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NR 161 2017

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA

Desde el 2 de enero de este año 2017 se vienen celebrando las

sucesivas sesiones del foro sobre La construcción de la opinión

pública que llevan a cabo la Universidad Internacional de La Rio-

ja y Nueva Revista, organizado por el catedrático de sociología

Manuel Herrera. Cada sesión, dirigida por el periodista Carmelo

Encinas, se transmite vía streaming para el alumnado de Cien-

cias de la Comunicación, de unir, y para el público en general.

El foro no tiene como objeto el estudio sociosemiótico del cons-

tructo llamado «opinión pública», sino el debate e intercambio

de experiencias entre profesionales de medios que son refe-

rencias de hecho en el entramado de relatos que configuran

cotidianamente la opinión pública, tomando por ejemplo lo que

ocurre en España.

Nueva Revista ofrece ahora una versión escrita de las interven-

ciones de Antonio Jiménez, director del programa El Cascabel

(13tv), Francisco Marhuenda, director de La Razón, y José

María Crespo, director de Público (digital). Se añade un artículo

que hemos encargado a Jorge Bustos sobre el quehacer del

columnista.

A finales de 2016 apareció el libro de memorias Primera página.

Vida de un periodista (1944-1988), en el que Juan Luis Cebrián

cuenta su experiencia como primer director de El País, cuya

prehistoria, nacimiento y desarrollo constituyen un hecho mayor

en la historia contemporánea de la opinión pública española. El

presidente de prisa ha accedido a mantener una conversación

con nuestro editor/director, Miguel Ángel Garrido Gallardo, ca-

tedrático de Análisis del Discurso, acerca de la historia, función

y significación de su periódico, cuya interpretación, azar y ne-

cesidad resultan vivamente interesantes.

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TERTULIAS POLÍTICAS EN RADIO Y TELEVISIÓN

Antonio Jiménez

L A T R A S T I E N D A

En España, la primera tertulia de actualidad política en la radio nació en la Cadena ser hace treinta y dos años. Fer-nando Onega, director de informativos de la ser, y Javier G. Ferrari, responsable por entonces del programa Hora 25, idearon un complemento informativo al que bautizaron como La Trastienda, cabecera que sugería información re-servada para contar al margen de la actualidad sintetizada en titulares, esto es, fuera del escaparate y del cuerpo de noticias de Hora 25.

La Trastienda complementa la actualidad ofrecida en Hora 25 con una información diferente y adornada con un halo de primicia y exclusividad. En ese momento se publi-caban algunos confidenciales de circulación restringida a los que se accedía por abono. Uno de esos confidenciales era el titulado Off the record y Fernando Onega formaba parte de su equipo fundador, lo que seguramente le llevó a pensar en la posibilidad de hacer un programa de radio con los mismos contenidos de un confidencial, es decir, información política, económica, social e institucional que por su naturaleza reservada solamente se sustentaba en

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fuentes de cierta confianza y que se ofrecía como un valor añadido a lo consabido de la actualidad.

Con estos ingredientes, La Trastienda, como colofón del programa, se convierte en su media hora de duración a partir de la medianoche en un atractivo polo de interés radiofónico para las llamadas élites políticas y económicas, y va a diario sumando oyentes de forma transversal. Ha resultado un programa de radio informativa, entretenido.

En el programa no hay debate, solo información, no-ticias contadas de otra manera, más natural y directa, sin afectación, en un tono distendido y amable. Enseguida se traslado al oyente la impresión de que en La Trastienda se podía escuchar lo que otros medios y programas desco-nocían o callaban por sus condicionantes políticos y eco-nómicos. Esa muestra de libre expresión e independencia iría más allá de los límites de la información que servían los periódicos, rne y tve (a la sazón, no había otras ca-denas de radio y televisión que no fueran las públicas), lo que chocó de entrada con los intereses periodísticos y políticos del grupo que se hizo con el control de la Cadena ser, como después recordaré.

La fórmula, más adelante, fue complementándose tam-bién con comentarios y opiniones de los periodistas del programa, dando lugar a un incipiente debate: se sirve ac-tualidad, comentada por periodistas que no solo aportaban su información, sino también su opinión sobre los temas del día.

Luis del Olmo advierte el creciente éxito de la fórmula e importa a la mañana el ya modelo de tertulia política nocturna, introduciéndolo en Protagonistas, que fue la pri-

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mera tertulia matinal en la radio y que se convirtió defi-nitivamente en un género radiofónico imprescindible en todas las cadenas.

Hoy, en efecto, todas las cadenas radiofónicas nacionales comparten la misma fórmula de información y debate, ma-tinal y nocturno, con programas como el de Carlos Herrera en cope, Pepa Bueno en la ser, Carlos Alsina en Onda Cero, Alfredo Menéndez en rne o Federico Jiménez Losan-tos en Es Radio, junto a las restantes cadenas de coberturas autonómica o local, además de los programas nocturnos, Hora 25, La Linterna, La Brújula, La Noche de rne, etc.

En sus comienzos, la tertulia de actualidad como género periodístico radiofónico, antes lo avancé, se enfrentó a las reservas e incluso rechazo de una parte de la prensa escrita cuyos gestores creyeron que tenían en exclusiva y en pro-piedad el libre ejercicio de la opinión. No concebían, desde una presunta ortodoxia del periodismo, que otro medio, que no fuera el escrito, mediante sus comentarios editoriales, ar-tículos de opinión y columnas firmadas, difundiera comen-tarios y opiniones sobre los temas de actualidad. La exclu-siva de la opinión y el análisis quedaría, pues, circunscrita a las páginas escritas de periódicos y semanarios. El hecho de que saltara a los programas de radio fue recibida por algunos de esos medios periodísticos, singularmente El País, como una suerte de aberración informativa incompatible con el ejercicio de una buena praxis periodística.

Prueba de ello es que, tras hacerse con el control de la ser la editora prisa, empresa de El País, suprimió de la pro-gramación La Trastienda. Después, al comprobarse la cre-ciente audiencia y la consiguiente influencia social y política

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que la tertulia tenía en la competencia, la ser también apos-tó por el género, mañana y noche.

Se empieza a admitir que no hay diferencias de fondo entre el comentario escrito y el hablado.

Ahora nadie cuestiona que los periodistas ofrezcamos en formato de vídeo-comentarios nuestras opiniones en las ediciones online de las publicaciones. Por el contrario, cada vez son más los periodistas que utilizan esta forma de co-municar y de expresar su opinión ante el declive de la pren-sa escrita. Los mismos periodistas, economistas, médicos, ingenieros, juristas, politólogos, sociólogos, etc., que antes solo vertían sus comentarios en páginas de periódicos y re-vistas cabalgan ahora a lomos de las nuevas tecnologías que posibilitan ese formato con eficacia y absoluta normalidad.

Bien es cierto que en el rechazo de prisa, tras su entra-da en la ser, a una radio con tertulias de opinión, también estuvo abonado por causas políticas, los derroteros críticos de Hora 25 y La Trastienda hacia el gobierno de Felipe Gon-zález. La ser había sido, hasta ese cambio accionarial de la propiedad, una cadena de radio editorialmente centrada, con muy buenas relaciones con las fuerzas políticas y sin-dicales y un extraordinario grado de aceptación de todo el arco parlamentario a izquierda y derecha, excepción hecha de algunas reticencias de la Alianza Popular de Fraga. El control de la ser por parte de Prisa se tradujo en un cierto alineamiento con el psoe y un trato de favor recíproco que, con el tiempo, se evidenció con la adjudicación a la cadena de nuevas licencias de frecuencia de emisoras de radio y, más tarde, con el denominado antenicidio, la absorción por parte de la ser de las emisoras de Antena Tres Radio.

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Fue un tiempo de confrontación entre medios que se endureció con el agravio que suponía para las demás cade-nas de radio que la ser se llevara la parte del león en el re-parto de las nuevas emisoras adjudicadas por las adminis-traciones gobernadas por el psoe, cada vez que se abría y cerraba un concurso de nuevas licencias. Las cadenas que se sintieron perjudicadas utilizaron sus tertulias para arre-meter contra el psoe donde gobernaba, mientras la ser se erigía en muro de contención y defensa de sus políticas.

Pero si prescindimos de escaramuzas políticas, el hecho es que la tertulia política en la radio se convirtió durante estos años en género imprescindible de las parrillas de pro-gramación y pasó a ser un referente de los programas de actualidad, matinales, vespertinos y nocturnos. Más tarde, también de los programas deportivos.

Creo que la razón primera del éxito del hallazgo se en-cuentra en la primacía que el nuevo género otorga al he-cho de la comunicación oral, esencia misma del medio. La radio seguirá evolucionando tecnológicamente, pero siem-pre reclamará la presencia insustituible de los comunica-dores, locutores, periodistas, que tienen en el micrófono una suerte de cordón umbilical que les une a los oyentes.

Una tertulia de mujeres y hombres relacionados profe-sionalmente con los medios y con facilidad para llegar a los oyentes, gracias a sus dotes espontáneas de buenos comu-nicadores que cuentan las cosas con sencillez, naturalidad, honestidad y, de vez en cuando, sentido del humor, suele ser un acierto, un programa de éxito. Ahora, las tertulias forman parte de una radio coral, apoyada en las voces de distintos colaboradores que acompañan en el estudio de forma per-

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manente al director-presentador. Y no hay grandes progra-mas que no incluyan una tertulia de opinión y debate. Hasta los deportivos, una vez desaparecido el modelo del presenta-dor-monologuista con el que triunfó José María García, han apostado por la radio coral que cuenta con la participación de voces diferentes de periodistas y técnicos del deporte, que debaten sobre la actualidad de su objeto.

L A T E R T U L I A E N T E L E V I S I Ó N

Hasta 2005 la tertulia política diaria, mañana, tarde o no-che, en los medios audiovisuales se había limitado a la radio. En televisión solo estaba presente en los programas informativos matinales de tve, Telecinco, Antena 3 y las televisiones autonómicas.

Antes de la aparición de El Gato al Agua en Intere-conomía tv en octubre de 2005 no existía en televisión un programa nocturno diario de lunes a viernes, en prime time, de debate y análisis de la actualidad política y econó-mica del día. En efecto, salvo error, El Gato al Agua es el primer programa de tertulia política social y económica de la televisión española con estas características.

Interconomía tv tenía pocos recursos económicos y emi-tía en un canal de pago por visión dentro de la plataforma Vía Digital y Canal Satélite Digital y en un sistema de tele-visión cerrado a la gran audiencia. No es de extrañar que el día que empezamos, nada más dar las buenas noches, pre-guntara con ironía: «¿Hay alguien ahí viéndonos?». Dudaba y mucho sobre la atención que pudiéramos despertar en una plataforma donde compartíamos espacio con decenas de canales de cine, deportes y entretenimiento en general.

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En Intereconomía había que conseguir programas de muy bajo presupuesto que llenaran la parrilla de la maña-na a la noche. Y un programa informativo sustentado por cuatro o cinco colaboradores tertulianos era (y es) eco-nómico y, con el tiempo, rentable. Se trataba, pues, de analizar y comentar la actualidad del día con mordiente y abrir el programa a la participación de los espectadores mediante sus votos a favor del tertuliano que merecía lle-varse el «Gato al Agua» por el acierto de sus comentarios.

La forma de interactuar con los espectadores mediante los votos enviados al «gatómetro» se complementó con la posibilidad de que esos mismos espectadores vieran sus comentarios y opiniones reflejados en la pantalla durante la emisión del programa y en paralelo a las intervenciones de los invitados. El programa permitía que sus espectado-res se implicaran directamente en el contenido, interac-tuando con sus opiniones y sugerencias.

La fórmula consiguió fidelizar cada día que pasaba a más seguidores a los que llamamos «gatoadictos» y de paso ayudó al presupuesto del programa con los ingresos que dejaban los mensajes, al principio por decenas; después, cientos y, en apenas unos meses, varios miles entre llama-das al gatómetro y envíos de sms a la pantalla.

El programa, a pesar de emitirse en plataformas de pago, fue adquiriendo notoriedad en el ámbito político y su audiencia iba creciendo día a día. Pero su irrupción como programa de referencia de tertulia y debate político diario hasta alcanzar una repercusión mediática y social notable en los últimos años de la segunda legislatura de Zapatero, tuvo lugar con el paso en octubre de 2008 de Intereco-

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nomía tv a un canal nacional de tdt y en abierto. Desde luego, el programa tenía más repercusión social y política que audiencia le daba el organismo de medición.

El caso es que tres años después de ponerse en antena, El Gato al Agua había creado un precedente en la televi-sión y era seguido por varios cientos de miles de gatoadic-tos que se identificaban con las opiniones y línea editorial del programa. Espectadores que habitualmente se iban a la cama a escuchar los programas informativos de la ra-dio tras consumir un tiempo de televisión lo prolongaron viendo lo que antes solo escuchaban en sus receptores de radio.

La iniciativa se afianza además en un contexto político de crispación. La legislatura de Aznar de entre 2000-2004, con calamidades como el naufragio del Prestige y, sobre todo, la guerra de Iraq reabren las trincheras periodísticas que se cavaron en la última legislatura de Felipe González con las guerras mediáticas antes recordadas, con enfren-tamientos entre medios y cruces de acusaciones entre ad-versarios periodísticos y políticos que pasaban por alto el dicho de que «entre bomberos no se pisa la manguera». Los figurados perros de la prensa se alimentaban con la carne de su especie y además suministraban suficientes raciones como para saciar de paso el hambre de lectores y oyentes perfectamente integrados ideológica y política-mente en las trincheras de sus medios afectos.

La tensión periodística fue creciente durante la última parte de la segunda legislatura de Aznar y se incremen-tó notablemente con el terrible atentado del 11-M y las elecciones generales del 14-M de 2004, tres días después.

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A partir de ese punto de inflexión que marca la matanza terrorista de los trenes y su influencia en el resultado de las urnas del 14-M se inaugura, dentro y fuera de los me-dios, un tiempo de tensión política y social añadida que se refleja sobre todo en los debates de las tertulias políticas, radiofónica y de televisión, donde se viven momentos de agresividad dialéctica extrema y situaciones de enfrenta-mientos entre periodistas y también con políticos, enzar-zados en discusiones cuya medida sonora arrojará muchos decibelios, lo que, ¿paradójicamente?, da espectáculo y por tanto incrementa las audiencias.

A más bronca y ruido, más audiencia. Una moraleja nada edificante que convierte a algunos de esos debates políticos en una copia de los llamados programas basura. Pero en realidad lo que pasaba en los platós y en los estu-dios de radio no era sino un reflejo de lo que se vivía en la calle, en charlas de café, en la barra de un bar e incluso dentro de las familias. Es en este contexto cuando, media-da la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, arranca El Gato al Agua que inevitablemente también se contagia en algunas ocasiones de esa tensión del momento político.

El programa toma posición claramente frente al go-bierno de Zapatero y ahí, creo, radicó su creciente éxito de audiencia. Mientras desde algunos sectores políticos y mediáticos se cuestionaba el papel que estaba haciendo el pp en la oposición y sobre todo la labor de Mariano Rajoy a quien se tildaba de blando, dubitativo, ambiguo o acomplejado, una parte de votantes peperos, importante en números absolutos, encontró en algunos medios, ra-dio y televisión, y en algunos de sus programas de tertulia

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política y debate, las satisfacciones políticas que no les daba el partido. A los medios y programas críticos con el gobierno de Mariano Rajoy y su partido, se dirigían los espectadores pidiendo más caña, expresión que, sin ir más lejos, tenían que oír con insistencia los colaboradores de El Gato al Agua.

Desde el punto de vista editorial, daba la impresión de llenar un vacío existente en la televisión al apostar cla-ramente por una línea crítica contra el gobierno que en algunos temas daba sobrados motivos para la crítica, solo o en compañía de sus socios más de izquierdas o del na-cionalismo excluyente e independentista.

Por otra parte, el pp era entonces la única oposición política a un gobierno que en general no tenía en contra a los medios y menos a la televisión, cuyos informativos no se distinguían por ser especialmente críticos con algunas de sus políticas más controvertidas, como las económicas.

La mezcla de periodistas y personajes directa o indi-rectamente relacionados con la política, la economía o el derecho fue valorada positivamente por sus espectadores. Los «de fuera» aportaron novedad a un programa que sirvió además de banco de pruebas y trampolín de lanzamiento de algunos políticos que se fajaron ante las cámaras. Pasa-ron ministros del primer gobierno de Rajoy (José Manuel García Margallo, Miguel Arias Cañete, José Manuel So-ria, José Ignacio Wert), altos cargos de la administración, como Elvira Rodríguez, presidenta de la cnmv durante la primera legislatura de Rajoy, jóvenes políticos desconoci-dos o poco conocidos para el gran público, que están en la cúpula de su partido, como Pablo Casado, o lideraron el

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suyo (es el caso de Pedro Sánchez) o siguen al frente de sus formaciones políticas, como Pablo Iglesias y Albert Ribera.

El líder de Podemos tenía muy clara la trascendencia del fenómeno cuando justificó su presencia constante en los programas de tertulia política, incluido El Gato al Agua cuya línea editorial estaba en los antípodas de sus postu-lados. Decía: «Empezamos a asumir que el terreno audio-visual era lo que configuraba los espacios de socialización política más importantes y que entre ellos destacaban las tertulias políticas como productores de argumentarios. Siempre digo que la gente no milita en los partidos políti-cos, la gente milita en los medios de comunicación. Una persona es de La Razón o de El País, de la cope o de la ser». El rédito electoral de esta postura ha sido evidente.

Sé que el hecho de que el programa reuniera en su estudio a periodistas junto a políticos y profesionales de otras disciplinas suscitaba también controversia entre quienes opinaban y opinan que solo los periodistas somos imprescindibles como analistas políticos de la actualidad y quienes tenemos el privilegio de orientar la formación de la opinión pública. Creo, sin embargo, que esta fórmula facilita toda la pluralidad que la línea editorial del medio quiera imprimirle y puede concitar presencias y voces que aporten fuste, diversidad e interés al debate, con tal de evitar, eso sí, la búsqueda obsesiva del espectáculo sin más y, por tanto, la presencia de personajes estrafalarios (los frikis) con el único fin de sumar audiencia a toda costa. Una combativa monja opinando sobre lo divino y lo hu-mano o un presidente autonómico campechano dictando lecciones de economía desde una pizarra pueden resultar

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ejemplos simpáticos o pintorescos, pero no debería ser el recurso al que echar mano con regularidad para incremen-tar la audiencia de un programa de debate político.

Al Rojo Vivo, cuyo nombre sugiere sin equívocos cuál es la línea editorial del programa, fue la respuesta editorial que desde la orilla contraria a la de El Gato al Agua buscó la Sexta. Un programa de puesta en escena parecida a la de Intereconomía tv, con un presupuesto infinitamente mayor que le permitía barajar todas las posibilidades perio-dísticas del medio, con conexiones y enlaces permanentes y con una línea editorial totalmente opuesta, favorable, por tanto, al gobierno de Rodríguez Zapatero. Curiosamente, el programa no adquiere la audiencia y notoriedad que des-pués ha alcanzado hasta la salida de Zapatero de la Mon-cloa y la llegada de Rajoy a la Presidencia. Desde la llegada del pp al gobierno en 2012, en Las Mañanas de Cuatro y en Al Rojo Vivo se sigue mutatis mutandis, respecto del pp y el gobierno de Rajoy, la misma estrategia crítica que desde El Gato al Agua se ejerció contra Zapatero y el psoe. Y con los mismos buenos resultados en términos de audiencia. Se ve que a este tipo de programas le sienta bien estar en la oposición mediática.

Una apostilla. Mientras en estos programas de Cuatro y la Sexta cuentan, como no debe ser de otra forma, con la presencia habitual de ministros y dirigentes del pp, nacio-nales y autonómicos, cada vez que se les invita y a pesar de las posiciones editoriales de estos medios, muy críticas contra el pp, en El Gato al Agua e incluso ahora en El Cascabel, sin embargo, no contamos con esa misma recep-tividad por parte de los dirigentes de los partidos alinea-

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dos en la izquierda parlamentaria, pese a las insistentes y reiteradas invitaciones que les hacemos. Por consiguien-te, sería injusto achacar al medio o al programa que así abre las puertas de su plató una menor diversidad de voces desde el punto de vista político, lo que solo debería atri-buirse al sectarismo de quienes se niegan a comparecer en entrevistas y dar su opinión. Personalmente, soy de los que creen observar que algunos políticos de la izquierda se atribuyen una anacrónica legitimidad democrática que no conceden sin reticencia a la derecha.

Algo parecido se da en nuestra profesión periodística cuando se atribuye a los postulados de izquierdas el pa-trimonio de la honestidad y de la objetividad. Desde ese supuesto se «reparten» carnés de ética periodística a unos, mientras se desprecia y reprocha la labor de otros por ejer-cer la profesión en medios editorialmente próximos al cen-tro-derecha político. Una tentación que antes se prolonga-ba y advertía con más insistencia en rtve.

Me gustaría que nos preguntáramos: ¿acaso son más libres, independientes y honestos los periodistas que tra-bajaban o trabajan en la radio y televisión pública cuando gobernaba o gobierna el psoe que cuando lo hacía o hace el pp? ¿Acaso eran o son más plurales las tertulias políticas de los medios públicos cuando gobernaba o gobierna la izquierda que cuando lo hace la derecha?

Lo mismo con algunas televisiones autonómicas. Mientras que Canal Sur, eternamente dependiente de los presupuestos de un gobierno socialista, apenas ha sido cuestionada en su quehacer informativo, la extinta Canal Nou y la anterior Telemadrid han sido objeto permanen-

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temente de fuego cruzado por partidistas y afectos al pp. No seré yo quien niegue excesos aquí o allá, pero insto a realizar un balance comparativo. En Canal Sur se llegaron a producir condenas de la Junta Electoral durante alguna campaña por no respetar la neutralidad informativa. Sin embargo, no llegó la sangre al río.

Salimos del excurso. Es obvio que el interés que suscita en los espectadores y la influencia en la opinión pública del género depende mucho del momento y de la situación po-lítica del país. A más incertidumbre y expectación, más de-manda de información y de opinión y, por tanto, más inte-rés en el seguimiento de estos programas y más audiencia.

En España, políticamente hemos pasado de un esta-do de expectativa y marejada permanente a otro de calma chicha, donde el Ejecutivo debe aprender que gobernar en minoría significa hacer de la necesidad virtud de manera permanente, pedir perdón sin complejo alguno y adelan-tarse a comparecer y dar explicaciones en el Parlamento cada vez que la oportunidad lo requiera.

Las tertulias políticas en televisión se han convertido en gran medida en el fiel reflejo de esa situación, lo cual está permitiendo que el debate sea más reflexivo, más so-segado, y sinceramente pienso que los comentarios y opi-niones de los invitados también son más honestos.

Es cierto que han bajado un poco las audiencias de las tertulias, en general, por esa falta de pulsión política, pero los programas de opinión y análisis siguen teniendo sufi-cientes espectadores como para garantizar su continuidad, al menos en las televisiones temáticas y de presupuestos muy ajustados que necesitan producciones baratas.

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Al igual que en la radio nadie cuestiona ya la continui-dad de sus tertulias matinales, vespertinas o nocturnas, en televisión, por ahora, ninguna cadena se plantea cambiar o suprimir sus tertulias de la mañana, del mediodía o de la noche. Una de las razones de peso, al margen de las audiencias, es, como he dicho, su coste de producción: son baratas. El Cascabel, por ejemplo, tiene un coste diario de unos 3.000 euros, lo cual, comparado con el presu-puesto de un capítulo de cualquier programa de entrete-nimiento o de ficción en prime time nos saca de dudas al respecto. Programas como Master Chef, La que se avecina o Tu cara me suena se mueven en horquillas que van de los 500.000 a 700.000 euros por capítulo.

Pero hay otra razón de peso: los editores saben de la influencia y notoriedad que, a pesar de los pesares, los pro-gramas de debate político televisivo, las tertulias, siguen teniendo en la opinión pública, del gobierno y de la opo-sición.

No sé cuánto de azar y cuánto de necesidad habrá en el surgimiento de esta instancia para la creación de opinión pública que es la tertulia televisiva. Lo que he ofrecido es mi testimonio del nacimiento, crecimiento y avatares del género en la reciente historia de España.

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LA PRENSA DE PAPEL

Francisco Marhuenda

Marti Baron, director del Washington Post, dijo hace no mucho: «Los periódicos en papel no van a sobrevivir, vi-vimos en un mundo digital, dominado por el teléfono mó-vil». Yo no estoy de acuerdo con la primera parte del aserto. Creo que quizás no sobreviviremos todos los periódicos de papel, pero sí que seguirá habiendo un mercado de prensa en papel.

Ciertamente, hace no demasiado tiempo que las cosas eran de otra manera. Si tomamos, por ejemplo, los datos estadísticos de la venta de periódicos en España desde la Transición, encontramos cifras multimillonarias que nada tienen que ver con las de hoy. Cuando en 1983 entré en abc, la batalla era aminorar la diferencia de tirada con El País, que debía contar en aquella época con una venta media de más de cuatrocientos mil ejemplares, razón por la que nos parecían poco los doscientos cincuenta mil de abc. Y El País llegó a vender más de un millón. Cuando hablábamos de otros países, la envidia se disparaba. Me acuerdo de un comentario: «En Japón hay periódicos que incluso tienen plataformas de helicópteros para cubrir las noticias, son esos famosos periódicos que venden quince millones de ejemplares». Serían mitos, pero lo cierto es

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l a p r e n s a d e pa p e l

que ahora, cada miércoles, cuando me llega el informe se-manal de todos los periódicos de Madrid, y, luego, cuando me llega unos días más tarde el cómputo provincial, me da pena. ¡Cómo hemos retrocedido! Es verdad.

Sin embargo, hoy por hoy, la prensa de papel sigue te-niendo una notable influencia social, un peso muy impor-tante. Las tertulias radiofónicas y televisivas hacen su guion a partir de lo que diga la prensa de papel y todo el mundo quiere seguir saliendo en esta prensa, lo cual no es incom-patible con salir, por supuesto, en la prensa digital (hasta los medios escritos tenemos todos uno digital al lado).Todo el que necesita o desea notoriedad quieren seguir viéndose en el papel, el mito sigue existiendo. Con los periódicos re-trocediendo continuamente en ventas, no hemos perdido influencia. Es una paradoja digna de reflexión.

¿Cuál es el futuro? Hay que planteárselo, entre otras razones, porque hacer un periódico así es caro. Para res-ponder a un principio de calidad, cuando se produce un acontecimiento como el terremoto de Fukushima o la guerra de Libia (son ejemplos que recuerdo) hay que des-plazar sendos periodistas, con el gasto enorme que ello comporta. Económicamente, no hay vueltas que darle. En cambio, desde otro punto de vista, ante la sobreinforma-ción que ofrece la red, la selección y ordenación a la que constriñe el papel se convierte en un inestimable servicio al público lector (ofrecer dos millones de noticias —«las redes arden»— es como no ofrecer ninguna noticia). Es el servicio del discernimiento. Y esto vale de momento tanto para eeuu como para Francia, para Alemania como para España. Y, en cuanto a los profesionales, como en España

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f r a n c i s c o m a r h u e n d a

estamos acostumbrados a cifras miserables, tal vez este-mos más entrenados en el infortunio y mejor preparados para arrostrar la lucha por la supervivencia.

Hay que animar a comprar periódicos. Cuando me in-corporé a su empresa en Cataluña, me dijo el viejo Lara a propósito del libro: «Lo importante es que la gente compre libros. Tú, haz promoción de los libros. Es igual que sean de Anagrama, que sean de Alianza, que sean de Planeta, me es igual. Lo importante es que hagas promoción de los libros». Pues eso, lo importante es que la gente siga com-prando periódicos. Aunque no podemos cerrar los ojos a la realidad. Hace no demasiados años encontrar un perió-dico era fácil. Salías de tu casa y en una esquina sí y en otra también encontrabas un quiosco. Ahora hay veces que tienes que coger el coche para ir a buscarlo desde tu do-micilio. Se han perdido un treinta por ciento de puntos de venta. Cuando alguien me dice: «No llevamos el periódico a ese sitio porque vendo un periódico cada dos días», me da mucha pena. Lo vuelvo a repetir.

Dos hechos nos interpelan: uno (¿coyuntural?), la última crisis económica, y otro, la revolución de las nuevas tecno-logías y el cambio de paradigma cultural que ha producido.

Hemos padecido una crisis económica muy clara que nos ha afectado y que ha afectado a toda la sociedad espa-ñola. Eso ha hecho que la gente tome la decisión de com-prar menos: compra menos en las tiendas, va menos a los restaurantes. La crisis ha tenido ese efecto, en algún caso, psicológico, y en muchos, empírico: tienes menos ingresos, consumes menos, también menos periódicos. Y cuando te recuperas, quizás has perdido la inercia positiva.

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l a p r e n s a d e pa p e l

El segundo factor es el cambio cultural que lleva a aparejado un cambio de hábitos de consumo en todos los terrenos y, muy especialmente, en el que nos ocupa. Mis padres aprovechaban el domingo para leer tranquilamente el periódico. No había otra cosa. Ahora tenemos cada día una inmensa oferta de ocio que compite con el tiempo que se dedicaba antes a la lectura del periódico.

Si ponemos el televisor, la oferta es indescriptible. Net-flix, por ejemplo, tiene ya ochenta millones de personas que lo siguen. Compiten con sus series y tienen, además, medios inauditos para saber al instante si tal o cual serie «funciona» o no, si debe continuar o no, cuántos millones la ven o la dejan de ver. Es imposible adivinar hoy cuál será el impacto para la lectura de la prensa en papel en este estado de cosas. Los medios, la literatura, las más diversas instancias de la cultura del siglo xx se las tienen que ver también con un nuevo y formidable poder.

Hace no demasiado tiempo las empresas más impor-tantes del mundo eran las petroleras. Luego pasaron a ser las grandes químicas las más valoradas por su valor bursátil. Luego, las del automóvil. Y ahora, las empresas tecnológicas. Vivimos en un mundo absolutamente digi-tal. El otro día publicamos la noticia del valor de Apple, ochocientos mil millones de dólares, es decir, el 80% del pib anual español. Claro que Amazon decide comprar el Washington Post con la calderilla que tiene disponible Ba-ron sin detraer nada a su capital de entre 25 y 30 mil millo-nes de dólares. Seguramente lo habrá comprado como un capricho, como un experimento. Pero por ahí tenemos que vislumbrar un portillo los que no perdemos la esperanza.

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Pienso en las sinergias que puedan existir entre el pe-riódico papel y el digital. Creo en las sinergias de grupos con diversos productos. No sé cómo, pero creo que se van a ir formalizando grupos, estructurándose con nuevas for-mas en un mercado que es muy competitivo y muy cam-biante y donde no está clara la cuestión de los ingresos. En un periódico como el New York Times ¿qué porcentaje corresponde actualmente al negocio digital y cuál al del papel? Y lo mismo sucede en España y en todas partes.

Una vez un subdirector de El País, buen amigo mío, me decía: «Tú y yo somos la última generación del papel». Yo quiero pensar que no es así. Que habrá gente en el futuro que quiera seguir comprando el periódico papel, gente di-gitalmente informada, pero que prefiera el papel para cier-tos momentos y ciertos contenidos. Los medios de papel deberán estar todos entre los «serios» junto a otros digita-les que también lo sean y enfrente de la vorágine.

Siempre serán necesarios los periódicos, digitales o en papel, con una estructura detrás, con una empresa solven-te, con una responsabilidad corporativa, con una fiabili-dad, con un director. Del mundo digital me preocupa que se pueda convertir en una selva donde la repetición hasta el infinito de una información despropositada desplace a la verdad. Sí. El reino de la posverdad me preocupa. Pero esa es ya otra cuestión.

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PRENSA DIGITAL

José María Crespo

P E R I Ó D I C O S D I G I T A L E S . ¿ P R E S E N T E O F U T U R O ?

El periodismo digital es presente, en constante evolución tecnológica, pero presente. Lo mismo que las nuevas tec-nologías ya no son nuevas: son solo tecnologías que que-dan superadas casi en el mismo momento en que se ponen en funcionamiento.

Más pronto que tarde desaparecerá la distinción entre periodismo digital y periodismo en papel. Se hablará sim-plemente de periodismo, aunque se materialice en distin-tos soportes. Hablar de periodismo es hablar de periodis-tas, de investigadores, de contadores de historia. Sin ellos no hay periodismo de una u otra clase, no hay nada.

Se trata, pues, de soportes. Bien es verdad que las infi-nitas posibilidades que ofrece la tecnología, y de las que el periodismo digital es beneficiario, han afectado también al concepto e incluso a la práctica de la profesión periodís-tica. No es que desaparecieran las máquinas de escribir o los teletipos y que todo se base en soportes informáticos. Eso es lo menos relevante. Lo de verdad trascendente es que el periodismo digital permite interactuar, y en tiempo real, a los lectores. Estos ya no son sujetos pasivos de la información que reciben sino que ya son parte sustancial, a través de sus comentarios, de la propia información.

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El periodismo digital ha hecho que la información fluya en la doble dirección y esto alumbra una forma distinta de entender el periodismo, que lo ha cambiado para siempre. Lo de los soportes es muy importante, pero lo decisivo de verdad es, como digo, que los lectores ya no serán nunca más sujetos pasivos de la información, sino actores.

Esta es la nueva modalidad de periodismo, fruto del de-sarrollo de las nuevas tecnologías antes mencionadas que emergieron especialmente a finales del siglo pasado. Los medios de comunicación social, radio, televisión, prensa o cine, se adaptaron rápidamente al nuevo modelo, de tal forma que todo lo que leemos, vemos u oímos estaba ya antes en Internet, donde el usuario, además, elige el mo-mento. Por eso, se ha dicho que esto matará aquello como se dijo en el siglo xix que la fotografía acabaría con la pin-tura, o la televisión con el cine.

Frente a ese horizonte agorero yo me incluyo entre los que piensan que el hecho comunicativo del periodismo saldrá reforzado. Serán precisamente las enormes posibi-lidades que abren los nuevos soportes los que mejoren y multipliquen el ejercicio periodístico.

Aunque, hablando claro, hasta hoy se haya aprovechado la revolución tecnológica para pasar por la criba a los profe-sionales, empeorar sus condiciones laborales, exigiéndoles urgencia en detrimento de calidad e implicándolos en la búsqueda de financiación para el sostenimiento del medio.

I N T E R N E T . ¿ S O P O R T E O M E D I O ?

Reconozcamos que los medios convencionales siempre abrieron ventanas para escuchar a los lectores o a los oyen-

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tes. Pero ahora es otra cosa. Internet ofrece de manera ins-tantánea múltiples canales de conversación, foros y otros sistemas donde el usuario puede manipular la información de manera casi libre. Con lo cual la red adquiere vida pro-pia pasando de ser un mero soporte a un medio que genera información (o desinformación) por sí mismo.

Hasta hace muy poco, un periódico era entendido como una edición en papel impreso distribuida en las calles por centenares de vendedores. La edición en una pantalla de ordenador, o de teléfono móvil, conectado a una red global no ha sido fácil de aceptar por todos. El tránsito no ha sido pacífico, ha obligado a superar viejos conceptos y ha puesto en crisis severa el modelo industrial del periodismo tradi-cional, así como sus fuentes de financiación. La publicidad, por ejemplo, es un factor claramente diferencial cuya nueva fórmula de explotación comercial todavía está sin resolver. El periódico digital permite conocer en tiempo real al anun-ciante, cuántas visitas ha tenido su anuncio y cuántos han adquirido el producto, a través de qué terminal, a qué hora. Así como el perfil personal del comprador. Es una revolu-ción de consecuencias todavía no previsibles.

El periódico digital se muestra imbatible en la inme-diatez y la capacidad de incorporar instantáneamente la actualidad. Cuando sucedía un hecho extraordinario, los periódicos sacaban ediciones extraordinarias para no es-perar al día siguiente. Hoy la actualidad se incorpora a cualquier hora y desde cualquier lugar. Basta con que el periodista tenga una conexión a Internet. Ya nadie espera-mos a mañana para conocer lo que ha pasado hoy. Sí, en cambio, podemos esperar a que alguien nos explique y nos

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ayude a entender la actualidad, no a conocer la actualidad misma. Para el análisis riguroso, sosegado y reflexivo, para ayudarnos a comprender, puede ser que muchos prefieran, también en el futuro, el periódico convencional, la revista en papel. Todavía no podemos saber cuántos serán.

En fin, la revolución digital introduce un nuevo soporte que conmociona la empresa periodística. Por otra parte, Internet da lugar también a un nuevo competidor, la co-municación interactiva. No podemos conocer aún el final de esta revolución. Pero sí podemos estar seguros de una cosa: el periodismo seguirá existiendo mientras haya bue-nos periodistas.

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EL DERECHO A SER ESCUCHADO

Jorge Bustos

Últimamente se anuncia la muerte del columnismo con es-pecial énfasis, casi con placer. Algunos la profetizan con la satisfacción justiciera del resentido a quien nadie dio voz a tiempo; otros con boba fascinación de rumiantes digitales. Los de más allá desprenden nostalgia de leño prendido en la chimenea, las gafas de cerca sobre las rodillas, una pila de revistas cogiendo polvo en el rincón. El columnismo muere, dicen, porque mueren los periódicos y muere la lectura mis-ma. Y yo no digo que esta vez no vaya la vencida. Yo solo digo que cuanto más se habla del fin de la novela, más novelas se publican; cuantas más actas de defunción cinematográ-fica se levantan, más dinero recaudan las películas; y cuan-tas más paladas caen sobre el féretro de la columna, más artículos nos encargan sobre la función social del colum-nista, y más estudiantes nos hacen llegar el despertar de su vocación, el testimonio de su fidelidad lectora o la educada solicitud de otra entrevista inmerecida.

Quizá el columnismo, que cuenta con la brevedad en-tre sus premisas, sea género darwiniano que sobreviva a la hecatombe internauta. Puede que el entrañable hábito

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del desayuno a doble página junto a la taza de café camine hacia la extinción; pero no es menos cierto que está sien-do relevado por ese otro del vistazo —furtivo y frecuente como un vicio— a la pantalla de móvil, donde siempre aguarda el enlace al artículo polémico de la jornada, ese que nos hace cabecear de conformidad aferrados a la barra del autobús o ese otro que nos infla de indignación senta-dos sobre el retrete.

Lo cierto es que los muros de Facebook y los perfiles de Twitter están llenos de columnas. Es una constatación diaria que salva la vigencia del humanismo. Nacen pro-yectos renovadores del parque columnístico como el que lidera Ignacio Peyró al frente de The Objective, plataforma para el provecho reflexivo frente a la viralidad sensaciona-lista. Pese a todo, ninguno de los que nos encaramamos con regularidad a una columna estamos libres de desatar el escándalo e incendiar las redes el día menos pensado. A poco talento que atesore, cualquier abajofirmante puede hacerse acreedor a la reprimenda pública de una porta-voz parlamentaria. Claro que son mucho peores las repri-mendas privadas. Pero algo tendrá la opinión cuando la bendicen con su saña tantos ofendidos de guardia, tantas minorías insomnes, tantas identidades en perfecto esta-do de revista inquisitorial que salen a patrullar la opinión cada mañana y cada tarde, con la antorcha en una mano y el rostro embozado en un avatar anónimo.

De modo que menos funerales: la pasión lectora goza de una salud que ya quisiéramos a veces menos vigorosa. Mayor robustez le desearíamos a la comprensión lectora: la aptitud para leer la ironía, por ejemplo, en un mundo que

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alumbra una camada diaria de tontos literales. Personal-mente confieso que rara vez concedí a mi oficio la impor-tancia de la que generosamente me han revestido en alguna ocasión mis amigos; pero lo que desde luego jamás pude imaginar es la generosidad de mis enemigos. Si uno, que ni tiene el título reglamentario ni cursó el máster corporativo ni gozó de más padrinos que las amistades que fue hacien-do a golpe de escritura es capaz de sostener un par de po-lémicas semanales —públicas o privadas— con represen-tantes de cuatro o cinco partidos diferentes, significa que el columnismo todavía articula la conversación pública, y que uno puede condicionarla siquiera en grado infinitesimal mientras se gane (y no pierda) el derecho a ser escuchado.

¿Qué es el derecho a ser escuchado? Aristóteles distin-guía tres principios activos en la retórica: el logos, que es el argumento, la idea que se defiende; el pathos, que es el estado de ánimo de la audiencia que debe pulsar el buen orador; y el ethos, que es el carácter reconocible o auto-ridad natural del orador: su derecho a ser escuchado. Es el ethos el cimiento de la carrera del columnista, y no lo asentará sin sacrificio. Es el doctorado que todo aspirante debe preocuparse de obtener antes de ponerse a impar-tir lecciones con alguna credibilidad, pero por el camino aprenderá valiosas decepciones. La primera de ellas será la indiferencia glacial del público: al principio uno se sienta ante el folio con una pose mixta de responsabilidad y de-safío, como quien se sienta a los mandos de un submarino nuclear ruso, calculando la reacción en el Kremlin, o en La Moncloa, o siquiera en la asociación de veganos del barrio; pero sucede que al día siguiente nadie se da por alu-

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dido. El golpe suele ser duro, y duradero, y siega no pocas vocaciones demasiado infundadas, tiernos brotes sin raíz. Pero si nuestro articulista persevera y posee el don, acabará conquistando el derecho a ser escuchado. Vencer la indi-ferencia del personal, indeciso ante la pléyade de firmas que mendigan su vistazo mañanero, representará quizá la mayor victoria de su vida. Pero inmediatamente después empiezan los verdaderos problemas. Cuando se pasa sin transición del estadio árido en que nadie se da por aludido al estadio histérico en que se dan por aludidos todos.

El mismo aprendizaje curte al idealista que debuta en un partido, según explicó Michael Ignatieff en una obra ya clásica de memorialismo tragicómico. Ignatieff era un aca-démico al que ficharon para el partido liberal canadiense como quien secuestra a un abad para presentar un reality. Nuestro político forzoso no tardó en descubrir que sopor-tamos una democracia de baja calidad argumental donde ya no se atacan las ideas o posturas de un candidato, sino lo que el candidato es. Y en el peor de los casos, lo que parece. Se logra mediante un etiquetado exprés que llueve sobre el voluntarioso neófito —en ocasiones con etiquetas excluyentes entre sí, pero algo queda— para desacreditar-lo preventivamente. Se trata de que su trabajo no llegue limpio a las entendederas del personal: se trata de disua-dir a los sanos curiosos y de suministrar munición a los prejuiciosos doblemente armados. En el actual ecosistema mediático, el debate intelectual está perseguido, porque intercambiar ideas libremente comporta el riesgo turba-dor de acabar persuadido por el otro. «Una vez que has negado a la gente el derecho a ser escuchada —escribe

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Ignatieff—, ya no tienes que refutar lo que dicen. Solo hay que ensuciar lo que son». Eso sucede a diario en la polí-tica y en el periodismo, y contra esa máquina orwelliana de atribuciones hay que pelear desde el principio. Te lla-marán facha, rojo, meapilas, comecuras, vendido, pepero, extremocentrista, homófobo, machista, adicto al canapé, adúltero, impotente y frecuentador de palcos vip, si hay alma capaz de proferir insulto tan lacerante.

Al columnista, por tanto, se le ha de presuponer el valor, pero también el equipo. Casco, chaleco, granadas, fusil y no viene mal un machete en la caña de la bota. Su armamento es la lectura bien metabolizada. Si sale al campo de batalla pertrechado solo con opiniones ajenas, mantras de tertulia, solapas de ensayo o emoción a flor de piel, será masacrado. En la maduración de todo columnista resulta imprescin-dible saber pasar del testimonio al argumento. Del yo al nosotros. Del blog al ágora. De la anécdota que yo protago-nicé a la categoría de lo que a todos nos sucede. Sabemos que hemos consumado el salto si queda flotando en el aire del texto un pensamiento original, una conclusión ética, al menos una perplejidad reveladora. De la observación, la ex-periencia y los libros nacen las ideas propias que delatan al columnista de mérito. Aquel que modula la soberbia de la opinión gracias a la modestia de los hechos, es decir, que mezcla el ensayo con la crónica. Ese es para mí el colum-nista ideal.

Un columnista se gana su derecho a ser escuchado por-que posee mirada y estilo propios. Hay columnistas que clavan el análisis de los hechos, o les encuentran una pers-pectiva novedosa que luego expresan con una vulgaridad

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olvidable. Su hallazgo no hará mella en la mente del lector. Y hay otros —y en España, cuna del barroco, forman es-cuela— que por una bienintencionada voluntad de autoría esperan que les perdonemos su mediocre raciocinio solo porque amasen el pan duro del tópico con crema paste-lera. Son los epígonos de ese umbralismo mal entendido que separa el fondo de la forma, el significado del sonido. A ellos, sin embargo, estamos siempre dispuestos a perdo-narlos porque militan contra la dramática agrafía del pe-riodista medio.

Hay que saber mirar, o pensar, y hay que saber describir con precisión lo que se está mirando o pensando. Y la pre-cisión —contra lo que escribió el Ortega más confuso— jamás está reñida con la literatura. Un autor que maneja pocas palabras o se extravía cuando se aventura por las afueras de la frase copulativa no puede ser un buen colum-nista. Y que no excuse luego su pereza o su incapacidad en la obediencia a la preceptiva anglosajona. Simple no es el antónimo de pomposo sino de complejo, y se puede ser complejo y elegante a la vez como un vino memorable. De quien sea capaz de pasar de la impresión al argumento y del estilo a la idea sin dejarse nada por el camino será el reino de los cielos de la antología. Escribir bien granjea el derecho a ser escuchado, pero no lo garantizará a largo plazo si la estética no se acompaña de la inteligencia.

Tampoco aquí terminan las amenazas. Una vez que se disfruta de una audiencia que sigue tus columnas y las espera para compartirlas, comentarlas o denostarlas con igual fidelidad, se presentan varias tentaciones que pro-vocarán la pérdida del derecho a ser escuchado en caso

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de que el columnista no ejercite la tensión moral necesa-ria para resistirlas. ¿Cuáles son esos peligros? Veamos. La presión que acosa al columnista escuchado es de natura-leza variopinta, pero podemos catalogar sus efectos en la siguiente tipología de caídos.

1. El columnista cursi. Muy extendido. Autobiográfico compulsivo. Es una víctima penosa del Me Gusta. De la droga del elogio viral. Así que, visto lo visto, ha decidido dirigirse resueltamente a las tripas del lector y evitar escru-pulosamente su cerebro. Es más rentable, claro. Se justifi-ca reivindicando orgullo plebeyo pero solo resulta ordina-rio, populachero. Se reclama cruzado contra la pedantería, pero quizá es que acusa problemas de expresión. Es una máquina de atraer seguidoras sexys y desamparadas. Reina sobre esta sociedad de infantes crónicos masajeando como la mejor geisha de Bangkok el ego dolido del narciso oc-cidental que ha perdido un gato o una abuela, y lo siente como el primer nieto de la humanidad. Es también una máquina de expulsar de la lectura de sus columnas a los herederos de la Ilustración.

2. El columnista clown. Ni una frase sin su gag. Esta-mos aquí para divertir a la gente, que ya tiene demasiados problemas como para ponerla a pensar. Se ríen de todos los políticos porque todos son iguales, pero los de derechas son más iguales que otros. Si alguno se ofende siempre se puede invocar el santo burladero del humor. Y harían bien si lo suyo fuera humor —la mueca de la inteligencia— y no chiste enlatado en la lata manufacturada por la secta. El columnista payaso carece de pensamiento propio: su trabajo es coral, él se atribuye gags producidos industrial-

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mente por unos señores de negro que provienen del área metropolitana de Barcelona.

3. El columnista pisacharcos. Ha venido aquí a incen-diar Twitter. En él la provocación no es el efecto colateral que causa un ataque razonado a la corrección política, sino que es el efecto obsesivamente perseguido. Hay algo oscu-ramente freudiano, sadomasoquista, en este tipo humano que no duerme feliz si no se va caliente a la cama. No cree en nada, pero conoce bien los puntos erógenos de la opinión pública: dónde tocar y dónde apretar. Es barato, cínico y, descubierto el truco, letal para la fidelidad lectora.

4. El columnista papanatas. España es un país de pan-dereta, clama el panderetero mayor. Tiene un concepto cosmopolita de sí mismo, pero ha viajado mucho menos de lo que predica, o no diría tantas sandeces. Sabe que su aversión retórica a España se cambia a precio de platino iridiado en la redes sociales españolas, donde conceder al-guna calidad de vida a este valle de lágrimas corruptas solo puede significar que estás a sueldo del pp. El columnista papanatas pasa por titán de la independencia periodística: no sospecha que no hay pose más cómoda en la vida que la del eterno insatisfecho. Si todo es una mierda, uno no tiene por qué exigirse más. ¡Ojalá fuéramos finlandeses!, lagrimea desde la torre de marfil de su esnobismo de pro-greso. Pero no se muda del terruño ni por orden judicial.

5. El columnista sectorial. Pasemos por encima de la subespecie de los columnistas de partido, tan desprecia-bles y obvios que no merecen comentario, más allá de que haberlos, haylos. Algunos tienen hijos y no tienen talento, así que se disculpa la pleitesía. Yo me refiero a quienes

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venden su pluma a un colectivo especialmente ruidoso y mejor visto: las feministas de séptima generación, los autó-nomos jeremiacos o los ecoverdes antitaurinos, por ejem-plo. Son pocos pero bien organizados, y como buenas mi-norías saben hacerse oír, porque la mayoría está ocupada haciendo la compra a la vuelta del tajo o recogiendo al niño de la clase de kárate mientras envía un par de mails sobre la reunión de mañana. El columnista sectorial lleva en el pecado la penitencia: a partir de su identificación con una determinada tribu social, ya no podrá escribir impunemen-te sobre gastrobares de moda o corrupción inmobiliaria.

Confieso que soy el primero que ha cedido a alguna de estas tentaciones. Me acuso de furor autorreivindicativo, de enmienda total al mundo moderno, de maldito por en-tregas con intención lujuriosa. Lo importante es no dejar de examinarse en soledad. Localizar nuestro patinazo para crecer en humildad, que es crecer en inteligencia, y para no convertir la caída en adicción que nos arrebate el derecho a ser escuchados. Ese que tanto nos costó ganar. Observa, lee, apunta, llama. Cultiva tu propio jardín. Y extrae sema-nalmente de él tu cosecha instructiva y deleitosa de pala-bras para el paladar apresurado del lector posmoderno, que no tiene tiempo para nadie pero puede que aún lo tenga para ti, siempre que conquistes ese derecho que todos am-bicionan. La facultad de opinar, de incidir con eficacia en la construcción del discurso público que modela la sociedad en que vivimos.

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40 AÑOS EN PRIMERA PÁGINA

Conversación con Juan Luis Cebrián

NUEVA REVISTA. Ante todo, muchas gracias por atender nuestra petición para hablar de su reciente libro Primera pá-gina. Vida de un periodista (1944-1988). Su publicación ya ha conocido muchísimas reacciones, pero, si le parece, aquí vamos a centrar nuestra conversación solamente en unas po-cas preguntas relacionadas con el tópico de la creación de la opinión pública. Como dice, llegó a ser «el director de un dia-rio extremadamente influyente en la clase política y la opinión pública». Sabemos que esto de la instancia influyente y la opi-nión pública es una pescadilla que se muerde la cola (cues-tión de feedback, si nos ponemos pedantes). ¿Podría decirnos cómo ve esta relación en el caso que nos ocupa, la historia del El País en particular?JUAN LUIS CEBRIÁN. El País sale a la calle en un mo-mento muy especial, justo después de la muerte de Fran-co. De hecho, fue el primer periódico que salía después de la muerte de Franco. Salió también Avui, pero se trataba de un fenómeno casi únicamente local. Era, pues, el pri-mer periódico del posfranquismo. Teníamos la ventaja que no tenía ningún otro periódico: El País no había publicado nada a favor del régimen, ni se había sometido a las nor-

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mas del régimen, simplemente porque no existía entonces. Formaba parte por definición de la nueva etapa. Y tuvimos otra virtualidad. En aquel momento, en la prensa españo-la, en revistas, en muchas revistas, como Triunfo o Cua-dernos para el diálogo, por supuesto, en los libros, había ya firmas disidentes y algunas formas de protesta contra el régimen. Pero en la prensa diaria, no. El Madrid, dirigido precisamente por el fundador de Nueva Revista, Antonio Fontán, o Informaciones, donde yo había colaborado, eran experimentos muy limitados. El Madrid empieza a tener los problemas ya serios, que le llevaron a la desaparición, por un artículo de Rafael Calvo Serer, titulado «Retirarse a tiempo. No al general De Gaulle».

No era tan grave lo de «No al general De Gaulle» como lo de «Retirarse a tiempo». Entonces, De Gaulle se había ido a Colombey-les-Deux-Églises porque había perdido el referéndum sobre las regiones. Y el artículo de Calvo se interpretó como una indirecta, aunque probablemente no aspiraba a que se fuera Franco. Todo el mundo sabía, em-pezando por Rafael Calvo Serer, que Franco no se iba a ir.

