opinión el sentido de la belleza surge del hielo

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EL SENTIDO DE LA BELLEZA SURGE DEL HIELO Por Alexander Kluge Opinión A l proyectar su “arquitectura alpina” (“la naturaleza de las monta- ñas no ha adquirido aún su forma artística”), el arquitecto y ur- banista alemán Bruno Taut afirmó poder remontarse a EXPERIEN- CIAS PRIMIGENIAS DE LA IMAGINACIÓN HUMANA. Según Taut, en un principio no fue el sentido de la belleza sino el poder de la imaginación. El poder de la imaginación se grabó a fuego en la memoria colectiva de la especie humana cuando las hordas de los animales y los humanos que las seguían, faldeando las poderosas barreras glaciares, deambularon durante décadas por las llanuras que comenzaban a convertirse en desiertos por el avance del hielo. Fueron años muy malos, de desesperanza, y solo en sus entra- ñas tanto hombres como animales conservaron una especie de brasa de tiempos remotos que prometía calor. En última instancia, solo un relato. Hasta que los sobrevivientes (todos parientes entre sí, porque el 90% pereció y sus descendientes vienen del 10% que quedó) llegaron a los ma- res. Allí encontraron cuevas. Tras largas épocas de privaciones, la tierra había cambiado su orienta- ción respecto del sol: descendió sobre ella una parte de la masa de nubes que refractaban al cosmos la luz del sol. El mar abierto almacena calor. El recuerdo de la aguda capacidad de diferenciación surgida en los tiempos helados quedó sellada en los corazones. Se la suele confundir, sostiene Bru- no Taut, con el sentido de la belleza. La primera globalización se remonta a 620 millones de años atrás cuan- do nuestros antepasados, presuntamente aún en forma de organismos uni- celulares, emergieron de los huecos glaciares. Nuestros antepasados sobre- vivieron a condiciones improbables. Sin saberlo, desde siempre llevamos en nuestros cuerpos algo de las conquistas que posibilitaron aquella super- Traducción de Carla Imbrogno BOCA DE SAPO 29. Era digital, año XX, Diciembre 2019. [FANTASÍA] pág. 74

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Page 1: Opinión EL SENTIDO DE LA BELLEZA SURGE DEL HIELO

EL SENTIDO DE LA BELLEZA SURGE DEL HIELO

Por Alexander Kluge

Opinión

Al proyectar su “arquitectura alpina” (“la naturaleza de las monta-ñas no ha adquirido aún su forma artística”), el arquitecto y ur-banista alemán Bruno Taut afirmó poder remontarse a experien-

cias primigenias de la imaginación humana. Según Taut, en un principio no fue el sentido de la belleza sino el poder de la imaginación. El poder de la imaginación se grabó a fuego en la memoria colectiva de la especie humana cuando las hordas de los animales y los humanos que las seguían, faldeando las poderosas barreras glaciares, deambularon durante décadas por las llanuras que comenzaban a convertirse en desiertos por el avance del hielo. Fueron años muy malos, de desesperanza, y solo en sus entra-ñas tanto hombres como animales conservaron una especie de brasa de tiempos remotos que prometía calor. En última instancia, solo un relato.

Hasta que los sobrevivientes (todos parientes entre sí, porque el 90% pereció y sus descendientes vienen del 10% que quedó) llegaron a los ma-res. Allí encontraron cuevas.

Tras largas épocas de privaciones, la tierra había cambiado su orienta-ción respecto del sol: descendió sobre ella una parte de la masa de nubes que refractaban al cosmos la luz del sol. El mar abierto almacena calor. El recuerdo de la aguda capacidad de diferenciación surgida en los tiempos helados quedó sellada en los corazones. Se la suele confundir, sostiene Bru-no Taut, con el sentido de la belleza.

La primera globalización se remonta a 620 millones de años atrás cuan-do nuestros antepasados, presuntamente aún en forma de organismos uni-celulares, emergieron de los huecos glaciares. Nuestros antepasados sobre-vivieron a condiciones improbables. Sin saberlo, desde siempre llevamos en nuestros cuerpos algo de las conquistas que posibilitaron aquella super-

Traducción de Carla Imbrogno

BOCA DE SAPO 29. Era digital, año XX, Diciembre 2019. [FANTASÍA] pág. 74

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vivencia, una reserva de vida, una reserva de salidas (no es a las aventuras de Odiseo a las que se debe). Esto es parte de la interioridad.

