no sólo la lluvia cae del cielo (tomo ii)
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No Sólo la
Lluvia Cae del
Cielo
Capítulo primero:
La estación está desierta. Un perro vagabundo ronda por
el andén. El tren se detiene. El Joven Caminante lleva tan
sólo una mochila a la espalda. Decidió marcharse de la
ciudad por unos días. Dijo a todos que se iba a respirar
aire puro, que le hacía falta desconectar, sin más
explicaciones. Así son las cosas a veces.
El sendero que recorre pasa por la orilla de un río de
aguas tranquilas; el agua salta jugando entre las piedras.
Camina. Hace calor y los árboles de la ribera le regalan su
sombra. El perro flaco del apeadero le sigue cauteloso a
cierta distancia. Van pasando las horas y el cansancio se
acumula en sus piernas, es hora de parar pues se acerca el
ocaso. Como si el destino jugara a su favor descubre en un
recodo del sendero un refugio que las estaciones y los
elementos han respetado. Decide hacer noche como huésped de
un desconocido y ausente anfitrión que, sin saberlo, tanto
le facilita hoy la vida. El perro se acerca con timidez y
finalmente se acurruca a su lado con las orejas gachas y
los ojos mansos. Parece que ahora tiene un compañero.
En el oscuro cobijo descubre una vieja maleta y a su
lado un hermoso candil. Mira por los alrededores esperando
hallar a su dueño. No hay ni un alma por allí. Sin poder
contener su curiosidad, deja su mochila a un lado y abre el
equipaje del desconocido: dentro hay un espejo roto, un
catalejo, un trozo de piel, una pluma estilográfica y un
cuaderno con las tapas hermosamente trabajadas. Lo toma
entre sus manos y lo abre con cuidado. La luz de su frontal
ilumina la primera página. Mira la afilada letra
manuscrita. Parece un poema o una canción. Se pregunta
quién será su dueño. Hojea las primeras hojas de lo que
parece ser el Diario de alguien que se llama a sí mismo El
Caminante.
La noche es clara y el perro de color canela ladra a la
luna.
Continúa leyendo más adelante:
“No sólo la lluvia cae del cielo”
Capítulo segundo:
No sólo la lluvia cae del cielo.
El perro color canela sigue ladrando a la luna, que
asoma tímida entre las nubes. La luz del frontal ilumina
las hojas.
“No sólo la lluvia cae del cielo”, repite en voz alta
intentando comprender el sentido de las palabras. Pasa la
página y lee:
“Queda aquí mi vieja maleta de Viajero, la que por tantos senderos
me ha acompañado. Dejo en ella mis pertenencias más queridas, aunque
puedan parecer poca cosa. Lo más valioso es el Diario que un día recibí
de alguien desconocido. No sé quién lo escribió, pero sé que nos unen
muchas cosas. A ti, Joven Caminante, están dedicadas las letras que
añadí. Quizá esto que escribo te sea de ayuda. Si es así, daré El
Camino por bien andado. Para alumbrarte dejo el candil, que su luz te
conforte y acompañe.
Yo, como todos, aspiro a la felicidad, sin saber muy bien qué es lo
que sea. Durante algún tiempo sólo levanté la vista al cielo para
comprobar lo inminente de una tormenta, pocas veces me paré a pensar
seriamente que la lluvia, más que una incomodidad, pudiera ser una
bendición y que muchas otras maravillas pueden verse en el firmamento.
Mi vida transcurría entre tareas y preocupaciones que me parecían muy
importantes entonces, no había espacio para dedicar un solo minuto a la
contemplación celeste. Hoy, cuando escribo esto, muchos de aquellos
asuntos ocupan un segundo plano. Finalmente entendí que eran otras las
cuestiones realmente trascendentales de la existencia. Y alcé un día los
ojos para mirar, quizá por primera vez, lo asombrosamente bello que es
el cielo cuajado de estrellas. Y sentí que yo era parte de algo
inexplicable, y que no sólo la lluvia cae del cielo.”
El Joven Caminante piensa que aquel cuaderno no es más
que una colección de tonterías de alguien que tal vez se
cree una especie de gurú. Pero como no tiene nada mejor que
hacer, decide dar uso al viejo candil, que parece esperar
ser encendido, y seguir con la lectura. La luz que
desprende la vela es cálida como un abrazo. El perro come
ávidamente los restos de su cena mientras él continúa la
lectura: No sólo la lluvia cae del cielo.
