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Sanguis et Aqua sanguisetaqua.wordpress.com MISA DE LOS FIELES Después de haber despedido a los catecúmenos, y descorrido el velo que, mediante los salmos y las lecturas escondía el misterio de Cristo, la Iglesia comienza a celebrar aquello que en la palabra de Dios solo se figuraba: la parte más sagrada de la liturgia, la misa de los fieles, en la que se ofrece al Padre, por medio del Espíritu Santo, el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en el calvario, para el perdón de nuestros pecados y la salvación de nuestras almas. La misa de los fieles comprende, pues, el Ofertorio, la Consagración y la Comunión. I. OFERTORIO El ofertorio, abarca las ceremonias de la ofrenda, la incensación, el lavado de las manos y la oración final o colecta de las ofrendas. Siendo la misa un sacrificio, el sacerdote ofrece al Señor la oblata, es decir, los elementos necesarios para el mismo. Y el pueblo se une a él, para ofrecer a Dios el sacrificio más perfecto, rogando para que puedan ser dignos de participar dignamente de los santos misterios que se van a celebrar. 1. SALUDO INICIAL Una vez que la Schola ha terminado de cantar el Amén con el que se termina el Credo, el celebrante sube al altar y lo besa en medio (fuera de los corporales). El diacono y el subdiácono suben con él, y se sitúan cada uno en su respectiva grada detrás del celebrante, de modo que quedan los tres en línea recta. Entonces, el sacerdote se vuelve a los fieles, extendiendo y juntando las manos, y los saluda diciendo: S/ Dominus vobiscum. S/ El Señor sea con vosotros. La Schola junto con la asamblea responde cantando: R/ Et cum spiritu tuo. R/ Y con tu espíritu. El celebrante se vuelve de nuevo hacia el altar y la asamblea se sienta. 2. ANTIFONA DEL OFERTORIO Acto seguido el celebrante, extendiendo sus manos hasta sus hombros y juntándolas otra vez ante el pecho, a la par que inclina su cabeza a la cruz, canta: S/ Oremus. S/ Oremos. Los ministros sagrados se inclinan a la par que el celebrante.

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MISA DE LOS FIELES

Después de haber despedido a los catecúmenos, y descorrido el velo que, mediante los salmos

y las lecturas escondía el misterio de Cristo, la Iglesia comienza a celebrar aquello que en la

palabra de Dios solo se figuraba: la parte más sagrada de la liturgia, la misa de los fieles, en la

que se ofrece al Padre, por medio del Espíritu Santo, el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo

en el calvario, para el perdón de nuestros pecados y la salvación de nuestras almas.

La misa de los fieles comprende, pues, el Ofertorio, la Consagración y la Comunión.

I. OFERTORIO

El ofertorio, abarca las ceremonias de la ofrenda, la incensación, el lavado de las manos y la

oración final o colecta de las ofrendas.

Siendo la misa un sacrificio, el sacerdote ofrece al Señor la oblata, es decir, los elementos

necesarios para el mismo. Y el pueblo se une a él, para ofrecer a Dios el sacrificio más perfecto,

rogando para que puedan ser dignos de participar dignamente de los santos misterios que se

van a celebrar.

1. SALUDO INICIAL

Una vez que la Schola ha terminado de cantar el Amén con el que se termina el Credo, el

celebrante sube al altar y lo besa en medio (fuera de los corporales). El diacono y el

subdiácono suben con él, y se sitúan cada uno en su respectiva grada detrás del celebrante, de

modo que quedan los tres en línea recta.

Entonces, el sacerdote se vuelve a los fieles, extendiendo y juntando las manos, y los saluda

diciendo:

S/ Dominus vobiscum. S/ El Señor sea con vosotros.

La Schola junto con la asamblea responde cantando:

R/ Et cum spiritu tuo. R/ Y con tu espíritu.

El celebrante se vuelve de nuevo hacia el altar y la asamblea se sienta.

2. ANTIFONA DEL OFERTORIO

Acto seguido el celebrante, extendiendo sus manos hasta sus hombros y juntándolas otra vez

ante el pecho, a la par que inclina su cabeza a la cruz, canta:

S/ Oremus. S/ Oremos.

Los ministros sagrados se inclinan a la par que el celebrante.

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Acto seguido el celebrante lee en el Misal en voz baja la antífona del Ofertorio en el propio de

la Misa, mientras la Schola comienza a cantarla. Si el canto termina antes de que se concluya

con los ritos del ofertorio, se suele interpretar alguna pieza de órgano que concluirá antes del

prefacio para no hacer esperar al sacerdote.

3. PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS

El diacono entonces, sube a la tarima del altar y se coloca a derecha del celebrante. El

subdiácono a su vez, tras haber hecho genuflexión en la ínfima grada del altar se dirige hacia la

credencia.

Llegado a la credencia, el subdiácono recibe sobre sus hombros el velo humeral, que le entrega

el maestro de ceremonias. Toma entonces con la mano izquierda el cáliz por el nudo, y lo

cubre con la parte del velo que cuelga de su hombro derecho poniendo su mano derecha

sobre el cáliz, de modo que tanto las dos manos como el cáliz queden tapados con la

extremidad derecha del humeral. La parte del velo humeral que pende de su hombro izquierdo

la deja colgar.

Acto seguido se dirige al altar llevando el cáliz al diácono, por el camino más corto.

Si hubiese que consagrar un copón, el maestro de ceremonias lo llevará al altar, marchando

detrás del subdiácono.

El primer acólito, llevando las vinajeras puestas sobre el platillo, sigue al subdiácono en su

desplazamiento, marchando detrás del maestro de ceremonias si éste sube al altar.

Una vez en la tarima del altar, el subdiácono se coloca a la derecha del diácono y deposita el

cáliz sobre el altar. El maestro de ceremonias, deja asimismo el copón sobre el altar, y el

diácono lo pone sobre los corporales descubriéndolo.

Por su parte el acólito deja las vinajeras sobre el ángulo de la epístola.

El diácono se vuelve entonces hacia el subdiácono y descubre el cáliz. A continuación retira la

palia cuadrada y la deposita sobre el altar. Seguidamente toma la patena con las dos manos, la

besa reverentemente en el borde y la entrega al celebrante, besándole al mismo tiempo la

mano.

El sacerdote, teniendo la mano izquierda sobre el altar, quita primero con la derecha la palia

redonda o hijuela que cubre la hostia, dejándola sobre el altar, cerca del velo del cáliz.

4. OFRECIMIENTO DE LA HOSTIA

A continuación el celebrante toma entre el pulgar, el índice y el dedo corazón de ambas

manos, la patena con la hostia, y la eleva desde el centro de los corporales hasta la altura del

pecho. Alza entonces el sacerdote los ojos al crucifijo, y bajándolos de nuevo, mira fijamente la

hostia y se la ofrece a Dios Padre diciendo en voz baja:

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S/ Suscipe, sancte Pater, omnipotens aeterne Deus, hanc immaculatam Hostiam, quam ego indignus famulus tuus offero tibi, Deo meo vivo, et vero, pro innumerabilibus peccatis, et offensonibus, et negligentilis meis, et pro omnibus circunstatibus, sed et pro omnibus, fidelibus christianis: ut mihi et illis proficiat ad salutem in vitam aeternam. Amen

S/ Recibe, oh Padre Santo, omnipotente y eterno Dios, esta que va a ser Hostia inmaculada y que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, mi Dios vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los presentes, así como también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y vida eterna. Así sea.

Mientras recita esta oración, el diacono eleva el copón, si lo hubiera, sosteniéndolo por el

nudo.

Al concluir, el celebrante baja de nuevo la patena, traza con ella una señal de la cruz a dos

dedos del corporal, y deposita la hostia sobre éste, sin tocarla, en el centro del pliegue

anterior. Tras esto, deja la patena sobre el altar, y el diácono cubre de nuevo el copón.

5. OFRECIMIENTO DEL CÁLIZ

El subdiácono limpia el interior de la copa del cáliz con el purificador y lo presenta al diácono,

el cual, lo toma con su mano izquierda, por el nudo, reteniendo con el pulgar el purificador

extendido desde el nudo hasta el pié del cáliz.

El subdiácono toma entonces la vinajera del vino y se la entrega al diácono. El diácono,

teniendo el cáliz un poco inclinado, vierte en él el vino haciéndolo resbalar por las paredes

interiores de la copa. Cuando termina, devuelve la vinajera al subdiácono, el cual la deposita

de nuevo sobre el platillo, y presenta la vinajera del agua al celebrante inclinándose un poco

hacia él, mientras le dice en voz baja:

SD/ Benedicite, Pater reverende. SD/ Bendícela, Padre reverendo.

El celebrante entonces se vuelve hacia el subdiácono y, poniendo la mano izquierda extendida

sobre el altar fuera de los corporales, bendice el agua trazando con la mano derecha un signo

de cruz hacia la vinajera. Entonces el subdiácono vierte un poco del agua ya bendita en el cáliz

que sostiene el diacono, mientras el celebrante dice en voz baja:

S/ Deus †, qui humanae substantiae dignatem mirabiliter condisti, et mirabilius reformasti: da nobis per hujus aquae et vini mysterium, ejus Divinitatis esse consortes, qui humanitatis nostrae fieri dignatus est particeps, Jesus Christus, Filius tuus, Dominus noster. Qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti Deus: per omnia saecula saeculorum. Amen.

S/ Oh Dios, † que maravillosamente formaste la naturaleza humana y más maravillosamente la reformaste: haznos, por el misterio de esta agua y vino, participar de la divinidad de Aquel que se dignó hacerse participante de nuestra humanidad, Jesucristo, tu Hijo Señor nuestro, que, Dios como es, contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Así sea.

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El vino simboliza la divinidad de Jesús, y el agua, su humanidad. La mezcla de ambos figura la

unión indisoluble de las dos naturalezas en Cristo y la unión de los fieles con Él.

El subdiácono deposita entonces la vinajera en su platillo, que es retirada a la credencia por

uno de los acólitos.

Acto seguido el diácono enjuga con el dedo índice de su mano derecha envuelto en el

purificador, las gotas que pudieron quedar adheridas a las paredes interiores del cáliz.

Seguidamente toma el cáliz con la mano derecha por la copa y con la mano izquierda por el pié

y lo presenta al celebrante, besando primero el pié del cáliz y después la mano derecha de

éste.

El celebrante toma el cáliz por el nudo con su mano derecha, y sosteniendo con su izquierda su

base, lo eleva a la altura de los ojos. El diácono le ayuda, sosteniendo con su mano derecha el

pie del cáliz, mientras mantiene la otra sobre su pecho. Entonces, ambos elevan su mirada

hacia la cruz, y con los ojos fijos en ella recitan juntos en voz baja la siguiente oración:

S y D/ Oferimus tibi, Domine, calicem salutaris, tuam deprecantes clamentiam: ut in conspectu divinae Majestatis tuae, pro nostra et totius mundi salute cum odore suavitatis ascendat. Amen.

S y D/ Te ofrecemos, Señor, el Cáliz de salvación, implorando de tu clemencia que llegue en olor de suavidad hasta el acatamiento de tu Divina Majestad, para nuestra salvación y la de todo el mundo. Así sea.

Acabada la oración, el sacerdote baja el cáliz, hace con él una señal de la cruz a dos dedos del

corporal, y lo deja sobre el mismo. El diacono lo cubre con la palia cuadrada, y seguidamente,

entrega la patena al subdiácono, que la sostiene con su mano derecha. Entonces, el diácono

cubre con el velo humeral que el subdiácono lleva sobre los hombros, la patena y la mano de

éste.

El subdiácono apoya la patena sobre su pecho, y desciende hasta su grada por el camino más

corto situándose detrás del celebrante. Llegado a su lugar, hace genuflexión, eleva la patena

cubierta hasta la altura de su rostro, y sosteniendo su codo derecho con la mano izquierda la

mantiene en esa posición.

6. OFRECIMIENTO DEL SACERDOTE Y DE LOS FIELES

El sacerdote, entonces, inclinado con las manos juntas apoyadas en el altar fuera de los

corporales, se ofrece a sí mismo y a los fieles presentes junto con la Hostia y el Cáliz, diciendo:

S/ In spiritu humilitatis et in animo contrito suscipiamur a te, Domine: et sic fiat sacrificium nostrum in conspectu tuo hodie , ut placeat tibi, Domine Deus.

S/ Recíbenos, Señor, pues nos presentamos a Ti con espíritu humillado y corazón contrito. Que el sacrificio que hoy te ofrecemos, oh Señor y Dios nuestro, llegue a tu presencia de manera que te sea agradable.

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7. BENDICIÓN DE LAS OFRENDAS

Acto seguido, el sacerdote se incorpora manteniendo las manos juntas, y elevando la vista a la

cruz, invoca la presencia y la bendición del Espíritu Santo, diciendo:

S/ Veni santificator omnipotens aeterne

Deus: et benedic † hoc sacrificium tuo sacto nomini praeparatm.

S/ Ven, oh Dios santificador, todopoderoso y

eterno, y bendice † este sacrificio preparado para gloria de tu Santo Nombre.

Con las últimas palabras de esta oración, el celebrante traza una cruz con su mano derecha

sobre las ofrendas, mientras apoya la izquierda sobre el altar, fuera de los corporales.

