poesÍa si hubiera que reducir la poesía de lorca a una "esencia

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POESÍA Si hubiera que reducir la poesía de Lorca a una "esencia", daríamos con la elegía y el deseo, con la invención de lo que fue o el ansia de lo que no puede ser, matizada y desplegada en una amplia variedad de registros (Christopher Maurer). La aparición de Libro de poemas (1921), aunque procede de una selección entre materiales escritos en 1918, 1919 y 1920, tiene todo el valor de un libro adolescente, en cuanto a exposición de posibilidades (Francisco García Lorca). El horizonte finisecular le ofrece vías para expresar la rebeldía del artista contra la norma social y moral, prolongando la pose del poeta maldito: Mi corazón está aquí, Dios mío. Hunde tu cetro en él, Señor. Es un membrillo demasiado otoñal y está podrido. [...] Mas si no quieres hacerlo, me da lo mismo, guárdate tu cielo azul, que es tan aburrido, para manifestar una religiosidad vagamente panteísta, apoyada en el amor más que en el dogma ("la luz es Dios que desciende", "la miel es la palabra de Cristo", "Qué es el santo bautismo/ sino Dios hecho agua") en lucha con el pecado ("tenemos que asomarnos a la sombra del pecho/ Y arrancar las estrellas que nos puso Satán") y para acertar con el tono justo de la melancolía: Las cosas que se van no vuelven nunca, todo el mundo lo sabe, Y entre el claro gentío de los vientos es inútil quejarse. En ese camino de tanteos integra los modelos de Rubén Darío: La nostalgia terrible de una vida perdida, el fatal sentimiento de haber nacido tarde, o la ilusión inquieta de un mañana imposible

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POESÍA

Si hubiera que reducir la poesía de Lorca a una

"esencia", daríamos con la elegía y el deseo, con la

invención de lo que fue o el ansia de lo que no puede ser,

matizada y desplegada en una amplia variedad de registros

(Christopher Maurer).

La aparición de Libro de poemas (1921), aunque procede

de una selección entre materiales escritos en 1918, 1919 y

1920, tiene todo el valor de un libro adolescente, en cuanto

a exposición de posibilidades (Francisco García Lorca).

El horizonte finisecular le ofrece vías para expresar

la rebeldía del artista contra la norma social y moral,

prolongando la pose del poeta maldito:

Mi corazón está aquí, Dios mío.

Hunde tu cetro en él, Señor. Es un membrillo demasiado otoñal y está podrido.

[...] Mas si no quieres hacerlo, me da lo mismo,

guárdate tu cielo azul, que es tan aburrido,

para manifestar una religiosidad vagamente panteísta,

apoyada en el amor más que en el dogma ("la luz es Dios que

desciende", "la miel es la palabra de Cristo", "Qué es el

santo bautismo/ sino Dios hecho agua") en lucha con el

pecado ("tenemos que asomarnos a la sombra del pecho/ Y

arrancar las estrellas que nos puso Satán") y para acertar

con el tono justo de la melancolía:

Las cosas que se van no vuelven nunca, todo el mundo lo sabe,

Y entre el claro gentío de los vientos es inútil quejarse.

En ese camino de tanteos integra los modelos de Rubén

Darío:

La nostalgia terrible de una vida perdida, el fatal sentimiento de haber nacido tarde, o la ilusión inquieta de un mañana imposible

con la inquietud cercana del dolor de la carne,

Antonio Machado:

¡Chopo viejo! Has caído

en el espejo del remanso dormido, abatiendo tu frente ante el poniente.

Juan Ramón Jiménez:

Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas

pero mi senda se pierde en el alma de la niebla,

y ciertas huellas de la greguería y el imaginismo ultraísta

y creacionista (García Lorca conoció al poeta chileno

Vicente Huidobro, representante del creacionismo):

El silencio redondo de la noche sobre el pentagrama

del infinito.

Las formas breves

Lo más nuevo y lo más complejo viene del empleo de las

canciones infantiles -perfectamente vivas en su tiempo- para

dar cuerpo a su angustia por la pérdida de la infancia y

quizá a la conciencia angustiosa de su diferencia sexual.

A partir de ahí, sin perder nunca el patetismo y la

sensualidad que ha descubierto en los modernistas, opta por

una solución nueva: en vez de la retórica de la "sinceridad"

adolescente jugará con las posibilidades de ironía que le

ofrece la vanguardia; en vez de poemas discursivos cultivará

las formas breves, radicalmente condensadas y dispuestas en

secuencias relacionadas entre sí al modo de un "collage" (un

"retablo", dirá el poeta).

