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PATERNIDAD ESPIRITUAL

JORGE HIMITIAN1

Condarco - Zona 3. Sábado 6 de julio de 2002.en la reunión para obreros y discipuladores.

1 - ¿QUÉ ES LA PATERNIDAD ESPIRITUAL?

La paternidad espiritual es un tema muy querido por el corazón de Dios, pues Dios es padre. Quisiera definir de un modo muy simple lo que es la paternidad espiritual:

Dios quiere ser Padre a través tuyo y a través mío.

Dios quiere ser padre de todos. Además de relacionarse con todos sus hijos mediante el Espíritu Santo, él quiere hacerlo también a través de nuestro. El quiere ejercer su función paternal sobre sus hijos menores, mediante sus hijos más crecidos. Es como los padres de una familia numerosa que antes de irse de viaje encargan a los hijos mayores ejercer la función de padres. Y, para que todos queden bien atendidos, encargan a cada uno de los hijos mayores la responsabilidad específica de cuidar a alguno de los menores.

Recordemos que Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor, el buen pastor su vida da

por las ovejas” (Juan 10.11). Sin embargo, antes de irse al cielo, le dijo a Pedro: “¿Me

amas?... apacienta mis corderos... pastorea mis ovejas” (Juan 21.15-17). Hay corderos y ovejas que necesitan ser pastoreadas. El buen pastor es Cristo.

Pedro, desilusionado de sí mismo por su fracaso, había vuelto a la pesca, a su antiguo oficio. Jesús lo llamó de nuevo y le encomendó la tarea de cuidar a los corderos y ovejas del Señor. El que en realidad quería apacentar a esos corderos y ovejas era Cristo, porque él es el pastor. Pero su propuesta era hacerlo a través de Pedro.

Lo que el Señor nos pide es que le entreguemos nuestro cuerpo. Él no necesita

nuestra sabiduría, no quiere nuestros pensamientos o nuestras ideas. No le interesa nuestro sacrificio, pues su palabra dice: “Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me

preparaste cuerpo” (Heb.10.5). Significa que no es cuestión de activismo, que cada uno se “mate” para hacer la obra de Dios. No. Él quiere que le entreguemos nuestro cuerpo, y él pondrá en nosotros la palabra, las ideas, la oración, la enseñanza. Él pastoreará a sus ovejas a través nuestro. Esta es, a mi criterio, la definición del concepto de paternidad espiritual. En el concepto de paternidad están incluidas también las madres. Las reuniones de padres en los colegios abarcan tanto a los padres como a las madres. Cuando hablamos de paternidad espiritual, estamos hablando de paternidad y maternidad. Pablo 1 Pastor de la Comunidad Cristiana de Capital Federal, Argentina, y miembro del grupo apostólico en Argentina.

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mismo usa esa expresión en 1 Tes. 2.7 y 11. El se compara con una madre en el versículo 7 y con un padre en el versículo 11. Hay dos clases de paternidad: la natural y la espiritual. La paternidad natural es el orden que Dios estableció para la reproducción de los seres vivos. ¿Cómo se forma un pueblo? ¿Cómo se forma la sociedad, la humanidad? Dios les dio vida a Adán y a Eva y la capacidad de reproducirse. “Fructificad y multiplicaos...” fue el mandato divino. El ciclo de todo ser vivo es nacer, crecer, multiplicarse y morir. La paternidad espiritual es similar. En el orden espiritual también nacemos (el día que nos entregamos al Señor y nos bautizamos), crecemos y nunca morimos... ¡pues tenemos vida eterna! Pero, según el plan de Dios, falta algo. ¿Qué es? Fructificar, multiplicarnos, tener hijos espirituales. Y estos son frutos que permanecen para vida eterna. Es así como se forma el pueblo de Dios. Si cada uno de nosotros tenemos hijos espirituales, y si cada hijo espiritual a su vez crece y se reproduce, la proyección es muy grande. Se va formando el gran pueblo de Dios. ¿Cuánto tiempo hace falta para que una persona que ha nacido llegue a ser padre? Físicamente, por lo menos unos 20 años. ¿Y cuánto tiempo se necesita, según parámetros bíblicos, desde la conversión hasta llegar a ser un padre espiritual? Sólo en tres años, los apóstoles pasaron de simples pescadores y pecadores, a ser los padres espirituales de la iglesia. Cuando Pablo llegó a Efeso encontró a doce semi-discípulos. Después de tres años, al irse de allí, dejó una gran comunidad de discípulos con varios pastores. Así que en tres años algunos de esos convertidos llegaron a ser los pastores de la iglesia. Es decir, que a su vez se convirtieron en padres espirituales. El tiempo necesario para desarrollarse y llegar a ser un padre espiritual no es tan largo como el tiempo que se requiere en el orden físico. El desarrollo espiritual de un discípulo no depende meramente que transcurra el tiempo cronológico. A algunos les pasan los años sin que crezcan espiritualmente. Tras años de cristianismo, siguen siendo niños. Tal como lo describe Hebreos 5.12-14: “Porque debiendo ser ya maestros,