Pero en el silencio rotundo de la noche se sintió
diminuto y grandioso a la vez.
Capítulo tercero:
Pero en el silencio rotundo de la noche se sintió
diminuto y grandioso a la vez.
El Joven Caminante continúa la lectura:
“Si tienes la suerte de gozar de una noche despejada y de ver las
mismas estrellas que un día aquí me contemplaron, míralas, lector, y
siente tu insignificancia. Ya sé que eso no te gusta, que te incomoda,
pero es bueno a veces saberse así, un grano de polvo en la inmensidad de
lo creado. ¿Has pensado qué harías si quedaras una noche en medio de
un lugar desconocido, en la más completa oscuridad, absolutamente solo,
sin fuego que te alumbre, agua, comida o abrigo? Yo me quedaría
agazapado y quieto a esperar la luz del día, intentando ahuyentar el
temor y las ideas terribles que me asaltarían al sentir a mi alrededor,
como una amenaza, el más mínimo ruido. Tendría pánico. Me sentiría
la criatura más indefensa de este planeta, porque en realidad lo soy.
Cualquier animal tiene más armas que yo para sobrevivir por sí mismo.
Pensarás tal vez que a ti no te pasaría esto de ninguna manera y me
alegra que lo creas, pero es mentira. El miedo forma parte de la
naturaleza humana.
Si logras aceptar esto sin discutir, percibirás lo que la palabra
humildad significa en verdad. Pero al mismo tiempo, sabiéndote apenas
un cúmulo de materia que un día desaparecerá, sabrás que eres un ser
capaz de pensar, de amar, de crear, de imaginar; eres una maravilla
de la ingeniería divina.”
El Joven Caminante alzó la vista y miró hacia lo alto.
Las estrellas temblaban. Preparó un fuego pues la noche se
estaba volviendo fría, y al amparo de las llamas siguió
leyendo.
“Ningún otro ser creado mira al cielo y se pregunta quién es… ¿Y
tú, desconocido lector: te has preguntado alguna vez quién eres? ¿Te has
mirado de verdad en el espejo?”
Capítulo cuarto:
El resplandor de la hoguera iluminaba el refugio. Los
leños chisporroteaban. El Joven Caminante tomó el cuaderno
y siguió leyendo.
“Y tú, ¿te has preguntado alguna vez quién eres? ¿Te has mirado
de verdad en el espejo?
Yo pasé mucho tiempo pensando que lo bueno que me ocurría lo
merecía de sobra y que lo malo era fruto de la confabulación del universo
entero contra mí. Así pasaban mis días, en una ceguera cobarde. Pero
tuve que echarme al camino y no me quedó más remedio que crecer a
fuerza de golpes o afortunados encuentros, y he de decir que aprendí
algunas lecciones. No todo el mundo crece, ¿sabes?
Aprendí que soy yo quien construyo mi destino, y este
descubrimiento fue trascendental. Supe que son mis decisiones, las
buenas y las malas, las que van dibujando casi todo mi retrato. A veces
mis errores me han hecho caer, a veces el destino me sorprendió con
alguna mala pasada, con sufrimiento inmerecido, pero aún así yo soy el
único responsable de lo que fui, soy y seré. Puedo dejarme vencer por las
dificultades, bajar derrotado los brazos sin pelear esperando que un
golpe de suerte me cambie la vida. Puedo compadecerme de mí mismo
tanto como quiera, no aprender de los fracasos o, por el contrario,
decidir que hay metas que alcanzar, pasos que dar, cosas que hacer y
decir.
Y cuando siento que vuelvo a mis viejos pensamientos
autocomplacientes, los que me convierten en esclavo y no en amo, me miro
en el espejo que llevo siempre conmigo para preguntarme, crudamente y
mirándome a los ojos, quién soy. Lo hago para recordarme lo que aspiro
a ser y quién no quiero ser. Porque me ha sido dada gratuitamente la
capacidad de pensar, de sentir, de soñar, de amar, de crear, de diseñar
mi mapa del mundo, mi carta estelar.”
El Joven Caminante recuerda que en la vieja maleta vio
un trozo de espejo roto. Lo coge y observa la imagen que le
devuelve.
