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del escritor mexicano Heriberto Frias

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B I B L I O T E C A D E L N l Ñ O M E X I C A N O

MAUCCI H .os MEX ICO

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B I B L I O T E C A D E L N I Ñ O M E X I C A N O

TERCERA SERIE.— DESPUÉS DE LA CONQUISTA

E L C A S T I G O E S P A N T O S OÓ

LA LLUVIA DE SANGRE

POR

HERIBERTO FRIAS

MÉXICOM a u c c i H e r m a n o s . — P r i m e r a d el Re lo x , 1

1900

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E L C A S T I G O E S P A N T O S O

iCuanta agitación se nota en el lago del Tex-coco, cuanto bullicio, cuanta algazara!

Por sus extensas y azules lejanías circu lan

multitud de canoas con lujosísimos toldos,canoas construidas á manera de góndolas  vene-cianas— que eran m u y lindas y ricas barcasdonde cruzaban por los canales los antiguosseñores poderosos,— y había también verdade-ros bergantines españoles, con su vela blancatendida al viento; y unas chalupas pequeñísi-

mas y ligeras en las qu e remaban los más á g i-les remeros aztecas de la ciudad...

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¡Hacía ya algunos años que no se veían en el

gr an lago de Texcoco semejante algazara ymovimiento, ni tanto ruido, músicas, gritos,canciones y risas, carcajadas y estentóreas ex-clamaciones...!

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 Y más allá de las verdes y primorosas calza-das qu e conducían á México, á Texc oc o, á Pe-ñón, se perciben también los. rumores de lafiesta. Hacia el Sur,las chinampas, que todavía

no han sido destruidas, se ven alzando en elazul del cielo sus altas y rectas almetuetes y 

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de aquel rumbo suelen llegar gratos perfumes y exhalaciones deliciosísim as, que 110 son sinolos suspiros de las flores m exicanas qu e pasanrozandolas lagunas donde los españoles conme-moran sus antiguos triunfos sobre los quefueron aztecas que combatieron con tanto bríopor su libertad y su patria!

Tengo que advertir á mis niños lectores quenos hallamos en aquella terrible época en queMéxico no podía llamarse nación, ni colonia, nimucho menos reino ó imperio.

El te rr itorio donde hacía apenas diez añossustentaba las variadas provincias del imperionahuatl,  gobernado du rante siglos por tantos valientes monarcas aztecas, todos guerreros, elterritorio donde se alzaban Texcoco, la preciosaciudad

alcolhuade

 Netzahualcagote, el rey poeta

 y filósofo, y donde había existido Tlacopan y Atzcapozalco,— oh! el mismo terrible  Atzcapo- zalco,  donde surg ió aquel m onstruo abo-m inable, terror y espanto de todas v illas yciu da d es, lagos, bosques y llanuras, el sinies-tro  Maxtlatón,  muerto tras una batalla espan-

tosísima que abarcó todo el Valle de México...aquel territorio era ya otro... no ex istía na-

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da de todo aqu ello... y en el día de qu e habla-

mos estaba sin la vida poderosa de sus calza-das y   de sus canales, de sus lagu nas y   de suspuentes y   de sus primorosísimas chinampas,cuajadas de flores...

 Ahora p r ív a la nueva civilización española...Si... ya han empezado á llegar de España y

de la isla de Cuba las primeras cargas de se-

m illas y frutos del A n tigu o Mundo; y a ha ycentenares de miles de animales no conocidosantes en México, como reses. cerdos, caballos,asnos, mulas, corderos, cabras y otras infini-dades de artefactos y buenas ind ustrias, co-mercios y labores de qu e se aprovechaban losespañoles, vendiendo aquello tan raro en el viejo y v irge n Anahuac y comprando oro, pla-ta y piedras preciosas...

Pero aún no se había qué clase de gobierno,qué leyes ni mucho menos qué policía gober-naba... ¡Ya os lo he dicho, mis amables lector-citos, todo no era sino de orden, y bajo la capade una religiosidad m entida, el crimen, el ro-

 bo, la iniquidad y la infamia! A u n no llegaba á poner paz, regularidad y

disciplina entre los aventureros y vecinos queocupaban las nacientes ciudades, el prim er

 V irre y ... y m ientras tanto la le y del más dies-tro y fuerte en la espada... ó el más ladino ó

astuto en la intrig a y la traición ... Cortés con-tinuaba en España, los oidores no se entendían

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¡Ya os podréis imaginar cómo seguiría la co-lonia princ ipiante , continuando empapada ensang re... invadida día á día por más y másaventureros que llegaban de Cuba, de las otrascolonias españolas y aun de la misma Es-paña!...

¡Todos, todos los que llegaban á aquel pobre

México edificado sobre las ruinas de la m agní-fica ciudad Tenochtitlán, eran gentes que sehabian echado el alma atrás. como se dice de losque atropellan todo por satisfacer sus ambicio-nes!

