potocki jan - manuscrito encontrado en zaragoza

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MANUSCRITO ENCONTRADO EN ZARAGOZAJAN POTOCKI

MANUSCRITO ENCONTRADO EN ZARAGOZA PREFACIO DE ROGER CAILOIS MANUSCRITO ENCONTRADO EN ZARAGOZA ADVERTENCIA PRIMERA PARTE JORNADA PRIMERA HISTORIA DE EMINA Y DE SU HERMANA ZEBEDEA HISTORIA DEL CASTILLO DE CASAR GOMLEZ JORNADA SEGUNDA HISTORIA DEL ENDEMONIADO PACHECO JORNADA TERCERA HISTORIA DE ALFONSO VAN WORDEN HISTORIA DE TRIVULZIO DE RVENA HISTORIA DE LANDOLFO DE FERRARA JORNADA CUARTA JORNADA QUINTA HISTORIA DE SOTO JORNADA SEXTA CONTINUACIN DEL RELATO DE SOTO JORNADA SPTIMA CONTINUACIN DE LA HISTORIA DE SOTO JORNADA OCTAVA RELATO DE PACHECO JORNADA NOVENA HISTORIA DEL CABALISTA JORNADA DCIMA HISTORIA DE THIBAUD DE LA JACQUIRE HISTORIA DE LA GRACIOSA MUCHACHA DEL CASTILLO DE SOMBRE SEGUNDA PARTE JORNADA UNDCIMA HISTORIA DE MENIPO DE LICIA HISTORIA DEL FILSOFO ATENGORAS JORNADA DUODCIMA HISTORIA DE PANDESONA, JEFE DE LOS GITANOS HISTORIA DE GIULIO ROMATI Y DE LA PRINCESA DE MONTE SALERNO JORNADA DECIMOTERCERA CONTINUACIN DE LA HISTORIA DE PANDESORA CONTINUACIN DE LA HISTORIA DE ROMATI

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HISTORIA DE LA PRINCESA DE SALERNO JORNADA DECIMOCUARTA HISTORIA DE REBECA RELATOS TOMADOS DE AVADORO, HISTORIA ESPAOLA I. HISTORIA DEL TERRIBLE PEREGRINO HERVAS Y DE SU PADRE, EL OMNISCIENTE IMPO II. HISTORIA DEL COMENDADOR DE TORALVA III. HISTORIA DE LEONOR Y DE LA DUQUESA DE VILA

PREFACIO DE ROGER CAILOISCuando emprend una antologa mundial de lo fantstico busqu en las diversas literaturas aquellos relatos que tena la intencin de reunir en un mismo volumen. Lo conceba como el museo del espanto universal. Para Polonia me procur la seleccin publicada por Julien Tuwim en 1952 y, como ignoro el polaco, se la pas a un amigo rogndole que le echara una ojeada y despus me resumiera de viva voz aquellos cuentos que, desde su punto de vista, convinieran mejor a mi propsito. Uno de esos cuentos era la His toria del comendador de Toralva, D ejan Potocki. Me pareci un plagio desvergonzado de un relato muy conocido de Washington Irving: El gran prior de Menorca. Bien pronto tuve que cambiar de opinin porque el relato de Irving se public en 1855 y el conde Potocki muri cuarenta aos antes, en 1815. En el relato que precede a El gran prior de Menorca, Washington Irving explica que al principio oy contar al caballero... la historia que vendr a continuacin, pero que, habiendo perdido las notas que tom mientras aqul hablaba, encontr ms adelante un relato anlogo en memorias francesas publicadas bajo la autoridad del gran aventurero Cagliostro. En el campo, durante un da de nieve -contina-, se entretuvo en traducirlo aproximativamente al ingls para un grupo de jvenes reunidos en torno al rbol de Navidad. Por otro lado, una noticia de la seleccin de Tuwim me inform que la Historia del comendador de Toralva era un episodio de una obra escrita en francs por Potocki e intitulada Manuscrito encontrado en Zaragoza. Consta de una serie de cuentos repartidos en jornadas, a la manera de los antiguos decamerones y heptamerones, y vinculados entre s por una intriga bastante laxa. La obra completa abarca, pues, una advertencia, sesenta y seis de esas jornadas y una conclusin. De la primera parte, publicada en dos secuencias, se tiraron muy pocos ejemplares, sin indicacin de lugar ni de fecha (en realidad, fue impresa en San Petersburgo, en 1804 y 1805: t. I, 158 pginas; t. II, 48 pginas) y corresponde a las Jornadas 1 a 13; su texto se interrumpe abruptamente en medio de una frase, sin duda a causa de un viaje del autor. Este hizo publicar la segunda parte en Pars, en 1813, por Gide hijo, de la calle Colbert n. 2, junto a la calle Vivienne, y por H. Nicolle, de la calle de Seine n. 12; comprende cuatro delgados volmenes de formato in-12, bajo el ttulo de Avadoro, Historia espaola, por M. L. C. J. P., es decir, M. Le Comte fan Potocki, y refiere, ligadas unas a las otras, las aventuras que le ocurren al jefe de una tribu de gitanos y las que a ste le cuentan. En lo esencial contina el texto de San Petersburgo, del cual, por otra parte, reproduce las dos ltimas jornadas. En efecto, como en ellas apareca ya el jefe de la tribu, la nueva novela comienza con su entrada en escena, o sea por la Jornada 12. A continuacin reproduce total o parcialmente las Jornadas 15 a 18, 20, 26 a 29, 47 a 56. Publicadas al ao siguiente en tres volmenes, en el mismo formato y tambin por Gide hijo, ahora establecido en la calle Saint-Marc n. 20, Las diez jornadas de la vida de Alfonso van Worden reproducen el texto impreso en San Petersburgo, con excepcin de algunas enmiendas sobre las cuales volver: faltan en la obra, sin embargo, las jornadas 12 y 13, que acababan de ser

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reimpresas en Avadoro, y la jornada 11 que se omiti, sin duda, porque slo contiene dos historias conocidas, una de ellas tomada a Filostrato, la otra a Plinio el joven. En cambio, la otra termina con un episodio hasta entonces indito, la Historia de Rebeca, que corresponde a la jornada 14 del texto integral. Este episodio se halla ahora ligado por una corta transicin a la jornada 11. En realidad, contina el texto de San Petersburgo, en el lugar mismo en que aqul se interrumpe. La Biblioteca Nacional posee los tres volmenes de Van Worden, los cuatro volmenes de Avadoro y el primer volumen del Manuscrito encontrado en Zaragoza editado en San Petersburgo, si es que puede llamarse volumen a lo que parece ms bien un juego de pruebas. Encuadernado en marroqu rojo, lleva en el canto la indicacin: Primer decamern; la anotacin es 4.0 Y 2 3059; el ttulo est escrito con tinta, en la guarda: [Historia de] Alfonso van Worden [o] [tomada de un] manuscrito encontrado en Zaragoza. Abajo, con lpiz, figura el nombre del autor: Potocki Jean. A un lado, un sello rojo con la mencin: donacin n. 2693. El texto impreso es de 156 pginas. Las dos ltimas estn recopiladas con tinta. En el texto abundan las correcciones a lpiz, casi todas estrictamente tipogrficas; unas cuantas proponen verdaderas mejoras estilsticas. En la guarda est pegado un fragmento de prueba de imprenta, en el cual se descifra la siguiente nota manuscrita (las palabras entre corchetes han sido tachadas en el original): Puede suponerse que [el conde P.] [es Nodier q] que [el] es Nodier quien Klaproth quiso designar, en 1829, como la persona [en cuyas manos] encargada de rever, antes de que se imprimiera, el Manuscrito encontrado en Zaragoza y en cuyas manos ha quedado la copia del manuscrito. Y [no es acaso Nodier que con el consen...] es probable que [como detentor] teniendo en sus manos [un man...] el trabajo del conde Potocki, haya pensado en aprovecharlo de la mejor manera posible, literaria y financieramente hablando. Pero no es menos asombroso que se haya credo en el deber de guardar silencio cuando el escandaloso proceso que se le hizo al conde de Worchamps, quien [dos palabras tachadas: ilegibles] crey posible publicar en el... el diar. La Presse en 1841-1842, al principio con el ttulo de El valle funesto, despus con el de la Hist. de don Benito de Almusenar, pretendidos extractos de las Memorias inditas de Cagliostro: stos no eran sino la reproduccin de Avadoro y de las Jornadas de la vida de Alfonso van Worden. [Era este] Ese Valle funesto era un robo manifiesto.' Nodier que no m. hasta 1844 [que] habra podido instruir a la justicia a ese respecto y no dijo una palabra. [Hay cuatro palabras tachadas, ilegibles.] El n. 2693 corresponde a una donacin hecha el 6 de agosto de 1889 por la seora Bourgeois, cuyo apellido de soltera es Barbier. En este caso, es harto probable que el acusador de Nodier sea Ant.-Alex Barbier, autor del Diccionario de los annimos, el cual atribuye precisamente a Potocki Avadoro y Van Worden. Pronunciarse sobre estas insinuaciones corresponder a los bigrafos de Nodier. De todos modos, esas pocas lneas tienen la ventaja de permitirnos comprender el plagio de Washington Irving y el que ste haya podido ampararse en la autoridad, muy problemtica, por lo dems, del famoso Cagliostro. En el diario La Presse, en 1841-1842, aqul encontr la reproduccin que hizo Courchamps del relato de Potocki y que incluy en su seleccin Wolfert's Roost de 1855. Quiz nunca supo, al proceder as, que haba plagiado a un gran seor polaco muerto muchos aos antes. Es lcito perdonar a Irving por una traduccin que presenta como tal, aunque deje suponer a sus lectores que se ha valido de un artificio literario que tiene por objeto acreditar una ficcin. La indulgencia se impone tanto ms cuanto que l mismo ha sido vctima de un plagio idntico. En efecto, uno de sus Cuentos del viajero (1824), Aventura de un estudiante alemn, fue traducido y adaptado de igual manera por Petrus Borel, en 1843, con el ttulo de Gottfried Wolgang. Para colmo, tambin en este caso, el plagio ha sido confesado a medias, disimulado a medias, por una ingeniosa y equvoca presentacin.