Pero, así las cosas, El País fue el primero que acogió firmas de izquierda. En el primer número El País publi-ca un artículo de Rafael Alberti, entonces todavía en el exilio en Roma, que era un connotado representante del Partido Comunista. El día en que Adolfo Suárez presenta el proyecto de asociaciones en las Cortes, donde iba la propuesta de que no se admitieran asociaciones o partidos políticos que tuvieran obediencia internacional, en una clara referencia a la Internacional Comunista, ese día, El País publica un artículo de Ramón Sánchez Montero, que

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estaba en la cárcel por ser miembro del comité central del Partido Comunista. Pero, al mismo tiempo, publicábamos artículos de Ricardo de la Cierva. El periódico ofrecía po-siciones muy plurales. En eso mismo consistió, en el fon-do, la Transición. Yo siempre he dicho que la Transición fue la reconciliación de los españoles después de la guerra civil, los hijos de los vencedores con los hijos de los ven-cidos. Parece que las nuevas generaciones no entienden esto. No hubo, en efecto, un proceso de responsabilidades políticas, entre otras cosas porque Franco había muerto en la cama. Algunos dicen: «Franco había muerto en la cama, y ¿qué?». ¿Y qué?, no. Eso tiene una significación. Franco había muerto en la cama, no hubo manera de echarle y por lo menos la mitad de España lo apoyaba. Se abrió un proceso de reconciliación que en gran parte la hicieron los

Juan Luis Cebrián y Miguel Ángel Garrido Gallardo Foto: David Muñoz

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franquistas, empezando por Adolfo Suárez, Rodolfo Mar-tín Villa y muchos más. Por otra parte, estuvo la oposición democrática y los comunistas, que habían estado comple-tamente apartados hasta el momento.

De todo eso se benefició El País, un periódico sin pa-sado y, por lo tanto, sin nada de lo que arrepentirse en un momento de la vida española en que se estaba empezando a construir un nuevo régimen basado en la reconciliación entre españoles. La prensa en general iba adquiriendo mu-cha influencia porque se había beneficiado de las diver-sas «liberalizaciones», más grandes o más pequeñas, que a partir de la Ley Fraga se habían producido, como ocurría con el propio ejemplo del Madrid. Existía el parlamento de papel por el que determinadas firmas o determinadas publicaciones eran capaces de debatir lo que no se profería en el parlamento español de carne y hueso. Pero mucha de esa prensa, con todo, tenía a sus espaldas haber sido no solo colaboracionista sino aliada directa del franquismo. Es curioso comprobar que la prensa más opositora al franquis-mo, con la excepción de Cambio 16, entonces, y Diario 16 que salió a continuación, murió por culpa de la aparición de El País. De hecho, Informaciones, que era lo que queda-ba de resistencia en la prensa, desapareció porque El País se lo comió, y lo mismo Cuadernos para el diálogo o Triunfo, todo fue barrido por la aparición, primero de El País y, lue-go, de otros periódicos que tampoco tenían pasado.

Naturalmente, hubo una interacción prensa-sociedad. El País no fue una empresa ideológica, fue una empresa periodística y profesional, pero obviamente defendía un punto de vista liberal y de diálogo.

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También hubo un proceso de adaptación del periódico a la sociedad que le brindaba un éxito más allá de todo lo esperable.

Yo hice unas declaraciones un mes antes de salir el pe-riódico, diciendo que si vendíamos sesenta o setenta mil ejemplares nos daríamos por muy satisfechos. Con sesen-ta o setenta mil ejemplares se podía sostener económica-mente. Entonces había periódicos como La Vanguardia que vendían ciento ochenta mil o Pueblo que vendía cien-to veinte mil. Nosotros nunca hemos vendido menos de ciento cincuenta mil ejemplares. Paradójicamente, casi medio siglo después empezaremos a vender menos de esos ciento cincuenta mil ejemplares a causa de la crisis provo-cada por los cambios tecnológicos.

Al principio, empezamos a autofinanciarnos enseguida. Salimos en mayo y en noviembre del mismo año ya El País no perdía dinero, cosa que no esperábamos ni de lejos, fue casi un milagro. Vimos que teníamos una influencia grande, lo cual nos influía casi automáticamente a nosotros. Nos convertimos en una especie de punto de encuentro de mu-chas corrientes, no solo político sino ideológico en general. El éxito llegó a ser tan grande que hubo un año, unos cinco o seis años después de la salida, en que El País, que era el primer periódico de España y vendía entonces doscientos cincuenta o trescientos mil ejemplares, sumaba más que las tiradas de La Vanguardia y el abc juntos, que eran el se-gundo y el tercer periódico y, además, los otros dos grandes referentes de la sociedad española. Estas cifras ponen de re-lieve que tuvimos mucho éxito entre los jóvenes y las nuevas generaciones pero también en las generaciones maduras.

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Era una obra muy colectiva. Yo me rodeé de muchos consejos asesores, casi uno para cada sección del periódi-co. Tenía un consejo asesor de economía, formado por gen-te de mucha valía: Enrique Fuentes Quintana, Luis Ángel Rojo, Manolo Lagares, medio Banco de España. Para los temas de cultura tenía al duque de Alba, a Juan Cueto, a Alfredo Deaño, a Calvo Serraller, a Javier Pradera. A Javier Pradera también para la política. A veces aparecían Pío Cabanillas o Rafael Arias Salgado. O sea, que había un elenco plural de gentes que colaboraban.

En fin, hubo esa simbiosis entre el proceso de transi-ción política y el periódico, lo cual, sumado al éxito econó-mico y profesional, contribuyó a que muy pronto el perió-dico se convirtiera en una institución.

NR. En concreto, habla de sus visitas al rey Juan Carlos. ¿Podría decirnos cómo influyó El País en el diseño y acepta-ción social de la institución monárquica, y la monarquía en la línea política de El País?JLC. Pertenezco a una generación de españoles que no era monárquica, ni en la derecha, ni en la izquierda. Casi todos habíamos cantado aquello de «no queremos reyes idiotas que nos quieran gobernar, implantemos por pe-lotas el estado sindical», que era una canción de falan-gistas. No era una generación monárquica, porque no había visto más «rey» que a Franco. En realidad, eso de que España era un reino, que nos enseñaba la asignatura obligatoria de Formación del Espíritu Nacional, incluía la paradoja de reino sin rey. Yo, por mi parte, como cuento en mi libro, había tenido con el príncipe una relación

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personal, fruto de dos o tres viajes profesionales que hice con él.

El periódico, sin duda, era de estirpe republicana, como lo había sido Ortega y Gasset, y, por lo demás, no había raigambre monárquica, ni entre el accionariado ni entre las nuevas generaciones que colaboraban. Pero tampoco había antimonárquicos. Realmente, el periódico había na-cido con una voluntad muy explícita de ayudar a construir un régimen democrático, y se acordará de que en aquella época la cuestión «monarquía sí, monarquía no» era bas-tante marginal; lo que realmente importaba era «libertad, sí o no», «democracia, sí o no». Desde muy pronto las fuer-zas políticas y sociales vieron que el rey estaba dispuesto a traer la democracia, pensando en España y también, sin duda, en el futuro de la dinastía. El rey recibe todos los po-deres de Franco y él los entrega sin que nadie que se los re-clame. Entrega al Parlamento la ingente cantidad de poder que le había traspasado Franco, porque, como digo, tenía la convicción, de que, solo si la monarquía era parlamentaria y democrática, podría prolongar la dinastía. La tenía y yo creo que claramente la siguen teniendo él y sus sucesores.

Desde el principio, para El País, lo de la forma de Es-tado era un tema aleatorio, lo importante era alcanzar la democracia política en un régimen de libertades, como de hecho sucedió. Felipe González, antes de llegar al poder, solía contar que cuando los socialistas ganaron las elec-ciones en Suecia, lo hicieron con un programa republica-no, explícitamente republicano, en el que prometían un referéndum sobre la forma del Estado. El entonces rey de Suecia recibió a los ganadores de las elecciones y les pi-

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dió una demora de seis a nueves meses antes de hacer el referéndum, diciendo: «Les voy a demostrar que es más barato tener un rey que un presidente de la República». Y ahí sigue la monarquía sueca. En España la utilidad de la monarquía empezó a verse claramente enseguida. Con una ventaja añadida importantísima: el rey era el jefe de las Fuerzas Armadas y contaba con el apoyo y respeto del ejér-cito. Y las Fuerzas Armadas eran casi la única fuerza real de la democracia en aquel momento. La Iglesia, aunque con representación en el Consejo de Regencia, estaba muy dividida, aun con un cardenal Tarancón muy beligerante a favor del régimen de libertades. Las fuerzas financieras prácticamente no existían en un capitalismo muy endeble, muy en el estilo de capitalismo monopolista relacionado con los poderes públicos. No había habido dinero en Es-

Nuestro editor escucha a Juan Luis Cebrián Foto: David Muñoz

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paña para acumular. O sea, la única fuerza existente era el ejército y, obviamente, el rey podía desempeñar, como ocurrió más tarde de hecho, un papel decisivo a la hora de desactivar cualquier amenaza militar contra el sistema.

¿Qué influencia tuvo el rey? El futuro rey en aquella época recibía a mucha gente, hablaba con mucha gente, co-mentaba con mucha gente. Yo creo que sabía desde bastan-te antes de la muerte de Franco lo que iba a hacer. No creo que improvisara. Fue una improvisación, luego, la hoja de ruta. Se cuenta la anécdota de un viaje suyo a Washington, todavía en vida de Franco, donde hace unas declaraciones, creo que al Times Magazine, y habla de democratización. El periodista saca en primera página el anuncio de que va a haber democracia en España. Cuando el rey, entonces príncipe de España, vuelve a hablar con Franco, después del viaje, parece que Franco tenía la revista sobre la mesa, pero no comentó nada al respecto durante la entrevista, aunque al despedirlo le dijo: «Alteza, recuerde que uno es prisionero de sus palabras y dueño de sus silencios». Segu-ramente sobre la transición había sobreentendidos desde antes de lo que uno pudiera pensar.

Como cuento en el libro, estuve con el príncipe, antes y después de mi destino en Televisión Española, después del asesinato de Carrero. Yo le había ido a decir que no estaba inflamado de ardor monárquico, pero que sí creía que él era una posible solución para el futuro y que por eso aceptaba el cargo. Cuando me recibió estaba muy enojado, porque había sucedido el incidente de la flebitis de Franco, la trans-misión de poderes por un periodo de un par de meses y la recuperación de esos poderes por parte Franco, hecho del

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que el príncipe se había enterado, como quien dice, por la prensa. Por lo demás, se había desatado una lucha en la familia de Franco por retener poder después de su muerte y por controlar la situación. El príncipe estaba muy enfadado porque consideraba que le habían utilizado de mala manera.

Él claramente pensaba en alguien de su generación, y no de generaciones anteriores, para impulsar el proceso democrático. No sé si ya en Adolfo Suárez. Hay que tener en cuenta que Suárez había sido un protegido de Carrero Blanco y que Carrero había promovido la sucesión de don Juan Carlos frente a la alternativa que los falangistas pro-movían de don Alfonso de Borbón, casado con la nieta de Franco. Por cierto, todo aquello tuvo más importancia de lo que ahora nadie pueda imaginar, pues hubo un momento en que parecía posible que don Alfonso tratara de optar al trono. Su padre, don Jaime, se presentó en España y le trajo a Franco el toisón de oro.

En fin, la verdad es, como decía Areilza, que desde el principio el rey Juan Carlos fue el motor del cambio.

NR. No hace falta dedicarse al análisis del discurso para darse cuenta de la máxima importancia que atribuye en su libro a que se disculpe su paso como director de los Informa-tivos de tve en las postrimerías del franquismo: extensión, detallismo, reiteraciones y, lo que para mí es más sorprenden-te, la comprensión de Alfonso Guerra como favorable traca final. ¿Podría decirme por qué atribuye tanta importancia al hecho?JLC. A estas alturas no he escrito el libro para justificarme de nada, me he justificado tantas veces que hubiera dado

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igual. Ni lo necesito. A mí me hacía ilusión profesional ir a Televisión. Era el medio del momento y mi primera reacción a la oferta fue profesional. Además, eso se produce en el cli-ma de lo que entonces se llamó «espíritu del 12 de febrero». En el libro cuento que Gabriel Cisneros me hace saber el aperturismo del discurso del presidente Arias horas antes de que se produjera y lo conozco a través de un periodista que entonces trabajaba para él y que fue redactor de El País, un hombre de izquierdas, Bonifacio de la Cuadra. Hay que tener en cuenta que en aquel final del franquismo todo era mucho más confuso que ahora. Como le dije a Guerra en aquella cena que cuento, yo me creí el discurso del 12 de febrero fundamentalmente porque «me lo quería creer».

Yo pertenezco a una familia de franquistas, mi padre y mi madre, aunque mi abuelo era republicano. Yo tenía un buen conocimiento del franquismo y del sistema. Los que tenemos esta experiencia nos damos cuenta de lo difícil que le resulta interpretar los hechos a la historiografía actual. Franco no era el presidente de una junta militar, como lo pudo ser Pino-chet, o los de las juntas militares del Cono Sur. La de Franco no fue, técnicamente hablando, una dictadura militar. Fran-co representaba la victoria de una guerra civil, tenía, cada vez menos, pero tenía, el apoyo institucional de la Iglesia cató-lica, el apoyo internacional de los países aliados que habían vencido a Alemania, pese a haber sido aliado él de Alemania y del fascismo italiano; tenía el apoyo casi unánime de lo que era la derecha española y, por supuesto, tenía el apoyo del ejército. Por eso duró tanto en el poder. Con todo, la política militar de Franco fue una política tendente a quitar el poder a los capitanes generales; tenían los fusiles en un cuartel y

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las balas en otro porque, habiendo dado un golpe de estado, lo que quería es que no se lo diesen a él. Yo fui a Televisión Española pensando que la apertura era posible, queriéndo-me fiar del discurso del 12 de febrero. Sí. Yo fui a Televisión Española; Paco Fernández Ordóñez, al ine con Miguel Bo-yer como jefe de Estudios; Luis Yáñez había sido ya director general del Ministerio de Comercio, etc. Una gran parte de la generación política de la Transición comenzó a vislumbrar que se podía hacer algo.

Comprobé muy pronto que en realidad no se podía ha-cer nada. Cuando voy a ver a Suárez, tras el secuestro de Rupérez, me dice que la gente no se fía de mí, me enseña toda la información que hay de los militares... A raíz de todo aquello, no solo la cia, sino también la kgb, como reacción, me investigó. El informe de la kgb llegó a la conclusión de que no era agente de nada y acabó por definirme simple-mente como «un burgués caprichoso».

Eran años confusos. Yo entro en Televisión el día de la ejecución del anarquista Puig Antich. ¡Quién iba a decir que unos años más tarde, un cuñado mío de mi segundo matrimonio resultó ser el carcelero que le acompañó en las últimas horas antes de su ejecución! En mi caso, la situa-ción se agravaba por el hecho de que yo era un «mequetre-fe» de apenas treinta años y me consideraban un enchufa-do. Tampoco tenía mucho apoyo profesional interno. Lo pasé muy mal en Televisión Española.

Si dedico tanto espacio al asunto, es porque en este periodo ocurrieron tres acontecimientos que me afectaron profundamente y tuvieron mucho impacto en la sociedad española.

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El primero, la Revolución de los claveles en Portugal. Yo era íntimo amigo de Francisco Pinto Balsemão, fundador del ps portugués que me había presentado a Francisco Sá Carneiro. Tuve, pues, una información privilegiada sobre el golpe desde el principio. Probablemente, como casi nin-gún periodista en España, hasta el punto de que fui acu-sado por el agregado de prensa de la embajada de España en Lisboa como participante; vamos, como si yo hubiera estado organizando la revolución portuguesa. El caso es que la revolución portuguesa tuvo un impacto formidable no solo en España, sino en Estados Unidos y en el resto del mundo, porque, tras el asesinato de Carrero Blanco, la cia y otros servicios secretos internacionales se habían centrado en la posible evolución de España. Franco había salido en primera página del abc, deshecho en lágrimas, en el funeral de Carrero Blanco. Se daba por hecho que estaba liquidado. Todos pusieron tal atención sobre Espa-ña que se olvidaron de que existía Portugal. En Portugal, la revolución fue un golpe de los militares, sobre todo por el desastre de la guerra de Angola, pero se había creado la Unión Militar en España y empezó a cundir la preocupa-ción de que fuera un ejemplo para la insurrección militar.

El segundo fue la flebitis de Franco, que confirmaba os-tensiblemente su situación de persona en decadencia, has-ta tal punto que don Alfonso de Borbón se encargaba de en-cenderle y, sobre todo, apagarle la televisión oportunamente para evitarle que se alterara con disgustos de todo tipo.

Y el tercero, uno del que se ha escrito poco: el pione-ro atentado de la calle del Correo. Una masacre que iba dirigida contra policías y cayeron civiles, un atentado de

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eta en el que colaboraron antiguos miembros del partido comunista. En mi caso particular, me vi de algún modo in-volucrado por razones estrictamente coyunturales, a saber, detuvieron a un par de profesores del colegio de mis hijos, los cuales iban a ese centro porque estaba al lado de casa y porque una de las profesoras estaba casada con uno de mis compañeros de trabajo, Enrique Cavestany. Lo curioso es que el director del colegio había sido compañero mío en la carrera de filosofía y yo daba por hecho que era del Opus Dei. Otra cosa sorprendente fue que detuvieron también por el atentado a Genoveva Forés, la mujer de Alfonso Sas-tre. El caso es que por la mañana yo daba cuenta de todo aquello en televisión y por la tarde me reunía con Enrique Cavestany y Mari Luz para hacer paquetes que llevar a la cárcel. Una esquizofrenia total.

El día 29 de octubre, aniversario de la fundación de la Falange, fecha en que Franco cesó a Pío Cabanillas, apro-veché para dimitir. Vi el cielo abierto. No fue ningún acto de heroísmo, fue decir: «me quito de en medio».

NR. Por identidades de tiempo y lugar, tengo la sensación de que hemos vividos las mismas cosas, pero hemos visto a veces dos «películas» distintas. Una causa es (lo tengo claro) que usted, como Peces Barba o Gregorio Marañón, pertenecían «a familias vencedoras en la contienda y de clase dirigente» y yo soy hijo de un maestro represaliado por ser demócrata. En cambio, siento curiosidad sobre cómo veía la universidad de estudiante, porque yo fui casi siempre delegado de cur-so y estuve, por ejemplo, en la manifestación del 1965 en cuyo podio del edificio de Filosofía y Letras se encontraban

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(por cierto), además de Aranguren, Tierno y García Calvo, también el catedrático falangista Santiago Montero Díaz y el profesor de Formación Política de cuyo nombre no quiero acordarme. No lo dice en el libro porque eso solamente lo sabemos los que efectivamente estuvimos allí. ¿Cuál era su grado de sensibilización política por aquel entonces?JLC. Lo mío es otra historia que no se escribe principal-mente en la Facultad de Filosofía y Letras o en la uni-versidad. Mi padre era periodista, desde los siete años yo iba a la redacción de Arriba y veía allí a Torrente Balles-ter y a Cela y a todos aquellos del ámbito falangista. Al propio Luis Ángel Rojo le conocí porque colaboraba en Arriba. Siempre tuve una enorme relación con la pren-sa. Cuando yo estaba en la universidad, mi padre, que, como era costumbre entonces, practicaba el pluriem-

Juan Luis Cebrián en otro momento de la conversación Foto: David Muñoz

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pleo, escribía programas para Radio Nacional y cuando no tenía tiempo o ganas de hacerlo me pedía a mí que los escribiera yo. Además, como se sabe, soy pilarista e hice todas las revistas del colegio. En el periodismo pro-piamente dicho, empecé muy joven. Con diecisiete años entré como meritorio, que se decía entonces, lo que ahora es un becario, en la redacción de Pueblo, y luego fue importante para mí la fundación de Cuadernos para el diálogo. Participé en la fundación de Cuadernos para el diálogo porque era muy amigo de Gregorio Peces Barba, de Ignacio Camuñas y de todo un grupo. Peces Barba estudiaba quinto de Derecho; Ignacio Camuñas, cuarto; Javier Rupérez, tercero; Julio Rodríguez Arandel, segun-do, y yo, primero de Filosofía. Éramos amigos porque pertenecíamos los cinco a una congregación mariana de la universidad, la Congregación de María Inmaculada, principalmente de antiguos alumnos del Pilar, aunque había otros que no lo eran, como Peces Barba que era antiguo alumno del Liceo Francés. Desde esa congrega-ción entablamos también relación con la congregación de los Jesuitas, los Luises, de Zorrilla, donde estaba, en-tre otros, Pedro Altares. Cuando Ruiz Giménez decide fundar Cuadernos para el diálogo, le pide ayuda a los pro-fesores de su cátedra, entre ellos a Gregorio, estudiante de quinto de Derecho y profesor ayudante en primero de la asignatura de Derecho Natural, y les señala el objetivo de promover el diálogo, también el diálogo generacional. Allí empezó otra experiencia. A la redacción de Cuader-nos iba Marcelino Camacho, recién salido de la cárcel; Julián Ariza, entonces líder importante de Comisiones

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Obreras; Ramón Tamames, que estaba en el Partido Co-munista. Desde ese trampolín salté a la Fundación Kon-rad Adenauer, de Colonia, que financiaba la Democracia Cristiana alemana, y en la que estaban también Gregorio Marañón y Óscar Alzaga. En un viaje que algunos hicie-ron a Florencia, invitados por el alcalde de la ciudad, que era el representante de la izquierda demócrata cristiana, conocieron a un jefe de prensa de Aldo Moro, que se llamaba Roberto Savio, y había fundado una agencia con financiación de la Democracia Cristiana italiana. Quería tener un corresponsal en Madrid, y Gregorio, al volver de Florencia, me ofreció la corresponsalía. Me hizo mu-cha ilusión y me dieron en el Ministerio de Información el carnet de corresponsal de extranjero. Tenía dieciocho añitos y me introducía así en el debate político.

NR. He leído con gran atención su libro y comprendo bien las raíces de su formación religiosa. ¿Me podría explicar de dónde viene la línea laicista, o sea, antirreligiosa, de El País (sorprendente, con Marías, Fraga, etc., como iniciales accio-nistas)? ¿Y la constante profundización en esa línea a través de su historia?JLC. Es difícil delimitar la línea que separa «laico», o sea, no confesional, de «laicista». Nosotros quisimos ha-cer siempre un periódico laico, en ocasiones ha podido ser incluso anticlerical, pero yo creo que no mucho. Esto no era solo un deseo mío, que lo era. Si se fija, desde los primeros números de El País aparecen convocatorias de los diversos ritos, misas católicas, celebraciones de las si-nagogas u oficios en los templos protestantes. Había vo-

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luntad de fomentar la libertad religiosa. Esa era la línea que queríamos: pluralismo y respeto. Un periódico respe-tuoso con la libertad religiosa, con las creencias religiosas. Creo que más o menos se consiguió y que sigue siendo así. El problema surge cuando las religiones se convierten en instrumentos o aparatos del poder político. Me refiero a cualquier religión y a ninguna en concreto.

En España había sido muy obvia la connivencia Igle-sia-Estado, que se rompe al final del franquismo. Cuan-do muere Franco todavía había un obispo en el Consejo de Regencia. Hoy se le cuenta esto a un obispo de las nuevas generaciones, por conservador que sea, y no se lo cree. Sensu contrario, también gran parte de las reuniones clandestinas de los sindicatos, de la oposición, se hicie-ron en conventos y templos, aunque fuera porque estaban protegidos por el Concordato y no podía entrar la policía. También aquí hay ambigüedad.

En la Transición yo tuve buena relación con el jesuita Martín Patino y con el cardenal Tarancón. Honestamente, creo que Tarancón fue una figura muy importante para el proceso de transición. Con el cardenal Rouco se difun-dió una percepción de que la Iglesia se identificaba con el Partido Popular. No sé si esta percepción se produjo a causa de Rouco o del Partido Popular, no sé. Pero, a mi juicio, eso ha sido malo para la vida política y un mal para la Iglesia. Y creo que El País ha mantenido siempre en esto una postura racional. En este contexto, no quiero dejar de mencionar la labor del nuncio Monteiro, que pasó de Ma-drid a Roma y ahora es cardenal, persona muy inteligente, y que trató siempre de equilibrar los excesos.

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NR. Durante mucho tiempo abrí El País por la columna de Umbral a la que he llamado «contrapunto frívolo» de la sección de Sociedad. Aquello fue un enorme éxito. Aunque habla de ello en el libro, ¿querría ampliarme cuánto hubo de diseño intencionado y cuánto de suma de casualidades en «Diario de un snob», en «Spleen de Madrid»?JLC. Yo tenía y tengo una reserva enorme, posiblemente equivocada, respecto a los columnistas que escriben todos los días. Esto de tener que decir algo inteligente todos los días me parece un imposible. Ahora hay más columnas en El País. Cuando yo lo dirigía había muy pocas columnas porque tengo esa resistencia a la idea de una especie de subarriendo de una esquina del periódico para que uno diga lo que quiera, sea interesante o no, porque es, por ejemplo, lunes.

Pero a mí me gustaba mucho Umbral, había leído alguno de sus libros, Memorias de un niño de derechas, le conocía, me lo había presentado Jesús Hermida, había comido con él varias veces; Miguel Delibes me había hablado muy bien de él. El caso es que yo hacía un periódico serio, sin nada de vida social, con una sección de deportes muy pequeña, y me de-cidí a que se hablara un poco de la vida de la calle. También quería hacer un periódico con calidad literaria y, a pesar de su vena locoide, paranoica, me decidí a llamar a Umbral para responder a estas demandas. Desde el principio, los nombres propios de la sección salieron en negrita porque el encargo que tenía Umbral era convocar nombres, cuantos más, mejor, aunque nunca le dije qué nombres tenía que citar.

Yo llegué a tener buena relación con Umbral, iba mu-cho al teatro con él. Luego se enfadó o fingió que se en-

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fadaba y se fue. Imagino que porque abc le habría hecho una suculenta oferta económica para que se cambiara. Lo que son las cosas, el primer problema que tuve en el pe-riódico fue con Umbral.

En las últimas líneas de su libro dice: «El precio había sido alto. En la cuneta quedaban amigos muy queridos y, lo más doloroso de todo, una familia agostada, casi destrui-da, por la obsesión del trabajo, el sentimiento de culpa y la conciencia de mi responsabilidad periodística y mis deberes ciudadanos. Pero también el premio resultó elevado. Embar-gado por la emoción cerré los ojos y murmuré mentalmente las últimas palabras de mi adiós: —Sí, soy feliz. Lo soy en lo personal, y en lo profesional: tengo el trabajo que quiero, lo hago con la gente a la que quiero. Y no me sale mal del todo».

Lo dejamos aquí.

Miguel Ángel Garrido Gallardo

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PANORAMA DE ACTUALIDAD

LAS POLÉMICAS DEL ESPAÑOL EN LOS ESTADOS UNIDOS

Francisco A. Marcos Marín

Ya desde antes que ganara Trump, el español ha sido en Estados

Unidos objeto de innumerables controversias. Debido a la migra-

ción, lo cierto es que el peso de este idioma, en sus variantes,

está destinado a crecer en futuro. Francisco Marcos Marín ela-

bora en el siguiente artículo una radiografía sobre la presencia

hispanohablante y señala las principales disputas que se han

producido en el país al respecto.

Más de cinco millones de escolares del sistema público norteamericano tienen padre o madre indocumentados y en riesgo de deportación. Así se puso de manifiesto el pa-sado 23 de febrero de 2017 en la plenaria inaugural del congreso de nabe, National Association for Bilingual Edu-cation, celebrado en Dallas, Tejas. También se hizo notar que, por primera vez en la historia, la mayoría de los estu-

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diantes de las escuelas pertenece a lo que aquí se llama co-lor students, es decir, no son blancos caucásicos (whites en la terminología del censo norteamericano). Los dos grupos más representativos de esos estudiantes «de color» son los hispanos y los negros, por ese orden. Eso significa también que a finales de la década de 2020 la mayoría de votan-tes jóvenes no será angloeuropea (white). Estos sencillos datos pueden ayudar a comprender lo que ocurre en los Estados Unidos en este momento. nabe es una asociación que engloba a maestros bilingües de muchas lenguas; pero la mayoritaria como lengua segunda en el sistema de ense-ñanza es el español. Sin embargo, hay que tener cuidado y evitar la confusión de hispano con «hablante de español», porque millones de hispanos son incapaces de mantener una conversación en español. En el mejor de los casos, pero ni siquiera en todos, esos hispanos, que generalmente se consideran chicanos, conmutan los códigos del inglés y el español de modo variable e individual en lo que se llama tex-mex, spanglish, pocho y de otras formas.

El español de los Estados Unidos es el centro de buen número de controversias, que empiezan efectivamente por la discusión sobre si se trata de un español de o en los Estados Unidos. Es innegable que los hablantes de español en los Estados Unidos no tienen el mismo origen ni hablan una variante uniforme; pero lo mismo puede decirse de los habitantes de España o del Perú. La len-gua se expresa en variantes, que corresponden a distin-tas situaciones, geográficas, efectivamente; pero también temporales y sociales. La movilidad marcó desde el inicio el español de América, marca hoy el español de todo el

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f r a n c i s c o a . m a r c o s m a r í n

mundo y, especialmente, quizás, el de los Estados Uni-dos. En las vísperas del Descubrimiento, el español esta-ba en un proceso de reforma, lejos de la unificación. El español de América no es una continuación del español rural peninsular. En 1508 ya existía América como orga-nización, con un porcentaje tan enorme de hidalgos que los primeros informes reflejan «una escasez increíble de granjeros». La proporción de abogados, secretarios y fun-cionarios entre los primeros hispanoamericanos fue alta. Los soldados y los caballeros tampoco eran de condición social o cultural baja. Sí es cierto que Pizarro, Almagro y Belalcázar eran analfabetos, Cortés, en cambio, era un escritor prolijo y lo mismo hay que decir de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, entre otros muchos, que constituían la mayoría. Los marineros ejercieron también una influen-cia notable. El cuadro es complejo. Según uno de los más destacados estudiosos tradicionales, Ángel Rosenblat, se puede situar el término popular, aplicado a este español, en su contexto real: este adjetivo, para el español de Amé-rica, no equivale a ‘rural’ o ‘rústico’, como tampoco a ‘vul-gar’ o a ‘argot’ o ‘jerga de criminales’.

Cuando estas reflexiones se aplican a los Estados Uni-dos, siguen teniendo valor, con nuevos matices. El español de la época virreinal se conservó solo en pequeños encla-ves, desaparecidos recientemente o a punto de desapare-cer. El habla hispana actual de los Estados Unidos procede de la inmigración posterior al siglo xix, incluso en territo-rios tan tradicionales como el norte de Nuevo México. En esa zona, en los años en torno a 1920, la lengua escolar seguía siendo el español, sencillamente porque era la len-

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gua que hablaban todos los niños, ninguno hablaba inglés. En el resto de los Estados Unidos la escuela lo prohibía. El español norteamericano se encuentra en unas condiciones peculiares, que proceden de un desarrollo histórico par-cialmente distinto del de los otros países hispanohablan-tes. Aunque se lee con frecuencia que se trata de un país en el que no es lengua oficial (tampoco lo es en México), eso, en realidad, no significa nada, porque las enmiendas a la Constitución y las leyes generales garantizan a los re-sidentes legales hablantes de otras lenguas unos derechos que muchas organizaciones ciudadanas activas defienden y mantienen. El español es, cronológicamente, la primera lengua indoeuropea en Norteamérica. Las organizaciones hispanas reflejan ese sentimiento cuando dicen que fue la frontera la que se movió, no ellos. En realidad, se movie-ron la frontera y las gentes.

La tabla siguiente resume la estructura de la población hispana. Estos datos no implican que sean hablantes de español. El porcentaje total se refiere al total de la pobla-ción de los Estados Unidos, mientras que el de hispanos es solo dentro de la comunidad. Algunos pueden estar en dos grupos (afrocubanos, por ejemplo). Puesto que Ho-meland Security estima que había más de diez millones de trabajadores hispanos indocumentados en 2010, es muy difícil determinar su incidencia lingüística, aunque hay que esperar que se distribuyan de acuerdo con las líneas generales de distribución de la población hispana. Las cifras totales pueden estar por encima de los cincuen-ta y un millones de personas. Más hombres que mujeres, en casi todos los grupos.

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ORIGEN EXTERNO DE LA POBLACIÓN

FECHA INICIAL DE DESPLAZAMIENTOS

A LOS EEUU

% TOTAL (MÍNIMO APROXIMADO)

% HISPANOS (MÍNIMO APROXIMADO)

España 1513 0,1 0,1

Nueva España 1525 0,1 0,1

África 1513 (Estebanico) 0,5 2,8

Cuba 1513 0,43 2,56

México 1810 27,3 66

Puerto Rico 1898 1,1 9,6

Nicaragua 1856 0,1 0,51

El Salvador 1932 0,41 2,48

Guatemala 1954 0.1 1,01

República Dominicana 1960 0,52 2,94

Panamá 1840 0,1 0,24

Costa Rica 1931 0,1 0,16

Honduras 1810 0,1 0,64

Colombia 1840 0,19 1,18

Venezuela 1910 0,1 0,26

Ecuador 1910 0,11 0,69

Perú 1945 0,1 0,56

Bolivia 1945 0,1 0,12

Paraguay 1841 0,1 0,1

Chile 1798 0,1 0,18

Uruguay 1952 0,1 0,1

Argentina 1955 0,1 0,29

Guinea Ecuatorial 1968 0,1 0,1

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l a s p o l é m i c a s d e l e s pa ñ o l e n l o s e s t a d o s u n i d o s

Los datos demográficos, sin duda, son interesantes; pero no corresponden a la presencia de las variantes en los medios de comunicación ni se distribuyen por igual en todo el territorio. La perspectiva de la inmigración es diferente cuando se trata de la inmigración histórica o cuando se trata de una inmigración continua. Un 4,4% de sudamericanos tendría muy poca incidencia en una dis-tribución cultural equilibrada. Sin embargo, su presencia dominante en ciertos sectores de la televisión en español o en los servicios de noticias y agencias de prensa hace que la percepción de estas variantes sea mucho mayor. Lo mis-mo cabe decir del grupo centroamericano, con un 4,3% y, desde luego, de las islas del Caribe (Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo), con un 15% aproximado de la población hispana (aunque no tantos hispanohablantes en este gru-po). La distribución de ese aproximado 25% de hispanoha-blantes no mexicanos ni chicanos o de otra procedencia en áreas de mayor incidencia lingüístico-cultural (Este y Flo-rida, Chicago, Tejas y California), donde se concentran las grandes industrias del espectáculo y las comunicaciones, facilita un mayor influjo de otras variantes del español en los medios públicos de los Estados Unidos, sobre todo en las grandes cadenas de televisión, las editoriales, la indus-tria del espectáculo y en las agencias de noticias, así como en la traducción. Por ello, independientemente de que sea lícito plantearse qué confluye y qué diverge en el español usado por tan diversos hablantes, hay un interés cultural y económico porque haya un español de los Estados Unidos que sea exportable al resto de los países, sin someterse a la norma de ninguno de ellos. Esta tendencia está muy

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marcada en un medio de gran importancia por su uso en toda la población: las traducciones, especialmente las de servicios públicos. En este sentido, los traductores e in-térpretes son los grandes interesados en que se defina una norma basada en la comprensión lectora de los hispanos. Por ello se han creado instituciones, como el Research Institute of United States Spanish, que tienen el lenguaje llano como centro de su propuesta.

Desde 1990, especialmente, se aceleró el proceso de la enseñanza bilingüe, cuando los distritos con mayoría anglo empezaron a darse cuenta del interés que tenía el español como lengua internacional y de las ventajas económicas que el bilingüismo conlleva en los sectores sociales en los que sus hijos tenían mayores posibilidades (medicina y derecho, par-ticularmente). Aunque existe una Secretaría de Educación federal (que equivale a un ministerio), lo que importa de esta institución es su capacidad para gestionar la macrofinancia-ción, porque las cuestiones financieras más inmediatas no dependen del gobierno federal, sino del estatal e incluso de los distritos escolares. En Tejas, por ejemplo, el control ge-neral, es decir, la autorización para abrir o la decisión de ce-rrar las escuelas, depende de la Texas Education Agency, con sede en la capital, Austin. La agencia administra también las pruebas de Evaluación de Conocimiento y Habilidades (taks en inglés). El estado se divide en distritos escolares indepen-dientes, que son varios en una ciudad grande. San Antonio cuenta con siete distritos.

El modelo educativo vigente, que el gobierno actual se propone sustituir, se basa en el plan federal de educación de 2002, No Child Left Behind, que responsabiliza a las

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l a s p o l é m i c a s d e l e s pa ñ o l e n l o s e s t a d o s u n i d o s

escuelas de los resultados de las pruebas estatales y el ín-dice de abandono escolar de acuerdo con un baremo que se basa en cuatro grupos de estudiantes: Whites, Hispa-nics, African-American y Económicamente desfavorecidos. Un complejo sistema de financiación garantiza un relativo equilibrio básico entre los distritos de los barrios ricos y los de las zonas pobres. Las dificultades no se originan princi-palmente como consecuencia de las diferencias económi-cas, sino como consecuencia de la calidad de los gestores educativos, en último término elegidos por los ciudada-nos. También ha ido influyendo, de manera progresiva, la creciente inmigración mexicana de un nuevo tipo, la de los profesionales e industriales o comerciantes de las ca-pas medias y altas de la sociedad de México, que han ido tratando de sacar a sus familias de la situación de terror que ha caracterizado al México del norte, sobre todo, en el siglo xx y primeras décadas del xxi. Eso conduce a una in-migración mexicana del norte, más rica, y otra del sur, más pobre, diferentes incluso en su apariencia física, y crea una nueva fractura dentro de la sociedad, fresitas y pelados.

El 17 de mayo de 1954, en el juicio de Brown contra el Consejo de Educación de Topeka, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, presidido por Earl Warren, declaró que la segregación racial en las escuelas violaba la cláusula sobre Protección Igualitaria de la Decimocuarta Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos. Se basó para ello en que la separación por escuelas de estudiantes blancos y negros negaba la igualdad de oportunidades en educación. Conseguida la igualdad de acceso a las escuelas, sin distin-ción de raza, el paso siguiente, esencial para el movimien-

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to chicano, fue la lucha por la enseñanza bilingüe y bicul-tural. Lo realmente importante de ese binomio adjetivo es el segundo, bicultural. Dentro de lo políticamente correcto nadie se debe sentir discriminado por razón de su origen. Si tiene que haber clases en español, hay clases en espa-ñol, aunque, en muchos casos, la relación entre maestros y alumnos sea en inglés, dentro de esas clases. La preocupa-ción lingüística es muy desigual, los estándares pueden ser muy bajos, puede haber un rechazo decidido a la norma, reflejado en una ignorancia palmaria de la ortografía y, en general, es el nivel de un tipo de español de los Estados Unidos, el de la raza, no el español en el mundo. La polé-mica escolar, por lo tanto, incide en la polémica sobre el español de los Estados Unidos. Las grandes asociaciones, como nabe, son conscientes de la situación y apoyan de-cididamente los programas llamados de Dual Language. Se caracterizan porque cada curso cuenta con dos maes-tros y dos aulas. En los Estados Unidos es general que los estudiantes se muevan y los maestros tengan su aula. Cada uno de los dos maestros enseña una serie de mate-rias en una lengua y, a medio semestre, se alternan en el uso de la lengua y las materias impartidas. Los resultados son impresionantes: los escolares hispanos de este sistema registran, en distritos de clase media baja y baja, hasta un 82% de éxito en los exámenes estatales de Matemáticas y Ciencias, frente a un 53% de los que siguen el sistema normal y algo más en los sistemas bilingües tradicionales.

Cinco supuestos, según Paulston, en 1978, habrían guiado el desarrollo de la educación bilingüe tradicional: el primero de ellos la conciencia de sus ventajas en la

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l a s p o l é m i c a s d e l e s pa ñ o l e n l o s e s t a d o s u n i d o s

igualdad de oportunidades. El segundo de ellos se refiere a su importancia en el desarrollo del conocimiento de la cultura de la «lengua madre», para lograr así un equilibrio entre las dos culturas. En tercer lugar, se menciona su im-portancia metodológica: las ventajas de la educación en la «lengua madre». El cuarto supuesto es que la destreza en el manejo de las dos lenguas a partir de la primera incre-menta las habilidades para el aprendizaje, lo que redunda en el éxito educativo del alumno. Finalmente, la quinta es la conciencia de una relación entre el lenguaje y la cogni-ción, lo que incluye el desarrollo cognoscitivo. Para Pauls-ton, el cambio de lengua es un parámetro de integración en la nueva sociedad. Esa educación bilingüe, en conse-cuencia, se dirige a la mejor integración del alumno en la sociedad a la que pertenece, la norteamericana.

Sesenta años después del caso Brown, un estudio de la Universidad de California en Los Ángeles, con el sugestivo título de «Brown at 60», apunta a la pervivencia de la se-gregación en las escuelas de Tejas, de una forma más sutil. En los barrios de mayor concentración de latinos, sureste, sur y oeste de San Antonio, más de la mitad de todos los latinos asisten a escuelas en las que al menos el 90% de los alumnos proceden de las minorías desfavorecidas (his-panos, indios y negros). El estudio destaca que los latinos son más segregados que los negros en el sistema escolar y que California es el estado con mayor segregación de lati-nos. Erica Frankenberg, una de las coautoras, observa que las escuelas en las que se practica la segregación «suelen ser escuelas con gran concentración de pobreza y acumu-lan diversas desventajas educativas para esos alumnos».

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En 1968 se aprobó la ley de educación bilingüe (Bilin-gual Education Act). El artículo VII de la ley autorizaba la cesión de financiación federal a los distritos interesados en el desarrollo de la educación bilingüe y también a los inves-tigadores de las distintas cuestiones implicadas. El cambio era notable, aunque la financiación, tras el correspondien-te concurso, solo llegó a un número limitado de distritos. Entre 1880 y 1968, puede decirse, lo esencial era la políti-ca lingüística asimiladora, a partir de 1968 se abre una épo-ca más cercana al espíritu de la Constitución y se favorece, a veces muy tímidamente, una educación que respete los rasgos de las minorías, especialmente la minoría mayorita-ria y ya mayoría en bastantes distritos, la hispana.

Si en la polémica sobre la enseñanza bilingüe parece claramente preferible la opción dual, aunque su implan-tación tropezará todavía con reticencias en ciertos estados y distritos, la polémica que puede afectar gravemente al español es la de la financiación, desde la normativa fede-ral. Se trata de la contraposición del actual sistema, basa-do en los impuestos municipales y las ayudas estatales y federales, al sistema de cheque escolar. La oposición es tan clara que en la votación en el Senado para aceptar a la secretaria de Educación propuesta fue necesario el voto de desempate del vicepresidente de los Estados Unidos, lo cual es excepcional. La presión en contra realizada por las asociaciones escolares y profesionales fue muy intensa. El cheque escolar, tal como se plantea en los Estados Uni-dos, supone que cada escolar recibiría un vale (un voucher en inglés), que le permitiría elegir a qué escuela quiera ir. En teoría supone un avance de la igualdad, en la práctica

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l a s p o l é m i c a s d e l e s pa ñ o l e n l o s e s t a d o s u n i d o s

es todo lo contrario. Las escuelas mejores tienen una se-rie de actividades y de exigencias que no serían asumibles por todos los escolares con el vale correspondiente, lo que abriría una brecha en el interior de cada escuela. Para la lengua, sería necesario implementar planes de enseñanza que consideraran las opciones duales, así como la necesi-dad o no de tener en cuenta a los hablantes de herencia, es decir a aquellos alumnos que se han criado en un medio donde se hablaba español, aunque ellos no lo hablen. La necesidad de financiación de los vales obligaría a la supre-sión de programas destinados a los hablantes de lenguas distintas del inglés y afectaría gravemente a los estudios de español y de otras materias en español en la escuela. La pretendida igualdad conduce a una desigualdad efectiva.

Se han presentado tres de las principales polémicas que afectan a las lenguas y, en concreto, al español, en los Estados Unidos. La primera se refiere a su condición de lengua de los Estados Unidos, frente a la idea de que se trata de una acumulación de variantes de distintos oríge-nes. Para resolverla no basta con la estructura demográfica de la población, también hay que contar con su estructura funcional, con las repercusiones que tiene cada grupo de hablantes y, además, con el problema de relacionarse con la población a través de textos traducidos a un lenguaje lla-no, que comunique efectivamente. La segunda polémica afecta a la elección de un modelo educativo que incluya el bilingüismo y, también, a la preferencia por la enseñanza dual, todo ello dentro del marco complejo, pero armónico, de las disposiciones educativas. La tercera polémica se re-fiere al modelo de financiación escolar; pero afecta a las

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posibilidades de desarrollar modelos educativos adaptados a los diversos tipos de escolares, en lugar de meter a todos en un totum revolutum justificado por una aparente igual-dad de financiación que solo favorece a los que ya dispo-nen de mayores recursos.

N O T A1 Pueden encontrarse mayores precisiones y las referencias a la bibliografía

necesaria en otros trabajos del autor, especialmente en: Los retos del español,

Frankfurt am Main (Vervuert) - Madrid (Iberoamericana), 2006; «XIV. Los

servicios públicos en español», Enciclopedia del español en los Estados Unidos,

Humberto López Morales, coord., Madrid: Instituto Cervantes y Editorial San-

tillana, 2008, 973-1001: «Los servicios religiosos», 975-977; «Servicios médicos

y hospitalarios» (con Domingo Gómez): fmm: «Red de asistencia sanitaria»,

978-981; «Atención al ciudadano», 987-1001; «Confluencia, divergencia y de-

finición de la norma hispana en los eua», Revista Internacional de Lingüística

Iberoamericana, 19, 2012, 55-82; «Para la Etnolingüística del español de San

Antonio, Tejas», Revista Iberoamericana de Lingüística, 9, 2014, 97-132; «riuss

y el Papel de la Traducción en el Español de los eua», en F. Ramos (ed.), Proce-

edings from the II International Colloquium on Languages, Cultures, Identity, in

Schools and Society 2016, 110-119. Retrieved from http://digitalcommons.lmu.

edu/internationalcolloquium/1/.

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TENSIONES EN EL MAR DEL SUR DE CHINA

Un conflicto de difícil solución

Antonio Alonso Marcos

Las disputas fronterizas en el mar que baña las costas de Taiwán,

Filipinas, Brunéi, Malasia, Vietnam y la República Popular de Chi-

na han ido en los últimos años más allá de las palabras y la China

continental está tomando decisiones unilateralmente que pue-

den dificultar la resolución pacífica de esta controversia. Aunque

es una región apartada de los tradicionales focos de atención de

los españoles (Europa, Mediterráneo, Magreb, América), no está

de más asomarse a esta parte del mundo en la que se juegan

intereses económicos, políticos y militares globales. Como decía

Kissinger en un artículo publicado en The Washington Post en

agosto de 2009, el eje que vertebra el mundo ya no es el Atlán-

tico sino el Pacífico. En efecto, parece que el peso del mundo

se concentra en esta zona, en Asia, donde habita un tercio de

la población mundial; una región tan dinámica que, cuando se

resfría, todo el mundo estornuda.

¿ Q U É E S T Á E N J U E G O ?

Para empezar, hay que recordar que este problema no es ni nuevo ni reciente y que ha venido dejando un reguero de

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muertos en las últimas décadas. A comienzos del siglo xx, el imperio colonial francés quiso dejar su impronta allí constru-yendo cuarteles y otros edificios de carácter temporal, pero que dejaran suficientemente claro que aquellos territorios pertenecían a Francia. El nombre de la zona en cuestión es en sí un problema, pues algunos lo llaman mar «del sur de Chi-na», otros «del oeste de Filipinas», y otros prefieren una deno-minación más neutral como la de «mar del sudeste asiático».

Este es un lugar de paso para las rutas comerciales más importantes que conectan las costas orientales de China con la India o incluso el Mediterráneo y Europa. Este mar sería uno de los lugares nucleares del proyecto estrella del gobierno chino de la nueva Ruta de la Seda, también lla-mada «One Belt, One Road». Varias naciones asiáticas esta-rían disputándose varios conjuntos de islas (las Paracel y las Spratly), además de las islas Pratas y algunos arrecifes, ato-lones e islotes como el de Macclesfield y el de Scarborough. Todos ellos muy poco poblados o directamente inhabitables.

El interés por hacerse con el control y la soberanía sobre esos territorios no es para mandar allí colonos que se some-tan al gobierno de Pekín o de Manila, sino porque así cada uno de estos países extendería sus límites marítimos, inclu-yendo su zona económica exclusiva, lo que reportaría gran-des beneficios para el sector de la pesca, pero sobre todo para el de la extracción de recursos naturales, principalmen-te gas y petróleo. Por supuesto, también está la cuestión del control del paso de barcos a la que antes se ha aludido. Como se ve, la delimitación de las fronteras marítimas no es un juego de salón de un grupo de aficionados al derecho —concretamente al derecho del mar—, sino que es una

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t e n s i o n e s e n e l m a r d e l s u r d e c h i n a

cuestión muy seria en la que están en juego millones de dólares y cientos de vidas.

E L P A P E L D E L A O N U

Tan importante es esta cuestión que la onu auspició un acuerdo internacional para que los Estados se sintieran obligados a respetar el derecho del mar. Esta unclos (Uni-ted Nations Convention on the Law of the Sea), que entró en vigor a finales de 1994, ha dictado ya un laudo arbitral que reconoce, en favor de Filipinas, que China no ha acreditado una soberanía exclusiva sobre los territorios en disputa, la llamada línea de los nueve puntos, que se extiende a cien-tos de kilómetros al sur de la más meridional isla de China, la de Hainan. Aunque este tribunal de arbitraje, establecido al amparo del Anexo VII de dicha convención, falló unáni-memente a favor de Filipinas, el problema no se resolvió pues China no admitió participar en dicho arbitraje.

Sentar a la mesa a actores tan distintos no es nada fácil, sobre todo cuando cada uno de ellos lleva bajo el brazo una serie de reclamaciones bien distintas y se entra en el juego de la negociación, donde unos desean resolver todos los asun-tos conjuntamente y otros desean que se resuelvan por par-tes, o los resultados de una negociación condicionan a los de otras, e incluso habrá algún actor que no desee resolver este asunto por la vía de la unclos sino por la vía de los hechos. Así, China ha construido pistas de aterrizaje que son todo un desafío para la ingeniería sobre pequeñas masas de tierra (in-cluso solo arena), prácticamente «directamente sobre el mar», o incluso una «gran muralla de arena» de unos cuatro km² (vertiendo arena y cemento en un arrecife de coral).

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La onu es, por partida doble, el foro idóneo para re-solver estos conflictos. En primer lugar, porque en esta organización están representados prácticamente todos los países del mundo y, en principio, esta organización está comprometida con la resolución pacífica de controversias, de manera que anima asiduamente a ello desde el Consejo de Seguridad. Si fuera necesario, también podría acudir a tomar medidas coercitivas que impliquen el uso de la fuer-za, pero para llegar a ese escenario debe haber habido una crisis con un buen número de bajas. Y en segundo lugar, porque auspició la convención unclos, que es la encar-gada de resolver controversias relacionadas con el mar, es-pecialmente todo lo que tiene que ver con la delimitación de las aguas que bañan las costas.

En este punto, es muy importante recordar que la onu puede ayudar a que los Estados se pongan de acuerdo en la delimitación de sus fronteras, pero que al final se trata de una negociación entre ellos en la que cada cual muestra su músculo y hacer valer sus posiciones. No es solo una cues-tión de «derechos» sino que también es una demostración de fuerza. Así funciona el sistema internacional. Si fuera simplemente una cuestión de derecho, bastaría con llamar a un equipo de técnicos amparados por la onu (o inclu-so sin dicho paraguas) y que fueran ellos quienes trazaran una línea imaginaria en el mar que señalara hasta dónde llegan las 200 millas marinas (unos 370,4 km) de zona eco-nómica exclusiva (zee), además de las aguas interiores, la línea de base, el mar territorial y la zona contigua, todas ellas comprendidas dentro de la zee. Las distintas dispu-tas existentes en el mundo sobre el reparto de estas aguas

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territoriales vienen a demostrar que no es una cuestión tan sencilla; prueba de ello es la disputa por la delimitación del mar Caspio o la resolución del conflicto por el estrecho de Beagle (que finalmente acabó bien resuelta gracias a la me-diación del Vaticano y en concreto del cardenal Samoré).

En el caso del mar del sur de China, quien se haga con el control de esos islotes decidirá cómo explotar los recursos naturales marinos, submarinos y del subsuelo ad-yacentes a dichos islotes, decidirá si los explotará él mismo y si dejará a otros que también participen en dicha explo-tación y de qué manera podrían hacerlo.

