mz derrota

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María Zambrano Sentido de la derrota * Siempre ha habido más regiones de las que se sabe. Porque el hombre tiende a convertir en absolutas sus creencias, aun las que se refieren a lo que se suele llamar la “práctica”. Lo grave de estas religiones subrepticias, además de su ilegitimidad, es que se deslizan y aun se apoderan del ánimo sin ser notadas, que actúan como supuestos del pensamiento y... de la conducta. Y así, no entendemos a nuestro prójimo, a los más inmediatos, ni a la mecánica de los sucesos políticos, ni... a nosotros mismos. Si el viejo Sócrates volviera a este mundo —donde se le haría ingerir su vaso de aceite de ricino cotidiano— prescribiría como medida de rigor para el logro del “conócete a ti mismo”, la persecución y de manera implacable de los supuestos que dirigen ocultamente nuestra conducta. Los supuestos que, por estar ocultos y por actuar constantemente, vienen a participar del carácter de la fe religiosa; llegan a ser su sucedáneo. Una de estas religiones no declaradas de nuestros días, de las más actuantes y difundidas es la que pudiéramos llamar * Bohemia, año 45, no. 43, La Habana, 25 de octubre de 1953. 1

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Arquitectura de nuestro tiempo

Mara Zambrano

Sentido de la derrota*Siempre ha habido ms regiones de las que se sabe. Porque el hombre tiende a convertir en absolutas sus creencias, aun las que se refieren a lo que se suele llamar la prctica. Lo grave de estas religiones subrepticias, adems de su ilegitimidad, es que se deslizan y aun se apoderan del nimo sin ser notadas, que actan como supuestos del pensamiento y... de la conducta.

Y as, no entendemos a nuestro prjimo, a los ms inmediatos, ni a la mecnica de los sucesos polticos, ni... a nosotros mismos. Si el viejo Scrates volviera a este mundo donde se le hara ingerir su vaso de aceite de ricino cotidiano prescribira como medida de rigor para el logro del concete a ti mismo, la persecucin y de manera implacable de los supuestos que dirigen ocultamente nuestra conducta. Los supuestos que, por estar ocultos y por actuar constantemente, vienen a participar del carcter de la fe religiosa; llegan a ser su sucedneo.

Una de estas religiones no declaradas de nuestros das, de las ms actuantes y difundidas es la que pudiramos llamar Religin del xito. El xito, elevado a rango de potencia mxima, de ltima instancia, ante la cual toda accin ha de justificarse. Toda accin y, lo ms terrible, toda persona; la persona en su valor ntimo, esencial, con su historia tejida entre las circunstancias, de las que no se es responsable, con su intimidad y secreto, con sus razones y sinrazones que slo ante la lgica divina podran develarse. La persona humana, la realidad ms valiosa de todas, portadora de un designio que la sobrepasa, tan inasequible y tan cercana y frgil; lo ms invulnerable y lo ms conmovedor; el mayor prodigio del universo conocido: la persona humana.

A este prodigio se le hace comparecer a diario y casi sin darse cuenta ante un fro juez que ni siquiera pregunta, displicente, como aquel otro: qu es la verdad?, sino qu has conseguido? Y si nada consigues, a qu te obstinas? En qu? Podra contestar el procesado; En vivir quiz. Pues puede llamarse vida a esa tensin continua entre dos polos helados, el clculo para lograr el xito y el azar..; el azar que extrava una carta, equivoca un nombre o, ms totalmente, nos ha hecho nacer en determinadas circunstancias de tiempo y de lugar que, por cierto, no hemos inventado.

Mas, no hay que exagerar acerca del presente, que si nos resulta tan difcil es porque, entre otras cosas, nos toca vivirlo. En todas las pocas de nuestra historia occidental ha existido este culto al xito. Bajo su sombra han pasado, desconocidos y aun vejados, los valores de la persona humana. Ante l han tenido que comparecer algunos de los ejemplares ms valiosos de la especie humana y frente a l se han levantado denuncindole, aun sin nombrarlo, cosas tales como la poesa, la ciencia y la irona. Obras como Don Quijote, acaso no se alzan para medir a esa opaca entidad que pretende medirlo todo?

