, y finalmente, el Real Decreto de S. M. la Reina Gobernadora, fe- cha 23 de junio ltimo, con este mismo objeto, ofrecen ya una esperanza, ms que regular, de ver muy pronto realizada aquella importantsima me- jora; y el Ayuntamiento de Madrid, que tan pene- trado se halla de su urgente necesidad, ha publica- do, con fecha 4 de octubre, el programa de condi- ciones para los contratistas que aspiren a tomar de

  • su cuenta dicha obra, fijando el trmino de seis me- ses para la admisin de proposiciones.

    Es cierto que el objeto de este programa se re- duce, por ahora, a proporcionar aguas potables en cantidad que se fija por los menos en 200 rs, la mis- ma que el Ayuntamiento se obliga a comprar al empresario; pero tambin se deja a ste la facultad libre de vender a los particulares el exceso de agua que pueda proporcionar. Esto basta para que la rea- lizacin de aquella obra ofrezca el conveniente re- sultado de que habrn de aprovecharse la polica, la propiedad y la industria de la capital. No hay, pues, por qu arredrarse con la gravedad del coste de tales obras; ninguno parece excesivo al inters individual, cuando se emplea en objetos de abso- luta necesidad, sin los cuales peligra la existencia misma de la poblacin: as los acueductos roma- nos, los canales y mquinas de los pueblos moder- nos, no se levantaron sino a costa de enormes sa- crificios; y entre estos ltimos puede servir de ejemplo el canal de L'Ourq, emprendido por Na- polen en beneficio de la poblacin de Pars, cuyo coste ascendi a la suma de 70 millones de francos (280 millones de reales). Madrid mismo, por aumentar escasamente o conservar al menos el mi- serable raudal de sus aguas, se ve precisado a em- plear constantemente grandes sumas, que multi- plicadas desde que se empez seriamente a pensar en proyectos, hubieran sido muy suficientes para realizar los ms gigantescos (1).

    (1) Juzguen de esta verdad por el siguiente dato, cu- ya autenticidad tengo motivos para creer, de las canti- dades invertidas en el ramo de fontanera en los aos que se expresan.

  • La imaginacin se dilata al contemplar el aspec- to de vida que la realizacin de aquellos proyectos prestara a nuestra capital. Sus yermas campias tomaranse a poblar de rboles, que mitigando el rigor de los vientos, y el ardor del sol, atraeran a nuestra atmsfera una saludable humedad, y nos librara del horrible tributo de las pulmonas y otros accidentes: las posesiones, cultivadas por los grandes propietarios de la corte, con toda la per- feccin de los modernos mtodos, nos ofreceran variedad y abundancia de frutos; bosques espesos, artificiales praderas, daran a los ganados pastos abundantes; pueblos manufactureros, grandes es- tablecimientos de industria; quintas y jardines del recreo de los seores de la corte, ocuparan el lu- gar de las mseras aldeas y despoblados, que con mengua de nuestra opinin sorprenden al extran- jero, y le hacen dudar de su aproximacin a la ca- pital, hasta que est entrando por sus puertas; y la animacin y vida en fin de un pueblo culto e in- dustrioso, extendiendo su influencia a un radio pro- porcionado, suavizara las costumbres, y hara cre- cer la riqueza de los inmediatos. Tal se observa en las cercanas de otras capitales, y de ello ofrecen un modelo ms cerrado los apacibles y animados con- tomos de Barcelona.

    Total en 6 aos ........... 4.281.141 .... 9

  • Los resultados que de la abundancia de aguas ha- brn de seguirse en el interior de la capital, son, por decirlo as, las bases de todas las mejoras que han de proponerse, pues es bien sabido que sin aquel supuesto, en vano pretendera conseguirse la lim- pieza y polica de la poblacin. Por el contrario, cuando cada vecino pudiera obtener en su misma casa la cantidad de agua necesaria para su consu- mo; cuando pudieran establecerse abundantes de- psitos con que acudir a los incendios y al riego, tan necesario en Madrid en los meses del esto; cuando las minas subterrneas corrieran abundan- temente, verificando la limpieza de los pozos, rea- lizada hoy a mano, con gran detrimento de la sa- lud pblica, no veramos recompensados con usu- ra cualesquiera sacrificios hechos para obtener tan brillante resultado? No bendeciramos la mano po- derosa que removiese los obstculos que se le opon- gan? No hay porqu detenerse ms en ello, y a la autoridad municipal, tan penetrada en estas verda- des, toca no levantar mano hasta realiza tan impor- tantes beneficios.

