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PONENCIA II ¿CÓMO ANUNCIAR EL EVANGELIO A LOS ALEJADOS Y A LOS NO CREYENTES? Javier Prades López l. INTRODUCCIÓN: LA MISIÓN ES UNA DIMENSIÓN ESENCIAL DE LA VIDA CRISTIANA El contenido del anuncio cristiano es el Misterio salvífico de Jesucristo. La Ponencia 2ª se ocupa del anuncio del Evangelio en una sociedad donde muchos se consideran no creyentes o al menos alejados de la vida de la fe y de la comunidad cristiana. En ella afrontaremos el testimonio de la fe en la sociedad de hoy, a partir de algunas cues- tiones fundamentales que han sido suscitadas por los grupos sinodales en la fase preparatoria 1 . Puesto que vamos a tratar del anuncio a los alejados y no creyentes conviene empezar recordando que “el contenido del anuncio es Cristo crucificado, muerto y resucitado: en Él se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte; por Él Dios da la vida nueva, divina y eterna. Ésta es la buena nueva que cambia al hombre y a la historia de la humanidad, y que todos los pueblos tienen derecho a conocer" 2 . Dicho en pocas palabras, el anuncio cristiano consiste 1 Agradezco los momentos de diálogo que hemos mantenido en el grupo de la Ponencia (Ángel, Chelo, Juan Carlos, Maribel y pablo). Muchas de las observaciones que siguen, y de las que me hago responsable, no hubieran sido posibles sin ese trabajo común. 2 Redemtoris Missio nº 44 y nº 5. Ad Gentes nº 2; Ecclesia in Europa nº 45. Cf. 1Cor 1, 23-24.

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PONENCIA II

¿CÓMO ANUNCIAR EL EVANGELIO A LOS ALEJADOS

Y A LOS NO CREYENTES?

Javier Prades López

l. INTRODUCCIÓN: LA MISIÓN ES UNA DIMENSIÓN ESENCIAL DE LA VIDA CRISTIANA

El contenido del anuncio cristiano es el Misterio salvífico de Jesucristo.

El anuncio de Cristo en el corazón de la vida y misión de la Iglesia.

La Ponencia 2ª se ocupa del anuncio del Evangelio en una sociedad donde muchos se consideran no creyentes o al menos alejados de la vida de la fe y de la comunidad cristiana. En ella afrontaremos el testimonio de la fe en la sociedad de hoy, a partir de algunas cuestiones fundamentales que han sido suscitadas por los grupos sinodales en la fase preparatoria.

Puesto que vamos a tratar del anuncio a los alejados y no creyentes conviene empezar recordando que “el contenido del anuncio es Cristo crucificado, muerto y resucitado: en Él se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte; por Él Dios da la vida nueva, divina y eterna. Ésta es la buena nueva que cambia al hombre y a la historia de la humanidad, y que todos los pueblos tienen derecho a conocer". Dicho en pocas palabras, el anuncio cristiano consiste en hacer presente y dar a conocer a Cristo redentor. La Iglesia se nos muestra como la realidad humana y visible que hace posible el encuentro con Cristo en el aquí y ahora de la vida de los hombres.

¿Qué desafíos plantea hoya la comunidad católica de Madrid el anuncio evangélico que todos advertimos como urgente?

Hay una primera premisa que es importante tener claro: el anuncio a los que no se consideran cristianos está en el corazón de la vida y de la misión de la Iglesia, porque Cristo ha venido para encontrar a todos los hombres, ofrece su Cuerpo y su Sangre por todos. La misión no es una actividad para especialistas, añadida a la vida cristiana "normal". Lo normal es que la vida del que ha encontrado a Jesucristo sirva para darlo a conocer. Por ello, es necesario recordar los elementos esenciales del acontecimiento cristiano, teniendo presentes las características propias de nuestra sociedad. Con esta afirmación no negamos, por otro lado, que hay situaciones o problemáticas especiales en la vida social, que requieren una atención específica. Aludiremos a ellas más adelante. Pero es decisivo afirmar desde el principio la correlación que hay entre la vida cristiana normal y el anuncio misionero.

Los cuestionarios de los grupos sinodales en la fase preparatoria han incluido muchas alusiones a la vida de las comunidades cuando han respondido a las preguntas sobre el anuncio a los alejados y no creyentes. En esta Ponencia vamos a respetar esa conexión aun a riesgo de resultar repetitivos, porque, a nuestro juicio, revela que ambos aspectos van unidos. La vivencia de la fe en la comunión eclesial es inseparable de su dimensión misionera: "¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!" (cfr. 1Cor 9,16-18). Si ambas dimensiones no están presentes a la vez, no se trata del Hecho cristiano tal y como lo testimonia la Tradición apostólica: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, la Palabra de la Vida -pues la Vida se hizo visible-, os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa" (1Jn 1,1-3).

II. LA PETICIÓN DE UN JUICIO SOBRE LA ACTUALIDAD: VACIAMIENTO DEL SIGNIFICADO DE LA VIDA

Interés de enjuiciar cristianamente la realidad.

Nuestra sociedad tiene un sentimiento difuso de temor.

Silenciamiento progresivo de la dimensión religiosa y de la fe cristiana.

El anuncio cristiano es una propuesta de felicidad para los hombres.

Reconocimiento de los elementos institucionales y sacramentales de la Iglesia...

...y, a la vez, pérdida de vigor de la fe.

Sólo se propone lo que uno conoce y vive con pasión.

1. La situación actual de nuestra sociedad

En los cuestionarios se percibe no sólo un interés por valorar la situación de la vida eclesial sino también por discernir el momento de la sociedad madrileña y española. Se desea recibir ayuda para precisar desde la fe el juicio sobre la situación social. Y se percibe, justamente, que esta necesidad forma parte constitutiva de una fe adulta, es decir, capaz de ofrecer una valoración crítica sobre todos los aspectos de la vida social. Toda fe correctamente vivida implica una dimensión cultural.

No son pocos los síntomas de un cansancio de la sociedad española. Podemos indicar la caída de la demografía -síntoma de la falta de esperanza e interés por el futuro de los hijos, de los nietos.. .-, la pérdida del sentido del trabajo y del valor eterno de las relaciones -pensemos en las crecientes dificultades para la vida familiar-, del respeto a la vida en su origen y su final, la pérdida del sentido del dolor y de la muerte ante tantas situaciones de enfermedad o de violencia... La consecuencia es un sentimiento difuso de temor: al presente, al futuro, a los otros, y, fundamentalmente, a la muerte.

¿Qué juicio podemos ofrecer sobre esta realidad? De acuerdo con la Exhortación postsinodal Ecclesia in Europa cabe afirmar que vivimos en una situación de relativismo cada vez más extendido. La situación no se puede describir como una descristianización superficial, ni cabe conformarse con remitir a los brotes recientes de ese anticlericalismo que tiene arraigo en nuestra historia española. Estos factores son ciertos, pero el momento es más urgente y el diagnóstico que ofrece el Papa sobre Europa es más profundo; se trata de un relativismo que expresa un verdadero cambio antropológico: sociedades enteras se hacen indiferentes a la dimensión trascendente propia del hombre. Es fundamental advertir este progresivo silenciamiento de la dimensión religiosa de la vida humana, y en particular el desconocimiento o la exclusión de la fe cristiana de la vida social. El Papa llega a hablar a este propósito de una" apostasía silenciosa" de Europa.

Si tenemos interés en anunciar el Evangelio es para que cada uno encuentre su felicidad, en este mundo y para siempre. Conviene insistir en que lo que está en juego es la felicidad, es decir, el descanso y la satisfacción del corazón, el descubrimiento del sentido y la utilidad de nuestras vidas y de las de aquellos a los que queremos, ahora y para la eternidad. Ese grito y esa búsqueda del hombre, sus afanes y tristezas, su espera de la felicidad, en una palabra, su exigencia de una salvación real y definitiva, no encuentran respuesta mientras no aparece en el horizonte el Único que puede sanar los males de nuestro corazón y darle para siempre la plenitud que tanto anhela (cfr. Heb 2,14-15). Nada menos que de esto se trata en el anuncio del Evangelio: de nuestra salvación para siempre. Por eso, si Dios desaparece de la experiencia humana real, antes o después la persona se afirma a sí misma como fuente de todo valor y significado. Y como ningún hombre puede explicar exhaustivamente el misterio de su propia persona, y tanto menos el misterio de la realidad, las respuestas que prescinden de Dios no pueden sino acabar siendo insuficientes y, en el tiempo, ejercer una pretensión violenta sobre los demás, desde el ámbito de la propia familia, hasta la vida social y pública.

Con estas afirmaciones no queremos negar que sigue habiendo una vitalidad de la sociedad española y madrileña, que atrae a muchos a venir aquí, tanto a trabajar y quedarse entre nosotros con sus familias, como a visitamos de turismo. Es verdad que nuestra convivencia y nuestra manera de ver las cosas resulta todavía más humana que la que hay en muchos países de nuestro entorno cultural y que ciertos elementos de nuestra vida social, como la estima por la familia (aunque se vea tan agredida), o la apertura y la hospitalidad siguen identificando a muchas de nuestras gentes. Nadie negará que las manifestaciones de piedad popular siguen siendo masivas en nuestra Diócesis, y que en ellas se expresa sinceramente un sentimiento cristiano, más o menos educado. Y es indudable que la sociedad española y madrileña ha madurado mucho en su capacidad de convivencia después de casi 30 años de democracia, gracias a la contribución de todos.

Pero la pregunta que surge es si estos fenómenos bastan para modificar el diagnóstico que ofrece Juan Pablo II sobre Europa. Lo más verosímil es pensar que tal vitalidad está perdiendo sus raíces muy deprisa y cuando eso suceda no acertaremos a construir una sociedad sólida y atractiva para los que nos seguirán en las generaciones futuras.

2. La situación eclesial

Respecto a la situación de la Iglesia las respuestas muestran que muchos grupos sinodales tienen todavía una comprensión suficiente -aunque a veces parcial o empobrecida- de los elementos institucionales de la Iglesia (sacramentos, liturgia, jerarquía...), y que son minoritarias las peticiones que alteran gravemente esa naturaleza eclesial. Es frecuente encontrar la petición de que cada uno de estos elementos sea vivido tal cual es. Por ejemplo, se pide que los sacerdotes prediquen con pertinencia al texto bíblico e iluminando la vida concreta, con toda la preparación personal y comunitaria que sea necesaria; se desea que las celebraciones litúrgicas comuniquen la fe a todos; se propone que la formación se alimente de la Palabra de Dios y del Magisterio, y de la espiritualidad; se reclama una caridad o una capacidad de anuncio mayores, a partir de la conciencia bautismal. No hay proporción entre la frecuencia de este tipo de peticiones en los cuestionarios y otras que implican una alteración esencial de la naturaleza ministerial y sacramental de la Iglesia.