 Y entre aquel bárbaro hervir de ansias yavaricias, de crímenes y de vilezas, de san-

grientos chismes y de diarias luchas de hidal-gos  á hidalgos  en las sucias calles de México, senotaba más qu e otras cosas el ím petu hacia eloro!

con los capitanes que iban y venían de Méxicoá otras regiones, yendo en pos de conquistas

de oro... ¡oro, oro ante todo!...

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*

Era por aquella época cuando se verificó lafiesta de las barcas en la laguna de Texcoco.

¿Qué pasaba? ¿Por qué tan alegre y   e n t u -siasta festival?

...¿Por qué?

...Oh! gra n sensación... oh! pasm o, am igosmíos! Figuraos si no habían de tener razón losem prendedores de aquello, si se trataba nadamenos de que... ¡oid!

¡ Los tesoros del Anahuac habían sido encontra-dos!

¡Oh, aquello era estupendo! Ya bien sabréis con que empeño el capitán

caudillo de la Conquista quiso seguir las hue-llas del magno tesoro de  Axayacalt , de los teo-callis,  de los palacios del Calmecac y   del Te-\vuchcalli ,— planteles de educación m ilitar yreligiosa para la juventud entre los aztecas,—

 y los tesoros tam bién del palacio enorme de las Aguilas... si... bien os acordáis, am iguitos, delas luchas, de los peligros y tormentos, tem -pestades, derrotas y correrías y viajes y exca-

 vaciones se hicieron y a en público, y a en se-creto, para lograr inquirir el lugar donde pu-dieron haberse ocultado por el bravo y sub lim e

Cuanhtemoc  aquellos colosales tesoros, dondedebería haber rocas de oro capaces para cons-

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tru ir un palacio con torres y bastiones, ador-

nados con m iles de esmeraldas, rubíes y dia-mantes...¡Cuánto empeño por buscar aquellos teso-

ros!... ¡Cuántos cadáveres, cuán ta sangre ycuántas iniquidades desde el fuego del caudi-llo Cuauhtemoc hasta los miles y miles de me-xicanos arrojados á las aguas y al lodo para

que registrasen el fondo de la laguna... ¡Ah! ycuando por fin los pobres indios salían enloda-dos y jadeantes, m oribun dos... ¡Los españoleslos remataban á palos!...

¡Los tesoros no aparecían!... Y así buscando, buscando, crim en tras cri-

m en, habían pasado diez años... hasta que porfin un monje blanco que había bajado de lasmontañas, donde v iv ía por penitencia, se pre-sentó diciendo por señas— porque había hechoel voto sagrado de no hablar sino momentosantes de m orir— que por confesión de unas an-cianas aztecas errantes, sabía donde estaban los

tesoros!...¡Ya com prenderéis la algazara de todos los vecinos y autoridades de México!

El monje explicó que escogería á un valerosocapitán, de los que más veteranos fuesen, parair con él en una barca, acompañados tambiénpor la anciana, que había sido esclava de Cuauh-temoc y sabía donde era el sitio de la lagu na en

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que yacían los colosales montones de oro, es-m eraldas, rubíes y diamantes...

¡Nadie dudó!¡Ay, amigos lectores!... ¡Son tan agradables

las buenas noticias, que nunca las ponemos enduda, y eso es siempre nuestra perdición!...

El m isterioso monje blanco, de pequeña es-tatura, envuelto en un hábito limpio color de

nieve purísima, con su capucha sobre el ros-tro, dejando ver apenas, de cuando en cuando,dos vivísimos relámpagos, imponía respeto ysimpatía... Su andar era gentil, airoso, encan-tador... Avanzaba con gracia y altivez... ¡Ade-más se le tenía por un santo!...

Nada, que todos los vecinos de M éxico, los

oidores, los del Cabildo, capitanes y c lérigos,algunas damas, esposas ó hijas de antiguos sol-dados de Cortés y toda gente de valer, se diri-gieron al lago de Texcoco el día citado— siem-pre por señas— por el pequeño y santo monje blanco...

 Ya ahora comprenderéis porqué aquel día de

que hablaba al principiar esta curiosa leyenda,la lag un a presentaba tanta animación y tanenorme algazara... ¿Y sabéis porqué causa laselegantes canoas  de toldos lujosos, las chalupas ligeras y las barcas del estilo español bullían,surcando las agu as azules y entonces profun-das de la lag una de Texcoco... A lo lejos otras

m u ltitudes ocupaban las calzadas... y de las

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pintorescas chinapas  cuajadas de flores, lleg a- ban m u ltitu d de perfum es deliciosos que pa-recían ser un hálito de bendición para las es-peranzas de aquellos ambicio os colonos de laNueva España, encaprichados en apoderarsedel oro del antiguo imperio azteca?..

11—

*  * * 

Por señas explicó el monje que dejaran pasarla canoa donde iba una anciana vestida denegro, oculto su ajado rostro bajo los pliegues

de un m anto negro tam bién... A que lla ancia-na llevaba un rollo voluminoso debajo del bra-zo... era un tronco de arbusto ahuecado... ¡den-tro llevaba la descripción y contraseña dellug ar de los tesoros!... Eso era indud able paratodos!...