Poema del cante jondo, escrito en 1921 y publicado diez

años más tarde, cuenta con la ventaja de un asunto

fuertemente connotado. Lorca quiere hacer una obra,

"estilizadamente popular", apartándose del repertorio del

"colorismo" y el descriptivismo modernista ("Madre, pena,

suerte, pena, madre, muerte;/ojos negros, negros, y negra la

suerte..." escribe Manuel Machado). Frente a esa visión

exterior, acierta con una "fórmula llena de vida" (García

Montero (ed.) 1990: 14). Su esquemática Andalucía enlaza con

el Sur de los románticos, espacio de pureza frente a la

civilización corruptora, entendido más como ámbito de la

muerte que como paraíso idílico, donde el poeta, como el

"cantaor" es "médium" del "dolor y la historia verídica" del

pueblo. Para transmitir esas verdades sustanciales se remite

al ideal becqueriano de la poesía "natural, breve, seca",

actualizado por la economía de medios de las escuelas de

vanguardia, aunque sin dejarse deslumbrar por la beatería

del "tema moderno". No hay aquí telegramas, automóviles o

aviones, sino retratos de cantaores antiguos, poemas de la

siguiriya, la soleá, la saeta y la petenera. Y sin embargo,

la voz es nueva, tanto en el paralelismo de la melancólica

Baladilla de los tres ríos, con su contraposición entre el

prometedor río de Sevilla y el agua detenida de Granada,

como en la guitarra ("Corazón malherido/ por cinco espadas")

que llora sin freno y sin objeto, o en la rápida escena

inexplicable de la muerte en la calle:

Era madrugada. Nadie pudo asomarse a sus ojos abiertos al duro aire.

Que muerto se quedó en la calle que con un puñal en el pecho y que no lo conocía nadie.

Suites (escritas entre 1921 y 1923, forman “una

verdadera selva textual y un rompecabezas crítico”(De

Paepe)compuesto de manuscritos del archivo García Lorca o de

amigos, de versiones publicadas en revistas de poesía, de

textos citados en cartas y de tres suites incluídas en el

tomo misceláneo Primeras canciones,(1936)y no parece que el

orden de las secuencias y el orden de los poemas en cada una

de las secuencias pueda escapar definitivamente a decisiones

de los editores. Belamich 1983, García Posada 1997, Maurer

2002) iba a titularse Libro de las Diferencias, recordando

la estructura de tema y glosas (o "diferencias") de los

vihuelistas españoles del Renacimiento (Maurer 1991: xxx).

Las Suites exploran "la meditación solitaria sobre el

tiempo, la muerte, lo increado" (Belamich 1983: 21), el

mundo pesimista de las posibilidades que no se llevan a

cabo, de lo que no pudo ser, y se han relacionado con el

teatro "imposible", especialmente Así que pasen cinco años.

La ligereza de la métrica menor y un fondo de paisajes

melancólicos y quietos son el vehículo sibilino de

obsesiones como la pérdida del paraíso:

Adán y Eva. La serpiente

partió el espejo en mil pedazos y la manzana fue la piedra

el tiempo:

Hay una hora tan sólo. ¡Una hora tan sólo!

¡La hora fría!

la luna, compañera de la muerte:

Cuando sale la luna se pierden las campanas y aparecen las sendas de lo impenetrable.

Todo ello tocado de ansiedad, de dispersión indefensa:

Me veo por los ocasos y un hormigueo de gente anda por mi corazón;

a pesar del intento por refugiarse en la poesía:

Cantando, veré la única estrella

que no existe no hay reposo en la naturaleza, "Narciso eterno", ni en el

yo, convertido en prisma de deseos incumplidos o vetados:

"Una emoción aguda y elegíaca por las cosas que no han sido,

buenas y malas, grandes y pequeñas, invade los parajes de

mis ojos casi ocultos por unas gafas de color violeta, una

emoción amarga que me hace caminar hacia este jardín que se

estremece en las altísimas llanuras del aire." (En el jardín

de las toronjas de luna).

En Canciones (1927) igualmente "se ha reducido la forma

y la técnica de la imagen, pero no, en la misma medida, la

extensión de su mundo poético" (Francisco García Lorca 1981:

197). Organizado en once secciones, recupera las estructuras

paralelísticas del folklore español y la poesía de

cancionero, empleando en ellas el paréntesis con una

intención dialogística muy precisa. Todo se reduce a

oposiciones elementales:

Teta roja del sol. Teta azul de la luna.

Torso mitad coral,

mitad plata y penumbra.

La ironía y el humor se despliega en secciones como

"Eros con bastón" o en la crítica poética a Juan Ramón

Jiménez:

En el blanco infinito, nieve, nardo y salina perdió su fantasía

y la ternura en las secciones Juegos y Canciones para

niños:

El lagarto está llorando. La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos.

pero sin perder nunca la idea de un destino fatal, a veces

con la fuerza misteriosa de Canción de jinete, donde se

concentra "El drama elemental, sencillo y misterioso de que

vivir es ir hacia la muerte" (Francisco García Lorca). Por

debajo de la levedad sigue la búsqueda angustiosa de la

identidad propia:

Entre los juncos y la baja-tarde, ¡qué raro que me llame Federico!

Todavía hemos de añadir a este continente de las formas

breves los Seis poemas galegos, publicados en 1935. Fruto de

un viejo entusiasmo por Galicia y su tradición literaria y

de la amistad con una serie de poetas y lectores gallegos

que actuaron como asesores lingüísticos, continúan un

diálogo con el mundo de las cantigas medievales y el de

Rosalía de Castro:

Érguete, miña amiga, que xa cantan os galos do día!