    Comestibles.-De igual preferencia es para el Ayuntamiento el procurar la abundancia y salubri- dad de los comestibles, especialmente de aqullos que constituyen el primer alimento del hombre, pues la menor falta en este punto en una ciudad po- pulosa pudiera comprometer la salud y la tranqui- lidad pblica. No estn an muy lejos de nosotros aquellos tiempos en que por un mal entendido cl- culo, se quiso a fuerza de tasas y condiciones en los abastos coartar el inters individual, que tan bien discurre cuando marcha sin trabas y con la espe- ranza cierta de la ganancia. No hace mucho tiem-

  • po que para adquirir una libra ms de carne, nece- sitaba un vecino de Madrid permisos de la autori- dad, o empeos y recomendaciones, y que los tra- tantes en los distintos artculos tenan que consul- tar el largo Cdigo de prohibiciones, antes de aventurarse a venderlos. Por fortuna desaparecie- ron estas trabas, y aun las Ordenanzas Gremiales, que tambin segundaron aquellas disposiciones, o van cayendo en el desuso, o sern deformadas por un gobierno ms ilustrado.

    As vemos que a pesar de los inconvenientes que an quedan por vencer, a pesar de la nube de esbi- rros y guardas, a pesar de los enormes impuestos afectos al consumo de su poblacin, y a pesar de la esterilidad del suelo en que est fundada, el sur- tido de los mercados pblicos de Madrid ofrece un espectculo sorprendente, tanto por la variedad de objetos (variedad desconocida de nuestros mayo- res) como por la comodidad de los precios atendi- do al enorme recargo de derechos. Vase sino lle- gar constantemente y en abundancia a nuestras pla- zas el trigo de Castilla, el tocino de Galicia, la caza de Extremadura, los pescados de nuestras dilata- das costas, los vinos de Andaluca; todos los frutos en fin, que nuestras provincias ofrecen con porten- tosa variedad, presentados en toda su frescura y lo- zana por medio de comunicaciones rpidas e in- geniosas; y dgase ahora qu ley preventiva, qu bandos o reglamentos hubieran ofrecido un resul- tado equivalente al que da por s mismo el inters particular movido por la probabilidad de la ganan- cia? Ni deber dejar de extraarse la modicidad de los precios, sabiendo, por ejemplo, que una arroba de vino que paga en la puerta 16 rs y 28 mrs suele

  • venderse a 28 30 rs; una libra de carne que paga a 3 mrs se vende a 16 cuartos, y as lo dems; y aa- diendo a aquellos derechos otros varios conocidos con distintas denominaciones de cortina, subsidio, romana, puesto y otros, no podr menos de con- venirse en la moderacin del inters de los trafi- cantes.

    Mercados.-La autoridad local debe pues dejar a aqullos el cuidado de abastecer abundantemente nuestros mercados, vigilando nicamente sobre la sanidad de los artculos y la legalidad de los pesos. Al mismo tiempo sera de desear que estos merca- dos se redujesen a recintos cubiertos y cerrados, con la dotacin de agua correspondente para su exacta limpieza y polica. No hay persona racional que no se duela del inmundo espectculo que ofrecen nuestras plazuelas, cubiertas de malos tinglados donde se confunden los comestibles de todas las clases y de todas las fechas. Si a la hediondez del suelo donde se arrojan indistintamente los desper- dicios, produciendo su descomposicin miasmas infectos y pestilentes, se agrega la vocera insopor- table, la grosera y escndalo con que se producen por lo regular vendedoras y vendedores; la obstruc- cin del paso pblico, las rias, la incomodidad, y hasta el bochorno que acompaan al comprador, se echar de ver la necesidad de substituir merca- dos cubiertos y ventilados donde por medio de una rigurosa polica se cuide al tiempo que de la salu- bridad de la poblacin y conservacin de los co- mestibles, de la comodidad, del orden y de la mo- ral pblica.

    En Londres y en Pars se han establecido ya mer- cados cubiertos, en donde se palpan las ventajas de

  • esta institucin tan perfeccionada en la primera ca- pital, y generalmente en las principales ciudades In- glaterra, que sus prticos y galeras, el orden de su distribucin, su limpieza y elegancia son objetos que cautivan la atencin de los forasteros; y ms que pblicos mercados parecen aparadores cubier- tos, y simtricamente colocados para un gran fes- tn. Sin desear por ahora los adornos del lujo, nos contentaramos con ver adoptada la idea; y n o du- damos que el arriendo de estos mismos mercados produciria lo conveniente para cubrir los gastos de su construccin y sostenimiento. Adems de la sa- lud pblica, la comodidad y el buen gusto de la po- blacin se interesan en dar a sta las mejoras p- blicas de que es susceptible, por medio de un plan hbilmente concebido y realizable, segn lo per- mita el transcuso del tiempo (1).

