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$10.00 Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx Octubre de 2016 [email protected] Número 5 Cuadernos de Fracaso del PAN como presidencialismo opositor 2000-2012 Los tapados destapados La elección del fin del mundo La elección del fin del mundo Por Carlos Ramírez

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$10.00

Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx Octubre de 2016 [email protected] Número 5

Cuadernos de

Fracaso del PAN como presidencialismo opositor 2000-2012

Los tapados destapados

La eleccióndel fin del mundo

La eleccióndel fin del mundo

Por Carlos Ramírez

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2Cuadernos de Indicador Político Octubre 2016

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Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. Rafael Herrera PiedraDirector General Hacemos periodismo

Lic. Armando Reyes ViguerasDirector [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General [email protected]

Dr. Rafael Abascal y MacíasCoordinador de Análisis Político

Mtro. Carlos Loeza ManzaneroCoordinador de Análisis Económico

Ana Karina SánchezCoordinadora [email protected]

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

Lic. Alejandra Sánchez AragónDiseño

Monserrat MéndezRedacción

ÍnDiCe

DiR

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Rio

En resumidas cuentas por Luy

Presentación

La elección del fin del mundo

Zapata: la silla endiablada.

De la sucesión a la elección

La sucesión, eje articulador de sistema-PRi

Dedazo: el recurso del método

Tapado: una poca de gracia

Fracaso del PAn comopresidencialismo opositor 2000-2012

Los tapados destapados

el 2018 y la crisis

Acabó el recreo

Cuadernos Indicador Político es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., y el Centro de Estudios Políticos y de

Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223,

Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F.

indicadorpolitico.mx

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Cuadernos de Indicador PolíticoOctubre 2016 3

Presentación

P ocas ocasiones como en la que vivimos, la elección presidencial que tendrá lugar en 2018 ha despertado tanto interés entre periodistas, analistas, acadé-micos, políticos y ciudadanos. Si bien, buena parte de los comentarios que ya

empiezan a saturar medios tradicionales y digitales se relacionan con los aspirantes y sus posibilidades –reales o supuestas–, hacía falta un texto que desnudara todo el entramado que hay detrás de la manera en que destacados actores políticos se mueven para, desde sus respectivos partidos, posicionarse de cara a los siguientes comicios, además de considerar los antecedentes vividos en México durante los años del partido oficial hegemónico.

Cuadernos de Indicador Político ofrece ahora, gracias a la pluma de Carlos Ramírez, una radiografía que desnuda esta parte del sistema político electoral mexicano, ubicando en su lugar a cada una de las piezas que componen este me-dio, así como los alcances que podrían tener de cara a un proceso electoral que se vislumbra competido y con un elemento propio de cualquier democracia, la incertidumbre respecto al resultado final.

Nuestros lectores podrán conocer la manera en que se pelearon las candidatu-ras a la presidencia en el seno priísta en la segunda mitad del siglo XX, así como empezó a emerger, en los años 80 del siglo pasado, una oposición que comenzó a arrebatar en las urnas las victorias a un priismo que aún hoy no termina de adap-tarse a un entorno electoral competitivo.

Asimismo, no sólo los partidos considerados grandes –como PAN, PRD o Morena– son parte de esta competencia, sino que también se revisa el papel y las posibilidades de los integrantes del bando independiente, quienes podrían tener un papel destacado en la siguiente campaña electoral.

En resumen, se trata de un texto que servirá para que cualquier ciudadano inte-resado comprenda el contexto en el cual se desarrollarán las elecciones de 2018, unas votaciones que se antojan definitivas para, como apuntó Carlos Ramírez, redefinir el rumbo de la Nación… o para engrosar la lista de oportunidades perdidas.

Armando Reyes ViguerasDirector Editorial

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La elección presidencial del 3 de junio de 2018 será la última del vie-jo México priísta que se niega a mo-rir y el ingreso de la república a una zona de incertidumbre política ante la inexistencia del nuevo sistema po-lítico/régimen de gobierno/Estado. El PRI ya estableció que el 18 no será el 2000 ni el 2006, el PAN entendió su fracaso en el 2012, el caudillo Ló-pez Obrador sabe que será entonces o nunca, el PRD asistirá a su propio fu-neral sin cenizas de las cuales resurgir y la sociedad activa aunque minorita-ria quedará desencantada una vez más de una sociedad pasiva mayoritaria sin ciudadanía.

En este sentido, en el 2018 todo cambiará para seguir igual.

El sistema político fundado por el PRI seguirá crujiendo las amarras ante las diferentes tormentas perfec-tas, pero seguirá siendo la estructura de poder funcional a la continuidad cuando menos de las élites en el po-der. El PRI llegará fracturado, el PAN se dividirá, el PRD seguirá extin-guiéndose, Morena se ahogará en el funcionamiento como movimiento caudillista-cesarista y la sociedad no partidista de nueva cuenta quedará desencantada porque las posibilidades de candidatos independientes padece-rán el síndrome priísta de la ambición por el poder.

Como el tiempo de la transición se ha agotado y las fuerzas políticas con-fundieron reglas electorales estrictas y no la reconstrucción del sistema polí-tico, la alternancia del 2000 recordará a la sociedad que lo que está en dispu-ta será el cargo máximo en el poder ejecutivo. Y que las élites que van a competir por las candidaturas y por la

victoria electoral serán las mismas que han funcionado en gobiernos fede-ral o estatales o municipales no para instaurar un nuevo sistema/régimen/Estado sino para aprovechar los bene-ficios de haber llegado a las cúpulas del poder. Y lo peor de todo es que no será siquiera la restauración del viejo régimen, sino la revalidación de ese régimen que permite la alternancia… hacia ninguna parte.

Las experiencias de transición a la democracia en otras sociedades tuvie-ron liderazgos intelectuales y fuerzas políticas dispuestas a la instauración de nuevas formas de gobierno y de convivencia. Ayudó a ese proceso que venían de regímenes autoritarios, dic-tatoriales y represivos. México cum-plía con las exigencias del agotamien-to del viejo régimen, pero le faltaron las fuerzas políticas e intelectuales del cambio. La alternancia en el 2000 supuso que el mero relevo en la titu-laridad del ejecutivo federal sería sufi-ciente para dinamizar la democracia. Al final, Fox y Calderón en la presi-dencia, López Obrador en la jefatura de gobierno del DF, gobernadores no priístas y el PRD y el PAN como fuer-za equiparable al PRI en el Congreso sería suficiente.

El problema del 2000-2012 fue que nadie supo definir el nuevo rum-bo: una transición hacia la dimen-sión desconocida. La vieja estructura de poder verticalista del PRI quedó vigente y ayudó a gobernantes del PAN y del PRD a mantener el domi-nio político en espacios territoriales y sociales de la república. La transi-ción como modelo de transformación política fue derrotada por el pensa-miento político priísta dominante: la

alternancia en una élite pragmática desvió el camino de la reconstrucción del sistema político priísta que se fue nutriendo de las experiencias de las monarquías indígenas, de las prác-ticas virreinales, del liderazgo caudi-llista, de la dictadura personal y de la estructura de poder centralizado.

La confusión del 2000 radicó en suponer que bastaba con un nuevo partido en las viejas o corroídas es-tructuras de poder para instaurar una democracia. Paradójicamente el po-der presidencialista rumbo al 2018 es aún más fuerte que el que existía en el 2000 panista, con la circunstancia agravante de que el PAN en la pre-sidencia de la república no supo en-tenderlo y por tanto no supo usarlo. El PRI en Los Pinos en el gobierno del presidente Peña Nieto ha carecido de espacios de poder pero ha sabido sacarle ventajas en el ejercicio de los hilos autoritarios del poder institucio-nal priísta.

El país esperaba que la alternancia en el 2000 y en el 2012 ofreciera una salida estructural a la crisis nacional. Si el PRI encontró su edad de oro en las posibilidades de un crecimiento económico promedio de 6% anual en el largo periodo 1954-1982 y una tasa de inflación de 2% anual en el ciclo estabilizador hasta 1973, el deterioro del liderazgo del PRI estuvo en su in-capacidad para ofrecer estabilidad con desarrollo social. De 1982 a 2016, la tasa promedio anual de crecimiento económico ha sido de 2.2% anual, frente a una tasa demográfica prome-dio de 2.25% y un aumento prome-dio anual de la población económi-camente activa de económicamente

del fin del mundoPor Carlos Ramírez

@carlosramirezh

La elección

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activa de 1.5%.El modelo de desarrollo mexicano

se sustentó en el dominio político del PRI a través de las estructuras pro-ductivas –campesinos, trabajadores, empresarios, clases medias– con la garantía decreciente de una distribu-ción de la riqueza. El alcance de las políticas públicas de desarrollo social fue decreciendo en la medida en que el presupuesto no alcanzaba para cu-brir a la población. Los cambios en la distribución del ingreso nacional no ha modificado la estructura de la des-igualdad: de 1968 a 2014, el ingreso del 80% de la población pasó de 43.5 a 49.0, en tanto que el del 20 por ciento más rico pasó de 56.5 a 51.0 en el mismo periodo; la diferencia de 5.5 puntos en cuarenta y seis años es irre-levante a partir de la fórmula Pareto: 20% de la población debería tener el 80% del ingreso; en México, el 80% de la población llega a sólo 49%.

Los relevos presidenciales se han hecho en México en dos universos: el visible, el de la política, se justifi-ca en los compromisos de encabezar las políticas de desarrollo nacional; el invisible que cada vez domina más es el de los juegos de poder de las éli-tes marcado por el incremento de la corrupción. Hasta 1982, los relevos presidenciales sexenales vinculaban el modelo de desarrollo con el fun-cionamiento del sistema político en función de la Revolución Mexicana como el factor cohesionador de un proyecto nacional económico articu-lado a la igualdad social; de 1988 a la fecha, con la Revolución Mexicana excluida del PRI, las banderas políti-cas de las elecciones presidenciales se han basado en ofertas asistencialistas sectoriales y en propuestas de refor-mas de desarrollo. Vicente Fox se comprometió a tasas de crecimiento económico de 7% y en la realidad fue de 2.1% y Enrique Peña Nieto ofreció tasas promedio de 5% y el saldo real podría ser de 1.8%.

La clase política no entendió la dimensión de la crisis política de los setenta: no fue por hartazgo social sino por efecto de la crisis económi-

ca. El movimiento estudiantil del 68 careció de una bandera propositiva, se agotó en una protesta antiautoritaria y sólo evidenció la ruptura del sen-dero educación pública-empleo en el Estado; por eso el PRI ganó las elec-ciones presidenciales de 1970 con el 83% de los votos y con la candidatura del secretario de Gobernación de Tla-telolco, Luis Echeverría Álvarez. En 1994 el PRI ganó las elecciones con el 48.7% de los votos, a pesar de la crisis de Salinas de Gortari, del alzamiento zapatista de los pobres y el asesinato de Luis Donaldo Colosio. En el 2000 el PRI perdió las elecciones presiden-ciales no por el voto de la crisis sino por la falta de apoyo del gobierno de Zedillo al candidato priísta Francisco Labastida Ochoa. Y en el 2012 el PRI recuperó la presidencia con el 38.2% de los votos, a pesar… de todo.

El escenario del 2018 no difiere de los anteriores; las crisis no votan, las derrotas responden más bien a acuer-dos elitistas y al final de cuentas per-sisten los tres puntos centrales de la crisis nacional: el modelo de desarro-llo que no crece más de 2.5% prome-dio anual y profundiza la desigualdad social, el sistema político dominado por las prácticas de poder del PRI y el Estado nacional que amarra la estruc-turas de poder autoritario.

En este sentido, en las elecciones presidenciales del 2018 se jugará un relevo en la oligarquía dominante –PRI, PAN, PRD, Morena e inde-pendientes– sin ninguna propuesta para reorganizar los tres pilares de la república: el modelo de desarrollo, el sistema político y la Constitución. Gane quien gane, el país y su crisis seguirán igual.

2.- Zapata: la silla endiablada.

Luego de la Convención de Aguasca-lientes en 1914, Zapata y Villa acor-daron reunirse en la ciudad de Méxi-co, corazón del poder.

Ya en Palacio los dos no pudie-ron resistir la atracción de la Silla del Águila. Villa, juguetón pero en

serio, le cedió el lugar a Zapata para que se sentara pero éste, hosco, dijo que no. Villa no se hizo del rogar: ya había probado las mieles del ejercicio del poder cuando fue gobernador in-terino de Chihuahua en 1913-1914, sabía que la voz de mando salida de las armas era superada por la voz de mando salido de quien estuviera sen-tado en la silla. Zapata dijo que era una silla endiablada porque se senta-ban buenos y se levantaban malos.

La silla era electrizante, hipnotiza-dora. Las imágenes que se tienen de ella le dan más parecidos monárqui-cos que republicanos:

• Tela rojo brillante.• Pequeña.• Las patas delanteras son águi-

las erguidas cuyas alas se encuen-tran en el centro. La extensión de las alas sobresale en el centro por encima de la parte en que se sienta el monarca, obligándolo a estar con las piernas abiertas.

