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Fernando Olavarría Gabler 99 CUENTOS PARA ENTRETENER EL ALMA PUREZZA O LOS TREINTA Y TRES SUEÑOS DE LA BEBITA

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PUREZZAO LOS TREINTA Y TRES SUEÑOS DE LA BEBITA

Page 2: PUREZZA · Fernando Olavarría Gabler 99 CUENTOS PARA ENTRETENER EL ALMA PUREZZA O LOS TREINTA Y TRES SUEÑOS DE LA BEBITA

Fernando Olavarría Gabler

Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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PUREZZAO LOS TREINTA Y TRES SUEÑOS

DE LA BEBITA

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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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DE LA BEBITA

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SUEÑO I

aría Cristina llevaba luto en el alma. Había muerto su abuelo. Su querido Abuelo; con mayúsculas, cual nombre propio. Mientras asistía a misa en las primeras bancas, al lado del ataúd cubierto con flores, pensaba cuánto quería a este viejo abuelo y cuánto él la había querido. Cuando se refería a ella no hablaba de su nieta María Cristina sino de la Bebita. Ella era su Bebita, la nieta mayor y por lo tanto la Bebita lo había transformado de papá en un respetable abuelo. Llegó la comunión y la abuela, su mamá y sus hermanos se levantaron para comulgar. La abuela estaba aparentemente tranquila, como siempre, pero sus ojos mostraban una gran tristeza. Su mamá enjugó unas lágrimas y la Bebita rezó fervientemente para que el abuelo estuviera ya en el cielo. Se imaginó, que allá arriba le sonreía y le enviaba un mensaje: Mi querida Bebita, nos volveremos a encontrar, pero no a la edad de los dieciocho años que ahora tienes sino después. Te casarás, serás madre al igual que tu mamá y una gran esposa como ella y tu querida abuela, y cuando ya estés cansada de vivir tanto, nos encontraremos aquí en el cielo. Si ahora me echas de menos, búscame en tus sueños y tendrás aventuras maravillosas como los cuentos que te relataba cuando eras pequeña. En los sueños serás a veces como una niña y yo te mostraré un mundo mágico, fascinante; todo ello antes de encontrarnos y me veas. Serán treinta y tres sueños y este es el primero porque has

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SUEÑO I

aría Cristina llevaba luto en el alma. Había muerto su abuelo. Su querido Abuelo; con mayúsculas, cual nombre propio. Mientras asistía a misa en las primeras bancas, al lado del ataúd cubierto con flores, pensaba cuánto quería a este viejo abuelo y cuánto él la había querido. Cuando se refería a ella no hablaba de su nieta María Cristina sino de la Bebita. Ella era su Bebita, la nieta mayor y por lo tanto la Bebita lo había transformado de papá en un respetable abuelo. Llegó la comunión y la abuela, su mamá y sus hermanos se levantaron para comulgar. La abuela estaba aparentemente tranquila, como siempre, pero sus ojos mostraban una gran tristeza. Su mamá enjugó unas lágrimas y la Bebita rezó fervientemente para que el abuelo estuviera ya en el cielo. Se imaginó, que allá arriba le sonreía y le enviaba un mensaje: Mi querida Bebita, nos volveremos a encontrar, pero no a la edad de los dieciocho años que ahora tienes sino después. Te casarás, serás madre al igual que tu mamá y una gran esposa como ella y tu querida abuela, y cuando ya estés cansada de vivir tanto, nos encontraremos aquí en el cielo. Si ahora me echas de menos, búscame en tus sueños y tendrás aventuras maravillosas como los cuentos que te relataba cuando eras pequeña. En los sueños serás a veces como una niña y yo te mostraré un mundo mágico, fascinante; todo ello antes de encontrarnos y me veas. Serán treinta y tres sueños y este es el primero porque has

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pensado en mí. Es un sueño estando despierta. No te aflijas si en algunos sueños que vendrán, tú despiertas y el sueño no ha tenido un desenlace. Volverás a él a la noche siguiente y te encontrarás en el final del anterior y en el principio del otro. Me encontrarás en el sueño final. Adiós mi Bebita… La misa había terminado y los hombres tomaron el ataúd por las manillas y lo llevaron fuera de la iglesia.

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SUEÑO II

UN REGALO DE CUMPLEAÑOS

ra un ocho de agosto y María Cristina había cumplido ese día, doce años. Se contemplaba en el espejo de su dormitorio. Lucía un hermoso vestido blanco, medias del mismo color y zapatos con hebilla. Era de noche. No había luna pero las estrellas iluminaban el jardín cual lámparas mágicas con tenues colores azul, rojo, blanco, violeta, verde, amarillo, índigo y naranja. Estaban todos los colores del arco iris y otros más, representados en cada astro que titilaba allá distante y enviaba un mensaje silencioso. Era una noche hermosa que invitaba a soñar, a respirar aire quieto y puro. Entre las flores del jardín descubrió el inicio o el pie de entrada de un puente colgante. A la niña le extrañó no haberlo visto antes. Era un puente singular, porque no estaba hecho de cuerdas de cáñamo o lianas, ni tampoco de cables de acero. Era un puente de cables transparentes y brillantes que refractaban la luz de las estrellas en múltiples colores. Era un verdadero arco iris colgante que emitía deslumbrantes destellos e invitaba a caminar sobre él. María Cristina vaciló un instante y luego, como si estuviera hipnotizada, empezó a caminar sobre el puente aferrándose a cada lado en las cuerdas transparentes que le servían de barandas. A medida que avanzaba, el puente se veía cada vez más largo,

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pensado en mí. Es un sueño estando despierta. No te aflijas si en algunos sueños que vendrán, tú despiertas y el sueño no ha tenido un desenlace. Volverás a él a la noche siguiente y te encontrarás en el final del anterior y en el principio del otro. Me encontrarás en el sueño final. Adiós mi Bebita… La misa había terminado y los hombres tomaron el ataúd por las manillas y lo llevaron fuera de la iglesia.

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SUEÑO II

UN REGALO DE CUMPLEAÑOS

ra un ocho de agosto y María Cristina había cumplido ese día, doce años. Se contemplaba en el espejo de su dormitorio. Lucía un hermoso vestido blanco, medias del mismo color y zapatos con hebilla. Era de noche. No había luna pero las estrellas iluminaban el jardín cual lámparas mágicas con tenues colores azul, rojo, blanco, violeta, verde, amarillo, índigo y naranja. Estaban todos los colores del arco iris y otros más, representados en cada astro que titilaba allá distante y enviaba un mensaje silencioso. Era una noche hermosa que invitaba a soñar, a respirar aire quieto y puro. Entre las flores del jardín descubrió el inicio o el pie de entrada de un puente colgante. A la niña le extrañó no haberlo visto antes. Era un puente singular, porque no estaba hecho de cuerdas de cáñamo o lianas, ni tampoco de cables de acero. Era un puente de cables transparentes y brillantes que refractaban la luz de las estrellas en múltiples colores. Era un verdadero arco iris colgante que emitía deslumbrantes destellos e invitaba a caminar sobre él. María Cristina vaciló un instante y luego, como si estuviera hipnotizada, empezó a caminar sobre el puente aferrándose a cada lado en las cuerdas transparentes que le servían de barandas. A medida que avanzaba, el puente se veía cada vez más largo,

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y ascendía. Al mismo tiempo se balanceaba lentamente con los pasos de la niña y la brisa nocturna. María Cristina estaba cada vez más agitada, ascendía y al puente no se le veía fin, hasta que después de recorrerlo un buen rato llegó al extremo de éste, que terminaba en una pequeña casa hecha del mismo material que los cables iridiscentes. Era una construcción muy especial ya que tenía un pequeño balcón o plataforma con barandas y una puerta de entrada circular. La morada entera brillaba como si fuera una gigantesca joya. La niña llegó a la plataforma y se introdujo por el agujero redondo. En el interior había una sala iluminada por las paredes que despedían una difusa luz blanca y a veces con destellos rosados y celestes. En el centro de esta sala (que parecía ser mucho más grande que la casa que se veía afuera) estaba sentada, sobre un banco de cristal, una extraña mujer. Estaba vestida con un traje hecho de brillantes que cubría en parte su pecho donde se traslucían las vísceras. Su piel y su cabello eran albos y sus ojos celestes cual dos aguamarinas, miraban fijamente a la niña. Su boca sonreía ampliamente dejando ver una hermosa dentadura muy blanca y sus manos ¡Oh! ¡Sus manos! Poseían largas uñas pintadas de nácar; eran diez manos que se movían en forma diferente y algunas hacían gestos de bienvenida. Un par de ellas estaban tejiendo y el hilo del ovillo era similar a los cordeles o cables del puente colgante. ¡Hola! -saludó la extraña mujer con su agradable sonrisa. Yo sé a qué has venido. Tu abuelo no está aquí, pero te dejó un mensaje. Me pidió que te diera…

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y ascendía. Al mismo tiempo se balanceaba lentamente con los pasos de la niña y la brisa nocturna. María Cristina estaba cada vez más agitada, ascendía y al puente no se le veía fin, hasta que después de recorrerlo un buen rato llegó al extremo de éste, que terminaba en una pequeña casa hecha del mismo material que los cables iridiscentes. Era una construcción muy especial ya que tenía un pequeño balcón o plataforma con barandas y una puerta de entrada circular. La morada entera brillaba como si fuera una gigantesca joya. La niña llegó a la plataforma y se introdujo por el agujero redondo. En el interior había una sala iluminada por las paredes que despedían una difusa luz blanca y a veces con destellos rosados y celestes. En el centro de esta sala (que parecía ser mucho más grande que la casa que se veía afuera) estaba sentada, sobre un banco de cristal, una extraña mujer. Estaba vestida con un traje hecho de brillantes que cubría en parte su pecho donde se traslucían las vísceras. Su piel y su cabello eran albos y sus ojos celestes cual dos aguamarinas, miraban fijamente a la niña. Su boca sonreía ampliamente dejando ver una hermosa dentadura muy blanca y sus manos ¡Oh! ¡Sus manos! Poseían largas uñas pintadas de nácar; eran diez manos que se movían en forma diferente y algunas hacían gestos de bienvenida. Un par de ellas estaban tejiendo y el hilo del ovillo era similar a los cordeles o cables del puente colgante. ¡Hola! -saludó la extraña mujer con su agradable sonrisa. Yo sé a qué has venido. Tu abuelo no está aquí, pero te dejó un mensaje. Me pidió que te diera…

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-¿Qué cosa?- preguntó la niña con ansiedad. -¡Ah!- se me olvidaba. Si algún día estás muy afligida, debes de leer lo que está escrito detrás del espejo dorado de mamá. También te envía este pequeño cofre para que lo abras solamente si estás frente a un peligro mortal o ante un enemigo invencible. Mientras la mujer hablaba, María Cristina observaba su enigmático rostro. Sus ojos celestes azul turquesa eran fascinantes y también su boca con sus bellísimos dientes blancos, pero en la frente, debajo de su cabellera de plata, había más ojos distribuidos en forma de una X. La niña alcanzó a contar ocho. Todos parecían sonreír y miraban en distintos ángulos según el movimiento de los numerosos brazos. María Cristina tuvo la sensación de estar frente a una estatua viviente de una diosa oriental, y cuando pensaba en eso y en el espejo de mamá, uno de los brazos se extendió hacia ella; en la palma de la mano había una preciosa cajita de cristal tallado, con un broche de platino y cuatro pequeñas patas finamente labradas del mismo metal. María Cristina cogió el cofrecillo y quiso ver el contenido a través de las paredes transparentes pero no vio nada que le llamara la atención. -Mi nombre es Aragnella- dijo la mujer. En este cofrecillo guardarás lo que te donarán tus amigas las hadas. Luego, su imagen se hizo borrosa. La luminosidad que irradiaba el cielo y las paredes de la sala bajó de intensidad hasta verse todo muy oscuro. Entonces María Cristina se encontró en el jardín bajo la noche estrellada y en esos momentos despertó. La campanilla del reloj estaba sonando. Tenía que levantarse par ir a clases. Se metió media dormida a la ducha tibia. Sus hermanos

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Consuelo, José Miguel y Camila aún dormían. Recordó el extraño y hermoso sueño. Se vio que bajaba por el frágil puente colgante que la hacía vacilar. De pronto el cofrecillo de cristal se caía de sus manos pero alcanzaba a cogerlo, y como no podía bajar con el precioso regalo en la mano, lo guardaba dentro de su corazón.

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-¿Qué cosa?- preguntó la niña con ansiedad. -¡Ah!- se me olvidaba. Si algún día estás muy afligida, debes de leer lo que está escrito detrás del espejo dorado de mamá. También te envía este pequeño cofre para que lo abras solamente si estás frente a un peligro mortal o ante un enemigo invencible. Mientras la mujer hablaba, María Cristina observaba su enigmático rostro. Sus ojos celestes azul turquesa eran fascinantes y también su boca con sus bellísimos dientes blancos, pero en la frente, debajo de su cabellera de plata, había más ojos distribuidos en forma de una X. La niña alcanzó a contar ocho. Todos parecían sonreír y miraban en distintos ángulos según el movimiento de los numerosos brazos. María Cristina tuvo la sensación de estar frente a una estatua viviente de una diosa oriental, y cuando pensaba en eso y en el espejo de mamá, uno de los brazos se extendió hacia ella; en la palma de la mano había una preciosa cajita de cristal tallado, con un broche de platino y cuatro pequeñas patas finamente labradas del mismo metal. María Cristina cogió el cofrecillo y quiso ver el contenido a través de las paredes transparentes pero no vio nada que le llamara la atención. -Mi nombre es Aragnella- dijo la mujer. En este cofrecillo guardarás lo que te donarán tus amigas las hadas. Luego, su imagen se hizo borrosa. La luminosidad que irradiaba el cielo y las paredes de la sala bajó de intensidad hasta verse todo muy oscuro. Entonces María Cristina se encontró en el jardín bajo la noche estrellada y en esos momentos despertó. La campanilla del reloj estaba sonando. Tenía que levantarse par ir a clases. Se metió media dormida a la ducha tibia. Sus hermanos

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Consuelo, José Miguel y Camila aún dormían. Recordó el extraño y hermoso sueño. Se vio que bajaba por el frágil puente colgante que la hacía vacilar. De pronto el cofrecillo de cristal se caía de sus manos pero alcanzaba a cogerlo, y como no podía bajar con el precioso regalo en la mano, lo guardaba dentro de su corazón.

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SUEÑO III

LAS HADAS DEL BOSQUE

oñó que era una niña de diez años y caminaba con su vestido blanco por una pradera cubierta de flores. Era una mañana fresca y se respiraba un aire puro y perfumado. Esas mañanas en a las cuales las pequeñas hojas de las plantas están cubiertas por finas gotas de rocío. -Estas son las mañanas que le gustan a al abuela- pensó. Y se puso a correr, pero se dio cuenta de que los pasos que daba eran muy largos y suaves. Parecía volar sobre el prado. El Sol estaba saliendo detrás de unas montañas cuando llegó a un extenso bosque y se internó en él. La luz de la mañana salpicaba las ramas más altas y en algunos trechos bajaba en forma de rayos que iluminaban oblicuamente el suelo cubierto de verde césped y hojas secas. Un conejo apareció por entre los troncos y se alejó lentamente sin tener susto por la presencia de la niña, y ella lo siguió a través de los árboles. Entonces llegó a un claro del bosque. Allí bailaban y reían doce muchachas tan hermosas y pequeñas como María Cristina. Pero no eran de corta edad sino mujeres. Sus largos cabellos cubrían en parte sus vestiduras y de sus espaldas vibraban grandes alas transparentes. María Cristina se detuvo asombrada ante esta escena y ellas, al descubrirla, se tomaron de las manos y la rodearon bailando y riendo. Cantaban en una forma tan linda que más bien parecía un coro de ángeles. Luego se sentaron en el suelo y le dieron la

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bienvenida. Somos las hadas del bosque -dijeron- y habitamos dentro de los espíritus de los árboles; y se pusieron nuevamente a reír. María Cristina no entendía cómo podían vivir dentro del espíritu de un árbol y pensó que algunos de ellos serían huecos, pero las hadas no intentaron explicarle este enigma y levantándose, empezaron a cantar, a bailar y a reír con tanta felicidad que contagiaron a la niña y ésta también empezó a bailar girando con ellas. Después de un rato, dejaron de divertirse y una de ellas se alejó desapareciendo en la espesura y volvió con algo brillante en su mano. Era una corona y en la otra mano portaba un cetro. -¡María Cristina! -exclamó-. ¡Te coronamos Reina de la Hadas del Bosque!, todas se echaron a reír de nuevo y la que portaba la corona se la puso en la cabeza y le entregó el cetro. La niña estaba plena de emoción al recibir todo esto. Luego cada una de las hadas la besó en la mejilla y empezaron a bailar alrededor de ella. En esos instantes apareció el conejito y se unió a la danza. Saltaba y se paraba en sus dos patas traseras. Parecía sonreírle a la niña con sus orejas bien grandes. Entones gritó con voz chillona ¡Yo soy el rey feo, Reina de las Hadas! Todas rieron ante la actitud del conejo y María Cristina admirada de que un conejo le hablara, se acercó a él y lo acarició. ¡Qué suave y tibio era su pelaje! -Mi rey feo -le dijo-, eres muy bonito. El conejo respondió- yo cuidaré de tu cetro. Éste tiene un gran poder mágico. Recién entonces la niña se dio cuenta del verdadero valor del cetro que tenía en su mano derecha. Era una varilla o una rama tallada que refulgía a la luz de la mañana y su brillo era tan intenso

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SUEÑO III

LAS HADAS DEL BOSQUE

oñó que era una niña de diez años y caminaba con su vestido blanco por una pradera cubierta de flores. Era una mañana fresca y se respiraba un aire puro y perfumado. Esas mañanas en a las cuales las pequeñas hojas de las plantas están cubiertas por finas gotas de rocío. -Estas son las mañanas que le gustan a al abuela- pensó. Y se puso a correr, pero se dio cuenta de que los pasos que daba eran muy largos y suaves. Parecía volar sobre el prado. El Sol estaba saliendo detrás de unas montañas cuando llegó a un extenso bosque y se internó en él. La luz de la mañana salpicaba las ramas más altas y en algunos trechos bajaba en forma de rayos que iluminaban oblicuamente el suelo cubierto de verde césped y hojas secas. Un conejo apareció por entre los troncos y se alejó lentamente sin tener susto por la presencia de la niña, y ella lo siguió a través de los árboles. Entonces llegó a un claro del bosque. Allí bailaban y reían doce muchachas tan hermosas y pequeñas como María Cristina. Pero no eran de corta edad sino mujeres. Sus largos cabellos cubrían en parte sus vestiduras y de sus espaldas vibraban grandes alas transparentes. María Cristina se detuvo asombrada ante esta escena y ellas, al descubrirla, se tomaron de las manos y la rodearon bailando y riendo. Cantaban en una forma tan linda que más bien parecía un coro de ángeles. Luego se sentaron en el suelo y le dieron la

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bienvenida. Somos las hadas del bosque -dijeron- y habitamos dentro de los espíritus de los árboles; y se pusieron nuevamente a reír. María Cristina no entendía cómo podían vivir dentro del espíritu de un árbol y pensó que algunos de ellos serían huecos, pero las hadas no intentaron explicarle este enigma y levantándose, empezaron a cantar, a bailar y a reír con tanta felicidad que contagiaron a la niña y ésta también empezó a bailar girando con ellas. Después de un rato, dejaron de divertirse y una de ellas se alejó desapareciendo en la espesura y volvió con algo brillante en su mano. Era una corona y en la otra mano portaba un cetro. -¡María Cristina! -exclamó-. ¡Te coronamos Reina de la Hadas del Bosque!, todas se echaron a reír de nuevo y la que portaba la corona se la puso en la cabeza y le entregó el cetro. La niña estaba plena de emoción al recibir todo esto. Luego cada una de las hadas la besó en la mejilla y empezaron a bailar alrededor de ella. En esos instantes apareció el conejito y se unió a la danza. Saltaba y se paraba en sus dos patas traseras. Parecía sonreírle a la niña con sus orejas bien grandes. Entones gritó con voz chillona ¡Yo soy el rey feo, Reina de las Hadas! Todas rieron ante la actitud del conejo y María Cristina admirada de que un conejo le hablara, se acercó a él y lo acarició. ¡Qué suave y tibio era su pelaje! -Mi rey feo -le dijo-, eres muy bonito. El conejo respondió- yo cuidaré de tu cetro. Éste tiene un gran poder mágico. Recién entonces la niña se dio cuenta del verdadero valor del cetro que tenía en su mano derecha. Era una varilla o una rama tallada que refulgía a la luz de la mañana y su brillo era tan intenso

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que parecía estar hecho de una sola pieza de cristal, tan duro y pesado ¡cómo si fuera un diamante! En uno de sus extremos tenía dos ramas transversales que le daban una forma de espada o de una cruz. ¡Sí! ¡Una cruz!, María Cristina alzó alborozada lo que era suyo y las hadas le dijeron en coro: -Lo que tienes en tus manos es un poderoso talismán que vencerá la oscuridad. ¡Se llama Purezza! No lo pierdas por motivo alguno. Desde el cielo y el bosque se escuchó una maravillosa música. Bellísima y fuerte como si miles de ángeles cantaran al Señor y cada vez fue más intensa y armoniosa, llenando toda el alma y los corazones al escucharla. Era lo más grandioso que se pudiera imaginar o sentir. Entonces la niña con el cetro en alto cayó de rodillas y unas lágrimas se escurrieron por sus mejillas al sentir tanta felicidad. La música disminuyó y se fue quedamente hasta desaparecer. Las hadas se perdieron en el bosque como huyen los bailarines en un ballet y María Cristina se quedó sola contemplando entre sus manos el cetro recién donado. Luego caminó por el bosque y se dirigió a su casa para contarles a sus padres lo que había recibido de las hadas. Despertó. Era domingo y las campanas de las iglesias tocaban para ir a misa. María Cristina se sentía feliz. Buscó el cetro y la corona pero no estaban a los pies de la cama ni debajo de la almohada. Sonrió al tener un pensamiento tan infantil y cerró los ojos

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para recordar su sueño tan lindo. Recordó hasta los más pequeños detalles. Los niños en esos instantes jugaban en la calle. Gritaban, reían y se enojaban, como lo hacen todos los niños del mundo cuando juegan en las calles del mundo.

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que parecía estar hecho de una sola pieza de cristal, tan duro y pesado ¡cómo si fuera un diamante! En uno de sus extremos tenía dos ramas transversales que le daban una forma de espada o de una cruz. ¡Sí! ¡Una cruz!, María Cristina alzó alborozada lo que era suyo y las hadas le dijeron en coro: -Lo que tienes en tus manos es un poderoso talismán que vencerá la oscuridad. ¡Se llama Purezza! No lo pierdas por motivo alguno. Desde el cielo y el bosque se escuchó una maravillosa música. Bellísima y fuerte como si miles de ángeles cantaran al Señor y cada vez fue más intensa y armoniosa, llenando toda el alma y los corazones al escucharla. Era lo más grandioso que se pudiera imaginar o sentir. Entonces la niña con el cetro en alto cayó de rodillas y unas lágrimas se escurrieron por sus mejillas al sentir tanta felicidad. La música disminuyó y se fue quedamente hasta desaparecer. Las hadas se perdieron en el bosque como huyen los bailarines en un ballet y María Cristina se quedó sola contemplando entre sus manos el cetro recién donado. Luego caminó por el bosque y se dirigió a su casa para contarles a sus padres lo que había recibido de las hadas. Despertó. Era domingo y las campanas de las iglesias tocaban para ir a misa. María Cristina se sentía feliz. Buscó el cetro y la corona pero no estaban a los pies de la cama ni debajo de la almohada. Sonrió al tener un pensamiento tan infantil y cerró los ojos

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para recordar su sueño tan lindo. Recordó hasta los más pequeños detalles. Los niños en esos instantes jugaban en la calle. Gritaban, reían y se enojaban, como lo hacen todos los niños del mundo cuando juegan en las calles del mundo.

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SUEÑO IV

EL PROFESOR DE MATEMATICAS CELESTIALES

aría Cristina llegó cansada a su casa. Después de ayudarle en las tareas a su hermano José Miguel y estudiar ella para la prueba que tenía en la Universidad al día siguiente, decidió tomar una taza de té con tostadas con mantequilla y después acostarse en su cama para oír música. Se desvistió, se puso su camisa de dormir y encendió la radio. Empezó a repasar la materia que había estudiado, y sin saber cuándo, se quedó dormida recostada sobre un almohadón, con el libro de apuntes abierto entre sus manos y apoyado sobre los muslos. Soñó que caminaba sobre doradas dunas de arena, en parte cubiertas por docas floridas y otras plantas aromáticas que crecen en las cercanías del mar. A lo lejos se divisaba el horizonte del mar y sobre éste, un cielo límpido sin nubes, tenuemente rosado, como una taza de porcelana china. El Sol se había escondido. En el borde de la costa rocosa, sobre un macizo granítico, divisó un castillo en ruinas. Había una torre intacta no afectada por los siglos. La niña llegó al castillo, se paseó por los silenciosos y solitarios patios y llegó a una escalerilla de piedra que ascendía en espiral hasta la puerta de entrada de la torre. Curiosamente, al atravesar el umbral de la puerta, la escalera no se interrumpía en un descanso sino que continuaba ascendiendo en espiral en el interior de la torre. María Cristina subió lentamente los escalones apoyándose

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con una mano en el muro ya que el lugar era oscuro y húmedo y la escalera de piedra no tenía barandas. Al final se encontró con otro umbral similar al de la base de la torre pero esta vez había una puerta de gruesa madera con bisagras, clavos y chapa cubiertos de herrumbre. La puerta estaba entreabierta y la niña asomó la cara a través de la abertura. Lo que vio la sorprendió mucho ya que no se esperaba una cosa así. La torre terminaba en una bóveda que estaba abierta al cielo y dejaba salir un enorme telescopio. En su vértice o sea en la parte inferior, había un extraño personaje que, inclinado hacia la lente del instrumento sólo dejaba ver la parte de atrás de la cabeza y su cuerpo. La niña se aproximó silenciosamente a él y se puso a su lado sin tocarlo. La persona era un anciano de cabellera cana, calvo y de baja estatura. Vestía un antiguo traje que semejaba una levita y sus zapatos terminados en punta estaban cubiertos por sendas polainas.Después de un buen rato de silencio el anciano, al parecer aún no se había dado cuenta de que la niña estaba a su lado y ésta impaciente al no ser percibida, le preguntó tímidamente qué estaba mirando con ese tubo. -Estoy mirando el cielo- contestó el viejo. ¿Qué otra cosa crees que estoy haciendo niña impertinente? No puedo hacer otra, dada mi profesión… -¿En qué trabajas? -En esto. -¿Cuál es tu nombre? -Eso no tiene importancia.

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SUEÑO IV

EL PROFESOR DE MATEMATICAS CELESTIALES

aría Cristina llegó cansada a su casa. Después de ayudarle en las tareas a su hermano José Miguel y estudiar ella para la prueba que tenía en la Universidad al día siguiente, decidió tomar una taza de té con tostadas con mantequilla y después acostarse en su cama para oír música. Se desvistió, se puso su camisa de dormir y encendió la radio. Empezó a repasar la materia que había estudiado, y sin saber cuándo, se quedó dormida recostada sobre un almohadón, con el libro de apuntes abierto entre sus manos y apoyado sobre los muslos. Soñó que caminaba sobre doradas dunas de arena, en parte cubiertas por docas floridas y otras plantas aromáticas que crecen en las cercanías del mar. A lo lejos se divisaba el horizonte del mar y sobre éste, un cielo límpido sin nubes, tenuemente rosado, como una taza de porcelana china. El Sol se había escondido. En el borde de la costa rocosa, sobre un macizo granítico, divisó un castillo en ruinas. Había una torre intacta no afectada por los siglos. La niña llegó al castillo, se paseó por los silenciosos y solitarios patios y llegó a una escalerilla de piedra que ascendía en espiral hasta la puerta de entrada de la torre. Curiosamente, al atravesar el umbral de la puerta, la escalera no se interrumpía en un descanso sino que continuaba ascendiendo en espiral en el interior de la torre. María Cristina subió lentamente los escalones apoyándose

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con una mano en el muro ya que el lugar era oscuro y húmedo y la escalera de piedra no tenía barandas. Al final se encontró con otro umbral similar al de la base de la torre pero esta vez había una puerta de gruesa madera con bisagras, clavos y chapa cubiertos de herrumbre. La puerta estaba entreabierta y la niña asomó la cara a través de la abertura. Lo que vio la sorprendió mucho ya que no se esperaba una cosa así. La torre terminaba en una bóveda que estaba abierta al cielo y dejaba salir un enorme telescopio. En su vértice o sea en la parte inferior, había un extraño personaje que, inclinado hacia la lente del instrumento sólo dejaba ver la parte de atrás de la cabeza y su cuerpo. La niña se aproximó silenciosamente a él y se puso a su lado sin tocarlo. La persona era un anciano de cabellera cana, calvo y de baja estatura. Vestía un antiguo traje que semejaba una levita y sus zapatos terminados en punta estaban cubiertos por sendas polainas.Después de un buen rato de silencio el anciano, al parecer aún no se había dado cuenta de que la niña estaba a su lado y ésta impaciente al no ser percibida, le preguntó tímidamente qué estaba mirando con ese tubo. -Estoy mirando el cielo- contestó el viejo. ¿Qué otra cosa crees que estoy haciendo niña impertinente? No puedo hacer otra, dada mi profesión… -¿En qué trabajas? -En esto. -¿Cuál es tu nombre? -Eso no tiene importancia.

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-Entonces, ¿cuál es tu profesión? -Me impacientas… ¡Me impacientas!, querida niña. No dejas concentrarme en lo que estoy mirando. Yo soy Profesor de Matemáticas Celestiales, y no me hagas más preguntas porque estoy ocupadísimo. María Cristina guardó silencio y pensó que este tipo de profesor sería ideal para enseñarle aritmética a su hermano José Miguel. Así podría librarse ella de una actividad bastante aburridora. Además, eso de aprender las matemáticas en colores debería ser muy entretenido. -¡Allí hay un cuerpo celeste que he descubierto recientemente!-interrumpió el viejo. Es el planeta Domino. Es muy original; la mitad es blanca porque el mineral que lo compone es blanquísimo, y la otra mitad que no recibe luz, es negra, como el carbón. ¡Obsérvalo tu misma! Fíjate que la línea formada entre los dos colores semeja una S. Diciendo esto, el viejo quitó la cara de la lente y miró por primera vez a la niña. -¿Cómo te llamas? -María Cristina. -Eres una niña muy bonita, y también tu nombre. Me recuerdas a una de mis bisnietas. Acércate. Mira por esta lente. María Cristina aproximó su ojo a la lente y pudo observar el cielo estrellado. Las estrellas y planetas se veían enormes y brillantes y en el centro del campo de visión observó un astro como una pelota de tenis pero la mitad era blanca, muy brillante y la otra mitad negra. -Mira un poco hacia la derecha- gruñó el viejo. La niña giró el telescopio algunos centímetros y vio un mundo

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-Entonces, ¿cuál es tu profesión? -Me impacientas… ¡Me impacientas!, querida niña. No dejas concentrarme en lo que estoy mirando. Yo soy Profesor de Matemáticas Celestiales, y no me hagas más preguntas porque estoy ocupadísimo. María Cristina guardó silencio y pensó que este tipo de profesor sería ideal para enseñarle aritmética a su hermano José Miguel. Así podría librarse ella de una actividad bastante aburridora. Además, eso de aprender las matemáticas en colores debería ser muy entretenido. -¡Allí hay un cuerpo celeste que he descubierto recientemente!-interrumpió el viejo. Es el planeta Domino. Es muy original; la mitad es blanca porque el mineral que lo compone es blanquísimo, y la otra mitad que no recibe luz, es negra, como el carbón. ¡Obsérvalo tu misma! Fíjate que la línea formada entre los dos colores semeja una S. Diciendo esto, el viejo quitó la cara de la lente y miró por primera vez a la niña. -¿Cómo te llamas? -María Cristina. -Eres una niña muy bonita, y también tu nombre. Me recuerdas a una de mis bisnietas. Acércate. Mira por esta lente. María Cristina aproximó su ojo a la lente y pudo observar el cielo estrellado. Las estrellas y planetas se veían enormes y brillantes y en el centro del campo de visión observó un astro como una pelota de tenis pero la mitad era blanca, muy brillante y la otra mitad negra. -Mira un poco hacia la derecha- gruñó el viejo. La niña giró el telescopio algunos centímetros y vio un mundo

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fascinante. Los cuerpos celestes brillaban como fuegos de artificio. Había cometas con sus largas colas esplendorosas formadas por millares de pequeñas estrellas. Planetas verdes con anillos de color naranja, azules y amarillos. Otros eran rojos, violetas y también rosados; tan brillantes, que cegaban como una soldadura eléctrica. -¡Esto es maravilloso! -exclamó la niña- Señor Profesor de las Matemáticas… Celestes. -Matemáticas Celestiales- corrigió el anciano. -Sí, de las Matemáticas Celestiales. Me gustaría visitar uno de esos astros. -¿Te gustaría? Pues a mí también. Pero tú eres más pequeña que yo y además tienes algo que yo no tengo. Es el talismán que te han regalado las hadas. Piensa niña. Piensa en uno de esos planetas. Divísalo por el telescopio y estarás allá en una fracción de segundo. Así lo hizo María Cristina. Pensó en el planeta Domino y de pronto se vio succionada por la lente del telescopio. Se introdujo velozmente por el tubo y ya estaba volando por la superficie blanca alternada de negro del planeta. Planeaba como un pájaro gigantesco con los brazos extendidos y las piernas abiertas. Se acercaba a la línea límite entre lo negro y lo blanco. Era un límite que se movía, no por la luz y la sombra de cada color sino porque estaba habitado por millares de seres que estaban actuando en una gran batalla. Entonces decidió aterrizar en la superficie blanca e iluminada y en ese mismo instante despertó.

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SUEÑO V

DOMINÓ

sa tarde María Cristina y Consuelo habían sido invitadas a un baile. Las dos estaban felices porque se iban a juntar con dos muchachos que les agradaban. Pero, ¡qué pena!, el joven que le gustaba a María Cristina no llegó. Después supo que había estado resfriado con fiebre en la cama. De todas maneras se entretuvo bastante y bailó con todos los jóvenes amigos. Consuelo se sentía enamorada y suspiró por su joven antes de quedarse dormida. María Cristina había comido muchos dulces y torta, no se podía quedar dormida, pero a las tres de la mañana ya estaba soñando y soñó la continuación del sueño anterior. Aterrizaba en la parte blanca del planeta Domino. Era de una arena blanquísima, como sal refinada, y al coger un poco de esta arena tenía la sensación de tomar un puñado de diamantes. ¡Tan hermosos relucían en la palma de la mano! El planeta era pequeño, no más grande que la Luna. Sobre esta superficie brillante había millones de seres que parecían irradiar una luz blanca cuyo origen era muy difícil de precisar. Daba la impresión que la luz venía desde el cielo. Era una luminosidad difusa que se reflejaba en toda esa muchedumbre de seres hermosos. Éstos eran alados o ángeles, que combatían con espadas ígneas, fulgurantes, contra otra muchedumbre que estaba en el lado negro. Esta otra, era una hueste tan negra como la arena o el carbón que pisaban, y sus

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fascinante. Los cuerpos celestes brillaban como fuegos de artificio. Había cometas con sus largas colas esplendorosas formadas por millares de pequeñas estrellas. Planetas verdes con anillos de color naranja, azules y amarillos. Otros eran rojos, violetas y también rosados; tan brillantes, que cegaban como una soldadura eléctrica. -¡Esto es maravilloso! -exclamó la niña- Señor Profesor de las Matemáticas… Celestes. -Matemáticas Celestiales- corrigió el anciano. -Sí, de las Matemáticas Celestiales. Me gustaría visitar uno de esos astros. -¿Te gustaría? Pues a mí también. Pero tú eres más pequeña que yo y además tienes algo que yo no tengo. Es el talismán que te han regalado las hadas. Piensa niña. Piensa en uno de esos planetas. Divísalo por el telescopio y estarás allá en una fracción de segundo. Así lo hizo María Cristina. Pensó en el planeta Domino y de pronto se vio succionada por la lente del telescopio. Se introdujo velozmente por el tubo y ya estaba volando por la superficie blanca alternada de negro del planeta. Planeaba como un pájaro gigantesco con los brazos extendidos y las piernas abiertas. Se acercaba a la línea límite entre lo negro y lo blanco. Era un límite que se movía, no por la luz y la sombra de cada color sino porque estaba habitado por millares de seres que estaban actuando en una gran batalla. Entonces decidió aterrizar en la superficie blanca e iluminada y en ese mismo instante despertó.

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SUEÑO V

DOMINÓ

sa tarde María Cristina y Consuelo habían sido invitadas a un baile. Las dos estaban felices porque se iban a juntar con dos muchachos que les agradaban. Pero, ¡qué pena!, el joven que le gustaba a María Cristina no llegó. Después supo que había estado resfriado con fiebre en la cama. De todas maneras se entretuvo bastante y bailó con todos los jóvenes amigos. Consuelo se sentía enamorada y suspiró por su joven antes de quedarse dormida. María Cristina había comido muchos dulces y torta, no se podía quedar dormida, pero a las tres de la mañana ya estaba soñando y soñó la continuación del sueño anterior. Aterrizaba en la parte blanca del planeta Domino. Era de una arena blanquísima, como sal refinada, y al coger un poco de esta arena tenía la sensación de tomar un puñado de diamantes. ¡Tan hermosos relucían en la palma de la mano! El planeta era pequeño, no más grande que la Luna. Sobre esta superficie brillante había millones de seres que parecían irradiar una luz blanca cuyo origen era muy difícil de precisar. Daba la impresión que la luz venía desde el cielo. Era una luminosidad difusa que se reflejaba en toda esa muchedumbre de seres hermosos. Éstos eran alados o ángeles, que combatían con espadas ígneas, fulgurantes, contra otra muchedumbre que estaba en el lado negro. Esta otra, era una hueste tan negra como la arena o el carbón que pisaban, y sus

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rostros eran terroríficos. Había toda clase de monstruos, brujas, feos enanos, jorobados deformes, vampiros, esqueletos, algunas momias parcialmente vendadas y otros seres horribles. No faltaban los diablos con tenebrosos cachos y también un hombre lobo que dirigía las hordas cercanas a él. La niña quedó atemorizada con la visión que tenía al frente y un ángel al pasar cerca de ella hacia el campo de batalla la entusiasmó para que luchara sin temor junto a ellos. Lentamente se aproximó a la línea de batalla y vio cómo estos seres alados acometían con sus espadas flamígeras a esos monstruos horribles y los fragmentaban en incontables pedazos que se convertían en nada, pero el vacío era ocupado por otros seres siniestros que venían de atrás y ocupaban el sitio de los ya desaparecidos. Uno de estos feos seres, un gigantesco buitre de tres cabezas, le gritó a María Cristina, que su abuelo estaba con ellos y que avanzara pronto hacia el territorio negro para ir a recibirlo. -¡No le creas!- le dijo un ángel que estaba al lado de ella. Ese demonio miente. ¡No te dejes engañar! -¿Cómo puedo ayudarlos en esta gran batalla?- indagó la niña. -Tú tienes una poderosa arma que te donaron las hadas del bosque -respondió el ángel.- Piensa en ella y la tendrás en la mano. Luego ¡actúa querida niña! ¡Actúa según tus sentimientos! La niña pensó en el cetro y al instante lo tenía cogido en su mano derecha. Entonces no quiso otra cosa que luchar junto al hermoso ejército que la rodeaba, para destruir los espantosos demonios, y alzando su cetro apuntó hacia ellos. Se oyó un sordo y clamoroso rugido y los horripilantes monstruos empezaron a caer y a destruirse en el sitio donde la niña

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apuntaba con su cetro. Y así luchó horas, días, meses o años. El tiempo no corre en los sueños o corre hacia cualquiera dirección y allí estaba ella destruyendo con Purezza las tinieblas y el horror. De pronto sonó una trompeta y la lucha cesó. Se produjo una tregua porque venía un mensajero del negro lado enemigo. Se acercaba un caballero en su corcel acompañado de un numeroso séquito. La trompeta seguía sonando pero su timbre musical cambiaba, más bien parecía una campana. No, mejor comparación sería una campanilla electrónica. Era el despertador. María Cristina tenía que levantarse para ir a clases. Cuando estaba tomando desayuno le contó a su mamá que había tenido una pesadilla y le habló del planeta con sus territorios de ángeles y demonios y dónde había estado ella combatiendo. -No debes de comer tantos dulces- le aconsejó mamá. Si duermes con tanta comida en el estómago es lógico que tengas pesadillas. María Cristina decidió beber solamente un vaso de leche la noche siguiente, pero esto no dio resultado porque pasó algo muy emocionante.

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rostros eran terroríficos. Había toda clase de monstruos, brujas, feos enanos, jorobados deformes, vampiros, esqueletos, algunas momias parcialmente vendadas y otros seres horribles. No faltaban los diablos con tenebrosos cachos y también un hombre lobo que dirigía las hordas cercanas a él. La niña quedó atemorizada con la visión que tenía al frente y un ángel al pasar cerca de ella hacia el campo de batalla la entusiasmó para que luchara sin temor junto a ellos. Lentamente se aproximó a la línea de batalla y vio cómo estos seres alados acometían con sus espadas flamígeras a esos monstruos horribles y los fragmentaban en incontables pedazos que se convertían en nada, pero el vacío era ocupado por otros seres siniestros que venían de atrás y ocupaban el sitio de los ya desaparecidos. Uno de estos feos seres, un gigantesco buitre de tres cabezas, le gritó a María Cristina, que su abuelo estaba con ellos y que avanzara pronto hacia el territorio negro para ir a recibirlo. -¡No le creas!- le dijo un ángel que estaba al lado de ella. Ese demonio miente. ¡No te dejes engañar! -¿Cómo puedo ayudarlos en esta gran batalla?- indagó la niña. -Tú tienes una poderosa arma que te donaron las hadas del bosque -respondió el ángel.- Piensa en ella y la tendrás en la mano. Luego ¡actúa querida niña! ¡Actúa según tus sentimientos! La niña pensó en el cetro y al instante lo tenía cogido en su mano derecha. Entonces no quiso otra cosa que luchar junto al hermoso ejército que la rodeaba, para destruir los espantosos demonios, y alzando su cetro apuntó hacia ellos. Se oyó un sordo y clamoroso rugido y los horripilantes monstruos empezaron a caer y a destruirse en el sitio donde la niña

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apuntaba con su cetro. Y así luchó horas, días, meses o años. El tiempo no corre en los sueños o corre hacia cualquiera dirección y allí estaba ella destruyendo con Purezza las tinieblas y el horror. De pronto sonó una trompeta y la lucha cesó. Se produjo una tregua porque venía un mensajero del negro lado enemigo. Se acercaba un caballero en su corcel acompañado de un numeroso séquito. La trompeta seguía sonando pero su timbre musical cambiaba, más bien parecía una campana. No, mejor comparación sería una campanilla electrónica. Era el despertador. María Cristina tenía que levantarse para ir a clases. Cuando estaba tomando desayuno le contó a su mamá que había tenido una pesadilla y le habló del planeta con sus territorios de ángeles y demonios y dónde había estado ella combatiendo. -No debes de comer tantos dulces- le aconsejó mamá. Si duermes con tanta comida en el estómago es lógico que tengas pesadillas. María Cristina decidió beber solamente un vaso de leche la noche siguiente, pero esto no dio resultado porque pasó algo muy emocionante.

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SUEÑO VI

EL TORNEO

aría Cristina apagó la luz del velador, y después de rezar, se quedó pensando en lo que tenía que hacer al día siguiente. Tenía que comprar entradas para el concierto de piano que iba a dar Roberto Bravo. Iba a ir con su mamá y con su hermanita Camila, de seis años de edad. ¿Cómo se comportaría? ¿Permanecería tranquila y callada cuando el famoso concertista tocara en el gran piano de cola? Se ejecutarían primordialmente obras de Federico Chopin. Para ella era uno de sus compositores predilectos, junto con Antonio Vivaldi. Recordaba que cuando tenía la edad de Camila, su abuelo le había regalado un “cassette” con música de estos autores y desde temprana edad había aprendido a escuchar y a deleitarse con ellos. “Qué fino gusto para la música tenía mi abuelo” -pensó- y cuando estaba con ese pensamiento se quedó dormida. …El heraldo y su comitiva negra llegaron al límite de la luz y la sombra y los ángeles por su propio honor bajaron las espadas. -¡Escuchad hijos del Cielo!- aulló la voz del caballero negro. ¡Os invito a una tregua y a una justa donde está en juego el valor de ambos lados. Pensad que esta batalla entre los de la luz y los de las tinieblas es interminable. No tiene fin. Mientras más nos matáis más llegamos a combatir porque es fácil nuestro engendro. Además de fácil, es placentero. Algún día os convenceréis que es más agradable destruir que construir. Matar, que dar vida. Es menos costoso ensuciar que limpiar.