8. SEGUNDA INCENSACIÓN

La segunda incensación, que tiene por objeto ungir las ofrendas presentadas a Dios Padre. De

esta manera, el aroma del incienso envolverá al Cáliz y la Hostia ofrecidos, al altar, al

Celebrante, a los Ministros sagrados, y a todos los fieles asistentes que se ofrecen a sí mismos

como oblatas vivas. Este aroma elevándose al Cielo, junto con sus oraciones, simboliza su

ofrecimiento ante el Trono del Dios Altísimo como ofrenda agradable a su Nombre.

El maestro de ceremonias y el turiferario suben, entonces, al altar para la imposición y

bendición del incienso.

Una vez allí, el turiferario entrega la naveta con la cucharilla dentro al diácono, quien la entrega al celebrante con los ósculos de rigor.

El turiferario abre entonces el incensario y lo presenta al celebrante. El diácono por su parte acerca al celebrante la naveta abierta e inclinándose hacia él le dice en voz baja:

D/ Benedicite, Pater reverende. D/ Bendícelo, padre reverendo.

Entonces, el celebrante, con su mano izquierda apoyada sobre el altar, impone tres veces el incienso sobre los carbones del incensario, mientras dice en voz baja:

S/ Per intercessionem beati Michaelis Archangeli, statis a dextris altaris incensi, et omnium electorum suorum, incensum istud

dignetur Dominus benedicere †, et in odorem suavitatis accipere. Per Christum dominum nostrum. Amen

S/ Por la intercesión de San Miguel Arcángel, que asiste a la diestra del altar de los perfumes, y por la de todos los elegidos,

dígnese el Señor bendecir † este incienso y recibirlo en olor de suavidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

Acto seguido, con la mano izquierda aun sobre el altar, el celebrante devuelve la cucharilla al diácono, que la recibe con los ósculos de rigor, y traza con la mano derecha un signo de cruz sobre el incensario.

Tras la bendición del incienso, el diácono devuelve la naveta al maestro de ceremonias, recibe el incensario de manos del turiferario y se lo entrega al celebrante, con los ósculos de rigor.

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El maestro de ceremonias y el turiferario se retiran por donde han venido y devuelven la naveta a la credencia.

Entonces se procede a la incensación de las ofrendas.

El diacono apoya su mano derecha en el pie del cáliz, mientras el celebrante inciensa las

oblatas, es decir, el cáliz y la hostia, trazando sobre ellas con el incensario tres signos de cruz y

después, tres círculos a su alrededor. Los dos primeros círculos en sentido opuesto a las agujas

del reloj y el último en el sentido de éstas.

Toda esta incensación se lleva a cabo mientras el sacerdote recita la siguiente oración en voz

baja distribuyendo las palabras entre sus movimientos:

S/ Incensum istud a te benedictum, ascendat ad te, Domine, et descendat super nos misericordia tua.

S/ Suba, oh Señor, hasta Ti este incienso que Tú has bendecido, y descienda sobre nosotros Tu misericordia.

INCENSACIÓN OBLATAS

Una vez terminada la incensación de las oblatas, el diácono toma el cáliz por el nudo y lo

desplaza levemente hacia el lado de la epístola, sin sacarlo de los corporales. Así se evita que

se vuelque el cáliz por accidente en las siguientes incensaciones.

Entretanto, el turiferario acompañado por el maestro de ceremonias, cruza por detrás del

subdiácono hacia el lado del evangelio haciendo, al pasar por el centro del altar, genuflexión o

inclinación profunda si no hay presencia real. Una vez allí, el turiferario sube a la izquierda del

sacerdote, mientras que el maestro de ceremonias se queda in plano, esperando a retirar el

misal cuando sea necesario.

Entonces, los tres (celebrante, diácono y turiferario) hacen la reverencia conveniente a la cruz

de altar y el celebrante procede a la incensación de la cruz con tres golpes y genuflexión antes

y después, y a continuación prosigue con a la incensación del altar tal y como lo hizo al inicio

de la misa, pero esta vez, distribuyendo las palabras del salmo 140 de modo que termine de

recitarlo cuando la oración concluya.

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S/ Dirigatur, Domine, oratio mea sicut incensum in conspectu tuo: elevatio manuum mearum sacrificium vespertinum. Pone, Domine, custodiam ori meo, et ostium circumstatiae labiis meis; ur non declinet cor meum in verba malitiae, ad excusandas escusationes in peccatis.

S/ Suba mi oración, Oh Señor, ante tu presencia, como sube el olor de este incienso; sea la elevación de mis manos tan aceptable como el sacrificio vespertino. Pon, oh Señor, guarda a mi boca y un candado a mis labios, para que mi corazón no se desahogue con expresiones maliciosas, buscando cómo excusar mis pecados.

INCENSACIÓN ALTAR

Terminada la incensación del altar, el sacerdote entrega el incensario al Diácono,

diciendo en voz baja:

S/ Ascendat in nobis Dominus ignem sui amoris, et flamman aeternae caritatis. Amen.

S/ Encienda el Señor en nosotros el fuego de su amor y la llama de su eterna caridad. Así sea.

El diacono, entonces, desciende in plano, con el turiferario a su izquierda, para incensar al

celebrante con tres golpes dobles. Tras esto, el diácono y el turiferario van a hacer genuflexión

o inclinación profunda si no hay presencia real, a la derecha del subdiácono y seguidamente,

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van a incensar al clero y a la Schola, con tres golpes simples. Tras esto, vuelven a hacer la

reverencia conveniente y se sitúan a la derecha del subdiácono, el cual, se vuelve hacia ellos

apoyando la patena sobre el pecho, y el diacono lo inciensa con dos golpes simples,

saludándose mutuamente antes y después.

Seguidamente el diácono entrega el incensario al turiferario que se ha situado a su derecha, y

regresa a su lugar en la primera grada detrás del celebrante, hace genuflexión y se vuelve hacia

el turiferario, el cual lo inciensa con dos golpes dobles con saludo mutuo antes y después. Acto

seguido el diácono se vuelve de cara al altar.

El maestro de ceremonias se vuelve entonces hacia el turiferario, y éste lo inciensa con un sólo

golpe simple de incensario saludándose mutuamente con una inclinación antes y después.

A continuación va a incensar a los acólitos, con un golpe simple cada uno, pero con un saludo

común antes y después. Seguidamente hace genuflexión o inclinación profunda si no hay

presencia real, y se dirige a la entrada del presbiterio donde se pone en el centro, mirando

hacia la nave y, desde allí inciensa a los fieles con tres golpes simples: en el centro, a su

izquierda y a su derecha saludándolos con una inclinación antes y después, para significar que

todos se quieren ofrecer a Dios en olor suavísimo, juntamente con el cordero inmaculado, para

recibir de Dios la gracia que la Divina Victima nos ha merecido.

Cuando termina la incensación de los fieles, el turiferario vuelve a su sitio cerca de la

credencia, haciendo de nuevo la reverencia conveniente si ha de pasar ante el medio del altar.

El maestro de ceremonias que ha devuelto durante la incensación el misal a su sitio,

permanece a su lado para asistir al sacerdote, pasando las páginas cuando fuese necesario.

9. LAVATORIO DE MANOS

Acercándose al sublime momento, la asamblea se pone en pie, y se procede al lavatorio de

manos.

El primer acólito, toma con sus dos manos el manutergio desplegado, mientras que el segundo

toma el platillo con su izquierda y la vinajera del agua con la derecha. El acólito segundo se

coloca a la izquierda del primero.

Los acólitos se sitúan ante las gradas, hacen una inclinación, y suben hasta el altar.

El sacerdote celebrante que siente cada vez más su indignidad, da un solemne testimonio ante

el pueblo lavándose las manos que ya estaban físicamente limpias por completo, no solo las

puntas de los dedos, significando así su deseo de pureza interior. El pueblo se humilla

profundamente y se une a su deseo, tan necesario para estar en presencia de Dios.

De este modo, al lavarse las manos, recita los versículos del salmo 25 para pedir al Señor la

pureza de su alma:

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Lavabo inter innocentes manus meas: et circumdabo altare tuum, Domine, ut audiam vocem laudis: et enarrem universa mirabilia tua. Domine, dilexi decorem domus tuae: et locum habitationis gloriae tuae. No perdas cum impiis, Deus animam meam: et cum viris sanguinum vitam meam. In quorum manibus iniquitqtes sunt: dextera eorum repleta est muneribus. Ego autem in innocentia mea ingressus sum: redime me, et miserere mei. Pes meus stetit in directo: in ecclesiis benedicam te, Domine. Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in sæcula sæculorum. Amen.

V/ Lavaré mis manos entre los inocentes; y me pondré, oh Señor, al servicio de tu altar, Señor, haciendo resonar cánticos de alabanza y pregonando todas tus maravillas. Amo, Señor, la belleza de tu casa y el lugar donde reside tu gloria. No pierdas, Dios mío, mi alma con los impíos, ni mi vida con los hombres sanguinarios, en cuyas manos no se ve más que iniquidad, cuya diestra está colmada de regalos. Mas yo camino según mi inocencia: sálvame, Señor y apiádate de mí. Mis pies se han dirigido siempre por el camino de la rectitud; te bendeciré, Señor en la asamblea de los fieles. Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amen

Terminada esta oración, los acólitos reciben el manutergio, saludan al sacerdote con una

inclinación de cabeza y se vuelven a la credencia sobre la cual ponen de nuevo los utensilios.

10. ENCOMENDACIÓN DE LAS OFRENDAS

Entonces, el celebrante, volviéndose al medio del altar e inclinándose humildemente,

encomienda a la Santísima Trinidad el Sacrificio que está celebrando para mayor gloria de Dios,

honra de los Santos y provecho de las almas.

S/ Suscipe sancta Trinitas, hanc oblationem, quam tibi offerimus ob memoriam passionis, resurrectionis, et ascensionis Jesu Christi Domini nostri: et in honorem beatae Mariae semper virginis, et beati Joannis Baptistae, et sanctorum Apostolorum Petri et Pauli, et istorum, et omnium Sanctorum: ut illis proficiat ad honorem, nobis autem ad salutem, et illi pro nobis intercedere dignentur in coelis, quorum memoriam agimus in terris. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen

S/ Recibe, oh Trinidad Santa, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y en honor de la bienaventurada siempre Virgen María, del bienaventurado San Juan Bautista y de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, y de éstos y de todos los Santos; para que a ellos les sirva de honor y a nosotros nos aproveche para la salvación, y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos cuya memoria veneramos en la tierra. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

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11. ORATE FRATRES

El sacerdote que no cesa de pensar en su propia indignidad, besa el altar, símbolo de Cristo, y

se vuelve hacia el pueblo, abriendo y cerrando los brazos como para abrazarlos a todos en

nombre de Cristo, se encomienda a sus oraciones, diciendo:

S/ Orate fratres: ut meum ac vestrum sacrificium acceptabile fiat apud Deum Patrem omnipotens.

S/ Orad, hermanos, a fin de que mi sacrificio y el vuestro, sea aceptado en el acatamiento de Dios, Padre omnipotente.

El subdiácono, poniendo momentáneamente la patena sobre su pecho, le responde diciendo

SD/ Suscipiat Dominus sacrificium de manibus tuis ad laudem et gloriam nominis sui, ad utilitatem quoque nostram, totiusque Ecclesiae tuae sanctae. Amen.

SD/ El Señor reciba de tus manos este Sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro provecho y el de toda su Santa Iglesia. Así sea.

12. ORACIÓN SECRETA

El Sacerdote reza entonces en voz baja la oración secreta, por medio de la cual presenta a Dios

los votos de toda la Santa Iglesia por la aceptación del Sacrificio.

En la oración secreta se encuentra en el propio del día.

El sacerdote concluye la oración secreta cantando las últimas palabras en voz clara:

S/ Per omnia saecula saeculorum. S/ Por los siglos de los siglos.

La Schola y la Asamblea responden cantando:

R/ Amen. R/ Así sea.

II. CONSAGRACIÓN

En este momento comienza la consagración, la parte más importante de la Santa Misa, es

decir, aquella en la que se realiza la transubstanciación de las ofrendas en el Cuerpo y la

Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

Es Cristo mismo quien, en la persona del sacerdote, se adelanta hacia el trono del Padre y, en

la gloria de su eterno pontificado, hace resonar la voz de su intercesión, con el potente grito de

su Sangre preciosísima.

La consagración se realiza en el canon de la misa. Este comprende las primeras oraciones de

intercesión denominadas prefacio, la transubstanciación, la ofrenda de las especies, y las

últimas oraciones de intercesión con la doxología final.

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1. PREFACIO

El prefacio abre solemnemente la gran oración eucarística que debe hacer descender a Dios

sobre el altar, e invita a los fieles al reconocimiento, a la gratitud y a la alabanza de Dios por

todos los beneficios recibidos, por medio de Jesucristo en la obra de nuestra redención. Es la

oración por excelencia de la Iglesia, la oblación del sacrificio.

Un corto dialogo entre el celebrante y los fieles infunde en las almas los sentimientos de

acción de gracias que convienen a la celebración de los santos misterios.

El maestro de ceremonias busca en el Misal la página del Prefacio y le índica al sacerdote con

la mano derecha el comienzo del mismo. El celebrante, teniendo pues ambas manos apoyadas

sobre el altar, a ambos lados de los corporales, cantará en voz alta el inicio del prefacio:

S/ Dominus vobiscum. S/ El Señor sea con vosotros.

