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Título: El último beso© 2020, Cristóbal Pérez Bernal

De la maquetación: 2020, Romeo Ediciones

Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su

incorporación a un sistema informático ni su transmisión en cualquier forma o por cualquiermedio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el

permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede serconstitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el

conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar unaedición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear

ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso.

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ÍNDICE PRÓLOGONOTA DEL AUTORDÍA 1…”El beso”DÍA 2, “Salir al balcón”DÍA 3… “Salir al balcón”Día 4…”Iván”Día 5…”Todo distinto”DÍA 6 … “Rebeca”Día 7…”Ruth”DÍA 8…Iván…”Los vecinos del 22”Día 9…RUTH…”El virus llama a la puerta”Día 10….Iván…LA CHICA DEL BALCÓN…DÍA 11…Ruth…EL CHICO DEL BALCÓN…Día 12….Iván…Tras la cortina…DÍA 13…Ruth…La primera cita…Día 14….Iván…René, “la Española”DÍA 15…Ruth…La vieja del visillo…DÍA 16…Ruth……”Iván”DÍA 17…Iván……”Tan lista como guapa”DÍA 18…Ruth…”Tan tonto como guapo”…DÍA 19…Iván……”Las dos caras del balcón”DÍA 20…Ruth…” Un amor imposible”DÍA 21…Iván…”Debe ser amor”DÍA 22…Ruth…”El virus”DÍA 23…Iván…”La bolsa de lágrimas”DÍA 24…Ruth…”El estado de terror”DÍA 25…Iván…”Un hotel de mala muerte”DÍA 26…Ruth…”El subterráneo”

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DÍA 27…Iván…”El beso”DÍA 28…Ruth… ”El hilo rojo”DÍA 29…Iván…”El viaje”DÍA 30…Iván…”El hilo roto”DÍA 31…Ruth… ”La tos”DÍA 32…Ruth… ”El adiós desde el balcón”DÍA 33…Iván…”Amor vs Temor”DÍA 34…Ruth… ” La cancha de baloncesto ”Día 35 Iván…”Confía”Día 36…Iván…”Iván, el virus y un montón de astronautas”Día 37 Ruth “ Sola”Día 37 Iván “La pista del Quevedo”Día 38…Ruth e Iván….”El mar de plata”Día 39 Iván…El beso…Día 40. El adiós….CAPÍTULO FINAL….IVÁN Y RUTH… ¡Vamos!HISTORIAS DE LOS LECTORESSOBRE EL AUTOR…TESTIMONIOS DE LECTORES DE LA CARTA DEL ÉXITO

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A todos los jóvenes que protagonizaronlos momentos históricos vividos entre marzo y junio de 2020,

cuando el mundo conocido cambió a pasos agigantados y pese atodo,

continuaron sonriéndole a la vida…porque la felicidad,nunca hay que buscarla fuera.

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PRÓLOGO

¡Qué ganas tengo de darte un beso!Me atrevo a decir que ha sido la frase más repetida en los últimos

meses. Lástima que algunos hayan tenido que vivir una pandemia paradarse cuenta de estás pequeñas grandes cosas.

Muy acertado ha estado mi amigo Cristobal Pérez con el título de estelibro. Para qué buscar un título enrevesado, una palabra pegadiza, algo queesté de moda, algo que llame la atención del lector... nada de esto tienesentido cuando el ser humano está luchando por la vida. No tendría quehacer falta perderlo todo para darte cuenta de que lo tenías todo.

Me acuerdo cuando era pequeña y alguna vez me iba a la camaenfadada privando a mis padres del último beso del día. Esa era mi formade decirles que estaba dolida. Por suerte siempre he tenido un PepitoGrillo más grande que el Enano Cascarrabias que vive en un rincón denuestro interior. Por más que Orgullo quisiera ganar la batalla, ahí estabaPepito, tocando mi corazón y haciendo que me levantara para llevar a caboese minúsculo gesto pero de vital importancia. El beso de buenas noches.

También hay otro tipo de último beso diario pero muy significativo quehace que la parejas se mantengan vivas. Se dice que por muy enfadado oenfadada que estés con tu compañero de vida, no se puede negar un besoantes de dormir, o esa última conversación que a pesar de haber tenido undía para olvidar hace que la “plantita” crezca sana. Esas últimas palabrasimpregnadas de perdón y de amor, no pasa nada, me he equivocado...odirectamente saltarse las reglas y decir TE AMO, en cinco letras se resumetodo lo demás.

La verdad más grande es que todos los días pueden ser el último día, elúltimo brindis, el último baile, el último abrazo y como no, el último beso.Que no se nos olvide.

María Espejo

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Actriz y comunicadora

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NOTA DEL AUTOR

14 de marzo de 2020, la población española, al igual que la de otros paísesdel mundo se ve obligada a encerrarse en casa, en principio por 15 días.Un virus llamado Covid-19 está contagiando de forma masiva y susconsecuencias, en muchos casos, están siendo mortales. Todo son dudas eincertidumbre, nada de lo que ocurre está claro e incluso en ocasiones,parece irreal. Pero es verdad, no es ciencia ficción.

Los gobiernos, para evitar una mayor propagación de la pandemia,obligan a la población a quedarse en casa y no salir salvo causa mayor.Tomar medidas extremas, como uso de guantes, mascarillas, desinfecciónde la ropa y un continuo e exigente lavado o desinfección de manos encaso de salir a la calle.

El miedo se extiende entre la población, los supermercados no logranabastecer la demanda de aquellos, que comienza a almacenar alimentos ycuriosamente, presos del pánico también deciden guardar “papelhigiénico”, una muestra más de lo ilógico de la situación.

Los quince días que inicialmente tenían previsto que durase elconfinamiento, se alargan en el tiempo y pasan a ser quince más, y luegootros quince…

Las clases en todos los centros educativos también se pararon porquince días pero realmente se pararon para siempre, ya no volvimos apisarlas en ese curso y los libros, la mayoría de ellos, quedaron allí a laespera de sus dueños.

Mis alumnos marcharon sin ellos, no tenían nada que leer en casa, laslibrerías estaban cerradas, las redes sociales, abiertas.

Por esto y para celebrar el día internacional del libro el 23 de abril de2020, comienzo una “novela online”, que podrían ir leyendo día a día a lavez que comentando y también al predecir los capítulos, podrían escribirla continuación, fomentando así su expresión escrita.

Además sería una novela solidaria, para colaborar con las víctimas dela pandemia y con los afectados por sus consecuencias; surge así “Elúltimo beso”. Donde me alejo de mi estilo de escritor y formador encrecimiento personal y me centro en contar una historia de amor, otra máspero muy actual, otra más, pero muy diferente.

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Actual, emotiva, y con mucho trasfondo, que permitirá llegar alcrecimiento personal, al aprendizaje de valores y comportamientoshumanos pero sobre todo, entre ficción y realidad, mostrará lo quevivimos durante este periodo de la historia donde el mundo a pasosagigantados…cambió.

Si eres profe o formador, podrás usar el material complementario paratrabajar en clase, si eres alumno o lector, simplemente, disfruta de lalectura.

¡¡GRACIAS!!

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El último beso…

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DÍA 1…”El beso”

El contacto de sus labios fue tan real, que pensé estar en el mejor de missueños. Pese a que todo lo demás nada tenía que ver con lo quehubiésemos imaginado antes, al menos aquel beso llenó de vida mimomento de cordura, aquel del que, a ratos, la fiebre y la tos me permitíadisfrutar, justo el que hacía unas horas me llenó de ilusión al verle a solounos metros de mí, justo el que entre lágrimas me hizo temer que de nuevodeliraba, que mi vida terminaba cuando aún solo acababa de empezar…

Pero todo era tan real, el sonido de sus pasos, el calor excesivo de suslabios que delataban el porqué de su compañía, su mirada al salir deaquella habitación de efímero hospital, y sus palabras que fueron las quemás me hicieron dudar…

—No será el último, te lo prometo…Sueño o realidad…daba igual, para mí fue verdad, y aferrada a ella esa

noche dormí como cuando lo hacía junto a él, al otro lado de mi móvil…..

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DÍA 2, “Salir al balcón”

TREINTA DÍAS ANTES….—¡Qué pesada mamá!, te he dicho que no pienso salir a hacer el tonto

ahí al balcón, ¡venga bien!, ¡aplausos!, ¡que somos todos muy felices encasa, sin pisar la puta calle!, más de veinte días aquí como un gilipolllas…

—¡Habla bien Iván! Aplaudimos a los que están dando la vida por ti,por todos nosotros. Parece que aún no comprendes que esto no es unabroma, que ahí fuera muchos médicos, enfermeras y policías se juegan lavida cada día por salvar la nuestra y la de muchos enfermos que no tienenla suerte que tú tienes, de estar aquí, con salud. Es una manera deagradecerles su labor y además, así te distraes en algo distinto al móvil ola play hijo, por favor.

—Paso, mañana salgo, o el lunes, si aún estamos aquí, desde el lunessaldré.

Seguí jugando a la play mientras mi madre volvía al balcón con miabuela a aplaudir al resto de gilipollas de mis vecinos que jamás se habíanvisto y ahora todos los días se saludaban y lanzaban besos como si fueraníntimos amigos.

Una putada, lo del virus este, si no me mataba él me mataría mi madreo mi abuela con sus consejos o con sus preguntas. Además el no poderfumar me superaba, la compra del pan y el tirar la basura no era bastantepara mí. Pasar de fumar más de medio paquete a tres o cuatro cigarros aldía hacía que me subiera por las paredes.

Dejé el mando y me fui a preparar la bolsa de basura.

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DÍA 3… “Salir al balcón”

—¡No mamá hoy no saldré! —grité desde mi habitación.Lo sabía a los dos minutos mi padre llamaba a la puerta…—Venga Ruth, hoy tampoco nos acompañas, hija es el único momento

que puedes salir a tomar el aire con nosotros. Sabes que a tu madre legusta que estés.

—No papá de verdad hoy no me apetece, estoy acabando un trabajo.Mañana salgo. Si total, será lo mismo…

—Eso no lo sabemos hija lo que sí te puedo asegurar es que hoypodemos estar los cuatro en el balcón tocando las palmas junto al resto devecinos, tal y como está la situación, mañana puede que solo estemos lamitad de los que salgamos hoy.

—¡Venga papá con el dramatismo!, que no pienso ir, de verdad. Andadéjame, que quiero acabar esto antes de las nueve para ver mi serie…porfiiii. —y ahí acabó la conversación sabía que cedería en cuanto usarami voz más aniñada y con mis manos unidas, en señal de súplica usara lapalabra mágica. Jamás me había fallado y esperaba que nunca descubrieracomo yo la usaba de forma estratégica, para evitar castigos, sobre todo, enpeleas con mi hermano, mejorar regalos de reyes o evitar sacar al perrodurante el tiempo que llevábamos confinados en casa.

Salía cada día, por complacer a mi madre, para mí era una chorrada,saludar a mis vecinas, aplaudir a la piscina de la urbanización o a losvecinos del otro lado, no tenía sentido. Comprendía perfectamente el grantrabajo que médicos, policías y demás estaban haciendo por nosotros perosalir ahí y ver tantas caras extrañas mirándome, sonriendo no sé de qué ydespedirme no sé de quién a los tres minutos…cada día lo llevaba peor…ese día me prometí no volver a salir…por suerte casi nunca cumplía mispromesas…

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Día 4…”Iván”

De verdad que todo era surrealista, si yo salía única y exclusivamente afumar para que coño quería una mascarilla. Pues nada, tenía que salir conla mascarilla puesta, los guantes que me quitaba al llegar al ascensor yprocurar no tardar mucho que no estaba permitido estar más de lonecesario. A veces pensaba si todo esto no sería más que una mentira, queno había realmente tantos enfermos, que solo era una manera demantenernos en casa mientras ellos, los que controlaban el mundo, hacíande las suyas, con el temor generado…

Yo no conocía a nadie que tuviera el virus, ni mis amigos, y la madrede Lorena, que era médico, le había dicho que en su hospital estaba todopreparado pero que allí solo había dos o tres posibles casos, y porprecaución los habían aislados.

Malditos políticos corruptos y millonarios sin escrúpulos que noshacían ver lo que a ellos les interesaba, nos llenaban de miedos y depánico para luego vendernos sus vacunas, sus nuevas reglas y comosiempre, hacernos ver que somos marionetas indefensas, que necesitamosprotección, su cuidado porque sin ellos el mundo se iría a la mierda.

Me tenían hasta los huevos. Miré al cielo esperando una explicación atodo lo que estaba ocurriendo, a aquel silencio que cubría mi ciudad, aaquel cielo de tantas estrellas, y decidí que no aguantaría más sin salir, aldía siguiente, iría a ver a Rebeca.

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Día 5…”Todo distinto”

A veces, cuando paraba a pensar, me sorprendía lo bien que estaba en estaextraña situación. Hacía ya más de veinte días que no salía de casa y noechaba nada en falta. Bueno, a veces mis clases de baloncesto y el hola yadiós de Iñigo, pero como hacía ya tanto que no pasábamos de ese simplesaludo, llegué a la conclusión de que lo nuestro “se había enfriado”…unaestupidez como tantas otras de las que en estos días iban y venían a micabeza en los momentos en los que ya nadie se conectaba o cuando hacialas tareas para mi misma…

Como habían cambiado las clases…una mañana era la alumna que lasentregaba y a la mañana siguiente cogía mi bolígrafo rojo favorito y meconvertía en profesora. Pasaba a corregir aquello que yo mismo habíahecho el día anterior, por su puesto con las instrucciones de mi amadaseñorita Pilar, la preferida por “nadie” en todo el instituto.

“Que bien Ruth, has vuelto a tener un diez. Estos pequeños fallos, no

los tendré en cuenta. Y este tampoco, se ve que aquí, quisiste poner laopción correcta. Bueno y este ejercicio que no hiciste, por supuesto, no esrelevante para la evaluación…”

Y de nuevo la señorita Pilar, desde mi mente, me ponía otro 10 en losejercicios. Seguía siendo la alumna ejemplar que siempre vivió en mí,ahora más que nunca.

La situación era divertida. Realmente no era consciente de lo quepasaba hasta que cada día, a la hora del almuerzo, las noticias, nos traíanla realidad a veces lejana a veces más cercana de lo que hubiese deseado,pero tras esto, regresaba a mi tablet y allí al otro lado, mis amigas volvíana alejarme de las noticias, de los infectados… y jugábamos a ser felicespese a todo.16 años y una vida por delante que ningún virus iba a parar.

Hasta ese noche.

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El miedo llegó en forma de tos. Era seca y repetitiva y sonaba al otrolado de la pared de mi cuarto. Eran las cuatro de la mañana, no sabía decircuánto tiempo llevaba escuchándola pero tuve que huir y pedir ayuda.

Como hacía años, volví a verme en pijama, descalza y con mi viejopeluche desgatado, “Pupi”, en la mano, avanzando por un pasillo aoscuras, empujada por el terror hacia el cuarto de mis padres.

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DÍA 6 … “Rebeca”

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Además la moto había que arrancarla y moverla, siempre había oído

que el paso del tiempo sin usar los motores los acaba estropeando y haciaya más de una semana que ni bajaba a verla. Los cien pavos que acaba degastarme en arreglarla justo días antes de que todo comenzara aún hacíaque me sintiera peor al no poder sacarla.

Y Rebeca llevaba un tiempo muy rara, no sé lo que querría esta tía perollevábamos ya casi cinco meses y aún no la entendía…si no fuera por lobuena que estaba hacía tiempo ya que no me vería el pelo. Tenía que verlay hablar con ella porque en las video llamadas y en casi todas lasconversaciones, sentía que algo pasaba, no me quería decir la verdadporque siempre acusaba a su madre, a la hermana o a la puta tele a la que

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estaba más enganchada que yo a la play, pero siempre había excusas queno llegaba a comprender.

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Pero esa llamada tampoco llegó, y ese día Rebeca, su vecino del dos ysus tetas, pasaron a la historia.

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Día 7…”Ruth”

De pronto, se comenzaron a oír todo tipo de ruidos al otro lado de la puertade entrada. Bola no paraba de ladrar. Yo no era la única que había estadoescuchando la tos y ahora, tras la marcha de mi padre para ver qué ocurría,en la cama volvíamos a ser tres, mi hermano, mi madre y yo.

El pobre de Hugo, mi hermano pequeño, no comprendía muy bien loque ocurría y preguntaba asustado.

—¿Quién es?—¿Se está muriendo?—¿Y por qué él tiene el virus?—¿Y por vivir a al lado lo podemos coger?—Dile a Bola que se calle…Y finalmente escondido bajo la almohada volvió a quedarse dormido.

Yo abrazada a mi madre, esperaba las idas y venidas de mi padre queinformaba de los que ocurría al otro lado de puerta.

Él lo veía todo por el pequeño orificio de la mirilla. Entrada en primerafila del dramático espectáculo que tenía como protagonista a mis vecinos,y al abuelo Julián en el papel principal. Un abuelito entrañable y simpáticocon el que me encantaba viajar en el ascensor para escuchar su respiraciónentrecortada y observar su bastón de madera tallada, el cual en una ocasiónme dijo que perteneció a su abuelo que era cubano, cuando cuba aún eraparte de España. Ese día pensé que empezaba a perder la cabeza. Pero mimadre me dijo que era yo la que debía estudiar más historia.

Aquella noche Julián bajó por las escaleras, tumbado en una camillaportada por hombres vestidos de blanco, los mismos que ya había visto enla tele, los mismos que vería esa tarde trasladando a otro vecino por lazona de las piscinas.

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DÍA 8…Iván…”Los vecinos del 22”

Se complicaba la cosa. Nunca llegué a pensar que ese puto virus llegara ami barrio y ya era el tercer enfermo que veía salir esa mañana.

La noche anterior en el bloque de enfrente al parecer había habidojaleo. Según mi abuela fueron casi cinco ambulancias las que pasaron poraquel portal 22, sólo dos después del mío. No le hizo ninguna graciacuando le dije que del veintidós no iba a quedar ni uno vivo.

Lo dije en broma, pero pienso que tampoco me hubiera molestadomucho si todas las ambulancias hubieran salido de ahí. Hace unos años losodié tanto que no me hubiera importando que una bomba hubiesedestruido cada uno de esos pisos. Al parecer, fueron ellos los que en mayormedida, promovieron que a la piscina no pudiéramos traer amigos de fuerade la urbanización, jugásemos al waterpolo o nos bañásemos al medio díaentre otras estúpidas normas. En aquel entonces pensé que aquel bloqueestaría lleno de viejos cascarrabias que odiaban a los niños. Misubconsciente aún lo seguía pensando.

—No bromees con eso Ivan, hijo, tú no te das cuenta. Ya no deberíassalir más ni a tirar la basura, iré yo esta noche.

—¿Qué dices abuela?, ¡lo que me faltaba! No es para tanto, lo que pasaes que claro, si llegan ahí vestidos de astronautas, para llevarse a unenfermo, que quizá no sea para tanto, pero ellos lo pintan así, como situviera el cólera.

Pero ya ella no me escuchaba, en la tele, algún titular repetido, habíavuelto a llamar su atención. Yo continué pese a todo.

—Si por lo visto la mayoría se recupera como si fuese un resfriado,pero para que no lo contagien, pues se lo llevan así, aislados.

—Calla, calla, ¡mira Reme!, ¡ven hija, corre que salimos en la tele!El volumen de las ambulancias de Telecinco, se mezcló con el sonido

real que entraba por mi balcón.

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Puse mi móvil sobre la mesa, me senté y comencé a ver la tele junto ami abuela. Éramos los protagonistas. Los elegidos del día, por aqueljodido virus.

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Día 9…RUTH…”El virus llama a la puerta”

Salíamos en la tele. Jamás podría haberme imaginado que ver miurbanización por televisión, en lugar de causarme alegría y curiosidad mellenara de pena y temor.

Me mordía las uñas como nunca antes lo había hecho mientras al otrolado de la pantalla repetían en directo el sonido de las sirenas que entrabanpor mi ventana. Una reportera totalmente protegida contra el virus,informaba de algo que mi mente no me permitió oír por lo sorprendente depoder compartir con todo el país la visualización del portal de miurbanización, ese bloque 22, epicentro del lugar donde no paraban deregistrarse contagios, donde, al parecer, se encontraba el mayor foco deinfección de la ciudad.

Tras la reportera, asomados a las ventanas, reconocí a algunos de misvecinos que desde el otro lado tenía acceso en directo al espectáculo deambulancias y coches de policías que acordonaban la zona.

—¿Vendrán a por nosotros mamá?—¿Vamos a morir?Hugo seguía mostrando su temor abiertamente, eran las preguntas de

un niño atemorizado por la realidad, pero justos las mismas que yo mehacía pero callaba, por miedo a pensar en la respuesta.

Ahora ya ni siquiera en casa me sentía segura, justo a un par de metros,separada solo por una pared de ladrillos, mi vecino había estado infectado.Su familia aún seguía en la casa. ¿Quién podría asegurar que ellos no sehabían cogido también? ¿Y quienes eran los otros que habían salidotambién en camilla ese día?¿Y por qué las ambulancias seguían a laspuertas de la urbanización?, ¿esperaban más casos?, ¿iríamos cayendo unoa uno todos?…

A las ocho no se escucharon aplausos en la urbanización, el miedo noshizo guardar silencio en honor a los enfermos.

Y esa noche me dormí rezando, después de años sin hablar con Dios.

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Día 10….Iván…LA CHICA DELBALCÓN…

Los sonidos de sirenas nos acompañaron casi todo el día. A las ocho de latarde, en mi urbanización no hubo ganas de palmas y sí mucho miedo alcontagio.

No recordaba la última vez que me fui a la cama sin fumar un cigarroen horas pero, aún así, lo hice sin más. Ese día, en casa, nadie bajó labasura y pienso que pocos lo harían en toda la urbanización.

Ahora más que nunca estar en casa era la única opción si queríaslibrarte del contagio. Incluso dentro de casa estábamos cerca del virus…esa noche el miedo sustituyó al sueño y apuesto que fueron pocos los quedurmieron. Yo apenas lo hice.

A eso de las cuatro de la mañana y harto de móvil y malos rollos detodo el mundo, decidí sacar un cigarro y salir al balcón, me la iba a jugarpero ya no aguantaba más. Cerraría la puerta, saldría y estaría a oscurastodo el tiempo y si me pillaban les diría la verdad, que empecé ya hacemucho, creo que tendría once o doce años; fue por ahí cuando mi padre sefue. Sin decir adiós.

Todo cambió, se fue mi padre, luego mi hermana, llegó mi abuela, nosmudamos a este mierda de barrio…

Y de pronto ahora, parecía que todo volvía a cambiar de nuevo.A mi me daba igual, realmente no tenía miedo al virus, que me podría

hacer…matarme, y qué perdería, si todo acababa, se acababa, ya nosentiría nada, ni dolor, ni miedo, no echaría de menos a nadie, y quizásnadie me echaría de menos a mí…bueno mi abuela, y mi madre lopasarían mal…y si fuera al revés, si fuese mi abuela o mi madre los quemurieran…

Me levanté de la cama y en silencio me fui al balcón. En el caminopude escuchar las respiraciones profundas de mi madre y los ronquidos

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entrecortados de mi abuela. La suerte me acompañaba.Descubrí que no era el único que no podía dormir. Había muchas luces

encendidas para ser mas de las cuatro de la mañana y lo más impactante,mucha gente en los balcones. Gente que como yo, a la luz de un cigarro ola pantalla del móvil, el miedo, unido al calor de la noche, los manteníadespierto.

El primero me lo fumé muy rápido, casi no me paré a observar nada.Pero al encender el segundo, la descubrí allá en el 22, en la cuarta planta.

O quizás ella me descubrió a mí.No solo viejos cascarrabias, vivían allí. Por suerte no todos habían

muerto aún.Al menos ella debería salvarse.

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DÍA 11…Ruth…EL CHICO DELBALCÓN…

Me desperté poco antes de las cuatro de la mañana, ya no podía dormirmás. El calor había llegado de pronto, como siempre lo hacía en esta épocadel año, y la temperatura había pasado de ser primaveral a veraniega de undía para otro, o mejor dicho de una noche para otra.