¡Qué rica es la esencia común que llevamos en nosotros, y qué antigua! La tan bella melancolía, qué desperdicio, qué poco se la ha aprovechado por fuera de la literatura. Pensemos en las células madre, esas a partir de las cuales todo el tiempo nacen en nosotros muchas más. Algunas llegan a ser capilares del intestino, otras piel, otras, sin embargo, acaban en com-pañía de los ojos. Para sociabilizar con las células vecinas leen en su código genético (en los libros que llevan consigo) que deben olvidarlo todo salvo cómo ser células oculares. Aun cuando su materia prima en nada se distin-gue de la de todas las demás células del cuerpo, estas tienen la posibilidad de ver la luz del sol y los colores. ¡Vaya disciplina, vaya comunidad, vaya esfera pública, vaya interioridad, con tantas salidas!

En las condiciones reales, las cadenas de la causalidad marchan separa-das (a menudo por más de cien años) y golpean unidas. Hoy somos testigos de cómo el peso de abstracciones fatales, de cómo las condiciones objetivas se amotinan en el planeta a la manera de una cuadrilla armada, práctica-mente indistinguibles, imposibles de enfrentar para el individuo aislado. Algunas de ellas son escrituras en la pared.

Antes esas escrituras premonitorias se dirigían a los dominadores como un mensaje de los dioses, para prevenirlos. Hoy asistimos a escrituras desau-torizadas, en lo más mínimo divinas, el 11-S, la guerra asimétrica y, en letra chica, los numerosos lugares del mundo en que tiene lugar la destrucción. Estas nuevas escrituras se dirigen a todos nosotros y no nos ponen sobre aviso, golpean sin más. Es la exterioridad inflacionada. Lo objetivo armado.

Doy por sentado que los espacios narrativos de la interioridad se modi-ficarán proporcionalmente cuando los espacios narrativos de la exterioridad se reordenen.

Büchner nace en octubre de 1813. El segundo día de la batalla de Leipzig. Hay quienes dicen que esa derrota de Napoleón salvó al mundo de un tira-no. Otros, entre ellos el contemporáneo Goethe, sostienen que se perdió la oportunidad temprana de una Europa unida, la segunda después de la era la-tina. El poeta ruso Andrei Bitov resume los años entre 1789 y 1815 como un siglo en sí mismo, un tiempo concentrado. Prematuramente terminó una era que podría haber arrojado una Europa no reaccionaria y hecho innecesaria una Alemania de 1933. Así lo vería la teoría crítica de Adorno y Horkheimer, así versa el condicional histórico del que hablan los autores.

Es imposible caracterizar la obra de Büchner por sus conceptos o por el contenido temático de sus conceptos. Nada en él puede disociarse de la forma singular. Lo que le interesa gira en torno a campos gravitacionales: el revolucionamiento frustrado del hombre (en La muerte de Danton), la trascen-dencia de los intereses que reconocen a la naturaleza (en sus escritos cientí-ficos) y la conmoción por el destino de aquellos que sucumben ante lo que Edgar Allan Poe llamaría perversidad o Marx alienación.

En una escena de La muerte de Danton, Danton y sus camaradas revolucio-narios hablan del dolor y de la muerte. Se dice que el mundo presenta fisuras que no se podrían enmasillar ni siquiera en caso de un devenir positivo de la revolución:

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Hagan desaparecer lo imperfecto; solo así podrán demostrar la existencia de Dios. Spinoza lo ha intentado. […] ¿Por qué sufro? Esta es la roca del ateísmo. La más leve convulsión de dolor, aun cuando se manifieste en un solo átomo, desgarra la Creación de arriba abajo.

Esto es extremo y sismográfico. El arrebato de Danton caracteriza el “anti-realismo del sentimiento”. En nosotros, los hombres, un ánimo obs-tinado rechaza las percepciones cuando estas son el signo de una realidad inmaterna. Este partido anti-realista en el hombre debe estar del lado de la emancipación, de la Ilustración, de lo contrario fracasa. Esta fuerza de ne-gación tan poderosa en el hombre produce también eso que llamamos una fisura de la realidad. Cuando personas quedan aplastadas entre masas de escombros de edificios, y durante horas suenan celulares entre las ruinas, eso produce una fisura en el sentido de Büchner: el sentimiento humano de que el dolor no tiene razón de ser.