después de tanto tiempo...” En menos tiempo, otros crecen mucho más, porque tienen una sed tremenda de Dios. Tienen un padre espiritual cerca, asimilan bien la enseñanza, creen, obedecen y crecen. Algunos, en un año ya están firmes y fuertes. Tienen discípulos, es decir, hijos espirituales. El principio de la paternidad espiritual no es un tema nuevo entre nosotros. Los que somos más antiguos, necesitamos reafirmarlo y volver a practicarlo. Los más nuevos necesitan captar mejor esta visión a fin de ejercer esa función con mayor convicción. No hace mucho Víctor Rodríguez recibió esta palabra de parte del Señor: “Es necesario

que marquen de nuevo la cancha”. Una cancha de fútbol está marcada con líneas blancas de cal. Cuando llueve se hace barro y de tanto pisotear se borran las marcas. Entonces es necesario trazarlas de nuevo. Estas cosas sobre las que estamos hablando, nos fueron enseñadas por Dios hace años cuando experimentamos la renovación espiritual. Muchos pastores de distintas denominaciones no nos entendieron en aquel tiempo porque salía de sus esquemas y costumbres. El funcionamiento tradicional era un púlpito – una congregación. Todo se centralizaba en la reunión dominical en el “templo” y en el pastor. La visita pastoral a los miembros de la congregación podría llegar a ser unas dos o tres veces al año. Por

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ejemplo, si alguno se enfermaba o tenía alguna dificultad especial, quizás recibía alguna otra visita.

Fue en esa época y en ese contexto que Dios nos mostró el principio de la paternidad espiritual. Entre nosotros, lo llamamos discipulado. Aprendimos que el púlpito y la reunión general son insuficientes para edificar la iglesia como corresponde.

Esta revelación nos cambió. Nos revolucionó. Al principio, no fue fácil hacer los cambios. Sin embargo, con la ayuda de Dios, los cambios se hicieron. Hoy, después de 34 años, este mismo principio lo están abrazando casi todas las denominaciones. Nosotros, en cambio, estamos flojos en practicarlo. Por todas partes se habla de grupos de hogar, de células, de discipulado. Gracias a Dios, porque todo lo que es de Dios finalmente prevalece. Recuerdo bien la forma en la que fuimos criticados y resistidos en aquél tiempo. Una vez un pastor pentecostal nos dijo: “Si yo hago eso que hacen ustedes, se me desparramaría toda la congregación”. No podía concebir otra forma de trabajo que el que tradicionalmente había conocido. Hoy, gracias a Dios, este principio se ha extendido por todo el mundo. Incluso muchas grandes iglesias se dieron cuenta de que es la única forma de contener a la gente y edificarla efectivamente. Nosotros necesitamos reafirmar este principio, y volver a practicarlo con convicción firme, con mayor gracia y con mejores criterios que en el pasado. 2 – LOS TRES NIVELES DEL DESARROLLO ESPIRITUAL 1 Juan 2.12-14 “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su

nombre.

Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio.

Os escribo a vosotros jóvenes, porque habéis vencido al maligno.

Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre.

Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio.

Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece

en vosotros, y habéis vencido al maligno”.

El apóstol Juan llama de tres maneras a los destinatarios de su carta: hijitos, padres y jóvenes.

¿Quiénes son los hijitos? Cuando no comprendíamos el principio de la

paternidad espiritual pensábamos que se estaba refiriendo al niños de la escuela dominical. Y al decir “jóvenes”, a la juventud de la iglesia. Y “padres”, a los adultos. Entonces, ¿a quiénes se refiere cuando dice “hijitos”? A aquellos que son bebés espiritualmente hablando. Un hijo pequeño, uno que recién nació, un discípulo nuevo. Uno que sabe que sus pecados han sido perdonados por su nombre y saben que ahora Dios es su Padre. El hijito crece y llega a ser joven. Todo hijito necesita un padre espiritual.