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Aqu terminan las vicisitudes del original francs. En 1847, Edmund Chojecki, basndose en un manuscrito autgrafo en la actualidad perdido, dio de la obra entera, en Lipsk-Leipzig, una versin polaca en seis volmenes bajo el ttulo de Rekopis Znaleziony w Saragossie. Su traduccin fue reeditada varias veces (en 1857, 1863, 1917 y 1950). Por ltimo, una edicin crtica, debida a Leszek Kukulski, apareci en Varsovia en 1956. Casi de inmediato se descubri en los archivos de la familia Potocki, en Krzeszowice, cerca de Cracovia, dos importantes fragmentos del texto primitivo francs: a) una copia intitulada Cuarto decamern, revisada y corregida por el autor y que incluye las Jornadas 31 a 40; b) un borrador de las Jornadas 40 a 44 y fragmentos de las jornadas 19, 22, 23, 24, 25, 29, 33, 39 y 45. El seor Kukulski, a cuya gentileza debo estas ltimas precisiones, se esfuerza actualmente en reconstituir el texto francs integral del Manuscrito encontrado en Zaragoza. Ha utilizado las cinco fuentes precitadas: 1) los dos volmenes de San Petersburgo para las jornadas 1 a 12 y para una parte de la jornada 13; 2) Alfonso van Worden (1814) para la Jornada 14 y para la advertencia general que no aparece en la edicin de San Petersburgo; 3) Avadoro (1813) para las Jornadas 15 a 18, 20, 26 a 29, 47 a 56; 4) la copia corregida de los archivos Potocki para las Jornadas 31 a 40; 5) el borrador de los mismos archivos para las Jornadas 19, 22 a 25, 29 y 41 a 45. Para el resto de la obra, es decir, para un poco menos de su quinta parte, habr que retraducir al francs la versin polaca que hizo Edmund Chojecki en 1847. Le deseo un xito rpido y completo. Los historiadores de la literatura francesa deben, en efecto, poder apreciar en su conjunto, sin tardanza, una obra cuyos fragmentos accesibles prueban desde ahora su importancia y calidad. Entretanto, tomo la iniciativa de reeditar la parte principal de las pginas publicadas en francs en vida del autor, reconocidas y ordenadas por l. Como el ejemplar de la Biblioteca Nacional slo incluye la primera parte del texto impreso en San Petersburgo, he debido pedir copia del que se conserva en la Biblioteca de Leningrado. Lleva la anotacin 6.11.224, y se compone de dos series de pliegos encuadernados juntos. En el lomo de la encuadernacin, una sola palabra en dos lneas: Potockiana. Adentro, en el dorso de la cubierta, est pegada una faja de papel con la siguiente indicacin manuscrita: El conde Jean Potocki ha hecho imprimir estos pliegos en San Petersburgo en 1805, poco antes de su partida a Mon golia (en una embajada a China de la cual forma parte), sin darles ttulo ni ponerles fin, reservndose el derecho de continuarlos o no ms adelante, cuando su imaginacin, a la cual ha dado rienda suelta en esta obra, lo invite a ello. La primera serie de los pliegos termina en la pgina 158, al pie de la cual se lee: Fin del primer decamern, y abajo: Copiado en 100 ejemplares. El texto de la segunda parte termina bruscamente en medio de una frase, al final de la pgina 48. La frase deba continuar en la pgina 49, en la cual comenzaba el pliego decimotercero, que sin duda no fue nunca impreso, ni tampoco los siguientes. He reproducido escrupulosamente ese texto, y lo completo con la especie de conclusin provisional que da fin a las Diez jornadas. Por lo contrario, slo reimprimo extractos de Avadoro. Para no publicar por entero lo que el autor mismo ha dado a publicidad, tengo dos razones principales. En primer lugar, el texto de Avadoro es fragmentario y poco seguro. Ms vale esperar a que el seor Kukulski haya podido procurarse una versin menos discutible, basndose en los manuscritos de Krzeszowice y ayudndose con la traduccin de Chojecki. En segundo lugar, deseo destacar sobre todo el aporte de la obra de Potocki a la literatura fantstica. Ahora bien, es en las primeras jornadas del Manuscrito encontrado en Zaragoza donde lo sobrenatural desempea precisamente un papel de gran importancia. De ah mi decisin. La obra ha permanecido desconocida en Francia. Y como estaba escrita en francs, parece no haber alcanzado sino muy lentamente un mejor destino en la patria del autor, aunque ste perteneciera a una de las ms ilustres familias de Polonia. Sus compatriotas, a lo menos, consideraron siempre a Potocki como a uno de los fundadores de la arqueologa eslava. El

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personaje, por lo dems, merecera ser estudiado a fondo.' Nace en 1761; adquiere primero en Polonia, despus en Ginebra y Lausana, una slida educacin. Muy joven an, visita Italia, Sicilia, Malta, Tnez, Constantinopla, Egipto. En 1788 nos da cuenta de su recorrido en un libro publicado en Pars con el ttulo de Viaje a Turqua y a Egipto hecho en el ao 1784,2 que reeditar en su imprenta privada en 1789. Entretanto, de vuelta a su pas, se hace de golpe clebre subiendo en globo con Franois Blanchard. En 1789, despus de querellarse con los Estados de Polonia a propsito de la libertad de prensa, instala en su casa una imprenta libre (Wolny Drukarnia) en la que edita los dos volmenes de su Ensayo sobre la historia universal e indagaciones sobre Sarmacia. En 1791 viaja por Inglaterra, Espaa y Marruecos. Participa en la campaa de 1792 como capitn ingeniero. En adelante se consagra a la prehistoria y a la arqueologa. En 1795 publica en Hamburgo el Viaje por algunas partes de la Baja Sajonia para la busca de antigedades eslavas o vendas, hecho en 1794 por el conde Jean Potocki. En Viena, en 1796, nos da una Memoria sobre un nuevo periplo del Ponto Euxino, as como sobre la ms antigua historia de los pueblos del Taunus, del Cucaso y de Escitia. Ese mismo ao, en Brunswick, edita en cuatro volmenes los Fragmentos histricos y geogrficos sobre Escitia, Sarmacia y los eslavos. Arquelogo y etnlogo ilustre, consejero privado del zar Alejandro Primero, viaja al Cucaso en 1798. En 1802 hace editar en San Petersburgo, en la Academia Nacional de Ciencias, una Historia primitiva de los pueblos de Rusia, con una exposicin completa de todas las nociones locales, nacionales y tradicionales necesarias para comprender el cuarto Libro de Herdoto; despus, en 1805, una Cronologa de los dos primeros libros de Manetn. Al mismo tiempo, hace tirar discretamente las cien copias del Manuscrito encontrado en Zaragoza. El zar lo designa jefe de la misin cientfica adjunta a la embajada del conde Golovkin. Esta no logra llegar a Pekn, a donde se diriga, y es reenviada desdeosamente al campamento del virrey de Mongolia. Decepcionado, Potocki vuelve a San Petersburgo, donde publica, en 1810, los Principios de cronologa para los tiempos anteriores a las olimpadas; despus un Atlas arqueolgico de la Rusia europea; por ltimo, en 1811, una Descripcin de la nueva mquina para batir moneda. En 1812 se retira a sus tierras. Deprimido, neurastnico, se suicida el 2 de diciembre de 1815. Ignoro si atribua mucha importancia a la nica obra novelesca que escribi. Sin embargo, la publicacin en sus tres cuartas partes clandestina de San Petersburgo en 1804-1805, la publicacin semiconfesada de Pars en 1813-1814, me persuaden de que no la consideraba un mero entretenimiento. En 1892 una seleccin de sus obras doctas fue publicada en Pars, en dos volmenes, al cuidado y con notas de Klaproth, Miembro de las sociedades asiticas de Pars, Londres y Bombay, el mismo a quien se nombra en la nota manuscrita agregada al juego de pruebas de la Biblioteca Nacional. Esta publicacin contiene una bibliografa de los trabajos eruditos de Potocki. Klaproth menciona al final el Manuscrito encontrado en Zaragoza, Avadoro y Alfonso van Worden, haciendo sobre ellos la siguiente apreciacin: Adems de sus obras doctas, el conde Jean Potocki ha escrito una novela muy interesante, de la cual slo algunas partes han sido publicadas; su tema son las aventuras de un gentilhombre espaol descendiente de la casa de Gomlez, y por consecuencia de extraccin morisca. El autor describe perfectamente en esta obra las costumbres de los espaoles, de los musulmanes y de los sicilianos, y los caracteres estn trazados en ella con gran verdad; en suma, es uno de los libros ms atractivos que se hayan escrito. Por desgracia, slo existen de l algunas copias manuscritas. La que fue enviada a Pars, para ser all publicada, ha quedado en manos de la persona encargada de reverla antes de la impresin. Esperemos que una de las cinco copias, que hay en Rusia y en Polonia, saldr a luz tarde o temprano porque, a semejanza de Don Quijote y de Gil Blas, es un libro que no envejecer jams. Aqu no habremos de ocuparnos de los descubrimientos del viajero y del arquelogo, sino de aquella curiosa y casi secreta parte de su obra que prolonga las hechiceras de Cazotte y anuncia

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los espectros de Hoffmann. Por muchos de sus rasgos, el Manuscrito encontrado en Zaragoza pertenece an al siglo XVIII: las escenas galantes, l a aficin al ocultismo, la inmoralidad sonriente e inteligente, el estilo, en fin, de una elegante sequedad, fcil, sobrio y preciso, sin resalto ni excesos. Por otros de sus caracteres, anticipa el romanticismo: nos da un pregusto de los estremecimientos inditos que una nueva sensibilidad pedir bien pronto a la fascinacin de lo horrible y de lo macabro. Esta obra marca, pues, una etapa decisiva en la evolucin del gnero. Su originalidad, sin embargo, le confiere ttulos ms notables an. Para ello me atengo casi exclusivamente a los relatos publicados en San Petersburgo durante los aos 1804 y 1805. Cmo no sentir la extremada singularidad de una estructura novelesca fundada en la repeticin de una misma peripecia? Porque siempre se cuenta la misma historia en los diferentes relatos encajados unos en los otros que se hacen mutuamente los personajes del nuevo Decamern, a medida que sus aventuras les permiten conocerse. La misma situacin se reproduce y multiplica sin cesar, como si espejos malficos la reflejaran incansablemente. La historia, muy variada en la ancdota, relata siempre los encuentros y los amores de un viajero con dos hermanas que lo arrastran al lecho comn, a veces solo, a veces en compaa de la propia madre de las muchachas. Despus sobrevienen las apariciones, los esqueletos, los castigos sobrenaturales. El carcter harto singular de estos episodios sucesivos est muy edulcorado en la edicin de 1814, pero surge con gran nitidez en la versin confidencial de San Petersburgo. Se trata, por lo dems, de relatos perfectamente discretos, como saban escribirse en el siglo XVIII: los gestos ms turbios estn velados, pero no disimulados. Las dos muchachas son musulmanas, lo que permite atribuir a la costumbre del harn el que les parezca tan natural compartir al mismo hombre, a la vez que gozan entre s. Su naturaleza verdadera se revela poco a poco y entonces aparece lo que son, es decir, criaturas demonacas, scubos o entidades astrolgicas ligadas a la constelacin de Gminis. El autor ha variado el tema con admirable ingeniosidad. La obsesin producida en los personajes mismos, despus en el lector, por la repeticin de aventuras anlogas distribuidas en el tiempo y en el espacio, es un efecto literario de una eficacia tanto ms sostenida cuanto que agrega la angustia de una duplicacin infinita a la que se deduce normalmente de una sbita intervencin de lo sobrenatural en la existencia hasta entonces opaca de un hroe intercambiable. El idntico regreso de un mismo acontecer en el irreversible tiempo humano representa por s solo un recurso empleado con frecuencia en la literatura fantstica. Pero no se han empleado, que yo sepa, combinaciones tan osadas, deliberadas y sistemticas de los dos polos de lo Inadmisible -la irrupcin de lo inslito absoluto y la repeticin de lo nico por antonomasia- para llegar al colmo del espanto: el prodigio implacable, cclico, que se encarniza con la estabilidad del mundo utilizando sus propias armas, y que bien pronto no es ya un milagro escandaloso sino l a amenaza de una ley imposible de la cual conviene temer en adelante sus efectos recurrentes, a la vez inconcebibles y montonos. Lo que no puede ocurrir se produce; lo que slo puede ocurrir una vez, se repite. Ambos se conciertan e inauguran una especie terrible de regularidad. Si hubiera seguido el principio de que para establecer un texto debemos elegir la ltima edicin publicada en vida del autor, habra escogido en este caso las Diez jornadas de la vida de Alfonso van Worden (1814). Sin embargo, muy serios motivos me disuadieron de ello. El texto de San Petersburgo es superior desde todo punto de vista: es ms correcto y ms completo. Muchos descuidos desacreditan la edicin parisiense, en la cual, por otra parte, los intermedios sensuales, tan caractersticos de la obra, desaparecen casi completamente. Por eso he reproducido la edicin de 1804-1805, completada por la Historia de Rebeca, que termina el texto publicado por Gide hijo, en 1814. De tal manera creo procurar, en su versin integral y autntica, toda la primera parte de la obra. Esta parte corresponde, como ya tuve ocasin de indicarlo, a la inspiracin ms fantstica del conjunto. Avadoro es ms picaresco que sobrenatural, y la Historia de Giulio Romati y de la princesa de Monte Salerno slo figura all por un artificio de distribucin, si no de