Los países que se han opuesto con mayor ahínco a las pretensiones de China han sido Filipinas y Vietnam, además de Taiwán. Precisamente, la llegada de Duterte a la Presi-dencia filipina ha hecho que se incrementen las tensiones, en gran medida por la impredecibilidad del mandatario fi-lipino. Precisamente, para sustraer esta disputa a las reac-ciones más o menos virulentas de los líderes de la región, habría que llevar esta cuestión, sin miedo a los resultados y con deseos de acatar los resultados, a la onu. Sin embargo, de todos es sabido que en la onu China tiene un gran poder, derivado de su capacidad de vetar cualquier decisión que pase por el Consejo de Seguridad.

Quien no quiera oír hablar de tambores de guerra, debe-ría releer un par de datos: China patrulla con embarcacio-nes militares este mar con regularidad, ha construido islas artificiales en esta zona y ha establecido instalaciones mili-tares en algunas de sus islas, incluyendo pistas de aterrizaje casi imposibles. Además, se prevé que China duplique para 2020 el presupuesto que gastaba en Defensa en 2010, es

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decir, que llegue a gastar unos 233.000 millones de dólares. Esto ha provocado que se dé una carrera armamentística en la región, pues los países de alrededor en su conjunto llegarían a gastar unos 250.000 millones de dólares para 2020. Mientras en otras partes del mundo los conflictos en-frentan a enemigos más difusos, como pueden ser organiza-ciones terroristas o grupos de narcotraficantes, aquí parece que volvemos al esquema clásico de Estado contra Estado.

E L P A P E L D E E S T A D O S U N I D O S

Otro de los grandes actores en esta región y en el Consejo de Seguridad de la onu es Estados Unidos. Si después de la segunda guerra mundial fue considerado el «gendarme del Pacífico», el paso de Obama por la Presidencia americana ha hecho que su país se retirara de una buena cantidad de escenarios conflictivos en los que se había visto involucrado años antes y que se abstuviera de intervenir —o al menos se mostrara muy reticente de hacerlo— fuera de sus fronteras.

Consideremos los siguientes hechos: Obama mandó retirar las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán, al darse cuenta de que era prácticamente inútil seguir asu-miendo sobre sus espaldas —casi en solitario— los costes de la seguridad y la estabilización de esos países. Además, la operación para capturar a Bin Laden «quemó» uno de los apoyos que oficialmente tenía en aquella zona, el gobierno pakistaní. Por otro lado, Rusia no fue duramente castigada por su invasión de Osetia del Sur (2008) y la de Crimea (2014). En consonancia con lo anterior, se mostró reticente a una intervención armada en Libia, aunque posteriormen-te dio su visto bueno a la aprobación de la Resolución 1973

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del Consejo de Seguridad de la onu en 2011, que faculta el uso de medios coercitivos para obligar al cumplimiento del espacio aéreo. Y, siguiendo con las «primaveras árabes», Al Sisi, el nuevo dictador egipcio, no tardó en afirmar que Estados Unidos les había abandonado, que les habían dado la espalda. China entendió todas estas circunstancias como prueba de la debilidad estadounidense, comprendiendo que el imperio americano y su pax americana estaba en de-clive o directamente llegando a su fin, y desde entonces no ha parado de ir marcando poco a poco su territorio.

Ahora bien, la nueva Administración Trump es toda una incógnita con respecto a cómo actuará frente a este litigio —en el que en principio no se juega nada directamente—, qué planes tiene para los próximos meses o años y, lo más importante, cómo reaccionaría ante una toma de posición clara de China y se hiciera con el control efectivo, de facto, de las islas mencionadas anteriormente. ¿Permitiría Trump que China declarase unilateralmente su soberanía sobre las Spratly? ¿Mandaría emisarios, diplomáticos, o más bien en-viaría barcos de guerra, a la VII Flota? ¿Continuará Trump la senda del entendimiento con China iniciada por Obama? ¿Implicará transitar por esa vía un «amén» total, absoluto e in-discriminado a cualquier propuesta que provenga de China?

A L F I N A L , ¿ Q U É E S T Á R E A L M E N T E E N J U E G O ?

Lo que realmente está en juego, a fin de cuentas, no es cuál de los países involucrados tiene más razón y quién menos, o a quién le corresponde en justicia qué. Lo que se dirime en esta parte del tablero mundial es algo más profundo. Es una clara demostración de fuerza, de quién

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a n t o n i o a l o n s o m a r c o s

lidera los procesos regionales (léase «asiáticos») y de quién puede imponer su criterio en asuntos internacionales.

Parece bastante evidente que ya no estamos en el mun-do posterior a la segunda guerra mundial, un mundo bi-polar dominado por Estados Unidos o la urss. En aquel escenario, en la repartición de las áreas respectivas de in-fluencia, se dejaba a Estados Unidos ser el gendarme del océano Pacífico, aunque sufrió en Corea y —más aún— en Vietnam duras pruebas. La República Popular de China se salía un poco de ese esquema de esferas de influencia bi-polar y, aunque comunista, experimentó un alejamiento de Moscú con Kruschov y un acercamiento a Estados Unidos con Nixon. No obstante, no hay que engañarse, China si-guió ejerciendo su influencia comunista en todo el sudeste asiático. En ese escenario de bipolaridad, de todas formas, las opciones eran más sencillas, la realidad era mucho más simple y, si se permite decirlo, más maniquea.

Tampoco estamos en el mundo posterior a la caída del comunismo en la Europa Oriental y en Rusia. Acabada la bipolaridad, se pasó a un escenario de hegemonía clarísi-ma por parte de la potencia vencedora. Tanto es así que la propia China, sin abdicar de su comunismo, se fue trans-formando en un régimen capitalista que en 2015 superó en número de multimillonarios a Estados Unidos (596 frente a 242). Se acabó la hegemonía estadounidense; en lo económico, pero también en lo militar.

En los años de la Administración Obama, China ha mantenido su fuerte inversión en Defensa. Y lo ha hecho con una clara intención: mostrar al mundo que una poten-cia económica debe tener voz, voto y presencia allá donde

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t e n s i o n e s e n e l m a r d e l s u r d e c h i n a

se requiera. Así, a la VII Flota estadounidense, o Fuerza Naval del Pacífico Occidental, le ha salido un serio compe-tidor en China. No porque el país asiático desee patrullar por ese inmenso océano, sino porque desea marcar su te-rritorio dejando bien claro quién manda en la zona. Cuan-do en 2013 China decidió unilateralmente establecer una nueva zona de identificación aérea (más conocida por sus siglas en inglés adiz, o Air Defence Identification Zone) en su frontera con Japón en el llamado mar oriental de China, despacharon las críticas provenientes de sus vecinos con un «Ustedes lo hicieron antes (en 1969), así que nosotros estaremos dispuestos a hablar de este asunto dentro de 44 años». Esta delimitación unilateral ya ha producido episo-dios que pueden ser entendidos por ambas partes como «provocaciones gratuitas», como cuando en marzo de 2017 un bombardero B-1, que se encontraba realizando opera-ciones rutinarias de reconocimiento al sur de la península coreana, sobre las aguas del mar oriental de China, tuvo que dar explicaciones a los controladores chinos acerca de los motivos que le llevaban a estar dentro de esa adiz es-tablecida por China sobre dicho mar. Eso ya ha sucedido en varias ocasiones en el mar oriental y será inevitable que suceda muchas veces en el del sur, que de hecho es ya un mar militarizado, con gran presencia militar.

Desde hace ya una década no es correcto hablar de «emerging China», una China emergente, sino más bien de una «China emergida». En efecto, China ya no desea sentarse a los pies de la mesa sino que exige un puesto en la mesa entre los comensales y un puesto principal. No duda en reprochar a Estados Unidos su doble rasero,

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a n t o n i o a l o n s o m a r c o s

echando mano incluso de su propio refranero: «Los magis-trados son libres de quemar casas, mientras que a la gente común se les prohíbe incluso encender lámparas». Aun-que la definición de este nuevo espacio aéreo no impli-ca que afirme su soberanía sobre dicho espacio, solo que amplía el radio de alerta temprana, estos pasos no dejan una sensación de mayor tranquilidad entre los observado-res internacionales y mucho menos entre sus vecinos. Se sospecha que, precisamente, tras establecer esa zona de identificación aérea, se pasará a una serie de reclamacio-nes territoriales.

Y China tiene abiertas unas cuantas. De hecho, esa fue una de las razones que llevó a la creación de la Orga-nización de Cooperación de Shanghái, en la que se en-cuentra con Rusia y los países de Asia Central (excepto Turkmenistán), además de India y Pakistán (desde enero de 2016). Por otro lado, participa en la asean (Asocia-ción de Naciones del Sudeste Asiático) no como miem-bro sino dentro de un foro de diálogo llamado asean+3 junto a Japón y Corea del Sur. La asean tiene como ob-jetivo fortalecer la paz y la estabilidad regionales, por lo que uno de los temas que suele salir en las reuniones son estas disputas territoriales, siendo el resultado que no se ha dado un paso más hacia la guerra sino que la violen-cia —cuando la ha habido— ha sido contenida dentro de unos límites más o menos razonables.

Al final, lo que realmente está en juego son tres cuestio-nes: en primer lugar, que China es muy celosa de custodiar su seguridad nacional; además, desea expandir sus territo-rios y no solo sus mercados; y, por último, que tarde o tem-

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t e n s i o n e s e n e l m a r d e l s u r d e c h i n a

prano entrará —inevitablemente— en un enfrentamiento con Estados Unidos, ya sea abiertamente o en formato «guerra fría». Parece que el escenario de la guerra abierta queda en un tercer o cuarto plano, por el hecho de que ambas son potencias nucleares, pero no se puede descartar nada en un mundo en el que hay una nueva Administra-ción americana difícilmente predecible y que esta tiene en-frente a China y a una Rusia cada vez más envalentonada.

No hay que olvidar que la doctrina del Lebensraum enunciada por Hitler en los años veinte y practicada pos-teriormente por él cuando estaba al frente de los mandos de Alemania, no parece haber sido descartada por China, país que en las últimas décadas no ha dudado en reali-zar sucesivas injerencias en los asuntos internos de otros Estados vecinos, llegando incluso a invadir territorialmen-te a algunos de ellos, como fue el caso de Tíbet (1950). A pesar de que es un país muy superpoblado, el gigante asiático cuenta con vastos territorios completamente des-poblados o con baja densidad de población, mientras que la inmensa mayoría de ella se concentra cada vez más en las ciudades, especialmente en las costeras. Sin embargo, ¿nos resultaría realmente extraño si nos encontramos un día con la noticia de que China ha ocupado militarmente esos islotes y los ha declarado bajo su plena soberanía? Sea como fuere, la guerra es un escenario que casi nadie desea pero que ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, y no es un fenómeno ni mucho menos des-cartable en este escenario asiático.

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LAS ACADEMIAS NACIONALES ¿SIN FUTURO?

César A. García Belsunce

Las Academias, nacidas históricamente en el Renacimiento y

revitalizadas en los siglos xvii y xviii, han sido en el ámbito cul-

tural una marca de prestigio. Sin embargo, parece que en la ac-

tualidad estas importantes instituciones han entrado en crisis.

García Belsunce, exdirector de la Academia Nacional de Histo-

ria de Argentina, reflexiona en este artículo sobre las funciones

que ejercen en las sociedades libres y la necesidad de que los

poderes públicos apoyen su labor.

La institución de las Academias, nacida en el Renacimien-to y revitalizada en los siglos xvii y xviii, es una marca de prestigio, pero en el siglo xxi está en crisis, en Argentina y en todo el mundo.

¿Qué es una academia? La academia es una institu-ción de excelencia dedicada a la investigación de una o varias ramas del saber, a su promoción y difusión, con un sistema colegiado e independiente de los poderes públicos, y cuya autoridad deriva del cumplimiento de

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l a s a c a d e m i a s n a c i o n a l e s ¿ s i n f u t u r o ?

sus fines. No hay institución igual. De manera amplia, podemos decir que tienen por fin preservar el patrimo-nio cultural de la sociedad. Como ha señalado reciente-mente José Andrés-Gallego, cultura y cultivo provienen del campo semántico de la labranza. Aplicado al cono-cimiento y hábitos de la sociedad, pues, cultura es el resultado de la labranza de los cerebros que a través de los años —y de los siglos— han conformado la manera de pensar, de creer, de sentir y de actuar de quienes la conforman.

Esta definición nos está diciendo que la cultura es esen-cialmente dinámica y exige una adjetivación del objeto de las academias: ¿qué cultura deben preservar? ¿Solamente la de ayer o también la de hoy que es germen de la que será mañana? La cuestión no es impropia para los historiadores por dos motivos: uno, porque la diferencia entre pasado y presente es un límite muy frágil y fácilmente franquea-ble, como lo demuestran los estudios sobre la «historia del tiempo presente»; otro, porque, aunque trabajemos sobre el pasado, lo hacemos en el presente y para la sociedad del presente. Mi respuesta es que nuestro compromiso por preservar la cultura —o la civilización, según la terminolo-gía francesa— abarca el pasado y el presente, tanto en el fondo como en la forma.

A la función de preservar la cultura, las academias aña-den su misión de investigar. La investigación descubre nuevos campos, plantea nuevas cuestiones, reexamina los conocimientos que se creían adquiridos, va hacia atrás en busca de nuevas evidencias y hacia adelante en busca de nuevos descubrimientos y explicaciones. Si como custo-

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dios del conocimiento, las academias son necesariamente conservadoras, en su faz creadora, deben ser renovadoras y vanguardistas, y de esta doble tarea de conservar y renovar surge una tensión y una suerte de pathos, que es el propio de la vida académica sana. Como André Malraux decía del arte, el mundo de la ciencia —en especial de la historia— no es el de la inmortalidad sino el de la metamorfosis.

Ninguna de estas dos misiones se cumpliría cabalmen-te si no se cumpliera la tercera, que es la transmisión del conocimiento. Ya no se trata de la transmisión ad intra, en-tre colegas, sino la ejercida a través de la cátedra, de los li-bros, las series bibliográficas, los congresos, las celebracio-nes, exposiciones, simposios, cursos, notas periodísticas y muchas formas más, sin olvidar las nuevas tecnologías de la comunicación.

Así definida la academia y su objeto, podemos exami-nar mejor su situación actual, su crisis. He conversado so-bre el tema con colegas de muchos países en el seno de la International Union of Academies y en otros foros. Hay problemas globales y problemas particulares.

Un primer problema global es la pérdida de vitalidad de las academias por la cada vez menor participación de sus miembros en la vida de la institución. Esto se debe a que la labor académica es sustituida por las exigencias que hoy tiene la vida universitaria en el quehacer de cada pro-fesional: cursos especiales, conferencias internacionales, dirección de equipos de investigación. Un segundo pro-blema es que habitualmente las actividades universitarias son remuneradas y las realizadas en las academias casi en ninguna parte lo son. En tercer término, en la actualidad,

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los académicos que se han retirado totalmente de la activi-dad universitaria directa o indirecta no siempre conservan el impulso necesario para continuar su tarea de investiga-dores en el marco de la institución académica. En algunos países, en fin, se ha descuidado la formación de una gene-ración de recambio hasta tal punto que, como decía aquel sabio académico chileno de la lengua, «quien no está en cama, está en coma».

La debilidad de la vida académica resta naturalmente consistencia a la propia institución. El espíritu de cole-gialidad se extingue, sus propios miembros descreen de ella y la sociedad empieza a darse cuenta de cuál es la situación real.

Mayor problema se presenta para las academias que cultivan las ciencias humanas o sociales, normalmente, las de más tradición. En términos generales la opinión públi-ca valora ahora las ciencias según la utilidad visible que de ellas se deriva. De esta situación se benefician las ciencias físicas y las biológicas, pero las humanidades tienen di-ficultades para hacer comprender los beneficios que sus conocimientos producen como cimiento de la sociedad y aportación a su desarrollo integral. En consecuencia, la atención y los presupuestos de los poderes públicos se orientan cada vez más al soporte de las «ciencias útiles», que producen resultados tangibles —y con cierto grado de rédito político—, en desmedro de las humanidades. Esta situación se refleja también en el tratamiento que se da a las academias humanísticas.

En 2010, en el congreso internacional de la uai cele-brado en Budapest, Theo Verbeck, de la Real Academia de

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los Países Bajos —que reúne a todas las ciencias—, sin-tetizaba los problemas de nuestras instituciones en cuatro grupos: a) de cantidad, b) de calidad, c) de comunicación, d) de implantación social.

La cuestión de la cantidad deriva de la superproducción que existe hoy en todos los campos, lo que hace casi impo-sible que un investigador esté al día en el conocimiento de toda la producción de su especialidad académica. Si bien los recursos digitales han facilitado enormemente conocer la producción bibliográfica de otros países, no ocurre lo mismo con el acceso a los contenidos de esa producción, dificultad más marcada en el caso de los países periféricos. Esa traba se ve acrecida en el caso de países que difun-den menos su producción o solo lo hacen por los medios tradicionales, a la que hay que agregar la necesidad cada día mayor de poseer un dominio de otras lenguas que per-mitan hacer efectivo el acceso a los textos, cualquiera que sea su soporte.

La cuestión de la calidad tiene cierta relación con la anterior. La aceleración científica y también la compe-tencia conducen a una producción apresurada, que no ha recibido la debida revisión del autor, ni la crítica privada y previa de los colegas experimentados. Esto se ve acre-centado por las exigencias de los organismos destinados a la financiación de proyectos, becas y subsidios, que exigen una respuesta intelectual «a plazo fijo», y cuya evaluación algunas veces es más formal que de fondo: se atiende más a si se cumplió la reglamentación que al aporte científico del trabajo. Este exceso de producción y deterioro de la calidad hacen muy trabajosa la labor de los investigadores.

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El tema de la comunicación tiene relación directa con el de la publicación. Como esta se hace principalmente en revistas especializadas y de tirada reducida, el resultado es un cierto «encapsulamiento» del conocimiento, en espe-cial —pero no exclusivamente— en el caso de las acade-mias, dado que el costo creciente de las publicaciones li-mita más y más las tiradas y la distribución está lejos de ser óptima. El problema se agrava cuando los presupuestos para editar no siguen el mismo ritmo que los costos. De todos modos, la revolución digital está dejando sin sentido la formulación que aquí recogemos.

La última cuestión que plantea Verbeck es, en mi opi-nión, la más importante: la transferencia del saber a la so-ciedad; dicho en otros términos, la difusión en ella de los nuevos conocimientos adquiridos. Una investigación que no pasa del mundo académico al público, es como una idea puesta en penitencia, como un aborto cultural. Los investigadores no trabajan para ellos mismos sino para la sociedad a la que pertenecen. Si lo que uno sabe y comu-nica a los colegas, no puede después hacerse conocer en los diferentes niveles de la cultura, adaptado en su len-guaje y conservado en su sustancia, ha fracasado, por de-finición, en su función social. Esta dificultad de difundir, que a veces es imposibilidad, está en la raíz del problema de la vigencia de las academias en el mundo de hoy, más aún cuando, como dice el sabio holandés, nunca ha sido tan grande el abismo que separa a los académicos del público culto en general.

Pero hay otra dimensión de la transmisión del conoci-miento, vinculada sin duda con la anterior, pero distinta:

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es la necesidad que tienen todas las academias de llamar e ilustrar la atención de los hacedores de opinión y de los funcionarios públicos que determinan las políticas del gobierno, porque son ellas, en el ámbito de cada es-pecialidad, quienes tendrían que asesorar, promover o alertar esas políticas, con la competencia que les da no solo su conocimiento científico, sino también su inde-pendencia.

Ahora bien, ¿pueden la historia y las demás ciencias del hombre hacerse oír en este mundo en que, como dice George Steiner, «nuestros espacios interiores han enmudecido o están obstruidos por estridentes triviali-dades»? ¿En un mundo donde «la amnesia ha sido pla-nificada»? Hoy predomina la oferta de paraísos efímeros que al día siguiente han caducado faltos de substancia, oferta que es lo contrario de la historia, que representa la continuidad del número, del devenir humano, donde cada presente tiene su raíz y aspira a tener un vigoroso futuro. Esa es la dificultad, pero al mismo tiempo es la oportunidad, el desafío con sabor a aventura.

Para resolver estos problemas, las academias tienen que tener claros sus objetivos. Jane Lyddon, de la British Academy, los enumera así: la excelencia de los trabajos, la ya mencionada independencia, la amplitud disciplinaria para no olvidar las nuevas especialidades que van surgien-do, su condición nacional que la hace presente en todo el estado, su vocación universal en cuanto a receptividad y colaboración, y su fellowship, que se puede traducir como espíritu de membresía o camaradería de sus miembros, carácter que las distingue de otras instituciones dedica-

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das a la actividad intelectual. Tomás Irish, tomando una idea de Graham Allan, habla de «familia académica», en el sentido de un grupo que comparte conductas, creencias y obligaciones.

Insisto. Son problemas universales. Hace varios años el entonces canciller de la Académie Française, Gabriel de Broglie, manifestó en una entrevista periodística que los escritores jóvenes son gente muy ocupada y que no se sienten atraídos por un trabajo exigente y vitalicio, y agre-gó que «nuestras sesiones solemnes no son exactamente la forma preferida de mediación que buscan las nuevas generaciones». Este mismo desapego de los investigadores jóvenes por las academias ha sido registrado por alguno de nuestros colegas en entrevistas con los presidentes de la Real Academia de la Historia de España y de la Academia de Historia de Portugal, por ejemplo.

Bajo ahora al caso de la Academia Nacional de la His-toria y otras academias de humanidades en la República Argentina. Tal vez nuestro caso arroje luz a académicos de instituciones hermanas en todo el mundo.

Sería impertinente e injusto cuestionar la vocación de excelencia de las distintas academias nacionales o su espí-ritu de independencia. En cuanto a la amplitud científica, en algunos casos no se ha alcanzado y en otros ha gene-rado una pluralidad de academias nacionales dedicadas a disciplinas tan afines que bien podrían haberse integrado en una sola. El carácter nacional, establecido en su propia denominación, se procura cumplir, pero no siempre es una realidad tangible. En cuanto a la vocación universal, está bastante lejos de ser general, pues en varios casos predo-

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mina una escasa comunicación con el exterior, no siempre culposa, pues son notorias nuestras dificultades económi-cas para mantenerla. En cuanto al espíritu de membresía, son perfectamente aplicables aquí los argumentos del ya citado académico de los Países Bajos, tal vez agravados por el individualismo exagerado de los argentinos, aparejado con su reluctancia hacia el trabajo en equipo.

En cuanto a promover investigación de calidad, lo pri-mero es promover investigadores. Desde hace años esta academia premia a los egresados universitarios y terciarios que obtienen los mejores promedios en historia; ha ins-tituido el premio Academia Nacional de la Historia para obras sobre historia argentina e instituyó una beca para in-vestigadores graduados, la que por razones presupuestarias no pudo otorgarse más que una sola vez hace casi veinte años. Otra forma de promoción de nuevos investigadores es la formación de grupos de trabajo de distintas especia-lidades integrando a investigadores no académicos y más jóvenes. Otras casas similares han recurrido, con el mis-mo objeto, a la creación de institutos bajo su dependen-cia. Otro recurso generalizado es la realización de cursos y seminarios, pero no se llega a la frecuencia óptima por razones presupuestarias y por la renuencia de los propios académicos a comprometerse en la tarea.

Dentro de su objetivo promocional, las academias han realizado acuerdos con universidades del país y deberían realizarlos con las del exterior. También sería importante, en el plano ideal, obtener fondos estatales o privados, des-tinados a becas, a financiar visitas de profesionales extran-jeros o proyectos conjuntos de costo y duración limitados.

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Dada la íntima relación de nuestro pasado con el de países vecinos y de Europa, este tipo de acuerdos sería muy be-neficioso para todas las partes.

Las academias nacionales son asesoras de los poderes públicos en las materias de su competencia, pero esa es una función casi desconocida. Para cumplir esta tarea se-ría deseable que no solo brindaran consejos solicitados, sino también otros espontáneos, haciendo público su cri-terio científico sobre situaciones que son materia de ge-neral debate. Manifestaciones de este tipo mostrarían al público general que las academias no son instituciones fosilizadas o torres de marfil ajenas a los problemas del día a día. Declaraciones hechas con altura, prudencia y rigor científico supondrían un valioso aporte para los gobernan-tes que tienen que tomar decisiones y constituirían una buena guía para la opinión pública.

Hay que llamar la atención —y sobre todo la com-prensión— de las autoridades públicas hacia el quehacer académico. Nada impide que se realicen reuniones entre funcionarios, hacedores de opinión, directores de funda-ciones y académicos para debatir temas de interés recí-proco. Del mismo modo, con carácter público, se pueden convocar foros donde participen, además de (en nuestro caso) historiadores, periodistas de prestigio que generen noticias y comentarios solventes. Si estas reuniones fueran interdisciplinarias, mejor que mejor.

Deben también las academias estar presentes en el entramado universitario, tanto para concebir proyectos conjuntos, como para todo tipo de intercambios. Será im-prescindible contar con todos los instrumentos digitales

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y una página web continuamente actualizada, con infor-maciones de actos, publicaciones, efemérides, noticias y comentarios.

Se requiere presupuesto. Desde el año 2012, la Aca-demia Nacional de la Historia recibió anualmente, y en todo concepto, aproximadamente dos millones de pesos del erario nacional, cifra que se mantiene idéntica pese a la inflación de los últimos años. Y no tuvo casi ningún otro ingreso de fuentes privadas. En el 2009 la British Academy (que abarca todas las humanidades) recibió de su gobierno 28.000.000 de libras. Más de un 10% de esa suma viene de fuentes privadas. Hay mucha diferencia, aun teniendo en cuenta que el presupuesto de la academia británica englo-ba todas las ciencias humanas.

Es indispensable tener dinero suficiente para finan-ciar premios de grado, becas de posgrado, aumentar las publicaciones, asistir a reuniones internacionales, traer profesores del exterior, organizar reuniones en el interior del país, sostener los convenios de corto o de largo plazo con universidades del interior y del exterior, vincularse con academias extranjeras y con organismos multinacionales científicos, que a veces también pueden proveer recursos financieros para realizar actividades en común.

Pero, en fin, no quiero invertir más espacios en lloros domésticos. En la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa, el monje murmurador Aymaro d’Alessandria quiere cambiar. No es que no quiera su institución o no le parezca necesaria. Al contrario. «En los tiempos áureos de la orden, una abadía benedictina era el sitio desde donde los pastores vigilaban el rebaño de los fieles. Aymaro quiere que se vuel-

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l a s a c a d e m i a s n a c i o n a l e s ¿ s i n f u t u r o ?

va a la tradición. Pero la vida del rebaño ha cambiado, y para volver a la tradición (a la gloria y el poder de otros tiempos) la abadía debe aceptar que el rebaño ha cambiado y para ello debe cambiar».

Pues eso.

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NANOTECNOLOGÍA: LA REVOLUCIÓN DE LO DIMINUTO

Pedro A. Serena Domingo

La nanotecnología se ha afianzado, en este comienzo del

siglo xxi, como una herramienta transversal y facilitadora que

paulatinamente irá modificando los métodos de fabricación, in-

corporándose en materiales, dispositivos y productos de manera

imperceptible y ubicua. Este artículo repasa el camino recorrido

desde los laboratorios a las fábricas y de estas a los supermer-

cados, indicando también parte del que queda por transitar para

que esta revolución de lo diminuto se consolide.

L O S P A I S A J E S D E L N A N O M U N D O

El prefijo «nano» (del griego nanós, «enano») se emplea en el ámbito de la ciencia y la tecnología para referirse a una cantidad equivalente a la milmillonésima parte de algo. Cuando aplicamos este prefijo a una unidad de medida de longitud como el metro, nos encontramos con el nanómetro (abreviado nm). Se trata de una longitud extremadamen-te pequeña, en la que solo se pueden alinear unos cuán-tos átomos. Recordemos que los átomos son las unidades

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fundamentales de la materia y que se enlazan entre sí para formar todo tipo de moléculas, que a su vez se ensamblan dando lugar a entidades mucho más complejas que confi-guran nuestros propios organismos y todo el mundo que nos rodea. Cuando estudiamos la materia a escala nanométrica, nos adentramos en un nuevo universo al que solemos de-nominar nanoescala o nanomundo, habitado por diferentes entidades a las que denominamos de un manera genérica «nanoobjetos». Átomos, moléculas, nanohilos y nanopartí-culas de formas y composiciones diversas, fullerenos, na-notubos de carbono, láminas de grafeno, cadenas de adn, membranas celulares, proteínas, ribosomas, liposomas, mi-celas, dendritas o virus son ejemplos, de diferente compleji-dad, de los nanoobjetos que forman el nanomundo. Algunos nos resultan familiares pero hay otros, que se describirán más adelante, que no lo son tanto. En algunas ocasiones los nanoobjetos aparecen aislados pero en otras se combinan entre sí para formar nanoestructuras o nanomateriales, o se integran en sistemas de mayor complejidad.

En los laboratorios de centros de investigación y univer-sidades se intenta comprender cómo todas estas entidades se forman y se combinan, qué propiedades poseen, y cómo estas propiedades dependen de la forma, el tamaño y la composición de cada nanoobjeto o nanomaterial. Por lo ge-neral, las propiedades de la materia cuando esta aparece en formato nanométrico pueden llegar a ser muy diferentes de aquellas que manifiesta cuando se presenta en el mucho más familiar formato macroscópico. Hablamos de «efectos de tamaño» para referirnos a aquellos efectos que se po-nen de manifiesto cuando el tamaño de los objetos cambia.

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p e d r o a . s e r e n a d o m i n g o

Por ejemplo, la solubilidad o la reactividad de un material crece si lo dividimos en trozos más pequeños haciendo que aumente su superficie efectiva. Los efectos de tamaño también se manifiestan cuando se disminuye el tamaño de una unidad de almacenamiento (bit) o de una unidad de procesado (transistor) de la información consiguiendo aumentos de la capacidad de las memorias y los procesa-dores integrados en los dispositivos electrónicos que nos rodean. Otros efectos de tamaño son más llamativos. Por ejemplo, las nanopartículas de ciertos materiales semicon-ductores pueden emitir luz con una coloración que depende de su diámetro. La explicación de esta dependencia entre el color y el tamaño solo se puede hacer en el marco de la poco intuitiva teoría de la mecánica cuántica. Esta teo-ría, que ha sido puesta a prueba en incontables ocasiones, representa el marco conceptual que explica la estructura de átomos y moléculas, y cómo se enlazan para construir las impresionantes arquitecturas que observamos en la na-turaleza o en los dispositivos que el hombre fabrica. Todos los ejemplos mostrados anteriormente sirven para enfatizar que lo «nano» es diferente, siendo precisamente esta dife-rencia la que hace que los nanoobjetos sean interesantes por sí mismos o por sus posibles aplicaciones.

Tampoco hay que olvidar la gran conexión que existe en-tre la nanotecnología y la biología. El conocimiento de todo lo que sucede en el interior de una célula, entidad formada por nanoestructuras y nanomáquinas biológicas coordinadas en-tre sí mediante reacciones bioquímicas, es una impresionan-te fuente de inspiración para el diseño de futuros materiales y dispositivos. Además, la naturaleza proporciona ejemplos

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n a n o t e c n o l o g í a : l a r e v o l u c i ó n d e l o d i m i n u t o

de nanoestructuras sintetizadas biológicamente que cons-tituyen una inagotable fuente de inspiración. Ejemplos de estas nanoestructuras biológicas los encontramos en las alas de algunas mariposas (lo que hace que exhiban llamativos tonos metalizados) o en las flores de loto (que evitan la proli-feración de bacterias gracias a su carácter hidrofóbico).

El conjunto de saberes de todo tipo que acumulamos y usamos para entender cómo funciona este fascinante nano-mundo se denomina nanociencia, disciplina de la que mu-cho se ha escrito1,2. Un aspecto propio de la nanociencia es su carácter multidisciplinar, ya que en ella convergen otras más tradicionales como la física, la química, la biología, la medicina y la ingeniería. Sin duda alguna, este «mestiza-je» científico-tecnológico es un caldo de cultivo de ideas y propuestas. Cuando el conocimiento de la nanociencia se convierte en un conocimiento aplicado capaz de mejorar nuestras condiciones de vida hablamos de nanotecnología. Para ser más precisos sobre los límites de trabajo de la nano-ciencia y la nanotecnología, existe un acuerdo general que establece que los objetos de interés para estas disciplinas son aquellos con tamaños (en alguna de sus tres dimensio-nes) comprendidos entre unas décimas de nanómetro (las dimensiones típicas de los átomos) y los cien nanómetros.

Parece claro que el objetivo de la nanotecnología es con-seguir materiales y dispositivos con propiedades a «medida», sacando provecho de los efectos de tamaño. Además estos materiales y dispositivos deberán fabricarse en cantidades masivas para llegar a toda la sociedad, con los menores cos-tes económicos y, por supuesto, con el menor daño posible para nuestra salud y para el medioambiente. Se trata de un

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p e d r o a . s e r e n a d o m i n g o

formidable reto que en caso de ser superado tendrá grandes consecuencias económico-sociales. Conseguir la fabrica-ción en gran escala de nanomateriales y nanodispositivos se logrará mediante la adecuada combinación de diferentes técnicas. Por un lado, se utilizan aquellas que proceden de la biología y la química, las denominadas técnicas «de abajo hacia arriba» (o bottom-up en inglés), basadas en el ensam-blado de unidades pequeñas (átomos, moléculas sencillas) que interaccionan para dar lugar a estructuras más comple-jas. Por otro lado, la física y la ingeniería proporcionan téc-nicas de fabricación denominadas «de arriba hacia abajo» (o top-down en inglés), en las que se adquiere el control sobre el tamaño y forma de los objetos nanométricos a base de cincelar la naturaleza con haces de electrones, de iones, etc.

El arsenal de herramientas y técnicas que se han de-sarrollado para caracterizar y fabricar nanoobjetos y na-nomateriales es impresionante. Esta acumulación de co-nocimientos no se ha producido de forma instantánea. El control de la materia a escala nanométrica comenzó hace mucho tiempo y se pueden poner innumerables ejemplos sobre cómo nuestros antepasados fabricaron a lo largo de los últimos tres mil años utensilios con fascinantes propie-dades conferidas por nanomateriales sintetizados inicial-mente por azar, que luego serían perfeccionados mediante métodos celosamente guardadas por diversos gremios. Este control, sin embargo, no era tal porque en realidad no se conocían los fundamentos que sostuviesen las metodologías empleadas. Sin embargo, cuando en el siglo xix se consolida la visión atomística de la materia con la construcción de la tabla periódica de los elementos, comienza una carrera por

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n a n o t e c n o l o g í a : l a r e v o l u c i ó n d e l o d i m i n u t o

entender cómo funciona la naturaleza a escalas más y más pequeñas. En cierto modo, a la vista de lo sucedido desde entonces, quizás la nanociencia y la nanotecnología eran una meta inevitable para la humanidad, una vez que esta hubiese conquistado el micromundo a lo largo del siglo xx.

Como ocurre con las grandes aventuras científico-tec-nológicas, han sido muchos los investigadores que han contribuido al conocimiento del nanomundo, pero siem-pre sobresalen algunas figuras que destacan por su visión o sus aportaciones. Quizás la más importante de ellas sea el físico estadounidense R. Feynman quien, a finales de la década de 1950 en una conferencia ante la Sociedad Americana de Física, realizó una serie de predicciones que se han ido cumpliendo con el paso del tiempo. En parti-cular R. Feynman predijo que los seres humanos algún día observarían y manipularían átomos gracias a sofisticadas máquinas y que esta capacidad sería la semilla para al-canzar inimaginables avances en electrónica y medicina. Otros protagonistas de esta aventura han sido: J. R. Arthur y A. Y. Cho, quienes desarrollaron el método de crecimien-to de materiales mediante epitaxia de haces moleculares (conocido como mbe, del inglés Molecular Beam Epitaxy) con el que se fabrican estructuras formadas con capas con un espesor de un solo átomo; el ingeniero N. Taniguchi, quien acuñó en los años 1970 el término nanotecnología; H. Rohrer y G. Binnig, quienes desarrollaron a principios de los años 1980 un instrumento denominado microsco-pio de efecto túnel (stm, del inglés Scanning Tunneling Microscopy) con el que se pudieron ver y mover átomos; H. Kroto, R. Curl y R. Smalley, quienes descubrieron en

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p e d r o a . s e r e n a d o m i n g o

1985 la molécula C60, conocida como «fullereno», una forma alótropa del carbono que se ha convertido en uno de los iconos de la nanociencia; K. E. Drexler, que publicó en 1986 su libro Engines of Creation: The Coming Era of Nanotechnology en el que propuso el uso de sistemas ro-botizados denominados «ensambladores universales» para crear estructuras de mayor complejidad; S. Iijima, quien descubrió en 1991 los nanotubos de carbono; A. K. Geim y K. S. Novoselov, quienes trece años después descubrie-ron el grafeno, material de moda en la actualidad... Esta lista, algunos de cuyos integrantes fueron galardonados con el Premio Nobel en Física o en Química, sirve para ilustrar que la historia del interés por conocer y controlar el nanomundo no es tan reciente.

D E L L A B O R A T O R I O A L M E R C A D O

Una cosa es controlar el nanomundo en un laboratorio, durante un proceso de investigación, y otra hacerlo con el fin de conseguir la producción en masa de materiales y dis-positivos. Este salto desde la nanociencia del laboratorio a la nanotecnología que encontraremos en el supermercado no es un asunto trivial. Sin embargo, en las últimas cuatro décadas muchos nanomateriales y técnicas propias de la nanofabricación se han ido incorporando a diferentes sec-tores de la producción. En los laboratorios continuamente se proponen procesos de fabricación, unos de tipo top-down y otros bottom-up, o combinaciones de ambas estra-tegias, pero una gran parte son descartados como sistemas de producción en masa. Solo los métodos más eficientes, que puedan ser económicamente viables sin olvidar aspec-

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n a n o t e c n o l o g í a : l a r e v o l u c i ó n d e l o d i m i n u t o

tos como la eficiencia energética o el impacto medioam-biental, son los que llegarán a las plantas de producción.

Un aspecto importante de la nanotecnología es su carác-ter transversal, lo que hace que tenga impacto en práctica-mente todos los sectores económicos. Se suele decir que la nanotecnología es invisible a la vez que ubicua. Este enor-me potencial de generación de riqueza en múltiples campos fue el gran argumento usado por la administración de los Estados Unidos, durante la presidencia de William «Bill» Clinton, para poner en marcha la Iniciativa Nacional en Nanotecnología (nni, National Nanotechnology Initiative). Desde su lanzamiento en el año 2000, el Gobierno Fede-ral de Estados Unidos ha invertido del orden de 23.000 mi-llones de dólares en proyectos, equipamientos, centros de investigación, etc. Tras la implantación de esta iniciativa, otros países o entidades supranacionales, como la Unión Europea, siguieron un camino similar. El resultado ha sido una verdadera carrera en la que las inversiones globales se dispararon. España no se quedó atrás, aunque la actual cri-sis ha ralentizado el desarrollo de la nanotecnología3. Como fruto de estas ingentes inversiones se publicaron innumera-bles artículos, que reflejan el saber básico, y patentes, que indican el potencial de aplicación. Para cuantificar el impac-to de las investigaciones en nanociencia y nanotecnología, se puede mencionar que en el año 2015 se publicaron más de 140.000 artículos de investigación y se registraron casi 8.500 patentes relacionados con la nanotecnología. Los cin-co países que lideran la producción científica son China, Estados Unidos, India, Corea del Sur y Alemania. España ocupa actualmente la undécima posición. En cuanto a las

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patentes, los países que lideran el registro de este tipo de do-cumentos en la Oficina de Patentes de los Estados Unidos son Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, Taiwán y China. En dicha clasificación España aparece en decimonovena po-sición. Se puede destacar que el csic es la entidad española que más artículos y patentes internacionales tiene en este campo del conocimiento4.

El gran número de patentes relacionadas con la nano-tecnología pone de manifiesto el interés por proteger un conocimiento que se encuentra detrás de muchos pro-ductos que ya encontramos en los anaqueles de los super-mercados o en los catálogos comerciales que se publicitan en Internet. El instituto Wilson Research Centre puso en marcha hace diez años el proyecto pen (Project on Emer-ging Nanotechnologies) que ha permitido catalogar más de 1.800 productos comercializados en Estados Unidos. En la actualidad el mayor inventario mundial de productos se gestiona desde Irán (Nanotechnology Products Database) dando cuenta de más de 7.300 productos. Sea cual sea la fuente de información sobre los productos que contienen nanomateriales o nanodispositivos, es evidente que la na-notecnología se está incorporando a nuestras vidas a buen ritmo, pero de manera silenciosa.

Poner ejemplos de productos que contienen nanomate-riales o nanodispositivos no es una tarea fácil porque hay muchísimos entre los que escoger, como puede compro-barse visitando alguna de las bases de datos mencionadas anteriormente. Se puede medir el impacto de la nanotec-nología de otra forma, acudiendo a la página web del gigan-te del comercio mundial, Alibaba. Si se realiza la búsqueda

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n a n o t e c n o l o g í a : l a r e v o l u c i ó n d e l o d i m i n u t o

de términos como «nanoparticle» o «carbon nanotubes» se obtienen más de 7.500 productos ofertados por varios cien-tos de proveedores. En algunos casos hay empresas que únicamente atienden pedidos mínimos de varios cientos de kilogramos. Es evidente que estas grandes cantidades se están vendiendo porque se incorporan en otros produc-tos que, a su vez, otras empresas comercializan. Ordena-dores, teléfonos móviles, sistemas de iluminación led, televisiones planas, vehículos, aviones, cosméticos, fárma-cos, alimentos, envases, productos textiles, materiales de construcción, cementos, pinturas, sistemas de depuración y filtración de agua, aerogeneradores, baterías, etc., ya se están beneficiando de las aportaciones de la nanotecno-logía. Tras la electrónica, el sector que está experimen-tando un mayor crecimiento es el de la nanomedicina (el uso médico de nanomateriales y nanodispositivos). A los hospitales comienzan a llegar nuevos kits de diagnóstico, fármacos contra el cáncer y otras enfermedades, implan-tes inteligentes, sistemas para la regeneración de tejidos, secuenciadores genéticos de altas prestaciones, etc., con aportaciones importantes de la nanotecnología. Por ejem-plo, en 2014 ya se comercializaban más de medio centenar de fármacos basados en sistemas nanométricos de distinto tipo, capaces de transportar y liberar el principio activo de forma más controlada y eficaz. En estos momentos varios cientos de formulaciones de nanofármacos están en fase de estudio, por lo que parece que tendremos que acostum-brarnos a oír hablar de la nanomedicina.

No se debe dejar de mencionar que la defensa y la se-guridad son sectores en los que la nanotecnología también

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p e d r o a . s e r e n a d o m i n g o

tiene gran impacto, mostrando su doble uso, civil y militar, al igual que ha ocurrido con la gran mayoría de las tecno-logías desarrolladas por los seres humanos. Por ejemplo, la nni de Estados Unidos destina más del 15% de sus in-versiones al Departamento de Defensa. Sin embargo es prácticamente imposible acceder a la relación de equipos militares que contienen desarrollos nanotecnológicos ya que esta información suele ser confidencial.

C O N V E R G E N C I A P A R A L A S O S T E N I B I L I D A D

Parece evidente que en estos momentos la nanociencia y la nanotecnología se están consolidando a la vez que confluyen con otras disciplinas científico-tecnológicas que también tienen carácter transversal: la biotecnología y las tecnolo-gías de la información (tic). A su vez los descubrimientos en las ciencias cognitivas y neurociencias van a sucederse a buen ritmo en las próximas décadas gracias a la puesta en marcha de varios megaproyectos en la Unión Europea, Es-tados Unidos y Japón. Los expertos advierten que nos en-caminamos hacia una convergencia de la nanotecnología, la biotecnología, las ciencias de la información y las cien-cias del conocimiento, en lo que se denomina convergencia nbic (de Nano, Bio, Info y Cogno). Siguiendo la teoría de J. A. Schumpeter, esta convergencia tecnológica generará una oleada de innovaciones que impulsará profundos cam-bios en la economía, por lo que es muy difícil saber cómo será nuestro mundo dentro de treinta o cuarenta años. Si bien es cierto que hay un reducido número de países que controlan las sofisticadas nanotecnologías aplicadas a la electrónica o la medicina, hay otros desarrollos nanotecno-

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lógicos que son accesibles a países con economías menos avanzadas por lo que pueden contribuir a resolver proble-mas como la malnutrición, el déficit de asistencia sanitaria, el acceso al agua potable, la pobreza energética, la conta-minación atmosférica, de ríos y de suelos, etc.5 Desde esta perspectiva la nanotecnología tiene reservado cierto prota-gonismo en la consecución de parte de los diecisiete obje-tivos del desarrollo sostenible que ha marcado la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas (onu).

B E N E F I C I O S F R E N T E A R I E S G O S :

E L P A P E L D E L A G O B E R N A N Z A

Hasta ahora se ha dado una visión optimista de la nanotec-nología, pero cualquier tecnología tiene aspectos negativos, que generan controversia, alarma y temor6. El automóvil, que facilita libertad de movimiento, causa cientos de miles de víctimas cada año. La química aporta infinidad de productos y materiales de uso cotidiano pero también se han produ-cido importantes accidentes en plantas químicas causando intoxicaciones por emisiones de gases. Estos ejemplos de la dualidad beneficio-riesgo nos alertan sobre la necesidad de tener una actitud crítica, capaz de valorar los aspectos positi-vos y prevenir los negativos, ante la llegada de cualquier tec-nología. La nanotecnología no es una excepción y ya existen decenas de informes que alertan del uso de nanopartículas en alimentación, cosmética o medicina, del uso de nanodis-positivos que pueden invadir la intimidad de las personas, del posible aumento de la desigualdad social por el acceso privilegiado de una parte de la sociedad a los avances de la

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nanomedicina, etc. Incluso hay visionarios que se arriesgan a predecir la modificación de nuestra especie, creando super-hombres inmortales, o que anuncian la extinción de la huma-nidad por causa de temidos nanorrobots. Hay que poner los pies en la tierra. Los riesgos más probables y por tanto más reales están relacionados con la posible toxicidad, tanto para los seres humanos como para el resto de los seres vivos, de al-gunos de los nanomateriales que se comienzan a comerciali-zar a gran escala. Estos riesgos, cuyo inadecuado tratamiento puede generar alarma y por lo tanto retrasar la incorporación de nanocomponentes en productos de consumo masivo, se están abordando mediante la implantación de ciertas estra-tegias que incluyen la aplicación del principio de precaución, la puesta en marcha de programas de investigación sobre los efectos tóxicos de los nanomateriales, la elaboración de nor-mativa y legislación sobre la fabricación, etiquetado, almace-namiento, transporte, uso y reciclado de nanomateriales, la vigilancia del cumplimiento de estas normas, etc.

Además de estudios y regulaciones, hay otros aspectos que se deben tener en cuenta a la hora de implementar de manera segura la nanotecnología en los productos y servi-cios. Estos aspectos tienen que ver con el acceso transpa-rente a una información veraz y contrastada, la educación en contextos formales e informales, la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones relacionadas con la po-lítica científica-tecnológica, etc. Todos estos elementos son de capital importancia dado el gran desconocimiento que la sociedad tiene sobre esta disciplina y sus implicaciones7. La forma en la que la nanotecnología, junto con las otras tecnologías transversales que forman la convergencia nbic,

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se incorporará en nuestra sociedad requiere el desarrollo de esquemas específicos de gobernanza8. Sin una gobernanza adecuada, basada en el conocimiento y el sentido común para efectuar el balance de los beneficios y los riesgos, que esté fundamentada en la transparencia y la participación, es posible que todas las esperanzas puestas en el control del nanomundo queden reducidas a unas pocas aplicaciones en sectores concretos y que la nanorrevolución que muchos auguraban (y que tanto esfuerzo intelectual ha requerido) quede aparcada en algún rincón de nuestra historia. Sin embargo, hoy por hoy, el tratamiento de todos estos asuntos está en nuestras manos de forma que si se toman las de-cisiones adecuadas es probable que podamos saborear los frutos del nanomundo de una forma placentera y segura.

N O T A S1 Serena, P. A. (2010): Nanotecnología, csic y La Catarata, Madrid, España.2 Martín Gago, J. A., et al. (2014): El nanomundo en tus manos: Las claves de la

nanociencia y la nanotecnología, Crítica, Madrid, España.3 Serena, P. A. (2009): «La implantación de la nanotecnología en España: muchas

luces y alguna sombra», Mundo Nano 2(2):74-90. En www.mundonano.unam.mx.4 Maira, J., et al. (2015): «La transferencia de Nanotecnología en el csic», Acta

Científica y Tecnológica 25:8-12. En http://www.aecientificos.es/empresas/

aecientificos/revistas/Revista_aec25.pdf.5 Salamanca-Buentello, F., et al. (2005): «Nanotechnology and the Developing

World» en PLoS Medicine 2:300-303.6 Bermejo, M., y Serena, P. A. (2017): Los riesgos de la nanotecnología, csic y La

Catarata, Madrid, España.7 Gómez Ferri, J. (2012): «La comprensión pública de la nanotecnología en Espa-

ña», Revista cts 20(7):177-207.8 Echevarría, J. (2005): «Gobernanza de las nanotecnologías» en Arbor 715:301-315.

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CULTURA

ALBERT CAMUS: EL MEJOR HOMBRE DE FRANCIA

Francisco Martínez Hoyos

Enemigo de los totalitarismos, intelectual comprometido y bri-

llante escritor, Albert Camus fue un cronista excepcional de los

principales sucesos históricos del siglo xx. Sus obras, en las

que laten importantes preocupaciones existenciales, tienen un

profundo calado filosófico. En esta revisión de sus aportaciones

se destaca su integridad moral y su defensa insobornable de la

conciencia individual.

Desesperado ante la multitud de libros que se acumula-ban en su biblioteca, sin tiempo para leerlos, el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro se preguntaba cuánta de toda aquella literatura sobreviviría al filtro de la posteri-dad. Entre los autores que, a su juicio, habían envejecido mal, citaba al francés Albert Camus. Habían pasado vein-te años y sus libros, que antes el público devoraba, ya no

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le decían nada al hombre contemporáneo. Aunque esta es una opinión compartida por muchos, no parece que se trate de un veredicto justo ni irreversible. En 1994, la pu-blicación de El primer hombre, su novela póstuma, devol-vió a Camus a un primer puesto en el Olimpo literario. La Historia parecía darle la razón tanto en su polémica frente a Sartre como en su combate contra los totalitarismos.

A nuestro hombre se le ha presentado más de una vez como una especie de santo laico, pero su figura es mucho más fascinante que este tópico reduccionista. Celoso de su intimidad, era consciente de que no existía una perfec-ta concordancia entre su imagen pública y su vida privada, la de un seductor impenitente. Tal vez por eso esperaba tener la ocasión de contar, algún día, «la verdad». Pero sus pecados domésticos no restan grandeza al ser humano y, sobre todo, a la obra, una búsqueda épica del bien por par-te de un enemigo de los absolutos, un pensador con el su-ficiente sentido común para dudar incluso de sus propias ideas. Con el coraje necesario para proclamar, contra los dogmas de la tribu, que hubiera sido de derechas de creer que los conservadores estaban en lo cierto.

Al contrario que otros intelectuales, educados en las escuelas más elitistas de París, Camus era un provinciano, hijo de una madre analfabeta y de un soldado muerto falle-cido durante la primera guerra mundial. Creció en medio de privaciones, sin poder comprar libros porque su familia ni siquiera podía permitirse el agua corriente. Este ambiente le marcó para el resto de sus días, al proporcionarle un altí-simo sentido de la libertad. Aprendió su valor, según confe-sión propia, en la miseria, no a través de las obras de Marx.

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E L A B S U R D O D E L A G U E R R A

Empujado por el humanismo de sus ideales, Camus so-licitó la adhesión al Partido Comunista. Deseaba ver dis-minuir la suma de las desgracias del género humano. No obstante, no tenía intención de aceptar sin crítica ninguna ortodoxia que le alejara de la experiencia cotidiana. Porque, como le dijo a un antiguo maestro, no podía dejar que un volumen de El capital se convirtiera en el muro que sepa-rara el hombre y la vida.

Más tarde, durante la segunda guerra mundial, luchó contra el hitlerismo a través de su trabajo como periodis-ta clandestino en Combat, un medio que llegaría a tirar doscientos cincuenta mil ejemplares. Fue por entonces, en 1942, cuando publicó dos títulos que lo harían famo-so, El extranjero y El mito de Sísifo. Esas dos obras, junto al drama Calígula, constituían sus «tres absurdos». Las denominaba así porque versaban sobre el sinsentido de la existencia humana. Este planteamiento filosófico estaba íntimamente vinculado al contexto político, un momento en el que Francia aún no se había liberado del yugo nazi. La situación, bastante calamitosa, favorecía la aparición de reflexiones que incidieran en la falta de sentido de la vida. En una anticipación de la tesis de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, nuestro escritor percibía la contradicción entre el salvajismo de los nazis y su com-portamiento cívico en la vida cotidiana. La misma persona que podía cometer terribles asesinatos era la misma que cedía su asiento en el metro. ¿No regresaba Himmler a su domicilio con toda precaución para no despertar a su canario?