    (1) Escrito ya lo anterior, se ha mandado por Real Or- den, y publicado por el Sr. Corregidor, la traslacin del mercado de la plazuela de S. Miguel a la Plaza Mayor, abriendo un concurso a los arquitectos para presentar la nueva planta de este mercado. No es posible dejar de re- conocer la idea benfica que ha hecho concebir tal pro- yecto, as como tambin que realizado ofrecer una co- munidad grande al comprador por la ventaja de encon- trar en un solo punto todos los artculos abundantes. Pero es, sin embargo sensible que se haya escogido la Plaza Mayor para aquel mercado central, pues esta plaza por su grandeza y hermosura, es uno de los pocos desaho- gos de la poblacin, y lo sera an ms si se la adornase con rboles, anchas aceras y bancos, a la manera de la plaza de S. Antonio de Cdiz, con lo cual y una fuente o monumento en el centro vendra a ser digna de la ca- pital.

    Igualmente se ha dispuesto por el Sr. Corregidor invi-

  • Extensin de Madrid.-Hemos supuesto a Madrid con la cantidad de agua suficiente para sus necesi- dades, la cual segn cualquiera de los proyectos que se adopte, debe venir siempre a los altos de santa Brbara, que son su punto culminante, para repar- tirse desde all a toda la Villa. Lograda que sea esta comodidad, y habiendo de desaparecer por conse- cuencia de ella la aridez de la parte Norte de la ca- pital, debe dirijirse la poblacin hacia aquel pun- to, a fin de que si ha de extenderse, como no podr menos de suceder, en proporcin de su futura pros- peridad, lo verifique por los lados N. y E. adonde la pureza de los aires es mayor, y el suelo ofrece me- nos desnivel que por los lados O. y S.

    Hubirase ya realizado esta idea si el Sr. Rey don Felipe V no se hubiese opuesto al proyecto del ar- quitecto Saqueti, de edificar en los altos de S. Be- nardino el nuevo Palacio Real, cuya feliz circuns- tancia no slo habra sido suficiente para aumen- tar la belleza de la poblacin de Madrid por aque- lla parte, sino que tal vez hubiese sido causa de la realizacin del proyecto de aguas. Mas ya que se perdi aquella feliz ocasin, debe aprovecharse cualquiera otra que se presente de llamar el inters pblico hacia los cuarteles del Norte, dndoles la animacin que les falta, embellecindoles con es- tablecimientos tiles, y vivificndoles en fin en tr- minos que el exceso de poblacin obligue un da a romper la dbil barrera que limita por aquella parte de la villa hace mas de trescientos aos.

    tara los dueos de corrales grandes a cederlos para mer- cados, y esto es ms conforme con la necesidad que arriba dejamos expuesta.

  • Plazas.-La formacin de plazas regulares, y dies- tramente compartidas por toda la capital, contri- buira poderosamente a darla el ensanche y desa- hogo que la salud y la comodidad pblica recla- man. Con efecto, son muy pocas las plazas que pue- den llamarse tales en nuestro Madrid, y aun esas obstruidas como queda dicho con los cajones de co- mestibles, no solamente no sirven para los objetos mencionados, sino que tampoco redundan en fa- vor de la belleza por su irregularidad y mala dis- posicin. Tan imposible sera adpptar la idea rea- lizada en Cdiz de rodearlas de rboles, acercn- donos en lo posible a los squares de Londres? Todo el mundo sabe que las plazas de aquella capita pre- sentan en su centro un jardin cerrado con verja, cu- yo cuidado y disfrute particular, ms pnncipalmen- te propio de los vecinos de la misma plaza, sirve tambin a todo el pblico por 1a.vista y la fragan- cia de las plantas. Estas, purificando la atmsfera, neutralizan los miasmas ptridos, y contribuyen a la salubridad de la capital, y acaso a tan feliz cir- cunstancia debi la misma el .que los estragos del clera-morbo fuesen de poca consideracin respec- tivamente. Ahora bien, si en un clima hmedo y nebuloso son tan apreciables de tiempo en tiempo aquellos desahogos, ;cunto ms no lo seran en nuestm ardiente cancula, y en los secos das de enero?