Érguete, miña amada, porque o vento muxe coma unha vaca!

aunque también con Verlaine de "Il pleut dans mon coeur/

comme il pleut dans la ville":

Olla a choiva pol-a-rúa, laio de pedra e cristal.

Romancero gitano

Con el Romancero gitano (1928), el "libro de poesía más

sonado, más triunfal, del siglo XX" (Pedro Salinas) "salió

la poesía nueva al aire libre de la plaza" (Ángel del Río).

García Lorca se atreve a experimentar con el género

poético central de la literatura española. La originalidad

del Romancero gitano ("gitano" como "morisco" o

"fronterizo") se muestra en dos aspectos principales, como

advertía Salinas en su clásico estudio (1950). El primero es

sintetizar el género. Lorca "cruza por los campos del

romance llevándose sus virtudes"; del viejo recoge la

"intensidad emocional"; del nuevo, "la opulencia del

estilo"; del romántico,"la creación de escenas novelescas";

del vulgar, las caídas en el decir prosaico y común". El

segundo deriva de la "genialidad metaforizante" del poeta,

que da lugar a la "saturación del cuerpo entero del romance

por el espíritu metafórico, por la metáfora".

Para realizar sus propósitos Lorca se apoya en la

conciencia moderna que desde A.W. Schlegel hasta Menéndez

Pidal aprecia sobre todo el fragmentarismo de los romances

(cuya incoherencia semántica queda compensada por la

abundancia expresiva) y en la proximidad entre este

fragmentarismo y la estética vanguardista de la

discontinuidad, expresa en metáforas y metonimias. De hecho,

en la conferencia sobre La imagen poética de don Luis de

Góngora, aunque a propósito de las Soledades, describe la

estructura de los romances: "...la narración es como un

esqueleto del poema, envuelto en la carne magnífica de las

imágenes".

¿Por qué "gitano"? García Lorca sabe el riesgo que

corre al acercarse a un tema tan cargado de significados

previos. De ahí la estrategia de cautela que rodea a su

escritura y su publicación, en privado ("Me va molestando un

poco mi mito de gitanería. Confunden mi vida y mi carácter.

No quiero de ninguna manera. Los gitanos son un tema. Y nada

más. Yo podía ser lo mismo poeta de agujas de coser o de

paisajes hidráulicos. Además el gitanismo me da un tono de

incultura, de falta de educación y de poeta salvaje que tú

sabes bien no soy. No quiero que me encasillen" (carta a

Jorge Guillén, enero 1927) y en público: "Yo no soy

gitano...Mi gitanismo es un tema literario y un libro. Nada

más." (entrevista a E.Giménez Caballero La Gaceta

literaria,15-XII-1928).

De ahí también la exacta definición en términos

positivos: "...lo llamo gitano porque el gitano es lo más

elevado, lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo

más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la

sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal".

Definitivamente es "un libro antipintoresco, antifloklórico,

antiflamenco", con "un solo personaje que es la Pena".

(Conferencia-recital, 1933).

Sin duda, Lorca concibe a los gitanos como depositarios

del arte andaluz, y como poseedores de un "modo de ser", no

de una esencia; en suma, se sirve de este tema por "pasión

de artista", como ya advirtió hace cincuenta y cinco años

Andrés Soria Ortega. Su insistencia -hasta la tozudez-

expuesta en términos de la "Estética de la recepción",

consiste en subrayar una y otra vez la "distancia estética"

que su obra pone en juego para generar un "cambio de

horizonte" respecto de la expectativa preexistente respecto

del género "Romancero" y respecto de la poética de la

vanguardia.

Injerto de tradición revisada a la luz de la

vanguardia, el experimento se mueve por una banda muy

estrecha, y por lo mismo muy resistente a análisis sumarios.

Resistente sobre todo a quienes sólo quieren ver en Lorca a

un poeta de "mitos", no de "ideas", a un poeta del "mundo

primitivo, elemental". En ese caso, el gitano, como enfant

de la nature, sería la expresión directa del alma del poeta,

de su mundo de violencia y erotismo (López Morillas en I.M.

Gil 1973), con toda su carga de antropología y psicología

profunda. Pero no cabe reducir el poemario a una clave

única. El proceso metafórico, muchas veces, se basa en

referentes concretos: "Dios te salve, Anunciación,/ bien

lunada y mal vestida" (con obvia referencia a la iconografía

de la Purísima, que pisa la luna); otras veces el romance es

muestra de finísima ironía: tal la anécdota de La casada

infiel, narrada en el tono justo de una bravata entre amigos

machistas:

Fue la noche de Santiago y casi por compromiso"

...me porté como quien soy, como un gitano legítimo

otras reinventa una épica como en Reyerta o Prendimiento de

Antoñito el Camborio en el camino de Sevilla, donde se alude

al héroe por su linaje, como en los romances viejos, aunque

sea para lamentar el fin de una estirpe:

Si te llamaras Camborio, hubieras hecho una fuente

de sangre con cinco chorros. Ni tú eres hijo de nadie, ni legítimo Camborio.

¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos! Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo.