Capítulo quinto:
Quedan sólo ascuas en la hoguera. El espejo roto le
devuelve su imagen envuelta en la penumbra. Coge una manta
y se cubre con ella, pues vuelve a hacer frío. El café que
preparó está muy caliente. Abre el cuaderno y lee a la luz
del candil:
“Para decirme quién aspiro a ser y quién no quiero ser. Porque
me ha sido dada gratuitamente la capacidad de pensar, de sentir, de
soñar, de amar, de crear, de diseñar mi mapa del mundo, mi carta
estelar.
Lo más sencillo fue saber lo que no quiero ser, recordar aquello que
me hace maldecir a veces a la raza humana. No quiero servir a la
injusticia, a la violencia, al abuso del débil. No quiero ser el corrupto,
el prepotente, el desleal, el egoísta, el manipulador, el racista, el
fanático, el insensible al dolor ajeno, el trepa, el que se hace siervo de la
imagen, el que adora lo material como al dios supremo y olvida
alimentar con amor y belleza su espíritu. No quiero vivir en soledad,
quiero dejar alguna huella de mi existencia, algo que hable de mis
pequeños o grandes sueños, de mis legítimos anhelos, de mi lucha, de lo
que amé, de lo que fui capaz de dar y de todo lo que, agradecido, recibí
de otros.”
Las estrellas ofrecían un espectáculo asombroso. El
lector buscó en la noche el lucero más brillante.
Capítulo sexto:
Las estrellas ofrecían un espectáculo asombroso. El
Joven Caminante buscó en la noche el lucero más brillante.
La luz temblorosa del candil ilumina las palabras.
“Porque yo he sido a veces aquello que nunca quise ser. Sucumbí
ante los embates de la tormenta y pudo más el dolor que la esperanza.
Formé parte del ejército de los Sin Alma, fui uno de aquellos que se
conforman con vegetar en lo pequeño, lo estrecho, lo egoísta y mezquino.
Mi espíritu quedó extraviado en algún lugar esperando ser rescatado.
Todos tenemos nuestras noches oscuras y terribles.
¿Dónde se perdió aquel que fui un día, aquel que soñé con ser?
Parecía no quedar nada del Andariego. Miré al espejo y me vi
gritando, maldiciendo el silencio que me rodeaba, hundiéndome en mi
sufrimiento. Odié a todo y a todos, y sobre todo a la luna que brillaba
pálida, indiferente y eterna.
El gastado macuto lloró por el amigo perdido, pude sentirlo. Una
noche, una tímida estrella brilló solitaria en el firmamento para mí. El
tiempo pareció detenerse y sólo entonces fui capaz de recordar las cosas
que en el Camino me acompañaron, aquellas que, de niño, sencillas y
luminosas, recibí, las que dieron sentido a mi infancia; después vinieron
las grandes palabras, las que se escriben con mayúsculas, los ideales
que hicieron latir mis venas y dieron alas a mis sueños. Y mi mente voló
hasta los amores compartidos con mi gente, aquellos que son de mi
misma sangre y aquellos que fueron mis compañeros de ruta, senda y
aventuras. Pensé en todo lo valioso que llenaba mi mochila, los
compañeros de viaje que elegí un día.
Y fue entonces que la soledad y el dolor cedieron paso a la fe, y
firmé un tratado de paz con el mundo, con la vida y conmigo mismo. Y
decidí volver a caminar con mis semejantes, esos otros tan imperfectos y
terribles a veces como yo mismo. Aprendí a perdonar y quise ser
perdonado.
Y la noche se volvió mi amiga.”
El Joven Caminante rogó porque las sombras no le
rozaran, pero supo que no podría esquivarlas. Como
adivinando sus pensamientos, “Canelo”, -al que dio ese
nombre por su color-, lamió sus manos y supo entonces que
la soledad nunca es absoluta.
Capítulo séptimo:
El Joven Caminante acarició a “Canelo”, su nuevo
amigo, que decidió echarse a dormir. Recordó que en la
gastada maleta había un catalejo, lo tomó y miró al
firmamento; parecía que podía tocar con sus manos el cielo.
Desplegó después el trozo de piel que reposaba en el fondo.