• Los descansabrazos o coderas descansas sobre la cabeza de las dos águilas.

• El respaldo parece un escudo de armas con las letras RM (república mexicana) están tejidas con estilos barrocos, la M más delgada sobre los

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6Cuadernos de Indicador Político Octubre 2016

gruesos trazos de la R.• Al respaldo lo corona un águila

imperial muy monárquica, las alas ex-tendidas, el águila erguida, y detrás de ella una cortina que parecen ser rayos de sol.

La fotografía histórica de Villa y Zapata en la silla presidencial encierra muchos mensajes:

• Villa mira a su derecha pero son-ríe con la satisfacción de haber llegado hasta ahí.

• A su izquierda, al extremo de la foto, aparece también el simbolismo de la fase sangrienta de la revolución: el general Rodolfo Fierro, el sangui-nario que murió hundiéndose en un pantano por el peso del oro en las al-forjas de su silla de montar.

• Villa está inclinado a su izquier-da, como recargándose – ¿apoyo?– en Zapata.

• Zapata está sentado a la izquierda de Villa, inclinado a su derecha como recargándose – ¿apoyo?– en Villa.

• La mirada de Zapata parece de incredulidad, sus ojos acerrados, fríos, la boca cerrada.

• Zapata tiene cruzada la pierna izquierda sobre la derecha, la mano izquierda sobre su sombrero sureño de ala anchísima, de corona alta como embudo.

• El brazo derecho de Zapata, como quien no quiere la cosa, está sobre el brazo de la codera de la silla presidencial, descansando como in-formal pero habiendo contacto con la fuente del poder, indirecta pero pro-bando la fuerza electrizante del poder de la silla.

• La silla donde se sienta Zapata no es tan espectacular pero no deja de lla-mar la atención: grabados barrocos…

La historia política del presiden-cialismo ayudaría a explicar el fenó-meno de la sucesión presidencial y la ambición por la silla presidencial.

1.- La Constitución de Cádiz del 19 de marzo de 1812 fue monárqui-ca pero ante la ausencia del rey por el secuestro napoleónico, estableció el modelo de monarquía parlamentaria

y puso a las Cortes como el poder te-rrenal. El gran debate sobre el poder absoluto de los reyes –Jacobo Bossuet, Robert Filmer y John Locke– entró también en las variables del poder por la vía de las reformas borbónicas. Así, la Constitución de Cádiz limitó el poder de los reyes, le definió fun-ciones específicas, legitimó las Cortes como poder legislativo de contrapeso monárquico, delineó con claridad los no a los reyes o facultades restrictivas y reconoció el mecanismo sucesorio en la corona.

2.- Los Elementos Constituciona-les de López Rayón, del 4 de septiem-bre de 1812, fueron el primer intento de formalizar una nueva estructura de poder: la Nueva España aseguraba la independencia de España, pero se asumía como un imperio autónomo, con la soberanía del pueblo pero con criterio de que la soberanía “reside en la persona de don Fernando VII” ejer-cida a través del Supremo Congreso Nacional Americano.

Esta forma de gobierno era monár-quica-parlamentaria, una ligera varian-te del modelo establecido por Cádiz. Los miembros del Supremo Congreso eran electos. Y se establecía un “protec-tor nacional”, una especie de poder su-perior entre el Congreso y el rey, pero nombrado por el congreso.

3.- Los Sentimientos de la Nación de Morelos, del 14 de septiembre de 1813, basa su forma de gobierno en la soberanía que dimana del pueblo, que reside en el Supremo Congreso Nacional Americano y crea ya la es-tructura de tres poderes –del barón de Montesquieu–, aunque sin pro-puestas republicanas. Este pronuncia-miento de Morelos fue más de utopía social y política que propuesta formal. Aunque reconoce un poder ejecutivo, no aporta elementos prácticos sobre su existencia, su formación, sus facul-tades y sus limitaciones.

4.- A partir de los Elementos Constitucionales y de los Sentimien-tos, los autonomistas de la indepen-dencia llegaron a Apatzingán a definir la primera Constitución formal en octubre de 1814, ya marcando dis-

tancias del regreso de Fernando VII al poder absolutista en España. El modelo de gobierno propuesto fue inédito: una estructura confederativa de provincias bajo dos autoridades: el Supremo Congreso y el Supremo go-bierno, ambas con facultades precisas.

La forma de gobierno de Apa-tzingán era parlamentaria, con un ejecutivo designado por el Supre-mo Congreso y federativa en pro-vincias integrantes.

5.- Derrotados los españoles, Es-paña ya sin intención de seguir domi-nando a la Nueva España y la Nueva España decidida a la independencia, México entró en la etapa de la con-sumación de la independencia bajo dos documentos básicos: el Plan de Iguala del 21 de febrero de 1821 y el Tratado de Córdoba del 24 de agos-to de 1821. Así, la independencia de México fue de España pero para crear un Imperio con gobierno monárqui-co constitucional moderado, como establecía la Constitución de Cádiz y reconocimiento a Fernando VII como emperador superior: “si Fernando VII no se resolviera a venir a México, la Junta o Regencia mandará a hombre de la nación (o sea: el propio Iturbi-de), mientras se resuelve la testa que debe coronarse”. El 18 de mayo de 1822 Iturbide inició su proyecto de coronación, disolvió el Congreso, en-carceló a los diputados y se proclamó emperador. En octubre de 1822, An-tonio López de Santa Anna promul-gó el Plan de Casamata y se inició la guerra de derrocamiento de Iturbide.

6.- La Constitución de 1824 fue republicana, representativa, popular y federal. Su conformación, deriva-da de Cádiz 1812, fue parlamentaria por doble parte: las legislaturas locales hacían las propuestas de aspirantes a la presidencia y la legislatura fede-ral escogía al presidente. El cargo de presidente era por cuatro años y se permitía la reelección después de un periodo intermedio.

El presidencialismo era parlamen-tario, pero con ciertos espacios de autonomía vigilada y capacidad de decisión. Los aspirantes al cargo de

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presidente tenían que buscar apoyos en las legislaturas locales y después en las dos cámaras federales. Por la extensión territorial y las dificultades en las comunicaciones terrestres, era bastante difícil y complejo que los aspirantes a la presidencia pudieran cabildear en las provincias. Por eso los primeros presidentes del primer pe-riodo federal fueron seleccionados de figuras de presencia nacional.

La primera república federal tuvo una breve duración: 1824-1836 y re-gistró dieciséis presidentes; el cargo de ejecutivo se convirtió en la disputa del poder y el régimen parlamentario ca-recía de fuerza para imponer un orden legal y político, sin atender a las reglas legales y constitucionales definidas en el congreso constituyente de 1823. La disputa fue doble: por el régimen federalista-régimen centralista y por el control de la titularidad del poder ejecutivo federal.

7.- El caos político, las restriccio-nes económicas y las presiones extran-jeras le dieron espacio a los conserva-dores para imponer la fase centralista 1836-1846. Las reformas de Valentín Gómez Farías llevaron al país a la gue-rra, los conservadores fundaron su congreso constituyente y decretaron las Siete Leyes Constitucionales que abrogaron la Constitución de 1824. Este periodo centralista registró die-ciséis presidentes, cuatro ocasiones con Santa Anna, quien también había sido cuatro veces presidente de la re-pública federal.

El cargo de presidente tuvo modi-ficaciones: poder ejecutivo designado como Supremo Magistrado, titular como presidente de la república y du-ración de ocho años en el cargo. El método de designación del presidente centralizaba la designación: en lugar de legislaturas locales, el Consejo de Es-tado, los ministros, el senado y la Alta Corte de Justicia presentaba cada uno de ellos una terna que se entregaba a la Cámara de Diputados; ahí se selec-cionaba una terna que se pasaba a las Juntas Departamentales o poder legis-lativo centralista; cada junta designaba a un ganador y comunicaban su selec-

ción por correo a la capital. Las dos cámaras federales, vía una comisión de cinco personas, revisaba las listas departamentales. El que obtuviera más votos departamentales era designado presidente de la república; en caso de empate, por sorteo la suerte llegaba a la selección de una persona. La reelección se permitía pero con la condición de haber sido propuesto en ternas por tres juntas Departamentales.

La crisis nacional, la pérdida del territorio, la invasión de EE.UU. y el separatismo llevaron al centralismo al caos y en 1946 los liberales tomaron el poder y restauraron la república fe-deral y la Constitución de 1824.

8.- En medio del desorden de la república centralista la lucha política interna lleva a dos propuestas bási-cas: las Bases Orgánicas de 1841 y las Bases Orgánicas de 1843. La primera fue firmada por Santa Anna, disponía la disolución de las autoridades y la facultad a Santa Anna de designar a dos diputados de cada departamento estatal para que ellos designarán al ti-tular del ejecutivo federal; a pesar de la guerra, se mantenía el método de la periferia al centro.

9.- La segunda república federal dura apenas de 1846 a 1853. Los pre-sidentes de la república fueron doce; se dio el caso de que Santa Anna gana las primeras elecciones de la república federal en 1846 pero no puede tomar posesión porque estaba al mando de tropas combatiendo a EE.UU. en el norte. México pierde Texas, San-ta Anna es el combatiente contra EE.UU. pero pierde todas las batallas. En 1848 se firma la paz con los Trata-dos de Guadalupe Hidalgo.

Santa Anna es cuatro veces pre-sidente con una sola elección. En 1953 asume la totalidad del poder e instaura una dictadura hasta que la Revolución de Ayutla lo derroca en 1855. Ahí se inicia el periodo de La Reforma.

Dentro de la segunda república fe-deral se redacta el acta Constitutiva y de reformas de 1847 como preludio a la Constitución de 1857. El docu-mento es muy sucinto y respecto a la

elección de presidente de la república la enmarca en leyes generales y deja entrever la posibilidad de “elección directa” y ya no a través de propuestas de legislaturas estatales para decidir en la legislatura federal.

10.- El largo periodo de la refor-ma bajo el dominio político de Beni-to Juárez (1855-1872) tuvo cuando menos cinco fases: la Reforma 1855-1867, los conservadores 1853-1860, la regencia preparatoria del Segun-do Imperio 1863-1864, el Imperio 1864-1867 y la República Restaurada 1867-1876. La Constitución de 1857 se dio en el periodo de mayor presen-cia de los liberales y antes de la ofensi-va de los conservadores. Su promotor fue Ignacio Comonfort, quien prime-ro la promulga y luego la niega con un autogolpe de Estado para aliarse a los conservadores.

La Constitución de 1857 asume la forma electoral (poder electoral) que estableció las Bases Orgánicas de 1843 respecto a elección indirecta de presidente de la república; es decir, se pasaba de elección a propuesta de le-gislaturas o departamentos locales a la elección de electores que se encarga-rían de elegir presidente; este modelo es similar al de EE.UU., la elección en primer grado. Así, los electores vota-dos para votar por presidente aumen-taron en la medida en que subían los

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8Cuadernos de Indicador Político Octubre 2016

distritos electorales: 8 mil 81 electores presidenciales en 1857 de una pobla-ción total de 8 millones 247 mil 660 habitantes a 8 mil 288 en 1876 con 9 millones de habitantes.

Con leyes electorales más precisas, la Constitución de 1857 estableció la regla de que la elección de presidente “será indirecta (vía electores elegidos por ciudadanos) en primer grado y en escrutinio secreto, en los térmi-nos que disponga la ley electoral. La elección indirecta le quitó el poder de elegir presidente a los estados y las élites legislaturas y la trasladó al pueblo aún en votación indirecta en primer grado. Con esta votación vía electores se dio el primer paso hacia el reforzamiento del sistema presi-dencialista porque el presidente de la república se debía a los electores y no a la clase política.

11.- El paso definitivo hacia la au-tonomía total del ejecutivo ocurrió en la Constitución de 1917 con el dicta-men breve: “la elección del presidente será directa”. La votación de Porfirio Díaz en 1916 tuvo 18 mil 625 elec-tores indirectos, contra 797 mil 305 ciudadanos que votaron por primera vez directamente por el presidente en 1917. Como punto de referencia, las elecciones presidenciales de 2012 tu-vieron 80 millones de votantes.

3.- De la sucesión a la elección

Durante los años de dominio ideoló-gico, cultural y partidista, el sistema político priísta construyó su propio lenguaje del poder: la gramática de la dominación. En este sentido, las pala-bras eran la cristalización del ejercicio del poder.

La palabra madre del lenguaje político del viejo sistema político era sucesión. Su popularidad fue promo-vida por Francisco I. Madero en 1908 cuando publicó su libro La sucesión presidencial en 1910 para criticar las reelecciones de Porfirio Díaz. Por sucesión se entendía la herencia del poder, no su ratificación electoral: el

poder se heredaba, no se elegía. Hasta 1988 la sucesión era la elección: es de-cir, el acto de anuncio del nombre del candidato presidencial era en realidad la elección: la campaña se utilizaba para dar a conocer al candidato, toda vez que su papel en el gabinete pre-sidencial estaba dominado por la dis-creción. Y la votación en las urnas era la formalización de un acto de poder.