El romance renueva la tradición de Góngora, el Duque de

Rivas, Zorrilla y Juan Ramón Jiménez. No cabe reducir a

clave única ningún nivel de significación: ni la burla, ni

la ironía, ni la épica, ni el mito con que se abre el

poemario (Romance de la luna, luna). El rapto del niño

gitano por la luna llevó a un historiador de las religiones,

Ángel Álvarez de Miranda (1963) a afirmar (a propósito de

este poema y de otros varios aspectos de su obra, que "el

contenido "esencial" de los "poemas" de Lorca es una

recaída, espontánea e inconsciente, en los mitologemas

característicos de la religiosidad naturalística" donde la

luna es considerada una diosa que rige los destinos de la

tierra, porque es un planeta que cambia tal como cambia la

tierra, seca en invierno, llena de frutos en verano.

En suma, desde el mito a la iconografía cristiana,

desde la imagen conceptista a la burla, el libro encierra un

microcosmos, un mundo en constante metamorfosis, donde el

hombre está a merced de fuerzas oscuras, y al mismo tiempo

lleno de vitalidad y sensualidad, movido por el deseo, por

el "ansia sin objeto" ("por los ojos de la monja/ galopan

dos caballistas"). Quizá todos los elementos se sintetizan

en el Romance sonámbulo, tras el pórtico inolvidable de los

versos "de máxima precisión equívoca" (Francisco García

Lorca): Verde que te quiero verde.

Por los mismos años en que se gesta el Romancero, Lorca

está experimentando en otro registro, el de los alejandrinos

de la Oda a Salvador Dalí (1926), un poema inseparable de su

amor por Dalí y de su debate con el pintor catalán (Soria

Olmedo 2007), que se refleja también en La imagen poética de

don Luis de Góngora. Ambos textos gravitan sobre los

conceptos correlativos de constructivismo cubista y de

metáfora. En el poema, a la métrica severa de los

alejandrinos responde el léxico del frío y la distancia, de

modo que el poema es a un tiempo ejercicio de ascesis

poética contra las pasiones oscuras e ilustración del

dominio de la naturaleza por el arte, o mejor, de la

armonía entre ambos términos: "Una rosa en el alto jardín

que tú deseas./ Una rueda en la pura sintaxis del acero".

Este equilibrio, basado en el ejercicio de la voluntad, se

extiende tanto a los objetos industriales del repertorio

vanguardístico ("pura sintaxis del acero") como a los

elementos de la naturaleza ("Siempre la rosa...norte y sur

de nosotros"). Entre otras cosas, el poema glosa la actitud

cubista, común a poesía y pintura, de definir, contar y

medir, de someter lo natural a lo geométrico (frente a la

retórica impresionista de la sugestión): "Los pintores

modernos en sus blancos estudios /cortan la flor aséptica

de la raíz cuadrada"..."un deseo de formas y límites nos

gana"..."Ancha luz de Minerva, constructora de andamios,

/donde no cabe el sueño ni la flora inexacta".

En 1928 publica también las liras de la pesimista

Soledad, escrita para conmemorar el IV Centenario de fray

Luis de León, así como parte de la ambiciosa Oda al

Santísimo Sacramento del Altar. Los alejandrinos se reparten

en una "Exposición" (la del Corpus Christi: "Vivo estabas,

Dios mío, dentro del ostensorio") y tres secciones,

dedicadas a los tres enemigos del alma, "Mundo", "Demonio" y

"Carne". En "Mundo", las imágenes violentas del escenario

urbano ("la gillete descansaba sobre los tocadores/ con su

afán impaciente de cuello seccionado") describen un caos

desolado donde sólo "tu Sacramento de luz en equilibrio"

puede dar consuelo y apaciguar la angustia. También la

"Alegrísima Forma" vence "al enemigo bello de las mil

calidades", como el Cuerpo de Cristo triunfa sobre la carne

mortal. En el vocabulario, teñido de resonancias

homoeróticas:

Es tu cuerpo, galán, tu boca, tu cintura, el gusto de tu sangre por los dientes helados.

Es tu carne vencida, rota, pisoteada, la que vence y relumbra sobre la carne muerta

compite Lorca con un poema extraordinario de entonces, El

Cristo de Velázquez de Unamuno.

A pesar de la disciplina métrica, la religiosidad

agónica y la libertad de las imágenes se internan ya en la

citada "manera espiritualista", igual que los poemas en

prosa (1927-1928): "Es preciso romperlo todo para que los

dogmas se purifiquen y las normas tengan nuevo temblor, se

dice en Nadadora sumergida, mientras en Santa Lucía y San

Lázaro "las oscuras fisiologías del cuerpo" predominan sobre

"el exterior de las cosas", y los Amantes asesinados por una

perdiz ("Se querían. Se amaban. A pesar de la ley de la

gravedad") presentan un pansexualismo que reaparecerá en El

público. En suma, se detienen en "la irrisión de las normas

sociales, la burla lacerante, el espectáculo de la crueldad

del mundo, que machaca y destruye la conciencia, la falta de

sentido de las grandes instituciones sociales" (García

Posada 1982: 18).

El cambio de manera acompaña a una crisis sentimental,

que se agrava por las críticas de sus amigos. Dalí le ha

criticado Canciones por falta de vanguardismo, y sobre todo

el Romancero gitano, por la misma razón ("...Tú quizás

creerás atrevidas ciertas imágenes, pero yo puedo decirte

que tu poesía se mueve dentro de la ilustración de los

lugares comunes más estereotipados y más conformistas-...").