¿Qué es un joven? “Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al

maligno” dice en la mitad del v. 13, y en v.14 en la segunda parte dice: “Os escribo a

vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y

habéis vencido al maligno”. Joven es aquel que creció, que ahora es fuerte, que tiene la

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palabra morando en él. El ha sido adoctrinado, discipulado, enseñado. El hijito está aprendiendo. Toma la leche espiritual. Pero el joven ya tiene una vida de victoria, tiene estabilidad, tiene fuerza, y tiene la palabra morando en él y vence al maligno. ¿Cuál es la diferencia entre un joven y un padre? La diferencia es que el padre tiene hijos. En el orden físico, un niño no puede ser padre. En el orden espiritual, tampoco. El hijito no puede engendrar, pero un joven ya está en condiciones de hacerlo. Ya tiene la palabra morando en él y esa palabra es la simiente. Por eso ya puede engendrar: porque tiene la palabra en él. El plan de Dios es este:

- Que todos los hombres nazcan de nuevo para ser nuevas criaturas en Cristo - Que cada nueva criatura crezca y llegue a ser joven - Que cada joven llegue a ser padre de hijos espirituales

3 – EL EJERCICIO DE LA PATERNIDAD EN PABLO Filemón v.8-14 “Por lo cual, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que

conviene, más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo y anciano, y ahora,

además, prisionero de Jesucristo; te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en

mis prisiones, el cuál en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil, el

cual vuelvo a enviarte; tú, pues, recíbele como a mí mismo. Yo quisiera retenerle

conmigo, para que en lugar tuyo me sirviese en mis prisiones por el evangelio; pero

nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuese como de necesidad,

sino voluntario”.

Hace algunos domingos, Juan Manuel Montané habló sobre la paternidad espiritual y tomó este hermoso ejemplo de la relación paternal de Pablo con Onésimo.

Onésimo era esclavo de Filemón. Parece ser que le robó y se escapó de la casa. Posiblemente haya sido sorprendido en otras fechorías y por eso lo metieron en la cárcel. Y vaya que casualidad, cayó en la misma celda donde estaba Pablo. El Apóstol hizo lo de siempre: predicar el evangelio a toda criatura. El decía “Sufro...prisiones a

modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa”. (2da. Tim.2.9). Así fue como este compañero de prisión fue evangelizado. Onésimo, un hombre inútil se encuentra con la palabra del Señor a través de Pablo y se convierte en discípulo de Cristo. Por eso Pablo dice: “mi hijo Onésimo, a quién engendré en mis prisiones”. No solo lo engendró. Evidentemente lo discipuló, lo crió, le enseño, lo corrigió, lo instruyó, lo educó espiritualmente como a un hijo y entonces lo envía.

Una vez cumplida la condena, Onésimo fue enviado por su padre espiritual a la casa de su antiguo amo, Filemón, a reconciliarse. A confesar sus faltas, a pedir perdón... No hay detalles que nos expliquen cómo Pablo engendró a Onésimo. Imaginamos que habrá sido durante días de oración y clamor pidiendo a Dios que hiciera la obra. Y Dios

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lo hizo. Onésimo fue engendrado allí en la prisión por la palabra de Dios a través de Pablo. Este es un claro ejemplo de lo que es la paternidad espiritual.

Hay otras referencias. En Filipenses 2.22 (Pablo habla de Timoteo) “Pero ya

conocéis los mérito de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio” Esto, a la vez, nos enseña otro principio, que los hijos en la medida que crecen, trabajan junto con su padre espiritual en la obra del Señor.

Pablo, al escribirle a Timoteo, dice: “Verdadero hijo en la fe” (1 Tim.1.2).

“A Timoteo, amado hijo” (2 Tim.1.2) . “Tú pues hijo mío, esfuérzate en la gracia que

es en Cristo Jesús” ( 2 Tim. 2.1). Lo mismo, a Tito: “A Tito, verdadero hijo en la

común fe” ( Tito 1.4). 4 – UNA APARENTE CONTRADICCIÓN BÍBLICA

Todo lo que hemos dicho hasta aquí parecería presentar una aparente

contradicción con lo que dice Juan 1.12-13: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de

ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de

carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.

¿Onésimo es hijo de Pablo o de Dios? ¿Quién lo engendró? ¿Pablo o Dios? En realidad la contradicción es sólo aparente, pues lo engendró Pablo por medio de Dios que estaba en él. O podemos decir que lo engendró Dios a través de Pablo. Entonces es lo que afirmábamos antes: Dios quiere engendrar a través nuestro. Quiere ser padre y criar o discipular a algunos de sus hijos por intermedio nuestro. Otro texto que presenta una aparente contradicción en esta misma línea es lo que dijo Jesús en Mateo 23.8-12: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí (qué es Rabí, Maestro); porque uno es

vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro

a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis

llamados Maestro, porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es el mayor de

vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se

humilla será enaltecido”.