A la vez, se expresa una petición de ayuda para que la realidad eclesial incida realmente en la vida de cada persona concreta y en la sociedad. Se desea que aquello en lo que se cree se profundice en sus fundamentos y atraviese todo lo que se vive; y se constata con tristeza que no siempre es así, porque es como si faltara una energía, una fuerza vital para impregnar de fe lo cotidiano y los momentos esenciales de la vida (nacer, morir, casarse y vivir el matrimonio, tener hijos, trabajar. . .). Debemos tomar muy en cuenta esta situación porque es inseparable del anuncio a alejados y no creyentes. En efecto, el Papa ha hablado de un vaciamiento interno de la fe, en el que la permanencia de ciertas formas exteriores delata, sin embargo, una vida en la que parece que Cristo no existe realmente. Aunque no falten contenidos formativos correctos o una actividad generosa, se señala que no se comunica esa fascinación que acompaña a la presencia de Cristo. Los creyentes podemos contribuir así a la increencia o ateísmo de muchos conciudadanos nuestros, que creen saber quién es Cristo pero en realidad no lo saben, porque no se han encontrado con Él de manera persuasiva y siguen afrontando la vida sin la novedad que sólo ese encuentro ofrece.

¿A qué se debe este fenómeno? Mejor que ahondar en análisis negativos, podemos recordar que sólo se comunica a otros lo que fascinó y sigue fascinando la propia vida, lo que mantiene con el paso del tiempo el interés personal. Por eso son inseparables la fe, cuando es una experiencia llena de razones, y el anuncio a los demás. Sólo se propone a otros lo que le interesa a uno, y, viceversa, sólo despierta interés en otros lo que uno mismo está viviendo con pasión.

III. LA NATURALEZA ORIGINAL DE LA REVELACIÓN CRISTIANA: UN ENCUENTRO

De la fe viva brota el anuncio misionero.

La carne de Cristo sacramento de su divinidad y de la salvación.

La fe acontece como encuentro personal con Cristo.

Encuentro con Cristo por medio de la Iglesia.

Toda novedad radica en Cristo.

La fascinación por Cristo punto de partida y sostén de la fe.

Dios invisible se hace visible en la humanidad de su Hijo Jesús.

Cristo permanece sacramentalmente en la Iglesia, que es su Cuerpo.

Sólo la fe personal es misionera: don del Espíritu.

Precisamente cuando se anuncia a otros lo que uno ha conocido y le resulta atractivo, se hace patente que la fe vivida es inseparable del anuncio misionero, en virtud de la propia naturaleza de la Revelación cristiana. Como en algunos cuestionarios podría parecer que el anuncio a los alejados y no creyentes es una actividad diferente de lo que se vive a diario, conviene profundizar en la naturaleza de la Revelación.

1. El encuentro de los primeros discípulos con Jesús

Si volvemos a las fuentes evangélicas, que nos describen el inicio de la Presencia de Jesucristo en la historia, vemos que se trata siempre de un Don divino que se comunica a través de una novedad humana. Como dice el Catecismo: "Todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que «en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9). Su humanidad aparece así como el «sacramento», es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora". Jesucristo, el Verbo eterno de Dios, ha tomado nuestra carne, se ha hecho hombre y nos ha sido enviado "como hombre a los hombres".

Se trata de un encuentro que se produce necesariamente de modo exterior y visible (objetivo), y no sólo mediante una inspiración interior. La Palabra que es Jesucristo llama a la persona entera con todas sus dimensiones: cognoscitiva, afectiva, volitiva. Es lo que sucede con Juan y Andrés, o con Mateo o Zaqueo cuando se encuentran con Jesús (cfr. Jn 1,35ss.; Lc 5,27-32; 19,1-10). Unos son cercanos a la fe y la moral de Israel, como los primeros discípulos o Ana y Simeón, y otros verosímilmente son lejanos, como los publicanos Leví y Zaqueo o la pecadora (cfr. Lc 2,2238; Lc 7,36ss). Sin embargo, todos pudieron encontrarse con Jesús del mismo modo, sin ninguna condición previa como no fuera la sencillez de corazón (cfr. Mt 11,25) para reconocer y seguir a aquel hombre extraordinario con el que se cruzaron casi por casualidad.

Lo propio del anuncio cristiano es el encuentro con la persona misma de Jesús, mediante una presencia humana, en su Iglesia, de tal manera que ello provoca una sorpresa: "¿Quién es éste?" (cfr. Mt 7,28-29; 8,27; Mc 2,1-12; 6,2-3; Lc 4,16-22). En efecto, el encuentro con Jesús suscita siempre una admiración que corresponde a la espera profunda del corazón humano y despierta una novedad radical. Esta fascinación es lo que hace que se transmita a otros, sin necesidad de largos momentos de formación previa (cfr. Jn 4,7-42). Su dinámica ha consistido desde el principio en un encuentro gratuito que suscita en la razón preguntas llenas de admiración y deseo, y mueve a la libertad a comunicarlo enseguida a otros (cfr. Mc 7,36-37; Mt 7,31), es como un "contagio". Los discípulos de Emaús vuelven corriendo a Jerusalén para anunciar a sus compañeros 10 que les ha sucedido: ¡se han encontrado con Cristo resucitado! (cfr. Lc 24,1334). Si queremos buscar una experiencia humana análoga, la única adecuada es la del hombre que se enamora y vive todos los momentos y los actos del día recordando a su amada, de tal manera que las cosas adquieren una novedad inesperada porque ahora todo tiene que ver con ella. A ello aludía Guardini: "En la experiencia de un gran amor todo lo que sucede se convierte en un acontecimiento en su ámbito".

Así fue al comienzo. La expansión del cristianismo en el mundo antiguo se produjo mediante una comunicación, por así decir, "de primera mano", de experiencia a experiencia, entre personas de la más diversa situación social (comerciantes, artesanos, nobles, soldados, esclavos...). No fue el resultado de una programación pastoral o misionera que se añadiera a la vida cotidiana, sino el reflejo de esa novedad que plasmaba la actividad normal de las personas y de las familias cristianas.

Si diéramos por supuesto este paso, como si se tratara de algo obvio, cortaríamos de raíz el dinamismo de la comunicación de la fe, y lo sustituiríamos, incluso con la mejor voluntad, por una de las tantas filosofías religiosas o espirituales que circulan dentro y fuera de la Iglesia. Hoy vemos por desgracia corrientes teológicas o de espiritualidad que dan por supuesto el corazón del mensaje cristiano, y que no buscan en él la novedad. Se busca lo nuevo no en Cristo mismo sino en la exploración de aspectos añadidos que se consideran más interesantes y pueden llegar a absolutizarse. Con la intención respetable de seguir haciendo atractivo el cristianismo ya no se lo identifica con Cristo sino con los valores (morales o sociales) que en cada momento histórico se perciben como más relevantes. Como es evidente, en esos valores puede contenerse una exigencia o necesidad humana que está llamada a ser vivida desde el Evangelio; lo que destacamos ahora es que no pueden sustituir el anuncio explícito de Cristo. En lugar de una Persona se trataría de fórmulas o valores, pero eso ya no es lo que encontraron y conocieron Juan y Andrés, Mateo o Zaqueo y que nos relatan los evangelios.

2. Una transmisión viva, de persona a persona

En las respuestas de los grupos sinodales se señalan muchos síntomas del debilitamiento de la tradición. Cuesta que la fe se transmita de padres a hijos. Incluso cuando los padres -o los profesores- son cristianos sinceros, los jóvenes no perciben en esa fe una respuesta adecuada a su deseo de vida plena.

Por eso el punto de partida no puede ser otro que la sorpresa que suscita el encuentro gratuito con Cristo en su Iglesia. Ese momento de encuentro personal es pura gracia y será sostenido y apoyado después con todos los recursos disponibles de tipo formativo, organizativo... Pero si ese anuncio personal, aparentemente frágil (cfr. 1Cor 1,25-30), se sustituye por alguno de los factores posteriores, se opta por un método que desnaturaliza el contenido revelado. La consecuencia es que, como mucho, seguiremos gestionando lo que ya tenemos, pero no se dilatará el Cuerpo eclesial. Cabe temer incluso que los que participan de la vida cristiana la abandonen o la reduzcan a una praxis minimalista y descomprometida, al no percibir la sorpresa que despierta y mantiene su interés humano. ¡Cuántas veces en nuestros grupos los jóvenes se empiezan a alejar cuando las ocupaciones de la vida (el trabajo, la novia o el novio, el matrimonio, los hijos) absorben las energías, hasta el punto de ir abandonando la participación en reuniones o actividades que ya no conservan ese interés para la vida!

En los evangelios la fascinación por Cristo es siempre el punto de partida y de desarrollo del itinerario de la fe: después de haber estado con Él los discípulos tenían necesidad de volver a verle (cfr. Jn 1,42). Ni el trabajo ni las relaciones se convertían en obstáculo; por el contrario, después de estar con Jesús la vuelta a las circunstancias cotidianas se llenaba de intensidad y significado. Cuando Él estaba presente, todo -desde el trabajo (cfr. Lc 5,4-10; Jn 21,6-7) hasta las criaturas de la naturaleza (cfr. Mt 6, 25-34), pasando por las celebraciones sociales (cfr. Jn 2,1-11)- era ocasión para seguir descubriendo el misterio de su Persona y seguir creyendo en Él (cfr. Lc 8,25). Se trataba realmente de amor a su Presencia.

3. La naturaleza sacramental de la Iglesia

Al servicio de este encuentro se halla la singular estructura que tiene la Revelación cristiana con su inconfundible relación entre lo invisible y lo visible, lo eterno y lo temporal, a la que se refería el texto del Catecismo sobre Jesucristo citado arriba. La Escritura nos enseña que a Dios no lo ha visto nadie (cfr. Jn 1,18; 1Tim 1,17) en cuanto es puro Espíritu, fundamento misterioso y trascendente de la realidad. Con ello no se sugiere, sin embargo, que no lo podamos conocer en el ámbito de nuestra experiencia histórica y debamos remitirnos a lo totalmente Otro inefable e incognoscible. Es más, la Tradición apostólica ha subrayado siempre que el Invisible se ha hecho visible, el Eterno se ha hecho temporal haciendo posible de este modo el conocimiento de Dios mismo en este mundo (cfr. Jn 1,14.18; Un 1,1-3; Col 1,15) -sin por ello reducir a Dios a un objeto de nuestro dominio- mientras esperamos la visión plena en el más allá. La Liturgia nos recuerda que "gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos para que, conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible"; y los Padres de la Iglesia y los grandes teólogos medievales repiten sin cesar, a propósito de la Encarnación, que Dios se ha hecho visible y a la vez ha conservado toda su trascendencia divina.