Luego el monje hizo que entrara á la canoa

el capitán A lv a M ijarez. por ser el veterano que ju z g ó más valiente y dispuesto á seguir hastael lugar donde estuviesen ocultos los tesoros...Cuatro remeros acompañaban al monje, á la an-ciana y al capitán... A l caer la tarde partió lacanoa... Nadie debía escoltarlos... esa era lacondición del monje y de la anciana; así es que

partió la barca sola, perdiéndose á lo lejos rum-

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 bo al centro de la lagu n a, allá donde en aque-lla época había infinidad de pequeñas islas...

** *

¿Qué sucedió?...¡Ninguno de los que partieron en la canoa,

ni el capitán A lv a , ni el monje blanco y   pe

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queño, ni la anciana, ni los cu atro rem eros, nila canoa, regresaron!...

¡Jamás volvieron!... Jamás sér alguno supode ellos!...

Todo lo qu e se hizo por ave riguar su para-dero, por esclarecer el misterio de su desapari-ción, fué en vano...

¡Oh terrible y siniestro crimen! ¡Oh misterio

lóbrego de una barca que boga hacia los teso-ros de un im perio... que parte, despedida porla alegría de una colonia de ambiciosos y aven -tureros... ¡y que no aparece nunca!... ¡Oh mis-terio!...

Un viejo azteca qu e era hijo de valien testecutlis,  sus an tiguo s abuelos, viejo que habi-taba en las montañas del Poniente, refirió á unsacerdote la leyenda de una venganza...

Contó que una jove n española abandonadapor un capitán que se casó con un a mixteca, pudo salvarse, se disfrazó de monje, tomó unhábito blanco... y después h izo comprenderpor señas á los españoles de M éxico que sabíadonde estaban ocultos los tesoros del  Anahuac; que le acompañara en su canoa un caballero es-pañol para ir con una mujer—que era la madre

de la m ixteca — hasta el sitio del lago dondeaquélla diría que se hallaban los codiciados

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tesoros... Y que así sucedió—agregaba el an-ciano azteca...— y que cuando estu viero n solos,

en plena noche, gritó el monje en castellano,sujetando por el cuello y derriband o, con ay u -da de los cuatro remeros de la canoa, al ca-pitán:

— ¡Soy Inés!... S o y aque lla que te en tregósu corazón... y qu e tú lo despreciaste, en cam- bio... no del corazón de otra m ujer mejor que y o ... sino por el oro... Oye, esta no es vengan-za, sino castigo... Te castigo y hago un ejem-plar para ver si se aterrorizan los que buscanesos tesoros, que jamás encontrarán... ¡No máscrímenes! ¡Paga el tuyo; muere á manos de esaanciana, á la que le arrebataste su hija!...

La anciana dió un rugido, gritando enm ix-

teco:— ¡El sacrificio!... Y le hundió en el pecho su

cuchillo.— Ahora tú , española, y se precipitó sobre el

monje, que murió, murmurando:— ¡Misericordia! ¡A mí me traicionas! ¡Per-

dón!...La vieja arrojó los cadáveres á las negrasagu as del lago... En seguida m urm uró:

— Es volun tad de los dioses qu e paséis al otrom undo á gozar del Paraíso de las víctim as...Os vo y á sacrificar... ¡Venid, remeros!... ¡Ve-nid!

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Sin murmurar palabra alguna, se fueron

acercando, uno tras otro cada remero, que fuésacrificado, por la anciana con el mismo cuchi-llo... Arrojó al agua roja y   negra los tres cadá- veres de los rem eros, porque uno quedó vivopara sacrificar á la terrible mixteca, arrojar su

cuerpo á la laguna, hacer volcar la canoa... y  

luego matarse él; hund iéndose todo en elabismo!...

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¡Y así fué todo!... Pero cuando el remero úl-

tim o, y a sin causa, cubierto de sangre, iba ámatarse, vió en el cielo un relámpago que ilu-minó las tinieblas con una cruz inmensa; en-tonces se d etu vo, arrojó el cuchillo y se echóá nado... ¡Aquel hombre fué abuelo del aztecaque contó esta espantosa leyenda!...

F I N

Barcelona.—Imp. de la Casa Editorial Maucci

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B I B L I O T E C A D E L N I Ñ O M E X I C A N O

Las Alegrías en Víspera de la Matanza

La Hija de XicotencatlLa Barca de la TraiciónEl Subterráneo del OroEl Sueño de TenochtitlánLa Cólera del Pueblo

La Maldición contra el DéspotaLa Noche Triste en TenochtitlánEl Llanto de CortésLa Piedra contra el EmperadorEl Sitio de TenoctitlanLa Sirena Blanca y el Tritón NegroLa Conspiración del Marqués del ValleLa Voz del HeroismoLa Formidable CatástrofeEl Castigo EspantosoEl Ultimo Teocalli

El Temaxcall de NetzahualcóyotlMéxico ante la Independencia NacionalLos Crímenes y las Epopeyas de MéxicoLos Vireyes de la Nuera EspañaLas Infamias de la Ambición

Los Crímenes de la AmbiciónLas Auras de la IndependenciaLa Infamia del Rey Tzintzicha