Es la venganza del acusado: realizar algo que sobrepase la acusacin, y la deje convertida en fantasma impotente. Pues el error mximo que puede cometerse frente a ciertas entidades, que ocupan plaza de jueces supremos, es el de contestar sus preguntas, el de aceptar el jugar que nos sealan en el banquillo de los acusados.

Siempre fue as..., mas no tanto. La voz y la presencia del vencido del que no alcanz xito se haca or con ms fuerza. Pero a qu comparar los tiempos? Lo cierto es que de la derrota y del fracaso han surgido las ms bellas obras de la poesa y los ms claros pensamientos de la mente humana.

La conciencia se ha ido afinando y esclareciendo a fuerza de fracasos. Y aun ms, a cada paso realizado por la conciencia en su marcha inexorable, alguien ha pagado con el fracaso aparente de su vida.

La derrota es creadora en la historia como el fracaso individual lo es en el pensamiento, en el arte ms perenne. Qu sera de la historia si de ella se extrajesen las derrotas? Por ellas se da testimonio de la historia, tal como debera ser; de la conciencia que quiere corregir el simple acontecer ciego y casual, la fatalidad de la historia, segn la necesidad elemental e inhumana. Y en ellas se esconde, a veces, el secreto del porvenir.

La paradoja es valedera a pesar de su simplicidad para toda nuestra historia de hombres occidentales. Ms, por razones no descifradas todava, en ninguna historia parece verificarse tanto como en la de Espaa. Quiz porque en el triunfo nace la obstinacin, la desmesura, el ahincamiento incapaz de renovarse. Los que triunfan se envuelven en su victoria y vienen a ser asfixiados por ella. Y mientras, el derrotado medita.

En las dos grandes coyunturas histricas, en las ms decisivas de su vida, Espaa vive la paradoja de derrota y victoria.

La primera es la que marca su entrada, su incorporacin a este vasto sistema de poder, el ms amplio y duradero que el mundo haya conocido: el Imperio Romano. La segunda es la de la plenitud del poder de Espaa en funcin de... Imperio Romano. Y dirase que la una es consecuencia de la otra, pues la historia se articula como Ortega y Gasset ha mostrado en sistema.

La conquista de Espaa por los romanos ofrece todos los caracteres de una grande, inmensa y trgica derrota para sus rebeldes hijos. Roma se vio obligada a enviar a la spera tierra espaola lo mejor de su genio militar; en parte alguna se hall tamaa resistencia llevada, como es tpico, hasta lo heroico ms delirante, ms increble. Fue vencida, pues no se alcanza la categora de vencido cuando se es simplemente allanado, atropellado o deshecho. Para ser vencido, digno de ese ttulo, hay que haber mostrado que se mereca no serlo. Que hay una voluntad capaz de enfrentarse con la superioridad de medios, con el saber y la madurez histrica del adversario... con la adversidad misma. Y entonces, a fuerza de ser humanos, alcanzan a ser superhumanos, mitolgicos. Entran a formar parte de esa historia permanente, que no pasa, que es la leyenda; engendran tradicin y esperanza.

Y Espaa fue romana. Y no slo romana incorporada al sistema de poder del Imperio sino romanizada; es decir, transformada por el sistema de leyes, fecundada por el idioma y por el arte; vale decir: hecha universal.

Dos aspectos podemos sorprender en este proceso: la absorcin de Espaa por Roma y la absorcin de Roma por Espaa. Y hasta el intercambio en el nivel mismo del poder, ya que de Espaa llegaron a Roma algunos de sus mejores emperadores: Trajano, Adriano, Teodosio el Grande. Escritores como Lucano, Marcial, Quintiliano... y el filsofo de estampa ms imperecedera: Sneca el de Crdoba.

Y estos emperadores y filsofos llegados del pas vencido, fueron portadores de algo que en la derrota se aprende mejor que de modo alguna: una cierta moderacin, un lmite puesto voluntariamente; el de sentir, en suma, que nada humano es absoluto. El sentido de la relatividad de todo lo que el hombre hace o goza. Y hasta la irona, esa irona senequista que a los espaoles ha sostenido en tanta derrota y vencimiento como la historia nos ha deparado; la que aflora en Cervantes y se agudiza en amargura en Quevedo, nacidos en la cumbre de tanta grandeza.