Algo semejante podemos decir del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, donde permanece vivo este acontecimiento (cfr. Rom 12,5; 1Cor 10, 16-17; 1Cor 12,27; Ef 4,11-13; 5,23.32; Col 1,24). "Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo 'hablar' de Cristo, sino, en cierto modo, hacérselo 'ver'. ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?".

Denominamos método" sacramental" en sentido amplio esta singular estructura de la Revelación cristiana, tal y como se dio en el encuentro personal de los hombres y mujeres de su época con el Nazareno: quien ve a Jesús, ve al Padre (cfr. Jn 14,9). Esa misma estructura sacramental es la que asegura la permanencia de Cristo mediante la Iglesia y, en ella, la Palabra de Dios y los sacramentos (sobre todo el Bautismo, la Eucaristía y la Penitencia, y el Ministerio ordenado) y los varios carismas y dones del Espíritu Santo que sirven precisamente a la edificación viva del mismo Cuerpo eclesial.

4. La personalización de la fe eclesial

Sólo una fe personal es misionera. La situación con que nos encontramos, donde los elementos institucionales de la Iglesia se respetan y, sin embargo, su fuerza misionera es débil, se puede deber a una falta de personalización de la fe. No podemos caer en el error de pensar que esa personalización equivalga tan sólo a un mayor empeño por nuestra parte. Se trata más bien de participar de la sorpresa y admiración que produce el encuentro con Cristo, la Palabra de Dios, por medio del Don de su Espíritu. ¿Cómo reconocemos y acogemos el papel único que juega el Espíritu para introducir en la Verdad que es el Hijo enviado por el Padre (cfr. Jn 14,26 y 16,13)? Efectivamente nadie puede decir "Jesucristo es el Señor sino con el Espíritu Santo" (1Cor 12,3) y el Concilio Vaticano II atribuye el gusto de la fe al Don del Espíritu Santo. El Espíritu Santo hace posible la participación en la persona y la misión de Cristo y así se personaliza la fe. Una concepción completa de la vida eclesial requiere que su fundamento sea a la vez cristo lógico y pneumatológico, para así realizar su dimensión trinitaria.

Esta afirmación doctrinal conlleva una cuestión esencial de método para el anuncio misionero: nunca se da una dimensión institucional de la transmisión de la fe que no implique de algún modo el testimonio personal. Para que el encuentro con Cristo sea posible se requiere que su presencia histórica sea reconocida mediante una comunicación de persona a persona, en la que concurran comunionalmente todos los dones jerárquicos y carismáticos del Espíritu Santo, según su orden propio.

IV. CARÁCTER PROPIO DEL TESTIMONIO CRISTIANO EN UNA SOCIEDAD PLURALISTA

Proponer la fe no es imponerla.

La pregunta por el sentido aparece en todos los órdenes de la vida.

La experiencia cristiana responde con sobreabundancia a la pregunta por el sentido de la vida.

¿De qué modo el cristiano testimonia a Cristo?

La vida del testigo despierta el deseo de conocer a Cristo...

...porque la vida del testigo remite a Cristo.

La prioridad permanente del anuncio explícito.

Cristo resucitado presente en nuestra unidad.

La verdad del Evangelio sellada con la entrega de la propia vida.

El diálogo como encuentro con el otro, para el anuncio.

Debemos afrontar ahora una de las dificultades más sentidas por los grupos sinodales a la hora de promover el anuncio cristiano en nuestra sociedad pluralista.

Aparece en los cuestionarios el temor de resultar impositivos, de forzar la libertad del otro, en estos tiempos en que hay una hipersensibilidad a todo lo que sugiera que no se respetan las posturas de los otros. La justa exigencia de respetar a los demás va a veces acompañada por un temor a imponer que paraliza la comunicación de la fe y la vida cristianas, desde el ámbito familiar al del trabajo. Juan Pablo II nos decía en el inolvidable encuentro de Cuatro Vientos: "Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen sino que se proponen". Debemos pues examinar la relación que hay entre la propuesta de la verdad y el respeto de la libertad del otro, evitando los extremos de la imposición o del relativismo. Hay que rechazar siempre el carácter impositivo o violento de posturas excluyentes de tipo fundamentalista, tanto cuando instrumentalizan elementos religiosos como cuando se apoyan en una mentalidad secularista. ¿De qué modo se articulan el carácter absoluto de la verdad cristiana y el respeto escrupuloso de la libertad del interlocutor?

1. Todo hombre se pregunta por el significado de su vida

Todo hombre está llamado a tomar postura sobre el significado de su vida. Aunque no lo diga, concede un valor último a algún aspecto de la vida, ya sea el éxito profesional, o la satisfacción afectiva, o el triunfo de una determinada ideología. En todos estos órdenes de la experiencia cotidiana hay un permanente intercambio de puntos de vista sobre lo que importa o no. Y nadie siente como una amenaza que se discuta con los compañeros o en familia sobre cuál es el valor del trabajo, o del amor, o del dinero, o del tiempo libre. Por el contrario, cuanto más vivas sean las preguntas de cada uno a propósito de estos temas, más fácil será entablar el diálogo sobre la verdad de la existencia.

Si la fe cristiana no aparece al interlocutor como una mera doctrina separada de lo que se vive sino como una experiencia concreta, entonces podrá entrar en el diálogo (permanente en la sociedad, aunque censurado por la ideología dominante en España) sobre el sentido y utilidad de la vida, y reclamar la misma atención que merecen otros puntos de vista. No se situará en el nivel de una mera "opción religiosa" interior, opinable y subjetiva, separada de la realidad, sino que entrará de pleno en el debate -inevitable humanamente- sobre el significado de la vida, en igualdad de condiciones con las demás propuestas. Como ningún hombre puede esquivar la cuestión de la verdad de su vida, encontrarse con personas que viven la realidad con un significado radical es una oportunidad para preguntarse por el valor de la propia vida.

2. El cristiano da testimonio cuando remite con su vida al encuentro que ha tenido

Pero no hemos afrontado hasta el fondo la dificultad. Todo hombre tiene la pregunta por su vida y de uno u otro modo se la responde. Ahora necesitamos ver por qué el modo cristiano de proponer la verdad no daña sino que, por el contrario, exalta la libertad, haciéndola nada menos que partícipe de la libertad de Dios.

Para que una propuesta verdadera no resulte impositiva sobre la libertad del otro, es necesario que se ofrezca en la modalidad de testimonio. Éste ha sido un rasgo típico de la difusión del cristianismo en el mundo, en todas las épocas y en todas las situaciones socio-culturales. Veamos cuál es su dinamismo propio.

El hombre que conoce a Cristo advierte con sorpresa un primer cambio de su vida, que le mueve a comunicarlo a otros. La samaritana es un ejemplo espléndido del testimonio suscitado por el encuentro con Jesús (cfr. Jn 4, 7-42). El testigo no violenta la libertad de sus interlocutores ni la abandona a sí misma con indiferencia, sino que la provoca porque, con el cambio de su vida, despierta una correspondencia sorprendente entre el corazón de los interlocutores y la Verdad de Cristo. De este modo, se salvaguarda exquisitamente la libertad frente a cualquier imposición. Es la otra persona la que advierte con sorpresa que se le ha despertado una curiosidad profunda que le lleva a desear para sí lo que ve realizado en el testigo. En este sentido, el testigo es el verdadero maestro, lleno de autoridad, porque comunica con persuasión el encuentro que le ha cambiado la vida, e introduce un juicio y un afecto nuevo sobre las cosas, mostrando así su conveniencia para cualquiera. Nosotros comunicamos algo a los demás por lo que decimos, pero más aún por lo que hacemos, y, sobre todo, por lo que somos. Por eso, dice el Papa que "el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el «Testigo» por excelencia (Ap 1,5; 3,14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (Cf. Jn 15,26-27)".

Jesucristo, Testigo por excelencia, ha elegido para darse a conocer el método de pasar a través de la libertad de los hombres: los discípulos dan testimonio y así otros hombres se adhieren a la verdad de Jesús (cfr. Jn 8,32). Esto no significa, como es lógico, que sea la libertad humana la que constituya la verdad, con el peligro de un relativismo ya denunciado. Significa sencillamente que la verdad de Cristo interpela a cada persona que se encuentra con Él y le urge a que dé testimonio. De este modo no se reduce el testimonio a mero buen ejemplo sino que se evoca más bien el uso jurídico del término: el testigo es el tercero que se encuentra entre dos y llama a la libertad de ambos al vínculo con la verdad. A semejanza de Cristo que vino a dar testimonio de la verdad (cfr. Jn 18,37), el hombre cristiano está llamado a ser en cada circunstancia ese testigo que mediante su persona provoca la libertad de los otros para que se pongan en juego personalmente y puedan reconocer también ellos el encuentro. Como se ve, el testigo no remite en primer lugar a su propia perfección sino a aquello que ha encontrado y a lo que pertenece. A semejanza de la samaritana que remitió al encuentro con Jesús, cada uno de nosotros es testigo en la medida en que remite con su vida a su encuentro con la comunidad eclesial.

3. Importancia del anuncio explícito en la misión evangelizadora

En orden a la tarea evangelizadora, es decisivo advertir cómo este primer encuentro suscita ya el anuncio explícito del nombre de Jesús. Más adelante abordaremos el carácter integral de la experiencia de la fe y por tanto la educación de todas sus dimensiones, pero ahora conviene subrayar, con palabras de Juan Pablo II, que "el anuncio tiene la prioridad permanente en la misión: la Iglesia no puede sustraerse al mandato explícito de Cristo; no puede privar a los hombres de la buena nueva de que son amados y salvados por Dios... En la compleja realidad de la misión, el primer anuncio tiene una función central e insustituible". Por este motivo es tan importante no reducir la riqueza del primer momento, en el que van inseparablemente unidas la sorpresa humana y la misteriosa presencia de lo divino, que desvela su propio nombre. La predicación de la Palabra de Dios iluminará constantemente todo lo que Dios va comunicando en la vida del creyente, y alimentará, por tanto, una continua pedagogía para que se despliegue aquella riqueza con una profundidad creciente (cfr. Jn 9, 35-38) en todas sus dimensiones: doctrinal, moral, litúrgica, educativa...

4. El mayor testimonio es la unidad de los cristianos

¿Cuál es el hecho por antonomasia ante el que los hombres se ven llamados a reconocer la verdad revelada? La unidad de los creyentes, esa unidad visible que sólo se explica por la elección que Dios ha hecho de cada uno de nosotros, para que el mundo crea (cfr. J n 17, 21), al incorporamos al mismo Cuerpo, como miembros los unos de los otros (cfr. Rom 12,5; Ef 4,25). Junto a la caridad, la unidad es el gran signo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. El católico es aquel que con su vida confiesa la pertenencia a esta unidad visible que es la Iglesia.