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Fue en plena guerra cuando Camus conoció a Sartre. Ambos se habían leído y escrito comentarios sobre la obra del otro. Sartre, por cierto, citó diversas obras con las que El extranjero estaba relacionada, pero no reparó en el in-flujo de El cartero siempre llama dos veces, una novela po-licíaca. Treinta años después, recordaría a su amigo como un tipo divertido aunque muy vulgar.

Antes de la Liberación, Camus publica sus Cartas a un amigo alemán, en las que contrapone dos modos de enten-der la nación. A la obediencia ciega de los nazis, opone el amor exigente que es capaz de señalar las zonas de som-bra. Porque nuestro escritor no quiere ser francés de cual-quier modo, sino desde la justicia y la libertad. Es entonces cuando proclama que ama demasiado a su país como para ser nacionalista.

L A P R I M A C Í A D E L A C O N C I E N C I A

En un principio, Camus apostó por un castigo contun-dente contra los colaboracionistas. Ellos eran, dentro del organismo nacional, un cuerpo dañino al que había que destruir. Por sentido de la justicia, tal como lo exigía la memoria de sus crímenes. En esos momentos, esta era la postura ortodoxa de buena parte de la izquierda. Por defenderla, el autor de Calígula sufrió los ataques del es-critor católico François Mauriac, partidario del perdón: «Caridad lo primero».

Pero pronto se demostró que el rigor hacia los trai-dores, más que con la equidad, tenía que ver con una venganza ejercitada de manera selectiva. Fue por eso que nuestro hombre se opuso a las purgas y firmó una petición

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f r a n c i s c o m a r t í n e z h o y o s

a favor del escritor Robert Brasillach, por más fuera un personaje que le inspirara desprecio. Si se pronunció a favor de la clemencia, fue simplemente porque estaba en contra de la pena de muerte, un asesinato bajo el patro-cinio del Estado. La izquierda le atacaría por este y otros gestos, pero él reconoció con nobleza que Mauriac tenía razón contra él en la controversia que les había enfrenta-do, pese a ciertos excesos de lenguaje.

Finalmente, en 1947, dio su versión de lo que había sido la contienda en su propia novela de resistencia, La peste, un título que le convertiría en el escritor más popu-lar de la posguerra. En la ciudad de Orán, durante los años cuarenta, irrumpe de improviso la citada enfermedad. De esta manera, el novelista propone una alegoría de lo que fue la ocupación nazi. Al elegir aquella plaga, y no otra, re-fuerza el paralelismo con el exterminio de los judíos. Sabe que en la Edad Media, tras la gran epidemia de 1348, sur-gieron estallidos antisemitas que hacían del pueblo hebreo el gran culpable y que se tradujeron en violencia.

El mal coge a la gente desprevenida, como Hitler a los europeos en la vida real. Ante una catástrofe de proporcio-nes inimaginables, los seres humanos acostumbran a no creer en su realidad porque no encuentran la manera de asimilarla. En consecuencia, no toman las medidas que se-rían necesarias para atajar el desastre. Los que tienen auto-ridad prefieren no inquietar a la opinión pública, por miedo a desatar el caos, antes que tomar las medidas profilácticas que salvarían a la población. Así, la peste, como la guerra o cualquier otra situación de crisis, acaba por expandirse imparable.

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Camus se muestra en ocasiones disconforme con la iz-quierda. No simpatiza con el comunismo, crítico con lo que juzga una divinización de la Historia. Rechaza la idea de un futuro idílico al que se llegaría, supuestamente, a través de no importa qué sacrificios. Ninguna política de-bería defenderse sin medir, antes, sus costes en términos humanos. Los misioneros laicos dispuestos a morir por una idea no son los personajes que más le entusiasman porque su preferencia es justo la contraria, dar la vida por lo que se ama.

Desde su punto de vista, la rebelión contra la peste, o contra el Tercer Reich, no obedece a planteamientos teó-ricos. Se trata de una cuestión de simple decencia. La de Rieux, por ejemplo, que se entrega a los enfermos mientras su mujer permanece en un sanatorio, muy lejos. Cuando Rambert se entera, no duda en unirse a su combate, con-vencido por su testimonio, no por el poder de sus razona-mientos lógicos.

La peste es derrotada, pero la victoria no es definitiva porque su bacilo «no muere ni desaparece jamás». Ca-mus, por tanto, se distancia de las escatologías laicas que prometen una «lucha final» antes del advenimiento del Paraíso en la Tierra. El hombre, si de verdad quiere ser-lo, debe permanecer vigilante porque el mal, en cualquier momento, puede revivir. La caída del Tercer Reich, por tanto, no es una excusa para bajar la guardia y dejar de hacer lo que es necesario hacer. La Liberación es siempre provisional incluso en el supuesto de que se haga la Re-volución, porque los que ocupan entonces el poder crean una nueva ortodoxia que justifica de nuevo la protesta. De

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ahí que nos encontremos ante un rebelde que, de forma solo en apariencia paradójica, rechaza las revoluciones.

E L F I N Y L O S M E D I O S

Con el estreno de Los justos, en 1949, Camus prosigue su reflexión filosófica y, una vez más, consigue que sus personajes no sean abstracciones, simple encarnación de ideas, sino personajes de carne y hueso. Esta vez, la acción transcurre en la Rusia de los zares. Mientras un grupo re-volucionario se propone atentar contra el gran duque, sus miembros enfocan la acción de distintas perspectivas. Para Stepan, la justificación del atentado no ofrece dudas. Es un hombre de una pieza, retrato del típico militante estalinis-ta. En su mundo, el fin justifica los medios sean estos los que sean. Solo así se podrá llegar a un punto en el devenir histórico en el que ya no sea necesario derramar más san-gre. Su afán de justicia es genuino, pero al mismo tiempo su personalidad implacable lo vuelve aterrador.

Kalyayev, el encargado de tirar la bomba, es un idealista igualmente apasionado, pero con un talante por comple-to distinto. Porque, frente al carácter sombrío de su com-pañero, que prefiere la justicia a la vida, él personifica la alegría de vivir. Está dispuesto al sacrificio pero dentro del respeto a ciertas normas morales. Por eso, en una prime-ra tentativa, se niega a seguir adelante al comprobar que hay niños junto a la víctima. Con todo, al principio, está dispuesto a desoír a su conciencia si recibe una orden. Porque el partido, por definición, es la medida de todas las cosas, la luz que separa el bien del mal. Después, sin em-bargo, advierte a sus compañeros que matar niños es con-

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a l b e r t c a m u s : e l m e j o r h o m b r e d e f r a n c i a

trario al honor. Si la revolución llegara a triunfar por este camino, no le quedaría más remedio que apartarse de ella.

Dora, en cambio, es una revolucionaria inmensamente trágica y triste. Porque, en su interior, ha dejado de creer en el mesianismo político. Los suyos repiten que están dis-puestos a matar para construir un mundo en el que nadie mate... ¿Y si no sucediera eso? ¿Y si las vidas sacrificadas lo fueran en vano? Sus compañeros se creen autorizados a matar porque están dispuestos a morir, pero teme que, más tarde, lleguen otros que se crean con derecho a dispo-ner de las vidas ajenas sin ofrendar la suya a cambio.

E L D I V O R C I O D E S A R T R E

En 1951, El hombre rebelde marcará una ruptura definitiva con la izquierda estalinista y sus compañeros de viaje. Para Camus, la rebeldía existirá mientras se conserve la especie humana. No significaba establecer el paraíso en la tierra sino, por el contrario, fijar un límite a la degradación. Eso es su famosa definición del hombre rebelde: alguien que no dice «no» y establece, así, un «hasta aquí».

Sus palabras se interpretaron, con exactitud, como un ataque contra el mundo soviético. Indignado, Sartre cargó contra él. Lo hizo, al principio, por persona interpuesta, al permitir que Francis Jeanson publicara en Les Temps Modernes una dura crítica contra Camus, que esperaba un pronunciamiento negativo pero no una andanada de tal magnitud. La sorpresa le dejó muy afectado, por su vio-lencia y por el detalle humillante de que el director de la revista, su amigo, no se había dignado a tomar la pluma personalmente. Su respuesta apareció en la misma revista,

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en su número de agosto de 1952, junto a una réplica de Sartre y otro texto de Jeanson.

Camus reprocha a sus críticos que se atrevan a dar lec-ciones de eficacia política, cuando solo habían colocado en el sentido de la historia sus propios sillones. Pocos saben qué quiere decir en realidad, pero alude al papel poco glo-rioso de Sartre en la Resistencia. Este, irritado, se siente en la obligación de replicar en un artículo para no perder prestigio. Con una condescendencia mezquina le dice a su antiguo compañero que hasta ese momento nadie se había atrevido a decirle la verdad, su incompetencia filosófica ma-nifiesta: no razonaba con rigor ni se tomaba la molestia de ir a las fuentes, conformándose con basarse en refritos. En realidad, como ha puesto de manifiesto José María Ridao en El vacío elocuente (Galaxia Gutenberg, 2017), esta res-puesta era más propia de un profesor de filosofía que de un filósofo. Porque el primero es el que lo basa todo en sus lec-turas mientras el segundo aporta un pensamiento original.

En otro momento, Sartre acusa directamente a Camus de falta de autenticidad al hablar en nombre de los deshe-redados cuando en realidad era un burgués. «Puede que haya sido usted pobre, pero ya no lo es». Ese «puede», como bien observa Olivier Todd, es una maldad. Sartre sabe perfectamente que su hasta entonces amigo lo había pasado muy mal en su infancia. Pero nada de eso le impor-ta porque se ha lanzado a crucificarlo mientras escribe una especie de necrológica en vida del condenado.

Sartre estaba convencido de que debía postergar sus sentimientos personales para combatir a un traidor a la clase obrera. Si el partido comunista era el de los trabaja-

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dores, criticar al comunismo significaba dar la espalda al cuarto estado. Había que partir de la política real, no de planteamientos moralistas.

Sin duda, Camus fue el que salió peor parado de la polémica. Y no solo por enfrentarse a las ideas dominantes en la izquierda de su tiempo. Por pura envidia, muchos están encantados de que un escritor exitoso, que hasta ese momento ha ido de triunfo en triunfo, sufra ahora un va-puleo terrible.

L A A N G U S T I A A R G E L I N A

En los años cincuenta, la guerra de Argelia colocó a Ca-mus ante una delicada cuestión moral. Herido al compro-bar cómo la violencia se apoderaba de su patria, reaccionó con una postura matizada. No era, obvio, un nacionalista francés. En 1947, antes de que estallara la guerra abierta, había denunciado la utilización de torturas mientras recor-daba a los lectores de Combat una paradoja sangrante: los mismos que se habían escandalizado con la barbarie nazi ahora utilizaban los mismos métodos contra los nacionalis-tas argelinos. Francia no podía aspirar al título de maestra de civilizaciones si se presentaba con la declaración de los derechos humanos en una mano y con el garrote en la otra.

Pero Camus tampoco justificaba la lucha armada en nombre del anticolonialismo como hacía Sartre. Creía en la igualdad de derechos entre europeos y africanos pero no en una independencia que juzgaba prematura. Por la pobreza del territorio y por el peligro que representaban determina-das corrientes islamistas, en las que veía un grave peligro por su carácter reaccionario.

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Se encontró así en una situación en la que estaba en desacuerdo con los dos bandos, puesto que en las dos par-tes se daban actitudes intolerantes y actos de salvajismo. Una salida negociada se había vuelto por completo impo-sible. Por eso, Camus, situado entre dos aguas al ser me-dio francés, medio argelino, se vio inmerso en un callejón sin salida. En un tema que le suscitaba profunda angustia, las soluciones de la derecha y de la izquierda le parecían fuera de lugar, coincidentes en la misma irritación que le provocaban. De ahí que, en un momento de desespera-ción, dijera de forma memorable: «La derecha ha conce-dido a la izquierda los derechos exclusivos de la moralidad y recibido a cambio el monopolio del patriotismo. Francia ha perdido por duplicado».

Para la derecha, estaba claro que era un peligroso amigo de los rebeldes. Para la izquierda, su reacción resultaba más emocional que lógica, ajena a las cuestiones de la polí-tica práctica. Por eso, cuando la Academia Sueca le distin-guió con el Premio Nobel en 1957, con apenas cuarenta y cuatro años, tronaron las voces en su contra. Se dijo que el galardón reconocía a un autor con pasado pero sin futuro.

Fue entonces, durante un encuentro con estudiantes, cuando Camus pronunció unas palabras célebres que ame-nazaron con arrastrarle al descrédito. Incapaz de solidari-zarse con los independentistas argelinos por su práctica del terrorismo indiscriminado, temía que en cualquier momen-to sus seres queridos pudieran contarse entre las víctimas. «Creo en la defensa de la justicia, pero defenderé antes a mi madre». Para la izquierda ortodoxa, este comentario bastaba para situarlo en el bando de los colonialistas. ¿Aca-

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so piensa que una sola persona es superior a millones de individuos?

Se puede pensar que el flamante Nobel dijo lo que dijo en un momento de cansancio, o que tal vez dejó que se le calentara la boca. La realidad es que expresó una convic-ción muy íntima de la que ya había dado cuenta en Los jus-tos. En una escena de esta obra, Dora le pregunta dramá-ticamente a Kaliayev, el terrorista del que está enamorada, si la querría igualmente en caso de que ella fuera injusta. La cuestión de fondo es la misma: entre una ideología, que por definición es abstracta, y una persona concreta, la elección no debería ofrecer dudas.

Por más que sus detractores se rasgaran las vestiduras, la postura de Camus obedecía a una impecable coherencia moral. Creía, como el Alyosha de Los hermanos Karama-zov, que el fin no justificaba los medios y que si los medios eran injustos el fin tampoco podía serlo.

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BILLY BUDD Y LA CEREMONIA DE LA INOCENCIA

Felipe Santos

Billy Budd, ópera de Benjamin Britten

Libreto de Edward Morgan Foster y Eric Crozier. Se representó entre el 31 de

enero y el 28 de febrero de 2017 en el Teatro Real de Madrid, con dirección

de escena de Deborah Warner y dirección musical de Ivor Bolton.

Lo hemos contemplado muchas veces. Ese barco que se acerca desde el horizonte, cuando tan solo es una sombra recortada sobre el atardecer. O aquel que se aleja, hasta que se vuelve sordo el ímpetu que dejó tras de sí cuando aban-donó la bahía. Cuántas historias caben entre ambas singla-duras. Esos barcos son, en realidad, un pedacito de tierra que se aleja y otro de mar que se acerca. ¿Qué ocurrió para tamaña transformación?

Benjamin Britten encontraba en Aldeburgh la paz y la tranquilidad. Hasta allí trasladó su residencia cuando el ambiente de Londres se hizo irrespirable. Había nacido no muy lejos de allí, unas treinta millas al norte, en Lowestoft. Hijo de un dentista y de una músico amateur, descubrió su vocación muy pronto, la de compositor. Fue un pianista

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notable, pero su destino estaba encerrado en los pentagra-mas en blanco de una partitura. Ahí, ante esas páginas, surcó mares ignotos, como el de su ópera Peter Grimes, la oscura e inquietante historia de un pescador de Aldeburgh. El éxito acompañó su estreno en Sadler’s Wells, tanto que muchos consideraron con el tiempo que aquel fino inglés era el compositor de óperas más relevante que habían dado las islas desde Purcell. Exagerado o no, aquella historia marinera le llevó a descubrir «a dónde pertenecía». Y dos años más tarde, animado por la idea del tenor Peter Pears de montar allí un festival de ópera, decidió mudarse al lu-gar que habitaba el malvado Peter Grimes.

Lo que encontró fue un pueblo marinero, poblado tam-bién por todas esas leyendas que traen consigo los barcos. Historias reales o inventadas sobre otros lugares y sobre ese espacio angosto que es el interior de un barco cuando navega. Allí se cocina siempre una pequeña transforma-ción. La de un marinero en tierra que enfrenta con su na-turaleza terrestre en el mar. En los dos lugares se ve como un forastero, y siempre parece condenado a extrañar su estado anterior. Quizá por eso Joseph Conrad sintió que el mar era, como los sueños, una imagen de la vida misma, y lo dejó escrito así en Lord Jim: «Un hombre que nace, cae en un sueño como quien cae al mar».

Billy Budd nace en ese lugar de la costa de Suffolk, du-rante las conversaciones que mantienen Britten, el libre-tista Eric Crozier y el escritor Edward Morgan Foster en el mes de enero de 1949. La nueva ópera se iba a inspirar en el relato de Herman Melville, que lo aborda después de un tiempo alejado de la prosa. Murió sin publicarlo,

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creyendo que se trataba de una obra menor. Hasta su mu-jer pensó que estaba sin terminar. Desconocemos qué lo llevó a interrumpir su producción poética para entregar esta historia. Permaneció inédito hasta 1924, cuando Ray-mond Weaver lo incluyó en sus obras completas, y pronto alcanzaría la categoría de obra maestra. En él se contaba el inestable triángulo entre el capitán Edward Fairfax Vere, el condestable John Claggart y el marinero Billy Budd, a bordo del Indomitable, un barco de la Armada inglesa. El relato comienza con un capitán que evoca en sus memo-rias un suceso acaecido en uno de sus destinos, cuando tuvo que condenar a muerte a un joven marinero que ase-sinó a uno de sus mandos en un arrebato.

Peter Grimes, Billy Budd y The turn of the screw son tres óperas de Britten que están fuertemente vinculadas. Las tres se construyen alrededor de la muerte de alguien.

Billy Budd, en el Teatro Real Foto: Javier del Real | Teatro Real

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Billy se convierte en asesino tras el acoso y derribo de Claggart. Recuerda a la ira de Aquiles, que rumia en el in-terior de un barco, varado en la playa de Troya tras perder a su amigo Patroclo. Claggart comparte la oscuridad de Peter Grimes o Peter Quint, el otro malvado de The turn of the screw. Pero también de otros ilustres, como Yago y, de algún modo, Salieri. De hecho, Foster se inspira en el criado de Otelo, pero el odio de su personaje tiene que ver más con algo reprimido que con un cálculo egoísta. Al escribir el monólogo de Claggart, afirmará en una de sus cartas al compositor que quiere «pasión: amor coarta-do, pervertido, envenenado, pero que, sin embargo, fluya descendiendo por su angustioso conducto; una descarga sexual que se ha vuelto malvada». Billy, Claggart, Vere. De alguna forma todos estos personajes son el mismo, dis-tintas facetas del ser humano. Unas admirables y otras temibles.

Creer que Billy Budd es solo una historia de homosexua-lidad reprimida es un reduccionismo como otro cualquiera, curiosamente el mismo que suele arrojarse sobre Muerte en Venecia, una obra que también Britten convirtió en ópera. Es evidente, como dice el crítico Alex Ross, que los temas del compositor inglés siempre rondan el amor entre hombres y la belleza de los muchachos, algo que se encuentra entre lo prohibido y cierta vuelta al ideal clásico de belleza, pero más cerca quizá de la atmósfera culpable de Lolita que de la ataraxia del Fedro. Era una obsesión para alguien que nunca escondió su condición sexual y siempre vivió esa tensa con-vivencia con una sociedad que, en el fondo, nunca dejó de ser victoriana. Pero nos perderíamos gran parte de la hondu-

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ra de su obra si obviáramos un tercer tema, el de la tragedia que conlleva el peligro de perder la inocencia.

«Es la historia de Caín / que sigue matando a Abel», escribe Borges. Los sabios antiguos consideraban que del agua salada venían todas las cosas y quizá algo oculto en nuestro ser aún lo recuerde. Fue precisamente en el «alba del tiempo» donde un hermano mató al otro, como si la historia estuviera condenada a repetirse hasta el último de los días que canta Yeats: «Todo se desintegra; el centro no existe; / una banal anarquía invade el mundo; / crece la opaca marea de la sangre y en todas partes / es ahogada la ceremonia de la inocencia». Un último verso que procede de un poema de aires apocalípticos, La Segunda Venida, que Britten cita con intención en la primera escena de la segunda parte de The turn of the screw.

Este tema es precisamente el que cataliza y da sentido a lo demás. Ocurre cuando se escuchan detenidamente los sutiles diálogos entre los personajes de esta ópera y tam-bién cuando se lee detenidamente el cuento de Melville. Algo que no puede ocurrir en otro lugar que no sea un bar-co, siempre en movimiento, donde nada parece asentado y cualquier elemento amenaza con perder la verticalidad y la consistencia. Robert Louis Stevenson también lo apreció en sus escritos: «El mar es un lugar horrible, embota la mente y envenena el ánimo; el mar, el movimiento, la falta de espacio, la ausencia cruel de intimidad, los infames ali-mentos enlatados, los marineros, el capitán, los pasajeros».

Un lugar complejo, donde Magallanes, en su primera escala en puerto durante la expedición de la circunnave-gación de la Tierra, tuvo que bajar a tierra para ejecutar al

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capitán de uno de sus cinco navíos, que había sido con-denado a muerte por abusar de un muchacho de su nave. Es también el lugar que Vargas Llosa refiere en El paraíso en la otra esquina, con Paul Gauguin tratando de evitar ser sodomizado en el Luzitano y en el Jerome-Napoleón duran-te su servicio militar. Quizá el mar sea ese lugar donde el bien y el mal pueden darse en su más absoluta radicalidad, como si el alejamiento de tierra y estar a merced de la mayor fuerza de la naturaleza afilara la intención humana.

Recrear ese lugar ha sido la tarea de Deborah Warner, la directora de escena, que consigue un efecto sorpren-dente. Toda la escenografía de esta ópera rezuma autenti-cidad, hasta el movimiento del barco que no debería pasar desapercibido para el espectador, cómodamente sentado en tierra firme. Warner escribe en el programa de mano que Britten le guía como un dramaturgo de primera. Para

Billy Budd, en el Teatro Real Foto: Javier del Real | Teatro Real

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ella, la genialidad reside en que «al añadir música para adaptarla a la ópera, aumenta la complejidad, retándonos constantemente a cuestionar el bien y el mal, la inocencia y la corrupción, el amor y el odio —y sumergiéndonos en una ambigüedad abierta y sin respuesta—».

Esta ambigüedad solo puede conseguirse a bordo, que es el destino que le espera al capitán Vere. Se encuentra, como él mismo confiesa, «entre Escila y Caribdis». Ha de elegir entre hacer cumplir la ley y su afecto por Billy; en-tre pasar su nave por los acantilados de Escila o hacerla navegar por los remolinos de Caribdis. Toda la ópera es el relato de la memoria de Vere, que recuerda a Aschenbach. en sus días postreros, antes de terminar sus días en la ori-lla del Lido.

Melville siempre consideró el mar como una metáfora del populoso universo, un todo en el que podían hallarse todos los recovecos de la existencia y la naturaleza. Enfren-tarse a él significaba poner a prueba todos los mecanismos de defensa de alguien concebido para pisar tierra firme. Poner el pie en un barco se convertía en el desafío supre-mo, azotado por el mar, tan severo en calma como fiero en la tormenta. Este enfrentamiento terminaba, casi siempre, por cambiar a sus moradores. Quizá por eso dice Claudio Magris que «el mar tiene un doble valor simbólico. An-tes de nada representa la lucha, el desafío, la prueba, la confrontación con la vida [...]. En la Odisea, el mar es el horizonte, el paisaje imprescindible de la búsqueda de uno mismo y del significado de la vida. Por mi parte, yo tal vez sienta más el mar como abandono, el mar vivido no en la posición erecta de la lucha y del desafío, sino en la tumba-

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da del abandono; el mar como símbolo de la unidad de la vida a pesar de las laceraciones, los naufragios y las trage-dias; un mar misteriosamente sereno, enigmático, símbo-lo de la nostalgia pero también de la satisfacción. El mar es ciertamente muchas cosas; es el Leviatán, el elemento hostil y poco de fiar; es el gran sudario que se extiende al final de Moby Dick y del canto de Ulises en Dante; es una gran escuela de humildad, es el mar que desgasta, ese mar que nos derrota, como dice Ntoni en Los Malavoglia (la novela de Giovanni Verga)».

El movimiento del barco recuerda a ese otro vaivén de tierra firme, el de quien espera con ansiedad o trata de fijar un pensamiento como en el aprendizaje en las madrazas. Un compás telúrico, que busca calmar al animal no fijado, como diría Nietzsche. Los barcos en la ópera son lugares exentos, prolongaciones de tierra firme, que con la distan-cia elabora sus propias leyes, como el universo de ese buque fantasma condenado a vagar por el mar sin tocar puerto. Su visión desde tierra siempre está relacionada con la esperan-za, aunque el espectador presienta que, entre sus cuader-nas, esconden una tragedia. Tristán espera sin recompensa y cae exhausto cuando apenas divisa la nave que transporta a Isolda. Cio-Cio-San se levanta cada día con la ilusión de ver entrar el barco de Pinkerton en la bahía, y la bella Dido ve alejarse a Eneas mientras se lanza al vacío.

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MAJESTAD Y ORNATO EN LOS ESCENARIOS DEL REY ILUSTRADO

Pilar Benito García

Con motivo del centenario del nacimiento del rey Carlos III, se

han celebrado diversas exposiciones en torno a la figura del

monarca. En la organizada por Patrimonio Nacional en el Pala-

cio Real de Madrid, los comisarios Pilar Benito, Javier Jordán de

Uríes y Luis Sánchez Gaspar, han tratado de dar a conocer el

poder de la decoración de los palacios del rey y de los símbolos

de la monarquía para la exaltación de la majestad.

En la madrugada del 20 de enero de 1716 nacía en el Real Alcázar de Madrid un nuevo infante de España, bau-tizado con los nombres de Carlos Sebastián. Como tercer hijo de Felipe V, el niño no parecía destinado a regir los destinos de grandes territorios. Sin embargo, como primo-génito de Isabel de Farnesio, segunda esposa del monarca, don Carlos llegaría a ser duque de Parma y Piacenza entre 1731 y 1735, como Carlos I, y rey de Nápoles y Sicilia de 1734 a 1759, como Carlos VII y V, respectivamente. A la muerte sin descendencia de su hermano Fernando VI se

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vio obligado a abandonar sus queridas tierras napolitanas para ser proclamado rey de España.

En el ánimo del nuevo rey debía pesar de manera no-table el espíritu de legitimidad dinástica tan arraigado en su padre y que quedó plasmado con vocación de eternidad cuando el lunes de Pascua de 1738 se colocó la primera piedra del nuevo Palacio Real de Madrid con una inscrip-ción que rezaba «Aedes Maurorum / Quas Henricus IIII Composuit / Carolus V amplificavit / et / Philipus III ornavit

Carlos III, rey de España y de las Indias de Anton Raphael Mengs, 1765

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/ Ignis Consumpsit Octavo Kal. Janvari / MDCCXXXIII / Tandem / Philipus V Spectandas restitutit / Aeternitati / Anno MDCCXXXVIII», aseverando al primer Borbón como el legítimo heredero de Enrique IV a Felipe III, pa-sando, como no podía ser de otra manera, por Carlos V, el emperador.

Ese espíritu legitimista quedó plasmado de manera re-levante en dicho Palacio Real con algunas de las decora-ciones de mayor empeño llevadas a buen puerto por Car-los III, resultando, a un tiempo, la prueba palpable de la majestad. La exposición organizada por Patrimonio Nacio-nal pretende ser precisamente un reflejo de esa expresión de majestad.

Uno de los monarcas más relevante de nuestra histo-ria, don Carlos, destacó también como bienhechor de las artes en España, ejerciendo con sabia decisión gracias a la esmerada educación recibida en la corte madrileña y a su vasta experiencia italiana, donde puso en práctica la modernización del Reino de Nápoles, la construcción y re-novación de los palacios de aquellos dominios, la creación de la Real Fábrica de Porcelana de Capodimonte y el pa-trocinio de las excavaciones de las ciudades de Pompeya, Herculano y Estabia.

La muestra introduce al espectador en el ambiente cor-tesano español haciendo una presentación de los reales si-tios que encontró el rey a su llegada a Madrid por medio de varios lienzos del italiano Antonio Joli (Módena, 1700-Ná-poles, 1777) y una obra del parisino Michel-Ange Houasse (París, 1680-Arpajon, 1730). El Palacio Real del Buen Re-tiro, en el que tuvo que alojarse el rey a su llegada a Ma-

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drid, es apreciable en el horizonte de la Vista de la calle de Alcalá; el Palacio y Real Sitio de Aranjuez, con la cercanía del Tajo donde tenían lugar las fiestas acuáticas; el gran-dioso y emblemático monasterio de El Escorial; el imperial Palacio Real de El Pardo y, como no, el nuevo Palacio Real de Madrid, cuya construcción y primigenia decoración se culminaría durante su reinado. Palacios y reales sitios en los que intervino de forma notable para adecuarlos tanto a su idea de Estado como a las necesidades de la corte y en los que pasaría una gran parte del año al establecer el calendario fijo de jornadas (tiempos que los reyes residían en cada sitio real), para pasar en Madrid unas escasas ocho semanas. A pesar de este breve uso del nuevo alcázar, la sede de la Monarquía Hispánica continuaría siendo el pa-lacio madrileño y, como tal, el edificio más emblemático.

Vista del gabinete con los pasteles de Tipos populares de Lorenzo Tiepolo, 1773-1775

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En gran medida impulsor del Neoclasicismo, Carlos III acudió para alhajar de pintura su nueva casa al último y más afamado pintor del Barroco europeo, Giambattis-ta Tiepolo (Venecia, 1696-Madrid, 1770), y al pintor y gran tratadista del Neoclasicismo, Anton Raphael Mengs (Aussig, 1728-Roma, 1779). Esta dualidad —aparente-mente contradictoria— en la elección de dos artistas tan dispares, podría explicarse por la imagen que el monarca

Manufactura cantonesa, Hoja de cortina, h. 1760

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pretendía dar de la majestad. La magnificencia barroca para los espacios de un marcado espíritu tradicional, le-gitimista y de representación puesta de manifiesto en lu-gares como el Salón del Trono o la Cámara del Rey, y el lenguaje artístico más moderno para aquellos espacios en los que habrían de desarrollarse las obligaciones diarias del regidor de los destinos del por entonces aún vasto im-perio español y, especialmente, su vida más íntima a la que pocos tenían acceso.

La pintura mural, repartida durante el reinado entre Tie-polo y Mengs, sin olvidar a Corrado Giaquinto (Molfeta, 1703-Nápoles, 1766) que continuó pintando en Palacio hasta la conclusión de su último fresco madrileño, fue am-pliando su espectro de artistas con los españoles Francisco Bayeu (Zaragoza, 1734-Madrid, 1795) y Mariano Salvador Maella (Valencia, 1739-Madrid, 1819). Presentes los neo-clásicos en la exposición por medio de bocetos y dibujos preparatorios, Tiepolo lo está a través de su hijo Lorenzo (Venecia, 1736-Somosaguas, 1766) con el bellísimo con-junto de doce pasteles de Tipos populares, que no se veían juntos desde 1946. Su prácticamente perfecto estado de conservación y su hermosa sutileza compositiva y de ejecu-ción, hacen de la estancia donde se exhiben una de las más armónicas y atractivas de la muestra, ofreciendo el aspecto delicado de gabinete pictórico, tan de moda en la segunda mitad del xviii, en el que las miradas cristalinas y las perso-nalidades de los personajes atrapan al espectador desde que entra por la puerta y parecen no querer dejarle marchar.

Uno de los programas decorativos que mejor reflejan el gusto por el neoclasicismo del monarca fue el desarrollado

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entre 1762 y 1772 en el vestido invernal de su dormitorio en el palacio madrileño. En cuanto a la pintura, toda de la genial mano de Mengs, al magnífico ciclo pasionista, de cuatro lienzos para sobrepuertas y dos tablas, se han sumado en esta exposición las otras cuatro obras que adornaron la estancia más privada del monarca. Dos de las cuales eran llevadas a los diferentes sitios reales durante las jornadas, al tratarse de cuadros de devoción personal y querer el rey tenerlas siempre cerca de su lecho, estu-viera este donde estuviera. El conjunto pictórico se reúne por primera vez desde la Guerra de Independencia, pues precisamente estas cuatro pinturas más pequeñas forma-ron parte del «equipaje del rey José», pasando tres a la colección del duque de Wellington y la cuarta a manos privadas hasta que fue adquirida por Patrimonio Nacional hace diez años. Junto a la pintura, completaba el vestido de la estancia una serie de tapices, igualmente neoclási-cos, de la Real Fábrica de Madrid, basados en cartones de Guillermo Anglois (Saboya, h. 1720-1782) y José del Castillo (Madrid, 1737-1793), que abrigaban todas las paredes salvo las cubiertas por las pinturas pasionistas y los espejos, así como el mobiliario de asiento. Se trató de la última serie tejida con hilos de oro en la manufactura madrileña, usándose el preciado material de manera muy sutil para dar la impresión brillante en el fondo de los pa-ños sobre el que se distribuyen amplios roleos con em-blemas alegóricos en el centro. Las enormes dimensiones del paño de pared, que ve la luz por vez primera desde la muerte de Carlos III, da una idea del tesón y la calidad con que se trabajaba en la manufactura madrileña para

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embellecer los palacios del rey de España. Con parte de los tapices del dormitorio de su antepasado, Alfonso XII mandó componer una cama que también está presente en la exposición.

Si el dormitorio de invierno en Madrid se adornaba con tapices, en verano la estancia sufría una completa transformación al cubrirse sus muros con finísimas sedas chinas pintadas al temple. El gusto desarrollado en toda Europa por el Lejano Oriente se plasmó en palacios con las decoraciones (chinas y chinescas, que de todo había) y el nuevo alcázar madrileño no podía ser menos, máxime cuando en Nápoles el rey ya había gozado con adornos de este tipo. El cambio de estación suponía un buen trabajo para los Oficios de la Real Casa, pues suponía la retirada

Vista general de la sala con el conjunto de tapices de la sala de cenar, o de conversar, de Carlos III en El Pardo, de Francisco de Goya, 1786-1788

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de todos los tapices y alfombras para sustituirlos por finí-simas sedas y pintura de caballete en las paredes y esteras en los suelos, que se regaban en un intento de refrescar el palacio del terrible calor madrileño.

El monarca alentó el trabajo de las reales fábricas creadas por su padre, y así la de Tapices se dedicó al vestido de invierno de las diferentes estancias. La pro-ducción fue amplia y de entre sus creaciones en la expo-sición puede verse la serie de paños basados en cartones de Goya (Fuendetodos, 1746-Burdeos, 1828) que repre-sentan Las estaciones del año, recreando el espacio para el que se tejieron, la Sala de Cenar del Palacio Real de El Pardo, y aquellos paños con temas cinegéticos que tanto agradaban al rey dada su afición a la caza, más por salud que por agrado, tal y como explicaba su biógrafo, el con-de de Fernán Núñez, le había escuchado decir al propio monarca.

Por su parte, la Real Fábrica de Cristales de La Gran-ja centró gran parte de su producción durante el reinado de Carlos III en la creación de cristal plano de grandes dimensiones para cerrar los vanos y alhajar de espejos los salones, llegando a ser la manufactura europea que alcan-zó mayores dimensiones en esta disciplina. Para llegar a instalar los doce espejos enormes del Salón del Trono del Palacio Real de Madrid, la manufactura tuvo que hacer noventa lunas, ya que muchas de ellas se rompían en el traslado a Madrid a lomos de mulas a través de la sierra madrileña, por lo que establecieron un almacén en la corte para azogarlas y correr menos riesgo de pérdida económi-ca, ya que el azogue encarecía muchísimo los cristales. Es

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este, entre otros muchos, uno de los motivos por el que la visita a la exposición se puede completar con una visita por los salones del piso principal de Palacio, para apreciar el verdadero valor que cobraron las artes decorativas a la hora de vestir el edificio de majestad, al igual que recrear-se en la belleza de las pinturas murales que adornan sus bóvedas.

Las manufacturas creadas por Carlos III como la Real Fábrica y Escuela de Relojería, o la más querida Real Fá-brica de Porcelana del Buen Retiro, como una extensión de la de Capodimonte, considerada por el rey como pro-pia, también cobran presencia en esta muestra. La pri-mera con sendos relojes de los franceses Pedro y Felipe Charost, que estuvieron activos en Madrid entre 1768 y 1794. Por su parte, la segunda, con jarrones y piezas es-cultóricas de carácter mitológico y literario, y por una de las magníficas mesas de taracea de piedras duras y bronce magistralmente ejecutadas en los laboratorios menos co-nocidos, pero también de la manufactura del Retiro, que se dedicaron con esmero a tan especiales materias en las que brillaron con esplendor.

Para la decoración del Cuarto del Rey, es decir para las habitaciones que utilizaba el monarca en el Palacio Real, se crearon los talleres reales cuyas riendas asumió el arquitecto venido con Carlos III desde Nápoles Matías Gasparini (activo en Madrid 1759-Valencia, 1774), que diseñó y coordinó el adorno de la Cámara del Rey, estancia de mayor relevancia después de la del Trono y los gabine-tes del propio monarca. El Taller de Bronces bajo la di-rección de Juan Bautista Ferroni (Como, h. 1739-Madrid,

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1806), el de Ebanistería, regido por José Canops (activo en Madrid, 1759-Bruselas, 1841) y el de Bordados, del que fue responsable la esposa del propio Gasparini, María Luisa Bergonzini (activa en Madrid, 1774-1785), crearon los muebles y colgaduras de extraordinaria riqueza y ori-ginalidad.

Atención especial en esta muestra merece el retrato de aparato del monarca creado por su pintor de cámara. Mengs pintó al monarca de cuerpo entero, sobre un es-trado alfombrado, luciendo armadura completa y acom-pañado de los símbolos de la majestad. La historia de esta pintura está llena de vicisitudes. La pintura, encargada por Federico V de Dinamarca para formar una galería de doce retratos de testas coronadas en el castillo de Christiam-

Manufactura genovesa, cama mortuoria y dosel de los reyes de España, primera mitad siglo xviii, sobre un damasco modelo de finales del siglo xvii

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borg en Copenhague, estuvo a punto de perderse pasto de las llamas en dos incendios sucesivos, el del propio palacio de Christiamborg en 1794 y en el de 1859 del palacio de Frederiksborg. Según dejó escrito el diplomático José Ni-colás de Azara, la espléndida obra (que ha sido restaurada para la ocasión) se expuso a la contemplación pública, an-tes de ser enviada al palacio danés, en la madrileña Casa de la Panadería.

Si, como hemos dicho, el monarca nacía en Madrid en 1716, en la misma ciudad que lo vio nacer también de-jaba este mundo el 14 de diciembre de 1788. Siguiendo en todo detalle la tradición heredada de los reyes de la Casa de Austria, pocas horas después se instaló su capilla ardiente. Si en el antiguo Alcázar se celebraba esta cere-monia en el Salón de Comedias o Salón de Reinos, en el Palacio Real se hizo lo propio en el del Trono, heredero de aquel espacio tan característico de los Habsburgo. Era preceptivo que la capilla fuera pública, permitiéndose la entrada a todo súbdito que quisiera despedirse de su rey en un ambiente absolutamente teatral, en el que la esceno-grafía se formaba con los muros completamente forrados con los tapices de La conquista de Túnez por Carlos V, po-siblemente la serie más emblemática de la Colección Real española; con la más rica de las alfombras, trabajada en bordado llamado «de cortaduras», cuyo valor se reconocía en los inventarios antiguos como mayor que el de algunas de las más notables pinturas pertenecientes a los monar-cas españoles, y por último con la cama imperial con dosel sobre la que se colocó el ataúd con el cuerpo del monarca, amparada bajo otro dosel, ambos muebles riquísimamente

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bordados. La recreación de ese espacio que fue la capilla ardiente del monarca, siguiendo los más mínimos detalles de la herencia familiar, además de impresionar al visitante, resume en un único vistazo la magnificencia del ornato presente en los interiores de los palacios de Rey Ilustrado y que precisamente es lo que pretende transmitir la mues-tra organizada por Patrimonio Nacional en el Palacio Real de Madrid.

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CARLOS III: UN REINADO PARA LA HISTORIA

Miguel Luque Talaván

Pocos reinados en España han tenido tanta trascendencia

como el de Carlos III, uno de los monarcas claves en la histo-

ria de la Europa del siglo xviii. Su trayectoria vital (1716-1788)

fue larga y llena de iniciativas exitosas y de índole reformista.

Tomando como hilo conductor la biografía política y cultural de

este rey, que hizo avanzar a España por el camino de la moder-

nidad, se ha articulado la exposición Carlos III: proyección ex-

terior y científica de un reinado ilustrado, organizada por Acción

Cultural Española - AC/E y el Museo Arqueológico Nacional. Su

comisario nos lo explica.

La muestra, que fue inaugurada por su majestad el Rey, rescata y contribuye a la puesta en valor de dos objetivos fundamentales de su reinado: la política exterior y la apor-tación científico-cultural, incidiendo en el papel jugado por la Corona en promover el avance del conocimiento.

Carlos III se propuso recuperar el prestigio de España en Europa. Para ello emprendió una activa política inter-

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nacional que dejaba atrás la neutralidad vigilante de su hermano, Fernando VI, y que asumió el reto de desafiar a las potencias competidoras, tanto en la diplomacia como en el campo científico y cultural, siguiendo las ideas inno-vadoras de la Ilustración.

Continuando la estela reformista de sus predecesores, en los casi treinta años de su reinado en España tuvo la posibilidad de diseñar y ejecutar una profunda y progresi-va transformación a todos los niveles en los territorios de la Monarquía Hispánica. Una de las razones de su éxito fue la capacidad y habilidad para disponer de los recursos humanos y materiales necesarios para cada una de las em-presas que acometió, que tuvieron como norte el afianzar su idea de España. Los resultados fueron desiguales, pero considerándolos globalmente supusieron avances que no se detuvieron con su fallecimiento en 1788 y que fueron modelo a seguir por sus sucesores1.

La exposición fue estructurada en cuatro grandes áreas temáticas: España e Italia. Relaciones e intereses internacio-nales (1716-1759); El trono de España y los reinos ultrama-rinos; La proyección internacional de la Monarquía. España en el sistema internacional; y Un mundo por conocer. Cul-tura y exploraciones científicas. El primero de los espacios presentaba al rey en su entorno familiar y le situaba en su etapa italiana, hasta 1759. Fue en Italia donde se formó como gran gobernante y donde se fraguó su curiosidad por el conocimiento y su interés por abrir las relaciones de sus reinos con el mundo a través de la política y la ciencia.

La segunda parada de la muestra se adentraba en su llegada al trono español, poniendo en valor las reformas

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ilustradas que emprendería en casi tres décadas de reina-do para sentar las bases de un Estado moderno. Prestando además atención a las posesiones ultramarinas de América y el Pacífico (islas Filipinas y Marianas), que fueron para Carlos III el pilar estratégico y económico de la Monarquía.

El recorrido, en su tercer ámbito, destacaba la proyec-ción internacional de España y su intervención en los gran-des acontecimientos bélicos de la época. Analizando algu-nas de las claves de la política exterior de Carlos III como el acercamiento a Francia, las interesantes relaciones con el norte de África, los acuerdos con Portugal, la participación en la Guerra de los Siete Años y el apoyo a la independencia de los Estados Unidos.

La exposición finalizaba explicando la atención prefe-rente que el rey concedió a la cultura y la ciencia, que se concretó, entre otras actuaciones, en la organización de nu-merosísimas expediciones a Ultramar que, además de unos innegables objetivos político-estratégicos, aportaron cono-cimiento sobre territorios, poblaciones, flora o fauna.

La muestra acogió más de un centenar de piezas de ex-cepción pertenecientes a casi cuarenta instituciones espa-ñolas y extranjeras (Italia y Reino Unido), algunas de ellas poco conocidas, prestadas por primera vez y en algunos ca-sos restauradas para la ocasión. Obras de los grandes pinto-res del siglo xviii que actuaron a modo de cronistas de esta fascinante época, como Jean Ranc, Jacopo Amigoni, Giu-seppe Bonito, Anton Rafael Mengs o Francisco de Goya, compartieron espacio con importantes materiales arqueoló-gicos mediterráneos y americanos, así como con magníficas piezas de la cartografía del periodo, instrumentos científi-

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m i g u e l l u q u e t a l a v á n

cos, o los originales de algunos de los documentos nodales de la historia de la Europa dieciochesca.

El proyecto ha sido completado con la publicación de un catálogo que incluye las colaboraciones de María del Car-men Alonso Rodríguez, Alfredo Alvar Ezquerra, Sylvia L. Hilton, Javier Jordán de Urríes y de la Colina, Miguel Lu-que Talaván, Carlos Martínez Shaw, José Luis Peset Reig, Carmen Sanz Ayán y María Jesús Viguera Molins. Así como por un ciclo de conferencias desarrollado los días 16 y 23 de febrero y 2, 9 y 16 de marzo de 2017 en el salón de actos del Museo Arqueológico Nacional.

M E M O R I A Y P O S T E R I D A D D E U N R E Y

En 1788 Gaspar Melchor de Jovellanos leía en una sesión de la Real Sociedad Matritense de Amigos del País el Elogio de Carlos III, reconocimiento público a un soberano que había dado a España «Ciencias útiles, principios económicos, es-píritu general de ilustración». Jovellanos sentenciaba a modo de epitafio: «Ved aquí lo que España deberá al reinado de Carlos III». Estos elogios fúnebres que se compusieron para ser leídos en las múltiples exequias reales organizadas a su muerte por todos los territorios de la Monarquía Hispánica, y que fueron compilados y estudiados por Francisco Aguilar Pi-ñal, son un magnífico termómetro de lo que estaba por venir2.

El conde de Fernán Núñez, coetáneo del monarca y autor de Vida de Carlos III, es reputado como su primer biógrafo3. Desde entonces la historia tradicional y las nue-vas corrientes han atendido de manera constante, y desde las más distintas aproximaciones, al estudio de su vida y de su reinado4. A modo de ejemplo se puede mencionar

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la Historia del reinado de Carlos III en España, de Antonio Ferrer del Río, editada en Madrid en 1856, y que fue pa-trocinada por el rey consorte Francisco de Asís de Borbón, esposo de Isabel II y bisnieto del monarca5.

Carlos III ha quedado en la memoria como un monar-ca activo que modernizó el aparato del Estado, introdujo reformas económicas y sociales, potenció instituciones y enseñanzas, auspició la entrada de ideas ilustradas y buscó

Giuseppe Bonito, Don Carlos de Borbón, rey de las Dos Sicilias, 1745.Óleo sobre lienzo. Colección Banco Santander.

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situar a España en primera línea entre las grandes poten-cias6. El cultivo de su memoria partió de su entorno más cercano y desde entonces, sin solución de continuidad, su reinado poliédrico ha sido tratado desde la historia, la historia del arte o la historia de la ciencia, entre otras dis-ciplinas.

Ya sus descendientes se preocuparon por mantener viva su memoria. Carlos IV encargó a Mariano Ramón Sánchez y a Antonio Carnicero Mancio la serie pictórica de las vistas de los puertos españoles que ha dejado constancia visual de la labor de su padre en la acometida de obras de construc-ción, reforma o mejora del sistema portuario de una nación con vocación, proyección y presencia marítima internacio-nal7. Confiando además, en 1790, a Francisco Álvarez la realización de una magnífica estatua ecuestre de su padre, que sin embargo no pudo llegar a fundirse en la época8.

Su nieto, Fernando VII, encomendó a Vicente López, su pintor de cámara, que decorara con una Alegoría de la institución de la Orden de Carlos III el techo de su vestidor en el Palacio Real de Madrid, instalado en las que fueran habitaciones privadas de su abuelo. Se trataba de un re-cinto de gran significado donde el monarca recibía a los altos funcionarios y a los representantes extranjeros acre-ditados ante la corte9. También, y en esta misma línea, en-contramos el boceto del cuadro original perdido que perte-neció a Fernando VII, y que fue pintado por José Aparicio e Inglada con el título Rescate de cautivos en tiempos de Carlos III... (ca. 1813). Una tela que, presente en la expo-sición —como la mencionada obra de López—, rememora el rescate de más de mil cuatrocientos cautivos españoles

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en Argel, ordenado por Carlos III en 1768 y donde intervi-nieron como mediadores los trinitarios y los mercedarios10.

Sobre su impacto a nivel local puede mencionarse que, aun en vida, se le erigió además un monumento conmemo-rativo. Nos referimos a la estatua inaugurada en 1783 en la ciudad de Burgos a instancias de Antonio Tomé, vecino y cónsul de la ciudad, y obra de Alfonso Bergaz. En su base, una inscripción a su recuerdo, dice: «A Carlos III. / Padre de la Patria / Restaurador de las Artes // D. Antonio Tomé / Vecino, y Cónsul de Burgos / el primero / entre sus Compatriotas / que ofrece a la Posteridad / esta memoria / de su Augusto Bienhechor // Año de 1783»11.

Referir por último que por Real Cédula de 19 de sep-tiembre de 1771 Carlos III instituía la Real y Distinguida Orden de Carlos III, una condecoración que han llevado desde entonces los reyes de España y que hasta la actuali-dad premia a quienes se han distinguido por sus altos ser-vicios al país. Sin duda, una prueba de la permanencia del legado del monarca protagonista de la exposición. Desde su creación y hasta la actualidad, todos los reyes de España se han retratado bien como grandes maestres de la orden, bien portando sus insignias, contribuyendo así a revivir en el tiempo el lema latino de la misma: «Virtuti et merito».

U N A C E R C A M I E N T O A L T R A T A M I E N T O

E X P O S I T I V O D E C A R L O S I I I

Las exposiciones son esfuerzos colectivos e interdiscipli-narios de recuperación de la memoria de acontecimientos y actores, a través de los cuales es posible reconstruir es-pacios y tiempos históricos. Por su relevancia, Carlos III

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m i g u e l l u q u e t a l a v á n

ha sido objeto en las últimas décadas de varias muestras que merecen ser recordadas. En 1988, el bicentenario de su muerte y bajo el título Carlos III y la Ilustración, Car-men Iglesias Cano, actual directora de la Real Academia de la Historia, comisarió una gran exposición destinada a presentar al rey en su contexto de una manera amplia, ri-gurosa y profunda, y que supuso un hito en la organización de exposiciones históricas12.

En los últimos años otras, igualmente destacadas por su aportación científica, se han centrado en la dimensión ar-tística del reinado carolino, pudiendo mencionar Itinerario italiano de un monarca español. 1731-1759. Carlos III en Italia (1989), El Quijote de Carlos III. Los tapices de la Real Fábrica de Nápoles (2005) y Carlos III. Entre Nápoles y Es-paña (2010)13. Mientras que otras han abordado diferentes aspectos monográficos de su reinado como, por ejemplo, La América española en la época de Carlos III (1985), Bajo la cólera del Vesubio... (2004), o Corona y arqueología en el Siglo de las Luces (2010)14.

En 2016, de cara a la conmemoración del tercer cente-nario del nacimiento de Carlos III, de manera coordinada y bajo un prisma de complementariedad, se preparó un am-plio programa de actividades que ha incluido exposiciones, reuniones científicas, ciclos de conferencias o conciertos. Un programa que ha continuado en los primeros meses de 2017. Refiriéndonos solo a las exposiciones organizadas en España citaremos las promovidas por el Ayuntamiento de Madrid, Carlos III y el Madrid de las Luces; la Comuni-dad de Madrid, Una corte para el rey. Carlos III y los Sitios Reales; el Museo Casa de la Moneda, Virtuti et Merito. La

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Real y Distinguida Orden española de Carlos III; el Museo Nacional de Ciencias Naturales, Una colección, un criollo erudito y un rey. Un gabinete para una monarquía ilustrada; Patrimonio Nacional, Carlos III. Majestad y ornato en los escenarios del Rey Ilustrado15, y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Carlos III y la difusión de la Anti-güedad. Específicamente Acción Cultural Española - AC/E ha organizado la muestra Carlos III: proyección exterior y científica de un reinado ilustrado que aquí se comenta.

A estas iniciativas hay que sumar, entre otras, las desarro-lladas por la Real Academia de la Historia, la Casa de Amé-rica o el Museo Nacional del Prado. Todas animadas por un propósito común: abrir a la sociedad una ventana a la historia de un reinado que supuso un esfuerzo de apertura, moder-nización y progreso de la España peninsular y ultramarina.

No resulta complicado tender un puente entre lo que ha significado para la historia de España el reinado de Car-los III y el sentido que Felipe VI pretende dar a la Corona en la España del siglo xxi. Estabilidad, orden institucional, articulación, conciliación, justicia social... son lemas de un rey contemporáneo, que en su despacho de trabajo del Pa-lacio de la Zarzuela tiene como referente y punto de mira a Carlos III, presente en un conocido retrato pintado por Anton Rafael Mengs.