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compaginacin. Este relato se emparienta por el tema y la atmsfera al ciclo de las hermanas diablicas, y estaba perfectamente en su sitio en la versin primitiva de San Petersburgo, que despus, por necesidades de puro xito, se reparti en dos obras presentadas como distintas. El equvoco constantemente mantenido entre la princesa y su dama de honor, gracias al cual nunca podemos saber si se trata de una o dos personas, las esplndidas criadas que esta criatura, a la vez simple y duple, acoge en sus lechos simtricos, nos fuerzan a ver en la aventura una variante de los episodios precedentes en que los principales papeles estaban reservados a Emina y a Zebedea, primas del hroe. Llevado por el mismo espritu he credo que deba extraer de Avadoro la Historia del terrible peregrino Hervs, incluye la Historia del comendador de Toralva y es el nico relato fantstico de Avadoro (junto con el de la princesa de Monte Salerno); por aadidura, las dos hermanas que acogen tan amablemente al hroe son avatares evidentes de los mismos scubos; tambin sealaremos que en esta ocasin se definen ms ntidamente las relaciones escabrosas de las dos muchachas, ms inspiradas por la emulacin que por los celos, de su madre ms sabia pero no menos apasionada y de un hroe colmado y condenado a la vez, a quien comparten en un mismo lecho voluptuosidades concertadas. No hay ningn elemento sobrenatural en la Historia de Leonor y de la duquesa de vila, por su asunto, sin embargo, pertenece sin lugar a dudas a la serie precedente. Una mujer se inventa una hermana de la cual se disfraza y con la cual casa a su pretendiente, de modo que ste la conoce bajo dos apariencias entre las cuales se extrava su pasin. Hay aqu como un desquite inesperado de los episodios habituales en que las dos hermanas son una y otra bien reales y tienen dos cuerpos bien distintos. Esta vez, dos encarnaciones alternadas de una personalidad nica terminan por confundirse para la dicha de un amante dividido hasta entonces. Me ha parecido que la serie de variantes en que Potocki ha multiplicado obstinadamente una situacin anloga habra quedado in completa si no hubiera incluido esta ltima e inversa posibilidad. Adems, por los disfraces que saca a relucir, por lo sobrenatural explicado de que se vale, ofrece una fiel ilustracin de la atmsfera de Avadoro, donde, como ya dije, lo fantstico cede su lugar a lo pintoresco y el espanto a la malicia. El texto. Dir por ltimo algunas palabras acerca del texto escogido. La Advertencia no figura en la edicin de San Petersburgo. Lo extraigo de la edicin parisiense de 1814. Para lo esencial, reproduzco el texto impreso en San Petersburgo en 1804-1805. No he tenido en cuenta las correcciones manuscritas del ejemplar de la Biblioteca Nacional, con excepcin de aquellos errores manifiestos, tipogrficos o de otra ndole. He sealado estos ltimos con una nota al pie de pgina. He mantenido, en lo esencial, la grafa de 1804, salvo haber modernizado la ortografa y la puntuacin cada vez que una simple enmienda automtica bastaba para ello. He conservado, desde luego, la distribucin de los relatos entre las Jornadas como aparece en la versin de 1804. Difiere ligeramente de la de 1814. En su casi totalidad, el texto presentado puede considerarse autntico y definitivo. Hay que exceptuar, por desgracia, aquellas partes tomadas de las ediciones parisienses: son la Historia de Rebeca y los relatos extrados de Avadoro. La Historia de Rebeca ocupa el final del tomo III de las Diez jornadas (pgs. 72 a 122). Los relatos de Avadoro ocupan en la edicin parisiense de 1813 las pginas siguientes: Historia del terrible peregrino Hervs (seguida de la del Comendador de Toralva): tomo III, desde la pgina 207 hasta el fin; tomo IV, desde la pgina 3 hasta la pgina 120 (salvo algunas lneas en las

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pginas 69-70 que marcan un corte en el relato). Historia de Leonor y de la duquesa de vila: tomo IV, desde la pgina 165 hasta el fin. El texto de 1813 se ha reproducido sin ninguna modificacin, aunque su autoridad no sea absoluta pues ha podido sufrir por parte del editor la misma clase de retoques que sufrieron, al ao siguiente, las Diez jornadas. No deja de ser por ello el nico texto actualmente disponible en el original francs. Me creo en el deber de darlo a la espera de uno mejor, a los fines de presentar desde ahora una imagen ms completa de lo fantstico en Potocki. Habr de perdonrseme, supongo, esta anticipacin: me parece que el inters de la obra la merece ampliamente. Slo me queda agradecer muy calurosamente al seor St. Wedkiewicz, director del Centro Polaco de Investigaciones Cientficas de Pars, que tuvo la gentileza de escribir de mi parte al seor Lescek Kukulski, y al mismo seor Kukulski, que me ha instruido muy amablemente acerca del presente estado de sus trabajos que se proponen la reconstitucin integral del texto original francs de Potocki. Tambin expreso mi muy viva gratitud a la seora Tatiana Beliaeva, encargada de la Biblioteca de la Unesco en Pars, y al seor Barasenkov, director de la Gosudarstvennaja Publicnaja Biblioteca imeni Saltukova-Scedrina de Leningrado. Gracias a su comprensin he podido conocer el juego completo de los cuadernos impresos en 1804-1805 en San Petersburgo. Sin ese texto la presente edicin habra resultado aproximativa hasta en la parte que hoy propone al pblico. En 1814, las Diez jornadas, ltima publicacin del autor que habra de morir al ao siguiente, terminaban con el anhelo de que el lector conociera las nuevas aventuras del hroe. Hoy formulo el mismo deseo para la prxima y primera publicacin completa de una obra que ha permanecido, a causa de una rara conjura de azares excepcionales, indita en sus tres cuartas partes y casi totalmente desconocida en la lengua en que fue escrita. Ya es hora de que esta obra, despus de esperar un siglo y medio, encuentre en la literatura francesa, as como en la literatura fantstica europea, el lugar envidiable que le corresponde ocupar. ROGER CAILLOIS.

NOTA DEL TRADUCTOR He modernizado, o corregido, la ortografa de algunos nombres propios espaoles e italianos; he corregido, asimismo, la ortografa y a veces la redaccin de algunas palabras o frases que en el texto original aparecen escritas directamente en espaol o en dialectos italianos. J. B.

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Cuando era oficial en el ejrcito francs, particip en el sitio de Zaragoza. Algunos das despus que se tomara la ciudad, como avanzara hasta un lugar un poco retirado, observ una casita bastante bien construida. Cre, al principio, que an no haba sido visitada por ningn francs. Tuve la curiosidad de entrar. Llam a la puerta, pero vi que no estaba cerrada. Empuj la puerta, entr, di voces, busqu: no encontr a nadie. Me pareci que haban sacado de la casa todo aquello que tuviera algn valor; en las mesas y en los muebles slo quedaban objetos sin importancia. Advert de pronto, amontonados en el suelo, en un rincn, varios cuadernos. Se me ocurri mirarlos: era un manuscrito en espaol, lengua que conozco poco, pero no tan poco, sin embargo, para no comprender que aquel libro poda divertirme: trataba de bandidos, de aparecidos, de cabalistas, y nada ms adecuado que la lectura de una novela extravagante para distraerme de las fatigas de la campaa. Persuadido de que el libro no volvera ya a su legtimo propietario, no vacil en quedarme con l. Ms adelante nos obligaron a salir de Zaragoza. Alejado, por desgracia, del cuerpo principal del ejrcito, fui apresado con mi destacamento por los espaoles; cre que estaba perdido. Cuando llegamos al lugar a donde nos condujeron, los espaoles empezaron a despojarnos de nuestros bienes. Slo ped conservar un objeto que no poda serles til: el libro que haba encontrado. Al principio opusieron alguna dificultad. Por ltimo consultaron al capitn, quien, despus de echar una mirada al libro, se lleg a m y me dio las gracias por haber conservado intacta una obra a la cual asignaba gran valor porque narraba la historia de uno de sus antepasados. Me llev con l, y durante la temporada un poco larga que pas en su casa, donde me trataron amablemente, le rogu que me tradujera aquella obra al francs. La escrib bajo su dictado.

PRIMERA PARTE

JORNADA PRIMERAEl conde de Olavdez no haba establecido an colonias de extranjeros en Sierra Morena; esta elevada cadena que separa Andaluca de la Mancha no estaba entonces habitada sino por contrabandistas, por bandidos, y por algunos gitanos que tenan fama de comer a los viajeros que haban asesinado. De all el refrn espaol: Devoran a los hombres las gitanas de Sierra Morena. Yeso no es todo. Al viajero que se aventuraba en aquella salvaje comarca tambin lo asaltaban, se deca, infinidad de terrores muy capaces de helar la sangre en las venas del ms esforzado. Oa voces plaideras mezclarse al ruido de los torrentes y a los silbidos de la tempestad; destellos engaadores lo extraviaban, manos invisibles lo empujaban hacia abismos sin fondo. A decir verdad, no faltaban algunas ventas o posadas dispersas en aquella ruta desastrosa, pero los aparecidos, ms diablos que los venteros mismos, los haban forzado a cederles el lugar y a retirarse a comarcas donde no les fuera turbado el reposo sino por los reproches de su conciencia, fantasmas estos con los cuales los venteros suelen entrar en componendas; el del mesn de Andjar invocaba al apstol Santiago de Compostela para atestiguar la verdad de sus relatos maravillosos; agregaba, por ltimo, que los arqueros de la Santa Hermandad se haban negado a responsabilizarse de ninguna expedicin por Sierra Morena, y que los viajeros tomaban la ruta de Jan o la de Extremadura. Le respond que esa opcin poda convenir a viajeros ordinarios, pero que habindome el rey, don Felipe Quinto, concedido la gracia de honrarme con una comisin de capitn en las guardias