Pues esta sonrisa piadosa e irnica, nacida de la mirada que ve el conjunto de los asuntos humanos, es el tesoro que aportan los largamente vencidos en la historia. La mirada que descubre en la cumbre de la fortuna la desgracia; y en el abismo de la derrota, la victoria y el triunfo. Porque la vida pasa y el arte queda.

Reir ms quien ra el ltimo, es el grito de amargura que anticipa la venganza casi siempre destructora, ya que la venganza verdadera es arte, sino es solamente prolongacin de la impiedad del vencedor. Mientras que la sonrisa, piedad e irona del que ve la historia total y no el episodio inmediato por mucho que nos duela, anticipa el porvenir; un porvenir diferente en que el presente quede superado. Quiz la historia entre en va de razn cuando la conduzcan los hombres dotados de larga memoria y hondo sentimiento, que conserven vivo, como si ellos los hubiesen vivido, el recuerdo la experiencia de todas las derrotas.

Pues en la experiencia de la derrota se descubre ms vvida y fuerte que nunca la esperanza. El soportarla es el antdoto infalible del pesimismo. Su cortejo de tribulaciones se transforma en un desfile novelesco de la historia humana. El horizonte no ocupado por el logro, se ensancha y la libertad no empeada permite ser espectador hasta de la propia vida. Es por lo que hay que pasar para alcanzar la madurez, como persona y hasta como pueblo.

En verdad, las grandes culturas, las que aun muertas nos siguen alimentando, son aquellas que supieron atravesar derrotas. Morir de varias muertes y renacer de forma inesperada. As, el Imperio Romano.

La grandeza de Roma proviene de que supo pasar por diferentes formas de derrota, algunas muy sutiles, en pleno triunfo. Supo entregar algo de s, lo ms valioso, los pueblos por ella subyugados. Su dominio, una vez logrado el triunfo militar, tuvo mucho de persuasin, de donacin generosa, de voluntad pacificadora. La figura de Augusto Emperador simboliza porque lo realiz esta voluntad de paz desde el poder. Y no hay paz sin limitacin de poder. Pues querer de verdad la paz y lograrla es, en cierto modo, darse por vencido... en el triunfo, que es lo ms difcil. Lograrlo es alcanzar la mxima categora de la historia.

En esa entrega de Roma en la paz se verti la semilla de sus dones, la semilla creadora de su espritu destinado como todo espritu a proseguir ms all de la estructura material que le sirve de soporte. Se romaniz la esplndida y spera provincia hispnica y todas las que ms tarde seran el ncleo de Europa. La llegada de los brbaros no pudo destruir aquella ddiva del espritu que resisti, acrecentndose, al modo de los vencidos. Roma vencida en Hispania, en las Galias, en Italia se preparaba para vencer nuevamente y ya al modo puramente creador. El idioma, el derecho; una estructura de moral de la sociedad.

Y aun todava ms; lo inesperado, casi el milagro. La spera provincia llegara un da hasta las tierras ignoradas, traspasando el umbral que a Roma haba permanecido inaccesible, aun en el conocimiento. Roma renaca en la accin de Espaa en el Nuevo Mundo, como Grecia renaca en el arte de la Italia renacentista... (Grecia y por qu no, tambin, los etruscos?) Pues que todo lo vencido y derrotado est llamado a renacer si ha sabido mantenerse fiel a s mismo, si ha sabido entregarse... Por eso me arrepiento a medias de algo que un da dije a uno de los ms grandes escritores que Francia tiene hoy da. Le haba conocido haca dos horas alrededor de una mesa a la que nos sentbamos ese nmero de personas que hace una conversacin perfecta raro gozo en esta poca de reuniones multitudinarias y de soledad; amaba a Espaa con honda y un poco desesperada pasin, y llevado de esa pasin lleg a decirme: Porque, seora, usted sabe, yo tambin soy espaol. Y le dije: No, no es posible; para ser espaol hace falta estar vencido. Pareci vacilar un momento y en seguida repiti en voz alta la frase para hacer partcipes a los dems de lo que aceptaba como una especie de condena a la que no acababa de resignarse; pues, no estara l, acaso, un poco vencido?... Me arrepiento porque no slo para ser espaol, sino para ser hombre, hace falta estar vencido o... merecerlo; vencer, si se vence, con la sabidura de los derrotados que han ganado su derrota.

* Bohemia, ao 45, no. 43, La Habana, 25 de octubre de 1953.

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