Por la misma razón será siempre necesario expresar de modo visible la comunión de los cristianos, que surge y se realiza plenamente en la Eucaristía. El Espíritu Santo puede suscitar diferentes modalidades de agregación y asociación para el apostolado, y en ellas se expresa la unidad viva como instrumento para el anuncio de Cristo glorioso. En comunión con los Pastores de la Iglesia, las formas asociadas de apostolado, que nacen de los varios carismas, desempeñan una tarea de valor inestimable para la evangelización, especialmente en muchos ambientes de la vida cotidiana.

5. Siempre existe la posibilidad de que el testimonio sea rechazado

Debemos constatar que muchas veces en la historia el testimonio que hace presente la verdad de Cristo ha sido rechazado violentamente por el escándalo que suscitaba. Sucedía ya cuando el propio Jesús era acusado de realizar prodigios con el poder de Satanás, lo cual significaba que la presencia de Jesús provocaba la libertad de los escribas y fariseos, pero estos conservaban siempre la posibilidad de negar lo que tenían ante sus ojos (cfr. Mt 11,16-19; 9,32-37 Y 12,22-32; Mc 3,28-29; Lc 12,10; Jn 10,24-27.31-33) y reaccionaban con violencia hasta planear la muerte de Jesús, desde casi el inicio mismo de la predicación del Reino (cfr. Mc 3,6). Análogamente nuestro testimonio también podrá suscitar ese escándalo. La historia del martirio cristiano en la Antigüedad y de una manera clamorosa a lo largo del siglo XX (con millones de mártires) nos recuerda que la comunicación de la verdad del Evangelio implica siempre entregar la propia vida, ya sea de manera cruenta o incruenta. El mártir que entrega su vida por amor de Dios y de los hombres es, en sentido pleno, el que reclama con más eficacia a la libertad del interlocutor para que reconozca la Verdad, que "vale más que la vida" (cfr. Sal 62).

En nuestra sociedad europea no hay en principio martirio cruento, pero no faltan otras formas sociales de hostilidad, a veces muy graves, para vivir la fe de la Iglesia. A través de esas dificultades, somos solicitados especialmente por el Señor Jesús a amar la comunión eclesial, con la conciencia de que ningún otro gesto tiene mayor valor testimonial ante los hombres de nuestra época. Participamos así con nuestros sufrimientos de la Cruz de Nuestro Señor, para la redención del mundo (cfr. Col 1,24).

6. Testimonio y diálogo en una sociedad pluralista

En el contexto del testimonio aparece el diálogo como instrumento esencial de la misión (cf. Hch 17, 18ss.). La categoría del diálogo ha sido repetidamente evocada por los grupos sinodales como un requisito necesario para la vida de nuestra Iglesia madrileña.

Para un cristiano afirmar el diálogo a todos los niveles -hasta afirmar la democracia como sistema de gobierno- supone reconocer que su vida implica la existencia del otro, y que el instrumento de la convivencia es el diálogo. No se trata sólo de un valor táctico, para alcanzar un consenso, o de un mero talante que prescinde de los valores que están en juego. Es una convicción propia de nuestra concepción de la vida. Un hombre aislado no encontraría nunca la novedad, porque ésta no la podemos producir nosotros solos sino que viene a través de otro. Por eso, los otros, con su diversidad, son esenciales para el desarrollo de nuestra existencia, en cuanto que nos aportan intereses distintos. El diálogo es la propuesta al otro de lo que yo vivo y la atención a lo que el otro vive, por estima de su humanidad y por amor a su destino, que no implica en absoluto una duda sobre mí mismo, o una ambigüedad sobre lo que yo soy. Esta actitud, verdaderamente respetuosa del pluralismo, permite fundar una educación que no disuelve la propia identidad en el relativismo. La convicción de que todos compartimos una estructura natural, dotada de las mismas exigencias y criterios originarios, hace posible dialogar, testimoniando la verdad que uno conoce y ama, y acogiendo todo lo que de bueno encontramos en el otro, sin equívocos (cfr. 1 Tes 5, 21), en una actitud verdaderamente ecuménica.

V. DEL ENCUENTRO CON CRISTO NACE UNA EXPERIENCIA HUMANA INTEGRAL, EN UNA PERMANENTE RELACIÓN CIRCULAR ENTRE HUMANIDAD Y FE

La perfección cristiana no se reduce al cumplimiento de normas.

La santidad radica en la pertenencia al Padre, en Cristo, por el don del Espíritu.

La santidad como identificación personal con la humanidad de Cristo.

El encuentro de gracia perfecciona la humanidad del creyente.

La búsqueda sincera del hombre abre al anuncio de Cristo.

Al seguir a Cristo crece la propia humanidad y se verifica la promesa del anuncio.

La certeza de fe permite mantenerse fiel en la dificultad.

Encuentro con nuestros semejantes en las necesidades concretas.

La caridad refleja la presencia gratuita y buena de Cristo.

Los grupos sinodales han repetido con frecuencia que para favorecer el anuncio a los alejados y no creyentes debe crecer en nosotros una" coherencia entre la fe y la vida". Es indiscutible que la propia vida debe reflejar la fe para que el anuncio a otros sea fecundo. ¿Qué significa esta petición, y cómo se puede ayudar a nuestros grupos y comunidades?

1. Coherencia y perfección cristiana

Quizá haya que empezar aclarando que la coherencia cristiana no es sólo eso que llamaríamos coloquialmente "dar buen ejemplo". Con realismo, se hace notar que esa reducción moralista de la coherencia acaba por desanimar a los cristianos normales, cuando advierten que la limitación propia o ajena impediría transmitir una propuesta que consista esencialmente en hacerlo todo bien siempre.

A medida que transcurre el tiempo, la incapacidad para mantener ese buen ejemplo lleva a muchos a desistir de cualquier anuncio, delegándolo en los que sí serían capaces de ello en teoría: los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los especialistas... Esto vale para muchas personas que quisieron vivir un ideal atractivo en los años de la juventud (grupos con una vida intensa de oración y formación, ejercicios, campamentos...), pero que luego no ven posible mantenerlo por las muchas ocupaciones de la vida y se conforman con menos de lo que encontraron, aunque conserven un afecto por la Iglesia. Pero pensemos también en cuántos cristianos acaban realmente alejándose con tristeza de la vida eclesial por sentir el peso de la incoherencia propia o ajena en cuestiones como la vida matrimonial (con tantas y tan graves dificultades como hoy se dan) u otras de índole social (riqueza, justicia...). Si la persona identifica la totalidad del cristianismo con el cumplimiento de las normas y después ve que ni él ni los demás son capaces de hacerlo, acaba concluyendo que la experiencia cristiana es imposible.

¿Qué significa entonces la coherencia? Pensemos en tantas escenas evangélicas donde Jesús rechaza una imagen de perfección concebida según la medida humana y privilegia en cambio la profundidad de una relación continua con el Padre, que no deja fuera los propios males o límites. Desde la escena desconcertante del fariseo y el publicano en el Templo (cfr. Lc 18,9-14), hasta la parábola revolucionaria del hijo pródigo (cfr. Lc 15,11-32), vemos que Jesús ofrece una visión de la perfección del creyente que no se limita al estricto cumplimiento de las normas y preceptos sino que es más bien la maduración de una experiencia de pertenencia a Él y al Padre capaz de transformar radicalmente al hombre, más allá de cualquiera de sus medidas, incluso las más generosas. Se trata de la coherencia con la naturaleza original del acontecimiento cristiano, y que designamos con la palabra "pertenencia": soy tuyo, Señor, te pertenezco (cfr. Hch 27,22; Rom 8,9; 1Cor 3,21-23 y también Gen 17,1-9; Ex 19,5; Dt 7,6-8; Ez 36,28). No es casual que la oración que Jesús enseña a sus discípulos sea el Padrenuestro como expresión de una adhesión filial que tiende a hacer siempre su voluntad, en la confianza de su permanente protección frente al mal (cfr. Mt 6,7-14; Lc 11,2-4). Esta pertenencia se expresa históricamente, como decíamos antes, mediante la incorporación al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Es indudable que la credibilidad del mensaje se reconoce cuando transforma la vida entera de quien lo anuncia (cfr. Mt 5,16). Precisamente el carácter totalizador de esa pertenencia a Cristo es lo que hace posible el proceso permanente de conversión. El Nuevo Testamento nos enseña que el cambio radical en el modo de pensar, de sentir y de amar del hombre nuevo (cf. 1Cor 2,16; Fil 2,5; Jn 13,34-35; 15,12-13) nace del ensimismamiento personal con la humanidad de Cristo, que resulta posible por el envío del Espíritu. Sólo cuando el punto de partida es la fascinación por el encuentro que se ha tenido y se mantiene con Cristo, fascinación que madura con la pertenencia a Él, puede perdurar la tensión ascética, la actitud de continua petición al Señor para convertirse. Se puede decir que el hombre coherente es aquel que, reconociendo su propia incapacidad, no cesa nunca de pedir, con la certeza de que será escuchado (cfr. Mt 7,7-11). Sabe que es portador del tesoro en una vasija de barro (cfr. 2Cor 4,7) y no se envanece de nada, siempre dispuesto a pedir perdón y al arrepentimiento, pero no cesa de remitir con todas sus fuerzas a Aquel que le hace posible una vida en abundancia (cfr. Jn 10,10).

2. La relación circular entre lo humano y lo cristiano

La pertenencia integral al Padre por medio de Jesucristo y del Espíritu, como se vive en la Iglesia, produce una transformación de los dinamismos humanos (razón, afecto, libertad), según el adagio clásico de que "la gracia no destruye la naturaleza sino que la perfecciona". La Palabra de Dios esclarece, con el paso del tiempo, la vida del hombre y su exigencia infinita de significado.

Por otro lado, cuanto más viva está la búsqueda humana del por qué de las cosas, más fácil será que la respuesta de Cristo pueda ser percibida en toda su hondura inigualable y desbordante. Cuanto más sincera es la búsqueda del porqué último de las cosas a partir de todos los aspectos de la realidad, más puede resplandecer la correspondencia única del anuncio de Cristo. Cuando es más intensa la necesidad de descubrir el significado de la vida, mayor es la gratitud si se recibe esa respuesta insospechada, por puro don de Dios. Decía el teólogo protestante Niebuhr que "nada es más incomprensible que la respuesta a una pregunta que no se ha hecho". Por ello, es fundamental cuidar siempre la dimensión de búsqueda de la verdad y la felicidad plenas, inherente a la condición humana. No se trata sólo de considerar la formación humana al modo de un preámbulo de la verdadera formación cristiana, para luego darla por supuesta, sino de mantener viva la permanente relación circular entre anuncio evangélico y maduración humana. De este modo el encuentro cristiano, con el tiempo, va llenando la vida de certezas razonables que se comunican a otros, como se comunican las demás certezas que adquirimos en todos los órdenes de la vida. Como pedía el Apóstol, estaremos entonces" dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1 Pe 3, 15).