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valonas, las leyes sagradas del honor me prescriban presentarme en Madrid por el camino ms corto, sin preguntarme si era el ms peligroso. -Mi joven seor -replic el husped-, vuestra merced me permitir observarle que si el rey lo ha honrado con una compaa en las guardias, y antes de que a vuestra merced le apunte la barba en el mentn, honra que los aos no le han concedido todava, ser bueno que d muestras de prudencia. Pues bien, yo digo que cuando los demonios se apoderan de una comarca... Hubiera dicho ms, pero sal disparado y slo me detuve cuando cre estar fuera del alcance de sus advertencias; entonces, al volverme, an lo vi gesticular y mostrarme la ruta de Extremadura. Lpez, mi escudero, y Mosquito, mi zagal, me miraban con un aire lastimoso que quera decir ms o menos lo mismo. No me di por enterado y prosegu adelante, internndome en los matorrales donde despus han levantado una colonia llamada La Carlota. En el lugar mismo donde hoy est la posta, haba entonces un paraje que los arrieros llamaban Los Alcornoques, o Encinas Verdes, porque dos hermosos rboles de esta especie sombreaban un abundante manantial contenido por un abrevadero de mrmol. Era la nica fuente y la nica umbra que se encontraba desde Andjar hasta Venta Quemada. Este albergue grande, espacioso, construido en medio del desierto, haba sido un antiguo castillo de los moros que el marqus de Pea Quemada hizo reparar, y de all le vena el nombre de Venta Quemada. El marqus lo haba alquilado a un vecino de Murcia, que estableci en l la posada ms considerable que hubiera en la ruta. Los viajeros partan, pues, por la maana de Andjar, coman en Los Alcornoques las provisiones que trajeran consigo, y pasaban la noche en Venta Quemada; a menudo se quedaban durante el da siguiente, preparndose all a pasar las montaas y haciendo nuevas provisiones; tal era, asimismo, el plan de mi viaje. Pero como nos acercramos a Encinas Verdes, y yo le dijera a Lpez que all haba resuelto apearnos para nuestra frugal comida, advert que Mosquito no estaba con nosotros, ni tampoco la mula cargada con las provisiones. Lpez dijo que el muchacho se haba quedado a la zaga, arreglando las albardas de su caballera. Lo esperamos, luego seguimos adelante, luego nos detuvimos para esperarlo an, luego dimos voces, luego volvimos sobre nuestros pasos para buscarlo. Vanamente. Mosquito haba desaparecido llevndose con l nuestras ms caras esperanzas, es decir nuestra comida. Yo era el nico en ayunas, porque Lpez no haba dejado de roer un queso del Toboso, del cual tuvo la precaucin de munirse, pero no por ello estaba ms alegre y refunfuaba entre dientes que bien lo dijo el mesonero de Andjar y que con toda seguridad los demonios haban arrebatado al infeliz Mosquito. Cuando llegamos a Los Alcornoques encontr sobre el abrevadero una canasta cubierta de hojas de via; pareca haber estado llena de frutas y haber sido olvidada por algn viajero. La hurgu con ansiedad y tuve el placer de hallar en ella cuatro hermosos higos y una naranja. Le ofrec dos higos a Lpez, pero los rechaz diciendo que poda aguardar hasta la noche; com pues todas las frutas, despus de lo cual quise apagar mi sed en el manantial vecino. Lpez me lo impidi, alegando que el agua me caera mal despus de la fruta, y que tena para ofrecerme un resto de vino de Alicante. Acept su ofrecimiento, pero apenas lleg el vino a mi estmago sent que se me apretaba el corazn. Cielo y tierra giraron sobre mi cabeza y me habra desmayado qu duda cabe, si Lpez no se hubiera dado prisa en socorrerme; me hizo volver del desfallecimiento y me dijo que no deba preocuparme: era motivado por el cansancio y la inanicin. En efecto, no slo me sent restablecido, sino tambin en un estado de impetuosidad y agitacin extraordinarias. La campia me pareci esmaltada de los colores ms vivos; los objetos resplandecan ante mis ojos como los astros en las noches de verano, y me latan las arterias en las sienes y en el cuello. Lpez, al ver que mi molestia no haba tenido consecuencias, no pudo menos que comenzar de nuevo con sus quejas:

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-Ay!, por qu no habr hecho caso a Fray Jernimo de la Trinidad, monje, predicador, confesor y orculo de nuestra familia. Es cuado del yerno de la cuada del suegro de mi suegra, y siendo de tal modo el pariente ms cercano que tenemos, nada se hace en nuestra casa sin consultarlo. No he querido seguir sus consejos y estoy por ello justamente castigado. Bien me dijo que los oficiales en las guardias valonas eran herticos, que se los reconoca fcilmente por sus cabellos rubios, sus ojos azules y sus mejillas bermejas, contrariamente a los viejos cristianos que tienen la color de Nuestra Seora de Atocha, pintada por San Lucas. Detuve ese torrente de impertinencias ordenndole que me diera mi fusil y cuidara de los caballos, mientras yo suba a algn peasco de los alrededores para intentar descubrir a Mosquito, o a lo menos sus huellas. Ante mi proposicin, Lpez se deshizo en lgrimas y, echndose a mis pies, me conjur en nombre de todos los santos a que no lo dejara solo en lugar tan peligroso. Le ofrec permanecer junto a los caballos, mientras l buscaba al muchacho, pero esta sugerencia le pareci ms aterradora an. Entonces le hice razonamientos tan sensatos para ir en pos de Mosquito que me dej partir. Despus sac un rosario del bolsillo y se puso a rezar junto al abrevadero. Las cumbres que pensaba alcanzar estaban ms lejos de lo que me parecieron; demor casi una hora en subir a ellas y, cuando llegu, no vi ms que la llanura desierta y salvaje: ni el menor rastro de hombres, de animales o de casas, ninguna ruta fuera del gran camino que habamos seguido, y nadie que pasara por l. Por todos lados me rodeaba un gran silencio. Lo interrump con mis gritos, que los ecos repitieron a lo lejos. Por ltimo retom el camino del abrevadero, y all encontr mi caballo atado a un rbol, pero Lpez... Lpez haba desaparecido. Me quedaba la siguiente alternativa: volver a Andjar, o continuar mi viaje. Lo primero no se me pas por la cabeza. Sub al caballo, le di de espuelas y al cabo de dos horas, galopando a toda prisa, llegu a las orillas del Guadalquivir, que no es all el ro tranquilo y soberbio cuyo majestuoso curso rodea los muros de Sevilla. Al salir de las montaas, el Guadalquivir es un torrente sin riberas ni fondo, siem pre bramando contra los peascos que contienen sus esfuerzos. El valle de Los Hermanos comienza donde el Guadalquivir se derrama sobre la llanura; lo llamaban as porque tres hermanos, unidos, ms que por los lazos de sangre, por la aficin al bandolerismo-; hicieron del lugar, durante muchos aos, el teatro de sus hazaas. De los tres hermanos, dos cayeron en poder de las autoridades, y sus cuerpos se vean colgados de una horca a la entrada del valle, pero el mayor, llamado Soto, logr escapar de las prisiones ' de Crdoba y se refugi, segn decan, en la cadena de Las Alpujarras. Cosas muy extraas contaban de los dos hermanos que fueron colgados; no se hablaba de ellos como de aparecidos, pero se pretenda que sus cuerpos, animados por vaya a saberse qu demonios, abandonaban la horca durante la noche para angustiar a los vivos. De tal modo se dio el hecho por cierto que un telogo de Salamanca prob en una disertacin que los dos ahorcados, a cada cual ms extraordinario, eran vampiros de una rara especie, cosa que los ms incrdulos no vacilaban en afirmar. Tambin corra el rumor de que los dos hombres eran inocentes y que habiendo sido injustamente condenados se vengaban de ello, con el permiso del cielo, en los viajeros y otros viandantes. Como de esa historia me hablaron a menudo en Crdoba, tuve la curiosidad de acercarme a la horca. El espectculo era tanto ms repulsivo cuanto que los horribles cadveres, agitados por el viento, se balanceaban de manera fantstica, mientras buitres atroces los tironeaban para arrancarles jirones de carne; apartando los ojos con espanto, me hund en el camino de las montaas. Hay que convenir en que el valle de Los Hermanos pareca muy apropiado para favorecer las empresas de los bandidos y servirles de refugio. Rocas desprendidas de lo alto de los montes, rboles derribados por la tormenta, interceptaban el camino, y en muchos lugares era menester atravesar el lecho del torrente, o pasar delante de cavernas profundas cuyo aspecto malhadado

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inspiraba desconfianza. Al salir de este valle y entrar en otro, descubr desde lejos la venta que deba albergarme, y no augur de ella nada bueno. Observ que no tena ventanas ni celosas; no humeaban las chimeneas; no haba gente en los alrededores, y los aullidos de los perros no anunciaban mi llegada. Deduje que sera una de aquellas ventas abandonadas por sus dueos, como haba dicho el mesonero de Andjar. Cuanto ms me acercaba, ms profundo me pareca el silencio. En la puerta de la venta, vi un cepillo para echar limosnas, acompaado por la siguiente inscripcin: Seores viajeros, sed caritativos y rogad por el alma de Gonzlez de Murcia, que en otros tiempos fue mesonero de Venta Quemada. Despus seguid vuestro camino y en ningn instante, bajo ningn pretexto, se os ocurra pasar aqu la noche. Inmediatamente resolv desafiar los peligros con los cuales me amenazaba la inscripcin. No tena el convencimiento de que en la venta no hubiera aparecidos, pero desde nio me ensearon, como se ver ms adelante, a poner el honor por encima de todo, y lo haca consistir en no dar jams seales de miedo. Como el sol se pona, quise aprovechar la luz menguante para recorrer de punta a punta la morada. Ms que luchar con las potencias infernales que se haban posesionado de ella, esperaba encontrar algunas viandas, pues las frutas de Los Alcornoques haban podido suspender, pero no satisfacer, mi necesidad imperiosa de comida. Atraves muchos aposentos y salas. La mayora estaban revestidos de mosaicos hasta la altura de un hombre, y en los techos haba esos bellos artesones en los cuales resplandece la magnificencia de los moros. Visit las cocinas, los graneros, los stanos; estos ltimos estaban cavados en la roca, y algunos comunicaban con rutas subterrneas que parecan penetrar muy adentro en la montaa; pero no encontr de comer en ninguna parte. Por ltimo, como era ya de noche, busqu mi caballo, atado en el patio, lo llev a un establo donde haba visto un poco de heno, y fui a un aposento a tenderme en un jergn, el nico que hubieran dejado en todo el albergue. Tambin hubiese querido una candela, pero el hambre que me atormentaba tena su lado bueno, pues me impeda dormir. Sin embargo, mientras ms oscura se haca la noche, ms sombras eran mis reflexiones. Ya pensaba en la desaparicin de mis dos servidores, ya en los medios de procurarme comida. Quiz los bandidos, irrumpiendo de algn matorral o de alguna trampa subterrnea, haban atacado sucesivamente a Lpez y a Mosquito cuando estaban solos, e hicieron una excepcin conmigo en razn de mis armas, que no les prometan una victoria tan fcil. Ms que todo me preocupaba el hambre, pero haba visto en la montaa algunas cabras; deba de guardarlas algn pastor, y a ste no le faltara un poco de pan para comer con la leche. Por aadidura, yo contaba con mi fusil. Sea como fuere, estaba resuelto a todo menos a volver sobre mis pasos y a exponerme a los sarcasmos del mesonero de Andjar. Antes bien, haba decidido firmemente continuar mi ruta. Agotadas estas reflexiones, no poda menos de rumiar viejas historias de monederos falsos y otras de la misma especie con las que haban acunado mi infancia. Pensaba tambin en la inscripcin sobre el cepillo de las limosnas. Aunque no crea que el demonio hubiese estrangulado al mesonero, nada comprenda de su trgico fin. Pasaban las horas en un silencio profundo cuando el son inesperado de una campana me estremeci de sorpresa. Toc doce veces, y es fama que los aparecidos no tienen poder sino despus de medianoche hasta el primer canto del gallo. Digo que me sorprend, y no me faltaban motivos para ello, pues la campana no haba dado las otras horas; me pareci lgubre su taido. Un instante despus se abri la puerta del aposento, y vi entrar a una persona completamente oscura pero en modo alguno pavorosa, pues era una hermosa negra, semidesnuda, que llevaba una antorcha en cada mano.