    Calles.-Las mismas causas indicadas respecto de las plazas, deberan inducir a poblar de algunas fi- las de rboles nuestras calles ms espaciosas, como se ve en Bordeaux y en los boulevards de Pars, y cindonos por ahora a esta ltima ciudad, quin ignora que aquellos sitios son los ms agradable y bello de-su recinto? Madrid tiene en el Prado su

  • boulevard interior, mucho ms magnfico; pero ha- llndose todava en el confin de la poblacin, no ha podido llamar a s el comercio y animacin de la villa, ni poblarse de casas a uno y otro lado, que- dando nicamente reducido a un magnfico y de- licioso paseo. No podra continursele por las es- paciosas calles de Alcal y Atocha, hasta donde su anchura lo permitiese, colocando filas de rboles, y dndoles la forma que tiene la Rambla de arce-' lona? Este sena el verdadero boulevard de Madrid por su extensin y situacin en los barrios ms ani- mados, comunicando con el Prado. Por ltimo, si se quera adoptar este sistema, podra formarse otro tercer ramal, partiendo de la plaza de Oriente, su- bida y plaza de Sto. Domingo, y calle Ancha de S. Bernardo.

    Casas.-La limitacin de la poblacin ha trado otro inconveniente, que al mismo tiempo que ata- ca la salud y la conveniencia pblica, es causa tam- bin para privar el ornato de la regularidad nece- saria: tal ha sido la codicia de los dueos de las ca- sas nuevamente edificadas o restauradas en gran n- mero, que les ha sugerido la idea de reducir el pe- rmetro de las habitaciones al minimum posible, y elevarlas al mismo tiempo unas sobre otras a una altura desmesurada. Cmo proveer a este incon- veniente? Extendiendo por los medios ya indica- dos la poblacin; introduciendo el gusto de las ca- sas a estilo de las de Londres, Bordeaux y Cdiz, y obligando a los dueos a elevarlas slo a la altura conveniente. la moda y la comodidad particular da- ran despus la preferencia a las habitaciones mo- dernas y espaciosas, y de este modo se conseguira el desahogo de los habitantes.

  • En cuanto a la forma exterior, y a la cmoda dis- tribucin, no puede negarse que en el da se advier- te un gusto desconocido antiguamente, si bien hay algo de monotona, y en general poca magnificen- cia. No dejamos de conocer que no todos los due- os estn en el caso de gastar en adornos que se creen superfluos, y ms bien limitan su atencin a aprovechar el sitio, de suerte que sea mayor el producto; pero adems de que la conveniencia p- blica exige, o debe exigir ciertos miramientos, sa- liendo al encuentro de la codicia particular, tam- bin es positivo que sin desperdiciar terreno pue- den hacerse casas bellas. Sirvan de ejemplo las mo- dernamente edificadas en la calle de Atocha, fren- te a la Trinidad y al colegio de Loreto, en la calle del Prncipe, la de Alcal, frente a la Aduano, y otras. En la primera de ellas se ha apartado el ar- quitecto (que lo ha sido el mayor de Madrid don Francisco Javier Manategui) de la costumbre de los balcones volados, generalmente seguida en Espa- a, y es preciso convenir a la simple inspeccin de tan linda fachada, en lo mucho que ganara por aquel sistema el aspecto de las calles. Sin embargo la estrechez de las habitaciones, el ardor del clima meridional, y la costumbre en fin, hacen entre no- sotros tan necesario aquel desahogo, que acaso nun- ca podr generalizarse la adopcin de las ventanas a la extranjera: mas de todos modos sera conve- niente el que los hierros de los balcones se barni- zasen siempre de blanco, como se practica en C- diz, y ya ha empezado a hacerse en Madrid.

    Menos inconvenientes habra en ir variando pau- latinamente la forma de tejados y buhardillas, con vertederos a la calle, pues adems del aspecto mez-

  • quino, es notoria la incomodidad que proporcio- nan, y esto se evitara, sustituyndolos por terra- dos, como se hace en Cdiz y Barcelona, sin que para ello puedan, a mi entender, servir de excusa los excesivos fros que experimentamos algunos das del ao; tanto ms, cuanto que en las fbricas de esta Corte se trabaja en el da el plomo con la mayor perfeccin, y a precios equitativos, y que en la elaboracin del ladrillo pueden esperarse gran- des adelantos por los nuevos mtodos. Por ltimo, ya fuesen terrados o tejados, convendra darles las vertientes a los patios de las casas, y no a la calle como se verifica en el da.