A lo que responden la Schola y la asamblea:

R/ Et cum spiritu tuo. R/ Y con tu espíritu.

El celebrante eleva entonces ambas manos a la altura del pecho con las palmas frente a frente,

y prosigue cantando:

S/ Sursum corda. S/ Elevad vuestros corazones.

La Schola y la asamblea responden:

R/ Habemus ad Dominum. R/ Los tenemos puestos en el Señor.

Entonces, el celebrante junta las manos ante el pecho y eleva los ojos a la cruz mientras canta:

S/ Gratias agamus Domino Deo Nostro. V/ Demos gracias al Señor Dios nuestro.

Y concluyendo con una inclinación de cabeza a la cruz, la Schola y la asamblea responden:

R/ Dignum et justum est. R/ Digno y justo es.

Entonces el sacerdote, teniendo las manos extendidas ante el pecho, prosigue con el canto del

Prefacio. El prefacio es una oración que varía según las fiestas. Existen 15 prefacios diferentes

que resumen distintas partes de la doctrina católica para que los fieles se unan a los ángeles,

santos, y todos los coros celestiales, en la adoración de tan bellos misterios, reflejo de la

inmensa majestad de Dios y su gran amor por nosotros.

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PREFACIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Se dice este prefacio todos los domingos del año excepto en aquellos que caen en Cuaresma,

en el Tiempo Pascual, en las infraoctavas del Corpus y del Sagrado Corazón.

Este prefacio resume en sí toda la doctrina acerca de la Unidad y la Trinidad de Dios, a fin de

que los fieles admiren y adoren este misterio.

S/ Vere dignum et justum est, aequum et salutare, nos tibi sember, et ubique gratias agere; Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus; Qui cum unigenito Filio tuo, et Spiritu Sancto, unos es Deus, unus es Dominus; non in unius singularitate personae, sed in unius Trinitate substantiae. Quod enim de tua gloria, relevante te, credimus, hoc de Filio tuo, hoc de Spiritu Sancto, sine differentia discretionis sentimus. Ut in confessione verae sempiternaeque Deitatis, et in personis proprietas, et in essentia uñitas, en in majestate adoretur aequalitas. Quam laudant Angeli atque Archangeli, Cherubim quoque ac Seraphim: qui non cesant clamare quotidie, una voce dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor santo, Padre todopoderoso, Dios eterno, que con el Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios y un solo Señor, no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola substancia. Porque cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos indistintamente de tu Hijo y del Espíritu Santo; de suerte que, confesando una verdadera y eterna divinidad adoramos la propiedad de las personas, la unidad en la esencia y la igualdad en la majestad. A la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y Serafines, que no cesan de cantar a una sola voz, diciendo:

PREFACIO COMÚN

Se dice en todas las misas que no tienen prefacio propio.

Es el prefacio con el cual la Iglesia militante, unida a la triunfante entona a Dios el canto de la

alabanza.

S/ / Vere dignum et justum est, aequum et salutare, nos tibi sember, et ubique gratias agere; Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus; per Christum Dominum nostrum. Per quem majestatem tuam laudant Angeli, adorant Dominationes, tremunt Potestates. Caeli, caelorumque Virtutes, ac beata Seraphim, socia exultatione concelebrant. Cum quibus et nostras voces, ut admitti jubeas, deprecamur, supplici confessione dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios, por Jesucristo Nuestro Señor: por el cual los Ángeles alaban tu majestad, las Dominaciones la adoran, las Potestades la temen; los cielos y las Virtudes de los cielos, y los bienaventurados Serafines, con recíproca alegría la celebran. Te suplicamos, Señor, que recibas nuestros cánticos unidos a los suyos, cuando te ensalzamos diciendo humildemente:

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PREFACIO DE NAVIDAD

Se dice en Navidad hasta Epifanía (excepto en el día de la octava de san Juan), en la fiesta de

Corpus Christi, en la Transfiguración y en la Purificación de la Santísima Virgen.

Este prefacio es una especial acción de gracias a Jesucristo, que por nuestro amor se encarnó y

se hizo semejante a nosotros. Es el misterio de la Redención el que en el domina, con el fin de

llevarnos a la cuna de Jesús para rendirle solemne acción de gracias.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: Quia per incarnati Verbi mysterium, nova mentis nostrae oculis lux tuae claritatis infulsit; ut dum visibiliter Deum cognoscimus, per hunc in invisibilium amorem rapiamur. Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia caeestis exercitus, hymnum gloriae tuae canimus, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que nosotros, en todo tiempo y lugar, te demos gracias: Señor santo, Padre todopoderoso, y Dios Eterno; porque por el misterio de la Encarnación del Verbo se ha manifestado a los ojos de nuestra alma un nuevo resplandor de tu gloria, para que, reconociendo en forma visible a nuestro Dios, seamos atraídos por el amor de las cosas invisibles por lo tanto, nos unimos con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y Dominaciones, y con toda la Corte Celestial, para cantar un cántico de gloria, diciendo sin cesar:

PREFACIO DE EPIFANÍA

Se dice desde el día de Epifanía hasta la octava y en la fiesta de la Sagrada Familia.

En este prefacio la Iglesia canta a la Luz inmortal que se manifestó al mundo bajo el velo de la

humanidad de Jesucristo, en la cual escondió su gloria.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: Quia cum Unigenitus tuus in substantia nostrae mortalitatis apparuit, nova nos immortalitatis suae luce reparavit. Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis exercitus, hymnum gloriae tuae canimus, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno; pues que tu Hijo unigénito, manifestándose a nosotros revestido de carne mortal como la nuestra, nos ha recobrado el derecho de participar algún día de la luz y resplandor de su inmortalidad. Por tanto, nos unimos a los Ángeles y los Arcángeles, a los Tronos y Dominaciones y a toda la milicia celestial, para cantar un himno a tu gloria, diciendo sin cesar:

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PREFACIO DE CUARESMA

Este prefacio se dice en todas las Misas del Tiempo de Cuaresma y en las Misas de los Santos

que ocurran en este tiempo y que no tengan prefacio propio.

El Prefacio de Cuaresma, se refiere esencialmente al ayuno; ayuno que consiste en la

reprensión de la concupiscencia y en la purificación del alma. Y bajo este aspecto deberíamos

también considerar el ayuno; cercenar el alimento al cuerpo para podernos remontar a las

regiones luminosas del espíritu.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: Qui corporati jejunio vitia comprimis, mentem elevas, virtutem largiris, et praemia: per Christum Dominum Nostrum. Per quem majestatem tuam laudant Angeli, adorant, Dominationes, tremunt Potestates. Caeli, caelorumque Virtutes, ac beata Seraphim, socia exultatione concelebrant. Cum quibus et nostras voces, ut admitti jubeas, deprecamur, supplici confessione dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno; que por medio del ayuno corporal domas nuestras pasiones, nos das la virtud y nos premias por Jesucristo nuestro Señor. Por quien los Ángeles alaban tu majestad suprema, las Dominaciones la adoran, las Potestades la reverencian con temor. Los Cielos, las Virtudes de los Cielos y los bienaventurados Serafines celebran todos juntos tu gloria con transportes de júbilo. Te suplicamos, Señor, recibas nuestras voces con las suyas, diciéndote en humilde confesión:

PREFACIO DE LA CRUZ

Se dice en todas las Misas del Tiempo de Pasión, hasta Jueves Santo, y todas las Misas de la

Santa Cruz, de la Pasión, y de la Preciosa Sangre.

Este Prefacio celebra los triunfos de la Santa Cruz, o sea, su victoria sobre el pecado y sobre el

demonio, que había inducido al mal a nuestros primeros padres.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: Qui salutem humani generis in ligno Crucis constituisti: ut unde mors oriebatur, inde vita resurgeret; et qui in ligno vincebat, in ligno quoque vinveretur; per Christum Dominum Nostrum. Per quem majestatem tuam laudant Angeli, adorant, Dominationes, tremunt Potestates. Caeli, caelorumque Virtutes, ac beata Seraphim, socia exultatione concelebrant. Cum quibus et nostras voces, ut admitti jubeas, deprecamur, supplici confessione dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno, que pusiste la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que, de donde salió la muerte, de allí renaciese la vida; y el que en un árbol vencía, en un árbol fuese vencido; por Cristo nuestro Señor. Por quien los Ángeles alaban tu majestad, las Dominaciones la adoran, las Potestades la temen. Los Cielos, las Virtudes de los Cielos y los bienaventurados Serafines, con recíproca alegría la celebran. Rogámoste que con sus alabanzas recibas las nuestras, diciendo con humilde confesión:

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PREFACIO PASCUAL

Se dice en las Misas del Tiempo Pascual, excepto en las que tienen Prefacio propio.

Este Prefacio canta la victoria del verdadero Cordero Pascual, Jesús, sobre la muerte y sobre el

pecado.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare; Te quidem, Domine, omni tempore, sed in hac potisimum die gloriosus praedicare, cum Pascha nostrum immomlatus est Christus. Ipse enim verus est Agnus, qui abstulit peccata mundi. Qui mortem nostram moriendo destruxit, et vitam resurgendo reparavit. Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis exercitus, hymnum gloriae tuae canimus, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te alabemos, Señor en todo tiempo, pero principalmente con mayor magnificiencia en éste, en que Jesucristo inmolado es nuestra Pascua. Porque Él es el verdadero Cordero que quita los pecados del mundo. El cual muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando reparo nuestra vida. Por esto, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y Dominaciones y con todo el ejército de la milicia celestial, cantamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar:

PREFACIO DE LA ASCENSIÓN

Este prefacio, se dice el día de la Ascensión y durante toda la Octava, en las Misas que no

tienen Prefacio propio.

Después de recordar el objeto de la fiesta, el Prefacio nos propone la consideración de su fruto

especial: la participación de los fieles en la divinidad de Jesucristo, su Cabeza.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: per Christum Dominum Nostrum. Qui post resurrectionem suam omnibus discipulis suis manifestus apparuit, et ipsis cernentibus est elevatus in caelum, ut nos divinitatis suae tribueret esse participes. Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis exercitus, hymnum gloriae tuae canimus, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno; por Jesucristo nuestro Señor. Quien después de su resurrección se manifestó a todos sus discípulos, y subió a los Cielos en su presencia para hacerles participantes de su divinidad. Por tanto, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y Dominaciones, y con todo el ejército celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar:

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PREFACIO DE PENTECOSTÉS

Se dice desde la Vigilia de Pentecostés hasta el sábado siguiente, y en las Misas votivas del

Espíritu Santo.

Este Prefacio celebra los frutos del Espíritu Santo en el corazón de los fieles, y especialmente

su filiación adoptiva hecha por Dios en nuestro favor.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: per Christum Dominum nostrum. Qui asendes super omnes caelos, sedensque ad dexteram tuam, promissum Spiritum Sanctum hodierna die in filios adoptionis effudit. Quapropter profusis gaudiis, totus in orbe terrarum mundus exultat. Sed et supernae Virtutes, atque angelicae Potestates, hymnum glorae tuae concinunt, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno, por Jesucristo Nuestro Señor. El cual, subiendo a lo más alto de los Cielos y estando sentado a tu Diestra, derramó en este día sobre los hijos de adopción el Espíritu Santo que había prometido, Por lo cual, todo el orbe de la tierra se regocija con inmensa alegría. Entretanto, las Virtudes Celestiales y las Potestades angélicas cantan un himno a tu gloria, diciendo sin cesar:

PREFACIO DEL SAGRADO CORAZÓN

Se dice en la Fiesta del Sagrado Corazón y en su Octava.

Este Prefacio canta el amor infinito de Nuestro Señor para con la humanidad. Desde lo alto de

la Cruz derrama los torrentes de su misericordia sobre nosotros, nos sostiene en el dolor, nos

conforta en las pruebas, regenera nuestras almas caídas en el pecado y nos devuelve el Cielo

perdido.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus; Qui Unigenitum tuum in cruce pendentem lancea militis transfigi voluisti, ut apertum Cor, dininae largitatis sacrarium, torrentes nobis funderet miserationis et gratiae, et quod amore nostri flagrare numquam destitit, piis esset requies et poenitentibus pateret salutis refugium. Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis exercitus hymnum gloriae tuae canimus, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno; que quisiste que tu Unigénito, pendiente de la cruz, fuese atravesado por la lanza del soldado, para que su Corazón abierto, sagrario de tu liberalidad, derramase sobre nosotros los torrentes de la misericordia y de la gracia; y ya que nunca dejó de estar abrasado por nuestro amor, sea para las almas piadosas un lugar de descanso y un refugio de salvación abierto para los pecadores. Y por esto, los Ángeles y Arcángeles, con los Tronos y Dominaciones, y con todo el ejército de la corte celestial, cantamos el himno de tu gloria diciendo sin cesar:

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PREFACIO DE JESUCRISTO REY

Se dice en la fiesta de Cristo Rey.