Las elecciones presidenciales de 1880 a 1994 –aún con fracturas re-volucionarias, inestabilidades violen-tas y candidatos salidos del propio sistema político– se dieron en la cer-teza de la victoria. Las elecciones del 2000 marcaron la diferencia por tres elementos nuevos: la pérdida del con-trol gubernamental de la estructura electoral, la irrupción de las encuestas difundiendo tendencias fuera de con-trol oficial y la observación electoral internacional derivada del tratado de comercio libre y la firma de la cláusu-la democrática con la Unión Europea. A partir del 2000, en las elecciones presidenciales del 2006 y del 2012 y las que se darán en el 2018, el proce-so electoral presidencial ya no es una sucesión hereditaria sino una compe-tencia electoral en la que cualquier candidato puede ganar: Zedillo puso a Labastida Ochoa pero no le garan-tizó el triunfo; Calderón le arrebató a Fox la candidatura y le ganó a López Obrador y a Roberto Madrazo; Josefi-na Vázquez Mota salió de la estructu-ra de la política social pero quedó en tercer sitio electoral.

En la lógica del poder hereda-do se definió la gramática del poder priísta: el tapadismo significaba el ocultamiento del sucesor para evitar su desgaste, el destape era el acto de dar a conocer el nombre del aspirante oficial, la cargada era la movilización de las masas priístas para arropar al sucesor del presidente en turno, la decisión presidencial era el momen-to en el que el presidente decidía y le informaba al escogido su deber como sucesor, el dedazo era la acción sim-bólica en el que el dedo del presidente de la república señalaba al sucesor, los aspirantes eran los funcionarios cuyos

nombres circulaban en los pasillos del poder como deseosos de ser candida-tos a la presidencia, el fiel de la balan-za era el poder presidencial que incli-naba el platillo hacia el seleccionado, el ungimiento era el acto de asunción de la responsabilidad de ser candidato y la gallina ciega era el juego del poder que utilizaba el presidente en turno para distraer al sistema político y a los propios precandidatos escondiendo a su preferido.

La sucesión presidencial era un juego de poder.

• Álvaro Obregón dejó la Secreta-ría de Guerra de Venustiano Carranza y compitió contra él en las elecciones presidenciales de 1917 pero apenas acumuló 0.5% de los votos; en 1920 Obregón volvió a pujar por la candi-datura, pero Carranza impuso al ci-vil Javier Bonillas como candidato; Obregón se rebeló con el Plan de Agua Prieta. En las elecciones Obregón ganó con el 95% de los votos.

• En 1924 Obregón impuso a Plutarco Elías Calles como candidato oficial con el compromiso de modifi-car la Constitución y eliminar la no reelección absoluta, permitiendo una reelección después de un periodo. La sucesión presidencial de 1928 se ace-leró en 1927 con la aparición de los generales Arnulfo R. Gómez y Fran-cisco J. Serrano, su arresto y asesinato; la historia de esa sucesión fue conta-da en forma de novela por el escritor Martín Luis Guzmán en La sombra del caudillo.

• Convertido en el caudillo en turno, Elías Calles operó su sucesión en 1928 con la candidatura de Obre-gón, su asesinato y la nominación de Pascual Ortiz Rubio en contra de la candidatura civil y ciudadana de José Vasconcelos. Elías Calles operó las candidaturas de Obregón, Ortiz Rubio, el interinato de Abelardo Ro-dríguez y la nominación de Lázaro Cárdenas. Su poder duró de 1928 a su exilio forzado en 1936.

• Cárdenas manejó su sucesión con elementos de estabilización: blo-queó la aspiración del general radical Francisco J. Mújica y allanó el camino

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del conservador Manuel Ávila Cama-cho. El general Juan Andrew Alma-zán rompió con el gobierno y lanzó su candidatura independiente, pero apenas recolectó el 5.7% de los votos.

• Ávila Camacho impuso como sucesor a Miguel Alemán Valdés, el primer civil electo a la presidencia, aunque en las elecciones participó como disidente Ezequiel Padilla y alcanzó la nada despreciable cifra de 20% de los votos.

• Alemán llegó a acariciar la idea de la reelección pero al final la vio sin posibilidades; y su sucesor institucio-nal fue Adolfo Ruiz Cortines; como disidente corrió Miguel Henríquez Guzmán con el apoyo indirecto de Lázaro Cárdenas, y acreditó el 15.8% de los votos.

• Con Ruiz Cortines comenzó la picaresca de las sucesiones presiden-ciales, los juegos de espejos, las distrac-ciones. Cuentan que Ruiz Cortines le dijo a su colaborador Gilberto Flores Muñoz que “prepara sus cosas” y el no-minado fue Adolfo López Mateos.

• Aunque hubo una lista de suspi-rantes, Con López Mateos no hubo juegos secretos: su candidato fue de punta a punta Gustavo Díaz Ordaz.

• Hombre enérgico y autoritario, Díaz Ordaz jugó con la instituciona-lidad y su candidato fue Luis Echeve-rría Álvarez, aunque por los conflic-tos sociales en 1968 hubo una lucha elitista entre algunos suspirantes. La sucesión fue política.

• Echeverría comenzó a abrir el juego sucesorio. En 1975 uno de sus secretarios del gabinete dio la lista de seis aspirantes presidenciales, aunque al final siempre estuvo convencido de José López Portillo. El juego de la lista abierta sacó de la estabilidad al siste-ma político.

• López Portillo dio un paso ade-lante y formalizó también una lista de seis aspirantes, aunque a la final llegaron dos: el político Javier García Paniagua y el tecnócrata Miguel de la Madrid. López Portillo decidió por la continuidad financiera.

• De la Madrid no sólo hizo su lista de seis, sino que a los aspiran-

tes oficiales los hizo comparecer en el PRI para que dieran a conocer sus respectivos programas de gobierno. Pero como ocurrió antes con Echeve-rría y López Portillo, el juego abier-to escondía una decisión tomada de antemano: Carlos Salinas de Gortari por encima de Alfredo del Mazo y de Manuel Bartlett Díaz. De la Madrid formalizó el proceso con una reunión de la cúpula del PRI para dar a cono-cer al candidato escogido por el presi-dente de la república.

• Salinas de Gortari creó un gru-po compacto de colaboradores de su primer círculo pero no pudo evitar la configuración de dos grupos en el ga-binete: los salinistas y Manuel Cama-cho. Los aspirantes fueron también seis, aunque al final quedaron tres y de ellos dos posibles: Luis Donaldo Colosio y Camacho. La decisión por el primero hizo romper al segundo y la campaña electoral se contaminó con el alzamiento zapatista, los se-cuestros de empresarios y el asesinato de Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu. El candidato suplente salió del círculo salinista de Joseph-Marie Córdoba Montoya.

• Zedillo no pudo construir una sucesión a modo porque nunca pudo afianzar el control del PRI. Los pre-candidatos zedillistas Guillermo Ortiz Martínez y José Ángel Gurría Treviño fueron bloqueados con la re-forma estatutaria que exigía una can-didatura a cargo popular y Zedillo se quedó con Labastida. En los hechos Zedillo sí apuntaló a Labastida y no le regateó recursos, sólo que el candi-dato nunca pudo superar el activismo público de Vicente Fox. El equipo

electoral de Labastida le apostó a la compra de votos pero los votos no llegaron. Ciertamente que Zedillo no estaba convencido de Labastida pero le hubiera gustado que ganara sin pri-vilegios. Zedillo sacó las manos de la elección el día de las votaciones. Pero en el 2000 se estrenó en elección pre-sidencial un organismo electoral no controlado por el PRI.

• Fox no supo operar la estructura de poder de la presidencia, tampoco supo administrar la relación de su par-tido con el gobierno y la presidencia y agotó sus posibilidades sucesorias en el ejercicio del mecanismo tradicio-nal: el candidato saldría del área po-lítica de Gobernación; sin embargo, a diferencia del PRI, en el PAN había vida interna más libre y Calderón le ganó la candidatura a Fox y a su can-didato Santiago Creel Miranda.

• Calderón cometió el mismo error de Fox apostándole a su secretario de Hacienda, pero de nueva cuenta el PAN no se sometió a las voluntades presidenciales y le dio la nominación a Josefina Vázquez Mota. Calderón vio reproducir, sin analizarlo así para sacar lecciones de poder, lo ocurrido con Zedillo y abandonó a la candida-ta del PAN a su suerte, en tanto que en el PRI había surgido la candidatu-ra mediática de Enrique Peña Nieto.

• Peña Nieto ha querido recons-truir la relación de dependencia PRI-presidencia de la república, pero en un escenario no sólo de mayor com-petitividad electoral sino de decreci-miento de la base electoral del PRI, Si bien Peña no parece encarar alguna fractura en el PRI como la de Cuau-htémoc Cárdenas en 1988 o la de Camacho en 1994 o la de Calderón en 2006 o la de Vázquez Mota en el 2012, el riesgo aparece en la figura de López Obrador y su candidatura molusco –sin estructura ósea y mol-deable– que quiere captar el voto del descontento priísta como Fox en el 2000 o del descontento panista como Peña Nieto en el 2012.

Las principales características de las presidenciales del 2018 son tres:

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dente saliente albergaba en su equipo de trabajo al sucesor, lo entrenaba, lo designaba, lo hacía ganar, lo llevaba al poder y el sucesor podía o no –casi siempre no– mantener sus lealtades al antecesor pero siempre las reforzaba al sistema que lo había llevado a la cum-bre del poder. El sistema priísta pudo así superar los asesinatos de Obregón y Colosio, el exilio a Elías Calles, la persecución a Salinas de Gortari y las salidas de Carlos A. Madrazo, Cuau-htémoc Cárdenas y otros.

Se trataba, eso sí, de un modelo progresivo. No lo inventó el PRI de la nada; en realidad, lo entendió en la lógica histórica del poder y lo fue perfeccionando. Fue el mismo mo-delo que operó desde las monarquías indígenas y se fue perfeccionando en cada nueva etapa: el modelo virreinal con reyes no interesados en la Nueva España, el autonomismo para crear el Imperio Mexicano asociado a la co-rona española, la consolidación del presidencialismo como el país de un solo hombre (acertada apreciación de Enrique González Pedrero) con el santanismo como necesariato, el be-nemeritismo de Juárez respondiendo sólo a la Historia, la dictadura perso-nal de Porfirio Díaz, el liderazgo revo-lucionario hasta 1928 y con el partido como eje articulador del aparato de poder político.

La estructura del poder político en México se ha basado en dos trián-gulos del poder: de un lado, el pre-sidencialismo, el sistema-régimen y los consensos autoritarios; de otro, el Estado, la Constitución y el parti-do nacido del seno del poder. Vistos como figuras geométricas, estos dos triángulos ilustran gráficamente el funcionamiento del poder en Méxi-co. El modelo se complementa con la caracterización del sistema político más allá de los planteamientos de la caja negra de David Easton o de los sistemas sociales de Niklas Luhmann. El sistema político mexicano está sos-tenido por seis pilares fundamentales, como un Partenón:

1. Presidente de la república. La figura dominante opera al mismo

tiempo como el factor cohesionador social: el presidente como el “gran dador de vida”. Ante el retraso en la construcción de clase sociales, el apa-rato de poder colocó al titular del eje-cutivo como el centro de las redes de toma de decisiones.

2. PRI. El partido nació del seno del poder para conservad el poder, a partir de las experiencias del Partido Liberal del juarismo y del no-partido con Díaz. El partido reguló las dispu-tas por el poder, centralizó las decisio-nes en una persona y estructuró a las clases como corporaciones del poder.

3. Estado de bienestar: el creci-miento económico con políticas so-ciales públicas

4. Entendimientos con sectores fuera. A pesar de que el autoritarismo le alcanzaba para imponerse, el sistema creó mecanismos de atención, con-cesión y entendimiento con sectores fuera del sistema pero dependientes de sus decisiones, a fin de evitar que se convirtieran en oposición. Fueron los sectores invisibles del sistema: empresa-rios, intelectuales, militares, EE.UU., medios de comunicación, jerarquía ca-tólica y disidencia sin partido.

5. Cultura política. El sistema en-tendió que la cultura era un aparato ideológico del Estado y centralizó la cultura y la educación como facultad exclusiva del Estado; asimismo, creó el pensamiento histórico oficial que se apropió de la historia nacional y la transformó en ideología. La educa-ción creaba la mentalidad política ofi-cial a través de la educación pública.

6. Constitución. La carta magna se asume en la historia de México como el gran pacto social articulador de compromisos y funciones políti-cas. La Constitución le dio legalidad y obligatoriedad a la estructura de poder, otorgándole al ejecutivo el pa-pel central como el representante del gobierno, del Estado y de la sociedad.

El funcionamiento del aparato del poder era eficiente en su apreciación general. La maquinaria venía de los mecanismos de designación de reyes indígenas a través de los consejos de

• Será una elección, no una sucesión.• El PRI llega con una pérdida de

su voto duro.• Como en el 2000, el voto útil va

a definir la victoria.