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Es por ello que os reto a un duelo, de una sola persona en cada bando. ¡Os invito a un torneo, a una justa de guerra sin barrera y el que gane, ganará la batalla! Hubo un silencio en ambos bandos. Luego un arcángel aceptó el reto en nombre de los seres luminosos y varios se presentaron como voluntarios. Pero el arcángel no eligió a uno de ellos y, al igual que en una obra de teatro cuando termina un acto, se baja el telón y después se descorre y aparece otro escenario en el acto siguiente, así sucedió esta vez en el sueño de la Bebita. Se encontró en un día luminoso. Era una mañana transparente. Corría una brisa llena de sol. Había una pradera rodeada de bosque y la Bebita estaba sentada en un palco bajo una gran tienda de lona multicolor de bandas amarillas, azules y rojas. Bajo el toldo estaban sentados también sus hermanos, sus simpáticos primos y primas, que no guardaban en absoluto silencio, sus padres y sus tíos. Todos pertenecían a la realeza. La abuela en el centro de esta gran familia portaba una corona de zafiros, tan azules como sus ojos. Estaba vestida de seda dorada y blanca. Al lado de ella estaban sus hijos y hermanos, todos duques y condes. De pronto sonaron unos clarines y en cada extremo de la cancha aparecieron dos caballeros. Uno blanco y otro negro, montados en recios corceles del mismo color que sus armaduras. El caballero de blanco portaba una lanza y también una espada, y su corcel albo estaba enjaezado con armaduras apropiadas para resistir una mortífera embestida. Un peto de hierro le cubría el pecho dejando descubierto el cuello, ya que éste, al agachar la cabeza el animal en la carrera, sería cubierto por la cara. Ésta estaba protegida por una máscara que iba

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aría Cristina apagó la luz del velador, y después de rezar, se quedó pensando en lo que tenía que hacer al día siguiente. Tenía que comprar entradas para el concierto de piano que iba a dar Roberto Bravo. Iba a ir con su mamá y con su hermanita Camila, de seis años de edad. ¿Cómo se comportaría? ¿Permanecería tranquila y callada cuando el famoso concertista tocara en el gran piano de cola? Se ejecutarían primordialmente obras de Federico Chopin. Para ella era uno de sus compositores predilectos, junto con Antonio Vivaldi. Recordaba que cuando tenía la edad de Camila, su abuelo le había regalado un “cassette” con música de estos autores y desde temprana edad había aprendido a escuchar y a deleitarse con ellos. “Qué fino gusto para la música tenía mi abuelo” -pensó- y cuando estaba con ese pensamiento se quedó dormida. …El heraldo y su comitiva negra llegaron al límite de la luz y la sombra y los ángeles por su propio honor bajaron las espadas. -¡Escuchad hijos del Cielo!- aulló la voz del caballero negro. ¡Os invito a una tregua y a una justa donde está en juego el valor de ambos lados. Pensad que esta batalla entre los de la luz y los de las tinieblas es interminable. No tiene fin. Mientras más nos matáis más llegamos a combatir porque es fácil nuestro engendro. Además de fácil, es placentero. Algún día os convenceréis que es más agradable destruir que construir. Matar, que dar vida. Es menos costoso ensuciar que limpiar.

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Es por ello que os reto a un duelo, de una sola persona en cada bando. ¡Os invito a un torneo, a una justa de guerra sin barrera y el que gane, ganará la batalla! Hubo un silencio en ambos bandos. Luego un arcángel aceptó el reto en nombre de los seres luminosos y varios se presentaron como voluntarios. Pero el arcángel no eligió a uno de ellos y, al igual que en una obra de teatro cuando termina un acto, se baja el telón y después se descorre y aparece otro escenario en el acto siguiente, así sucedió esta vez en el sueño de la Bebita. Se encontró en un día luminoso. Era una mañana transparente. Corría una brisa llena de sol. Había una pradera rodeada de bosque y la Bebita estaba sentada en un palco bajo una gran tienda de lona multicolor de bandas amarillas, azules y rojas. Bajo el toldo estaban sentados también sus hermanos, sus simpáticos primos y primas, que no guardaban en absoluto silencio, sus padres y sus tíos. Todos pertenecían a la realeza. La abuela en el centro de esta gran familia portaba una corona de zafiros, tan azules como sus ojos. Estaba vestida de seda dorada y blanca. Al lado de ella estaban sus hijos y hermanos, todos duques y condes. De pronto sonaron unos clarines y en cada extremo de la cancha aparecieron dos caballeros. Uno blanco y otro negro, montados en recios corceles del mismo color que sus armaduras. El caballero de blanco portaba una lanza y también una espada, y su corcel albo estaba enjaezado con armaduras apropiadas para resistir una mortífera embestida. Un peto de hierro le cubría el pecho dejando descubierto el cuello, ya que éste, al agachar la cabeza el animal en la carrera, sería cubierto por la cara. Ésta estaba protegida por una máscara que iba

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de las orejas al hocico, dejando la visibilidad de los ojos. Las riendas caían casi verticales hacia la coraza del pecho y allí entraban a unos anillos del peto y luego se dirigían a las manos del jinete que estaban cubiertas por sendas manoplas hechas de piezas imbricadas. Junto con la lanza, que llevaba a su diestra, el jinete portaba en su brazo izquierdo un escudo redondo y su yelmo con la celada fija, solo dejó ver por la fisura de ella, unos brillantes ojos cuando el caballero se acercó al palio e hizo una venia saludando a la Reina. A María Cristina le pareció haber visto antes esos ojos pero no sabía ubicar a la persona. Pensó en su tío el duque Rodrigo, o su otro tío el Conde Fernando Augusto. Pero no. No podían pertenecer a ellos, porque estaban sentados al lado de la Reina. En el escudo y en su bandera, la heráldica estaba representada por un ave blanca con las alas extendidas en un fondo azul.*

En el otro extremo apareció el caballero negro que había actuado de retador. Los atuendos del caballo eran similares a los del caballo albo pero diferían en el color. El caballero negro portaba un yelmo similar a una torre y su celada exagerada hacia adelante le daba la apariencia de un hocico de hierro. Un penacho negro coronaba este casco y el escudo era rectangular; sobre él estaba pintada su heráldica, en fondo de oro una cabeza negra de lobo con las fauces abiertas y amenazantes.** En vez de espada, el caballero negro portaba una terrible maza que terminaba en tres cadenas en cuyos extremos bailaban bolas de hierro erizadasas con púas como gruesas garras. Después de saludar a la Reina, se retiraron a sus respectivos lugares y esperaron la señal en compañía de sus escuderos. La Reina alzó levemente la mano y sonaron los tambores.

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* En lenguaje heráldico: De azur un ave de plata con las alas extendidas.** En lenguaje heráldico: De oro una cabeza de lobo de sable.

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de las orejas al hocico, dejando la visibilidad de los ojos. Las riendas caían casi verticales hacia la coraza del pecho y allí entraban a unos anillos del peto y luego se dirigían a las manos del jinete que estaban cubiertas por sendas manoplas hechas de piezas imbricadas. Junto con la lanza, que llevaba a su diestra, el jinete portaba en su brazo izquierdo un escudo redondo y su yelmo con la celada fija, solo dejó ver por la fisura de ella, unos brillantes ojos cuando el caballero se acercó al palio e hizo una venia saludando a la Reina. A María Cristina le pareció haber visto antes esos ojos pero no sabía ubicar a la persona. Pensó en su tío el duque Rodrigo, o su otro tío el Conde Fernando Augusto. Pero no. No podían pertenecer a ellos, porque estaban sentados al lado de la Reina. En el escudo y en su bandera, la heráldica estaba representada por un ave blanca con las alas extendidas en un fondo azul.*

En el otro extremo apareció el caballero negro que había actuado de retador. Los atuendos del caballo eran similares a los del caballo albo pero diferían en el color. El caballero negro portaba un yelmo similar a una torre y su celada exagerada hacia adelante le daba la apariencia de un hocico de hierro. Un penacho negro coronaba este casco y el escudo era rectangular; sobre él estaba pintada su heráldica, en fondo de oro una cabeza negra de lobo con las fauces abiertas y amenazantes.** En vez de espada, el caballero negro portaba una terrible maza que terminaba en tres cadenas en cuyos extremos bailaban bolas de hierro erizadasas con púas como gruesas garras. Después de saludar a la Reina, se retiraron a sus respectivos lugares y esperaron la señal en compañía de sus escuderos. La Reina alzó levemente la mano y sonaron los tambores.

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* En lenguaje heráldico: De azur un ave de plata con las alas extendidas.** En lenguaje heráldico: De oro una cabeza de lobo de sable.

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Luego un clarín tocó una nota y cuando dejó de sonar partieron al galope los caballeros a encontrarse, la lanza en el ristre y el otro con la maza blandiéndola por encima de su cabeza.¡Fue una carga terrible! Ambos apuntaron con destreza por encima de los escudos quebrándose la lanza. El caballero negro casi inconsciente fue derribado de su caballo y el animal espantado se volvió trotando al lugar de donde había salido. El caballero negro no estaba del todo aturdido porque rápidamente se levantó del suelo, se puso de pie con las piernas abiertas, tomó su maza y esperó erguido a su contenedor. El caballero blanco fue asistido por su escudero quien tomó la lanza rota y ayudó a apearse del caballo al jinete, quien desenvainando su espada avanzó hacia su contenedor. Entonces vino una feroz lucha cuerpo a cuerpo entre dos infantes. Ambos se asestaban formidables golpes de espada y mazazos que hacían resonar las armaduras y escudos como si estuvieran golpeando un tonel o barril metálico con un martillo. La muchedumbre gritaba avivando a los contenedores. De pronto, el caballero blanco soltó el escudo que estaba totalmente abollado y tomando la espada con las dos manos se lanzó a dar mandobles que rebotaban en el casco y en el escudo de su enemigo. María Cristina estaba impresionada por la fortaleza de los luchadores ya que con tanta energía desplegada no demostraban signos de cansancio. Por otra parte, nunca había visto caballeros tan grandes y corpulentos que pudieran luchar a galope tendido soportando el tremendo peso de las mallas y armaduras de hierro. Los guerreros seguían combatiendo en el centro del campo y entonces súbitamente voló la espada del caballero blanco y fue a

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caer a pocos pasos de donde él estaba. Entonces el caballero negro dio un rugido que puso la piel de gallina a todos los presentes y se abalanzó con la maza en alto para ultimar a su enemigo desarmado. María Cristina estaba horrorizada y pensó en su cetro. Éste apareció en su mano derecha y sin vacilar apuntó hacia los combatientes. Cuando volaban las esferas erizadas de púas hacia el yelmo del caballero blanco, sucedió algo increíble. El caballero blanco con la espada devuelta a su mano, amortiguaba el golpe y al mismo tiempo le cortaba el antebrazo al guerrero negro. Éste dio un grito espantoso y cayó al suelo desvanecido de terror. Llegaron los escuderos del bando negro y tomaron en andas al caballero herido. Al frente de su tienda se oyeron grandes alaridos y gemidos lastimeros. Eran los partidarios del caballero negro que lloraban su derrota. Algunos demostraban su rabia y desesperación mordiendo a los que estaban más cerca, produciéndose así un gran desorden y alboroto imposible de apaciguar. Al caballero vencido lo llevaron en un lento andar cuatro de sus súbitos y otro portaba su brazo cortado. Iba con el pecho hacia el cielo y la cabeza colgando hacia atrás. De pronto se corrió la celada y María Cristina pudo ver su cara. Era el rostro de un lobo. Sus ojos semicerrados despedían un destello verde, su hocico cubierto de espuma dejaba ver sus afilados dientes, y su lengua, colgaba lacia, como la cola de una serpiente muerta. ¿Y el caballero blanco? Estaba siendo vitoreado por los suyos. Se aproximó al palco, saludó a la Reina con su espada y luego se arrodilló ante ella. María Cristina quería ver su rostro pero solamente pudo vislumbrar sus ojos. ¡Esos ojos! ¿Dónde los había visto? ¿A quién

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Luego un clarín tocó una nota y cuando dejó de sonar partieron al galope los caballeros a encontrarse, la lanza en el ristre y el otro con la maza blandiéndola por encima de su cabeza.¡Fue una carga terrible! Ambos apuntaron con destreza por encima de los escudos quebrándose la lanza. El caballero negro casi inconsciente fue derribado de su caballo y el animal espantado se volvió trotando al lugar de donde había salido. El caballero negro no estaba del todo aturdido porque rápidamente se levantó del suelo, se puso de pie con las piernas abiertas, tomó su maza y esperó erguido a su contenedor. El caballero blanco fue asistido por su escudero quien tomó la lanza rota y ayudó a apearse del caballo al jinete, quien desenvainando su espada avanzó hacia su contenedor. Entonces vino una feroz lucha cuerpo a cuerpo entre dos infantes. Ambos se asestaban formidables golpes de espada y mazazos que hacían resonar las armaduras y escudos como si estuvieran golpeando un tonel o barril metálico con un martillo. La muchedumbre gritaba avivando a los contenedores. De pronto, el caballero blanco soltó el escudo que estaba totalmente abollado y tomando la espada con las dos manos se lanzó a dar mandobles que rebotaban en el casco y en el escudo de su enemigo. María Cristina estaba impresionada por la fortaleza de los luchadores ya que con tanta energía desplegada no demostraban signos de cansancio. Por otra parte, nunca había visto caballeros tan grandes y corpulentos que pudieran luchar a galope tendido soportando el tremendo peso de las mallas y armaduras de hierro. Los guerreros seguían combatiendo en el centro del campo y entonces súbitamente voló la espada del caballero blanco y fue a

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caer a pocos pasos de donde él estaba. Entonces el caballero negro dio un rugido que puso la piel de gallina a todos los presentes y se abalanzó con la maza en alto para ultimar a su enemigo desarmado. María Cristina estaba horrorizada y pensó en su cetro. Éste apareció en su mano derecha y sin vacilar apuntó hacia los combatientes. Cuando volaban las esferas erizadas de púas hacia el yelmo del caballero blanco, sucedió algo increíble. El caballero blanco con la espada devuelta a su mano, amortiguaba el golpe y al mismo tiempo le cortaba el antebrazo al guerrero negro. Éste dio un grito espantoso y cayó al suelo desvanecido de terror. Llegaron los escuderos del bando negro y tomaron en andas al caballero herido. Al frente de su tienda se oyeron grandes alaridos y gemidos lastimeros. Eran los partidarios del caballero negro que lloraban su derrota. Algunos demostraban su rabia y desesperación mordiendo a los que estaban más cerca, produciéndose así un gran desorden y alboroto imposible de apaciguar. Al caballero vencido lo llevaron en un lento andar cuatro de sus súbitos y otro portaba su brazo cortado. Iba con el pecho hacia el cielo y la cabeza colgando hacia atrás. De pronto se corrió la celada y María Cristina pudo ver su cara. Era el rostro de un lobo. Sus ojos semicerrados despedían un destello verde, su hocico cubierto de espuma dejaba ver sus afilados dientes, y su lengua, colgaba lacia, como la cola de una serpiente muerta. ¿Y el caballero blanco? Estaba siendo vitoreado por los suyos. Se aproximó al palco, saludó a la Reina con su espada y luego se arrodilló ante ella. María Cristina quería ver su rostro pero solamente pudo vislumbrar sus ojos. ¡Esos ojos! ¿Dónde los había visto? ¿A quién

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pertenecían? Se dijo a sí misma: Si no estuviera soñando no podría quedarme dormida pensando toda la noche en este enigma. Pero no era de noche; era de día. Era hora de despertarse e ir a clases.

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SUEÑO VII

LA CIUDAD DE CRISTAL

oñó que volaba en una noche, sobre un mundo que no era el planeta Tierra. Los valles eran áridos, sin mar ni bosques. La noche era negra y el horizonte brumoso, como una gran niebla gris extendida sobre todo el planeta. Tenía doce años de edad y flotaba en este espacio como una pequeña mariposa, pero a ratos, sus alas planeaban permaneciendo inmóviles por largo tiempo y luego daban un corto aleteo para mantenerse a una misma altura. Otras veces volaba como una gaviota y subía muy alto para luego volver a planear y descender lentamente. A lo lejos, perdida entre la niebla divisó una luminosidad y voló hacia ella. A medida que acortaba la distancia entre su vuelo y la luz, iba descubriendo nuevas formas que se perfilaban cada vez mejor. Sí, era una gran ciudad formada por numerosas torres, altísimas, al parecer hechas de cristal. No había ventanas, porque las paredes eran transparentes y las habitaciones plenamente visibles desde afuera. Todos los edificios despedían luz, como si el conjunto fuera una grandiosa lámpara de lágrimas suspendida en la niebla. María Cristina estaba fascinada con esta visión y aleteaba rápidamente para mantenerse inmóvil en el espacio y poder admirar la espléndida escena.

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pertenecían? Se dijo a sí misma: Si no estuviera soñando no podría quedarme dormida pensando toda la noche en este enigma. Pero no era de noche; era de día. Era hora de despertarse e ir a clases.

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SUEÑO VII

LA CIUDAD DE CRISTAL

oñó que volaba en una noche, sobre un mundo que no era el planeta Tierra. Los valles eran áridos, sin mar ni bosques. La noche era negra y el horizonte brumoso, como una gran niebla gris extendida sobre todo el planeta. Tenía doce años de edad y flotaba en este espacio como una pequeña mariposa, pero a ratos, sus alas planeaban permaneciendo inmóviles por largo tiempo y luego daban un corto aleteo para mantenerse a una misma altura. Otras veces volaba como una gaviota y subía muy alto para luego volver a planear y descender lentamente. A lo lejos, perdida entre la niebla divisó una luminosidad y voló hacia ella. A medida que acortaba la distancia entre su vuelo y la luz, iba descubriendo nuevas formas que se perfilaban cada vez mejor. Sí, era una gran ciudad formada por numerosas torres, altísimas, al parecer hechas de cristal. No había ventanas, porque las paredes eran transparentes y las habitaciones plenamente visibles desde afuera. Todos los edificios despedían luz, como si el conjunto fuera una grandiosa lámpara de lágrimas suspendida en la niebla. María Cristina estaba fascinada con esta visión y aleteaba rápidamente para mantenerse inmóvil en el espacio y poder admirar la espléndida escena.

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Cada edificio era como una botella larguísima de cristal, con un cuello o torre en su extremo superior. Entre el cuello y el cuerpo rectangular había dos o tres dilataciones, similares a bóvedas superpuestas. La niña pudo observar cómodamente quienes habitaban el interior de estos edificios. Allí estaba una mamá bañando a su bebé en una tina. Más allá, dos ancianos jugaban a los naipes. En otro piso, un hombre adulto trabajaba en su escritorio. A lo lejos se divisaba una muchacha y un joven que se estaban besando. En otro piso estaban celebrando un cumpleaños y se veían numerosos niños que corrían de una habitación a otra. María Cristina no podía dar crédito a sus ojos. El espectáculo era maravilloso. Estaba observando a miles y miles de personas en su diario vivir a través de las paredes transparentes de estos edificios luminosos, y más asombroso aún era que los habitantes de esta linda ciudad ¡también eran transparentes! Cuando la niña se acercó más y voló entre los edificios, pudo ver con toda nitidez cómo palpitaban sus corazones y respiraban sus pulmones. Se veía perfectamente bien lo que habían comido o bebido y sus cerebros emitían suaves ondas de luz con cada pensamiento. Se veía cómo latían las arterias de sus brazos y piernas, sin embargo no se veían como esqueletos porque sus huesos eran también transparentes, como el cristal. La luz que emitían sus pensamientos contribuía a la luminosidad de toda la ciudad que brillaba como un farol. Se podía observar pensamientos de todos los colores. Los había amarillos, rosados, blancos, dorados, celestes, de color naranjado y uno que otro rojo por allí, pero ninguno negro, ni gris, ni marrón o violeta. ¡Qué placentero era observar esta inmensa mezcla de colores

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tan armoniosos y alegres! Cuando María Cristina iba volando sobre las calles, donde transitaban muchos ciudadanos, uno de ellos la divisó, indicó con el dedo y todos levantaron el rostro y la descubrieron. Vino un destello general de colores donde predominaba el verde oscuro. Al parecer estaban asombrados de lo que veían y tenían miedo. La Bebita perdió altura por la emoción y sin querer aterrizó entre ellos dándose un divertido porrazo. Entonces ella los miró asustada y todos se echaron a reír emitiendo una difusa luz color rosa. -Al principio te tuvimos miedo-le dijeron telepáticamente -porque no comprendíamos tu idioma. No emitías color alguno. -Qué extraños y hermosos son ustedes -les dijo la niña- especialmente los colores que irradian sus cabezas. ¿Cómo se llaman? ¿En qué país estoy? -Habéis aterrizado en la Ciudad de Cristal, en el país de los francos -dijeron unos ancianos-. Nos llamamos así porque nuestros cuerpos son tan transparentes como nuestros pensamientos. -¿Entonces no pueden mentir? ¿No conocen la hipocresía?-preguntó la niña. -¡Qué es eso? -respondieron a coro. ¿De qué nos hablas? ¡No te entendemos! ¡Hipocresía! ¿Es una mujer? ¡Mentir! ¿Es un verbo? ¿Qué significa? -No vale la pena saberlo- dijo la niña y se echó a reír. Al verla reír con tanta alegría, ellos también se pusieron a reír hasta que les salieron lágrimas de todos colores. -¡Qué lindos y buenos son ustedes!-exclamó María Cristina y besó a los más cercanos. Me recuerdan a los niños de mi país, a mi hermanita Camila, que siempre dice la verdad.

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Cada edificio era como una botella larguísima de cristal, con un cuello o torre en su extremo superior. Entre el cuello y el cuerpo rectangular había dos o tres dilataciones, similares a bóvedas superpuestas. La niña pudo observar cómodamente quienes habitaban el interior de estos edificios. Allí estaba una mamá bañando a su bebé en una tina. Más allá, dos ancianos jugaban a los naipes. En otro piso, un hombre adulto trabajaba en su escritorio. A lo lejos se divisaba una muchacha y un joven que se estaban besando. En otro piso estaban celebrando un cumpleaños y se veían numerosos niños que corrían de una habitación a otra. María Cristina no podía dar crédito a sus ojos. El espectáculo era maravilloso. Estaba observando a miles y miles de personas en su diario vivir a través de las paredes transparentes de estos edificios luminosos, y más asombroso aún era que los habitantes de esta linda ciudad ¡también eran transparentes! Cuando la niña se acercó más y voló entre los edificios, pudo ver con toda nitidez cómo palpitaban sus corazones y respiraban sus pulmones. Se veía perfectamente bien lo que habían comido o bebido y sus cerebros emitían suaves ondas de luz con cada pensamiento. Se veía cómo latían las arterias de sus brazos y piernas, sin embargo no se veían como esqueletos porque sus huesos eran también transparentes, como el cristal. La luz que emitían sus pensamientos contribuía a la luminosidad de toda la ciudad que brillaba como un farol. Se podía observar pensamientos de todos los colores. Los había amarillos, rosados, blancos, dorados, celestes, de color naranjado y uno que otro rojo por allí, pero ninguno negro, ni gris, ni marrón o violeta. ¡Qué placentero era observar esta inmensa mezcla de colores

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tan armoniosos y alegres! Cuando María Cristina iba volando sobre las calles, donde transitaban muchos ciudadanos, uno de ellos la divisó, indicó con el dedo y todos levantaron el rostro y la descubrieron. Vino un destello general de colores donde predominaba el verde oscuro. Al parecer estaban asombrados de lo que veían y tenían miedo. La Bebita perdió altura por la emoción y sin querer aterrizó entre ellos dándose un divertido porrazo. Entonces ella los miró asustada y todos se echaron a reír emitiendo una difusa luz color rosa. -Al principio te tuvimos miedo-le dijeron telepáticamente -porque no comprendíamos tu idioma. No emitías color alguno. -Qué extraños y hermosos son ustedes -les dijo la niña- especialmente los colores que irradian sus cabezas. ¿Cómo se llaman? ¿En qué país estoy? -Habéis aterrizado en la Ciudad de Cristal, en el país de los francos -dijeron unos ancianos-. Nos llamamos así porque nuestros cuerpos son tan transparentes como nuestros pensamientos. -¿Entonces no pueden mentir? ¿No conocen la hipocresía?-preguntó la niña. -¡Qué es eso? -respondieron a coro. ¿De qué nos hablas? ¡No te entendemos! ¡Hipocresía! ¿Es una mujer? ¡Mentir! ¿Es un verbo? ¿Qué significa? -No vale la pena saberlo- dijo la niña y se echó a reír. Al verla reír con tanta alegría, ellos también se pusieron a reír hasta que les salieron lágrimas de todos colores. -¡Qué lindos y buenos son ustedes!-exclamó María Cristina y besó a los más cercanos. Me recuerdan a los niños de mi país, a mi hermanita Camila, que siempre dice la verdad.

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-¡Pero es lo único que se dice!- respondieron todos a coro y sus pensamientos emitieron un maravilloso color celeste. -¡Qué seres más hermosos!, pensó María Cristina. Tanto sus cuerpos como sus pensamientos son transparentes. Qué bello es vivir aquí donde no hay mentira ni falsedad. En ese pensamiento estaba, cuando la luminosidad se hizo más intensa. Era mamá que había abierto las cortinas del dormitorio y le traía el desayuno. -Despierta niña floja. ¿Hasta cuándo vas a dormir? ¿Sabes qué hora es? Las once de la mañana. Ese día era feriado. -Mamá. Soñé con la Ciudad de Cristal y el país de los francos. -¿Qué? ¿De los francos? ¿Acaso son franceses? -No mamá. Son hombrecitos sinceros cuyos cuerpos son transparentes y sus pensamientos emiten colores bellísimos. -¡Qué sueños tienes hija mía! Vamos. Aquí está el desayuno. Y dándole un beso salió de la habitación.

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SUEÑO VIII

EL VUELO DEL CHERCAN

ste sueño es sueño diurno, porque María Cristina estaba en el jardín de la casa de la abuela. Era primavera, y la joven, en traje de baño, reposaba tendida en una silla de playa tostándose al tibio sol de la mañana. Su mamá y la abuela conversaban de tejidos a palillo, y sus hermanos Consuelo y José Miguel se estaban bañando en la piscina. El ambiente era tan agradable y acogedor que se puso a dormitar y de pronto se quedó dormida, pero a pesar de ello seguía escuchando el trinar de los pajarillos en el jardín. Oía el canto de un zorzal y el de un chincol. Cerca de ella gorjeaba un chercán. De improviso, María Cristina se salió de su cuerpo y cayó en el césped, de pie, transformada en una pequeñísima niña. El pasto se veía alrededor de ella, verde y tieso, como gigantescas espadas y las baldosas eran ahora enormes plataformas de cemento. Las ramas de los altísimos árboles terminaban en inmensas flores. Pero no eran árboles sino las plantas del jardín de la abuela. ¡Qué inmenso y hermoso, lleno de colorido, e invadido por diversos perfumes, estaba ahora el jardín de la abuela! De pronto se oyó un presuroso revolotear, apareció el chercán y se posó al lado de la niña. El chercán se veía inmenso pero no le inspiraba temor a María Cristina porque el pajarito la miraba con gran ternura. -Vi cómo salías de tu cuerpo que duerme en la silla de playa -le dijo el chercán- y la curiosidad me ha obligado a observarte de cerca.

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-¡Pero es lo único que se dice!- respondieron todos a coro y sus pensamientos emitieron un maravilloso color celeste. -¡Qué seres más hermosos!, pensó María Cristina. Tanto sus cuerpos como sus pensamientos son transparentes. Qué bello es vivir aquí donde no hay mentira ni falsedad. En ese pensamiento estaba, cuando la luminosidad se hizo más intensa. Era mamá que había abierto las cortinas del dormitorio y le traía el desayuno. -Despierta niña floja. ¿Hasta cuándo vas a dormir? ¿Sabes qué hora es? Las once de la mañana. Ese día era feriado. -Mamá. Soñé con la Ciudad de Cristal y el país de los francos. -¿Qué? ¿De los francos? ¿Acaso son franceses? -No mamá. Son hombrecitos sinceros cuyos cuerpos son transparentes y sus pensamientos emiten colores bellísimos. -¡Qué sueños tienes hija mía! Vamos. Aquí está el desayuno. Y dándole un beso salió de la habitación.

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EL VUELO DEL CHERCAN

ste sueño es sueño diurno, porque María Cristina estaba en el jardín de la casa de la abuela. Era primavera, y la joven, en traje de baño, reposaba tendida en una silla de playa tostándose al tibio sol de la mañana. Su mamá y la abuela conversaban de tejidos a palillo, y sus hermanos Consuelo y José Miguel se estaban bañando en la piscina. El ambiente era tan agradable y acogedor que se puso a dormitar y de pronto se quedó dormida, pero a pesar de ello seguía escuchando el trinar de los pajarillos en el jardín. Oía el canto de un zorzal y el de un chincol. Cerca de ella gorjeaba un chercán. De improviso, María Cristina se salió de su cuerpo y cayó en el césped, de pie, transformada en una pequeñísima niña. El pasto se veía alrededor de ella, verde y tieso, como gigantescas espadas y las baldosas eran ahora enormes plataformas de cemento. Las ramas de los altísimos árboles terminaban en inmensas flores. Pero no eran árboles sino las plantas del jardín de la abuela. ¡Qué inmenso y hermoso, lleno de colorido, e invadido por diversos perfumes, estaba ahora el jardín de la abuela! De pronto se oyó un presuroso revolotear, apareció el chercán y se posó al lado de la niña. El chercán se veía inmenso pero no le inspiraba temor a María Cristina porque el pajarito la miraba con gran ternura. -Vi cómo salías de tu cuerpo que duerme en la silla de playa -le dijo el chercán- y la curiosidad me ha obligado a observarte de cerca.

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¡Qué linda eres! -Muchas gracias- respondió la Bebita, sonrojándose ante el cumplido del chercán.- Tú también eres muy guapo. -Te invito a que visites mi casa -dijo el chercán. Es un nido que está escondido en el abeto azul. Desde arriba observo todo lo que pasa en el jardín. A tu abuelo no lo he visto llegar más. Todos los días, después de mediodía, abría la puerta de calle y su perro regalón lo iba a saludar. Llegaba cansado. ¿Era médico, no?Se enojaba mucho cuando Duende, su perro, perseguía los pajarillos recién salidos del nido. ¡Pobrecillos! Apenas sabían volar y algunos morían pisoteados por el malvado perro. Menos mal que mis hijos nunca estuvieron en peligro. Pero no hablemos de cosas malas y feas. ¡Vamos a visitar a mi familia! ¡Súbete a mi lomo y te mostraré a mi hijo recién nacido! Diciendo esto, papá chercán abrió las alas y se inclinó haciendo una venia, apoyando el cuerpo sobre el suelo y la Bebita se montó en él y se abrazó a su cuello. -¡Allá vamos!- gorjeó el chercán con su voz ronca, y alzó el vuelo hacia el abeto azul. Fue un rapidísimo viaje que duró algunos segundos pero a la Bebita le pareció mucho más largo y ¡delicioso! Llegaron al abeto, y el chercán, con un pequeño salto y un corto vuelo se posó en el borde del nido. Éste era primoroso. Estaba suspendido en el aire sobre una rama que se bifurcaba en “y” griega. Su base estaba hecha de ramas secas, algo gruesas y el hoyo donde estaba echada la señora chercana estaba adornado con finísimas ramas, hebras, plumas y crines tan primorosamente dispuestos que daban un aspecto de gran suavidad y belleza. -Se llama Bebita- dijo papá chercán a mamá chercana- y es el

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espíritu de una flor del jardín de la abuela. Es muy linda ¿verdad señora chercana? -Es muy bonita- respondió mamá chercana. Estamos orgullosos de tu visita. -Te mostraré a mi hijo recién nacido. Diciendo esto, mamá chercana se levantó del nido y la niña observó un huevo blanco con pintitas de color café como si lo hubieran salpicado con pimienta, y al lado de éste, estaba el pajarillo más feo que jamás había visto. Estaba totalmente pelado y su piel era rosada. Sus grandes ojos estaban cerrados y su pico amarillo, al abrirlo, no dejaba ver su cara. En realidad, bebé chercán era una gran boca abierta con un pequeño impermeable rosado. -Es bellísimo, ¿verdad?, exclamó mamá chercana mirándolo con ternura. La Bebita se acordó de la Ciudad de Cristal y sus habitantes transparentes que no mentían y pensó que no debía mentir. -Es tan feo como un niño humano recién nacido -respondió- pero ustedes lo encuentran muy hermoso. -¡Así es! Contestaron al unísono los chercanes. Después, el chercán papá besó a su hijo en la boca y regurgitó comida para alimentarlo. -He oído algunos golpecitos en el huevo- dijo mamá chercana. Presiento que el nacimiento de un segundo hijo será pronto. Supongo que vendrás a visitarnos cuando sea nuevamente mamá en estos días. -Por cierto- dijo María Cristina. Ahora tengo que despedirme porque luego voy a despertar y no me gustaría encontrarme aquí a tan gran altura. ¡Adiós! -¡Adiós! Le dijo mamá chercana. Vuelve pronto, ¡te

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¡Qué linda eres! -Muchas gracias- respondió la Bebita, sonrojándose ante el cumplido del chercán.- Tú también eres muy guapo. -Te invito a que visites mi casa -dijo el chercán. Es un nido que está escondido en el abeto azul. Desde arriba observo todo lo que pasa en el jardín. A tu abuelo no lo he visto llegar más. Todos los días, después de mediodía, abría la puerta de calle y su perro regalón lo iba a saludar. Llegaba cansado. ¿Era médico, no?Se enojaba mucho cuando Duende, su perro, perseguía los pajarillos recién salidos del nido. ¡Pobrecillos! Apenas sabían volar y algunos morían pisoteados por el malvado perro. Menos mal que mis hijos nunca estuvieron en peligro. Pero no hablemos de cosas malas y feas. ¡Vamos a visitar a mi familia! ¡Súbete a mi lomo y te mostraré a mi hijo recién nacido! Diciendo esto, papá chercán abrió las alas y se inclinó haciendo una venia, apoyando el cuerpo sobre el suelo y la Bebita se montó en él y se abrazó a su cuello. -¡Allá vamos!- gorjeó el chercán con su voz ronca, y alzó el vuelo hacia el abeto azul. Fue un rapidísimo viaje que duró algunos segundos pero a la Bebita le pareció mucho más largo y ¡delicioso! Llegaron al abeto, y el chercán, con un pequeño salto y un corto vuelo se posó en el borde del nido. Éste era primoroso. Estaba suspendido en el aire sobre una rama que se bifurcaba en “y” griega. Su base estaba hecha de ramas secas, algo gruesas y el hoyo donde estaba echada la señora chercana estaba adornado con finísimas ramas, hebras, plumas y crines tan primorosamente dispuestos que daban un aspecto de gran suavidad y belleza. -Se llama Bebita- dijo papá chercán a mamá chercana- y es el

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espíritu de una flor del jardín de la abuela. Es muy linda ¿verdad señora chercana? -Es muy bonita- respondió mamá chercana. Estamos orgullosos de tu visita. -Te mostraré a mi hijo recién nacido. Diciendo esto, mamá chercana se levantó del nido y la niña observó un huevo blanco con pintitas de color café como si lo hubieran salpicado con pimienta, y al lado de éste, estaba el pajarillo más feo que jamás había visto. Estaba totalmente pelado y su piel era rosada. Sus grandes ojos estaban cerrados y su pico amarillo, al abrirlo, no dejaba ver su cara. En realidad, bebé chercán era una gran boca abierta con un pequeño impermeable rosado. -Es bellísimo, ¿verdad?, exclamó mamá chercana mirándolo con ternura. La Bebita se acordó de la Ciudad de Cristal y sus habitantes transparentes que no mentían y pensó que no debía mentir. -Es tan feo como un niño humano recién nacido -respondió- pero ustedes lo encuentran muy hermoso. -¡Así es! Contestaron al unísono los chercanes. Después, el chercán papá besó a su hijo en la boca y regurgitó comida para alimentarlo. -He oído algunos golpecitos en el huevo- dijo mamá chercana. Presiento que el nacimiento de un segundo hijo será pronto. Supongo que vendrás a visitarnos cuando sea nuevamente mamá en estos días. -Por cierto- dijo María Cristina. Ahora tengo que despedirme porque luego voy a despertar y no me gustaría encontrarme aquí a tan gran altura. ¡Adiós! -¡Adiós! Le dijo mamá chercana. Vuelve pronto, ¡te

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esperaremos! La niña se subió al lomo de papá chercán y regresó al jardín. El chercán retornó a su nido y la Bebita se encontró bajo un frondoso bosque de plantas con enormes y lindas flores de todos los colores que puedas imaginar. ¡Cómo brillaba el Sol! Los insectos zumbaban por encima de estos inmensos quitasoles que miraban al cielo. De pronto la niña se vio rodeada de hermosos niños y niñas que salían de detrás de los tupidos tallos y las gigantescas hojas. Venían silenciosamente y en puntillas haciendo cómicos pasos como si estuvieran danzando. De sus espaldas salían cuatro transparentes alas y dos finas antenas adornaban la frente. Su alegría era contagiosa y sus ojos oblicuos sonreían tan dulcemente como el néctar de las flores. El color del iris de sus ojos y sus vestidos era similar a las flores de donde venían y causaba una agradable emoción el ver tantos ojos amarillos, azules, rojos, marrón oscuro y blancos. Se acercaron a la niña y la rodearon. -¿Eres uno de los nuestros? -le preguntaron. -No- dijo María Cristina. Lo que pasa, es que estoy soñando y salí de mi cuerpo. Está allá. Es esa joven que duerme en la silla de lona. -¡Ah!- exclamaron los elfos; tu flor debe ser muy grande. ¿Acaso eres un girasol? -¡No!- rió la Bebita. Soy un ser humano y vivo en una casa como la de la abuela. -¡Oh! ¡Un ser humano! -exclamaron todos. ¡Eres una enanita!, y empezaron a bailar y a cantar:

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esperaremos! La niña se subió al lomo de papá chercán y regresó al jardín. El chercán retornó a su nido y la Bebita se encontró bajo un frondoso bosque de plantas con enormes y lindas flores de todos los colores que puedas imaginar. ¡Cómo brillaba el Sol! Los insectos zumbaban por encima de estos inmensos quitasoles que miraban al cielo. De pronto la niña se vio rodeada de hermosos niños y niñas que salían de detrás de los tupidos tallos y las gigantescas hojas. Venían silenciosamente y en puntillas haciendo cómicos pasos como si estuvieran danzando. De sus espaldas salían cuatro transparentes alas y dos finas antenas adornaban la frente. Su alegría era contagiosa y sus ojos oblicuos sonreían tan dulcemente como el néctar de las flores. El color del iris de sus ojos y sus vestidos era similar a las flores de donde venían y causaba una agradable emoción el ver tantos ojos amarillos, azules, rojos, marrón oscuro y blancos. Se acercaron a la niña y la rodearon. -¿Eres uno de los nuestros? -le preguntaron. -No- dijo María Cristina. Lo que pasa, es que estoy soñando y salí de mi cuerpo. Está allá. Es esa joven que duerme en la silla de lona. -¡Ah!- exclamaron los elfos; tu flor debe ser muy grande. ¿Acaso eres un girasol? -¡No!- rió la Bebita. Soy un ser humano y vivo en una casa como la de la abuela. -¡Oh! ¡Un ser humano! -exclamaron todos. ¡Eres una enanita!, y empezaron a bailar y a cantar:

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Eres una enanaNana nana nanaY eres muy bonita

Nita nita nitaNiña enana hermosa¡nata nita nanaaa!Eres más chiquita,

¡que una mariposa!

Y se pusieron a reír. De pronto se oyó un maullido y la danza cesó de inmediato. -La fiesta ha terminado- dijeron con temor. El gato se aproxima y nos confunde con lagartijas e insectos. ¡Adiós Bebita!, y se escaparon por entre la espesura de las plantas. La niña se quedó sola y asustada. El gato apareció de repente y la miró con sus grandes ojos amarillos. Movía la punta de la cola para un lado y otro y se preparó para saltar. Pero la pequeña niña había saltado antes por encima de él y se dirigió al cuerpo de María Cristina que despertó sorprendida. El gato ronroneaba y se estaba restregando hipócritamente en el palo de la silla de playa. Sentía un rotundo fracaso. Consuelo y José Miguel se habían salido en esos momentos de la piscina y corrían hacia donde estaba la mamá y la abuela. Entonces el gato, asustado, echó a correr, se subió a la muralla del vecino y saltó al otro lado.

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SUEÑO IX

LA FUENTE DE LOS PECES

aría Cristina se acercó a la orilla de la fuente, sacó de un tarro de alimentos para peces un puñado de trociscos y los tiró a la superficie del agua. Muy pronto aparecieron debajo de la hojas flotantes de los nenúfares y detrás de los tallos de totora, papiro y otras plantas semiacuáticas, numerosos peces rojos y de otros colores. Lucían una doble cola como un largo velo de novia. Algunos tenían los ojos saltones. Eran los peces telescopios. El colorido de estos peces era caprichoso, pues, además de predominar el rojo, había peces blancos, overos, negros y rosados con primorosas manchitas negras. También lucían manchas de colores naranjados y azulosos que semejaban porcelanas o finos encajes. Se aproximaron nadando costosamente, debido a sus largas y ondulantes colas y empezaron a comer los trociscos. María Cristina recordaba que, cuando era muy pequeñita, se había caído al agua en esa fuente. No memorizaba con detalles el trágico suceso que fue muy desagradable. Más bien terrorífico, y de pronto sin saber cómo, estaba en un instante en los brazos de su abuelo, llorando a más no poder y con su vestido chorreando agua. Sí, se acordaba, cuando el abuelo le silbaba a los peces y éstos venían igual que ahora para recibir su alimento. Pensó que el abuelo podría estar invisible al lado suyo, silbándole a sus queridos pececillos.

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Eres una enanaNana nana nanaY eres muy bonita

Nita nita nitaNiña enana hermosa¡nata nita nanaaa!Eres más chiquita,

¡que una mariposa!

Y se pusieron a reír. De pronto se oyó un maullido y la danza cesó de inmediato. -La fiesta ha terminado- dijeron con temor. El gato se aproxima y nos confunde con lagartijas e insectos. ¡Adiós Bebita!, y se escaparon por entre la espesura de las plantas. La niña se quedó sola y asustada. El gato apareció de repente y la miró con sus grandes ojos amarillos. Movía la punta de la cola para un lado y otro y se preparó para saltar. Pero la pequeña niña había saltado antes por encima de él y se dirigió al cuerpo de María Cristina que despertó sorprendida. El gato ronroneaba y se estaba restregando hipócritamente en el palo de la silla de playa. Sentía un rotundo fracaso. Consuelo y José Miguel se habían salido en esos momentos de la piscina y corrían hacia donde estaba la mamá y la abuela. Entonces el gato, asustado, echó a correr, se subió a la muralla del vecino y saltó al otro lado.

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SUEÑO IX

LA FUENTE DE LOS PECES

aría Cristina se acercó a la orilla de la fuente, sacó de un tarro de alimentos para peces un puñado de trociscos y los tiró a la superficie del agua. Muy pronto aparecieron debajo de la hojas flotantes de los nenúfares y detrás de los tallos de totora, papiro y otras plantas semiacuáticas, numerosos peces rojos y de otros colores. Lucían una doble cola como un largo velo de novia. Algunos tenían los ojos saltones. Eran los peces telescopios. El colorido de estos peces era caprichoso, pues, además de predominar el rojo, había peces blancos, overos, negros y rosados con primorosas manchitas negras. También lucían manchas de colores naranjados y azulosos que semejaban porcelanas o finos encajes. Se aproximaron nadando costosamente, debido a sus largas y ondulantes colas y empezaron a comer los trociscos. María Cristina recordaba que, cuando era muy pequeñita, se había caído al agua en esa fuente. No memorizaba con detalles el trágico suceso que fue muy desagradable. Más bien terrorífico, y de pronto sin saber cómo, estaba en un instante en los brazos de su abuelo, llorando a más no poder y con su vestido chorreando agua. Sí, se acordaba, cuando el abuelo le silbaba a los peces y éstos venían igual que ahora para recibir su alimento. Pensó que el abuelo podría estar invisible al lado suyo, silbándole a sus queridos pececillos.