En mi cama sobraban mantas y a mí me sobraba ropa y mucho miedo.Harta de dar vueltas y de pensar, se me ocurrió que salir al balcón a tomarel aire y ver las estrellas, me ayudaría a desconectar de esta situación quevivíamos y quizás, como me decía mi madre, descubrir en el cieloestrellado mis opciones de futuro.

De pequeña, mi madre me decía que en las estrellas estaban todas lasrespuestas, que cuando tuviera dudas les preguntara a ellas, que cuandosintiera miedo, les pidiera fuerzas y que cuando estuviera triste, buscaraconsuelo en su compañía. Yo nunca le había hecho caso, pero esa noche,después de haber recordado a duras penas el Padre nuestro y de haberhablado con Dios tras tantos años, las estrellas, también podrían ser unaopción, de todos modos, que tenía que perder. Rezar me habíatranquilizado, realmente me ayudó a dormir, hablar con las estrellaspodría ser algo parecido a hablar con Dios.

Y a las cuatro de la mañana, allí estaba yo, en mi balcón con mi móvily mis estrellas.

Pasé de selfies y de fotos compartidas, descubrí que mi cara no estabapara nadie, ni siquiera para mí.

Creí ver en el cielo muchas más estrellas de las que solía ver. Perotampoco le di mayor importancia, muy probablemente no miraba al cielodesde hacía mucho, la verdad, mi madre se había puesto tan pesada, me lodijo tantas veces, que le cogí un poco de tirria a mirar y ver siempre lomismo esperando algo distinto.

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Al contrario de lo que fui buscando, lo que más me sorprendió, noestaba en el cielo sino en la tierra, en mi urbanización. ¿Qué había pasado?Eran las cuatro de la mañana y aún quedaban viviendas con lucesencendidas y mucha gente “viendo las estrellas”.

Móviles y cigarros, en la oscuridad de los balcones, iluminaban elmiedo de muchos que, como yo, buscaban consuelo en el frescor de lanoche, en el brillo de las estrellas.

Y ahí me detuve a observar, a pensar la vida de cada uno de ellos, ensus sueños, sus temores, su pasado, su futuro…¿y ese tío?, me di cuenta deque no paraba de mirarme, tampoco estaba tan lejos era del 24. Nunca lohabía visto…que fuerte, ¿dónde se había metido todo este tiempo?, y yocon esas pintas, le di la vuelta al móvil, cuanta menos luz mejor…

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Día 12….Iván…Tras la cortina…

Nos separaban 20 metros pero me di cuenta de que hubiese sido igual si ladistancia hubiera sido de 200 kilómetros. No podíamos salir, no podíamoshablar a gritos de balcón a balcón, al menos yo pasaba, y pienso que esa tíasi me escuchara decirle algo en voz alta directamente se metería paradentro y no volvería a salir al balcón aunque se salvara el planeta en dosdías.

Esto hace unos años hubiera sido una situación insalvable pero ahora,con las redes sociales, no era ninguna dificultad. O eso pensé…pero eranlas diez de la mañana no había pegado ojo en toda la noche y no localizabasu nombre.

Además mis colegas estaban ya todos dormidos, nadie conocía a unachica que viviera en el cuarto no se qué del bloque 22 de mi urbanización,que tuviera el pelo medio rubio, con ojos grandes y pijama rosa…realmente era complicado y así con la duda creada entre volverme a fumarun cigarro a escondidas o dormirme un rato decidí dejar el móvil y cerrarlos ojos, aunque más bien no fue una decisión, me quedé sin batería, aligual que mi móvil.

Me despertaron los aplausos y los gritos de alguien que animaba con unmegáfono. Imaginé que sería el cantante del segundo, ¡qué pesado!, lopeor de todo de este confinamiento. Tener que escuchar día tras día partede su repertorio de canciones del Cuéntame de los ochenta, por favor,¿quién en algún momento había contratado a este hombre?…bueno miabuela y mi madre lo harían, no tenía que ir muy lejos; yo lo hubieracontratado, para cantar bajo el mar. Pero bueno hoy no cantaba. Algo decíaa todos los vecinos y esto me hizo caer en la cuenta de que era ese el mejormomento de poder ver a mi vecinita de día…de pronto los aplausosaumentaron y el Fary se calló.

Fui al baño corriendo y descubrí que mi cara no estaba para salir aescena, asomarme así al balcón y que ella me viera, hubiera sido como

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salir para saltar al vacío, el final de nuestra relación…de ese amor entrebalcones que de solo pensarlo me hacía reír, ella sería Julieta y yo DonJuan, o algo así, me habían puesto alguna peli en el insti que iba de eserollo y a mí, al aburrimiento y lo buena que parecía que estaba esta tía, medivertía. Pasé del balcón y fui a la ventana del cuarto de mi abuela quetambién me permitiría verla si es que había salido.

De nuevo el del segundo cogió el micro…¡qué pesao!…ah, buenoempezaba su repertorio, tenía q correr, era ahí, cuando la mayoría de losvecinos volvían a entrar en casa.

¡Aún estaba allí!, ¡era ella!, con sus padres y un niño más pequeño,imagino que sería su hermano, ¡joder!, a él sí lo conocía era el del perritode agua marrón. ¡Gilipollas!, ¿nunca me fijé en la hermana? Quizás ellanunca sacara al perro…

Tras la cortina no la distinguía bien, parecía que sí, que era muy guapa,tal y como me pareció la noche anterior. Con mucho cuidado, eché lacortina para el lado para poderla ver mejor y no sé que pasó pero no sirvióde nada.

Quise pensar que el cantante del segundo fue el culpable, porque justóahí comenzó con el “¡Resistiré!” y sus padres y su hermano de la mano,levantaron los brazos cantándolo, pero ella pasó y se fue para dentro.

Mi abuela y mi madre flipaban siguiendo el mismo rollo con los brazosen alto como la mayoría de los colgados que aún permanecían fueraanimados por el David Bisbal de mi bloque.

Me senté sobre la cama. Oportunidad perdida. Pero el juego sóloacababa de empezar, tenía que cargar el móvil.

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DÍA 13…Ruth…La primera cita…

Debería llevar poco tiempo viviendo allí. Sería nuevo en la urbanizaciónporque no lo había visto nunca. Ni sería de los que salían al balcón a lasocho. De las pocas veces que yo había salido me sonaba que ese balcónsiempre estaba vacío. Porque no creo que fuera el de la ancianita quelanzaba besos al aplaudir, lo hacía por uno de esos balcones, pero ellasiempre salía con su hija, otra mujer mayor que se arreglaba en excesopara disfrutar del espectáculo y para lucir sus mejores galas en cuanto aropa de andar por casa se trataba.

Además de fumar, porque en ese rato que compartimos le vi encenderdos cigarros, no paraba de mirarme. Aunque lo intentaba disimular sabíaque me miraba a mí porque ningún vecino cercano había salido a mirar lasestrellas. Como personas normales ellos hacían lo propio de esa hora,dormir. Mientras yo conocía al primer chico mono en meses, y lo hacía enpijama, y con un recogido en el pelo al más puro estilo Marge Simpson.De pronto al darme cuenta de este detalle me lo solté, sería lo mejor, y trasesto, comencé a ponerme más y más nerviosa.

Ya no sabía hacia dónde mirar. ¿Al cielo?, para qué, ¿buscaba ovnis? ¿ointentaba predecir si llovería?..¿Al móvil?, ¡no!, la luz me iluminaría denuevo y no creo que mostrara mi mejor versión…opté por mirar al restode balcones… cuanta gente por Dios, conté al menos 10 vecinos que comonosotros no podían dormir. Había más pero al llegar al número 10 y, sinmover la cabeza volver a mirarle, descubrí su rostro más claramente yaque justo se encendió un nuevo cigarro, ¡era guapísimo! Y yo estúpida. Enese momento se me cayó el móvil y el golpe hizo que girara la cabeza paramirarme, nuestras miradas se cruzaron nuevamente, sería la última vez poresa noche. Tras recoger el teléfono, volví a mi habitación. Por suerte ladistancia que nos separaba y la poca luz del balcón impidió que vieracomo me había puesto roja como un tomate, por favor, qué torpe…no eranhoras para enamorarse.

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Pero algo me había pasado, ese chico me había gustado más de lonormal. Me di cuenta a las siete de la mañana cuando decidí dejar elmóvil, aburrida de preguntar por si algunas de mis amigas conocían a unchico moreno, guapísimo, que fumaba un montón y vivía en el cuarto nosé qué del bloque 24 de mi urbanización. Pocos datos para descubrir quiénera, pero estaba segura de que a la mañana siguiente cuando todasestuvieran despiertas, lo descubriría. De todos modos, me parecía increíbleque jamás lo hubiese visto antes…

—Ruth, ¿hoy no te levantas para las clases hija?—¿Qué hora es? —mi madre me despertaba, creo que por primera vez

en toda esta cuarentena. Quizás me quedé dormida cuando ya deberíadespertarme, cuando descubrí que el móvil estaba a punto de quedarse sinbatería pero había pocas ganas de ponerlo a cargar…

—Son las diez y media. ¿A qué hora te dormiste anoche?—No sé…tuve mucha calor.—Sí es verdad, hizo mucha calor anoche, ¿te voy preparando el

desayuno?—Sí, ahora voy. —¡Qué sueño!, pero como decirle a mi madre que sólo

había dormido un par de horas, que anoche conocí al chico de mi vida, quevive solo a unos metros, y que me muero de ganas por volverlo a ver…

Nadie lo conocía, o al menos no encontré pista alguna sobre quiénpodría ser, además no volvió a salir al balcón en todo el día, y estabasegura de ello porque lo podía ver desde mi ventana y no paré de mirar entodo el día. Eso sí, me desconcertó descubrir que vivía donde la ancianacon pasado de artista. La pobre no paraba de tirar besos al

aire cuando aplaudíamos desde los balcones… ¿y la otra?, ¿sería sumadre?, tan arreglada cada día solo para aplaudir, ¿sería él también unpoco rarito?, quizás por eso nadie lo conociera, ¿me habría confundido lanoche?…estaba deseando que llegaran las ocho de tarde, él saldría seguro.

Al parecer ese día se haría algo especial en honor a tantas víctimas ennuestra ciudad. Se suponía que los balcones estarían más animados quenunca. Mi madre se alegró mucho cuando le dije que saldría a aplaudir. Dehaber sabido antes la ilusión que le hacía, lo hubiera hecho más a menudo,por favor que contenta se puso.

Si supiera que no lo hacía por ella.Y allí estaba yo, siete de la tarde, frente al espejo de mi armario y de

mi amiga Mónica, al otro lado del móvil, probándome un modelo tras otro,

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preparándome para salir… Al balcón.

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Día 14….Iván…René, “la Española”

No recordaba la última vez que me senté en el balcón a mirar la piscina,los pisos de enfrente, el cielo…a pasar el tiempo aburrido como tantasveces repetía con diez o doce años, cuando llegamos a aquella casa.Fueron tiempos difíciles, muchos cambios para una vida tan corta como lamía. Aún, años después, había cosas que no entendía, situaciones queprefería no recordar pero que estaban ahí, vinieron para quedarse. A vecespensaba que para joderme la vida, pero tenía que seguir, hacer mi historiay pasar de aquellas otras que no me pertenecían, como la de mi madre, miabuela, o la del cabrón de mi padre.

Pero ya era pasado y ahora, tenía la suerte de haber encontrado unadiversión cuando peor volvía a pintar la cosa, cuando la vida comenzaba adarme la espalda nuevamente y me olía que aquellos tiempos de soledad ymarihuana de nuevo llamaban a mi puerta, la encontré a ella, junto a algoque jamás antes había vivido, sería un flechazo, amor a primera vista, o uncalentón por tantos días que llevaba sin estar con una tía. No lo sabía, peroallí estaba yo dispuesto a descubrirlo. Ya había tirado la basura, habíacomprobado que la ciudad seguía ocupada por el miedo y las ambulanciasy para complacer a mi madre, sólo me había fumado un cigarro amedias…esa noche podría fumar el resto y esperaba no hacerlo solo.

Las once de la noche, récord en el Smive Tunner, era la envidia de miscolegas, nadie me superaba en este juego, quizás nadie le echaba las horasque yo…mi abuela y mi madre por turnos, ya habían venido a verme diezveces, a mi madre la aguantaba, pero a mi abuela, opté por echarla ypedirle por favor que se duchara, odiaba ese colonia barata que usaba yque no sabía porqué coño se había tenido que echar medio frascoprecisamente ese día, sería por la actuación del Fary…

—Como te pones Iván, pues bien cara que es, no tiene nada de barata y¿qué quieres hijo?, tendré que usarla y hoy es un día para celebrar, para

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qué esperar mejor momento, si tenemos salud, ahora mismo es la mayorlotería que podríamos tener.

—Abuela mi lotería es que te duches o por lo menos me dejes aquítomar el aire fresco sin oler a fiesta de viejas.

—Por favor Iván, sí…si supieras la de hombres que esta vieja con esacolonia ha enamorado. Qué pena que no me conocieras siendo artista.

—Abuela no, por favor, déjame ya te he escuchado muchas veceshablar de eso, estoy hablando con un colega, porfa…

—¡Ay!, que te quiero —y de nuevo me achuchó un beso lleno depintura de labios y olor a Channel caducado —si tuviera móvil seguro quesí hablarías conmigo. —Pasaba de lo que le decía. Opté por guardarsilencio e ignorarla y por fin se marchó.

Y mientras me limpiaba el rímel que René, “la Española”, me habíadejado, levanté la cabeza y ¡allí estaba ella!. ¿Pero cuándo había llegado?,¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Habría visto a mi abuela dándome el beso?¿Habría escuchado nuestra conversación? Joder realmente era guapa.¿Dónde va? Volvió a entrar en casa. Ah!, apagar la luz del balcón. Quéputada, ya no podría verla bien. ¡Coño! Pero ella a mí sí. Jugaba conventaja. ¿La apagaba yo también? Se daría cuenta, ¿no?

—¡Iván la cena!Joder, lo que faltaba ahora mi madre con la comida. Eso sí era un

problema. Como no fuera, me la llevaría allí, estaba seguro…—¡Iván! —creó que hasta la chica se estaba enterando ya de mi

nombre.—¡Iván!—¡Voy!Me levanté. Ella me miró. Pero esta vez no volvería a cagarla, no

pensaba perder otra noche más sin hablar con ella. Si ella estaba allí, habíasalido a verme. Estaba seguro. Y entonces le hablé. Por primera vez, sinpalabras, con gestos pero le dije lo necesario y ella me entendió. Unhormigueo en mi estómago que jamás había sentido me quitó el hambre,pero aún así, tuve que ir a cenar.

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DÍA 15…Ruth…La vieja del visillo…

Si elegir ropa para salir de fiesta con mis amigas, normalmente, mecostaba horas, salir al balcón con mis padres fue lo peor.

Era muy complicado, porque tenía que parecer algo improvisado deandar por casa pero que me quedara bien porque habría mucha gente…aunque realmente todos me daban igual, yo salía por verlo a él, sabía queestaría allí, y quería que viera de mi algo muy distinto al pijama rosa conque nos conocimos.

¡Buagh! definitivamente, cuando todo esto pasara, tendría que ir acomprarme ropa….¡ocho menos diez y aún sin peinar!

Salí justo con los primeros aplausos, mis padres y mi hermano yaestaban fuera.

—¡Vamos Ruth!, qué emoción hay mucha más gente que nunca. —Porun momento mi madre dejó de aplaudir. Y echándome su brazo por encimade mis hombros me achuchó emocionada. Estaba llorando.

Verdaderamente aquello emocionaba bastante, algunos vecinos habíancolgado lazos negros en sus balcones y saber que estos aplausos ibandirigidos a tantas personas que luchaban por su vida o por la de los demás,que no era una fiesta lo que celebrábamos y que nosotros mismospodíamos ser las siguientes víctimas, también hizo que se me erizara lapiel y llenaran mis ojos de lágrimas. Además ya sabía que él no estabaviéndome, en su balcón solo estaban las dos mujeres que solían estar enotras ocasiones. Ellas sí irían de fiesta tras los aplausos. Quizás al salón, oa la cocina de su casa, pero el modelito ya lo tenían, apuesto a que seríanlas preferidas de su vecino de abajo, el artista del segundo. Por favor, ¿yaiba a empezar?, ¿hoy también?

Este era un señor que había decidido animarnos a todos con su equipode sonido y su órgano semi profesional. Según me dijo mi padre realmenteera un profesional que se dedicaba a la animación en bodas y otros actosmayores, mayores pero de edad, porque todo lo que cantaba eran canciones

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que según me dijeron mis padres fueron muy sonadas allá por la década delos setenta, copla, canción española y algún que otro gran éxito de losBeatles por lo visto. Esto lo sabía porque siempre que sonaba alguna deellos, mi madre se lo comentaba a mi padre o lo llamaba para que laescuchara si es que no estaban juntos.

Para mí era un suplicio escucharlo cada tarde, yo solía ponerme loscascos y pasar de él. Me hubiera gustado pedirle alguna de Ozuna o Rels Bpero pienso que ni sabría quienes eran. Pero bueno ahí iba, cada día tocabadurante 30 o 40 minutos y como además los vecinos se lo agradecían,aplaudiendo cada canción pues él se venía arriba.

Ese día no empezó cantando, él mismo se proclamó el portavoz deaquella reunión improvisada y comenzó a dar gracias y ánimos a todos, erael único que lo podía hacer, por suerte no había salido otro con un equipode música tan potente, ni tanto afán de protagonismo, así que todosescuchábamos lo que hablaba. No tengo ni idea de lo que dijo porquemientras él gritaba y nosotros aplaudíamos yo solo me preocupaba demirar al balcón de mi vecino esperando que saliera para verlo bien y nocon tan poco luz como la noche pasada. Pero no salía y ya estábamosacabando porque el espectáculo comenzaba, ahí iba, su primera canción….

Normalmente cuando él empezaba, en los balcones apenas había nadieporque mis padres casi siempre estaban ya dentro cuando comenzaba lamúsica, pero ese día, como organizador de aquel acto, empezó antes detiempo y además con el “Resistiré” el himno del momento. La genteflipaba y yo estaba deseando irme de allí, mi vecino no salía, pasaba demí, y mis padres, como casi todos los vecinos, se vinieron arriba con lacanción y agarrados unos a otros con las manos en alto cantaban elestribillo…yo lo pasaba mal allí con las manos arriba escuchando esaestupidez, pero bueno, él no me veía…hasta que, de pronto, en una de susventanas, próxima al balcón, vi como se apartaba una cortina ydisimuladamente tras ella, como la vieja del visillo, ¡apareció él!

¿Sería capullo?, yo allí súper preparada, dándolo todo, no tanto comosu madre y su abuela, que cantaban más alto que nadie, pero bueno, conlos brazos en alto, haciendo la tonta… y él, ¡escondiéndose!

Era un rarito, como el resto de su familia.

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DÍA 16…Ruth……”Iván”

Pasé de él y de todos, le solté el brazo a mi madre y me metí para dentro.Llamé a Mónica y le conté los diez minutos más estúpidos de mi vida.

Yo allí haciendo el ridículo, y él observándome a escondidas. ¡Sería tontoel chaval!

—Bueno tía, piensa que tú, ¿desde cuándo no sales con tus padres atocar las palmas?

—Yo que sé…—Pues él igual ha pensado que tú hoy tampoco saldrías y simplemente

se asomó por si estabas, será tímido o teniendo la familia que me cuentas,no sé tía, yo le daría otra oportunidad.

—Es que de verdad, ¡qué vergüenza!, yo allí con los brazos levantadoscantando con media urbanización, que cagada.

—Pues eso Ruth, justo lo que él pasaba de hacer, seguro que dentro deun rato sale al balcón a buscarte, ya verás.

—Pues yo ya paso, hoy no salgo, ahora lo voy a ver yo a él desde miventana.

—¡jajaja! pues sí, lo puedes hacer y échale una foto anda y me laenvías a ver si lo conozco.

Y así fue, a eso de las nueve y media allí estaba el muchacho, con su

pelo alborotado, una camiseta roja con letras chinas y unos vaqueros,mirando el cielo como si nada. Era muy guapo. No me confundí. Raro,pero guapo. Él no me podía ver, en mi cuarto a oscuras con la ventanacerrada, el cristal hacía de espejo y no me veía así que ahora era yo lavieja del visillo pero me daba igual. Quité el flash de mi móvil, metí zoomy saqué una foto para que el resto de amigas lo vieran. A los cinco minutosya sabía quién era.

Era Iván, y llevaba años viviendo al lado mía y ¡nunca lo había visto!Joder yo salía poco al balcón pero él saldría menos.

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Realmente era complicado coincidir. Yo casi siempre salía de casadirectamente desde el parking subterráneo. Excepto las contadas veces quehabía sacado a Bola, no recordaba la última vez que salí del bloqueandando, sin mi perro, ¡qué fuerte!

Me gustaba, su nombre, y él. Parecía que no era un rarito, más bien unmalote. Belén me puso al día y me contó su vida. Por lo visto compartióclase con él en segundo. Estaba en “el Quevedo” un insti muy cercano, alcontrario que yo, y no tenía novia, había tenido varios rollos con algunaconocida pero nada serio. Al parecer, pasó una época muy mala, deexpulsiones, peleas y drogas. Le daba mucho a los porros, pero una nochele dio un chungo del que casi no sale y ya hacía tiempo que no fumaba…porros sería, porque de cigarros no paraba. Aunque esa noche aún no habíaencendido ninguno.

Ya tenía su móvil y su Instagram, ¿tendría él el mío también? De todosmodos algo raro era, no se conectaba desde hacía horas y no subíahistorias ni publicaba nada desde hacía un mes, sin embargo no paraba deescribir en el móvil. Sería un friki en algún juego, seguro.

—Mónica voy a salir tía, a ver qué hace.—Venga, ¡vamos! Qué guay tía, yo estoy súper aburrida, ojalá estuviera

ahí o tuviera un vecino como el tuyo…—Te dejo te llamo en un rato.Y cuando salí, ya no estaba. ¿Dónde había ido? ¿Lo haría queriendo?

¿Estaría huyendo de mí?Ahora era distinto, tenía su teléfono, su Instagram, podría escribirle

directamente, pero pasé. Realmente, no sabía si yo le había gustado o no.Además mi padre estaba terminando de hacer la cena, pronto tendría queentrar e Iván tampoco miraba mucho el teléfono como no fuera para jugar,seguía sin conectarse desde las siete dela tarde y por favor, ¡qué foto deperfil!, de un juego de esos raros japoneses, con lo guapo que era y nopodía verlo.

La cena se alargó más de la cuenta, a mi hermano le dio por sacar unjuego de mesa al que hacía años que no jugábamos y a mí me gustó laidea, me encantaba ese juego cuando tenía su edad, me hizo ilusiónrecordarlo. Se me estaba haciendo pesada la partida cuando mi madredecidió aplazarla al día siguiente porque era hora de dormir para Hugo, yono lo dudé, fui al baño y tras comprobar que estaba tan guapa comosiempre, sin encender la luz de mi habitación miré por si Iván estaría en el

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balcón, y allí estaba, hablando con su abuela, que seguía tan elegante comohacía unas horas.

Decidí salir, mis padres seguro que ya no me molestarían. Cogí un parde cuadernos, dos libros y les dije que estaría en el balcón terminando untrabajo, que necesitaba respirar y desconectar de mi habitación un rato. Laidea les pareció genial.

Y cuando llegué, aunque de manera disimulada no pude dejar de mirar.Vaya escena, su abuela lo achuchaba como a un niño pequeño dándole unbeso tras otro. No pude evitar reírme, escuché hasta los besos que le daba.Cosas de abuelas, realmente era afortunado, a mí no me hubiera importadoque la mía me hubiera llenado de besos, aunque fuera delante de todos misamigos…pero ya era imposible.

Él eso no lo valoraba, estaba claro. Ahí estaba, limpiándose la cara demala gana y pidiéndole a su abuela que lo dejara. Se sorprendió al verme,no me esperaba allí, yo disimulé y me puse a escribir lineas en micuaderno. Él también se hizo el distraído mirando a los lados mientrascontinuaba limpiándose la cara.

De pronto, puede escuchar a su madre llamándole para cenar. ¡Si erasuper tarde! Él no contestaba, la ignoró, por un momento, pero lo volvió allamar. Se estaba poniendo nervioso. El no lo sabía pero yo lo veía porqueaunque tuviera la cabeza inclinada hacia el cuaderno y mis pelos metapasen la cara, lo podía ver perfectamente.