3. La continua "comprobación" del primer anuncio en el seguimiento de Cristo

Gracias a esta interpelación recíproca entre anuncio evangélico y condición humana, los apóstoles comprobaron el interés que tenía aquel mensaje para sus vidas. A medida que acompañaban a Jesús, descubrieron en su compañía el significado real de las cosas. La condición para que pudieran verificar el interés de ese anuncio era seguir a Jesús, estar con Él, verle hablar y actuar. En efecto, la pedagogía de Jesús con los discípulos consistió en la invitación a que le siguieran y vieran dónde vivía (cfr. Jn 1,38-39), cómo rezaba (cfr. Lc 11,1-2), cómo juzgaba los acontecimientos de actualidad (cfr. Lc 13, 1-5), cómo trataba a los buenos y a los malos (cfr. Le 6,27-38), cómo se relacionaba con las autoridades (cfr. Mt 17,24; Mc 10,41-45), cómo concebía la familia (cfr. Lc 2, 39-52; Mt 12,46-50; 19,19), la riqueza y la pobreza (cfr. Mc 10,23-27), la enfermedad, la salud y la muerte (cfr. Lc 6,6-10; Jn 11,17-44), etc. De este modo, el encuentro con Cristo hace que la vida sea llamada a cambiar en todas sus dimensiones, para descubrir cómo se cumple la promesa del ciento por uno en esta vida, con persecuciones (cfr. Mc 10,28-30). Cuando uno ve que el primer anuncio de Cristo en la Iglesia hace crecer la propia humanidad, aumenta la certeza razonable de su fe, y comprueba que la sorpresa del inicio contenía realmente el tesoro escondido, la perla preciosa (cfr. Mt 13, 44-46). De este modo el cristiano comunica con claridad y sencillez su experiencia a otros, aun antes de decirlo explícitamente, y también desde luego con palabras.

Se produce, además, otra consecuencia muy importante: si la certeza de la fe ha ido aumentando con el tiempo, será posible no desalentarse cuando la respuesta de los demás no sea la que esperamos. Lo mismo que le sucedió a Jesús cuando fue rechazado por sus contemporáneos, nos puede suceder a nosotros; de ello nos advierte el propio Cristo (cfr. Lc 21,12; Jn 15,20). En esas situaciones donde la esterilidad y la lucha acaban produciendo un cansancio a veces muy profundo, permanece viva la fe de quien ha verificado la conveniencia de ella para su propia persona (cfr. Sal 111,6-7). Por eso cabe algo tan sorprendente como que Jesús comunique a los discípulos su alegría en el momento de mayor prueba (cfr. Jn 16, 20-22). "Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

Por otro lado, si la fe madura en el tiempo de acuerdo con este método, se evitan las aporías tan habituales que denuncian nuestros grupos sinodales. La contraposición entre testimonio implícito y anuncio explícito se supera sólo cuando el punto de partida es precisamente una vida ("implícito") que nace de un encuentro histórico ("explícito"); la contraposición entre la formación y la acción se supera, igualmente, cuando la verificación incrementa la conciencia del valor de la vida cristiana (formación) desde dentro de las circunstancias cotidianas (acción), y algo semejante se puede decir de la superación de la contraposición entre espiritualidad y acción; finalmente, si el ámbito de la verificación de la fe es la realidad entera, desde los sentimientos más íntimos hasta la actividad política, se podrán también vivir sin solución de continuidad todas las dimensiones de la fe, respetando las debidas distinciones, en una experiencia humana unida.

4. Las necesidades de los hombres son la ocasión privilegiada para el encuentro: significado misionero de la caridad

Las necesidades concretas de los hombres son el lugar privilegiado para que se produzca un encuentro con cualquiera, y así lo expresan nuestros grupos sinodales. Todos los hombres tenemos las mismas necesidades, porque somos imagen de Dios y tenemos el mismo corazón, hecho de las mismas exigencias: verdad, bien, justicia, libertad, felicidad.... Todos necesitamos descubrir el significado de la vida, a partir de las necesidades materiales básicas de una vivienda digna y un trabajo, o del alimento y del vestido. Cuanto más aguda es la carencia, más urgente se hace compartir esa situación concreta, sin quedamos en paz nunca cuando el otro -sea o no conocido- está en paro, o está solo o enfermo, o en la cárcel (cfr. Mt 25,3146). La caridad se expresa en la vida personal y también por medio de iniciativas y obras de carácter asistencial o social. De ese mismo impulso nacen igualmente las obras e iniciativas que en el mundo laboral o político testimonian la novedad que nace del Evangelio.

La caridad adquiere un valor misionero indiscutible (cfr. Gal 5,6), porque la atención gratuita a los hermanos es un reflejo elocuente de la presencia buena de Cristo en el mundo, que se compadecía de todos (cfr. Mt 9, 36; Mc 8, 2). La atención a los ancianos, los enfermos, los más pobres, los emigrantes, los que viven en situaciones especialmente marginales (droga, sida...), la atención a los que no encuentran el significado de la vida, a los que sufren por el pecado o la fragilidad moral... está llamada a ser la ocasión de que nosotros mismos aprendamos a vivir esa gratuidad que queremos testimoniar. Requiere una actitud de permanente petición a Dios para que Él nos manifieste su rostro en los que siendo los últimos serán los primeros (cfr. Mc 10, 31). No es una casualidad que muchos de los encuentros que narran los evangelios se produzcan cuando Jesús se manifiesta a hombres que sufrían gravemente en el cuerpo (paralíticos, ciegos, leprosos, cojos y mancos) o en el alma (endemoniados, pecadores públicos). En la relación con todos ellos la iniciativa de Cristo no perseguía tan sólo corregir lo defectuoso, sino más radicalmente suscitar en ellos la pregunta por la salvación hasta llegar a la gratitud por su presencia personal inconfundible (cfr. J n 11,4). Desde este punto de vista, el comportamiento del décimo leproso, que no se conformó con la curación sino que sintió la necesidad de volver a ver a Jesús mismo (cfr. Lc 17,11-19), es un ejemplo de lo que significa la atención a los pobres de este mundo.

VI. LA CERCANÍA DE TODO HOMBRE EN LOS AMBIENTES COTIDIANOS

Situación muy difundida entre nuestros conciudadanos.

La fe cristiana no impregna la cultura actual.

Los “alejados” con nuestros próximos.

Los “alejados” son nuestros semejantes.

Dios entabla un diálogo con nosotros en la vida cotidiana.

El primer anuncio brota de ese diálogo cotidiano del creyente con Dios.

La vida cristiana “normal” es misionera.

El testimonio ejemplar de los misioneros y misioneras.

Testimonio implícito y anuncio explícito están intrínsecamente unidos.

1. ¿En qué sentido hablamos de "alejados"?

Dado el tema de nuestra ponencia es muy importante comprender en qué sentido hablamos de "alejados". De entrada, y sin ninguna pretensión de rigor técnico, podemos indicar con esa expresión a aquellos que habiendo participado en algún momento de la comunidad cristiana ahora no lo hacen o casi no lo hacen. Serían los también llamados "cristianos no practicantes", que sin declararse no creyentes sin embargo viven en una distancia más o menos profunda respecto a la propuesta cristiana. Esas expresiones identifican una situación social muy difundida: hay muchos bautizados que de hecho viven al margen de la comunidad eclesial. Y hay igualmente muchas personas que habiendo incluso nacido y vivido en la tradición cristiana hoy se consideran no creyentes, en una gama de posiciones que pueden ir desde el agnosticismo o la indiferencia religiosa hasta un ateísmo declarado y militante.

La referencia a los alejados tiene un valor incuestionable porque muestra que ya no estamos en una cultura cristiana, sino en una situación en la que muchos no conocen a Cristo y otros lo rechazan de antemano como algo superado. El hecho de que el Magisterio posconciliar hable de "evangelizar la cultura y las culturas" nos recuerda que los criterios y los valores que hoy dominan en nuestra sociedad no son ya muchas veces los que nacen del Evangelio.

Al mismo tiempo necesitamos evitar el peligro de que estas expresiones fomenten entre nosotros la imagen equivocada de dos "mundos" separados, el de la comunidad eclesial y el de los alejados o no creyentes. Esto no es así, en primer lugar, porque mucha gente alrededor nuestro (padres, hermanos, compañeros de trabajo...) es hoy alejada o no creyente. Aunque la mentalidad de muchos de ellos la sintamos lejana, sin embargo, nos encontramos con esas personas en los ámbitos normales de la vida. Las personas a las que tendríamos que llamar alejados resultan ser con frecuencia nuestros seres más cercanos, más queridos; por eso nos conviene afinar el uso de esa expresión para evitar que al final seamos nosotros los que nos concebimos como en un ghetto.

Además de esta primera observación, por así decir, sociológica, hay una razón teológica para no sentimos distantes de ningún hombre: Dios nos ha creado a todos a su imagen, nos ha dotado con la misma naturaleza y con las mismas exigencias, haciéndonos hermanos de la misma familia humana, y destinándonos a todos por igual a la redención de Cristo. El diálogo salvífico de Dios con cada hombre concreto sucede en las circunstancias de la vida en las que ningún hombre nos es lejano, porque sus circunstancias son las mismas que vivimos nosotros. Los cristianos de los primeros siglos, siendo bien conscientes de su identidad irreductible, vivían en el mismo mundo que los demás hombres y estaban atentos a abrazados tal y como los encontraban. Conocer a Cristo les abría al mundo, no los encerraba en sí mismos.

2. Los factores fundamentales de la vida diaria de todo hombre

El tejido cotidiano de la vida que todos compartimos consta básicamente de tres factores: la vida afectiva (familia, amigos, vecinos y conocidos del barrio...), el trabajo y la construcción social, y el descanso - tiempo libre. A través de estas circunstancias cotidianas, Dios entabla su diálogo con cada uno de nosotros, para que aprendamos a reconocer que la consistencia última de lo que somos y hacemos es Él mismo (cfr. Col 1,15; Hch 17,28). La novedad que el encuentro con Cristo ha traído a nuestras vidas es que podemos vivir la realidad de modo" sacramental ", es decir, reconociendo cada circunstancia como el signo en el que se manifiesta el plan providente de Dios para nuestras vidas. Así nos asemejamos al Hijo que vivió en permanente diálogo de obediencia con el Padre (cfr. Jn 4,34; 5,19.30; 6,38; 9,4; 12,45.49; 15,21; 16,5). La comprobación existencial de la verdad del encuentro con Cristo consiste en que hace posible este diálogo salvífico entre nuestra libertad y la de Dios dentro de las circunstancias, sin prejuzgarlo de antemano. En este diálogo se cimienta nuestra felicidad eterna y nuestra alegría cotidiana.