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La negra se lleg a m, hizo una profunda reverencia y me dijo en un muy buen espaol: -Seor caballero, unas damas extranjeras que pasan la noche en este albergue os ruegan compartir su cena. Tened la bondad de seguirme. Segu a la negra de corredor en corredor hasta una sala bien iluminada en medio de la cual haba una mesa con tres cubiertos, vajilla de porcelana japonesa y jarras de cristal de roca. En el fondo de la sala pude ver un lecho magnfico. Muchas negras parecan atareadas en servir, pero se alinearon con respeto no bien entraron dos damas cuya tez de azucenas y rosas contrastaba perfectamente con el bano de sus criadas. Las dos damas, tomadas de la mano, vestan de una manera extravagante, o que a lo menos me pareci tal, pero que es frecuente en muchos pueblos de Berbera, como despus lo he comprobado durante mis viajes. Su vestido no consista sino en una camisa y un justillo. La camisa era de tela hasta la cintura, y ms abajo de una gasa de Mequnez, especie de gnero que sera del todo transparente si anchas cintas de seda, mezcladas a la trama del tejido, no lo hicieran apto para velar en, cantos que ganan en adivinarse. El justillo, ricamente bordado de perlas y guarnecido de broches de diamantes, les cubra escasamente los senos; no tena mangas; las de la camisa, tambin de gasa, estaban recogidas y anudadas detrs del cuello. Brazaletes adornaban sus brazos desnudos, tanto en las muecas como encima de los codos. Aunque las damas fueran diablesas, sus pies no estaban hendidos ni provistos de garras; desnudos, en pequeas babuchas bordadas, llevaban en el tobillo una ajorca de gruesos brillantes. Las desconocidas avanzaron hacia m con semblante despejado y afable. Eran dos bellezas perfectas; una de ellas, alta, esbelta, deslumbrante; la otra, enternecedora y tmida; una, majestuosa, con un busto de nobles proporciones y una cara de facciones admirables; la otra, menuda, con los labios un poco prominentes y los ojos entrecerrados por los cuales asomaba el brillo de sus pupilas ocultas bajo largusimas pestaas. La mayor me dirigi la palabra en castellano y me dijo: -Seor caballero, os agradecemos la bondad que habis tenido de aceptar esta modesta colacin. Creo que debis necesitarla. Dijo esta ltima frase con expresin tan maliciosa que la sospech muy capaz de haber hecho robar la mula cargada con nuestras provisiones, pero tan bien las reemplazaba que no pude guardarle rencor. Nos sentamos a la mesa, y la misma dama, alcanzndome una fuente de porcelana del Japn, me dijo: -Seor caballero, encontraris aqu una olla podrida donde se mezclan toda clase de carnes, exceptuando una sola, porque somos fieles, quiero decir musulmanas. -Bella desconocida -le respond-, me parece que bien lo habis dicho. Sois fieles, sin duda, y vuestra religin es el amor. Pero dignaos satisfacer mi curiosidad antes que mi apetito: decidme quines sois. -No dejis de comer por ello, seor caballero -replic la bella morisca-. No guardaremos con vos el incgnito. Me llamo Emina, y sta es mi hermana Zebedea. Aunque establecidas en Tnez, nuestra familia es oriunda de Granada, y algunos de nuestros parientes viven en Espaa, donde profesan en secreto la ley de sus padres. Hace ocho das abandonamos Tnez; desembarcamos cerca de Mlaga en una playa desierta; despus hemos pasado por las montaas, entre Soja y Antequera; despus hemos venido a este lugar solitario para cambiarnos de ropa y tomar todas las medidas necesarias para vivir seguras. Podis ver, seor caballero, que nuestro viaje es un secreto importante que confiamos a vuestra lealtad.

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Asegur a las bellas que no deban temer de mi parte ninguna indiscrecin y me puse a comer con un poco de voracidad, sin duda, pero tambin con esa graciosa cortedad que un joven demuestra necesariamente cuando es el nico de su sexo en una sociedad de mujeres. Se apacigu mi hambre y comenc lo que en Espaa llaman los dulces; Emina lo advirti, y entonces orden a las negras que me mostraran cmo se baila en sus comarcas. Ninguna orden pudo serles ms agradable, y obedecieron con una vivacidad que rayaba en la licencia. Hasta creo que hubiese sido difcil que terminaran de bailar, pero yo les pregunt a sus hermosas seoras si ellas tambin solan hacerlo. Por toda respuesta se pusieron de pie y pidieron castauelas. Cmo dar una idea de su danza? Haca pensar en el bolero de Murcia y en el fandango de los Algarbes, y quienes han estado en aquellas provincias podrn imaginarla, pero nunca podrn imaginar el encanto que aadan a sus pasos las gracias naturales de las dos africanas, realzadas por sus difanas vestiduras. Durante algn tiempo las contempl guardando una especie de sangre fra, pero sus movimientos acelerados por una cadencia ms viva, el ruido perturbador de la msica morisca, mi vitalidad exaltada por la sbita comida, en m, fuera de m, todo se concertaba para hacerme perder la razn. No saba ya si estaba con dos mujeres o con dos scubos insidiosos. No me atreva a ver, no quera mirar. Me cubr los ojos con la mano y me sent desfallecer. Las dos hermanas se me acercaron y cada una me tom una mano. Emina me pregunt si me senta mal. La tranquilic. Zebedea me pregunt por un relicario que llevaba yo colgado del pecho. Guardaba en l el retrato de mi amada? -Es -le respond- una alhaja que me dio mi madre y que le promet llevar siempre conmigo; contiene un trozo de la verdadera cruz. Zebedea retrocedi, palideciendo. -Os turbis -le dije-; sin embargo, la cruz slo puede espantar al espritu de las tinieblas. Emina respondi por su hermana. -Seor caballero -me dijo-, sabis que somos musulmanas, y no debera sorprenderos la tristeza que mi hermana os ha demostrado. Yo la comparto. Lamentamos encontrar un cristiano en vos, que sois nuestro pariente ms prximo. Mis palabras os asombran, pero no era vuestra madre una Gomlez? Somos de la misma familia, que no es ms que una rama de la de los Abencerrajes; pero sentmonos en este sof y os dir otras cosas an. Las negras se retiraron. Emina me ofreci un extremo del sof y se puso a mi lado, sentndose sobre las piernas cruzadas. Zebedea, sentndose del otro lado, se apoy sobre mi almohadn, y los tres estbamos tan cerca que nuestros alientos se mezclaban. Emina pareci reflexionar; despus, mirndome con el ms vivo inters, me tom la mano y me dijo: -Querido Alfonso, es intil ocultarlo: no fue el azar quien nos trajo aqu. Os esperbamos; si el temor os hubiera hecho tomar otro camino, habrais perdido para siempre nuestra estima. -Me halagis, Emina -le respond-, y no s en qu podra interesaros mi valor. -Nos interesis mucho -replic la bella mora-, pero quiz os halagara menos saber que por poco sois el primer hombre que hemos visto. Lo que digo os asombra, y parecis ponerlo en duda. Os haba prometido contaros la historia de nuestros antepasados, pero quiz sea mejor que comience por la nuestra.

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HISTORIA DE EMINA Y DE SU HERMANA ZEBEDEA-Somos hijas de Gasir Gomlez, to materno del rey de Tnez que se halla actualmente en el poder. No hemos tenido hermanos, ni hemos conocido a nuestro padre, de modo que, encerradas entre las paredes del serrallo, ignorbamos por completo al otro sexo. Sin embargo, como ambas nacimos con una extrema propensin a la ternura, nos amamos una a la otra con gran pasin. Llorbamos desde que queran separarnos, aunque fuese por pocos instantes. Si reprendan a una, la otra se deshaca en lgrimas. Pasbamos los das jugando a la misma mesa, y dormamos en la misma cama. Un sentimiento tan vivo pareca crecer con nosotras, y adquiri nuevas fuerzas por una circunstancia que paso a contar. Yo tena entonces diecisis aos, y mi hermana catorce. Desde haca mucho habamos observado algunos libros que mi madre nos esconda cuidadosamente. Al principio no les prestamos atencin, harto aburridas de los libros en que nos enseaban a leer. Pero la curiosidad nos vino con la edad. Aprovechamos el instante en que el armario prohibido estaba abierto, y sacamos a toda prisa un librito que result ser Los amores de Medgenn y de Leila, traducido del persa por Ben-Omr. Esta obra divina, que pinta ardorosamente todas las delicias del amor, inflam nuestros sentidos. No podamos comprenderla bien, porque no habamos visto a personas de vuestro sexo, pero repetamos sus expresiones. Hablbamos el lenguaje de los amantes; por ltimo, quisimos amarnos a su manera. Yo adopt el papel de Medgenn, mi hermana el de Leila. Ante todo, le declar mi pasin mediante el arreglo de algunas flores, suerte de clave misteriosa muy en uso en toda Asia. Despus hice hablar a mis miradas, me prostern ante ella, bes la huella de sus pasos, conjur a los cfiros para que le llevaran mis tiernas quejas, y con el fuego de mis suspiros cre encender su aliento. Zebedea, fiel a las lecciones de su autor, me concedi una cita. Me arrodill, bes sus manos, ba sus pies con mis lgrimas; mi amada me opuso al principio una suave resistencia, despus me permiti que le robara algunos favores; al final, termin por abandonarse a mi ardiente impaciencia. Nuestras almas, en verdad, parecan confundirse en una sola, y todava ignoro lo que podra hacernos ms dichosas de lo que lo ramos entonces. No s por cunto tiempo nos divertimos en representar esas apasionadas escenas, pero al fin las reemplazamos por sentimientos ms apacibles. Nos aficionamos al estudio de la ciencia, sobre todo al conocimiento de las plantas, que estudiamos en los escritos del clebre Averroes. Mi madre, segn la cual nada era bastante para armarse contra el tedio de los serrallos, mir nuestras ocupaciones con placer. Hizo venir de la Meca a una santa llamada Hazereta, o la santa por antonomasia. Hazereta nos ense la ley del profeta; nos daba sus lecciones en ese lenguaje tan puro y armonioso que se habla en la tribu de los Koreisch. No nos cansbamos de escucharla, y sabamos de memoria casi todo el Corn. Despus mi madre nos instruy ella misma en la historia de nuestra casa y puso en nuestras manos un gran nmero de memorias, algunas en rabe, otras en espaol. Ah, querido Alfonso, hasta qu punto vuestra ley nos pareci odiosa! Hasta qu punto odiamos a vuestros tenaces sacerdotes! Por el contrario, cunto inters prestamos a tantos ilustres infortunados, cuya sangre corra por nuestras venas! Ya nos inflambamos por Said Gomlez, que padeci martirio en las prisiones de la Inquisicin, ya por su sobrino Leis, que llev durante mucho tiempo en las montaas una vida salvaje y poco diferente de la que llevan los animales feroces. Caracteres semejantes nos hicieron amar a los hombres; hubisemos querido verlos, y a menudo subamos a nuestra terraza para divisar a las gentes que se embarcaban en el lago de la goleta, o a aquellos que iban a los baos