Este Prefacio resalta los títulos de la Realeza de Jesucristo y los aspectos bajo los cuales se

concreta esta realeza en las almas.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: Qui Unigenitum Filium tuum Dominum nostrum Jesum Christum, Sacerdotem Aeternum et universorum Regem, oleo exultationis unxisti; ut seipsum in ara crucis, hostiam immaculatam et pacificam offerens, redempionis humanae sacramenta perageret: et suo subjectis imperio ómnibus creaturis, aeternum et universale regnum immensae tuae traderet Majestati: regnum veritatis et vitae; regnum sanctitatis et gratiae; regnum justitiae, amoris et pacis. Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Trhonis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis exercitus, hymnum gloriae tuae canimus, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno; Tú que ungiste con el óleo de la alegría a tu único Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote Eterno y Rey Universal, a fin de que ofreciéndose Él mismo como hostia inmaculada y pacífica en el ara de la Cruz, realizase el misterio de la Redención de los hombres; y habiendo sometido todas las criaturas a su imperio, devolvió a tu infinita majestad un eterno y universal reino: reino de verdad y de vida; reino de santidad y de gracia; reino de justicia, de amor y de paz. Por eso, en unión con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y Dominaciones, y con toda la corte celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar:

PREFACIO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Se dice en todas las fiestas de la Virgen, excepto en la Purificación y su vigilia.

Este Prefacio pone de relieve la perpetua Virginidad, y la divina Majestad de María Santísima.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: Et te in ***beatae Mariae Semper Virginis collaudare, benedicire et praedicare. Quae et Unigenitum tuum Sancti Spiritus obumbratione conceptit: et virginitatis gloria permanente, lumen aeternum mundo effudit, Jesum Christum Dominum Nostrum. Per quem majestatem tuam laudant Angeli, adorant Dominationes, tremunt Potestates. Caeli, caelorumque Virtutes, ac beata Seraphim, socia exultatione concelebrant. Cum quibus et nostras voces, ut admitti jubeas, deprecamur, supplici confesione dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre Omnipotente, Dios eterno; y alabarte y bendecirte en la ***, que después de haber concebido a tu único Hijo por virtud del Espíritu Santo, permaneciendo siempre Virgen, dio a luz a Jesucristo Nuestro Señor, luz eterna. Por quien los ángeles alaban tu majestad, las dominaciones la adoran, y las potestades la temen. Los cielos y las virtudes de los cielos, y los bienaventurados serafines, celebran juntos con gran regocijo tu gloria, Haz, Señor, que unamos nuestras alabanzas con las suyas, para cantarte sin cesar diciendo:

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*** Se añade el título de la fiesta

Et te in Annuntianione Et te in Visitatione Et te in Assumptione Et te in Nativitate Et te in Presentatione Et te in Concepcione Immaculata Et te in Transfixione Et te in Commemoratione Et te in Festivitate Et te in Veneratione

En la Anunciación En la Visitación En la Asunción En la Natividad En la Presentación En la Concepción Inmaculada En la Transfixión (en los siete dolores) En la Conmemoración (en la fiesta del Carmen) En la festividad (en otras fiestas) En la Veneración (en las fiestas votivas)

PREFACIO DE SAN JOSÉ

Se dice en todas las fiestas de San José.

En este Prefacio se celebra la fidelidad de San José en el cumplimiento de sus oficios de padre

putativo de Nuestro Señor y Esposo de la Santísima Virgen María.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: Et te in Festivitate beati Josep debitis magnificare praeconiis, benedicere et praedicare. Qui et vir justus, a te Deiparae Virgini Sponsus est datus; et fidelis servus ac prudens, super FAmiliam tuam est constitutus; ut Unigenitum tuum, Sancti Spiritus obumbratione conceptum, paterna vice custodiret, Jesum Christum Dominum nostrum. Per quem majestatem tuam laudant Angeli, adorant Dominationes, tremunt Potestates. Caeli, caelorumque Virtutes, ac beata Seraphim, socia exultatione concelebrant. Cum quibus et nostras voces, ut admitti jubeas, deprecamur, supplici confesione dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno. Y glorificarte, bendecirte y ensalzarte en la festividad del bienaventurado San José. Él fue el varón justo que diste por Esposo a la Virgen Madre de Dios: a Él le constituiste servidor fiel y prudente sobre tu familia, para que guardase con paternal solicitud a tu Unigénito Jesucristo, Nuestro Señor, concebido por obra del Espíritu Santo. Por quien los Ángeles alaban tu majestad, las dominaciones la adoran, las potestades la temen. Los Cielos y las Virtudes de los Cielos, y los bienaventurados Serafines, la celebran todos juntos. Te suplicamos Señor, que recibas nuestras voces con las suyas, diciendo sin cesar:

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PREFACIO DE LOS APÓSTOLES Y LOS EVANGELISTAS

Se dice en las fiestas de los Apóstoles y los Evangelistas, excepto en las fiestas que caen dentro

de la Octava de Navidad o su Vigilia.

Este Prefacio hace ver que el Pastor eterno, Jesucristo, no ha abandonado a su grey, sino que

la confió a los Apóstoles para que la guíen por el camino de la salvación.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare; Te, Domine, suppliciter exorare, ut gregem tuum, pastor aeterne, non deseras: sed per beatos Apostolos tuos, continua protectione custodias; Ut iisdem rectoribus gubernetur, quos operis tui vicarios eidem contulisti praesse pastores. Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis exercitus, hymnum gloriae tuae canimus, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, suplicarte humildemente, Señor, Pastor Eterno, que no desampares a tu grey, sino que, por la intercesión de los Santos Apóstoles, la guardes con tu continua protección; a fin de que sea gobernada por los mismos directores que Tú pusiste como pastores y vicarios de la obra que fundaste. Y por tanto, con los Ángeles y Arcángeles, con los Tronos y Dominaciones, y con todo el ejército celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar:

PREFACIO DE DIFUNTOS

Se dice en todas las misas de difuntos.

Este prefacio encierra en sí una visión consoladora. La muerte mata al cuerpo, pero no al alma:

la cual, libre de las ataduras de la materia, se lanza hacia Dios por la posesión del gozo eterno.

S/ Vere dignm et justum est, aequum et salutare, nos tibi Semper, et ubique gratias agere: Domine Sancte, Pater Omnipotens, Aeterne Deus: per Christum Dominum nostrum. In quo nobis spes beatae resurrectionis effulsit, ut quos contristat certa moriendi conditio, eosdem consoletur futurae immortalitatis promisio. Tuis enim fidelibus, Domine vita mutatur, non tolitur, et dissoluta terrestres hujus incolatus domo, aeterna in Caelis habitatio comparatur. Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis exercitus, hymnum gloriae tuae canimus, sine fine dicentes:

S/ Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar: Señor Santo, Padre omnipotente y Dios Eterno; por Cristo Señor nuestro. En el cual brilló para nosotros la esperanza de la feliz resurrección; para que a quienes entristece la obligación cierta de morir, consuele la promesa de la futura inmortalidad. Pues para tus fieles, Señor, la vida se cambia, pero no fenece, y al deshacerse la habitación de esta morada temporal, se adquiere la morada eterna de los Cielos. Y por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y Dominaciones, y con todo el ejército de la Corte Celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar:

Con las últimas palabras del prefacio, a un signo del maestro de ceremonias, el diacono y el

subdiácono se colocan a ambos lados del celebrante como de costumbre. El maestro de

ceremonias se retira entonces, baja hasta el plano y se dirige al lado de la Epístola haciendo

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genuflexión o inclinación profunda si no hay presencia real al pasar por el centro del altar. Una

vez allí, se coloca de pié, in plano, aproximadamente enfrente de la sacra de dicho lado,

mirando hacia el altar.

2. SANCTUS

Entonces, la Schola comienza a cantar el Sanctus, y la asamblea se pone de rodillas.

Los ceroferarios, llevando los ciriales encendidos, se colocan a ambos lados del frente del altar,

de cara al mismo, sobre el plano. Apoyan los ciriales en el suelo, sosteniéndolos ante ellos con

ambas manos, y si éstos no son altos, se arrodillan también.

Entonces, el diácono y el subdiácono se inclinan medianamente y recitan junto con el

celebrante el Sanctus en voz baja.

Sanctus, Sanctus, Sanctus Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt caeli, et terra gloria tua. Hosanna in excelsis.

Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los Ejércitos. Llenos están los cielos y la Tierra de tu gloria. Hosanna en las alturas.

Y enderezándose y santiguándose, prosiguen diciendo:

Benedictus qui venit in nomine Domini. Hosanna in excelsis.

Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.

Entonces el subdiácono busca en el Misal el comienzo del Canon y lo indica con la mano

izquierda al celebrante, tras lo cual se vuelve a su sitio, en la ínfima grada.

Al mismo tiempo, el diácono pasa a la izquierda del celebrante haciendo al cruzar por medio

genuflexión sobre el borde de la tarima o inclinación profunda si no hay presencia real. Ocupa

así el lugar dejado por el subdiácono, y desde allí asistirá al celebrante pasando las páginas del

Misal cuando fuese necesario hasta la consagración.

3. CANON DE LA MISA

Aquí comienza el canon, la oración misteriosa en la cual el cielo se inclina hasta nosotros y Dios

baja nuevamente a vivir con los hombres. El sacerdote se recoge dentro de sí, y acercándose el

sublime momento de la consagración, su oración se hace más secreta y más fervorosa.

a. PLEGARIA POR LA SANTA IGLESIA

El sacerdote celebrante levantando los brazos y los ojos hacia el crucifijo como para acercarse

lo más posible a Cristo y mejor identificar el calvario con el altar, vuelve a bajarlos al instante, y

profundamente inclinado apoyando sus dos manos unidas sobre el altar, reza en voz baja:

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S/ Te igitur, clementissime Pater, per Jesum Christum Filium tuum Dominum nostrum, supplices rogamus ac petimus,

S/ Te pedimos, pues, y humildemente te rogamos, oh Padre clementísimo, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,

Entonces, besa el centro del altar con las manos fuera de los corporales, se endereza de nuevo,

y mientras traza tres cruces sobre la hostia y el caliz con la mano derecha, prosigue diciendo:

uti accepta habeas, et benedicas, haec †

dona, haec † munera, haec † sancta sacrificia illibata, in primis, quae tibi offerimus pro Ecclesia tua sancta catholica: quam pacificare, custodire, adunare, et regere digneris toto orbe terrarum: unacum famulo tuo Papa nostro Benedicto, et Antistite nostro N. et omnibus orthodoxis, atque catholicae et Apostolicae fidei cultoribus.

que aceptes y bendigas estos † dones, estas

† ofrendas y estos † santos y puros sacrificios; que te ofrecemos, en primer lugar, por tu Santa Iglesia católica, para que te dignes darle la paz, guardarla, unificarla, y gobernarla en toda la redondez de la tierra, juntamente con tu siervo el Papa Benedicto, nuestro Prelado N., y todos los que profesan la verdadera fe católica y apostólica.

b. MEMENTO DE VIVOS

El sacerdote Celebrante extiende y junta las manos mirando al Crucifijo, y eleva ahora su

oración, por aquellos fieles que de una manera especial quiere encomendar a Dios, y por

todos los asistentes a la santa misa, para que también a ellos les sea aplicado el fruto del santo

sacrificio. Inclinando su cabeza, permanece un rato en esta posición en silencio, recordando a

aquellos por quienes tiene intención de orar.

El diacono se retira un poco al lado del evangelio.

Tras un rato de silencio, el sacerdote prosigue diciendo en voz baja con sus manos extendidas

a la altura de los hombros.

S/ Memento Domine famulorum, famularumque tuarum N. et N. et omnium circumstantium, quorum tibi fides cognita est, et nota devotio, pro quibus tibi offerimus: vel qui tibi offerunt hoc sacrificium laudis pro se, suisque omnibus: pro redemptione animarum suarum, pro spe salutis et incolumitatis suae : tibique reddunt vota sua aeterno Deo vivo et vero.

S/ Acuérdate, Señor, de tus siervos y siervas (N. y N....), y de todos los circunstantes, cuya fe y devoción te son conocidos; por los que te ofrecemos, o que ellos mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza, por sí y por todos los suyos, por la redención de sus almas, por su salvación y su conservación; y que también te tributan sus homenajes a Ti, Dios eterno, vivo y verdadero.

c. CONMEMORACIÓN DE LOS SANTOS

Y para que la oración de la Iglesia militante sea mejor atendida por Dios Padre, el sacerdote

invoca ahora la intercesión de la Stma. Virgen y de los Santos de la Iglesia triunfante, en cuyo

honor se ofrece también este Sacrificio. Cada vez que pronuncie el nombre de María, o del

santo en cuyo honor se celebra esta misa, el celebrante se inclinará hacia el misal. Cuando

pronuncie el nombre de Jesús, se inclinará al crucifijo.

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S/ Communicantes, et memoriam venerantes, in primis gloriosae semper virginis Mariae genitricis Dei et Domini nostri Jesu Christi: sed et beati Joseph, ejusdem virginis sponsi et beatorum Apostolorum ac martyrum tuorum, Petri et Pauli, Andreae, Jacobi, Joannis, Thomae, Jacobi, Philippi, Bartholomaei, Matthaei, Simonis et Thaddaei: Lini, Cleti, Clementis, Xysti, Cornelii, Cypriani, Laurentii, Chrysogoni, Joannis et Pauli, Cosmae et Damiani, et omnium sanctorum tuorum: quorum meritis precibusque concedas, ut in omnibus protectionis tuae muniamur auxilio

S/ Unidos por la comunión de los Santos y venerando , primeramente, la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, Señor y Dios nuestro, y la de tus bienaventurados Apóstoles y Mártires: Pedro y Pablo, Andrés, Santiago, Juan, Tomás, Santiago, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo, Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián, y de todos tus Santos; te pedimos, que por sus méritos e intercesión, nos concedas ser fortalecidos en todo con el auxilio de tu protección.