El Mensaje de Su Majestad el Rey en su Proclamación ante las Cortes Generales, de 19 de junio de 2014, señala la hoja de ruta de su reinado, de alguna manera una refor-mulación, adaptada al tiempo presente, de principios que consideramos actualizan en nuestros días algunos de los del reinado de Carlos III:

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«Trabajemos todos juntos [...], cada uno con su propia personalidad y enriqueciendo la colectiva; hagámoslo con lealtad, en torno a los nuevos objetivos comunes que nos plantea el siglo xxi. Porque una nación no es solo su histo-ria, es también un proyecto integrador, sentido y compar-tido por todos, que mire hacia el futuro».16

N O T A S1 Luque Talaván, Miguel (dirección científica), Carlos III. Proyección exterior y cien-

tífica de un reinado ilustrado. Palabras preliminares de S. M. el Rey don Felipe VI, y

del ministro de Educación, Cultura y Deporte, don Íñigo Méndez de Vigo y Mon-

tojo. Madrid: Acción Cultural Exterior AC/E Palacios y Museos, 2016.2 Aguilar Piñal, Francisco, Carlos III en el recuerdo (honras fúnebres en memoria

del rey difunto). Madrid: Artes Gráficas Municipales, 1989.3 Fernán Núñez, conde de (Carlos José Gutiérrez de los Ríos), Vida de Carlos III.

Edición de Alfred Morel-Fatio y Antonio Paz y Meliá; prólogo de Juan Valera.

Madrid: Fundación Universitaria Española, 1988.4 A modo de ejemplo puede verse: Aguilar Piñal, Francisco, Bibliografía de estudios sobre

Carlos III y su época. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1988.5 Ferrer del Río, Antonio, Historia del reinado de Carlos III en España. [Madrid]:

[s.n.], 1856, 4 volúmenes. Ferrer del Río en el prólogo de esta obra da noticia

de otros autores que desde 1789 también trataron acerca del reinado carolino

(ibídem, pp. xiii y ss.).6 Aunque no podemos dejar de hacer mención a algunas de las decisiones políti-

cas más polémicas y que tuvieron importantes consecuencias como fue la de la

expulsión de la Compañía de Jesús en 1767.7 Acerca de la misma pueden verse las contribuciones de: Mano, José Manuel de la,

«Mariano Sánchez y las colecciones de “Vistas de puertos” en la España de finales

del siglo xviii», en vv.aa. I Congreso Internacional de Pintura Española del Siglo

xviii. [S.l.]: Museo del Grabado Español Contemporáneo, 1998, pp. 351-368.8 El modelo se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

(Madrid) y, siguiéndolo, se fundió en 1994 la estatua ecuestre del monarca que

hoy está colocada en la madrileña Puerta del Sol.9 Boceto para la Alegoría de la institución de la Orden de Carlos III. Vicente López

Portaña. 1827-1828. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado (Madrid).

Número de catálogo: P03804.

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10 Museo Nacional del Prado (Madrid). Número de catálogo: P07944.11 Manuel Salvador Carmona dibujó y grabó una estampa del monumento burga-

lés en 1784 (Museo Nacional del Prado. Número de catálogo: G02485).12 Iglesias Cano, Mª Carmen (condesa de Gisbert), Carlos III y la Ilustración. [Pa-

lacio de Velázquez. Madrid. Noviembre 1988-enero 1989. Palacio de Pedralbes.

Barcelona. Febrero-abril 1989]. Madrid: Ministerio de Cultura, Comisión Na-

cional Organizadora del Bicentenario Carlos III y la Ilustración (1788-1988),

1988, 2 tomos.13 Urrea, Jesús (preparación, estudio preliminar y catálogo), Itinerario italiano de

un monarca español. 1731-1759. Carlos III en Italia. [Febrero / Abril 1989]. Ma-

drid: Museo del Prado, 1989; El Quijote de Carlos III. Los tapices de la Real Fá-

brica de Nápoles. [Catálogo de exposición]. Madrid: Instituto Cervantes, 2005;

Spinosa, Nicola (comisario científico), Carlos III. Entre Nápoles y España. [Real

Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, del 29 de octubre de 2009

al 10 de enero de 2010]. Madrid: Real Academia de Bellas Artes de San Fernan-

do, 2009.14 vv.aa., La América española en la época de Carlos III. Archivo General de Indias

1785-1985. [Sevilla. Diciembre 1985-marzo 1986]. Madrid: Ministerio de Cul-

tura, Dirección General de Bellas Artes y Archivos, [1985]. Rodrigo Zarzosa, Car-

men; José Luis Jiménez Salvador (dirección científica del catálogo), Bajo la cólera

del Vesubio. Testimonios de Pompeya y Herculano en la época de Carlos III. [Museo

de Bellas Artes de Valencia, del 14 de mayo al 12 de septiembre de 2004]. Va-

lencia: Generalitat Valenciana, 2004. vv.aa., Corona y arqueología en el Siglo de

las Luces. [Exposición celebrada en el Palacio Real (Madrid), abril-julio de 2010.

Comisarios: Martín Almagro-Gorbea y Jorge Maier Allende]. Madrid: Patrimonio

Nacional, 2010.15 Con gran acierto, Patrimonio Nacional ha habilitado además un espacio dentro

del recorrido del Palacio Real, la Sala de la Corona, donde pueden verse algunos

de los símbolos nacionales: el trono de Carlos III, la corona real y el cetro de las

proclamaciones, el collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro que fue conce-

dido por Isabel II a la imagen de la madrileña Virgen de Atocha, y los discursos

de abdicación de su majestad el Rey don Juan Carlos (2 de junio de 2014) y el

Mensaje de Su Majestad el Rey en su Proclamación ante las Cortes Generales (19

de junio de 2014).16 http://www.casareal.es/ES/Actividades/Paginas/actividades_discursos_detalle.

aspx?data=5359.

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UNIR/TEATRO. La hija del Aire de Calderón de la Barca

Nueva Revista se ha hecho eco puntualmente de las acciones que la Uni-

versidad Internacional de La Rioja (unir) ha desarrollado dentro de sus

actividades de Extensión Cultural, y muy concretamente de las teatrales.

En sus páginas ha publicado los libretos de obras producidas o exhi-

bidas por unir, con profesionales de primera fila, como Tomás Moro,

una utopía, de Shakespeare y otros autores isabelinos (Núm. 146); La

sesión final de Freud, de Mark St. Germain (Núm. 152); Lágrimas sobre

el viento, a partir de la obra poética de León Felipe (Núm. 155), y La

conquista de Jerusalén por Godofre de Bullón, atribuida a Cervantes

(Núm. 158). Junto a los textos de las obras se publicaron estudios so-

bre las mismas y su puesta en escena. Con anterioridad, Nueva Revista

también ofreció una amplia información sobre los propósitos de unir en

el entorno teatral (Unir y el teatro. Núm. 143).

En el presente número, Nueva Revista ofrece la versión de la obra La

hija del aire, de Calderón de la Barca, que, en una colaboración de unir

con la Compañía Nacional de México (cnm), se representa en el Teatro

Julio Jiménez Rueda de la capital americana, dentro del Festival del Cen-

tro Histórico de la Ciudad de México, desde el 15 de abril hasta el mes

de julio, con dirección de Ignacio García y una versión de José Gabriel

López Antuñano.

No es la primera vez que unir colabora con la Compañía Nacional de Mé-

xico. En 2013 coprodujo, conjuntamente con la cnm y el Centro Dramático

Nacional (cdn) de España, la obra de José Bergamín La sangre de Antí-

gona, con dirección de Ignacio García, que más tarde se presentó en el

Teatro María Guerrero de Madrid. Con motivo del estreno mexicano, unir

organizó unas jornadas sobre «Las huellas del exilio español en México y

en España» en las que intervinieron intelectuales de ambos países.

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Tampoco es la primera vez que colaboran el director Ignacio García y el

dramaturgo López Antuñano, que presentan ahora en Nueva Revista su

trabajo en La hija del aire. Lo hicieron en el espectáculo Lágrimas sobre el

viento; en el montaje de La cisma de Inglaterra, de Calderón de la Barca,

con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y también lo harán en la pues-

ta en escena de Historia del Cerco de Lisboa, de Saramago, en el Festival

de Teatro de Almada (Portugal), el 5 de julio de este 2017.

En la actualidad, la Fundación unir promueve, además, la producción

de la obra El rufián dichoso, «comedia de santos» escrita por Cervan-

tes. La lleva a escena la Fundación Siglo de Oro, con la que unir ha co-

laborado en los montajes de Enrique VIII y Trabajos de amor perdidos,

de Shakespeare, y Mujeres y criados, de Lope de Vega. La obra de Cer-

vantes se presentará el 28 de julio en el Festival Internacional de Teatro

Clásico de Almagro, donde este verano se desarrollará el 5º Encuentro

de Crítica Teatral con el apoyo de la Fundación unir.

Precisamente en este festival se estrenó la primera producción de unir,

Tomás Moro, una utopía¸ dirigida por la británica Tamzin Towsend, que

también dirigió La sesión final de Freud, sobre el enigmático encuentro

de Freud y C. S. Lewis, espectáculo que ha sobrepasado las 280 re-

presentaciones en la sala Arapiles 16, de Madrid, sede principal de las

actividades teatrales de unir.

Así las cosas, consideramos la actividad teatral como un buen lugar de

encuentro de alumnos, profesores, amigos de unir; una universidad que

propicia, por otra parte, la formación rigurosa en el arte dramático, con el

reconocido Máster Universitario de Estudios Avanzados de Teatro.

Ignacio Amestoy,

Director de unir Teatro

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ANTECEDENTES Y ACTUACIÓN SOBRE LA HIJA DEL AIRE

José Gabriel López Antuñano

La hija del aire escrita en 1647 se inscribe en las cla-sificaciones canónicas de la obra de Calderón entre las comedias mitológicas. Diluida en este grupo, podría ca-racterizarse por el desenfado de comedias como La fiera, el rayo y la piedra, Fortunas de Andrómeda y Perseo, Celos aun del aire matan, Eco y Narciso, etc., cuando Calderón experimentaba los diseños escenográficos de Lotti y Bian-co con argumentos mitológicos; un teatro estudiado en su vertiente filológica, que no siempre valora el concepto de teatralidad, donde se inscribe cualquier obra escrita para ser representada. Orillada entre las mitológicas, durante muchos años no se ha considerado a La hija del aire como una obra importante, en la que Calderón despliega sus cualidades de profundo humanista y pensador, y su posi-ción cívica frente a los excesos de un poder real, bajo el que ciertamente se amparaba, aunque sin compartir mé-todos, procedimientos, intromisiones de validos o dejacio-nes de monarcas. Como en otras obras, Calderón en esta reflexiona sobre el poder, las incertidumbres de la existen-

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a n t e c e d e n t e s y a c t u a c i ó n s o b r e l a h i j a d e l a i r e

cia humana, la libertad y esa problemática tan querida, la oposición entre el ámbito privado y el público, entre la actuación al dictado de deseos y pasiones, frente al obrar consecuentemente con el cumplimiento de los deberes del cargo u oficio. Además, en La hija del aire el barroquis-mo especular adquiere una dimensión virtuosista que, en ocasiones y más para el espectador de hoy, puede dispersar la acción principal.

La suerte de este drama resulta desigual en la histo-ria de la escenificación. Se representó para la corte ante Felipe IV los días 13 y 16 de noviembre de 1653 en el Casón del Buen Retiro, dándose cada día una parte, por la compañía de Adriano López; en 1684 se ofrece la se-gunda representación de la que existe constancia docu-mental, también en dos jornadas por la compañía de Ma-nuel Mosquera. En el siglo xviii se escenifica al menos en cuarenta ocasiones por diversas compañías, sobre todo en los teatros de la Cruz y Príncipe de Madrid, según recoge René Andioc en Cartelera teatral madrileña del siglo xviii. No corre igual suerte en el siglo xix en España. No exis-te documentación de representación alguna y Menéndez Pelayo la descalifica con frase conclusiva: «un verdadero monstruo dramático». Solo Echegaray, próximo al siglo xx (1896), se atreve a reelaborar a su antojo la segunda parte para abundar en el juego de las transformaciones de Semí-ramis en Ninias y viceversa.

Frente al decimonónico desdén español, Alemania acoge La hija del aire con entusiasmo: Goethe la valora como un texto de primer orden; en 1825 se estrena en Berlín una refundición en cinco actos de la obra de Cal-

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j o s é g a b r i e l l ó p e z a n t u ñ a n o

derón por Ernst Raupach; Karl Leberecht Immermann la estrena en Düsseldorf en 1838, con un resumen de la parte primera y la escenificación de la segunda; y en 1875 la traducción de las dos partes de Gisbert Freiherr von Vincke se ve en los teatros alemanes. En el siglo xx, según refiere Pedraza en Semíramis, un mito en el teatro (2004), se escenifica una adaptación de la primera parte de La hija del aire a cargo de Bernt von Heisler en 1948; se re-presenta en su totalidad en 1958 en el Nationaltheater de Mannheim; y en 1992, Hans Günter Heyme estrena en la Schauspielhaus de Essen la versión reducida, conden-sada y focalizada en la segunda parte de Hans Magnus Ensensberger, texto adaptado que servirá de pauta a Jorge Lavelli en 2004, cuando remonta esta obra en el Teatro San Martín de Buenos Aires, con actores argentinos y Blanca Portillo (en ese mismo año pudo verse en el Teatro Español de Madrid). Remontan la versión de Ensensber-ger el Statstheater de Maguncia (2000) y Frank Castorf en el Burgtheater de Viena, filtrada por su peculiar imagi-nario, consiguiendo mantenerse en repertorio y con gran éxito durante toda la temporada.

De vuelta a España las sombras del xix se ciernen so-bre el siglo xx, en escenificaciones y manuales (algunos de referencia ni la citan). Despierta interés entre Alberti y Bergamín en torno a 1927, y Valbuena Prat en 1941 y Valbuena Briones la pondrán en valor. En el ámbito inglés suscita el interés de Alexander Parquer («obra maestra de Calderón»), es estudiada a fondo por Gwynne Edwars y en ese ámbito universitario por Ruiz Ramón, que llamará la atención sobre esta pieza en el tricentenario de la muerte

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a n t e c e d e n t e s y a c t u a c i ó n s o b r e l a h i j a d e l a i r e

de Calderón (1981), celebrado con entusiasmo en Espa-ña. Publica una edición crítica en 1996.

Ruiz Ramón incitó a la representación de La hija del aire al Centro Dramático Nacional: estrenada en Sevi-lla durante 1981, fue repuesta en el María Guerrero de Madrid. La puesta en escena la firmó Lluís Pasqual con escenografía de Fabià Puigserver, protagonizada por Ana Belén y Carlos Lemos al frente de un extenso reparto, con una versión que resumía la primera parte, con hincapié en la ambición de Semíramis, para extenderse en la se-gunda con la mirada puesta en el ejercicio del poder de la madre y su hijo Ninias, y la eliminación de la última escena, la restitución del poder a Ninias, una vez muer-ta en batalla su madre, con una versión próxima a la de Ensensberger. La siguiente versión que se ve en España (2004), corresponde a Jorge Lavelli, que se centraba más en el juego barroco de parecidos entre Semíramis y Ninias y las diferentes fluctuaciones de poder en el reino, el de-curso de escenas galantes y la guerra entre Siria y Libia, con la muerte de Semíramis. Un montaje bien concebido, que servía para lucimiento (y reconocimiento) de Blanca Portillo, que realizaba una excelente interpretación.

Ya en la segunda década del siglo xxi, la Compañía Na-cional de Teatro de México (cntm) acogió con entusias-mo la propuesta que realizó el director de escena, Ignacio García, para estrenar este título de Calderón sin escati-mar actores de contrastada valía para conformar el elenco. Como en otros trabajos con Ignacio García, después de leer y releer el texto, le pregunté qué quería contar en la escenificación (el llamado núcleo de convicción dramá-

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j o s é g a b r i e l l ó p e z a n t u ñ a n o

tica); me habló del abuso del poder de los gobernantes, cuando supeditan el bien común a la ambición personal. Este tema se encuentra en La hija del aire, pero junto a él hay otros motivos (elemento menor que configura otro tema, ajeno y relacionado a un tiempo con el principal, aunque de menor importancia que este, al decir de Ce-sare Segre —los mal llamados temas secundarios—) que no se podían perder, como el libre albedrío en relación a cuestiones existenciales, la preminencia de ambiciones privadas sobre el interés general como manifestación de egoísmo y reduccionismo vital, el pueblo como víctima por los desmanes del poder, el barroquismo especular de Cal-derón, etc. Los casi siete mil versos de este drama, donde el dramaturgo incluye subtramas relacionadas, dan para desarrollar estos y otros temas, además de jugar con el tra-vestimento actoral; es decir, con el virtuosismo del intér-prete para incorporar a dos personajes (madre e hijo de los que Calderón dice que tienen un parecido de «un huevo a otro huevo» y con los que el dramaturgo desarrolla al máximo ese juego de espejos), que encarnan dos maneras contrapuestas de ejercer el poder.

El trabajo de intervención del texto para priorizar tema y motivos, reducir escenas, simplificar referencias geográfi-cas, mitológicas o conceptuales, disminuir la duración de la obra, siempre con la intención de que el lenguaje de Calde-rón no perdiera pujanza, cuestión que ha resultado ardua. Las versiones entre el director y el dramaturgista han sido bastantes, más de las habituales, para dar forma a un texto que necesita de su reducción y clarificación para el espec-tador de hoy. No puedo dejar de mencionar en este comen-

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a n t e c e d e n t e s y a c t u a c i ó n s o b r e l a h i j a d e l a i r e

tario, la profesionalidad, interés y sensibilidad del elenco de actores que en los primeros trabajos de mesa y luego durante el tiempo de reposo entre estos y los primeros en-sayos nos hicieron llegar sugerencias y propuestas para in-corporar a la versión definitiva.

No hay espacio para detallar el trabajo, pero sí quería indicar algunos de los objetivos dramaturgísticos: respetar al máximo la parte primera del texto original, sin cuya in-formación la obra, en mi opinión, se queda coja (en esta versión ocupa algo más de un tercio aproximadamente), porque sin la información de la parte primera La hija del aire se reduce a un juego que carece de los antecedentes para la compresión de la totalidad de la propuesta calde-roniana; modificar estructuras del drama más que len-guaje, como modo de acercar el dinamismo de la acción dramática al espectador; convertir los largos parlamentos explicativos en ágiles diálogos para no detener el progreso, ni disminuir la tensión dramática; prolongar o anticipar la presencia de personajes de la primera en la segunda parte y viceversa en aras a lograr mayor unidad; recuperar ese halo oracular que entronca La hija del aire con otros textos de Calderón, como La vida es sueño; rescatar algunos textos referenciales que Virués escribió en La gran Semíramis en torno a 1580; destacar el albedrío ¿libre o esclavo? como Calderón le hace preguntarse a Semíramis; marcar dife-rentes formas de poder ejercidas de espaldas al pueblo, por la reina, el hijo y Menón, esposo de Semíramis y padre de Ninias, cuestión esta que evita un maniqueísmo, au-sente en Calderón pero sí en otras versiones, que enfrenta la maldad de la madre a la bondad del hijo; resolver con

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j o s é g a b r i e l l ó p e z a n t u ñ a n o

direccionalidad hacia los espectadores algunos monólogos de Semíramis, Chato o Lisías, en un intento distanciador y de ruptura con la empatía, para proponer una reflexión al público; redimensionar al gracioso Chato, para que ejerza de alter ego de sus señores, como sugiere el propio drama-turgo, al Soldado que siempre es en Calderón el impulsor de la rebelión y la víctima de la misma, y a Friso y Flora que muestran su extrañeza con cuanto ocurre en la cor-te mientras Ninias reina; acentuar las dudas existenciales que acongojan a Semíramis o Arsidas/Lidoro; concentrar y resumir las escenas amorosas para que expliquen y dis-tiendan, sin distraer; abrir un portillo a la esperanza con un final que no revelo, pero que contiene la penúltima escena de Calderón y última nuestra; gozar con esas magnas for-mas estróficas de Calderón (octavas reales, silvas soneto) y con las bellas figuras retóricas que amplían con su colora-ción el significado de las palabras.

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LA HIJA DEL AIRE

de Pedro Calderón de la Barca

Ignacio García

La hija del aire (1653) es un drama histórico con elemen-tos de tragedia mitológica, escrita en dos partes (de tres jornadas cada una, con una longitud importante en su ori-ginal), que narra la historia de Semíramis, reina de Asiria y fundadora de Babilonia. La peripecia entera del texto gira en torno a ese legendario e imponente personaje, una mujer seductora, astuta y guerrera que transcurre toda su existencia bajo el signo de la violencia, desde su nacimien-to sangriento en el que muere su madre, que había sido violada por su padre al que esta después ejecutó, hasta su muerte producida en medio de una cruenta batalla con una flecha perdida lanzada por la diosa Diana.

Con este personaje tan rico y poderoso Calderón cons-truye un largo y complejo relato en el que con sus diferen-tes etapas y la relación con el poder de Semíramis en cada una de ellas encadena una sucesión de metáforas sobre el ejercicio del gobierno. El destierro, la prisión, el aca-paramiento, la manipulación, la usurpación y la defensa bélica son algunas de las caras que adquiere esa relación siempre enfermiza con el poder. A través de ese personaje

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y su peripecia, rodeada de la corte siria que le acompa-ña, Calderón reflexiona sobre los excesos que cometen los gobernantes cuando los intereses o impulsos personales prevalecen ante el bien general, y sobre la legitimidad de diferentes modelos de gobierno que van desde la tiranía personalista al populismo reaccionario.

El dramaturgo, cuyo vínculo con esta temática del go-bernante y su responsabilidad viene de dramas anteriores como La cisma de Inglaterra, La vida es sueño o El alcalde de Zalamea, mantiene en La hija del aire esa mirada haciéndola más compleja al introducir un elemento de dualidad o con-fusión, una madre y su hijo, reyes ambos del mismo país, que se parecen tanto que pueden ser confundidos a pesar de representar posiciones completamente diferentes en el ejer-cicio del poder, confundiendo a sus asesores, a los generales, a los ciudadanos, y por supuesto, durante la representación, hasta a los mismos espectadores. Al final de la obra Chato, el gracioso visionario, comenta que es tan malo el uno como la otra, y que los peligros del gobierno son similares en quien desoye al pueblo que en quien lo escucha demasiado, desde la debilidad, y trata de agradar a todos de manera arbitraria.

Podemos decir que la reflexión sobre la verdad y la ilu-sión, sobre la esencia y la apariencia, sobre la realidad y su imagen, tan propia del barroco y tan sofisticadamente desa-rrollada por Calderón en toda su obra, aparece con una enor-me fuerza en cada verso de La hija del aire, como también aparecen el libre albedrío y los límites de la libertad del ser humano (incluso alguien tan condicionado humana, política y astrológicamente como Semíramis tiene la posibilidad de elegir qué hacer y qué no hacer en cada circunstancia según

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l a h i j a d e l a i r e d e p e d r o c a l d e r ó n d e l a b a r c a

Calderón), la lealtad de quienes asesoran a los gobernantes, la guerra como el más horrible y nefasto de los medios para resolver los problemas entre los hombres y las naciones, la imposibilidad de rebelarse contra el destino o controlarlo, o la complejidad de las relaciones afectivas entre los seres humanos (madres e hijos, amantes o súbditos).

El ser humano se encuentra, como siempre en Calde-rón, frente al enorme dilema moral de cómo obrar frente a hechos extremos; en el caso de La hija del aire, la usurpa-ción del poder, la manipulación del pueblo y el secuestro de la soberanía popular que conduce a toda una población a las desoladoras consecuencias de una guerra. El drama-turgo no da más respuestas que la necesidad de pregun-tarnos una y otra vez a nosotros mismos qué debemos ha-cer para convertir el mundo en un lugar de justicia y bien, antes de ensuciarlo con la ambición, la depravación y la injusticia que lo asolan una y otra vez.

E L T R A B A J O D E C O N S T R U C C I Ó N D E L D I S C U R S O

T E A T R A L Y A C T O R A L D E L A H I J A D E L A I R E

Poner en escena un texto del siglo de oro en general, y un drama calderoniano en particular, supone un desafío en el que se combinan los elementos formales del verso y los im-pulsos teatrales en un delicado y complejo equilibrio entre forma y fondo. Las propuestas en muchos países, y en Mé-xico en particular, donde se ha llevado a cabo esta puesta en escena, van desde el formalismo obsesivo decimonónico basado en una supuesta manera de decir, a la eliminación de cualquier regla versal para convertir el texto en prosa. Nuestra idea es extraer todo el contenido semántico y poé-

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tico del texto, exprimir las ideas calderonianas en toda su profundidad, pero haciendo el verso claro y cristalino, va-lorando la oralidad por encima de la rigidez formal, y ensal-zando la elocuencia, la capacidad de transmitir conceptos y emociones de una manera precisa por encima de todo.

Es imposible poner en escena un texto de Calderón sin llevar a cabo de una manera más escolástica o más empírica un taller sobre el sentido profundo de cada metáfora, sobre el significado exacto y concreto de cada idea y sobre el valor también del sonido del propio verso, de las palabras, los versos y las estrofas entendidas como una partitura musi-cal. Cada idea calderoniana suena de una manera diferen-te, y solamente gracias al cuidado de ese sonido, ese ritmo, ese color y esa percusión en sus consonantes y sonoridad en sus vocales es capaz de «hacernos ver» las ideas que ella contiene, no solo porque nuestro cerebro entiende su senti-do, sino porque recibimos un tono, una palabra, una melo-día que contiene el sentido y el punto de vista del personaje sobre esa idea, su opinión. El verso calderoniano es una opinión, moral y filosófica, poética y metafísica, del mundo, y el actor debe aprender las reglas de la retórica del poeta para ser capaz de traducirlo en materia escénica. El trabajo en este montaje partió de la profundización en estas ideas.

Por este motivo propusimos que el trabajo de training o de preparación del actor fuera un proceso más complejo que la dinámica normal de ensayos de una compañía y que contuviera un taller específico en el que el dramaturgista adaptador y el director de escena trabajaran con los acto-res para desentrañar el sentido del texto, desde la lectura general de la historia y su significado hasta el trabajo espe-

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l a h i j a d e l a i r e d e p e d r o c a l d e r ó n d e l a b a r c a

cífico del ritmo, de las pausas versales o de las diferentes inflexiones tonales o melódicas que modifican el sentido específico de una frase, el punto de vista de un personaje sobre ella o la caracterización del propio personaje.

La experiencia de otros trabajos anteriores sobre Calderón nos demuestra la eficacia de este trabajo realizado antes de que el actor memorice el texto, de modo que la aprehensión del texto conlleve su sentido, la opinión del personaje sobre el mismo y los elementos sonoros y rítmicos fundamentales de las palabras. Leer y comprender, hablar y transmitir, en lo concreto y específico de cada situación, convertir el verso de Calderón no en un artificio del dramaturgo sino en una ne-cesidad del personaje, en el presente, en el «aquí y ahora» de cada situación dramática y cada conflicto, es lo que permite que sus dramas mantengan su vigencia y su fuerza. Esa es la esencia del trabajo de preparación. Solamente de esta mane-ra se puede construir desde la teatralidad de hoy un discurso coherente con el texto y al mismo tiempo ambicioso en su lectura actual, sabiendo que el Calderón que más tiene que decirnos hoy en día reside en su universalidad y la fuerza de su discurso ideológico, filosófico y humanista.

L A P R O P U E S T A D E E S C E N I F I C A C I Ó N D E

L A H I J A D E L A I R E Y S U L E C T U R A C O N T E M P O R Á N E A

Pues sea verdad o sueño, obrar bien es lo que importa.

Pedro Calderón de la Barca es la cumbre literaria del si-glo de oro español por una combinación perfecta entre la

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dosis ideológica y filosófica de sus obras, siempre relatada desde apasionantes historias humanamente muy comple-jas, y la perfección formal de sus versos, adecuados quirúr-gicamente en cada caso a la situación teatral con la elec-ción de la estrofa, la rima y la palabra. Si en algo destaca la figura del dramaturgo madrileño y se erige en un titán teatral es en su condición de humanista, de entendedor y transmisor de la esencia de la condición humana a lo largo de los tiempos, condición que no ha cambiado.

Ese es el motivo por el que los dramas calderonianos con-servan una vigencia tan poderosa, porque la esencia del hom-bre, de su miseria y su ambición a su grandeza, de su capa-cidad de empatía y de compasión, no ha cambiado en siglos, y probablemente no cambie a pesar de los grandes avances científicos y tecnológicos del tiempo que vivimos. El huma-nismo de Calderón es metafísico y moral al mismo tiempo, nos obliga a pensar sobre lo que somos y a decidir qué hacer frente a los acontecimientos que nos rodean, y es activo y dinámico en su teatralidad. El hombre no es un sujeto de estudio pasivo, el hombre es quien convierte el mundo en una prisión o en un campo de batalla con sus actos, aunque también tiene entre sus potencias la de romper las cadenas de la esclavitud o la de extender la paz. El hombre elige en sus circunstancias y debe ser responsable de sus elecciones. Incluso quien nace en la violencia absoluta, con los vaticinios más funestos y las justificaciones más aberrantes para defen-der su conducta tiránica, incluso ese ser humano puede ele-gir si obrar bien o mal, si construir o aniquilar. Ese es el desa-fío ante el que siempre sitúa el poeta a sus criaturas, ya que nada les exime de su responsabilidad ante sus propios actos.

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Calderón elige en La hija del aire un tiempo histórico le-jano, que se hunde en la noche de los tiempos, una metáfora muy distante y exótica en su ubicación espacio-temporal, pero en la que se puede mover libremente para la construc-ción de su discurso. La leyenda de Semíramis y su corte puede ser cualquier reino totalitario y personalista, cualquier régimen absolutista en el que el acaparamiento del poder conduce a una sociedad hacia su destrucción. Esa destruc-ción, sea por el destierro a la áspera cárcel aislada del inicio de la primera parte, sea por la desolación del campo de ba-talla del final de la segunda, será uno de los elementos clave de la poética visual del espectáculo. La batalla, la barbarie, la destrucción, el polvo de los desiertos simbolizan una cos-tra de culpa y dolor que elimina la identidad individual y so-cial, hasta arrancarles su esencia humana y sus diferencias.

Esa identidad borrada, ese espacio desdibujado por la usurpación, el abuso de poder y el aniquilamiento del ene-migo, hacen del universo calderoniano un lugar que perte-nece a todos los tiempos y todos los espacios. El polvo que cubre Babilonia es el que cubre cualquier tierra bombar-deada, las ruinas de sus ciudades y campos arrasados por la guerra son todas las ruinas de todas las guerras. El hom-bre aniquilado en su expresión y su identidad por la bar-barie y la injusticia es siempre el mismo que se encuentra una y otra vez a lo largo de los siglos. Como decía Erasmo de Rotterdam, de quien Calderón hereda el pensamiento humanista, Dulce Bellum inexpertis, la guerra solamente puede ser hermosa para quien no la ha vivido nunca, no para quien la vence, la pierde, la sufre, la admite, y mucho menos para quien la provoca.

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LA HIJA DEL AIRE

AUTOR

Calderón de la Barca

VERSIÓN Y DRAMATURGIA

José Gabriel López Antuñano

DIRECTOR

Ignacio García

DRAMATIS PERSONAE

ORÁCULO, Rosenda MonterosMENÓN, Eduardo García CandásLISÍAS, Óscar NarváezNINO, Andrés WeissARSIDAS / LIDORO, Enrique ArreolaCHATO, Marco Antonio GarcíaSEMÍRAMIS / NINIAS, Érika de la LlaveIRENE, Ana Isabel EsqueiraANTEO, Rodrigo AlonsoSOLDADO, David CalderónASTREA, Paulina TreviñoLIBIA, Paola LoayzaFLORA, Laura PadillaIRÁN, Misha AriasLICAS, Rodrigo VázquezFRISO, Antonio Rojas

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ACTO PRIMERO

PRÓLOGO

ORÁCULO y SEMÍRAMIS.

ORÁCULO: Si a cualquier hombre dijesen: “Alguna fiera inhumana te dará muerte” ¿escogiera buen remedio en despertallas cuando estuvieran durmiendo? Si dijeran: “esta espada que traes ceñida ha de ser quien te dé la muerte?”; vana diligencia de evitarlo fuera entonces desnudarla y ponérsela a los pechos. Si dijesen: “Golfos de agua han de ser tu sepultura en monumentos de plata”; mal hiciera en darse al mar, cuando soberbio levanta rizados montes de nieve, de cristal crespas montañas. Lo mismo te ha sucedido que a quien, porque le amenaza una fiera, la despierta; que a quien, temiendo una espada, la desnuda; y que a quien mueve las ondas de una borrasca; la fortuna no se vence con injusticia y venganza, porque antes se incita más; y así, quien vencer aguarda a su fortuna, ha de ser con prudencia y con templanza.1

Se oyen golpes y dice SEMÍRAMIS dentro

SEMÍRAMIS: ¡Ay, infelice de mí! ¡Oh cielos! Cese este horror. ¡Quien seas! Abre esta puerta, o a manos de mi furor, muerte me daré yo misma. En esta cárcel estoy, desde que nací: ¿por qué?

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ORÁCULO: Yo te anuncié ser horror del mundo, y que por ti habría, en cuanto ilumina el sol, tragedias, muertes, insultos, ira, llanto y confusión. Así te anuncié que a un rey glorioso, con cruel amor le tendrías y que al fin le mataras sin honor.

SEMÍRAMIS: ¿Fantasmas, sueños, verdades? ¿Qué importa que mi ambición digan que ha de despeñarme del lugar más superior, si para vencerla a ella tengo entendimiento yo?

ORÁCULO: ¿Olvidas tu nacimiento de espanto, asombro y horror?

SEMÍRAMIS: De una especie de bastardo amor, de amor mal nacido, fui concepto. ¿Cuál será mi fin, si este es mi principio? Mi madre, temiendo más su opinión que su peligro, sola al monte se salió, y en el más hondo retiro pidió ayuda, que al parto vino tarde, o nunca vino; pues víbora humana yo, rompí aquel seno nativo, costándole al cielo ya mi vida un cruel homicidio. A los últimos alientos de mi madre, a mis quejidos acudieron cuantas fieras contiene el monte en su asilo, y cuantas aves el viento; pero con fines distintos: Las fieras guardarme quieren en sus grandes vientres vivos. Las aves me dan refugio trayéndome a aqueste sitio. Así, en aquesta prisión tantos años he vivido

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sin que sepa más que aquello que el ave enseñarme quiso; y como en la lengua siria, quien dijo pájaro, dijo Semíramis, este nombre me puso, por haber sido hija del aire y las aves que son los tutores míos.

Campo de Ascalón.

NINO, MENÓN, ARSIDAS / LIDORO, IRENE, FLORA, LIBIA, LISÍAS, LICAS y FRISO.

NINO: Alzad todos del suelo. Lisías, os estimo el noble celo con que Ascalón recibe mi persona.

LISÍAS: Vuestra grandeza mi humildad abona.

NINO: Nino de Siria, el más afortunado, a Lidoro, en suerte desdichado, por aquestos estragos de la guerra, de Lidia expulsa, de su propia tierra, puesto que ya mi gente las fértiles provincias del oriente discurrió numerosa, con tan grandes conquistas vitoriosa, turbando el mar, fatigando la tierra. Ya a la gozosa paz ceda la guerra. Desde hoy vivir en ella determino, en la ciudad que, de mi nombre, Nino, Nínive se ha llamado, a quien yo con grandeza he edificado. Tú, Menón, que valiente los sagrados laureles de mi frente tanto has facilitado, que a ti el mirarme de ellos coronado confesaré que debo, si bien, bien a pagártelo me atrevo, hoy con la gente en Ascalón te queda, donde a tu orden defenderse pueda. De Ascalón eres dueño, aunque triunfo pequeño a tus grandes servicios. Pero estos no son premios, son indicios de mi amor; no te ofrezcas

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a mis pies, ni esto poco me agradezcas, que yo con la divina y soberana beldad de Irene, mi gallarda hermana, ir a Nínive quiero; en ella, pues, te espero, para partir contigo mi cetro y mi corona. El sol testigo será de una privanza a quien nunca se siga la mudanza. Friso, Licas, valientes generales de Nínive sean hombres principales.

MENÓN: Invictísimo joven, cuya frente no solo de los rayos del Oriente inmortal se corona, sino de zona trascendiendo en zona, de hemisferio pasando en hemisferio, hasta el ocaso extenderá su imperio.

NINO: Dame, Menón, tus brazos, y cree que aquestos lazos nudo serán tan fuerte que solo le desate...

MENÓN: ¿Quién?

NINO: La muerte.

IRENE: De mil contentos llena, no a dar, a recibir la enhorabuena me ofrezco yo, Menón, porque a ninguna persona toca más vuestra fortuna.

MENÓN: Dadme a besar la mano, si merezco favor tan soberano en esta despedida.

IRENE: La mano no, los brazos y aun la vida.

LISÍAS: La merced que os ha hecho el Rey, Menón invicto, ya mi pecho Vanse todos menos NINO, por propia reconoce; IRENE y ARSIDAS. largas edades vuestra edad la goce.

Palacio de Nínive.

IRENE: Dame, gran señor, tu mano.

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NINO: ¡Oh, Irene divina y bella! Bien este favor merece mi amor.

IRENE: No me lo agradezcas, que una pretensión me trae.

NINO: ¿Qué habrá que negarte pueda? Sin saberla, la concedo; di ahora, pues.

IRENE: Ya te acuerdas que en la batalla de Lidia quedé en el campo por muerta; que me dio vida un soldado y me llevó hasta mi tienda. Pues este soldado ahora servirte, señor, intenta en la Corte, y pretende que un gran honor le concedas.

NINO: Dile al valiente soldado que a Nino anuncie quién sea, y, conforme a su persona, oficio en mi casa tenga.

ARSIDAS: Después de haber gran rato caminado, cuando lejos del campo estar juzgaba, viendo el bruto del peso fatigado... —pues ¿cómo no si a todo me llevaba?— de una áspera montaña en lo intrincado me apeo, y en un tronco que allí estaba le arriendo, pues al ver su furia inmensa, no es poco don el ocio en recompensa. Arrójome en el suelo y, suspirando, que es el mejor idioma de la queja, cerca de mí, la estancia examinando, oigo una voz que mísera se queja. Por entre la espesura caminando voy, por si acaso descubrirse deja, y un bulto veo agonizando en una maleza, a los cambiantes de la luna. Acércome con ánimo piadoso casi ya en mis desdichas consolado; que un desdichado juzgo que es dichoso en hallando otro que es más desdichado.

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Ella, con un suspiro lastimoso, al verme, dijo, “Pues llegáis, soldado, a socorrerme con piedad humana, sabed que Irene soy, de Nino hermana. En este último encuentro mi caballo perdí, y como la noche oscura y fría cerró, sola y herida y a pie me hallo, sin gente, sin favor, sin compañía”. En mis hombros la puse al escuchallo, sin acordarme de la pena mía, y piadoso con ella, cruel conmigo, en el cuartel me entré de mi enemigo. Vila a la luz, y vi de su hermosura el milagro mayor, y en un instante su beldad adoré; mas ¡qué locura el día que fui pobre ser amante! Pero como la vi en la noche oscura, jurisdicción de estrellas, no te espante que a amarla me obligase y a querella, pues a todo presente está mi estrella.

NINO: Este relato tuyo he admirado por el arrojo puesto en pos de ella. Si en la Corte servir quieres confiado al servicio de Siria y nuestra estrella, yo le concederé al valor mostrado que acompañes a Irene, la más bella. Tu arrojo le entregó una nueva vida y Nínive lo paga agradecida. Vanse.

Monte de Ascalón.

Salen MENÓN y LISÍAS.

MENÓN: De todas cuantas grandezas que en esta provincia has dicho, esta que buscando vengo solamente es la que admiro.

LISÍAS: Yace, señor, en la falda de aquel eminente risco, una laguna, pedazo de océano oscurecido. De estotra parte del lago hay un rústico edificio, que el viejo Chato custodia

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porque nadie en este sitio ni examinase ni viese lo que en él está escondido. Con esto, y con añadirse a esto que algunos vecinos de estos montes, que tal vez se hallaron en él perdidos, han escuchado en las peñas mil veces roncos gemidos, lamentos desesperados y lastimosos suspiros, ha crecido en todos tanto el pavor, que nadie ha habido que se atreva a examinar la causa; y así, te pido te vuelvas, señor, sin que profanes los vaticinios.

MENÓN: De estas peñas y estos ramos; no temas, pues vas conmigo.

LISÍAS: No temo yo, más recelo, y no sé bien el camino.

MENÓN: Al más experto en el monte, Lisías, que llames, digo.

LISÍAS: Muchas gentes de Ascalón dicen que Chato lo ha sido por haberse en él criado.

MENÓN: ¡Llega, Chato! Sale CHATO

CHATO: ¿Qué hay, amigo?

MENÓN: Dime, ¿sabes bien el monte?

CHATO: Lo supe, mas imagino que no lo sabré después que hay encantos y hay hechizos.

MENÓN: Guíame por estas peñas.

CHATO: ¡No, señor! Un desatino.

MENÓN: Sí, villano, guía presto.

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CHATO: Si ha de ser, venid conmigo, que por aquí es.

MENÓN: Nunca vi tan confuso laberinto.

SEMÍRAMIS: ¡Ay infelice de mí! Dentro SEMÍRAMIS

CHATO: ¡Ay de mí!

MENÓN: ¿No habéis oído una voz?

CHATO: ¡Pluguiera a Baco!

LISÍAS: ¡Qué temeroso suspiro!

MENÓN: Oigamos por si otra vez se oye el eco más distinto.

SEMÍRAMIS: ¡Oh monstruo de la fortuna! ¿Dónde vais sin luz ni aviso? Si el fin es morir, ¿por qué andas rodeando el camino?

LISÍAS: Mujer es la que lamenta de la fortuna.

CHATO: Un hechizo tiene que se entra en el alma.

MENÓN: ¿Con quién hablará?

SEMÍRAMIS: Contigo, contigo, fortuna, hablo.

MENÓN: Ya me equivocó el aviso.

SEMÍRAMIS: Pero no me has de vencer; que yo, con valiente brío, sabré quebrarte los ojos.

MENÓN: Sin luz quedaron los míos al oírlo; rayo fue otra voz, que mis sentidos frías cenizas ha hecho

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acá dentro de mí mismo. ¡Qué frenesí! ¡Qué locura! ¡Qué letargo! ¡Qué delirio!

LISÍAS: Vuélvete.

MENÓN: ¿Volverme yo sin haberlo todo visto? Entra en lo más intrincado.

CHATO: No puedo, porque me intrinco.

SEMÍRAMIS: ¡Ay infelice de mí! Sale SEMÍRAMIS

MENÓN: Aquí dentro es el gemido;

SEMÍRAMIS: ¡Chato! ¿Quién viene? ¿Quién llama?

MENÓN: Mejor dijera divino monstruo, pues truecas las señas de lo rústico en lo lindo, de lo bárbaro en lo hermoso, de lo inculto en lo pulido, lo silvestre en lo labrado, lo miserable en lo rico.

SEMÍRAMIS: No menos me admira a mí confundir, cuando te admiro, las equivocadas señas de lo piadoso y lo altivo, de lo gallardo y lo fuerte, de lo amable y de lo esquivo.

MENÓN: Palabra de ser tu esposo te ofrezco; con que no alcanza mi fe más que la esperanza de que seré tan dichoso. Con este estado amoroso hoy a la Corte me voy, que vasallo del rey soy y no puedo estar casado si a Nino no le persuado, que en tu beldad firme estoy. Y yo quiero encarecer mis afectos, y no más, que dueño, mi bien, serás,

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llegando mi esposa a ser, de alma, vida, honor y ser; que mal hoy de tu lealtad, para mi seguridad, yo, dulce beldad, pretendo tener las llaves, teniendo tú las de mi libertad.

SEMÍRAMIS: Pues que tú gallardo joven esta cárcel has rompido que fue mi centro, te ruego que allá me lleves contigo. Porque si hoy la ocasión pierdo de verme libre, mi brío desesperado sabrá darse la muerte a sí mismo.

MENÓN: Alza criatura bella que he de llevarte conmigo donde tu hermosura sea admirada. Chato, amigo tráela a palacio.

SEMÍRAMIS: Adiós tenebroso centro mío que voy a ser racional ya que hasta aquí bruto he sido.

LISÍAS: Ya, señor, la gente espera que con vos hemos venido. Vanse LISÍAS, MENÓN y CHATO.

SEMÍRAMIS: Grande pensamiento mío, ya estamos solos los dos, hablemos claro yo y vos, pues solo de vos confío. Mi albedrío, ¿es albedrío libre o esclavo? ¿Qué acción, qué dominio, elección tiene sobre mi fortuna, que solo me saca de una para darme otra prisión? Vase SEMÍRAMIS.

Palacio de Nínive.

Salen NINO, MENÓN e IRENE. Y luego SEMÍRAMIS, LISÍAS y CHATO.

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MENÓN: Hasta llegar a tus plantas, que son mi centro y mi esfera, violento diré que estuve.

NINO: Con bien, noble Menón, vengas; alza del suelo; a mis brazos que son centro tuyo, llega. Y dime, ¿Ascalón no es una provincia muy bella?

MENÓN: Es dádiva de tu mano; mas un tesoro en ella he descubierto, que a ti traición negártelo fuera.

NINO: ¿Qué tesoro?

MENÓN: Una mujer prodigiosa, que quisiera me la dieras por esposa.

NINO: Atesora gran belleza.

MENÓN: Estaba de toscas pieles vestida, para que hicieran lo inculto y florido a un tiempo armonía más perfecta.

NINO: No sigas Menón. Bien veo. Con tino dices que es bella. El cabello tiene suelto e inunda de hermosas hebras del azabache y del oro. Confusamente se mezclan: para ser negras, muy rubias, para ser rubias, muy negras. La boca, corte del alma, donde la hermosura reina, es, y ahora digo joya de corales y de perlas. El cuello, blanca columna que este edificio sustenta, tiene de marfil al torno; de cuya hermosa materia sobró para hacer las manos, a emulación de sí mesma.

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Me arrebata y la deseo, pues la afición me despierta.

MENÓN: Pues Semíramis se llama, que quiere en la siria lengua decir la hija del aire. Este es su nombre y sus señas. Vanse NINO y MENÓN.

IRENE: ¡Qué retórico orador, qué enamorado poeta! Hizo de ti una pintura con el color de azucenas, adornada de tanto oro, tanto marfil, tantas perlas, que o yo mucho me equivoco o Nino amante os desea.

SEMÍRAMIS: ¿Qué yo sea amante de Nino en siendo Menón mi esposo?

IRENE: ¿Estás muy enamorada de él, Semíramis?

SEMÍRAMIS: Conozco que debo a Menón, señora, todas las dichas que gozo; y como de agradecida hay un término tan corto a enamorada, decir que lo estoy será forzoso; Mas yo no quisiera dueño de mí, quien vasallo es de otro.

IRENE: Pues, Semíramis escucha no ha de ser Menón tu esposo. Al rey has de obedecer y retirar de él los ojos. Vase IRENE

CHATO: Si el rey casarte mandare, con desdén ceremonioso, has de fingir que no tienes gusto a Menón como esposo; y a este harás saber que el amor trocaste en odio. Vase CHATO.

SEMÍRAMIS: Grande pensamiento mío, si estamos solos los dos,

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hablemos claro yo y vos, pues solo de vos confío. Mi albedrío, ¿es albedrío libre o esclavo? ¿Qué acción, qué dominio, o elección tiene sobre mi fortuna, que solo me saca de una para darme otra prisión? Confieso que agradecida a Menón mi voluntad está; pero ¿qué piedad debe a su valor mi vida, de un monte a otro reducida? Aunque si bien lo sospecho, si el rey me tiene en su pecho, tan grande es mi ambición de libertad, que en razón el reino me viene estrecho. Vase SEMÍRAMIS.

Salen NINO y MENÓN.

NINO: ¡Menón!

MENÓN: ¿Di?

NINO: No la alcances. Tú, detente.

MENÓN: ¿Qué me mandas?

NINO: ¿Estamos solos?

MENÓN: Testigos son los salones sin almas.

NINO: Mi amigo eres.

MENÓN: Tú mi rey.

NINO: ¿Qué me debes?

MENÓN: Honras altas.

NINO: ¿Puedo hacer por ti más?

MENÓN: No.

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NINO: ¿Tienes qué pedirme?

MENÓN: Nada.

NINO: ¿Qué harás tú por mí?

MENÓN: Mi vida pondré, señor, a tus plantas.

NINO: Menos quiero, pues porque no diga jamás la fama que Nino quitó a Menón su esposa, quiero que haga la amistad, y no el poder, una conveniencia extraña. La treta o ardid busquemos: ya que introducidos se hallan aquí rey, dama y valido, véncete tú, porque salga de andar en duelos de amor la majestad; desatada una, otra es desde hoy amarla yo y tú olvidarla.

MENÓN: Señor, vencerse a sí mismo un hombre es tan grande hazaña, que solo el que es grande puede atreverse a ejecutarla. Tú eres rey, vasallo soy.

NINO: Pues ¿qué mayor alabanza que hacer tú una acción que fuese grande para mí?

MENÓN: No se halla con tanto valor mi pecho.

NINO: Pues tú me has de dar palabra de olvidarla.

MENÓN: No podré. De morir, sí; en esa instancia te la doy; que ello está en mí, y no está en mí el olvidarla.

NINO: Pues sí olvidarla no puedes, puedes darlo a entender. Traza

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que ella entienda que la olvidas, y que mi amor no lo manda.

MENÓN: Ni aqueso puedo tampoco; que fuera acción muy villana dar yo a partido mis celos. Mediador de mis desgracias, daré a entender que la olvido, y lo haré desde mañana; mas dando a entender también que eres tú quien me lo manda.

NINO: ¿No te la puedo quitar?

MENÓN: Ya sí, señor, mas repara que esa es violencia forzosa, y esta es ruindad voluntaria. En quitármela tú, harás una tiranía; en dejarla yo, una infamia; y al contrario, tú una grandeza en no amarla, yo una fineza en quererla.

NINO: ¿Ser mi gusto no te basta?

MENÓN: No, señor.

NINO: ¡Calla, villano! ¡Desagradecido, calla! ¡Calla, ingrato! Mas yo tuve la culpa de darte tantas alas, para que al sol mismo te opongas. Pero la saña del sol, que te las crio, sabrá quitarte las alas.

MENÓN: Yo no puedo...

NINO: Yo tampoco.

MENÓN: ... ofrecer más de que...

NINO: Basta.

MENÓN: ¿Que soy tu privanza olvidas?

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NINO: Donde hay celos no hay privanza. Y puesto que esto ha de ser, yo he de decir que se haga la boda, y tú has de decir que a tu disgusto te casas, sin que a mirarla te atrevas desde este instante. Repara que te quebraré los ojos si te atreves a mirarla. Vase NINO.

MENÓN: ¿Vivo o muero? Cierto es que si viviera, este dolor, sin duda, me matara; y si muriera, es consecuencia clara que este dolor, sin duda, no sintiera. Luego vivo a sentir mi pena fiera y muero a no sentirla. ¡Oh, quién se hallara tan afecto a los dioses, que alcanzara el querer y olvidar cuando él quisiera! Privanza, honor, estado, rey y dama perdí, y solo ha llegado a consolarme que aun ha dejado qué perder mi estrella. ¿Alma no tengo? Sí; pues hoy la fama condenado de amor podrá llamarme, porque aun el alma he de perder por ella.

Salen NINO, ARSIDAS y SOLDADO.

SOLDADO: De Siria, el gobernador Dirigiéndose a NINO. de nuestra frontera, un folio al noble Menón envía y desea respuesta pronto.

NINO: A Menón no lo entreguéis. Dad la carta a Arsidas; todos los despachos por su mano lleguen a mí; que ya él solo me acierta a servir.

ARSIDAS: Tus plantas me da a besar.

MENÓN: No lo ignoro. Pues le dejas a él lo fácil, y a mí lo dificultoso.

NINO: Idos vos pronto a saber si lo es o no. Cuidadoso vos leédmela a mí.

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SOLDADO: ¿Señor?

NINO: Sácale los ojos. Vanse NINO y SOLDADO.

MENÓN: Leed; y si acaso puede un desdichado a un dichoso dar algo, sea un consejo; y es que, atento, cuerdo y pronto sirváis, sin enamoraros, porque lo perderéis todo. Vase MENÓN

ARSIDAS: Bueno es el consejo; pero ya es muy tarde cuando le oigo, pues yo solamente sirvo porque solo a Irene adoro.

“Gran señor: de Lidia los generales viendo que tú llegas hasta los umbrales sin querer la conquista de su tierra, escuadras previenen para la guerra. A Lidoro esperando sospechosos están, y yo aguardando la invasión. Pocas son las fuerzas mías si tú, señor, socorro no me envías.” Entra NINO

NINO: ¿Así termina la carta?

ARSIDAS: Nada más que esto contiene.

NINO: No me da cuidado el ver cuanto a Lidia guerra intente contra mí, cuanto pensar que Lidoro, su rey, vuelve. Por mi general te nombro, y así, a partirte resuelve a toda prisa.