Como conciliamos estas palabras de Jesús con pasajes como el de 1 Corintios 12.28 “Y Dios mismo puso en la iglesia, a unos apóstoles, a otros profetas, y a otros

maestros...”. O el de Efesios 4.11 que dice: “ Y él mismo constituyó a algunos

apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros”.

La contradicción es sólo aparente, pues Jesús no dice “no seáis padres”, sino “no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra”. No dice que no seamos maestros, sino que no queramos que nos llamen maestro, o pastor, o discipulador.

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Al dirigirse a sus líderes espirituales, los miembros de muchas iglesias evangélicas le dicen “pastor”, que es lo mismo que decir “maestro”. Los católicos llaman padre al sacerdote. Todo está mal según las instrucciones del Señor.

Cuando comprendimos estas cosas, tuvimos que corregir esa costumbre de que nos dijeran continuamente: “Pastor, escúcheme”, “Pastor Jorge...” Tuvimos que instruir a nuestros hermanos y decirles: “Me llamo Jorge y no pastor”. El ser pastor o maestro es una función que hay que ejercer, no es un título. Cuando uno dice: “fulano

es mi padre espiritual”, no está mal dicho, pues está describiendo esa función. Cuando decimos mi padre espiritual es fulano, está bien. Pero cuando nos dirigimos a aquel que es nuestro padre espiritual no le debemos decir “papá”. Eso crea el culto a la personalidad y empieza producir distorsiones en nuestra relación como hermanos. Entonces, la conclusión es que la paternidad espiritual existe y hay que ejercerla sin hacer de ella un título.

Pablo, en 1 Corintios 4.17, escribe: “Por esto mismo os he enviado a Timoteo,

que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de

la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias”. Pablo llama claramente a Timoteo “mi hijo”. Pero Timoteo al dirigirse a Pablo nunca le dice “padre”.

Hay una frase clave en 1 Cor.4.15: “Porque aunque tengáis diez miayos

(niñeros, tutores, maestros) en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús

yo os engendré por medio del evangelio”. Y está escribiendo a una iglesia. Allí pueden venir Pedro, Apolos, u otros a enseñar. Uno planta, otro riega, el crecimiento lo da Dios. Pero, Pablo les dice “yo os engendré por medio del evangelio”. La frase importante es “en Cristo Jesús”. Es como decirles, “Dios los engendro a través mío. No fui yo, Pablo. Fue en unión con Cristo, Cristo en mí, y yo en Él”. 5 - ¿QUIÉNES PUEDEN Y DEBEN SER PADRES ESPIRITUALES? Efesios 4.11-12 “Y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a

otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio,

para la edificación del cuerpo de Cristo”.

Algunos piensan que los padres espirituales deben ser solamente los pastores, los maestros, o alguno de estos ministerios. Este texto está señalando otra cosa, que los apóstoles, profetas, evangelistas y pastores-maestros están puestos en la iglesia para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo. La palabra “perfeccionar” -en el griego katartismos-, significa capacitar, formar, entrenar, preparar. Quiere decir que los que tienen que hacer la obra son los santos. Y la función de los pastores y de los otros ministerios es capacitar, entrenar, formar a los santos para que hagan la obra del ministerio. Ministerio quiere decir servicio. Esto significa que todos los santos deben estar involucrados en la tarea o en el servicio de la edificación del cuerpo de Cristo.

¿Cómo se edifica el cuerpo de Cristo? La edificación se realiza de dos maneras:

engendrando hijos espirituales y criándolos o edificándolos en la fe. Es así como

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crece el cuerpo de Cristo que es la iglesia. De modo que nuestra función pastoral consiste en capacitar a los santos y formar a los obreros para que cada santo crezca, deje de ser niño, llegue a ser joven y se reproduzca. Es decir, sea padre, engendre hijos espirituales y se ocupe de formarlos y discipularlos en el Señor. Hemos dicho que la edificación de la iglesia se da de dos maneras: Por la conversión de los pecadores y la edificación de los convertidos. Si no tenemos conversiones, no tenemos a quien edificar y discipular. También es un problema si tenemos conversiones y no tenemos padres espirituales que se ocupen de los nuevos.