    &S escasos medios de empleo de los grandes ca- pitales, la exigencia natural que el buen gusto nos va infundiendo, las muchas ventas de fincas de la amortizacin religiosa y civil, y la garanta en fin que ofrece la sociedad de seguros contra incendios, han sido causas bastantes a dar a Madrid un aspec- to muy distinto del que tena hace 20 aos, de suerte que puede asegurarse que una mitad de l se ha re- novado en esta poca. Sin embargo, este mismo progreso hace ms sensible la disonancia que se ad- vierte en las fincas que han permanecido estacio- narias. Generalmente son las que pertenecen por una u otra razn a manos muertas, pues es bien sa- bido el sistema de estos propietarios de no hacer ms reparos en las fincas que los estrictamente ne- cesarios para su sostenimiento. Y ha llegado a tal punto la condescendencia con muchos de ellos, que no solamente han logrado eludir rdenes perento- rias para su reedificacin, sino tambin muchas de las cargas generales, hacindose excepciones en su favor, ya en el nmero de faroles, ya en la anchura

  • de las aceras, ya en el reboque de las fachadas, ya en el buelo de los balcones y tejados, ya en fin en otras disposiciones dictadas generalmente. Los edi-

    -

    ficios religiosos, que por su destino claustral fue- ron construidos en los confines de la poblacin, no solamente con el ensanche de sta han venido a ocupar hoy la-parte ms central e importante de ella, sino que suelen extender su dominio a largas distancias, comprendiendo considerable nmero de casas, grandes filas de ventanas y celosas, altas pa- redes, huertas y cercados, que reducen calles y ba- rrios enteros a la soledad ms espantosa, y ejercien- do a veces su autoridad hasta a las casas fronteras que impiden alzar, obligndolas en caso contrario a cubrir sus balcones con pantallones de hierro. Tal se observa en las calles del Burro, Caizares, Ca- pellanes, S. Bernardo y otras muchas.

    Parece pues que debena exigirse de todos los pro- pietarios indistintamente los mismos sacrifios en gracia de la utilidad general, y que sujetndose a las leyes de polica urbana consistiesen en la pro- gresiva alineacin de las calles, el aseo de las facha- das, la regularidad de su arquitectura y elevacin y dems requisitos esenciales, con lo cual muy lue- go podran obtenerse resultados lisonjeros.

    Madrid en este punto lleva grandes ventajas a Londres y Pars; la sequedad del clima permite la pintura exterior de las casas sin deterioro, y si bien es cierto que no prodigamos la piedra por la ex- traordinaria dureza y caresta de la que podemos emplear, tambin lo es que una vez trabajada con- serva siempre el mismo color y brillo que en un principio, como puede verse en la puerta de Alca- l, Aduana, Palacio y dems grandes edificios, al

  • paso que la parte del Louvre, el Arco del Carrou- se1 y otros del reinado de Napolen tienen ya el co- lor negruzco y de moho de los dems edificios de Pars.

    Limpieza.-Los extraordinarios esfuerzos que aquella capital y la de Inglaterra se ven obligados a hacer para su limpieza, sin poder llegar a conse- guirla, podran reducirse en Madrid a breves dis- posiciones capaces de dar resultados excelentes. La sequedad casi constante del piso y la pureza de la atmsfera son las primeras ventajas para ello, y con slo regularizar diariamente la limpieza de las ba- suras en las tres primeras horas de la maana, con hacer cumplir los repetidos bandos obligando al ve- cindario a barrer diariamente las frentes de las ca- sas, y por ltimo con hacer desaparecer del todo los basureros y dems sitios inmundos de los por- tales, obligando a demolerlos y prohibiendo con penas el ensuciarlos, se tendra conseguido com- pletamente aquel objeto.

    Esta medida debera coincidir con el estableci- miento de letrinas pblicas que se proyect cuan- do desde Pars nos empez a asustar el clera- morbo, y la colocacin al mismo tiempo de cubas urinarias en las esquinas de las calles como las hay en Pars, en cuya capital ha llegado a tal punto la comodidad en esta parte, que en el ao pasado se han puesto en activo servicio unas especies de co- ches que circulan por la ciudad con este objeto.