Y juntando de nuevo las manos ante el pecho, concluye la oración diciendo:

S/ Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.

S/ Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea

En este momento, si la Schola no termino aun de cantar el Sanctus, el sacerdote espera en

silencio. Al terminar, un acolito hace sonar una campanilla.

d. CONSAGRACIÓN

El turiferario se acerca al altar, del lado de la Epístola, llevando el incensario y la naveta, la cual

entrega al maestro de ceremonias para que imponga el incienso en el incensario.

A partir de este momento prevalece, pues, la vox secreta. Este silencio debe disipar nuestras

distracciones, en presencia de tan sublime misterio.

Entonces, cumplido el deber de caridad de encomendar a Dios la Iglesia militante y triunfante,

el Celebrante concentra toda la atención sobre el Cáliz y la Hostia, y extiende sobre ellos

ambas manos manteniendo sus pulgares unidos, como en otro tiempo hizo el sumo sacerdote

sobre la víctima del sacrificio, para descargar sobre Jesucristo todos nuestros pecados y

responsabilidades y constituirlo nuestra Víctima recordando así como sobre Jesús camino del

calvario fueron puestas todas nuestras iniquidades, mientras dice en silencio:

S/ Hanc igitur oblationem servitutis nostrae, sed et cunctae familiae tuae, quaesumus, Domine, ut placatus accipias : diesque nostros in tua pace disponas, atque ab aeterna damnatione nos eripi, et in electorum tuorum jubeas grege numerari.

S/ Te suplicamos, pues, Señor, que recibas propicio esta ofrenda de nuestra servidumbre, que es también la de toda tu familia: te la ofrecemos también por los que te has dignado regenerar con el agua y con el Espíritu Santo, dándoles el perdón de sus pecados; te pedimos Señor que pasemos en paz contigo, todos los días de nuestra vida, que nos veamos libres de la condenación eterna y seamos por Ti incluidos en el número de tus escogidos.

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Y juntando nuevamente las manos, concluye diciendo en silencio:

S/ Per Christum Dominum nostrum. Amen. S/ Por Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

Entonces el diácono pasa al lado de la Epístola, con genuflexión sobre la tarima o inclinación

profunda si no hay presencia real, y descubre el copón si hay que consagrarlo.

El sacerdote ruega nuevamente a Dios que bendiga la ofrenda del pan y el vino, y que obre

sobre ellas el gran milagro de la Transubstanciación. Para ello el sacerdote traza con su mano

derecha tres cruces sobre la hostia y el cáliz juntamente, seguidas de otras dos: una sobre la

hostia, y otra sobre el cáliz, mientras dice en silencio:

Quam oblationem tu, Deus, in omnibus,

quaesumus benedictam † adscriptam † ,

ratam † rationabilem, acceptabilemque

facere digneris: ut nobis Corpus † et

Sanguis † fiat dilectissimi Filii tui Domini nostri Jesu Christi.

Te suplicados, oh Dios, que te dignes hacer

esta ofrenda en todo bendita †, aprobada †,

confirmada †, razonable y agradable: de suerte que se convierta, para nuestro

provecho, en el Cuerpo † y Sangre † de tu muy amado Hijo Jesucristo, Nuestro Señor.

e. CONSAGRACIÓN Y ELEVACIÓN DE LA HOSTIA

Ha llegado el momento más solemne de la Santa Misa. Por orden del Señor se va a renovar la

última Cena.

"El Sacrificio que se ofrece sobre el altar - dice el Concilio de Trento - es el mismo que fue

ofrecido sobre el Calvario: es el mismo Sacerdote, la misma Víctima".

Aunque nuestro Señor se halla todo entero bajo cada una de las Especies consagradas, puesto

que ya no puede morir, el pan será transformado en el Cuerpo de Jesucristo y el vino en su

Sangre. De un modo incruento, aunque maravilloso, se hallará sobre el altar el monte Calvario,

en el cual la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor quedó separada de su sagrado Cuerpo.

El sacerdote deja por tanto de obrar como hombre, y comienza a actuar como Cristo. En este

momento, Él es Cristo: con su misma palabra, su mismo poder y su misma eficacia.

Entonces, el diacono se arrodilla al borde de la tarima y el subdiácono se arrodilla en su grada,

apoyando la patena sobre el pecho.

El Sacerdote purifica la extremidad de sus pulgares e índices de ambas manos, frotándolos

suavemente sobre los extremos anteriores del corporal. Y tomando entonces la Hostia por su

parte inferior, con el índice y pulgar de ambas manos, eleva sus ojos al cielo, y dando gracias a

Dios, traza con la mano derecha un signo de cruz sobre la hostia mientras la sostiene con la

izquierda, y se inclina profundamente apoyándose con los antebrazos en el altar y la cabeza

inclinada sobre la hostia que tiene en sus manos, mientras profiere en silencio las palabras de

consagración.

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QUI PRIDIE QUAM PATERETUR, ACCEPIT PANEM IN SANCTAS AC VENERABILES MANUS SUAS: ET ELEVATIS OCULIS IN COELUM AD TE DEUM PATREM SUUM OMNIPOTENTEM, TIBI GRATIAS AGENS,

BENEDIXIT †, FREGIT, DEDITQUE DISCIPULIS SUIS, DICENS: "ACCIPITE ET MANDUCATE EX HOC OMNES :

HOC EST ENIM CORPUS MEUM.

EL CUAL, LA VÍSPERA DE SU PASIÓN, TOMÓ UN PAN EN SUS SANTAS Y VENERABLES MANOS, Y LEVANTANDO LOS OJOS AL CIELO EN DIRECCIÓN A TI, OH DIOS, SU PADRE OMNIPOTENTE, DÁNDOTE LAS GRACIAS, LO

BENDIJO †, LO PARTIÓ U SE LO DIO A SUS DISCÍPULOS, DICIENDO: TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL

PORQUE ÉSTE ES MI CUERPO.

El misterio se ha realizado.

El sacerdote se endereza de nuevo, y acto seguido, manteniendo el ya Cuerpo de Cristo en sus

manos apoyadas sobre los corporales, lo adora por medio de una genuflexión.

El turiferario, que está de rodillas sobre la ínfima grada, se inclina profundamente ante el

Señor.

El acólito hace sonar la campanilla por primera vez.

El sacerdote eleva entonces el Cuerpo de Cristo sobre su cabeza, en línea recta sobre los

corporales y siguiéndolo con la mirada, lo ofrece a la adoración de todos los fieles, que miran

al Santo Cuerpo de Nuestro Señor y adorándole dicen en silencio con el apóstol Santo Tomás:

R/ Dominus meus et Deus meus R/ ¡Señor mío y Dios mío!

Mientras se realiza la elevación, el diacono, levanta un poco la parte inferior de la casulla del

Celebrante.

El turiferario, inciensa entonces el Santísimo Sacramento con tres golpes dobles.

El acólito hace sonar la campanilla por segunda vez.

Seguidamente, el sacerdote vuelve a dejar delicadamente sobre el corporal la hostia ya

convertida en el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, y hace de nuevo una genuflexión ante Él.

El acólito hace sonar la campanilla por tercera vez.

El diacono se levanta entonces, cubre el copón que también ha sido consagrado y descubre el

cáliz retirando la palia de encima. A continuación, se arrodilla de nuevo en su lugar.

Entonces, el sacerdote, se frota los índices y pulgares de ambas manos sobre la copa del cáliz.

En adelante, y hasta la ablución de los dedos, tendrá juntos los pulgares e índices de ambas

manos, para evitar que toquen otra cosa que no sea el Cuerpo de Cristo.

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f. CONSAGRACIÓN Y ELEVACIÓN DEL CÁLIZ

A continuación, y sin separar los dedos, toma el cáliz con la mano derecha por el nudo, y

sostiene con la izquierda su base. Lo levanta un poco, inclinando el cáliz hacia él, y traza una

cruz sobre éste con su mano derecha, haciendo a su vez inclinación de cabeza. Acto seguido,

sosteniendo de nuevo el cáliz con ambas manos, apoya los antebrazos sobre el altar e,

inclinándose profundamente, pronuncia en silencio sobre el cáliz las palabras de la

consagración:

SIMILI MODO POSTQUAM COENATUM EST, ACCIPIENS ET HUNC PRAECLARUM CALICEM IN SANCTAS AC VENERABILES MANUS SUAS: ITEM TIBI GRATIAS AGENS, BENEDIXIT U DEDITQUE DISCIPULIS SUIS, DICENS : "ACCIPITE ET BIBITE EX EO OMNES:

HIC EST ENIM CALIX SANGUINIS MEI, NOVI ET AETERNI TESTAMENTI: -MYSTERIUM FIDEI- QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS EFFUNDETUR IN REMISSIONEM PECCATORUM.

DE IGUAL MODO, AL TERMINAR LA CENA TOMÓ TAMBIÉN ESTE PRECIOSO CÁLIZ EN SUS SANTAS Y VENERABLES MANOS, Y DÁNDOTE DE NUEVO GRACIAS, LO BENDIJO, Y SE LO DIO A SUS DISCÍPULOS, DICIENDO: TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL:

PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO: -MISTERIO DE FE- QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS EN REMISIÓN DE LOS PECADOS.

Proferidas dichas palabras, el celebrante deposita el cáliz que contiene la ya Preciosísima

Sangre de Cristo sobre los corporales, se endereza y le adora con una genuflexión, que hace

apoyando ambas manos sobre los corporales, sin tocar el Sagrado Cuerpo de Cristo.

El turiferario se inclina profundamente.

El acolito hace sonar la campanilla por primera vez.

Tras levantarse, el celebrante toma de nuevo el cáliz, con la mano derecha por el nudo y con la

izquierda por el pié y acto seguido, lo eleva y lo ofrece a la adoración de los fieles, que miran

con devoción el Caliz con la Sangre que Nuestro Señor derramó en la cruz y la adoran

repitiendo en silencio:

R/ Dominus meus et Deus meus R/ ¡Señor mío y Dios mío!

El acolito hace sonar la campanilla por segunda vez.

El turiferario, inciensa el Santísimo Sacramento con tres golpes dobles.

El diacono sostiene la parte inferior de la casulla del celebrante mientras dura la elevación.

El sacerdote vuelve a dejar delicadamente sobre el corporal el caliz que contiene la Sangre de

Cristo. El diacono se levanta y lo cubre con la palia.

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Acto seguido ambos adoran al Santísimo con otra genuflexión. El turiferario se inclina

profundamente.

El acolito hace sonar la campanilla por tercera vez.

Ha terminado la consagración, Dios ha bajado sobre el altar y se ha ofrecido como víctima por

nosotros. Ya está obrado el milagro de la transubstanciación. Lo que hay ahora sobre el altar

ya no es pan ni vino, sino el verdadero Cuerpo y Sangre del Señor. Jesucristo está aquí vivo y

glorioso, como en el cielo.

La Víctima está inmolada sacramentalmente; el sacerdote va a ofrecerla al Padre, recordando

el encargo de Nuestro Señor y los principales misterios de la vida del Salvador: su Pasión,

resurrección y ascensión.

El sacerdote dice todavía:

HAEC QUOTIESCUMQUE FECERITIS IN MEI MEMORIAM FACIETIS

CUANTAS VECES HICIEREIS ESTO, HACEDLO EN MEMORIA MIA.

Este es el mandato de Nuestro Señor. Que se renueve siempre este sacrificio.

El sacerdote se encuentra cara a cara ante Dios, y presenta a Dios Padre a su Hijo inmolado

sobre el Altar como la expresión de la adoración más perfecta.

Terminada la consagración, todos los ministros se levantan. El diácono vuelve a pasar al lado

del Evangelio haciendo genuflexión al llegar. En seguida pasa la página del Misal, para que el

celebrante pueda seguir rezando en él la continuación del Canon.

El turiferario va a dejar el incensario en su lugar haciendo genuflexión si ha de cruzar por el

centro del altar.

La Schola puede tocar alguna pieza de órgano desde ahora hasta el fin del canon de la Misa.

g. OFRECIMIENTO DE LA VÍCTIMA

Hecha la adoración del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, el Sacerdote, con los

brazos extendidos hasta la altura de sus hombros, ofrece a Dios Padre tan preciosa Victima,

diciendo en silencio la siguiente oración.

S/ Unde et memores Domine, nos servi tui, sed et plebs tua sancta, ejusdem Christi Filii tui Domini nostri tam beatae passionis, nec non et ab inferis resurrectionis, sed et in coelos gloriosae ascensionis: offerimus praeclarae majestati tuae de tuis donis ac

datis, hostiam † puram, hostiam † sanctam,

hostiam † immaculatam, Panem † sanctum

vitae aeternae, et Calicem † salutis perpetuae.

S/ Por lo cual, oh Señor, acordándonos nosotros tus siervos y tu pueblo santo, así de la dichosa Pasión de tu mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo, como de su resurrección del sepulcro, y de su gloriosa Ascensión a los cielos: ofrecemos a tu Excelsa Majestad, de

entre tus dones y dádivas, una Hostia † pura, una Hostia † santa, una Hostia † inmaculada, el Pan † santo de la vida eterna

y el Cáliz † de perpetua salvación.

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Con estas últimas palabras, el sacerdote apoya su mano izquierda sobre los corporales

mientras traza con su mano derecha tres cruces sobre el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor

Jesucristo juntamente, y otras dos, una únicamente sobre el Sagrado Cuerpo y otra

únicamente sobre la Preciosísima Sangre.