¿Cómo se convierte la gente? Por más vuelta que le demos al asunto, la evangelización personal es el elemento decisivo. Podemos hacer campañas, programas radiales o televisivos. Pero nada puede suplantar la necesidad del contacto y la responsabilidad personal. Finalmente alguien tiene que acercarse y relacionarse en forma personal, aún en las campañas. El éxito de una campaña depende de que cada uno lleve a aquel a quien está evangelizando. Este es un asunto fundamental, pues aún cuando la gente llegara masivamente a reuniones donde sucedan milagros y maravillas luego alguien, de un modo personal, debe ocuparse de cada uno. Nuevamente la paternidad espiritual se vuelve algo vital e indispensable.

6 – EL VALOR DE LOS TRES CÍRCULOS DE COMUNIÓN - La reunión congregacional - El grupo chico - El discipulado personal El valor de la reunión congregacional. Cuando todos los hermanos que conformamos la congregación nos reunimos, ya sea los domingos o varios veces en la semana, lo hacemos para dar culto a Dios. Allí esta la presencia de Dios. Hay alabanzas, oraciones, profecías, revelaciones, testimonios, doctrina, kerigma, palabra de Dios y comunión. La reunión congregacional es muy importante, pero sólo con eso la iglesia no es edificada debidamente.

El valor de pertenecer a un grupo chico. Hemos aprendido de la iglesia del Nuevo Testamento la importancia del grupo chico. Ya sea que la llamemos grupo de hogar, grupo familiar, célula, o de alguna otra forma. Al principio la llamábamos células, pero cuando llegó el tiempo de la guerrilla y del proceso militar, como los guerrilleros hablaban de células, decidimos borrar esa terminología de entre nosotros ya que en ese momento era muy peligroso. Y empezamos a hablar de grupo familiar, grupo de hogar o grupo de discipulado. El término no interesa. Pero qué importante es que toda la congregación esté integrada en pequeños grupos. Eso permite conocerse el uno al otro, llorar con el que llora, reír con el que ríe, saber de las necesidades específicas de cada uno para orar. Permite una mayor participación de cada uno. Hay cosas que se logran en un grupo chico que no se pueden lograr en una reunión congregacional. También allí se puede enseñar de un modo más dinámico y participativo. Hay espacio para preguntas, comentarios, hay otra interacción. Fue muy importante descubrir en la Biblia y en la práctica el valor del grupo chico. Nosotros no inventamos nada. Fue Dios quien nos abrió los ojos y nos mostró ese principio.

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El valor y la importancia del discipulado personal. Cuando no hay discipulado personal no se llega a fondo con los discípulos. Todos tenemos la necesidad de abrir nuestro corazón, de ser escuchados. El discipulado permite esa ayuda más personal. Permite tener un conocimiento más profundo de la persona, el poder escucharla y comprenderla, a fin de ministrar sobre su necesidad específica. Allí se da la enseñanza y la formación, el andar en luz. Es en esa relación que se ejerce la paternidad espiritual. El año último quedé maravillado al conocer a un siervo del Señor en Brasil. Se llama Abe (Abraham) Huber. Es hijo de un misionero nazareno. Vive en la ciudad de Santarem, cerca de la desembocadura del río Amazonas, bien al norte del país. Hace unos diez años, su hermano Lucas, que era el pastor principal de la obra, murió en un accidente aéreo al caer su avioneta. Abe, siendo bastante joven, tuvo que asumir la responsabilidad pastoral allí. Dios les enseñó el principio del discipulado uno a uno. Comenzaron a enseñarlo y a practicarlo. La congregación experimentó un impresionante crecimiento explosivo. Cuando yo lo escuchaba, me decía: “Pero si son los mismos principios que Dios nos mostró a nosotros ¿Y que pasó que nos quedamos?”.

La ciudad de Santarem y sus alrededores tiene unos 280.000 habitantes, y aunque para Brasil es una localidad pequeña, es la principal metrópoli de aquella región. Ellos tenían una congregación de unos cuantos cientos de miembros. Hoy, después de diez años tienen 22.000 discípulos, y todos siendo discipulados uno a uno, además de estar en un grupo de hogar. En el casco central de la ciudad tienen 8000 discípulos y en el gran Santarem el resto. Abe me dijo: “yo también estoy relacionado con alguien que cuida de mí, y con él me reúno por lo menos una vez por semana para ser ministrado, y le confieso mis problemas, mis pecados, mis luchas, y soy ayudado y cubierto” . Toda la iglesia relacionada en un discipulado personal. Lo descubrieron más tarde que nosotros pero nos pasaron.