Algún significado debía tener. Si algo aprendió aquella
larga noche en vela era que el Viajero guardaba en su
equipaje cosas con un extraño sentido, que ahora él tenía
que descifrar. Le pareció que era la representación de un
rústico mapa celeste. Reconoció las formas que hacía años
alguien le enseñó, pero que por algún motivo habían sido
rebautizadas. El loco del Diario, en un acto de soberbia,
arrebató a los griegos y a los astrónomos el poder sobre
los astros. Y nombrándolas creó un universo suyo,
particular y extravagante.
Tomó el Diario esperando encontrar las claves que
aclararan el enigma:
“Y la noche se volvió mi amiga.
Y fui recordando a aquel que fui y el ejemplo recibido. Y escuché,
como si aquí mismo estuvieran, las sabias palabras de todos los que han
sido mis maestros.
Y fue entonces que decidí, en su honor, dar un nombre nuevo a las
constelaciones. Me sentí el amo del cielo. Y pensé en ellos y en toda la
buena gente que mora la tierra y el más allá, en las Gentes con Alma
que antes que yo soñaron, y en las que seguirán soñando un mundo
mejor, después de mí. Seremos todos, un día, sublime polvo de estrellas
aguardando la reunión con el Creador. Y habitará en cada una de ellas
el espíritu de los que llamaré “Los Aventureros”, “Los Justicieros”,
“Los Buscadores”, “Los Benéficos”, “Los Amados”, “Los Valerosos”
y “Los Constructores”, para que las gentes sepan de sus virtudes,
porque así lo quiero…
Capítulo octavo:
“Y habitará en cada una de ellas su espíritu, la luz de los que
llamaré “Los Aventureros”, “Los Justicieros”, “Los Buscadores”,
“Los Benéficos”, “Los Amados”, “Los Valerosos” y “los
Constructores”, para que las gentes sepan de sus virtudes y porque así
lo quiero.
Se reconoce a “Los Aventureros” porque miran con espíritu curioso
y van siempre más allá de las vías trazadas y los límites establecidos.
Viven su existencia como un juego apasionante y en lo pequeño o lo
grandioso buscan lo que nadie más intuye, lo que sólo a ellos está
destinado.
Y van siguiendo las huellas que sus semejantes dejaron sobre la
tierra, en el mar y el aire, en los abismos y las cumbres, en el bosque,
en el asfalto y la piedra. Van abriendo sendas nuevas, rutas
insospechadas que legarán a otros.
Gustan de andar en compañía, pues El Camino es lugar de
encuentro entre maestros y aprendices, entre iguales y extraños que pronto
dejarán de serlo, para formar parte de la Fraternidad de los
Andariegos. Mas no reniegan de la soledad para medir sus fuerzas,
para retarse, para saber de qué pasta están hechos.
Siempre un poco más allá, siempre un poco más alto y más
lejos.”
Y al Joven Caminante le fue regalada aquella noche una
luna como pocas veces se ve, y contemplándola se quedó
meditando en todo lo que hasta ese momento había leído.
Capítulo noveno:
Y al Joven Caminante le fue regalada aquella noche una
luna como pocas veces se ve, y contemplándola se quedó
meditando en todo lo que hasta ese momento había leído.
Y quiso saber más de los pobladores de estrellas, y un
nuevo capítulo le siguió desvelando su esencia:
“Los llamados “Justicieros” tienen el espíritu en llamas, a veces,
la mirada feroz y retadora. No callan su voz ante la iniquidad, el
abuso, la crueldad o el dolor infringido a los humildes e indefensos.
Gritan y se rebelan. Pagan muchas veces caro su atrevimiento pues el
mal los persigue con saña, quisiera maniatarlos, silenciarlos, convertirlos
en mansas ovejas que quedan adormecidas en el redil.
“Los Justicieros” vagan por los caminos, son los guardianes de la
dignidad humana, ésa que queda mancillada por el prejuicio, la que
queda sepultada en las catacumbas, los guetos, los prostíbulos o las
cárceles del pensamiento único. Son aquellos que curan las heridas de los
niños humillados, de los dolientes y olvidados.
“Los Justicieros” tienen el alma y las manos anchas, parece caber
en su pecho el mundo entero.”
“Canelo”, que algo de lobo viejo guardaba en su
interior, aulló a la enorme luna que los contemplaba,
rindiendo culto a su naturaleza profunda.