4.- La sucesión, eje articulador de sistema-PRi

Cuando observadores académicos y políticos llegaban a México a estudiar y analizar la estabilidad política con sistema de partido dominante, las res-puestas que encontraban a veces eran distractoras o elusivas y los enviaban a estudiar la psicología del mexicano y el efecto dominante de la ideología de la Revolución Mexicana. Sin embar-go, las conclusiones no les daban las respuestas que necesitaban.

El eje articulador del aparato de poder político en México no era el presidente de la república, ni el PRI, ni la ideología, ni el pensamiento his-tórico. Lo que mantenía la continui-dad en el tiempo y el espacio era el modelo de sucesión presidencial o de designación del candidato oficial del PRI a la presidencia de la república. El PAN en la presidencia nunca pudo construir su propio método porque el partido tenía sus reglas y el Partido Comunista Mexicano, el Partido de la Revolución Democrática y Morena nacieron de las entrañas del PRI con todo y sus vicios.

El modelo de sucesión presiden-cial en la era PRI 1929-2018, ochenta y nueve años, fue el elemento cohe-sionador de disciplinas, lealtades y reglas del juego funcionales: el presi-

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la cohesión del grupo en el poder; las rupturas que prohijaron candidaturas independientes u opositoras tuvieron sus posibilidades en la cohesión del grupo gobernante: Vasconcelos, Pa-dilla, Almazán, Henríquez, Cuauhté-moc Cárdenas y Manuel Camacho no alcanzaron a construir un grupo político poderoso y la élite en el po-der mantuvo la cohesión interna. La interrupción del grupo gobernante se dio en procesos de ruptura revolucio-naria: ascenso y caída de Iturbide, as-censo y caída de Santa Anna, muerte de Juárez, movimiento revolucionario contra Díaz y las alternancia en el 2000 y el 2012.

La gran aportación de Elías Calles a la estructura de poder del sistema político fue la fundación del Partido Nacional Revolucionario; y su valor político fue de tal manera institucio-nal que Lázaro Cárdenas se apropió del PNR para liquidar políticamente al jefe máximo de la Revolución y el partido en manos de otros presiden-tes anularon la revolución cardenista y al propio Cárdenas lo inmovilizaron en su nicho revolucionario. Colosio fue asesinado en una lucha criminal por el poder dentro del PRI pero Sa-linas de Gortari mantuvo el control del partido. Zedillo se alejó del PRI y mantuvo distancia cuando le impidie-ron colocar a sus dos piezas sucesorias y el PRI perdió las elecciones, pero el partido siguió siendo el factor de cohesión del sistema/régimen/Esta-do. La Unión Soviética se desmoronó cuando Mijaíl Gorbachov disolvió el Partido Comunista.

La transición mexicana a la de-mocracia –el paso de un sistema autoritario-presidencialista– ha sido imposible por la existencia de una continuidad en la estructura del po-der. El sistema/régimen/Estado se mantiene vigente sólo por la forma de transmitirse el poder. Y si lo malo no es las estructuras de sistema/régimen/Estado, lo perverso de este modelo es que está vinculado a la ideología priís-ta vía la Constitución como instancia reguladora de las funciones de las ins-tituciones. A ello se agrega un PAN que nació en 1939 para “corregir” los incumplimientos del PRI con la Re-volución Mexicana y con un PRD y Morena salido del seno del PRI y del priísmo con el objetivo concreto de regresar al modelo social priísta.

En este escenario se entiende el fracaso de la transición a la demo-cracia. El problema de México no radicaba sólo en la democracia como procedimiento electoral de respeto al voto, sino en el agotamiento de la es-tructura priísta de poder. Ahí se perci-bió la transición en el modelo de Leo-nardo Morlino: la construcción de un nuevo sistema/régimen/Estado y no sólo el relevo en las élites gobernantes para administrar la misma estructura de poder. Morlino estableció la crisis del viejo régimen, la transición a uno nuevo vía la instauración de una nue-va estructura de poder. La alternancia en el 2000 y en el 2012 no sólo deja-ron latentes las estructuras de poder sino que las afinaron para seguir sir-viendo al modelo político e ideológi-co del PRI.

El día en que se cambie el mo-delo de sucesión presidencial como continuidad de un modelo político, ese día podrá comenzar la instaura-ción de un nuevo sistema/régimen/Estado.

5.- Dedazo: el recurso del método

La experiencia práctica del mecanis-mo de la sucesión presidencial se llevó

ancianos y los equilibrios con los su-mos sacerdotes. Durante la colonia, los virreyes tenían contrapesos insti-tucionales y dependían de la volun-tad del monarca. En el puente entre la crisis de la monarquía española en 1808 y las primeras expresiones de co-rrientes autonomistas e independen-tistas, la propia estructura de poder de la corona española creó el modelo de monarquía parlamentaria con la Constitución de Cádiz; a América le crearon las diputaciones provinciales como instituciones de gobierno auxi-liares de los virreyes. México nació a la independencia con la Constitución de 1824 y el modelo parlamentario.

En toda la historia, la clave de la funcionalidad del sistema de gobierno en cada una de sus expresiones pro-pias fue la forma de designar al suce-sor en el poder supremo sin rupturas: el sistema mantenía su continuidad con las sucesiones en el poder. Las ocasiones en que se interrumpió ese proceso fueron las que determinaron revoluciones políticas. Juárez ejerció el poder supremo hasta su muerte prematura, Díaz estiró la liga del po-der hasta que taponeó la circulación de las élites y los conflictos en el sis-tema político posrevolucionario ocu-rrieron cuando el modelo de sucesión presidencial fue menos funcional a las necesidades de la continuidad: Zedi-llo abandonó el control del proceso y se dio la alternancia en el 2006 y Cal-derón también perdió el manejo de su sucesión y se dio otra alternancia.

El principal factor político de todo proceso de sucesión presidencial era

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a cabo en el siglo XX y concretamente a partir de la elección presidencial de 1920, sin las figuras dominantes de Santa Anna, Juárez y Díaz en la pre-sidencia. El presidente Carranza se había apoderado de la jefatura del po-der ejecutivo por la vía revolucionaria y desde ahí construyó su legitimidad con la Constitución de 1917. Justa-mente en la primera elección cons-titucional de la nueva era, Carranza compitió contra el candidato opositor Álvaro Obregón, quien había pelea-do a su lado contra el gobierno de la Convención de Aguascalientes (1914) y había derrotado a Villa. En 1916 Obregón fue nombrado secretario de Guerra del gabinete de Carranza, pero renunció para competir como independiente por la presidencia en marzo de 1917 frente a Carranza y al general Pablo González; el saldo le fue negativo: 97% de votos para Carranza y apenas 0.5% para Obregón.

El mensaje de la crisis política 1914-1917, de la Convención de Aguascalientes a la primera elección formal constitucional posrevolucio-naria, fue el de la disputa por la presi-dencia de la república como el trono del poder político. El dato más im-portante radicó en la institucionaliza-ción de la lucha por la presidencia vía elecciones, aunque éstas irían precedi-das por conflictos, crímenes y compli-cidades. De 1917 al 2012, la única vía fue el proceso electoral organizado y calificado por autoridades especiales, no siempre con resultados creíbles y con conflictos antes y después. Pero atrás quedarían los pronunciamientos rebeldes y golpes para tomar el poder por la fuerza. El ingreso a la periodi-zación institucional de la presidencia fue, cuando menos, un signo de ma-durez política de las élites.

Y si se había formalizado el iti-nerario institucional para acceder a la presidencia, a lo largo de años y conflictos se fueron depurando los mecanismos políticos. A pesar de que el sistema político priísta se fue for-jando en el terreno del pragmatismo, detrás siempre hubo una metodología no siempre visible. A reserva de que

existan muchos más, aquí se van a ras-trear cuando menos tres métodos de sucesión presidencial.

eL MetoDo MADeRoEl primero que fijó la categoría poli-tológica de la sucesión –es decir: des-de la óptica de la política y las cien-cias sociales– fue Francisco I. Madero con su libro La sucesión presidencial en 1910. El Partido Nacional Democráti-co, publicado en diciembre de 1908. La intención original de Madero fue la de escribir un panfleto dirigido a seguidores y sociedad para invitarlos a reflexionar su voto presidencial. Pero también tuvo la motivación de con-vencer al general Porfirio Díaz a cum-plir con su declaración de que había llegado el momento de abandonar la presidencia, como se lo confesó al periodista estadunidense James Creel-man, de la revista Pearson Magazine. Y quedó también en el ambiente so-cial de entonces la suspicacia de que ese libro le había sido dictado a Ma-dero por algunos espíritus a los que buscaba en sesiones especiales.

El método de análisis de Madero sobre la presidencia de Díaz y el es-cenario de la sucesión presidencial es histórico, de grupos de poder; asi-mismo, Madero ofrece los primeros perfiles de caracterización del sistema político, a partir de la tesis de Perry de la maquinaria política de Juárez, sólo que ahora convertida en estructura de poder. Madero destaca los pilares del

poder de Díaz: el militarismo, el con-trol de las élites, el poder centralizado, el control sobre los gobernadores y a través de ellos –como lo hizo Juárez– el control del congreso, la represión y el desarrollo modernizador. Estos elementos de control político fueron magnificados ya por el PRI como sis-tema político en la versión de David Easton: la administración de deman-das sociales para convertirlas en polí-ticas públicas de legitimación.

Los capítulos II y IV los usa Ma-dero para ir delineando la estructu-ra de poder de Díaz: no sólo fue la mano dura, sino la construcción de redes de poder en todas las instan-cias políticas, empresariales, sociales y productivas, todo ello a partir de su fama como luchador contra el in-vasor y brazo militar de Juárez. En su libro-ensayo, además de panfleto, Madero destaca el factor ideológico de Díaz: el liberalismo, es decir, el fermento en la construcción de un sistema productivo capitalista que inició Juárez con la desamortización no sólo de los bienes de la iglesia sino de las comunidades indígenas. Si Juárez abrió la inversión al merca-do, Díaz utilizó el presupuesto pú-blico para detonar el desarrollo por el dinamismo de la inversión priva-da. Lo que sirvió para activar la revo-lución fue un pivote de la actividad productiva: los bajos salarios y la so-breexplotación de la mano obrera y campesina. Sin esa explotación, que

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Cuadernos de Indicador PolíticoOctubre 2016 13

paradójicamente alimentó la revolu-ción, México no hubiera abierto el siglo XX con tantas potencialidades de modernización.

Madero aportó mecanismos ana-líticos que después derivaron en ca-tegorías politológicas: el elitismo y la psicología. El comparativo que hace Madero de Díaz con los Césa-res romanos es brillante porque des-cubrió el ejercicio descarnado del poder. Madero aportó los primeros elementos analíticos y politológicos para ir definiendo el modelo políti-co del presidencialismo.

La capacidad que tuvo Díaz de construir un poder institucional de uso personal no fue mérito propio porque derivó del modelo presiden-cialista de Benito Juárez: el lideraz-go personal, el control del ejército y sobre todo la asunción de facultades extraordinarias entregadas por el con-greso a Juárez en las dos guerras civi-les –la Guerra de Reforma y la guerra contra Maximiliano–; una vez termi-nada la guerra, Juárez ya no le regresó al congreso esas facultades y las sumó al poder presidencial. Sin la herencia de poder de Juárez, Díaz no habría podido edificar su dictadura.

Los medios de Díaz para fortalecer su poder, a juicio de Madero, fueron la centralización de poderes, el ejer-cicio del pan o palo, el uso del pre-supuesto para conseguir lealtades, la alianza con los poderes fácticos simplemente permitiendo su exis-tencia sin aplicar la persecución, el control de los gobernadores vía el presupuesto y la obligación a le-galizar su permanencia por la vía electoral, designar legisladores vía el control de los gobernado-res, seducción a la prensa o radi-calización de la persecución pe-nal, depuración de los mandos del ejército.

En las elecciones presiden-ciales de 1884, 1888, 1892, 1896, 1892, 1896, 1900, 1904 y 1910 Díaz se dedig-nó a sí mismo como sucesor o candidato presidencial a partir de la centralización

del poder, del control de los hilos po-líticos y del absolutismo presidencial.

El método sucesorio de Madero no sólo fue vigente para analizar la sucesión en 1910 sino que dejó es-quema de análisis para indagar suce-siones posteriores.

eL MetoDo GUZMÁnAunque el método de designar suce-sor fue unipersonal en las candida-turas de Juárez y Díaz, el sistema fue adoptado por el poder revoluciona-rio en sus fases militar (1914-1946) y política (1952-2012). En lo que pudiera considerase el método por excelencia de designar al candidato presidencial del grupo en el poder, la sucesión presidencial de 1928 fue paradigmática. Entre los documen-tos sobre ese suceso se encuentra la novela La sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, revoluciona-rio civil y sin grado, escritor sobre-saliente y político institucional. La novela cuenta el proceso de designa-ción del candidato presidencial del grupo sonorense en el poder en 1927 para las elecciones presidenciales de

1928; escrito en

1929, su lectura multiplicó las posi-bilidades con el asesinato de Obre-gón en 1928 y las elecciones extraor-dinarias en 1929. Aunque se trata de una novela, sus referencias realistas ofrecieron un fresco de la forma de hacer política en los veinte aunque con nombres ficticios.