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de Hamn. Si bien no habamos olvidado del todo las lecciones del amoroso Medgenn, al menos ya no las repetamos juntas. Hasta lleg a parecerme que mi ternura por mi hermana no tena el carcter de una pasin, pero un nuevo incidente me prob lo contrario. Un da mi madre condujo a casa a una princesa de Tafilete, mujer de cierta edad; la recibimos con gran cortesa. Cuando se fue, mi madre me dijo que haba pedido mi mano para su hijo, y que mi hermana casara con un Gomlez. Esta noticia cay sobre nosotras como el rayo; al principio nos turb hasta hacernos perder el uso de la palabra. Despus, la desdicha de vivir la una sin la otra adquiri tal fuerza a nuestros ojos que nos abandonamos a la ms atroz desesperacin. Nos mesamos los cabellos, llenamos el serrallo con nuestros gritos. En fin, las demostraciones de nuestro dolor llegaron a la extravagancia. Mi madre, asustada, prometi no contrariar nuestras inclinaciones; nos asegur que nos permitira quedar solteras, o casarnos con el mismo hombre. Sus promesas nos calmaron un poco. Algn tiempo despus vino a decirnos que haba hablado al jefe de nuestra familia, y que ste haba permitido que tuvisemos el mismo marido, a condicin de que fuese de la sangre de los Gomlez. Al principio no respondimos, pero la idea de compartir un marido nos placa cada vez ms. Nunca habamos visto a un hombre, ni joven ni viejo, sino de lejos, pero as como las mujeres jvenes nos parecan ms agradables que las viejas, queramos que nuestro esposo fuera joven. Esperbamos tambin que nos explicara algunos pasajes del libro de Ben-Omr, cuyo sentido no habamos comprendido bien. Al llegar aqu, Zebedea interrumpi a su hermana y, estrechndome en sus brazos, me dijo: -Querido Alfonso, lstima que no seis musulmn! Cul no sera mi felicidad si al veros en los brazos de Emina pudiera aumentar vuestras delicias, unirme a vuestros transportes, pues en fin, querido Alfonso, en nuestra casa, como en la del profeta, el hijo de una hija tiene los mismos derechos que la rama masculina. Quiz slo dependiera de vos ser el jefe de nuestra casa, que est prxima a extinguirse. Para ello slo os bastar abrir vuestros ojos a las santas verdades de nuestra ley. A tal punto sus palabras me parecieron una insinuacin de Satn, que me figur ver cuernos asomando en la bonita frente de Zebedea. Balbuce algunas frases sobre la religin. Las dos hermanas retrocedieron un poco. Emina, tomando un continente ms severo, continu en estos trminos: -Seor Alfonso, os he hablado demasiado de mi hermana y de m. Tal no era mi intencin. Me he sentado a vuestro lado para contaros la historia de los Gomlez, de quienes descendis por las mujeres. He aqu lo que tena que deciros.

HISTORIA DEL CASTILLO DE CASAR GOMLEZ-El primer autor de nuestra raza fue Mas ben Taher, hermano de Yusuf ben-Taher, que entr en Espaa a la cabeza de los rabes y dio su nombre a la montaa de Gebal-Taher, que vosotros pronunciis Gibraltar. Mas, que mucho haba contribuido al xito de los rabes, obtuvo del

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califa de Bagdad - el gobierno de Granada, donde permaneci hasta la muerte de su hermano. Habrase quedado ms tiempo an, porque era igualmente querido por los , musulmanes y por los mozrabes, como llamis vosotros a los cristianos que han permanecido bajo la dominacin de los rabes, pero sus enemigos de Bag dad lo malquistaron con el califa. Cuando supo que se haba resuelto su prdida, tom el partido de alejarse. Reuni pues a los suyos y se retir a Las Alpujarras, que son, como sabis, una continuacin de las montaas de Sierra Morena, y esta cadena separa al reino de Granada del de Valencia. Los visigodos, a los cuales conquistamos Espaa, no haban penetrado en Las Alpujarras. Casi todos sus valles estaban desiertos. En slo tres de ellos habitaban los descendientes de un antiguo pueblo espaol. Se los llamaba los turdules: no reconocan ni a Mahoma, ni a vuestro profeta nazareno; sus opiniones religiosas y sus leyes estaban contenidas en canciones que se enseaban de padres a hijos; tuvieron leyes que se haban perdido. Ms que por la fuerza, Mas someti a los turdules por la persuasin: aprendi su lengua y les ense la ley musulmana. Sucesivos matrimonios confundieron la sangre de ambos pueblos: a esa mezcla y al aire de las montaas debemos nuestra tez sonrosada, que distingue a los hijos de los Gomlez. Entre los moros suelen verse mujeres muy blancas, pero son siempre plidas. Mas tom el ttulo de jeque e hizo construir un gran castillo que llam Casar Gomlez. Antes juez que soberano de su tribu, era accesible en todo momento y haca de ello su deber, pero el ltimo viernes de cada luna se despeda de su familia, se encerraba en un subterrneo del castillo y permaneca en l hasta el viernes siguiente. Sus desapariciones dieron motivo a diferentes conjeturas: algunos decan que nuestro jeque celebraba entrevistas con el duodcimo Imn, que debe aparecer sobre la faz de la tierra al final de los siglos. Otros crean que el Anticristo estaba encadenado en nuestro subterrneo. Otros pensaban que los siete durmientes reposaban all con su perro Caleb. Mas no hizo caso de esos rumores; continu gobernando su pequeo pueblo en tanto sus fuerzas se lo permitieron. Por ltimo, eligi al hombre ms prudente de la tribu, lo nombr su sucesor, le dio la llave del subterrneo y se retir a una ermita, en la que continu viviendo muchos aos an. El nuevo jeque gobern como lo haba hecho su predecesor y como l desapareci todos los ltimos viernes de cada luna. Todo subsista como entonces hasta que Crdoba tuvo sus califas particulares, independientes de los de Bagdad. Fue cuando los montaeses de Las Alpujarras, que haban tomado parte en esta revolucin, empezaron a establecerse en las llanuras, donde se los conoci con el nombre de Abencerrajes, en tanto que conservaron el nombre de Gomlez aquellos que permanecieron unidos al jeque de Casar Gomlez. Sin embargo, los Abencerrajes compraron las ms hermosas tierras del reino de Granada y las ms hermosas casas de la ciudad. Su lujo llam la atencin de la gente y se supuso que el subterrneo del jeque encerraba un tesoro inmenso, pero nada poda saberse a punto fijo porque los mismos Abencerrajes ignoraban la fuente de sus riquezas. Por ltimo, esos hermosos reinos, como atrajeran sobre ellos las venganzas celestes, fueron librados a los infieles. Se tom Granada, y ocho das despus, a la cabeza de tres mil hombres, lleg a Las Alpujarras el clebre Gonzlvez de Crdoba. Hatn Gomlez era entonces nuestro jeque; se adelant a Gonzlvez y le ofreci las llaves del castillo; el espaol le pidi las del subterrneo. Tambin nuestro jeque se las dio sin oponer dificultades. Gonzlvez quiso ba jar l mismo, y slo encontr una tumba y libros. Entonces hizo burla de todas las historias que le haban contado y se apresur en volver a Valladolid, donde lo aguardaban el amor y la galantera. Despus la paz rein en nuestras montaas hasta que Carlos subi al trono. Por entonces

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nuestro jeque era Sef Gomlez. Este hombre, por motivos que nunca se conocieron bien, hizo saber al nuevo emperador que le revelara un secreto importante si quera enviar a Las Alpujarras a algn seor que le mereciera confianza. No pasaron quince das antes que don Ruiz de Toledo se presentara a los Gomlez de parte de su majestad, pero se encontr con que el jeque haba sido asesinado la vspera de su llegada. Don Ruiz persigui a algunos individuos, se cans bien pronto de ello y volvi a la corte. Entretanto, los secretos de los jeques haban quedado en poder del asesino de Sef. Este hombre, que se llamaba Bilaj Gomlez, reuni a los ancianos de la tribu y les demostr la necesidad de tomar nuevas precauciones para guardar un secreto de tanta importancia. Se decidi instruir a varios miembros de la familia de los Gomlez, pero cada uno de ellos slo sera iniciado en una parte del misterio, y slo despus de haber dado tantas pruebas de valor, prudencia y fidelidad.

Aqu Zebedea interrumpi a su hermana: -Querida Emina, no creis que Alfonso hubiera resistido a todas las pruebas? Ah, quin podra dudarlo! Querido Alfonso, lstima que no seis musulmn! Quiz inmensos tesoros estaran en vuestro poder. Tambin sus palabras me hicieron pensar en el espritu de las tinieblas que, no habiendo podido inducirme en tentacin por la voluptuosidad, trataba de hacerme sucumbir por la codicia. Pero las dos hermanas se llegaron a m, y me pareci que tocaba cuerpos, y no espritus. Despus de algunos momentos de silencio, Emina volvi a tomar el hilo de su historia. -Querido Alfonso -me dijo-, harto conocis las persecuciones que hemos sobrellevado bajo el reino de Felipe, hijo de Carlos. Robaban a los nios y los hacan educar bajo la ley cristiana. A ellos se les daba los bienes de sus padres que haban continuado fieles. Fue entonces cuando un Gomlez fue recibido en el Teket de los derviches de santo Domingo y obtuvo el cargo de gran Inquisidor. Omos el canto del gallo, y Emina dej de hablar. Un hombre supersticioso habra esperado que las dos bellas desaparecieran por el hueco de la chimenea. No, continuaron a mi lado, pero parecieron soadoras y preocupadas. Emina fue la primera en romper el silencio. -Amable Alfonso -me dijo-, va a despuntar el da, y las horas que tenemos para pasarlas juntas son demasiado preciosas. No vale la pena emplearlas en contar historias. No podemos ser vuestras esposas, a menos que abracis nuestra ley. Pero si os fuera permitido vernos en sueos, consentirais en ello? A todo consent. -No es bastante -replic Emina con aire de gran dignidad-, no es bastante, querido Alfonso; an es menester que os comprometis por las leyes sagradas del honor a no traicionar jams nuestros nombres, nuestra existencia y todo lo que sabis de nosotras. Osaris comprometeros a ello solemnemente? Promet todo lo que quisieron.