Se levantó y empezó a mirarme, lo hacía de forma más directa quenunca. No pude evitarlo e instintivamente levante la cabeza y lo miré. Ysin hablarme, sin decirme una palabra, por gestos, le entendíperfectamente:

—Espérame, vuelvo pronto, ceno y estoy aquí de nuevo, no te vayas.“Me gustas mucho”.

Bueno, eso último realmente no lo dijo, más bien podría haber sido mirespuesta, aunque lo que verdaderamente sucedió, fue que yo solo asentícon la cabeza y tras esto él se marchó a cenar y yo dejé de escribir líneasen mi cuaderno, en su lugar, comencé a dibujar corazones…

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DÍA 17…Iván……”Tan lista como guapa”

Pensaba comer a la ligera y volver a salir pero mi abuela y mi madrehabían decidido hacer una cena especial ese día. Allí estaban las dos, súperarregladas esperándome en una mesa de gala.

Habían sacado la vajilla del Cuéntame con filos dorados, esa que trajomi abuela de su casa y que sólo cogíamos en Navidad y fin de año.Colocado perfectamente un tenedor, una copa y un cuchillo para cada unoy justo en el centro de la mesa, me esperaba un pollo asado en su lujosafiambrera de papel de aluminio, justo al lado de otra bandeja similar depatatas. Esas eran las cenas de lujo en mi familia, pedir un pollo asado almes, y que nos lo trajeran a casa, ya eso era el colmo del derroche, porquesuponía dos euros más por pedido. Yo hubiera pagado muchas veces losdos euros con gusto pero no, casi siempre me tocaba ir a mí y esperar lacola que solía tener la pollería. Pero bueno, me consolaba el olor de aquellugar y lo mucho que me gustaban los pollos asados. Recuerdo que de niñole decía a mi madre que de mayor quería ser “pollero”. Con la edad ya dejéde planteármelo al descubrir la cara continuamente sudada de aquellosseñores que trabajaban al otro lado del mostrador. Me encantaba el polloasado, aquella noche empezaba bien…

Pero Iván, ¿hoy no terminas las patatas?—No abuela, de verdad, estoy súper lleno y es que voy a solo una

partida del récord y debo conseguirla antes de las doce.—Pues que pena, me las comeré yo.Estaba deseando, lo sabía, siempre se quejaba de los kilos de más pero

no hacía ni lo más mínimo por cuidarse. Tenía suerte de que en su mente,aún mantenía el cuerpo de aquella artista que se paseó por los mejoresteatros de Francia.

Ahora mi gran duda era si la chica del 22 aún estaría esperándome, lacena se había alargado más de la cuenta.

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Pero sí, allí estaba, escribiendo no sé qué. Imaginé que haciendodeberes. Yo no cogía un bolígrafo desde que nos encerramos en casa, paraqué, ¿acaso iba a recuperar todo lo que no había hecho durante el curso? Elaño que viene empezaría a trabajar, ya lo había hablado con mi tío y mimadre estaba casi convencida.

Bueno, y ahora, ¿cómo le hablaba yo a esta tía? Tenía que conseguir sunúmero de teléfono, o darle el mío…entonces ella levantó la cabeza ydurante dos o tres segundos nos miramos en silencio y tuve una gran idea,¿cómo no lo había pensado antes?

Fui a mi cuarto cogí un cuaderno y salí a la terraza.Escribí un gran número 6 en una hoja, la arranqué y se la mostré

mientras la iluminaba con mi móvil. Luego un 3, lo subrayé bien y denuevo se lo mostré. Ella me miraba embobada, memorizando o flipandopor la idea que había tenido para pasarle mi número de teléfono. Luego el5 y entonces ella empezó a escribir con su móvil, estaría guardando ya minúmero, pero, no, empezó a enseñarme su móvil. Le dije que sí, imaginéque me estaba preguntando si eso era mi número de teléfono y le mostré elsiguiente número, el 1. Pero justo ahí me entró una llamada, era unnúmero desconocido, la miré y ella tenía el móvil en la oreja…no me lopodía creer, ¿era ella?, si no le había dado el número completo.

Señalé a mi móvil, luego a ella y me dijo que sí con la cabeza. Flipé encolores.

—¿Hola?—Hola soy yo. —Me contestó como si tal cosa.—¿Cómo sabes mi número?—Ha sido fácil, los números de teléfonos, son puras combinaciones

matemáticas, teniendo los tres o cuatro primeros…—¿Venga ya?¡Joder con la nota!, era igual de lista que guapa.

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DÍA 18…Ruth…”Tan tonto como guapo”…

No me podía creer que cenara tan tarde. A mí ya me estaba entrando sueñocuando volvió a aparecer por un momento, pero de nuevo desapareció.Mientras cenaba aproveché para hacer más investigaciones sobre cómo eraeste chaval que me parecía tan guapo como extraño.

Al parecer estaba medio liado con una tal Rebeca, prima de una amigade Mónica pero no era nada serio porque ni él ni Rebeca lo eran. Los doshabían tenido muchos rollos en los últimos meses. Lo siguiente quecontaban de él es que la pilló tan gorda en una fiesta que estuvo dos díashospitalizado. Iba tan pasado de todo que pensaron que se quedaba ahí,pero salió y desde entonces no había vuelto a tomar drogas o eso parecía,porque había cambiado mucho, estaba más sociable y se relacionaba demejor rollo con todos.

En el insti igual, desde que dejó los porros iba mejor, al menos ya no seescapaba. Contaban que antes, la poli lo había tenido que llevar a casa envarias ocasiones, al pillarlo en la calle en días de clase.

A Mónica no le atraía la idea de que me liara con un tío así, a mítampoco me hubiera gustado para ella si me lo hubiera contado, pero estoera distinto, había sido como un flechazo, un amor a primera vista, yonunca había sentido algo igual antes y además después de tantos días encasa, tener algo distinto en que pensar, la sola idea de un amor imposibleme despertaba una sensación en el estómago que me impedía decirle adióssin más. Y allí estaba yo cerca de las doce de la noche, en mi balcón frentea un cuaderno lleno de corazones, y a mi amiga Mónica que en una videollamada infinita seguía hablándome de sus planes para cuando todo estoacabara…Dios cuánto nos quedaría….

—Adiós tía que ha vuelto y parece que me dice algo. Ya te cuento.¿Qué estaba haciendo?Comenzó a enseñarme un papel, un folio con algo escrito que yo no

podía ver. Lo alumbró con la linterna del móvil y pude ver lo que ponía era

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un número 6 en grande.¿Seis qué? Por fin se atreve a dirigirme la palabra ¿y lo hace por

números?Entonces caí en la cuenta, me estaba dando su número móvil, seguro…Así fue, de nuevo construyó un 3 de muy mala forma pero lo podía

entender. Estaba claro desde detrás del visillo no me llegó a echar ningunafoto porque no había sido capaz de encontrar mi número. Me resultabagracioso verlo ahí construir los números para mostrármelos, sobre todocuando era el mismo que yo ya tenía.

Lo dejé un par de números más pero, cuando casi se le cae el móvil alalumbrar un extraño número 5, decidí decirle que lo dejara y le escribí unwasap y un mensaje por Instagram, pero no sirvió de nada. Él seguía, y ahíestaba mostrando el número 1, y con el móvil por fuera del balcón paraalumbrarlo. Pensé que si se le caía perderíamos la única opción decomunicación que podíamos mantener y al ver que no me entendía cuandole pedí que mirase los mensajes decidí llamarle para que lo dejara ya, medaba un poco de pena…

Descolgó totalmente desconcertado, pienso que no podía creer quetuviese su número, con lo fácil que había resultado…

—¿Hola? —Contestó en tono de duda…también me encantó su voz…—Hola soy yo.—¿Cómo sabes mi número?—Ha sido fácil, los números de teléfonos, son puras combinaciones

matemáticas, teniendo los tres o cuatro primeros…—Me atreví a soltarleuna broma, realmente no tenía ganas de explicarle cómo lo conseguí.

—¿Venga ya?—Sí, ¿no lo sabías?—Que va tía, vaya máquina. —Joder que se lo había creído… Pobre chaval… ¿sería tan tonto como guapo?

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DÍA 19…Iván……”Las dos caras delbalcón”

¡Venga reacciona chaval! —me dejó en blanco la tía…—Y ¿cómo te llamas? —reaccioné por fin.—Ruth, ¿y tú?—Yo Iván… —joder todo el día pensando en ella, deseando conocerla

y poder hablarle y ahora me quedaba en blanco, ahí mirándola como unbobo.

—Nunca te había visto.—No, ni yo a ti, ¿vives ahí? —¡vaya pregunta tonta! ¿Qué me estaba

pasando?, desde que descolgué el teléfono tenía como un nudo en elestómago, que nada tenía que ver con el pollo asado, que me impedíahablar y pensar con normalidad. Dios es que era muy guapa, ¡y lista! Y ahíestaba, mirándome y hablando como si nada mientras yo me quedaba enblanco. Vaya gilipollas, no me gustaba hablar por teléfono, eso siempre mehabía pasado, pero viendo como estaba de nervioso, era lo mejor, al menosa esta distancia no podía distinguir como me estaba poniendo, meimaginaba como los labios de mi abuela.

—Sí claro, de siempre, tú también.—Sí también,…, bueno… vivo aquí…a ver, está claro, pero no de

siempre… yo antes vivía en otro barrio, llegamos aquí hace cuatro o cincoaños…

Dios, nunca me había pasado esto con un chica, ¿qué me estabaocurriendo?, tenía la boca seca, me había sentado y levantado ya tres vecesde la silla, no sabía como ponerme y ella estaba tan tranquila, allí sentada,sin quitarme los ojos de encima.

Estaba perdiendo la partida tío, tenía que hacer algo, si pudiera darle areiniciar la jugada lo habría hecho…pero ya no podía, había comenzado ydirectamente me habían quitado la mitad de la energía en el primer

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asalto…esto en el “Smive Tunner” hacía meses que no me pasaba…perosí, podía hacer algo, darle al pause, pensar y luego volver.

—Un momento Ruth que me llama mi abuela tía y es un poco pesada.Te llamo en un minuto.

—Vale…Dejé el móvil en la mesa y entré en casa sin saber adónde ir… —Que pasa Iván, tienes cara de asustado. —¡Guau! Ahora mi madre.

No sabía que mis problemas solo acababan de empezar.—Eso es que han sacado a otro más de algún bloque, este niño se pone

enfermo solo de ver las camillas. —Así era mi abuela sacandoconclusiones.

—¡Qué dices abuela! —fui a la cocina a por un poco de agua y cuandoquise reaccionar ya era tarde…

—Seguro, me extrañaba que hoy no hubiese caído ninguno.—¡Abuela de verdad que no!, que no te levantes, no te molestes que no

hay nadie, de verdad, que es el pollo que me ha puesto mal cuerpo, no sé.—Sí el pollo te va a caer mal a ti, como si no te conociera —y ahí iba

hacia la terraza, más rápida que nunca, moviéndose de lado a lado comosiempre sin levantar los pies más de un dedo del suelo y como si entre eltobillo y la cadera Dios se hubiera olvidado de ponerle una rodilla…¡joder! A ver cómo la echaba ahora de allí.

Directamente pasé. Me encerré en mi cuarto, me lié un cigarro, abrí laventana y me lo encendí. Me daba igual que me cogieran, ya era hora deque lo supieran, si de todos modos mi madre lo tenía que saber, ella no eratonta, se lo hacía, pero no tenía un pelo de tonta. Cuando me dio el chungole prometí que no volvería a fumar Maria ni a tomar otras drogas, pero nole mencioné el tabaco, ni ella me lo pidió. Sin embargo, ella sí dejó defumar justo ahí. Lo hizo para animarme a que yo lo dejara, pero realmente,ese gran susto fue quien la animó a ella, la levaba toda la vida queriéndolohacer y de no ser por esa promesa nunca no lo hubiera conseguido.

Me lo fumé rápido, sabía que en breve me llamaría mi abuelapreguntando que es lo que me había pasado…acabaría creyéndose lo delpollo. Pero me fumé el cigarro y no había venido, ni me había llamado yrecordé que mi móvil estaba en la terraza, y que en el bloque de al lado,Ruth se había quedado esperándome. Y lo peor, que en mi lugar, habíamandado a mi abuela a que hablara con ella.

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Vaya primera cita más chunga me había montado, ni en mis peoresparanoias la habría imaginado así. Salí de mi cuarto y me extrañó noescuchar nada y peor aún, al salón y no estaba ni mi madre ni mi abuela.

—¿Mamá?—Estamos aquí Iván.¡Dios las dos en el balcón!, mi cita con Ruth directamente perdida, si

habían preferido el balcón a seguir viendo La isla de los gilipollas queponían en la tele cualquiera las echaba ahora de allí.

Estaban en silencio mirando hacia la zona de la piscina.—¿Qué pasa? —pregunté.—Son dos hijo, acaba de entrar otra camilla —me respondió mi madre.Joder que era verdad, que habían venido a llevarse a otro más, y al

parecer no era uno sino más de uno.Miré a Ruth y aún seguía allí. Me miró pero de otro modo, la expresión

de su rostro había cambiado, estaba asustada, a su lado sus padres y suhermano también flipaban con la imagen, al igual que media urbanizaciónque ocupaba la misma posición de hacía unas horas pero de muy distintorollo.

Joder, como echaba de menos ahora que el del segundo pudiera cantaruna de sus estúpidas canciones y que todos tuviéramos ánimos para bailarcon los brazos en alto…

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DÍA 20…Ruth…” Un amor imposible”

¿Qué le pasaba?, era super extraño, porque, por lo que me había dichoMónica, este tío tenía poco de tímido y ahora estaba supero cortado, yapenas si hablaba, y vaya preguntas que me hacía, ¡qué si yo vivía en micasa!, no, si te parece, estoy de ocupa, estuve a punto de contestarle…

Bueno, al menos me confirmó lo de que hacía solo unos años que habíallegado. Pero cuando parecía que iba a arrancar a hablar, lo volvieron allamar y me dejó de nuevo esperando.

Le escribí a Mónica que seguro estaba impaciente por saber…—Mónica.—Dime, ¿qué tal?—Este tío es raro de verdad…—¿Y eso?—Se ha vuelto a ir para dentro. Aquí me ha dejado esperándolo de

nuevo.—¿Pero ya has hablado con él?—Sí claro lo he llamado yo, empezó a darme su número de teléfono

apuntándolo en folios, jajaja. Pero antes de que terminara lo llamé y le dijeque según unas reglas matemáticas había adivinado los números quefaltaban, ¡y se lo ha creído!, jajaja

—Jajaja, ¿me parto y porque le has colgado?…—Joder ahora sale la abuela al balcón…hablaré con ella, jajajaja—jajajajaja. Pero ¿él dónde está?…—Ruth!!…—Otra vez tía han venido a llevarse a alguien más, una camilla y

cuatro enfermeros super protegidos han entrado en mi urbanización.

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—Sí tía esta mañana también vinieron a la mía, se llevaron alguien deunas casas más abajo, ¡qué miedo!

…—Te llamo luego Mónica.No podía ver aquello sola, pero tampoco podía ignorarlo. Llamé a mis

padres para que me acompañaran en el balcón. Una vez más aquellaimagen tan dura, tan surrealista pero cierta, volvía suceder. Y de pronto, enel silencio de la noche y mientras ellos entraban al bloque 26, la puerta deacceso a las zonas comunes desde este mismo piso volvió a abrirse. Nopodíamos ver esa puerta, nos la tapaba el lateral del edificio, pero antes depoder verlo ya lo imaginé. El sonido de ruedas metálicas nos hizo suponerlo que veríamos en breve. Y ahí estaban, justo en el instante en que detrásde ellos, de forma automática el portón de hierro se cerraba, volvieron aaparecer estos hombres o mujeres de blanco, que parecían que habíanaterrizado en la luna, empujando una camilla vacía en dirección al 26.

De nuevo los balcones se habían llenado de gente, hasta mi hermano sehabía levantado y estaba allí a nuestro lado abrazado a mi madre viendoestas desoladoras imágenes. Parecía que el silencio, el murmullo de cadabalcón o el sonido de las camillas sobre el empedrado de la urbanizaciónhabía despertado a todos. Muchas de los terrazas que hacía unos minutosestaban vacías, ahora volvían a estar ocupadas…por el miedo.

Iván también salió por fin al balcón donde hacía un rato ya estaba sumadre y la abuela, nos miramos, pero esta vez la emoción fue muydistinta, al menos para mí. Tenía pánico, no paraban de venir a llevarse agente, el virus no dejaba de avanzar. De pronto en el balcón de al lado deIvan una mujer salió con la mascarilla puesta. Joder verdad, ¿estaría en elaire de allí, de nuestra urbanización?, ¿sería peligroso hasta respirarhabiendo tanta gente infectada en la zona?

En la tele habían dicho que no, pero el miedo me hizo entrar,encerrarme en mi cuarto y llorar. Llorar de terror, de incertidumbre, derabia…sentía que me podía pasar a mí, a mis padres, a Hugo… quepodríamos ser los siguientes en hacer ese viaje en camilla hacia el final,…porqué, ¿quién volvía?. En la tele todo lo que salía eran casos deinfectados, de muertos pero apenas de recuperados…¡yo quería vivir!,estar con Iván, conocerlo, pasear de la mano, abrazarlo en una fiesta,¡besarle!…y entre lágrimas descubrí que aquel chico del balcón me había

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enamorado. Sin más, con solo su mirada, con todo el misterio queencerraba él y su familia…me había enamorado…

Me hacía sentir algo que nunca antes había sentido…pero por desgracia

sucedía en el peor momento…justo cuando aunque viviésemos cerca, ladistancia, era insalvable ….justo cuando más incierto era nuestro futuro ymás triste nuestro presente…justo cuando estar en casa escondidos era elmayor de los premios…justo cuando vivíamos algo que nunca antes habíaexistido…cuando enamorarse para toda la vida dejó de tener sentido…

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DÍA 21…Iván…”Debe ser amor”

—Ruth.—Hola soy Iván.—¿Ruth?—Tía tardé en salir porque no veas lo pesada que se pone mi abuela,

pero ya estoy aquí en el balcón esperándote. Ya se han llevando al último yestá todo muy tranquilo. Si no te apetece salir dímelo. Te espero.

—Te espero…Soy gilipollas tardé mucho en salir y para colmo más infectados, joder

con mi abuela que parecía que los olía, vaya puta casualidad.Hacía casi una hora que Ruth había desaparecido del balcón y aún no

sabía nada de ella. Esperaba que no estuviese enfadada por lo que tardé ensalir, que tampoco fue tanto, prácticamente el tiempo de fumarme uncigarro…además no la dejé sola…mi abuela, luego mi madre, luego elespectáculo nuevamente…

—Iván.Joder vaya pitido le había puesto a los avisos de wasap, ahora

recordaba porque los anulé.—Hola, ¿cómo estás?—Bien, pero no tengo ganas de salir, estoy en mi cuarto un poco tocada

con todo esto, creo que no voy a salir más, espero que no te moleste.—No que…—Lo paso fatal, tengo miedo sabes, esto no para y cada vez son más los

infectados.—Ya tía pero no tengas miedo, el virus este es una mierda pero lo

pintan chungo en la tele y en todos lados, yo no me creo que la estépalmando tanta gente. De aquí no ha muerto nadie aún.

—¿Sí?, pues yo no creo que sea mentira tío, además estamos en la peorzona de España, acabo de ver que uno de cada diez lo vamos a pasar sí o síal ritmo que esto avanza… y ya nadie puede salir de Madrid.

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—¿Y entrar?—No sé tío, quien va a querer venir aquí.—No, es que había pedido por Amazon y en teoría llegaba en unos días.—jajaja, no sé, no había caído en eso, imagino que la comida y esas

cosas en camiones si las dejarán entrar.—¿Y tú dónde estudias Ruth?Otra cosa no pero en ser capaz de entretener a la gente y darle bola no

me ganaba nadie, ahí sí me parecía a mi abuela, esa capacidad para elentretenimiento y la distracción, puede que la hubiera heredado de ella.Nunca me costó contarle historias a mis colegas, inventarme situacionesde mi infancia donde el cabrón de mi padre en lugar de pegarme palizas amí y a mi madre nos llevaba al parque de atracciones y me dejabamontarme sólo en el “Spilow Fly” cuando mis colegas ni siquiera lohacían acompañado, o cuando nos llevó a Francia a ver a mi abuela en suúltima actuación ante miles de personas en uno de los teatros más famososde París…todo parecía tan real que hasta yo llegaba a creérmelo…

Con la edad ya pasé de inventarme historias, mi vida real superaba laficción y el que no me conocía, flipaba al escucharme. Además ya no lonecesitaba, pasaba de contar mis cosas a quienes no me preguntaban, yoiba a lo mío y no me importaban los demás. Pero descubrí que a Ruth lepodía venir bien desconectar de todo el mal rollo este y por otro lado, así,escribiendo, aunque comiéndome letras y con faltas de ortografía, yo mesentía mucho más cómodo y ella me entendía… cuando volví a mirar lahora eran las tres de la mañana.

—Tía son las tres, voy a entrar a coger una chaqueta y salgo de nuevo.—jajaja, ok.Mi madre y mi abuela ya estaban más que dormidas, volvían a su

competición de ronquidos, en la que mi abuela ganaba con ventaja.Cuando salí instintivamente miré a su balcón y allí estaba ella. Me

saludó mostrándome la pantalla de su móvil al levantar la mano. Dios, síque era guapa, de nuevo me empecé a poner nervioso y la saludésorprendido.

—Te voy a llamar, estoy harta de escribir, hablamos en voz baja.…—¿Vale?…—¡Iván!

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—Sí, sí, te llamo…Joder, hablarle. No sé, pero me ponía nervioso de solo pensarlo de

nuevo, con lo bien que había ido hasta ahora…—Espera me lio un cigarro y te llamo.—Pásame uno.—jaja si por wasap jajaja—jaja es broma, no fumo, soy deportista, jaajja, bueno era…Deportista…yo no tenía ni puta idea de ningún deporte pero por ahí

podría empezar…—Hola—Hola, tío me dolía la mano ya de escribir.—jaja, verdad…—¿y qué deporte haces Ruth?Y creo que me dijo que jugaba a baloncesto, pero que estuvo lesionada,

o no sé, la oía pero no la escuchaba, su voz a susurros me parecía tanhermosa como ella…no sé el tiempo que estuvo hablándome, mirándomea los ojos en la corta distancia de nuestros balcones, no tengo ni idea de loque me contó, yo flipaba con su risa y reía cuando ella lo hacía, y asentíamientras me hablaba…y descubrí en mí algo que jamás antes habíasentido…la felicidad de no necesitar nada más…el tiempo me enseñó queeso era amor…esa noche no tuve oportunidad de descubrirlo… hasta queel portón del 26 volvió a abrirse…justo cuando mi abuela…empezó atoser….

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DÍA 22…Ruth…”El virus”

Esa primera noche que pasamos junto al teléfono, fue la que lo inició todo.Nuestra primera cita, tan extraña como la vida que sucedía a nuestroalrededor, tan distinta a lo que siempre soñé…pero sí que con el chico demi vida y yo, como protagonistas.

Después de chatear durante horas decidí salir al balcón y hablar con él,aunque en la distancia, al menos podría verle. Además me sentía incómodasabiendo que él estaba en el balcón sólo, quizás pasando frío y yo acostadaen mi cama. Me alegré de haber salido. No solo porque así pude escucharsu voz, sino porque al poder mirarle, mientras hablábamos, sentía queestábamos mucho más cerca de lo real. Además, descubrí en mí algo quejamás había sentido. Las horas se hicieron minutos, y la distancia denuestros balcones desaparecía por momentos…a veces dejaba deescucharle y me perdía en su voz, en su mirada, en su sonrisa…

Fue en uno de esos momentos después de horas o minutos en el balcón,cuando el portón del 26 volvió a abrirse y allí estaban de nuevo, siempreeran cuatro, alrededor de una destartalada camilla. Esta vez su objetivo noestaba en el 26, continuaron su camino hasta el 24, el bloque de Iván…estoiba por toca. El primero y con más casos había sido el mío, luego pasó al26 y ahora, el de Iván…

—Que mal rollo tío…—No te preocupes, no pasará nada… es porque nuestra urbanización

está llena de viejos, ¿no te habías dado cuenta?—Ya pero, afecta a todos, porque dice que ya también hay niños en el

hospital.…—¿Iván?…—No nada había escuchado, algo pero nada…Noté algo extraño en su tono de voz. Preocupación.