En armenio o en turco hay un dicho: “las astas pasaron a las orejas”. Este refrán se refiere al ciervo, que cuando es un pequeño bambi, lo más alto sobre su cabeza son sus orejas, pero cuando crece, le van creciendo las astas, hasta que su largo supera con creces a las orejas. Estos hermanos que descubrieron mucho después que nosotros el principio de la paternidad espiritual o del discipulado nos ‘requetepasaron’. Este año estuve nuevamente con Abe en San Pablo. Ministramos juntos en un retiro, dormimos en la misma pieza. Puedo decirles que Abe es un hombre de Dios, un hombre de oración, un hombre muy precioso, y con una tremenda pasión por Jesús y por los perdidos. Discipulado personal. Si todos hacemos un poco todos estarán bien cubiertos.

Hace muy poco estuve en Porto Alegre. Hacía doce años que no estaba allí para ministrar a la iglesia. Ellos, habiendo comenzado hace muchos años al igual que nosotros, también tuvieron un período de debilitamiento en cuanto al discipulado, pero en los últimos tres o cuatro años retomaron todo con nuevo vigor y fe. La comunidad en Porto Alegre tiene hoy unos 1600 discípulos. El sábado que estuve allí, tuve que predicar en una reunión con 400 discipuladores. O sea, con 400 hermanos y hermanas que están ejerciendo una paternidad espiritual sobre por lo menos un discípulo para guiarlo y ayudarlo en su crecimiento. Volvieron al discipulado.

7 - ¿QUEREMOS SER PADRES ESPIRITUALES?

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Esta es la gran pregunta que debemos responder cada uno. Los que somos padres

sabemos que la vida es mucho más fácil y más cómoda sin hijos. En el año 1979 estuvimos en una congregación bien renovada en la ciudad de

Rochester, EEUU. Me llamó la atención observar que siendo una congregación con muchos matrimonios jóvenes no había niños. Pensé que quizás los tendrían en una sala especial para ellos. Los que estábamos de visita éramos seis: Orville Swindoll, Eduardo Dúo, Guido Micozzi, Lito Ducasa, Gerardo Vetta y yo. Swindoll me pidió que predicara. El hizo la presentación de cada uno de nosotros y se le ocurrió decir: “Eduardo Dúo es ingeniero, pastor y padre de cuatro hijos”. La congregación al oír que era padre de cuatro hijos, se sonrió. Orville siguió presentando a Guido Micozzi: “...padre de cuatro hijos”. Risas. “Lito Ducasa, ...padre de cuatro hijas” (Hoy tiene seis). Más risas. “Gerardo Veta...seis hijos”. Las risas aumentaron. “Yo soy Orville Swindoll, y soy padre de cuatro hijos”. Ya era una risotada. “Y hoy nos va a predicar Jorge Himitian, padre de cuatro hijos preescolares”(entonces tenía cuatro). Ya las risas eran descontroladas. En realidad, yo no entendía por qué se reían tanto. Les confieso una intimidad pastoral. Como pastores, uno de nuestros conflictos es saber en cada ocasión qué debemos predicar. A mí esto a veces me angustia bastante. ¿Señor, qué es lo que querés que hable? ¿Qué querés decir hoy a esta congregación? Aquella, era la única noche que estaríamos allí, y yo era el responsable de dar el mensaje. Había sentido antes que debía predicar sobre el propósito de Dios para la familia. Esto me parecía un tanto extraño, pero obedecí al impulso interior que había sentido. Les hablé por más de una hora de que los discípulos de Cristo nos casamos para tener hijos y criarlos para Dios, y cooperar así con su propósito eterno en tener una familia de muchos hijos semejantes a Jesús.

Cuando terminé de predicar no había risas sino quebrantamiento. Muchos se acercaron para confesar que no querían tener hijos porque la vida con hijos es más complicada. La mayoría no tenía hijos. Un matrimonio se acercó a decirme: “tenemos un solo hijo, y por accidente, y habíamos decidido no tener más”. Se estaba produciendo una comunidad sin hijos, ya sea por comodidad, por temor al futuro de un mundo incierto, o por lo que fuera. Al final del mensaje me quedó bien confirmado que eso era lo que el Señor quería decirles a esa congregación.