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Pero no, no había nadie. -¿Qué será de él? ¿Me estará mirando desde allá arriba? El cielo azul se reflejaba en la fuente y esto transmitía una gran calma y bienestar espiritual. Entonces la Bebita empezó a soñar. No era necesario dormirse para soñar en la orilla de la fuente. Sus sueños habían evolucionado tanto que podían nacer allí mismo. Su espíritu descendió y conversó con los peces. -Estamos muy tristes -le dijeron- porque el abuelo se ha ido. Nos acompañó en nuestro diario paseo hacia el templo del Gran Mandarín. Después siguió hacia el mar sin fronteras… -¿Dónde queda todo eso?- pregunto la Bebita. -Acompañanos- respondieron los peces. Es hora de dar nuestro acostumbrado paseo hacia ese lugar. La niña flotó por la superficie del agua y luego se zambulló sin dejar de sentir un poco de miedo. Pero el aire y el agua era igual cosa para ella en ese estado especial de sueño despierto. Era un estado de ensoñación, una ensoñación acuática, muy propia de algunos poetas chinos de la Antigüedad. Nadó con los peces debajo de las flotantes hojas de nenúfares. Las escasas flores amarillas, blancas y rosadas de los nenúfares le dieron la bienvenida desde la superficie, con un saludo perfecto, como eran ellas. Los peces avanzaban lentamente moviendo sus largas colas con dificultad por las oscuras aguas de la fuente. Ésta se prolongaba mucho más de lo que la niña estaba habituada a ver desde la orilla. ¿Sería porque ahora observaba todo tan de cerca? No. Sobre la fuente, sombríos y tortuosos árboles crecían desde la orilla y las aguas tranquilas e inmóviles se prolongaban más allá hasta un recodo que se divisaba al final. Después de éste, la

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procesión de peces y la niña siguieron por una vasta laguna silenciosa. En el centro había una isla. La laguna estaba rodeada en parte por un bosque. En los claros había lindos jardines con exóticas flores muy bien cuidadas. Más allá, se dividaban verdes y extensas praderas. Todo aquello era muy hermoso y daba una sensación indescriptible de un gran bienestar espiritual. En el centro de la isla había una pequeña pagoda con seis pisos y sus techos superpuestos. De cada uno de sus aleros colgaban cientos de campanillas de cobre, bronce, plata, oro y platino. Éstas, al entrar en movimiento por la suave brisa que venía por encima de los prados, se ponían a tañer en forma tan armoniosa que daba un gran goce y tranquilidad del alma. ¡Y los bellísimos jardines! Tan bien cuidados. -¡Qué hermoso templo! -exclamó la niña. ¿Alguien vive allí? -En él habita nuestro Gran Mandarín rodeado de sus cortesanos, los espíritus de este mundo -respondieron los peces. Son seis hermanos, más bien tres pares de genios. -¿Cómo se llaman? -preguntó la Bebita. -Sus nombres son: Felicidad y Alegría, Imaginación y Fantasía, Paz y Tranquilidad. Ellos sirven al Mandarín y cuidan de todo lo que tú ves y te rodea. Están por encima de los espíritus del bosque, ordenan a los espíritus de las flores y a los del agua; a los de las rocas y del aire. Porque has de saber querida niña que en este mundo cada cosa tiene su espíritu y se manifiestan todos entre sí en una perfecta armonía. Esta armonía te hace sentir, y eres en estos momentos, parte de un todo, al igual que nosotros somos aquí. -¿Y el Mandarín? -preguntó la niña. ¿Es un personaje que gobierna este lugar?

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Pero no, no había nadie. -¿Qué será de él? ¿Me estará mirando desde allá arriba? El cielo azul se reflejaba en la fuente y esto transmitía una gran calma y bienestar espiritual. Entonces la Bebita empezó a soñar. No era necesario dormirse para soñar en la orilla de la fuente. Sus sueños habían evolucionado tanto que podían nacer allí mismo. Su espíritu descendió y conversó con los peces. -Estamos muy tristes -le dijeron- porque el abuelo se ha ido. Nos acompañó en nuestro diario paseo hacia el templo del Gran Mandarín. Después siguió hacia el mar sin fronteras… -¿Dónde queda todo eso?- pregunto la Bebita. -Acompañanos- respondieron los peces. Es hora de dar nuestro acostumbrado paseo hacia ese lugar. La niña flotó por la superficie del agua y luego se zambulló sin dejar de sentir un poco de miedo. Pero el aire y el agua era igual cosa para ella en ese estado especial de sueño despierto. Era un estado de ensoñación, una ensoñación acuática, muy propia de algunos poetas chinos de la Antigüedad. Nadó con los peces debajo de las flotantes hojas de nenúfares. Las escasas flores amarillas, blancas y rosadas de los nenúfares le dieron la bienvenida desde la superficie, con un saludo perfecto, como eran ellas. Los peces avanzaban lentamente moviendo sus largas colas con dificultad por las oscuras aguas de la fuente. Ésta se prolongaba mucho más de lo que la niña estaba habituada a ver desde la orilla. ¿Sería porque ahora observaba todo tan de cerca? No. Sobre la fuente, sombríos y tortuosos árboles crecían desde la orilla y las aguas tranquilas e inmóviles se prolongaban más allá hasta un recodo que se divisaba al final. Después de éste, la

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procesión de peces y la niña siguieron por una vasta laguna silenciosa. En el centro había una isla. La laguna estaba rodeada en parte por un bosque. En los claros había lindos jardines con exóticas flores muy bien cuidadas. Más allá, se dividaban verdes y extensas praderas. Todo aquello era muy hermoso y daba una sensación indescriptible de un gran bienestar espiritual. En el centro de la isla había una pequeña pagoda con seis pisos y sus techos superpuestos. De cada uno de sus aleros colgaban cientos de campanillas de cobre, bronce, plata, oro y platino. Éstas, al entrar en movimiento por la suave brisa que venía por encima de los prados, se ponían a tañer en forma tan armoniosa que daba un gran goce y tranquilidad del alma. ¡Y los bellísimos jardines! Tan bien cuidados. -¡Qué hermoso templo! -exclamó la niña. ¿Alguien vive allí? -En él habita nuestro Gran Mandarín rodeado de sus cortesanos, los espíritus de este mundo -respondieron los peces. Son seis hermanos, más bien tres pares de genios. -¿Cómo se llaman? -preguntó la Bebita. -Sus nombres son: Felicidad y Alegría, Imaginación y Fantasía, Paz y Tranquilidad. Ellos sirven al Mandarín y cuidan de todo lo que tú ves y te rodea. Están por encima de los espíritus del bosque, ordenan a los espíritus de las flores y a los del agua; a los de las rocas y del aire. Porque has de saber querida niña que en este mundo cada cosa tiene su espíritu y se manifiestan todos entre sí en una perfecta armonía. Esta armonía te hace sentir, y eres en estos momentos, parte de un todo, al igual que nosotros somos aquí. -¿Y el Mandarín? -preguntó la niña. ¿Es un personaje que gobierna este lugar?

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-No. El Mandarín es la significación de todo esto. El Mandarín es una estatua viviente. Ven, aproxímate que quiere conocerte. La niña avanzó junto con los peces, llegaron a la isla y se situaron al frente al pequeño templo. Grandes jarrones de porcelana, algunos en forma de perros chinos y otros pintados con flores y aves, contenían bellísimas plantas y árboles enanos. Ellos adornaban la fachada del templo. En el interior, incensarios de hermosos colores azules de diferentes tonalidades dejaban salir lentamente un humo aromático que se extendía por las paredes del templo y llegaban a la superficie del agua. Los muros de jade estaban cubiertos por cortinajes de oro y seda, y en el centro, en un trono dorado con incrustaciones de madreperla representando majestuosos dragones, estaba sentado un viejo chino de porcelana. El anciano sonreía y en esos instantes una tenue brisa hizo sonar suavemente las campanillas de los aleros a manera de una oriental bienvenida. El cielo estaba de un claro color celeste y algunos pájaros trinaban escondidos en el follaje de los árboles. María Cristina estaba fascinada. Nunca había imaginado este mundo maravilloso donde se encontraba ahora con sus amigos los peces y que existiera más allá de la fuente del jardín, en la casa de los abuelos. -¡Qué lindo es todo esto!- exclamó, y aspiró profundamente por la nariz. -¿Te gusta?- dijo el Mandarín. Estás bajo la influencia de los espíritus que me rodean. Tú no los ves, pero están aquí. Mis seis fieles servidores te han saludado con el suave tañer de las

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-No. El Mandarín es la significación de todo esto. El Mandarín es una estatua viviente. Ven, aproxímate que quiere conocerte. La niña avanzó junto con los peces, llegaron a la isla y se situaron al frente al pequeño templo. Grandes jarrones de porcelana, algunos en forma de perros chinos y otros pintados con flores y aves, contenían bellísimas plantas y árboles enanos. Ellos adornaban la fachada del templo. En el interior, incensarios de hermosos colores azules de diferentes tonalidades dejaban salir lentamente un humo aromático que se extendía por las paredes del templo y llegaban a la superficie del agua. Los muros de jade estaban cubiertos por cortinajes de oro y seda, y en el centro, en un trono dorado con incrustaciones de madreperla representando majestuosos dragones, estaba sentado un viejo chino de porcelana. El anciano sonreía y en esos instantes una tenue brisa hizo sonar suavemente las campanillas de los aleros a manera de una oriental bienvenida. El cielo estaba de un claro color celeste y algunos pájaros trinaban escondidos en el follaje de los árboles. María Cristina estaba fascinada. Nunca había imaginado este mundo maravilloso donde se encontraba ahora con sus amigos los peces y que existiera más allá de la fuente del jardín, en la casa de los abuelos. -¡Qué lindo es todo esto!- exclamó, y aspiró profundamente por la nariz. -¿Te gusta?- dijo el Mandarín. Estás bajo la influencia de los espíritus que me rodean. Tú no los ves, pero están aquí. Mis seis fieles servidores te han saludado con el suave tañer de las

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campanillas. Niña buena, goza de este mundo. No todos pueden llegar aquí. Tú, sí puedes porque posees el talismán que te regalaron las hadas del bosque. -¡Ah! ¡Sí! Dijo la niña. Lo había olvidado. Entonces el cetro diamantino en forma de cruz apareció fugazmente en el corazón de la Bebita y la niña se sentó en uno de los escalones del templo y gozó plenamente contemplando en silencio el armonioso paisaje que la rodeaba.

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SUEÑO X

VIAJE EN LA MEDUSA

e he programado un viaje -le dijo el Mandarín- y levantándose de su trono caminó hacia la orilla, haciendo crujir su fino traje de seda negra bordada con oro y plata. Alzó una de sus amarillentas y huesudas manos e indicó hacia el final de la laguna cuyas aguas se extendían a través de unas extensas y verdes praderas hacia un horizonte luminoso. -¿Te gustaría viajar por el país del agua interminable? -Me gustaría mucho- contestó Bebita, pero es tan placentero estar aquí que no deseo abandonar este paraje. -Allá encontrarás otro tipo de felicidad- contestó el viejo Mandarín. Te enviaré protegida en mi palanquín que se mueve por su propia energía y te resguardará de todo peligro. Diciendo esto dio tres palmadas y entonces apareció por el horizonte luminoso una especie de hongo, pero no era un hongo, más bien parecía un globo transparente que se acercaba con movimientos ondulantes a donde estaba el viejo y la niña; cuando llegó frente al templo se detuvo suspenso en el aire. Tenía la forma de un gran quitasol hecho de gelatina o algo parecido y de su base colgaban largos y ondulantes flecos que se sumergían en parte en el agua. De su costado se abrió una puerta que invitaba a la niña a entrar al interior. -No tengas miedo- le dijo el Mandarín. Entra y te sentirás muy cómoda. Apreciarás las delicias del paisaje porque podrás ver hacia

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campanillas. Niña buena, goza de este mundo. No todos pueden llegar aquí. Tú, sí puedes porque posees el talismán que te regalaron las hadas del bosque. -¡Ah! ¡Sí! Dijo la niña. Lo había olvidado. Entonces el cetro diamantino en forma de cruz apareció fugazmente en el corazón de la Bebita y la niña se sentó en uno de los escalones del templo y gozó plenamente contemplando en silencio el armonioso paisaje que la rodeaba.

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SUEÑO X

VIAJE EN LA MEDUSA

e he programado un viaje -le dijo el Mandarín- y levantándose de su trono caminó hacia la orilla, haciendo crujir su fino traje de seda negra bordada con oro y plata. Alzó una de sus amarillentas y huesudas manos e indicó hacia el final de la laguna cuyas aguas se extendían a través de unas extensas y verdes praderas hacia un horizonte luminoso. -¿Te gustaría viajar por el país del agua interminable? -Me gustaría mucho- contestó Bebita, pero es tan placentero estar aquí que no deseo abandonar este paraje. -Allá encontrarás otro tipo de felicidad- contestó el viejo Mandarín. Te enviaré protegida en mi palanquín que se mueve por su propia energía y te resguardará de todo peligro. Diciendo esto dio tres palmadas y entonces apareció por el horizonte luminoso una especie de hongo, pero no era un hongo, más bien parecía un globo transparente que se acercaba con movimientos ondulantes a donde estaba el viejo y la niña; cuando llegó frente al templo se detuvo suspenso en el aire. Tenía la forma de un gran quitasol hecho de gelatina o algo parecido y de su base colgaban largos y ondulantes flecos que se sumergían en parte en el agua. De su costado se abrió una puerta que invitaba a la niña a entrar al interior. -No tengas miedo- le dijo el Mandarín. Entra y te sentirás muy cómoda. Apreciarás las delicias del paisaje porque podrás ver hacia

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todas direcciones a través de sus paredes transparentes, y su andar es armonioso. La niña se introdujo al interior de su nuevo vehículo o embarcación que tenía forma de medusa y se despidió del viejo Mandarín. -¡Adiós! -¡Adiós mi querida niña! Si ves a tu abuelo mándale mis saludos. La puertezuela se cerró suavemente y la medusa se puso en movimiento. Era un movimiento lento y cadencioso impulsado por los largos velos que colgaban de su base. El interior de la medusa era comodísimo. Las paredes mullidas, como blandas almohadas, aceptaban cualquier posición del cuerpo y la niña respiraba un aire tan puro como el de la laguna del templo. El transparente carruaje se desplazaba silenciosamente por encima del agua. La niña no sabía que su litera era terriblemente venenosa por fuera y esto la protegía absolutamente de todo peligro. Avanzó por encima de las aguas y éstas se transformaron en un cristalino y ancho río rodeado de verdes orillas; pronto las orillas se transformaron en dunas de arena y el río desembocó en el mar. La medusa flotaba sobre el agua y luego se sumergió suavemente a favor de la corriente, haciendo a veces ondulantes y cortos cabeceos verticales por efecto de las olas que pasaban por encima y la corriente que la empujaba. La niña no podía dar crédito a sus ojos por el fascinante espectáculo que la rodeaba. Fortísimos animales marinos nadaban contra el gran flujo de

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todas direcciones a través de sus paredes transparentes, y su andar es armonioso. La niña se introdujo al interior de su nuevo vehículo o embarcación que tenía forma de medusa y se despidió del viejo Mandarín. -¡Adiós! -¡Adiós mi querida niña! Si ves a tu abuelo mándale mis saludos. La puertezuela se cerró suavemente y la medusa se puso en movimiento. Era un movimiento lento y cadencioso impulsado por los largos velos que colgaban de su base. El interior de la medusa era comodísimo. Las paredes mullidas, como blandas almohadas, aceptaban cualquier posición del cuerpo y la niña respiraba un aire tan puro como el de la laguna del templo. El transparente carruaje se desplazaba silenciosamente por encima del agua. La niña no sabía que su litera era terriblemente venenosa por fuera y esto la protegía absolutamente de todo peligro. Avanzó por encima de las aguas y éstas se transformaron en un cristalino y ancho río rodeado de verdes orillas; pronto las orillas se transformaron en dunas de arena y el río desembocó en el mar. La medusa flotaba sobre el agua y luego se sumergió suavemente a favor de la corriente, haciendo a veces ondulantes y cortos cabeceos verticales por efecto de las olas que pasaban por encima y la corriente que la empujaba. La niña no podía dar crédito a sus ojos por el fascinante espectáculo que la rodeaba. Fortísimos animales marinos nadaban contra el gran flujo de

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agua dulce que llegaba hasta el mar. Extensos bancos de arena formaban el lecho, como grandes valles que bajaban gradualmente hacia las profundidades. Las aguas hervían por encima de la medusa. A lo lejos se veían turbias, haciendo difusa toda imagen, y en la arena se divisaban colonias de millares de moluscos que abrían sus conchas para colar el agua. Cardúmenes de peces plateados pasaban a su lado y esquivaban temerosos a la transparente medusa que avisaba el peligro provocando un escozor en las escamas de los peces que nadaban más cerca. Ondulantes anguilas que habían bajado desde los arroyos, se reunían en la desembocadura del río y junto con los “anguilos”, que las esperaban en los estuarios, todos iniciaban un largo viaje hacia el mar de los Sargazos a miles de millas de distancia de donde se desplazaba la Bebita dentro de la transparente medusa que hacía el papel de litera. Y así navegó por las azules y saladas aguas nuestra María Cristina, cual princesa oriental transportada en su original palanquín. Recorrió muchas millas submarinas. Aún más que las anguilas que iban a la gran fiesta del mar de los Sargazos, a contraer matrimonio. La medusa recorrió la Gran Barrera de Coral y la niña quedó impresionada con tan indescriptible belleza. Es necesario estar allí para darse cuenta del maravilloso colorido y extraña forma de todo tipo de peces, y el agua, límpida, de color azul turquesa, con fondos de coral blancos, como la nieve. La Bebita estaba emocionada. Todo aquello era demasiado

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asombroso para creer que existiera en la realidad, y ¡existía! La medusa siguió las corrientes cálidas y atravesó el Océano Indico. Allí se encontró con monstruos marinos, diversas especies de tiburones y otros raros seres llamados argonautas, cuyos antepasados transformados en piedras de millones y millones de años, se guardan convertidos en fósiles en las vitrinas de los museos. -¡Adiós! ¡Buen viaje!- la saludaron. ¡Somos muy antiguos! ¡Somos de los más antiguos!- le dijeron los caracoles y desaparecieron nadando quizás a dónde. La medusa llegó por el mar Rojo al Mediterráneo y se detuvo en el mar Adriático, en una tranquila y azul bahía, donde sucedió algo digno de contar, en este largo sueño que se había iniciado en las orillas de la fuente del jardín de los abuelos.

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agua dulce que llegaba hasta el mar. Extensos bancos de arena formaban el lecho, como grandes valles que bajaban gradualmente hacia las profundidades. Las aguas hervían por encima de la medusa. A lo lejos se veían turbias, haciendo difusa toda imagen, y en la arena se divisaban colonias de millares de moluscos que abrían sus conchas para colar el agua. Cardúmenes de peces plateados pasaban a su lado y esquivaban temerosos a la transparente medusa que avisaba el peligro provocando un escozor en las escamas de los peces que nadaban más cerca. Ondulantes anguilas que habían bajado desde los arroyos, se reunían en la desembocadura del río y junto con los “anguilos”, que las esperaban en los estuarios, todos iniciaban un largo viaje hacia el mar de los Sargazos a miles de millas de distancia de donde se desplazaba la Bebita dentro de la transparente medusa que hacía el papel de litera. Y así navegó por las azules y saladas aguas nuestra María Cristina, cual princesa oriental transportada en su original palanquín. Recorrió muchas millas submarinas. Aún más que las anguilas que iban a la gran fiesta del mar de los Sargazos, a contraer matrimonio. La medusa recorrió la Gran Barrera de Coral y la niña quedó impresionada con tan indescriptible belleza. Es necesario estar allí para darse cuenta del maravilloso colorido y extraña forma de todo tipo de peces, y el agua, límpida, de color azul turquesa, con fondos de coral blancos, como la nieve. La Bebita estaba emocionada. Todo aquello era demasiado

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asombroso para creer que existiera en la realidad, y ¡existía! La medusa siguió las corrientes cálidas y atravesó el Océano Indico. Allí se encontró con monstruos marinos, diversas especies de tiburones y otros raros seres llamados argonautas, cuyos antepasados transformados en piedras de millones y millones de años, se guardan convertidos en fósiles en las vitrinas de los museos. -¡Adiós! ¡Buen viaje!- la saludaron. ¡Somos muy antiguos! ¡Somos de los más antiguos!- le dijeron los caracoles y desaparecieron nadando quizás a dónde. La medusa llegó por el mar Rojo al Mediterráneo y se detuvo en el mar Adriático, en una tranquila y azul bahía, donde sucedió algo digno de contar, en este largo sueño que se había iniciado en las orillas de la fuente del jardín de los abuelos.

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SUEÑO XI

LA BALLENA

a niña divisó a través de su medusa un hermoso puerto situado en una bahía. Un mar de transparentes aguas, con un suave oleaje que llegaba hasta las orillas de la playa. Una calle costanera bordeaba toda la bahía. Sobre ésta, numerosas casas blancas, celestes y otras rosadas, se encaramaban unas sobre otras por los rocosos faldeos de la montaña la cual estaba salpicada de jardines y árboles. Sobre los techos de las casas retozaban las palomas y en los aleros, las golondrinas salían de sus nidos y echaban a volar. Era un hermoso y soleado día de verano. En el muelle revoloteaban y chillaban las gaviotas sobre las embarcaciones de los pescadores que estaban repletas de peces y acababan de llegar desde mar adentro. De pronto apareció una fuerte y fresca brisa marina que alejó a las gaviotas hacia las nubes. Las palomas de la cuidad volaron sobre la bahía trazando un gran semicírculo y luego se posaron en la playa y las golondrinas zigzaguearon al ras del agua. ¡Qué hermoso era todo esto! Las campanas de las iglesias empezaron a repicar (no eran pocas) y el pueblo se alborotó. La gente dejó sus quehaceres y salió a las calles aglomerándose en la avenida costanera. En las ventanas estaban asomados los habitantes de las casas, esperando algo. Todo el

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mundo reía o cantaba y los niños, por supuesto que gritaban. ¡Era un gran alboroto con una felicidad contagiosa! Entonces la niña divisó que desde el horizonte del mar, algo se acercaba a gran velocidad. Nadaba con gran energía y a ratos se sumergía, para volver a aparecer cada vez más cerca del puerto atestado de gente. De vez en cuando, esa cosa que avanzaba, lanzaba un gran chorro de agua vertical como el fuerte chorro de una manguera de bombero. Su desplazamiento, ahora muy cerca, provocaba una gran estela de blanca espuma. ¿Era una inmensa nave? No, era un gran monstruo de color azul marino. ¡Era una descomunal ballena! Pasó cerca de la medusa que se revolcó por la gran fuerza de la corriente del agua y la Bebita, en un momento, no sabía en que posición estaba. Pero eso duró muy poco tiempo, luego la litera recuperó el equilibrio y la niña, ya en posición sentada, pudo observar algo asombroso. Al pasar el cetáceo a su lado, le alcanzó a ver el rostro y sus ojos parecían sonreír. Esa era su expresión. Estaba feliz y lo demostraba, porque daba inmensos saltos y volteretas en el aire desplazando en su caída gran cantidad de agua, formando olas que mojaban a los que estaban presenciando el espectáculo en la costanera. La alegría era general y todos gozaban y disfrutaban de esta gran función y baño gratuitos. La ballena hizo mil piruetas y travesuras. Era una ballena feliz que hacía reír. Pero era una ballena muy especial. Además de su gran tamaño, su colorido y su excelente humor, no sólo lanzaba el chorro de vapor por su frente, que la Bebita había divisado desde lejos, sino que también lanzaba un chorro de agua por su boca, frunciendo los

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SUEÑO XI

LA BALLENA

a niña divisó a través de su medusa un hermoso puerto situado en una bahía. Un mar de transparentes aguas, con un suave oleaje que llegaba hasta las orillas de la playa. Una calle costanera bordeaba toda la bahía. Sobre ésta, numerosas casas blancas, celestes y otras rosadas, se encaramaban unas sobre otras por los rocosos faldeos de la montaña la cual estaba salpicada de jardines y árboles. Sobre los techos de las casas retozaban las palomas y en los aleros, las golondrinas salían de sus nidos y echaban a volar. Era un hermoso y soleado día de verano. En el muelle revoloteaban y chillaban las gaviotas sobre las embarcaciones de los pescadores que estaban repletas de peces y acababan de llegar desde mar adentro. De pronto apareció una fuerte y fresca brisa marina que alejó a las gaviotas hacia las nubes. Las palomas de la cuidad volaron sobre la bahía trazando un gran semicírculo y luego se posaron en la playa y las golondrinas zigzaguearon al ras del agua. ¡Qué hermoso era todo esto! Las campanas de las iglesias empezaron a repicar (no eran pocas) y el pueblo se alborotó. La gente dejó sus quehaceres y salió a las calles aglomerándose en la avenida costanera. En las ventanas estaban asomados los habitantes de las casas, esperando algo. Todo el

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mundo reía o cantaba y los niños, por supuesto que gritaban. ¡Era un gran alboroto con una felicidad contagiosa! Entonces la niña divisó que desde el horizonte del mar, algo se acercaba a gran velocidad. Nadaba con gran energía y a ratos se sumergía, para volver a aparecer cada vez más cerca del puerto atestado de gente. De vez en cuando, esa cosa que avanzaba, lanzaba un gran chorro de agua vertical como el fuerte chorro de una manguera de bombero. Su desplazamiento, ahora muy cerca, provocaba una gran estela de blanca espuma. ¿Era una inmensa nave? No, era un gran monstruo de color azul marino. ¡Era una descomunal ballena! Pasó cerca de la medusa que se revolcó por la gran fuerza de la corriente del agua y la Bebita, en un momento, no sabía en que posición estaba. Pero eso duró muy poco tiempo, luego la litera recuperó el equilibrio y la niña, ya en posición sentada, pudo observar algo asombroso. Al pasar el cetáceo a su lado, le alcanzó a ver el rostro y sus ojos parecían sonreír. Esa era su expresión. Estaba feliz y lo demostraba, porque daba inmensos saltos y volteretas en el aire desplazando en su caída gran cantidad de agua, formando olas que mojaban a los que estaban presenciando el espectáculo en la costanera. La alegría era general y todos gozaban y disfrutaban de esta gran función y baño gratuitos. La ballena hizo mil piruetas y travesuras. Era una ballena feliz que hacía reír. Pero era una ballena muy especial. Además de su gran tamaño, su colorido y su excelente humor, no sólo lanzaba el chorro de vapor por su frente, que la Bebita había divisado desde lejos, sino que también lanzaba un chorro de agua por su boca, frunciendo los

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labios de una forma muy singular, como si fuera a silbar. ¿Han visto ustedes alguna vez a una ballena silbando? ¿No? Yo tampoco. Pero ésta no sé si silbaba, pero sí lanzaba un enorme chorro de agua con la intención de mojar a todo el mundo. La fiesta, las carreras esquivando el agua y las risas duraron todo el día de calor. Y la gente dejó de trabajar, de preocuparse de sus cosas y de estar enojada o triste por esa o aquella razón. ¡El puerto se había transformado en un gran circo! Y así duró esta chacota colectiva todo el día y la ballena, incansable, se sumergía, daba tremendos saltos y lanzaba chorros de agua verticales hacia el cielo como un surtidor gigantesco en el centro de la bahía. Atardecía. El Sol se escondió detrás de los cerros y la gente se fue a sus casas para cambiarse la ropa mojada y cenar. Luego llegaron con la ropa seca, para nuevamente presenciar los juegos nocturnos del gran animal. Salió la Luna y titilaron las estrellas, reflejando su tenue luminosidad sobre las negras aguas. Entonces apareció otra vez el monstruo, porque se había alejado mar adentro. Desplazándose, dando grandes volteretas, lanzando agua por las fauces y vapor por su nariz provocó una gran llamarada de luz en cada chorro y cada ola, porque la bahía entera estaba invadida por millones de pequeños seres fosforescentes, moluscos, jibias, pulpos y otros seres diminutos, imposible de describirlos a todos. Cada especie emitía un color diferente y estaban extensamente mezclados. Los chorros de agua del gigantesco cetáceo ascendían decenas de metros y al vaporizarse caían lentamente, formando una nube de vivísimas tonalidades que descendía como una gran fiesta de fuegos artificiales.

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La banda del pueblo empezó a tocar algunos acordes de marchas y pasodobles y el pueblo entero gritaba de asombro y de gozo al presenciar un espectáculo tan maravilloso. La Bebita, en su medusa, estaba entusiasmada y gritaba de alegría al ver cada chorro alzándose hacia las nubes como chispas de fuego multicolores. Después, poco a poco llegó la calma. La ballena resoplaba cada vez menos, hasta que cansada, se alejó en la noche sin despedirse ni agradecer los estruendosos aplausos que le brindaba la gente. -¡Viva! ¡Viva, la balena azzurra! -gritaban todos- ¡La balena di fuoco!* Lentamente la muchedumbre se retiró a sus casas, ahora con la ropa seca. Amanecía cuando se apagó la última luz de la última ventana. La Bebita dormía feliz en su acogedora litera que a su vez le servía de casa y embarcación. Si ustedes son observadores, podrán darse cuenta de que por primera vez nuestra Bebita dormía estando soñando. ¿Estaría soñando mientras dormía en su sueño despierto? Y si soñaba, ¿qué soñaba?

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*Balena azzurra. Balena di fuoco: Ballena azul. Ballena de fuego (italiano).

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labios de una forma muy singular, como si fuera a silbar. ¿Han visto ustedes alguna vez a una ballena silbando? ¿No? Yo tampoco. Pero ésta no sé si silbaba, pero sí lanzaba un enorme chorro de agua con la intención de mojar a todo el mundo. La fiesta, las carreras esquivando el agua y las risas duraron todo el día de calor. Y la gente dejó de trabajar, de preocuparse de sus cosas y de estar enojada o triste por esa o aquella razón. ¡El puerto se había transformado en un gran circo! Y así duró esta chacota colectiva todo el día y la ballena, incansable, se sumergía, daba tremendos saltos y lanzaba chorros de agua verticales hacia el cielo como un surtidor gigantesco en el centro de la bahía. Atardecía. El Sol se escondió detrás de los cerros y la gente se fue a sus casas para cambiarse la ropa mojada y cenar. Luego llegaron con la ropa seca, para nuevamente presenciar los juegos nocturnos del gran animal. Salió la Luna y titilaron las estrellas, reflejando su tenue luminosidad sobre las negras aguas. Entonces apareció otra vez el monstruo, porque se había alejado mar adentro. Desplazándose, dando grandes volteretas, lanzando agua por las fauces y vapor por su nariz provocó una gran llamarada de luz en cada chorro y cada ola, porque la bahía entera estaba invadida por millones de pequeños seres fosforescentes, moluscos, jibias, pulpos y otros seres diminutos, imposible de describirlos a todos. Cada especie emitía un color diferente y estaban extensamente mezclados. Los chorros de agua del gigantesco cetáceo ascendían decenas de metros y al vaporizarse caían lentamente, formando una nube de vivísimas tonalidades que descendía como una gran fiesta de fuegos artificiales.

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La banda del pueblo empezó a tocar algunos acordes de marchas y pasodobles y el pueblo entero gritaba de asombro y de gozo al presenciar un espectáculo tan maravilloso. La Bebita, en su medusa, estaba entusiasmada y gritaba de alegría al ver cada chorro alzándose hacia las nubes como chispas de fuego multicolores. Después, poco a poco llegó la calma. La ballena resoplaba cada vez menos, hasta que cansada, se alejó en la noche sin despedirse ni agradecer los estruendosos aplausos que le brindaba la gente. -¡Viva! ¡Viva, la balena azzurra! -gritaban todos- ¡La balena di fuoco!* Lentamente la muchedumbre se retiró a sus casas, ahora con la ropa seca. Amanecía cuando se apagó la última luz de la última ventana. La Bebita dormía feliz en su acogedora litera que a su vez le servía de casa y embarcación. Si ustedes son observadores, podrán darse cuenta de que por primera vez nuestra Bebita dormía estando soñando. ¿Estaría soñando mientras dormía en su sueño despierto? Y si soñaba, ¿qué soñaba?

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*Balena azzurra. Balena di fuoco: Ballena azul. Ballena de fuego (italiano).

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SUEÑO XII

UNA LLUVIA ORIGINAL

oñaba que estaba en el campo y era invierno. Caminaba hacia una miserable población hecha con escombros, cartones y latas herrumbrosas. Estaba situada en una árida colina cubierta en gran parte de basura. Algunos niños descalzos andaban chapoteando sobre el barro y se entretenían lanzando piedras a una lata vacía que habían puesto sobre una roca. Bebita pasó por allí en dirección a la única calle de la mísera población. Había cesado de llover pero el cielo continuaba nublado. Gruesos nubarrones negros se trasladaban densos y silenciosos hacia la cordillera. Golpeó la puerta de una casa. Ladraron dos pequeños perros y entró. El oscuro interior olía a humo y pobreza. Sobre una miserable cama tosía y transpiraba un joven. Respiraba dificultosamente. El pobre estaba muy enfermo. -Gracias por haber venido- balbuceó. Su abuelo, el doctor, me dijo que no me visitaría más. Es una lástima porque con los remedios que me regalaba me estaba sintiendo mejor. -No importa- respondió la niña. Antes de irse me dio un recado para usted. Me dijo que enviaría una mensajera que iba a dar felicidad a toda la población. -¡Ah! ¿Sí? ¿De qué mensajera se trata? -No sé. Así me dijo él. Nada más. -¿Iba a traer comida?

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-Dijo que los alimentaría a todos ustedes. -Seguramente será una asistente social. Ellas tienen muy buenas intenciones pero es muy poco lo que pueden hacer para aliviar nuestras tremendas penas. -La otra vez llegó un pije en una camioneta y descargó todo el cachivache que le sobraba en su casa: Una lámpara vieja, un catre desarmado, un colchón apolillado y unas cuantas cajas de cartón con botellas vacías. -En fin; algo nos sirvió. El hombre tuvo un acceso de tos y se alivió cuando expectoró en un sucio trapo que le servía de pañuelo. Entraron dos niños y se sentaron en el borde de la cama. Contemplaron con sus grandes ojos negros a la Bebita. Sus cabelleras eran sucias y finas, similares a la piel de una liebre. -¡Saluden!- les ordenó el enfermo, sacando algo de energía. Ellos se rieron y empezaron a columpiar las piernas que colgaban de la cama. Uno de ellos sorbió los mocos de su nariz y salió de la habitación, el otro se asomó por la ventana sin vidrios, le gritó que lo esperara y también salió corriendo. Entonces la Bebita, recién se dio cuenta de que la ventana que estaba cerca de la cama no tenía marco ni vidrios. -Tanta miseria- pensó. ¿Cuál será el mensajero que prometió mi abuelo? De pronto, sobre los oscuros nubarrones sopló un fuerte viento frío y se oyó un gran ruido que venía de lejos. No eran truenos sino un ronco mugido. Sí, era como un mugido de vaca que venía de detrás de las montañas; ¡y sobre éstas y a través de las nubes apareció una gigantesca vaca! ¡Más grande que

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SUEÑO XII

UNA LLUVIA ORIGINAL

oñaba que estaba en el campo y era invierno. Caminaba hacia una miserable población hecha con escombros, cartones y latas herrumbrosas. Estaba situada en una árida colina cubierta en gran parte de basura. Algunos niños descalzos andaban chapoteando sobre el barro y se entretenían lanzando piedras a una lata vacía que habían puesto sobre una roca. Bebita pasó por allí en dirección a la única calle de la mísera población. Había cesado de llover pero el cielo continuaba nublado. Gruesos nubarrones negros se trasladaban densos y silenciosos hacia la cordillera. Golpeó la puerta de una casa. Ladraron dos pequeños perros y entró. El oscuro interior olía a humo y pobreza. Sobre una miserable cama tosía y transpiraba un joven. Respiraba dificultosamente. El pobre estaba muy enfermo. -Gracias por haber venido- balbuceó. Su abuelo, el doctor, me dijo que no me visitaría más. Es una lástima porque con los remedios que me regalaba me estaba sintiendo mejor. -No importa- respondió la niña. Antes de irse me dio un recado para usted. Me dijo que enviaría una mensajera que iba a dar felicidad a toda la población. -¡Ah! ¿Sí? ¿De qué mensajera se trata? -No sé. Así me dijo él. Nada más. -¿Iba a traer comida?

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-Dijo que los alimentaría a todos ustedes. -Seguramente será una asistente social. Ellas tienen muy buenas intenciones pero es muy poco lo que pueden hacer para aliviar nuestras tremendas penas. -La otra vez llegó un pije en una camioneta y descargó todo el cachivache que le sobraba en su casa: Una lámpara vieja, un catre desarmado, un colchón apolillado y unas cuantas cajas de cartón con botellas vacías. -En fin; algo nos sirvió. El hombre tuvo un acceso de tos y se alivió cuando expectoró en un sucio trapo que le servía de pañuelo. Entraron dos niños y se sentaron en el borde de la cama. Contemplaron con sus grandes ojos negros a la Bebita. Sus cabelleras eran sucias y finas, similares a la piel de una liebre. -¡Saluden!- les ordenó el enfermo, sacando algo de energía. Ellos se rieron y empezaron a columpiar las piernas que colgaban de la cama. Uno de ellos sorbió los mocos de su nariz y salió de la habitación, el otro se asomó por la ventana sin vidrios, le gritó que lo esperara y también salió corriendo. Entonces la Bebita, recién se dio cuenta de que la ventana que estaba cerca de la cama no tenía marco ni vidrios. -Tanta miseria- pensó. ¿Cuál será el mensajero que prometió mi abuelo? De pronto, sobre los oscuros nubarrones sopló un fuerte viento frío y se oyó un gran ruido que venía de lejos. No eran truenos sino un ronco mugido. Sí, era como un mugido de vaca que venía de detrás de las montañas; ¡y sobre éstas y a través de las nubes apareció una gigantesca vaca! ¡Más grande que

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un cerro! Caminó lentamente por entre las nubes y se acercó a la población. -¡Muuuuuu! ¡Muuuuuuuuuuuuu! La gente corría aterrorizada pero luego se calmó al constatar que la enorme vaca no hacía daño ni aplastaba a nadie. Pasó lentamente, con mucha cautela sobre los techos de las casas y de sus ubres salieron chorros de leche. La leche corría a torrentes y la gente iba con cubos, jarros y lavatorios a recogerla. La bebían con avidez y quedaban reconfortados. Se apagaba el hambre, la sed y la tristeza. ¡Era una leche exquisita! -¡Muuuuuuuuuuuuu!, mugía la vaca allá arriba, entre las nubes y la leche llovía en gruesas gotas deliciosas. -¡Tiene sabor a leche con plátanos! -gritó un niño. ¡No! A leche con chirimoya! -dijo otro. ¡Si tiene gusto a frutillas!-gritó un joven, saboreándola de una cacerola. ¡No! A lúcumas! -chilló otro. Pero mejor era no discutir su sabor. Lo importante era beberla ¡y qué fuerzas daba! Al enfermo lo habían levantado entre dos vecinos y bebía haciendo un hueco con sus manos. Había dejado de toser y se le veía rozagante de felicidad y saludable, pleno de fuerzas y vida. -¡Es un milagro!- exclamó una vieja y se puso a rezar en voz alta; entonces la vaca gigantesca dejó de echar leche y sucedió algo increíble: De las ubres salieron chorros de monedas de oro. ¿Te has sacado un gran premio en una máquina tragamonedas? Es como si saliera un chorro de monedas relucientes, pero esta vez eran cuatro chorros gigantescos. ¡Era una lluvia de monedas de oro!, que rebotaban en los techos de hojalata de las casas, se apilaban en la

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calle y se escondían en el barro. Siguieron cayendo cada vez más y, cosa extraña, en algunos instantes bajaban lentamente a pesar de su peso, como si fueran delicados copos de nieve. Luego caían como caen las monedas desde una gran altura, rebotando y sonando como si fuera granizo. La población entera estaba frenética recogiendo las monedas y las guardaban en sus casas. Algunos trajeron palas, otros cajas, ollas y hasta cajones, y los arrastraban al interior. Las bateas de algunas casas estaban rebosantes y rebosante de dicha estaba la población que no podía más de felicidad. Entonces llegó la noche y de las ubres de la vaca salieron millones de flores multicolores que cubrieron a la población con una suave y perfumada capa de ellas. Era la despedida. Una tierna y amorosa despedida. La vaca se alejó lentamente sin pisar a nadie, moviendo su cola como un péndulo y desapareció entre las nubes detrás de las montañas, y nunca más volvió ni se supo nada de ella.

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un cerro! Caminó lentamente por entre las nubes y se acercó a la población. -¡Muuuuuu! ¡Muuuuuuuuuuuuu! La gente corría aterrorizada pero luego se calmó al constatar que la enorme vaca no hacía daño ni aplastaba a nadie. Pasó lentamente, con mucha cautela sobre los techos de las casas y de sus ubres salieron chorros de leche. La leche corría a torrentes y la gente iba con cubos, jarros y lavatorios a recogerla. La bebían con avidez y quedaban reconfortados. Se apagaba el hambre, la sed y la tristeza. ¡Era una leche exquisita! -¡Muuuuuuuuuuuuu!, mugía la vaca allá arriba, entre las nubes y la leche llovía en gruesas gotas deliciosas. -¡Tiene sabor a leche con plátanos! -gritó un niño. ¡No! A leche con chirimoya! -dijo otro. ¡Si tiene gusto a frutillas!-gritó un joven, saboreándola de una cacerola. ¡No! A lúcumas! -chilló otro. Pero mejor era no discutir su sabor. Lo importante era beberla ¡y qué fuerzas daba! Al enfermo lo habían levantado entre dos vecinos y bebía haciendo un hueco con sus manos. Había dejado de toser y se le veía rozagante de felicidad y saludable, pleno de fuerzas y vida. -¡Es un milagro!- exclamó una vieja y se puso a rezar en voz alta; entonces la vaca gigantesca dejó de echar leche y sucedió algo increíble: De las ubres salieron chorros de monedas de oro. ¿Te has sacado un gran premio en una máquina tragamonedas? Es como si saliera un chorro de monedas relucientes, pero esta vez eran cuatro chorros gigantescos. ¡Era una lluvia de monedas de oro!, que rebotaban en los techos de hojalata de las casas, se apilaban en la

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calle y se escondían en el barro. Siguieron cayendo cada vez más y, cosa extraña, en algunos instantes bajaban lentamente a pesar de su peso, como si fueran delicados copos de nieve. Luego caían como caen las monedas desde una gran altura, rebotando y sonando como si fuera granizo. La población entera estaba frenética recogiendo las monedas y las guardaban en sus casas. Algunos trajeron palas, otros cajas, ollas y hasta cajones, y los arrastraban al interior. Las bateas de algunas casas estaban rebosantes y rebosante de dicha estaba la población que no podía más de felicidad. Entonces llegó la noche y de las ubres de la vaca salieron millones de flores multicolores que cubrieron a la población con una suave y perfumada capa de ellas. Era la despedida. Una tierna y amorosa despedida. La vaca se alejó lentamente sin pisar a nadie, moviendo su cola como un péndulo y desapareció entre las nubes detrás de las montañas, y nunca más volvió ni se supo nada de ella.