El primer anuncio y la evangelización son inseparables de este dinamismo cotidiano. En efecto, la misión es el reflejo, percibido por los demás, de nuestro diálogo con Dios dentro de las circunstancias, en las que los otros están como nosotros. En este sentido, la preocupación por ser creíbles ante el mundo sólo se mantiene dentro de la preocupación por ser creyentes, por vivir de este diálogo con el Misterio de Dios. Se engrandece ante nuestros ojos la figura de María, como primer gran testigo de la fe, porque su fiat es el gesto de una libertad humana movida por una gracia singular, que ha hecho literalmente posible la presencia del Verbo de Dios encarnado entre los hombres. En María resulta meridiana la coincidencia entre adhesión amorosa al designio divino dentro de las circunstancias cotidianas y servicio a la difusión del Reino de Dios entre los hombres. Es inolvidable la descripción que hace Pablo VI de la casa de Nazaret como lugar cotidiano de silencio y oración que hace posible la vida familiar y el trabajo.

Comprendemos ahora mejor por qué al principio rechazábamos una concepción del anuncio como algo propio de especialistas o algo que se añade a la vida "normal", en la que, en cambio, no sería necesaria la dimensión misionera. Aceptar eso equivale no sólo a perder la misión de la Iglesia sino más radicalmente a negarle a la vida cotidiana su carácter de relación viva con el Misterio del Padre. Por el contrario, si la vida es respuesta a la llamada del Misterio en cada circunstancia, es decir, si consideramos la vida como vocación, entonces esta condición vocacional -¡propia de todo cristiano!- coincide con la tarea de la vida y así se participa del dinamismo misionero que difundió el cristianismo por todo el mundo antiguo, hasta nuestros días.

Además, el Señor llama siempre a algunos para que dejen su tierra y vayan a anunciar el Evangelio hasta los confines del mundo (cfr. Mt 28,19-20), y así sean una realización ejemplar de la condición que todos estamos llamados a vivir allí donde el Señor nos pone. La Iglesia en Madrid ha sido especialmente fecunda en el envío de sus misioneros -tanto sacerdotes y religiosos o religiosas como laicos y laicas- al encuentro de otros hombres y otros pueblos (ad gentes). No podemos menos que pedir con humilde intensidad que el Señor nos siga concediendo este signo inconfundible de su fecundidad.

3. Dentro de la conciencia viva de la Presencia de Cristo

Una posición como la que hemos descrito sólo es posible para quienes viven con la permanente conciencia del encuentro que han tenido con Cristo. Así evitamos la posible aporía entre testimonio "implícito" y anuncio" explícito". El hombre que vive la vida como vocación -y por tanto puede ser testigo para los que le rodean- es aquel que vive dispuesto a reconocer continuamente la memoria de Cristo en el instante presente. Por eso sus acciones y sus palabras están" intrínsecamente unidas " en el único gesto que constituye su vida, y que nace siempre de la memoria de Cristo y del ofrecimiento al Padre de cada instante. La Liturgia nos enseña a hacerlo a diario en la celebración eucarística: "memores offerímus". No hay una posición más humana que la del hombre que vive en esta petición. De esta raíz va naciendo, con el tiempo y la paciencia (cfr. Lc 21,19), la salvación completa de nuestra humanidad: el afecto, siempre tan expuesto a decepciones y desórdenes, se recompone y se hace fecundo; el trabajo ya no nos deshace mientras hacemos sino que construye nuestra vida al construir el mundo según el designio divino; y el descanso no se reduce a evasión sino que es reposo en el Misterio.

VII. UNA PRIORIDAD DE SIEMPRE Y, EN PARTICULAR, DE ESTE MOMENTO HISTÓRICO: EDUCAR

La educación como formación integral de la experiencia cristiana.

La educación cristiana abarca la actividad cotidiana.

El seguimiento eclesial, condición para la educación cristiana.

La familia como primer ámbito para iniciar en la vida y en la fe.

La escuela y la universidad, ámbitos para la educación integral.

Los MCS, ocasión para testimoniar la vida que nace del encuentro cristiano.

El mundo del trabajo para manifestar la incidencia social de la fe.

La parroquia como espacio misionero en el ámbito territorial.

Dadas las condiciones de nuestra sociedad y la naturaleza propia del acontecimiento cristiano, que hemos esbozado, sólo resta sugerir una prioridad para la misión de la Iglesia en Madrid.

1. Una educación integral: seguimiento de Cristo

Los grupos sinodales han pedido, de manera constante, que se cuide la formación en nuestros grupos y parroquias. De acuerdo con la concepción de experiencia integral que hemos descrito, se tratará de una formación integral a la que podemos denominar educación. Para que la fe se transmita, es decir, para que nazcan personalidades cristianas maduras donde todavía no las hay, necesitamos concentrar nuestra atención en la tarea educativa, en el sentido más amplio posible. Se trata de que cada uno de los bautizados, durante nuestra vida, podamos ser acompañados a penetrar en la realidad hasta su significado último, a partir del encuentro con Cristo: "serán todos enseñados por Dios" (Jn 6,45).

Una educación así concebida no se reduce a los momentos "formativos", aunque los requiere expresamente, sino que abarca la actividad cotidiana. Su dinamismo reposa en los dos elementos fundamentales que hemos descrito: la verificación personal y el seguimiento. Gracias a ese método la personalidad humana y cristiana de los discípulos fue educada con eficacia y ellos, a su vez, se convirtieron en educadores de otros, hasta llegar a constituir sociológicamente un pueblo nuevo en la historia, una etnia sui generis como dijo Pablo VI.

El dinamismo de este seguimiento para la evangelización es el de la santidad. En efecto, la santidad puede tener expresiones muy variadas en la Iglesia, pero en todos los casos suscita un seguimiento. Se sigue el atractivo de una presencia en la que se reconoce fácilmente la plenitud de alegría que el corazón espera, es decir, el ideal evangélico de salvación. El Señor envía su Espíritu a través de estos dones para la renovación del Cuerpo eclesial. También nosotros hemos sido atraídos a la vida de la Iglesia por un encuentro, que hemos tenido (hace mucho o poco tiempo, no importa) con personas concretas que han sabido despertar en nosotros esa fascinación. Nuestra mayor responsabilidad en la vida es ser fieles al encuentro, de manera que seamos siempre introducidos de la manera más persuasiva y eficaz posible en el significado del mundo y de nuestra vida a partir de la clave interpretativa de ese encuentro. Así como la santidad de las personas no se puede programar pero sí se puede reconocer y seguir cuando se encuentra, análogamente la acción del Espíritu Santo tampoco se puede programar, pero sí se puede seguir cuando despierta y cambia la vida por medio de un encuentro. Se comprende entonces que el seguimiento es la gran condición favorable para la educación de sujetos adultos, y, por tanto, para la misión evangelizadora ante todas las necesidades de nuestros hermanos.

En estos tiempos donde no es difícil identificar elementos preocupantes para el bienestar social de nuestro pueblo y para la libertad de la Iglesia, a nosotros no nos toca resignamos ni simplemente limitarnos a defendernos de las posibles agresiones externas; nos toca en primer lugar dejamos educar y educar a otros, mediante la verificación personal y el seguimiento eclesial, en todos los ámbitos en los que estamos. En una sociedad pluralista sólo esa educación permanente permitirá que se comunique a otros la vida cristiana, y se haga visible el pueblo de Dios que camina en la historia con su fuerza transformadora de la realidad.

2. Los ámbitos prioritarios para la evangelización

Hay algunos ámbitos donde la necesidad de este seguimiento que suscite el testimonio ha sido muy reclamada por los grupos sinodales. Nos limitamos a indicarlos a la luz de lo ya dicho.

La familia ha aparecido con frecuencia, insistiendo los grupos en que es necesario recuperar la importancia de la vida familiar como primer y decisivo ámbito de la socialización correcta de toda persona. En esa misma medida, es el primer ámbito para descubrir una fe que tiene que ver con todos los aspectos de la realidad. Dadas las graves dificultades (sociales, jurídicas, culturales) que hoy amenazan su recta constitución y desarrollo, la familia necesita especialmente ser apoyada mediante su participación en una comunidad cristiana viva. La familia introduce y educa a la fe de la Iglesia, y por su parte la Iglesia sostiene a la familia y la acompaña a su realización verdadera.

La escuela y la universidad, tanto pública como de iniciativa social, se perciben como lugares privilegiados para este testimonio vivo ante alumnos, padres y profesores, cuya repercusión es decisiva para la constitución de una personalidad madura. Debemos pues sostener todas las iniciativas que hagan más fácil la educación de nuestros hijos y de nuestros amigos, ya sea mediante la presencia de personalidades cristianas adultas en los ámbitos de la enseñanza pública, ya sea mediante la creación de obras educativas de iniciativa social que permitan a los padres ejercer el derecho a la libertad de educación de sus hijos. En particular tenemos la tarea de apoyar y estimular la creación de escuelas de titularidad católica que sean capaces de ofrecer un ideario educativo integral, como nace de la experiencia cristiana. Dada la repercusión cultural, social y política que tiene la cuestión educativa a todos se nos llama a participar en este debate, para que los espacios reales de libertad en la educación no disminuyan o vean limitada su capacidad de propuesta.

Una exigencia semejante, y quizá más numerosa si cabe, se percibe a propósito de los medios de comunicación. Son muchos los que comprenden que hoy los MCS se han convertido en una segunda escuela -cuando no la primera- y por tanto se expresa la preocupación ante la influencia incontrolada que ejercen sobre los más jóvenes -especialmente los niños, expuestos durante muchas horas diarias a la televisión- y, consecuentemente, la necesidad de que existan personalidades que testimonien en los MCS la comprensión de la vida que nace del encuentro cristiano; se desea que surjan iniciativas mediáticas a partir de sujetos sociales que respeten y promuevan la libertad y el bien común. Se valora también la creación de espacios para el diálogo y el debate con las demás posturas y concepciones dentro de una sociedad pluralista.