Por eso, al hablar de paternidad espiritual, me parece muy pertinente hacer la pregunta: ¿queremos realmente ser padres espirituales? Los que somos padres sabemos que es complicado tener hijos. Es cansador y difícil. Si querés una vida cómoda, no tengas hijos. Aquella noche en Rochester esa gente se quebrantó. Cuatro años después el pastor de esa iglesia nos visitó en Buenos Aires y me dijo, en tono de broma: “Usted no sabe lo que hizo. Ahora la congregación está llena de bebés. Esos matrimonios se arrepintieron en serio. Ahora usted tiene que volver para hablarnos sobre la crianza de los hijos”.

La necesidad de la paternidad espiritual es algo aún más serio. En este caso, no

se trata de tener hijos porque es lindo tenerlos. La personas ya existen y están perdidas. Son como ovejas sin pastor y Dios quiere salvarlas y ser padre de ellos a través nuestro. Dios no quiere que nadie se pierda. Él hizo lo máximo para que todos sean salvos. Dios quiere dar a cada persona la oportunidad de la salvación.

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8 - ¿CÓMO SE ESTABLECE LA RELACIÓN PATERNAL?

Hay dos clases de hijos. Esto no es para hacer una diferencia sino para explicar como se dan los diferentes procesos. Unos son los hijos espirituales que nosotros mismos engendramos en Cristo. Son los hijos para los que Dios nos usa para su conversión. Les predicamos, oramos por ellos y finalmente se convierten. Como sucedió con Pablo y Onésimo.

Otros son los hijos “adoptivos”. Son aquellos que se han convertido y andan

sueltos. Nadie se ocupa en discipularlos y de algún modo, al relacionamos con ellos comenzamos a ayudarles en su crecimiento espiritual. Y así se va estableciendo una relación firme y permanente.

También están aquellos que han tenido una experiencia o un acercamiento a

Dios, pero que tienen una “conversión incompleta”. Dios nos usa para guiarlos a una verdadera conversión. Como le pasó a Pablo cuando llegó a Efeso. Allí el apóstol encontró a doce semi-discípulos, y los guió a una experiencia completa de conversión (Hechos 19.1-7). Hoy hay muchos en una condición similar a quienes también debemos ministrar.

Volviendo a la pregunta que nos hemos formulado: ¿cómo se establece la paternidad? Es muy sencillo. Si a un perrito le damos de comer todos los días, y lo tratamos con cariño, se aquerencia y se apega a nosotros. Pido perdón por el ejemplo del perrito, pero lo que estoy queriendo decir simplemente es que si un perro reconoce a quien lo atiende y lo trata con cariño, mucho más las personas, que en general tienen gran carencia afectiva y necesidad de contención.

Es bueno que les comuniques a tus pastores o líderes tu disposición a discipular. Y, según su orientación y consejo, acercate con amor a la persona que ellos te indiquen. Comenzá a tener comunión con ella, visitala, invitala a tu casa, encontrate a conversar, a orar, a compartir con él o ella la palabra. La paternidad se va generando poco a poco en la medida que nos vamos brindando. No se da de un día para otro. Esa comunión va generando confianza. En esa comunión se irán dando oportunidades para escucharle, aconsejarle, ministrarle, enseñarle y gradualmente se irá estableciendo una relación de discipulado o paternidad espiritual. Es más o menos así el proceso como se establece la relación.

Si la persona a la cual estás guiando se convirtió a través tuyo, lógicamente esto

se da de un modo más natural. Hay casos en los cuales es más conveniente que otro hermano discipule a una persona para la conversión de quien Dios puede haberte usado a vos. Por ejemplo, Dios puede usar a un joven para que se convierta un matrimonio con hijos. En ese caso es preferible que otra pareja con experiencia de familia en el Señor se ocupe de ellos. No es aconsejable que un hombre tenga un discipulado personal con una mujer y viceversa. La paternidad o el discipulado no consiste meramente en dar una clase bíblica semanal. Es indispensable enseñar la Biblia, pero eso sólo no es hacer discipulado. No basta simplemente encontrarse con el discípulo, por ejemplo los martes de 17 a 18. Eso es mejor que nada, pero la paternidad es un poco más que eso. En especial la gente que viene del mundo -y más que nada al principio-, necesita más

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atención. La paternidad espiritual significa asumir una responsabilidad tal como el padre con sus hijos. A un bebé recién nacido la mamá tiene que amamantarlo cada tres horas. Tiene que estar cuidándolo permanentemente. No digo que tengas que estar cada tres horas con tu discípulo, pero tampoco funciona con una vez por semana. Tiene que haber un contacto fluido varias veces por semana. Llamarlo por teléfono, que venga a tu casa, que vayas a la suya, encuentros, estar con él en las reuniones... etcétera. La idea es velar, saber como está. El contacto frecuente es fundamental. En la medida en que un bebé crece ya no necesita una atención tan dedicada como el recién nacido.