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SUEÑO XIII

LA BATALLA DE LOS DRAGONES

l hermano de la Bebita, José Miguel, y sus primos: Fernando Augusto, Nicolás Andrés, Juan Pablo, Cristóbal, Alonso, Joaquín y otros que aún no han nacido cuando se escribió esta historia, deseaban o tenían que hacer el Servicio Militar. Se discutió a la hora de almuerzo de un día domingo, si convenía hacer o no hacer el Servicio, y esa noche la Bebita soñó con sus primos. Tenían que partir a la guerra. Todos ellos, montados en sus dragones, hacían su presentación de armas en el campo de entrenamiento de la Fuerza Aérea. El campo estaba iluminado como un estadio, con la luz de grandes focos luminosos que salían de los costados de la cancha de aterrizaje. Ésta se veía muy clara y bien alumbrada. Lo demás estaba oscuro, más bien negro. A la Bebita le hizo recordar este paisaje el planeta Domino, y justamente para allá estaban destinados su hermano y sus primos. Cada uno de ellos estaba montado sobre un dragón que rugía y echaba fuego por la cola. Eran inmensos lagartos de acero con alas de libélula y otros con alas emplumadas. Se les maniobraba desde el lomo, apretando o levantando algunas escamas más protuberantes que las otras. -¡Danos tu bendición!- le gritaron a la Bebita. ¡Estamos a punto de despegar! Eran muchachos muy valientes. Había que serlo para estar encaramado allá arriba, sin caerse ni tener vértigo, sobre estos

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inmensos monstruos metálicos que rugían y echaban chorros de fuego por la nariz y la boca. Además, eran mañosos y el manejo de cada uno no era similar a otro. El de Fernando Augusto era rojo y sus movimientos rapidísimos. El piloto sabía adelantarse al pensamiento del enemigo y lo atacaba antes de que actuara. El de Nicolás Andrés era de color amarillo y demasiado fuerte; podía chocar con otro dragón enemigo y destruirlo con su blindaje. El de José Miguel (hermano de la Bebita) era de color azul, atacaba de improviso cuando del enemigo no pensaba que iba a atacar y lo hacía con gran destreza retirándose con rapidez. El de Juan Pablo era celeste, volaba a gran altura y estaba especializado para la observación de las maniobras del enemigo. Transmitía los datos y la posición de éste a sus dragones amigos. El de Cristóbal, de color blanco, era el dragón más dotado. Su docilidad para manejarlo y su visión era perfecta. Era el mejor dragón de la aeronáutica nacional, con grandes adelantos técnicos. El de Joaquín era dorado y pequeño, de gran maniobrabilidad, con una sofisticada técnica en su artillería. Captaba los pensamientos del piloto enemigo e interpretaba lo que éste iba a hacer y por lo tanto era casi invulnerable. El de Alonso tenía una antena muy sensible que desarmaba al enemigo. Rugían los dragones en tierra al ser acelerados por sus jinetes con la escama de la aceleración. La Bebita dio la señal y se alzaron por los aires, uno por uno, echando fuego por la boca y fuego y humo por la cola. Los rugidos atronaban el espacio y ponían la carne de gallina. ¡Todo el espectáculo era una gran demostración de poder

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SUEÑO XIII

LA BATALLA DE LOS DRAGONES

l hermano de la Bebita, José Miguel, y sus primos: Fernando Augusto, Nicolás Andrés, Juan Pablo, Cristóbal, Alonso, Joaquín y otros que aún no han nacido cuando se escribió esta historia, deseaban o tenían que hacer el Servicio Militar. Se discutió a la hora de almuerzo de un día domingo, si convenía hacer o no hacer el Servicio, y esa noche la Bebita soñó con sus primos. Tenían que partir a la guerra. Todos ellos, montados en sus dragones, hacían su presentación de armas en el campo de entrenamiento de la Fuerza Aérea. El campo estaba iluminado como un estadio, con la luz de grandes focos luminosos que salían de los costados de la cancha de aterrizaje. Ésta se veía muy clara y bien alumbrada. Lo demás estaba oscuro, más bien negro. A la Bebita le hizo recordar este paisaje el planeta Domino, y justamente para allá estaban destinados su hermano y sus primos. Cada uno de ellos estaba montado sobre un dragón que rugía y echaba fuego por la cola. Eran inmensos lagartos de acero con alas de libélula y otros con alas emplumadas. Se les maniobraba desde el lomo, apretando o levantando algunas escamas más protuberantes que las otras. -¡Danos tu bendición!- le gritaron a la Bebita. ¡Estamos a punto de despegar! Eran muchachos muy valientes. Había que serlo para estar encaramado allá arriba, sin caerse ni tener vértigo, sobre estos

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inmensos monstruos metálicos que rugían y echaban chorros de fuego por la nariz y la boca. Además, eran mañosos y el manejo de cada uno no era similar a otro. El de Fernando Augusto era rojo y sus movimientos rapidísimos. El piloto sabía adelantarse al pensamiento del enemigo y lo atacaba antes de que actuara. El de Nicolás Andrés era de color amarillo y demasiado fuerte; podía chocar con otro dragón enemigo y destruirlo con su blindaje. El de José Miguel (hermano de la Bebita) era de color azul, atacaba de improviso cuando del enemigo no pensaba que iba a atacar y lo hacía con gran destreza retirándose con rapidez. El de Juan Pablo era celeste, volaba a gran altura y estaba especializado para la observación de las maniobras del enemigo. Transmitía los datos y la posición de éste a sus dragones amigos. El de Cristóbal, de color blanco, era el dragón más dotado. Su docilidad para manejarlo y su visión era perfecta. Era el mejor dragón de la aeronáutica nacional, con grandes adelantos técnicos. El de Joaquín era dorado y pequeño, de gran maniobrabilidad, con una sofisticada técnica en su artillería. Captaba los pensamientos del piloto enemigo e interpretaba lo que éste iba a hacer y por lo tanto era casi invulnerable. El de Alonso tenía una antena muy sensible que desarmaba al enemigo. Rugían los dragones en tierra al ser acelerados por sus jinetes con la escama de la aceleración. La Bebita dio la señal y se alzaron por los aires, uno por uno, echando fuego por la boca y fuego y humo por la cola. Los rugidos atronaban el espacio y ponían la carne de gallina. ¡Todo el espectáculo era una gran demostración de poder

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masculino! De fuerza y coraje. Volaron alejándose del campo de aterrizaje de dragones, pasaron en un vuelo rasante y saludaron a la Bebita, su prima mayor, con un saludo militar. La Bebita estaba emocionada. Tenía ganas de llorar y lloró de alegría y de miedo al ver a jóvenes tan apuestos ir hacia los peligros de la guerra. Los saludó agitando su pañuelo con una gran sonrisa y los ojos anegados en lágrimas, y los dragones se alejaron batiendo sus alas hasta que se perdieron de vista. Los pilotos iban en formación, concentrados en las escamas instrumentales. El vuelo era rapidísimo a través del éter. El planeta Domino estaba cada vez más cerca. Se veía claramente la línea divisoria, de nadie, entre la superficie blanca y la negra donde se combatía eternamente. ¿Cuál será el destino de cada uno de ellos? En esos momentos estaban nerviosos, tenían miedo. Pero eran valientes y la misión más importante era combatir por una buena causa. Y un combatiente, cuando tiene plena convicción de que va a la batalla por algo noble y justo, no tiene sentimientos negativos que puedan dominarlo. Aunque pudieran estar presentes, no se les hace caso. Así iban nuestros héroes, muy decididos. Pronto entraron en acción. De la zona oscura del planeta salieron gigantescos buitres y rápidos murciélagos que volaban en zigzag y era muy difícil de acertarles con el fuego de artillería del dragón. Varios búhos acompañaban a estos negros enemigos, con sus grandes ojos emitían potentes rayos de luz rojiza que cegaban a los pilotos, estos no podían ver a los buitres que atacaban a los dragones

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sin piedad. Los murciélagos y vampiros estaban con hidrofobia pero nuestros jinetes se habían vacunado contra la rabia. Estaban inmunes a esta terrible enfermedad. Se combatía ferozmente sobre la superficie negra del planeta. Llamaradas de fuego se veían por doquier y los dragones recibían fuerte castigo de todos estos malignos seres alados. Un dragón capotó. Echando humo por las alas hizo un aterrizaje forzoso en el territorio blanco. El piloto había resultado ileso. La mortandad de murciélagos y buitres era considerable; pero seguían acudiendo desde el horizonte negro. Llegaban por miles y atacaban uno detrás de otro tratando de bajar la moral de los intrépidos jinetes. La Bebita estaba en la torre del Profesor de Matemáticas Celestiales observando con el telescopio la batalla. -¡Animo!- gritaba. ¡Bien Fernando! ¡Bien José Miguel! ¡Defiéndete Nicolás! ¡Allí viene uno por tu derecha! ¡Bravo Cristóbal! ¡Excelente Juan Pablo! ¡Cuidado! ¡Te atacan por la izquierda! ¡Así se lucha Joaquín! ¡Qué admirable destreza Cristóbal ¡Ni que fueras hijo de jinete de dragones! ¡Muy bien Alonso! ¡Bravo muchachos! ¡Oh!, ¡un dragón está mal herido! ¡Ah!, ¡a otro le desgarraron un ala! ¡Uy! A ese le están mordiendo la cola y se la van a cortar! ¡Atrás muchachos! Ya han hecho bastante. ¡Vuelvan a sus bases! ¡Vuelvan! ¡Háganme caso por Dios! La niña gritaba, sola en la torre, divisando todo esto por el telescopio. Pero su hermano y sus primos estaban enardecidos en el combate. No la oían y si la hubieran oído no le habrían hecho caso.

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masculino! De fuerza y coraje. Volaron alejándose del campo de aterrizaje de dragones, pasaron en un vuelo rasante y saludaron a la Bebita, su prima mayor, con un saludo militar. La Bebita estaba emocionada. Tenía ganas de llorar y lloró de alegría y de miedo al ver a jóvenes tan apuestos ir hacia los peligros de la guerra. Los saludó agitando su pañuelo con una gran sonrisa y los ojos anegados en lágrimas, y los dragones se alejaron batiendo sus alas hasta que se perdieron de vista. Los pilotos iban en formación, concentrados en las escamas instrumentales. El vuelo era rapidísimo a través del éter. El planeta Domino estaba cada vez más cerca. Se veía claramente la línea divisoria, de nadie, entre la superficie blanca y la negra donde se combatía eternamente. ¿Cuál será el destino de cada uno de ellos? En esos momentos estaban nerviosos, tenían miedo. Pero eran valientes y la misión más importante era combatir por una buena causa. Y un combatiente, cuando tiene plena convicción de que va a la batalla por algo noble y justo, no tiene sentimientos negativos que puedan dominarlo. Aunque pudieran estar presentes, no se les hace caso. Así iban nuestros héroes, muy decididos. Pronto entraron en acción. De la zona oscura del planeta salieron gigantescos buitres y rápidos murciélagos que volaban en zigzag y era muy difícil de acertarles con el fuego de artillería del dragón. Varios búhos acompañaban a estos negros enemigos, con sus grandes ojos emitían potentes rayos de luz rojiza que cegaban a los pilotos, estos no podían ver a los buitres que atacaban a los dragones

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sin piedad. Los murciélagos y vampiros estaban con hidrofobia pero nuestros jinetes se habían vacunado contra la rabia. Estaban inmunes a esta terrible enfermedad. Se combatía ferozmente sobre la superficie negra del planeta. Llamaradas de fuego se veían por doquier y los dragones recibían fuerte castigo de todos estos malignos seres alados. Un dragón capotó. Echando humo por las alas hizo un aterrizaje forzoso en el territorio blanco. El piloto había resultado ileso. La mortandad de murciélagos y buitres era considerable; pero seguían acudiendo desde el horizonte negro. Llegaban por miles y atacaban uno detrás de otro tratando de bajar la moral de los intrépidos jinetes. La Bebita estaba en la torre del Profesor de Matemáticas Celestiales observando con el telescopio la batalla. -¡Animo!- gritaba. ¡Bien Fernando! ¡Bien José Miguel! ¡Defiéndete Nicolás! ¡Allí viene uno por tu derecha! ¡Bravo Cristóbal! ¡Excelente Juan Pablo! ¡Cuidado! ¡Te atacan por la izquierda! ¡Así se lucha Joaquín! ¡Qué admirable destreza Cristóbal ¡Ni que fueras hijo de jinete de dragones! ¡Muy bien Alonso! ¡Bravo muchachos! ¡Oh!, ¡un dragón está mal herido! ¡Ah!, ¡a otro le desgarraron un ala! ¡Uy! A ese le están mordiendo la cola y se la van a cortar! ¡Atrás muchachos! Ya han hecho bastante. ¡Vuelvan a sus bases! ¡Vuelvan! ¡Háganme caso por Dios! La niña gritaba, sola en la torre, divisando todo esto por el telescopio. Pero su hermano y sus primos estaban enardecidos en el combate. No la oían y si la hubieran oído no le habrían hecho caso.

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Tenían que pelear hasta morir. Ni un paso atrás. No importaban las bajas y las heridas. Mas, las fuerzas se acababan, los dragones ya no echaban fuego. Estaban exhaustos… -Deben salir del campo oscuro- pensó la Bebita, pero no sabía cómo. -Quitando muy afligida los ojos de la lente, se puso a rezar y entonces de sus manos salió una luz que se transformó en el cetro Pureza. -Ayúdame Purezza- gimió la niña. En esos instantes una luz rodeó a los dragones y a sus jinetes. Era una luz deslumbrante que transfiguró a jinetes y cabalgaduras. Estaban todos muy hermosos de un intenso color blanco. Los buitres y vampiros sobrevivientes huyeron despavoridos hacia la oscuridad y los búhos ya no iluminaban con sus potentes ojos que parecían dos platos grises cubiertos de hollín. Tal era la fuerza de la luz blanca. Lentamente, los dragones heridos, mutilados, casi sin patas ni alas, con grandes tajos en el cuello que chorreaban sangre amarilla como el aceite, llegaron con sus jinetes exhaustos sobre sus lomos. Aterrizaron dando grandes tumbos en el suelo blanco y otros se hicieron trizas. Pero nuestros héroes estaban milagrosamente ilesos. Sus rostros estaban pálidos por tanta tensión y sus ojos sonreían satisfechos. Eso fue lo que vio la Bebita por el telescopio de la torre del Profesor de Matemáticas Celestiales.

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Tenían que pelear hasta morir. Ni un paso atrás. No importaban las bajas y las heridas. Mas, las fuerzas se acababan, los dragones ya no echaban fuego. Estaban exhaustos… -Deben salir del campo oscuro- pensó la Bebita, pero no sabía cómo. -Quitando muy afligida los ojos de la lente, se puso a rezar y entonces de sus manos salió una luz que se transformó en el cetro Pureza. -Ayúdame Purezza- gimió la niña. En esos instantes una luz rodeó a los dragones y a sus jinetes. Era una luz deslumbrante que transfiguró a jinetes y cabalgaduras. Estaban todos muy hermosos de un intenso color blanco. Los buitres y vampiros sobrevivientes huyeron despavoridos hacia la oscuridad y los búhos ya no iluminaban con sus potentes ojos que parecían dos platos grises cubiertos de hollín. Tal era la fuerza de la luz blanca. Lentamente, los dragones heridos, mutilados, casi sin patas ni alas, con grandes tajos en el cuello que chorreaban sangre amarilla como el aceite, llegaron con sus jinetes exhaustos sobre sus lomos. Aterrizaron dando grandes tumbos en el suelo blanco y otros se hicieron trizas. Pero nuestros héroes estaban milagrosamente ilesos. Sus rostros estaban pálidos por tanta tensión y sus ojos sonreían satisfechos. Eso fue lo que vio la Bebita por el telescopio de la torre del Profesor de Matemáticas Celestiales.

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SUEÑO XIV

UN AGRADABLE DIA DE PESCA

aría Cristina había acompañado a su hermano José Miguel a pescar. Era después de almuerzo, como las tres de la tarde en el verano. La orilla del río era apacible. Estaban sobre un plano de verde pasto que terminaba en el río. Allí, la orilla caía verticalmente, aproximadamente un metro hacia la superficie del agua. El día estaba nublado pero había una agradable temperatura y el Sol, naturalmente no quemaba. Mientras José Miguel lanzaba la lienza con su caña de bambú, esperando coger algún pez, María Cristina se tendió boca arriba sobre el pasto. Con las manos detrás de la cabeza observaba las nubes y el pasar de una que otra gaviota o alguna garza. Era tan agradable estar así que, sin saber cómo, se quedó dormida. El cielo seguía nublado y luminoso y su hermano continuaba sentado en la orilla con los pies colgando, mirando el corcho inmóvil, esperando que se hundiera, indicando así que un pez había picado. Y se hundió. José Miguel dio un grito de júbilo y trató de alzar la caña pero ésta, en vez de subir se curvó hacia abajo y la cuerda se puso tensa. Entonces el niño hizo más fuerza con ambas manos y llamó a su hermana que despertó de su siesta y fue a ayudarlo. Después de forcejeos por un lado y tirones por el otro, salió un pez que quedó saltando en el pasto.

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El niño estaba dichoso y trató de coger al pescado con las manos pero éste continuaba dando saltos y brincos haciendo rápidos movimientos con la cola y no se dejaba atrapar. Mas, pronto fue dominado y le sacaron el anzuelo ensartado en la boca. ¡Era un pez maravilloso! El niño sabía que allí se pescaban carpas pero éste no era una carpa. Sus largas y coloreadas aletas rojas y su cuerpo dorado, con franjas verdes, azules y puntos negros, lo hacían lucir como el pez más bello que María Cristina había visto en toda su vida. Abría la boca asustado y se estaba asfixiando. Entonces ocurrió algo extraordinario. El pez se puso a gemir y a gritar pidiendo que lo echaran al agua porque él era dos veces noble: “Yo soy el príncipe de las aguas dulces y también el de las algo salobres” -dijo- y los niños se quedaron paralizados de asombro al escuchar y ver todo esto. Después, el pescado con voz suplicante expresó: Querida Bebita. Vuélveme a mi mundo, porque me ahogo y pronto voy a morir. Si así lo haces tendrás una gran felicidad. Te prometo una hermosa fiesta. Un baile en el salón de los espejos. Allí estará tu abuelo. Habrá también muchas otras personas; estarán disfrazadas, pero cuídate de ellas. Una de esas personas será tu esposo y lo reconocerás por su nombre y también al reflejarse en los espejos. La niña no entendió bien lo que el pescado le decía pero al saber que vería a su abuelo y a su futuro esposo, tuvo una gran curiosidad y al mismo tiempo una gran alegría y a pesar de las protestas de su hermano, cogió al pescado y lo echó nuevamente al agua. El pez nadó dificultosamente en la superficie y luego desapareció en las profundidades; entonces María Cristina despertó de su sueño y constató que su hermano seguía pescando. Se dio

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SUEÑO XIV

UN AGRADABLE DIA DE PESCA

aría Cristina había acompañado a su hermano José Miguel a pescar. Era después de almuerzo, como las tres de la tarde en el verano. La orilla del río era apacible. Estaban sobre un plano de verde pasto que terminaba en el río. Allí, la orilla caía verticalmente, aproximadamente un metro hacia la superficie del agua. El día estaba nublado pero había una agradable temperatura y el Sol, naturalmente no quemaba. Mientras José Miguel lanzaba la lienza con su caña de bambú, esperando coger algún pez, María Cristina se tendió boca arriba sobre el pasto. Con las manos detrás de la cabeza observaba las nubes y el pasar de una que otra gaviota o alguna garza. Era tan agradable estar así que, sin saber cómo, se quedó dormida. El cielo seguía nublado y luminoso y su hermano continuaba sentado en la orilla con los pies colgando, mirando el corcho inmóvil, esperando que se hundiera, indicando así que un pez había picado. Y se hundió. José Miguel dio un grito de júbilo y trató de alzar la caña pero ésta, en vez de subir se curvó hacia abajo y la cuerda se puso tensa. Entonces el niño hizo más fuerza con ambas manos y llamó a su hermana que despertó de su siesta y fue a ayudarlo. Después de forcejeos por un lado y tirones por el otro, salió un pez que quedó saltando en el pasto.

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El niño estaba dichoso y trató de coger al pescado con las manos pero éste continuaba dando saltos y brincos haciendo rápidos movimientos con la cola y no se dejaba atrapar. Mas, pronto fue dominado y le sacaron el anzuelo ensartado en la boca. ¡Era un pez maravilloso! El niño sabía que allí se pescaban carpas pero éste no era una carpa. Sus largas y coloreadas aletas rojas y su cuerpo dorado, con franjas verdes, azules y puntos negros, lo hacían lucir como el pez más bello que María Cristina había visto en toda su vida. Abría la boca asustado y se estaba asfixiando. Entonces ocurrió algo extraordinario. El pez se puso a gemir y a gritar pidiendo que lo echaran al agua porque él era dos veces noble: “Yo soy el príncipe de las aguas dulces y también el de las algo salobres” -dijo- y los niños se quedaron paralizados de asombro al escuchar y ver todo esto. Después, el pescado con voz suplicante expresó: Querida Bebita. Vuélveme a mi mundo, porque me ahogo y pronto voy a morir. Si así lo haces tendrás una gran felicidad. Te prometo una hermosa fiesta. Un baile en el salón de los espejos. Allí estará tu abuelo. Habrá también muchas otras personas; estarán disfrazadas, pero cuídate de ellas. Una de esas personas será tu esposo y lo reconocerás por su nombre y también al reflejarse en los espejos. La niña no entendió bien lo que el pescado le decía pero al saber que vería a su abuelo y a su futuro esposo, tuvo una gran curiosidad y al mismo tiempo una gran alegría y a pesar de las protestas de su hermano, cogió al pescado y lo echó nuevamente al agua. El pez nadó dificultosamente en la superficie y luego desapareció en las profundidades; entonces María Cristina despertó de su sueño y constató que su hermano seguía pescando. Se dio

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cuenta de que el magnífico pez que habían pescado y que era capaz de hablar y de dar mensajes había sido solamente un sueño. Pero ¿era realmente así? ¿O había sido un mensaje?

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SUEÑO XV

UN BAILE EN EL SALÓN DE LOS ESPEJOS

aría Cristina había sido convidada a un baile muy especial. También su hermana Consuelo, que era amiga

de la dueña de casa que invitaba. Era un baile de disfraces, y no lo era, ya que no era cuestión de disfrazarse de rana o soldado o arlequín o de cualquier otra cosa. El requisito era el de ir vestida con un traje antiguo auténtico, conseguido en el fondo del ropero de los abuelos o en una casa de antigüedades o por último, mandado a hacer, siguiendo estrictamente la moda ya pasada. Las dos hermanas hurgaron en el ropero de la abuela, y en un viejo baúl de sándalo, que había pertenecido a la bisabuela, encontraron un abrigo de pieles de astracán que desgraciadamente estaba apolillado. También encontraron algunas joyas de fantasía y collares; sombreros con velo y hermosas plumas, un impertinente (son esas gafas que tienen un delicado mango perpendicular a las lentes; se cogen con la punta de los dedos y se mira “impertinentemente” a la gente de los palcos que están al frente, en las noches de gala, en el teatro de la ópera). Había ropa interior, enaguas de seda y también vestidos de noche; todo ello impregnado con un fuerte olor a naftalina. Las dos muchachas estaban felices y empezaron a sacar y a probarse todos estos antiguos ropajes de la bisabuela. Se vestían delante del espejo y se pavoneaban de un lado a otro, posando como modelos y riéndose alegremente. La mamá las llevó a la fiesta en el auto de papá.

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cuenta de que el magnífico pez que habían pescado y que era capaz de hablar y de dar mensajes había sido solamente un sueño. Pero ¿era realmente así? ¿O había sido un mensaje?

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SUEÑO XV

UN BAILE EN EL SALÓN DE LOS ESPEJOS

aría Cristina había sido convidada a un baile muy especial. También su hermana Consuelo, que era amiga

de la dueña de casa que invitaba. Era un baile de disfraces, y no lo era, ya que no era cuestión de disfrazarse de rana o soldado o arlequín o de cualquier otra cosa. El requisito era el de ir vestida con un traje antiguo auténtico, conseguido en el fondo del ropero de los abuelos o en una casa de antigüedades o por último, mandado a hacer, siguiendo estrictamente la moda ya pasada. Las dos hermanas hurgaron en el ropero de la abuela, y en un viejo baúl de sándalo, que había pertenecido a la bisabuela, encontraron un abrigo de pieles de astracán que desgraciadamente estaba apolillado. También encontraron algunas joyas de fantasía y collares; sombreros con velo y hermosas plumas, un impertinente (son esas gafas que tienen un delicado mango perpendicular a las lentes; se cogen con la punta de los dedos y se mira “impertinentemente” a la gente de los palcos que están al frente, en las noches de gala, en el teatro de la ópera). Había ropa interior, enaguas de seda y también vestidos de noche; todo ello impregnado con un fuerte olor a naftalina. Las dos muchachas estaban felices y empezaron a sacar y a probarse todos estos antiguos ropajes de la bisabuela. Se vestían delante del espejo y se pavoneaban de un lado a otro, posando como modelos y riéndose alegremente. La mamá las llevó a la fiesta en el auto de papá.

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Era una antigua casa, situada en un barrio viejo de Santiago, en la calle Ejército. La mansión tenía tres pisos y estaba muy bien mantenida a pesar de su antigüedad. Sus altas ventanas, adornadas con transparentes visillos y pesados cortinajes se veían iluminadas desde la calle. En realidad, era muy buena la idea de llegar todos los invitados vestidos con trajes de antaño. La dueña de casa las recibió al final de la escalera de mármol y las invitó al salón de baile. Allí, unas treinta parejas bailaban foxtrot, bajo la luz de una hermosa lámpara de cristal y al son de un instrumento electrónico que tocaba la música bastante fuerte. Alrededor de los bailarines había jóvenes de ambos sexos que conversaban y bebían una copa de refresco o licor. Garzones, elegantemente vestidos, ofrecían las bebidas y “petit bouchés”. María Cristina fue presentada a un grupo de muchachos que conversaban de la última película que estaba de moda. Una de estas personas era un apuesto joven que estaba diciendo en esos momentos algo que hacía reír al grupo. María Cristina lo encontró interesante y buen mozo, y la atrajo. Él, al parecer no notaba la presencia de María Cristina y cuando dirigió el rostro hacia ella sus miradas se entrecruzaron. María Cristina sintió como un vuelco en el corazón y se ruborizó. Luego sonrió y él la miró serenamente. -¿Bailamos?- le dijo. -Bueno. -Espera un momento, voy a dejar la copa. Diciendo esto,

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entregó la copa semivacía a un garzón que pasaba en esos instantes cerca de ellos con una bandeja, y empezaron a bailar. -¿Cómo te llamas? -María Cristina. -¿Y tú? -¿Yo? Tengo un nombre extraño. -¿Ah, sí? ¿Cuál es ese nombre extraño? -Me llamo Fulano. -¿Fulano cuánto? -Me llamo Fulano Elquevoyasertuesposo. María Cristina se puso a reír. -¿Y cómo lo sabes? -¿Cómo lo sé qué? -Eso de que serás mi esposo. -No te rías. Mi nombre es Fulano y mi apellido es así. -¡Qué curioso! ¿De veras? -Yo no lo encuentro así. -¿Así qué? -No lo encuentro curioso. Ése es mi apellido y mi nombre es Fulano aunque no te guste. -Pues bien Fulano con mayúscula- Fulano Elquevasermiesposo. -No. -¿No qué? -No es así. -¿No es así qué? -Es: Fulano Elquevoyasertuesposo y no Elquevasermiesposo. -¡Ah! Ya comprendo. Los dos jóvenes se rieron nuevamente y se perdieron entre las

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Era una antigua casa, situada en un barrio viejo de Santiago, en la calle Ejército. La mansión tenía tres pisos y estaba muy bien mantenida a pesar de su antigüedad. Sus altas ventanas, adornadas con transparentes visillos y pesados cortinajes se veían iluminadas desde la calle. En realidad, era muy buena la idea de llegar todos los invitados vestidos con trajes de antaño. La dueña de casa las recibió al final de la escalera de mármol y las invitó al salón de baile. Allí, unas treinta parejas bailaban foxtrot, bajo la luz de una hermosa lámpara de cristal y al son de un instrumento electrónico que tocaba la música bastante fuerte. Alrededor de los bailarines había jóvenes de ambos sexos que conversaban y bebían una copa de refresco o licor. Garzones, elegantemente vestidos, ofrecían las bebidas y “petit bouchés”. María Cristina fue presentada a un grupo de muchachos que conversaban de la última película que estaba de moda. Una de estas personas era un apuesto joven que estaba diciendo en esos momentos algo que hacía reír al grupo. María Cristina lo encontró interesante y buen mozo, y la atrajo. Él, al parecer no notaba la presencia de María Cristina y cuando dirigió el rostro hacia ella sus miradas se entrecruzaron. María Cristina sintió como un vuelco en el corazón y se ruborizó. Luego sonrió y él la miró serenamente. -¿Bailamos?- le dijo. -Bueno. -Espera un momento, voy a dejar la copa. Diciendo esto,

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entregó la copa semivacía a un garzón que pasaba en esos instantes cerca de ellos con una bandeja, y empezaron a bailar. -¿Cómo te llamas? -María Cristina. -¿Y tú? -¿Yo? Tengo un nombre extraño. -¿Ah, sí? ¿Cuál es ese nombre extraño? -Me llamo Fulano. -¿Fulano cuánto? -Me llamo Fulano Elquevoyasertuesposo. María Cristina se puso a reír. -¿Y cómo lo sabes? -¿Cómo lo sé qué? -Eso de que serás mi esposo. -No te rías. Mi nombre es Fulano y mi apellido es así. -¡Qué curioso! ¿De veras? -Yo no lo encuentro así. -¿Así qué? -No lo encuentro curioso. Ése es mi apellido y mi nombre es Fulano aunque no te guste. -Pues bien Fulano con mayúscula- Fulano Elquevasermiesposo. -No. -¿No qué? -No es así. -¿No es así qué? -Es: Fulano Elquevoyasertuesposo y no Elquevasermiesposo. -¡Ah! Ya comprendo. Los dos jóvenes se rieron nuevamente y se perdieron entre las

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parejas de baile. La fiesta estaba en su apogeo. Mamá las vino a buscar a las cuatro de la mañana y las llevó a casa de los tíos que vivían en Santiago. -¿Cómo estuvo la fiesta? - preguntó mamá, bostezando. -¡Estupenda! -¿Conocieron a algún chiquillo interesante? -Sí mamá. Muy entretenido- dijo alborozada María Cristina. -¿Cómo se llama? -Fulano. -¿Fulano? Que nombre tan raro. ¿Fulano qué? ¿Cuál es su apellido? -Fulano Elquevoyasertuesposo. -¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué divertido! - rió mamá. Ya; déjate de leseras y habla en serio. -¡Mamá! ¡Si es verdad! Así me dijo que se llamaba. No es broma. Y era tan buen mozo y simpático. -Bailamos toda la noche y dijo que vendría a verme mañana. -María Cristina y Consuelo llegaron a la casa de los tíos.Mamá guardó el auto y se fueron a acostar. Pronto estaban todos durmiendo. María Cristina soñaba. Soñaba que bailaba con Fulano en una gran sala cuyas paredes eran enormes espejos. Del cielo colgaban doce lámparas de lágrimas que iluminaban con velas encendidas toda la gran sala. Se bailaba lentamente. Era una danza muy antigua donde las parejas se iban cambiando al son de la música de una orquesta de cuerdas. De pronto, por unos momentos ¡bailó junto a Fulano! Éste

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estaba vestido con un antiguo ropaje al estilo Luis XV. Se veía muy apuesto con una peluca blanca, medias de seda y zapatos con hebilla de plata. Su traje era bellísimo. María Cristina se vio reflejada en uno de los espejos y dio un pequeño grito de asombro porque estaba con un hermoso vestido dorado y verde oscuro con encajes y una gran cinta de terciopelo. Percibió que en una de sus manos colgaba un abanico de fina hechura y su caballera rubia estaba primorosamente peinada con numerosos bucles dorados, como su vestido. Pero más asombro le causó al ver en el umbral de la gran sala a un personaje que le sonreía bondadosamente. Sus ojos reflejaban un gran cariño y la Bebita se dio cuenta de que era su abuelo. -¡Abuelo!- exclamó alborozada y avanzó hacia él. Pero la imagen había desaparecido. -¿Te sucede algo?- preguntó Fulano. -Acabo de ver a mi abuelo, allá al final de la sala. -Habrá sido una coincidencia- dijo Fulano. Algún señor parecido a él. -No Fulano, ¡Era él! Me estaba sonriendo con sus ojos y expresaba un gran cariño. -No puede ser- dijo Fulano. Tengo entendido que tu abuelo ha muerto. Tal vez fue un fantasma. ¿Deseas seguir bailando? Ven, unámonos a los danzarines. Y continuaron bailando. La Bebita estaba distraída y miraba continuamente al final de la gran sala de baile para ver si podía encontrar a su abuelo. Se oían risas y de pronto, al observar las figuras que bailaban junto a ellos, se dio cuenta de que muchas de éstas se transformaban en bailarines vestidos de negros ropajes y sus rostros y manos eran

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parejas de baile. La fiesta estaba en su apogeo. Mamá las vino a buscar a las cuatro de la mañana y las llevó a casa de los tíos que vivían en Santiago. -¿Cómo estuvo la fiesta? - preguntó mamá, bostezando. -¡Estupenda! -¿Conocieron a algún chiquillo interesante? -Sí mamá. Muy entretenido- dijo alborozada María Cristina. -¿Cómo se llama? -Fulano. -¿Fulano? Que nombre tan raro. ¿Fulano qué? ¿Cuál es su apellido? -Fulano Elquevoyasertuesposo. -¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué divertido! - rió mamá. Ya; déjate de leseras y habla en serio. -¡Mamá! ¡Si es verdad! Así me dijo que se llamaba. No es broma. Y era tan buen mozo y simpático. -Bailamos toda la noche y dijo que vendría a verme mañana. -María Cristina y Consuelo llegaron a la casa de los tíos.Mamá guardó el auto y se fueron a acostar. Pronto estaban todos durmiendo. María Cristina soñaba. Soñaba que bailaba con Fulano en una gran sala cuyas paredes eran enormes espejos. Del cielo colgaban doce lámparas de lágrimas que iluminaban con velas encendidas toda la gran sala. Se bailaba lentamente. Era una danza muy antigua donde las parejas se iban cambiando al son de la música de una orquesta de cuerdas. De pronto, por unos momentos ¡bailó junto a Fulano! Éste

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estaba vestido con un antiguo ropaje al estilo Luis XV. Se veía muy apuesto con una peluca blanca, medias de seda y zapatos con hebilla de plata. Su traje era bellísimo. María Cristina se vio reflejada en uno de los espejos y dio un pequeño grito de asombro porque estaba con un hermoso vestido dorado y verde oscuro con encajes y una gran cinta de terciopelo. Percibió que en una de sus manos colgaba un abanico de fina hechura y su caballera rubia estaba primorosamente peinada con numerosos bucles dorados, como su vestido. Pero más asombro le causó al ver en el umbral de la gran sala a un personaje que le sonreía bondadosamente. Sus ojos reflejaban un gran cariño y la Bebita se dio cuenta de que era su abuelo. -¡Abuelo!- exclamó alborozada y avanzó hacia él. Pero la imagen había desaparecido. -¿Te sucede algo?- preguntó Fulano. -Acabo de ver a mi abuelo, allá al final de la sala. -Habrá sido una coincidencia- dijo Fulano. Algún señor parecido a él. -No Fulano, ¡Era él! Me estaba sonriendo con sus ojos y expresaba un gran cariño. -No puede ser- dijo Fulano. Tengo entendido que tu abuelo ha muerto. Tal vez fue un fantasma. ¿Deseas seguir bailando? Ven, unámonos a los danzarines. Y continuaron bailando. La Bebita estaba distraída y miraba continuamente al final de la gran sala de baile para ver si podía encontrar a su abuelo. Se oían risas y de pronto, al observar las figuras que bailaban junto a ellos, se dio cuenta de que muchas de éstas se transformaban en bailarines vestidos de negros ropajes y sus rostros y manos eran

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feas, esqueléticas e inspiraban temor. Miró su imagen y la de Fulano pero ambas no habían cambiado. Permanecían iguales, como las verdaderas, y quizás aún más hermosas. -No tengas miedo- le dijo Fulano. Las imágenes que ves a tu alrededor representan los bajos sentimientos de las personas que los llevan y se reflejan en los espejos del salón. Ni tú ni yo tenemos esa clase de pensamientos. Te amo María Cristina. Quiero que seas mi esposa. -Algún día se cumplirá tu deseo- respondió la niña. Tomados de la mano salieron al jardín, y él le dio un fervoroso beso en la mano. María Cristina despertó y puso su mano en la mejilla como si todavía sintiera el beso del joven. Se sentía enamorada. -¿Vendrá Fulano a visitarme hoy? Consuelo aún dormía y no podía preguntarle su opinión. Qué horribles imágenes se veían reflejadas en los espejos. Pertenecían a la mayoría de las personas que estaban en la fiesta; sin embargo Fulano Elquevoyasertuesposo se veía con un rostro franco y bondadoso. La niña estaba segura de que lo volvería a ver. Probablemente -pensó- esa gente tan fea y vestida de negro, eran personajes infiltrados, provenientes de la parte oscura del planeta Domino, y estaban en la fiesta de mi sueño sin ser invitados. Era hora de levantarse. Las campanas de la iglesia tocaban para ir a misa. La mañana empezaba, llena de luz y alegría de vivir. El teléfono estaba sonando. A lo mejor era Fulano.

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SUEÑO XVI

EL BAILE TOTEMICO

s necesario hacer una aclaración. María Cristina cuando soñaba, siempre se veía como una niña de más o menos doce años de edad. Era la regalona de su abuelo que la llamaba la Bebita. Es por eso que en los sueños ella era la Bebita y no María Cristina, pero en el sueño anterior, ella estaba presente como una joven de dieciocho años y en este sueño también. Soñó que se estaba bañando en una gran laguna rodeada de selva virgen. El agua estaba clara y tranquila. Una leve brisa mecía las totoras de la orilla. A lo lejos, una bandada de patos silvestres alzó furtivamente el vuelo. Con un rápido aleteo y los cuellos estirados, se alejaron a toda prisa. María Cristina se sentía dichosa nadando en esta gran piscina natural. Una garza blanca estaba pescando en la orilla, cerca de ella. Permanecía inmóvil, con el cuello estirado hacia adelante y con una pata encogida. De pronto metió súbitamente la cabeza debajo del agua y cogió un pequeño pez. María Cristina salió del agua a una playa de fina arena gris y se tendió para asolearse porque tenía un poco de frío. Su rubia cabellera chorreaba agua y le picaban algo los ojos porque había nadado bastante debajo del agua. Contemplaba el paisaje. Era lindo. El agua se veía plateada por el reflejo de un cielo celeste; brillante, sin una nube, y los árboles frondosos le daban un marco oscuro a la orilla. Todo era paz, silencio y al mismo tiempo vida. El aire era puro

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feas, esqueléticas e inspiraban temor. Miró su imagen y la de Fulano pero ambas no habían cambiado. Permanecían iguales, como las verdaderas, y quizás aún más hermosas. -No tengas miedo- le dijo Fulano. Las imágenes que ves a tu alrededor representan los bajos sentimientos de las personas que los llevan y se reflejan en los espejos del salón. Ni tú ni yo tenemos esa clase de pensamientos. Te amo María Cristina. Quiero que seas mi esposa. -Algún día se cumplirá tu deseo- respondió la niña. Tomados de la mano salieron al jardín, y él le dio un fervoroso beso en la mano. María Cristina despertó y puso su mano en la mejilla como si todavía sintiera el beso del joven. Se sentía enamorada. -¿Vendrá Fulano a visitarme hoy? Consuelo aún dormía y no podía preguntarle su opinión. Qué horribles imágenes se veían reflejadas en los espejos. Pertenecían a la mayoría de las personas que estaban en la fiesta; sin embargo Fulano Elquevoyasertuesposo se veía con un rostro franco y bondadoso. La niña estaba segura de que lo volvería a ver. Probablemente -pensó- esa gente tan fea y vestida de negro, eran personajes infiltrados, provenientes de la parte oscura del planeta Domino, y estaban en la fiesta de mi sueño sin ser invitados. Era hora de levantarse. Las campanas de la iglesia tocaban para ir a misa. La mañana empezaba, llena de luz y alegría de vivir. El teléfono estaba sonando. A lo mejor era Fulano.

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SUEÑO XVI

EL BAILE TOTEMICO

s necesario hacer una aclaración. María Cristina cuando soñaba, siempre se veía como una niña de más o menos doce años de edad. Era la regalona de su abuelo que la llamaba la Bebita. Es por eso que en los sueños ella era la Bebita y no María Cristina, pero en el sueño anterior, ella estaba presente como una joven de dieciocho años y en este sueño también. Soñó que se estaba bañando en una gran laguna rodeada de selva virgen. El agua estaba clara y tranquila. Una leve brisa mecía las totoras de la orilla. A lo lejos, una bandada de patos silvestres alzó furtivamente el vuelo. Con un rápido aleteo y los cuellos estirados, se alejaron a toda prisa. María Cristina se sentía dichosa nadando en esta gran piscina natural. Una garza blanca estaba pescando en la orilla, cerca de ella. Permanecía inmóvil, con el cuello estirado hacia adelante y con una pata encogida. De pronto metió súbitamente la cabeza debajo del agua y cogió un pequeño pez. María Cristina salió del agua a una playa de fina arena gris y se tendió para asolearse porque tenía un poco de frío. Su rubia cabellera chorreaba agua y le picaban algo los ojos porque había nadado bastante debajo del agua. Contemplaba el paisaje. Era lindo. El agua se veía plateada por el reflejo de un cielo celeste; brillante, sin una nube, y los árboles frondosos le daban un marco oscuro a la orilla. Todo era paz, silencio y al mismo tiempo vida. El aire era puro

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y a lo lejos se oía el graznar de unas pequeñas taguas. De pronto, entre las totoras aparecieron unas garzas blancas. Se desplazaban silenciosamente por encima del agua. Eran alrededor de diez. Llegaron cerca de la playa y se detuvieron. A María Cristina le llamó la atención la tiesura de sus cuellos y las pechugas no eran totalmente albas sino oscuras. Al fijarse mejor en la que estaba más próxima, se dio cuenta de que la parte oscura del cuerpo de la garza ¡era un rostro humano! La niña se quedó paralizada de susto y al instante las garzas se levantaron de la superficie del agua, aparecieron diez aborígenes portando arcos y arpones y se quedaron de pie con el agua hasta las rodillas. De gorro, tenían en la cabeza una garza tan bien diseñada que, al ir nadando con la cabeza afuera del agua, parecía que eran estas aves las que se desplazaban. Tan perfectamente eran imitadas las formas y los movimientos de una garza que era muy fácil equivocarse. Los indígenas salieron del agua y rodearon a María Cristina. Después de observar detenidamente la blancura de su piel, su rubia cabellera y de olfatearla, emitieron exclamaciones de asombro y luego se inclinaron varias veces saludándola a cierta distancia. María Cristina les preguntó quiénes eran y ellos respondieron en su dialecto (en los sueños no hay dificultad para comprender los idiomas), que eran cazadores de la tribu de las garzas y que estaban cazando patos pero éstos habían huido espantados por la presencia de la princesa dorada de la laguna. Ellos, a pesar de ser expertos cazadores, no se sentían frustrados porque tenían la dicha de ver de cerca a la gran diosa que habían oído hablar desde niños. María Cristina quiso aclararles que no era ninguna diosa pero se dio cuenta de que toda explicación era inútil. Luego, la invitaron a

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su aldea que no estaba lejos de allí. Se fueron trotando por un sendero; de vez en cuando miraban hacia atrás si la niña los seguía. María Cristina no podía trotar como los cazadores a pesar de tener sus sandalias de playa y éstos la esperaban y cortaban algunas ramas para que no la dañaran. Después de un rato llegaron a la aldea y la joven fue rodeada por decenas de niños y algunas mujeres que miraban con asombro a la extraña mujer rubia. Tanto hombres como mujeres llevaban atuendos con plumas de garza y eso los hacía verse elegantes y hermosos porque el plumaje albo resaltaba con su piel bronceada y su cabellera negra. La llevaron al centro de la aldea donde había una gran choza hecha de totora y en cuyo frente estaba tallada en un tronco una inmensa garza con sus alas extendidas. Al pie de la gran figura estaba un jefe, sentado en un pequeño piso de madera. María Cristina se aproximó a él y lo saludó. El jefe se puso de pie y la convidó a sentarse en su silla. Después de un buen rato de observarla en silencio, abrió la boca y explicó que él era el jefe de la tribu, honor que lo había heredado de sus padres y también por sus grandes hazañas guerreras. Luego se refirió al dios que adoraban, el gran dios Garza y el por qué esa ave era sagrada para ellos, ya que su colorido representaba protección, los alimentaba, etc. Esa noche se organizó una fiesta en homenaje a la diosa rubia. Alrededor de una fogata hubo espectaculares danzas al compás de tambores hechos de troncos huecos que daban un sonido con un timbre maravilloso. Las mujeres cantaban cimbrándose como

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y a lo lejos se oía el graznar de unas pequeñas taguas. De pronto, entre las totoras aparecieron unas garzas blancas. Se desplazaban silenciosamente por encima del agua. Eran alrededor de diez. Llegaron cerca de la playa y se detuvieron. A María Cristina le llamó la atención la tiesura de sus cuellos y las pechugas no eran totalmente albas sino oscuras. Al fijarse mejor en la que estaba más próxima, se dio cuenta de que la parte oscura del cuerpo de la garza ¡era un rostro humano! La niña se quedó paralizada de susto y al instante las garzas se levantaron de la superficie del agua, aparecieron diez aborígenes portando arcos y arpones y se quedaron de pie con el agua hasta las rodillas. De gorro, tenían en la cabeza una garza tan bien diseñada que, al ir nadando con la cabeza afuera del agua, parecía que eran estas aves las que se desplazaban. Tan perfectamente eran imitadas las formas y los movimientos de una garza que era muy fácil equivocarse. Los indígenas salieron del agua y rodearon a María Cristina. Después de observar detenidamente la blancura de su piel, su rubia cabellera y de olfatearla, emitieron exclamaciones de asombro y luego se inclinaron varias veces saludándola a cierta distancia. María Cristina les preguntó quiénes eran y ellos respondieron en su dialecto (en los sueños no hay dificultad para comprender los idiomas), que eran cazadores de la tribu de las garzas y que estaban cazando patos pero éstos habían huido espantados por la presencia de la princesa dorada de la laguna. Ellos, a pesar de ser expertos cazadores, no se sentían frustrados porque tenían la dicha de ver de cerca a la gran diosa que habían oído hablar desde niños. María Cristina quiso aclararles que no era ninguna diosa pero se dio cuenta de que toda explicación era inútil. Luego, la invitaron a

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su aldea que no estaba lejos de allí. Se fueron trotando por un sendero; de vez en cuando miraban hacia atrás si la niña los seguía. María Cristina no podía trotar como los cazadores a pesar de tener sus sandalias de playa y éstos la esperaban y cortaban algunas ramas para que no la dañaran. Después de un rato llegaron a la aldea y la joven fue rodeada por decenas de niños y algunas mujeres que miraban con asombro a la extraña mujer rubia. Tanto hombres como mujeres llevaban atuendos con plumas de garza y eso los hacía verse elegantes y hermosos porque el plumaje albo resaltaba con su piel bronceada y su cabellera negra. La llevaron al centro de la aldea donde había una gran choza hecha de totora y en cuyo frente estaba tallada en un tronco una inmensa garza con sus alas extendidas. Al pie de la gran figura estaba un jefe, sentado en un pequeño piso de madera. María Cristina se aproximó a él y lo saludó. El jefe se puso de pie y la convidó a sentarse en su silla. Después de un buen rato de observarla en silencio, abrió la boca y explicó que él era el jefe de la tribu, honor que lo había heredado de sus padres y también por sus grandes hazañas guerreras. Luego se refirió al dios que adoraban, el gran dios Garza y el por qué esa ave era sagrada para ellos, ya que su colorido representaba protección, los alimentaba, etc. Esa noche se organizó una fiesta en homenaje a la diosa rubia. Alrededor de una fogata hubo espectaculares danzas al compás de tambores hechos de troncos huecos que daban un sonido con un timbre maravilloso. Las mujeres cantaban cimbrándose como

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juncos, mientras los guerreros, con todas sus armas, imitaban en sus pasos de baile a la garza cuando pesca un pececillo bajo el agua. María Cristina estaba fascinada con tanta belleza primitiva. Todo aquello era estupendo, electrizante, mágico y daban deseos de bailar. Entonces, sin poder contenerse, se levantó de su sitio de honor y comenzó a danzar. Al instante los guerreros se retiraron y empezaron a golpear sus lanzas y arpones contra sus escudos llevando el ritmo del coro de mujeres y los tambores de madera. La noche estaba estrellada y la niña, cubierta con un maravilloso vestido y una pequeña corona de plumas blancas que le habían regalado, danzaba feliz, agradecida de todo el cariño que le brindaba esa gente. Al sentir el magnetismo de este baile totémico, se transportó como una esplendorosa ave hacia las estrellas, navegando por el firmamento azul hacia el infinito. Un infinito brillante, blanco y puro como su traje de plumas. Sin darse cuenta, se había transformado en la diosa garza y danzaba para el bienestar de su tribu. La luna llena había salido sobre la selva negra e iluminaba la escena con un marco de misterio. Una tenue luz plateada entraba por la ventana de su dormitorio; entonces la Bebita se dio cuenta de que estaba dormida bailando encima de su cama, y se despertó. La campanilla del reloj estaba sonando. Tenía que ir a clases a la Universidad.