La anécdota de la novela es sen-cilla: ante la inminencia de la elec-ción presidencial, la candidatura del grupo en el poder se dividió en dos personas que trabajaban en el gabine-te del Caudillo (Álvaro Obregón): el secretario de Guerra Ignacio Aguirre (Francisco J. Serrano) y el secreta-rio de Gobernación Hilario Jiménez (Plutarco Elías Calles), los dos hechos al amparo del caudillo pero con gru-pos políticos diferentes. Los dos acep-taban el hecho de que el Caudillo te-nía la facultad y el poder de designar al candidato, pero los dos querían ofrecer personalidades distintas: más liberal y con impulso propio Aguirre, más disciplinado Jiménez.

En la novela, Guzmán logra ofre-cer los mecanismos políticos del sistema de selección de candidato presidencial. El Caudillo tenía a su preferido pero no quería cometer el

error de dejar desencantos que pudieran pasarse a la oposi-ción. Para evitar alzamientos –Obregón se sublevó con el Plan de la Noria–, la designación del candidato en 1928 debía ser un manejo de habilidad política. La novela ilustra las formas de hacer política en dos escenarios: el real y el de las apariencias.

Desde la atalaya política del Castillo de Chapultepec donde se alojaba como presidente de la repú-blica, el Caudillo observaba con ojo crítico. Aguirre no quería ser candi-dato en contra del Caudillo, pero sus seguidores lo presionaban y también provocaban al adversario; Jiménez sólo esperaba que el Caudillo lo señalara. Guzmán logra captar el juego de do-bleces del poder: Aguirre va a ver al Caudillo para decirle que no quiere ser candidato pero el Caudillo no le cree; luego Aguirre visita a su contrincante

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Jiménez para lo mismo pero tampoco le cree. Así, Aguirre se siente empujado a la lucha. Jiménez le pide a Aguirre como garantía de calidad el sacrificio de sus seguidores y Aguirre se niega; por tanto, concluye Jiménez, sí quería la presidencia diciendo que no.

Guzmán maneja a los personajes como títeres en un gran teatro de co-media trágica; dibuja la forma en que los poderosos usufructuaban al poder en nombre de las masas y éstas apa-recen como borregos sin conciencia. También exhibe la corrupción políti-ca desde los cargos públicos, porque hasta los buenos tenían que corrom-perse justificando que sólo así podían obtener los recursos para seguir la revolución a favor de los pobres. Los dos precandidatos reflejan grupos de poder, intereses oscuros, se mueven en las orillas del sistema, los domi-na la ambición aunque con apellido social o acumulativa, cada uno tiene seguidores marcados por las peores fa-mas públicas de su tiempo.

Fuera de control la situación llega a las decisiones últimas. Una versión clandestina le avisa a Aguirre que va a ser detenido por órdenes del Caudillo y sería sometido a consejo de guerra; en la noche se fuga de su casa con seguidores y apenas veinte mil pesos

y viaja refugiarse a Toluca donde lo arroparían el gobernador y el jefe de la zona militar. En el bar de un pe-queño hotel se reúnen sus seguidores con gente local y ahí Aguirre recibe la seguridad de que estará protegido hasta que llegue el momento de lanzar su candidatura independiente contra la candidatura de Jiménez como el nominado por el Caudillo. Confiado, Aguirre respira tranquilo.

Pero repentinamente llega gente del general de la zona militar para de-cirle que forman parte de una escolta para llevarlo a un lugar más seguro; confiado, Aguirre sale con ellos pero en la calle lo toman prisionero y lo encierran en una cárcel militar. De ahí lo sacan para llevarlo al DF a un consejo de guerra pero en Huitzilac, a la mitad del camino, se detienen los camiones, bajan a Aguirre y a sus se-guidores y los pasan por las armas el 2 de octubre de 1927. La información oficial, firmada por el Caudillo, habla de conspiraciones levantamientos en armas y corrupciones. La prensa, bajo estrictas medidas de control, sólo re-produce la versión oficial.

Pasado el problema, Jiménez (Elías Calles) es lanzado como candidato oficial a la presidencia de la república para sustituir al Caudillo (Obregón). En la vida real todo eso ocurrió y de ahí el valor de la novela de Guzmán publicada en 1929, ya muerto Obre-gón y Elías Calles consolidado como el hombre fuerte de la revolución.

Guzmán logra develar el método sucesorio: el Caudillo o presidente sa-liente tiene la facultad de designar al candidato oficial, los aspirantes tienen que someterse a los ritmos y lealtades del caudillo, nadie puede salirse del guión, y al final de cuentas el sucesor debe ser el garante de la lealtad hacia el saliente. El poder presidencial no se comparte: Obregón-Elías Calles, Elías Calles-Cárdenas.

La novela de Guzmán recoge algu-nas de las prácticas del poder:

–Hablando en plata, el honor, entre políticos, maldito lo que lo garantiza.

–Quería hacer sentir al candidato que aquella popularidad era ya la expre-

sión de una alianza indisoluble –“fun-dada en la naturaleza de las cosas”– en-tre Aguirre y sus partidarios políticos.

–En política no hay más guía que el instinto.

–La tragedia del político, sincero una vez, que, asegurando de buena fe renun-ciar a las aspiraciones que otros le atribu-yen, aún no abren los ojos a las circuns-tancias que han de obligarlo, pronto y a muerte, eso mismo que rechaza.

–En el campo de las relaciones po-líticas la amistad no figura, no subsiste.

–De los amigos más íntimos na-cen a menudo, en política, los enemi-gos acérrimos, los más crueles.

–No te cree el Caudillo porque se imagina que tú haces lo que él haría en tu caso: fingir hasta lo último para no perder las ventajas que te da tu ca-rácter de ministro.

–Renunciar ahora no remediaría nada. El Caudillo sólo creería que ya te sientes bastante fuerte.

–Mi primera razón para no creer-te es que no veo la causa que te obli-gue a rechazar una candidatura que, según tú mismo afirmas, te ofrecen de todos lados.

–Ni a ti ni a mi nos reclama el país. Nos reclaman –dejando a un lado tres o cuatro tontos y tres o cua-tro ilusos– los grupos de convenencie-ros que andan a caza de un gancho de donde colgarse.

–Y que abandone a mis partida-rios, que los traicione. –Si no los en-cabezas, dejarlos no es traicionar.

Elías Calles

Álvaro Obregón

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–Fíjate en la sonrisa de “las gentes decentes”. Les falta a tal punto sentido de la ciudadanía, que ni siquiera des-cubren que es culpa suya, no nuestra, lo que hace que la política mexicana sea lo que es. Dudo que sea mayor: si su tontería o su pusilanimidad.

– ¿Sabes por qué tomo el dinero (de la corrupción)? No porque me figure que al tomarlo está bien hecho; no soy tan necio. Lo tomo porque lo necesito.

–Soy un sinvergüenza, pero un sin-vergüenza dotado de valor y de voluntad.

– ¿Quieren a fuerza que luche-mos? Pues iremos a la lucha; que al fin y al cabo, en política, en México, todos pierden.

–O nosotros madrugamos al Cau-dillo o el Caudillo nos madruga a no-sotros; en estos casos triunfan siempre los de la iniciativa.

– ¿Qué pasa cuando dos buenos tiradores andan asechándose pisto-la en mano? El que primero dispara, primero mata. Pues bien, la política mexicana, política de pistola, sólo conjuga un verbo: madrugar.

–Hay que madrugar tomando en cuenta el reloj. Si no, ¿para qué sirve?

–Nos consta a nosotros que en México el sufragio no existe; existe la disputa violenta de los grupos que ambicionan el poder, apoyados a ve-ces por la simpatía pública. Esa es la verdadera Constitución mexicana; lo demás, pura farsa.

–La regla de la política es una sola: en México si no lo madruga usted a su contrario, su contrario lo madruga a usted.

–Consentí para disimular.–Usted habrá sido general y mi-

nistro, pero aquí (sometido por las armas) no es más que puro jijo de la tiznada.

Guzmán ofreció en La sombra del Caudillo un método para hacer políti-ca en la sucesión presidencial.

eL MetoDo ReVUeLtASDe todos los análisis sobre la sucesión presidencial en México, el más lúcido fue el de José Revueltas, escritor y en-sayista marxista. La aplicación del ma-terialismo dialéctico y sobre todo del

materialismo histórico dio un marco de referencia más de fondo. Revueltas publicó un ensayo sobre la sucesión presidencial de 1958: México: una de-mocracia bárbara. En apenas cincuen-ta páginas del texto, Revueltas logró pasar la política mexicana sistémica por el ojo de la aguja del marxismo: mentalidad sexenal contra conciencia histórica, fue el ensayo complementa-rio recogido en Ensayos sobre México de sus obras completas.

La tesis central radica en el argu-mento de que la sucesión se analiza sólo como cambio en las élites y juega un papel de reforzamiento de los con-troles ideológicos sobre las masas, sin entender que se tratan de acomodos en la superficie de una estructura de dominación empresarial. Y a partir del análisis marxista, Revueltas con-cluye que la disputa por el poder no se da e4 la política:

“La única clase llamada a hacerle al ‘gobierno revolucionario’ una con-currencia política (cursivas de JR), es aquella que también viene a ser la única que puede hacerle la concurren-cia económica”.

El análisis de Revueltas se basaba en las estructuras de dominación de clase: por eso decía que los cambios en la presidencia, aún con enfrenta-mientos entre las élites, en nada ayu-daban al replanteamiento del proyec-to de producción y distribución de la riqueza porque el modelo de explota-ción seguía igual con Cárdenas que con Alemán y López Mateos. Al final, el monopolio político era dominado por el monopolio económico y de producción. En los hechos, la reno-vación electoral solamente extendía la dominación de los monopolios ecónomos sobre la vida política. De ahí que su tesis fuera sencilla: para cambiar el modelo de producción-distribución se requiere una lucha de clases y de fuerzas sociales y ahí la “única oposición” que puede ser eficaz es la “oposición de izquierda”, pero de la izquierda socialista no funcional a los intereses del sistema priísta.

En su ensayo Una democracia bár-bara Revueltas potencia su debate con

Vicente Lombardo Toledano sobre el escenario político de la sucesión pre-sidencial de 1958. Revueltas señalaba que se trataba de una sucesión den-tro del sistema, por más marxista que fuera el lenguaje de Lombardo: en la realidad, Lombardo pugnaba por una alianza entre las fuerzas revolu-cionarias y las fuerzas de la pequeña burguesía en torno a un programa nacionalista. En 1958 Lombardo era líder del Partido Popular, de reflexión marxista leninista, apellidado socialis-ta a partir de 1960.

Para Revueltas, el proceso de su-cesión presidencial era el camino para extender en el tiempo y en el es-pacio el dominio de un grupo políti-co funcional a los intereses de la cla-se propietaria dominante; y todas las fuerzas políticas activas –incluyendo al Partido Comunista en su fase no crítica al sistema– carecían, antes de fuerza, de una lógica de cambio y no tenían un proyecto alternativo. De ahí que los procesos de sucesión pre-sidencial en las élites representaban el juego político de rostros a veces di-ferentes y lenguajes aún contradicto-rios, pero todos ellos representando los intereses del sistema económico como expresión del modo de pro-ducción capitalista.

Ahí fue donde Revueltas aplicó el materialismo histórico: confrontar la mentalidad sexenal que jugaba con las expectativas cada seis años pri-mero con la identidad del tapado o candidato presidencial oficial y luego con elecciones sin oposición real con la mentalidad histórica de las clases sociales. Para Revueltas, los procesos históricos no eran sexenales –cambios que nada cambiaban–, “los procesos reales de transformación histórica no operan por sexenios ni enajenados a una sucesión presidencial determi-nada”, sino que la dialéctica de los hechos históricos es de más largo pla-zo y en el modo de producción. “La característica sexenal no es nada más que un rasgo folklórico de la políti-ca y los políticos mexicanos, como lo fue en otros tiempos la pistola al cinto y el sombrero de alas anchas te-

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res Muñoz fue distraído para meter a López Mateos, Díaz Ordaz sacrificó a Ortiz Mena por Echeverría, Eche-verría jugó con Moya Palencia para imponer a López Portillo, López Por-tillo le dio espacio a García Paniagua pero para poner a De la Madrid, De la Madrid contuvo a Del Mazo y mareó a Bartlett para colocar a Salinas, Sali-nas se confrontó con Camacho para candidatear a Colosio y Zedillo abrió el juego para contener a Bartlett y a Madrazo a favor de Labastida.