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—¿Han entrado en tu bloque sabes a quién van a recoger?—No que va. Ni mi madre ni mi abuela me han comentado nada hoy…

Tía pero mi abuela a comenzado a toser. Y no para.—¡Ahhh, no me digas! —no pude evitar la emoción, la sorpresa, el

miedo.—Buff, no sé voy a ver, ahora te llamo.Los dos volvimos a entrar en casa, me sentí afortunada de no tener que

enfrentar la realidad que le esperaba a Iván ahora, pero me llegó al almasentir que nuestra primera cita tuviera un final tan doloroso.

Todos sabíamos que la tos, en estas circunstancias, era el inicio de lossíntomas de ese maldito virus y que sus víctimas preferidas eran ancianosy ancianas como su abuela.

Me tumbé en la cama, y esperé su llamada, pero esta no llegó. Medormí no sé a qué hora, el sol ya entraba por mi ventana…aquel díapasaría de las clases, de las estúpidas tareas y trabajos de un instituto alque ya no iba y que había dejado de tener sentido ante aquella realidad quenos desolaba.

Desperté y eran casi las once de la mañana, me extrañó que mi madreno me hubiera llamado…Iván tampoco lo había hecho, pero sí habíaestado conectado no hacía mucho. Decidí escribirle. Pasé de lostrescientos mensajes de Mónica y otros grupos.

—Iván, ¿qué tal?…Por fin comenzó a escribirme.—Mi abuela no está bien tía, tiene mucha fiebre y no veas como tose,

ya hemos llamado y creo que vienen a por ella. No sé, mi madre es la queha hablado con los médicos.

…—Puto virus tía.—Lo siento Iván.No sabía qué decirle. Lo que se le venía encima no era nada fácil, ahora

él también podría tenerlo y su madre. Tendrían que estar aislado.—Mi madre dice que se va con ella. No creo que la dejen, pero lo va a

intentar no quiere dejarla sola. Estamos esperando porque al parecer,según lo que le ha contado mi madre a los médicos por teléfono, mi abuelatiene todos los síntomas del virus, o sea que lo ha pillado y ya imagino que

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nosotros también caeremos. Así que no te vas a poder acercar a mí tía,jajaja, esta noche que yo quería invitarte a un McDonald’s jajajaja.

—Bueno pues me lo debes, porque yo pienso salir de todos modos, voya ir con mis amigas a “La belle epoque”, jajaja, oye, por cierto, nunca te hevisto por allí.

—Bah, yo paso, ahí solo van críos, ¿tú vas?—Sí, bueno no mucho… a alguna fiesta he ido, pero estaba bien eh…—Pues nada esta noche iré contigo, ¡vamos en mi moto eh!—Jaja, ¡sí, ojalá!…—Te dejo tía, te llamo luego.No sabía qué ocurriría pero dejó el móvil durante horas. Las mismas

horas en las que yo descubrí cómo nuestras vidas habían cambiado y lohabían hecho para siempre.

Al otro lado de la puerta de mi cuarto, solo se escuchaba la televisión,frente a ella mis padres miraban atónitos las noticias. Ni siquiera sepercataron de mi llegada al salón en el salón.

—¿Qué ocurre?—pregunté asustada.La mirada de mi madre, el silencio de mi padre, fue la peor de las

respuestas que pude haber recibido. Nuestras vidas estaban en peligro. Y lo descubrí el mismo día que

encontré el amor justo otro lado de mi balcón.

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DÍA 23…Iván…”La bolsa de lágrimas”

Es increíble como el ser humano puede aguantar sin dormir mientrasexista un motivo que te lo impida. Eran las nueve de la mañana, no habíapegado ojo en toda la noche y en ese segundo café que me tomaba desdeque mi abuela comenzó a toser, descubrí que debería tener sueño, pero nolo tenía.

Mi madre, mantenía la mirada perdida en el negro de su vaso, mientrasgiraba la cucharilla de su interior en un movimiento continuo einnecesario.

Ya había llorado al oír del otro lado del teléfono lo que ella suponía,que muy probablemente mi abuela hubiera cogido el virus, y por primeravez, desde que el cabrón de mi padre desapareció de nuestras vidas, volví aabrazarla entre lágrimas.

Yo también tenía el alma rota, me conmovía ver a mi abuela en esasituación, pensar que el virus estaba en casa, que ya no vivía fuera. Pero nolloré. A veces pienso que uno cuando nace ya trae todas las lágrimas quetendrá que derramar a lo largo de su vida, y yo, en mi infancia, ya lashabía gastado todas, porque recordaba perfectamente la última vez quelloré…lloré mucho…durante días…hasta que mi madre volvió. Lloramosjuntos y huimos…

Recordaba con rabia esos momentos. Ya no sentía dolor, solo odio. Ypienso que ahí fue donde agoté mi bolsa de lágrimas para toda la vida,porque jamás volví a sentir que recorrieran mis mejillas, o quizás debíadecir permitir. Ya que así me lo propuse la noche en que decidí que ningúnhombre volvería a pegar a mi madre, porque antes tendría que vérselasconmigo, con el nuevo hombre de la casa…aunque en el fondo de micorazón, en aquel momento, tuviera que reconocer que yo aún no era unhombre y que ni siquiera teníamos casa…

—Tú no vienes conmigo, ¿para qué?, quédate aquí con el niño, a ver siahora por venirte también lo vas a coger tú. —Entre tos y tos y cuando la

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fiebre le permitía mantener la consciencia mi abuela discutía con mimadre sobre lo que harían. Porque ya estaba claro que debería marchar alhospital. Al parecer, por su edad y los síntomas que presentaba, estar encasa era un peligro para ella. Pronto comenzaría asfixiarse y necesitaríaoxígeno, ese sería el siguiente de los síntomas, mi abuela no lo sabía peroes lo que los médicos le dijeron a mi madre por teléfono.

—Yo voy contigo mamá como vas a estar sola allí. Iván ya tiene lacomida preparada y todo. Y si tardamos, le dejaré dinero para que pida unpollo asado para la cena.

No tenía ganas de discutir, René “la española”, cerró los ojos ydescansó, tenía la respiración más entrecortada de lo normal. Junto a sumesilla de noche una foto suya de muy joven, bailando en uno de susespectáculos, con tacones de aguja y vestida de cabaret, mostraba la mejorversión de esta artista de segunda fila que un día fue. Allí estaba elevandouna pierna por encima de su cabeza mientras mantenía extendido tras sushombros un capote grana y oro, símbolo del apodo que la acompañaba.

Apenas tuve contacto con mi abuela en mi infancia, ella aún vivíafuera. La promesa que mi padre nunca cumplió fue la de llevarnos aFrancia a verla algún día. La promesa que ella nunca cumplió, fue la devenir España a vernos algún día.

Nunca lo pregunté, pero pienso que los mismos hombres unieron a lasdos mujeres de mi vida, porque René “la española” un día dejó de actuar ycolgó su capote para siempre, mucho antes de lo que a ella le hubieragustado y mi abuelo era el gran desconocido del que nadie hablaba.

Una tarde ella llegó a casa, por fin, pero vino sola, mi abuelo quedó enFrancia, para siempre.

Dejé de preguntar, cuando comprendí que no había respuestas y comotantas otras cosas las guardé en el baúl del olvido, el mismo donde ellaguardó sus tacones, donde mi madre guardó sus estudios…

A eso de las once volvió a sonar mi teléfono y recordé que hacía unashoras la vida me sonreía en un balcón del 22. Esperaba su llamada, y sí,era ella.

—Iván, ¿qué tal?—Mi abuela no está bien tía, tiene mucha fiebre y no veas como tose,

ya hemos llamado y creo que vienen a por ella. No sé, mi madre es la queha hablado con los médicos…Puto virus.

—Lo siento Iván.

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De nuevo, por unos minutos, volví a evadirme de la realidad de mi casay soñé junto a ella…

Sonó el telefonillo y tuve que volver a dejarla a medias. Imaginé lacamilla entrando de nuevo en la urbanización, esta vez vendría a micasa…no me lo podía creer…

La que salía ahora, en camilla y totalmente oculta por una granmáscara, era mi abuela, puto virus.

Mi madre no pudo acompañarla, ni siquiera oyó lo que el médico desdeel otro lado de esa especie de traje de astronauta le contó, yo sí lo oí todo,pero no lo comprendí hasta que volví a escucharlo de mi propia voz alcontárselo a mi madre…realidad o ficción…lo primero, porque por muchoque pensé en reiniciar la partida…hace tiempo que aprendí que la vida realno tiene opciones…puto virus.

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DÍA 24…Ruth…”El estado de terror”

El presidente del gobierno hablaba de nuevo por la tele, yo había cosas queentendía, otras prefería no entenderlas….

—"Mi gobierno ha considerado necesaria y urgente la propuesta. Esalgo que no imaginábamos al comienzo de esta crisis, pero ahora se haconvertido en necesario por el bien de todos y cada uno de los españolesen esta dura situación que estamos viviendo, y que se prevé se extienda enel tiempo más de lo que en un principio habíamos calculado. Son ya casicien mil los fallecidos y más de tres millones de afectados en todo el país.Por este motivo la pasada madrugada el Congreso de los diputados pormayoría absoluta ha acordado declarar el país en estado de excepción.

Dada la grave situación sanitaria que estamos viviendo unido a los

continuos altercados en el orden público que en muchas de las ciudades denuestro país se están desarrollando, en estos momentos se está redactandoel Decreto que declarará el estado de excepción en nuestro país desde lasdos de la tarde del día de hoy y se extenderá en el tiempo necesario hastaque la pandemia y la seguridad de todos los ciudadanos esté asegurada.

Se producirán aislamientos forzosos y voluntarios en todos los puntos

del país pero muy especialmente en aquellas ciudades o provincias dondelos infectados sean más numerosos y el peligro de contagio sea elevado.

El ejército está construyendo hospitales y habilitando hoteles para este

fin en cada una de estas zonas y calculamos que en un plazo máximo detres días se realicen alrededor de dos millones de aislamientos.

Se realizarán tests a toda la población comenzando por aquellas

ciudades donde más casos se hayan declarado hasta el momento. Estostests se llevarán a cabo en los propios domicilios y aquellos ciudadanos

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que den positivo estarán obligados a permanecer en cuarentena y enaislamiento en los hoteles habilitados para tal fin. También se permitiráque los familiares o personas que hayan convivido con aquellos enfermos,afectados por el virus, de manera voluntaria, se acojan a esteaislamiento.”

—¿Qué quiere decir eso papá? —Pregunté. Mi padre levantó la manopidiéndome que guardara silencio. Mi madre me abrazó, sin dejar de mirarla tele. Al otro lado del sofá, mi hermano, también se abrazó a ellallorando.

—¿Qué pasa mamá?, ¿vamos a morir?.—No Hugo, hijo, por eso está hablando el presidente, para que todo se

arregle pronto y ya podamos salir de nuevo.Esa información quizás tranquilizara a mi hermano, pero nada más,

porque el presidente, seguía anunciando todo lo contrario…—Se pretende de esta forma tener un mayor control de la propagación

del virus y que los infectados tengan una asistencia sanitaria casiinmediata a raíz de detectar los primeros síntomas.

Además, este estado de excepción determina que estará prohibida la

libre circulación por aquellas ciudades que se estimen de alto peligroepidemiológico. Dichas ciudades se harán públicas en el Decreto que seestá redactando y serán presentadas, en rueda de prensa, por nuestraportavoz a lo largo del día de hoy. En dicha comparecencia la ministrainformará de los datos que se han tenido en cuenta para declarar estasituación en cada una de las zonas afectadas.

—¿Y eso qué significa? —miré a mi madre asustada, no podíacontenerme más. Esta vez mi padre sí me contestó.

—Que no podremos salir a la calle para nada, porque Madrid seguroque es una de esas ciudades. Estará prohibido salir a la calle, si te pillan tedetienen directamente.

No pude contenerme más, comencé a llorar presa del miedo, al otrolado de mi madre, mi hermano, lo hizo con mayor pánico que yo…hui ami cuarto.

No sabría decir por cuánto tiempo estuve llorando, cuántospensamientos de desastre y desolación llegaron a mi mente en el tiempoque estuve sola sobre mi cama. Por suerte mi padre vino a consolarme, arecordarme que en casa estábamos a salvo que hacía días que no salíamos

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y que antes, el único que lo había hecho había sido él y siempre lo hizocon muchas medidas de seguridad, que de nada servía preocuparme. Quetodo pasaría pronto y volveríamos a salir, a visitar nuestros primos, anuestros amigos, a viajar, al mar…a abrazarnos…

—No tengas miedo Ruth, nada va a pasarnos, aquí estamos a salvo… telo prometo.

Sus palabras me tranquilizaron, me animaron a dejar de llorar, pero nome liberaron del miedo y la duda que todo aquello me planteaba. Nisiquiera lo hicieron sus respuestas a tantas preguntas como le hice alrespecto de todo lo que habíamos oído en la tele.

Más tarde, fue Iván quien me dejó claro lo que iba a suceder a partir deahora. Fueron sus palabras las que me dieron la verdad de la situación, delo que estaba pasando fuera y de lo que pronto todos viviríamos dentro, encada uno de los hogares de las ciudades más afectadas, por supuesto lanuestra era una de ellas.

—Todo parece un sueño Iván, me gustaría poder despertar y ver queesto no era más que un pesadilla.

—Verdad, tía…pero es que, realmente, todo esto era como un malsueño, porque la pesadilla, la verdadera pesadilla, va a comenzar ahora.

—Uffff, verdad…

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DÍA 25…Iván…”Un hotel de mala muerte”

—Mamá, que no podremos ver a la abuela hasta que se recupere. Demomento la llevan a la zona de infectados del hospital y allí sólo entranlos que ya estén enfermos. Aún no saben a que hospital irá ella porqueestán preparando uno nuevo en no sé que estadio y quizás ya mañanacomience a funcionar, pero además es que ni siquiera nosotros nos vamosa quedar aquí, como muy probablemente ya estemos contagiados, tenemosque estar pendientes al móvil porque en unos días nos recogen y nos llevana un hotel de familiares de los enfermos para que si llegamos a tener lossíntomas, directamente nos aíslen y comencemos con el tratamiento. Asíque vamos haciendo la maleta que nos vamos de vacaciones. ¿Tú noquerías ir a un hotel?, pues mira esta Semana Santa la vamos a pasar en unhotel.

Un hotel maldito…vaya putada. Nos llevaban lejos de casa a un hotellleno de infectados, donde no saldríamos de la habitación nada más quepara las comidas, el resto del día tendríamos que estar allí, esperando aque nos llegara la primera tos, el primer cambio de temperatura, o que trasquince días no tuviéramos síntomas. Cosa absurda e imposible porque allítodo Dios estaría contagiado, si no lo traías de casa lo pillarías allí fijo,aquello sería un hotel de muertos vivientes.

Pero además habíamos sido elegidos, tocados por el puto virus y ya elpremio era seguro. El viaje al hotel era inevitable, porque sería el ejércitoo la policía los que vendrían a entregarte el premio, o ósea que te llevaríanal hotel sí o sí. Si te negabas a ir podrían echar la puerta de casa abajo yentrar a buscarte, es lo que tenía el estado este de excepción que se habíadeclarado. Nuestra ciudad era una de las más afectada, y para colmonuestro barrio uno de los puntos principales en cuanto a focos deinfección. Por lo que nos dijo el médico astronauta, éramos virus con patasy lo que querían era tenernos controlados para que no contagiásemos anadie más.

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Fue muy duro ver salir a mi abuela así pero más duro aún oír lapregunta de mi madre tras cerrar la puerta de casa, una pregunta cargadade verdad y dolor…¿la volveremos a ver?

Me abrazó y lloramos…pero solo hubo lágrimas en su rostro, las mías,al estar agotadas, solo brotaron en mi corazón.

Pensé en Ruth y descubrí que la vida no paraba de darme palos, unotras otro. Encontré a la chica de mi vida, pero en el peor de los momentos,justo cuando una relación se hacía imposible, cuando los besos solo selanzaban desde una distancia de dos metros, cuando los abrazos fueroncambiados por golpes con el codo, cuando para curarte te llevaban unapista de baloncesto o a un hotel maldito…puta vida, puto virus.

Tras uno de los almuerzos más tristes y absurdos de mi vida llamé aRuth, pensé que quizás ella estaría de mejor humor, pero de nuevo meequivoqué. Ya lo habían dicho en la tele y aunque habían suavizado lo delconfinamiento forzoso, todo lo que me había dicho el médico de mi abuelaera cierto.

—Tenemos que estar pendientes del móvil tía, porque llamarán a mimadre un día antes. Por lo visto los tests comenzarán a hacerlo a todo Diosmañana mismo, nosotros seremos de los primeros fijo .

—Todo parece un sueño Iván, me gustaría poder despertar y ver queesto no era más que un pesadilla.

—Verdad, tía…pero es que, realmente, todo esto era como un malsueño, porque la pesadilla, la verdadera pesadilla, va a comenzar ahora.

—Uffff, verdad…—Antes me daba igual todo, pensaba que el puto virus este era una

mentira, pero ahora, desde que se han llevado a mi abuela, no paro depensar en que de verdad podemos morir todos tía y…

—No digas eso Iván, que me pones aún peor, por suerte los principalesfallecidos son ancianos y personas que ya tienen ciertas enfermedades,bueno y no todos los ancianos están muriendo, así que piensas que prontotu abuela se recuperará, no seas tan negativo.

—No tía, si es que esto es una putada porque a mí siempre me ha dadoigual la vida, morir o no morir a mí me la sudaba, yo sé que después ya nome voy a poder quejar así que nunca tuve miedo, pero ahora, es que sí meimporta, quiero estar aquí mucho tiempo, o al menos el tiempo justo paraver tus ojos de cerca, para oír tu sonrisa de verdad y no por el móvil…para

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darte una vuelta en mi moto…para besarte…me tienes flipao tía, ahora noquiero morirme coño…

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DÍA 26…Ruth…”El subterráneo”

—Que no digas eso Iván que lo normal es que tú apenas tengas lossíntomas de una gripe, o un resfriado o incluso he oído que hay gente quelo ha pasado y ni siquiera se ha enterado, lo descubren cuando le hacen laspruebas, así que no te pongas tan negativo tío…yo también tengo ganas deverte, no tanto de montarme en tu moto, porque me da mucho miedo, perosí de vernos de cerca, a mí también me ha pasado algo contigo, no sé creoque tampoco me había quedado tan pillada por nadie en tan poco tiempo.

—¡Tía nos podríamos ver!, se me acaba de ocurrir, yo casi todos losdías bajo al garaje a arrancar mi moto, y ahí la dejo dos o tres minutosechando humo allí abajo, tengo que hacerlo para que no se estropee porfalta de uso. Nuestros garajes están comunicados, solo tendríamos queandar unos metros y nos encontramos.

—¿Sí, pero yo que hago para bajar tío?—¿Tus padres tienen coche abajo?—Sí claro.—Pues esta noche después de cenar, diles que tienes que coger algo que

te dejaste en el coche porque no lo encuentras por ningún sitio y seguroque lo tienes allí. El parking es un desierto a esa hora yo aún no me heencontrado con nadie en dos semanas y suelo estar diez o quince minutosabajo.

—Joder tío, no me van a dejar bajar sola, y como tarde mucho mimadre baja a buscarme vamos…¡ya sé! Nos podemos ver pero mástemprano, voy a sacar a mi perro hoy, pero debe ser antes, a eso de lasocho por ahí lo saca mi padre, tras los aplausos, hoy me van a dejarhacerlo a mí y nos vemos allí donde tu moto. Tú arráncala y por el sonidote encontraré porque la verdad que yo en el parking me pierdo un poco.

—¡Claro!, buena idea, además ahí creo que no hay cobertura…—¡Estás loca tía!, jajaja, ¡pero me encanta! —Mónica flipaba con la

historia de mi cita prohibida. Mis padres aún no sabían nada pero esa tarde

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yo sacaría a Bola. Lo tenía todo planeado, llegado el momento de losaplausos, cuando mejor ambiente había en casa les pediría que me dejasenbajar como última oportunidad de respirar aire fresco, ya que lo que seaproximaba eran tiempos de más control y ya seguro que no volvería apisar la calle en días. Me hacía ilusión poder estar con Bola un rato en lacalle después de tanto tiempo…y mi cara de niña buena sería el golpe finalpara que me lo permitiesen.

No pensaba pisar la calle, ni siquiera respirar aire puro más bien todolo contrario, pero lo vería de cerca podría mirarle a los ojos más allá de lapantalla del móvil, escuchar su verdadera voz y quién sabe, quizásbesarle…

—¡Estás loca tía, eso sí que no! —a Mónica esa idea no lo gustó lo másmínimo pero aunque se lo dije a modo de broma, realmente me moría porbesarle… —¡pues eso!, ¡es que te puedes morir por besarle!

—Venga ya tía, tú también con esa paranoia…—No sé que me pasópero le perdí el miedo al virus, sabía que no podría matarme ahora quemás ganas tenía de vivir que nunca, ahora que había encontrado el amor…ahora que todo parecía estar perdido, yo decidí cambiar mi forma de verlas opciones y elegí VIVIR. Estaba harta de ver pasar los días desde el sofáo desde mi cama. Quizás Iván se fuera al hotel ese en unos días ya nopodría verle ni en el balcón. Esa tarde estaría con él.

Y allí estábamos, mirándonos a escondidas, mientras aplaudíamosjunto al Resistiré de mi vecino.

En su balcón faltaba René, su madre aplaudía con menos intensidad delo habitual. En mi balcón, y pienso que en el de todos los demás, sucedíalo mismo. No había tantas risas, no había tanta emoción como en otrasocasiones, parecía que el miedo estuviese ganando esta batalla. Por suerteal cantante del segundo parecía que no le afectaba. No podía creer quellegaría agradecerle su música. Ese día fue fundamental su ayuda paraconvencer a mis padres.

Poco antes de las ocho y cuarto, la moto de Iván se escuchaba muycerca de la salida al parking de mi ascensor. Bola no paraba de oler ymarcar uno y otro rincón, no recuerdo la última vez que lo montamos encoche pero aquel era un sitio tan poco transitado por él como por mí.

De pronto todo oscureció, no había pensado en eso, no pude evitarsoltar un grito de terror, no tenía ni idea de dónde podría volver a encenderla luz, el sonido de la moto de Iván me tranquilizó pero me quedé

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paralizada por unos segundos, justo lo que tardó en volver a iluminarse elsubterráneo de nuevo.

—¡No te asustes te da tiempo de llegar!, ¡tarda unos cinco minutos envolverse a apagar y yo tengo un interruptor justo aquí al lado!, ¡no te veo!

—¡Voy! —continué caminando y al otro lado de una de las filas detrasteros apareció él junto a su moto, ¡Dios que guapo!

—¡Hola!, que bonito tu perro.—Hola, y muy chula tu moto….—y así comenzamos a hablar de

nada…de todo. Tras su primera sonrisa, recordé que yo llevaba mascarillay me la quité para estar aún más cerca de él y pronto lo hice de verdad nopude evitarlo…

Aunque la moto ya hacía mucho que dejó de estar arrancada nosotroscontinuamos hablando hasta que Bola, de un tirón de la cadena, merecordó el tiempo que llevábamos allí parados.

—Me tengo que ir Iván llevo fuera ya casi media hora, mis padres sevan a asustar además aquí no hay cobertura.

—Vale tía, que raro esto verdad…Entonces yo me acerqué, no pude resistirme y me aproximé aún más,

pero él se apartó y mantuvo esa pequeña distancia que nos separó todo eltiempo.