    Empedrado.-El empedrado es otro de los pun- tos que necesitan absoluta reforma, procurando irle reponiendo con piedras mayores y m s unidas en- tre s segn el sistema seguido en Londres e imita- do ltimamente en Pars en la Rue Nivienne. Es in-

  • dudable que a ms de la caresta de la piedra que queda indicada, hay que luchar en Madrid con los inconvenientes que ofrecen las cuestas de muchas calles; pero no hay que dudar que el arte podna Ile- gar a hacer disimulables muchas de ellas, y a com- binar hasta el punto posible la suavidad y solidez del piso, as como tambin darle la forma convexa que se usa en otras ciudades con vertientes a los la- dos, y no una sola en el medio como sucede en nuestras calles. Es de esperar que la ilustracin del actual Seor Corregidor Marqus viudo de Ponte- jos que ha emprendido ya la reforma de este y otros puntos, tenga presente aquella idea, adems de se- guir disponiendo las aceras anchas y elevadas en las calles que lo permitan, segn ha empezado a ha- cerse ya en la de Carretas. Por ltimo, en atencin a los crecidos sacrificios que la reforma de este ra- mo debe ocasionar, no parece inoportuno llamar la atencin de la autoridad sobre la ingeniosa rifa establecida por el Ayuntamiento de Barcelona con este objeto, la cual en muy pocos aos ha produci- do lo suficiente para renovar el empedrado en tr- minos que nada tiene que envidiar el de aquella ciu- dad al de las primeras capitales de Europa.

    Aiumbrado.-Igual reforma total necesita el ramo del alumbrado, pues que Madrid a pesar de su n- mero de 4.770 faroles, y a pesar de que paga para ello 906.660 reales al ao, puede decirse que est sin alumbrar; tan escasa es la luz que aqullos le pres- tan. Convencido de esta verdad el Excmo. Ayun- tamiento trat de ensayar hace poco tiempo y con una ocasin solemne el medio del gas light, y pres- cindiendo del mayor o menor acierto en la reali- zacin de aquella prueba, vimos un resultado que

  • nos dio a conocer la inmensa ventaja que habra de adoptarlo en general. Por fin le vemos definitava- mente establecido en las plazas del Real Palacio, y el Ayuntamiento animado por aquellos ensayos se determin a proponer una empresa para hacer ex- tensivo dicho alumbrado a toda la capital; parece adems que lleg a celebrarse la contrata, pero es de temer por varias razones que no llegue a poderse realizar.

    El motivo principal para ello es la imposibilidad fsica que existe para que segn la base de dicha contrata, se verifique la adopcin general del gas por el mismo coste que tiene el actual alumbrado. No tenemos los datos suficientes para tratar este punto; pero parece que la sola razn natural indi- ca que careciendo del poderoso agente del carbn de tierra, y habiendo de extraer el gas del aceite, debe consumirse en alumbrarnos mejor la misma cantidad de ste, ms los gastos crecidos de gas- metros, de conductos, faroles, empleados y elabo- racin. En el mismo Londres donde la abundancia del carbn de tierra, las mquinas y la prctica ha- cen tan sencilla esta operacin, suele venderse a los dueos de las tiendas cada luz de gas, de tres y me- dia a cuatro libras esterlinas anuales, que vienen a ser un real de velln por cada noche; y en Pars re- trados tambin por el exceso del coste se han li- mitado a alumbrar slo algunas calles, los Boule- vards y los trnsitos (Passages) permaneciendo en la generalidad de la poblacin el mtodo de faroles reververos colocados en medio de la calle, los cua- les dan toda la luz que puede esperarse de ellos, pe- ro no dejan de parecer plidos al lado de los nu- merosos torrentes de gas que inunda las tiendas, los

  • cafs, las galeras, y que forman la verdadera ilu- minacin de Pars. En Inglaterra, donde la abun- dancia del carbn de tierra ha dado nuevo aspecto a toda industria, se halla generalmente establecido este alumbrado, y no slo en Londres, Manches- ter, Liverpool y dems principales ciudades, sino tambin en las villas ms insignificantes, se ve pre- sentado con la misma profusin y gusto que en los faroles que observamos en la Plaza de Palacio, pe- ro habiendo nosotros de renuncia a aquella primera materia, porque aunque la poseamos con abundan- cia en Asturias y otras provincias no tenemos me- dios de conducirla, cmo pretendemos alumbrar con gas a Madrid por el mismo precio que le alum- bramos escassimamente con aceite? Por desgracia parece ms bien una buena intencin que un cl- culo exacto, y sera de desear que despus de bien examinado el proyecto se adoptase slo la parte rea- lizable, bien limitando el gas a las calles principa- les, bien generalizando en todas un sistema regu- lar de reververos.