La sucesión de 1994 fue la más crítica en la historia del sistema po-lítico: el desafío del tratado de co-mercio libre, el asesinato del carde-nal Juan Jesús Posadas Ocampo en mayo de 1993, la crisis en el gabinete por el enojo de Manuel Camacho al método tradicional del tapado con Colosio, el auge del narcotráfico, el alzamiento zapatista guerrillero el 1 de enero de 1994, el secuestro del banquero Alfredo Harp, el asesina-to del candidato presidencial priísta Colosio en marzo de 1994, el recha-zo del EZLN zapatista al plan de paz negociado por Camacho, la renuncia de Jorge Carpizo MacGregor a la Se-cretaría de Gobernación la víspera de las elecciones, el asesinato del di-putado electo y operador zedillista y secretario general del PRI José Fran-cisco Ruiz Massieu en septiembre, la denuncia de Mario Ruiz Massieu de que su hermano había sido asesina-do por el poder, la devaluación de diciembre y el arresto en febrero de 1995 de Raúl Salinas de Gortari.

La sucesión de 1994 fue la más abierta porque el sistema había per-dido la secrecía y muchos hilos de poder –sobre todo los medios– se habían soltado. Uno de los ejercicios más novedosos fue el del politólogo Alfonso Zárate: a través de su publi-cación quincenal de circulación por suscripción Carta de Política Mexica-na elaboró un modelo de análisis de la sucesión a partir del estudio de once variables. Se trató del primer audaz ejercicio cuantitativo de la cualitati-va política (a la) mexicana. Las once variables se aplicaron en puntuación

para llegar a conclusiones. El ejercicio de ciencia política aplicada de Zárate determinó que el candidato debería ser Manuel Camacho Solís porque ocupaba el mayor número de puntos, pero en los hechos el candidato fue Luis Donaldo Colosio que había que-dado en segundo lugar.

Las variables definidas por Zárate fueron las siguientes

1. Perfil de la familia.2. Congruencia con el proyecto presidencial.3. Relación con el presidente.4. Red de alianzas y antagonis-mos con actores dentro del siste-ma político.5. Red de alianzas y antagonis-mos con actores fuera del siste-ma político.6. Desempeño de sus tareas.7. Red de alianzas y antagonismos con los hombres del presidente.8. Desempeño anterior.9. Equipo de trabajo. 10. Ramo a su cargo.11. Perfil de los aspirantes.

De los tres principales puntos, la competencia Camacho-Colosio aportó elementos que probablemente fueron determinantes en la decisión final: en confluencia con el proyecto presidencial –neoliberalismo tecno-crático–, Colosio aventajaba con 904 puntos, contra 772 de Camacho; en relación con el presidente, Camacho estaba en punta con 840 puntos con-tra 760 de Colosio; y en relación-an-tagonismo con los hombres del presi-dente, Colosio punteó con 96 puntos, contra -12 de Camacho porque se ha-bía peleado con todos los salinistas. Al final, la decisión no habría sido por el puntaje consolidado sino por las tres condiciones que puso Salinas de Gortari en la selección de su sucesor: continuidad personal, de proyecto y de equipo; Camacho era el que menos le garantizaba al presidente la conti-nuidad de proyecto y equipo.

Una vez tomada la decisión “en la soledad del despacho” –como escribió José López Portillo en sus memorias–,

janas encima de la cabeza”, reflexio-naría Revueltas. Al final, el juego de sucesión presidencial y de elecciones previsibles expresaba en la superficie “una deformación y perversión fun-damentales del proceso histórico del desarrollo del país”. La historia, al fi-nal de cuentas, la escribían las clases, no las élites.

6.- Tapado: una poco de gracia

La sucesión de Carlos Salinas de Gortari en 1994 fue la más conflic-tiva desde la de 1928-1929: primero por la división polarizante en el ga-binete entre el superasesor presiden-cial Joseph-Marie Córdoba Montoya y Manuel Camacho Solís dejando a Luis Donaldo Colosio en el cruce del conflicto. Al arrancar 1993 todo se perfilaba a favor de Colosio, pero con Camacho presionando por un juego limpio. El 28 de noviembre, días antes de la llegada del vicepresi-dente estadunidense Al Gore, Salinas de Gortari dio autorización para que el PRI nominara a Colosio; las reglas del juego obligaban a los otros con-tendientes a reconocer al nuevo ungi-do, pero Camacho se negó, presentó su renuncia al Departamento del DF y dejó entrever que podría lanzarse como candidato independiente. El presidente de la república usó todo su poder para arraigar a Camacho en el gobierno a cargo de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Aunque en po-cos días se enfrió el conflicto, de todos modos quedaron los resentimientos.

El aspecto central se localizó en el hecho de que Camacho suponía que habría juego limpio, cuando a lo lar-go de 1993 Salinas de Gortari operó la consolidación de Colosio como su sucesor. Hasta la sucesión de 1994 no había habido juego limpio con nin-guna: Obregón se sentía sucesor de Carranza pero fue aplastado, Obre-gón quiso regresar en 1928 pero fue asesinado desde el poder, Mújica fue sustituido por Ávila Camacho, Ruiz Cortines le ganó a Casas Alemán, Flo-

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la parte más complicada no era la de decirle al seleccionado sino cómo ad-ministrar los mensajes a los que no se-rían: las leyendas urbanas del priísmo han hablado de sobre lacrado del pre-sidente de la república a los dirigentes del PRI con el nombre del selecciona-do, luego de reuniones privadas: Ló-pez Portillo contó que le llamó Eche-verría y sólo le dijo: ¿estás dispuesto a hacerte cargo de esto?, abarcando con los brazos el despacho presiden-cial. Salinas de Gortari se reunió con Camacho para decirle que no sería y Camacho tuvo una reacción agresiva porque le había ido a garantizar a Sa-linas su presencia en el sistema.

De todas las sucesiones presiden-ciales dentro del partido del gobierno, la única fuera de control fue la de Sali-nas de Gortari a Zedillo; ciertamente que Zedillo formaba parte del primer círculo presidencial y que había sido enviado por el presidente a la coor-dinación de la campaña de Colosio, pero no había los vínculos de compli-cidades como con Colosio. Pero Zedi-llo fue el candidato suplente de Colo-sio, pertenecía al grupo de poder del superasesor salinista Córdoba Monto-ya y decían en los pasillos del poder que sería el sucesor de Colosio en el 2000. Zedillo fue leal salinista hasta la toma de posesión; y a finales de febrero de 1995 decidió encarcelar a Raúl Salinas de Gortari como un acto de ruptura total con Carlos Salinas de Gortari, aunque no por cuestiones personales sino de poder: Zedillo ne-cesitaba marcar distancia fuerte con el expresidente porque comenzaba a ha-blarse de Zedillo como el beneficiario del asesinato de Colosio.

Otras anécdotas sucesorias: en 1957, la esposa del presidente Ruiz Cortines había presentado, en una reunión con esposas de políticos, a la esposa de Flores Muñoz como la más importante del gobierno; y el propio presidente le había comentado a Flo-res Muñoz: “pon en orden tus cosas”. El entonces secretario de Agricultu-ra, muy movido en grupos políticos, pensó que sería el agraciado; cuando le dijeron que acababan de destapar

a López Mateos, Flores Muñoz se apersonó en la oficina presidencial pero ahí fue recibido, antes que pu-diera explotar, con palabras picarescas del presidente: “ni modo, Pollo, nos chingaron”.

Las formas de hacer política en México fueron fijadas con precisión por el PRI en la vida cotidiana del poder. En 1981, en su estudio Los laberintos del poder. El reclutamiento de las élites políticas en México, 1900-1971, el politólogo estadunidense Peter H. Smith definió con precisión las veintidós reglas para hacer política en México, es decir: los modos de ha-cer política. Y todas ellas dibujaron el modelo piramidal de ejercer el poder:

1. Estudie una carrera universita-ria, de preferencia en la UNAM.2. Ingrese al PRI.3. Acepte cualquier cargo que pueda obtener o en el gobierno, y cuanto antes mejor.4. Ya que esté en política, prepáre-se para competir.5. Estudie el sistema.6. Siempre que haya la posibilidad trate de obtener un puesto en la Ciudad de México.7. Haga todos los amigos que pue-da, sobre todo entre sus superiores.8. Capitalice sus relaciones fa-miliares.9. Si ha decidido formar parte de un equipo o de una camarilla, elija con mucho cuidado a su jefe.10. No se enemiste con nadie.11. No hunda el barco.12. Evite los errores.13. No haga declaraciones con-trovertibles.14. Si tiene que hacer una de-claración pública, utilice el len-guaje adecuado.15. Turne las decisiones difíciles a sus superiores.16. Evite errores, evada a los medios de comunicación y la ex-cesiva responsabilidad, pero trate de destacar.17. Trabaje rápido.18. En vez de perder tiempo en el cargo que ocupa, siga hacien-

do amigos.19. Respete la ley de la ineficien-cia productiva.20. Si no obtiene el cargo que pretende, sea paciente.21. Una vez que esté en la élite política, prepárese para salir de ella.22. Aun en la cúspide de su carrera sea amable con sus subordinados.

Estas veintidós reglas de Smith revelan las tres características de los escalafones políticos en el sistema priísta: la disciplina, la sumisión y la pirámide del poder. Las características del reclutamiento y el escalafón po-lítico dependían del poder omnipre-sente y omnímodo del presidente de la república en turno. En este sentido, la lealtad era circunstancial.

7.- Fracaso del PAn como presidencialismo opositor

2000-2012

El PAN había sido fundado en 1939 para protestar contra los modos de presidencialismo absolutista de Lá-zaro Cárdenas en su periodo de radi-calización 1936-1939. A lo largo de su vida política, los panistas definieron su oferta política en la democracia ba-sada en la sociedad y en las institucio-nes, acotando el poderío presidencial. La diferencia parecía conceptual pero era de dimensiones del poder: el siste-ma presidencial democrático, contra el sistema presidencialista autoritario, el primero sustentado en leyes e institu-ciones y el segundo erigido sobre los pilares del poder absolutista personal.

El PAN comenzó a participar en

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elecciones presidenciales en 1952, con excepción de 1976 en que sus pugnas internas impidieron nominar a un candidato. En las siete elecciones presidenciales antes del 2000, el PAN mantuvo una tendencia creciente de 7.8% a 25.9%, de 285 mil 555 votos a 9 millones 140 mil 841. La presi-dencia la ganó el PAN con la candi-datura del neopanista Vicente Fox Quesada en el 2000 con el 35.9% de los votos, casi 16 millones, contra el 36.1% (13 y medio millones) del priísta Labastida Ochoa.

Las condiciones que se dieron para

la victoria panista en el 2000 fueron, entre muchas, tres: el candidato del PRI no era el que quería Zedillo, la organización y conteo de votos había salido del control de Gobernación en 1996 y los EE.UU. estaban apo-yando la alternancia desde 1985 vía la alianza PAN-empresarios-jerarquía católica impulsada por el entonces embajador reaganiano John Gavin. La crisis política dentro del PRI en 1988, la salida de Cuauhtémoc Cár-denas y la pérdida de mayoría abso-luta presidencial desde la elección de Salinas de Gortari habían abonado la posibilidad de victoria panista. Y en el 2000, por primera vez, las casas en-cuestadoras se habían salido del con-trol autoritario del gobierno y habían comenzado a advertir la victoria de Fox y el PAN.

El discurso panista en las eleccio-nes presidenciales del 2000, 2006 y 2012 fue diferente, coyuntural y sin presentar una oferta de instauración

democrática. Fox articuló la oferta del “cambio”, de la “transición” y la concretó festivamente en la arenga de “sacar al PRI de Los Pinos a patadas”, Calderón se centró en combatir con-tra López Obrador porque el priísta Maderazo Pintado se había caído en las encuestas y Josefina Vázquez Mota hizo una oferta de género. La alter-nancia panista duró apenas doce años y nada logró en cambio de paradig-mas priístas: Fox promovió algunas reformas conservadoras negociadas con el PRI y Calderón centró su go-bierno en la lucha contra los cárteles del crimen organizado.

Al PAN le hizo falta el razona-miento sobre la crisis del sistema; hacia el 2000 el panismo estaba se-guro de que la crisis era del sistema político priísta, pero en los doce años las reformas fueron más bien proce-dimentales electorales y productivas, no de sistema/régimen/Estado. Así, el PAN dejó la impresión que la cri-sis nacional no era producto del sis-tema/régimen/Estado sino de la co-yuntura nacional como efecto de la coyuntura internacional.

Ciertamente que el PAN careció de fuerza legislativas: en el periodo 2000-2012, las bancadas panistas en el Senado fueron de minoría (36% contra 45% del PRI) en el foxismo y de primera minoría (39%, contra 25% del PRI) en el calderonismo y de minoría de diputados (40.8% en 2000-2003, contra 41.6% del PRI; 29.6% en 2003-2006, contra 40.4% del PRI; 41.2% en 2006-2009, con-tra 21.2% del PRI; y 28.4% en 2009-2012, contra 48% del PRI). Sin em-bargo, el tema de los porcentajes de bancadas era relativo porque la falla estratégica era de ofertas de reformas integrales que hubieran podido conci-tar apoyos legislativos.

El tropiezo fundamental fue de Fox porque había prometido el “go-bierno del cambio” y había usado el lenguaje de la transición; sin embar-go, el foxismo pareció haber concebi-do la transición sólo como la demo-cracia electoral procedimental. En todo caso, su gobierno se dedicó a ad-

ministrar la crisis. Y el mensaje de que enfrentaba una crisis circunstancial y no estructural fue en la designación de Francisco Gil Díaz como secreta-rio de Hacienda, pues el economista representaba el modelo económico de los Chicago boys neoliberales que ha-bía diseñado la estrategia económica de los gobiernos de De la Madrid, Sa-linas y Zedillo.