Tanto él como Buñuel se han convertido ferozmente a los

modos provocadores del surrealismo francés. En el invierno

de 1929 escriben el guión de Un chien andalou.

Lorca no dejará sin respuesta esas críticas. Para

hacerles frente le va a servir una circunstancia

excepcional: el viaje a Estados Unidos y el encuentro con la

gran ciudad, no París, sino una ciudad mucho más imprevista

y prometedora entonces: Nueva York.

Poeta en Nueva York

La historia textual de Poeta en Nueva York es

especialmente complicada por las distintas intenciones de su

autor entre 1930 y 1936 sobre qué poemas incluir y cómo

estructurar y titular el libro. Apareció póstumo en 1940.

Las discrepancias entre las dos “primeras” (México, Séneca y

Norton, Nueva York)ediciones de 1940 llevaron a Eutimio

Martín, en 1981, a proponer la división del libro en dos,

Poeta en Nueva York y Tierra y luna y abrió un debate

internacional que ha durado más de una década. El proyecto

de la bipartición no fue definitivo. En agosto de 1935

pensaba en un solo manuscrito, que probablemente copió para

él Rafael Rodríguez Rapún y que dejó en la mesa de José

Bergamín, editor de Cruz y Raya en vísperas de marcharse a

Granada (17 de julio de 1936). El debate se ha cerrado con

la localización de ese manuscrito (Dennis 2000), hoy en el

Archivo de la Fundación Federico García Lorca. Consta de

tres autógrafos, de copias mecanografiadas con

correcciones, algunas autógrafas, de versiones impresas de

cuatro poemas y de una serie de notas indicando dónde se

podían encontrar copias de sus poemas y dónde deberían

insertarse (Maurer ha podido usarlo ya en su edición de

1998).

Poeta en Nueva York desplaza la mirada y la voz hacia

dos terrenos desconocidos: la metrópolis (recuérdese el film

coetáneo de Fritz Lang) y el propio yo. La ciudad gigantesca

es la levadura de un cambio de imaginería que permite poner

en práctica la emoción "desligada del control lógico", y

abrirse al verso libre, casi versículo en ocasiones. Su

asunto es "Nueva York en un poeta", y no busca ser un libro

descriptivo (como no lo era el Romancero gitano), aunque

parta de impresiones inmediatas, las dos que nombra en la

conferencia-recital: "geografía extrahumana y ritmo furioso.

Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede

parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la

vida social, la esclavitud dolorosa de hombre y máquina

juntos, se comprende aquella típica angustia vacía que hace

perdonable, por evasión, hasta el crimen y el bandidaje" (OC

1996 III: 164).

El primer rasgo de ese mundo es carecer de "raíz". De

ahí que un tópico tradicionalmente consolador como el

amanecer se transforme en la renovación de una pesadilla (La

aurora). Pero esa "angustia dibujada" invade también al yo

poético, que ve confusa su identidad (Vuelta de paseo). En

Asesinado por el cielo, el yo inmerso en la ciudad comprende

ahora la imposibilidad del retorno al paraíso, ya sea el de

la infancia ("Aquellos ojos míos de mil novecientos diez/ no

vieron enterrar a los muertos",) o el de un mundo

comprensible racionalmente ("No preguntarme nada. He visto

que las cosas/ cuando buscan su pulso encuentran su vacío").

Al mismo tiempo se le abre la posibilidad del encuentro

con sus semejantes: los negros, los oprimidos, los seres

minúsculos que pueblan la cara oculta de la urbe. El tono se

eleva para urgir a ese encuentro:

Es preciso cruzar los puentes y llegar al rumor negro,

para que el perfume de pulmón nos golpee las sienes con su vestido

de caliente piña.

En cierto sentido, los negros encarnan la imagen

previsible del "buen salvaje" natural ("la sangre no tiene

puertas/ en vuestra noche boca arriba"); sin embargo, lo

determinante del "paraíso de los negros" no es el proyecto

de reconstitución de una Arcadia, sino el carácter simbólico

y apocalíptico de su revuelta ("porque el tuétano del bosque

penetrará por las rendijas"), que se prolonga en una

actualización del viejo tema medieval de la Danza General de

la Muerte, detrás del "mascarón" que viene "del África a New

York" para vengarse de la "ausencia total de espíritu" que

reina en Wall Street:

Que ya la Bolsa será una pirámide de musgo. Que ya vendrán lianas después de los fusiles

y muy pronto, muy pronto, muy pronto. ¡Ay, Wall Street!

Alucinantes "paisajes de la multitud" acosan al poeta,

el cual se debate entre profecías y plegarias ("Sabes que yo

comprendo la carne mínima del mundo/ para poder expresarlo")

en una lucha desigual entre dos mundos y dos voces:

¡Oh voz antigua, quema con tu lengua esta voz de hojalata y de talco!