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SUEÑO XVII

LA CACERIA

la noche siguiente, María Cristina siguió soñando sobre el mismo tema. Los cazadores habían partido al amanecer a cazar unos venados y la niña había dormido en una hamaca dentro de una gran choza de totora, rodeada de cinco mujeres que habían sido destinadas para cuidarla. Ellas cantaban dulcemente mientras hilaban o hacían collares de pequeñas semillas de colores negro, rojo y blanco. Otras echaban hierbas aromáticas en los braseros para espantar a los mosquitos y dos pequeñas niñas, de alrededor de nueve años de edad, la perfumaban y traían tinajas con agua fresca para que se lavara. Reinaba una gran alegría y amistad en esta habitación de mujeres. María Cristina se entretenía conversando con ellas y peinó a algunas con un peine hecho de espinas de pescado, fabricado con una prodigiosidad asombrosa. Ellas le contaron sobre sus familias. Algunas eran casadas y tenían hijos, otras, novios, y así pasó la mañana muy entretenida. Por la tarde se fue a bañar al río acompañada de su séquito, y al atardecer fue invitada a una cena. Habían cazado en honor a ella. A los jóvenes cazadores les había ido muy bien porque se asaban en las fogatas cuatro venados, dos jabalíes y decenas de patos y otras aves comestibles, además de sabrosos pescados que habían sido puestos al rescoldo. Las mujeres cantaban formando un gran coro, daban gracias a

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juncos, mientras los guerreros, con todas sus armas, imitaban en sus pasos de baile a la garza cuando pesca un pececillo bajo el agua. María Cristina estaba fascinada con tanta belleza primitiva. Todo aquello era estupendo, electrizante, mágico y daban deseos de bailar. Entonces, sin poder contenerse, se levantó de su sitio de honor y comenzó a danzar. Al instante los guerreros se retiraron y empezaron a golpear sus lanzas y arpones contra sus escudos llevando el ritmo del coro de mujeres y los tambores de madera. La noche estaba estrellada y la niña, cubierta con un maravilloso vestido y una pequeña corona de plumas blancas que le habían regalado, danzaba feliz, agradecida de todo el cariño que le brindaba esa gente. Al sentir el magnetismo de este baile totémico, se transportó como una esplendorosa ave hacia las estrellas, navegando por el firmamento azul hacia el infinito. Un infinito brillante, blanco y puro como su traje de plumas. Sin darse cuenta, se había transformado en la diosa garza y danzaba para el bienestar de su tribu. La luna llena había salido sobre la selva negra e iluminaba la escena con un marco de misterio. Una tenue luz plateada entraba por la ventana de su dormitorio; entonces la Bebita se dio cuenta de que estaba dormida bailando encima de su cama, y se despertó. La campanilla del reloj estaba sonando. Tenía que ir a clases a la Universidad.

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SUEÑO XVII

LA CACERIA

la noche siguiente, María Cristina siguió soñando sobre el mismo tema. Los cazadores habían partido al amanecer a cazar unos venados y la niña había dormido en una hamaca dentro de una gran choza de totora, rodeada de cinco mujeres que habían sido destinadas para cuidarla. Ellas cantaban dulcemente mientras hilaban o hacían collares de pequeñas semillas de colores negro, rojo y blanco. Otras echaban hierbas aromáticas en los braseros para espantar a los mosquitos y dos pequeñas niñas, de alrededor de nueve años de edad, la perfumaban y traían tinajas con agua fresca para que se lavara. Reinaba una gran alegría y amistad en esta habitación de mujeres. María Cristina se entretenía conversando con ellas y peinó a algunas con un peine hecho de espinas de pescado, fabricado con una prodigiosidad asombrosa. Ellas le contaron sobre sus familias. Algunas eran casadas y tenían hijos, otras, novios, y así pasó la mañana muy entretenida. Por la tarde se fue a bañar al río acompañada de su séquito, y al atardecer fue invitada a una cena. Habían cazado en honor a ella. A los jóvenes cazadores les había ido muy bien porque se asaban en las fogatas cuatro venados, dos jabalíes y decenas de patos y otras aves comestibles, además de sabrosos pescados que habían sido puestos al rescoldo. Las mujeres cantaban formando un gran coro, daban gracias a

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la diosa garza por tan buena pesca y cacería. Antes de empezar a comer, el hechicero de la tribu bailó, imitando con magistrales pasos y una mímica digna de toda admiración, a todos los animales que habían cazado, para que sus espíritus siguieran dándoles bienestar y protección a la tribu. Luego de esa ceremonia comenzó el festín y el brujo, jadeante y transpirando se sentó al lado de María Cristina. Su traje ceremonial llamaba mucho la atención porque estaba hecho de numerosas plumas de gran colorido y pieles de animales que le servían de taparrabo y casaca donde iban insertadas las plumas. Había bailado con una gran máscara de madera emplumada, como garza y ahora se la había sacado. María Cristina lo felicitó por su baile pero él la miró serio, casi enojado y no contestó. La niña se dio cuenta entonces de que “había metido la pata” ya que ese baile era una ceremonia religiosa después de la cual estaba de más felicitar al que la había efectuado. Era su oficio. Mientras comían carne asada de venado- ¡estaba deliciosa!- acompañada de sabrosas frutas silvestres, el brujo se dirigió a ella y le dijo: Yo conocí a tu abuelo. Era amigo mío. Le enseñé muchas cosas a él y él a mí. Éramos colegas y conocíamos el poder de algunas plantas. Se fue a buscar otras hierbas a otros lugares. Lo vi ahora cuando yo bailaba y él sonreía. Estaba contento de verte y al constatar nuestra amistad hacia ti. Pero no estaba tan feliz como tú crees. La tribu negra quiere tomarlo prisionero y llevárselo. Es gente mala. Comen hombres. Nosotros no la queremos. Son nuestros enemigos. Nos hacen mucho daño. Nos mandan enfermedades. Nos matan nuestros mejores

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guerreros y destruyen la mente de las mujeres. A los niños los empujan al peligro para que mueran y no lleguen a ser grandes cazadores. -¡Dónde habita esa tribu? -preguntó María Cristina. -En la parte negra- dijo el hechicero. Y no dijo más. La niña se quedó pensativa. En la parte negra… ¿Sería la parte negra del planeta Domino? De pronto un niño dio un grito de terror y toda la tribu se levantó y empezó a escudriñar la oscuridad que rodeaba la aldea. Entre las sombras de los árboles se observaba algo. Dos ojos verdosos y brillantes se vieron por un instante y luego desaparecieron. Una mujer irrumpió en gritos, llanto y lamentaciones. Se habían raptado a uno de sus hijos, y toda la tribu se alzó en armas. Partieron velozmente los más jóvenes, entrando a la oscuridad del bosque y olfateando el rastro. María Cristina sin saber por qué, los siguió, como si una gran fuerza la guiara. No mucho tiempo después se escucharon gritos de guerra de los cazadores de avanzada y rugidos terribles que ponían los pelos de punta. Estaban acosando al enemigo, pero al parecer con grandes bajas, a juzgar por los gritos de dolor que emitían algunos de los heridos. María Cristina llegó a un claro del bosque y allí vio algo impresionante que casi la hace desmayarse. En el centro estaba un demonio o bruja vestida de negro. Su rostro pintarrajeado de rojo hacía contraste con sus brillantes y crueles ojos. Rugía como una fiera y sus manos estaban aderezadas en cada dedo con largas y afiladas uñas impregnadas de veneno. Tres cazadores habían caído a los pies del espectro y estaban gravemente heridos por las mortales garras. El cuerpo de este

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la diosa garza por tan buena pesca y cacería. Antes de empezar a comer, el hechicero de la tribu bailó, imitando con magistrales pasos y una mímica digna de toda admiración, a todos los animales que habían cazado, para que sus espíritus siguieran dándoles bienestar y protección a la tribu. Luego de esa ceremonia comenzó el festín y el brujo, jadeante y transpirando se sentó al lado de María Cristina. Su traje ceremonial llamaba mucho la atención porque estaba hecho de numerosas plumas de gran colorido y pieles de animales que le servían de taparrabo y casaca donde iban insertadas las plumas. Había bailado con una gran máscara de madera emplumada, como garza y ahora se la había sacado. María Cristina lo felicitó por su baile pero él la miró serio, casi enojado y no contestó. La niña se dio cuenta entonces de que “había metido la pata” ya que ese baile era una ceremonia religiosa después de la cual estaba de más felicitar al que la había efectuado. Era su oficio. Mientras comían carne asada de venado- ¡estaba deliciosa!- acompañada de sabrosas frutas silvestres, el brujo se dirigió a ella y le dijo: Yo conocí a tu abuelo. Era amigo mío. Le enseñé muchas cosas a él y él a mí. Éramos colegas y conocíamos el poder de algunas plantas. Se fue a buscar otras hierbas a otros lugares. Lo vi ahora cuando yo bailaba y él sonreía. Estaba contento de verte y al constatar nuestra amistad hacia ti. Pero no estaba tan feliz como tú crees. La tribu negra quiere tomarlo prisionero y llevárselo. Es gente mala. Comen hombres. Nosotros no la queremos. Son nuestros enemigos. Nos hacen mucho daño. Nos mandan enfermedades. Nos matan nuestros mejores

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guerreros y destruyen la mente de las mujeres. A los niños los empujan al peligro para que mueran y no lleguen a ser grandes cazadores. -¡Dónde habita esa tribu? -preguntó María Cristina. -En la parte negra- dijo el hechicero. Y no dijo más. La niña se quedó pensativa. En la parte negra… ¿Sería la parte negra del planeta Domino? De pronto un niño dio un grito de terror y toda la tribu se levantó y empezó a escudriñar la oscuridad que rodeaba la aldea. Entre las sombras de los árboles se observaba algo. Dos ojos verdosos y brillantes se vieron por un instante y luego desaparecieron. Una mujer irrumpió en gritos, llanto y lamentaciones. Se habían raptado a uno de sus hijos, y toda la tribu se alzó en armas. Partieron velozmente los más jóvenes, entrando a la oscuridad del bosque y olfateando el rastro. María Cristina sin saber por qué, los siguió, como si una gran fuerza la guiara. No mucho tiempo después se escucharon gritos de guerra de los cazadores de avanzada y rugidos terribles que ponían los pelos de punta. Estaban acosando al enemigo, pero al parecer con grandes bajas, a juzgar por los gritos de dolor que emitían algunos de los heridos. María Cristina llegó a un claro del bosque y allí vio algo impresionante que casi la hace desmayarse. En el centro estaba un demonio o bruja vestida de negro. Su rostro pintarrajeado de rojo hacía contraste con sus brillantes y crueles ojos. Rugía como una fiera y sus manos estaban aderezadas en cada dedo con largas y afiladas uñas impregnadas de veneno. Tres cazadores habían caído a los pies del espectro y estaban gravemente heridos por las mortales garras. El cuerpo de este

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fantasma del bosque estaba erizado de flechas y lanzas que habían sido tiradas por los guerreros pero al parecer no le hacían daño alguno, y lo peor de todo era que los cazadores ya sin armas, se sentían derrotados y sólo trataban de alcanzar con sus cuchillos al monstruo, llevando ellos la peor parte. A los pies del espectro estaba inconsciente un pequeño niño que había raptado el demonio. La situación era terriblemente difícil. Entonces, en medio de su horror, María Cristina se acordó de Purezza y el cetro apareció de inmediato en su mano derecha. Iluminó con una intensa luz blanca todo el claro del bosque y la bruja -porque eso era- dio un grito horrible y se cubrió la cara con sus manos y sus garras postizas. Ahora gemía acurrucada como un animal apaleado en el suelo y los cazadores, repuestos de su parcial derrota, cogieron al niño raptado y a lo heridos y los llevaron a la aldea no sin antes amarrar a la bruja de pies y manos pero con mucho cuidado para no pincharse con las garras venenosas. Dos cazadores la trajeron colgando de un venablo que portaban de sus extremos. Grande fue la felicidad de toda la tribu al verlos llegar y más grande, la alegría de la mamá indígena al recibir a su pequeño. A la bruja la desarmaron de sus uñas y constataron que debajo del manto negro llevaba una durísima coraza de madera sumamente resistente, como si fuera de metal, pero más liviana y es por eso que las puntas de las flechas y lanzas se ensartaban en ella pero no la atravesaban. Debajo de la máscara, que estaba hecha con la concha de un armadillo, se vio un rostro más feo que la máscara misma y sus dientes amarillentos y afilados voluntariamente con un esmeril, demostraban que la bruja era caníbal.

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Habían cazado una bruja caníbal, secuestradora de un niño de la tribu, por lo tanto debía morir. Al ritmo de tambores y ahora con danzas y cantos guerreros, la bruja fue amarrada a un tronco frente al tótem de la gran ave blanca y se prepararon para asarla viva. María Cristina sintió una gran compasión por aquella alimaña humana, debido a la terrible muerte que le esperaba y antes de que empezaran a matarla de a poco, pidió a viva voz que se la dieran a ella. Después de un silencio de contrariedad, el ritual fue suspendido y se le manifestó que ella la sacrificara. María Cristina se acercó al esperpento que ahora gemía a más no poder. -¡Perdóname!- grito con una voz cascada. ¡No seré más mala! Tú puedes salvarme y trataré de cambiar. ¡Te juro que trataré! Seré una bruja mala renegada… María Cristina tuvo una gran lástima por ella y levantando la mano la perdonó. La cruz Purezza estaba allí resplandeciente y la bruja negra, al ser iluminada por la luz diáfana, se la vio gris pero de un gris opaco. Fue soltada de sus amarras y después de mirar con una extraña expresión de agradecimiento, nunca vista antes en ese rostro, se alejó renqueando hacia las afueras de la aldea y se perdió en la negrura de la noche. Toda la aldea permanecía muda porque no comprendían la actitud de la niña, pero al mismo tiempo estaban fascinados por el signo de Purezza que aún brillaba en la diestra de María Cristina. Entonces la joven, alzando el signo ante los presentes que escuchaban en absoluto silencio, dijo en voz alta:

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fantasma del bosque estaba erizado de flechas y lanzas que habían sido tiradas por los guerreros pero al parecer no le hacían daño alguno, y lo peor de todo era que los cazadores ya sin armas, se sentían derrotados y sólo trataban de alcanzar con sus cuchillos al monstruo, llevando ellos la peor parte. A los pies del espectro estaba inconsciente un pequeño niño que había raptado el demonio. La situación era terriblemente difícil. Entonces, en medio de su horror, María Cristina se acordó de Purezza y el cetro apareció de inmediato en su mano derecha. Iluminó con una intensa luz blanca todo el claro del bosque y la bruja -porque eso era- dio un grito horrible y se cubrió la cara con sus manos y sus garras postizas. Ahora gemía acurrucada como un animal apaleado en el suelo y los cazadores, repuestos de su parcial derrota, cogieron al niño raptado y a lo heridos y los llevaron a la aldea no sin antes amarrar a la bruja de pies y manos pero con mucho cuidado para no pincharse con las garras venenosas. Dos cazadores la trajeron colgando de un venablo que portaban de sus extremos. Grande fue la felicidad de toda la tribu al verlos llegar y más grande, la alegría de la mamá indígena al recibir a su pequeño. A la bruja la desarmaron de sus uñas y constataron que debajo del manto negro llevaba una durísima coraza de madera sumamente resistente, como si fuera de metal, pero más liviana y es por eso que las puntas de las flechas y lanzas se ensartaban en ella pero no la atravesaban. Debajo de la máscara, que estaba hecha con la concha de un armadillo, se vio un rostro más feo que la máscara misma y sus dientes amarillentos y afilados voluntariamente con un esmeril, demostraban que la bruja era caníbal.

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Habían cazado una bruja caníbal, secuestradora de un niño de la tribu, por lo tanto debía morir. Al ritmo de tambores y ahora con danzas y cantos guerreros, la bruja fue amarrada a un tronco frente al tótem de la gran ave blanca y se prepararon para asarla viva. María Cristina sintió una gran compasión por aquella alimaña humana, debido a la terrible muerte que le esperaba y antes de que empezaran a matarla de a poco, pidió a viva voz que se la dieran a ella. Después de un silencio de contrariedad, el ritual fue suspendido y se le manifestó que ella la sacrificara. María Cristina se acercó al esperpento que ahora gemía a más no poder. -¡Perdóname!- grito con una voz cascada. ¡No seré más mala! Tú puedes salvarme y trataré de cambiar. ¡Te juro que trataré! Seré una bruja mala renegada… María Cristina tuvo una gran lástima por ella y levantando la mano la perdonó. La cruz Purezza estaba allí resplandeciente y la bruja negra, al ser iluminada por la luz diáfana, se la vio gris pero de un gris opaco. Fue soltada de sus amarras y después de mirar con una extraña expresión de agradecimiento, nunca vista antes en ese rostro, se alejó renqueando hacia las afueras de la aldea y se perdió en la negrura de la noche. Toda la aldea permanecía muda porque no comprendían la actitud de la niña, pero al mismo tiempo estaban fascinados por el signo de Purezza que aún brillaba en la diestra de María Cristina. Entonces la joven, alzando el signo ante los presentes que escuchaban en absoluto silencio, dijo en voz alta:

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“Éste será el símbolo de ustedes y a él le ofrecerán sus buenas obras. Las mujeres, sus hijos. Los jóvenes, el producto de su caza y su pesca. Los niños imitarán a los grandes y se esforzarán en ser los mejores de la tribu y los viejos les enseñarán todo lo bueno que les dio la experiencia y la tradición. Los jefes y hechiceros servirán para el bien de la comunidad que tendrá que obedecer sus buenas intenciones.” La tribu entera lanzó gritos de júbilo y días después la estatua del tótem de la garza fue cambiada por la imagen de Purezza, y las obras buenas que se hacían en la tribu, todas ellas eran ofrecidas al nuevo símbolo y dialogaban con él. En cuanto a los heridos que habían caído en la captura de la bruja, estaban ya restablecidos y le daban las gracias. ¿Y la bruja renegada? Ya tendremos ocasión de visitarla en uno de los sueños de la Bebita.

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SUEÑO XVIII

LA JAULA DE PAJAROS

aría Cristina estaba convertida ahora en Bebita y caminaba por un jardín solitario en el cual sobresalían bellísimas ruinas romanas. Hermosas columnas de mármol blanco y muros derruidos brillaban en una mañana gris, sin sol. Éste estaba ausente y la niña no sabía por qué. Aristocráticos cipreses se alzaban entre las ruinas; el pasto limpio, cubierto de rocío, competía con la hiedra que trepaba por las frías paredes. Un largo y ondulante camino de piedras pulidas por el uso y el tiempo, llegaba a un conjunto de gigantescas columnas dóricas. Cuatro de ellas sostenían un atrio. La Bebita alcanzó este majestuoso resto de los siglos y llegó a una superficie de baldosas de mármol amarillo que estaba rodeada de columnas de forma humana. Ellas sostenían con sus cabezas el cielo raso o donde podría haber estado éste. Algunas de las imágenes levantaban los brazos con el ademán de sostener también el cielo del edificio. La Bebita estaba fascinada observando todas las columnas humanas tan perfectamente esculpidas. El Sol apareció detrás de las ruinas y los cipreses e iluminó el ambiente con una delicadeza tal que no daban deseos de respirar, para así gozar plenamente de tanta quietud, de tanta armonía y silencio. Sí, un silencio total, y la Bebita oía ahora los latidos de su

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“Éste será el símbolo de ustedes y a él le ofrecerán sus buenas obras. Las mujeres, sus hijos. Los jóvenes, el producto de su caza y su pesca. Los niños imitarán a los grandes y se esforzarán en ser los mejores de la tribu y los viejos les enseñarán todo lo bueno que les dio la experiencia y la tradición. Los jefes y hechiceros servirán para el bien de la comunidad que tendrá que obedecer sus buenas intenciones.” La tribu entera lanzó gritos de júbilo y días después la estatua del tótem de la garza fue cambiada por la imagen de Purezza, y las obras buenas que se hacían en la tribu, todas ellas eran ofrecidas al nuevo símbolo y dialogaban con él. En cuanto a los heridos que habían caído en la captura de la bruja, estaban ya restablecidos y le daban las gracias. ¿Y la bruja renegada? Ya tendremos ocasión de visitarla en uno de los sueños de la Bebita.

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SUEÑO XVIII

LA JAULA DE PAJAROS

aría Cristina estaba convertida ahora en Bebita y caminaba por un jardín solitario en el cual sobresalían bellísimas ruinas romanas. Hermosas columnas de mármol blanco y muros derruidos brillaban en una mañana gris, sin sol. Éste estaba ausente y la niña no sabía por qué. Aristocráticos cipreses se alzaban entre las ruinas; el pasto limpio, cubierto de rocío, competía con la hiedra que trepaba por las frías paredes. Un largo y ondulante camino de piedras pulidas por el uso y el tiempo, llegaba a un conjunto de gigantescas columnas dóricas. Cuatro de ellas sostenían un atrio. La Bebita alcanzó este majestuoso resto de los siglos y llegó a una superficie de baldosas de mármol amarillo que estaba rodeada de columnas de forma humana. Ellas sostenían con sus cabezas el cielo raso o donde podría haber estado éste. Algunas de las imágenes levantaban los brazos con el ademán de sostener también el cielo del edificio. La Bebita estaba fascinada observando todas las columnas humanas tan perfectamente esculpidas. El Sol apareció detrás de las ruinas y los cipreses e iluminó el ambiente con una delicadeza tal que no daban deseos de respirar, para así gozar plenamente de tanta quietud, de tanta armonía y silencio. Sí, un silencio total, y la Bebita oía ahora los latidos de su

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corazón que marcaban emocionadamente el compás como un reloj. No se oía ruido alguno salvo el de su corazón. Ni el trino de un pajarillo. Nada… La niña siguió caminando y llegó ahora a un templo muy bien conservado. Sus columnas eran jónicas y en el interior la luz del Sol entraba desde el techo e iluminaba el gran aposento con una luminosidad dorada. El interior del templo era amplio, como la nave de una inmensa iglesia y en el centro había una gran jaula cuyos finos barrotes eran de oro. ¡Cómo brillaban con la luz del Sol que venía desde arriba! De improviso se oyeron deliciosos trinos de toda la variación imaginable. Eran cantos de pájaros exóticos que estaban en el interior de esta jaula enorme. Colgaban numerosos columpios de plata y en ellos estaban posados cientos de pájaros de los colores más maravillosos que alguien pueda imaginar. Eran diversas tonalidades de amarillo, rojo, azul, celeste. Decenas de tonalidades de verde, naranjado, marrón, gris, blanco, rosado, y ¡qué amarillos! y ¡marrón! ¡Oh! ¡Era increíble! ¡Era un sueño! Sí. Era una escena nunca vista por nadie y ¡las melodías que emitían! Parecía que se habían puesto de acuerdo para no molestarse unos a otros en una interminable y armoniosa cascada de trinos y gorjeos. Era algo tan placentero que daban deseos de que no acabara nunca todo aquello. Pero terminó, y eso fue cuando percibieron que la niña estaba contemplándolos. Hubo un silencio total. Entonces Bebita les preguntó por qué se habían callado y ellos en respuesta se pusieron a cantar

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nuevamente con más dulzura y armonía y esto hizo que la niña riera por tener tanta felicidad. Así trinaron un buen rato y María Cristina los escuchaba y contemplaba extasiada por tanto colorido y armonía de trinos tan perfectos. En un descanso, la niña les preguntó a quién le cantaban, y ellos sin dejar de trinar entre esas ruinas, le contestaron que le cantaban al símbolo de Purezza. Entonces Bebita tuvo noción del significado que tenía su mágico y poderoso cetro.

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corazón que marcaban emocionadamente el compás como un reloj. No se oía ruido alguno salvo el de su corazón. Ni el trino de un pajarillo. Nada… La niña siguió caminando y llegó ahora a un templo muy bien conservado. Sus columnas eran jónicas y en el interior la luz del Sol entraba desde el techo e iluminaba el gran aposento con una luminosidad dorada. El interior del templo era amplio, como la nave de una inmensa iglesia y en el centro había una gran jaula cuyos finos barrotes eran de oro. ¡Cómo brillaban con la luz del Sol que venía desde arriba! De improviso se oyeron deliciosos trinos de toda la variación imaginable. Eran cantos de pájaros exóticos que estaban en el interior de esta jaula enorme. Colgaban numerosos columpios de plata y en ellos estaban posados cientos de pájaros de los colores más maravillosos que alguien pueda imaginar. Eran diversas tonalidades de amarillo, rojo, azul, celeste. Decenas de tonalidades de verde, naranjado, marrón, gris, blanco, rosado, y ¡qué amarillos! y ¡marrón! ¡Oh! ¡Era increíble! ¡Era un sueño! Sí. Era una escena nunca vista por nadie y ¡las melodías que emitían! Parecía que se habían puesto de acuerdo para no molestarse unos a otros en una interminable y armoniosa cascada de trinos y gorjeos. Era algo tan placentero que daban deseos de que no acabara nunca todo aquello. Pero terminó, y eso fue cuando percibieron que la niña estaba contemplándolos. Hubo un silencio total. Entonces Bebita les preguntó por qué se habían callado y ellos en respuesta se pusieron a cantar

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nuevamente con más dulzura y armonía y esto hizo que la niña riera por tener tanta felicidad. Así trinaron un buen rato y María Cristina los escuchaba y contemplaba extasiada por tanto colorido y armonía de trinos tan perfectos. En un descanso, la niña les preguntó a quién le cantaban, y ellos sin dejar de trinar entre esas ruinas, le contestaron que le cantaban al símbolo de Purezza. Entonces Bebita tuvo noción del significado que tenía su mágico y poderoso cetro.

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SUEÑO XIX

EL PINO DE PASCUA

ra Navidad. María Cristina celebraba esta fiesta con su familia. Había una alegría general por el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y se le adoraba en el pesebre que se había hecho en el interior de la chimenea. En el hogar. También en esa ocasión se rendía un culto al concepto de familia, celebrando la Nochebuena en casa, reunidos con un recíproco cariño y gran felicidad. En la madrugada todos se fueron a acostar con mucho sueño en los ojos y alegría en el corazón. María Cristina se quedó dormida y soñó que se acercaba al árbol de Pascua y observaba a los pequeños enanos rojos que estaban colgando semiescondidos entre las ramas. Los pajarillos chinos multicolores dormían inmóviles. Solamente los farolitos aún estaban despiertos e iluminaban el follaje y hacían brillar los chiches. Éstos parecían brillantes estrellas que titilaban en la quietud de la noche. Uno de los enanos que estaba encaramado en una rama, la saludó con su mano enguantada y la invitó a que entrara a la espesura del follaje. ¡Ven! -le dijo- ¡Caminemos por el bosque! Te mostraré el sendero que nos llevará a la gran fiesta mágica de nochebuena. La Bebita avanzó a través de las ramas hasta donde estaba el enano, se tomaron de la mano y avanzaron por entre las ramas hacia un escondido sendero del pino; éste bajaba como una escalera de

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caracol y después se continuaba con un tupido follaje, ahora formado por un bosque de pinos de diferentes especies. Por entre la foresta se veía el cielo azul y silencioso. Parecía avisar que un gran acontecimiento había ocurrido esa noche. Así era.Marcharon largo rato, hasta que llegaron a un claro del bosque que estaba alumbrado por una luz amarillenta. Una orquesta tocaba sobre una roca plana que hacía las veces de proscenio. Abajo, mucha gente bailaba al compás de los violines y otros instrumentos de cuerda y de bronce. Los músicos eran enanitos vestidos de rojo. Ellos formaban aquella original orquesta. Había una buena cantidad de bailarines. Todos danzaban con gran alegría. Se divisaban elfos, ninfas, duendes, druidas, hadas, gnomos, ondinas, sátiros y otros espíritus del bosque. ¡Ha nacido! ¡Ha nacido! Gritaban alborozados y seguían bailando con gran frenesí. La Bebita se acercó a los primeros danzarines y éstos la tomaron de las manos y todos se mezclaron en un gran torbellino de baile y fantasía. La niña estaba feliz y danzaba imitando los pasos de las ninfas y hadas. También estaban presentes en la fiesta algunos insectos fosforescentes y otros animalitos del bosque, como ardillas, conejitos, sapos, hermosas lagartijas y gran cantidad de orugas luminosas, mas, no daban la luz suficiente para alumbrar tan grandiosa escena. Ésta estaba iluminada por grandes chiches que emitían destellos de diversos colores. La danza continuaba y las parejas cambiaban de color según el rayo de luz que recibían de los chiches que pendían de las ramas de los árboles del bosque.

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EL PINO DE PASCUA

ra Navidad. María Cristina celebraba esta fiesta con su familia. Había una alegría general por el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y se le adoraba en el pesebre que se había hecho en el interior de la chimenea. En el hogar. También en esa ocasión se rendía un culto al concepto de familia, celebrando la Nochebuena en casa, reunidos con un recíproco cariño y gran felicidad. En la madrugada todos se fueron a acostar con mucho sueño en los ojos y alegría en el corazón. María Cristina se quedó dormida y soñó que se acercaba al árbol de Pascua y observaba a los pequeños enanos rojos que estaban colgando semiescondidos entre las ramas. Los pajarillos chinos multicolores dormían inmóviles. Solamente los farolitos aún estaban despiertos e iluminaban el follaje y hacían brillar los chiches. Éstos parecían brillantes estrellas que titilaban en la quietud de la noche. Uno de los enanos que estaba encaramado en una rama, la saludó con su mano enguantada y la invitó a que entrara a la espesura del follaje. ¡Ven! -le dijo- ¡Caminemos por el bosque! Te mostraré el sendero que nos llevará a la gran fiesta mágica de nochebuena. La Bebita avanzó a través de las ramas hasta donde estaba el enano, se tomaron de la mano y avanzaron por entre las ramas hacia un escondido sendero del pino; éste bajaba como una escalera de

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caracol y después se continuaba con un tupido follaje, ahora formado por un bosque de pinos de diferentes especies. Por entre la foresta se veía el cielo azul y silencioso. Parecía avisar que un gran acontecimiento había ocurrido esa noche. Así era.Marcharon largo rato, hasta que llegaron a un claro del bosque que estaba alumbrado por una luz amarillenta. Una orquesta tocaba sobre una roca plana que hacía las veces de proscenio. Abajo, mucha gente bailaba al compás de los violines y otros instrumentos de cuerda y de bronce. Los músicos eran enanitos vestidos de rojo. Ellos formaban aquella original orquesta. Había una buena cantidad de bailarines. Todos danzaban con gran alegría. Se divisaban elfos, ninfas, duendes, druidas, hadas, gnomos, ondinas, sátiros y otros espíritus del bosque. ¡Ha nacido! ¡Ha nacido! Gritaban alborozados y seguían bailando con gran frenesí. La Bebita se acercó a los primeros danzarines y éstos la tomaron de las manos y todos se mezclaron en un gran torbellino de baile y fantasía. La niña estaba feliz y danzaba imitando los pasos de las ninfas y hadas. También estaban presentes en la fiesta algunos insectos fosforescentes y otros animalitos del bosque, como ardillas, conejitos, sapos, hermosas lagartijas y gran cantidad de orugas luminosas, mas, no daban la luz suficiente para alumbrar tan grandiosa escena. Ésta estaba iluminada por grandes chiches que emitían destellos de diversos colores. La danza continuaba y las parejas cambiaban de color según el rayo de luz que recibían de los chiches que pendían de las ramas de los árboles del bosque.

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-“No te asustes”- le dijo una voz invisible. “Soy el ángel que durmió a todos los geniecillos del bosque, porque estaban trasnochando demasiado. Camina sin temor que yo te protegeré”. A la niña se le pasó el miedo y atravesó sin vacilar el largo puente. De vez en cuando los tablones crujían y se tambaleaban un poco por estar los clavos sueltos pero aquello no fue impedimento para llegar a la otra orilla. -“Gracias ángel-” dijo en voz alta y se dirigió hacia la casa.

La alegría era contagiosa y la Bebita se sentía tan feliz como ellos porque había nacido el Niño Dios. Se bebía en las mesas néctar de flores en cáscaras de nuez, agua de rocío y se comían exquisitos panecillos de pascua hechos por las elfas que tenían una gran experiencia en hornear este tipo de golosinas. Además, había toda clase de frutas silvestres, como fresas, frutillas, maqui, nueces y avellanas. Estas últimas para los que tenían los dientes muy largos. La fiesta duró hasta el amanecer y de pronto un gran rostro de bondad se asomó por entre los árboles y sopló cariñosamente sobre los de la fiesta. Era un ángel del Señor. Todos sintieron sueño y se fueron lentamente a sus casas para dormir y la Bebita se quedó sola en el claro del bosque entre las mesas y sillas vacías. La roca que había servido de proscenio para la orquesta se quedó sin música ni músicos. Entonces le dieron deseos de ir a dormir y caminó por el sendero hasta que salió del bosque y llegó a unas dunas de arena. Allí cerca desembocaba un río en el mar. El Sol estaba saliendo por las montañas y le daba a toda esa escena un delicado brillo dorado. Eran los primeros rayos de la mañana del 25 de diciembre. El río estaba atravesado por un larguísimo y angosto puente hecho de tablones de madera longitudinales y sin barandas. Al frente, en la otra orilla, escondida entre las dunas, la Bebita divisó una casa hecha de latas viejas. Pensó que allí podría pedir una cama donde dormir porque en su sueño no sabía cómo llegar a su dormitorio a través del bosque. Pero el puente era tan largo y sin barandas que le causaba mucho miedo atravesarlo.

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-“No te asustes”- le dijo una voz invisible. “Soy el ángel que durmió a todos los geniecillos del bosque, porque estaban trasnochando demasiado. Camina sin temor que yo te protegeré”. A la niña se le pasó el miedo y atravesó sin vacilar el largo puente. De vez en cuando los tablones crujían y se tambaleaban un poco por estar los clavos sueltos pero aquello no fue impedimento para llegar a la otra orilla. -“Gracias ángel-” dijo en voz alta y se dirigió hacia la casa.

La alegría era contagiosa y la Bebita se sentía tan feliz como ellos porque había nacido el Niño Dios. Se bebía en las mesas néctar de flores en cáscaras de nuez, agua de rocío y se comían exquisitos panecillos de pascua hechos por las elfas que tenían una gran experiencia en hornear este tipo de golosinas. Además, había toda clase de frutas silvestres, como fresas, frutillas, maqui, nueces y avellanas. Estas últimas para los que tenían los dientes muy largos. La fiesta duró hasta el amanecer y de pronto un gran rostro de bondad se asomó por entre los árboles y sopló cariñosamente sobre los de la fiesta. Era un ángel del Señor. Todos sintieron sueño y se fueron lentamente a sus casas para dormir y la Bebita se quedó sola en el claro del bosque entre las mesas y sillas vacías. La roca que había servido de proscenio para la orquesta se quedó sin música ni músicos. Entonces le dieron deseos de ir a dormir y caminó por el sendero hasta que salió del bosque y llegó a unas dunas de arena. Allí cerca desembocaba un río en el mar. El Sol estaba saliendo por las montañas y le daba a toda esa escena un delicado brillo dorado. Eran los primeros rayos de la mañana del 25 de diciembre. El río estaba atravesado por un larguísimo y angosto puente hecho de tablones de madera longitudinales y sin barandas. Al frente, en la otra orilla, escondida entre las dunas, la Bebita divisó una casa hecha de latas viejas. Pensó que allí podría pedir una cama donde dormir porque en su sueño no sabía cómo llegar a su dormitorio a través del bosque. Pero el puente era tan largo y sin barandas que le causaba mucho miedo atravesarlo.

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SUEÑO XX

LA BRUJA RENEGADALA REQUETERRENEGADA

Y LA REQUETECONTRARRENEGADA

asó una bomba de incendios cerca de la casa y los perros se pusieron a aullar. María Cristina despertó sobresaltada por el ruido de la sirena y luego, muy luego, estaba nuevamente dormida. Entonces soñó que en esa casa, en las dunas hecha de latas viejas y herrumbrosas, vivían tres brujas. Cuando llegó a la puerta y golpeó para que la dejaran entrar, ya no sentía necesidad de dormir porque se había dado cuenta de que estaba durmiendo en su cama, en el dormitorio de su casa, pero sí percibió que estaba allí porque había atravesado el larguísimo puente de madera. Había sido impropio, dentro de la curiosidad de una niña, de no saber quien vivía allí y entonces la sorpresa fue grande al abrirse la crujiente puerta, porque apareció la bruja que ella le había salvado la vida, cuando la perdonó esa noche en la tribu de los hombres garzas. La niña notó de inmediato que la bruja había cambiado. Ya no vestía el sudario negro que usaba cuando había raptado al niño, sino uno gris, su rostro era más bien pálido, color mantequilla y sus ojos de color castaño reflejaban cierto grado de afabilidad. -Entra, reina de las garzas- le dijo la bruja. Quiero contarte algo que es importante para mí, y otra cosa que es muy importante para ti.

La niña entró y se sentaron alrededor de un brasero de cobre. -Gracias a tu bondad -dijo la bruja- he conocido la felicidad porque he renegado del país de las tinieblas del planeta Domino. Me vine a vivir a estos arenales y he adquirido el colorido de este paisaje. En cuanto a la alimentación, no tengo de qué quejarme porque no falta la comida en estos solitarios parajes. Siempre hay algún lagarto o un ave vieja o herida que cae en la playa donde rompen las olas y de vez en cuando un viejo lobo marino muerto me sirve de banquete. Vivo con otras dos compañeras que habían decidido antes que yo, abandonar el territorio negro de Domino. Ellas son la bruja Requeterrenega y la Requetecontrarrenegada. La primera viste de azul y la otra de rosado. Esta última es casi una candidata a ser hada. Ellas no están aquí ahora porque han ido a buscar hierbas mágicas a las dunas. En un rato más te las presentaré y podremos divisar algunos hechos muy importantes relacionados con tu persona. Llegaron las dos brujas trayendo un haz de leña y unas hierbas en una bolsa de cuero. Tenían un rostro agradable. Hasta podría decirse que eran simpáticas y la que vestía de rosado, su mirada era tan dulce como una bondadosa mujer. Se sentaron las recién llegadas, también alrededor del brasero; la que traía las hierbas sacó un manojo de la bolsa y lo echó al fuego. Salió desde las brasas un humo ocre y denso de color verdoso y luego se expandió lentamente alrededor de las cuatro mujeres. Entonces la Bebita pudo observar unas imágenes que la alegraron pero también la llenaron de incertidumbre. Todos sus primos estaban allí, en una sala de un suntuoso palacio. Parecía que estuviesen embriagados con el licor que

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LA BRUJA RENEGADALA REQUETERRENEGADA

Y LA REQUETECONTRARRENEGADA

asó una bomba de incendios cerca de la casa y los perros se pusieron a aullar. María Cristina despertó sobresaltada por el ruido de la sirena y luego, muy luego, estaba nuevamente dormida. Entonces soñó que en esa casa, en las dunas hecha de latas viejas y herrumbrosas, vivían tres brujas. Cuando llegó a la puerta y golpeó para que la dejaran entrar, ya no sentía necesidad de dormir porque se había dado cuenta de que estaba durmiendo en su cama, en el dormitorio de su casa, pero sí percibió que estaba allí porque había atravesado el larguísimo puente de madera. Había sido impropio, dentro de la curiosidad de una niña, de no saber quien vivía allí y entonces la sorpresa fue grande al abrirse la crujiente puerta, porque apareció la bruja que ella le había salvado la vida, cuando la perdonó esa noche en la tribu de los hombres garzas. La niña notó de inmediato que la bruja había cambiado. Ya no vestía el sudario negro que usaba cuando había raptado al niño, sino uno gris, su rostro era más bien pálido, color mantequilla y sus ojos de color castaño reflejaban cierto grado de afabilidad. -Entra, reina de las garzas- le dijo la bruja. Quiero contarte algo que es importante para mí, y otra cosa que es muy importante para ti.

La niña entró y se sentaron alrededor de un brasero de cobre. -Gracias a tu bondad -dijo la bruja- he conocido la felicidad porque he renegado del país de las tinieblas del planeta Domino. Me vine a vivir a estos arenales y he adquirido el colorido de este paisaje. En cuanto a la alimentación, no tengo de qué quejarme porque no falta la comida en estos solitarios parajes. Siempre hay algún lagarto o un ave vieja o herida que cae en la playa donde rompen las olas y de vez en cuando un viejo lobo marino muerto me sirve de banquete. Vivo con otras dos compañeras que habían decidido antes que yo, abandonar el territorio negro de Domino. Ellas son la bruja Requeterrenega y la Requetecontrarrenegada. La primera viste de azul y la otra de rosado. Esta última es casi una candidata a ser hada. Ellas no están aquí ahora porque han ido a buscar hierbas mágicas a las dunas. En un rato más te las presentaré y podremos divisar algunos hechos muy importantes relacionados con tu persona. Llegaron las dos brujas trayendo un haz de leña y unas hierbas en una bolsa de cuero. Tenían un rostro agradable. Hasta podría decirse que eran simpáticas y la que vestía de rosado, su mirada era tan dulce como una bondadosa mujer. Se sentaron las recién llegadas, también alrededor del brasero; la que traía las hierbas sacó un manojo de la bolsa y lo echó al fuego. Salió desde las brasas un humo ocre y denso de color verdoso y luego se expandió lentamente alrededor de las cuatro mujeres. Entonces la Bebita pudo observar unas imágenes que la alegraron pero también la llenaron de incertidumbre. Todos sus primos estaban allí, en una sala de un suntuoso palacio. Parecía que estuviesen embriagados con el licor que

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llenaban sus copas de oro. Estaban vestidos lujosamente portando tenidas de brillantes bordados y su actitud era placentera y algo displicente a la vez. Hermosas mujeres le servían delicados manjares y le llenaban sus copas entre risa y risa. -Tus primos están prisioneros- dijo una de las brujas. Han sido embaucados y dejados llevar dócilmente por ángeles de la parte oscura de Domino. Estos ángeles, disfrazados de atractivas mujeres, que tú vez ahí, son malvados y tratan de destruir a tus jóvenes primos. -¿Cómo se llaman esos ángeles?- preguntó Bebita. -Se llaman Codicie, Ambicium y Lujoria. Cultivan las artes de manejar a los demás para dominarlos, y así marchitan los espíritus de sus víctimas hasta convertirlos en esclavos. -¡Sálvalos,Bebita!- dijo la bruja Requetecontrarrenegada. Es necesario que los vayas a rescatar. Nosotras te daremos la fórmula para llegar al territorio negro del planeta Domino sin que sufras daño y puedas volver con tus primos nuevamente a la luz. -¿Cómo podré llegar donde ellos?- preguntó Bebita. -Tienes que encontrar a los enanos rojos, que trabajan el oro y las piedras preciosas bajo la tierra. Busca a tus amigos los elfos del bosque; ellos te guiarán hacia donde habitan los enanos y éstos, a su vez te acompañarán en tu aventura…

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llenaban sus copas de oro. Estaban vestidos lujosamente portando tenidas de brillantes bordados y su actitud era placentera y algo displicente a la vez. Hermosas mujeres le servían delicados manjares y le llenaban sus copas entre risa y risa. -Tus primos están prisioneros- dijo una de las brujas. Han sido embaucados y dejados llevar dócilmente por ángeles de la parte oscura de Domino. Estos ángeles, disfrazados de atractivas mujeres, que tú vez ahí, son malvados y tratan de destruir a tus jóvenes primos. -¿Cómo se llaman esos ángeles?- preguntó Bebita. -Se llaman Codicie, Ambicium y Lujoria. Cultivan las artes de manejar a los demás para dominarlos, y así marchitan los espíritus de sus víctimas hasta convertirlos en esclavos. -¡Sálvalos,Bebita!- dijo la bruja Requetecontrarrenegada. Es necesario que los vayas a rescatar. Nosotras te daremos la fórmula para llegar al territorio negro del planeta Domino sin que sufras daño y puedas volver con tus primos nuevamente a la luz. -¿Cómo podré llegar donde ellos?- preguntó Bebita. -Tienes que encontrar a los enanos rojos, que trabajan el oro y las piedras preciosas bajo la tierra. Busca a tus amigos los elfos del bosque; ellos te guiarán hacia donde habitan los enanos y éstos, a su vez te acompañarán en tu aventura…

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SUEÑO XXI

EL RESCATE

aría Cristina no podía concentrarse durante la clase en la Universidad. Pensaba en sus primos. Tenía deseos de salir del aula y correr a un teléfono y preguntar por ellos. No importa cuántas llamadas hiciera. Pero, pensándolo mejor, ellos también estarían a esa hora fuera de sus casas, así como estaba ella. Sería una pérdida de tiempo y dinero. Con estos pensamientos se conformó y se concentró en lo que explicaba el profesor. En la noche, después de la cena, llamó a tres de sus primos pero éstos no estaban. Así le respondieron sus tías. Entonces, muy triste se fue a estudiar. Estudió hasta las doce de la noche y luego se fue a dormir, y soñó una de las más interesantes aventuras en este mundo mágico de los sueños. Estaba en el claro del bosque conversando con duendecillos amarillos y verdes; elfos de piel azulosa, genios de color naranjado, silfos rosados con alas transparentes. Haditas, ninfas y otras mujercitas de la foresta. Todos la rodeaban y estaban muy interesados en lo que ella les contaba. De pronto tomaron sus brazos y la llevaron velozmente por el aire a través del bosque hasta una quebrada en cuyo fondo corría un riachuelo. Bajaron presurosos con la niña por un sendero que terminaba en el río, y allí, saltando de piedra en risco, de risco en roca y de roca en piedra, llegaron a una gruta oculta por los arbustos de la orilla y se introdujeron en ella. El suelo de la gruta estaba cubierto de fina arena que brillaba a la luz del Sol. A medida que toda

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esta muchedumbre de pequeños seres del bosque se internaban con la Bebita, la gruta se hacía cada vez más amplia y más oscura hasta que llegaron a una gran sala iluminada por antorchas donde trabajaban en una fragua tres enanos barbudos vestidos de rojo. Un gorro del mismo color les cubría la cabeza calva y canosa. Al ver a tantas visitas dejaron de trabajar, y secándose el sudor de sus frentes con un pañuelo y otros con la mano, se prestaron a escuchar. La Bebita les contó lo que habían dicho las brujas respecto a sus primos y ellos pusieron una cara de gran preocupación. Luego de meditar algunos instantes comenzaron a trabajar como si nada hubiera pasado y uno de ellos que hacía funcionar el fuelle, dio vuelta la cabeza y le dijo a la niña que podrían ayudar a salvar a sus primos. Los otros dos enanos echaban arena en un crisol y luego, mediante unas tenazas, inclinaban el crisol para que saliera un pequeño chorro de oro líquido que iba a parar a un molde. Recién entonces se dio cuenta la niña de que estaban fundiendo el oro que contenía la arena del riachuelo, y el molde, una vez enfriado, lo apilaban en el fondo de una caverna más pequeña. Allí había otros dos enanos que acuñaban a martillazos los discos de oro trasformándolos en monedas. Luego, otro enano con una pala, llenaba unos sacos y cargándolos en una carretilla los llevaba al fondo de otra caverna. Todo este trabajo se hacía en un lugar muy oscuro. En un principio, la niña que estaba aún encandilada, solamente había visto a los enanos de la fragua. El golpe que hacían los enanos con los martillos al acuñar las monedas, era rítmico y parecía el funcionamiento de un gigantesco reloj.