    Numeracin.-Respecto a la numeracin de las casas que tan viciosamente se presenta en Madrid por el absurdo mtodo de dar la vuelta a cada man- zana o isla de ellas, ya en 1831 y desde la primera edicin del Manual, indiqu mi idea de lo conve- niente que sera adoptar'en este punto el mtodo establecido en Pars en tiempo de Napolen, que consiste en colocar los nmeros pares a la derecha, y los impares a la izquierda de cada calle, y mar- cando con colores la direccin de stas; y por con- secuencia de la solicitud de S. M. y del supremo Gobierno ha venido a disponer su realizacin por el Real Decreto, fecha 2 de julio de este ao, lo cual

  • es una prueba ms de que no sern intiles las ob- servaciones que se hagan en beneficio comn.

    Nombres de las calles.-Por de pronto se ha em- pezado ya a realizar la colocacin de lpidas gran- des y claras al principio y fin de cada calle, con el nombre de la misma; si bien sera de desear que se repitiesen tambin en las calles largas en cada es- quina de embocadura, por la dificultad de ir a bus- carlas al principio o fin de la calle. Y si al mismo tiempo que el ornato y la comodidad hubiranse consultado razones ms elevadas, podra haberse aprovechado esta casin para variar los nombres ridculos de muchas calles, sustituyndolos por los de los espaoles clebres o de algn otro objeto caro a la Nacin. Vergenza da que habiendo v. gr. ca- lles de Aunque os pese, Arrastra, Noramala vayas, Desengao, Gardua, del Infierno, Vlgame Dios, Rosario de Don Felipe, 3 de S. Gregorio, 2 de .S. Buenaventura, 3 de Buena Vista, 5 de S. Isidro, 5 de la Flor, 3 de los Reyes, y otras muchas o de nom- bres ridculos o repetidos, no se vea ninguna de Cervantes, de Quevedo, de Lope de Vega, de Mo- ratn, y otros hombres ilustres que o nacieron o murieron en ella; de Felipe 11, de Felipe IV, de Fe- lipe V, de Carlos 111, de Fernando VI1 que hermo- searon la capital, de Daoiz y Velarde, de las vcti- mas del 2 de mayo, que la regaron con su sangre defendiendo la independencia social.'

    Monumentos pblicos.-la misma razn poltica y de conveniencia pblica debera hacer erigir en las plazas (ya adornadas por el sistema que hemos propuesto) monumentos pblicos en obsequio de los grandes hombres o recuerdo de los aconteci- mientos clebres; quin dira que la capital de Es-

  • paa, la capital del dilatado imperio que llev por todo el mundo su gloria y sus conquistas, no pre- senta a los extranjeros ninguno de los recuerdos que remueven la memoria de sus hazaas y del impor- tante papel que en los cuatro ltimos siglos ha re- presentado en ellas nuestro Madrid? La prisin de Francisco 1, Rey de Francia, y su convenio con Car- los V; la unin de tan diversas naciones bajo el ce- tro de Felipe 11, formando el imperio ms dilatado de orbe; la elegante Corte de Felipe W, la lealtad manifestada por esta villa al primer Borbn, nos han dejado algn monumento, algn nombre si- quiera de recuerdo y de orgullo? Y sin salir del si- glo en que estamos, la famosa guerra de la inde- pendencia espaola, admiracin de la Europa, no presenta objetos magnficos dignos de ser inrnor- talizados en mrmoles y bronces? Pero nosotros nos hemos contentado con levantar arcos y pirmides de cartn, si bien estos reproducidos tan progidio- samente que acaso con su coste hubieran podido erigirse de mrmol.

    No han dejado, es verdad, de formarse bellos pro- yectos; mas ni el principiado en el paseo del Prado a la memoria del 2 de mayo, ni el de la guerra de la independencia en la Plaza de Oriente, ni el de la amnista, ni otros varios decretados y modela- dos han llegado a cubrir la desnudez de esta villa. Nuestros reyes, tan adulados en vida, h p o c o han obtenido aquel privilegio; y es cosa de ver que la capital de una nacin eminentemente monrqui- ca no ofrezca el menor testimonio pblico de re- conocimiento y amor a sus reyes, si se excepta la estatua de bronce de Felipe IV en los jardines del Retiro, bien que mandada hacer por el mismo mo-