Sin embargo, la evidencia de la ciudad concreta obliga

a una protesta concreta ("Yo denuncio a toda la gente/ que

ignora a la otra mitad"), no limitada a contrastar desde

fuera la civilización (falsa) y la barbarie (auténtica),

sino extendida al sacrificio del yo, en un gesto común a las

religiones naturalistas y de la tradición cristiana ("y me

ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas." -Nueva York.

Oficina y denuncia.)

Lo religioso y lo social, lo metafísico y lo histórico

se entreveran también en el terrible Grito hacia Roma, donde

el Papa es "un hombre [que] se orina en una/ deslumbrante

paloma" y el mensaje evangélico del Sermón de la Montaña cae

en el vacío:

Los maestros enseñan a los niños una luz maravillosa que viene del monte

pero lo que llega es una reunión de cloacas donde gritan las oscuras ninfas del cólera,

convirtiendo en necesaria la rebelión de "la muchedumbre de

martillo, de violín y de nube", y bajando del cielo el

Padrenuestro, con ecos nietzscheanos: "porque queremos la

voluntad de la Tierra/ que da sus frutos para todos". En

primera persona del plural, el poeta se alinea ahora con una

de las dos mitades que desgarran el mundo, confundiendo su

voz con la de los explotados.

Pero no todo se dirige a la angustia y la rebeldía. Si

la Oda a Walt Whitman aborda el tema arriesgado de la

homosexualidad en términos contradictorios (al oponer "los

confundidos, los puros, los clásicos" a los "maricas de las

ciudades"), ya uno de los dos "valses hacia la civilización"

con que finaliza el libro (Pequeño vals vienés) es un poema

de amor legible en clave homosexual. Su cadencia de música

europea ("Este vals, este vals, este vals,/ de sí, de muerte

y de coñac") preludia la salida liberadora hacia el Paraíso

cubano, "la Andalucía mundial" definida en la conferencia-

recital ("Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa

de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una

leve fosforescencia de pez") y representada por la música

antillana y lopesca del Son de negros en Cuba.

Llanto, Diván y Sonetos

Aún producirá en los años treinta dos obras

fundamentales, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y Diván del

Tamarit, aparte de la serie de los Sonetos de amor oscuro

(no publicados en su totalidad hasta 1983). En los tres

casos vuelve sobre formas y géneros clásicos con la nueva

libertad de su poética madura.

La mayor parte de los sonetos se escribió en Valencia,

en 1935. El título Sonetos del amor oscuro, aunque es sólo

uno entre otros posibles (Sonetos, o Jardín de los sonetos)

es el que ha cristalizado. Lo avanzó Aleixandre, para quien

eran un "prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de

tormento, puro y ardiente monumento al amor", y está en uno

de ellos: Ay voz secreta del amor oscuro. Tampoco es

automática la identificación "amor oscuro" con "amor

homosexual". El propio Aleixandre precisó el sentido de

"oscuro": "Para él era el amor de la difícil pasión, de la

pasión maltrecha, de la pasión oscura y dolorosa, no

correspondida o mal vivida...oscuro por el siniestro destino

del amor sin destino, sin futuro". Para Mario Hernández

(1984) "el amor cantado es oscuro porque se ofrece,

indefectiblemente, asociado a la muerte". En todo caso,

recuerda José Ángel Valente (1976), hay una forma primitiva

de la muerte que es la imposibilidad de engendrar, que puede

unirse a la "naturaleza no germinativa del amor homosexual",

aunque no necesariamente. Lo básico es "la necesidad de

engendrar o reengendrarse, la necesidad de no morir". Lo

oscuro se liga al tema, diseminado por toda la obra

lorquiana, del niño muerto de la propia infancia y del niño

no engendrado. Para Andrew Anderson (1990) oscuro vale por

secreto, íntimo, escondido de la mirada pública ("¡Mira que

nos acechan todavía!"), y por dionisíaco y trágico. Sin

duda, hay una confesionalidad amorosa muy directa. Pero

formalmente está contenida en el molde rígido del soneto,

que asiste a un renacimiento en los años treinta (en Miguel

Hernández, Germán Bleiberg, Juan Gil-Albert).

Así pues, Lorca vuelve a experimentar con la tradición.

Habla en el secular y obligado idioma petrarquista, pero con

una violencia nueva, que extrema las paradojas ("Amor de mis

entrañas, viva muerte") y exige la "presencia y la figura"

sanjuanista, la voz y el cuerpo, con una inmediatez

material, entrañada en el sufrimiento, que presta una

urgencia extraordinaria al viejísimo Carpe diem:

¡Pero pronto! Que unidos, enlazados, boca rota de amor y alma mordida,

el tiempo nos encuentre destrozados. (Soneto de la guirnalda de rosas).

La elegía por la muerte del torero amigo Ignacio

Sánchez Mejías (1891-1934) se escribe muy poco después de la

cogida mortal y se publica en 1935. Lorca se ha acercado al

mundo de los toros en su conferencia sobre el duende ("

Parece como si todo el duende del mundo clásico se agolpara

en esta fiesta perfecta...Es el único sitio adonde se va con

la seguridad de ver la muerte rodeada de la más

deslumbradora belleza") y en un Ensayo o poema sobre el toro

en España (1935): "La inmensa vaca celestial, madre

continuamente desangrada, pide también el holocausto del

hombre y naturalmente lo tiene. Cada año caen los mejores

toreros, destrozados, desgarrados por los afilados cuernos

de algunos toros que cambian por un terrible momento su

papel de víctimas en papel de sacrificadores". Esto es,

García Lorca conoce las resonancias míticas y rituales de la

fiesta.