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SUEÑO XXI

EL RESCATE

aría Cristina no podía concentrarse durante la clase en la Universidad. Pensaba en sus primos. Tenía deseos de salir del aula y correr a un teléfono y preguntar por ellos. No importa cuántas llamadas hiciera. Pero, pensándolo mejor, ellos también estarían a esa hora fuera de sus casas, así como estaba ella. Sería una pérdida de tiempo y dinero. Con estos pensamientos se conformó y se concentró en lo que explicaba el profesor. En la noche, después de la cena, llamó a tres de sus primos pero éstos no estaban. Así le respondieron sus tías. Entonces, muy triste se fue a estudiar. Estudió hasta las doce de la noche y luego se fue a dormir, y soñó una de las más interesantes aventuras en este mundo mágico de los sueños. Estaba en el claro del bosque conversando con duendecillos amarillos y verdes; elfos de piel azulosa, genios de color naranjado, silfos rosados con alas transparentes. Haditas, ninfas y otras mujercitas de la foresta. Todos la rodeaban y estaban muy interesados en lo que ella les contaba. De pronto tomaron sus brazos y la llevaron velozmente por el aire a través del bosque hasta una quebrada en cuyo fondo corría un riachuelo. Bajaron presurosos con la niña por un sendero que terminaba en el río, y allí, saltando de piedra en risco, de risco en roca y de roca en piedra, llegaron a una gruta oculta por los arbustos de la orilla y se introdujeron en ella. El suelo de la gruta estaba cubierto de fina arena que brillaba a la luz del Sol. A medida que toda

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esta muchedumbre de pequeños seres del bosque se internaban con la Bebita, la gruta se hacía cada vez más amplia y más oscura hasta que llegaron a una gran sala iluminada por antorchas donde trabajaban en una fragua tres enanos barbudos vestidos de rojo. Un gorro del mismo color les cubría la cabeza calva y canosa. Al ver a tantas visitas dejaron de trabajar, y secándose el sudor de sus frentes con un pañuelo y otros con la mano, se prestaron a escuchar. La Bebita les contó lo que habían dicho las brujas respecto a sus primos y ellos pusieron una cara de gran preocupación. Luego de meditar algunos instantes comenzaron a trabajar como si nada hubiera pasado y uno de ellos que hacía funcionar el fuelle, dio vuelta la cabeza y le dijo a la niña que podrían ayudar a salvar a sus primos. Los otros dos enanos echaban arena en un crisol y luego, mediante unas tenazas, inclinaban el crisol para que saliera un pequeño chorro de oro líquido que iba a parar a un molde. Recién entonces se dio cuenta la niña de que estaban fundiendo el oro que contenía la arena del riachuelo, y el molde, una vez enfriado, lo apilaban en el fondo de una caverna más pequeña. Allí había otros dos enanos que acuñaban a martillazos los discos de oro trasformándolos en monedas. Luego, otro enano con una pala, llenaba unos sacos y cargándolos en una carretilla los llevaba al fondo de otra caverna. Todo este trabajo se hacía en un lugar muy oscuro. En un principio, la niña que estaba aún encandilada, solamente había visto a los enanos de la fragua. El golpe que hacían los enanos con los martillos al acuñar las monedas, era rítmico y parecía el funcionamiento de un gigantesco reloj.

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Los elfos y geniecillos del bosque y demás compañeros se habían retirado de la caverna. La Bebita pacientemente se sentó en la arena, cruzó las piernas y apoyando los codos en las rodillas y la cara en sus manos, se entretuvo observando cómo trabajaban los enanos en la fragua. La luminosidad de los carbones encendidos cuando eran estimulados por el chorro de aire de la fragua, era maravillosa y para qué decir el chorro de oro líquido que salía del crisol. Éste era realmente digno de verse. Iluminaba con una luz intensa todo a su alrededor y brillaba en el molde como si fuera un pedazo de sol, antes que el metal empezara a enfriarse. De pronto, el enano de la fragua, que parecía ser el más viejo, dejó de trabajar y le dijo a la niña que estaba listo para iniciar el rescate. -Viajaremos por los túneles de las minas hasta llegar muy cerca de donde están tus primos -dijo el enano- y después volveremos por el mismo trayecto con ellos. Ven. Acompáñanos. Aprovecharás para conocer nuestro trabajo debajo de la tierra y verás nuestros tesoros. La Bebita y diez enanos caminaron por largos túneles iluminados por antorchas, donde un gran número de enanos trabajaba en las minas excavando con picos y palas. Llevaban el producto extraído en baldes y carros de hierro. Éstos tenían pequeñas ruedas que se deslizaban sobre rieles hacia amplios talleres donde se lavaba y extraía gran variedad de piedras preciosas. Más allá, otros las cortaban con cinceles y las pulían, y por último, todo lo extraído, tallado y clasificado, era guardado en una enorme bóveda llamada “La Gran Bóveda Central de la Enanería de la Tierra”, que, a decir verdad, era digna de visitar. El enano mayor llevó a la Bebita a esta gruta inmensa donde estaban

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Los elfos y geniecillos del bosque y demás compañeros se habían retirado de la caverna. La Bebita pacientemente se sentó en la arena, cruzó las piernas y apoyando los codos en las rodillas y la cara en sus manos, se entretuvo observando cómo trabajaban los enanos en la fragua. La luminosidad de los carbones encendidos cuando eran estimulados por el chorro de aire de la fragua, era maravillosa y para qué decir el chorro de oro líquido que salía del crisol. Éste era realmente digno de verse. Iluminaba con una luz intensa todo a su alrededor y brillaba en el molde como si fuera un pedazo de sol, antes que el metal empezara a enfriarse. De pronto, el enano de la fragua, que parecía ser el más viejo, dejó de trabajar y le dijo a la niña que estaba listo para iniciar el rescate. -Viajaremos por los túneles de las minas hasta llegar muy cerca de donde están tus primos -dijo el enano- y después volveremos por el mismo trayecto con ellos. Ven. Acompáñanos. Aprovecharás para conocer nuestro trabajo debajo de la tierra y verás nuestros tesoros. La Bebita y diez enanos caminaron por largos túneles iluminados por antorchas, donde un gran número de enanos trabajaba en las minas excavando con picos y palas. Llevaban el producto extraído en baldes y carros de hierro. Éstos tenían pequeñas ruedas que se deslizaban sobre rieles hacia amplios talleres donde se lavaba y extraía gran variedad de piedras preciosas. Más allá, otros las cortaban con cinceles y las pulían, y por último, todo lo extraído, tallado y clasificado, era guardado en una enorme bóveda llamada “La Gran Bóveda Central de la Enanería de la Tierra”, que, a decir verdad, era digna de visitar. El enano mayor llevó a la Bebita a esta gruta inmensa donde estaban

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acumuladas cantidades enormes de toda clase de piedras preciosas que brillaban a la luz de las antorchas de los visitantes. ¡Era fascinante! ¡Imposible de describir tanto colorido y brillo de todas partes! Había montones de miles y miles de diamantes de todos tamaños, diáfanos y de intenso brillo como los diamantes más finos del mundo. Más allá, esmeraldas con diferentes tonalidades de verde. ¡Qué maravilla! Topacios amarillos, amatistas de color violeta. Aguamarinas de color similar al agua del mar. Rubíes rojos. Turquesas azul verdosas. Ópalos cuyo colorido del arco iris se mezclaba con los demás. Zafiros azules. También había grandes trozos de jade blanquecino o verdoso sin pulir. ¡Todo era brillo y colorido que se mezclaba en combinaciones increíbles!, que brindaban un goce a la vista imposible de imaginar y menos de describir. La Bebita emitía exclamaciones de júbilo y admiración con sus ojos llenos de asombro. Con la boca abierta y las manos a la altura del pecho sólo atinaba a decir ¡Ah! ¡Oh!, y ¡Miren ahí! ¡Oh! ¡Qué emocionante! Los enanos sonreían complacidos. Después que la niña se calmó, se le ocurrió preguntar por qué guardaban ese inmenso y maravilloso tesoro en las profundidades de la tierra. -Nos agrada nuestro trabajo- dijo el enano. Para nosotros la actividad es lo más importante en la vida. No somos contemplativos pero sí filósofos. Nos gusta extraer la riqueza brillante de la oscura tierra. Es un símbolo. Cada ser humano tiene un tesoro escondido en su interior. Es cuestión de buscarlo y encontrarlo. Por otra parte, la riqueza acumulada en nuestras bóvedas ¿qué sería del mundo si la repartiéramos sobre la superficie del planeta? ¡Cuánto daño causaría! Surgiría aún más la envidia, el ansia de poder, la avaricia, los crímenes, la ociosidad y cuántos otros vicios.

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Es preferible que nosotros la saquemos antes de donde está; la acumulamos aquí y un poco de ella, que la descubran los hombres allá arriba. Pero vamos niña, se hace tarde y tus primos están a punto de sucumbir por los males que te he nombrado. Emprendieron la marcha. Después de caminar largas horas por intrincados túneles y laberintos, llegaron a un río subterráneo. Allí había una sombría playa donde el río hacía un remanso bajo una gran gruta en cuya bóveda colgaban gigantescas estalactitas. En la playa estaba varada una embarcación. Los enanos la echaron al agua y todos se subieron y colocaron las antorchas en los extremos de la lancha. El enano mayor guiaba el timón y los otros, con los remos en alto, se dejaron llevar por la corriente y se internaron en la negra oscuridad de la caverna por donde iba el río. Así navegaron mucho tiempo y la Bebita sintiéndose cansada, se tendió en el fondo de la barca. Qué extraño todo esto- pensó la niña. Estoy soñando y me estoy quedando dormida en pleno sueño. Es de esperar que no sueñe mientras duermo en mi sueño para así no abandonar esta emocionante aventura en que estoy metida. De pronto despertó sobresaltada y se sentó. Los enanos remaban vigorosamente contra la corriente y uno de ellos trataba de amarrar la cuerda del bote a un eslabón de hierro que estaba incrustado en una negra pared rocosa. El bote había atracado en una plataforma hecha de la misma roca y daba bandazos contra ésta. A la plataforma o especie de muelle llegaban unos escalones de piedra. Subieron los exploradores y se internaron por un oscuro pasadizo excavado en la roca. Éste era negro, olía a humedad y a sustancias orgánicas en descomposición.

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acumuladas cantidades enormes de toda clase de piedras preciosas que brillaban a la luz de las antorchas de los visitantes. ¡Era fascinante! ¡Imposible de describir tanto colorido y brillo de todas partes! Había montones de miles y miles de diamantes de todos tamaños, diáfanos y de intenso brillo como los diamantes más finos del mundo. Más allá, esmeraldas con diferentes tonalidades de verde. ¡Qué maravilla! Topacios amarillos, amatistas de color violeta. Aguamarinas de color similar al agua del mar. Rubíes rojos. Turquesas azul verdosas. Ópalos cuyo colorido del arco iris se mezclaba con los demás. Zafiros azules. También había grandes trozos de jade blanquecino o verdoso sin pulir. ¡Todo era brillo y colorido que se mezclaba en combinaciones increíbles!, que brindaban un goce a la vista imposible de imaginar y menos de describir. La Bebita emitía exclamaciones de júbilo y admiración con sus ojos llenos de asombro. Con la boca abierta y las manos a la altura del pecho sólo atinaba a decir ¡Ah! ¡Oh!, y ¡Miren ahí! ¡Oh! ¡Qué emocionante! Los enanos sonreían complacidos. Después que la niña se calmó, se le ocurrió preguntar por qué guardaban ese inmenso y maravilloso tesoro en las profundidades de la tierra. -Nos agrada nuestro trabajo- dijo el enano. Para nosotros la actividad es lo más importante en la vida. No somos contemplativos pero sí filósofos. Nos gusta extraer la riqueza brillante de la oscura tierra. Es un símbolo. Cada ser humano tiene un tesoro escondido en su interior. Es cuestión de buscarlo y encontrarlo. Por otra parte, la riqueza acumulada en nuestras bóvedas ¿qué sería del mundo si la repartiéramos sobre la superficie del planeta? ¡Cuánto daño causaría! Surgiría aún más la envidia, el ansia de poder, la avaricia, los crímenes, la ociosidad y cuántos otros vicios.

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Es preferible que nosotros la saquemos antes de donde está; la acumulamos aquí y un poco de ella, que la descubran los hombres allá arriba. Pero vamos niña, se hace tarde y tus primos están a punto de sucumbir por los males que te he nombrado. Emprendieron la marcha. Después de caminar largas horas por intrincados túneles y laberintos, llegaron a un río subterráneo. Allí había una sombría playa donde el río hacía un remanso bajo una gran gruta en cuya bóveda colgaban gigantescas estalactitas. En la playa estaba varada una embarcación. Los enanos la echaron al agua y todos se subieron y colocaron las antorchas en los extremos de la lancha. El enano mayor guiaba el timón y los otros, con los remos en alto, se dejaron llevar por la corriente y se internaron en la negra oscuridad de la caverna por donde iba el río. Así navegaron mucho tiempo y la Bebita sintiéndose cansada, se tendió en el fondo de la barca. Qué extraño todo esto- pensó la niña. Estoy soñando y me estoy quedando dormida en pleno sueño. Es de esperar que no sueñe mientras duermo en mi sueño para así no abandonar esta emocionante aventura en que estoy metida. De pronto despertó sobresaltada y se sentó. Los enanos remaban vigorosamente contra la corriente y uno de ellos trataba de amarrar la cuerda del bote a un eslabón de hierro que estaba incrustado en una negra pared rocosa. El bote había atracado en una plataforma hecha de la misma roca y daba bandazos contra ésta. A la plataforma o especie de muelle llegaban unos escalones de piedra. Subieron los exploradores y se internaron por un oscuro pasadizo excavado en la roca. Éste era negro, olía a humedad y a sustancias orgánicas en descomposición.

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-Hasta aquí llegamos nosotros- dijo el enano jefe. Ahora es tu turno Bebita. Continúa subiendo los escalones. Llegarás a una puerta que está al final del pasadizo. La puerta está detrás de un cortinaje. Allí encontrarás a tus queridos primos. Tráelos donde nosotros. Recurre a todo lo que creas necesario, no desesperes, ¡pero tráelos! O estarán perdidos… La Bebita siguió las instrucciones del enano. Al final del oscuro pasadizo encontró una puerta de piedra con una gran perilla. Al abrirla hacia ella la puerta giró suave y silenciosamente. Se encontró con un rojo cortinaje y a través de él oyó risas y grandes voces. La niña atisbó por entre los pliegues del cortinaje y pudo observar una gran sala palaciega donde estaban reunidos sus primos. Permanecían tendidos en divanes, sobre mullidos cojines de terciopelo negro y rodeados de bandejas con exquisitos manjares, frutas y licores. A sus primos los veía como adolescentes. Al parecer estaban muy alegres. Eran servidos por hermosas mujeres ricamente enjoyadas y maquilladas que vestían atractivos ropajes cuajados de oro y plata. Abundaban los múltiples collares, pulseras y anillos y todas ellas se complacían en agradar a los alegres muchachos. Sin contenerse, la Bebita se asomó y llamó a uno de sus primos que estaba más cerca del cortinaje, y éste al verla, le sonrió con una estúpida expresión en su rostro. Entonces la niña se dio cuenta de que todos ellos estaban drogados o embriagados. Sus ojos no tenían brillo de inteligencia alguna y sonreían como idiotas. Curiosamente, las mujeres parecían no ver a la niña que estaba

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asomada. Al darse cuenta de esta extraña situación, la Bebita, más envalentonada salió de su escondite y los llamó por sus nombres a cada uno para que la siguieran. Ellos la saludaron con cariño pero no la obedecieron y se reían a más no poder de la desesperación de la Bebita al sentir que no lograba convencerlos. -¡Eh! ¡Primos! ¡Vengan por favor que están en gran peligro! -¿Peligro de qué?- contestaban. ¿Acaso nos comerá el gigantazo bribonazo? -No. Es algo peor. ¡Vengan! ¡No demoren! ¡Apresúrense que será demasiado tarde! -¡Eh muchachos! ¿Iremos donde nuestra prima? ¿Aprueban su proposición? -Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario- contestaban los demás. -Entonces ¿qué nos puede suceder? -¡A lo mejor, lo peor! -¿Qué opinas tú, primo? -¡Mi opinión es no opinar! -¡Oye tú, prima!, tu simpatía nos es bastante antipática. -¿Qué les parece muchachos? ¿Está bien? -¡Sí! ¡Aprobaremos la negativa de negar la aprobación! -¿Sabes qué, prima querida? ¡Tenemos la firme decisión de ir o no ir! ¡Giraremos en línea recta con nuestra rectitud giratoria! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -Oye rucia ¡adivina qué somos! ¿Gigantes enanos o enanos gigantes? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

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-Hasta aquí llegamos nosotros- dijo el enano jefe. Ahora es tu turno Bebita. Continúa subiendo los escalones. Llegarás a una puerta que está al final del pasadizo. La puerta está detrás de un cortinaje. Allí encontrarás a tus queridos primos. Tráelos donde nosotros. Recurre a todo lo que creas necesario, no desesperes, ¡pero tráelos! O estarán perdidos… La Bebita siguió las instrucciones del enano. Al final del oscuro pasadizo encontró una puerta de piedra con una gran perilla. Al abrirla hacia ella la puerta giró suave y silenciosamente. Se encontró con un rojo cortinaje y a través de él oyó risas y grandes voces. La niña atisbó por entre los pliegues del cortinaje y pudo observar una gran sala palaciega donde estaban reunidos sus primos. Permanecían tendidos en divanes, sobre mullidos cojines de terciopelo negro y rodeados de bandejas con exquisitos manjares, frutas y licores. A sus primos los veía como adolescentes. Al parecer estaban muy alegres. Eran servidos por hermosas mujeres ricamente enjoyadas y maquilladas que vestían atractivos ropajes cuajados de oro y plata. Abundaban los múltiples collares, pulseras y anillos y todas ellas se complacían en agradar a los alegres muchachos. Sin contenerse, la Bebita se asomó y llamó a uno de sus primos que estaba más cerca del cortinaje, y éste al verla, le sonrió con una estúpida expresión en su rostro. Entonces la niña se dio cuenta de que todos ellos estaban drogados o embriagados. Sus ojos no tenían brillo de inteligencia alguna y sonreían como idiotas. Curiosamente, las mujeres parecían no ver a la niña que estaba

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asomada. Al darse cuenta de esta extraña situación, la Bebita, más envalentonada salió de su escondite y los llamó por sus nombres a cada uno para que la siguieran. Ellos la saludaron con cariño pero no la obedecieron y se reían a más no poder de la desesperación de la Bebita al sentir que no lograba convencerlos. -¡Eh! ¡Primos! ¡Vengan por favor que están en gran peligro! -¿Peligro de qué?- contestaban. ¿Acaso nos comerá el gigantazo bribonazo? -No. Es algo peor. ¡Vengan! ¡No demoren! ¡Apresúrense que será demasiado tarde! -¡Eh muchachos! ¿Iremos donde nuestra prima? ¿Aprueban su proposición? -Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario- contestaban los demás. -Entonces ¿qué nos puede suceder? -¡A lo mejor, lo peor! -¿Qué opinas tú, primo? -¡Mi opinión es no opinar! -¡Oye tú, prima!, tu simpatía nos es bastante antipática. -¿Qué les parece muchachos? ¿Está bien? -¡Sí! ¡Aprobaremos la negativa de negar la aprobación! -¿Sabes qué, prima querida? ¡Tenemos la firme decisión de ir o no ir! ¡Giraremos en línea recta con nuestra rectitud giratoria! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -Oye rucia ¡adivina qué somos! ¿Gigantes enanos o enanos gigantes? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

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-¿Lo que son ustedes? ¡Unos tontos débiles, sin voluntad! -les gritó la Bebita y escondiéndose detrás de la cortina se puso a llorar desconsoladamente. Entonces hubo un silencio y de la sala del banquete uno de los primos gritó: -¡Oye prima! Si esto no es para que te enojes. ¡Ven a tomarte un trago con nosotros! Entonces la Bebita decidió bajar la escalinata y entre sollozos y sorbiendo las lágrimas de su nariz se asomó por última vez por el cortinaje par despedirse de sus primos. -¡Adiós!- les dijo, y se despidió con su brazo. ¡Adiós, queridos primos!, y al hacer ese gesto con un gran amor fraternal, algo se iluminó en su mano. Brilló y brilló aún más y todos vieron el luminoso, el incandescente cetro de ¡Purezza! Llenaba toda la sala con una fuerza de luz cegadora. Era una luz blanca intensísima que no quemaba, y los primos y el hermano de Bebita, que también estaba allí, se quedaron mudos, con la boca abierta, como si estuvieran fascinados o saliendo de un gran sueño. Entonces de uno de los oscuros umbrales de la sala del palacio apareció un personaje. Era un anciano. ¡Y sus ojos! ¡Esos ojos!, miraban con severidad y al mismo tiempo con un gran cariño a los muchachos. ¿A quién pertenecían esos ojos? La Bebita, con el brazo en alto, le vino en ese instante, en una fracción de segundo, el pensamiento que esos ojos los había visto antes. ¡Sí! ¡Eran los ojos del caballero triunfador en el torneo, el que había vencido al caballero negro! De repente se oyó un escalofriante y terrible alarido y la sombra del umbral desapareció. Los primos y el hermano de Bebita, despertaron de su estado

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de embriaguez, se acercaron a ella y la siguieron por el pasillo, pero antes de cruzar la puerta detrás de la cortina, todos pudieron ver, que las mujeres que tenían cautivos a los muchachos se transformaban en terribles criaturas de ojos desorbitados. Otras estaban sin ojos, como calaveras. En su desesperación chocaban con las bandejas y copones de oro; éstos caían al suelo de baldosas con gran estrépito derramando el vino y los manjares dejando todo embadurnado, como un gran vómito. La Bebita cerró fuertemente la puerta y se apresuró a bajar los escalones seguida de todos sus primos, que ahora, bien despiertos, corrían escalera abajo a más no poder adelantándose a la niña con grandes zancadas. Los enanos los estaban esperando y pronto todos estaban dentro de la embarcación. Soltaron las amarras y remaron presurosos a favor de la corriente. La Bebita estaba feliz y meditaba en muchas cosas. Entre ellas, no podía comprender el diferente curso de la corriente en su navegación por el río. Probablemente se trata de un afluente del río que remontamos cuando yo dormía y no me di cuenta de ello -se dijo- y por lo demás no debo olvidar que se trata de un sueño y en éste, todo puede suceder. En eso estaba pensando cuando se oyeron unos horrorosos chillidos. Eran vampiros enviados por las brujas que volaban desde la negrura del túnel para atacar la embarcación. Los enanos le hicieron frente y contraatacaron con los remos en alto. Otros, sacando palas y picotas que había en la embarcación, se defendieron de la embestida y los primos con iguales armas no lo hicieron del todo mal, a pesar de sentirse muy decaídos, con dolor de cabeza y bastante pocas fuerzas.

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-¿Lo que son ustedes? ¡Unos tontos débiles, sin voluntad! -les gritó la Bebita y escondiéndose detrás de la cortina se puso a llorar desconsoladamente. Entonces hubo un silencio y de la sala del banquete uno de los primos gritó: -¡Oye prima! Si esto no es para que te enojes. ¡Ven a tomarte un trago con nosotros! Entonces la Bebita decidió bajar la escalinata y entre sollozos y sorbiendo las lágrimas de su nariz se asomó por última vez por el cortinaje par despedirse de sus primos. -¡Adiós!- les dijo, y se despidió con su brazo. ¡Adiós, queridos primos!, y al hacer ese gesto con un gran amor fraternal, algo se iluminó en su mano. Brilló y brilló aún más y todos vieron el luminoso, el incandescente cetro de ¡Purezza! Llenaba toda la sala con una fuerza de luz cegadora. Era una luz blanca intensísima que no quemaba, y los primos y el hermano de Bebita, que también estaba allí, se quedaron mudos, con la boca abierta, como si estuvieran fascinados o saliendo de un gran sueño. Entonces de uno de los oscuros umbrales de la sala del palacio apareció un personaje. Era un anciano. ¡Y sus ojos! ¡Esos ojos!, miraban con severidad y al mismo tiempo con un gran cariño a los muchachos. ¿A quién pertenecían esos ojos? La Bebita, con el brazo en alto, le vino en ese instante, en una fracción de segundo, el pensamiento que esos ojos los había visto antes. ¡Sí! ¡Eran los ojos del caballero triunfador en el torneo, el que había vencido al caballero negro! De repente se oyó un escalofriante y terrible alarido y la sombra del umbral desapareció. Los primos y el hermano de Bebita, despertaron de su estado

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de embriaguez, se acercaron a ella y la siguieron por el pasillo, pero antes de cruzar la puerta detrás de la cortina, todos pudieron ver, que las mujeres que tenían cautivos a los muchachos se transformaban en terribles criaturas de ojos desorbitados. Otras estaban sin ojos, como calaveras. En su desesperación chocaban con las bandejas y copones de oro; éstos caían al suelo de baldosas con gran estrépito derramando el vino y los manjares dejando todo embadurnado, como un gran vómito. La Bebita cerró fuertemente la puerta y se apresuró a bajar los escalones seguida de todos sus primos, que ahora, bien despiertos, corrían escalera abajo a más no poder adelantándose a la niña con grandes zancadas. Los enanos los estaban esperando y pronto todos estaban dentro de la embarcación. Soltaron las amarras y remaron presurosos a favor de la corriente. La Bebita estaba feliz y meditaba en muchas cosas. Entre ellas, no podía comprender el diferente curso de la corriente en su navegación por el río. Probablemente se trata de un afluente del río que remontamos cuando yo dormía y no me di cuenta de ello -se dijo- y por lo demás no debo olvidar que se trata de un sueño y en éste, todo puede suceder. En eso estaba pensando cuando se oyeron unos horrorosos chillidos. Eran vampiros enviados por las brujas que volaban desde la negrura del túnel para atacar la embarcación. Los enanos le hicieron frente y contraatacaron con los remos en alto. Otros, sacando palas y picotas que había en la embarcación, se defendieron de la embestida y los primos con iguales armas no lo hicieron del todo mal, a pesar de sentirse muy decaídos, con dolor de cabeza y bastante pocas fuerzas.

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Cayeron al agua los vampiros malheridos con las alas quebradas, se los llevó lentamente la corriente y luego se hundieron. Algunos pocos, totalmente derrotados, emprendieron la retirada. Los de la embarcación navegaron silenciosamente hasta la playa y atravesaron las interminables cuevas de los enanos de la tierra. Se despidieron de ellos y salieron a la orilla del río de la quebrada del oro. Respiraron aire puro a grandes bocanadas sintiendo el perfume de las flores y del bosque con sus hojas verdes. La brisa les acarició el rostro y el Sol los llenó de alegría. Todos los primos y el hermano de Bebita, se tomaron de las manos y bailaron una ronda alrededor de su prima mayor y cantaron:

¡Porque eres nuestra querida Bebita porque eres nuestra gran muchachita porque eres la gran vencedora y nadie lo puede negar!

Y mientras bailaban y cantaban, sus rostros y sus cuerpos se hacían más jóvenes hasta llegar a ser niños de cuatro, tres y dos años y la Bebita, feliz, presenciaba esta danza de niños tan lindos y tan queridos por ella y reía a más no poder, y entonces despertó. Era día domingo y la mamá la llamaba porque estaba desocupado el baño y María Cristina tenía que levantarse. Entonces la Bebita, desperezándose, bostezó y saltó de la cama par ir a ducharse. Más tarde iba a ir a misa con su mamá y sus hermanos.

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SUEÑO XXII

EL BANQUETE

aría Cristina había ido a una fiesta acompañada de Fulano Elquevoyasertuesposo, su hermana Consuelo, Sutano Elquevasersuesposo y su hermano José Miguel. Había bailado mucho, estuvo muy entretenida y ahora se sentía cansada. Sin embargo tenía que estudiar. Sus hermanas Consuelo y Camila dormían plácidamente y ella con la luz del velador encendida y el libro en sus manos, se le cerraban los ojos y cabeceaba. Finalmente al darse cuenta de que no podía seguir así, decidió cerrar el libro. Se metió bien entre las sábanas y apagó la luz. Después de su oración de la noche, se quedó dormida casi al instante y empezó a soñar. Estaba en la casa de los abuelos, pero ésta no era una casa sino un palacio con extensos jardines. Al fondo había un lago artificial al que se llegaba por unos escalones de mármol. Allí se estaba bañando toda la juventud; primas, primos y hermanos y también algunos tíos y tías y los abuelos. Sentada en un sillón estaba la bisabuela, la mamá de todos los allí presentes, era la Mami. Observaba a la numerosa familia debajo de un quitasol blanco. Bajo otros quitasoles estaban sus otros abuelos y bisabuelos. Todos parecían muy felices y sonreían ante los juegos que hacía la juventud en el agua. Se jugaba una especie de water polo con una pelota de plástico multicolor. Gritaban y reían a más no poder, los tíos, las tías y también sus

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Cayeron al agua los vampiros malheridos con las alas quebradas, se los llevó lentamente la corriente y luego se hundieron. Algunos pocos, totalmente derrotados, emprendieron la retirada. Los de la embarcación navegaron silenciosamente hasta la playa y atravesaron las interminables cuevas de los enanos de la tierra. Se despidieron de ellos y salieron a la orilla del río de la quebrada del oro. Respiraron aire puro a grandes bocanadas sintiendo el perfume de las flores y del bosque con sus hojas verdes. La brisa les acarició el rostro y el Sol los llenó de alegría. Todos los primos y el hermano de Bebita, se tomaron de las manos y bailaron una ronda alrededor de su prima mayor y cantaron:

¡Porque eres nuestra querida Bebita porque eres nuestra gran muchachita porque eres la gran vencedora y nadie lo puede negar!

Y mientras bailaban y cantaban, sus rostros y sus cuerpos se hacían más jóvenes hasta llegar a ser niños de cuatro, tres y dos años y la Bebita, feliz, presenciaba esta danza de niños tan lindos y tan queridos por ella y reía a más no poder, y entonces despertó. Era día domingo y la mamá la llamaba porque estaba desocupado el baño y María Cristina tenía que levantarse. Entonces la Bebita, desperezándose, bostezó y saltó de la cama par ir a ducharse. Más tarde iba a ir a misa con su mamá y sus hermanos.

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SUEÑO XXII

EL BANQUETE

aría Cristina había ido a una fiesta acompañada de Fulano Elquevoyasertuesposo, su hermana Consuelo, Sutano Elquevasersuesposo y su hermano José Miguel. Había bailado mucho, estuvo muy entretenida y ahora se sentía cansada. Sin embargo tenía que estudiar. Sus hermanas Consuelo y Camila dormían plácidamente y ella con la luz del velador encendida y el libro en sus manos, se le cerraban los ojos y cabeceaba. Finalmente al darse cuenta de que no podía seguir así, decidió cerrar el libro. Se metió bien entre las sábanas y apagó la luz. Después de su oración de la noche, se quedó dormida casi al instante y empezó a soñar. Estaba en la casa de los abuelos, pero ésta no era una casa sino un palacio con extensos jardines. Al fondo había un lago artificial al que se llegaba por unos escalones de mármol. Allí se estaba bañando toda la juventud; primas, primos y hermanos y también algunos tíos y tías y los abuelos. Sentada en un sillón estaba la bisabuela, la mamá de todos los allí presentes, era la Mami. Observaba a la numerosa familia debajo de un quitasol blanco. Bajo otros quitasoles estaban sus otros abuelos y bisabuelos. Todos parecían muy felices y sonreían ante los juegos que hacía la juventud en el agua. Se jugaba una especie de water polo con una pelota de plástico multicolor. Gritaban y reían a más no poder, los tíos, las tías y también sus

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papás. El que más gritaba de alegría era el tío Rodrigo, y las sobrinas y sobrinos trataban de hacerle “una china” cuando metía un gol; pero no podían hundirlo. Los más viejos, se reían también y entonces llegó la hora de salirse del baño y todos se pusieron ropas ligeras para almorzar al aire libre en las mesas bajo los quitasoles. Se servían ricas carnes y sabrosas ensaladas y frutas. Lo grandes bebían vino y cerveza. Todos estaban muy alegres incluyendo los perros de algunos de los presentes. Reinaba la armonía. Era el almuerzo de la felicidad familiar. Llegó la tarde y algunos se fueron a dormir y otros pasearon por los jardines. El Sol descendió sobre los árboles del bosque y desapareció detrás de las montañas. Llegó la noche y el palacio, con sus ventanales iluminados, invitaba a entrar a los grandes salones y a la gran sala de banquetes. En la larga mesa se sentó la familia; en las cabeceras la Mami y los abuelos. Todos estaban vestidos con trajes antiguos y eran atendidos por sirvientes que se preocupaban seriamente de hacer las cosas muy bien. A la luz de las lámparas flotaban espíritus invisibles que acompañaban a los participantes del banquete familiar. C o n s u s sonrientes y hermosos rostros, revoloteaban por encima de los que estaban en la mesa, pero no bebían ni comían. No tenían necesidad de ello porque eran ángeles y sus nombres eran diáfanos como sus cuerpos. Se llamaban: Cariño, Sanalegría, Inocencia, Bondad, Almalimpia y Felicidad. Cada uno de ellos llegaba a los presentes y traspasaban sus cuerpos, haciéndolos vibrar con su mágico influjo. Llegó la hora de los brindis y uno de los primos se levantó y

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brindó por la Mami. Otro, por los abuelos, otro se levantó y brindó por sus padres y hermanos. Otro, por sus tíos y tías y luego todos los primos se levantaron y brindaron por la Bebita que los había rescatado de las horribles brujas de la parte negra del planeta Domino.

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papás. El que más gritaba de alegría era el tío Rodrigo, y las sobrinas y sobrinos trataban de hacerle “una china” cuando metía un gol; pero no podían hundirlo. Los más viejos, se reían también y entonces llegó la hora de salirse del baño y todos se pusieron ropas ligeras para almorzar al aire libre en las mesas bajo los quitasoles. Se servían ricas carnes y sabrosas ensaladas y frutas. Lo grandes bebían vino y cerveza. Todos estaban muy alegres incluyendo los perros de algunos de los presentes. Reinaba la armonía. Era el almuerzo de la felicidad familiar. Llegó la tarde y algunos se fueron a dormir y otros pasearon por los jardines. El Sol descendió sobre los árboles del bosque y desapareció detrás de las montañas. Llegó la noche y el palacio, con sus ventanales iluminados, invitaba a entrar a los grandes salones y a la gran sala de banquetes. En la larga mesa se sentó la familia; en las cabeceras la Mami y los abuelos. Todos estaban vestidos con trajes antiguos y eran atendidos por sirvientes que se preocupaban seriamente de hacer las cosas muy bien. A la luz de las lámparas flotaban espíritus invisibles que acompañaban a los participantes del banquete familiar. C o n s u s sonrientes y hermosos rostros, revoloteaban por encima de los que estaban en la mesa, pero no bebían ni comían. No tenían necesidad de ello porque eran ángeles y sus nombres eran diáfanos como sus cuerpos. Se llamaban: Cariño, Sanalegría, Inocencia, Bondad, Almalimpia y Felicidad. Cada uno de ellos llegaba a los presentes y traspasaban sus cuerpos, haciéndolos vibrar con su mágico influjo. Llegó la hora de los brindis y uno de los primos se levantó y

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brindó por la Mami. Otro, por los abuelos, otro se levantó y brindó por sus padres y hermanos. Otro, por sus tíos y tías y luego todos los primos se levantaron y brindaron por la Bebita que los había rescatado de las horribles brujas de la parte negra del planeta Domino.

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SUEÑO XXIII

LAS TORTUGAS

sa noche, María Cristina soñó con las tortugas de su abuelo. Recordaba cómo la abuela reprendía al abuelo. -¡Me comen todas las flores del jardín! ¡Son muchas! ¿Por qué no tienes una tortuga? No puedes tener una tortuga o dos, ¡tienes que tener diez! -Pero si no son tantas- se defendía el abuelo. Te creo, si fueran veinte tortugas. Entonces tendrías todo el derecho de decirme que soy un viejo fanático por las tortugas, pero solamente son diecinueve… -¿Y Anita la huerfanita? Era una tortuga pequeñita que le había regalado su abuelo. María Cristina recordaba cuando a su papá lo habían trasladado a Puerto Williams y antes de partir la familia hacia esa lejana y fría región, ella había dejado a la pequeña tortuga al cuidado de su abuelo. -Cuídala abuelo, le había dicho. -Sí, Bebita. No te la puedes llevar porque se moriría de frío. A Anita la huerfanita no solamente la cuidaba su abuelo sino también las diecinueve tías y tíos. Qué feliz se sentía rodeada de una familia tan numerosa. Deseó ir a visitarla y se encaminó a un gran prado de pasto verde donde estaban los simpáticos animales. Reinaba la calma en el jardín. Era el jardín de la paz y la

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felicidad. Las tortugas la recibieron con un impasible saludo. La contemplaron y algunas continuaron, comiendo cortando el pasto con sus mandíbulas afiladas. -¿Han visto a mi tortuguita?- preguntó María Cristina. Se llama Anita. Pero las tortugas no les contestaron. ¿Para qué? El Sol estaba muy agradable. -¿Acaso la han visto?, insistió la niña. -Sí, -dijo una gorda tortuga, de base ancha y ojos negros y brillantes, como los una bailarina andaluza. A María Cristina no le extrañó que una tortuga le hablara, aunque fuera con dos letras y un acento, porque pensó que estaba soñando; entonces una de las tortugas le respondió: No te la lleves. Déjala aquí con nosotras en este jardín. Aquí siempre hay sol y pasto verde y el abuelo nos complace dándonos cáscaras de sandía y melón que son muy aromáticas. ¡Nos gusta mucho! Comemos todo el año melón. -¿Todo el año?- exclamó la niña.- Pero si en el invierno no hay melones ni sandías. -¿En invierno?- dijo la tortuga- ¿Qué es eso? -¿Invierno?- dijo otra. ¿Es una fruta o una verdura? -¡No!,- respondió la niña. El invierno viene después del otoño y antes de la primavera. Es la estación cuando se caen las hojas de los árboles y hace frío. -¿Cuándo se caen las hojas de los árboles? ¿Qué es eso? Niña loca. María Cristina se puso a reír. Recién se había dado cuenta de algo, de que las tortugas no conocían el invierno porque se quedaban

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SUEÑO XXIII

LAS TORTUGAS

sa noche, María Cristina soñó con las tortugas de su abuelo. Recordaba cómo la abuela reprendía al abuelo. -¡Me comen todas las flores del jardín! ¡Son muchas! ¿Por qué no tienes una tortuga? No puedes tener una tortuga o dos, ¡tienes que tener diez! -Pero si no son tantas- se defendía el abuelo. Te creo, si fueran veinte tortugas. Entonces tendrías todo el derecho de decirme que soy un viejo fanático por las tortugas, pero solamente son diecinueve… -¿Y Anita la huerfanita? Era una tortuga pequeñita que le había regalado su abuelo. María Cristina recordaba cuando a su papá lo habían trasladado a Puerto Williams y antes de partir la familia hacia esa lejana y fría región, ella había dejado a la pequeña tortuga al cuidado de su abuelo. -Cuídala abuelo, le había dicho. -Sí, Bebita. No te la puedes llevar porque se moriría de frío. A Anita la huerfanita no solamente la cuidaba su abuelo sino también las diecinueve tías y tíos. Qué feliz se sentía rodeada de una familia tan numerosa. Deseó ir a visitarla y se encaminó a un gran prado de pasto verde donde estaban los simpáticos animales. Reinaba la calma en el jardín. Era el jardín de la paz y la

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felicidad. Las tortugas la recibieron con un impasible saludo. La contemplaron y algunas continuaron, comiendo cortando el pasto con sus mandíbulas afiladas. -¿Han visto a mi tortuguita?- preguntó María Cristina. Se llama Anita. Pero las tortugas no les contestaron. ¿Para qué? El Sol estaba muy agradable. -¿Acaso la han visto?, insistió la niña. -Sí, -dijo una gorda tortuga, de base ancha y ojos negros y brillantes, como los una bailarina andaluza. A María Cristina no le extrañó que una tortuga le hablara, aunque fuera con dos letras y un acento, porque pensó que estaba soñando; entonces una de las tortugas le respondió: No te la lleves. Déjala aquí con nosotras en este jardín. Aquí siempre hay sol y pasto verde y el abuelo nos complace dándonos cáscaras de sandía y melón que son muy aromáticas. ¡Nos gusta mucho! Comemos todo el año melón. -¿Todo el año?- exclamó la niña.- Pero si en el invierno no hay melones ni sandías. -¿En invierno?- dijo la tortuga- ¿Qué es eso? -¿Invierno?- dijo otra. ¿Es una fruta o una verdura? -¡No!,- respondió la niña. El invierno viene después del otoño y antes de la primavera. Es la estación cuando se caen las hojas de los árboles y hace frío. -¿Cuándo se caen las hojas de los árboles? ¿Qué es eso? Niña loca. María Cristina se puso a reír. Recién se había dado cuenta de algo, de que las tortugas no conocían el invierno porque se quedaban

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dormidas. Ellas vivían una eterna primavera y verano plenos de luz, de verdor de los árboles y de las plantas. Entonces trató de explicarles todo esto pero ellas la miraron imperturbables y no le contestaron. Después de un buen rato, una de las tortugas tomó la palabra y dijo: Niña querida e inocente, no trates de meternos ideas nuevas en la cabeza, porque no estamos dispuestas a cambiar nuestro parecer de todo lo que nos rodea. Llevamos cuatrocientos millones de años recibiendo la luz del Sol sobre nuestras conchas y no nos dejamos convencer tan fácilmente de lo que tú nos estás tratando de explicar. -Es verdad- dijo la niña. Son demasiado tradicionalistas y conservadoras, y las acarició una por una. Algunas de ellas estaban durmiendo y se escondieron aún más cuando María Cristina les hizo cariño. Después se alejó del jardín pensando en lo que le habían dicho las tías y los tíos tortugas. Ellas estaban cuatrocientos millones de años sobre la faz de la Tierra y los dinosaurios habían estado aproximadamente doscientos millones de años y después se habían extinguido. ¿Por qué no habían desaparecido las tortugas? Si la teoría del meteorito que provocó la desaparición de los dinosaurios fuera válida, las tortugas, también tendrían que haber desaparecido. Pero no fue así. Entonces despertó y se levantó para ir a clases en la Universidad.