Büchner era poeta y científico. El poeta y el investigador: los dos en uno. La arrogancia fatal del espíritu científico supo caracterizarla aguda-mente en la figura del médico en Woyzeck. Traslado esto al prototipo del in-vestigador audaz: Galileo Galilei. Se dice que Galileo debió abjurar frente al Consistorio no por haber afirmado que la tierra se movía alrededor del sol, sino porque osó, en el terreno neutral de Venecia, comparar expe-rimentalmente dos hostias, una anterior a la transubstanciación con otra posterior. Hizo un corte en las hostias pero no halló diferencia alguna. La iglesia fue lo suficientemente astuta de no ordenar la abjuración de tal sa-crilegio puesto que la publicidad de ello significaría propaganda científica, y en cambio ordenó a Galileo otro juramento. ¿Qué habría hecho Galileo si de la hostia efectivamente hubiera manado sangre? Es algo que no podía saber de antemano. Pero estaba tan seguro de que eso no sucedería, ¿no es una actitud supersticiosa, fundamentalista en el sentido occidental?

A 6000 años de la revolución agraria, desde el Creciente Fértil en el antiguo Medio Oriente, surge, de muchos antecesores, el nuevo hombre urbano, el carácter burgués. Si Galileo observa la luna de Júpiter desde su telescopio, Leeuwenhoek sigue el movimiento vivo de su propio escupi-tajo, los bacilos, lo infinitamente pequeño. En 1607 Monteverdi escribe su primera ópera: Orfeo. Los anatomistas avanzan hacia el interior de los cuerpos. ¿Qué hacer de mi vida? ¿De mi verdadero patrimonio, mi capa-cidad de amar? De esto trata la novela La princesa de Clèves, de Madame La Fayette.

Büchner, el revolucionario, retoma este proyecto amplio para oponerlo al retórico y centralizado proyecto ilustrado del siglo XVIII, y aplica rui-nología. El hombre moderno, el burgués, es sujeto de la Ilustración, sí, pero es un producto a medio hacer. La humanidad parió un siamés: una mitad se ve movida por el delirio de omnipotencia y la otra por el coraje del conocimiento. Esta última mitad es condición de la emancipación, la primera mitad la destruye. Por eso el progreso no está en cualquier hori-zonte de futuro, sino en las dotes que, sin saberlo, traemos con nosotros. Solo a la luz de estas dotes podemos elegir entre las nuevas cualidades ad-quiridas. En determinados momentos, cuando la vida se nos viene encima,

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1 Versos de William Butler Yeats. [N. de la T.]

como durante la hambruna de 1946, podemos reconocer esos tesoros en nosotros.

En este orden de ideas podemos hablar del equilibrio en la fantasía: “Habíamos alimentado el corazón con fantasías, el manjar embruteció el corazón”1. ¿Cómo es posible que justamente la fantasía, la materia prima de lo poético, nos cierre la boca, nos embrutezca, nos vuelva insensibles? La fantasía es de naturaleza excesivamente gozosa. ¿Qué sabe el goce del bien y el mal? ¿Qué sabe de lo real y lo irreal? Seguramente apenas puede distinguir lo humano de lo inhumano. Rehúye a la perversidad, a la obser-vación de la alienación, del amargo destino. Es lo que sustenta la preva-lencia del entretenimiento en los medios. Es decir que lo importante en el arte poético no es la napoleónica concentración de fantasía sino el equi-librio que permite a la fantasía narrar en el límite de la resistencia: esto produce la conmoción que una y otra vez rezuman los textos de Büchner, y promueve esa red que hace que Woyzeck sea el punto de partida de la ópera Wozzeck de Alban Berg, y que el gran drama Los soldados, del poeta Jakob Michael Reinhold Lenz, constituya el argumento de la segunda gran ópera del siglo XX, la pieza homónima de Bernd Alois Zimmermann. Como ve-mos, esto que yo aquí postulo como principio lo han logrado hace rato los textos reales de los autores diseminados por la música, la literatura, etc.

Los libros no son un placebo. Pero su red consuela. Antes de morir, Heiner Müller (había pasado una primera operación, estoy seguro de que sabía que no viviría mucho tiempo más) compró en California un libro cu-rioso: una traducción del latín al inglés de Metamorfosis de Ovidio, de unos 300 años de antigüedad, en verso blanco. Müller llevó consigo ese libro hasta el final de sus días, pensaba tomarlo como punto de partida para una serie de obras teatrales. Este tipo de alianzas a través de los tiempos son mayoría y constituyen el mundo de la (re)narración en el que creo íntima-mente. Porque considero que los libros son una dádiva divina, y también la llave de una esfera pública en aras de la cual, posiblemente sin saberlo, estemos trabajando juntos.

*Alexander Klugees director de cine y escritor. En el año 2003 recibió el Premio Georg Büchner, considerado el galardón literario más importan-te en lengua alemana. El presente texto ha sido publicado por la editorial Caja Negra en el volumen El contexto de un jardín.

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