Pero con la elegía culmina la estirpe secular de poemas

que cantan una muerte, la elegía funeral, y combina esa

nota con otra de carácter épico. De la elegía funeral

conserva todos los elementos genéricos, excepto el ubi sunt:

presentación del acontecimiento, lamento, invitación y

magnificación del llanto, panegírico y consolación (García

Posada (ed.) 1988).

Las cuatro partes del Llanto (término que remite al

"planctus" medieval, como el llanto de Pleberio en La

Celestina, es decir, a la elegía inmediata y personal) están

organizadas, se ha dicho, como una sinfonía, cada una con un

módulo métrico diferente.

La cogida y la muerte se articula en un cantar con un

estribillo obsesionante ("A las cinco de la tarde")

semejante al de Son de negros en Cuba, dividido en tres

subsecciones, presagio-cogida-agonía, escandidas por marcas

temporales: "una espuerta de cal ya prevenida","ya luchan la

paloma y el leopardo". Lo más notable es la fusión de la

cogida y la muerte, en el solo proceso de la lucha de "un

muslo con un asta desolada" en que el toro penetra en el

torero ("El toro ya mugía por su frente").

La sangre derramada se apoya otra vez en un estribillo

brusco, marcado por un "que" narrativo ("¡Que no quiero

verla!") rodeado de silencios, para una estrofa arromanzada

que se va amplificando hasta los decasílabos y

endecasílabos. En la división interna, la invocación de la

luna y de la "vaca del viejo mundo" abre el poema al mito de

la luna que se lleva la sangre de los seres terrestres,

mientras la presencia del héroe, con su nombre (" Por las

gradas sube Ignacio/ con toda su muerte a cuestas") se

asimila a la víctima de las víctimas, Cristo. Por contraste,

el panegírico se queda en lo terrenal. Se articula sobre las

virtudes épicas de la fortaleza y la prudencia:

Como un río de leones su maravillosa fuerza,

y como un torso de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza

donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia.

La serie enumerativa de los versos siguientes:

¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué buen serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas!

nos remite fatalmente al texto con el que dialoga este

Llanto dentro de la serie literaria: las Coplas a la muerte

de su padre de Jorge Manrique:

¡Qué enemigo de enemigos! Que maestro de esforzados

y valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos!

¡Qué razón! Qué benigno a los sujetos! Y a los bravos y dañosos,

¡Un león!

Y la última sección, a la diferencia insalvable entre

el poema cristiano de Manrique, que pone la vida eterna

sobre la vida terrenal y la vida de la fama ("partid con

buena esperanza/ que esta otra vida tercera/ ganaréis") y el

desolado poema moderno ("Pero ya duerme sin fin"). Aunque el

camino de la sangre de Ignacio hasta el Guadalquivir vuelva

a ser análogo al manriqueño ("Nuestras vidas son los ríos/

que van a dar en el mar/ que es el morir") y aparezcan

referencias cristológicas, éstas son negativas ("Que no hay

cáliz que la contenga").

En Cuerpo presente, "Ignacio el bien nacido" está sobre

la piedra insensible (el motivo quizá proceda de "Lo fatal"

de Rubén Darío- "Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo/

y más la piedra dura, porque esa ya no siente"; quizá

también de Ganivet: "Sueño es la vida del hombre/ Sueño es

la muerte en la piedra") que toma la vida y no la devuelve.

La voz, con sus desplantes ("Ya se acabó: ¿qué pasa?")

parece encarnar el escándalo unamuniano ante la muerte.

Todavía parece replicar a Manrique: "Duerme, vuela, reposa:

también se muere el mar".

Alma ausente repite un verso de trágica resonancia

materialista:

porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan

en un montón de perros apagados,

lo cual subraya la única redención posible, el testimonio y

el consuelo de la memoria poética: "yo canto para luego tu

perfil y tu gracia".

Diván del Tamarit tiene la perfección de la madurez.

Ya hemos visto al poeta tratar con todas las versiones de

la vanguardia europea y ponerlas en un contacto fructífero

con los principales géneros y procedimientos de la tradición

hispánica, culta y popular, de los romanceros a la oda, del

flamenco a los versículos de la Biblia, de la escritura

automática al rigor gongorino, de los Cancioneros a la

greguería ultraísta. Siempre ha vencido en la invención

combinatoria, y ahora, con todo ese patrimonio a las

espaldas, hace la jugada maestra de inventarse una tradición

que quintaesencia y subvierte al mismo tiempo el peso del

"alhambrismo" que gravita sobre su ciudad desde el primer

asombro de los románticos europeos y españoles. Todavía en

1936 un acre Juan Ramón Jiménez se atreve a descalificarlo:

"Como lo fueron Zorrilla y Rueda y lo es García Lorca,

Villaespesa fue siempre un alhambrista". No. García Lorca

recoge del propio Juan Ramón la herencia de los maravillosos

Olvidos de Granada (1924) y escribe Diván del Tamarit para

sacudirse la ansiedad de la influencia de Zorrilla, Rueda y

Villaespesa.