ARSIDAS: Tus plantas beso humilde; que bien puedes creer, mientras yo te sirvo, que Lidoro no te ofende.

NINO: Después trataremos de esos despachos, y agora vete. Vase NINO.

ARSIDAS: ¿Quién se habrá visto jamás tan confuso y tan dudoso,

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pues vengo a ser hoy conmigo enemigo de mí propio? Desdichado y sin fortuna rey de Lidia soy, Lidoro, a quien Nino, rey de Siria, ha humillado con oprobio, pues tras la guerra quedé deshecho, vencido y roto ¿Diré al rey quién soy? No. Irene, por ti en qué empeños me pongo! Vase ARSIDAS.

Salen NINO, SEMÍRAMIS, IRENE, LIBIA y FLORA.

NINO: Bajo el cielo de esta Siria no existe ser tan dichoso: yo, que merecí adorar dos beldades en un solio, dos soles en una esfera y dos diosas en un trono. ¿Qué te parece, Semíramis enigma extraño y hermoso de la famosa ciudad de Nínive, del adorno de sus muros y sus calles, y comercio populoso?

SEMÍRAMIS: Sí he visto, señor, y tengo de decir la verdad; todo cuanto hasta ahora he visto en ella...

NINO: ¿Qué?

SEMÍRAMIS: ... me ha parecido poco; mas no me espanto, porque objeto es más anchuroso el de la imaginación que el objeto de los ojos. Imaginaba yo que eran los muros más suntüosos, los edificios más grandes, los palacios más heroicos, los templos más eminentes y todo, en fin, más famoso.

IRENE: En las entrañas nacida de un monte, en el seno bronco

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de unos peñascos crïada, ¿ánimo tan orgulloso y espíritu tan altivo engendraste?

SEMÍRAMIS: Sí; que como pude allí discurrir mucho, no me contenté con poco. En mucho estimo a Menón, Vanse IRENE, mas no habrá de ser mi esposo. LIBIA y FLORA.

Jardines del palacio de Nínive.

NINO y SEMÍRAMIS.

NINO: Semíramis.

SEMÍRAMIS: Gran señor.

NINO: ¿Hay más en que obedecerte?

SEMÍRAMIS: Mejor dirás en que honrarme.

NINO: Pues estás servida, llegue agradecido mi pecho a dar una y muchas veces los brazos por la elección que hoy en quedarte...

SEMÍRAMIS: Detente, señor, que si agradecida yo me mostré, cuando pienses que son favores de amor, más que halagarme, me ofendes.

NINO: Yo creí que eran favores hechos a mi amor haberte quedado en palacio, y ya más creeré que son desdenes. En mi poder estás hoy; yo te amo perdidamente; dejaré a tu rendimiento mi ventura.

SEMÍRAMIS: No lo intentes; que primero que de mí triunfe amor, me daré muerte.

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NINO: Te detendré yo las manos.

SEMÍRAMIS: Soltarélas yo.

NINO: Mal puedes; que las prisiones de amor no se rompen fácilmente. Yo te adoro.

SEMÍRAMIS: Tú me agravias.

NINO: Yo te estimo.

SEMÍRAMIS: Tú me ofendes.

NINO: Te vencerá mi porfía.

SEMÍRAMIS: Sabrá mi honor defenderme.

NINO: Si entre mis brazos estás, ¿de qué suerte? SEMÍRAMIS sácale la daga

SEMÍRAMIS: De esta suerte. Dándome muerte tu acero.

NINO: Prodigiosa mujer, tente; que ya en mi sangre bañado te estoy, viendo, osada y fuerte, esgrimir contra mi vida iras y rayos crüeles. ¡Mi mismo cadáver, cielos, miro en el aire aparente! ¡No me mates, no me mates!

SEMÍRAMIS: ¿Qué te acobarda? ¿Qué temes, señor, si este acero solo contra mí sus filos vuelve?

NINO: ¿Qué ilusión, qué fantasía, formada en el aire leve, de mi muerte imagen triste, ya en sombras se desvanece? No quiero favor violento de tus brazos; vuelve, vuelve ese acero a mi poder, —¡con qué temor llego a verle!—

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que mi palabra te doy que tu hermosura respete. Mas si tampoco es posible que sin ella viva y reine, haya un medio que se oponga entre gozarte y perderte.

SEMÍRAMIS: ¿Qué medio, si es imposible? Que el Cielo mi honor defiende.

NINO: El perderte como amante, pues que los dioses lo quieren, y gozarte como esposo.

SEMÍRAMIS: ¿Por qué tenaz a mí vuelves?

NINO: Mi reino te entrego todo si tu albedrío me concedes.

SEMÍRAMIS: ¿Pondrás el trono a mis pies?

NINO: Te lo ofrezco si me quieres.

SEMÍRAMIS: Hija soy del aire y él Al público mis fortunas favorece. Nino, que será mi esposo, todo el poder me concede. Si libertad me ha de dar ¿fingir amor? No me cueste. Haré, si llego a reinar, Vase, mientras que el mundo a mi nombre tiemble. entra CHATO.

CHATO: ¿Quién no dirá que mi ama siempre trajo aquel adorno? Pues yo me acuerdo de cuando eran pellejos de un lobo. Pero ¡cómo esas pellejas vemos hoy cubiertas de oro! Vase CHATO.

Descúbrese un trono, y en él sentado, NINO. Junto a élSEMÍRAMIS, IRENE, ARSIDAS y gente

NINO: ¡Viva! Y de aqueste eminente laurel ciña su arrebol, dividido de mi frente; y pues es reina del sol, reina será del oriente.

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IRENE: Del tiempo dulces engaños cuente tu posteridad con felices desengaños, de una en otra edad, por siglos, y no por años.

SEMÍRAMIS: El rendimiento y amor con que tu luz reverencio, por uno y otro favor agradézcale el silencio, que es el que sabe mejor.

NINO: Arsidas se ha comportado con Nino, como escudero. Tú a mi hermana has cortejado; yo concedo lisonjero su mano al afortunado.

IRENE: De nuevo el día nací. en que tu amor me salvó. El valor de ayer por mí en esta Corte creció. Las bodas se hagan aquí. Ruidos de tempestad y truenos

ARSIDAS: ¿Qué se nos ha hecho el sol, que de nuestra vista huye?

NINO: Semíramis, a pesar de los portentos que hoy fluyen mía eres, tu esposo soy.

SEMÍRAMIS: Yo tu esposa, aunque procure el cielo con este asombro que los agüeros me turben.

Entra el ORÁCULO.

ORÁCULO: Gran Semíramis de Siria, Al público cuyos aplausos ilustres, a par del mayor lucero, edades eternas duren. Soberbiamente ambiciosa, al que ahora te constituye reina, tú misma des muerte, y en olvido le sepultes, siendo aqueste infausto día

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universal pesadumbre de los vivientes; y en muestra de que presagios le anuncien, de cielos, astros y signos la gran monarquía deslustren.

FINAL ACTO PRIMERO

ACTO SEGUNDO

PRÓLOGO

SEMÍRAMIS: Arsidas, ya Lidoro, es rey de Lidia, áspid humano de mortal envidia, con Irene su esposa, furioso, con ejércitos me acosa, viendo que yo, por muerte de Nino, el Reino rijo, osada y fuerte. Opuesto a mis hazañas la patria toda infesta de campañas. Babilonia eminente, ciudad que yo he fundado en el Oriente espera armada a quien, altivo y loco mi valor y sus muros tiene en poco, y porque vea su ejército supremo que su venida bárbara no temo.

Palacio de Babilonia.

SEMÍRAMIS. Entran LIDORO y IRENE, quitándose la toca.

SEMÍRAMIS: ¡Exponed vuestra embajada libres los rostros del velo!

LIDORO: Ya te acuerdas de que yo, disfrazado y encubierto, por la hermosura de Irene, la que idolatro y venero, serví a Nino, esposo tuyo, que hoy, de la prisión del cuerpo su espíritu desatado, reina en más ilustre imperio.

IRENE: Nino, embarazado entonces en otros divertimientos,

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se sirvió de él en la guerra, de general le dio el puesto para el socorro de Siria.

LIDORO: ¿Quién creerá que a un mismo tiempo Arsidas contra Lidoro se viese nombrado, y siendo Lidoro y Arsidas yo, en dos contrarios opuestos, allí rey y aquí vasallo, marchase contra mí mesmo?

IRENE: El mismo día que Nino reina te juró, yo quiero acordarte de aquel día los admirables portentos, si fueron de tu reinado o vaticinios o agüeros.

LIDORO: Yo he peleado leal Siempre a Nino defendiendo y me he jugado la vida y he renunciado a mi reino a mi estirpe y a mi patria tus enemigos venciendo.

IRENE: Lidoro, en nombre de Nino, nos ha defendido, haciendo que solamente se oyese, ¡Viva Nino, que es rey nuestro!

LIDORO: De amor con la bella Irene, dispuso el protector cielo que de nuestro matrimonio naciera Irán, fuerte y bello

IRENE: Siguióse a esto hallar a Nino una mañana en su lecho, sin que antes le precediese crítico accidente, muerto. Y aun no falta alguien que diga que un homicida veneno fuese tan traidoramente depositado en su pecho.

LIDORO: Antes que Nino muriese, por seis días el gobierno

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de sus reinos, te entregó, a los alcaides que fueron a Nino leales, quitaste las plazas fuertes, poniendo leales tuyos; y así en todos los demás puestos.

SEMÍRAMIS: En cuanto a que di a mi esposo muerte, ¿no es vano argumento decir que, porque me dio antes de morir el reino por seis días, le maté? Si vivía tan sujeto, tan amante y tan rendido Nino a mi amor, ¿a qué efecto había de reinar matando, si ya reinaba viviendo?

LIDORO: También de tu tiranía es no menor argumento el ver que, teniendo un hijo de esta corona heredero, que según las gentes dicen, se te parece en extremo, sin nada de lo que es alma, en todo de lo que es cuerpo, siendo, digo, tu retrato, le crías con tal despego, que en Nínive preso vive donde de corona y cetro tiranamente le usurpas la majestad y el gobierno.

SEMÍRAMIS: Decir que a Ninias, mi hijo, de mí retirado tengo, y que, siendo mi retrato, parece que le aborrezco, es verdad lo uno y lo otro. Se me parece en el cuerpo más no parece en el alma: Es temeroso en extremo, cobarde y afeminado. Yo con valor y él con miedo, yo animosa y él cobarde, yo con brío, él sin esfuerzo. Esta es la causa por qué

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de mí apartado le tengo, y por qué del reino suyo no le doy corona y cetro.

LIDORO: De hermana de Nino esposo soy, y un heredero tengo, que aquesta corona aspira y a exigir el trono vengo.

SEMÍRAMIS: ¿Con tan engañosos cargos, vienes a ponerme pleito? Ya que no te dé a prisión, solo responderte quiero que ahora librando batalla o quedes rendido o muerto.

LIDORO: A la campaña saldré. Vanse LIDORO e IRENE.Entra LISÍAS.

SEMÍRAMIS: En la campaña te espero. Lisías trae a palacio a Ninias, como heredero Licas y Friso. ¡Soldados! Dadme ese bruñido acero, por las campiñas seguidme y a Lidoro hagamos preso. Vanse los dos.

Campo de batalla.

Salen SEMÍRAMIS, FRISO, LICAS, LIDORO, CHATO y gente.

LICAS: Seguidle, no le dejéis.

FRISO: Mía será esta victoria.

LICAS: Mía ha de ser esta gloria.

SEMÍRAMIS: Esperad, no le matéis.

FRISO: ¿Tú le defiendes?

SEMÍRAMIS: Sí, que hoy, más que muerto yo lo quiero de mis armas prisionero.

LIDORO: Rendido a tus pies estoy.

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SEMÍRAMIS: Tiranías no serán que yo en esta parte quiera, procediendo como fiera, tratarte a ti como can. Y vigilante desde hoy; que si del can es empeño el ser leal con su dueño, desde aquí tu dueño soy.

LIDORO: Es verdad; pero aunque eres tú mi dueño, y yo can sea, no es justo que en mí se vea esa lealtad que hallar quieres. Dame muerte, y no con tanto oprobio quieras que viva.

SEMÍRAMIS: Poco mi soberbia altiva se enternece de tu llanto. ¡Chato, ven!

CHATO: ¿Qué te atenaza? Aquí está Chato, señora; que para seguirte agora el temor no le embaraza de la guerra, porque ya sabía que habías de ser la que había de vencer. Con vos la Fortuna está. ¿Qué me mandas?

SEMÍRAMIS: Que del modo que alimentar, Chato, sueles mis sabuesos y lebreles trates a ese hombre. De todo su manjar ha de comer en mi zaguán han de vello cuantos pasaren, y al cuello un collar le has de poner. Y tú como él, si no le guardas, has de vivir.

CHATO: Pues si él se me quiere ir, ¿qué le tengo de hacer yo?

SEMÍRAMIS: Con aquesto, a la ciudad volvamos. Tráelo conmigo;

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que tienes de ser testigo mayor de mi vanidad.

CHATO: ¿Guardar yo, siendo esto así que en mi vida guardé un cuarto? ¡Guárdele otro! ¿No hace harto un hombre en guardarse a sí? ¡Con qué grande majestad vuelve a la ciudad, triunfante, esta altiva, esta arrogante hija de su vanidad! Ya en su palacio la espera toda la gente; yo quiero ir allá, pues de perrero La guerra ha terminado. me he convertido en perrera. Salen todos.

Palacio de Babilonia.

SEMÍRAMIS, LICAS, FRISO, LISÍAS y SOLDADO. Todos los demás personajes interpretan al pueblo que se rebela y da las VOCES.

VOCES: ¡Viva Ninias, nuestro rey! ¡Viva el sucesor de Nino!

SEMÍRAMIS: Friso. ¿Qué confusas voces son estas? ¿Qué ha sucedido? Licas, ¿qué es esto?

LICAS: No sé, porque solamente miro, desde aquestos corredores, todo el vulgo dividido ocupar calles y plazas, ya en tropas y ya en corrillos; y sin saber más, mi afecto me trajo a hablarme contigo.

VOCES: ¡Viva nuestro invicto rey!

SOLDADO: No dejemos ya regirnos de una mujer, pues tenemos príncipe tan grande.

SEMÍRAMIS: Friso, ¿qué es eso?

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FRISO: No sé, señora, porque solamente el ruido a tu presencia me trae.

SEMÍRAMIS: Ya saberlo solicito.

LISÍAS: Aguarda, detente, espera; ya traje a Ninias, tu hijo. Le dije el requerimiento; pronto se puso en camino. A Babilonia llegamos, donde el puente levadizo, viendo tu mismo retrato, nos dio paso sobre el río. Su hermosura ganó en todos un afecto tan benigno, que, no diciéndolo nadie, todos dijeron a gritos...

SOLDADO: No una mujer nos gobierne, porque aunque el cielo la hizo varonil, no es de la sangre de nuestros reyes antiguos.

SEMÍRAMIS: Desagradecido monstruo, la victoria que has tenido, ¿de que soy mujer te acuerdas, y te olvidas de mi brío?

SOLDADO: Sí, que Rey varón queremos. Habiéndole en edad visto capaz de reinar, no es justo que reines tú, que no has sido sangre ilustre y generosa de nuestros Reyes invictos.

SEMÍRAMIS: Licas, de este atrevimiento venganza a tu valor pido.

LICAS: Bien sabes de mí la fe y lealtad con que te sirvo; mas si el príncipe es, señora, de mi rey natural hijo, y tiene derecho al trono ¿quién bastará a reducirlo?

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FRISO: Yo bastaré, y de tu nombre la voz tomaré; que estimo Vanse todos, menos más el ser vasallo tuyo. FRISO y SEMÍRAMIS.

SEMÍRAMIS: Gracias te doy, mi fiel Friso; y Licas verá algún día cuánto en mi gracia ha perdido. Bien sabéis de mi valor que pudiera reduciros al yugo de mi obediencia y de esta espada a los filos; pero quiero de vosotros tomar, con mejor estilo, mejor venganza. Esta sea, pues no me habéis merecido, que me perdáis desde aquí. Ya del gobierno desisto. De vuestro cargo me aparto, de vuestro amparo me privo. La viudez que no he guardado hasta aquí por asistiros, guardaré desde hoy; y así, el más oculto retiro de este palacio será desde hoy sepulcro mío. Ningún hombre me verá A FRISO el rostro, siendo mi hijo, por serlo, de aquesta ley el principal aludido; y así, entrar no le dejéis a él, ni a nadie, a hablar conmigo. En sus manos, le decid, que el cetro y laurel altivo dejo; que dé a sus vasallos ese gusto de regirlos. Vase FRISO. Quédate, pueblo, sin mí. Al público Todos me dejad. Conmigo nadie venga. Rey tenéis; seguidle a él, a mi hijo. Vase SEMÍRAMIS.

Salen LICAS, FRISO, LISÍAS, SOLDADO, ASTREA, LIBIA y FLORA.

SOLDADO: ¡Viva nuestra libertad! ¡Viva el sucesor de Nino!

LICAS: ¿Dónde el príncipe quedó, viniéndote tú? Ahora dilo.

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LISÍAS: Viniendo a palacio ya, ante eminente obelisco, preguntó qué templo era; y habiendo entonces oído que era el sepulcro eminente de su padre, así le dijo, “Salve, depósito fiel del mejor rey que ha tenido el mundo, si amor no hubiera borrado su nombre altivo”.

ASTREA: Padre y señor, ¿de esa suerte te vas?, llévame contigo.

LICAS: Libia ¿cuándo seré feliz que merezca el amor mío la suma gloria que espero y el grande amor a que aspiro? Di el sí que de ti deseo.

LIBIA: Ya mi pecho agradecido os ama, pero es la reina la dueña de mi albedrío. Pedidme a la reina vos.

LICAS: Con esa esperanza vivo.

FRISO: Yo, hermosa, divina Astrea, tu favor no solicito para ser amado; basta el no ser aborrecido.

ASTREA: Tarde, Friso, porque en mí esos desdenes esquivos son naturaleza, y mal podéis nunca reducirlos.

VOCES: ¡Viva Ninias, nuestro rey! ¡Viva el sucesor de Nino!

LIBIA: Ya el príncipe está llegando y así, de esta cuadra idos para rendirse a sus plantas.

LICAS: Vamos, porque es justo, Friso, que al príncipe le besemos los dos la mano.

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FRISO: Yo sigo a Semíramis en todo; y así, hasta que haya sabido si en esto pude enojarla, no le veré.

LICAS: Esto es preciso, que es nuestro príncipe.

FRISO: Ella nuestra reina, a quien yo sirvo.

LICAS: Pues yo voy a verle.

FRISO: Y yo de su vista me retiro.

LIBIA: ¿Hasta cuándo, hermosa Astrea, ingrato tu pecho altivo ha de negarle al amor el tributo?

ASTREA: Bien sé y digo que es querer y a quién pretendo. Tengo más altos designios.

LIBIA: ¿Cómo?

ASTREA: Hija soy de Lisías; con Ninias, príncipe invicto, me he crïado.

LIBIA: Ya te entiendo.

ASTREA: Esperarán mis sentidos, locos de amor, a su dueño, que nunca de mí se ha ido. Vanse todos.

Salen LISÍAS, CHATO, LIDORO, FRISO, LICAS, SOLDADO y detrás NINIAS en traje de camino (en realidad, SEMÍRAMIS, vestida de hombre).

Tocan chirimías y sale todo el acompañamiento.

VOCES: ¡Ninias viva! ¡Ninias reine! ¡Viva el sucesor de Nino!

SOLDADO: Tú eres nuestro rey, y tú solamente has de regirnos.

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CHATO: Cuando niño, no era Ninias a su madre parecido tanto. Aquel rostro y este, ¿quién no dirá que es el mismo?

NINIAS: ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?

CHATO: Chato, aquel que cuando niño solías jugar con él.

NINIAS: No te he reconocido.

CHATO: Yo tampoco, porque estás a tu madre parecido más que antes; todo su rostro cortado es aqueste mismo. Lo de un huevo a otro no es nada, que hay huevos no parecidos. ¡Ella es, vestida de hombre o yo he de perder el juicio!

VOCES: ¡Viva Ninias, nuestro rey! ¡Viva el sucesor de Nino!

NINIAS: Vasallos, deudos y amigos, leal plebe, ilustre nobleza, a cuyos grandes aplausos, a cuyas raras finezas siempre agradecida el alma vivirá ufana y atenta. Ya que Semíramis quiso, mi señora y vuestra reina, que yo os gobierne y que ciña el laurel, por su obediencia aún más que por mi deseo, a todos hacer quisiera merced y pagar a todos, reconociendo la deuda en que os estoy; y así, en tanto que la ocasión se me ofrezca de honraros a todos, quiero empezar a que se vea en mis mercedes el gusto que he de tener en hacerlas. Dime, ¿quién eres?

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LIDORO: Lidoro, que general de Nino era.

NINIAS: ¿Tú eres el que a Babilonia acosaste con gran fuerza?

LIDORO: Sí, señor y tú y tu padre fuisteis causa de esta empresa mas, ya la guerra perdí y esta pesada cadena al cuello, la reina puso.

NINIAS: Libre ven a mi presencia. ¡A mi tío desatad!

CHATO: Si a Lidoro la cadena quitaba, la reina dijo castigo. Te pido prueba escrita de este mandato, para que tranquilo sea.

NINIAS: Y con una gran libranza.

LISÍAS: ¿Darle libertad? No. Piensa que es poderoso contrario, y que antes que la tenga es justo pactar con él que te ha de dar la obediencia y feudo que dio a tu padre.

NINIAS: Lisías, por tu experiencia, juez mayor te hago de Siria y gobernador en ella. Alza, Lidoro, del suelo. Levanta, a mis brazos llega; que quiero desagraviar de mi madre las ofensas. La libertad te ofrecí; pero antes que la tengas, tengo que tratar contigo; y así, de no hacer ausencia sin mi gusto, la palabra me has de dar, aunque te veas libre de aquella prisión.

LIDORO: ¿Qué importa estarlo de aquella, si con más seguridades

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me prendes, señor, en esta? No la cadena le quita al noble quien la cadena le quita; antes se la pone más fuerte, pues cosa es cierta que la de la obligación ni se lima ni se mella.

NINIAS: De paso antes me dijiste que el pretexto de la guerra que a Semíramis hacías, por mí y por mi padre era, y quiero tener mejor entendida esa materia. Mañana audiencia tendrás.

SOLDADO: Al advertir tu presencia fui primero en aclamarte rey, y a quien le debes esta majestad, que eterna goces.

NINIAS: Medio talento en las rentas que a Menón se confiscaron, quiero que de sueldo tengas. Vase SOLDADO Licas.

LICAS: Señor.

NINIAS: General eres ya de mar y tierra.

LICAS: Los pies te beso, señor, por tantas, por tan inmensas mercedes; pero, señor, de no aceptarlas licencia me has de dar.

NINIAS: ¿No es ser ingrato?

LICAS: No, gran señor, como adviertas que del mar es general Friso mi hermano, y no fuera justo que aceptara cargo que has de quitarle a él por fuerza.

NINIAS: A Friso le hará merced Semíramis, y con ella

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no habrá menester más cargos quien tiene los de la reina.

FRISO: A la majestad yo sirvo

NINIAS: Está bien. El cargo acepta, que no es bien por complacer a Friso, que a mí me ofendas.

LICAS: Yo le acepto, gran señor, porque mi hermano le tenga teniéndolo yo, pues solo depósito es mientras cesa Vanse todos, menos tu enojo y sigue el castigo. FRISO y FLORA.

FRISO: Aliado estaba con ella, pues veía en guerras civiles a Babilonia revuelta. No besé a Ninias la mano y por servir a la reina, no serví al rey, siendo así que a la que obligué se ausenta y al que ofendí se corona. Esperaré mi sentencia.

FLORA: De que aún queda un leal debo avisar a mi reina. Vanse FRISO y FLORA

Salen ASTREA y LIBIA. Luego NINIAS. Al fondo, FLORA.

ASTREA: Aquí, Libia, has de quedarte, mientras yo a su majestad llego a hablar.

LIBIA: De mi amistad sabes que puedes fïarte.

ASTREA: Avisa si alguien viniere; que no quiero que me vea nadie con él.

NINIAS: Bella Astrea.

ASTREA: Más felicidad no espere.

NINIAS: Pero ¿qué es esto? En el día que a ser más dichoso empieza,

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¿son muestras de tu tristeza parabién de mi alegría? ¿Tus lágrimas al mirar mis felicidades?

ASTREA: Sí; que haber lágrimas oí de placer y de pesar; y en mí lo he llegado a ver todo, pues cuando te adoro como rey y amante, lloro de pesar y de placer. De placer, señor, por verte dueño del mayor trofeo; de pesar, porque me veo indigna de merecerte.

NINIAS: ¿Pudiste nunca ignorar que era príncipe heredero de Siria?

ASTREA: No, y a eso quiero que responda un ejemplar. Ninguno ignora, señor, que su amigo o que su hermano es mortal: aquesto es llano; pero ninguno el rigor de serlo llega a sentir tan anticipadamente, que dé a entender que lo siente, hasta que le ve morir; porque, en fin, hasta aquel día no le pierde. Así, aunque no ignoré, gran señor, yo que mi Rey eras, no hacía tan anticipado acuerdo como el que ahora haciendo estoy; que si hoy llega el caso, hoy es el día que te pierdo.

NINIAS: No llores, mi bien, mi cielo. Mira qué pesar me das.

ASTREA: ¡Qué tarde, señor, podrás mejorar mi desconsuelo, no siendo tan necia yo,

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que no conozca, ¡ay de mí! que este día te perdí!

NINIAS: ¿Por qué, Astrea?

ASTREA: Porque no pueden dos desigualdades tales tener proporción.

NINIAS: Amor es dios, y no son distintas dificultades. Déjame entablar primero en el reino; que no ignoro de la fe con que te adoro, la verdad con que te quiero, Astrea; y cuán tuyo soy, sepa después tu amoroso pecho, pues de ser tu esposo mano y palabra te doy.

ASTREA: Y yo a tus plantas rendida, por amor y por respeto, una y mil veces la aceto con el alma y con la vida.

NINIAS ¿Qué haces?

ASTREA: Este lugar tienen por centro las glorias mías.

LIBIA: Licas, señor, y Lisías entrando a esta sala vienen.

ASTREA: Pues que yo me ausente es bien, en este mismo momento.

NINIAS: Vete, que yo el fingimiento haré con Libia también, dando a entender que ella fue con quien hablaba yo aquí.

LIBIA: Pues ¿no basta que de mí te sirvas, señor, en que te avise, sino querer que padezca agora yo malicias de lo que no he llegado a merecer?

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NINIAS: Esto importa, y no te has de ir.

LIBIA: Suéltame, señor, la mano. Advierte...

NINIAS: Porfías en vano.

LICAS: ¿Esto es mirar o morir?

LISÍAS: Señor. Fuera LISÍAS y LICAS.

LICAS: ¡Qué extraños recelos!

NINIAS: ¿Qué queréis? Salen LISÍAS y LICAS.

LISÍAS: Licas y yo venimos...

LICAS: ¿Quién jamás vio tan cara a cara sus celos?

LISÍAS: ... buscándote, porque ha habido una grande novedad.

NINIAS: El ingenio y la beldad de Libia aquí divertido me tenía. ¿Cuál ha sido esa novedad?

LISÍAS: Señor, Licas la dirá mejor, que es quien la carta ha leído.

LICAS: De Lidia un propio ha llegado, e Irán, señor, me previene, de Lidoro hijo, que viene con grande ejército armado a ponerle en libertad, cuya multitud extraña la más desierta campaña vuelve poblada ciudad.

NINIAS: ¿Qué haremos para que haya medio en tan grandes extremos? ¿No será bien que le demos libertad, y que se vaya?

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LISÍAS: En ningún tiempo, señor, te importa tenerle preso más que agora. A tanto exceso la seguridad mayor la vida suya ha de ser.

NINIAS: Dices bien, mas yo quisiera que guerra en Siria no hubiera.

LISÍAS: Pues no lo des a entender; que aunque el natural temor en todos obra igualmente, no mostrarle es ser valiente, y esto es lo que hace el valor.

NINIAS: Venid conmigo los dos; Vanse NINIAS, que los dos habéis de ser LISÍAS y ASTREA los que habéis de disponer el suceso. Libia, adiós.

LICAS: Aunque el rey me espere, hablar tengo; que celos que nacen bastardos hijos de amar, son tan vanos que se hacen en cualquier parte lugar.

LIBIA: Pues antes que me hables, deja que responda a la intención con que tu labio se queja, porque la satisfacción salga al camino a la queja.

LICAS: El rey estaba, y yo vi que tu hermosa mano aquí fue tiranamente aleve, para él áspid de nieve y de fuego para mí.

LIBIA: La razón de tus enojos no te la puedo negar; mas los celos traen anteojos de aumento con que engañar a la ambición de los ojos.

LICAS: ¿Puede ser que engaño sea lo que vi?

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LIBIA: ¿No puede ser?

LICAS: No, ni que yo te lo crea.

LIBIA: Pues si no lo has de creer, no te diré...

LICAS: ¿Qué?

LIBIA: ...que Astrea es a la que el Rey amó, que hablaba con él aquí; que como a su padre vio venir, se retiró, y yo disimulo de amor fui.

LICAS: Libia, ni verdad la creo, ni desdichada te dudo; mas solo saber deseo si lo que escuché, ser pudo más cierto que lo que veo. Aquello vi, esto escuché: luego licencia tendré de apelar a la experiencia.

LIBIA: Con gusto te escucharé. Yo te doy esa licencia.

LICAS: Me voy para no ofenderte con más celos; porque se halla mi felicidad en verte; la verdad voy a buscalla con ánimo de creerte. Vanse LICAS y LIBIA.

FLORA: Disputan vanas querellas Al público ya generales y damas y, mientras dicen aquellas, la patria está envuelta en llamas, como decían las estrellas. Vase FLORA.

Jardín del Palacio de Babilonia.

Salen FRISO y FLORA. Luego SEMÍRAMIS.

FLORA: ¡Friso! ¿Dónde marchas? ¡Friso!

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FRISO: ¿Qué escucho? ¿Tan presto empieza ya la fama a publicarle, que aun no aguarda a que suceda?

FLORA: Friso.

FRISO: Mi nombre otra vez escuché. ¿Si de mi idea fue ilusión? Nadie se mira.FLORA: Hacia aquesta parte llega.

FRISO: ¿Qué me mandas?

FLORA: ¿Estás solo?

FRISO: Sí, que nadie hay que hacer quiera compañía a un desvalido.

FLORA: Pues tomad, y sea respuesta hacer lo que se os manda, sin que ninguno lo entienda; que os va el honor y la vida.

FRISO: ¿Quién vio enigma como esta?

“Una mujer afligida, que poco a su estrella debe, de vos a fiar se atreve fama, ser, honor y vida. Y pues se fía de vos, venid a verla;

FLORA: que abierta del jardín tendréis la puerta esta noche. Guárdeos Dios.”

FRISO: ¿Qué he de hacer en el empeño de una confusión tan nueva? Mas ¿qué pregunto? La duda, ¿no es de mi valor ofensa? ¿Cómo me puedo excusar de la obligación y deuda en que una mujer me pone, diciendo que a mi nobleza ser, honor y vida fía? Y así, esta noche iré a verla;

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que, aunque no sepa quién es, que es mujer basta que sepa, y que se ampara de mí, para que arriesgue por ella también ser, honor y vida, ya que la Naturaleza les dio tales privilegios sobre las acciones nuestras; que aun primero que al amarlas, nos obliga a obedecerlas.

FLORA: Vamos Friso. Pisa apenas.

FRISO: Cuidado entre sombras tantas pondré y no toquen mis plantas las flores ni las arenas.

FLORA: No me pierdas, ven tras mí.

FRISO: Desde que al jardín llegué, desde que en su esfera entré, y desde que te seguí, grande espacio hemos andado, y no sufre el corazón padecer la dilación de tan penoso cuidado. Dime si eres quien mandó que a verte viniese aquí, y el papel me arrojó.

FLORA: Sí.

FRISO: ¿Y eres quien me llama?

FLORA: No. Vase FLORA.

FRISO: Confusa, pálida sombra, del pasmo, el susto, el pavor, madre infeliz, cuyo horror atemoriza y asombra, Di ¿dónde estoy? ¿Quién llamó y quién esta mujer fue?

SEMÍRAMIS: Yo, Friso, te lo diré.

FRISO: Pues decidme, ¿quién sois?

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SEMÍRAMIS: Yo. Estoy, Friso, arrepentida de verme, tan a costa de mi vida, en mí misma vengada, vivo, si esto es vivir, desesperada. Esta quietud me ofende, matarme aquesta soledad pretende, esta sombra me asusta, esta paz me disgusta, y este silencio, en fin, tanto me oprime que a un fatal precipicio me comprime. Yo prometí del reino hacer ausencia. Si regreso, el laurel en contingencia pondré y serán acciones viles que yo provoque, ruin, guerras civiles. Viéndote a ti más fino conmigo en la opresión de mi destino, de ti quise fiarme, de ti, Friso, valerme y ampararme.

FRISO: Tuyo soy, tuyo he sido, a tu servicio estoy ya convencido; y solo te respondo cuando a quien soy osado correspondo.

SEMÍRAMIS: Apagaré esta llama. Mis locuras aborrecen la luz y obran a oscuras.

FINAL ACTO SEGUNDO

ACTO TERCERO

El tiempo transcurrido desde el final del acto segundo es un instante. SEMÍRAMIS frente al espejo, FRISO y FLORA observan.

PRÓLOGO

SEMÍRAMIS: Mujer soy afligida pues muero sin reinar, no tengo vida. Mi ser era mi reino; sin ser estoy supuesto que no reino. Mi honor mi imperio era; sin honor ya me muero en esta esfera. Mi imperio y mi honor, mi vida y mi ser

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quiero, para dejar de padecer. Hoy yo seré ladrona de su palacio, cetro y su corona. Ninias es mi retrato, pues con sus mismas señas robar trato la majestad; que, sin piedad alguna ladrona me he de hacer de mi fortuna. A este efecto ya tengo prevenidos adornos a los suyos parecidos. Y hurtando los adornos feminiles, me he ensayado con trajes varoniles. Pues ya vencido el miedo con haberlo pensado, llegar puedo del rey al cuarto. Cuando las sombras de la noche sepultando su vida estén en el silencio mudo de su sueño, no dudo que, tapando su boca con los fáciles nudos de la toca, podrás ciego traerle donde el sol otra vez no llegue a verle, en su lugar quedando yo con mentido sexo, gobernando.

Palacio de Babilonia.

Salen LISÍAS y LICAS, mientras NINIAS duerme. Luego SEMÍRAMIS y FRISO.

LISÍAS: ¿Qué hace el Rey?

LICAS: Medio desnudo, quiso ver unos papeles, y dormido se ha quedado sobre ellos y en el tapete. No me atrevo a despertarle, por el gusto con que duerme.

LISÍAS: Bien has hecho.

LICAS: Estoy confuso, Lisías.

LISÍAS: ¿De qué?

LICAS: De verle de un ánimo tan cobarde. No sé cómo se lo enmiende.

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LISÍAS: Conferiremos los dos cómo corregirse puede este defecto, que en él ha sido natural siempre. Vanse LISÍAS y LICAS, mientras entran SEMÍRAMIS y FRISO.FRISO: Rumor ninguno se oye en todo el cuarto.

SEMÍRAMIS: Ya debe de estar dormido.

FRISO: Ahí está.

SEMÍRAMIS: Mucho extraño que le dejen tan solo.

FRISO: Pues por si acaso ha sido descuido este, y no sucede otra vez, logrémosle hoy que sucede.

SEMÍRAMIS: En un pensamiento estamos.

FRISO: Yo en todo te sigo ¿Quieres que boca y rostro le tape y a tu cuarto me le lleve?

SEMÍRAMIS: Sí; yo cuidaré esta puerta en tanto que tú lo prendes.

NINIAS: ¡Ay de mí! ¿Qué es esto?

FRISO: Es un traidor leal, que ofende a su rey con la disculpa de que a su reino obedece.

NINIAS: ¡Licas! ¡Lisías!

FRISO: ¡Infeliz! tu desdicha te condene a esta prisión de mortal, puesto que eres rey y duermes.

SEMÍRAMIS: Llévale presto a mi cuarto.

FRISO saca a NINIAS en brazos, tapado el rostro.

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FRISO: ¡Qué mal de mí te defiendes!

LICAS: Pasos y ruidos escucho. Fuera LISÍAS y LICAS.

LISÍAS: Dentro entremos.

SEMÍRAMIS: Gente viene.

LISÍAS: Cerrada la puerta está.

LICAS: ¿Quién hay dentro que la cierre? Abrir debemos y entrar a ver qué rumor es este.

SEMÍRAMIS: ¡Ay de mí! ¿Qué puedo hacer? Si me voy, y cuando lleguen no hallan a nadie, es hacer que algo en mi daño sospechen. Si llegan a verme aquí y a Ninias no, inconveniente es mayor. Todo, el valor y el ingenio lo remedie. Adiós, femenil modestia; que de esta vez has de verte desnuda de tus adornos. Entran LISÍAS y LICAS.

LISÍAS: Señor, ¿qué rumor es este?

SEMÍRAMIS: Ninguno: al sueño rendido estaba, y él, entre leves fantasías, me obligó a que alterado despierte.

LICAS: Luego, ¿aquí ninguno andaba?

SEMÍRAMIS: No.

LISÍAS: Pues dime: ¿cómo tienes por adentro aquesta puerta cerrada?

SEMÍRAMIS: Como yo, al verme con el pavor de aquel sueño, cerré temerosamente.

FRISO: Ya todo resuelto queda... Mas ¡ay de mí!, ¡qué imprudente volví!

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LICAS: Un hombre allí llegó, y al vernos la espada vuelve.

SEMÍRAMIS: ¿Hombre aquí? No, no es posible.

LICAS: Ya es fuerza verlo.

SEMÍRAMIS: ¿Quién eres?

FRISO: Yo soy. ¡Friso!

LICAS: Pues ¿tú aquí?

LISÍAS: ¡Grave mal!

SEMÍRAMIS: ¡Empeño fuerte!

LICAS: ¡Traidor hermano!

SEMÍRAMIS: Pues Friso, ¿vos sois? Matadle, prendedle.

LICAS: Yo sacaré de mi sangre el escrúpulo...

FRISO: Detente; que en sabiendo el rey a qué y por dónde entré, me tiene que agradecer, no culpar.

LICAS: Dilo, pues.

FRISO: A él solamente he de decirlo.

SEMÍRAMIS: Apartaos todos, porque solo llegue. Friso, ¿dónde queda Ninias?

FRISO: Encerrado. ¿Acá?

SEMÍRAMIS: Mil crueles sospechas; pero ya todas mi ingenio las desvanece, porque ya ninguna toca en lo principal, pues creen que soy Ninias.

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FRISO: Y di, ¿agora tengo de dejar prenderme?

SEMÍRAMIS: No, yo lo remediaré.

FRISO: ¿De qué suerte?

SEMÍRAMIS: De esta suerte. ¡Oh Friso!, dame tus brazos, pues hoy la vida me vuelves.

LISÍAS: ¿Qué es aquello?

LICAS: El rey le abraza.

SEMÍRAMIS: ¿Qué os admira? ¿Qué os suspende? Todo el enojo con Friso en agrado se convierte. Semíramis, que en fin es madre, y como así me quiere, me envía con él un aviso, en que me dice y me advierte de quién me debo guardar y de quién fïarme. Prudentes vivid todos, porque sé quién me sirve y quién me ofende. Llevad esa luz. Llamad Vanse LISÍAS, a la corte. El mundo tiemble LICAS y FRISO de Semíramis, pues hoy otra vez a reinar vuelve, luego que vi con mis ojos mientras me he fingido ausente: que los que se indispusieron a la contra ayer, son hoy los mismos de quien estoy idolatrada. Pues fueron tales mis dichas, que vieron estos aplausos cambiar con industria singular todos los puestos espero; que si no hago lo que quiero, ¿de qué me sirve reinar?

SEMÍRAMIS. Salen LISÍAS, LICAS, FRISO, CHATO y SOLDADO.

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SOLDADO: Vuestra majestad gloriosa me dio a fin que gozara los tributos de Menón.

SEMÍRAMIS: ¿Tu salario no bastaba? ¿Por qué, Lisías?

LISÍAS: Señor. ¿ya no te dije la causa?

SEMÍRAMIS: Sí; mas no me acuerdo bien, como acudo a cosas tantas.

SOLDADO: Yo, señor, la diré. El día que por Babilonia entrabas, tu nombre aclamé el primero, repitiendo en voces altas: “¡Viva Ninias, nuestro rey!,” y tomé por ti las armas.

SEMÍRAMIS: Tú soldado ¿Tú, en fin, fuiste el primero que me aclama?

SOLDADO: Sí, señor, y yo libré de la injusta, la tirana sujeción en que tenía Semíramis nuestra patria.

SEMÍRAMIS: ¿Todo esto te debo?

SOLDADO: Y diera por ti la vida.

SEMÍRAMIS: ¡Qué rara lealtad! A este hombre llevad, y de la almena más alta colgadle, para escarmiento de cuantos en Siria hagan sediciones y alborotos.

SOLDADO: Pues ayer, ¿no me premiabas?

SEMÍRAMIS: Ayer premié, y hoy castigo; que si ayer una ignorancia hice, hoy no la he de hacer, diciendo una acción tan rara,

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que de lo que errare hoy, sabré enmendarme mañana. ¡Colgadle! LICAS se lleva al SOLDADO.

LISÍAS: Señor, advierte que de un extremo a otro pasas.

SEMÍRAMIS: ¿Cómo he de obrar si a ti el premio ni el castigo no te agrada?

LISÍAS: Con el medio.

SEMÍRAMIS: Nunca fue capaz de medio esta instancia, que las públicas acciones del vulgo debe premiarlas o castigarlas el Rey; que en solo ellas no hay templanza. Chato, pues ¿cómo has dejado de ser de Lidoro guarda?

CHATO: ¡Bueno es eso! Si tú mismo de la cadena le sacas, ¿cómo por él me preguntas?

SEMÍRAMIS: Dices bien, no me acordaba. ¿Qué quieres?

CHATO: Que me confirmes y firmes esta libranza.

SEMÍRAMIS: ¿Qué libranza es esta?

CHATO: ¿Todo se te olvida?

SEMÍRAMIS: ¿Qué te espanta? Tengo mucho que cuidar.

CHATO: Pues yo te traeré mañana un poco de anacardina. Y ahora, esta es la que mandas que cien escudos de renta se me sitúen, a causa del tiempo que como un perro a la reina serví en tantas

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fortunas; pues la serví siendo monstruo en las montañas. Mala condición sufrí en todas estas andanzas.

SEMÍRAMIS: ¿Muy mala?

CHATO: Mucho.

SEMÍRAMIS: Ya sé que esto te he ofrecido.

CHATO: Gracias.

SEMÍRAMIS: Pero de aquesta manera Rompe el papel. la firmo.

CHATO: ¿Por qué la rasgas?

SEMÍRAMIS: Porque estas mercedes son de los soldados que hayan servido en la guerra, no de los juglares que andan en los palacios medrando, hecho caudal la ignorancia. Toma.

CHATO: ¿Así, cielos, se ofende a la nieve de estas canas? ¡Qué oprobio, oh rey lampiño! Como no entiendes de barbas, no las honras. A mis días no llegarás.

SEMÍRAMIS: Calla, calla, villano, y esa malicia no se irá sin castigarla. Llevadle de aquí, y atadle a él, como Lidoro estaba.

CHATO: Oigan. Pues ¿qué más hiciera Semíramis, si reinara? ¿Por qué me han de atar?

SEMÍRAMIS: Por loco.

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CHATO: Pues si tú mismo me mandas que le suelte...

SEMÍRAMIS: No hice tal.

CHATO: Testigos hay en la sala. LICAS se lleva a CHATO.

LISÍAS: Todo eres rigores hoy.

SEMÍRAMIS: Friso.

FRISO: Señor ¿cómo te hallas?

SEMÍRAMIS: Muy bien: que en efeto estoy servida e idolatrada por los que no me quisieron. Pide. ¿De qué te acobardas?

FRISO: Astrea, hija de Lisías, es la deidad que idolatra mi pecho.

SEMÍRAMIS: Ya te he entendido, y presto verás con cuántas veras trato con Lisías que el desposorio se haga, sin oír más vanas excusas. Mas cuanto hoy he visto, nada mayor cuidado me ha dado que ver que Lidoro salga de prisión. ¿Qué hay de Lidoro?

LISÍAS: Que como tú, señor, mandas, está en palacio, cumpliendo la promesa y la palabra que te dio.

SEMÍRAMIS: Ya yo sé eso; lo que pregunto es ¿qué trata?

LISÍAS: Ha sabido cómo Irán, su hijo, a Babilonia marcha a ponerle en libertad, haciendo guerra y aguarda la audiencia que le ofreciste.

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SEMÍRAMIS: Pues al instante le llama.

LISÍAS: ¡Señor! Lidoro ya sabe, LICAS trae a escena a LIDORO. que Irán prepara batalla. No sienta flaqueza en ti, sino con valor le habla, para que entre temoroso el ejército que aguarda.

SEMÍRAMIS: Yo te agradezco el aviso, y verás, Lisías, con cuánta fuerza y valentía le hablo. Alza del suelo, levanta.

LIDORO: Ayer, señor, me dijiste que te dijese la causa que me obligó a hacer la guerra; y esto me trae a tus plantas. Que por tu padre y por ti aquella acción intentaba contra Semíramis, dije, y fue porque su tirana condición a un mismo tiempo a ti y tu padre quitaba el imperio.

SEMÍRAMIS: Espera, espera. ¡Calla que es mucha arrogancia! Semíramis es mi reina, mi señora y madre, y cuantas sospechas de ella se fingen, lo mismo a mí que a ella agravian.

LIDORO: Señor...

SEMÍRAMIS: Habla mal de mí quien mal de Semíramis habla.

LIDORO: Yo he sabido que mi hijo hacia Babilonia marcha. Si me das, señor, licencia de que al camino le salga, sus ejércitos haré que no ataquen tus murallas. Hoy, porque solo pretendo pagarte la confianza que has hecho de mi valor.

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SEMÍRAMIS: Con eso otra vez me agravias. ¡Bueno fuera que dijera, después, de Ninias la fama que se valió de tus medios para que no le llegara un rapaz a hacer la guerra. Semíramis saldrá al alba a encontrar a Irán, tu hijo, y cuantos de Lidia traiga. ¡Lidoro! verás con miedo sus tropas y sus escuadras que huir han por las campiñas a un crujido de mis armas. A Lidoro llevad preso a la más oscura estancia de esa torre de palacio.

LIDORO: Mira, señor, cuánto agravias. Si me vuelves a la cárcel, no hay remedio a la batalla.

SEMÍRAMIS: Es verdad, pero qué importa LICAS se lleva si la guerra anhela mi alma. preso a LIDORO.

LISÍAS: Yo te agradezco el esfuerzo con que así a Lidoro hablas.

SEMÍRAMIS: ¿He disimulado bien el temor que me acompaña? Ve tú a ver de su prisión la torre, y a asegurarla; y tú, Friso, a armarme como general ya de mis armas.

FRISO: ¿Mas Licas?

SEMÍRAMIS: Si cuidas de él soy yo, Friso, a quien agravias.

FRISO: Yo acepto el cargo; mas es Vanse todos menos mientras tus enojos pasan. SEMÍRAMIS y LICAS.

LICAS: ¿En qué, señor, te ofendí? El laurel de tu corona, ¿debe a ninguna persona más tu majestad que a mí?

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¿El primer noble no fui, señor, que hasta coronarte se declaró de tu parte, ayudando la razón? Luego, en tu coronación, ¿no levanté el estandarte? ¿Yo tu nombre no aclamé no siguiendo ni ayudando de Semíramis el bando? ¿Mi pecho leal no fue? ¿Tu majestad ya no ve que tu parte defendía?

SEMÍRAMIS: Nace la indignación mía de estos servicios prestados con argumentos mudados. ¡Sal del reino en este día!

LICAS: Ya que me arrojáis quejoso, me enviéis siquiera honrado. Quédese lo desdichado con algo de lo dichoso. Libia ha sido el dueño hermoso que he idolatrado rendido; Libia el rayo que ha podido, arpón de fuego, abrasarme; y así, para desposarme con ella, licencia os pido. ¿Qué me respondes?

SEMÍRAMIS: Que error es que ese premio esperéis; que soy yo a quién ofendéis En tener a Libia amor.

Salen FRISO, ASTREA y LIBIA.

SEMÍRAMIS: Friso me ha solicitado, bella Astrea, que tu mano le conceda, premio digno con que sus méritos pago.

ASTREA: ¿Cómo tan presto te olvidas, gran señor, de que te he dado mi voluntad, alma, y vida?

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SEMÍRAMIS: Yo sé bien cuán resignado tu pecho está a mi obediencia: y así, con razón aguardo, que en esto me darás gusto.

ASTREA: Si yo con Friso me caso, sabe que hombre no hay que haya aborrecido tanto.

SEMÍRAMIS: Sabiendo que este es mi gusto, ¿cómo podrás excusarlo? Salen FRISO y LICAS

LICAS: En decir que el Rey te quiere, A LIBIA di agora que yo te engaño.

FRISO: Cuanto has respondido al rey A ASTREA escuché, dueño tirano.

LIBIA: Pues, señor, mi bien, mi dueño, A LICAS ¿qué culpa tienen mis hados?

ASTREA: No lo estimo. Así, otra vez A SEMÍRAMIS me escusas de confesarlo.

LICAS: ¿Luego con esta disculpa A LIBIA bien de tus ojos me aparto?

FRISO: Tú verás la estimación A ASTREA que hago de ese desengaño.

LIBIA: Yo sabré morir sintiendo. A LICAS

LICAS: Vivir sabré yo olvidando. A LIBIA

FRISO: Yo aborreciendo vivir. A TODOS

ASTREA: Y yo padecer amando.

FRISO: ¿Licas?

LICAS: ¿Friso?

FRISO: ¿Amor es esto? A matar muriendo vamos. Vanse LICAS y FRISO.

ASTREA: ¿Libia?

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LIBIA: ¿Astrea?

ASTREA: ¿Esto es amor? Vamos a morir llorando. Vanse ASTREA y LIBIA

SEMÍRAMIS: Grande pensamiento mío, ya estamos solos los dos, hablemos claro yo y vos, pues solo de vos confío.

Entra el ORÁCULO

ORÁCULO: Tu albedrío, ¿es albedrío libre o esclavo? ¿Qué acción, qué dominio, o elección tienes sobre tu fortuna, si solo te saca de una para darte otra prisión? Vanse ORÁCULO y SEMÍRAMIS.

Palacio en Lidia.

Salen IRENE e IRÁN.

IRENE: Cuando Nino, rey de Siria, de su esposa envenenado, murió, ella le robó el reino a mi noble hermano. Ojalá llegue la paz, tras los combates bañados de fuerte rojo. Lidoro pidió la paz; luego armado quiso vencer a Semíramis, esta ganó y encerrado le tiene en oscura torre. Ninias no le ha liberado. Libera, Irán, a tu padre esta batalla ganando. Vanse IRENE e IRÁN.

Campo de batalla.

Salen SEMÍRAMIS y LISÍAS.

SEMÍRAMIS: Mas, ¿qué es esto?

LISÍAS: Ya, señor, se descubren de los altos

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homenajes de esas torres los ejércitos formados de Lidia, que numerosos vienen compitiendo a rayos con las estrellas del cielo y con las flores del campo.

SEMÍRAMIS: A la batalla, que está el corazón anhelando, hidrópico de victorias. A recibirlos salgamos.

LISÍAS: ¿Qué nuevo espíritu ha sido del que Ninias se ha apropiado? ayer débil y cobarde, ahora de bronce y osado. Ayer ansioso de paz, ahora potente rayo contra Irán y Lidoro, que desea sean sus vasallos sin importarle las muertes de los suyos y los daños. Vase SEMÍRAMIS y LISÍAS.

Tocan a marchar, y salen toda la gente que pudiere. Salen ORÁCULO, después IRÁN con bastón de general

y ANTEO; un poco después LIDORO.

ORÁCULO: ¡Oh Guerra!, ¿quién en ti esperanza pone?, ¿quién de ti fía?, ¿quién de ti no huye?, ¿quién a dejarte ya no se dispone?, ¿quién contigo sus cuentas no concluye? ¡Oh Guerra!, tu fiereza se compone de todo cuanto la armonía destruye. ¿Quién siente tu traición y tus mentiras? ¿De qué sirven tus furias y tus iras?2 Vase el ORÁCULO.

IRÁN: Babilonia, república eminente, que al orbe empinas de zafir la frente, siendo jónica y dórica coluna del cóncavo palacio de la luna, adonde colocados tus pensiles, al cielo se han llevado los abriles, y con sus flores bellas a rayos equivocan las estrellas, que venga a ser tu invicto rey no dudo. Con tu liberación, yo te saludo

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como ya corte mía. ¡Salve, pues, oh confusa monarquía, herencia de Irene, mi muerta madre, e injusta cárcel de mi vivo padre! Libertad te he de dar, y desengaños de que hay mucho valor en pocos años.