Capítulo décimo:
“Canelo”, que algo de lobo viejo guardaba en su
interior, aulló a la enorme luna que los contemplaba,
rindiendo culto a su naturaleza profunda.
El Joven Caminante miró pensativo el astro y sintió
que algo de “Los Justicieros” y “Los Aventureros” habitaba
en él. Era hora de seguir leyendo.
“Los Buscadores” son las almas inquietas, los que persiguen y
anhelan la Verdad sin acabar de hallarla, los de la duda que reclama
respuesta. A veces envidian a los que acumulan certezas sin
cuestionarlas, a quienes parecen cómodos y felices con el estado de las
cosas, pues el sendero de la búsqueda sabe de soledades, indiferencias y
desamores.
Pero está en su naturaleza la inconformidad. Y su afán de
descubrimiento les lleva a veces tan lejos, que nada después de ellos será
nunca como fue.”
El Joven Caminante hace recuento de sus certidumbres y
de las inquietudes que, como aguijones, laceran a veces su
espíritu. Confía en que la vida le irá dando respuestas,
pero sabe también que siempre habrá nuevos dilemas y nuevos
aprendizajes.
Capítulo undécimo:
El Joven Caminante hace recuento de sus verdades y sus
dudas que, como aguijones, laceran a veces su espíritu.
Confía en que la vida le irá dando respuestas, pero sabe
también que siempre habrá nuevos dilemas y nuevos
aprendizajes.
La llama del candil se estremece. El viento se desata,
el bosque canta su canción verde e insondable. Sus dedos
acarician el papel.
“Los Benéficos” embellecen la tierra entonando canciones que
acompañan a las gentes en su diario caminar, alegrando sus días o
sirviendo de bálsamo en sus penas y desamores. Los Benéficos se elevan,
llevándonos con ellos a universos irreales y fantásticos en los que habitan
genios y hadas, caballeros andantes con sus rocines y sus damas o seres
llegados de tierras exóticas y lejanas.
Llenan de color, de poesía, de magia y de emoción la tierra
entera. Nacieron con el don de hacer felices a otros. Son los hechiceros
de la tribu que convocan a los espíritus de la belleza y la imaginación
valiéndose del genio creador que les fue concedido.”
El Joven Caminante toma un tizón de los restos de la
hoguera y se dibuja a sí mismo en el cuaderno. Se da
permiso de hacerlo para dejar testimonio de que alguien
recibió de aquel otro Caminante su herencia, pues la
consideraba ya suya.
Quiso formar parte de aquella hueste de Gentes con
Alma que empezaron a parecerle tan cercanas y admirables.
Capítulo duodécimo:
El Joven Caminante quiso formar parte de aquella
hueste de Gentes con Alma que empezaron a parecerle tan
cercanas y admirables.
Era hora de decidir si él, tan lleno de defectos y
limitaciones, era capaz de asumir la exigente misión de ser
faro que alumbra a otros.
Y la noche le sorprendió con un fantástico baile
estelar. Los astros jugaban mientras él se tendía sobre la
hierba, agradeciendo poder ser testigo de aquella danza
magnífica.
Y leyó con las estrellas sobre él.
“Los Amados se vacían dándose, derramándose generosos en
otros. Tan humildes son que parecen no saber que son la sal de la
tierra, la buena simiente.
Su amor es incondicional, no juzgan, son bondadosos. Irradian
una luz especial. Entran de puntillas en el corazón y allí se quedan para
siempre. Dejan una huella imborrable y son amados por sus virtudes y
su entrega. Su lema y divisa es el servicio a sus semejantes. No sabrían
vivir de otra manera.
Según mi entender de humilde Caminante, ésta es la virtud
principal que debe adornar a todo ser humano, pues el que no es capaz
de salir de sí y darse, está condenado a vivir la más gris y triste de las
existencias.”
Capítulo decimotercero:
“Según mi entender de humilde Caminante, el espíritu de servicio
a los demás es la virtud principal que debe adornar a todo ser humano,
pues el que no es capaz de salir de sí y darse, está condenado a vivir la
más gris y triste de las existencias.
“El grito arrogante de “Los Valerosos” retumbó en el silencio.