Se ha especulado sobre el papel de la poesía árabe en

la construcción del libro. Sabemos que las "sublimes gacelas

amorosas de Hafiz", leídas en las Poesías asiáticas, puestas

en verso castellano por don Gaspar García de Nava, conde de

Noroña (París 1833) le evocaron "nuestros jondísimos

poemas", según dice en la conferencia sobre el canto

primitivo andaluz. Sabemos que leyó los Poemas

arábigoandaluces ,traducidos por Emilio García Gómez (1930)

en la lengua de su generación. De esas lecturas puede venir

alguna sugestión de atmósfera. Pero es el eminente arabista

quien se encargó de advertir la doble originalidad del

proyecto lorquiano, frente a la tradición árabe y frente a

la tradición del orientalismo neorromántico y decadentista

(para acceder al espacio del romanticismo metafísico) en el

prólogo de la nonata edición de la Universidad de Granada

(1934):

"No creo que haya que decir que las denominaciones de

García Lorca -diván, gacelas, casidas- [...] son

arbitrarias. Pero tampoco creo que haya que decir -y mucho

menos tratándose de Lorca- que estas poesías nada tienen en

común con esas llamadas orientales, máscaras literarias de

un carnaval romántico, falsas, vacuas, pintarrajeadas...Los

poemas del Diván del Tamarit no son falsificaciones ni

remedos, sino auténticamente lorquianos."

Queda tan sólo el efecto fascinador de los términos

árabes. Diván significa "colección de poemas". Casidas y

gacelas intercambian las denominaciones en los borradores

del poemario. El Tamarit es el nombre de una huerta vecina a

la de San Vicente y propiedad de unos parientes suyos.

De este modo quiso uncir lo próximo y lo remoto, lo

perdido y lo presente, la Vega y la ciudad, en un paisaje

extraño y familiar al mismo tiempo, análogo al choque con

que se presentan los monumentos árabes a los granadinos:

próximos desde la infancia y al mismo tiempo inescrutables,

definitivamente misteriosos.

Esa Granada limpia de adherencias decorativas, ("Quiero

bajar al pozo,/ quiero subir los muros de Granada"),

esquemática y esencial ("Por las arboledas del Tamarit/ han

venido los perros de plomo") funciona como correlato

objetivo de la intimidad de la voz del poeta, modulada por

tonos de las canciones de amigo ("La muchacha dorada/ era

una blanca garza/ y el agua la doraba"), la tópica

petrarquista ("Verte desnuda es recordar la Tierra") o la

metafórica convulsa del surrealismo, pero siempre compleja e

inconfundible.

Es una voz elegíaca y trágica, donde se condensa el

tema sustancial de su mundo: el deseo incesante, sólo

interrumpido por la catástrofe de la muerte, la dramática

movilidad de ese proceso repetido una y otra vez.

Quizá la expresión más usada, cuando aparece el yo, sea

"quiero" y su contrario, "no quiero": "Yo quiero que el agua

se quede sin cauce", "La noche no quiere venir/ para que tú

no vengas,/ ni yo pueda ir", "Quiero dormir el sueño de las

manzanas", "Quiero bajar al pozo", "He cerrado mi balcón/

porque no quiero oir el llanto", "Yo no quiero más que una

mano,/ una mano herida, si es posible".

El deseo encarna en el cuerpo, con sensualidad

apasionada hasta la violencia ("la sangre de tus venas en mi

boca"). La muerte viene de la mano del tiempo, desde sus

comienzos, desde la infancia ("ni hay nadie que, al tocar un

recién nacido,/ olvide las inmóviles calaveras de caballo").

El tema del niño muerto, procedente de la mitología

romántica, se reitera por el libro. Como en Wordsworth, el

niño es padre del hombre. Necesita morir para engendrar al

adulto, pero genera un "irrenunciable llanto" (José Ángel

Valente): "Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos,/

era, muerto en la orilla, un arcángel de frío". Que es el

llanto por la propia pérdida, como ante el niño ahogado por

el agua que no desemboca:

Quiero bajar al pozo, quiero morir mi muerte a bocanadas, quiero llenar mi corazón de musgo, para ver al herido por el agua.

No hay aceptación de la fatalidad, sino escándalo

trágico. Quizá por eso la cifra de todo el libro -si no de

toda la obra lorquiana- se encierre en esa rosa perfecta que

no es emblema de la fugacidad del tiempo, como en la

tradición barroca ("émula de la llama/ que nace con el

día"), y aun cerca de la rosa de Guillén, "tranquilamente

futura", no se confunde con ella. Nos hace pensar en la

"Rosa de Nadie" de Paul Celan, que florece en la Nada ("una

Nada/ éramos,/ somos,/ seremos, floreciendo:/ la rosa de

Nada, -la/ Rosa de Nadie"). Pero la rosa de García Lorca

ocupa un lugar único:

la rosa, no buscaba la rosa. Inmóvil por el cielo buscaba otra cosa.