—Ruth, me encantaría besarte, pero yo no quiero hacerlo solo hoy.Quiero hacerlo muchas más veces tía y si tengo el virus te lo puedo pegary no quiero verte a ti también allí en el hotel de los infectados…túespérame aquí, volveré y ya estaré inmunizado…

Esa noche, me dormí no sé a qué hora, viendo su rostro al otro lado delmóvil, soñando con ese primer beso de sus labios, un beso que nunca llegópor temor a que fuese el último…

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DÍA 27…Iván…”El beso”

Me moría de ganas por tenerla cara a cara, por reflejarme en sus ojosazules, por besar sus labios…por abrazarla…como me tenía pillado esatía, nunca antes había estado así. No sabría decir qué me pasaba, qué eraesa necesidad de estar, de saber, de hablar con ella a todas horas. Seríaamor… joder, como todo en mi vida, llegaba en el peor momento.

Uno de mis colegas me dijo que eso era porque al no poder estar conella, tu mente hace que lo quieras más, o una paranoia de esas de la mente,pero me resultaba super extraño, es que, hasta me imaginaba yendo conella al “Belle Epoque” ese, con todos lo pipiolos que allí hubiera, pero conella.

Por suerte habíamos quedado, por primera vez estaríamos cerca,aunque fuera a metro y medio, le hablaría fuera de la puta pantalla delmóvil.

Flipaba con la idea de verla.Joder, en otro momento hubiera sido tan distinto…quedaríamos para

tomar algo, charlaríamos en cualquier garito, o un parque. Luego le daríala mano, la besaría y no sé qué más… pero ahora…vaya mierda. Habíamosquedado en un parking subterráneo, yo tendría que tener mi motoarrancada para que ella me encontrara, tendríamos muy poco tiempo, justoque el tarda en cagar un perro en la calle y lo peor de todo, no podríabesarla. Es que ni me lo planteaba, demasiado que se la jugaba bajando ahablar conmigo.

Yo tenía el virus, fijo, aún no tenía síntomas pero viviendo con miabuela, que ya lo tenía, mi madre y yo seríamos los siguientes no habíadudas. Solo esperaba que los síntomas me llegaran ya en el hotel, y asíRuth no podría verme. Aunque en el fondo tenía alguna esperanza de queyo fuese de esos a los que no les afecta el virus. ¡Y una mierda!, ¿yo consuerte?

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Me daba igual, esa tarde la vería y estaría con ella, aunque fuese en elsitio más raro que pudiese imaginar. Ya faltaba menos.

El balcón sin mi abuela no era lo mismo, hasta las canciones del Bisbalparecían más tristes. Mi madre aparentaba tranquilidad, pero se le notabala preocupación en cada gesto. Apenas me había hablado desde que se fuemi abuela y miraba el teléfono más veces que nunca. Pensaba que enFacebook o en las noticias de internet encontraría la solución.

—Voy para abajo Ruth, te espero..…—Ok, ¡me han dejado!, ahora bajo.Tras su respuesta bajé. Allí, en aquel búnker no había cobertura, sería

cuestión de poner en marcha mi moto, y esperar.Se me hizo eterno el tiempo que estuve allí en ese desierto de coches y

hormigón, esperando su llegada. La luz se había apagado ya un par deveces cuando descubrí que ella estaba llegando.

Un grito de terror, seguido de los ladridos de su perro sonaron muycerca.

—¡No te asustes te da tiempo de llegar!, ¡tarda unos cinco minutos envolverse a apagar y yo tengo un interruptor justo aquí al lado!, ¡no te veo!

Pronto apareció de detrás de una de las filas de coches al otro lado delos trasteros. Dios que guapa era, hasta con mascarilla. Flipaba con susojos.

—¡Hola!, que bonito tu perro.—Hola, y muy chula tu moto. Menos mal que no has tardado en

encender la luz, he estado a punto de correr para el ascensor de nuevo.—Yo ya estoy acostumbrado, a veces me tiro una hora aquí, fumando y

pensando en toda esta mierda. Además aquí no hay cobertura, te quedassolo por completo, pienso que no habrá ni virus, jajaja.

De pronto ella se quitó la mascarilla y me dejó ver su rostro, suslabios…y se acercó aún más a mí. Como esperaba, era tan guapa o másaún en persona que por el móvil. Ni recuerdo lo que hablamos durante másde tres o cuatro apagones de luces, solo recuerdo su sonrisa y la última vezque encendí la luz…

—¿Por qué la has encendido? —me dijo mientras agarraba mi mano.Los guantes que ambos llevábamos no pudieron evitar que sintiera el tactode su piel y este erizara cada uno de mis vellos.

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Dulcemente se acercó a mí para besarme, pero no pude hacerlo.Gilipollas.

—Ruth, me encantaría besarte, pero yo no quiero hacerlo solo hoy.Quiero hacerlo muchas más veces tía, ¿y si tengo el virus?, te lo puedopegar y no me gustaría verte a ti también allí en el hotel de losinfectados…tú espérame aquí, volveré y ya estaré inmunizado…

—Cómo quieras yo te estaré esperando, no te mueras ¡eh! —Soltó mimano, y con un guiño de ojos y una sonrisa, se marchó, dejándomederretido sobre el asiento de mi moto.

Tardé casi medio hora en reaccionar y comprender lo que acaba desuceder. Le había negado un beso a la chica más guapa que había visto enmi vida. Me había ligado a la tía más buena de la ciudad y yo, tangilipollas como siempre, la cagaba de nuevo…

Días después descubrí que fue lo mejor que pude hacer, me hubieraarrepentido toda mi vida de haberla besado en aquel momento. Ese besoque no nos dimos la hizo más grande aún para mí, le entregó lo quequedaba de mi corazón roto.

Al subir a casa mi madre ya dormía, no quise despertarla, la pena debíadarle sueño.

Esa noche, de nuevo, dormí junto a Ruth al otro lado del teléfono.Volvería hacerlo de ese modo, junto a ella, muchas más noches, pero seríala última en la que lo hiciera desde mi cama.

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DÍA 28…Ruth… ”El hilo rojo”

A uno de los días más emocionantes de mi vida le siguió uno de lospeores. Era increíble como la pandemia nos estaba haciendo vivirsituaciones jamás imaginadas, de película de ciencia ficción o incluso deterror.

Lo vivimos en primera fila y solo así pudimos conocer la dureza de lasituación y de las nuevas medidas para controlar al virus. No todo elmundo tendría “la suerte” de sentir tan de cerca ese primer día deaislamientos masivos.

Descubrimos como en televisión no ponían la realidad de lo quesucedía. Lo que pasó dentro de la urbanización no salía en ningún canal,solo emitían imágenes del exterior, que aunque duras, nada que ver con larealidad que seguro estaba sucediendo en muchos lugares donde laresistencia o el miedo fuese aun mayor que donde vivíamos.

De hecho, me llegaron vídeos que ni siquiera terminé de ver, preferíquedarme con lo que se mostraba en la tele y con lo que me contaba Iván,uno de los afectados más directamente por esta situación surrealista ysiniestra. Protagonista principal de esta obra en la que un virustransformaba la vida del mundo entero, o quizás, como otros decían, nofuese más que una mentira, ya que no era el virus el que tomaba decisionesabsurdas sino políticos y otros dirigentes deseosos de un nuevo ordenmundial.

De una u otra manera, a las diez de la mañana llegaron cinco furgonesde la policía, y tal como mostraron en TV, otros tantos del ejército y deeste modo rodearon nuestra urbanización y varias colindantes.

Al interior de la nuestra solo entraron policías, que ocuparon las zonasde las piscinas mientras otros acompañaron a médicos y enfermeros quepuerta a puerta iban haciendo tests rápidos a cada uno de los vecinos.Cuando en algún piso no respondían a su llamada, preguntaban por si vivíaalguien. Si era un piso desocupado pasaban al siguiente pero si realmente

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había personas dentro y se negaban a abrir al parecer echaban la puertaabajo y entraban a buscarlos. Los vi pasar bajo el bloque de Iván. Eranunos diez policías, cubiertos por completo por todo tipo de proteccionesmuchas más que los otros compañeros y de entre ellos cuatroverdaderamente gigantes portaban una especia de cañón medieval con elque supuse derribarían las puertas de aquellos que se negaran a abrir.

En mi bloque no escuchamos nada de violencia, pero sí llegamos a oírcomo derribaron la puerta de la vecina de Iván y como pedían a gritos ycon amenazas a otros vecinos que les abrieran la puerta. Quizás el miedoal virus encerrara a las personas, o como decía mi padre, el miedo a lamuerte. Porque realmente aquello era más próximo al holocausto nazi quea las ayudas humanitarias que solíamos ver en países necesitados.

Se me saltaron las lágrimas cuando vi a Iván por televisión entrando enel autobús tras su madre, no sé cuantos vecinos se marcharon a ese hotelmaldito como decía Iván, pero fueron muchos, más de lo que yoimaginaba. Todos ellos familiares de afectados o personas que dabanpositivo en los tests. Por suerte no hubo ninguno en mi familia, aunquetampoco era tan grande el consuelo, ya que en cinco días volverían arepetir los test y solo si de nuevo resultaban negativos, estaríamosdescartados de forma definitiva y ya sí nos dejarían vivir en casatranquilos, esperando a que todo pasara.

El silencio se apoderó de nuestra casa y excepto Hugo que continuabacon sus preguntas y miedos, ninguno volvimos a comentar nada de losucedido hasta la cena. Ni siquiera conectamos la televisión en todo el día.

Y mientras esperaba a que Iván me escribiese ya desde el hotel, decidíjugar con mi hermano a algún juego de mesa. Me vendría bien, nosvendría bien. Y así fue, completamos una larga partida de casi dos horas,como hacía años que no hacíamos. Reímos, bromeamos y nos olvidamosde la realidad. Por unas horas, fuimos amargamente felices.

Tras esto, y como otra de las medidas excepcionales que en este tiempose tomaron, por primera vez permití a Hugo que jugase en mi cuarto consus juguetes, ambos necesitábamos compañía, él más que yo, yo estabacon Iván, ya lo habían ubicado en el hotel. Y por desgracia dormiría solo,su madre comenzaba a tener síntomas. El pobre, la pobre.

—Ella está en otra habitación pensamos que en la planta de los que yatienen síntomas en la 123, yo estoy en la 413 por si quieres venir a verme,la cama es grande cabríamos bien los dos, jajaja…

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Chateamos durante horas, luego hablamos, volvimos a chatear y esanoche ni siquiera cené, él tampoco quiso hacerlo, lo cambiamos por risas ymomentos compartidos. Separados por el virus, unidos por la tecnología,recordé una historia que había leído hacía tiempo…

—¿Conoces la historia del hilo rojo?—No.—En Japón cuentan, que antes de nacer, en la última luna llena, la

Diosa del Amor, se encarga de atarnos un hilo rojo que va desde nuestrocorazón a nuestro meñique y que justo cuando nace la persona con la quetendríamos que compartir nuestra vida, alarga el extremo de nuestro hilohasta unirlo a su dedo meñique, de esta forma une sus corazones parasiempre desde el momento de nacer. Por eso todos tenemos alguien en estemundo que es nuestra media naranja, la persona a la que deberíamos estarunidos para siempre, pero por desgracia no todo el mundo la encuentra.Muchos se confunden y viven unidos a personas cuyo hilo rojo no estáncomunicados, cuyos corazones jamás estuvieron conectados. Pero otros, encambio, sí tienen la fortuna de encontrar el otro extremo de su hilo rojo ycomparten una vida de amor muy distinta al resto, porque sus meñiquessiempre estuvieron unidos, porque sus corazones laten acompasados…siento que eres tú quien tiene atado el otro extremo de mi hijo rojo porquejamás conté a un chico esta historia, porque nunca sentí lo que sientocontigo Iván.

—Guau, me encanta Ruth, el hilo debe ser largo tía, porque desde elputo hotel este a nuestra casa hay kilómetros, pero yo ya lo estoy viendoaquí en mi dedo. —Me respondió entre risas.

—No, en serio tía, yo también siento que estamos unidos, nunca habíaescuchado esa historia pero tampoco había sentido algo así antes. Quizássea cierta y cada uno tengamos a alguien asignado aquí en la tierra paraque sea tu pareja ideal, yo he tenido suerte de que seas tú, tía esto me locuentan antes de conocerte y fijo que pienso que la otra punta de mi hilorojo terminaba en un coco o en una friki super extraña.

—Jajajaajaja….Y así, entre risas continuas y planes de futuros inciertos, nos venció el

sueño, y volvimos a dormir juntos, separados por kilómetros…unidos porun hilo rojo…

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DÍA 29…Iván…”El viaje”

A las diez de la mañana las sirenas y de la policía me despertaron. Mimadre estaba de nuevo frente a la televisión con el móvil en la mano,prácticamente como la dejé ayer.

—Ya vienen a por nosotros Iván me han puesto un mensaje estamañana, que estemos preparado para irnos entre las doce y las dos de latarde.

—¿Y la abuela?—No sé nada de ella, no se conecta desde ayer a las seis de la tarde y

he llamado al hospital pero no me lo cogen.—Vaya mierda.—Y mira —me dijo sin ganas alguna y señalando a la tele.De nuevo éramos los protagonistas en todos los canales, furgones de la

policía y hasta camiones del ejército rodeaban nuestra urbanización. En laszonas comunes se escuchaba mucho trasiego de personas, algo inusual enestos días y cuando salí al balcón descubrí la verdadera putada queestábamos viviendo, lo que salía en la tele no era nada con aquello. Más deveinte policías rodeaban las piscinas y varias camillas esperaban en filajunto a la entrada del 26 y al menos diez médicos o enfermeros vestidoscomo siempre hasta las orejas con ropas y protecciones blancas o azulesentraban en distintos bloques junto a varios policías.

Al poco tiempo el ruido comenzó a oírse al otro lado de mi puerta ymás pronto de lo que esperaba, justo cuando me tomaba un café en lasilenciosa compañía de mi madre nos tocaron el timbre.

—Voy yo.—¿Ya?, aún no son las doce.—Creí que la expresión de pánico y dolor

de mi madre no podía ser mayor que la que tenía hacía un rato, cuando denuevo en el hospital no le cogían el teléfono, mientras en la tele,anunciaban que la cifra de fallecidos había vuelto a aumentar. Pero sí,podía ser peor, podía ir cargada de lágrimas.

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—No te preocupes mamá, todo va a salir bien. Ya verás que pronto tellama la abuela, en cuanto le hagan efecto los medicamentos, tenemosartista para rato ya veras, y mientras la abrazaba, los golpes en la puerta sehicieron más violentos, y esta vez el nombre de mi madre se podíaescuchar desde fuera de la urbanización.

—¡¡Remedios!!, ¿está usted ahí?, ¡la policía!Aligeré el paso con el corazón en un puño.—Sí hola.—Buenos días ¿sabe usted si en los vecinos del C están en casa?, ¿vive

alguien en ese piso?—Guardé silencio, pensativo. —Pero no tuve mucho tiempo.—¿Está su madre en casa?, ¿puede decirle que salga?Mi madre justo ya aparecía detrás mía.—¿Sí, qué ocurre?—¿Sabe usted si el piso de la letra C está ocupado?—Sí, ahí siempre ha vivido un matrimonio, pero él creo que enfermó

hace un par de semanas.—¿Sabe usted si si mujer estará en casa?—No…lo siento.Sin decir palabra los dos policías se dirigieron de nuevo hasta la letra

C. Uno de ellos llamó de nuevo con fuertes golpes mientras otro secomunicaba por el walkie talkie.

—Bloque 22, cuarto c, sellado, repito bloque 22, planta cuarta, letra c,sellado.

Cerramos la puerta, con más miedo que pudor, ante aquella escena depelícula catastrofista, justo cuando, por la escalera, subían dos médicosjunto a varios policías.

—Serán los que hagan los tests. —Dijo mi madre. —A nosotros por lovisto ni nos lo harán hoy, directamente ya nos lo hacen al llegar al hotel,¿para qué? o lo tenemos o estamos inmunizados. Y la del C está ahíseguro, anoche volvió a salir al balcón con la mascarilla. Pero esa mujersiempre ha sido muy tímida. No podría decirte ni cómo es su voz. Creoque la abuela, en todo el tiempo que llevamos aquí, ha sido la única que hamantenido una conversación con ella la vez que se quedó encerrada fuerasin llaves y tuvieron que entrar por el balcón.

—¡Señora!, ¡tiene que abrirnos o tendremos que entrar nosotros, porfavor, abra la puerta!

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No pude resistirme y fui de nuevo a la puerta de entrada a asomarme ala mirilla y ver algo de lo que ocurría. Pero no veía nada solo cascos yuniformes de policías y de pronto un golpe que hizo temblar el bloqueentero, y tras este de nuevo gritos de policías. Habían entrado. Ahora losgritos eran de mujer.

Joder habían echado la puerta a bajo.Volví al salón. Asustado.—¡Mamá han tirado la puerta abajo!. —Pero no obtuve respuesta, mi

madre lloraba desconsolada en el sofá. Me senté a su lado, la incorporé eintenté consolarla…mi abrazo y mi amor hacia ella era lo único sincero deaquel consuelo porque cada una de las palabras que usé para darletranquilidad, no eran más que estúpidas suposiciones o mentiras absurdasen aquella realidad que nos superaba en todos los sentidos.

Apagué la tele, pasaba de ver más ejemplos de la puta mierda queestábamos viviendo, no lo necesitaba si la película se rodaba allí en mipropio piso, si éramos los protagonistas, para qué nos iban a contar nada…

No cogí el móvil en toda la mañana, no sabía nada de Ruth, solo le dijeque ya le escribiría desde el hotel, ahora tenía que estar con mi madre,aunque mi madre estuviese con mi abuela…

No paraba de llamar, a uno u otro teléfono, cuando alguien, al otrolado, daba señales de vida y se lo cogía, parecía que sería mi abuela la quehablara, de la ilusión que ella ponía, pero tras un par de preguntas con lasrespuestas de siempre, volvía la desilusión y la preocupación a su rostro.

Así pasó la mañana, hasta que a eso de las una de la tarde, de nuevo,llamaron a la puerta.

—Buenas tardes, pueden ir bajando para el traslado, su autobús es elnúmero 3. Por favor ocupen sólo un asiento de cada fila, solo podránsentarse juntos si conviven habitualmente. ¿Cuántos son en casa?

—Mi madre y yo.—Pues entonces pueden ocupar dos asientos de una misma fila e ir

juntos si lo desean. Gracias, ya pueden bajar.—Gracias.Cerré la puerta y fui a buscar mi maleta, comenzaba el viaje más triste

que alguien se puede plantear. Salíamos en bus hacia un hotel, conmaletas, pero cargadas de pena, miedo y dolor…

Mi madre no paraba de llorar. Le di un abrazo antes de salir, sequé suslágrimas, le volví a recordar que todo saldría bien y le besé en la frente…

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recordé aquella frase que decía que si algo puede ir peor irá…Juraría quemi madre tenía una temperatura más alta de lo normal, pero no quisepensarlo, no quise creer que fuera posible, y decidí suponer que laslágrimas, que tanto sufrimiento, producían esa sensación de maneranatural. Y comenzamos así nuestro viaje al hotel de los infectados…

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DÍA 30…Iván…”El hilo roto”

Nunca había dormido en un hotel, sería mi primera vez. Dicen que laprimera vez nunca se olvida, yo aún no la había vivido, pero ya estabadeseando olvidarla. Mi madre durmió todo el trayecto. Le mareaban losautobuses, pero sobre todo, le dolía el corazón. Cayó rendida sobre mihombro y al menos los treinta minutos de aquel doloroso viaje, descansó.

A las afueras, no sabría decir por dónde porque jamás mi moto mellevó hasta tan lejos, nos esperaba nuestro hotel. No estaba mal un tresestrellas con muy buena fachada exterior, seguro que a él tampoco le hacíagracia recibir a este tipo de huéspedes, desilusionados, que no pensabanpagar la estancia y además, muchos de ellos, enfermos.

Justo al llegar se confirmaron todas mis dudas, mi madre comenzaba atener síntomas. En la entrada al hotel la fila única del autobús, se dividíaen dos, hacia cada una de los responsables de tomar la temperatura. Trasesto te pedían que volvieras a una de las filas.

Entendí el significado cuando a mi madre la mandaron a aquella en laque apenas había gente, mientras yo permanecí en la más numerosa, lacual conectaba directamente con la recepción del hotel, mientras la de mimadre lo hacía con una sala que curiosamente se llamaba “Salón deCelebraciones”. Pues vaya mierda de celebración, ¡venga que estamostodos malos!, puto virus.

Mi madre no paraba de mirarme y cuando ya le tocó entrar a la“celebración”, me hizo indicaciones con el móvil, la mascarilla meimpedía ver sus labios pero sé lo que me dijo.

—Te llamo luego…tenlo encendido…ahora te hablo…no lo pierdas…llama a la abuela…si te dicen algo me llamas…estaré atenta por si menecesitas…—Me querría decir tantas cosas con ese movimiento del móvilen su mano… yo las entendí todas.

Habitación 413, planta cuatro de nuevo. Ascensor de uno en uno, la filacontinuaba. Todo Dios con el móvil en la mano, nadie hablaba, todos

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hablaban. Muchas lágrimas.Yo pasé de sacar mi móvil, solo tenía ganas de hablar con Ruth, pero

¿qué le iba a decir?, ¿que esto era una puta mierda?, no, ella era distinta,no se merecía que yo le metiera más miedo, ni le contara que el hotel delos infectados era justo la puta mierda que imaginé o peor, porque almenos pensaba estar junto a mi madre, ahora estaba de nuevo solo…Porun momento vinieron a mí recuerdos muy dolorosos, de soledad, deespera, de dudas…lo corté con una partida al Smive Tunner. No pensabadedicar ni un minuto más de mi vida a aquella etapa donde gasté mi bolsade lágrimas…la primera vez fue mi padre ahora este virus. Sería difícilsacar más odio de mí, tendría que compartir el que le tenía al cabrón de mipadre. Puto virus.

Antes de montar en el ascensor sonó mi móvil. Era mi madre. Tendríaque esperar allí en la sala, había dado positivo, confirmado, tenía el virus.Primeros síntomas, primera medicación, habitación 123, planta de losinfectados.

Le habían dicho que pasaría a verla un médico dos veces al día, que sise encontraba peor sólo tenía que llamar a recepción y subirían a verla y silos síntomas iban a más, la trasladarían a un centro hospitalario. Pero notenía por qué ser necesario, todo dependería de la gravedad de susintomatología.

—Vale mamá, venga, te llamo en cuanto esté en la habitación. Tequiero Reme. —Hacía tiempo que no se lo decía, me encantaba decírselo,a ella seguro que aún más escucharlo.

—Te quiero hijo. Llámame.Pero al llegar a la habitación lo primero que hice fue llamar a Ruth, me

surgió la duda de si ella habría montado en algún autobús porque no solose llevaban a los familiares de infectados, también a los que dieranpositivo en el test.

Por suerte nadie en su familia había dado positivo, quizás cuando todoesto pasara ella seguiría esperándome allí, en su balcón y yo desde el míole diría que bajara que daríamos un paseo en mi moto, que la llevaría atodos lados y a ninguna parte pero juntos, abrazados, entre besos…

Ni siquiera tuve ganas de cenar, ni para eso nos dejaban salir. Metrajeron una bandeja que ni abrí, se quedó allí entera, esperando que dejarael teléfono, que se acabara la conversación, pero ese sería mi último deseo,por lo que no la dejé hasta que el sueño nos hizo ver que pronto

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comenzaría un nuevo día, muy distinto para cada uno, pero unidos por unhilo.

Me contó una historia japonesa, que me encantó. Cuenta cómo losenamorados que verdaderamente nacen para estar juntos tienen un hilorojo atada en su dedo meñique que une sus corazones para siempre. Megustó tanto que mi hilo me uniera a ella, era la mejor chica con la quehabía estado, lo tenía todo, era perfecta, por fin tuve suerte en algo, no melo podía creer. Además fue ella la que me contó la historia, así que seríacierto, ella también sentiría el hilo atado en su dedo.

Descubrí entonces que muy probablemente ni mi madre ni mi abuelahabían encontrado al hombre al otro extremo de su hilo. Ellas no tuvierontanta suerte, sus parejas no la amaron como merecían, alguien que te pegano puede estar unido a tu corazón, eso sería imposible. Qué pena. Vivieronjunto al hombre equivocado. Seguro que nadie les contó esta historia. Todoel mundo debería conocerla.