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SUEÑO XXIV

SOBRE LAS CASAS Y LAS NUBES

oñó que Fulano Elquevoyasertuesposo llegaba montado en una gran libélula y la invitaba a un paseo sobre las nubes. Había aterrizado en el patio de su casa. Se había bajado, mientras la libélula hacía zumbar sus cuatro alas y permanecía posada sobre el césped. Esto provocaba mucho viento y las plantas del jardín sufrían las consecuencias. María Cristina estaba esperándolo y cuando Fulano dio tres golpes en la puerta, ella estaba lista para salir. Se tomaron de la mano y subieron a la libélula. Ésta remontó en un vuelo vertical con gran estruendo y muy pronto los techos de las casas se vieron pequeñitos. Entonces Fulano dirigió la libélula hacia las montañas por encima de las nubes. El Sol brillaba dorado sobre la ciudad y el mar. Las nubes blancas, como sutiles algodones, se deshacían en el aire. Más allá se amontonaban en densos cúmulos. María Cristina iba sentada detrás de Fulano, apoyaba su cara en su hombro y lo abrazaba por la cintura para no perder el equilibrio. Contemplaba todo ese impresionante paisaje aéreo mientras las alas de la libélula gigante vibraban a los lados. -No tengas miedo- le dijo Fulano. Agárrate bien porque tomaremos más altura. En efecto, la libélula zumbó más fuerte y

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dormidas. Ellas vivían una eterna primavera y verano plenos de luz, de verdor de los árboles y de las plantas. Entonces trató de explicarles todo esto pero ellas la miraron imperturbables y no le contestaron. Después de un buen rato, una de las tortugas tomó la palabra y dijo: Niña querida e inocente, no trates de meternos ideas nuevas en la cabeza, porque no estamos dispuestas a cambiar nuestro parecer de todo lo que nos rodea. Llevamos cuatrocientos millones de años recibiendo la luz del Sol sobre nuestras conchas y no nos dejamos convencer tan fácilmente de lo que tú nos estás tratando de explicar. -Es verdad- dijo la niña. Son demasiado tradicionalistas y conservadoras, y las acarició una por una. Algunas de ellas estaban durmiendo y se escondieron aún más cuando María Cristina les hizo cariño. Después se alejó del jardín pensando en lo que le habían dicho las tías y los tíos tortugas. Ellas estaban cuatrocientos millones de años sobre la faz de la Tierra y los dinosaurios habían estado aproximadamente doscientos millones de años y después se habían extinguido. ¿Por qué no habían desaparecido las tortugas? Si la teoría del meteorito que provocó la desaparición de los dinosaurios fuera válida, las tortugas, también tendrían que haber desaparecido. Pero no fue así. Entonces despertó y se levantó para ir a clases en la Universidad.

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SUEÑO XXIV

SOBRE LAS CASAS Y LAS NUBES

oñó que Fulano Elquevoyasertuesposo llegaba montado en una gran libélula y la invitaba a un paseo sobre las nubes. Había aterrizado en el patio de su casa. Se había bajado, mientras la libélula hacía zumbar sus cuatro alas y permanecía posada sobre el césped. Esto provocaba mucho viento y las plantas del jardín sufrían las consecuencias. María Cristina estaba esperándolo y cuando Fulano dio tres golpes en la puerta, ella estaba lista para salir. Se tomaron de la mano y subieron a la libélula. Ésta remontó en un vuelo vertical con gran estruendo y muy pronto los techos de las casas se vieron pequeñitos. Entonces Fulano dirigió la libélula hacia las montañas por encima de las nubes. El Sol brillaba dorado sobre la ciudad y el mar. Las nubes blancas, como sutiles algodones, se deshacían en el aire. Más allá se amontonaban en densos cúmulos. María Cristina iba sentada detrás de Fulano, apoyaba su cara en su hombro y lo abrazaba por la cintura para no perder el equilibrio. Contemplaba todo ese impresionante paisaje aéreo mientras las alas de la libélula gigante vibraban a los lados. -No tengas miedo- le dijo Fulano. Agárrate bien porque tomaremos más altura. En efecto, la libélula zumbó más fuerte y

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subió y subió hasta sobrepasar toda nube. El cielo límpido, azul como los ojos de María Cristina, parecía saludarlos y darles la bienvenida. Al Este, las montañas nevadas, blanquísimas como tortas con crema, se veían imponentes, sobresaliendo del macizo cordillerano.Todo era maravilloso. De vez en cuando, entre las nubes había un claro y allá abajo, muy abajo, se divisaban cuadrados y rectángulos de diversos matices de verde, marrón y amarillo. Eran tan hermosos, que a la niña le parecía observar un inmenso cubrecama hecho por retazos de género de diferentes colores. Eran los campos de cultivo vistos desde arriba. Más allá, vio una hebra de plata zigzagueante, era un río, y a lo lejos, al Oeste, el horizonte del mar como un espejo azul turquesa. María Cristina recordó las piedras preciosas de los enanos de la tierra. ¿Qué sería de ellos? ¿Estarían siempre trabajando?, mientras ella cabalgaba sobre este insecto alado con Fulano. Entonces se dio cuenta de que amaba profundamente a Fulano Elquevoyasertuesposo y apoyó más firmemente sus mejillas sobre su hombro.

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subió y subió hasta sobrepasar toda nube. El cielo límpido, azul como los ojos de María Cristina, parecía saludarlos y darles la bienvenida. Al Este, las montañas nevadas, blanquísimas como tortas con crema, se veían imponentes, sobresaliendo del macizo cordillerano.Todo era maravilloso. De vez en cuando, entre las nubes había un claro y allá abajo, muy abajo, se divisaban cuadrados y rectángulos de diversos matices de verde, marrón y amarillo. Eran tan hermosos, que a la niña le parecía observar un inmenso cubrecama hecho por retazos de género de diferentes colores. Eran los campos de cultivo vistos desde arriba. Más allá, vio una hebra de plata zigzagueante, era un río, y a lo lejos, al Oeste, el horizonte del mar como un espejo azul turquesa. María Cristina recordó las piedras preciosas de los enanos de la tierra. ¿Qué sería de ellos? ¿Estarían siempre trabajando?, mientras ella cabalgaba sobre este insecto alado con Fulano. Entonces se dio cuenta de que amaba profundamente a Fulano Elquevoyasertuesposo y apoyó más firmemente sus mejillas sobre su hombro.

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SUEÑO XXV

EL VIEJO DE LA MONTAÑA

manecía. María Cristina despertó de su sueño sobre las nubes. Un gallo cantó, lejano. Había silencio que daba paz y tranquilidad. Recordó su sueño placenteramente. Encendió la lámpara del velador y vio la hora en su despertador. Eran las cinco de la mañana. Podré dormir otro poco más -se dijo- y apagando la lámpara se quedó nuevamente dormida, y continuó soñando con Fulano y su mágica cabalgadura alada. Se dirigían hacia el Este, sobre un verde valle por donde serpenteaba un ancho y tortuoso río. Corría un viento fresco, casi helado y de una gran pureza. Daba gusto respirarlo hondamente llenando los pulmones. La libélula remontaba el valle el cual se estrechaba cada vez más y se introducía entre las montañas transformándose en altos y rocosos acantilados casi verticales. El río, abajo, era cada vez más torrentoso y menos ancho, hasta que finalmente terminó por ser una larga cascada que caía desde una gran altura, allá arriba, donde se asomaba un ventisquero. Fulano voló por encima del ventisquero y siguió por entre quebradas y valles cubiertos de nieve, éstos estaban rodeados de encumbradas montañas de roca negra en las cimas, como si fueran grandes bloques de carbón. Llegó un momento en que se encontraron frente a una

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quebrada cuyo extremo terminaba en una pared de granito vertical. La libélula sobrevoló esta magnífica pared de varios cientos de metros de alto y se posó sobre un terraplén horizontal. Allí divisaron un inmenso agujero de paredes rectangulares que estaba horadado en roca viva. Era un enorme y profundo pozo. La libélula descendió por este pozo y aterrizó en su base plana. Se bajaron los jóvenes de su cabalgadura y exploraron los alrededores. Al mirar hacia lo alto, veían allá arriba un rectángulo luminoso de cielo; era el agujero por donde habían descendido hasta el fondo de este gran pozo. Sus paredes verticales eran de granito macizo y no se veía más que una que otra ventana o agujero, que se destacaba en la lisura de las sombrías paredes. Todo era lúgubre, húmedo y frío allí. De pronto, María Cristina divisó en una de las aristas, donde se unían dos de los muros, una puerta tallada en la roca. Se acercaron hasta allí y entraron. De la puerta hacia adentro, se observaba un pasadizo o túnel que ascendía en espiral, rodeando las cuatro paredes, y la tenue luz del pozo entraba por las ventanas. De vez en cuando había escalinatas que facilitaban la subida. Llegaron jadeantes a una gran sala que estaba a la mitad del nivel del pozo y de ésta, a otra más profunda y amplia, sujeta por numerosas columnas. Allí se quemaba incienso, pero no había ningún altar. El lugar era agradable y al mismo tiempo sobrecogedor; una luz provenía de una puerta que estaba en el extremo opuesto de la sala. Era una luz blanca que entraba horizontalmente. Todo esto daba la impresión de estar en un bosque, cuyos árboles de piedra eran las numerosas columnas.

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EL VIEJO DE LA MONTAÑA

manecía. María Cristina despertó de su sueño sobre las nubes. Un gallo cantó, lejano. Había silencio que daba paz y tranquilidad. Recordó su sueño placenteramente. Encendió la lámpara del velador y vio la hora en su despertador. Eran las cinco de la mañana. Podré dormir otro poco más -se dijo- y apagando la lámpara se quedó nuevamente dormida, y continuó soñando con Fulano y su mágica cabalgadura alada. Se dirigían hacia el Este, sobre un verde valle por donde serpenteaba un ancho y tortuoso río. Corría un viento fresco, casi helado y de una gran pureza. Daba gusto respirarlo hondamente llenando los pulmones. La libélula remontaba el valle el cual se estrechaba cada vez más y se introducía entre las montañas transformándose en altos y rocosos acantilados casi verticales. El río, abajo, era cada vez más torrentoso y menos ancho, hasta que finalmente terminó por ser una larga cascada que caía desde una gran altura, allá arriba, donde se asomaba un ventisquero. Fulano voló por encima del ventisquero y siguió por entre quebradas y valles cubiertos de nieve, éstos estaban rodeados de encumbradas montañas de roca negra en las cimas, como si fueran grandes bloques de carbón. Llegó un momento en que se encontraron frente a una

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quebrada cuyo extremo terminaba en una pared de granito vertical. La libélula sobrevoló esta magnífica pared de varios cientos de metros de alto y se posó sobre un terraplén horizontal. Allí divisaron un inmenso agujero de paredes rectangulares que estaba horadado en roca viva. Era un enorme y profundo pozo. La libélula descendió por este pozo y aterrizó en su base plana. Se bajaron los jóvenes de su cabalgadura y exploraron los alrededores. Al mirar hacia lo alto, veían allá arriba un rectángulo luminoso de cielo; era el agujero por donde habían descendido hasta el fondo de este gran pozo. Sus paredes verticales eran de granito macizo y no se veía más que una que otra ventana o agujero, que se destacaba en la lisura de las sombrías paredes. Todo era lúgubre, húmedo y frío allí. De pronto, María Cristina divisó en una de las aristas, donde se unían dos de los muros, una puerta tallada en la roca. Se acercaron hasta allí y entraron. De la puerta hacia adentro, se observaba un pasadizo o túnel que ascendía en espiral, rodeando las cuatro paredes, y la tenue luz del pozo entraba por las ventanas. De vez en cuando había escalinatas que facilitaban la subida. Llegaron jadeantes a una gran sala que estaba a la mitad del nivel del pozo y de ésta, a otra más profunda y amplia, sujeta por numerosas columnas. Allí se quemaba incienso, pero no había ningún altar. El lugar era agradable y al mismo tiempo sobrecogedor; una luz provenía de una puerta que estaba en el extremo opuesto de la sala. Era una luz blanca que entraba horizontalmente. Todo esto daba la impresión de estar en un bosque, cuyos árboles de piedra eran las numerosas columnas.

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María Cristina y Fulano se dirigieron a esa puerta y se encontraron al aire libre, sobre un campo de nieve que brillaba con la luz de la mañana y reflejaba con gran intensidad la luminosidad hacia el interior. Por el campo de nieve había un sendero que serpenteaba entre la montaña. Ambos jóvenes lo siguieron y llegaron a una cabaña construida con piedras. El techo era de trozos de laja plana. Por la chimenea, del mismo material, salía humo y la puerta estaba cerrada. María Cristina golpeó y la puerta, con el efecto de los golpes giró lentamente y quedó abierta. Del interior, salía un exquisito olor a sopa, que hervía en una olla puesta en el fogón. Nadie había en esa casa, entonces, los jóvenes agotados de tanta caminata se sentaron en unos pisos de madera a descansar. El calor del fogón los reconfortaba y el olor de la sopa les daba un gran apetito pero no se atrevieron a probar la comida. La puerta continuaba abierta. Cuando Fulano se levantó para cerrarla, porque entraba un aire frío, se oyeron unos pasos que crujían sobre la nieve y apareció en el umbral el dueño de la casa de piedra. Se le veía fuerte, y llevaba puesto gruesas vestiduras de lana. Su cabellera era larga y tenía una hirsuta barba gris. Sus ojos eran negros y brillantes y el rostro apacible. Entonces echó una mirada a los dos jóvenes (que estaban paralizados por la súbita llegada del viejo) y cerró la puerta. Los observó fijamente, y sin saludarlos les dijo: Ustedes están enamorados. Luego, después de esa frase, sin relación alguna con las circunstancias del momento, se dirigió al fogón, se calentó las manos y sacando un cucharón que colgaba de un gancho, puso tres platos y tres cucharas sobre la mesa y los llenó de sopa. Luego dijo: Sírvanse. Tienen hambre. Entonces se sentó, empezó a tomar la sopa sorbiéndola con la cuchara y haciendo gran ruido.

María Cristina y Fulano estaban admirados por la franqueza y naturalidad con que se desenvolvía el anciano y, sin decir nada, lo acompañaron y se alimentaron de los platos que el viejo les había servido. Era una sopa exquisita. Contenía charqui, cebolla frita, papas cocidas y un huevo. Una vez que la terminaron, el viejo dijo: -Es necesario comer pan. Sáquenlo de esa alacena que está a sus espaldas y sírvanse más sopa porque tienen deseos de otro plato. Los jóvenes se echaron a reír porque eso era lo que sentían en ese momento, y María Cristina, levantándose, sacó pan de una bandeja que había en la alacena y sirvió más sopa en los tres platos. El viejo siguió sorbiendo a grandes cucharadas y comiendo pan; hubo un momento en que estornudó hacia un lado y sacando un ancho pañuelo se sonó ruidosamente. -Se están preguntando quién soy yo- les dijo. Y en realidad eso era lo que estaban pensando los dos jóvenes. -Cuido de los monumentos que hay aquí. Después de alimentarnos daremos un paseo y les mostraré el templo. -¿Qué templo?- preguntaron los jóvenes. -¡Ya verán!- respondió el viejo y terminando su sopa se comió el pan a grandes mascadas, luego, retirando la silla extendió y abrió sus piernas apoyándolas en el borde de sus tacos. Posteriormente, echando los brazos hacia atrás, se estiró como un animal y después se puso de pie. -¡Vamos!- dijo, y salió de la casa. Los jóvenes lo siguieron y el anciano marchó por el mismo sendero por donde había llegado. Caminaba con largos y seguros pasos. Era difícil ir detrás de él

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María Cristina y Fulano se dirigieron a esa puerta y se encontraron al aire libre, sobre un campo de nieve que brillaba con la luz de la mañana y reflejaba con gran intensidad la luminosidad hacia el interior. Por el campo de nieve había un sendero que serpenteaba entre la montaña. Ambos jóvenes lo siguieron y llegaron a una cabaña construida con piedras. El techo era de trozos de laja plana. Por la chimenea, del mismo material, salía humo y la puerta estaba cerrada. María Cristina golpeó y la puerta, con el efecto de los golpes giró lentamente y quedó abierta. Del interior, salía un exquisito olor a sopa, que hervía en una olla puesta en el fogón. Nadie había en esa casa, entonces, los jóvenes agotados de tanta caminata se sentaron en unos pisos de madera a descansar. El calor del fogón los reconfortaba y el olor de la sopa les daba un gran apetito pero no se atrevieron a probar la comida. La puerta continuaba abierta. Cuando Fulano se levantó para cerrarla, porque entraba un aire frío, se oyeron unos pasos que crujían sobre la nieve y apareció en el umbral el dueño de la casa de piedra. Se le veía fuerte, y llevaba puesto gruesas vestiduras de lana. Su cabellera era larga y tenía una hirsuta barba gris. Sus ojos eran negros y brillantes y el rostro apacible. Entonces echó una mirada a los dos jóvenes (que estaban paralizados por la súbita llegada del viejo) y cerró la puerta. Los observó fijamente, y sin saludarlos les dijo: Ustedes están enamorados. Luego, después de esa frase, sin relación alguna con las circunstancias del momento, se dirigió al fogón, se calentó las manos y sacando un cucharón que colgaba de un gancho, puso tres platos y tres cucharas sobre la mesa y los llenó de sopa. Luego dijo: Sírvanse. Tienen hambre. Entonces se sentó, empezó a tomar la sopa sorbiéndola con la cuchara y haciendo gran ruido.

María Cristina y Fulano estaban admirados por la franqueza y naturalidad con que se desenvolvía el anciano y, sin decir nada, lo acompañaron y se alimentaron de los platos que el viejo les había servido. Era una sopa exquisita. Contenía charqui, cebolla frita, papas cocidas y un huevo. Una vez que la terminaron, el viejo dijo: -Es necesario comer pan. Sáquenlo de esa alacena que está a sus espaldas y sírvanse más sopa porque tienen deseos de otro plato. Los jóvenes se echaron a reír porque eso era lo que sentían en ese momento, y María Cristina, levantándose, sacó pan de una bandeja que había en la alacena y sirvió más sopa en los tres platos. El viejo siguió sorbiendo a grandes cucharadas y comiendo pan; hubo un momento en que estornudó hacia un lado y sacando un ancho pañuelo se sonó ruidosamente. -Se están preguntando quién soy yo- les dijo. Y en realidad eso era lo que estaban pensando los dos jóvenes. -Cuido de los monumentos que hay aquí. Después de alimentarnos daremos un paseo y les mostraré el templo. -¿Qué templo?- preguntaron los jóvenes. -¡Ya verán!- respondió el viejo y terminando su sopa se comió el pan a grandes mascadas, luego, retirando la silla extendió y abrió sus piernas apoyándolas en el borde de sus tacos. Posteriormente, echando los brazos hacia atrás, se estiró como un animal y después se puso de pie. -¡Vamos!- dijo, y salió de la casa. Los jóvenes lo siguieron y el anciano marchó por el mismo sendero por donde había llegado. Caminaba con largos y seguros pasos. Era difícil ir detrás de él

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sin cansarse. Después de atravesar un corto desfiladero, entre dos grandes bloque rocosos, llegaron a una explanada cubierta por nieve en la cual relucía un hermoso edificio de piedra caliza de color blanco. Tenía dos pisos rectangulares, siendo el de arriba más pequeño y sin tejado. El primer piso tenía una entrada. Hasta allí se dirigió el viejo y los invitó a que pasaran. Sobre la entrada, se leía lo siguiente:

LO QUE ES BLANCO ES BLANCOLO QUE ES PURO ES PURO

Y LO QUE NO ES PURO ES IMPURO.

María Cristina y Fulano entraron silenciosamente al interior del templo el cual estaba construido con una nave central rodeada de columnas de mármol blanco. El piso y el cielo era todo de este mármol muy blanco; en el centro había un altar y sobre éste, se veía una luz que iluminaba todo alrededor. Una luz blanquísima que no daba llama ni calor. Allí estaba esa luz; resplandeciente, blanca y pura como la verdad. Era el templo de la Verdad. Se volvieron para preguntarle al viejo si así era el nombre de todo ello pero éste había desaparecido. Entonces recordaron las palabras y observaciones del anciano cuando estaban en la casa. Se acordaron de su aspecto franco y de los aciertos que había dicho en cada momento.

SUEÑO XXVI

EL DUENDE

argarita estaba intranquila. Al remover los platos de la cocina, algo saltó al suelo y había echado a correr debajo de las patas de un estante. Agarró una escoba para matar al ratón. Pero ¿han visto ustedes un ratón rojo? Yo tampoco. Lo que pasa, es que Margarita no se había puesto los anteojos y solamente vio un bulto que corría veloz. Lo que no vio Margarita, fue, que ese bulto pequeñito corría en dos patas, vestía una casaca y pantalones rojos y un bonete del mismo color. Era un duende. Y este duende, que habitaba en la cocina de los abuelos, se le apareció en sueños a María Cristina cuando estaba alojada en la casa de la abuela. Por supuesto que ella, en el sueño, no tenía dieciocho años sino ocho. Si hubiera sido una muchacha universitaria no se le habría aparecido un duende en su sueño. Pero allí estaba la niña sentada en la cama y el duende saltando a los pies, sobre el cubrecama floreado. Saltaba a más no poder y se daba vueltas de carnero. El gorro se le había caído con todas esas cabriolas y mostraba su cabecita calva y canosa. Al principio, la Bebita pensó que era un muñeco con cuerda o a pila eléctrica, que hacía todos esos movimientos. Pero no emitía ruido de engranajes. Entonces el duende le habló. Cogió su gorro, se lo puso en la calva y se sentó en el promontorio que hacía uno de los pies de la niña bajo la colcha.

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sin cansarse. Después de atravesar un corto desfiladero, entre dos grandes bloque rocosos, llegaron a una explanada cubierta por nieve en la cual relucía un hermoso edificio de piedra caliza de color blanco. Tenía dos pisos rectangulares, siendo el de arriba más pequeño y sin tejado. El primer piso tenía una entrada. Hasta allí se dirigió el viejo y los invitó a que pasaran. Sobre la entrada, se leía lo siguiente:

LO QUE ES BLANCO ES BLANCOLO QUE ES PURO ES PURO

Y LO QUE NO ES PURO ES IMPURO.

María Cristina y Fulano entraron silenciosamente al interior del templo el cual estaba construido con una nave central rodeada de columnas de mármol blanco. El piso y el cielo era todo de este mármol muy blanco; en el centro había un altar y sobre éste, se veía una luz que iluminaba todo alrededor. Una luz blanquísima que no daba llama ni calor. Allí estaba esa luz; resplandeciente, blanca y pura como la verdad. Era el templo de la Verdad. Se volvieron para preguntarle al viejo si así era el nombre de todo ello pero éste había desaparecido. Entonces recordaron las palabras y observaciones del anciano cuando estaban en la casa. Se acordaron de su aspecto franco y de los aciertos que había dicho en cada momento.

SUEÑO XXVI

EL DUENDE

argarita estaba intranquila. Al remover los platos de la cocina, algo saltó al suelo y había echado a correr debajo de las patas de un estante. Agarró una escoba para matar al ratón. Pero ¿han visto ustedes un ratón rojo? Yo tampoco. Lo que pasa, es que Margarita no se había puesto los anteojos y solamente vio un bulto que corría veloz. Lo que no vio Margarita, fue, que ese bulto pequeñito corría en dos patas, vestía una casaca y pantalones rojos y un bonete del mismo color. Era un duende. Y este duende, que habitaba en la cocina de los abuelos, se le apareció en sueños a María Cristina cuando estaba alojada en la casa de la abuela. Por supuesto que ella, en el sueño, no tenía dieciocho años sino ocho. Si hubiera sido una muchacha universitaria no se le habría aparecido un duende en su sueño. Pero allí estaba la niña sentada en la cama y el duende saltando a los pies, sobre el cubrecama floreado. Saltaba a más no poder y se daba vueltas de carnero. El gorro se le había caído con todas esas cabriolas y mostraba su cabecita calva y canosa. Al principio, la Bebita pensó que era un muñeco con cuerda o a pila eléctrica, que hacía todos esos movimientos. Pero no emitía ruido de engranajes. Entonces el duende le habló. Cogió su gorro, se lo puso en la calva y se sentó en el promontorio que hacía uno de los pies de la niña bajo la colcha.

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-Margarita cree que soy un ratón -rió- y no sabe que el que come pedacitos de galleta y bebe un poco de leche del jarro, soy yo, el duende de la cocina. Tampoco sabe ella que le lavo muchos platos y cuchillos, cucharas y tenedores cuando ella los deja sucios en el lavaplatos, con la intención de limpiarlos al día siguiente. Todo eso me agrada mucho y lo hago porque me entretengo, y no para que me lo agradezcan, me paguen un salario o me regalen alimentos. Si así fuera, yo me iría de esta casa. Es la ley de los duendes. Si nos dejan un plato de leche, aunque sea para nochebuena, lo bebemos con gusto pero nos vamos. Nos vamos de la casa, mi niña, como se van los hijos de los abuelos y forman otro hogar. Después, vuelven a visitar a los abuelos con los hijos pequeños, los nietos y ¡ellos me ven! Años atrás, uno de los nietos me tomó de sorpresa y me lanzó a la piscina. Yo estaba desesperado. Grité pidiendo ayuda pero toda la familia estaba almorzando y no me escucharon. Si alguien hubiera salido, no me habría reconocido. Nadé hasta más no poder y logré agarrarme a una tabla que tu hermanito José Miguel había echado a la piscina. Allí descansé un buen rato mientras Nicolás, tu primo chico, me lanzaba piedras para hundir la tabla. Me tendí sobre la tabla y remé con los brazos. Llegué a la escalera y de ahí me escabullí por el pasto hacia las plantas del jardín. Allí me metí en una cueva debajo de una piedra y me encontré ¿sabes con quién? ¡Con la familia de los sapos! Papá sapo se estaba preparando para ir a cantar a la fuente de los peces. Estaba reluciente con su traje verde con pintas y peinado a la gomina. Mamá sapa le estaba dando sopa de lombrices a sus dos hijitos que abrían la boca bastante grande y esto no les costaba nada,

para ello no tenían que hacer mayor esfuerzo. Ni siquiera la hijita sapa que tenía boca de señorita. Se tomaron toda la sopa y mamá sapa, satisfecha, les dio un mosquito de postre. -¿Con qué te confundió Nicolás?- preguntó la niña. -Me confundió con un ratón rojo o quizás con esos viejitos de pascua pequeños que cuelgan los abuelos en el árbol de Navidad. -¡Ah! ¡Sí!- dijo María Cristina. Uno de esos me llevó al bosque a conocer las riquezas de las profundidades de la tierra. -¡Ese era yo!- dijo el duende. ¿Sabes? Tus abuelos creen que en la casa hay fantasmas porque crujen las tablas en el segundo piso y oyen unos ruidos como si fueran pasos. -¿Ese eras tú? -¡Sí!- dijo el duendecillo. ¿Cómo lo sabes? -Me lo imaginaba. -Me gusta arrastrar los zapatos de la abuela cuando no los deja dentro del ropero y también me entretengo escondiendo el llavero del abuelo. -¿Dónde está mi llavero?- dice. ¿Lo has visto abuela? Voy a llegar tarde al trabajo. -¡Es el duende!- responde la abuela. Ya aparecerá. ¡Y aparece!, y el abuelo murmura: ¡Pero si yo lo busqué aquí y no estaba! Cuando el perro está triste y llora y llora como un coyote, yo me divierto y salto encima de su lomo y le palmoteo el cuello. Pobre perro, no estés tan triste; le lanzo unos espolonazos en las costillas con mis talones y entonces despierta de su aullido que lo tiene como hipnotizado. Bueno mi niña. No sueñes más, iré a la cocina a limpiar unos platos y ollas que dejó Margarita para el día siguiente. Después me

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-Margarita cree que soy un ratón -rió- y no sabe que el que come pedacitos de galleta y bebe un poco de leche del jarro, soy yo, el duende de la cocina. Tampoco sabe ella que le lavo muchos platos y cuchillos, cucharas y tenedores cuando ella los deja sucios en el lavaplatos, con la intención de limpiarlos al día siguiente. Todo eso me agrada mucho y lo hago porque me entretengo, y no para que me lo agradezcan, me paguen un salario o me regalen alimentos. Si así fuera, yo me iría de esta casa. Es la ley de los duendes. Si nos dejan un plato de leche, aunque sea para nochebuena, lo bebemos con gusto pero nos vamos. Nos vamos de la casa, mi niña, como se van los hijos de los abuelos y forman otro hogar. Después, vuelven a visitar a los abuelos con los hijos pequeños, los nietos y ¡ellos me ven! Años atrás, uno de los nietos me tomó de sorpresa y me lanzó a la piscina. Yo estaba desesperado. Grité pidiendo ayuda pero toda la familia estaba almorzando y no me escucharon. Si alguien hubiera salido, no me habría reconocido. Nadé hasta más no poder y logré agarrarme a una tabla que tu hermanito José Miguel había echado a la piscina. Allí descansé un buen rato mientras Nicolás, tu primo chico, me lanzaba piedras para hundir la tabla. Me tendí sobre la tabla y remé con los brazos. Llegué a la escalera y de ahí me escabullí por el pasto hacia las plantas del jardín. Allí me metí en una cueva debajo de una piedra y me encontré ¿sabes con quién? ¡Con la familia de los sapos! Papá sapo se estaba preparando para ir a cantar a la fuente de los peces. Estaba reluciente con su traje verde con pintas y peinado a la gomina. Mamá sapa le estaba dando sopa de lombrices a sus dos hijitos que abrían la boca bastante grande y esto no les costaba nada,

para ello no tenían que hacer mayor esfuerzo. Ni siquiera la hijita sapa que tenía boca de señorita. Se tomaron toda la sopa y mamá sapa, satisfecha, les dio un mosquito de postre. -¿Con qué te confundió Nicolás?- preguntó la niña. -Me confundió con un ratón rojo o quizás con esos viejitos de pascua pequeños que cuelgan los abuelos en el árbol de Navidad. -¡Ah! ¡Sí!- dijo María Cristina. Uno de esos me llevó al bosque a conocer las riquezas de las profundidades de la tierra. -¡Ese era yo!- dijo el duende. ¿Sabes? Tus abuelos creen que en la casa hay fantasmas porque crujen las tablas en el segundo piso y oyen unos ruidos como si fueran pasos. -¿Ese eras tú? -¡Sí!- dijo el duendecillo. ¿Cómo lo sabes? -Me lo imaginaba. -Me gusta arrastrar los zapatos de la abuela cuando no los deja dentro del ropero y también me entretengo escondiendo el llavero del abuelo. -¿Dónde está mi llavero?- dice. ¿Lo has visto abuela? Voy a llegar tarde al trabajo. -¡Es el duende!- responde la abuela. Ya aparecerá. ¡Y aparece!, y el abuelo murmura: ¡Pero si yo lo busqué aquí y no estaba! Cuando el perro está triste y llora y llora como un coyote, yo me divierto y salto encima de su lomo y le palmoteo el cuello. Pobre perro, no estés tan triste; le lanzo unos espolonazos en las costillas con mis talones y entonces despierta de su aullido que lo tiene como hipnotizado. Bueno mi niña. No sueñes más, iré a la cocina a limpiar unos platos y ollas que dejó Margarita para el día siguiente. Después me

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iré al jardín a tomar baños de luna y a lavarme la cara y las manos en la fuente de los peces. Buenas noches. Que duermas bien. Diciendo esto, el duendecillo saltó de la cama, se deslizó por la alfombra, luego, haciendo una simpática morisqueta, que hizo reír a la Bebita, desapareció por la puerta entreabierta y corrió escalera abajo. María Cristina apoyó la cabeza en la almohada y no despertó hasta la mañana con el canto de los zorzales. El duende. Mi querido duende. ¿Había sido realmente un sueño?

SUEÑO XXVII

CONVERSACION DE DOS AMIGOS

ra 31 de diciembre a las diez de la noche. La ciudad estaba excitada. Se terminaba el año y empezaba otro en dos horas más. Por el cielo negro volaban los fuegos artificiales y en todas las calles los niños encendían “cuetes” y petardos que asustaban a las mujeres y también a los perros. Éstos ladraban y algunos aullaban por el dolor que les causaba en los oídos los estridentes estampidos de “empanaditas”, petardos y “guatapiques”. El perro de la casa de los abuelos ladraba y ladraba. Daba la impresión que quería que lo retaran para así calmarse un poco. Llegaron las doce horas del año viejo y la gente se abrazó en un frenesí de júbilo con entusiasmo casi loco. Esposas, hijos, familiares, amigos y conocidos y uno que otro abrazo frío y ceremonioso a alguien desconocido que, por alguna circunstancia casual, estaba allí al alcance del abrazo, y no te ibas a quedar parado con los brazos colgando o haciendo una venia diciendo feliz año nuevo. No, por supuesto. Entonces un abrazo también. Pero a los perros y a los gatos no se les abraza, aunque pertenezcan a la familia y son los que más necesitan un abrazo de protección en esos instantes de terror acústico y delirio humano. El perro se cansó de ladrar y se fue a echar al final del jardín, entre unos cañaverales. Allí, en ese mismo lugar, él había nacido. Sentía ese rincón más protector y se quedó dormitando. De vez en cuando levantaba la cabeza, sobresaltado, cuando un volador de

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iré al jardín a tomar baños de luna y a lavarme la cara y las manos en la fuente de los peces. Buenas noches. Que duermas bien. Diciendo esto, el duendecillo saltó de la cama, se deslizó por la alfombra, luego, haciendo una simpática morisqueta, que hizo reír a la Bebita, desapareció por la puerta entreabierta y corrió escalera abajo. María Cristina apoyó la cabeza en la almohada y no despertó hasta la mañana con el canto de los zorzales. El duende. Mi querido duende. ¿Había sido realmente un sueño?

SUEÑO XXVII

CONVERSACION DE DOS AMIGOS

ra 31 de diciembre a las diez de la noche. La ciudad estaba excitada. Se terminaba el año y empezaba otro en dos horas más. Por el cielo negro volaban los fuegos artificiales y en todas las calles los niños encendían “cuetes” y petardos que asustaban a las mujeres y también a los perros. Éstos ladraban y algunos aullaban por el dolor que les causaba en los oídos los estridentes estampidos de “empanaditas”, petardos y “guatapiques”. El perro de la casa de los abuelos ladraba y ladraba. Daba la impresión que quería que lo retaran para así calmarse un poco. Llegaron las doce horas del año viejo y la gente se abrazó en un frenesí de júbilo con entusiasmo casi loco. Esposas, hijos, familiares, amigos y conocidos y uno que otro abrazo frío y ceremonioso a alguien desconocido que, por alguna circunstancia casual, estaba allí al alcance del abrazo, y no te ibas a quedar parado con los brazos colgando o haciendo una venia diciendo feliz año nuevo. No, por supuesto. Entonces un abrazo también. Pero a los perros y a los gatos no se les abraza, aunque pertenezcan a la familia y son los que más necesitan un abrazo de protección en esos instantes de terror acústico y delirio humano. El perro se cansó de ladrar y se fue a echar al final del jardín, entre unos cañaverales. Allí, en ese mismo lugar, él había nacido. Sentía ese rincón más protector y se quedó dormitando. De vez en cuando levantaba la cabeza, sobresaltado, cuando un volador de

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-Bueno, de vez en cuando me divierto pisoteando algunos pajarillos recién salidos del nido porque siento que invaden mi patio y eso me molesta; pues has de saber que este jardín es mío, gato, y no tuyo. -Bueno, bueno señor perro. No ladre más por favor, ha ladrado mucho esta noche. Lleguemos a un trato. El jardín es tuyo, ya lo sé, pero también es mío cuando tú no estás o cuando duermes; entonces me voy sigilosamente a saludar a los pececillos rojos de la fuente. -Esos peces son de la abuela y no debes tratar de comértelos, gruñó el perro. Me pertenecen al igual que el duende de la cocina. -Está bien. ¿Acaso crees que soy un gato muerto de hambre que anda detrás de la comida que tiene la vecina? -Sí, lo creo. -Bueno. A lo mejor tienes algo de razón pero no del todo. Eso lo hago para divertirme y hacerte rabiar. Me persigues, trepo por la muralla probando mis fuerzas, desafiando quién es el más hábil y allá arriba, te miro satisfecho porque he ganado y soy más ágil que tú. Pero ya que se trata de una noche especial, seamos amigos. Yo no visito los peces rojos de la abuela. Respecto a tu pequeño duende y tú, que no me molesten cuando en invierno yo ande enamorado maullando por los tejados. -Pero te pones insoportable, gato, cuando andas enamorado. ¿Qué les ha dado a todos ustedes por llorar como guaguas cuando se enamoran? Por lo menos, si hacemos un trato de no agresión es para que vayan a lloriquear a otra parte. -Haremos lo posible- dijo el gato. Buenas noches vecino. Que duermas bien a pesar del olor a pólvora que hay en el aire. Lo que es yo, no me iré a dormir. Tengo una fiesta en el tejado de la casa del

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luces estallaba allá lejos, en el firmamento. María Cristina había llegado muy tarde de un gran baile. Su hermosa cabellera rubia estaba con algunos vestigios de chaya que habían lanzado en plena fiesta. Se sacó los zapatos y subió en puntillas la escalera. -¿Eres tú María Cristina? -Sí abuela, ya llegué. Buenas noches. -Buenos días- respondió la abuela, y ambas se rieron. ¿Cómo lo pasaste? -¡Estupendo! Un beso. Feliz Año, abuela. -Y a ti también. Que se cumplan todos tus deseos. María Cristina abrazó a su abuela y después de contarle lo bien que lo había pasado, bostezó y se fue a la cama. Se quedó dormida muy pronto y luego se levantó. Flotó suavemente por el dormitorio, como un velo ondulante llevado por una silenciosa brisa y salió por la ventana. Estaba soñando. Se paseó por el jardín y escuchó. Se oían unas voces en el cañaveral, allá al fondo. Sí. Era el perro que conversaba con alguien. Estaba hablando, nada menos que con el gato del vecino. -Siempre nos hemos odiado- le decía uno al otro. -Así es. Seguramente tus antepasados comían gatos, es por eso que me persigues y yo te odio perro antipático come antepasados. -No es el momento de discutir que estás en un error- replicó el perro. Mis abuelos comían liebres y no gatos come ratones como tú. -¿Y pajaritos? -Sí, también. -¿Acaso tú también no eres un come pajaritos? - preguntó el gato con voz burlona.

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-Bueno, de vez en cuando me divierto pisoteando algunos pajarillos recién salidos del nido porque siento que invaden mi patio y eso me molesta; pues has de saber que este jardín es mío, gato, y no tuyo. -Bueno, bueno señor perro. No ladre más por favor, ha ladrado mucho esta noche. Lleguemos a un trato. El jardín es tuyo, ya lo sé, pero también es mío cuando tú no estás o cuando duermes; entonces me voy sigilosamente a saludar a los pececillos rojos de la fuente. -Esos peces son de la abuela y no debes tratar de comértelos, gruñó el perro. Me pertenecen al igual que el duende de la cocina. -Está bien. ¿Acaso crees que soy un gato muerto de hambre que anda detrás de la comida que tiene la vecina? -Sí, lo creo. -Bueno. A lo mejor tienes algo de razón pero no del todo. Eso lo hago para divertirme y hacerte rabiar. Me persigues, trepo por la muralla probando mis fuerzas, desafiando quién es el más hábil y allá arriba, te miro satisfecho porque he ganado y soy más ágil que tú. Pero ya que se trata de una noche especial, seamos amigos. Yo no visito los peces rojos de la abuela. Respecto a tu pequeño duende y tú, que no me molesten cuando en invierno yo ande enamorado maullando por los tejados. -Pero te pones insoportable, gato, cuando andas enamorado. ¿Qué les ha dado a todos ustedes por llorar como guaguas cuando se enamoran? Por lo menos, si hacemos un trato de no agresión es para que vayan a lloriquear a otra parte. -Haremos lo posible- dijo el gato. Buenas noches vecino. Que duermas bien a pesar del olor a pólvora que hay en el aire. Lo que es yo, no me iré a dormir. Tengo una fiesta en el tejado de la casa del

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luces estallaba allá lejos, en el firmamento. María Cristina había llegado muy tarde de un gran baile. Su hermosa cabellera rubia estaba con algunos vestigios de chaya que habían lanzado en plena fiesta. Se sacó los zapatos y subió en puntillas la escalera. -¿Eres tú María Cristina? -Sí abuela, ya llegué. Buenas noches. -Buenos días- respondió la abuela, y ambas se rieron. ¿Cómo lo pasaste? -¡Estupendo! Un beso. Feliz Año, abuela. -Y a ti también. Que se cumplan todos tus deseos. María Cristina abrazó a su abuela y después de contarle lo bien que lo había pasado, bostezó y se fue a la cama. Se quedó dormida muy pronto y luego se levantó. Flotó suavemente por el dormitorio, como un velo ondulante llevado por una silenciosa brisa y salió por la ventana. Estaba soñando. Se paseó por el jardín y escuchó. Se oían unas voces en el cañaveral, allá al fondo. Sí. Era el perro que conversaba con alguien. Estaba hablando, nada menos que con el gato del vecino. -Siempre nos hemos odiado- le decía uno al otro. -Así es. Seguramente tus antepasados comían gatos, es por eso que me persigues y yo te odio perro antipático come antepasados. -No es el momento de discutir que estás en un error- replicó el perro. Mis abuelos comían liebres y no gatos come ratones como tú. -¿Y pajaritos? -Sí, también. -¿Acaso tú también no eres un come pajaritos? - preguntó el gato con voz burlona.

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SUEÑO XXVIII

LOS SOLDADITOS DE PLOMO

l reloj dio once campanadas. La abuela dormía profundamente. Roncaba. En el cuarto, donde el abuelo había coleccionado cosas viejas, había una calma dichosa. Se respiraba silencio y una tranquilidad propia de las cosas pasadas. Antiguas, con una leve capa de polvo en las esquinas y rincones donde no llega el plumero. Esa paz se desvaneció bruscamente, el reloj negro colonial con incrustaciones de madreperla, era demasiado viejo y se le olvidaba que había dado once campanadas; entonces, después de tres minutos, las volvió a repetir y ya no hubo más silencio porque la tapa de una caja de cartón que estaba guardada en el ropero se abrió súbitamente y salieron de ella los soldados del abuelo. Estaban los cadetes de la Escuela Militar con su banda de guerra y la banda instrumental, los capitanes montados en caballos y también el coronel Director de la Escuela encabezando el desfile. Todos con sus cascos con penacho blanco y los músicos con los penachos de color rojo. Salieron, formaron y presentaron armas. -¡Honores a la bandera! ¡A mi coronel! ¡A la abuela! -También formaron los veteranos del 79. Setenta y siete muchachos con sus fusiles, sus quepis rojos y guerreras azules. Todos ellos muy jóvenes, y los sargentos con bigotes. Además, había antiguos soldados franceses. ¡Par Dieu! ¡Mosqueteros del

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cura. Adiós. El perro hizo el ademán de despedirse con un corto gruñido. En realidad era tan desagradable el micifuz que no merecía algo más que eso. María Cristina estaba admirada con esta conversación de amigos. Nunca había creído que un gato y un perro pudieran conversar de ese modo. Se acercó al perro y le acarició la cabeza. El perro abrió los ojos y movió la cola contento. La había visto, a pesar de que era una imagen del sueño. A lo mejor, se dijo la niña, me ha visto porque estaba soñando conmigo. Sí, estoy segura que los perros a veces sueñan cuando duermen, porque respiran a ratos, más de prisa, mueven nerviosos las patas y emiten pequeños gemidos, pero, primera vez que observo a un perro sonreír y saludar con la cola cuando está dormido.

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LOS SOLDADITOS DE PLOMO

l reloj dio once campanadas. La abuela dormía profundamente. Roncaba. En el cuarto, donde el abuelo había coleccionado cosas viejas, había una calma dichosa. Se respiraba silencio y una tranquilidad propia de las cosas pasadas. Antiguas, con una leve capa de polvo en las esquinas y rincones donde no llega el plumero. Esa paz se desvaneció bruscamente, el reloj negro colonial con incrustaciones de madreperla, era demasiado viejo y se le olvidaba que había dado once campanadas; entonces, después de tres minutos, las volvió a repetir y ya no hubo más silencio porque la tapa de una caja de cartón que estaba guardada en el ropero se abrió súbitamente y salieron de ella los soldados del abuelo. Estaban los cadetes de la Escuela Militar con su banda de guerra y la banda instrumental, los capitanes montados en caballos y también el coronel Director de la Escuela encabezando el desfile. Todos con sus cascos con penacho blanco y los músicos con los penachos de color rojo. Salieron, formaron y presentaron armas. -¡Honores a la bandera! ¡A mi coronel! ¡A la abuela! -También formaron los veteranos del 79. Setenta y siete muchachos con sus fusiles, sus quepis rojos y guerreras azules. Todos ellos muy jóvenes, y los sargentos con bigotes. Además, había antiguos soldados franceses. ¡Par Dieu! ¡Mosqueteros del

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cura. Adiós. El perro hizo el ademán de despedirse con un corto gruñido. En realidad era tan desagradable el micifuz que no merecía algo más que eso. María Cristina estaba admirada con esta conversación de amigos. Nunca había creído que un gato y un perro pudieran conversar de ese modo. Se acercó al perro y le acarició la cabeza. El perro abrió los ojos y movió la cola contento. La había visto, a pesar de que era una imagen del sueño. A lo mejor, se dijo la niña, me ha visto porque estaba soñando conmigo. Sí, estoy segura que los perros a veces sueñan cuando duermen, porque respiran a ratos, más de prisa, mueven nerviosos las patas y emiten pequeños gemidos, pero, primera vez que observo a un perro sonreír y saludar con la cola cuando está dormido.