Y con los brazos extendidos hasta la altura de los hombros, el celebrante prosigue orando a

Dios, para que se digne aceptar este sacrificio como recibió el de Abel, el de Abraham y el de

Melquisedec, a fin de que también nosotros podamos ser víctimas aceptables y propicias.

S/ Supra quae propitio ac sereno vultu respicere digneris: et accepta habere, sicuti accepta habere dignatus es munera pueri tui justi Abel, et sacrificium patriarchae nostri Abrahae: et quod tibi obtulit summus sacerdos tuus Melchisedech, sanctum sacrificium, immaculatam hostiam.

S/ Sobre las cuales ofrendas dígnate mirar con ojos favorables y semblante apacible, y aceptarlas como tuviste a bien aceptar los dones de tu siervo el inocente Abel, y es Sacrificio de nuestro Patriarca Abrahán, así como también el que te ofreció tu Sumo Sacerdote Melquisedec: sacrificio aquel santo, hostia inmaculada.

El sacerdote se inclina profundamente poniendo sus manos juntas sobre el borde del altar

tocando únicamente con los meñiques el frontal del mismo, y en esta posición recuerda que la

Hostia inmolada en el altar es aquel Cordero inmolado que está en el cielo sobre el altar de oro

"delante del Trono de Dios", la segunda persona de la Santísima Trinidad, Nuestro Señor

Jesucristo presente ante Él en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y que comulgar de tal Hostia

es sentarse en la mesa del Padre celestial, con quien Jesucristo nos ha reconciliado mediante el

sacrificio de la cruz y del altar. Por ello, profundamente conmovido por tan gran misterio, eleva

su oración al Padre, diciendo en silencio:

Supplices te rogamus, omnipotens Deus; jube haec perferri per manus sancti Angeli tui in sublime altare tuum, in conspectu divinae majestatis tuae: ut quotquot ex hac altaris participatione, sacrosanctum Filii tui

Corpus † et Sanquinem † sumpserimus omni

benedictione † coelesti et gratia repleamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.

Humildemente te suplicamos, oh Dios todopoderoso, que mandes transportar estas ofrendas por manos de tu santo Ángel a tu altar celestial y hasta el acatamiento de tu divina Majestad: a fin de que todos cuantos, comulgando en este altar,

recibiéremos el santo Cuerpo † y la Sangre † de tu Hijo, seamos colmados de todas las

bendiciones † y gracias celestiales. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amen.

Mientras dice esta oración, el sacerdote hace los siguientes gestos. Primero besa el altar, se

endereza de nuevo, y mientras apoya su mano izquierda sobre los corporales, traza con su

derecha la señal de la cruz, primero sobre el Sagrado Cuerpo y luego sobre la Preciosísima

Sangre de Nuestro Señor, y apoyando su mano izquierda bajo el pecho se santigua con su

derecha a la par que dice las últimas palabras de la oración. Al terminar, el sacerdote junta de

nuevo las manos ante el pecho.

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h. MEMENTO DE DIFUNTOS

El Sacerdote ruega a Dios por todas las almas que esperan en las llamas del purgatorio su

liberación y ser admitidas en el Reino de los cielos, para que la Sangre del Cordero divino

descienda sobre ellas. De esta manera son aliviadas durante el sacrificio ofrecido a su

intención.

Así pues el sacerdote extiende y junta las manos mirando al crucifijo, e inclinando su cabeza, a

la par que acerca sus manos juntas a su rostro, fija sus ojos en el Santísimo Sacramento y hace

mentalmente conmemoración de los difuntos por quienes debe y quiere orar.

El diacono, al igual que en el Memento de vivos, se aparta un poco al extremo del Evangelio,

volviéndose a acercar al misal cuando el sacerdote extienda de nuevo sus manos a la altura de

los hombros para proseguir con la oración.

S/ Memento etiam, Domine, famulorum famularumque tuarum (N. et N.) qui nos praecesserunt cum signo fidei, et dormiunt in somno pacis. P: Ipsis Domine, et omnibus in Christo quiescentibus, locum refrigerii, lucis et pacis, ut indulgeas, deprecamur, per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen

S/ Acuérdate también, Señor, de tus siervos y siervas (N...y N...) que nos han precedido con la señal de la fe y duermen el sueño de la paz. A ellos, oh Señor, y a todos los que descansan en Cristo, te rogamos los coloques en el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

Con la conclusión de esta oración, el sacerdote junta de nuevo las manos y hace una

inclinación de cabeza.

i. ORACIÓN POR TODOS LOS PECADORES

Cumplido el deber de caridad para con las almas dolientes del purgatorio, prosigue el

sacerdote dándose un golpe de pecho con la extremidad de los tres últimos dedos de la mano

derecha, y extendiendo sus manos de nuevo, une al recuerdo de la Iglesia purgante el de la

iglesia militante, pidiendo a la iglesia triunfante, es decir, a todos los santos, que rueguen por

todos los asistentes pecadores, que todavía están en peligro de condenarse para siempre.

S/ Nobis quoque peccatoribus famulis tuis, de multitudine miserationum tuarum sperantibus, partem aliquam et societatem donare digneris, cum tuis sanctis Apostolis et Martyribus: cum Joanne, Stephano, Matthia, Barnaba, Ignatio, Alexandro, Marcellino, Petro, Felicitate, Perpetua, Agatha, Lucia, Agnete, Caecilia, Anastasia, et omnibus sanctis tuis : intra quorum nos consortium, non aestimator meriti, sed veniae, quaesumus, largitor admitte. Per Christum Dominum nostrum. Amen.

También a nosotros, tus siervos pecadores, que confiamos en la abundancia de tu misericordia, dígnate darnos participación y entrada con tus Santos Apóstoles y Mártires: con Juan, Esteban, Matías, Bernabé, Ignacio, Alejandro, Marcelino, Pedro, Felicidad, Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia, y todos tus Santos: en cuya compañía te rogamos nos admitas, no en atención a nuestros méritos, sino por tu gran misericordia. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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El sacerdote junta de nuevo las manos, y apoyando la mano izquierda sobre los corporales,

traza tres veces la señal de la cruz sobre el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, mientras

concluye la oración diciendo:

Per quem haec omnia, Domine, semper

bona creas, sanctificas † vivificas †

benedicis † et praestas nobis

Por quien creas siempre, oh Señor, todos los

bienes, los santificas †, los vivificas †, los

bendices † y nos los otorgas.

Durante esta oración, el maestro de ceremonias se traslada al lado del evangelio pasando por

detrás del subdiácono y haciendo genuflexión al pasar por medio.

Con el verso de conclusión el diacono hace genuflexión, y pasa a la derecha del celebrante. El

maestro de ceremonias sube entonces al altar y se sitúa en el lugar que ha dejado el diácono, a

izquierda del celebrante.

j. DOXOLOGÍA FINAL

Entonces, el diacono descubre el cáliz con su derecha mientras sujeta su base con su izquierda,

y los tres hacen genuflexión ante el Santísimo Sacramento.

Acto seguido, el sacerdote toma con el índice y pulgar de su mano derecha la parte inferior de

la Santa Hostia, y con su izquierda el nudo del cáliz. El diacono apoya a su vez su mano derecha

sobre el pie del mismo.

El celebrante, traza con la Santa Hostia tres signos de Cruz sobre el cáliz, y otros dos entre el

cáliz y su pecho, a la misma altura que los primeros mientras recita en silencio la siguiente

oración.

PER IPSUM †, ET CUM IPSO †, ET IN IPSO † ,

EST TIBI DEO PATRI † OMNIPOTENTI, IN

UNITATE SPRITUS † SANCTI,

S/ POR ÉL †, Y CON ÉL †, Y EN ÉL †, A TI,

DIOS PADRE † OMNIPOTENTE, EN UNION

CON EL ESPÍRITU † SANTO

Y colocando la Santa Hostia por encima del cáliz, el celebrante eleva el Sacratísimo Cuerpo y la

preciosísima Sangre de Nuestro Señor mientras dice:

S/ OMNIS HONOR ET GLORIA. S/ SEAN DADOS TODO HONOR Y GLORIA.

El acolito hace sonar la campanilla.

Entonces, al dejar de nuevo el Sacratísimo Cuerpo y la preciosísima Sangre de Cristo contenida

en el Cáliz sobre el corporal en su respectivo lugar, el celebrante purifica los dedos sobre la

copa del cáliz. El diacono vuelve a cubrirlo con la palia, y los tres hacen genuflexión.

Entonces, el sacerdote, teniendo las manos extendidas y apoyadas sobre los corporales canta

en vox clara la conclusión del canon.

S/ Per omnia saecula saeculorum. S/ Por todos los siglos de los siglos.

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La Schola y la asamblea responden cantando:

R/ Amen. R/ Amén.

En este amén se expresa la participación de los fieles y su adhesión al sacrificio de Cristo que

acaba de renovarse sobre el altar.

III. COMUNIÓN

Todos se ponen en pie, y se prosigue con las oraciones preparatorias para la comunión.

La victima inmolada no es solamente sacrificio, es también alimento de nuestras almas, como

nos recordaba Nuestro Señor en el Evangelio según San Juan capítulo 6: “si no comiereis la

carne del Hijo del hombre y no bebieres su sangre, no tendréis vida en vosotros”.

1. PATER NOSTER

Jesús es la vida de nuestra alma, y es preciso que los fieles se preparen para recibirla

dignamente, repitiendo la oración que Nuestro Señor mismo nos enseñó, para que con el pan

temporal, nos dé también el pan del alma y nos perdone nuestros pecados.

De este modo, el sacerdote, juntando las manos ante el pecho e inclinando la cabeza, canta en

voz alta:

S/ Oremus. Praeceptis salutaribus moniti, et divina institutione formati, audemus dicere :

S/ Oremos. Teniendo en cuenta la orden del Señor y aleccionados por el divino Maestro, nos atrevemos a exclamar:

El diácono hace genuflexión y va a ponerse detrás del celebrante, el cual, extendiendo sus

manos a la altura de los hombros, prosigue cantando:

S/Pater noster, qui es in Coelis ; sanctificetur Nomen tuum ; adveniat Regnum tuum: fiat Voluntas tua sicut in Coelo et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem.

S/ Padre nuestro, que estás en los Cielos. Santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación.

La Schola y la asamblea responden cantando:

S/ Sed libera nos a malo. R/ Mas líbranos del mal

Mientras se canta esta respuesta, el diácono y el subdiácono hacen genuflexión y suben a la

tarima. El diácono se coloca a la derecha del celebrante y el subdiácono a la derecha del

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diácono. El primer acólito sube también a la tarima y se coloca a la derecha del subdiácono,

haciendo una genuflexión antes de subir.

El subdiácono entrega la patena al diácono, tras lo cual se quita el velo humeral con la ayuda

del primer acólito, hace genuflexión junto con el acólito y vuelve a colocarse en los escalones

bajos, detrás del celebrante. El acólito, a su vez, llevando el humeral, se dirige hacia la

credencia donde, con la ayuda del segundo acólito, pliega el velo humeral y lo deja en su lugar.

El diácono que tomó la patena con su mano derecha, la pasa a su izquierda, y con la derecha

toma el purificador con el que la limpia. En seguida, la rodea con el purificador y la sostiene

con ambas manos tocando el purificador apoyándola verticalmente sobre su canto encima del

altar, cerca de los corporales y con la parte cóncava mirando al celebrante.

Entonces el diacono se inclina y besa la patena.

En ese momento, el celebrante, poniendo su mano derecha sobre el borde superior de la

patena, mientras apoya su izquierda sobre los corporales, dice en voz baja:

S/ Amén. S/ Así sea.

El diacono, besa entonces la mano del celebrante que se encuentra sobre la patena, y acto

seguido el celebrante, dice en voz baja:

S/ Libera nos, quaesumus Domine, ab omnibus malis praeteritis, praesentibus, et futuris: et intercedente beata et gloriosa semper Virgine Dei Genitrice Maria, cum beatis Apostolis tuis Petro at Paulo, atque Andrea, et omnibus sanctis,

S/ Líbranos, Señor, de todos los males pasados, presentes y futuros; y por la intercesión de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Dios, y de tus bienaventurados Apóstoles San Pedro, San Pablo y San Andrés, y todos los demás Santos,

Y signándose con la patena prosigue diciendo:

da propitius pacem in diebus nostris; danos bondadosamente la paz en nuestros días;

Entonces el celebrante besa la patena y la desliza bajo el Sacratísimo Cuerpo de Cristo sin

tocarlo. Entonces el diacono descubre el cáliz mientras el celebrante concluye la oración

diciendo:

ut ope misericordiae tuae adjuti, et a peccato simus semper liberi, et ab omni perturbatione securi.

a fin de que, asistidos con el auxilio de Tu misericordia, estemos siempre libres de pecado y al abrigo de cualquier perturbación.

En este momento, el celebrante, el diacono y el maestro de ceremonias hacen una

genuflexión.

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2. FRACCIÓN DE LA SANTA HOSTIA

El celebrante toma entonces el sacratísimo Cuerpo de Cristo con el pulgar y el índice derechos,

lo levanta y lo lleva hasta encima del cáliz, donde lo toma también con el índice y pulgar

izquierdos. Sosteniéndolo así, con ambas manos sobre la copa del cáliz que contiene la

Preciosísima Sangre, procede a la fracción de la Santa Hostia, mientras dice en voz baja:

S/ Per eumdem Dominum nostrum Jesum Christum Filium tuum. Qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti Deus.