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-Es bastante -dijo Emina-; hermana ma, traed la copa consagrada por Mas, nuestro primer jeque. Mientras Zebedea fue a buscar el vaso encantado, Emina se prostern y recit plegarias en lengua rabe. Reapareci Zebedea, con una copa que me pareci tallada en una sola esmeralda, y moj en ella los' labios. Emina hizo otro tanto y me orden beber, de un solo trago, el resto del licor. Obedec. Emina me dio las gracias por mi docilidad y me bes con gran ternura. Despus Zebedea apret su boca contra la ma y pareci no poder despegarla. Por ltimo, ambas me abandonaron dicindome que las volvera a ver y que me aconsejaban que me durmiera lo antes posible. Tantos aconteceres extravagantes, tantos relatos maravillosos y sentimientos insospechados hubieran debido, qu duda cabe, hacerme reflexionar toda la' noche, pero debo convenir en que los sueos que me haban prometido me interesaron mucho ms. Me apresur a desnudarme y meterme en el lecho, que haban preparado para m. Una vez acostado, observ con placer que mi lecho era muy ancho, y que los sueos no requieren tanto espacio. Pero no bien hice esta reflexin una necesidad irresistible de dormir pes sobre mis prpados y todas las mentiras de la noche se apoderaron inmediatamente de mis sentidos extraviados por fantsticas ilusiones; mi pensamiento, arrastrado por las alas del deseo, me transportaba a mi pesar a los serrallos de frica y se apoderaba de los encantos encerrados entre sus muros para componer con ellos mis quimricos goces. Me senta soar y tena, sin embargo, conciencia de no estrechar sombras. Me perda en la vaguedad de las ms locas ilusiones pero me encontraba siempre junto a mis primas. Me adormeca sobre el seno de las bellas, me despertaba entre sus brazos. Ignoro cuntas veces cre pasar por tan dulces alternativas.

JORNADA SEGUNDAPor fin me despert de verdad. El sol quemaba mis prpados: los alc con trabajo. Vi el cielo. Vi que estaba al aire libre. Pero el sueo pesaba an sobre mis ojos. No dorma ya, pero todava no estaba despierto. Imgenes de suplicios se sucedan las unas a las otras. Qued espantado. Haciendo un esfuerzo logr incorporarme. Cmo encontrar palabras para expresar el horror que se apoder de m? Estaba acostado bajo la horca de Los Hermanos, y los cadveres de los dos hermanos de Soto no colgaban de la horca, sino que yacan a mi lado. Al parecer, haba pasado la noche con ellos. Descansaba sobre pedazos de cuerdas, trozos de hierro, restos de esqueletos humanos, y sobre los espantosos andrajos que la podredumbre haba separado de ellos. Cre no estar del todo despierto y debatirme en una pesadilla. Volv a cerrar los ojos y trat de recordar dnde haba pasado la vspera... Entonces sent unas garras hundindose en mis flancos. Un buitre, posado sobre m, estaba devorando a uno de mis compaeros de lecho. El dolor que me caus la impresin de sus uas termin de despertarme. Pude ver las ropas que me haba quitado y me apresur a vestirme. Despus quise salir del recinto del cadalso pero encontr la puerta clavada y en vano trat de romperla. Tuve pues que trepar por esas tristes murallas. Lo consegu. Apoyndome en una de las columnas del patbulo, observ la comarca que me rodeaba. Me orient fcilmente. Estaba a la entrada del valle de Los Hermanos y no lejos de las orillas del Guadalquivir. Como continuara observando vi cerca del ro a dos viajeros; uno preparaba el almuerzo y el otro tena de las riendas a los caballos. Ver seres humanos me caus tal alborozo que no pude menos de gritarles: Hola, hola!. Los viajeros, al observar las seales que les haca desde lo

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alto del cadalso, parecieron por un instante indecisos, pero despus montaron de golpe a sus caballos y tomaron a todo galope el camino de Los Alcornoques. En vano les grit que se detuvieran; mientras ms gritaba, ms espoleaban sus cabalgaduras. Cuando los hube perdido de vista, pens en dejar mi puesto. Salt a tierra y me lastim un pie. Llegu cojeando a las orillas del Guadalquivir, donde encontr el almuerzo que los dos viajeros haban abandonado; nada poda ser ms oportuno, pues me senta extenuado. No faltaba el chocolate ardiente an, el esponjado empapado en vino de Alicante, el pan y los huevos. Empec por reparar mis fuerzas, despus de lo cual me puse a reflexionar sobre lo que me haba sucedido durante la noche. Conservaba de todo ello un recuerdo confuso, pero no haba olvidado que me compromet a guardar el secreto y estaba firmemente resuelto a cumplir la palabra empeada. Este punto una vez decidido, slo me quedaba por ver cmo saldra del paso, es decir qu camino deba tomar, y me pareci que las leyes del honor me obligaban ms que nunca a pasar por Sierra Morena. Sorprender verme tan ocupado de mi gloria y tan poco de los acontecimientos de la vspera, pero esta manera de pensar tambin era efecto de la educacin que haba recibido, lo cual podr comprobarse ms adelante, cuando prosiga mi relato. Por el momento, vuelvo al de mi viaje. Tena gran curiosidad por saber qu haban hecho los diablos con el caballo que dej en Venta Quemada, y como estaba por lo dems en mi camino, resolv pasar por ella. Tuve que recorrer a pie todo el valle de Los Hermanos y el de la venta, lo que no dej de fatigarme y de hacerme anhelar ms que nunca encontrar mi caballo. Di con l, en efec to; estaba en el mismo establo donde lo haba dejar do y pareca lleno de bros, bien cuidado y recin almohazado. Ignoraba quin pudo haberse ocupado de l, pero haba visto tantas cosas extraordinarias que un prodigio ms no me llam la atencin. Me habra puesto en seguida en camino si no hubiese tenido la curiosidad de recorrer nuevamente la posada. Encontr el aposento donde me haba acostado; sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, no pude dar, con aquel en donde haba visto a las bellas africana. Cansado pues de seguir buscando, mont a caballo y continu mi ruta. Cuando me despert bajo la horca de Los Hermanos, el sol estaba en su punto ms alto. Despus tard dos horas largas en llegar a la venta. An hice un par de leguas, y entonces fue menester que pensara 'x en un techo. Sin embargo, como no viera ninguno continu mi marcha. Por fin divis una capilla gtica, con una cabaa que pareca ser la morada de un ermitao. Estaba alejada del camino real, pero como yo empezaba a tener hambre no vacil en hacer ese rodeo para procurarme sustento. Cuando llegu, at mi caballo a un rbol. Despus llam a la puerta de la ermita y vi salir a un religioso de aspecto venerable. Luego de abrazarme con ternura paterna, me dijo: -Entrad, hijo mo; daos prisa. No pasis la noche afuera, temed al tentador. El seor ha retirado su mano del cielo. Agradec al ermitao la bondad que me demostraba y le dije que senta una extremada necesidad de comer. Me respondi: -Pensad en vuestra alma, hijo mo! Pasad a la capilla, prosternaos ante la cruz. Yo pensar en las necesidades de vuestro cuerpo. Pero haris una comida frugal, tal como puede esperarse de un ermitao. Pas a la capilla y rec fervorosamente, pues no era un incrdulo y por entonces hasta ignoraba que los hubiera. Todo eso era tambin efecto de mi educacin.

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El ermitao vino a buscarme al cabo de un cuarto de hora y me condujo a la cabaa, donde encontr una comida modesta y sabrosa. Estaba compuesta de excelentes aceitunas, cardos conservados en vinagre, cebollas dulces en salsa y bizcocho en vez de pan. Haba tambin una botellita de vino. El ermitao me dijo que l nunca beba vino, pero que lo tena para el sacrificio de la misa. Entonces, al igual que el ermitao, me abstuve de beberlo, pero hice honor al resto de la cena. Mientras yo coma, entr en la cabaa un ser ms pavoroso que todo lo que haba visto hasta entonces. Era un hombre al parecer joven, pero de una horrible flacura. Tena el pelo erizado, le haban saltado un ojo, del cual manaba sangre, y la lengua, que colgaba de la boca, dejaba caer una espuma babosa. Llevaba un traje negro en buen estado, pero era su nica ropa; no llevaba medias ni camisa. El atroz personaje no habl una palabra y fue a acurrucarse en un rincn, donde permaneci inmvil como una estatua, con su nico ojo fijo en un crucifijo que tena en la mano. Cuando hube acabado de cenar, le pregunt al ermitao quin era ese hombre. El ermitao me respondi: -Hijo mo, ese hombre es un poseso al que exorcizo, y su terrible historia bien nos prueba el fatal poder que el ngel de las tinieblas usurpa en esta desventurada comarca; su relato puede ser til a vuestra salvacin, y voy a ordenarle que os lo haga. Entonces, volvindose hacia el poseso, le dijo: -Pacheco, Pacheco, en nombre de tu redentor, te ordeno contar tu historia. Pacheco lanz un horrible alarido y comenz en estos trminos.

HISTORIA DEL ENDEMONIADO PACHECO-He nacido en Crdoba, donde mi padre viva ms que holgadamente. Mi madre muri all hace tres aos. Al principio, mi padre pareci lamentarla mucho, pero al cabo de unos meses, habiendo tenido ocasin de hacer un viaje a Sevilla, se enamor de una joven viuda llamada Camila de Tormes. Esta mujer no gozaba de una reputacin demasiado buena, y muchos amigos de mi padre intentaron disuadirlo de que la tratara; pero a despecho de los consejos que le dieron, el matrimonio se celebr dos aos despus de la muerte de mi madre. La boda tuvo lugar en Sevilla, y mi padre, algunos das despus, volvi a Crdoba en compaa de Camila, su nueva esposa, y de una hermana de Camila llamada Inesilla. Mi nueva madrastra respondi perfectamente a la mala opinin que se tena de ella, y no bien entr en nuestra casa pretendi seducirme. No lo consigui. Me enamor, sin embargo, pero de su hermana Inesilla. Mi pasin lleg a ser tan impetuosa que me arroj a los pies de mi padre y le ped la mano de su cuada. Mi padre, bondadosamente, me oblig a levantarme. Despus me dijo: -Hijo mo, os prohbo pensar en ese matrimonio, y os lo prohbo por tres razones. Primero: sera ridculo que llegarais a ser en cierto modo el cuado de vuestro padre. Segundo: los santos cnones de la Iglesia no aprueban esta clase de matrimonios. Tercero: no quiero que os casis con Inesilla.