ANTEO: Señor, esa admirable ciudad que ves, de gente innumerable capaz ha sido, o ya propia o ya extraña, y si dejas cubrirse la campaña de la gran hueste suya, es fuerza que tu ejército destruya. Si por asalto quieres conquistarla, es razón que consideres cuánto estarán seguros en la grande eminencia de sus muros; y así, el mejor acuerdo, el mejor medio, sitiándola, es tomarla por asedio.

IRÁN: En todo, ilustre Anteo, tu voto he de seguir. Pero ¿qué veo?

ANTEO: Un hombre, desde aquella torre, por una claraboya de ella, al campo se descuelga.

IRÁN: El lino ya, que de la reja cuelga, al hombre va faltando, y se viene a la tierra despeñando. Sale LIDORO

ANTEO: ¡Precipitado anhelo de desesperación!

LIDORO: ¡Válgame el Cielo!

ANTEO: Ya puesto en pie camina, haciendo desperdicio de la ruina.

IRÁN: Hacia nosotros viene.

ANTEO: Sin duda que rendido nos previene.

LIDORO: ¿Dónde, entre tropas tantas, vuestro príncipe está?

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IRÁN: Puesto a tus plantas, señor y padre mío, sin alma, sin acción, sin albedrío, porque absorto, confuso y elevado el verte de esta suerte me ha dejado.

LIDORO: Una y mil veces sea felice, hijo, el día que te vea la Fortuna en mis brazos, lazos de amor.

IRÁN: Di nudos, y no lazos, pues que la muerte, al verlos, no podrá desatarlos sin romperlos.

LIDORO: En esta torre estaba preso. La gente vi que se acercaba al muro, y lima sorda de la reja fue, no sé si mi mano o si mi queja. Por ella me he arrojado, de mi promesa ya desobligado, solo para avisarte que, pues eres Adonis, no seas Marte. Libre estoy, que es el fin que has pretendido; no el ejército marche, que has traído. Sale SEMÍRAMIS.

SEMÍRAMIS: Príncipe joven, que a enterrarte vienes donde el sepulcro de tu padre tienes, ¿cómo, si darle intentas la libertad, sin dársela te ausentas?

IRÁN: Como ya se la he dado, que para eso bastó el haber llegado; y como he conseguido el fin ya que a tu patria me ha traído, volverme pretendía, porque desprecio del vencerte hacía.

SEMÍRAMIS: ¿Cómo, si en esa torre en infelices prisiones yace, osadamente dices que libertad le has dado? Es barbarismo.

IRÁN: ¿Quieres ver cómo?

SEMÍRAMIS: Sí.

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IRÁN: Dígalo él mismo.

LIDORO: Libre estoy, pudieron mis blasones quebrantar de la torre las prisiones.

SEMÍRAMIS: Yo me alegro de verte libre, para prenderte segunda vez, para que mi albedrío tenga más que vencer, que, en fin, es mío. Sale CHATO.

IRÁN: Pues si esto te provoca, embiste.

SEMÍRAMIS: Toca al arma.

IRÁN: Al arma toca.

IRÁN clava el arma a SEMÍRAMIS.

CHATO: A perro viejo no hay tus tus, dice allá un proverbio, y yo acá también lo digo, puesto que soy perro viejo. Sin ser pescador, apenas vi que andaba el río revuelto, cuando dije, “La ganancia es mía”. ¿Qué hago? Tomo y vengo y rompo aquesta cadena, de madre y de hijo huyendo, que es tan malo uno como otra. Pasarme a otra tierra quiero. Agonizando entre riscos, llega un cadáver sangriento.

SEMÍRAMIS: ¡Ay, Infelice de mí! ¡Valedme, cielos! ¡Qué presto has acabado, Fortuna, con mi vida y con mis hechos! Los hados me amenazaron y se han cumplido severos: serás tirana, crüel, homicida, y de soberbio espíritu, hasta morir despeñada de alto puesto.

IRÁN: ¡Viva Lidia! ¡Viva Siria, libre del yugo violento!

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SEMÍRAMIS: ¿Qué es vivir? ¿Por qué vivir? Que es la vida, si yo muero. ¿Qué sonidos de prisiones se mezclan con estruendos? ¿Qué quieres, Menón, de mí, de sangre el rostro cubierto? ¿Qué quieres, Nino, el semblante tan pálido y macilento? ¿Qué quieres, Ninias, que vienes a afligirme triste y preso, rodeado por tus fantasmas? Vengados estáis, pues muero, pedazos del corazón arrancándome del pecho. Hija fui del aire, ya en él hoy me desvanezco.

FIN DE LA COMEDIA

N O T A S1 Calderón de la Barca. La vida es sueño, acto 3º.2 Cristóbal de VIRUÉS. La gran Semíramis, acto 3º.

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ENSAYO

BOSQUE ADENTRO

Maneras de leer a Valentí Puig

Ignacio Peyró

Por cortesía de la editorial Elba, ofrecemos aquí un extracto del

perfil sobre Valentí Puig escrito por Ignacio Peyró, incluido en la

conversación que ambos mantienen y que acaba de publicarse

con el título La vista desde aquí. En este amplio diálogo, de la

mano de Peyró, Puig no solo repasa su trayectoria intelectual,

sino que ofrece una sosegada reflexión sobre la política, des-

grana los fundamentos del liberalismo conservador y revela el

atractivo de la moderación y la exquisitez intelectual.

La energía literaria de Valentí Puig se ha venido sustan-ciando en una obra de arboladura felizmente poblada y —con varias decenas de libros publicados— de la longitud ya dichosa y variada de un festín. Si aceptamos la máxima de Joseph Joubert, según la cual es necesario que haya va-rias voces juntas en una voz para que esa voz sea verdade-ra, habrá que decir que el pulso de la escritura de Puig es del todo discernible y consistente en una trayectoria que

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b o s q u e a d e n t r o . m a n e r a s d e l e e r a v a l e n t í p u i g

ha tocado una copiosa cantidad de géneros —de la poesía al cuento, del ensayo al libro de viajes o el articulismo— y los ha tocado con una solidez sin altibajos. El propio Puig ha reconocido que nunca quiso cosa distinta que ser es-critor, y ahí habrá que entender su energía literaria como la emanación de un magma único capaz de articularse en distintas formas: al fin y al cabo, a la manera de Pla, siem-pre ha creído que la escritura no es sino una manera de ordenar el pensamiento. En alguna ocasión, quizá en refe-rencia al debate tan añejo sobre las divisorias entre litera-tura y periodismo, Puig ha repetido —como un orden para la vida— que «de lo que se trata es de escribir».

También, por supuesto, se trata de leer. Él mismo ha subrayado el alcance de «las viejas pasiones de leer y de es-cribir» como sustento de la honestidad de la labor intelec-tual y también como confirmación de esa labor intelectual en calidad de privilegio hedónico. Poco interesa, tal vez, hacer el elogio pormenorizado del Puig lector que ha des-cubierto —o desempolvado— tantos nombres para nuestro acervo, de Michael Oakeshott a Reinhold Niebuhr o, más cerca, Miguel de los Santos Oliver; ya puestos, tal vez pue-dan tener un recorrido de superior calado las relecturas tan estimulantes que ha hecho de Pla o de Carner, de Maragall o de Balmes, sin olvidar que él ya había metabolizado a su Johnson o su Chesterfield cuando las modas los volvieron a llevar a las librerías y a las columnas de los opinadores a favor de la corriente. No son, en verdad, datos menores a la hora de acreditar una solvencia crítica, pero si por algo destaca el Puig lector es por una cuestión de fondo: la pon-deración del papel de la buena lectura a la hora de asentar

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criterios, a la hora de formar una opinión ilustrada, a la hora —en definitiva— de cimentar una cultura entendida según el viejo modelo occidental, conforme al cual nada surge ex novo, sino que toda cultura y toda literatura se alzan sobre el carácter perenne de esa «conversación con los difuntos». Así, frente a la depauperación, la memoria corta, la autocomplacencia y el rasero tan bajo de la cultura pop, la obra de Puig sigue fiel a los planteamientos de una cultura high brow, una concepción según la cual la cultura se nutre de continuo con el enriquecimiento que le provee la glosa de la crítica. Es también, frente a la voluntad de disrupción, el ejercicio de un sentido de la continuidad y la piedad: la misma que emana, por ejemplo, de sus estudios sobre Josep Pla.

Esa primacía del arraigo, del incardinamiento en una tradición, en la contextura intelectual de Puig, hará a su vez posible una instintividad muy aguda en el momento de evaluar —por ejemplo, en el género del ensayo— las contribuciones de peso frente a las estrellas fugaces de la intelectualidad en una coyuntura en que los medios pautan más que nunca lo que es cultura y lo que no es. Al cabo, van y vienen la novela jungiana, el nouveau ro-man, la micronarrativa uruguaya, el neocomunismo o el pensamiento débil, y Puig siempre ha tenido una palabra precisa que decir al respecto. Es más: quizá uno de los mejores avales morales que pueda tener Puig es el haber apostado por las complejidades de la democracia liberal y de las sociedades abiertas mientras la mayor parte de la clase intelectual europea se adhería con frenesí a utopías de perfeccionismo totalitario como el maoísmo o jugaba a

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b o s q u e a d e n t r o . m a n e r a s d e l e e r a v a l e n t í p u i g

la equiparación ética de cuanto sucedía de uno y otro lado del Telón de acero.

Si aquella batalla se ganó —aunque los reconocimien-tos han sido tan escasos como amplia ha sido la desme-moria—, ahora se trata de oponer contrafuertes de solidez opinativa frente a la licuefacción posmoderna del relativis-mo moral y la noción del «todo vale». Ahí, para Puig, de nada sirven la frivolidad y la inconsecuencia de los plan-teamientos utopistas: frente a los horrores empíricos del determinismo histórico, tan palpable en el recuerdo de los totalitarismos del siglo xx, la evidencia de la libertad hu-mana hace que el futuro no esté escrito, al tiempo que, como un bajo continuo, Puig se sujeta a esa prudencia sub specie aeternitatis que es un cierto sentido trágico de la historia. Y también a la vía, precaria pero practicable, que encontramos en esas armazones intermedias —las insti-tuciones, la familia, la fe— de que se ha sabido dotar la experiencia humana.

Como fuere, si es mucho lo que los lectores deben a Puig como temperamento informado, ecuánime y atento, la longitud de onda de sus inclinaciones sirve ante todo para trazar una cartografía de su figura de escritor, para perci-bir —al modo de Joubert— ese haz de voces que se han sumado y procesado hasta cuajar en una escritura y un pen-samiento de originalidad irreductible. En esa coordenada, Puig se inscribe en el paisaje moral o guarda un aire de fa-milia con la figura de lo que, de Montaigne a esta parte, to-mamos por intelectual europeo: el hombre que, por decir-lo con Pla, da rapports de valoración sobre cuanto sucede, partiendo para ello de una conciencia de la forma, de una

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i g n a c i o p e y r ó

aspiración a modelos de grandeza clásica y de una postura moral que dosifica con acierto el uso de la libertad con el de la responsabilidad en el ejercicio de esa hijuela ilustrada que es la opinión en un periódico. Esa vocación de obser-vador es el venero de una curiosidad infatigable, que le ha llevado a alcanzar la estatura de pensamiento de una inde-pendencia libre de las restricciones del mundo académico.

Podría pensarse que, con la misma anchura de la li-bertad, en esa figura del intelectual a la europea cabe de todo o caben casi todos, si no fuera por el ejemplo de su-misiones tan nefandas que —como le gusta recordar al propio Puig— nos han dado los intelectuales a lo largo del pasado siglo xx. En todo caso, caben los escritores grandes y también los menores, las individualidades que —sim-plemente— tienen una visión que dar aunque no haya de tener una repercusión majestuosa. Es la responsabilidad pública de un Ortega, el liderazgo ético de un Mauriac. Es Pla en el gueto y las biografías de Emil Ludwig. Es el catolicismo de modulación tan distinta —pero siempre profética— de un Claudel y un Bernanos. Es la lucidez de Gaziel y la de Chaves Nogales. Es la entrega a la propia obra de un Azorín o la voluntad de verlo todo y de contarlo todo de un Indro Montanelli. Es la consecuencia moral de un Albert Camus, la resistencia de un Aron, la lógica conservadora de Evelyn Waugh. Es la intransigencia con la banalidad —pienso en Eliot o Rilke— de la última gran lí-rica americana y europea. Es la libertad gozosa y polémica de la literatura —y de la prensa— inglesa y la considera-ción patrimonial de la literatura francesa. Y también es, al cabo, un rasgo tan propio de Puig como cierta conciencia

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b o s q u e a d e n t r o . m a n e r a s d e l e e r a v a l e n t í p u i g

de modestia a la hora de evaluar la propia obra, compatible con el convencimiento inexcusable de que no es lo mismo que uno diga o no diga lo que tiene que decir. Vínculos y valores frente a idée réçue, libertad del escritor que, alla Léautaud, fuma y escribe su diario; soltura gozosa del na-rrador que se sienta a tramar una novela con la decencia de ponerle un principio y un final. Al fin, en ese perfil tan amplio como admirable del intelectual europeo como gran constructor de la historia cultural del continente, late la consideración alta del oficio, la dialéctica de libertad y res-ponsabilidad, el rechazo del diktat ideológico o estético, la compatibilidad —en materia de valores— de firmeza de espíritu y moderación de formas, la apertura a las corrien-tes del pensamiento a la vez que la fidelidad a la propia his-toria de una vocación individual y la noción de pertenencia a una tradición. Quién sabe, en definitiva, si no ha llegado ya la hora de añorar a esos escritores con corbata frente a los piercings de una generación nocilla que hace mu-cho perdió la falsilla de la tradición. En todo caso, siempre quedará la diferencia entre el escritor vocacional, capaz de tanta entrega, frente a la figura del escritor gandul que Puig siempre ha desdeñado, con su bagaje inevitable de desasosiegos y dandysmos, ese artistazo al que —como a los niños, en palabras de Jean Clair— se le permite, per-dona y aplaude todo.

En una opinión pública española tan nerviosa y tan vo-látil, de calado tan epidérmico, es posible que el articulis-mo de Valentí Puig pueda haber cortejado una popularidad menor que ese articulismo casticista que —por distintos motivos históricos— solo España posee como género pro-

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pio a modo de anomalía en el panorama europeo. Ahí ha actuado no menos su libertad como renuncia a todo com-promiso, una actitud venturosamente compensada por sus largos años de presencia en las páginas más serias y codi-ciaderas del periodismo patrio —abc, El País, La Vanguar-dia— entregado con plena puntualidad al columnismo como la vocación de dar que pensar a un lector fiel varias veces por semana. Ahí cabía encontrar a Puig siempre con un punto de sorpresa intelectual, con una inteligencia de vitalidad detonante, condensada en su capacidad de suge-rencia como un realismo que busca ser amplificado.

Ese columnismo es, en parte, el ejercicio de la libertad como deber y como higiene necesaria del pensamiento. Pero también es, por ejemplo, la comprensión de la política como un teatro de pasiones humanas donde una conciencia escéptica nos hará ver la mezcla del alto ideal con la conve-niencia a corto plazo, los desdenes tan crueles del poder y la acusada responsabilidad de los trabajos de gobierno. Del mismo modo, Puig enseña que, si el oficio de articulista es oficio del día a día, su acierto pasa por ser un cronista capaz no solo de contar lo que está pasando, sino también dotado de la inteligencia suficiente para abstraer la política que se oculta tras las gestualidades propias del patio del Congreso. Sin duda, si como él mismo afirma, el periodismo ha hecho a tantos escritores como ha deshecho, su articulismo —y su experiencia en la rapidez de una corresponsalía— ha sido un añadido de interés humano particularmente valioso para su literatura. Así no pocas personas han vuelto a la lealtad tan lujosa de leer a días fijos a su articulista favorito, con el extra satisfecho de saber que no ha sido un talento corruptible.

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Quizá haya que resaltar que, aunque solo fuera por su propia experiencia política en tiempos de ucd, Puig sabe de lo que habla cuando habla de lo público. Son cosas que se re-conocen poco, pero al cabo habrá que recordar que acertaba cuando no pedía revisar la Transición, cuando no se sumaba a ninguna de tantas teorías conspiracionistas que han me-nudeado sobre el 11-M, cuando sabía quitar hierro al 15-M, criticaba el dogma neoconservador, instaba al pacto educa-tivo, subrayaba el desfase de tiempos entre la política y el empresariado, advertía de la inteligencia de Benedicto XVI o de la eminencia —antes futura, hoy actuante— de China como potencia. Valga lo mismo de su eurorealismo, de su crítica a la anomia socialdemócrata o de su papel —más aplaudido que escuchado— a la hora de pensar la cuestión del bilingüismo o ese ave simbólico de las sinergias inevita-bles de Cataluña con el resto de España. Tal vez, en los últi-mos decenios, tampoco haya habido nadie capaz de pensar con el mismo rigor el papel de concordia de la Corona en el país. Desde luego, si hay quien ve en todo esto las intuicio-nes de un viejo tory, también podemos hablar del legado de sensatez de quien sabe —por raigambre de digna mesocra-cia y por una lectura de la historia de España sin fatalismos de señorito— lo costosas que son las libertades.

En años de polarización tan intensa del debate público español, la postura de un Valentí Puig que se autodefine como «un conservador de centro» difícilmente ha podido ser una estrategia de posicionamiento de producto con-forme a las normas del marketing. Más bien esa ha sido una postura históricamente capaz de llevarse todas las deploraciones en España. Véase que frente a las pervi-

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vencias tan ucrónicas de un integrismo que fue tentación minoritaria —pero muy lesiva— de la articulación públi-ca del catolicismo español, incluso se ha visto obligado a que recordar que «el liberalismo no es pecado». Entre una izquierda que acusa la crisis de la socialdemocracia y una derecha internamente tensa entre el moderantis-mo plausible y el maximalismo más guerrero, la opción de Puig siempre ha pasado por la asunción tan sabia de la po-lítica como arte de lo posible, más atenta a la experiencia —compleja, contradictoria, en ocasiones frustrante— de lo real que al apriorismo ideológico puro. En ningún caso, sin embargo, se trata de una entrega a los cinismos de la Realpolitik, sino de una apuesta que ha unido al modo burkeano la tradición liberal y la estirpe conservadora: la apuesta, en definitiva, por la primacía del bien común, de la meritocracia como regulador del termostato social, del cauce institucional como garantía de la política, de la responsabilidad de legislar cuando hay que legislar y de abrirse al mundo cuando la globalización no nos deja otras opciones. Reforma frente a ruptura, valores bien se-dimentados de clase media frente a los simulacros de la telerrealidad y la amenaza del futuro poshumano, tecno-logías que ensanchan la libertad del hombre frente a la tentación ludita, valor de la razón frente a demagogia o sentimentalismo: es curioso que ese conservadurismo de centro tenga un lastre de caricaturización tan fácil cuando está tan próximo a los tactos de la realidad.

Es una querencia muy propia de quien esto escribe —y, sorprendentemente, poco mencionada— subrayar la calidad de la prosa de Puig. Es algo que, a modo de

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b o s q u e a d e n t r o . m a n e r a s d e l e e r a v a l e n t í p u i g

convención, damos en llamar estilo, y que en realidad se atiene más a la unicidad de una voz, a la adecuación o la identidad total entre lo que se dice y lo que se quiere decir. Posiblemente esos valores estéticos de su lenguaje —en catalán y en castellano— puedan pasar por menos importantes que su postura moral, las intuiciones de su pensamiento, su capacidad de observación, la labor de sa-berse hacer leer con interés y amenidad o de catalizar para la literatura española no pocas aportaciones en cuestión de gusto o tomas de partido. Sin embargo, como él mismo demuestra en El hombre del abrigo, la calidad del pensa-miento y la calidad del lenguaje se suman y coordinan y tienen a largo plazo efectos benéficos para una literatura que se ve enriquecida de modulaciones propias y distintas.

Tomar a Valentí Puig por maestro del estilo no tiene nada que ver con reducirlo a un estilo, precisamente por-que la musicalidad tan característica, el raccourci, la adje-tivación sorprendente y precisa o la soltura de una página novelesca no han sujetado su prosa, sino que le han he-cho escribir con acierto aquello que tenía que escribir. Y en un tiempo tan átono como este, Puig demuestra hasta qué punto es responsabilidad del estilo no caer —citando a Ortega— en «esa lengua sin luz ni temperatura», sino optar por «la sabrosa complejidad del lenguaje» frente al «habla plebeya» y la «gramática infantil» de la retórica pú-blica del día. Ciertamente, es posible que, dado el caudal de tradición por comparación más menguado en prosa ca-talana que en prosa castellana, los expertos estimen que su huella estilística es de una importancia relativa superior en catalán que en castellano. Eso es arqueología o filolo-

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gía, sin duda, y en cualquier caso habrá que recordar el an-tecedente planiano como una prosa que, si logra remontar el vuelo de la lengua catalana, se inserta también con los resultados más fértiles en el cauce castellano.

Quizá, de hecho, la única evolución visible chez Puig en lo que solemos dar por estilo sea su lenta decantación des-de cierto rasgo de irreverencia satírica —constatable, por ejemplo, en los años ochenta pasados por el tamiz de Pro-gres— a una sobriedad ecuánime que no hace sino afianzar la gravedad y la autoridad a que conduce, con la naturalidad del tiempo maduro, la responsabilidad del escritor. Súmese a esto la potencia de envergadura chateaubriandesca que ha adquirido —notablemente en su poesía, pero no solo en ella— al tratar de «pasiones y afectos», de la erosión del tiempo, del poder roedor de los recuerdos, de la calidad dramática de la vida de todos los hombres. Sí, ahí ya hemos pasado de Stendhal y de la sordina inglesa a la amplia res-piración de un Chateaubriand. La correlación, la sintonía ajustada entre lengua y pensamiento, es lo que da crédito a un estilo: de ahí que el estilo de Puig, como el versiona-do propio de una partitura, participe de esa individualidad con que reconocemos a los maestros de la prosa. Al mismo tiempo, en su fraseo será trazable tanto poso de lecturas, de la literatura política barroca a la gran prosa francesa, de la soltura de la narración inglesa a la mejor crónica española.

Son muchas las maneras de leer a Valentí Puig: se le puede leer como poeta de vigor hímnico, como un satírico de fiereza tan real como contenida; uno puede acercarse a sus páginas por la belleza simple de la página bien escrita y resonante, capaz a un tiempo de gran cubicaje y de finu-

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b o s q u e a d e n t r o . m a n e r a s d e l e e r a v a l e n t í p u i g

ra. Está quien aprecia al escritor maduro que —con La fe de nuestros padres— entronca vitalmente con una heren-cia perdida y reencontrada. No pocos valoran su capacidad como analista de los movimientos de placas de la escena internacional, y estarán los que buscan al opinador sensa-to, al observador bien orientado de la política española, al prosista capaz de las analogías más potentes. Se pueden disfrutar sus crónicas como se pudieron disfrutar algunas terceras particularmente augustas. O bien podemos tomar Bosc endins y Matèria obscura y sopesar las virtudes de aquel escritor joven que reintrodujo en España una diarística lla-mada a tener tanto éxito. Hoy como ayer, es factible leerle en ese género tan idóneo en él —tan natural— como es la buena crítica de libros o el comentario cultural. Y había un placer en ese bloc de notas que durante varios años publicó domingo a domingo en abc. Como vigas maestras, tómense Moderantismo, Los años irresponsables y Fatiga o descuido de España para acercarse al presente y futuro del país; L’os de Cuvier para adentrarse en una realidad catalana de re-percusión hispánica; Por un futuro imperfecto para una aproximación liberal-conservadora al estrado internacional. O acerquémonos al Puig de la nacional-burguesía decli-nante de La gran rutina, al narrador barcelonés de El bar del’AVE, al cuentista aplomado de los mundos ya idos de Crêpes Suzette y Un amigo: Lambert Fiol, o a la difícil suma de frescura y nostalgia de la nouvelle Primera fuga. Res-catemos del estante algunas páginas —como ese Complot donde uno cree ver la huella de Burgess, o el talento para la distancia de Mujeres que fuman— que quedan como pecios del naufragio general de los ochenta. Otro Puig pletórico

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i g n a c i o p e y r ó

será el que rebosa gravitas al prologar el Jerusalén de Waugh, el que acude al mejor conocimiento del constitucionalismo histórico español y las mecánicas clásicas de la filosofía del poder para escribir su Cuando sea rey.

Sí, son muchas las maneras de leer a Valentí Puig, y nin-guna detrae de otra: en todo caso, quizá no se ha recalcado lo suficiente ese fondo de sensualidad originaria, pura alea-ción mediterránea, que encuentra su horma civilizatoria en las certezas tan confortables que nos da cuando habla de lo que significaron el soufflé Alaska o el pijama, de la «calidad reverente» de la trufa blanca, de las mujeres de piernas memorables, de algún paisaje de la tierra natal o de algún episodio de gloria del cine clásico. Ahí Puig es el escritor civilizado que, más que nunca, sabe de la escritura como «una de las estrategias de la felicidad», que se enfunda por la mañana el cárdigan de escribir y que retoma la vieja con-seja de aquel Sainte-Beuve que recomendaba leer cosas grandes y escribir cosas agradables. Perpetua danza feliz de los libros y la vida.

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TZVETAN TODOROV (1939-2017)

CONTRA LA SUPERFICIALIDAD

Miguel Ángel Garrido Gallardo

El 7 del pasado febrero nos ha dejado Tzvetan Todorov, lumina-

ria universal de las Humanidades del último tercio del siglo xx y

comienzos del siglo xxi. Nacido en Sofía el 1 de marzo de1939,

marchó a París en 1963, donde ha fallecido a los 77 años. Aun-

que ocasionalmente ha impartido docencia en las grandes uni-

versidades de los Estados Unidos, su labor ha tenido de modo

constante como sede el cnrs francés y quizás su público ad-

mirador más fiel se ha contado entre intelectuales de lengua

española. Nuestro editor habla en estas líneas de homenaje de

la trascendencia de su obra.

Conocí a Tzvetan Todorov cuando yo organizaba el Congre-so Internacional sobre Semiótica e Hispanismo que se ha-bría de celebrar en Madrid, en los días del 20 al 25 de junio de1983, en el Consejo Superior de Investigaciones Cientí-ficas. En el mundo de los estudios de la lengua española, su literatura y su cultura, se había difundido la etiqueta de se-

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m i g u e l á n g e l g a r r i d o g a l l a r d o

miótica como un término de ponderación: cualquier cosa era pura semiótica, aunque se tratara de un trabajo filológico de la venerable escuela española de filología de Menéndez Pidal o una investigación historiográfica de la literatura al modo de Valbuena Prat. Era precisa una clarificación y para conse-guirla convoqué a un conjunto de autoridades en los campos del estructuralismo y la semiótica como ponentes de una re-unión de profesores tutti quanti del mundo del hispanismo. Claude Brémond, Gianfranco Bettetini, Umberto Eco, Ro-man Jakobson, Iuri Lotman, Cesare Segre, Harald Weinrich y Tzvetan Todorov recibieron invitación. Roman Jakobson falleció antes de la celebración del congreso, Umberto Eco no pudo aceptar porque tenía previamente concertado un compromiso en Estados Unidos, Iuri Lotman (Oh tempora! Oh mores!) se vio impedido de viajar porque las autoridades soviéticas se lo prohibieron, aunque, eso sí, me ofrecieron a través de la embajada mandarme un sustituto elegido por ellas (yo no acepté). Todos los demás acudieron.

Todorov, que era doctor en Psicología y que en Fran-cia había comenzado sus pasos con el semiólogo Roland Barthes, era ya notorio sobre todo por la claridad con la que había dado a conocer la entonces cuestión clave del paso de los estudios de literatura desde la pregunta ¿quién escribe la literatura? y ¿en qué circunstancia? a la cues-tión de ¿cómo se fabrica la literatura? Desde la historia y el impresionismo a la ciencia, a la poética. Su antología y traducción titulada Teoría de la literatura. Textos de los for-malistas rusos (1965) divulgó en Occidente lo que se había producido al respecto en el círculo lingüístico de Moscú y en el opoiaz de San Petersburgo a principios de siglo xx.

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t z v e t a n t o d o r o v ( 1 9 3 9 - 2 0 1 7 )

Estamos hablando de estructuralismo, pero también de semiótica, ya que hay cierta semiótica que, a la pregunta de cómo se produce el sentido, señala que la estructura que se advierte en un discurso no es otra cosa que el código en que se cifra el mensaje en cuestión. En fin, Todorov tenía ya una docena de libros sobre estructuralismo, semiótica o también poética (puesto que versaban sobre literatura). O, dicho de otra manera, semiótica literaria o poética estructu-ral. Incluso retórica. En 1988 traduje lo principal de su estu-dio sobre género literario en mi antología de Teoría de los gé-neros (Madrid, Arco/Libro). Un año antes daba a conocer su ponencia «Sobre el conocimiento semiótico» del congreso de Madrid en el volumen titulado La crisis de la literariedad (Taurus), compuesto por diez de nuestras intervenciones.

Pero lo que interesará al público general no será segu-ramente esta prehistoria técnica, sino el nuevo paso que estaba dando desde la pregunta de cómo se fabrica a la cuestión de qué se trata, qué significa, qué trascendencia ética tiene. Y esto, no solo con respecto a la literatura, sino a la cultura en general. Cuando todavía el marxismo era la cosmovisión dominante e intocable de los departamen-tos de humanidades en Occidente, Todorov advierte en el congreso de Madrid:

En los países comunistas se llega incluso a esa proeza que consiste en la determinación recíproca de la ciencia y de la moral: la ciencia es buena porque la doctrina que le proporciona sus conceptos y sus preceptos es justa; pero dicha doctrina es a su vez buena porque es científica (pá-gina 38).

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m i g u e l á n g e l g a r r i d o g a l l a r d o

En aquellos días le pregunté por cuáles serían los si-guientes pasos en su trabajo y me dijo que se iba a dejar de tecnicismos y practicar el servicio de procurar leer inte-ligentemente textos inteligentes cuya recuperada vigencia pudiera ser útil a los demás. No sabía yo en ese momento que acababa de publicar La conquista de América. La cues-tión del otro, sobre el encuentro entre culturas.

Desde entonces, más de treinta libros que interpretan textos del pasado y del presente sacan a la superficie in-quietantes cuestiones morales. Todorov no es de los que aceptan sin más la bondad de la economía capitalista y la democracia liberal «que relega toda idea del bien al ámbito privado y solo reserva al ámbito público la gestión eficaz de los asuntos cotidianos». No cree, por ejemplo, que a los ciudadanos les sea indiferente la conducta moral de los políticos. En Insumisos (2015) dice:

Los ciudadanos del país son seres humanos con ne-cesidades materiales y espirituales, desean que los indi-viduos que, en un momento dado, representan el Estado abran perspectivas, señalen un horizonte e identifiquen el sentido global de la actividad pública que han emprendi-do. Ahora bien, a este respecto no se puede fingir duran-te mucho tiempo. Si Francia sigue respetando al general De Gaulle, no es porque se crea que todas sus iniciativas eran buenas, sino porque parecía ser un hombre que ac-tuaba en nombre de un ideal, el bien común de su patria, que estaba por encima de sus intereses personales (pági-na 19).

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t z v e t a n t o d o r o v ( 1 9 3 9 - 2 0 1 7 )

En realidad, Todorov no abandonó la semiótica, sino que dio tempranamente el paso que yo pronosticaba por aquel entonces. En aquel momento, semiótica era en mu-chas instancias un término que se utilizaba en vano, pero el tomar conciencia de la importancia de la instancia co-municativa en todo fenómeno cultural es algo tan necesa-rio que se adivinaba ya su triunfo, el éxito de desaparecer como nombre para estar presente en todas partes como sensibilidad. Así aparece en su extensa bibliografía.

En nuestras sociedades del sentimentalismo huero y el espectáculo por el espectáculo, la guía de quien presta atención a la interpretación es un seguro contra la super-ficialidad, el mal de nuestro tiempo. He ahí el legado de Tzvetan Todorov.

n u e v a r e v i s t a · 1 6 1248

RELIGIÓN

DIOS O NADA

Robert Sarah

A comienzos de su tercer milenio, la Iglesia Católica cuenta

cada año con más bautizados en toda la Tierra que el año ante-

rior, incluso con más porcentaje de creyentes de una población

que sigue su crecimiento uniformemente acelerado. Completar

la evangelización de África y afrontar la de los pueblos asiáticos

son prioridades de la agenda católica. Pero, por otra parte, se

está produciendo la apostasía de Europa y de todos los gru-

pos y sociedades del mundo que están influidas por la otrora

civilización cristiano-occidental. En fin, agrupaciones cristianas

evangélicas que reaccionan contra el intelectualismo vacío y el

pensamiento débil también crecen en determinados frentes e

incluso sustraen fieles a las comunidades católicas.

En este contexto, se explica el enorme interés que ha desper-

tado el libro Dios o nada del cardenal africano Robert Sarah,

quien, a preguntas del periodista francés Nicolas Diat, manifies-

ta con un discurso sincero, inteligente y claro (sobre todo, claro)

la intensidad de la fe de un cristiano de primera generación.

nueva revista agradece a Palabra, la editora del libro en es-

pañol, que nos haya permitido ofrecer a nuestros lectores una

significativa antología de la obra.

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d i o s o n a d a

U N N I Ñ O A F R I C A N O

Fue en el contexto de la Eucaristía diaria donde el Padre Bracquemond me preguntó si quería entrar en el semina-rio. Con la sorpresa y la espontaneidad que caracterizan a los niños, le contesté que me encantaría, aunque sin saber a qué me comprometía exactamente, porque no había sa-lido nunca del poblado ni conocía la vida de un seminario.

Él me explicó que era una casa sustentada en la oración y el amor de toda la Iglesia. Ese lugar, me dijo, nos prepa-raría a mí y a otros jóvenes para ser sacerdotes igual que él. Con esta explicación tan sencilla, la alegría de convertirme algún día en sacerdote llenó aún más mi corazón de admi-ración y «locura».

El padre Bracquemond me dijo que hablara con mis padres, Alexandre y Claire, a quienes conocía bien.

Fui primero a ver a mi madre para decirle que quizá entrara en el seminario. Ella no sabía en qué consistía un seminario, pero sentía curiosidad por saber qué motiva-ba mi deseo. Le expliqué que se trataba de ingresar en una escuela especial que me prepararía para ser sacerdote y consagrarme a Dios, como los padres espiritanos... Mi madre, abriendo los ojos como platos, me dijo que había perdido la cabeza o que no había comprendido lo que me había dicho el padre. Para ella y para los habitantes del po-blado, todos los sacerdotes eran necesariamente blancos. De hecho, ¡le parecía imposible que un negro pudiese ser sacerdote! Así que era obvio que había malinterpretado las palabras del padre Marcel Bracquemond. Y me aconsejó que hablara con mi padre, convencida de que acababa de contarle una estupidez sin ningún recorrido

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r o b e r t s a r a h

Ese mismo día, fui a buscar a mi padre al campo y me encontré con la misma reacción... Intenté decirle que era el padre Bracquemond quien me lo había sugerido: sí, yo podía ser como él. Con una sonrisa llena a la vez de ter-nura e ironía, papá me estrechó contra él para consolarme de su escepticismo. ¡Estaba convencido de que acababa de soñarlo la noche anterior! También a él mi aspiración le parecía imposible: un negro no puede ser sacerdote de la Iglesia católica. Una idea tan descabellada solo podía haber brotado de mi ingenuidad de niño. Pero yo insistí asegu-rando que se trataba de las mismísimas palabras del padre Bracquemond... Entonces decidieron acudir a él para com-probar la veracidad de la noticia. El padre les confirmó que no era mentira, que era él quien me había sugerido la idea: ser sacerdote ¡no sin antes entrar en el seminario menor para formarme! Mis padres se cayeron literalmente de es-paldas. Esa noche, a la luz de la luna, me propusieron que me fuera un año, poniendo de manifiesto que no tenían ni idea de cuántos años de estudio exigía el seminario. Yo tenía once años.

[...] Hicimos el viaje en la bodega, donde hacía un calor sofocante. No podíamos ni comer. El calor de las máqui-nas y de la cocina nos provocaba náuseas: la poca comida grasienta que éramos capaces de ingerir pasaba inmedia-tamente a engordar a los peces. Nuestros estómagos no retenían nada. Los únicos momentos gratos y maravillosos durante esos cuatro días de viaje eran la hora de la santa misa celebrada por el capellán del barco en una capilla situada en primera clase. En medio de ese ambiente de lujo y comodidades, libres del cabeceo del barco, deseába-

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d i o s o n a d a

mos que la misa durara horas y horas. Por desgracia, una vez concluida, nos paseábamos un rato por el puente y volvíamos a bajar a la bodega, convertida en un verdadero infierno.

E N D E F E N S A D E L O S O P R I M I D O S Y E X P L O T A D O S

El niño había llegado a ser arzobispo de Conakry. En 2001 es llamado a Roma para ser Secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Entonces, el Presidente de Guinea organiza un banquete en su honor en presencia de to-das las autoridades del estado. Se trataba de un golpe de efecto político. El homenajeado se levanta y dice lo siguiente:

Me preocupa la sociedad guineana, construida sobre la opresión que sufren los humildes por parte de los podero-sos, sobre el desprecio del pobre y el débil, sobre las intri-gas de los malos administradores de los asuntos públicos, sobre la venalidad y la corrupción de la administración y las instituciones republicanas [...]. Me dirijo a usted, se-ñor Presidente de la República. Guinea, bendecida por el Señor con toda clase de recursos naturales y culturales, vegeta paradójicamente en la pobreza [...]. Me preocupa la juventud, sin futuro y paralizada por un desempleo cró-nico. Me preocupan también la unidad, la cohesión y la concordia nacionales, gravemente comprometidas a causa de la falta de diálogo político y la negativa a aceptar la di-ferencia. En Guinea la ley, la justicia, la ética y los valores humanos ya no constituyen una referencia ni una garantía para la regulación de la vida social, económica y política. Las libertades democráticas están secuestradas por deri-vas ideológicas que pueden conducir a la intolerancia y a

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la dictadura. En otro tiempo la palabra dada era una pa-labra sagrada. Ciertamente, el crédito de un hombre se mide por la capacidad de ser fiel a su palabra. Hoy día se utilizan los medios de comunicación, la demagogia, los métodos de control mental y todo tipo de procedimientos para engañar a la opinión pública y manipular las almas, lo que representa una violación colectiva de la conciencia y una grave confiscación de las libertades y el pensamiento.

M I R A N D O A E U R O P A . L A C R I S I S D E D I O S

En contra de lo que pudiera parecer, para los hombres la mayor dificultad no consiste en creer lo que la Iglesia en-seña en el plano moral: lo que más le cuesta al mundo posmoderno es creer en Dios y en su Hijo único.

Por eso Benedicto XVI defiende la tesis de la «crisis de Dios». La ausencia de Dios en nuestras vidas es cada vez más trágica. La voluntad del concilio —que no el espíritu de sus errados intérpretes— era devolver a Dios toda su primacía. De ahí que los padres conciliares desearan una profundización de la fe, que perdía su sal en medio de la sociedad tan cambiante de la posguerra. En este sentido, el problema del concilio sigue existiendo en algunas regio-nes del mundo, donde la ausencia de Dios no ha dejado de hacerse más honda.

A veces me pregunto si siquiera nosotros, los sacerdo-tes, vivimos realmente en presencia de Dios. ¿Se puede hablar de una «traición del clero»? Mi reflexión puede pa-recer rigurosa, pero conozco muchos ejemplos de sacerdo-tes que dan la impresión de haber olvidado que el centro de su vida está únicamente en Dios. No le dedican más

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d i o s o n a d a

que un poco de tiempo al día, porque están inmersos en lo que yo llamaría la «herejía del activismo». ¿Cómo no sentirse hondamente conmovido por el último mensaje de Benedicto XVI? Un pontífice que, como Jesús en el Huer-to de los Olivos, después de rezar intensamente para lograr discernir la voluntad de Dios, decide renunciar «al cargo y al poder de Pedro» y se retira a la soledad, a la adoración silenciosa, para pasar el resto de su vida en la tierra como un monje, en un cara a cara permanente con Dios y en íntima unión con Él. Se queda junto a la Cruz, como él mismo manifestó en una de sus últimas catequesis.

Su elección me recuerda la de un obispo africano de ochenta años, monseñor Silas Silvius Njiru, obispo emérito de Meru, en Kenia, que deseaba entrar en la Abadía de Tre Fontane, en Roma. Dada su condición episcopal, solo pudo ser recibido como huésped permanente, pero con el privi-legio de compartir la misma vida y rigores de la regla de los trapenses. Me decía: «Me he pasado toda la vida hablando de Dios. Ahora voy a pasar el resto de mi vida hablando con Dios, haciendo penitencia para la gloria de Dios y la salva-ción de las almas». El servicio de oración que desempeña ahora Benedicto XVI es un extraordinario ejemplo para el mundo. Toda su vida ha hablado de Dios; ahora consagra su tiempo a hablar con Dios y a estar constantemente ante su rostro. No es posible creer en la Iglesia si no sellamos nuestro corazón en Dios.

L A N U E V A E V A N G E L I Z A C I Ó N

En las circunstancias actuales, hay una pregunta que nos quema en los labios: ¿cómo hacer redescubrir la fe?

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r o b e r t s a r a h

Creo que en esta lucha los obispos tienen un papel predominante: coincido totalmente con el papa Francisco cuando pide a los sucesores de los apóstoles que estén en el frente permanente de la evangelización. El Santo Padre considera con razón que, en determinados temas, Roma no debe reemplazar a los obispos. Estos tienen siempre una triple responsabilidad en la puesta en práctica de la nueva evangelización: santificar, gobernar y enseñar. Hubo un tiempo, por ejemplo, en que los medios de comunica-ción eran muy lentos; Roma estaba muy lejos y los obispos tenían que ir por delante sin miedo, corriendo sus propios riesgos. No olvidemos que, en la época en que el martirio rozaba el día a día de los cristianos, san Pablo pedía a Ti-moteo que exhortara a tiempo y a destiempo. Pensemos también en san Agustín, que enseñaba todos los días.

¡Bien sabe Dios que Francisco tiene razón en denun-ciar a los obispos de aeropuerto! Las congregaciones mi-sioneras deberían pensar también en los riesgos a los que exponen a sus jóvenes miembros haciéndoles volar como mariposas de país en país. Estos jóvenes podrían acostum-brarse a la superficialidad y al turismo, desprovistos de raí-ces, incapaces de unirse de verdad a ninguna comunidad cristiana. Acumulan experiencias pero no podrán ser pas-tores de ningún rebaño.

L A C R I S I S D E E U R O P A

Soy consciente de que el mundo occidental está entreve-rado de aspiraciones que no son del todo negativas. Jamás me atrevería a desautorizar a Juan Pablo II cuando buscaba motivos y fundamentos de esperanza en este mundo nues-

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d i o s o n a d a

tro. Estoy convencido, como Benedicto XVI, de que una de las tareas más importantes de la Iglesia es hacer que Occidente redescubra el rostro resplandeciente de Jesús. Europa no debe olvidar que su cultura está enteramente marcada por el cristianismo y por el perfume del Evange-lio. Si el Viejo Continente se desgaja definitivamente de sus raíces, me temo que se desatará una importante crisis de toda la humanidad, cuyas primicias observo de tarde en tarde. ¿Quién no lamenta las leyes del aborto y la euta-nasia, o las nuevas leyes sobre el matrimonio y la familia?

Nunca olvido que, si mi familia y yo recibimos el co-nocimiento de Cristo, fue gracias a misioneros franceses. Mis padres y yo creímos gracias a Europa. Mi abuela re-cibió el bautismo de un sacerdote francés antes de dejar este mundo. Puede que yo no hubiera salido jamás de mi poblado si los espiritanos no hubiesen hablado de Cristo a sus humildes habitantes. A los africanos nos cuesta com-prender que los europeos ya no crean en lo que nos dieron con tanta alegría en condiciones extremas. Déjeme que insista: es posible que, sin los misioneros franceses, nun-ca hubiese conocido a Dios. ¿Cómo olvidar esa herencia sublime que los occidentales, desgraciadamente, dan la impresión de querer sepultar bajo el polvo?

No soy el único que critica a Occidente. Alexander Solzhenitsyn tuvo palabras muy duras contra quienes han pervertido el significado de la libertad e instituido la mentira como regla de vida. En 1980, en su libro El error de Occidente, escribía: «El mundo occidental llega a un momento decisivo. En los próximos años se va a jugar la existencia de la civilización creada por él. Creo que no es

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consciente de ello. El tiempo ha erosionado su noción de libertad. Se han quedado con el nombre y fabricado una nueva noción. Han olvidado el significado de la libertad. Cuando Europa la conquistó en torno al siglo xviii, era una noción sagrada. La libertad desembocaba en la virtud y el heroísmo. Y lo han olvidado. Esa libertad, que para nosotros sigue siendo una llama que ilumina nuestra no-che, se ha convertido para ustedes en una realidad mustia y a veces decepcionante, porque está llena de oropeles, de abundancia y de vacío. Ya no son capaces de sacrificarse ni de comprometerse por ese fantasma de la antigua libertad [...]. En el fondo, piensan que la libertad se adquiere de una vez por todas y por eso se permiten el lujo de me-nospreciarla. Están librando una terrible batalla y actúan como si se tratara de un partido de pingpong». Bien puede hablar así este hombre, que conoció la represión de los gulags de la ex urss. Sabe por experiencia en qué consiste la verdadera libertad.

Hoy en Europa existen poderes financieros y mediáti-cos que intentan impedir que los católicos hagan uso de su libertad. En Francia la «Manif pour tous» es un ejemplo de las iniciativas necesarias. Fue una manifestación del genio del cristianismo.

L O S C A T Ó L I C O S Y E L D I V O R C I O

Por propia experiencia, y en especial tras veintitrés años como arzobispo de Conakri y nueve como secretario de la Congregación para la Evangelización de los pueblos, la cuestión de los «fieles divorciados o divorciados que se han vuelto a casar civilmente» no es un desafío urgente

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d i o s o n a d a

en el caso de las iglesias africana y asiática. Se trata, por el contrario, de una obsesión de determinadas iglesias occidentales, deseosas de imponer soluciones calificadas de teológicamente responsables y pastoralmente «adecua-das», que contradicen radicalmente la enseñanza de Jesús y del magisterio de la Iglesia.

La principal urgencia en los países de misión consiste en estructurar una pastoral cuyo único objetivo sea res-ponder a la pregunta: ¿qué es ser verdaderamente cristia-no en la actual situación histórica y cultural de nuestras sociedades globalizadas? ¿Cómo formar cristianos auda-ces y generosos, discípulos celosos de Jesús? Para un cris-tiano adulto, la fe en Cristo no puede ser una intuición o un sentimiento. Para un cristiano, la fe debe convertirse en la forma, en el molde de toda su vida privada y pública, personal y social.

Sean cuales sean los problemas actuales, los discípulos de Cristo tienen que hacer valer sin reticencias y sin com-ponendas, en la teoría y en la práctica, las exigencias de la fe en Cristo, que son las exigencias y los preceptos de Dios.

La segunda urgencia es formar familias cristianas sóli-das, porque la iglesia, que es la familia de Dios, se cons-truye sobre la base de las familias cristianas sacramental-mente unidas y testigos de ese Misterio trascendente dado eternamente por Cristo.

La verdad del Evangelio debe vivirse siempre en el di-fícil crisol del compromiso en plena vida social, econó-mica y cultural. Frente a la crisis moral, y en especial la del matrimonio y la familia, la Iglesia puede contribuir a la búsqueda de soluciones justas y constructivas, pero no

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r o b e r t s a r a h

tiene más posibilidades que participar apelando a lo que la fe en Jesucristo aporta de propio y único a la iniciativa humana. En ese sentido, es imposible imaginar cualquier distorsión entre el magisterio y la pastoral. La idea de guar-dar el magisterio dentro de un bonito cofre, separándolo de la práctica pastoral, que podría evolucionar según las circunstancias, las modas y las pasiones, es una forma de herejía, una peligrosa patología esquizofrénica.

Por eso afirmo solemnemente que la Iglesia de África se opondrá con firmeza a cualquier rebelión en contra de la enseñanza de Jesús y el magisterio.

Si se me permite un dato histórico, en el siglo iv la Iglesia de África y el concilio de Cartago proclamaron el celibato sacerdotal. Más tarde, en el siglo xvi, ese mismo concilio africano fue la base en la que se apoyó Pío IV para hacer frente a las presiones de los príncipes alemanes, que pedían que se autorizara el matrimonio de los sacerdotes. También hoy la Iglesia de África se compromete en nom-bre de nuestro Señor Jesucristo a mantener invariable la enseñanza de Dios y de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

I S L A M

Con el Islam no puede haber diálogo teológico, ya que las bases esenciales de la fe cristiana son muy diferentes de las de los musulmanes, que rechazan la Trinidad, la Encar-nación —el hecho de que «Jesucristo ha venido en carne entre nosotros» (1 Jn 4, 1-10)—, la Cruz, la muerte y la Resurrección de Jesús y, en consecuencia, la Eucaristía.

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d i o s o n a d a

Pero sí se puede promover un diálogo que conduzca a una colaboración eficaz a nivel nacional e internacional, en par-ticular en el marco de la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su final. Las distintas autoridades del Islam, por ejemplo, rechazan con firmeza la ideología de género, al igual que la Iglesia.

En África, sin embargo, y con acentos distintos según los países —como Sudán, Kenia o Nigeria, entre otros—, las relaciones cristiano-musulmanas se han hecho recien-temente muy difíciles, casi imposibles: en Sudán los mu-sulmanes consideran esclavos a los cristianos. No obstan-te, mis afirmaciones precisan de ciertas matizaciones: en general, las relaciones entre cristianos y musulmanes, al menos en África occidental, siempre han sido armoniosas, amigables y de perfecta convivencia.

Por otra parte, me entristece contemplar la evolución de las relaciones entre las distintas comunidades religiosas en los países del Próximo y Medio Oriente que fueron la cuna del cristianismo. En Irak, por ejemplo, los resultados de la política occidental y americana son catastróficos para los cristianos, expulsados por los extremistas musulmanes de unas tierras que sus padres han ocupado desde tiempo inmemorial. En los campos de refugiados sirios que he vi-sitado en El Líbano o en Jordania es imposible no sentirse impactado por el infortunio de los cristianos condenados a una diáspora encubierta. En diciembre de 2013, durante nuestro encuentro en Beirut, escuché a los obispos sirios expresar su dolor y su temor de llegar a ver algún día a Oriente Medio privado de toda presencia cristiana. Las co-munidades sufren pruebas incontables y viven un descen-

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r o b e r t s a r a h

so demográfico tan acusado que el futuro del cristianismo se encuentra amenazado en la cuna donde nació. Según los responsables de las Iglesias de diferentes ritos, el éxodo de cristianos ha alcanzado unas proporciones alarmantes. Ante la incertidumbre que pesa sobre sus vidas por estar bautizados, por los secuestros o por el asesinato de sacer-dotes, religiosos, religiosas y obispos, los cristianos ceden fácilmente a la tentación de emigrar, cuando no son bru-talmente expulsados de sus casas, como en el caso de Irak después de la violenta invasión militar americana de 2003.

Me gustaría dejar reflejado aquí el clamor de un gran pastor, monseñor Basile Casmoussa, arzobispo de los sirios católicos de Mosul, quien, en octubre de 2010, en el curso del Sínodo especial de los obispos para Oriente Medio, lamentaba «la acusación injusta contra los cristianos de ser unos grupos pagados o enviados por y para Occidente, que se declara “cristiano”, y de esta forma considerados como un cuerpo parásito para la nación». Y añadía a continua-ción: «Presentes y activos aquí mucho antes que el Islam, se sienten indeseables en su propia casa, que se va volvien-do cada vez más un “Dar el-Islam” reservado. Y he aquí al cristiano oriental en un país del Islam, condenado tanto a la desaparición como al exilio. Lo que pasa hoy en Irak nos recuerda a lo que pasó en Turquía en la Primera Guerra Mundial. ¡Es alarmante!». Este sufrimiento de nuestros hermanos en la fe nos hiere el corazón y nos invita a la oración y a la comunión con las Iglesias de Oriente Medio, que son hoy en día —retomando las palabras de san Igna-cio de Antioquía— «pasto de las bestias, trigo de Dios mo-lido por los dientes de las fieras para convertirse en el pan

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d i o s o n a d a

inmaculado de Cristo». Sí, quiero decir alto y claro que algunas potencias occidentales han sido autoras, directa o simbólicamente, de un crimen contra la humanidad.