S/ Por el mismo Jesucristo, Señor nuestro e Hijo tuyo, que, Dios como es, contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo.

La fracción de la Santa Hostia se lleva a cabo del siguiente modo. En primer lugar, la va

partiendo respetuosamente por el medio, en línea recta. Entonces, posa el fragmento derecho

sobre la patena. Después parte el trocito inferior del fragmento izquierdo que mantiene en su

mano derecha sobre el caliz. Devuelve entonces, el fragmento izquierdo a la patena.

Entonces, el celebrante, posa entonces su mano izquierda sobre el nudo del caliz y

sosteniendo la partícula con la mano derecha sobre la copa del mismo, canta en voz clara:

S/ Per omnia saecula saeculorum. S/ Por los siglos de los siglos.

La Schola y la asamblea responden cantando:

R/ Amen. R/ Amén.

Seguidamente, el sacerdote traza tres cruces con la partícula sobre la copa del cáliz mientras

desea a los fieles que gocen de la paz de Cristo, cantando:

S/ Pax † Domini sit † semper vobiscum †. S/ La paz † del Señor sea † siempre con

vosotros †.

El maestro de ceremonias se desplaza entonces hacia el lado del evangelio, y el subdiácono

ocupa su lugar, a la izquierda del celebrante, mientras la Schola y la Asamblea le responden

cantando:

R/ Et cum spiritu tuo. R/ Y con tu espíritu.

Entonces, el celebrante deja caer la partícula en la preciosísima Sangre, mientras dice en

silencio:

S/ Haec commixtio et consecratio Corporis et Sanguinis Domini nostri Jesu Christi fiat accipientibus nobis in vitam aeternam. Amen.

S/ Que esta mezcla de los elementos consagrados del Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, nos aproveche a quienes la recibimos, para la vida eterna. Así sea

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Al juntar en el cáliz el Sacratísimo Cuerpo y la Preciosísima Sangre de Cristo se está

prefigurando su resurrección y su unión con los fieles.

Tras esto, el celebrante se purifica los dedos sobre el cáliz. El diacono cubre el cáliz con la palia,

y acto seguido, los cuatro hacen genuflexión al mismo tiempo.

3. AGNUS DEI

Entonces, el maestro de ceremonias, desciende de la tarima del altar, y va a colocarse de pie,

in plano en el lado de la epístola, de cara al altar.

La Schola comienza entonces a cantar el Agnus Dei, que cubrirá las oraciones preparatorias a la

comunión.

Mientras tanto, el celebrante, el diácono y el subdiácono, los tres medianamente inclinados

recitan en voz baja el Agnus Dei, dándose tres golpes de pecho, uno al final de cada verso.

Esta oración está compuesta con las palabras que empleó San Juan Bautista al señalar a los

judíos el Mesías que los iba a salvar. Por medio de ella, la Iglesia pide al Señor su divina

misericordia para que perdonados nuestros pecados y recibida en nuestra alma la paz que solo

el Señor puede proporcionar, podamos participar dignamente de los sagrados misterios

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo ¡ten misericordia de nosotros! Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo ¡ten misericordia de nosotros! Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo ¡danos la paz!

Terminado el Agnus Dei, el diácono se pone de rodillas sobre el borde de la tarima, a la

derecha del celebrante (de cara al frontal del altar).

Al mismo tiempo, el subdiácono hace genuflexión a la izquierda del celebrante y vuelve a su

lugar, detrás del mismo.

Toda la asamblea se arrodilla para prepararse para la comunión.

4. ORACIÓN POR LA PAZ

El celebrante comienza entonces a recitar inclinado y en voz baja la primera oración de

preparación para la comunión, que pide al Señor su paz para nuestras almas.

S/ Domine Jesu Christe, qui dixisti Apostolis tuis: pacem relinquo vobis, pacem meam do vobis: ne respicias peccata mea, sed fidem Ecclesiae tuae; eamque secundum voluntatem tuam pacificare et coadunare digneris. Qui vivis et regnas Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen.

S/ Señor Jesucristo, que dijiste a tus Apóstoles: Mi paz os dejo, mi paz os doy; no te fijes en mis pecados, sino en la fe de tu Iglesia, a la cual dígnate pacificarla y unirla conforme a tu voluntad. Tú que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Así sea.

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Cuando el celebrante se incorpora, el diácono se levanta y se sitúa de nuevo junto a él con las

manos juntas ante el pecho.

5. SIGNO DE PAZ

El celebrante, besa el altar que simboliza a Cristo, con las manos apoyadas sobre él y recibe de

Nuestro Señor la paz que ha pedido. Acto seguido el celebrante, da el ósculo de paz al diácono

para hacerle partícipe de la misma, mientras le dice:

S/ Pax vobiscum. S/ La Paz sea contigo.

El diacono responde:

D/ Et cum spiritu tuo. D/ Y con tu espíritu.

Y tras saludar al celebrante con inclinación de cabeza, el diacono hace genuflexión hacia el

Santísimo, desciende del altar, y le lleva la paz de Cristo al subdiácono dándole el ósculo de

paz. Tras lo cual, vuelve a subir a la tarima del altar, pero esta vez se coloca a la izquierda del

celebrante, junto al Misal para asistirle hasta después de la comunión.

El subdiácono, habiendo recibido la paz de Cristo, hace genuflexión y, acompañado por el

maestro de ceremonias (que marcha a su izquierda) va a llevar la paz al clero que

eventualmente asiste en el coro. De vuelta al altar, con el maestro de ceremonias a su

derecha, hace genuflexión sobre la ínfima grada, da el ósculo de paz al maestro de ceremonias

y tras saludarse con inclinación de la cabeza, sube a la tarima del altar, esta vez a la derecha

del celebrante.

Por su parte, El maestro de ceremonias lleva la paz de Cristo al primer acólito, el cual a su vez

la da al segundo acólito, quien, por su parte la da al turiferario. A continuación el maestro de

ceremonias se coloca in plano, al extremo del lado de la Epístola, ante la ínfima grada del altar.

Hay que destacar que este signo de paz no es un saludo mutuo, sino que es la paz de Cristo la

que se va llevando desde el altar, hasta el último de los acólitos.

Los fieles no reciben el signo de paz en ningún momento, ni se dan la paz entre sí, ya que nadie

fuera de Cristo puede proporcionar la paz a las almas.

6. ORACIÓN PREPARATORIA PARA LA COMUNIÓN DEL CELEBRANTE

Entretanto, el celebrante, inclinado y con sus dos manos juntas tocando el altar, prosigue

recitando en silencio las oraciones preparatorias para la comunión, por medio de las cuales

pide la perseverancia, la unión íntima con Dios, el horror para la comunión sacrílega y la

humildad necesaria para recibir al Señor. Los fieles se unen en oración a estas intenciones.

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S/ Domine Jesu Christe, Fili Dei vivi, qui ex voluntate Patris cooperante Spritu Sancto, per mortem tuam mundum vivificasti: libera me per hoc sacrosanctum Corpus et Sanguinem tuum ab omnibus iniquitatibus meis et universis malis: et fac me tuis semper inhaerere mandatis: et a te nunquam separari permittas : qui cum eodem Deo Patre et Spiritu Sancto vivis et regnas Deus in saecula saeculorum. Amen.

Perceptio Corporis tui, Domine Jesu Christe, quod ego indignus sumere praesumo, non mihi proveniat in judicium et condemnationem : sed pro tua pietate prosit mihi ad tutamentum mentis et corporis, et ad medelam percipiendam. Qui vivis et regnas cum Deo Patre in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen.

S/ Oh Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que, por voluntad del Padre y con la cooperación del Espíritu Santo, diste la vida al mundo por tu muerte: líbrame, por tu sagrado Cuerpo y Sangre de todas mis iniquidades y de todos los demás males, y haz que cumpla siempre tus mandamientos y no permitas que jamás me aparte de Ti, quien siendo Dios, vives y reinas con el mismo Dios Padre y con el Espíritu Santo, Por los siglos de los siglos. Así sea.

La comunión de tu Cuerpo, Señor Jesucristo, que yo indigno me atrevo a recibir ahora, no se me convierta en motivo de juicio y condenación; sino que, por tu misericordia, me sirva de protección para alma y para cuerpo y de medicina de salvación. Tú, que siendo Dios, vives y reinas con Dios Padre en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Así sea.

7. COMUNIÓN DEL CELEBRANTE

Llega el momento de la Comunión del Celebrante.

COMUNIÓN DEL SANTÍSIMO CUERPO DE CRISTO

Para ello, el sacerdote apoyando ambas manos sobre los corporales, hace una genuflexión

junto con sus ministros, y al levantarse dice en silencio:

Panem coelestem accipiam et nomen Domini invocabo.

Recibiré el Pan celestial, e invocaré el Nombre del Señor.

El sacerdote toma entonces las dos partes de la Santa Hostia juntas entre el pulgar e índice de

la mano izquierda, y con los otros tres dedos de esa misma mano, sostiene la patena bajo ella.

E inclinado, con su mirada fija en el Santísimo Cuerpo de Cristo, el sacerdote se golpea el

pecho tres veces con su mano derecha confesando su iniquidad mientras dice en silencio:

S/ Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum: sed tantum dic verbo, et sanabitur anima mea. Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum: sed tantum dic verbo, et sanabitur anima mea. Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum: sed tantum dic verbo, et sanabitur anima mea.

S/ Señor, yo no soy digno de que entres en mi pobre morada, mas di una sola palabra y mi alma se salvará. Señor, yo no soy digno de que entres en mi pobre morada, mas di una sola palabra y mi alma se salvará. Señor, yo no soy digno de que entres en mi pobre morada, mas di una sola palabra y mi alma se salvará.

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Entonces, coloca los dos fragmentos de la Santa Hostia uno sobre el otro tomándolos con su

mano derecha y se signa con ellos manteniendo la patena por debajo con su mano izquierda,

mientras dice en silencio:

S/ Corpus Domini nostri Jesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen.

S/ El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Así sea.

El celebrante posa entonces los antebrazos sobre el altar e inclinándose profundamente,

comulga reverentemente sobre la patena.

Mientras comulga, el diacono y el subdiácono se inclinan retirándose un poco hacia los

extremos del altar.

Acto seguido el sacerdote posa la patena, junta las manos, se endereza y permanece unos

instantes recogido con las manos juntas ante el rostro.

COMUNIÓN DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE CRISTO

Entonces, a un signo de su parte, el subdiácono descubre el cáliz quitándole la palia.

El celebrante y los ministros sagrados hacen otra genuflexión.

El sacerdote toma entonces la patena y recoge con ella las partículas de hostia que hubieran

podido caer sobre el corporal. Y elevando la patena sobre la copa del cáliz, la purifica sobre

éste, con el pulgar o índice derechos, mientras la sostiene con la mano izquierda. Después

purifica sus dedos.

Mientras hace esto, se prepara a consumir la Preciosísima Sangre de Cristo, diciendo en

silencio:

Quid retribuam Domino pro omnibus quae retribuit mihi? Calicem salutaris accipiam, et nomen Domini invocabo Dominum, et ab inimicis meis salvus ero.

¿Con que corresponderé yo al Señor por todo cuanto Él me ha dado? Sumiré el Cáliz de salvación e invocaré al Señor con cánticos de alabanza, y quedaré libre de mis enemigos.

Entonces, sin soltar la patena, toma con su mano derecha el cáliz, y se signa con él diciendo en

silencio:

Sanguis Domini nostri Jesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen.

La Sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna.

Y colocando la patena bajo el cáliz, sume la preciosísima Sangre de Nuestro Señor y el

fragmento de la Santa Hostia que contenía.

Posa entonces la patena y el cáliz sobre los corporales, y el subdiácono cubre el cáliz de nuevo.

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El diacono y el subdiácono hacen genuflexión ante el Santísimo e intercambian posiciones

pasando cada uno por su grada, y haciendo ambos una nueva genuflexión al llegar.

Seguidamente, el diácono retira la sacra del medio y abre la puerta del sagrario.

El celebrante con sus ministros hacen genuflexión.

Entonces el diácono retira el copón del sagrario, lo pone sobre los corporales, entorna la

puerta del Sagrario y descubre el copón poniendo la tapa fuera de los corporales.

Todos hacen una nueva genuflexión.

El diácono y el subdiácono se retiran, cada uno al extremo del lado que ocupa. Bajan de la

tarima al primer escalón, y se colocan mirando el uno hacia el otro con las manos juntas ante

el pecho. El celebrante queda en el centro mirando al altar.

8. ORACIONES PREPARATORIAS PARA LA COMUNIÓN DE LOS FIELES

Llega el momento de la comunión de los fieles, y para recibirle con las debidas disposiciones

comenzarán pidiendo perdón al Señor, junto con los ministros, por sus pecados, para que sus

almas sean purificadas de todo pecado venial.

Quien en ese momento se encuentre en pecado mortal, hará juntamente con el acto de

contrición el propósito de no pecar en adelante, mudar de vida, y confesarse tan pronto como

pueda para recuperar el estado de gracia.