El otro error político de Fox fue la falta de participación del PAN como partido en el poder en el diseño de la instauración de un nuevo sistema/ré-gimen/Estado. La primera mitad del sexenio foxista se fue en defender la distancia crítica del partido con el presidente y la segunda le apostó a la internacionalización del PAN con la democracia cristiana. Los dos presi-dentes del PAN en el foxismo –Luis Felipe Bravo Mena y Manuel Espino Barrientos– perdieron la oportunidad de definir la alternancia de sistema. En el 2003 Fox pidió el control ma-yoritario de la Cámara de Diputados, pero sin una propuesta de modelo alternativo de nación; la respuesta electoral fue negativa: el PAN apenas tuvo el 30% de bancadas, contra el 40.4% del PRI como primera mino-ría. Y el PAN le apostó desde entonces a transitar en solitario y sin alianzas con otros partidos.

Como para reafirmar que no ha-bría proyecto alternativo de nación en el sistema/régimen/Estado, Fox trabajó en el 2003-2006 con el priísta Manlio Fabio Beltrones como el ope-rador político del PRI en la Cámara

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de Diputados. Las propuestas de re-formas estructurales de Fox en mate-ria fiscal y energética fueron una ex-tensión de las reformas pendientes en ese rubro del modelo priísta de trata-do de comercio libre con los EE.UU. y Canadá.

Con Calderón fue lo mismo: la bandera del PAN fue derrotar a Ló-pez Obrador como el abanderado del populismo y el PAN como el garante del modelo de nación derivado del tratado comercial salinista. Las refor-mas fiscal y energética de Calderón no definieron el proyecto priísta de nación. A partir del 2007 Calderón definió una guerra frontal del Esta-do contra los cárteles del narcotráfico abandonando la reforma del sistema/régimen/Estado que venía pendiente de la alternancia en el 2000.

En los doce años de gobierno y en la candidatura de Vázquez Mota en el 2012, el PAN mostró una carencia de comprensión de la crisis del régimen priísta y la urgencia de una transición hacia elecciones libres sino hacia un nuevo sistema/régimen/Estado. El desgaste panista en el poder fue corre-lativo a una agenda superficial de re-formas. Hacia el 2012 el PRI le ganó al PAN con la candidatura mediática y en encuestas del entonces goberna-dor del Estado de México. La crisis en la candidatura priísta en marzo por la movilización estudiantil en la Univer-sidad Iberoamericana y el movimien-to #YoSoy132 se agotó en la confron-tación porque esas corrientes querían un modelo alternativo al PRI pero las

candidaturas de Vázquez Mota en el PAN y de López Obrador en el PRD carecieron de una oferta de recupe-ración de la transición del 2000 y de propuesta de unan instauración de un nuevo sistema/régimen/Estado.

La crisis de la propuesta oposito-ra tuvo que ver con la caracterización de la alternancia: PAN y PRD no se vieron como alternativa en cuanto a propuesta de creación de un nuevo sistema/Régimen/Estado, sino como relevo político del mismo proyecto priísta de nación. En términos del ensayista marxista José Revueltas en México: una democracia bárbara, la única alternancia política era la que era correlativa a la alternancia pro-ductiva, es decir, que la disputa era por el modo de producción y su co-rrelación de fuerzas sociales. El PAN y el PRD –este último nacido más de las cenizas del viejo PRI– sólo plan-teaban un relevo en la conducción de la administración pública y no una nueva propuesta de proyecto nacio-nal de desarrollo. La única fuerza que tenía claridad respecto a la verdadera alternativa era el Partido Comunista Mexicano, pero en 1989 se había auto disuelto y entregado su registro legal como partido a los priístas-neocarde-nistas. El proyecto socialista que había enarbolado el PCM en la candidatu-ra presidencial de Arnoldo Martínez Verdugo en 1982 dejó de existir en 1989. La pugna del PAN y del PRD con el PRI no era de proyectos sino –como lo planteaba Manuel Gómez Morín en la fundación del PAN– de élites buenas, no contaminadas por el abuso del poder.

El mandato electoral para el PAN en las elecciones del 2000 y del 2006 fue el de la instauración de régimen, pero en realidad la bandera del cam-bio y de la transición había sido sólo electoral y sin una comprensión del agotamiento del viejo sistema priís-ta, aunque en descargo la sociedad mexicana tampoco tenía clara la crisis del sistema/régimen/Estado y menos aún de la necesidad de una propuesta alternativa. El debate sobre la transi-ción eludió la discusión académica de

las transiciones (Samuel Huntington, Leonardo Morlino) y el debate de las transiciones a la democracia de dicta-duras como la de España y la propia Unión Soviética y sus países satélites en 1989-1991. Al final pareció con-solidarse la percepción de Jesús Reyes Heroles a miembros de la Platajunta española en 1975 que vinieron a Mé-xico a buscar apoyo para la transición española: en México había una de-mocracia formal; y en efecto, así era, pero el debate sobre la transición era la modificación de las estructuras de poder basadas en puntos concretos: el presidencialismo absolutista, el PRI como partido del Estado, una Cons-titución redactada como proyecto na-cional del Estado priísta y un Estado de derecho controlado por el PRI.

En este sentido, los doce años de gobierno panista fueron una pérdida de la oportunidad para la instaura-ción de una nueva república con insti-tuciones, leyes y Estado democráticas.

8.- Los tapados destapados

Como nunca antes, los suspirantes a la silla endiablada están a la vista, juegan sus cartas abiertas, se comen el tiempo y son juzgados en medios y redes cibernéticas. Como se presen-tan las cosas casi dos años antes de la elección, las elecciones del 2018 regis-trarán cinco candidaturas reales: PRI, PAN, PRD, Morena e independien-tes. Y en las primeras encuestas existe

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una cifra que dice mucho: 30% de indecisos, porcentaje que no alcanza ningún candidato formal. Estos datos revelan que habrá un ganador con al-rededor del 25% de los votos y una fragmentación del electorado.

PRi:–Aspirantes. Con posibilidades

altas: Miguel Ángel Osorio Chong, Luis Videgaray Caso, Eruviel Ávila Villegas y José Antonio Meade Kuri-breña. Con posibilidades bajas: Aure-lio Nuño Mayer, Manlio Fabio Bel-trones Rivera y José Calzada Rovirosa.

–Método de nominación: el presidente de la república ejercerá todo su poder para imponer al can-didato; el PRI bajo Enrique Ochoa Reza no contará.

–Fuerza partidista: el PRI es pri-mera minoría en las cámaras y tiene la mitad de las gubernaturas. Militancia oficial: 5 millones de afiliados.

–Factores determinantes: a favor: voto fragmentado en cinco partidos, solidez del poder ejecutivo y círculo rojo crítico minoritario; en contra: aceptación presidencial debajo de 30%, redes cibernéticas adversas y crisis económica.

–Cifras electorales: en votación presidencial: 50.3% con Salinas en 1988, 48.7% con Zedillo en 1994, 36.1% con Labastida (derrota) en 2000, 22.2% con Madrazo (derrota y tercer sitio) en 2006 y 38.2% con Peña Nieto (recuperación de la presi-dencia) en 2012. Elecciones legislati-vas de 2015: 29.2%.

PAn: –Aspirantes: Ricardo Anaya Cor-

tés, Margarita Zavala de Calderón y Rafael Moreno Valle Rosas.

–Método de nominación: elec-ciones internas con participación de militantes.

–Fuerza partidista: El PAN es la segunda fuerza electoral y avanzó en la victoria en gubernaturas en el 2016, tres de ellas en alianza con el PRD. Afiliados: 450 mil personas.

–Factores determinantes: control del partido, tendencia en las encuestas y representación política. La condi-

ción de Margarita Zavala de ser espo-sa del expresidente Calderón operará en sentido positivo y negativo.

–Cifras electorales: en votación presidencial: 17% con Clouthier en 1988, 26% con Fernández de Ceva-llos en 1994, 42.5% con Fox en el 2000 (victoria), 35.9% con Calde-rón en el 2006 (victoria), 25.4% con Vázquez Mota en el 2012 (derrota y tercer lugar). Elecciones legislativas de 2015: 21%.

PRD–Aspirantes: Internos: Jesús or-

tega Martínez, Jesús Zambrano Grijalva. Externos: Miguel Ángel Mancera (no milita en el partido pero ganó el DF como candidato); no ofi-ciales: Juan Ramón de la Fuente Ra-mírez, José Woldenberg Karakowsky.

–Método de nominación: en-cuestas, acuerdo entre quince (has-ta ahora) corrientes de opinión que controlan el partido (tribus), vota-ción interna.

–Fuerza partidista: el PRD fue hasta el 2012 la tercera fuerza nacio-nal pero la salida de López Obrador para fundar Morena le quitó militan-tes y votos y pasó a cuarto lugar.

–Factores determinantes: fuerza propia insuficiente para ganar presi-dencia, alianza con el PAN en candi-datura única y la Ciudad de México como territorio electoral decreciente. En cada elección Morena le quita mi-litantes y votos.

–Cifras electorales: en votación presidencial: 31.1% con Cárdenas por el Frente Democrático nacional como antecedente del PRD, 16.6% con Cárdenas en 1994, 16.6% con Cárdenas en 2000, 35.3% con López Obrador en el 2006 y 31.6% con Ló-

pez Obrador en el 2012. Elecciones legislativas de 2015: 10.8%.

Morena–Aspirantes: Andrés Manuel López

Obrador como precandidato único.–Método de nominación: auto

dedazo de López Obrador a favor de sí mismo y asamblea a mano alzada.

–Fuerza partidista: Morena na-ció la víspera de las elecciones legis-lativas de 2015. En esas votaciones le quitó el PRD el tercer sitio como fuerza electoral.

–Factores determinantes: López Obrador como candidato presiden-cial hace campaña desde el 2000 y tie-ne el control absolutista de Morena. Sin respetar leyes electorales ha hecho campaña personal desde la fundación de Morena en 2015.

–Cifras electorales: en presiden-ciales como candidato del PRD: 35.3% con López Obrador en el 2006 y 31.6% con López Obrador en el 2012. Elecciones legislativas del 2015: 8.4% a nivel nacional y 23.6% en la Ciudad de México (18.5% del PRD).

independientesLa figura de los independientes

nació a partir de la reforma electoral promulgada en febrero de 2014. Su éxito coyuntural se conoció en la elec-ción de gobernador de Nuevo León de 2015 en donde el expriísta Jaime Rodríguez Calderón El Bronco se pre-sentó como independiente y ganó con el 48.8%, contra 23.8% para la can-didata del PRI Ivonne Álvarez García. En las elecciones legislativas de 2015 también hubo cuatro candidatos in-dependientes que ganaron una curul en la Cámara de Diputados.

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–Aspirantes: Jaime Rodríguez El Bronco, gobernador en funciones de Nuevo León; Jorge G. Castañeda Gutman, canciller del gobierno de Vicente Fox 2001-2003; Pedro Fe-rríz de Con, periodista, conductor de programas de radio y conferencista; y Enrique Alfaro, expriísta y alcalde de Guadalajara. En la lista de inde-pendientes se coloca a Miguel Ángel Mancera Espinosa, jefe perredista de gobierno de la Ciudad de México sin ser del PRD.

–Método de nominación: hasta ahora han funcionado las encuestas, pero como los aspirantes pertenecen a grupos políticos diferentes no habrá una forma efectiva de designación y puede preverse que haya dos o tres candidatos independientes en las boletas. Castañeda y Ferríz de Con proponen que haya sólo un candida-to a la presidencia y un grupo. Las posibilidades de los independientes se fueron por el camino equivocado cuando un grupo de líderes sociales fueron convocados por el panista Diego Fernández de Cevallos para construir el camino de un indepen-diente único pero sólo para confron-tar a López Obrador.

–Fuerza partidista: al ser inde-pendientes, carecen de estructura de partido, de militantes y se sostiene sólo por el impulso mediático. Jai-me Rodríguez El Bronco creo una es-tructura electoral, pero su verdadera fuerza fueron las redes cibernéticas, el repudio al PRI y su compromiso de encarcelar al gobernador Rodrigo Medina por corrupción. De llegar a la candidatura, los independientes van a moverse sólo por espontáneos.

–Factores determinantes: el im-pulso que tuvieron los independien-tes fue el rechazo a la partidocracia, pero los resultados de algunos de ellos en las elecciones del 2015 y del 2016 desalentaron al electorado. Las posibilidades de buena votación de-penderán del estado de ánimo de la sociedad, de la participación social ac-tiva en redes cibernéticas, de la cons-trucción de una militancia sin partido que colabore en la campaña y la mo-

vilización y de las figuras partidistas que aparezcan como participantes. En efecto, el principal adversario de los independientes no es el PRI sino López Obrador por su discurso crítico a la partidocracia. Sin espacios en me-dios escritos y electrónicos masivos, a los independientes no les alcanzaran las motivaciones en redes cibernéticas.