  • narca y encerrada desde entonces en aquel recinto. Parcenos, pues, que los monarcas que han em-

    bellecido la capital tenan derecho a aquel privile- gio. Las plazas de Londres ostentan las imgenes de los reyes queridos del pueblo, y las de Madrid no presentan una del gran Carlos 111. Y los hom- bres clebres por sus virtudes, por sus acciones, por sus escritos, por qu no haban de participar de tan magnfico holocausto? El monarca difunto dio no hace mucho tiempo la seal de este tributo, man- dando erigir la estatua de Cervantes, y colocar su busto sobre la puerta de la casa donde muri, por qu no podra repetirse esto mismo con los dems ya citados, con Jovellanos, Aranda, Floridablanca, y otros as? La patritica influencia que estos ob- sequios nacionales ejercen en el espritu pblico es de gran consideracin. La i'dea del reconocimien- to nacional ha despertado en todos tiempos el he- roismo y el deseo de inmortalizarse aun a costa de la misma vida. Leonidas defendiendo las termpi- las pensaba sin duda en este galardn: y el Lord Nelson al empearse en el combate de W l g a r re- peta esta misma idea en aquellas notables palabras que despus ha reproducido el bronce en los mo- numentos levantados a su memoria: ((Victory or Westminster Abbeyb. Venzamos o vayam0s.a repo- sar a Westminster*.

    Cementerios.-Esta consideracin nos lleva natu- ralmente a tratar de nuestros cementerios, que por su pobreza y desnudez contrastan desagradable- mente con la ostentacin y belleza de los de otros pases. Increible parece que una nacin tan religiosa como la nuestra, manifieste por los restos de sus mayores el ms completo olvido y abandono, des-

  • conociendo el placer de verter lgrimas en su tum- ba y de buscar en ella los puros consuelos de la re- ligin y de la filosofa. La causa de esta inrnorali- dad repugnante, atendidas nuestras costumbres, no puede ser otra que el aspecto horroroso que se ha tratado de dar entre nosotros a la muerte, y la ari- dez y la monotona de los sitios en que reposan nuestros muertos; aridez y monotona que ahogan- do las ms puras emociones del corazn, impiden a la imaginacin tomar vuelo, y o nos hacen huir con horror de aquellos lugares, o establecen en nuestro corazn la ms fra indiferencia. Patios des- carnados, nichos simtricamente colocados en la pared, inscripciones reducidas a simple nomencla- tura, tal es el uniforme aspecto que reservamos a nuestros difuntos. Aili vienen a confundirse en la misma fila el grande y el pobre, el sabio y el igno- rante, el virtuoso y el criminal; ningn rbol que d amigable sombra a sus cenizas, ninguna inscrip- cin que recuerde sus acciones, ningn monumen- to que atestige la buena memoria de los suyos. Qu alma tierna podr permanecer un instante en tan espantosa galera, ni qu extranjero que venga a visitamos podr formar por ello una idea ms conveniente de nuestra cultura?

    En todos los pueblos la memoria de los muertos ha sido honrada en sus cenizas, y los magnficos monumentos de Egipto, Grecia y Roma, los de la ,Abada de Westminster, y los cementerios de Pars prueban esta verdad. Contrayndonos por ahora a los dos itirnos, diremos que dicha abada es el graq panten de la nacin inglesa, donde se ven reuni- dos, como en el Eliseo de Virgilio, a todos aqu- llos que con diferente gnero de mrito han servi-

  • do a su Patria. Doscientas sesenta y tres tumbas y monumentos magnficos, donde los reyes y los h- roes alternan con los sabios distinguidos, con los hombres eminentes en las ciencias y en las letras, llenan las espaciosas galeras de aquel templo ve- nerable, y esta circunstancia le hace ms famoso que sus antiguas y elevadas bvedas, y el trabajo de- licado de sus labores. Napolen adopt esta idea, erigiendo el magnfico templo de Sta. Genoveva de Pars en Panten nacional para los hombres cle- bres por sus virtudes, talentos y valor; y despus de la revolucin de julio ha vuelto a verse sobre su puerta la siguiente inscripcin:

    Aux Crands Hommes la Patrie reconnoissante.))

    Mas a pesar de la elegancia y osada artstica de este templo moderno, la desnudez en que todava se encuentra le priva del efecto que produce en el nimo la gtica abada de Inglaterra.

    Pero en lo que Pans lleva inmensas ventajas a lo dems de Europa es en los cementerios generales extramuros de la poblacin. Son cuatro para cada uno de los lados de la ciudad, y todos presentan el aspecto de jardines deliciosos, sembrados de tum- bas y monumentos de todos gustos, co