Llamo así a quienes enfrentan las dificultades a cara descubierta, los
que en la derrota se crecen, aquellos que jamás se dan por vencidos, los
de la fuerza interior.
Se asemejan “Los Valerosos” a los árboles viejos de robustas
raíces, que resisten la embestida de sequías y tempestades. Tienen la
sonrisa franca y abierta, pero se atisba en su mirada el leve rastro de
los dolores padecidos, las cicatrices del guerrero vencedor de mil
batallas.
La mañana los encuentra dispuestos y decididos. Son “los amos
de su destino, los capitanes de su alma”.
Y en el final de sus días la muerte los toma dulcemente de la
mano y las gentes los guardan en su memoria por los siglos de los
siglos.”
Capítulo décimo cuarto:
“Y en el final de sus días la muerte toma a “Los Valerosos”
dulcemente de la mano y las gentes los guardan en su memoria por los
siglos de los siglos.”
El Joven Caminante apura las últimas horas de aquella
noche extraordinaria. “Canelo” duerme profundamente, quizá
sueña con anchas praderas. Queda muy poco por leer.
“La última constelación habitada por los Seres con Alma es la
Casa de “Los Constructores”.
Ellos cuidan de los tesoros antiguos, la herencia recibida de sus
ancestros, la que no se desgasta con el tiempo. Pero son los dueños del
futuro, son los visionarios.
El orbe de los sueños les pertenece. Sueños que hacen realidad,
que toman forma y se encarnan. Son cimiento y pilar, mapa y brújula,
anhelo y tarea.
Una vez, y otra vez, y una vez más…
El mundo les habla y ellos escuchan. Escuchan y comprenden. Y
sueñan. Y anuncian las Buenas Nuevas.”
Capítulo décimo quinto
“Una vez, y otra vez, y una vez más…
El mundo les habla y ellos escuchan. Escuchan y comprenden. Y
sueñan. “Los Constructores” anuncian las Buenas Nuevas.”
El Joven Caminante reanudará pronto la marcha. Duda si
llevarse los regalos encontrados en aquel lugar. Es hora de
partir. Lee con nostalgia anticipada el último capítulo.
“Me despido de este cielo, de esta larga noche de encuentro que
explica quién soy. Emprendo de nuevo el Camino con las estrellas como
guía. Me marcharé sin nada, pues nada necesito. Dejaré en este lugar
mis pocas pertenencias y mis recuerdos.
El Caminante y yo somos uno, unidos por la fe que nos alienta.
Ahora te toca a ti, que lees este Diario, echar a andar, tú que con
mirada nueva todo lo contemplas. Recuerda que no sólo la lluvia cae del
cielo. Ojalá derrame sobre ti amor, serenidad y sabiduría, Que seas
feliz y puedas hacer felices a otros. Que tu vida, Joven Caminante, sea
larga y fecunda,
Antes de partir elevo una oración que nace de todo aquello que amo
y en lo que creo. Estos son los tesoros que forman mi carta celeste.En
esto creo, a esto aspiro:
Plegaria del caminante:
Que logre ser tenaz y esforzado constructor de mi destino.
Que sepa ver la dignidad de todo ser humano, sea quien sea y esté
donde esté.
Que mi voz no calle jamás ante lo injusto y clame en un grito que
despierte al dormido.
Que la libertad, tuya y mía, sea bandera y búsqueda incansable.
Que en la vida aprenda a rendir culto a la amistad en el altar de
lo importante.
Que tome, como un tesoro inapreciable, el consejo de los buenos y
los sabios.
Que en mis ojos queden rastros de luz y de esperanza aún en la
más oscura tormenta.
Que la alegría y la humildad vistan mis días.
Que mis pasos recorran, creadores e incansables, los senderos de
mi patria hermosa.
Que servir sea siempre mi camino.
Y que Dios, con su mirada siempre amorosa, cuide mis pasos.
¡Así sea!
El Joven Caminante escribe su nombre en la siguiente
página en blanco, guarda con cuidado en la vieja maleta el
catalejo, la piel con el mapa de estrellas, la pluma, el
Diario y el espejo para que esperen allí al siguiente
visitante. Apaga la luz del candil, se pone el macuto al
hombro, sale de la choza, mira el sol que despierta en el
horizonte y, seguido del fiel Canelo, continúa su Camino.