–Cifras electorales: como los resultados electorales de los inde-pendientes a cargos de gobernador, alcaldes y legisladores son más bien locales, sólo quedan las encuestas na-cionales que le otorgan el 7% prome-dio de votos, con una masa grande de 30% de indecisos.

9.- el 2018 y la crisis

A diferencia del 2000 en que el PAN construyó el voto útil a favor de Fox y el PRI confío en el aparato presiden-cial y del 2012 en que Peña Nieto arra-só en las encuestas con voto ganador, las elecciones presidenciales del 2018 girarán en torno a un punto esencial: cualquiera de los candidatos puede ga-nar. En todo caso, la diferencia estará en la capitalización de la crisis políti-ca, económica, social, cultural y en las élites. Y lo único cierto es que no será una elección entre proyectos u ofertas de programas de gobierno, sino una guerra de desgastes, sin reglas: ganará el que sobreviva a la campaña.

A pesar de la confianza en las cua-tro principales fuerzas –PRI, PAN, Morena y PRD–, partidos y candi-datos llegarán con suficientes pasivos como para oscurecer las campañas. A partir de la dimensión de la crisis del proyecto de nación, ninguno de los contendientes presentará una verda-dera alternativa. De ahí que el 2018 vaya a propiciar un relevo dentro del mismo sistema/régimen/Estado y por tanto ninguno de los contendientes y sus partidos tendrá la capacidad para ofrecer una instauración de sistema/régimen/Estado no priísta. En la rea-lidad, precandidatos conocidos y po-

sicionados y sus respectivos partidos han carecido de un diagnóstico del fin del sistema/régimen/Estado para con-vocar a la construcción de un nuevo destino nacional.

Las principales características de las elecciones del 2018 serían las siguientes:

1. La sociedad mexicana carece de verdaderas alternativas; si acaso, vota-rá entre opciones.

2. La principal característica radica en la despartidización de los electores. De acuerdo con cifras entregadas al Ins-tituto Nacional Electoral por los pro-pios partidos, oficialmente existen 16 millones, 152 mil 826 militantes entre los nueve partidos registrados; contra el padrón electoral de 83 millones 229 mil 64 votantes, apenas el 19.4% de los electores milita en un partido.

3. El PRI registra su más severa crisis de militancia, en contraste con los millones de militantes en los años setenta y ochenta: de una militancia registrada en el INE en 2015 de 9 mi-llones 991 mil 310 militantes. El PRI reconoce en su página electoral sólo 5 millones 44 mil 528, una baja de 4 millones 877 mil 650 militantes o el 49.5%. Los demás partidos han man-tenido su militancia entre 308 mil y 730 mil personas.

4. La lucha electoral será por arre-batarle otra vez la presidencia al PRI. A favor de este objetivo se localiza la pérdida de siete gubernaturas en el 2016, pero todas ellas respondieron a una lógica local que no puede asumir-se en automático como una derrota presidencial.

5. El pasivo más fuerte del PRI está en la baja aprobación del trabajo presidencial –23% en Reforma y 29% en El Universal–.

6. El fracaso real de las reformas se percibe en su nulo impacto en el crecimiento económico: para el sexe-nio peñista se estima un crecimiento anual promedio del PIB de 1.9%, comparable con el 1.8% de Calderón, aunque a Calderón le afectó la crisis estadunidense de 2008 porque tumbó el PIB a -4.7%; sin esa caída, el PIB calderonista promedio anual fue de 3.6%. En cambio en el sexenio peñis-

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ta la tasa más alta de PIB fue de 2.4%, lo que quiere decir que las reformas no impactaron en el crecimiento eco-nómico.

7. La crisis política es del siste-ma; el presidente de la república no cohesiona sin o divide, el PRI sigue perdiendo votos, militancia y plazas y apenas gobierna la mitad de la repú-blica, el PIB no alcanza para recons-truir el Estado de bienestar, la crisis educativa con la CNTE es reflejo de la pérdida de la educación como aparato ideológico del PRI, la Cons-titución priísta ha sido desarticulada y los viejos sectores invisibles del sis-tema se han pasado a la oposición y pugnan por la alternancia: los medios de comunicación, los empresarios, los EE.UU., la oposición y los intelectua-les, en tanto que el ejército ya no con-solida voto priísta.

8. El fracaso de la no-política de comunicación social ha creado un sentimiento anti Peña Nieto que va a votar en el 2018.

9. La baja en el voto duro del PRI de 28% en 2012 a 22% en el 2006 ha reorganizado las simpatías electo-rales: PAN y Morena han comenzado a beneficiarse de la reasignación de los votos. La competitividad electoral afecta al PRI.

10. El Instituto Nacional Elec-toral ha sido incapaz de coordinar elecciones racionales, además de que su actual dirección ha estado metido en problemas de credibilidad, hones-tidad y legitimidad. Ello se ha visto en

el uso de la guerra sucia en elecciones que demeritan la calidad de la demo-cracia electoral.

11. Las encuestas han distorsio-nado la credibilidad electoral, a pesar de sus desprestigios en competencias anteriores. Los precandidatos han uti-lizado la parcialidad de algunas para auto promocionarse como ganadores a pesar de que faltan poco menos de dos años para las votaciones.

12. La clave principal del proceso electoral se localiza en el PRI: su caí-da por desaprobación presidencial, su fractura con la salida de Manlio Fabio Beltrones, la división en el gabinete casi al nivel que hubo en la sucesión de Salinas de Gortari en 1993.

13. Como repetición de lo ocu-rrido en el 2000, la presión estadu-nidense directa de Barack Obama y Hillary Clinton e indirecta de Donald Trump en contra del gobierno priísta de Peña Nieto ha dejado la sensación de que Washington estuviera impul-sando une nueva alternancia partidis-ta en México.

14. Y como en el 2000, el voto útil podría volver a aparecer para inclinar la balanza en contra del PRI y oscilar hoy entre el PAN o López Obrador.

15. El gran dilema del PRI a la hora de la decisión presidencial para establecer la candidatura será igual que en 1970, 1976, 1982, 1988, 1994 y 2000: un candidato político (Oso-rio Chong) o un candidato tecnócrata (Videgaray Caso), con la posibilidad de Meade Kuribreña como un candi-dato priísta forjado en el PAN o el go-bernador mexiquense Ávila Villegas como un operador político de votos al viejo estilo priísta.

16. La decisión presidencial de Peña Nieto sobre la candidatura presi-dencial del PRI también determinará las posibilidades. El segundo dilema de Peña Nieto radicará en sus obje-tivos personales de la sucesión casi copiados de la sucesión salinista en 1993: continuidad personal, de pro-yecto y de grupo.

17. Como ningún otro presidente de la república surgido del PRI, Peña Nieto debe prepararse para una per-

secución letal en tres puntos, cierto o no, ya advertidos: la corrupción, la violación de derechos humanos y la violencia policiaca. De ahí el dato de que la principal característica de con-tinuidad sea la personal.

18. La elección presidencial en los EE.UU. será un factor en contra de Peña Nieto y del PRI, gane quien gane: Trump insistirá en el muro y Hillary buscará presionar en dere-chos humanos y corrupción. El tema migratorio no saldrá porque el con-greso estadunidense lo controlan los republicanos y no aprobarán la refor-ma porque le inyectaría más votos a los demócratas.

19. El papel de la oposición será de incomodidad para el PRI. Como en el 2000, el PAN y López Obrador estarían imantando votos abandona-dos por el PRI y el creciente voto de castigo contra Peña Nieto, aunado a la baja en la tendencia electoral del PRI. Con una votación previsible de 60% del padrón electoral, el 30% de una victoria cómoda implica 15 millones de votos que en elecciones pasadas PAN y López Obrador ya registraron. El PRI está esperanzado en el partido Verde, pero el desprestigio ha llevado a esta organización política a perder votantes y no aumentarlos.

20. De ahí que el proceso electoral se le presente al PRI como una elec-ción que se definirá en las urnas y ya nunca más como una sucesión en la que el destape era la elección.

10.- Acabó el recreo

Cuando el PRI perdió las elecciones presidenciales en el 2000, las élites re-accionaron con preocupación: el siste-ma tenía que reformarse, los partidos debían de acercarse más a la sociedad y la sociedad requería encontrar nue-vas formas de participación. Nada ocurrió: Fox se dedicó a disfrutar el poder y Calderón nunca entendió el desafío sistémico. Luego de tres se-xenios –dos panistas y uno priísta– y

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dieciséis años de tensiones nacionales crecientes, el sistema/régimen /Esta-do encara la ausencia de acuerdos y la movilización por la tangente de im-portantes segmentos de la sociedad.

El sistema político como la caja negra donde se arreglaban las deman-das sociales y las ofertas públicas ca-rece de viabilidad porque el PRI, el PAN y el PRD en gobiernos en dife-rentes niveles se han olvidado de la so-ciedad en general y se han dedicado a cultivar sus sectores patrimonialistas. Las políticas públicas se han reducido a programas asistencialistas telesco-piados que no modifican clasificacio-nes sociales aunque garantizan votos. Ello ha provocado la proliferación de movimientos sociales basadas en el modelo de la acción directa y al mar-gen de las reglas y de las instituciones. Nada ilustra mejor esta etapa que el movimiento magisterial de la CNTE: la exigencia de la abrogación de la re-forma educativa aprobada legalmente en los espacios legislativos de toma de decisiones, pero sin tomar en cuenta a los maestros disidentes.

Las decisiones autoritarias y la ac-ción directa social como respuesta han derivado en represiones, asesinatos y violación de derechos de terceros y con ello a inestabilidades crecientes por la articulación de protestas en una agen-da de radicalización de exigencias. La tensión social ha llegado a los límites de la estabilidad en el sexenio de Peña Nieto. El conflicto magisterial llegó al punto de la ruptura institucional: el gobierno comenzó a descontar salarios y a despedir maestros, la dirigencia de la CNTE quiere la abrogación de la re-forma y los empresarios exigen el uso de la fuerza pública contra marchas, plantones y bloqueos de activistas ma-gisteriales. El problema es mayor que el agotamiento de los espacios de ne-gociación de las agendas: se trata de la disfuncionalidad del sistema político priísta, toda vez que los funcionarios priístas ya no pueden seguir tomando decisiones autoritarias, dictatoriales y verticales sin consensos con los invo-lucrados, por más razones justificadas que existan.

Las elecciones y el relevo de élites gobernantes servían para mandatar liderazgos pero también para esta-blecer mecanismos de representación social en los niveles del sistema de toma de decisiones. El viejo sistema/régimen/Estado garantizaba la re-presentación social; hoy la sociedad mexicana no se siente representada en la clase política, en los partidos, en los poderes, el sistema político, en el régimen de gobierno y en el Estado nacional. El México del PRI 1917-2018 es otro y de ahí la movili-zación social contra la estructura del sistema/régimen/Estado priísta que representan el PRI, el PAN, el PRD, Morena y los partidos chicos e inclu-sive muchos de los independientes que creen que el problema nacional es la corrupción y no una estructura de poder excluyente y elitista.

Si las elecciones presidenciales del 2018 no toman en cuenta el agota-miento en la funcionalidad del siste-ma/régimen/Estado y no aceptan que la crisis nacional es de sistema políti-co/modelo de desarrollo/Constitu-ción priísta, entonces podrán cum-plir el calendario de la democracia electoral pero no sabrán resolver las demandas sociales de nuevos grupos nacionales. La gran fractura histórica que sufrió México en el largo perio-do 1968-2000 fue el tránsito social de pueblo priísta a la condición de ciudadanía. Los gobiernos del pe-riodo 2000-2018 fracasaron en el entendimiento de la lógica del desa-

rrollo político dialéctico de la socie-dad mexicana, se distrajeron en sus propias limitaciones de comprensión política y contribuyeron a la profun-dización de la crisis social de gober-nabilidad porque no atendieron las demandas de modernización política que exigía la nueva configuración de las clases sociales.

México ya se acostumbró a la iden-tificación de las coyunturas históricas y no se va a sorprender de nuevos fra-casos en la reorganización como repú-blica. El 68 despertó a la clase media urbana capitalina de su sueño ilusorio priísta, la crisis 1973-1985 la sacrificó para corregir con nivel social los erro-res de las élites irresponsables, quedó pasmada en 1994 con la violencia del poder, se desangró en 1995 con el costo social de la crisis devaluatoria provocada por la irresponsabilidad de Carlos Salinas de Gortari y encontró una salida en la alternancia partidista en la presidencia de la república.

Sin embargo, la alternancia fraca-só en sus resultados porque las élites del PAN, el PRI y el PRD y la pro-pia sociedad no pudieron definir la reconstrucción de la república. Aun-que los partidos y candidatos no al-cancen a comprenderlo así, las elec-ciones no son –es decir: no deberían ser– elecciones del rencor satisfecho o del agravio castigado socialmente, sino que deben construirse alrededor del tema central que agobia a la repú-blica: pasar de una república priísta a una república de instituciones.

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