El mundo del trabajo está menos presente en las respuestas, aunque no faltan muchos que advierten que es un ámbito privilegiado para que promovamos la dignidad del hombre, hecho a imagen de Dios, y colaboremos en la construcción de una sociedad más justa. El modo de trabajar y las relaciones que se entablan en ámbito laboral manifiestan la identidad cristiana y así hacen posible el testimonio a todo hombre. En cercana relación con el mundo del trabajo y las relaciones sociales se insiste también con fuerza en la importancia de la dimensión política de la vida y por tanto en la necesidad de favorecer la implicación de los católicos en los ámbitos de la defensa de los derechos humanos y de la actividad política.

Sin duda alguna, la parroquia en cuanto comunidad de comunidades es un espacio misionero idóneo al estar radicada en el ámbito territorial donde se despliegan muchas de las relaciones afectivas más habituales: familia, amigos y vecinos, asociaciones deportivas y culturales... No es de extrañar que haya muchísimas intervenciones de los grupos sinodales que reclaman un mayor vigor de encuentro personal con todos los que se acercan ocasionalmente, a partir de la vida litúrgica parroquial (en especial la eucaristía dominical pero también otros sacramentos), la vida caritativa y las actividades festivas, juveniles o culturales. Y se ve también la oportunidad de tomar iniciativas extraordinarias de anuncio misionero para poder alcanzar también a aquellos que no se acercan ya a la vida parroquial.

VIII. CONCLUSIONES Y PROPUESTAS

1ª CONCLUSIÓN: La misión es una dimensión esencial de la vida cristiana. Cada fiel cristiano está llamado a profundizar en la conciencia de que por su bautismo participa de la misión evangelizadora de la Iglesia, según su estado eclesial y su carisma.

PROPUESTAS:

a) Es necesario favorecer en nuestros grupos y parroquias la conciencia de la responsabilidad evangelizadora propia de la fe de todo católico.

b) Fomentar la dimensión misionera en la acción pastoral (catequesis, liturgia, caridad, educación...) en nuestra Diócesis, promoviendo la pedagogía del testimonio y del anuncio.

c) Acoger especialmente y colaborar activamente con los misioneros y misioneras enviados ad gentes.

2ª CONCLUSIÓN: Forma parte de una fe madura la capacidad de discernimiento y juicio sobre la vida personal y social, y también eclesial. Sostenidos por los Pastores de la Iglesia, cada persona y cada grupo debe ejercer esta tarea como factor integrante de la experiencia de fe.

PROPUESTAS:

a) Facilitar el conocimiento y la adhesión a las indicaciones y decisiones de nuestro Obispo, del Papa y de la Conferencia Episcopal en las parroquias, movimientos y grupos de nuestra Diócesis.

b) Fomentar la difusión de contenidos sociales, culturales y religiosos acordes con el Evangelio en todos los medios de comunicación social, y promover especialmente con ese fin los medios de inspiración católica o de propiedad de la Iglesia.

c) Sostener y promover las iniciativas de formación permanente del clero para que los sacerdotes puedan acompañar adecuadamente el proceso de formación de los laicos.

*Remitimos más ampliamente a las propuestas de la Ponencia 3ª.

3ª CONCLUSIÓN: La experiencia cristiana se transmite a través del encuentro personal con Cristo en su Iglesia, por medio de testigos vivos y del don del Espíritu Santo. La transmisión presupone, por tanto, que cada uno de nosotros redescubra personalmente su encuentro vivo y totalizador con Cristo.

PROPUESTAS:

a) Cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de seguir fielmente el encuentro que nos ha suscitado la esperanza de salvación porque nos ha introducido en el conocimiento de Cristo. Para ello participamos de la comunión eclesial y cuidamos en particular aquellas relaciones que en nuestra historia tienen un valor más significativo.

b) Educar la conciencia de que la propia presencia del cristiano es lugar privilegiado para que cualquier hombre pueda encontrar a Cristo.

c) Cada grupo y comunidad puede proponer y sostener gestos de presencia pública en los distintos ámbitos de la vida social: barrios, lugares de trabajo..., para dar a conocer la vida de la Iglesia.

d) En circunstancias especialmente significativas se podrán promover iniciativas comunes de anuncio y misión, a partir de la convocatoria' de los Pastores de la Iglesia diocesana, en distintos ámbitos de la vida social.

* Remitimos más ampliamente a las propuestas de la Ponencia 1ª.

4ª CONCLUSIÓN: El primer anuncio no es el punto final de la tarea evangelizadora. A partir de él es necesaria una educación permanente mediante la que se pueda comprobar que el mensaje evangélico ofrece la verdad del hombre y del mundo.

PROPUESTAS:

a) Necesitamos cuidar el acompañamiento personal de quienes se encuentran con la Iglesia por medio de nosotros.

b) Favorecer la creación de grupos en las parroquias y comunidades para asegurar la continuidad del camino iniciado, y profundizar en los contenidos doctrinales y morales de la experiencia cristiana: catecumenados de iniciación cristiana...

c) Fomentar -de manera especial entre los jóvenes- un acompañamiento en el estudio o la actividad laboral, y en el tiempo libre.

* Remitimos más ampliamente a las propuestas de la Ponencia 3ª.

5ª CONCLUSIÓN: El testimonio comunica la verdad de Jesucristo respetando y promoviendo la libertad del interlocutor. Suscita en el otro la pregunta y el deseo de vivir aquello que se refleja en el testigo: una pertenencia a Cristo que vale más que la vida.

PROPUESTAS:

a) Fomentar la relación con los grandes testigos de la fe en el presente, y con la tradición viva de aquellos que nos han precedido en la historia de la Iglesia con su testimonio de santidad.

b) Merecen particular conocimiento y veneración los mártires de la Iglesia, en especial los de la historia contemporánea.

c) Facilitar el encuentro de los distintos grupos y realidades de la Iglesia diocesana mediante el testimonio recíproco de las experiencias de fe y caridad que se están viviendo.

d) Favorecer la lectura de los grandes maestros del presente y del pasado, especialmente sus obras más accesibles.

6ª CONCLUSIÓN: La unidad de los cristianos es el gran signo que da testimonio de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

PROPUESTAS:

a) Los católicos de Madrid somos llamados a la unidad en la propia comunidad diocesana y con la Iglesia universal, guiados por nuestros Pastores, como condición imprescindible de la misión.

b) Expresar de modo visible la comunión de los cristianos, que surge y se realiza plenamente en la Eucaristía.

c) Apoyar las formas asociadas de apostolado que nacen del impulso del Espíritu de Cristo, con toda la riqueza de sus dones y carismas.

d) Fomentar la educación ecuménica así como un diálogo interreligioso orientado a las necesidades concretas de los hombres y guiado por la búsqueda de la verdad.

*Remitimos más ampliamente a las propuestas de la Ponencia 4ª .

7ª CONCLUSIÓN: En este momento histórico es prioridad fundamental una educación que capacite al Pueblo de Dios para ser sujeto maduro y activo en medio de una sociedad pluralista.

PROPUESTAS:

a) Cada uno de nosotros debe tomar conciencia de que el proceso continuo de conversión exige una educación permanente en la vida y en la fe cristiana, como seguimiento de Cristo.

b) Los grupos y comunidades de nuestra Diócesis somos llamados a madurar en la sensibilidad social y la formación intelectual, conociendo lo mejor posible las raíces de la tradición humana y cristiana de España y las corrientes culturales contemporáneas.

c) Se percibe la conveniencia de crear foros de diálogo cultural, a todos los niveles diocesanos y en particular en las instituciones académicas, a propósito de las cuestiones de actualidad.

8ª CONCLUSIÓN: La caridad tiene una importancia misionera decisiva para que podamos encontramos con nuestros hermanos. La caridad expresa la gratuita misericordia de Dios Padre para con todos los hombres, especialmente los últimos y marginados, ya sea en las necesidades materiales: pobreza, enfermedad, paro, emigración... o espirituales: soledad, sinsentido de la vida, pecado y fragilidad moral...

PROPUESTAS:

a) Favorecer en todos los grupos y comunidades de nuestra Diócesis una educación a la dimensión "gratuita de la vida de la fe, atendiendo de manera específica a aquellos que más lo necesitan.

b) Ahondar en la experiencia de la gratuidad por excelencia que es la de ser perdonados y perdonar, de manera especial a través del sacramento de la Penitencia.

c) Sostener todas las iniciativas de carácter asistencial, social o laboral de personas y grupos católicos que permitan a todos los hombres reconocer la presencia buena y cercana de Cristo.* Remitimos más ampliamente a las propuestas de la Ponencia 5ª.

9ª CONCLUSIÓN: El primer ámbito misionero del testimonio ante los alejados y no creyentes es la vida cotidiana con sus circunstancias comunes a todos: vida familiar y afectiva, vida laboral y social, descanso y tiempo libre.

PROPUESTAS:

a) Nuestras comunidades y grupos son el lugar idóneo para que una persona adulta aprenda a vivir cristianamente las dimensiones fundamentales de la existencia: afecto, trabajo, descanso.

b) Es decisivo comprender que estos factores de la vida los tenemos en común con todos los hombres, nuestros hermanos, y que por tanto son un lugar de encuentro privilegiado para percibir cómo la verdad de Cristo ilumina la vida.

c) La Parroquia, como comunidad de comunidades en el territorio, está llamada a ser lugar de encuentro al que referir las relaciones que nacen con vecinos, amigos y compañeros, tanto en la vida personal como en iniciativas asociadas.

10ª CONCLUSIÓN: Se han señalado algunos ámbitos de la vida cotidiana que hoy reclaman nuestra atención evangelizadora: familia y vida de los barrios, escuela y universidad, medios de comunicación social, ámbitos laborales.

PROPUESTAS:

a) Fomentar una vida familiar que sea efectivamente un lugar de educación integral, humana y cristiana (matrimonio, inicio y fin de la vida...). Para ayudar a la familia a recuperar su naturaleza y misión propia se debe favorecer su inserción en comunidades eclesiales vivas.

b) Fomentar la conciencia de responsabilidad y participación ciudadana a propósito de los problemas del ámbito educativo: libertad de educación, presencia en la escuela pública, clase de religión y ayuda a sus profesores... Acompañar el trabajo de los profesores tanto en la escuela pública como de iniciativa social; así como de los padres en las APAs de todos los centros...

c) Estimular la creación de escuelas de titularidad católica capaces de ofrecer un ideario educativo integral que nace de la experiencia cristiana.

d) Cuidar la vida universitaria (en universidades públicas y de iniciativa social) estimulando la docencia y la investigación como lugar de búsqueda apasionada de la verdad y de comunidad entre profesores y alumnos, que hagan posible el encuentro con Cristo.

e) Sostener y promover los medios de comunicación y los profesionales de la comunicación en los que se reconoce más fácilmente una visión de la vida concorde -o lo más abierta posible- al Evangelio.

t) El mundo del trabajo es un ámbito privilegiado para que promovamos la dignidad del hombre, hecho a imagen de Dios, y colaboremos en la construcción de una sociedad más justa. El modo de trabajar y las relaciones que se entablan en ámbito laboral manifiestan la identidad cristiana y así hacen posible el testimonio a todo hombre.