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DÍA 31…Ruth… ”La tos”

Me desperté sobresaltada, de pronto me vino a la mente el instituto, lasclases, las tareas…¿desde cuándo no me conectaba?, ¿desde cuándo nohacía nada?…Pero bueno no era culpa mía, la situación no era para menos,imaginé que todo el mundo estaría como yo, pero aún así me tuve quelevantar de la cama y encender el ordenador. Era súper tarde, mi madre yapasaba de despertarme.

Iván tampoco se conectaba desde que nos dijimos adiós a eso de lasseis de la mañana.

Mi ordenador tampoco estaba por la labor, tardaba en arrancar,instalando actualización 4, 5, 7%…el colmo hubiera sido que él tambiénhubiera cogido un virus. Pasé y me fui a desayunar, de verdad ¿quéimportaba el insti?, Lupe, la de Francés, hacía días que no se conectaba, nidaba señales de vida, mi tutor no quería decir nada pero todos sabíamosque estaba mal. Imaginé que en el aislamiento del día anterior alguno máshabría caído, si es que no habían enfermado…no tenía sentido preocuparseahora cuando ni siquiera sabíamos el tiempo que nos quedaba en casa.

Mis padres de nuevo permanecían frente a la tele, en el salón, mihermano a su bola, jugaba a su juego favorito con el móvil de mi padre, el“Smile Tunder” o algo así, no sé que le verían todos los niños pero mihermano y sus amiguitos eran unos frikis del juego. Cuando podíamos,habían hecho en casa varias reuniones sólo para jugar, la mayoría de elloscon tablet otros, como Hugo, con los móviles de sus padres. No entendíacómo mi madre podía quedarse horas sin móvil sólo para darle a mihermano ese capricho. Pero ahí estaba, calladito, como todos, al menos él,aislado de la realidad…o eso parecía.

—¿Todo igual? —pregunté—Buenos días Ruth.—Mi madre se levantó para darme un beso —Si

hija igual, ahora toca el aislamiento en otras ciudades…pero bueno, almenos ayer la cifra de contagios volvió a bajar un poco aunque los

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muertos siguen en aumento. Ah, y han abierto un hospital de campaña enel polideportivo del “Quevedo” en el insti.

—¿No me digas? —No me lo podía creer, era el instituto de Iván, adoscientos metros de casa.

—Sí y han salido los hoteles donde están llevando a los aislados,parecen que están muy bien aunque no sé, porque también otros se quejande que los controla el mismo ejercito y que no se les permite salir ni de lashabitaciones.

—Ah pues te lo diré en un rato porque tengo a una amiga en uno deellos, se la llevaron ayer.

—¿Sí, a quién?—No, no la conoces, es una compañera de clase. Dio positivo, ella y su

madre.—Qué pena la pobre. Hay muchos chicos afectados ya, al parecer van a

parar el curso y en septiembre todo el mundo comenzará un curso másavanzado, o sea que este año todo el mundo aprobará.

—¿No me digas?, y ¿con qué nota?—Pues no sé, eso no lo han dicho.—Mantendrá la que llevaras, es lo más lógico. —Respondió mi padre

desde el sofá —Mira prohíben los aislamientos forzosos y entrar a la casade los que se resistan a salir, a buenas horas. —Por supuesto mi padrehablaba sin dejar de mirar la televisión.

Vaya buenos días, pasé y me fui a la cocina a desayunar. Mi madre meacompañó. No quise contarle nada de lo de Iván, para qué, no era momentode historias de amor, ¿a qué venía yo a enamorarme justo ahora?, cuandonadie podía salir de casa, cuando los institutos eran hospitales, los hotelescárceles y los besos estaban prohibidos…vaya suerte la mía.

Pasé el resto del día en mi cuarto, con Iván en el móvil, menos mal queél tenía historias de todas clases para entretenerme. Que fuerte su vida, loque había pasado el pobre, se merecía que lo quisiesen…yo lo hubierahecho de todos modos, pero ahora…viéndolo allí, en esa habitación dehotel sin ningún tipo de comodidades al contrario de lo habitual, sin sumadre, sin su abuela…Cuando dejamos de hablar para el almuerzo nopude evitar llorar por él, por su situación, por lo nuestro…pordesahogarme de toda esta mierda…

Y de nuevo almorcé sin ganas, aguantando la película de cienciaficción que ponían en el telediario, sintiendo que éramos los protagonistas

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de la misma. Todo iba igual o peor, porque fuera de España la mayoría depaíses vivían lo mismo o en peores condiciones. Solo algunos comenzabana respirar, a reponerse de una pandemia que les amenazaba con volver sino cumplían sus reglas, las mismas que me mantenían alejada de Iván, lasmismas que en casa todos cumplimos y nos habían permitido dejar fuerael virus. O eso creíamos.

Ese día apenas hubo aplausos. Los balcones estaban desolados, elvecino del segundo no cantó, al parecer marchó en los autobuses. Habíadado positivo en el test. Hubiera sido mejor no salir al balcón, elespectáculo fue deprimente, casi nadie asomado, muchos de ellos conmascarillas, otros, llorando mientras tocaban las palmas con brazos en altomirando al cielo, mi madre y yo volvimos a entrar también llorando, mipadre…tosiendo.

—No sé, tengo tos, pero he dado negativo así que no hay porquépreocuparse.

El silencio que siguió a sus palabras lo decía todo. Ningunoconfiábamos en los test después de lo visto en televisión.

—Pero ¿cómo te encuentras? —le preguntó mi madre.—Bien, bien, eso no es nada mujer, será algo pasajero todo no va a ser

el virus.Pero sí lo era. La tos fue en aumento y luego vino la fiebre. A las once

de la noche mi padre estaba en cama con 38,5 de temperatura.—Tengo miedo Iván. ¡Mi padre tío! Con lo que él se ha cuidado cada

vez que ha salido, ha desinfectado todo, bolsas, productos, se ha cambiadode ropa, yo que sé…

—Es así tía, no tiene nada que ver porque se puede contagiar de milformas, ya ves mi abuela, sin salir a penas. Creo que salió una vez o dos ysolo a la panadería.

Consolé mis temores con Iván, los mismos que le ocultaba a mispadres, los mismos que ellos me ocultarían a mí.

Hablamos hasta cerca de las cuatro de la mañana, cuando la tos quesiempre había escuchado fuera de mi cuarto, comenzó a escucharse enél…

—Dios Iván ha comenzado a picarme la garganta, ¿será el virus?

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DÍA 32…Ruth… ”El adiós desde el balcón”

—¿De verdad?Tuve que superar un nuevo golpe de tos que me sobrevino antes de

poder responder a Iván que no podía creerlo.—Dios Iván primero mi padre ahora yo tío, lo hemos cogido seguro. Ni

test ni mierda, estamos mal los dos.—Vamos tía, no te preocupes, seguro…Tuve que dejar el móvil mi madre entró en mi habitación con el

termómetro en la mano.—Cómo estás, vaya tos de pronto. —y justo cuando me colocaba su

mano en la frente para testar mi temperatura, mi padre comenzó a toserintensamente desde su cuarto.

—Anda papá también.—Es el virus mamá, lo hemos pillado. —Y no pude retener las

lágrimas al oírme pronunciar tan rotunda afirmación.—No te preocupes Ruth, ya sabes que realmente no es tan grave, tú eres

fuerte y no pasará nada. —la abracé y con la cabeza en su pecho llorédesconsolada. Eran lágrimas de miedo, de pena de amor.

Por teléfono le confirmaron a mi madre que los síntomas eran decontagio y que según el protocolo tendríamos que ser trasladados tambiénpara el aislamiento. Pero que no podrían confirmar cuándo, estabansaturados y no había ni hospitales ni hoteles donde llevarnos. Quepermaneciésemos en casa hasta nuevo aviso y si los síntomas iban enaumento volviéramos a llamar para que una ambulancia viniera arecogernos.

A recogernos y llevarnos ¿a dónde? Al pasillo de algún hospital, ¿alhall de algún hotel?…puto virus. Me sorprendí diciéndome por primeravez esta expresión que tanto había oído de Iván.

Lo único que me hacía mantener la ilusión o la esperanza en toda estamierda de situación, era que me mandaran al hotel de Iván. Lo tenía claro

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me escaparía en cuanto pudiese a su habitación, tenía tantas ganas deverlo, estaba convencida de que él era de esos asintomáticos o que yahabía pasado el virus y ni lo había notado, porque no tenía síntomas y yahacía días de lo de su abuela.

—Estás loca Ruth, tú no tendrás que ir a un hotel de infectados yaveras, lo pasarás ahí en casa y punto, mucha gente lo ha hecho.

—Ojalá, pero tengo mucho miedo. Los hospitales están súpersaturados, gente en los pasillos, todas las salas llenas de enfermosesperando el traslado, esto es muy fuerte tío, no te imaginas el miedo quetengo… —y las lágrimas me impidieron seguir hablando.

—Venga tía, no te agobies, además, ni caso a lo que sale en la tele, noes más que la mierda que nos quieren enseñar, ya mi madre ha hablado conmi abuela y dice que está en una habitación del hospital casi desde elprincipio, solo que no ha tenido fuerzas ni para coger el móvil. Y que sí,hay mucha gente, pero está súper bien atendida, que hay muchos médicosviéndola a diario.

No me sirvió de mucho su consuelo.Esa noche no nos despedimos muy tarde, entre mi tos y el dolor de

cabeza que comenzaba a tener, decidí cortar antes de lo previsto pero paracompensar, le dije algo que hacía tiempo que no decía, algo que meprometí a mi misma no repetir hasta encontrar un sentimientocompletamente distinto a lo anterior con algún chico, y lo nuestro ya hacetiempo que era muy distinto a todo…

—Iván, sé que puede ser muy cursi y hasta raro decirte esto así porvideollamada, pero quiero que lo sepas… —y mirándole a los ojos en lapantalla de mi móvil, por primera vez le dije: Te quiero.

…—Y yo —me respondió él con un tono, de timidez e inseguridad que

supo aclarar al más puro estilo Iván.—Joder tía si tengo puto el hilo rojo este aquí atado, ya no me queda

otra que quererte.Y de nuevo, entre risas nos dijimos adiós, hasta luego, hasta pronto…

pero ya nada volvería a ser igual…Fue increíble cómo me llegaron los síntomas. De estar tan bien, a sentir

algo de tos y tumbarme en la cama, para volver a despertar horas despuésempapada en sudor o agua, no sabía, porque, al parecer, mi madre llevabarato poniéndome paños de agua fría. Había llegado a superar los 39 grados

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según me dijo. Ni recordaba el momento en que tomé la medicina. Cuandovolví a retomar la conciencia eran las ocho de la tarde. Parecía que mivida, girase entorno a esta hora del reloj.

Cuando pasara todo esto, jamás volvería a marcar una cita ni nada aesta maldita hora de las ocho de la tarde. Ya por siempre me recordaría eldolor de un periodo de mi vida en el que todo cambió, en el que conocí elamor pero también el miedo a morir, el mismo que cada vez más amenudo, llegaba a mi mente…necesitaba hablar con Iván.

—Iván, ¿cómo estas? Estoy regular, necesito hablar contigo, verte…llámame, dime algo.

—No se conectaba desde las 11 de la mañana, algo muy extraño. Perodaba igual yo tenía mucho sueño y me volví a dormir, con el móvil en lamano, esperando que su llamada me despertara.

Pero me despertó algo muy distinto, el sonido y el movimiento de unacamilla, una camilla sobre la que yo salía por la puerta del 26. A mis piesdos enfermeros vestidos de blanco, cubierto del modo en que tantas veceshabía visto ya desde el balcón, empujaban la camilla hacia fuera, a mi ladomi madre acariciaba el trozo de mejilla que no cubría mi mascarilla y alotro lado, otro enfermero ayudaba mientras sostenía una especie de goteroen alto.

Joder era yo la que salía ahora en camilla, no me lo podía creer…imaginé a la gente observándome desde los balcones, como yo lo habíahecho. Giré la cabeza, pero no había nadie, solo un niño, junto a su madremiraban. El niño decía adiós. Ya esto era tan normal que la gente no salía amirar, no era la primera, ni sería la última que saldría así de esaurbanización tocada por el diablo en forma de virus.

Dios era yo la que salía en camilla. ¿Tendría destino mi salida?, ¿o mellevarían a un pasillo o a una sala a esperar, como tantas veces vi en latele?

Volví a mirar el adiós del niño. Y de pronto caí, conocía a ese niño. Y asu madre. Ella era Julia, mi Tia, él Hugo, mi hermano.

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DÍA 33…Iván…”Amor vs Temor”

—¿De verdad?—No me lo podía creer, ¿ella también con el virus? Denuevo estaba tosiendo intensamente.

—Dios Iván, primero mi padre ahora yo tío, lo hemos cogido seguro.Ni test ni mierda, estamos mal los dos.

—Vamos tía, no te preocupes, seguro que no es nada y si fuese el virusya sabes que a la gente joven apenas le afecta.

…—Ruth—????Pero ya no volvió a contestarme, no sé que pasaría, no volví a

escribirle, imaginé que llegaría la madre o el padre ya que aún no sabíanque estábamos de rollo ni queríamos que lo supieran, para qué, todo estoera una mierda, el colmo sería tener a tu madre preguntando.

Aproveché el tiempo para algo más que para jugar al Smive Tunner,llamé a mi madre y a mi abuela.

Mi madre sí me cogió el teléfono y me dijo que ella no estaba teniendofiebres altas pero que allí abajo la gente lo estaba pasando mal, tos ytemperaturas de casi 40, y lo peor es que había muerto un hombre la nocheanterior, pero que era un secreto, que ella lo sabía porque su enfermera era“un encanto de niña”…

—Es muy joven Iván, me encanta para ti, le he hablado de ti, le hepedido que vaya a verte, que eres muy guapo y que haríais muy buenapareja, así que si sube a verte, trátala con mucho respeto.

—¿Qué dices mamá?, se te va a olla, eh, ¿cómo va a venir a verme,como si esto fuera “el cásate con mi hijo” ese, estás flipá.

—Qué si hombre, a llevarte la comida puede ir ella un día, pues le hedicho que te salude de mi parte, ya está hijo….

Aunque me enfadara con sus cosas, siempre era divertido hablar con“la Reme” y volver a recordar que tenía una madre esperando que todo

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esto pasara, siempre dispuesta a darme un beso, un abrazo, a comprarmeun pollo asado una vez al mes… a quererme, siempre y pese a todo….

Por suerte mi abuela ya estaba localizada, en un hospital de campañapero bien. Tardaron mucho en ubicarla pero por fin ya estaba atendida, ycon menos fiebre. La pobre lo había pasado mal, no fue capaz decontárselo a mi madre, se emocionaba al recordarlo. Puto virus.

Ruth también estaba regular se lo notaba en sus ojos y en su forma dehablar. Parecía que se le estuviera acabando la batería y conformeavanzaba el día se lo fui notando más y más.

—Me encantaría que me llevaran a tu hotel, así nos podríamos ver.—Estás loca Ruth, tú no tendrás que ir a un hotel de infectados ya

veras, lo pasarás ahí en casa y punto, mucha gente lo ha hecho.—Ojalá, pero tengo mucho miedo. Los hospitales están super

saturados, gente en los pasillos, todas las salas llenas de enfermosesperando el traslado, esto es muy fuerte tio, no te imaginas el miedo quetengo… —y ya no pudo seguir hablando, las lágrimas se lo impidieron.

—Venga tía, no te agobies, además, ni caso a lo que sale en la tele. noes más que la mierda que nos quieren enseñar, ya mi madre ha hablado conmi abuela y dice que está en un habitación del hospital casi desde elprincipio, solo que no ha tenido fuerzas ni para coger el móvil. Y que sí,hay mucha gente pero está super bien atendida, que hay muchos médicosviéndola a diario. —Pensé que en estos momentos una mentira así leayudaría mucho más que la cruda realidad de los hospitales.

—Ojalá me quede en casa, te esperaré, nos veremos en el parking denuevo, me debes un beso.

—Buff, te lo pagaré con intereses.—Fuiste tonto al no besarme en el parking, mira de todos modos lo he

cogido.—Sí tía pero solo de pensar que podría ser por mi culpa…no sé, paso

tía, no me líes…hoy con el aburrimiento he visto un partido de basketfemenino, me ha recordado a ti, ¿tú eres buena?

—Bueno…, dicen que sí, pero es que mi equipo… tú sabes no destacanadie así que sobresalir ahí no es difícil. Quién tiene un buen equipo es tuinstituto. Pero solo admiten alumnas del insti, una putada tío yo estoydeseando de que me cambien pero mis padres no quieren y eso que está ados pasos de casa, pero no, dicen que no tiene nivel, que hay muchosconflictos al ser un insti tan grande…que estás tú…

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—¿Qué dices?—jajaja, que no hombre es broma…Por momentos, cuando la tos y la temperatura le fueron permitiendo,

fuimos hablando; hasta que el sueño le impidió seguir en línea y me dijoadiós de la forma que ninguna chica lo había hecho antes, me dijo “Tequiero” y aunque no estábamos cerca, aunque no podía tocarla, no fueronsolo palabras…llegaron a mi corazón y lo hicieron quizás a través del hilorojo… parecía broma pero miré mi meñique y sentí la presión.

Puse la tele. No debí haberlo hecho.Descubrí que aquello que me pasaba era el amor, pero había llegado a

mi vida justo cuando un virus lo destruía todo con temor….

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DÍA 34…Ruth… ” La cancha de baloncesto”

Les dije adiós con mis lágrimas y un pequeño movimiento de mano que noverían debajo de esa manta extraña con la que me cubrieron.

Qué buena mi tía Julia. Hacía tiempo que no la veía, me encantabaestar con ella. Siempre entre risas y bromas. Ahora estaba en casa, cuandoyo me iba. Sería ella quien cuidara de mi hermano y de mi padre, tanfantástica como siempre.

Que ganas de abrazarla, que ganas de un abrazo…—Fuera de la urbanización tres ambulancias esperaban. No sería la

única afortunada en salir de casa ese día. Pero ninguna de ellas sería paramí.

—Está despierta doctora.Uno de los médicos astronautas como les llamaba Iván se acercó a mí.—¿Cómo te encuentras Ruth?—y sin esperar mi respuesta me colocó

una especie de pistola láser en la frente.—Algo mareada, pero mejor.—Fueron las únicas palabras que pude

decir, las justas para ganarme un viaje al hospital más cercano en camilla.El premio gordo en aquella feria de desastres en que se había convertidomi vida.

—36,9, estabilizada. Nos vamos, la llevas tú con la madre, terecogemos allí en 15, 20 minutos. Sacamos nosotros al siguiente.

—Ok. Allí nos vemos.—Adiós guapa, te pondrás bien, eres muy fuerte. Confía. Juan te

acompaña. —Fueron las últimas palabras de aliento de la doctora que semarchó con su compañero hacia una de las ambulancias. Pensé que se ibanpero no, mientras Juan me hablaba, pude ver cómo sacaban otra camilla ycerraban de nuevo las puertas. A eso se refería con sacar al siguiente. De

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nuevo iban a pescar. Una pesca asegurada. La caña y el anzuelo, la camilla,el mar, mi urbanización, los peces, infectados como yo.

—…allí estarás bien, ya verás. —No había escuchado nada de lo queme decía Juan, el enfermero.

—Perdona, no me he enterado.—Que te vas a dar un paseo por el barrio en camilla. Te han puesto un

hospital para ti cerca de casa, vamos al instituto Francisco de Quevedo. Loharemos más rápido así. Las ambulancias están muy solicitadas. ¿Es tuinstituto?

—No. —Y alucinando por sus palabras de total normalidad, perocargadas de surrealismo, no pude decir nada más. Fue mi madre la quecontinuó.

—Pero es como si lo fuera, porque le encanta, ella siempre nos hadicho que quiere ir a ese instituto. Juega al baloncesto y el equipo de allíes muy bueno.

—Bueno pues ahora no podrás jugar al baloncesto, pero al menos vas aestar en la pista. Dentro de poco volverás a jugar y podrás decir yo dormíaquí bajo estas canastas, jajaaja…

Y así transcurrió un sorprendente traslado en camilla hacia el hospitalde campaña, hacia mi instituto soñado, hacia la peor de mis pesadillas…Por suerte Juan, era un ángel e hizo de aquel desolador trayecto, undivertido paseo.

Toda mi vida deseando que mis padres me llevaran al Quevedo y yaves, por fin me llevaban, aunque de forma muy distinta a la que yoesperaba. Eso sí, estaría en la parte que mas me gustaba de ese insti, en sucancha de baloncesto.

Entré por la puerta lateral del patio, por la misma que otras veces habíaaccedido para jugar, sabiendo que perderíamos una vez tras otra. Me llególa misma sensación de derrota de siempre. Entraba allí en aquel patio tangrande sabiendo que me enfrentaría a un rival muy difícil, esta vez quizásmás que nunca, de nuevo no pude evitar las lágrimas.

—¡Venga mujer que vas a ser la estrella de la pista! —me animó Juan.Mi madre, me apretó la mano, pero al mirarla pude ver como ella tambiénlloraba. —Aquí solo traen a gente joven, capaces de meterle una diferenciade treinta puntos al virus así que no te preocupes que pronto estarás fuerade nuevo, ya verás, serás “Ruth Jordan”. Piensa eso, piensa que llegas peropara jugar un gran partido y que acabas ganando por diferencia de uno y

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que la última canasta la metes tú desde la zona de triple, ¡bien!¡uuueeeeeeee!, ¡el público enloquece con Ruth!

Qué bueno Juan, yo siempre soñé con entrar por aquellas puertas y lohice de muchas maneras pero nunca como esta vez, no llevaba libros, nime acompañaban mis compañeras…no llevaba raqueta de bádminton, nimochila con la ropa del equipo, no, ni siquiera iba a entrar andando, loharía en camilla, con un gotero conectado a mi brazo y muchas, muchaslágrimas en mis ojos.

Por mucho que Juan me animara, aquello era una mierda…por fuera,porque cuando entré en el pabellón, descubrí la verdad de aquella situaciónque el mundo entero vivía, descubrí lo que tantas veces oí decir a mipadre, que la realidad supera la ficción.

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Día 35 Iván…”Confía”

Pintaba mal todo, la verdad. El puto virus este estaba ganando la partida,al menos así lo mostraba la televisión. Muertos en las calles de mediomundo, actos vandálicos, asaltos a bancos y grandes almacenes, gentemuriendo en sus casas por falta de medios, guerras y enfrentamientoscontinuos por el poder, el poder para qué, si lo mismo al día siguienteempezabas a toser y se jodía todo, ¡gilipollas!

En España, el ejército se había hecho con las calles y al parecer laprincipal guerra la mantenían los políticos. Por mí se podían morir todos,yo pasaba de política, sabía quien era el presidente por las veces que habíasalido en la tele en este tiempo de mierda, si no ni lo conocería, peropuestos a elegir y dada la situación, preferí darle la razón a mi abuela ycreer en lo que siempre decía, que eran todos unos sinvergüenzas que soloquerían sacar dinero y mirar por su puto culo, en vez de por el de losespañoles, que por cierto no paraban de morir.

Más de cincuenta mil ya, y en aumento. Ahora tocaba el turno de losniños y jóvenes cada vez iban cayendo más, ya había hasta hospitalesespecialmente dedicados a menores de 18 años…puta tele, no me iba adejar dormir tanta mierda de noticias…y tampoco ofrecía mucho más, elhotel iría justito porque ni Netflix, ni canales de pago, unos diez canalesde mierda. A mi abuela no le hubiera gustado nada aquello, hubiera puestouna hoja de reclamaciones fijo, ¡no sintonizaban Telecinco!, me partí desolo pensarlo.

Cuando se me cayó el móvil de las manos comprendí que era hora dedormir, pero lo hice con un sonrisa en la cara, ¡nuevo récord en el ¡SmiveTunner!, “@IvanTunnerene #1-Spain”, era el número uno en España y medecía que el siete en el mundo, “@IvanTunnerene #7-World”, como elencierro durara dos semanas más, me convertiría en el puto amo del SmiveTunner a nivel mundial, lo tenía claro…

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A eso de las nueve de la mañana casi echan la puerta de la habitaciónabajo. ¿Quién coño era?, ¿donde estaba?…joder me desperté totalmentedesorientado, además se me había pasado echar las cortinas la nocheanterior y parecía que el sol estuviese ahí, iluminando el resto del planetadesde mi habitación.