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Habindome hecho conocer sus tres razones, me volvi la espalda y se fue. Me retir a mi aposento, donde me abandon a la desesperacin. Mi madrastra, a quien mi padre inform inmediatamente de lo sucedido, vino a buscarme y me dijo que haca mal en afligirme; que si no poda ser el marido de Inesilla, poda ser su cortejo, es decir, su amante, de lo cual ella se ocupara; pero a la vez me declar el amor que senta por m, y el sacrificio que llevaba a cabo al cederme a su hermana. Escuch atentamente este discurso que halagaba mi pasin, pero Inesilla era tan modesta que me pareca imposible que pudieran comprometerla a ceder a mis sentimientos. Durante ese tiempo mi padre resolvi hacer un viaje a Madrid, con la intencin de obtener el cargo de corregidor de Crdoba, y llev con l a su mujer y a su cuada. Su ausencia durara dos meses, pero el tiempo me pareci muy largo porque estaba alejado de Inesilla. Pasados escasamente los dos meses, recib una carta de mi padre en la cual me ordenaba que fuera a su encuentro y lo esperara en Venta Quemada, a la entrada de Sierra Morena. Yo no habra accedido fcilmente a pasar por Sierra Morena algunas semanas antes, pero acababan de colgar a los dos hermanos de Soto. Su banda estaba dispersa, y los caminos se consideraban bastante seguros. Part pues a Crdoba hacia las diez de la maa a iba a pasar la noche en Andjar, en un albergue cuyo husped es de los ms charlatanes que existan en Andaluca. Orden una copiosa cena, com de ella y guard el resto para mi viaje. Al da siguiente com en Los Alcornoques lo que haba reservado la vspera, y llegu por la tarde a Venta Quemada. No encontr a mi padre, pero como en su carta me ordenaba que lo aguardase, decid quedarme de buena gana por cuanto me hall en un albergue espacioso y cmodo. El husped era entonces un tal Gonzlez de Murcia, hombre bastante bueno aunque charlatn, que no dej de prometerme una cena digna de un Grande de Espaa. En tatas to que se ocupaba de prepararla, fui a pasearme por las orillas del Guadalquivir, y cuando volv encontr que la cena, en efecto, no era mala. Cuando acab de comer, le dije a Gonzlez que me preparase la cama. Entonces, turbndose, respondi con algunas insensateces. Por fin me confe s que el albergue estaba rondado por aparecidos, y que l y su familia pasaban las noches en una alquera, a la orilla del ro; si yo tambin quera pasar la noche, hara una cama junto a la suya. Esta proposicin me pareci fuera de lugar; le dije que fuera a acostarse donde le viniera en gana, y que me enviase a mis servidores. Gonzlez me obedeci y se fue meneando la cabeza y encogindose de hombros. Llegaron mis servidores un momento despus; tambin ellos haban odo hablar de los aparecidos y quisieron convencerme de que pasara la noche en la alquera. Recib un poco brutalmente sus consejos y les orden que me preparasen una cama en el aposento donde haba comido. Me obedecieron a regaadientes y, cuando la cama estuvo hecha, todava me exhortaron a dormir en la alquera. Seriamente impacientado por sus adjuraciones, me permit algunas palabras que los pusieron en fuga y, como no estaba acostumbrado a que mis servidores me desnudaran, prescind fcilmente de ellos para acostarme: sin embargo, haban sido ms atentos de lo que mereca la manera con que los trat. Dejaron junto a la cama un candelero encendido, una vela de repuesto, dos pistolas y algunos volmenes cuya lectura poda mantenerme despierto, pero la verdad es que yo haba perdido el sueo. Pas un par de horas, ya leyendo, ya dndome vueltas en la cama. Por fin o el sonido de un

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reloj o de un campanario que dio las doce. Me sorprendi porque no haba odo dar las otras horas. Bien pronto se abri la puerta y vi entrar a mi madrastra: estaba en camisa de dormir y llevaba una palmatoria en la mano. Se lleg a m, de puntillas, y con el dedo sobre los labios como para imponerme silencio. Despus pos su palmatoria en una mesita, sentse sobre mi cama, me tom una de las manos y me habl as: -Mi querido Pacheco, he aqu el momento en que puedo procuraros los placeres que os promet. Hace una hora que hemos llegado a esta posada. Vuestro padre ha ido a pasar la noche en la alquera, pero yo, como he sabido que estabais aqu he obtenido que me permita pasar la noche en el albergue con mi hermana mesilla. Ella os espera y est dispuesta a no negaros sus favores; pero quiero informaros de las condiciones que he impuesto a vuestra dicha. Amis a mesilla, y ella os ama. De nosotros, dos no deben ser felices a expensas de un tercero. Exijo que esta noche ocupemos una sola cama. Venid. Mi madrastra no me dio tiempo de responder; me tom de la mano y me condujo, de corredor en corredor, hasta que llegamos a una puerta junto a la cual se puso a mirar por el ojo de la cerradura. Cuando hubo mirado lo suficiente, me dijo: -Todo va bien. Mirad vos mismo. Ocup su lugar y vi en efecto a la encantadora mesilla en su cama. Pero qu lejos estaba de su acostumbrada modestia! La expresin de sus ojos, su turbada respiracin, su tez coloreada, su actitud, todo demostraba en ella que aguardaba a un amante. Despus de haberme dejado mirar, Camila me dijo: -Querido Pacheco, permaneced junto a esta puerta; cuando sea el momento, os vendr a advertir. Una vez que entr en el aposento, yo volv a mirar por el ojo de la cerradura y vi mil cosas que me cuesta contar. Ante todo, Camila se quit la camisa de dormir; despus, metindose en la cama de su hermana, le dijo: -Pobre mesilla, de verdad quieres tomar un amante? Pobrecita, no sabes el dao que te har! Primero, se te echar encima; despus te hollar, te aplastar, te desgarrar. Cuando Camila crey haber adoctrinado suficientemente a su discpula, vino a abrirme la puerta, me condujo hasta la cama y se acost con nosotros. Qu os dir de esa noche fatal? Agot las delicias y los crmenes. Durante muchas horas combat el sueo y la naturaleza para prolongar mis infernales goces. Por ltimo me dorm y me despert al da siguiente bajo la horca de los hermanos de Soto y acostado entre sus infames cadveres.

Aqu el ermitao interrumpi al endemoniado y me dijo: -Pues bien, hijo mo, qu os parece? Creo que no sera poco vuestro espanto si os vierais acostado entre dos ahorcados.

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Le respond: -Me ofendis, padre mo. Un gentilhombre no debe tener nunca miedo, y menos cuando le cabe el honor de ser capitn en las guardias valonas. -Pero, hijo mo -replic el ermitao-, habis odo jams que semejante aventura le haya sucedido a un ser humano? Vacil un instante, despus de lo cual respond: -Padre mo, si esta aventura le ha ocurrido al seor Pacheco, bien puede ocurrirle a otros; de ello ser mejor juez si tenis a bien ordenarle que contine su historia. El ermitao se volvi hacia el poseso, y le dijo: -Pacheco, Pacheco, en nombre de tu redentor te ordeno que contines tu historia! Pacheco lanz un horrible quejido y continu en estos trminos:

-Estaba medio muerto cuando abandon el cadalso. Me arrastraba sin saber a dnde. Por fin encontr a unos viajeros que me tuvieron piedad y me llevaron a Venta Quemada. Encontr al husped y a mis servidores muy preocupados por m. Les pregunt si mi padre haba pasado la noche en la alquera. Me contestaron que nadie haba venido. No resist quedarme ms tiempo en la venta y volv a tomar el camino de Andjar. Llegu cuando el sol se haba puesto. El albergue estaba lleno y me pusieron una cama en la cocina, donde me acost. En vano quise dormir: no poda alejar de mi espritu los horrores de la noche anterior. Haba dejado una candela encendida sobre el hog ar de la cocina. De golpe se apag y sent un escalo-'' fro mortal queme helaba la sangre en las venas. Tiraron de mi manta, despus o una vocecita que deca: -Soy Camila, tu madrastra. Tengo fro, corazn. '. Hazme lugar bajo tu manta. Despus otra voz: -Soy Inesilla. Djame entrar en tu cama. Tengo fro, tengo fro. Despus sent una mano helada que me tiraba del mentn. Juntando todas mis fuerzas dije en voz alta: -Satn, retrate! Entonces las vocecitas me dijeron: -Por qu nos echas? No eres acaso nuestro maridito ? Tenemos fro. Haremos un poco de fuego.

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En efecto, muy pronto vi una llama en el atrio de la cocina. Como la llama se aclarara, no vi a Inesilla y a Camila, sino a los dos hermanos de Soto colgados de la chimenea. Esta visin me puso fuera de m. Sal de la cama, salt por la ventana y me ech a correr por los campos. Por un momento pude jactarme de haber escapado a tantos horrores, pero al volverme vi que me seguan los dos ahorcados. Entonces corr ms an y vi que los ahorcados haban quedado atrs. Pero no dur mucho mi alegra. Los detestables seres se abalanzaron por los aires y en un instante los tuve sobre m. Segu corriendo. Por ltimo las fuerzas me abandonaron. Entonces sent que uno de los ahorcados me apresaba por el tobillo izquierdo. Quise librarme de l, pero el otro ahorcado me cort el camino. Se present ante m, con ojos aterrorizadores y sacando una lengua roja como el hierro que se retira del fuego. Ped gracia. Vanamente. Con una mano me aferr de la garganta y con la otra me arranc el ojo que me falta. En el lugar del ojo hizo entrar su lengua abrasadora. Me lami el cerebro y me hizo rugir de dolor. Entonces el otro ahorcado, que me haba apresado por la pierna izquierda, empez a torturarme. Primero me cosquille la planta del pie que aferraba con la otra mano; despus le arranc la piel, separ todos los nervios, los dej al desnudo y quiso tocar en ellos como en un instrumento de msica, pero como no emitiera yo un sonido que le causara placer, hundi su espuela en mi pantorrilla, tir de los tendones y los torci como se hace para acordar un arpa. Por ltimo se puso a tocar en mi pierna de la cual haba hecho un salterio. Escuch su risa diablica. A los atroces bramidos que me arrancaba el dolor, hacan coro los alaridos del infierno. Pero cuando llegu a or el crujir de dientes de los condenados, me pareci que despedazaban cada una de mis fibras. Por fin perd el conocimiento. Al da siguiente unos pastores me hallaron en el campo y me trajeron a esta ermita. Aqu he confesado mis pecados y he encontrado al pie de la cruz algn alivio a mis dolores. El endemoniado lanz un horrible quejido y call. Entonces el ermitao tom la palabra y me dijo: -Hijo mo, habis visto el poder de Satn: debis rogar a Dios y llorar. Pero se hace tarde. Es hora de separarnos. No os propongo que os acostis en mi celda porque podran incomodaros los gritos que lanza Pacheco durante la noche. Idos a acostar a la capilla. All estaris bajo la proteccin de la cruz que triunfa de los demonios. Le respond que me acostara donde l quisiera. Llevamos a la capilla un catre de tijera. Me acost y el ermitao me dese buenas noches. Al encontrarme solo, me volvi al espritu el relato de Pacheco. Haba entre su aventura y la ma una gran semejanza, y estaba reflexionando sobre ello cuando o dar las doce. No saba si era el campanario de la ermita o si era cosa de los aparecidos. Entonces llamaron levemente a la puerta. Me levant y dije en alta voz: -Quin es? Una vocecita me respondi: -Tenemos fro, brenos. Somos vuestras mujercitas. -Ya lo creo, malditos ahorcados -les contest-. Volved a vuestro cadalso y dejadme dormir.

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Entonces la vocecita me dijo: -Os burlis de nosotras porque estis en una capilla. Pero salid un poco afuera. -Voy al instante -respond. Fui a buscar mi espada y quise salir, pero encontr la puerta cerrada. Se lo dije a los aparecidos, que no respondieron. Entonces me fui a acostar y dorm hasta la maana.

JORNADA TERCERAMe despert el ermitao, que pareci muy contento de verme sano y salvo. Me abraz, me ba las mejillas con sus lgrimas, y me dijo: -Hijo mo, c