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sin demostrar miedo. Mas, no marcharon del todo sin ser admirados. La Bebita abrió un ojo, luego bostezó y se estiró. Tenía deseos de hacer pipí, se levantó de la cama y se dirigió al baño. -¡Alarma general!- gritó el coronel. ¡Todos al suelo en estado de alerta! Pifiaron nerviosos algunos caballos. Estaban los hombres con los dedos en los gatillos de los rifles listos par disparar. Se oyeron unos pasos de pies desnudos y una puerta que se cerraba. -El peligro ha pasado- dijo el coronel en voz baja. ¡Levántese! De frente, ¡maaar...! Uno, dos, uno, dos, uno, dos… La columna dio vuelta a la esquina al entrar al dormitorio y se perdió de vista al marchar bajo el catre. La Bebita volvió a su cama. Pensó que cuando se había levantado, estaba dormida, porque había soñado con unos soldaditos de plomo que marchaban por el pasillo, al campo de batalla…

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Rey!, y otros de caballería, a pleno galope o tirando cañones de bronce con balas redondas. Había seis veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Soldados ingleses con sus cascos trizados, rotos en sus bordes, condecorados y uno con la condecoración máxima porque había perdido la cabeza. Todos pertenecían al glorioso VIII Ejército que combatió en África y en la terraza de baldosas rojas y amarillas de la casa donde vivía el abuelo, cuando era niño. Iban cantando: “It's a long way to Tipperary, is a long way to go…” Salieron de la pequeña caja, un teniente y dos soldados alemanes de la guerra de 1914, la Primera Guerra Mundial, y también dos franceses, uno de ellos abanderado y el otro disparando a matar. El abanderado iba cantando la Marsellesa y los alemanes: “Ich hat´ einen kameraden”. Por último, ocho húsares de a caballo con sus sables relucientes. Ellos habían sido juguetes del papá de la abuela cuando era niño ¡Qué valientes! ¡Cuántas batallas! ¡Cuánta historia en esos soldaditos! -¡Atención!- arengó el Coronel. ¡Unamos nuestras fuerzas para combatir a un enemigo común! ¡El abuelo está en peligro! ¡Viva la Patria! -¡Viva!- gritaron todos al unísono y empezó el desfile. Primero la banda de guerra seguida de la banda instrumental. Luego, los abanderados. Las delegaciones extranjeras y veteranos del 79. Después la Escuela Militar y finalmente la caballería del Rey. Un, dos, un, dos, un, dos, marcharon hacia el pasillo. Nadie los aplaude, nadie los vitorea. Parecen fantasmas. Soldaditos del pasado… Marchan de noche nuevamente a la guerra. Para eso habían sido hechos, con un corazón de plomo y su rostro impasible,

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sin demostrar miedo. Mas, no marcharon del todo sin ser admirados. La Bebita abrió un ojo, luego bostezó y se estiró. Tenía deseos de hacer pipí, se levantó de la cama y se dirigió al baño. -¡Alarma general!- gritó el coronel. ¡Todos al suelo en estado de alerta! Pifiaron nerviosos algunos caballos. Estaban los hombres con los dedos en los gatillos de los rifles listos par disparar. Se oyeron unos pasos de pies desnudos y una puerta que se cerraba. -El peligro ha pasado- dijo el coronel en voz baja. ¡Levántese! De frente, ¡maaar...! Uno, dos, uno, dos, uno, dos… La columna dio vuelta a la esquina al entrar al dormitorio y se perdió de vista al marchar bajo el catre. La Bebita volvió a su cama. Pensó que cuando se había levantado, estaba dormida, porque había soñado con unos soldaditos de plomo que marchaban por el pasillo, al campo de batalla…

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Rey!, y otros de caballería, a pleno galope o tirando cañones de bronce con balas redondas. Había seis veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Soldados ingleses con sus cascos trizados, rotos en sus bordes, condecorados y uno con la condecoración máxima porque había perdido la cabeza. Todos pertenecían al glorioso VIII Ejército que combatió en África y en la terraza de baldosas rojas y amarillas de la casa donde vivía el abuelo, cuando era niño. Iban cantando: “It's a long way to Tipperary, is a long way to go…” Salieron de la pequeña caja, un teniente y dos soldados alemanes de la guerra de 1914, la Primera Guerra Mundial, y también dos franceses, uno de ellos abanderado y el otro disparando a matar. El abanderado iba cantando la Marsellesa y los alemanes: “Ich hat´ einen kameraden”. Por último, ocho húsares de a caballo con sus sables relucientes. Ellos habían sido juguetes del papá de la abuela cuando era niño ¡Qué valientes! ¡Cuántas batallas! ¡Cuánta historia en esos soldaditos! -¡Atención!- arengó el Coronel. ¡Unamos nuestras fuerzas para combatir a un enemigo común! ¡El abuelo está en peligro! ¡Viva la Patria! -¡Viva!- gritaron todos al unísono y empezó el desfile. Primero la banda de guerra seguida de la banda instrumental. Luego, los abanderados. Las delegaciones extranjeras y veteranos del 79. Después la Escuela Militar y finalmente la caballería del Rey. Un, dos, un, dos, un, dos, marcharon hacia el pasillo. Nadie los aplaude, nadie los vitorea. Parecen fantasmas. Soldaditos del pasado… Marchan de noche nuevamente a la guerra. Para eso habían sido hechos, con un corazón de plomo y su rostro impasible,

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suelo. Estaba siguiendo el trayecto del arroyo, lo remontaba e iba a pasar junto a la niña. -¡Vamos! ¡Corre hacia nosotros!- gritó el abuelo. La niña se puso las sandalias y caminó presurosa entre las peñas parara aproximarse al lugar donde el globo iba a pasar. -¡Ahora!¡Agárrate de la baranda!- gritó el papá. María Cristina se aferró a la pared de mimbre y el abuelo y el papá la tomaron de los brazos y la introdujeron dentro de la canasta del globo. Los hermanos menores gritaban de alegría y los abuelos y los papás reían al ver la cara de susto de la Bebita al ser levantada en el aire. -Estamos listos para un hermoso paseo- comentó el abuelo. -Todo está bajo control- dijo el papá. Esta era una frase que le agradaba mucho y siempre la repetía cuando tenía todo bajo control. El globo continuó su viaje silencioso ascendiendo por el prado; más allá éste se continuaba en un valle con pasto alto. Estaba cuajado de flores blancas, amarillas y azules que salpicaban la maleza. El papá tiró de un cable y el soplete que tenía el globo en su base, lanzó una sonora llamarada e hizo que el globo subiera más y más debido al aumento de la temperatura en su interior. Una corriente de aire lo hizo recorrer en círculos ascendentes. Sobrepasaron el bosque y llegaron nuevamente al lago. Estaban ahora a una gran altura. Abajo corría viento y la superficie del lago se veía rizada por pequeñas olas que avanzaban con espuma blanca en sus crestas. El Sol hacía su recorrido en forma muy rápida y ahora estaba

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SUEÑO XXIX

EL GLOBO MULTICOLOR

aría Cristina soñó que estaba en la orilla de un riachuelo de aguas frías y cristalinas. Éste desembocaba en un lago de aguas tranquilas de color turquesa. El riachuelo corría y dejaba oír su armonioso ruido por entre las peñas. ¡Qué delicia! El sol de la mañana había salido detrás de las montañas nevadas e iluminaba el prado por donde corría el arroyo. Detrás del prado estaba el bosque virgen, enmarañado, casi impenetrable. Hacía calor. La Bebita se sacó las sandalias y metió sus pies en las transparentes aguas del riachuelo para refrescarse. Con ambas manos se mojó la cara y parte de los cabellos. De repente oyó unas voces que la llamaban. ¡María Cristina! ¡Bebita! La niña miró hacia el lago y vio algo que avanzaba por los aires silenciosamente. ¡Era un enorme globo! De múltiples y vistosos colores , separados por bandas doradas. En la canastilla estaban asomados el abuelo, la abuela, sus papás y sus tres hermanos. El globo avanzaba lentamente hacia ella a muy poca altura del

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suelo. Estaba siguiendo el trayecto del arroyo, lo remontaba e iba a pasar junto a la niña. -¡Vamos! ¡Corre hacia nosotros!- gritó el abuelo. La niña se puso las sandalias y caminó presurosa entre las peñas parara aproximarse al lugar donde el globo iba a pasar. -¡Ahora!¡Agárrate de la baranda!- gritó el papá. María Cristina se aferró a la pared de mimbre y el abuelo y el papá la tomaron de los brazos y la introdujeron dentro de la canasta del globo. Los hermanos menores gritaban de alegría y los abuelos y los papás reían al ver la cara de susto de la Bebita al ser levantada en el aire. -Estamos listos para un hermoso paseo- comentó el abuelo. -Todo está bajo control- dijo el papá. Esta era una frase que le agradaba mucho y siempre la repetía cuando tenía todo bajo control. El globo continuó su viaje silencioso ascendiendo por el prado; más allá éste se continuaba en un valle con pasto alto. Estaba cuajado de flores blancas, amarillas y azules que salpicaban la maleza. El papá tiró de un cable y el soplete que tenía el globo en su base, lanzó una sonora llamarada e hizo que el globo subiera más y más debido al aumento de la temperatura en su interior. Una corriente de aire lo hizo recorrer en círculos ascendentes. Sobrepasaron el bosque y llegaron nuevamente al lago. Estaban ahora a una gran altura. Abajo corría viento y la superficie del lago se veía rizada por pequeñas olas que avanzaban con espuma blanca en sus crestas. El Sol hacía su recorrido en forma muy rápida y ahora estaba

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SUEÑO XXIX

EL GLOBO MULTICOLOR

aría Cristina soñó que estaba en la orilla de un riachuelo de aguas frías y cristalinas. Éste desembocaba en un lago de aguas tranquilas de color turquesa. El riachuelo corría y dejaba oír su armonioso ruido por entre las peñas. ¡Qué delicia! El sol de la mañana había salido detrás de las montañas nevadas e iluminaba el prado por donde corría el arroyo. Detrás del prado estaba el bosque virgen, enmarañado, casi impenetrable. Hacía calor. La Bebita se sacó las sandalias y metió sus pies en las transparentes aguas del riachuelo para refrescarse. Con ambas manos se mojó la cara y parte de los cabellos. De repente oyó unas voces que la llamaban. ¡María Cristina! ¡Bebita! La niña miró hacia el lago y vio algo que avanzaba por los aires silenciosamente. ¡Era un enorme globo! De múltiples y vistosos colores , separados por bandas doradas. En la canastilla estaban asomados el abuelo, la abuela, sus papás y sus tres hermanos. El globo avanzaba lentamente hacia ella a muy poca altura del

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en el cenit. Era mediodía. Al Este se divisaban las montañas nevadas. Una cadena formidable que se perdía en el horizonte bajo un cielo celeste. Puro. Sin una nube. Las nieves eternas brillaban a los rayos del Sol. Al Oeste se veía un volcán. Majestuoso. Imponente. Más allá, otro lago inmenso, y al fondo, en el horizonte, una línea luminosa; el mar. -Todo bajo control- dijo el papá- y el globo se detuvo. Quedó estático, suspendido en las alturas. Los pasajeros, asomados a la barandilla de la canasta, observaban este espectáculo grandioso. Los hermanos más chicos, José Miguel y Camila, estaban en brazos de los papás para así admirar todo lo que veían los grandes. Había pasado muy poco rato, cuando el Sol ya se estaba escondiendo en el horizonte; al lado del volcán. -El tiempo anda de prisa aquí- comentó la abuela. Todo es rápido, como a mí me gusta. -Así es- dijo el abuelo. No tengo el tiempo suficiente para admirar tanta maravilla que se contempla desde aquí arriba. El Sol, en esos momentos, parecía girar y emitía fantásticos rayos dorados, rojos y de color naranjado. Era un deslumbrante disco de oro líquido. Pocos segundos después se había escondido y el cielo se tiñó de un color rosa maravilloso. El volcán parecía un hierro candente. Así se veía también la nieve al atardecer. Llegó la noche. El viento se había calmado. Reinaba un silencio absoluto.

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La Luna salió detrás de la cordillera. Era una luna nueva exquisita; como una delicada y pálida torrija de melón. Avanzó rápidamente por el cielo. Todo rápido, como le gustaba a la abuela. No se sentía hambre ni sueño. Nadie bostezaba. Hacía muy poco tiempo que el globo había pasado por encima del riachuelo y la Bebita había saltado a la canasta. Aún sentía los pies mojados por el baño. -Observa el firmamento- comentó el abuelo. -La negra bóveda celestial estaba cuajada de incontables estrellas que iluminaban la noche silenciosa. Es emocionante contemplar desde aquí la inmensidad de la Creación. Allá está la Cruz del Sur. Allá las nebulosas Alfa Centauro y Beta Centauro. A este otro lado se ve la Osa Mayor y el Cinturón de Orión y… El abuelo no pudo continuar porque ¡Había amanecido! Se vislumbraba en la cordillera la suave y tímida luz de la aurora. -¿Tienen frío?- preguntó la mamá. -Tenemos un poco pero ya se nos pasó- dijeron los niños. La mañana está muy agradable. El Sol ascendía rápidamente, y el globo comenzó a bajar. Descendió hacia el lago, hasta el prado donde corría el arroyuelo y se posó suavemente en el pasto. Todos se bajaron de la canasta y el globo, al aligerar su peso, se elevó lentamente por los aires y se perdió de vista detrás del bosque. -¿Bajaste el cesto con el cocaví?- preguntó la mamá.

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en el cenit. Era mediodía. Al Este se divisaban las montañas nevadas. Una cadena formidable que se perdía en el horizonte bajo un cielo celeste. Puro. Sin una nube. Las nieves eternas brillaban a los rayos del Sol. Al Oeste se veía un volcán. Majestuoso. Imponente. Más allá, otro lago inmenso, y al fondo, en el horizonte, una línea luminosa; el mar. -Todo bajo control- dijo el papá- y el globo se detuvo. Quedó estático, suspendido en las alturas. Los pasajeros, asomados a la barandilla de la canasta, observaban este espectáculo grandioso. Los hermanos más chicos, José Miguel y Camila, estaban en brazos de los papás para así admirar todo lo que veían los grandes. Había pasado muy poco rato, cuando el Sol ya se estaba escondiendo en el horizonte; al lado del volcán. -El tiempo anda de prisa aquí- comentó la abuela. Todo es rápido, como a mí me gusta. -Así es- dijo el abuelo. No tengo el tiempo suficiente para admirar tanta maravilla que se contempla desde aquí arriba. El Sol, en esos momentos, parecía girar y emitía fantásticos rayos dorados, rojos y de color naranjado. Era un deslumbrante disco de oro líquido. Pocos segundos después se había escondido y el cielo se tiñó de un color rosa maravilloso. El volcán parecía un hierro candente. Así se veía también la nieve al atardecer. Llegó la noche. El viento se había calmado. Reinaba un silencio absoluto.

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La Luna salió detrás de la cordillera. Era una luna nueva exquisita; como una delicada y pálida torrija de melón. Avanzó rápidamente por el cielo. Todo rápido, como le gustaba a la abuela. No se sentía hambre ni sueño. Nadie bostezaba. Hacía muy poco tiempo que el globo había pasado por encima del riachuelo y la Bebita había saltado a la canasta. Aún sentía los pies mojados por el baño. -Observa el firmamento- comentó el abuelo. -La negra bóveda celestial estaba cuajada de incontables estrellas que iluminaban la noche silenciosa. Es emocionante contemplar desde aquí la inmensidad de la Creación. Allá está la Cruz del Sur. Allá las nebulosas Alfa Centauro y Beta Centauro. A este otro lado se ve la Osa Mayor y el Cinturón de Orión y… El abuelo no pudo continuar porque ¡Había amanecido! Se vislumbraba en la cordillera la suave y tímida luz de la aurora. -¿Tienen frío?- preguntó la mamá. -Tenemos un poco pero ya se nos pasó- dijeron los niños. La mañana está muy agradable. El Sol ascendía rápidamente, y el globo comenzó a bajar. Descendió hacia el lago, hasta el prado donde corría el arroyuelo y se posó suavemente en el pasto. Todos se bajaron de la canasta y el globo, al aligerar su peso, se elevó lentamente por los aires y se perdió de vista detrás del bosque. -¿Bajaste el cesto con el cocaví?- preguntó la mamá.

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SUEÑO XXX

EL ABUELO PINTA SU ULTIMO CUADRO

oñó. Más bien recordó los días pasados, cuando el abuelo, de pie frente al trípode, con el bastidor fijo, pintaba paisajes. El cielo tormentoso y las nubes dejándose llevar por el viento. El trigo y otras plantaciones. Las montañas de colores tan hermosos, azules y violetas y los árboles con las casitas de campo a distancia. Todo con un colorido intenso “van goghiano” dando al conjunto una gran energía y al mismo tiempo una gran soledad. Sí; el abuelo era solitario. Le gustaba el silencio y la música clásica. Con sus manos embadurnadas con pintura daba pinceladas, otras veces, con la espátula, producía densos efectos. También pintaba con la yema de los dedos. María Cristina vio a su mamá pequeñita al lado de su padre, limpiándole los pinceles y tapando los tubos de pintura una vez usados, y el abuelo, sin fatigarse pintaba horas y horas sin comer ni beber nada. Estaba en su mundo, un mundo mágico de niño. Su padre le había dicho: “Recíbete de médico primero y después, si deseas, estudia pintura”. Nunca tuvo tiempo para estudiar bellas artes, y la más de las veces cuando estaba pintando, lo llamaban para hacer una visita al domicilio de algún paciente. La Bebita se sentía orgullosa de él porque ¡ella lo había hecho

-Sí- dijo el papá- También apagué el soplete. Aquí está- y abriéndolo, sacó pan, presas de pollo asado, mantequilla, sal, unos vasos y dos botellas. Una de vino y la otra de jugos de frutas. Había también huevos duros y naranjas. El abuelo destapó las botellas y les sirvió jugo a los niños; después llenó unos vasos con vino, para los grandes. -¡Salud!- brindó el papá y bebió de un vaso. -¡Salud!- contestaron el abuelo y los demás. ¡Qué lindo viaje en globo hemos hecho! -Todo tan rápido- comentó la abuela. -El pollo está delicioso -dijo la mamá- y le dio un pedazo a los dos chicos. -¡Qué colorido fantástico nos tocó presenciar! -comentó el abuelo. -¡Mamá! ¡Quiero más pollo!- dijo José Miguel. -Dime, abuelo- preguntó la Bebita ¿Por qué el tiempo pasó tan rápido? En pocos minutos transcurrió el día, atardeció, vino la noche, amaneció y… -Porque estás soñando Bebita- replicó el abuelo. En los sueños el tiempo tiene otra dimensión. -Entonces María Cristina abrió los ojos y se encontró en la cama de su dormitorio. -¡Qué sueño maravilloso he tenido!- expresó. ¡Cuánta felicidad y belleza! -¡Y todos juntos dentro de una canasta! Se levantó y fue donde la mamá y le contó lo que había soñado. -Es un sueño muy lindo- respondió la mamá, y le dio un beso de buenos días.

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EL ABUELO PINTA SU ULTIMO CUADRO

oñó. Más bien recordó los días pasados, cuando el abuelo, de pie frente al trípode, con el bastidor fijo, pintaba paisajes. El cielo tormentoso y las nubes dejándose llevar por el viento. El trigo y otras plantaciones. Las montañas de colores tan hermosos, azules y violetas y los árboles con las casitas de campo a distancia. Todo con un colorido intenso “van goghiano” dando al conjunto una gran energía y al mismo tiempo una gran soledad. Sí; el abuelo era solitario. Le gustaba el silencio y la música clásica. Con sus manos embadurnadas con pintura daba pinceladas, otras veces, con la espátula, producía densos efectos. También pintaba con la yema de los dedos. María Cristina vio a su mamá pequeñita al lado de su padre, limpiándole los pinceles y tapando los tubos de pintura una vez usados, y el abuelo, sin fatigarse pintaba horas y horas sin comer ni beber nada. Estaba en su mundo, un mundo mágico de niño. Su padre le había dicho: “Recíbete de médico primero y después, si deseas, estudia pintura”. Nunca tuvo tiempo para estudiar bellas artes, y la más de las veces cuando estaba pintando, lo llamaban para hacer una visita al domicilio de algún paciente. La Bebita se sentía orgullosa de él porque ¡ella lo había hecho

-Sí- dijo el papá- También apagué el soplete. Aquí está- y abriéndolo, sacó pan, presas de pollo asado, mantequilla, sal, unos vasos y dos botellas. Una de vino y la otra de jugos de frutas. Había también huevos duros y naranjas. El abuelo destapó las botellas y les sirvió jugo a los niños; después llenó unos vasos con vino, para los grandes. -¡Salud!- brindó el papá y bebió de un vaso. -¡Salud!- contestaron el abuelo y los demás. ¡Qué lindo viaje en globo hemos hecho! -Todo tan rápido- comentó la abuela. -El pollo está delicioso -dijo la mamá- y le dio un pedazo a los dos chicos. -¡Qué colorido fantástico nos tocó presenciar! -comentó el abuelo. -¡Mamá! ¡Quiero más pollo!- dijo José Miguel. -Dime, abuelo- preguntó la Bebita ¿Por qué el tiempo pasó tan rápido? En pocos minutos transcurrió el día, atardeció, vino la noche, amaneció y… -Porque estás soñando Bebita- replicó el abuelo. En los sueños el tiempo tiene otra dimensión. -Entonces María Cristina abrió los ojos y se encontró en la cama de su dormitorio. -¡Qué sueño maravilloso he tenido!- expresó. ¡Cuánta felicidad y belleza! -¡Y todos juntos dentro de una canasta! Se levantó y fue donde la mamá y le contó lo que había soñado. -Es un sueño muy lindo- respondió la mamá, y le dio un beso de buenos días.

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SUEÑO XXXI

EL BAUL DE LA TIA JUANITA

e vas a alojar en mi casa- dijo la tía Juanita María Cristina estaba feliz. El dormitorio tenía una linda ventana, un velador, un closet y una pequeña mesa para estudiar; en las paredes algunos cuadros del abuelo, y un antiguo baúl. -Me lo regaló mi papá cuando yo era adolescente- dijo la tía Juanita. -¿Qué contiene ese baúl? ¡Qué curiosidad y deseos de abrirlo! Apoyó su cabeza en la almohada. Afuera, en la calle, el ruido de los automóviles llegaba junto con una suave brisa que entraba por la ventana abierta y hacía ondular las cortinas. Era agradable estar alojada donde la tía Juanita. María Cristina quería mucho a los tíos y a sus primos. Juan Pablo era un pillín amoroso y Alonso también. Ambos inspiraban ternura. Entonces se quedó dormida. Se levantó de la cama y entró la tía Juanita en ese instante. Ambas tenían diez años de edad. -¿Deseas saber lo que hay en el interior del baúl?- preguntó Juanita. -Ven, acompáñame a abrirlo- y diciendo esto se encaminaron al baúl y levantaron la tapa. En el interior había cuadernos, revistas, un diario de vida, una

abuelo!, ya que era su nieta mayor. ¿Qué habría sido del abuelo si hubiera sido pintor y no médico? ¿Habría sido más feliz? ¿Se habría casado y habría tenido hijos y nietos? ¿Habría nacido yo?- se preguntaba la niña.

El destino es el destino. Nadie puede modificarlo. Es como el recorrido de un tren que va por la línea hasta el final, la última estación, y los pasajeros pueden hacer muchas cosas dentro del tren; a su voluntad, libremente. Pero no cambian el recorrido del tren. El cuadro parecía concluído, aunque el abuelo nunca estaba conforme. Siempre lo corregía en los días sucesivos. Pero ahora estaba satisfecho. Era hermoso; de un gran colorido, con luces y sombras, con matices brillantes y otros opacos que perfilaban las sombras. Era el cuadro de su vida y lo había terminado. Pocos días después ya no estaría en el tren. El tren había llegado a la última estación

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EL BAUL DE LA TIA JUANITA

e vas a alojar en mi casa- dijo la tía Juanita María Cristina estaba feliz. El dormitorio tenía una linda ventana, un velador, un closet y una pequeña mesa para estudiar; en las paredes algunos cuadros del abuelo, y un antiguo baúl. -Me lo regaló mi papá cuando yo era adolescente- dijo la tía Juanita. -¿Qué contiene ese baúl? ¡Qué curiosidad y deseos de abrirlo! Apoyó su cabeza en la almohada. Afuera, en la calle, el ruido de los automóviles llegaba junto con una suave brisa que entraba por la ventana abierta y hacía ondular las cortinas. Era agradable estar alojada donde la tía Juanita. María Cristina quería mucho a los tíos y a sus primos. Juan Pablo era un pillín amoroso y Alonso también. Ambos inspiraban ternura. Entonces se quedó dormida. Se levantó de la cama y entró la tía Juanita en ese instante. Ambas tenían diez años de edad. -¿Deseas saber lo que hay en el interior del baúl?- preguntó Juanita. -Ven, acompáñame a abrirlo- y diciendo esto se encaminaron al baúl y levantaron la tapa. En el interior había cuadernos, revistas, un diario de vida, una

abuelo!, ya que era su nieta mayor. ¿Qué habría sido del abuelo si hubiera sido pintor y no médico? ¿Habría sido más feliz? ¿Se habría casado y habría tenido hijos y nietos? ¿Habría nacido yo?- se preguntaba la niña.

El destino es el destino. Nadie puede modificarlo. Es como el recorrido de un tren que va por la línea hasta el final, la última estación, y los pasajeros pueden hacer muchas cosas dentro del tren; a su voluntad, libremente. Pero no cambian el recorrido del tren. El cuadro parecía concluído, aunque el abuelo nunca estaba conforme. Siempre lo corregía en los días sucesivos. Pero ahora estaba satisfecho. Era hermoso; de un gran colorido, con luces y sombras, con matices brillantes y otros opacos que perfilaban las sombras. Era el cuadro de su vida y lo había terminado. Pocos días después ya no estaría en el tren. El tren había llegado a la última estación

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los enanos de la tierra con sus picotas y palas; elfos, silfos, haditas, duendecillos y demás personajes del bosque, el Profesor de las Matemáticas Celestiales, con su telescopio para observar las maniobras del enemigo. En fin, todos los que han sido descritos o nombrados en esta lectura y ellos estaban preparados para…

vieja carpeta, una muñeca, una antigua cartera y vestidos de fiesta de la bisabuela. La tía Juanita señaló una pequeña puerta dibujada en el extremo y leyó en voz alta lo que estaba escrito sobre ella.

“Este baúl mágico tiene una puertecilla. Algún día la descubrirás y vas a llegar al maravilloso mundo que te contaba tu padre cuando eras una niña”

Como firma había dos corazones, y otro pequeñito. -Esto lo escribió tu abuelo cuando me regaló el baúl- dijo Juanita. Entonces abrió la pequeña puerta dibujada y ambas niñas entraron. Llegaron a un paisaje maravilloso. Era un prado lleno de flores con un angosto sendero. Las flores despedían un agradable aroma y los pájaros cantaban ¡Qué magníficos trinos y gorjeos! El cielo de un azul intenso hacía de trasfondo. El prado descendía y llegaba a una gran laguna. Más allá había un valle verde, extenso y plano con mucha gente. Las niñas caminaron hacia ellos. Estaban reunidos esperándolas y se dieron cuenta de que eran todos los personajes de los sueños anteriores de la Bebita. ¿Han visto ustedes el final de una presentación de ballet, cuándo todos los personajes de la obra teatral salen a saludar al público que los aplaude? Pues bien, algo parecido sucedió en esta escena porque la multitud avanzó con elegantes pasos a saludar a las dos niñas y las vitoreaban. Allí estaban: Los soldados con el coronel de la Escuela Militar,

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los enanos de la tierra con sus picotas y palas; elfos, silfos, haditas, duendecillos y demás personajes del bosque, el Profesor de las Matemáticas Celestiales, con su telescopio para observar las maniobras del enemigo. En fin, todos los que han sido descritos o nombrados en esta lectura y ellos estaban preparados para…

vieja carpeta, una muñeca, una antigua cartera y vestidos de fiesta de la bisabuela. La tía Juanita señaló una pequeña puerta dibujada en el extremo y leyó en voz alta lo que estaba escrito sobre ella.

“Este baúl mágico tiene una puertecilla. Algún día la descubrirás y vas a llegar al maravilloso mundo que te contaba tu padre cuando eras una niña”

Como firma había dos corazones, y otro pequeñito. -Esto lo escribió tu abuelo cuando me regaló el baúl- dijo Juanita. Entonces abrió la pequeña puerta dibujada y ambas niñas entraron. Llegaron a un paisaje maravilloso. Era un prado lleno de flores con un angosto sendero. Las flores despedían un agradable aroma y los pájaros cantaban ¡Qué magníficos trinos y gorjeos! El cielo de un azul intenso hacía de trasfondo. El prado descendía y llegaba a una gran laguna. Más allá había un valle verde, extenso y plano con mucha gente. Las niñas caminaron hacia ellos. Estaban reunidos esperándolas y se dieron cuenta de que eran todos los personajes de los sueños anteriores de la Bebita. ¿Han visto ustedes el final de una presentación de ballet, cuándo todos los personajes de la obra teatral salen a saludar al público que los aplaude? Pues bien, algo parecido sucedió en esta escena porque la multitud avanzó con elegantes pasos a saludar a las dos niñas y las vitoreaban. Allí estaban: Los soldados con el coronel de la Escuela Militar,

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¡El choque fue formidable! Se combatía a vencer o morir. Los dragones, manejados por los primos de la Bebita, echaban humo por la cola, y fuego por sus poderosas gargantas, aniquilando a cuanto monstruo alado que atacaba. Los enanos luchaban con sus picotas, y eran temibles, porque las manejaban con gran destreza. Los que estaban en primera fila, junto a los ángeles hermosos, eran los soldaditos de plomo que avanzaban en medio de las tinieblas con una valentía profesional. El caballero de blanco lanzaba mandobles con su espada y los duendes y espíritus de los árboles del bosque daban ánimo a los caídos. En medio de tanta trifulca, la Bebita divisó cómo se batían valientemente los seres transparentes de la ciudad de cristal junto con el duende de la cocina de Margarita, los multicolores pajaritos del árbol de pascua, y el pez maravilloso que había pescado su hermano José Miguel. La ballena y los peces de la fuente combatían en la laguna que estaba siendo invadida en la orilla opuesta por las tinieblas. Allí surgían terribles monstruos submarinos. Se luchaba con gran frenesí por ambos lados y hubo un momento en que el viejo de la montaña, con toda franqueza dijo la verdad: Las fuerzas de la luz están perdiendo la batalla. Las brujas renegadas de las dunas y Aragnella tenían mucho miedo ante esta terrible y peligrosa situación. El perro de la casa de los abuelos y su vecino el gato, yacían destrozados entre las flores marchitas. Las fuerzas de la luz retrocedían más y más. Los cazadores del tótem de la garza estaban casi todos aniquilados. Entonces una

SUEÑO XXXII

LA BATALLA FINAL

n la noche, por la calle pasaron gritando unos muchachos. Estaban borrachos. Uno de ellos lanzó una botella y se quebró al chocar contra un poste de alumbrado. María Cristina despertó sobresaltada y luego siguió durmiendo y soñando la continuación del sueño anterior. Las hadas hacían de enfermeras y los primos, con los dragones rugientes, estaban listos para lanzarse a una gran batalla aérea. Fulano Elquevoyasertuesposo ya estaba volando muy alto en su libélula e informaba a los de abajo los movimientos del negro ejército enemigo que avanzaba hacia el hermoso valle donde estaban Bebita, sus amigos y los ángeles del planeta Domino. Y empezó la gran batalla entre las fuerzas que estaban en el valle pleno de luz y la parte negra que avanzaba como un eclipse de sol sobre el valle. Cuando la oscuridad invadía las hermosas flores éstas se cerraban o se ponían mustias y se marchitaban, luego eran pisoteadas por los monstruos que avanzaban rugiendo y dando alaridos espantosos que ponían la piel como carne de gallina. Al frente de ellos iba el caballero feudal que había sido derrotado por el caballero blanco. Al parecer se había recuperado de sus gravísimas heridas

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¡El choque fue formidable! Se combatía a vencer o morir. Los dragones, manejados por los primos de la Bebita, echaban humo por la cola, y fuego por sus poderosas gargantas, aniquilando a cuanto monstruo alado que atacaba. Los enanos luchaban con sus picotas, y eran temibles, porque las manejaban con gran destreza. Los que estaban en primera fila, junto a los ángeles hermosos, eran los soldaditos de plomo que avanzaban en medio de las tinieblas con una valentía profesional. El caballero de blanco lanzaba mandobles con su espada y los duendes y espíritus de los árboles del bosque daban ánimo a los caídos. En medio de tanta trifulca, la Bebita divisó cómo se batían valientemente los seres transparentes de la ciudad de cristal junto con el duende de la cocina de Margarita, los multicolores pajaritos del árbol de pascua, y el pez maravilloso que había pescado su hermano José Miguel. La ballena y los peces de la fuente combatían en la laguna que estaba siendo invadida en la orilla opuesta por las tinieblas. Allí surgían terribles monstruos submarinos. Se luchaba con gran frenesí por ambos lados y hubo un momento en que el viejo de la montaña, con toda franqueza dijo la verdad: Las fuerzas de la luz están perdiendo la batalla. Las brujas renegadas de las dunas y Aragnella tenían mucho miedo ante esta terrible y peligrosa situación. El perro de la casa de los abuelos y su vecino el gato, yacían destrozados entre las flores marchitas. Las fuerzas de la luz retrocedían más y más. Los cazadores del tótem de la garza estaban casi todos aniquilados. Entonces una

SUEÑO XXXII

LA BATALLA FINAL

n la noche, por la calle pasaron gritando unos muchachos. Estaban borrachos. Uno de ellos lanzó una botella y se quebró al chocar contra un poste de alumbrado. María Cristina despertó sobresaltada y luego siguió durmiendo y soñando la continuación del sueño anterior. Las hadas hacían de enfermeras y los primos, con los dragones rugientes, estaban listos para lanzarse a una gran batalla aérea. Fulano Elquevoyasertuesposo ya estaba volando muy alto en su libélula e informaba a los de abajo los movimientos del negro ejército enemigo que avanzaba hacia el hermoso valle donde estaban Bebita, sus amigos y los ángeles del planeta Domino. Y empezó la gran batalla entre las fuerzas que estaban en el valle pleno de luz y la parte negra que avanzaba como un eclipse de sol sobre el valle. Cuando la oscuridad invadía las hermosas flores éstas se cerraban o se ponían mustias y se marchitaban, luego eran pisoteadas por los monstruos que avanzaban rugiendo y dando alaridos espantosos que ponían la piel como carne de gallina. Al frente de ellos iba el caballero feudal que había sido derrotado por el caballero blanco. Al parecer se había recuperado de sus gravísimas heridas

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SUEÑO XXXIII

EL ENCUENTRO

odos estaban muy felices y los ángeles de caras hermosas, muy cansados pero sonrientes, cantaban, y todos escuchaban aquellas voces maravillosas que daban una gran felicidad y paz en esos instantes llenos de gloria. Lentamente, poco a poco, con las voces del coro de ángeles, los personajes se fueron retirando a sus respectivos lugares. Los soldaditos de plomo a sus cajas de cartón, las hadas y demás figuras del bosque se perdieron en la espesura. Los enanos se encaminaron a la entrada de la caverna, los pajarillos volaron a sus hogares, y así, paulatinamente se dejaron de ver. El coro de los ángeles, ahora invisible, seguía cantando y el cielo resplandeciente de nubes dejaba caer rayos oblicuos que iluminaban el valle como un espléndido abanico. La Bebita estaba sola mirando de pie todo este magno espectáculo. De pronto, allá a lo lejos, vio una persona que caminaba hacia ella. Venía descalzo sobre el césped y una luminosidad blanca rodeaba su cuerpo semitransparente. Ya estaba más cerca y la niña reconoció a su abuelo que la miraba y sonreía con gran ternura. Sus ojos también sonreían. ¡Esos ojos! Eran los mismos ojos del caballero blanco. ¡Sí! ¡Los había reconocido!

bandada de pajarillos de fantásticos colores precedidos por un chercán voló presurosa hacia la Bebita y la rodeó. Eran los pajarillos de la jaula de oro. -¡Te traemos un mensaje!- piaron excitados. El gran Mandarín te envía este recado: “Avanza entre nosotros con la diestra en alto.” La Bebita comprendió de inmediato el mensaje y levantando la mano derecha sobre su cabeza apareció ¡Purezza!, y alumbró el campo de batalla con una luz blanca maravillosa. El resultado fue admirable. Se esparció por todas partes iluminando con un magnífico resplandor todo el valle. ¡El espectáculo era grandioso! Las flores recuperaban su frescor y lucían ahora hermosas y perfumadas con un colorido más intenso que el que tenían antes. Los cadáveres de los amigos caídos en la batalla restañaban sus heridas, éstas desaparecían y resucitaban alegres. En fin, todo era repuesto como antes y espléndidamente. Ya no había sombras. Las tinieblas con sus moradores habían desaparecido.

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SUEÑO XXXIII

EL ENCUENTRO

odos estaban muy felices y los ángeles de caras hermosas, muy cansados pero sonrientes, cantaban, y todos escuchaban aquellas voces maravillosas que daban una gran felicidad y paz en esos instantes llenos de gloria. Lentamente, poco a poco, con las voces del coro de ángeles, los personajes se fueron retirando a sus respectivos lugares. Los soldaditos de plomo a sus cajas de cartón, las hadas y demás figuras del bosque se perdieron en la espesura. Los enanos se encaminaron a la entrada de la caverna, los pajarillos volaron a sus hogares, y así, paulatinamente se dejaron de ver. El coro de los ángeles, ahora invisible, seguía cantando y el cielo resplandeciente de nubes dejaba caer rayos oblicuos que iluminaban el valle como un espléndido abanico. La Bebita estaba sola mirando de pie todo este magno espectáculo. De pronto, allá a lo lejos, vio una persona que caminaba hacia ella. Venía descalzo sobre el césped y una luminosidad blanca rodeaba su cuerpo semitransparente. Ya estaba más cerca y la niña reconoció a su abuelo que la miraba y sonreía con gran ternura. Sus ojos también sonreían. ¡Esos ojos! Eran los mismos ojos del caballero blanco. ¡Sí! ¡Los había reconocido!

bandada de pajarillos de fantásticos colores precedidos por un chercán voló presurosa hacia la Bebita y la rodeó. Eran los pajarillos de la jaula de oro. -¡Te traemos un mensaje!- piaron excitados. El gran Mandarín te envía este recado: “Avanza entre nosotros con la diestra en alto.” La Bebita comprendió de inmediato el mensaje y levantando la mano derecha sobre su cabeza apareció ¡Purezza!, y alumbró el campo de batalla con una luz blanca maravillosa. El resultado fue admirable. Se esparció por todas partes iluminando con un magnífico resplandor todo el valle. ¡El espectáculo era grandioso! Las flores recuperaban su frescor y lucían ahora hermosas y perfumadas con un colorido más intenso que el que tenían antes. Los cadáveres de los amigos caídos en la batalla restañaban sus heridas, éstas desaparecían y resucitaban alegres. En fin, todo era repuesto como antes y espléndidamente. Ya no había sombras. Las tinieblas con sus moradores habían desaparecido.

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-¡Abuelo!- exclamó la niña y corrió hacia él con los brazos abiertos. Se abrazaron y besaron en las mejillas. -¡Abuelo! Mi querido abuelo. -¡Mi Bebita! He venido a contarte que hemos vencido. Gracias a tu inocencia hemos derrotado a las fuerzas negras del mal. ¡Estoy radiante de felicidad! Gracias a ti y a tu cetro, el planeta Domino está ahora pleno de luz. Ya es el momento de despedirme. Después de esta batalla mi destino es otro. Adiós mi Bebita querida. Adiós.

La imagen del abuelo se fue alejando y desvaneciendo lentamente. Se saludaron con la mano desde lejos antes de desaparecer definitivamente. -¡Adiós abuelo!- exclamó la niña, emocionada. ¡Adiós! Que seas muy feliz en tu nuevo destino. El coro de ángeles seguía cantando y en el cielo radiante en medio de tanta magnificencia, la niña vio formarse un grandioso signo de una luz intensa, diáfana, ¡fascinante!, el cual crecía más y más abarcando toda la inmensidad del cielo.

Ese signo era, el cetro de

PUREZZA

C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

Fin

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Un Regalo de CumpleañosLas Hadas del BosqueEl Profesor de Matemáticas CelestialesDominoEl TorneoLa Ciudad de CristalEl Vuelo del ChercánLa Fuente de los PecesViaje en la MedusaLa BallenaUna Lluvia OriginalLa Batalla de los DragonesUn Agradable Día de PescaUn Baile en el Salón de los EspejosEl Baile TotémicoLa CaceríaLa Jaula de los PájarosEl Pino de PascuaLa Bruja Renegada, la Requeterrenegaday la RequetecontrarrenegadaEl RescateEl BanqueteLas TortugasSobre las Casas y las NubesEl Viejo de la MontañaEl DuendeConversación de dos AmigosLos Soldaditos de PlomoEl Globo MulticolorEl Abuelo pinta su último CuadroEl Baúl de la Tía JuanitaLa Batalla FinalEl Encuentro

Sueño I:Sueño II:

Sueño III: Sueño IV:

Sueño V: Sueño VI:

Sueño VII: Sueño VIII:

Sueño IX: Sueño X :Sueño XI:

Sueño XII: Sueño XIII: Sueño XIV: Sueño XV:

Sueño XVI:Sueño XVII:

Sueño XVIII: Sueño XIX: Sueño XX:

Sueño XXI:Sueño XXII:

Sueño XXIII: Sueño XXIV: Sueño XXV:

Sueño XXVI: Sueño XXVII:

Sueño XXVIII: Sueño XXIX: Sueño XXX:

Sueño XXXIl: Sueño XXXII:

Sueño: XXXIII:

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-¡Abuelo!- exclamó la niña y corrió hacia él con los brazos abiertos. Se abrazaron y besaron en las mejillas. -¡Abuelo! Mi querido abuelo. -¡Mi Bebita! He venido a contarte que hemos vencido. Gracias a tu inocencia hemos derrotado a las fuerzas negras del mal. ¡Estoy radiante de felicidad! Gracias a ti y a tu cetro, el planeta Domino está ahora pleno de luz. Ya es el momento de despedirme. Después de esta batalla mi destino es otro. Adiós mi Bebita querida. Adiós.

La imagen del abuelo se fue alejando y desvaneciendo lentamente. Se saludaron con la mano desde lejos antes de desaparecer definitivamente. -¡Adiós abuelo!- exclamó la niña, emocionada. ¡Adiós! Que seas muy feliz en tu nuevo destino. El coro de ángeles seguía cantando y en el cielo radiante en medio de tanta magnificencia, la niña vio formarse un grandioso signo de una luz intensa, diáfana, ¡fascinante!, el cual crecía más y más abarcando toda la inmensidad del cielo.

Ese signo era, el cetro de

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Fin

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Un Regalo de CumpleañosLas Hadas del BosqueEl Profesor de Matemáticas CelestialesDominoEl TorneoLa Ciudad de CristalEl Vuelo del ChercánLa Fuente de los PecesViaje en la MedusaLa BallenaUna Lluvia OriginalLa Batalla de los DragonesUn Agradable Día de PescaUn Baile en el Salón de los EspejosEl Baile TotémicoLa CaceríaLa Jaula de los PájarosEl Pino de PascuaLa Bruja Renegada, la Requeterrenegaday la RequetecontrarrenegadaEl RescateEl BanqueteLas TortugasSobre las Casas y las NubesEl Viejo de la MontañaEl DuendeConversación de dos AmigosLos Soldaditos de PlomoEl Globo MulticolorEl Abuelo pinta su último CuadroEl Baúl de la Tía JuanitaLa Batalla FinalEl Encuentro

Sueño I:Sueño II:

Sueño III: Sueño IV:

Sueño V: Sueño VI:

Sueño VII: Sueño VIII:

Sueño IX: Sueño X :Sueño XI:

Sueño XII: Sueño XIII: Sueño XIV: Sueño XV:

Sueño XVI:Sueño XVII:

Sueño XVIII: Sueño XIX: Sueño XX:

Sueño XXI:Sueño XXII:

Sueño XXIII: Sueño XXIV: Sueño XXV:

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Otros títulos en esta colección C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo

52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura

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01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo

52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura

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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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