—¡Voy! —abrí un poco la puerta, asomando solo media cara.Una simpática enfermera de ojos azules me entregaba una bandeja. Su

mirada me recordó a Ruth.—Buenos días, tu desayuno.—Yo paso, no hace falta que me lo traigan más aún tengo cena, gracias.—Lo siento es obligatorio, al igual que tomarte la temperatura antes de

cada comida y si no abres, te recuerdo que tenemos que abrir nosotros paracomprobar como estás. —Y dicho esto sacó un sensor de su bolsillo,empujó un poco la puerta y lo puso sobre mi frente, durante un par desegundos. —Ok, Iván, me dejas la comida de anoche porfa y te quedas conesta bandeja, si no te lo quieres comer, quizás mas tarde te apetezca, perolo tenemos que hacer así aunque no te guste. Además tu madre me hadicho que cuide de ti.

—Boff, mi madre qué pesada, hasta aquí me tiene que controlar.—laenfermera sonrió detrás de la mascarilla. Tal como dijo mi madre eraguapa, pero muy mayor. No controlaba. Como para hacerle caso.

Al darle la bandeja y antes de marcharse la enfermera me dio la noticiadel día.

—El hotel está haciendo ajustes con la red wifi y muy probablementese pierda el acceso desde las habitaciones a lo largo del día de hoy, pero note preocupes porque ya nos han dicho que se reiniciará el servicio pronto.Utiliza tus datos mientras tanto.

—¿No me digas?, pues no sé de que datos voy a tirar. ¿Y qué hapasado?, esto es el colmo tía, yo me voy a mi casa como tarde mucho eh.Yo no tengo datos, cien megas de mierda se me van en cuanto lo conecto.

—Bueno no te preocupes, seguro que lo reponen pronto, ya verás,confía.

Confía, confía, confía, estaba hasta los huevos de esa palabra. Desdeque empezó todo esto no paraba de escucharla y hasta ahora lo único enque podía confiar era en que todo iría a peor, ¡lo que faltaba!.

Llamé a mi madre, con ella sí las llamadas eran ilimitadas, para quémierda quería eso, en vez de megas mi madre contrató “llamadas a mi hijo

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sin limites por favor, que vive en La Coruña y tengo que llamarlo amenudo”, ¡vaya estupidez!

—Mamá, buenos días, ¿cómo estás?—Bien ya parece que la fiebre está muy controlada y tú, ¿qué tal la

noche?—Bien, ha estado aquí la enfermera esa.—Ah, Lucía ¿sí?, ¿a qué es guapa?—Me ha dicho que nos quedamos sin wifi.—Es más buena… ¿Te ha llevado el desayuno?, y de fiebre, ¿tú qué

tal?, ¿no tienes verdad?—No, yo estoy bien, pero que me ha dicho que nos quedamos sin wifi

en el hotel, vaya mierda eh. ¿Nos podrán dar megas en la compañía?, heescuchado que lo están haciendo.

—Me ha dicho Lucía, no digas nada eh, que lo que sucede es que elhotel al estar cerrado, ha anulado el servicio de internet en lashabitaciones, solo quedará en recepción. Pero que el gobierno estáhaciendo un acuerdo o algo con estos hoteles para que puedan seguirdando servicio, así que no te preocupes.

—¿El gobierno va a dar el wifi?, pues estamos jodidos mamá, ¡yo mevoy a casa eh!

—¿Qué dices Iván?, por favor, no me des disgustos ahora, confíahombre que seguro que lo arreglan pronto, el hotel está lleno y no nospuedan dejar así, ya verás.

Pasé de discutir más con mi madre. Mi abuela volvía a estardesaparecida… el gobierno pondría el wifi, sí, y los chinos regalarían lavacuna, confía, confía…

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Día 36…Iván…”Iván, el virus y un montónde astronautas”

A las diez me conecté a ver si Ruth estaba despierta. Que va, seguiríadormida.

Revisé mi Instagram y poco antes de las once, mí móvil solo quedópara recibir llamadas, vaya putada, ¡ah!, mensajes también llegaban, “¡quéalegría!”, de mi compañía telefónica, por 5 euros 200 megas más,estupendo, sí y ya tendría datos hasta las cuatro de la tarde…vaya mierda.

Me eché a dormir, pasé de todo. Si me llamaba Ruth me despertaría ysi no, a las dos volverían a caer la puerta para darme la comida. Lasgalletas del desayuno estaban buenas, fue lo único que comí, no tenía nihambre, solo quería salir de esa mierda de cárcel en forma de hotel dondenos habían metido.

Ruth no me llamó, de nuevo fueron los golpes en la puerta sobre lastres de la tarde los que me despertaron.

Cogí la bandeja del desayuno, sabía que me la pedirían como medio depago por mi almuerzo. “¡Abran la celda 413!, me pareció oír al otro ladode la puerta. Mis paranoias y el sueño acumulado.

Al abrir descubrí que no me esperaba Ojos Azules sino, GorditoBarbudo, que aunque también muy amable, me asustó en un primermomento ya que nada más abrir ya quiso tomarme la temperatura, antesincluso de recogerme la bandeja del desayuno que le estaba entregando.

—Muy bien gracias. —Puso mi bandeja en la zona inferior del carritoque transportaba y continuó con su labor. —Me permite tomarle latemperatura.

—Sí claro. —y como un tonto, agaché un poco la cabeza acercándolemi frente para que pudiera colocar el sensor.—Y un sonido como elgraznido de un pato salió del sensor de Gordito Barbudo, vaya mierda deaparato le habían dado.

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—Disculpe he de repetirlo. —Joder… y entonces caí. Siempre habíaoído el mismo sonido, un suave y ligero “biip” y habían guardado elsensor, ahora, quizás el pato significara que algo no iba bien. Primer tíoque mandaban a traer la comida y venía a joderme. Sentí como mi corazónse ponía a mil, justo cuando de nuevo sonó el graznido.

—Tiene treinta y siete con ocho Iván, ¿cómo se siente?—Bien, no lo había notado. ¿Eso funciona bien seguro? —Entonces, sin

decir palabra, Gordito se apuntó con el sensor a su frente y tras un suave“biip”, me mostró la pantalla, marcaba 36,6. Puto Gordito enterado.

—Lo siento, le voy a dejar la comida. Y estas pastillas para que lastome justo al terminar. Vaya recogiendo, porque a lo largo de la tardevendremos para llevarle a la sala de observación.

—Intenté hacerle una pregunta pero no me dejó y continuó hablandotras sus mascarillas mientras me entregaba la bandeja—Allí estará 24horas y según su evolución, pasará de nuevo a una habitación o serátrasladado a un centro hospitalario. Aunque no le guste es mejor así, estaráatendido en todo momento y no se sentirá solo. Hay varías camas libresahora mismo en la zona de observación, así que no tardaremos mucho.¿Tiene alguna pregunta?

—Sí, ¿sabes algo del wifi?—Sí, al parecer mañana estará solucionado. Pero de todos modos, en la

planta cero sí hay wifi y usted estará allí.—Ah, bien gracias. ¿Puedo ir bajando ya?—Gordito se quedó pillado,

en silencio.—No, no. No puede salir de la habitación sin un enfermero, vendrán a

recogerle en cuanto tengamos su cama lista. Si se comienza a sentir peor ynecesita ayuda, llámenos, de todos modos, ya le digo, en unas horas estaráya en observación seguro. —Guardó silencio por un momento sinperderme la mirada y continúo —¿Algo más?

—No nada, que espero que no tarden, porque lo del wifi es una mierda.—No sé preocupe, vaya comiendo y tomando la medicación y pronto

estará abajo. Mucho ánimo Iván, confía en que todo saldrá bien y prontoestarás en casa.

—Sí, ya, gracias.Al cerrar la puerta me toqué la frente, seguía pensando que el aparato

ese no estaba bien, yo no me sentía nada, aunque sí parecía que estaba un

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poco más caliente de lo normal, vaya putada. Al final yo también.Caeríamos todos, hasta el perro de Ruth iba a terminar tosiendo.

Abrí la bandeja de comida, ¡un pescado entero!, con su ojo y todo. Deverdad querían matarnos allí dentro. Junto al pescado una sopa anaranjadasúper rara que olía aún peor, patatas pochas y hierbas, ¿quién se iba acomer eso? Vaya mierda. Cogí el trozo de pan y el yogurt, lo demás lopodrían dejar para la cena de algún gato del barrio. ¿No sería más fácilfreír un camión de patatas fritas y añadirle salchichas, un par de huevos yalgún rebozado o empanado? Eso lo come todo el mundo…el “Chicote”que se encargaba de la cocina se estaba luciendo, iba de mal en peor.

Me despertó la tos. Joder, de nuevo me había dormido y la puta tos quecomenzaba a demostrar lo que Gordito había confirmado, me recordó quelas pastillas seguían estando en la mesita de noche. Me las tomé, y denuevo me eché en la cama. No tenía fuerzas, ni ganas de levantarme. Miréel móvil, seguíamos sin wifi. Ruth no me había llamado, mi madre sí.

Llamé a Ruth. Eran las seis de la tarde, me extrañaba que no mehubiera dado un toque al ver que no me conectaba. “Móvil apagado o fuerade cobertura”. Joder, qué raro. Estaba deseando de bajar para poderconectarme y escribirle, para saber cómo estaba, para volver a ver a mimadre, para saber de mi abuela…o como finalmente resultó, paradescubrir que una vez más volvía a estar solo.

Iván, el virus y un montón de astronautas. Vaya mierda.

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Día 37 Ruth “ Sola”

Quinta personal, Ruth, al banquillo. ¡Joder pero si no he jugado apenas!, siera mi primera falta, se han confundido, ¡arbitro es mi primera! Deverdad!, ¡no puede ser!…desperté empapada en sudor y descubrí que denuevo deliraba. Al momento llegó una enfermera.

—Tranquila Ruth. Todo va bien, estás aquí en el hospital. —Y me tomóla temperatura con su sensor. —Venga vas mejor, ya está haciendo efectola medicación. —Pero un fuerte golpe de tos pareció indicar lo contrario.Miró al gotero que estaba junto a mí, le hizo algún ajuste y se marchó porel hueco que hacía de puerta en la pared más pequeña de las cuatro que merodeaban. Unas paredes hechas de tuberías y telas que parecían las mismassábanas blancas con las que nos tapaban. Y de techo el pabellón. Por laestructura de las vigas y los tragaluces, debía estar próxima a losvestuarios, cerca de la canasta en la que un día encesté uno de mis mejorestriples. No sirvió de nada, pero en ese pabellón, uno de los que máspublico recogía siempre, y ante una de las mejores defensas del torneo,para mí fue una canasta de seis puntos.

Junto a mí una silla vacía me hizo recordar a mi madre.—¡Perdona! —llamé a la enfermera que acaba de salir. No tardó en

regresar.—Dime Ruth.—¿Y mi madre?.—Ah, no lo sabes claro. Anoche empezó a tener síntomas y la hemos

tenido que trasladar a otro centro. Este es solo para menores. Te he dejadocargando tu móvil ahí en tu mesita por si la quieres llamar. Estaba bien eh,no te asustes, los síntomas de inicio, lo normal. Temperaturas de treinta ysiete con cinco y treinta y ocho y sin tos. Pero las pruebas dieron positivo.

De nuevo la tos no me permitió responder. Le di las gracias con unamano mientras con la otra cogía mi móvil de la mesita. En cuanto se fue

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me quité la mascarilla, me dolían las orejas y la nariz, de su roce, no sabíadecir cuanto tiempo hacía que la llevaba puesta.

Llamé a mi madre, pero no lo cogió. Hacía un par de horas que no seconectaba.

—Llámame cuando lo veas. Te quiero. Iván sí me había escrito, anoche. ¡Dios, él también!. Joder…¡Y lo

traían aquí al Quevedo! —Le escribí.—Iván, ¿dónde estás?.…No se conectaba. Decidí llamarlo, pero tampoco me lo cogió. ¿Estaría

allí junto a mí y no lo sabíamos? ¿cómo estaría? De pronto volví a sentirmiedo, algo muy extraño, ilusión, pánico, ganas de verlo, preocupación…yfui consciente de dónde estaba, de lo que estaba viviendo, de aquelhospital de paredes de telas, de las continuas ambulancias en el exterior,del murmullo extraño que acompañaba a los ataques de tos y aconversaciones llenas de dolor y lágrimas, en aquel pabellón deportivo,del que ni siquiera sabíamos si llegaríamos a salir.

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Día 37 Iván “La pista del Quevedo”

Joder, ¿cómo había llegado hasta allí? Desperté en el puto salón decelebraciones donde comenzó mi madre. Me dolía todo el cuerpo y estabaempapado en sudor. Una mascarilla apretaba mi nariz y mis orejas. Me laquité, vaya alivio.

—Hola Iván, ¿estás mejor? —la enfermera amiga de mi madre volvió aaparecer. Algo bueno al menos.

—¿Qué hago aquí?—Tuviste una fiebre muy alta ayer, y unido a que apenas comías, pues

no te ha pillado en tu mejor momento campeón, pero te pondrás bien.Además vas a volver muy cerca de casa. Te llevamos al Quevedo,¿estudias allí verdad?

—Sí.—Yo también estuve allí, no estudiaba mucho pero fui campeona

provincial con el equipo de baloncesto. ¿Te gusta el baloncesto?Todo esto lo hablaba mientras colocaba un nuevo gotero e introducía

algunas jeringuillas de medicina en la vía que me habían colocado en elotro brazo.

—No mucho, ¿y mi madre?—La llevaron a otro hospital, para que esté mejor atendida. Hace un

rato hablé con ella, está mucho mejor. Ya le he dicho que te estoy cuidandode cerca —y sonriendo continuó —se ha quedado mucho más tranquila. Esmuy buena, tienes mucha suerte. Me ha hecho sentir que la conocía detoda la vida.

—Sí, es muy buena. Tengo una amiga que también juega al baloncesto.—Ah, ¿en el Quevedo?—No en otro, pero quiere cambiar y jugar en ese.—Claro todas las chicas lo prefieren. —No paraba de sonreír mientras

hablaba, realmente era muy buena persona, tal como me dijo mi madre.

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—Ahora está allí, también está infectada. —Continué hablando deRuth, no me la podía quitar de la cabeza.

—¿Sí?, no me digas, la pobre. Pues díselo, que vas para allá, quizásestéis cerca y podáis veros, en cuanto mejoras un poco, te permitimospequeños paseos acompañados por un familiar o una enfermera. Ya verásque pronto te recuperas. Ahora descansa, un rato mientras te llevan para elQuevedo. Suerte Iván y mucho ánimo si no nos vemos antes de que tevayas. ¿Quieres tu móvil?

—Sí, gracias. —Y desenchufándolo del cargador me lo ofreció.—¿Lo pusiste a cargar tú?—No, sería algún compañero, siempre lo hacemos, cuando están

apagados o sin sonido. Da mucha tranquilidad a los pacientes que se vanrecuperando, eso sí mantenlo en silencio, por favor.

Escribí a mi madre, a mi abuela y a Ruth, pero no me contestaron,estarían como yo, jodidas. Tenía mensajes de colegas y de Rebeca, ¡boff!,pasé, de hablarles, que les iba a contar, lo podrían ver en la tele. De nuevocoloqué el móvil sobre la mesa, giré la cabeza, y flipando con toda aquellapesadilla de mi alrededor, me volví a quedar dormido.

Joder parecía un bebé recién nacido, ¿qué me pasaba? Volví a abrir losojos y a mi alrededor unas telas blancas lo cubrían todo, me llevaban de unlado a otro y yo ni me enteraba. El techo me ayudó a saber dónde estaba:en el pabellón del Quevedo, increíble, no sabía cómo había llegado hastaallí, me estaban durmiendo a fármacos, seguro.

Un fuerte golpe de tos me hizo comprender que quizás fuesennecesarios. Volvía a tener mucho sueño y me dolía todo. A mi lado sobreuna pequeña mesa volvía a estar mi móvil. Me hubiera gustado cogerlo yllamar a mi madre, a Ruth, pero pasé, no tenía fuerzas, dormiría otro rato,y al despertar las llamaría. Puto virus.

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Día 38…Ruth e Iván….”El mar de plata”

Ruth

—¿Mamá como estás?—Había perdido la noción del tiempo, no sabríadecir desde cuándo no hablaba con mi madre, ¿hacía horas?, ¿o quizásdías? Pero lo peor fue oír su voz. Mi madre estaba como yo o incluso peor.Tenía una respiración entrecortada muy forzada y mientras hablabaconmigo tenía que estar usando la mascarilla de oxígeno, no me lo dijopero escuchaba ese sonido al que ya me había habituado en aquella pistade hospital, en aquel hospital deportivo. Cada vez que guardaba silencio,al otro lado de la línea me imaginaba a mi madre demacrada, enganchadaa esa máquina de vida que por desgracia tantas veces había visto, primeroen televisión y ahora a mi alrededor. No pude decirle adiós, las lágrimasme lo impidieron cuando al despedirnos, en un momento de delirio, comotantos ya había vivido yo, me pidió que cuidara de mi hermano…mihermano, ¿habría caído él también?, ¿y mi padre?, tenía que llamar a la tíaJulia… pero ¿cuándo?…de nuevo, el sueño comenzó a dominarme, notenía fuerzas para seguir llevándome el móvil a la oreja, más tardellamaría.

Y una vez más, me dormí. Iván

Estaba mucho mejor, no sabía qué coño me habían dado pero me sentíamejor. Cogí mi móvil y revisé los mensajes. Tenía uno de Ruth y variasllamadas suyas. Qué alegría. Pasé de escribir y la llamé directamente. Perono me lo cogió, ni mi madre, ni mi abuela…mi abuela hacía días que no seconectaba, por suerte mi madre sí la tenía localizada y hablaba con ella ocon su enfermera. Al parecer iba mejorando. Qué ganas de darle un abrazo,de que me achuchara como tan poco me gustaba y me diera esos besos

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pesados y continuos…esta vez no la apartaría llamándola pesada, alcontrario la apretaría fuerte junto a mí…

Dios, ¡mensaje de Ruth!—Iván. ¿Cómo estás?Preferí llamarla, quería escucharla.—¡Hola Iván! —Su voz reflejaba el estado en el que se encontraba.—¡Ey, tía!, ¡qué ganas tenía de saber de ti!, estaba preocupado.—Iván….mi madre también tío… y no sé nada de ella…-y comenzó a

llorar desesperadamente.No pude hablar, sus lágrimas, su dolor, se unió al mío, a mi

desesperación y me dejaron sin aliento.…—Te quiero…Iván……—Y yo tía. —Ese te quiero me hizo reaccionar y darme cuenta de que

no era momento de silencios, ni de dejarse ganar. —¿Sabes donde estoy?—¿Dónde?—En el Quevedo. ¡¡Eeeeeee!! —Grité fuertemente, al techo del

pabellón, como tantas veces hice con mis compañeros y el eco de mi vozsonó en su móvil, quería que supiera que era verdad.

—¡Iván! —y de nuevo las lágrimas unidas a un fuerte golpe de tos leimpidieron seguir hablando.

—Esta noche iré a buscarte, ¿por qué zona estás?…Pero no podía hablar. Pienso que de haber tenido lagrimas, yo también

hubiera llorado. Era muy doloroso escucharla así, y lo peor saber que teníarazón, que todo su dolor que todos sus miedos no eran infundados, nopasaban al otro lado de la tele, no, de nuevo éramos protagonistas en lasnoticias, o quizás ya ni siquiera hubiera noticias, porque todo Dios estabamalo, puto virus.

Intenté oír y distinguir a Ruth por entre el murmullo de muchas otrasvoces, pero no fui capaz, éramos muchos. Muchos jóvenes como nosotros,asustados, temerosos de perder aquel partido al que a cada uno nos habíantraído a jugar a aquella cancha, aquella cancha maldita del Quevedo.

El virus y tú, ese era el partido que todos jugábamos. En las gradas,solo el miedo, que animaba al equipo local, al virus. Y nosotros, aunque

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numerosos y con mucha fuerza, jamás habíamos jugado juntos, jamáshabíamos estado en un partido así…

—Yo estoy cerca de los vestuarios, en la 21 —Pudo decirme cuandorecuperó la voz.

—¿Cómo?, ¿esto tiene números?—Sí claro, lo sé porque he escuchado varias veces a las enfermeras.—Joder, ahora preguntaré, pero no estamos lejos, yo estoy justo sobre

la zona central, pienso que sobre la línea de medio campo. Veo la gradadonde solía quedarme cuando pasaba de hacer educación física. Qué fuertetodo tía y ahora aquí en una puta cama, amarrado a un gotero. Pero estanoche iré a verte. No te vayas de allí eeeeh.

—Guau Iván de verdad que ganas de verte, de estar contigo. Cuandotodo esto pase vamos a ir a ver el mar tío, lo vas a descubrir de mi mano.

—Sí estoy deseando Ruth. Desde que me hablas de él me han entradomuchas ganas de ir. Mi madre siempre decía que era una mierda que comolas piscinas no había nada, pero tú lo pintas de otra forma y si además allíestás tú…

—Iremos juntos… ya verás, te mostraré porque es el Mar de Plata, selo diré a mis padres y te vendrás con nosotros. No me digas que no, eh. Vasa flipar con el color del agua, es verde, cristalina, tirando un poco a azuldependiendo del sol —la tos le obligaba a parar y hacía que todo fuesemucho más lento de lo habitual —por eso le llaman Bahía de la Plata. Elmar se convierte en un gran manto de plata al reflejo del sol y el agua estáfría, muy fría, pero cuando te zambulles por primera vez, todo cambia…puedo estar horas, entre las olas…

—Pero dónde es tía…—En Cancún—Sí, joder pues allí voy a ir pero con mi abuela y mi madre, jajaja —

Reímos juntos, al menos pude sacar una pequeña sonrisa de sus labios.—No, es aquí, en España, en Andalucía, pero te aseguro que las playas,

la arena y el mar nada tienen que envidiar al Caribe, se llama Zahara.—Joder ¿cómo el desierto?—¡No tonto!, ves como no lo ibas a conocer, quédate con que nos

bañaremos en El Caribe.—Podríamos ir en mi moto.—jajaja——No me importaría, así estaría horas abrazada a ti. Allí los atardeceres

son mágicos, el sol se esconde tras el mar tiñiéndolo todo de rojo y dicen

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que es el único sitio del mundo donde ves atardecer desde La Luna, ¡y escierto tío!, y lo mejor es que lo haces con un mojito en la mano…

—¿Cómo?, que bueno tía, yo quiero ir…vamos a ir pero en cuanto nosrecuperemos, no esperaremos ni al verano, ni al fin del curso, en cuantovolvamos a vernos..

…La tos la mantuvo apartada del móvil un rato.—Está claro Iván…¿vas a venir a verme esta noche?…Ahora era yo el que no podía hablar, una fuerte tos me lo impedía.

Justo cuando me recuperaba un enfermero entraba con una máquina derespiración asistida, pero se giró a la llamada de un compañero.

—Julián esa es la 12, la máquina va para la 10.—Estoy en la 12 Ruth, iré a verte esta noche.

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Día 39 Iván…El beso…

Pero la noche pasó y pienso que el día, porque cuando volví a despertar,aunque quería coger mi teléfono y llamarla, preguntar por el estado de mimadre y de mi abuela, me daba cuenta de que era yo el que quizásestuviera peor. Mucho frío y un fuerte dolor en todos los huesos. Measfixiaba en muchas ocasiones y entonces, sentía como un enfermero o unmédico, de esos astronautas que tanto había criticado, venían y me dabanvida al conectarme a una mascarilla de oxígeno. Deliraba y entre sueñosveía a Ruth al otro lado del móvil, sentía a mi abuela que me besaba, a mimadre que me traía un pollo asado para la cena…y volvía a dormir.

Una noche no sé cuantas horas ni días después, descubrí que mequitaban el gotero, y el astronauta salía, quizás en busca de otro o quizásfuese el último que me ponían…soy libre pensé en mi estúpida ironía.

Pero esto me llevó a pensar que podría ser el momento de ir a ver aRuth, ¿estaría allí?, ¿seguiría o se habría recuperado?.