Por eso, uno no puede abarcar a muchos, pero si todos atendemos a algunos, entre todos abarcaremos a muchos. Por ejemplo, en Porto Alegre 400 están discipulando a 1200. En total son 1600. Es un buen promedio. Dos, tres o cuatro cada uno.

Es muy importante orar por los hijos espirituales. Jesús oró por los doce, en Juan 17. “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque

tuyos son...guárdalos en tu nombre, para que sean uno... santifícalos en tu verdad...”. A Pedro le dijo: “Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he

rogado por ti para que tu fe no falte...” (Luc.22.31-32). Pablo cuando escribe a Timoteo le dice: “Sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día” (2 Tim.1.3).

9 – LA CALIDAD DEL TRATO PATERNAL

Al hablar de la paternidad espiritual debemos preguntarnos cómo debe ser nuestro trato con nuestros hijos espirituales. Yo quiero responder esta pregunta con un pasaje del apóstol Pablo que me parece hermoso, extraordinario y sumamente muy aleccionador.

1 Tesalonicenses 2.7-13 “Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus

propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido

entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque

habéis llegado a sernos muy queridos.

Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; como trabajando de noche y

de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de

Dios.

Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos

comportamos con vosotros los creyentes; así como también sabéis de qué modo, como

el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os

encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria.

Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis

la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres,

sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cuál actúa en vosotros los creyentes”.

En castellano la palabra nodriza??? se usa para referirse a la mujer que amamanta hijos ajenos. Pero en el griego la palabra es “trofos” y se puede traducir

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tanto nodriza como madre. Al decir que cuida con ternura a sus propios hijos, es claro que se refiere a la propia madre. Por eso las nuevas versiones traducen ‘madre’. Entonces sería: “Antes fuimos tiernos entre vosotros como la madre que cuida con

ternura a sus propios hijos”. ¡Qué hermosa forma de describir como debemos tratar a un hijo espiritual! Aquí Pablo usa la palabra madre en vez de padre, porque describe mejor la ternura con que hay que tratar a los discípulos nuevos. Esto no tiene nada que ver con la dureza con que a veces hemos tratado e incluso maltratado a los discípulos. Puede que haya algún momento cuando un discípulo más crecido necesite alguna reprensión, pero ese no es el estilo que debe reinar en el trato habitual.

Observemos con cuidado este testimonio de Pablo: “Tan grande es nuestro

afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios,

sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos”.

¡Qué hermoso trato! ¡Cuánto afecto! Que lindo ejemplo de discipulado vemos en Pablo. Lamentablemente, al principio entre nosotros en el discipulado se remarcó más

la autoridad que el afecto. Si bien debe haber autoridad, es esencial que prevalezca el afecto. La gente responde mucho mejor al afecto, a la ternura, a la amabilidad. En ese clima la autoridad funciona mejor.

¡Cuánta riqueza hay en este pasaje sobre la calidad en la función paternal! Aquí

hay mucho para mediar, profundizar, aprender, corregir y superar errores del pasado. Resumo algunas para concluir:

1) Tratar a nuestros hijos espirituales con afecto, ternura y cariño; quienes en

definitiva son hermanos nuestros e hijos de Dios (v.7-8).

2) Ser ejemplo de todo lo que queremos enseñarles (v.9-10) Pablo puede decirles “ustedes son testigos y Dios también”. Yo puedo y debo instruirles con palabras, pero la enseñanza que permanecerá es lo que les enseñe con el ejemplo.

3) Exhortar y consolar. “Cómo el padre a sus hijos, exhortábamos y

consolábamos a cada unos de vosotros”. En la Biblia, exhortar quiere decir alentar, animar, y no reprender como se cree popularmente (v.11).

4) Transmitir a los discípulos la Palabra de Dios. Encargarles a andar como es digno del Señor. Esto significa transmitirles la totalidad del kerigma y de la didaké. Darles, no palabras nuestras, sino la Palabra de Dios (v.12-13).

Considero que este es uno de los pasajes más reveladores del Nuevo Testamento

sobre la calidad del trato de un padre con sus hijos espirituales. En él, el testimonio de Pablo pone de manifiesto la gracia, la calidez y la responsabilidad con que él ejercía su paternidad espiritual con aquellos nuevos discípulos en Tesalónica. Dios nos ayude a seguir este hermoso ejemplo y nos llene de esa misma gracia. Amén.