*Remitimos más ampliamente a las propuestas de la Ponencia 4ª.

� Agradezco los momentos de diálogo que hemos mantenido en el grupo de la Ponencia (Ángel, Chelo, Juan Carlos, Maribel y pablo). Muchas de las observaciones que siguen, y de las que me hago responsable, no hubieran sido posibles sin ese trabajo común.

� Redemtoris Missio nº 44 y nº 5. Ad Gentes nº 2; Ecclesia in Europa nº 45. Cf. 1Cor 1, 23-24.

� Cfr. Lumen Gentium nº 1.

� Las respuestas de los grupos sinodales a los cinco cuestionarios del Cuaderno 2º han sido recogidas y tabuladas. Las citaremos del siguiente modo, que es el utilizado en los documentos: número del cuaderno, número de la respuesta o de la propuesta, y, en su caso, número de la observación que acompaña a la propuesta. P. ej. 211 (334) = cuaderno 2, cuestionario 1, respuesta/propuesta 1; 2355 (212) = cuaderno 2, cuestionario 3, respuesta/ propuesta 5, observación 5. A continuación entre paréntesis el número de veces que esa propuesta o esa observación ha aparecido en los cuestionarios: 334 veces, 212 veces. Entre comillas va el título que se le dio a la propuesta.

� 219 = “contemplar la realidad a la luz de la fe” (64); 2513 = “espacios de presencia de la iglesia en la sociedad” (504).

� 2214 = “conocer la realidad y sensibilizarnos ante las necesidades humanas y de evangelización” (308); 2533 = “propiciar una actitud abierta a las propuestas de la sociedad y del mundo, a nuevas formas de evangelización” (122).

� Cfr. JUAN PABLO II, Carta fundacional del Pontificio Consejo para la Cultura (20 de mayo de 1982).

� Cfr. EE nº 9: “En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo”. Véase también Christifideles Laici nº 34. Gaudium et Spes nº 20.21.

� EE nº 9.

� Véase la descripción del laicismo como mentalidad que se va haciendo obvia en toda Europa (EE nº 7).

� Esta valoración se limita, como es natural, a los datos provenientes de los grupos sinodales. No nos es posible determinar si reflejan el conjunto de las comunidades y grupos eclesiales de Madrid.

� 218 = “cuidar la liturgia dominical” (663).

� 241 = “cuidar especialmente las celebraciones litúrgicas de manera que sean un verdadero anuncio de la fe” (821).

� 213 = “potenciar la formación” (252); 2332 = “cuidar los contenidos de la formación” (997),

� 247 = “fomentar la formación” (569).

� 211 = “tomar conciencia de que todos somos evangelizadores” (558).

� 2221 = “en los ámbitos de la vida cotidiana” (297); 2511 = “una presencia nueva en los ámbitos ordinarios de relación” (365).

� 215 = “transmitir la fe que se vive” (475); 2521 = “compartir momentos fundamentales de la vida” (823).

� 2313 = “deficiencia en nuestro anuncio de la fe” (383); 2312 = “deficiencia de nuestra fe” (271); 2314 = “en la vida de la Iglesia” (198).

� Crf. EE nº 47 y GS nº 19.

� El Directorio General para la Catequesis dice que a partir de la pedagogía divina se configura un “itinerario educativo cualificado; ...[que] ayuda a la persona a abrirse a la dimensión religiosa de la vida y, por otra, le propone el Evangelio de tal manera que penetre y transforme los procesos de comprensión, de conciencia, de libertad y de acción, de modo que haga de la existencia una entrega de sí a ejemplo de Jesucristo” (nº 147). También Catechesi Tradendae nº 58; CL nº 61; Catecismo de la Iglesia Católica nº 53, 122, 684, 708, 1145, 1950, 1964.

� 243 = “apoyar acciones abiertas al mundo de los alejados” (306); 242 = “pastoral más activa con los alejados” (444).

� Catecismo... nº 515,

� Dei Verbum nº 4.

� Cfr. EE nº 20 y 48.

� “El profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor justifica la misión de la Iglesia, en el mundo, incluso y quizá aún más, en el mundo contemporáneo. Este estupor y al mismo tiempo persuasión y certeza que en su raíz profunda es la certeza de la fe” Redemptor Hominis nº 10.

� “[El testigo] no necesita de largas argumentaciones para convencer” FR bº 32.

� Cfr. A. ROUCO VARELA, “Levantad los ojos. Alumbra la esperanza”. p. 15.

� R. GUARDINI, La esencia del cristianismo (Madrid 1977) p. 20.

� Cfr. J. RATZINGER, Auf Christus schauen (Freiburg-Basel-Wien 1989) p. 38.

� Cfr. Heb 13, 8; IRENEO DE LYÓN: “[El Señor] trajo toda novedad trayéndose a sí mismo, como había sido anunciado” (Adv. Haer. IV,31,1).

� Cfr. NMI nº 29: “No, no será una fórmula la que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!”.

� 2312 = “deficiencias de nuestra fe” (271); 2314 = “obstáculos en la vida de la Iglesia” (198).

� El Directorio General de la Catequesis ha subrayado que el contenido de la Revelación y su método no se pueden disociar: si el contenido es una Persona el método debe ser igualmente personal (crf. nº 149). Para el desarrollo de este punto remito a la Ponencia 3ª.

� Cfr. ROUCO VARELA, “Levantad los ojos”, pp. 15-16.

� Prefacio I de Navidad.

� IRENEO: “por sí mismo el hombre no podrá jamás ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede ser visto por los hombres, por los que él quiera, cuando quiera y como quiera” (Adv. Haer. IV,20,5); AGUSTÍN: “La Vida misma se ha manifestado en la carne, para que ene sta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera visto también con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra” (Tratados sobre la 1ª carta de San Juan 1,1). TOMÁS DE AQUINO: “Lo más conveniente pareció ser que por medio de lo visible se mostrase lo invisible de Dios” (Summa Theologiae III q.1 a.1 sc.).

� NMI nº 16.

� Cfr. LG nº 1, 12.

� Cfr. Dei Verbum nº 5.

� Cfr. LG capítulo 1.

� En la Ponencia 4ª se desarrollará la acción del Espíritu en la Iglesia, tanto a través de su dimensión ministerial y sacramental, como de su dimensión carismática. Aquí nos basta con indicar que la renovación personal, y con ello la renovación misionera de la Iglesia sólo puede nacer del Don del Espíritu del Padre y del Hijo, por medio de los diferentes ministerios y carismas.

� 2313 = “miedo a que nos señalen como cristianos en nuestros ambientes, falso respeto a la libertad del otro” (266). Véase EN nº 80.

� Seréis mis testigos. Y Visita Apostólica de Juan Pablo II a España, Madrid, 3-4 Mayo 2003 (Madrid 2003) p. 90.

� Cfr. EN nº 18.

� Cfr. RH nº 13.

� Cfr. RH nº 12.

� Cfr. EN nº 21.

� Cfr. FR nº 32.

� 214 = “formar testigos veraces que entusiasmen” (343).

� RM nº 42. Y también EN nº 21, AG nº 11-12, RH nº 11.

� Cfr. FR nº 33.

� No hace falta recordar que el testimonio cristiano implica la comunicación amorosa de sí mismo, la entrega de la propia vida, en una donación que no puede circunscribirse a lo meramente jurídico.

� RM nº 44. Cfr. también Catechesi Tradendae nº 18-19.

� Véase Apostolicam Actuositatem nº 15 y ss. sobre las formas individuales y asociadas del apostolado.

� Véase passim RM nº 55-56; AG nº 11. Eclesiam Suam nº 80-88.

� 2512 = “espacios de debate y diálogo” (496); 2534 = “promover planbes formativos en diálogo y cuestionamiento con la sociedad” (215).

� 2533 (122).

� 2532 = “buscar la unidad coherente entre la fe y la vida” (368); 2213 = “promover la conciencia de que el testimonio forma parte de la fe” (484).

� 2311 = “pecado personal, falta de dinamismo de conversión, incoherencia fe-vida” (787). “Es preciso que se presente [la persona de Jesús] en su integridad: no sólo como modelo ético sino ante todo como el Hijo de Dios, el Salvador único y necesario para todos”: EE nº 48.

� Son decisivas las reflexiones de Veritatis Splendor sobre la originalidad de la moral cris�tiana como seguimiento de Cristo.

� "Europa reclama evangelizadores creíbles, en cuya vida, en comunión con la cruz y resu�rrección de Cristo, resplandezca la belleza del Evangelio. El hombre contemporáneo 'escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio’ (EN 41)” EE. nº 49.

� Cfr. AG nº 13.

� Cfr. GS nº 22; RH nº 13.

� R. NIEBUHR, Il destino e la storia. Antología degli scritti (Milano 1999( 66.

� FR nº 21 y 28 han definido al hombre como un “explorador” de la verdad, como aquel que busca la verdad.

� “La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos de establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre”: EN nº 29; cfr. también FR nº 73, que usa la expresión “circularidad” entre la filosofía y la teología.

� Cfr. CT nº 25.

� 219 = “contemplar la realidad a la luz de la fe” (64).

� 2321 = “lugares y momentos del anuncio” (1.379); 2522 = “estar presentes en momentos que requieren nuestra solidaridad” (355).

� Cfr. RH nº 8. FR nº 1.

� Cfr. ROUCO VARELA, “Levantad los ojos”, p. 17.

� Para una tipología más detallada de las distintas posiciones actuales respecto a la religión, a la fe y a la Iglesia se pueden ver estudios sociológicos como los que publica regularmente la Fundación Santa María, entre otros. A modo de ejemplo: F. ANDRÉS – J. ELZO (Dir.) España 2004, entre el localismo y la globalidad (Madrid-Bilbao 2000), pp. 181-213.

� Como vemos, no coincide exactamente el término “alejado” con el de “marginado”: muchos alejados de la fe no pueden ser considerados en modo alguno como socialmente marginados. Por su parte, el mundo de la marginación es un campo específico para el anuncio de la fe y la caridad de Cristo.

� Cfr. EN nº 20; FR nº 70-71; EE nº 58.

� El famoso texto de la Carta a Diogneto V, 1-10 y VI, 1-3 es un buen ejemplo de esa identidad que nos e cierra o se distancia.

� 2222 = “familia” (207) + 2321 (317) + 215 (119). “El hombre no puede vivir sin amor. Él es para sí mismo incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si nos e encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” RH nº 10.

� 2224 = “trabajo” (151) + 2321 (198) + 2522 (74).

� 2321 = “ocio y tiempo libre” (65) +