Mi móvil sobre la mesa estaba sin batería. Me incorporé en la cama yesperé a que un pequeño mareo se me pasara…salí de lo que podríadecirse que era mi habitación y caminé hacia los vestuarios, hacia la 21.Acerté en mi decisión, los números iban creciendo conforme avanzaba porla pista, la misma en la que tantas veces me divertí junto a miscompañeros. Vaya cambio. Quizás muchos estuvieran allí ahora, como yo,viviendo una situación tan distinta a la de siempre, jugando esta mierda departido contra la muerte, queriendo ganar, sin conocer las reglas ni alrival.

20 y 21 allí debía estar ella. Entré en silencio y su pelo sobre laalmohada me indicó que sí, era ella la que descansaba.

—Ruth. —Murmuré al acercarme. Pero no respondió. Solo giró unpoco la cabeza y entreabrió los ojos. Le faltaban fuerzas, no estaba bien.Me acerqué y le besé en los labios, ya sin miedo a nada y con todo el amorque guardamos por tanto y tan poco tiempo.

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—Te amo, y te prometo que no será el último.Una hermosa sonrisa en su rostro me indicó que me había escuchado,

que lo había sentido al igual que yo, y me marché, me marché sabiendoque no sería el último, sabiendo que ella era el amor de mi vida y que lavida tenía una gran deuda conmigo.

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Día 40. El adiós….

Ruth…

Recuperé la consciencia, después de no sé cuanto tiempo. Ya no estaba enel Quevedo, me habían llevado a otro lugar, ¿dónde?, ni lo sabía ni meimportaba. No era mi casa, yo no estaba bien, de hecho pensé que estabaaún peor, porque me dolía todo el cuerpo, volvía a sentir un frio intenso ycontinuo que me mantenía temblando sobre la camilla, pero nada podíahacer. No era capaz de moverme, ni siquiera para taparme, paraacurrucarme porque me sentía sin fuerzas y porque, aunque hubiese sidocapaz, no lo hubiera conseguido. Con un pequeño movimiento de misbrazos descubrí que estaba atada, que mis muñecas estaban ancladas a lacamilla, y mis brazos a máquinas de luces y sonidos continuos, que dabanritmo a mi respiración, a mi vida. La que por momentos sentía que mefaltaba pero rápidamente volvía, gracias a una pequeña bocanada de airefresco que llegaba a mis pulmones…quizás ese fuera el final, de una u otraforma, todos los seres humanos lo encuentran y ese sería el mío.

El virus lo cambió todo. Él mismo fue cambiando conforme llegó anuestras vidas. Primero ancianos y enfermos, pero luego quiso más, yatacó al resto, a todos…y nada pudimos hacer…años de evolución años deestudios y avances científicos y de pronto nada vale, nos iríamos apagandouno a uno, tal y como me estaba sucediendo a mí. Así no tenía ganas decontinuar la partida, y pensé en terminar, en bloquear mi pantalla, enreiniciar mi vida, marchar y comenzar algo nuevo que seguro seríamejor…

¿De verdad?, ¿así terminaba todo?, ¿tan pronto?… sentí que alguienapretaba mi mano, y soñé que era Iván, que de nuevo venía a besarmecomo me prometió. Recordé ese primer beso que me dio en los labios yme trasladé al mar, a aquel mar de plata de mis sueños, al de aguascristalinas y tonos verdes que querían ser azules, aquel que no volvería a

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pisar jamás pero que daría el mejor adiós a este breve espacio de tiempoque duró mi vida. Y viajé con Iván en moto, hasta el sur y allí, sintiendo lacálida arena en mis pies, agarré sus manos, me alcé y le besé de nuevo, porúltima vez…y al contacto de sus labios, pude sentir el hilo rojo que uníanuestros corazones. Subió de mi meñique a mi brazo, de mi brazo a mihombro, de mi hombro a mi corazón y así, sabiendo que era él, a quien laDiosa de la luna me unió, ambos, mi corazón y yo, con ese beso, le dijimosadiós.

Iván…

No sabía cuánto tiempo habría pasado desde ese primer beso prohibido,pero sabía que no sería el último, cumpliría mi promesa y la volvería a ver.De nuevo la noche mostraba el extraño silencio de aquel pabellón. Unamezcla de murmullos y máquinas de oxígeno, se unían al de las continuassirenas del exterior.

Tenía que verla, pero no me encontraba bien, me sentía fatal, apuesto aque tenía fiebre. Ni siquiera llegaba a recordar cuándo fue la última vezque comí pero me levanté y me dirigí a su habitación, esta vez con másdificultad que nunca porque, en mi caminar, tenía que arrastrar el aparatoque sostenía sobre mi el gotero que me alimentaba, que me medicaba…repetí el recorrido de la última vez hasta llegar a la 21.

—Ruth. —Murmuré al acercarme, pero al decir su nombre pude verque no era ella, un chaval dormía ahora en su cama, una víctima más en elequipo de los perdedores. ¿Pero dónde estaba ella?, ¿qué había pasado?,¿por qué ya no estaba allí? Tenía que saberlo.

—¡Ruth!, ¡Ruth!, ¿estás aquí?—Comencé a gritar su nombre mientrascorría. Corrí, corrí hacía el punto de control tan rápido como pude, tanrápido como me permitió el gotero al que seguía conectado, tan rápidocomo me dejó la tos, tan rápido que caí…

No sé cuanto tardé en recuperar la conciencia, pero en cuanto descubríque de nuevo estaba en la cama de aquel maldito pabellón, volví alevantarme, o eso quise hacer; quería verla, estar con ella, saber qué habíapasado, ¿por qué ya no estaba ahí?, ¿dónde la habían llevado?…Pero nopude levantarme, estaba atado a la cama de pies y manos… grité…

—¡Eeeeh!, ¡soltadme!, ¡hijos de puta, porqué me atáis!, ¡dejadmelevantarme! —la tos me impidió seguir gritando.

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—¡Calma Iván!. —un enfermero entró corriendo y volvió a colocarmela mascarilla de oxígeno…y también comenzó a gritar —¡doctor!,¡doctor!,¡ayuda!…

No pude contestarle, la mascarilla, mi poca energía, decidí desistir ycerré los ojos. Sentía, tanto odio, tanta impotencia y dolor, puta vida…

De pronto descubrí que mi saco de lágrimas se había vuelto a llenar,¡lloraba!, ¡brotaban lágrimas de mis ojos! Caían por mis mejillas ymojaban mi rostro por fin, y me sentí bien y ¡lloré!. Lloré como nunca lohice, sin miedo a volver a quedarme sin ellas, lloré…por Ruth, por nuestroamor, por mi madre, a la que tanto daño hice y tanto echaba de menos, pormi abuela, la que tanto amor de forma incondicional me entregó y que tanpoco valoré, por el dolor que mi padre nos causó y que jamás lloré, por lavida que no supe valorar…lloré y descubrí que las lágrimas tambiénpueden sanar, porque de pronto todo cambió.

Un silencio absoluto, llenó el pabellón, me sentí suelto por fin, libre,sin dolor, sin tos…en paz…y cuando volví a abrir los ojos mi abuela y mimadre estaban allí habían venido a verme y estaban mejor que nunca.

-¡Ey abuela!, ¡mamá!, ¿qué pasa? ¡por fin venís!, ya estáis bien, ¿no?,qué suerte, yo aún aquí, vaya mierda —Me miraban y sonreían. Tenían unbrillo, una luz que nunca antes había visto. Que alegría, al menos ellas yalo habían pasado, pronto me tocaría a mí…y justo en ese momentoapareció Ruth tras ellas.

—¡Dios Ruth! ¿Qué haces aquí?, ¿cómo estás tía?, lo he pasado mal,¿dónde estabas?

—Nos vamos, ¿tú no querías darme una vuelta en tu moto?—Pues claro, pero, ¿nos dejan?—Claro. Vamos, llévame al mar, al Mar de Plata del que tanto te hablé,

te va a encantar.Mamá y René asentían sonriendo.Y de la mano, salimos juntos de aquel maldito pabellón, entre sonrisas

y despedidas de médicos y enfermeras. Por fin la vida me daba unaoportunidad para ser feliz, y lo hacía junto a un ángel llamado Ruth, lachica del balcón, la suerte me acompañaba por fin.

En la puerta del insti, como tantas veces, me esperaba mi moto. No melo podía creer, iba a ver el mar, por fin y lo haría junto a ella, la que meenseñó no solo su belleza sino la magia de las olas, que al igual que tú, si

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así lo deseas, pueden borrar huellas del pasado, dejando la arena lista paravolver a empezar…

Así fue nuestro amor, fugaz, como una ola que sube hasta mojar tuspies y regresa al mar…el mismo donde la besé por última vez, en unahermosa puesta de sol.

Donde dijimos adiós a esta vida…en la que un hilo rojo, nos unió.

—FIN -

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Siempre me gustaron esos libros donde tú podías elegir la continuación

de la historia. <<Si quieres que entre por esa puerta ve a la página 32, sicontinua por el pasillo sigue leyendo…>> pues esta historia tiene algo deesto…si quieres quedarte con el final que se publicó en las redes sociales,el libro ha terminado aquí, si prefieres conocer el final alternativo,continúa al siguiente capítulo, pero ¡OJO!, yo que tú no lo haría hoy, deesta forma podrás disfrutar del final que acabas de leer, es una opción, ellibro ha terminado, ciérralo y disfruta de su final, siente lo que te hayatransmitido la historia y mañana si lo deseas vuelve y conoce el verdaderofinal, algo muy distinto, un capítulo que también te hará cerrar el libro ypensar.

¡Tienes suerte lo vas a poder hacer en dos ocasiones con el mismolibro!

Ahora cierra el libro, quédate con este primer final y mañana o cuandolo desees vuelve y conoce el final de la historia….

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Me gusta la frase,

“Si el final no te gusta,entonces es que ese no es el final”

Sinceramente, no se lo digas a nadie,este sí es el final de la historia,

mi preferido…

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CAPÍTULO FINAL….IVÁN Y RUTH…¡Vamos!

Entonces y al contacto de sus labios, allí, a la orilla del mar, sentí unfuerte dolor en mi pecho que me hizo estremecer.

Parecía que Ruth lo sabía porque justo en ese momento llevó mi manoderecha a su corazón y repitió el gesto con la izquierda pero en direcciónal mío. De esta forma uníamos nuestros corazones, el hilo de nuestrasmanos se mantuvo más próximo que nunca antes y fue calmando mi dolor,me fue llenando de amor. El mismo que llenó mi saco de lágrimas, elmismo que ahora, tan lejos de casa, tan cerca de la felicidad, me hacíallorar nuevamente.

—Ya, ¡vamos! —Me dijo sonriendo mientras limpiaba las lágrimas querecorrían mis mejillas.—Tenemos que volver.

—¿Tan pronto?—Claro, nos esperan en el Quevedo. Por un partido que voy a ganar en

tu insti, ¿crees que me lo voy a perder? —Era yo el que se perdía enaquella hermosa y eterna sonrisa, en el azul del cielo de sus ojos, en lapuesta de sol de sus de sus labios…

—No, por supuesto, ni yo perderé la oportunidad de animarte. ¡Vamos!Y corrimos por la arena de la playa, donde nunca antes lo había hecho,

como nunca antes soñé hacerlo, de su mano, riendo y llorando defelicidad…no podíamos irnos ahora…

—¡Ahora! —y una corriente eléctrica recorrió mi pecho bajo eldesfibrilador que uno de los médicos colocaba para reactivar mi corazón.Yo veía la escena desde la puerta de mi habitación aún de la mano de Ruth.Una enfermera tocaba mi cara y me hablaba dulcemente.

—Vamos Iván hijo, vuelve, no te vayas, ¡Iván! —También ella llorabatras las máscaras, su voz lo delataba. Puto virus. Cuánto dolor estabacausando.

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Miré a Ruth que me animó a volver soltando mi mano.—Te espero en el balcón. Te quiero.—Y yo.De esta forma y tras dar un solo paso al frente se abrieron mis ojos en

la camilla y pude ver muy de cerca las lágrimas de aquella enfermera deojos conocidos que echándose sobre mí para abrazarme, gritó mi nombrede nuevo.

—¡Iván!, no te vayas amigo, tu madre te espera.—Vuelve. Hay que estabilizarlo —Escuché decir a otro de los médicos.Me dolía mucho el pecho, me sentía cansado, solo quería dormir,

descansar de aquel largo viaje, que significó el inicio de nueva vida, unavida llena de amor, de risas…una vida junto a la chica que llevaba atado asu meñique el otro extremo de mi hilo rojo….

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Años después Iván y Ruth recordaban esta época con sabor agridulce.El virus, el mismo que los presentó estuvo a punto de separarlos para

siempre, pero ganó el amor y en aquel partido contra la muerte en elpabellón del Quevedo, ambos salieron victoriosos, Ruth encontró el amorverdadero, Iván a Ruth y a su saco de lágrimas.

Iván pudo llevar a su madre al mar y descubrir que a ella también leapasionaba, pero nunca lo confesó, porque ese viaje valía mucho más queun pollo asado.

La abuela René subió a reunirse con el resto de estrellas delespectáculo y allí sí volvió a ser René “La española” y seguro a sentirsemuy orgullosa de su nieto, al verlo a ser referencia mundial en aquello queella nunca llegó a comprender, los videojuegos.

Ruth se convirtió en astronauta, pero jamás tuvo que vestir como ellas.Estudió hasta llegar a ser la enfermera en que decidió convertirse enaquellos días de partido en el Quevedo. Esas que con tanto amor cuidaronde cada uno de sus compañeros de equipo, esas que hicieron que todosganaran su partido y el derrotado, finalmente, fuera el virus.

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Esto es una historia de amor entre la realidad y la ficción, una historia quesucedió en Madrid, pero podría haber ocurrido en cualquier lugar de esteplaneta Tierra, porque en el 2020, realmente un virus lo inundó todo ycambió el mundo, para siempre, pero demostró que por encima del malsiempre acaba ganando el bien, que por encima del temor siempre salevictorioso el amor.

Y aunque vino a destruir, se marchó cabizbajo al descubrir que ayudóal ser humano a avanzar en su evolución porque aprendimos el valor de launión, a que todos somos uno, iguales en nuestras diferencias y a que lascosas que realmente valoramos cuando nada vale, son las que representanel amor…un abrazo, un beso, un ven que te quiero achuchar, un paseo dela mano, un baño en el mar, una reunión entre amigos, un te quiero y yomás…

Y eso ya nada ni nadie lo podrá borrar…. Para ti que lo viviste, para ti que jamás lo vivirás, junio del 2020, en un

lugar del mundo.

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HISTORIAS DE LOS LECTORES

Aquí están los fragmentos más relevantes que a modode comentario en la publicación del día, los lectores se

atrevieron a escribir, dejando libre el escritor/a quellevan dentro. Son geniales, incluso alguno de ellosinspiraron realmente la continuación de la historia,

¡¡gracias!!Al día 1…@carmenpbbY en un duermevela las llamadas insistentes, de la gente que me quería,

me volvían a la realidad.Esa realidad que me espantaba: ¿ Cómo me había pasado esto a mí?Apenas sin fuerzas para contestar solo lo dejaba sonar, mientras veía

reflejados en la pantalla los números de esas personas que tanto quería. @crazy_dessertAquella noche en la que permaneció conmigo, me di cuenta que no

necesitaba nada más que su simple presencia, que sentir aunque fuese porun momento el calor de sus labios sobre los míos, hacía que su frase “noserá el ultimo” tomase la fuerza necesaria para hacer mis días másllevaderos, aquel calor que inundaba mi cuerpo me saco por un momentode mi realidad.

Al día 4…@crazy_dessertY salí sin importarme nada más, sin seguir encerrado entre estas cuatro

paredes que lo único que hacía era aumentar mi ansiedad, fui a ver aRebeca, ella era la única que lo pondría cordura a mi locura interior yconseguiría aunque fuese por un momento y a través de una ventana ver susonrisa, aquel día me creí el mas grande del mundo pero volví a casa a micasa, a seguir “aguantando” donde un día creí estaba mi refugio pero quecada día se me hacía más grande aguantar en el.

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@antoniofc10Y salí sin mirar atrás, sin importarme nada de lo que llevaba

conseguido, en mi mente nadie me frenaba a esa idea que tenia de salir ydarme igual todo. Cuando lo hice me sentía libre sin que nadie me dieraórdenes, pero en realidad estaba haciendo lo peor, no me daba cuenta quelo peor estaba por llegar…

Al día 5…@poeta_roto_Transcurrieron las horas y cada minuto que pasaba se me hacia más

eterno que el anterior, no sabía si despertaría o no pero aún así yo estabaahí... Detrás de aquel frío cristal que helaba mi piel, con la esperanza deque se despierte... Sinceramente empece a perder esperanzas... Pero abriólos ojos podía ver como los tenía cristalizados por aguantar sus lágrimas,me acerque muy suavemente y alce mi mano hacia su rostro y mis dedosrozaron su mejilla, solo quería sentir por unos instantes su piel...

@nicoyrebecaEntré en la habitación de mis padres a oscuras sin ver por donde pisaba

pude llegar a mi madre sin apenas hacer ruido, mi corazón quería salir delpecho, la respiración se me aceleraba cada vez más, me agaché yagarrándola de la mano le susurré para no asustarla bajo el silencio d lanoche. Abrió los ojos lentamente pero en cuanto me sintió se sentóapresuradamente en la cama preguntándome si me ocurría algo. Noté quesu respiración también se aceleraba, la quise relajar inmediatamente. Leconté que la vecina no dejaba de toser, una tos seca y compulsiva queapenas la dejaba respirar…

@aleeedp_¡Papá, papá!, tengo una tos muy fuerte y dolor de cabeza le dije

preocupado. Por suerte con todo esto del virus a la más mínima te teníanque hacer las pruebas y sin pensarlo mis padres se levantaron y mellevaron a hacerme las pruebas, y sí di positivo me tuvieron en aislamientosin poder salir privándome de lo poco que podía hacer en mi casa…

Al día 10… @carmenpbb

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A pesar de la oscuridad que nos cubría, pude ver que ella también memiraba. En otros momentos hubiera acabado mi cigarro y me habría vueltoa la cama , pero ahora verla allí en su balcón, tan desvalida, era como verlaen un precipicio con cientos de manos intentando atraparla y arrojarla alvacío, sentí como me pedía ayuda. Encendí y apagué varias veces lalinterna de mi móvil y ella hizo lo mismo, no podíamos hacer mucho más,pero me prometí a mi mismo cuidarla aunque fuese en la distancia.

@crazy_dessertElla cruzó su mirada con la mía desde el otro lado de la calle en su

balcón, no sabía nada de ella pero de repente el mundo era menosaterrador y por unos instantes me olvidaba de el, merecíamos salir de esta,que todo pasase pronto sin demasiados afectados y por lo menos, volver acoincidir y poder decirle hola.

Al día 11… @meryycpY volví a mirarlo, ahora sin la luz cegadora del móvil, y ahí seguía

mirándome, miré a los balcones de mi alrededor por si había alguien másy no me estaba mirando a mi. pero no, no había nadie. y de repenteempezó a hacerme un gesto con la mano diciéndome que esperara ydesapareció dentro de su piso. ¿Ver las estrellas? Al final había salido paraestrellarme, pero mi frente con la ventana, ¿era normal lo nerviosa que mehabía puesto? ¿Qué querría? Dos segundos después lo descubrí, salió conun folio y un número de teléfono apuntado. Inmediatamente lo apunté enmi móvil y comprobé si tenía WhastApp, y sí, lo tenía. ¿Ahora qué hacía?

@topeberY vi claramente en ellas los ojos que un día se cruzaron conmigo antes

de esta situación, dos estrellas brillaban tan intensamente como su mirada,aquella mirada que me dejó perpleja ya que no se me borró de mí mentehasta que tuvimos que quedarnos presos en nuestras propias casas. Peroahora vuelvo a ver esa mirada a unos balcones de mi casa...

Al día 14… @poeta_roto_

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La verdad es que no pude evitar comer rápido solo para acabar de cenare irme pero me dijeron que comiera con calma y el tiempo pasaba y yoansiaba para saber algo de ella, por ello empecé a comer más rápidocuando nadie me miraba, también fingi que apenas tenía muchas ganas decomer aunque realmente si tenia hambre prefería saber de ella.

Al día 21…@carmenpbbLos dos nos quedamos en silencio esperando lo que sabíamos que iba a

ocurrir, y efectivamente un nuevo vecino era trasladado al hospital, soloque esta vez no era como las anteriores el enfermo era ese empollón del 5C ¡¡ joder ese era de nuestra edad !! No decían que solo se contagiaban losmayores?? Volvimos a mirarnos, pero ahora nuestra mirada tambiénestaba llena de terror.

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SOBRE EL AUTOR…

Soy Cristóbal Pérez, escritor, profesor y formador en crecimientopersonal, autor de La carta del éxito primer libro de La trilogía del éxito,la cual está transformando la vida de miles de personas.

Comencé a escribir tras superar un proceso depresivo gracias a alcrecimiento personal. Después de más de diez años de formación, descubríque todo lo que había aprendido era cierto simplemente porque lo habíallevado a mi vida, ¡yo lo había hecho realidad!, demostrando así que unavida de éxito es posible para aquel que lo persiga y esté decidido a aplicarlos principios del éxito.

Tomé así la decisión de contárselo a mis hijos por escritoescribiéndoles una carta, la misma que más tarde se convirtió en el libro“La carta del éxito” al pensar en mis alumnos, en ti y en cada una de laspersonas que conocen el valor de los libros y que podrían llegar adescubrir, gracias a la historia de Toni y Ángel, como llevar su vida hastael éxito que desean, hasta la felicidad.

Hoy La carta del éxito es un referente en novelas de crecimientopersonal, y lo más importante, está ayudando a miles de personas aalcanzar la vida de éxito que vinieron a vivir.

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TESTIMONIOS DE LECTORES DE LACARTA DEL ÉXITO

Este libro me enseñó que el éxito es más una actitud que una meta. Es

una opción que todos tenemos. Una carta que tiene como destinatario atodo aquel que quiera recibirla. Le doy las gracias a su autor, CristóbalPérez .

David Lagos —Cantaor y compositor flamencoPodría añadir infinidad de detalles que he disfrutado como lectora y

protagonista, el conocimiento desvelado que hay detrás de cada texto o lamanera de enamorarnos con los personajes.

Yolanda García —Terapeuta PsicoanalistaCristóbal, ha sabido conjugar perfectamente una interesante historia

con herramientas de crecimiento personal, reflexiones, aprendizajes, conhistorias de éxito de personas cercanas.

Jaime Fernández —Coach DeportivoEste libro ha llegado cargado de aprendizaje para agarrarme a mi “yo

positivo”. Gracias Cristóbal por hacer de una carta, una herramienta paracrecer y transformar mi vida, porque ahora se que el éxito, está asegurado.

Lidia Benavides —Profesora y EmprendedoraUna lectura necesaria que nos recuerda lo fuerte que somos, mucho

más de lo que nos podemos imaginar, y nos enseña cómo la actitud queuno demuestre ante las cosas es la herramienta más poderosa que tenemospara cambiar nuestro destino.

Luis Prieto —Emprendedor y escritorLa Carta del Éxito es para mí como un manual novelado para lograr el

éxito, la felicidad, creando la realidad donde eres la mejor versión de timismx. Cristóbal recoge la experiencia de su vida y la plasma conmaestría literaria. Si quieres cambiar, transformarte y crear tu proyecto devida, esta es tu Carta del Éxito. Muchas gracias por tu aportación almundo. Un regalo.

Manuela García, Emprendedora -Libro de crecimiento personal como jamás nadie lo contó. Engancha y

te da ese empujoncito que a veces falta para conseguir eso que tantoanhelas. Genial.

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Margarita Esteve -emprendedora

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Gerente gabinete psicopedagógico y logopédico DIAMAR Leer la trilogía del Éxito han sido unos momentos de disfrute y de

interiorización. Su lectura es muy agradable, fácil y amena, a veces en unaprosa poética muy hermosa, con personajes fascinantes que te llevan asoñar, como Wakanda.

La Carta del Éxito es para mí como un manual novelado para lograr eléxito, la felicidad, creando la realidad donde eres la mejor versión de timismo/a. Cristóbal recoge la experiencia de su vida y la plasma conmaestría literaria. Si quieres cambiar, transformarte y crear tu proyecto devida, esta es tu Carta del Éxito. Muchas gracias por tu aportación almundo. Un regalo.

Manuela García, Cofundadora y Coordinadora de

"Anayansi, espacio de Paz" . La Muela de Vejer.

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