En el dicasterio que he presidido durante varios años, Cor unum, hemos fomentado el diálogo, en la medida de lo posible, dirigiendo nuestra ayuda a todos los hombres, sin distinción de raza o religión; las dificultades materiales, las guerras, el hambre, las sequías y los terremotos pueden afectar a cualquier ser humano, sea cristiano, musulmán, budista, animista o ateo. Yo he visto con los mismos ojos los proyectos de ayuda a los musulmanes que las peticio-nes de los cristianos. La Fundación Juan Pablo II para el Sahel, por ejemplo, acude mayoritariamente en ayuda de países de población fundamentalmente musulmana. Nuestro único modelo es Dios, que es Padre y cuida de todos sus hijos.

Hay que creer en el diálogo pensando siempre en el ejemplo de Dios. Nuestro Padre nunca deja de dialogar con nosotros, de acudir a nosotros a pesar de nuestras infi-delidades, tantas veces repetidas. Viene una y otra vez. Del mismo modo, pese a unas dificultades que muchas veces conllevan la cruz, nunca debemos dejar de emprender el diálogo con nuestros hermanos que confiesan otro credo. Pero sin conversión personal, sin una verdadera unión con Dios, el acercamiento a las demás religiones es algo vacío.

Nuestro proyecto de diálogo interreligioso puede im-plicar varios peligros. La ideología posmoderna, hoy om-nipresente, es esencialmente floja, líquida, indetermina-da; de ahí que acoja todas las «verdades» desvitalizadas. Por eso, nunca hay que perder de vista que el diálogo solo

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tiene sentido y legitimidad en razón de una relación más genuina con la verdad buscada y con el bien objetivo, es decir, la dignidad de las personas, que se manifiesta preci-samente en esa búsqueda de la verdad. Sobre Dios no hay dos verdades incoherentes entre sí. Solo hay una verdad que buscar, alcanzar y proclamar: Jesucristo. El segundo peligro es el de un sincretismo falsamente positivo, que procede precisamente de nuestra falta de fe en Dios.

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LIBROS

Simon Leys

BREVIARIO DE SABERES INÚTILES.

ENSAYOS SOBRE LA SABIDURÍA

EN CHINA Y LITERATURA OCCIDENTAL

Traducción de José Manuel Álvarez Flórez y José Ramón Monreal Acantilado, Barcelona, 2016, 592 págs., 36 euros

Testamento literario y humanista de uno de los grandes intelectuales del siglo xx, este Breviario de sabe-res inútiles recoge treinta y nueve ensayos que Simon Leys (Bruselas, 1935 - Canberra, 2014) fue publi-cando a lo largo de su vida en re-vistas de prestigio como The New York Review of Books, The Times Literary Supplement o Le Magazine

Littéraire, entre otras. Los textos versan sobre temas muy variados, con el único denominador común de la supuesta inutilidad a la que alude el título. Como reza la cita de Zhuang Zi que encabeza el volumen: «Todo el mundo co-noce la utilidad de lo que es útil, pero pocos conocen la utilidad de lo inútil».

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e r n e s t o b a l t a r

Cuenta Leys en el prólogo que de joven estuvo viviendo dos años en una chabola de una mísera barriada de refu-giados en Hong-Kong y compartía habitación con un calí-grafo y grabador de sellos, gran erudito, que había colgado en la pared un cartel que decía: «Escuela de la Inutilidad». Aquellas palabras aludían a un pasaje del Libro de los cam-bios, el más antiguo de los libros sagrados chinos, y simbo-lizaban todo ese tipo de saber asociado a la vida cotidiana, en un entorno propicio y con la compañía adecuada, don-de aprender y vivir se convierten en la misma cosa, tal y como propugnaba John Henry Newman en su obra clásica La idea de la Universidad. Ese tipo de inutilidad, sentencia Leys, es el fundamento de todos los valores de nuestra co-mún humanidad.

Los ensayos aparecen reunidos en cinco grandes apar-tados: «Quijotismo», «Literatura», «China», «El mar» y «La universidad», que pretenden organizar de algún modo la incontenible heterogeneidad de los asuntos tratados. De personajes de ficción como don Quijote y el inspector Maigret, a figuras históricas como Confucio, Mao Zedong o Magallanes, pasando por infinidad de escritores como Balzac, Victor Hugo, Chesterton, André Gide, Malraux, Orwell, Nabokov, Joseph Conrad o Simone Weil, este li-bro hará las delicias de cualquier lector curioso que, por encima de todo, quiera disfrutar leyendo, retomando el clásico precepto horaciano de aprender deleitándose.

El género de los libros misceláneos, que seguramen-te ha producido algunos de los frutos más logrados de la historia cultural universal, tiene una incomprensible mala prensa en los despachos de los editores, pues parece con-

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b r e v i a r i o d e s a b e r e s i n ú t i l e s

denado de antemano a ser solo pasto de lectura de los happy few. Craso error, pues además del placer que pro-porcionan a los espíritus atentos y curiosos, estos libros re-sultan especialmente indicados para las peculiaridades de un mundo como el nuestro, tendente —según se dice— a la fragmentación, la multiplicidad, el zapping. Ya decía Gracián que «la uniformidad limita, la variedad dilata» y que «la variedad con perfección es entretenimiento de la vida». Desde luego, la capacidad de Leys para abordar con profundidad y desenfado tan amplio espectro de temas es un lujo para la inteligencia.

Ironía, naturalidad, curiosidad, impetuosidad, erudi-ción, brevedad, amenidad e incorrección política son al-gunas de las señas de identidad del escritor belga. La ve-racidad de un espíritu libre, por así decirlo, que expone su visión sobre las cosas contra viento y marea. No olvidemos que fue Leys uno de los primeros en denunciar y describir al detalle la sangrienta barbarie de la revolución cultural china, enfrentándose a todos aquellos intelectuales occi-dentales que todavía a comienzos de los años setenta se dejaban seducir por la propaganda soviética y maoísta.

Frente a la afectación espartana de la crítica literaria académica, que presupone que lo que es divertido no pue-de ser importante ni serio, Leys reivindica el puro placer de la lectura y recuerda que las grandes obras maestras de la literatura se concibieron en origen como entretenimiento popular. Los grandes creadores literarios no se proponían agradar a los entendidos o expertos ni estaban obsesiona-dos por transmitir un «mensaje» en sus novelas, sino que por encima de todo querían llegar al hombre de la calle,

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e r n e s t o b a l t a r

para simplemente hacerle reír o llorar. Existe, pues, una gran brecha entre la intención consciente del autor y el sentido más profundo de su obra, y es en ese terreno donde el crítico literario puede ejercer su oficio.

En «La imitación de nuestro señor don Quijote» expli-ca Leys que un síntoma evidente de que nuestra cultura se ha alejado de sus raíces espirituales es que el término «quijotesco» se haya incorporado al lenguaje común con un sentido exclusivamente peyorativo, como sinónimo de «irremediablemente ingenuo e idealista», «ridículamente carente de sentido práctico» o «condenado al fracaso». Recuperando la interpretación de Unamuno en Vida de don Quijote y Sancho, Leys vincula el Quijote con el cris-tianismo, más concretamente con el catolicismo español y su tendencia al misticismo: «Juan de la Cruz, Teresa de Ávila e Ignacio de Loyola no rechazaron la racionalidad ni desconfiaron del conocimiento científico; lo que les con-dujo al misticismo fue simplemente “una disparidad inso-portable entre la inmensidad de su deseo y la pequeñez de la realidad”» (p. 31). No es que don Quijote estuviera loco y tuviera la falsa ilusión de ser un caballero andante, sino que se propuso llegar a serlo; su profesión es, pues, el resultado de una elección ponderada, como explicó Mark Van Doren en Don Quixote’s Profession. Pero ante la so-ciedad de su época esa obstinada búsqueda de honor y de gloria representaba un anacronismo grotesco. Don Quijote estaba condenado al fracaso perpetuo porque se negó a adaptar la inmensidad de su deseo a la pequeñez de la realidad. Solo una cultura basada en una «religión de per-dedores» podía producir un héroe como él, concluye Leys.

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b r e v i a r i o d e s a b e r e s i n ú t i l e s

En su defensa de la madre Teresa de Calcuta frente a las críticas de Christopher Hitchens, Leys ofrece una clara muestra de cómo disecciona las ideas con precisión quirúr-gica: «El problema es que él da por sentado que la madre Te-resa debería ser una especie de filántropa, cuyo objetivo en la vida fuese proporcionar a los necesitados ayuda financie-ra, servicios sociales eficaces y cuidados médicos modernos» (p. 38). Pero la madre Teresa no es filántropa, sino cristiana; es decir, no es meramente una persona que sienta afecto por los antropoides sino alguien que ama a Cristo y hace de esta creencia el fundamento de todos sus actos y pensamientos. El problema, arguye Leys, es que los filisteos no soportan la existencia de la belleza moral y se esfuerzan por denigrar, desfigurar, ridiculizar y desacreditar «cualquier esplendor que se eleve por encima de nosotros» (p. 44).

De Balzac dice que era un gran escritor pero que ca-recía de gusto literario. A pesar de ser uno de los mejores novelistas de todos los tiempos, su prosa está plagada de «ocurrencias absurdas, metáforas heterogéneas, lugares comunes y diversas muestras de ingenuidad y mal gusto» (p. 47). Escribía muy mal, pero su falta de talento era su-plida por su enorme fuerza de voluntad y disciplina. Se trata, en cualquier caso, de uno de los ejemplos más pu-ros del genio creador que está libre de virtudes superfluas, porque, según Leys, la verdadera fuente de toda creación no es la inteligencia, ni la sensibilidad, ni la educación o el gusto, sino la imaginación, de la que la obra de Balzac rebosa por todos lados.

De manera sorprendente, compara la mirada de Ches-terton, a quien define como «el poeta que baila con cien

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piernas», con la de los maestros del budismo zen: «La lec-ción es: atente a la realidad; si eres capaz de captar ple-namente solo un fragmento de realidad, por muy humilde que sea, en su concreción y singularidad irreductibles, con-sigues llegar a la parte más profunda de la verdad, y desde allí puedes alcanzar la salvación» (p. 85). Chesterton tenía el don del poeta, que consiste en la capacidad de conectar con el mundo real para mirar las cosas embelesado. Tanto el poeta como el niño están bendecidos con lo que Ches-terton llamó «el mínimo místico»: la conciencia de que las cosas son... y punto. Por eso lo que le impulsó a escribir desde siempre fue «el ansia de dar las gracias a su creador».

Chesterton atesoraba todas las cualidades del gran pe-riodista: inteligencia, claridad, viveza, rapidez, brevedad e ingenio. Pero son precisamente estas cualidades las que causan el desprecio «de los críticos engreídos y de las me-diocridades pomposas». Chesterton escribió con la gene-rosidad despreocupada del genio, siempre con humildad y discreción y sin tomarse demasiado en serio. Se considera-ba a sí mismo un simple aficionado y luchó sin cesar contra ese prejuicio que se interroga: «¿cómo vas a poder decir algo importante si no te das importancia?». Por sus chistes y paradojas, así como por la excentricidad barroca de sus imágenes, Chesterton ha sido considerado por muchos crí-ticos un personaje frívolo o superficial, lo que les ha llevado a ignorar su obra, cuando no directamente a despreciarla y motejarla. Frente a esa imagen distorsionada, defiende Leys la profundidad y seriedad del pensamiento de Ches-terton, la precisión de sus análisis y el carácter profético de sus advertencias, concluyendo con un certero diagnóstico:

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b r e v i a r i o d e s a b e r e s i n ú t i l e s

«En cierto modo, el catolicismo ha hecho a la reputación de Chesterton lo que el Imperio británico hizo a la de Kipling: a ojos de un público superficial e ignorante, se convirtió en un lastre, en un motivo para que tanto partidarios como de-tractores se entregasen a esquematizaciones y distorsiones, buscando un pretexto sectario para el apoyo o rechazo» (p. 95). Desde esa perspectiva reduccionista, erigido en «profeta de la ortodoxia», el catolicismo de Chesterton vino a oscurecer su catolicidad.

Al final del libro se reproduce el discurso que Leys ofreció en la cena inaugural de la Campion Foundation, en Sídney, el 23 de marzo de 2006. Desde el título mismo, «Una idea de universidad», el discurso se presenta como un homenaje al libro del cardenal Newman The Idea of a University. Parte Leys de una definición estándar de la uni-versidad como aquel lugar «donde los estudiosos tratan de buscar la verdad, de perseguir y transmitir el conocimien-to por el conocimiento en sí, independientemente de las consecuencias, implicaciones y utilidad de la empresa» y enumera a continuación los cuatro elementos básicos que necesita una universidad: una comunidad de estudiosos; una buena biblioteca para las humanidades y unos labora-torios bien equipados para los científicos; los estudiantes; y dinero. Las dos primeras, dice Leys, son absolutamente esenciales y necesarias; las otras dos son importantes pero no siempre indispensables.

Formula así Leys su visión de una universidad ideal: «Sueño con una universidad ideal que no entregase títulos ni diese acceso a ninguna ocupación específica, ni certi-ficase capacitación profesional de ningún género. Los es-

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tudiantes estarían motivados por una sola cosa: un fuerte deseo personal de conocimiento; la adquisición de conoci-mientos sería la única recompensa» (p. 557). En la socie-dad actual se condena el carácter elitista de esta «torre de marfil» en nombre de la igualdad y la democracia. Sin em-bargo, para Leys, aunque la exigencia de igualdad «es noble y debe apoyarse plenamente», solo tiene cabida dentro de su propia esfera, que es la de la justicia social. Fuera de ahí no tiene nada que decir. Ni la verdad ni la inteligencia ni el talento son democráticos, como tampoco lo son la belleza, el amor o la gracia de Dios, de modo que la educación debe ser «implacablemente aristocrática e intelectual, debe es-tar enfocada sin el menor pudor hacia la excelencia».

También se ataca a esa «torre de marfil» por su carácter no utilitario, pero en realidad «la utilidad superior de la universidad (lo que le permite ejercer su función) se basa enteramente en lo que el mundo considera inutilidad». El error, dice Leys, ha sido convertir a las universidades en malas imitaciones de los colegios técnicos, de modo que la distinción fundamental entre educación liberal y forma-ción vocacional ha quedado difuminada y pone en entredi-cho la propia supervivencia de la universidad. Pone Leys el ejemplo de una respetada universidad europea que, ante los recortes de financiación, se vio obligada a cerrar un departamento, el menos viable económicamente: «El de-partamento que se cerró fue el departamento de Filosofía, torre de marfil dentro de la torre de marfil, núcleo y origen histórico de la propia universidad». Frente a esta deriva utilitarista, recuerda Leys el lema humanista de Erasmo (Homo fit, non nascitur) y define a la universidad como el

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lugar «donde se da a los hombres la oportunidad de con-vertirse en lo que verdaderamente son».

Estos son solo algunos ejemplos de la sabiduría vital, literaria y humanística que Simon Leys fue destilando a lo largo de su vida y que se reúnen en esta excelente recopi-lación de «saberes inútiles». Son muchos más, y el lector curioso podrá dar cuenta de ellos.

Ya argumentaba Aristóteles respecto de la filosofía que lo inútil es lo más valioso y libre, porque no es siervo de nadie, no sirve para otra cosa, sino que tiene valor en sí mismo. En el manifiesto La utilidad de lo inútil, publica-do en 2013 por la misma editorial Acantilado, el profesor italiano Nuccio Ordine reivindicaba la importancia de sa-beres como la literatura, la filosofía, el arte o la música «que no dan ningún beneficio, no producen ganancias, pero sirven para alimentar la mente, el espíritu y evitar la deshumanización de la humanidad», de modo que no dudaba en redefinir lo útil como «todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores». En este libro Simon Leys lo ha demostrado con creces.

Ernesto Baltar

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Peter Brown

POR EL OJO DE UNA AGUJA. LA RIQUEZA,

LA CAÍDA DE ROMA Y LA CONSTRUCCIÓN

DEL CRISTIANISMO EN OCCIDENTE (350-550 d.C.)

Acantilado, Barcelona, 2016, 1.222 págs., 48 euros

Peter Brown es un historiador, pro-fesor emérito de la Universidad de Princeton, que ha escrito ya impor-tantes obras sobre la época tardorro-mana y que es una de las principales referencias académicas en lo que se refiere a la transición a la Edad Me-dia. Por el ojo de una aguja, titula-do así en referencia a la dificultad que, según las palabras de Jesús en

los Evangelios, tendrán los más acaudalados para salvarse, analiza, tras una prolija investigación, el cambio de actitud sobre la riqueza y la transferencia de poder económico des-de los más pudientes a la Iglesia.

La obra, que, a pesar de ser un auténtico trabajo aca-démico, se puede leer con facilidad, tiene la ventaja de resaltar un aspecto que se suele pasar por alto en la com-prensión habitual sobre el Imperio Romano y su fin. Des-de Gibbon, la idea es que paulatinamente la política y sociedad romanas entraron en un periodo de decadencia

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p o r e l o j o d e u n a a g u j a

que determinó el colapso de su civilización. Tanto en este como en otros libros, Brown intenta alterar este enfoque y aclara que la que tradicionalmente ha sido considerada la época de deterioro del esplendor romano, en realidad no puede ser considerado un periodo de declive, a tenor de los testimonios, y que, en cualquier caso, no fue así expe-rimentado por parte de quienes lo vivieron.

Brown ha explorado el proceso de cristianización de la so-ciedad romana. En un ensayo anterior, titulado El cuerpo y la sociedad, prestó atención a la transformación de las costum-bres sexuales y la adopción del celibato en el cristianismo antiguo. Su interpretación es que ese cambio en la concep-ción de la corporalidad fue decisivo para el paso a la Edad Media. Sin embargo, como señala en Por el ojo de una aguja, la transición a este periodo es paulatina y no ocurre ninguna conmoción cultural por influencia cristiana. En este sentido, Brown parece rebajar la ruptura que representaba el cristia-nismo en las actitudes de la sociedad antigua.

Basándose en figuras relevantes de la época, como Am-brosio, Agustín o Jerónimo, Brown estudia el cambio que se produce en las donaciones de los más ricos en el fin de la Roma imperial y la constitución de la riqueza eclesiás-tica. Al predominar un enfoque social, la obra desmerece las contribuciones teológicas. Por ejemplo, tiende más a entender las disputas en términos de poder personal y no alcanza a comprender la importancia eclesial y católica de las polémicas teológicas. Asimismo, está interesado en ex-plicar lo que para él es un mito: que los cristianos no fue-ron los pobres y miserables, sino que lo importante en la acumulación de poder por parte de la Iglesia y su posterior

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j o s e m a r í a c a r a b a n t e

papel en la Edad Media fue la presencia de fieles cristia-nos también en la capa más alta de la sociedad romana.

Lo que ocurrió fue, a juicio de Brown, un cambio en la percepción de la riqueza y de la donación. Por un lado, el evergetismo tenía para el ciudadano romano un sentido esencialmente mundano y resultaba ser una costumbre político-social en continuidad con la concepción paga-na de la vida civil. Como en Grecia, también en Roma la fama pública del ciudadano era lo más importante; de ahí el empeño por aparecer como benefactor de su comuni-dad. Según Brown, por cierto, también en el siglo iv proli-feraron evergetas, si bien en un sentido más local.

Brown aprovecha la disyuntiva entre la forma pagana de donación y la cristiana como un factor decisivo para comprender la constitución del «Occidente cristiano». Si el paganismo exigía que la riqueza del ciudadano redunda-ra en beneficio de todos, lo hacía porque en su cosmovi-sión no existía una diferenciación entre esa ciudad de Dios y la de los hombres que san Agustín delimitó.

Pero ¿cómo conciliar la riqueza con el tajante mensaje evangélico? Según Brown, se pueden distinguir dos inter-pretaciones sobre la relación cristiana entre la salvación y las riquezas. De un lado, lo que en el libro se llama «movimiento ascético» subrayaba la incompatibilidad entre los preceptos evangélicos y las actitudes de los más pudientes. Desde este punto de vista, era preciso que quien buscaba con determi-nación la salvación comenzara por renunciar a lo mundano y, se desprendiera de lo que le ataba al saeculum. Frente a esta postura existía otra, promocionada según Brown por obispos más mundanizados, que aliviaron la carga existencial que el

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cristianismo suponía para los ricos, ofreciéndoles un camino de compromiso para que no desesperaran de su salvación.

Con sus ofrendas, tanto a los necesitados como a la propia Iglesia, los ricos parecían mitigar la condena evan-gélica. Para Brown, esta última opción, que difundió una parte del clero, ansiosa también por su cuota de poder, es la que supuso no solo una suerte de connivencia del cris-tianismo con actitudes paganas —y, de ahí, que no existie-ra una diferencia tan radical entre el fin de Roma y la Edad Media— sino que también, gracias a la devota y generosa devoción de las altas clases altas conversas, posibilitó que la Iglesia se convirtiera en la depositaria de gran parte de la riqueza romana.

Brown es un erudito y eso se percibe, tanto por la plu-ralidad de fuentes que maneja como por el estilo que em-plea, muy literario, lo que se agradece en la lectura. Cier-tamente, aunque su pretensión no es teológica, a veces aparece demasiado atado a lo social y personal y, por tanto, juzga, tal vez ligeramente, algunos cambios importantes, como se ha indicado ya, que superan la índole mundana. En cualquier caso, pone de manifiesto que la vivencia del cristianismo era más problemática que la del paganismo, lo que serviría ya para afirmar que la fe en Jesús excede el restringido marco de las prácticas sociales existentes.

Josemaría Carabante

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Arthur Rimbaud

OBRA COMPLETA BILINGÜE

Edición a cargo de Mauro Armiño Atalanta, Gerona, 2016, 1.513 págs., 58 euros

Parece como si la primera existencia de Rimbaud hubiera sido una bofe-tada a toda esa civilización burguesa que el malditismo se propuso soca-var, pero cuya denuncia muy pocos llevaron hasta el extremo que alcan-zó el autor de Una temporada en el infierno. Incluso su silencio poste-rior, enigmático, ha dado lugar a in-numerables especulaciones. Pero si

resulta complicado, en ocasiones, comprender su simbolis-mo poético, más difícil es aún aclarar las intenciones que llevaron a este enfant terrible a desprenderse de la escritura.

Aunque en castellano disponíamos ya de gran parte de su obra poética y de su correspondencia, esta edición, a car-go de Mauro Armiño, ofrece el corpus rimbaudiano com-pleto, ordenado cronológicamente, lo que permite descubrir las claves de su evolución y el enriquecimiento paulatino de su imaginación lírica. No es menor el interés de las cartas, donde el joven poeta va descubriendo su estilo, entre la crí-tica a la tradición, buscando los novedosos intersticios que

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las modas del momento no advertían, y explicitando su vo-cación literaria así como su original concepción de la poesía.

El poeta, para él, es un vidente, el que explora lo desco-nocido, que propone el «desarreglo de todos los sentidos», la personalidad fuerte que no solo se asoma al abismo, sino que se precipita en él, el auténtico «ladrón del fuego». Y esta última expresión es atinada: Rimbaud aparece como el genio prematuro, como el adolescente que convierte su irreverencia en una impactante figura retórica. Y hay que reconocer que la llamada prometeica no es casual, como habrá de admitir quien conozca la obra de este poeta a ve-ces misterioso, declaradamente rupturista e inclasificable.

La poesía de Rimbaud es escandalosa, intencionada-mente obscena a veces, pródiga en imágenes e irreductible casi siempre a todo esfuerzo exegético. Ya en la primera parte de su producción se siente el inconformismo de quien declara que el «cielo» le resulta «demasiado peque-ño» y convierte sus versos en un afilado ariete para demo-ler las apariencias. Pero ¿no puede ser esa vocación a la locura del joven e interrumpido poeta una consecuencia también de la hipocresía y superficialidad de una sociedad sostenida aparentemente sobre unos valores de los que implícitamente se desdecía?

Si se tratara de leer la historia de la cultura, no hay duda de que en el poeta francés se encuentra in nuce la semántica surrealista y que en su temporada en el infierno halló muchos de esos monstruos y demonios que más tar-de Freud pretendió sistematizar. Pero que Rimbaud aban-donara después la escritura debería servir como alerta; en el caso de Freud, su pretensión fue la normalización de la

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perversidad, la aclimatación del sujeto contemporáneo a la vida en el infierno de su yo. A veces, pues, la lectura de los versos de Rimbaud —entre enloquecidos y trepidan-tes, lúcidos y enfermizos— puede provocar desasosiego porque sus poemas viajan hacia una interioridad alienada, hacia un yo oscuro y pérfido, que sacraliza su propia irre-verencia («terminé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu», señala el joven Rimbaud).

Hay quienes han leído, precisamente, Una temporada en el infierno como un camino de redención (como explica el propio Armiño en la introducción), pero es dudoso que el pro-tagonista de ese viaje acabe recalando en la fuente de la gra-cia, como pretendía P. Claudel. Porque parece que Rimbaud se consideraba condenado por la educación de su infancia.

Este fue, por cierto, el único poemario que Rimbaud pu-blicó en vida y está compuesto en el contexto de su turbu-lenta relación con Verlaine, cuando más inmerso estaba en su «ebriedad alucinatoria y vidente», dice Armiño. Escrito a continuación de «Prosas evangélicas», esa obra es más bien una renuncia simbólica al catolicismo y una reivindicación del paganismo, aspectos estos que servirían para mostrar por sí solos la importancia de Rimbaud en un nuevo movimien-to, claramente anticristiano, en el que podríamos incluir, junto con él, también a Nietzsche. Estas dos figuras influ-yeron en la transformación de sus respectivos campos y fue-ron unos adelantados, pues el peso y la importancia de sus contribuciones ha tardado algún tiempo en ser reconocido.

Más enigmáticos son los poemas en prosa que componen el otro libro famoso de Rimbaud, Imaginaciones, cuya dispo-sición fue establecida por Verlaine, y en el que se produce

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una clara transformación formal. El poeta intenta vislum-brar el fruto de sus supuestas recreaciones, pero se presien-te ya el silencio al que decidirá confinarse tras su errática existencia. Son tal vez, por los elementos oníricos que con-llevan, los poemas que más influencia posterior tuvieron, sobre todo en el movimiento surrealista, y en ellos destaca el lírico empleo de imágenes sensoriales, cuyo significado no es preciso y que escapan a una lectura superficial. Pero hay que reconocer que es esa heterogeneidad simbólica uno de los aspectos más atractivos de esa compilación poética.

Si Rimbaud renegó o no más tarde de su vida demonía-ca no podremos saberlo nunca. Pero como personaje, esta estrella fugaz de la poesía francesa simboliza y represen-ta la relevancia cultural de las enfermedades del espíritu. Eric Voegelin, conocido por su famosa teoría sobre los mo-vimientos gnósticos contemporáneos, identificaba también como factores disolventes de la cultura clásica ciertas ten-dencias neumopatológicas. Como en el caso de Nietzsche, también en Rimbaud se presenta una distorsión espiritual que conduce al alma hasta el volcán de la locura. En uno y en otro caso, comparece el hastío por la herencia que se les exigía encarnar y, sobre todo, la revuelta del hombre contra la trascendencia. Tanto el joven poeta francés como el po-lémico pensador alemán adoptan una forma de existencia que viene, de algún modo, a rubricar su obra. Como tes-timonio del alma encallada en su propias fantasmagorías, en sus propios demonios, el repaso por la obra poética de Rimbaud es suficientemente elocuente.

Josemaría Carabante

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Sergio Romano

PUTIN E LA RICONSTRUZIONE

DELLA GRANDE RUSSIA

Longanesi Ed., Milán, 2016, 156 págs., 18 euros

En Putin y la reconstrucción de la Gran Rusia, Sergio Romano desci-fra los elementos que han ido con-figurando personalidad política del dirigente ruso que se está convir-tiendo quizá en el principal prota-gonista de los cambios geopolíticos en nuestra época. Con las dotes de fino analista político e historiador que el personaje requiere, este an-

tiguo embajador de Italia en Moscú y representante ante la otan logra reducir a líneas de cierta coherencia lo que se califica a menudo como imprevisible, en la tradición churchilliana de reconocer tres capas de misterio que en-vuelven todo lo que germina en Rusia.

Un sorprendente encuentro que trasluce cierta empa-tía entre Kissinger y Putin inicia el libro. Sirve para esceni-ficar cuánto marcó al entonces agente del kgb en Dresde la desmembración caótica de la Unión Soviética, víctima apresurada, tras el colapso comunista, del que Carrère d’Encause llamó triunfo de las nacionalidades, y del des-

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p u t i n e l a r i c o n s t r u z i o n e d e l l a g r a n d e r u s s i a

mantelamiento de su patrimonio industrial bajo las leyes de Anatoli Chubáis.

«Tuve la sensación de que en aquel momento el país ya no existía. La Unión era un paciente terminal por la pará-lisis del poder. Nada se podía hacer sin Moscú, y Moscú callaba». Así evocaba Putin sus impresiones de entonces, en una entrevista concedida poco después de su primera elección presidencial. Sergio Romano encuadra ese recuer-do entre una novelesca quema de papeles reservados y la huida de Putin de la sede del kgb que requirió de su hábil mediación para apaciguar a la masa agitada de manifestan-tes que la rodeaban. El resto de la biografía da la impresión de estar edificado sobre estas amargas reflexiones: «Hubie-ra querido que el papel de la urss en Europa se hubiera reemplazado por algo diferente. Lo que me dolía es que nadie propusiera nada. Lo dejaron caer todo y se marcha-ron». Con esa experiencia se vinculan, en efecto, dos im-portantes capítulos de la consolidación del poder de Putin, según Romano: la desmesura de la violencia y el terrorismo relacionados con la guerra en Chechenia, y la lucha por el control de los oligarcas y los gobernadores de los oblast.

Vladimir Putin, nacido en 1952, licenciado en derecho y aficionado desde muy pronto al kárate y la aviación, re-cibió después la formación propia de un agente del kgb destinado al extranjero. Su entrada en política se produjo de la mano de Anatoli Sobchak, el alcalde que había de-vuelto a San Petersburgo su nombre presoviético, y que puso a Vladimir Putin al frente de las relaciones interna-cionales de esa ciudad. Reincorporado a la kgb en Moscú, en agosto de 1999, Eltsin lo nombró pronto primer minis-

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tro y, en diciembre de ese mismo año, lo designó como su sucesor, cuando la salud no le permitía seguir ejerciendo la Presidencia. Primakov —ministro de Exteriores y primer ministro de Eltsin— afirmaba que, de entre los apoyos que lo encumbraron, sin duda Boris Berezovski había sido el principal, como lo sería después entre sus enemigos.

Y es que, según la distribución de fuerzas descrita por el autor, los llamados oligarcas estaban entonces en el cé-nit de su poder. Durante el mandato de Eltsin y del pri-mer ministro Gaidar, explica Romano, estos exmiembros destacados del Komsomol (rama juvenil del Partido Co-munista) se habrían apropiado de inmensos recursos de petróleo, gas, madera, metales y minerales, adquiriéndolos con cargo a deuda que la hiperinflación evaporó ensegui-da. Romano narra cómo se asentó así el poder mundial de personajes entre los que incluye a Abramovich, el propio Berezovsky, Gusinsky, Khodorkovsky, Potanin o Deripaska, a quienes un Estado exangüe tuvo pronto que acudir para poder pagar las nóminas de funcionarios y fuerzas arma-das —la táctica exitosa seguida por Putin para mermar su poder es objeto de otro interesante capítulo—.

Paralelamente, en el mandato de Eltsin, las alteraciones de fronteras con las que Stalin y Khruchov habían jugado sin escrúpulos (Osetia, Nagorno-Karabaj, Crimea, Transnis-tria) amenazaban con pasar también su factura al centro de-bilitado abriendo a la vez todos los conflictos, al convertirse los límites internos en potenciales brechas de ruptura. Por su parte, describe Romano, los gobernadores de los oblast se enseñorearon de las recaudaciones, y las repúblicas asiá-ticas oscilaban entre la dictadura y el caos. En Ucrania, la

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p u t i n e l a r i c o n s t r u z i o n e d e l l a g r a n d e r u s s i a

fisura más delicada y potencialmente peligrosa, el conflicto directo con Rusia se logró posponer mediante un acuerdo entre Eltsin y Kutchma, que incluía señaladamente el uso de la base naval de Sebastopol.

Fue en Chechenia donde el conflicto se hizo más agu-do: evitar el efecto contagio tras el golpe de Dudaev, pero sobre todo después de la invasión de Daguestán por Basaev fue vital para Rusia, según el autor. Y ese espinoso episodio coincide con la entrada de Putin en el poder. Los sangrien-tos atentados de Moscú y Volgodonsk propiciaron la entra-da del ejército en Grozny, que utilizó métodos que Romano califica como propios solo de las guerras coloniales. Respal-dado por Berezovski, el exagente del kgb Litvinenko acusó a Putin de estar relacionado con los atentados y haberlos utilizado como justificación. Murió asesinado con polonio en pleno Londres. La periodista Anna Politkovskaja, que denunció las violaciones de derechos humanos en la guerra chechena, murió también asesinada. Desde estos episo-dios, afirma Romano, John McCain se manifestó como el principal detractor de Putin en Estados Unidos. Entretan-to, el terrorismo checheno islamista continuó actuando con ataques de una magnitud inusitada, como el de la escuela en Beslán, en que murieron 300 personas, de las cuales 186 niños.

Tras haber narrado el ascenso de Putin y sus primeras acciones en el poder, Sergio Romano dedica la parte central del libro a analizar las bases intelectuales del periodo pu-tiniano. Reflexiona sobre la idiosincrasia política rusa: «El poder del Estado ruso necesita un fuerte consenso popu-lar; pero ese consenso es tanto más fuerte cuanto el líder

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demuestre [...] que sabe actuar con autoridad y firmeza». En ese campo manifiesta su preferencia por la síntesis del alma rusa lograda por Berdiaev en su estudio sobre los orí-genes del comunismo. Romano reflexiona también sobre la base del apoyo popular de Putin: «Rusia es demasiado grande y está demasiado poco poblada para [...] el gusto de la libertad, ese nivel de conflicto e inestabilidad que es casi siempre el precio de la democracia. Rusia es demasiado pa-triótica y recelosa del mundo exterior como para no apreciar el estilo de un líder que quiere reconquistar el prestigio de su país en el mundo». Y recuerda que en El gran juego, Peter Hopkirk afirma que durante cuatro siglos Rusia se extendió al ritmo medio de 150 kilómetros cuadrados al día. Para go-bernar ese inmenso espacio, que ha forjado sus institucio-nes y cultura política, Rusia necesita una ideología y una misión. Sergio Romano sostiene que lo que orienta a Putin en la selección de referentes ideológicos es el deseo de en-contrar una narrativa que proclame la originalidad de Rusia en un mundo dominado por las modas y modelos occiden-tales, a menudo de evidente origen americano (una difícil tarea de resistencia al soft power). Exponiendo los arsenales a disposición de los asesores más cercanos a Putin (men-ciona a Alexander Dugin como el más influyente), Romano confronta las visiones del determinismo geográfico occiden-talista de Chaadayev —Rusia entró en la civilización con la europeización de Pedro el Grande— y las teorías eslavófilas y eurasianistas —por lo general, más identitarias, que pro-movieron entre otros los lingüistas Trubetzkoy y Jacobson y predominaron entre los exiliados de la Revolución bolchevi-que—. Contextualiza también las citas de Lev Gumilev que

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Putin introdujo en su discurso presidencial de diciembre de 2012, para referirse al concepto de «pasionarnost», esa capacidad de sacrifico relacionada con la energía interior de una nación, tan al caso para pedir esfuerzos en el contexto de los últimos años. Romano llega por último a la conclu-sión de que el teórico alejamiento de Europa alentado por Putin es una reacción a la excesiva vulnerabilidad rusa fren-te a una influencia occidental que la puede hacer cada vez menos gobernable. Por ese motivo, afirma Romano, se trata de una posición que puede revertirse cuando lo aconseje la necesidad.

Un lugar no secundario en esta búsqueda de referentes lo ocupa, siempre según el autor, la relación con el patriar-ca Kirill de un presidente que a menudo se deja retratar rodeado de la simbología identitaria prestada por la Orto-doxia. Esa fuente de legitimación le ha llevado a revivir, como hiciera Pedro el Grande, la tradición bizantina según la cual el apóstol Andrés, en cuanto primer llamado a su misión (protocletos), sería en realidad el legítimo deposi-tario del primado apostólico y el que llevó originalmente la fe a tierra eslava después de Constantinopla. Moscú como tercera Roma. La cruz de San Andrés, que ondeaba en las naves de la marina blanca que huyó de los bolcheviques, volvió por eso a izarse en los barcos rusos.

Sobre la muy actual cuestión de cómo se gestionará en Rusia la conmemoración del Octubre Rojo, el libro de Sergio Romano aporta interesantes reflexiones. Por una parte, expli-ca cómo en la Rusia de Putin no se celebra hoy ya el levanta-miento de 1917 sino la insurrección antipolaca de 1612, que culminó en 1613 con la coronación del primer Romanov (y es

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el argumento de los Boris Godunov de Pushkin y Musorgsky). Por existir desde 1818 un monumento conmemorativo de esa efeméride en la misma Plaza Roja y coincidir las fechas en noviembre —tras el paso al calendario gregoriano— con las de la Revolución de Octubre, los fastos de ambos eventos ocurren en el mismo lugar y tiempo.

Romano describe la dificultad que Vladimir Putin en-cuentra para recordar el pasado soviético, compartida con gran parte de la ciudadanía rusa, que añora la grandeza nacional a la vez que trata de obviar los más aberrantes frutos de la locura totalitaria. Es revelador de esta actitud el rescate de la estatua de acero del fundador de la Checa, arrebatado a las masas que querían destruirla, por miem-bros de la kgb que le encontraron acomodo en un museo de arte contemporáneo; también la mención de las calles que recuperaron su nombre prerrevolucionario solo en la mitad de su recorrido.

Cabe mencionar que entre otras consideraciones sobre los procesos de transformación de la memoria nacional, Romano afirma que la controversia abierta en España por Rodríguez Zapatero —y en Polonia por los Kaczy ski— es en realidad el mismo debate revisionista que los demás Estados europeos atravesaron en el 68, pospuesto en Es-paña como consecuencia de nuestras particularidades históricas y con la definitiva diferencia de que, según Ro-mano, mientras en otros lugares había partido de la pobla-ción, en el caso español venía impuesta desde arriba. Esa provocadora acotación le sirve para afirmar que es posible que en Rusia esté aún pendiente la digestión del periodo estaliniano.

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p u t i n e l a r i c o n s t r u z i o n e d e l l a g r a n d e r u s s i a

El libro continúa revisando todos los principales episo-dios y elementos de los mandatos de Putin como presiden-te o primer ministro, y demorándose en sus antecedentes. La evolución del problema ucraniano pasando por la Revo-lución Naranja y los episodios de febrero de 2014 —que Romano califica de golpe de Estado—, hasta finales de 2016; la guerra en Georgia y la situación en Osetia del Sur y Abjasia; la relación con los países bálticos; la expansión de la otan y el escudo antimisiles; el papel de Polonia en la visión occidental sobre Rusia; el asunto Magnitski —cuya vinculación a negocios turbios Romano da como cada vez más clara—; el uso de la guerra electrónica (incluida la campaña americana) o la intervención en Oriente Medio.

Aunque la visión de cada episodio es poliédrica y Ro-mano no oculta su complejidad, hay unas líneas de análi-sis comunes a todos ellos, inspiradas en los determinantes que hemos mencionado. Anticipan un inquietante último capítulo sobre el incremento de la actividad militar en las zonas fronterizas con Rusia en el último año. Operaciones en las que «mucho de lo que puede ocurrir queda a mer-ced del sistema nervioso de pocas personas».

Las durísimas conclusiones que cierran el libro levan-tan acta de la gravedad de la crisis que está atravesando Occidente y de la consiguiente pérdida de atracción hacia el sistema democrático para otras áreas del mundo.

Pablo T. Martín

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Juan Bonilla

POEMAS PEQUEÑOBURGUESES

Renacimiento, Sevilla, 2017, 80 págs., 15 euros

Como Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) es novelista de éxi-to y periodista cultural en activo, su dimensión de poeta, aunque sea la más antigua y más constante, se pasa por alto a menudo. No hay que culpar de eso exclusivamente a la dificultad del mercado español para asimilar al escritor todo terreno ni tampoco a la condición de cenicien-

ta de la poesía, cercada de hermanastras más mediáticas. Todo es verdad, pero no toda la verdad. Bonilla también ha puesto de su parte para su relativo esquinamiento lírico. No a posta, sino a apuesta. Optando por escribir poesía sin pose y envidando a juegos de palabras, al humor, al prosaísmo, a la narratividad y a cierta desgana manuelma-chadiana.

El título de su último libro no podría tener menos aura cultureta ni gancho publicitario: Poemas pequeñoburgue-ses. Por dentro, arriesga como nunca en el coloquialismo, y sus poemas parecen, a veces, trozos de prosa cortados al albur. Pero, de pronto, cogiéndonos desprevenidos, la

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p o e m a s p e q u e ñ o b u r g u e s e s

emoción nos recuerda que estamos ante un poemario mu-cho más depurado de lo que parece.

La defensa de «La secta de los viles», esto es, de las vidas ordinarias, pequeñoburguesas y sensatamente satisfechas, no es un poema redondo, a pesar de sus cultos ecos dantescos; pero fija el terreno de defensa de la normalidad y el sentido común desde el que hablan estos versos. No es casualidad que de este poema se extraiga el título de todo el conjunto.

La sencilla riqueza de estar vivo se recalca, como con-clusión final, en el último poema de la colección, titulado «Epitafio de cualquiera», que es un canto exaltado a la existencia. Hace exclamar al difunto anónimo: «Da igual [quien seas]. Me cambiaría por ti, quisiera ser / alguien que lee la lápida de un muerto. / ... / Sentir cómo cabalga el tiempo / en el bombeo de tu corazón». Vivir es ser «el propietario de una estrella».

Ese optimismo de mínimos al máximo es de clara rai-gambre chestertoniana. En uno de los poemas más bor-dados del libro, «Mateo 19, 24», se le rinde un homena-je explícito, con un cóctel de teología, ingenio alocado y sentido común que habría entusiasmado al maestro. Allí aparece, en su sorpresivo final, uno de los temas vertebra-dores del poemario: la relación de la realidad con la ficción y cómo ambas se comprenden mutuamente, enriquecién-dose sin cesar.

Desde el principio, Bonilla nos habla de las carencias como una condición para mirar la vida con deseo con esta solvente contrahechura de Juan Ramón Jiménez al más puro estilo de Abraham Maslow: «— Oh, Insolvencia, tú sí que sabes / el nombre exacto de las cosas».

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Parte de la filosofía pequeñoburguesa es desconfiar de las soluciones de las utopías políticas: «Toda revolución / acaba siempre en un Napoleón». Cualquier insolvencia la solucionan mejor a cuatro manos la realidad y la ficción, a menudo anudadas. Por eso, Bonilla nos cuenta su vida como una gala de los premios Oscar, nada menos. Más glamour, imposible. El premio a la mejor banda sonora es al mar de Cádiz, «que pronuncia mi infancia en cada ola». Como el mar, la literatura: «Mejor guion original es para Agustín García Calvo / por enseñarnos que la realidad no es todo lo que hay / y que ser es ser y no ser, sin que pue-dan prescindir uno del otro». Y la poesía propia, asumida sin subterfugios, ni retóricos ni gramaticales: «En mi favor cabrá decir al menos / que nunca, nunca, nunca / me refe-rí a mí mismo en tercera persona».

Tal mezcla de realidad e imaginación se rebobina y vuelve a proyectarse en «Canicas en un bote de cristal», donde nos confiesa al cumplir sus axiales cincuenta años: «Fui enlazando seres como todos / en una representación de un solo espectador constante, / a veces crítico ofen-dido, a veces gran amigo del autor / capaz de perdonarle todo fallo, / y otros espectadores que iban y venían, se aso-maban un momento, / reían, se quejaban, lloraban o se encogían de hombros / y a veces hasta entraban en escena / para decir: no, no es ficción, esto no es una ficción / para luego hacerse humo o estamparse contra el decorado».

Por momentos el lector piensa lo mismo que Juan Bo-nilla cuando se avisa: «Se va, se va, el poema se me va por lo anecdótico»; pero ese mismo aviso demuestra que el poeta está vigilante y que la anécdota o se asciende a

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categoría o será, como poco, de categoría. El largo poema dedicado al padre («El día de regalo») conjuga los extre-mos con maestría.

Poemas pequeñosburgueses podría haberse contenta-do con su tensión entre la realidad y la ficción y entre la anécdota y la categoría. Habría bastado. Pero añade una dimensión más, con un delicado pudor: la trascendencia. Apenas se transparenta, pero está. En el citado homenaje a Chesterton, por ejemplo. Y en «Río». El poeta aspira, en su mismo fluir, a la supervivencia: al siempre. Léanlo: «Si pudiera elegir, sería un río [...] ellos siguen naciendo cuan-do mueren [...] Si pudiera elegir, sería un río, cualquier río. / Algo que siempre está naciendo, / algo que está pasando siempre, / algo que muere en cada instante». Frente a la muerte de cada instante («el tiempo es un suicida reinci-dente», atestigua otro verso), el nacimiento continuo, pero también el paréntesis instantáneo de una revelación: «Son algo así como paréntesis / entre los que las leyes se hacen humo / y estoy conforme sin saber por qué».

En el poema «Propiedades», Juan Bonilla, pequeñobur-gués, hace inventario de lo que tiene y deduce que nada de eso hubiese satisfecho las ambiciones del joven que fue. Entonces comprende «sonriente / lo muy equivocado que estaba». Este libro es un reconocimiento pudoroso y poderoso del acierto de una vida hecha a medias de rea-lidad y ficción, que no ha perdido (o que ha ganado) la aspiración a lo que queda más allá del tiempo.

Enrique García-Máiquez

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Antonio Fontán

PRENSA, DEMOCRACIA Y LIBERTAD

Edición a cargo de Eduardo Fernández Fernández. Prólogo de Javier Fernández del Moral. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2017, 324 págs., 19,90 euros

Antonio Fontán tuvo la capacidad de saber conjugar en su vida profe-sional la actividad periodística, la académica y la política. Sin embar-go, de primeras, es conocido por su trabajo como director del diario Ma-drid y por la impronta que ese perió-dico dejó en el quinquenio de su eta-pa, conocida como «independiente».

Hay que señalar que su carácter en estas actividades perio-dísticas tomó cuerpo en las publicaciones que creó y dirigió, además de las distintas colaboraciones que aparecieron en variados medios.

Fontán (Sevilla, 1923), filólogo clásico de formación, catedrático de Latín, miembro del consejo privado de don Juan y de la comisión que velaba por los estudios del en-tonces príncipe Juan Carlos, primer presidente del Sena-do en la legislatura constituyente, fue también director del diario Madrid en su etapa conocida como «independiente» (1966-1971), fundador de Nuestro Tiempo y Nueva Revis-

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p r e n s a , d e m o c r a c i a y l i b e r t a d

ta, responsable de la puesta en marcha del Instituto de Periodismo de la Facultad de Navarra.

Prensa, democracia y libertad pone el punto final a un trabajo que don Antonio comenzó y que no pudo concluir: la recopilación de sus textos sobre el periodismo, los me-dios y su experiencia profesional. Eduardo Fernández, discípulo y colaborador de Fontán, profesor de la Univer-sidad Autónoma de México, editor junto con Antonio Fon-tán Meana de la biografía de don Antonio sobre Cicerón (2016), ha terminado este trabajo que, como explica en la nota introductoria, «recoge el fundamento y esencia de todo su pensamiento sobre la prensa, la libertad de expre-sión y la misión del periodista».

Se trata de una recopilación de casi cuarenta artículos y conferencias que giran alrededor del periodismo y que, con acierto, se divide en cuatro apartados o capítulos: «La prensa y la misión del periodista», «El diario Madrid y mi experiencia como director», «La transición: de la ley de prensa a la libertad» y «Algunas noticias sobre Antonio Fontán». Las tres primeras secciones son textos de Fon-tán y la última recoge testimonios aparecidos en prensa con motivo de su muerte, no es una retahíla de obitua-rios. También hay que añadir un prólogo firmado por Javier Fernández del Moral, la nota introductoria de Fernández y la presentación de don Antonio, que fue publicada con motivo del reconocimiento como uno de los héroes de la libertad de prensa del International Press Institute.

¿Qué se pretende con la publicación de este libro? Transmitir al lector los valores que la prensa —el perio-dismo— tenían para Fontán y, de alguna manera, tratar de

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devolver esta profesión al lugar que le corresponde, debido a la innegable relación que guarda con lo que se señala en el título: prensa, democracia y libertad. Además, a tra-vés de los textos, se argumenta la importancia que la for-mación específica de los periodistas tiene para que estos profesionales desempeñen su trabajo cumpliendo con la función que la sociedad les ha encomendado: informar de los hechos y, desde su perspectiva, interpretar los hechos a la audiencia.

Hay que tener en cuenta que los primeros textos recogi-dos en Prensa, democracia y libertad datan de comienzos de la década de los cincuenta del siglo pasado y los últimos son de comienzos de este, lo que justifica que no se nombre a los medios digitales y las redes sociales, o las pocas menciones que se hacen a la televisión. Pero, por otra parte, contiene dos historias (sí, historias): la creación y puesta en marcha del Instituto de Periodismo de Navarra, que sería la prime-ra facultad en nuestro país, y la aventura del diario Madrid, en los años en los que Fontán fue director. Las dos recogen muy bien lo que podría considerarse como fundamentos de la manera de hacer periodismo del autor: la formación de los profesionales, la importancia del equipo de redacción y su relación con la empresa y el gobierno, la pluralidad ideológi-ca, la búsqueda de la verdad, la función para con la sociedad del periodista y la opinión pública, la responsabilidad del di-rector sobre lo publicado,...

En resumen, Prensa, democracia y libertad desvela al lector la concepción y el modo de hacer periodismo de Fontán, pese a que a priori parezca que los contenidos no se adaptan a las necesidades de los medios actuales y a

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p r e n s a , d e m o c r a c i a y l i b e r t a d

las demandas del público. Se puede abstraer una base que sigue hoy vigente, como la importancia de que los perio-distas realicen un buen trabajo debido a su responsabi-lidad con la sociedad, o la independencia que necesitan los medios —frente a las presiones del poder político y los anunciantes— para que exista una verdadera libertad de prensa a través de esta página de la historia del periodismo español que sin duda será objeto de estudio para gran parte de las Facultades de Comunicación.

María Tapias Fraile

h a n c o l a b o r a d o161

Antonio Alonso MarcosPROFESOR DE LA UNIVERSIDAD

CEU SAN PABLO

Ernesto BaltarDOCTOR EN FILOSOFÍA. ESCRITOR Y EDITOR

Pilar Benito GarcíaJEFE DE SERVICIO DE CONSERVACIÓN.

CONSERVADORA DEL PALACIO REAL

DE MADRID. CONSERVADORA DE

TEXTILES DE PATRIMONIO NACIONAL

Jorge BustosPERIODISTA Y CRÍTICO LITERARIO

Josemaría CarabantePROFESOR DE FILOSOFÍA DEL DERECHO.

C. U. VILLANUEVA. SUBDIRECTOR

DE NUEVA REVISTA

José María CrespoPERIODISTA. DIRECTOR

DEL DIARIO DIGITAL PÚBLICO

Ignacio GarcíaDIRECTOR DE TEATRO

César A. García BelsunceMIEMBRO DE NÚMERO Y EX DIRECTOR

DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA.

REPÚBLICA ARGENTINA

Enrique García-MáiquezPOETA. CRÍTICO LITERARIO

Miguel Ángel Garrido GallardoFILÓLOGO. PROFESOR DE INVESTIGACIÓN

DEL CSIC (ILLA-CCHS). CATEDRÁTICO DE

UNIVERSIDAD. EDITOR DE NUEVA REVISTA

Antonio JiménezPERIODISTA. PRESENTADOR

DEL PROGRAMA EL CASCABEL (13TV)

José Gabriel López AntuñanoDRAMATURGO. DIRECTOR DEL MÁSTER

UNIVERSITARIO EN ESTUDIOS AVANZADOS

DE TEATRO. UNIR

Miguel Luque TalavánDIRECTOR DEL DEPARTAMENTO

DE HISTORIA DE AMÉRICA.

UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

Francisco A. Marcos MarínCATEDRÁTICO DE LINGÜÍSTICA ESPAÑOLA.

UNIVERSIDAD DE TEXAS. SAN ANTONIO

Francisco MarhuendaDIRECTOR DE LA RAZÓN. PROFESOR

DE HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES (URJC)

Pablo T. MartínPROFESOR DE RELACIONES

INTERNACIONALES

Francisco Martínez HoyosDOCTOR EN HISTORIA

Ignacio PeyróPERIODISTA Y ESCRITOR

Felipe SantosDIRECTOR DEL INSTITUTO CERVANTES DE

BRUSELAS. PERIODISTA Y CRÍTICO MUSICAL

Robert SarahCARDENAL PREFECTO DE LA

CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO

Pedro A. Serena DomingoINVESTIGADOR CIENTÍFICO.

INSTITUTO MADRILEÑO DE CIENCIA

DE MATERIALES. CONSEJO SUPERIOR DE

INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

María Tapias FrailePERIODISTA