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Oración del 9 de febrero: Alfonso Reyes El homenaje de Alfonso Reyes a la muerte de su padre el trágico 9 de febrero de 1913 Por: Ricardo Cayuela Gally Fecha: 06/02/2013 Alfonso Reyes, el prosista transparente que cautivó a Borges, evitó a lo largo de su obra los temas políticos. La causa es simple: su padre, el general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León y una de las figuras más respetadas del porfiriato, en la que no pocos pusieron sus anhelos de una transformación democrática del viejo régimen, murió acribillado en el alzamiento militar que en febrero de 1913 derrocaría a Madero y llevaría a Huerta a la presidencia ilegítima y al país a una guerra civil. A diferencia de sus dos compañeros de generación, José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán -ambos destacados escritores, memorialistas y políticos-, Reyes no quiso nunca “matar a su padre” porfirista y decidió dedicar su vida a la alta cultura, Grecia, Goethe, Góngora, antes que ajustar cuentas con su progenitor abrazando la causa de Madero, Villa u Obregón, como sí lo hicieron sus condiscípulos. Ser hijo de Bernardo Reyes, el militar humanista, en el porfiriato, entrañaba una serie indudable de privilegios, une educación exquisita y una vida libre, desenfadada. Ser hijo de un militar golpista, de un traidor, en plena era revolucionaria, implicaba una mancha casi insuperable. Y en medio, la experiencia del hijo agradecido con un padre recto, culto, distante y bondadoso que supo “perdonarle” tanto sus excesos líticos como su renuncia a la carrera militar y política. Un padre que respeta una vocación que no comparte, pero sí comprende. Superar esta contradicción irresoluble, ser hijo simultáneamente del héroe y del villano, explica buena parte de los empeños literarios de Alfonso Reyes. Por eso, la muerte del padre está casi ausente en su obra, aunque la explique, a diferencia de los recuerdos de su vida con él, que salpican muchos de sus textos (Parentalia, Albores, Historia documental de mis libros…). La excepción, magnífica, es el ensayo Oración del 9 de febrero. Escrito en 1930, en Buenos Aires, como homenaje a los ochenta años que el padre ya nunca cumpliría, y a 17 años de su absurda muerte en los hechos de la Decena trágica, la Oración del 9 de febrero permaneció inédita y sólo se publicó de manera póstuma en 1963. Oración del 9 de febrero es un recorrido honesto por el dolor (y la rabia) que le causó la muerte de su padre, que ve como un injusto epitafio a una noble

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Oración del 9 de febrero: Alfonso Reyes El homenaje de Alfonso Reyes a la muerte de su padre el trágico 9 de febrero de 1913

Por: Ricardo Cayuela Gally Fecha: 06/02/2013

Alfonso Reyes, el prosista transparente que cautivó a Borges, evitó a lo largo de su obra los temas políticos.

La causa es simple: su padre, el general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León y una de las figuras más respetadas del

porfiriato, en la que no pocos pusieron sus anhelos de una transformación democrática del viejo régimen, murió acribillado en el alzamiento militar que en febrero de 1913 derrocaría a Madero y llevaría a Huerta a la presidencia ilegítima y al país a una guerra civil.

A diferencia de sus dos compañeros de generación, José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán -ambos destacados escritores, memorialistas y políticos-, Reyes no quiso nunca “matar a su padre” porfirista y decidió dedicar su vida a la alta cultura, Grecia, Goethe, Góngora, antes que ajustar cuentas con su progenitor abrazando la causa de Madero, Villa u Obregón, como sí lo hicieron sus condiscípulos.

Ser hijo de Bernardo Reyes, el militar humanista, en el porfiriato, entrañaba una serie indudable de privilegios, une educación exquisita y una vida libre, desenfadada. Ser hijo de un militar golpista, de un traidor, en plena era revolucionaria, implicaba una mancha casi insuperable.

Y en medio, la experiencia del hijo agradecido con un padre recto, culto, distante y bondadoso que supo “perdonarle” tanto sus excesos líticos como su renuncia a la carrera militar y política. Un padre que respeta una vocación que no comparte, pero sí comprende. Superar esta contradicción irresoluble, ser hijo simultáneamente del héroe y del villano, explica buena parte de los empeños literarios de Alfonso Reyes.

Por eso, la muerte del padre está casi ausente en su obra, aunque la explique, a diferencia de los recuerdos de su vida con él, que salpican muchos de sus textos (Parentalia, Albores, Historia documental de mis libros…).

La excepción, magnífica, es el ensayo Oración del 9 de febrero. Escrito en 1930,

en Buenos Aires, como homenaje a los ochenta años que el padre ya nunca cumpliría, y a 17 años de su absurda muerte en los hechos de la Decena trágica, la Oración del 9 de febrero permaneció inédita y sólo se publicó de manera póstuma en 1963.

Oración del 9 de febrero es un recorrido honesto por el dolor (y la rabia) que le

causó la muerte de su padre, que ve como un injusto epitafio a una noble

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historia. No es ni una justificación ni una condena. Es el dolor de un hijo que ve perderse para siempre al padre, ametrallado en la plaza pública, y, tras el triunfo de la revolución y la caída de Huerta, ametrallado otra vez en la opinión pública.

Un Reyes desconocido que abre sus entrañas y las expone sin pudor, aunque

él mismo afirma: “es difícil bajar a la zona más temblorosa de nuestros pudores y respetos”. Un Reyes que recuerda al padre vivo, el bálsamo de sus vacaciones en la casona familiar de Monterrey, su biblioteca afrancesada, sus asépticas conversaciones en interminables desayunos campiranos. Y esto sin dejar de ser el Reyes culto, irónico y distante del resto de sus textos.

En la Oración… incluso confiesa que el distanciamiento con sus hijos es una estrategia para evitarles el dolor que él sintió con la ausencia de su padre. Misa laica, descenso órfico al Hades del dolor, la Oración del 9 de febrero es un texto clave para entender las motivaciones profundas de un autor de las dimensiones clásicas de Alfonso Reyes.

El dato curioso: Alfonso Reyes le dedicó este soneto, “9 de febrero de 1913”, al mismo asunto

de su Oración…:

¿En qué rincón del tiempo nos aguardas,

desde qué pliegue de la luz nos miras?

¿Adónde estás, varón de siete llagas,

sangre manando en la mitad del día?

Febrero de Caín y de metralla:

humean los cadáveres en pila.

Los estribos y riendas olvidabas

y, Cristo -militar, te nos morías...

Desde -entonces mi noche tiene voces,

huésped mi soledad, gusto mi llanto.

Y si seguí viviendo desde entonces

es porque en mí te llevo, en mí te salvo,

y me hago adelantar como a empellones,

en el afán de poseerte tanto.

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