Entonces los ministros y la asamblea se inclinan hacia el Señor y se unen al diacono, mientras

éste canta el confiteor:

D/ Confiteor Deo omnipotenti, beatae Mariae semper Virgini, beato Michaeli Archangelo, beato Joanni Baptistae, Sanctis Apostolis Petro et Paulo, omnibus Sanctis, et tibi Pater; quia peccavi nimis cogitatione, verbo et opere, (dándose tres golpes de pecho) mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa; Ideo precor beatam Mariam semper Virginem, beatum Michaelem Archagelum, beatum Joannem baptistam, sanctis Apostolos, Petrum et Paulum, omnes Sanctos, et te Pater, orare pro me ad Dominum Deum nostrum.

D/ Yo, pecador, me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado San Miguel Arcángel, al bienaventurado San Juan Bautista, a los santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, a todos los Santos y a vos, Padre; que pequé gravemente con el pensamiento, palabra, y obra, (dándose tres golpes de pecho) por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Por tanto, ruego a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado San Miguel arcángel, al bienaventurado San Juan Bautista, a los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, a todos los Santos, y a vos, Padre, que roguéis por mí a Dios nuestro Señor.

Terminada esta oración, el celebrante hace genuflexión, se vuelve hacia el diácono que, con las

manos juntas ante el pecho, representa a la asamblea, y canta en voz audible.

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S/ Misereatur vestri Omnipotens Deus, et dimissis pecatis vestris, perducat vos ad vitam aeternam.

S/ Dios Todopoderoso tenga misericordia de vosotros, y perdonados vuestros pecados, os lleve a la vida eterna.

Los ministros responden cantando:

R/ Amen. R/ Así sea.

El celebrante traza entonces, con su mano derecha un signo de cruz en dirección al diácono,

mientras canta:

S/ Indulgentiam, absolutionem † et remissionem peccatorum nostrorum, tribut nobis omnipotens, et misericors Dominus.

S/ El Señor todopoderoso y misericordioso

os conceda la absolución † y el perdón de vuestros pecados.

Los ministros se santiguan y responden:

R/ Amen. R/ Así sea.

Tras lo cual, los ministros se enderezan y vuelven a ponerse a los lados del celebrante. Los tres

hacen de nuevo genuflexión ante el Señor.

El diácono toma entonces la patena con su mano derecha. El celebrante, a su vez, toma el

copón por el nudo con la mano izquierda y una Partícula con el índice y el pulgar derechos, que

mantiene suspendida sobre el copón.

Acto seguido, el celebrante y sus ministros se vuelven hacia los fieles.

El diácono y el subdiácono se arrodillan sobre el borde de la tarima, a ambos lados del

celebrante y mirando hacia el altar.

El celebrante, manteniendo el copón con la mano izquierda a la altura del pecho y suspendida

sobre él, con su derecha, el Santísimo Cuerpo de Cristo, lo muestra al pueblo, señalándole a su

Salvador con las Palabras de San Juan Bautista:

S/ Ecce Agnus Dei, ecce qui tolli peccata mundi

S/ He aquí el Cordero de Dios, He aquí el que quita los pecados del mundo.

Y reconociendo su iniquidad, la asamblea junto con los ministros, dándose tres golpes de

pecho, responden diciendo:

R/ Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum; sed tantum dic verbo et sanabitur anima mea.

Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum; sed tantum dic verbo et sanabitur anima mea.

Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum; sed tantum dic verbo et sanabitur anima mea.

R/ Señor, yo no soy digno de que entres en mi pobre morada, mas di una sola palabra y mi alma se salvará.

Señor, yo no soy digno de que entres en mi pobre morada, mas di una sola palabra y mi alma se salvará.

Señor, yo no soy digno de que entres en mi pobre morada, mas di una sola palabra y mi alma se salvará.

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9. COMUNIÓN DE LOS MINISTROS SAGRADOS, ACOLITOS Y EL CLERO

A continuación el celebrante da la Sagrada Comunión a los Ministros sagrados, acólitos y al

clero que participa en la celebración diciendo de cada vez:

Corpus Domini nostri Jesu † Christi custodiat animam tuam in vitam aeternam. Amen.

S/ El Cuerpo de Nuestro Señor † Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna. Así sea

Comienza dando la comunión al diácono, que sostiene la patena con ambas manos bajo su

mentón, diciendo:

Después la da al subdiácono, sosteniendo el diácono la patena bajo su mentón.

Acto seguido ambos se levantan y, cruzándose por delante del celebrante sin genuflexión, se

sitúan a su lado correspondiente: el diácono a la derecha y el subdiácono a la izquierda del

celebrante.

Los ministros inferiores que deseen comulgar lo harán a continuación, en el altar, arrodillados

sobre el borde de la tarima o sobre el escalón más próximo a ella. Allí también recibirán

seguidamente la comunión los clérigos que deseen recibirla.

10. COMUNIÓN DE LOS FIELES

A continuación el celebrante, con los ministros sagrados a ambos lados y precedido por el

maestro de ceremonias, que cuidará de no marchar directamente ante él, sino un poco a su

derecha, para no dar la espalda al Santísimo, se dirige al comulgatorio, donde le estarán

esperando los fieles de rodillas.

El sacerdote, empezando por el lado de la Epístola, y yendo hasta el del Evangelio, les

distribuye la comunión en la boca, diciendo de cada vez:

Corpus Domini nostri Jesu † Christi custodiat animam tuam in vitam aeternam. Amen.

S/ El Cuerpo de Nuestro Señor † Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna. Así sea

El diacono, siempre a la derecha del celebrante, sostiene la patena bajo el mentón de los

comulgantes. El subdiácono marcha a la izquierda, y el maestro de ceremonias les acompaña

un poco por detrás de éstos, a la derecha, cuidando que todo se desarrolle con orden.

Al llegar al lado del Evangelio, el sacerdote, deja de distribuir la Santa Comunión y se vuelve

directamente hasta el lado de la Epístola, donde comenzará de nuevo. Hará éste movimiento

cuántas veces sea necesario, hasta dar la comunión a los fieles que estén en disposición de

recibirla.

Los fieles que se encuentren en pecado mortal, tremendamente humillados y arrepentidos de

sus pecados, que los han apartado del Banquete Celestial, se limitarán a hacer una comunión

espiritual, agradeciendo al Señor el que los haya mantenido con vida para poder salir del

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terrible estado en el que se encuentran, y le pedirán las fuerzas necesarias para dejar atrás

para siempre el pecado que los hizo reos del infierno.

11. RITO DE CONCLUSIÓN

Concluida la distribución de la santa comunión, el celebrante vuelve al altar junto con sus

ministros sagrados, los cuales cruzando por detrás de éste, se colocan en sus respectivos

puestos, y le ayudan a subir las gradas alzando ligeramente la parte anterior de su alba. El

maestro de ceremonias, que marcha tras ellos, se arrodilla al extremo del lado de la Epístola,

sobre la ínfima grada.

Llegados ante el altar, el celebrante coloca el copón sobre los corporales mientras el diácono

deposita sobre ellos la patena. Seguidamente los tres hacen genuflexión (el celebrante,

apoyando ambas manos sobre los corporales, y el diácono y el subdiácono, sosteniendo al

celebrante con una mano por sus codos y manteniendo la otra sobre su pecho.

Entonces, el diácono recubre el copón, abre el sagrario, coloca el copón dentro de él y entorna

la puerta del sagrario. Acto seguido el celebrante y los ministros vuelven a hacer genuflexión.

El diácono cierra con llave la puerta del sagrario y vuelve a poner la sacra central en su sitio.

Hecho esto, el sacrificio está completo: Nuestro Señor se ha ofrecido por nosotros, y se ha

dado por nuestra comida. Mientras el sacerdote procede a las abluciones, los fieles todavía de

rodillas agradecen al Señor de corazón el haberle recibido sacramentalmente.

12. ABLUCIONES

La Schola, que ha acompañado con una melodía de órgano la distribución de la Santa

Comunión, comienza a entonar el Communio, que acompañará al resto de los ritos hasta las

oraciones finales.

Entonces el sacerdote, purifica sobre el cáliz, la patena o la bandeja empleada en para la

distribución de la santa comunión.

El diácono y el subdiácono se cruzan por detrás del celebrante haciendo genuflexión al pasar

por medio y se cambian de lugar.

El primer acólito lleva las vinajeras sobre el platillo hasta el altar, depositándolas sobre él en el

lado de la Epístola.

El subdiácono toma con su mano derecha la vinajera del vino, vierte un poco sobre el cáliz sin

sacarlo de los corporales, y se lo presenta al celebrante, el cual, lo mueve en forma circular

para que el vino, al pasar por las paredes de la copa del cáliz, pueda purificar los restos de la

Sangre de Cristo que han podido quedar adheridos a ellas.

Entretanto el celebrante, agradece al Señor los beneficios recibidos por la Santa Comunión,

diciendo en voz baja:

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S/ Quod ore sumpsimus Domine, pura mente capiamus: et de munere temporali fiat nobis remedium sempiternum.

S/ Lo que hemos recibido, oh Señor, con la boca, acojámoslo con alma pura; y este don temporal se convierta para nosotros en remedio sempiterno.

El celebrante, toma entonces en su mano izquierda la patena, y colocándola bajo su mentón,

sume el contenido del cáliz que sostiene con su derecha. Tras esto, deposita la patena sobre el

corporal hacia un lado.

Seguidamente, el subdiácono toma la vinajera del agua sin soltar la del vino.

A continuación, el sacerdote, coloca los pulgares e índices unidos sobre la copa del cáliz, y

sacándolo del corporal hacia el lado de la Epístola, lo acerca al subdiácono, el cual, derrama

sobre ellos primero el vino y luego el agua.

Mientras el agua y el vino caen sobre sus dedos el celebrante los frota suavemente entre sí,

diciendo entre tanto en voz baja:

S/ Corpus tuum, Domine, quod sumpsi, et Sanguis, quem potavi, adhaereat visceribus meis: et praesta, ut in me non remaneat scelerum macula, quem pura et sancta refecerunt sacramenta. Qui vivis et regnas in saecula saeculorum. Amen.

S/ Tu Cuerpo Señor, que he comido, y tu sangre que he bebido, se adhieran a mis entrañas; y haz que ni mancha de pecado quede ya en mí, después de haber sido alimentado con un tan santo y tan puro Sacramento: Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Así sea.

Tras esto, el subdiácono vuelve a poner las vinajeras sobre el platillo, que será llevado a la

credencia por el acólito. Entonces, toma el purificador, y lo pone sobre los índices y pulgares

del celebrante que mantiene sobre la boca del cáliz.

En seguida, el sacerdote desplaza al centro del altar el cáliz y lo deposita sobre los corporales

para secar con el purificador las puntas de sus dedos. A partir de entonces el celebrante ya no

conserva unidos los índices con los pulgares.

Hecho esto, el celebrante toma de nuevo el cáliz por el nudo con la mano derecha, y colocando

el purificador con la mano izquierda bajo el mentón, dejándolo colgar sobre el dorso de la

mano, consume el contenido del cáliz.

Acto seguido, deposita el cáliz sobre los corporales, y con el purificador, se enjuga los labios.

Terminado lo cual, deja el purificador sobre el cáliz.

A continuación el subdiácono pasa a la izquierda del celebrante, al mismo tiempo que el

diácono, tomando el atril con el Misal encima, va a llevarlo al lado de la Epístola. Ambos se

cruzan cada uno por su grada y hacen juntos la genuflexión al pasar por el medio, justo detrás

del celebrante. El segundo acólito toma de la credencia el velo del cáliz, hace genuflexión al

pasar por el medio del altar y va a llevárselo al subdiácono hasta el lado del Evangelio,

depositándolo sobre el altar.

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13. COMMUNIO

El celebrante, con las manos juntas ante el pecho, va hacia el lado de la Epístola y se coloca de

cara al Misal, con el maestro de ceremonias a su derecha. El diácono, desciende de la tarima y

se pone en su escalón, detrás del celebrante.

Los fieles se ponen en pie.

El sacerdote reza la Communio u Oración de Comunión propia del día.

Entretanto el subdiácono, puesto en el extremo del lado del Evangelio, enjuga el cáliz con el

purificador, que luego deposita extendido sobre él. Pone encima la patena y la hijuela, pliega el

corporal con la palia dentro y los deposita dentro de la bolsa, cubre el cáliz con el velo (que le

pasa el acólito) y pone la bolsa de los corporales encima. Hecho esto, toma el cáliz así

preparado por el nudo con la mano izquierda y, poniendo la derecha sobre él, lo lleva a la

credencia, acompañado por el acólito y haciendo ambos genuflexión al pasar por el medio del

altar. Acto seguido va a situarse sobre su grada, detrás del diácono.

Concluida la acción de gracias del celebrante por medio de la oración de comunión, éste,

seguido del diacono y subdiácono que le acompañan en el movimiento desde su respectiva

grada, regresa de nuevo al centro del altar con las manos juntas ante el pecho y lo besa

apoyando ambas manos sobre el altar. Entonces, se endereza, junta de las manos ante el

pecho y se vuelve por su derecha hacia los fieles, con los ojos bajos, y los invita a permanecer

con el Señor cantando mientras abre y cierra las manos.

S/ Dominus vobiscum. S/ El Señor sea con vosotros.

La Schola y la asamblea responden cantando:

R/ Et cum spiritu tuo. R/ Y con tu espíritu.

14. POSCOMMUNIO

El sacerdote, se desplaza de nuevo hacia el Misal, con las manos juntas. El diacono y

subdiácono se sitúan en línea con él.

Haciendo, entonces inclinación de cabeza hacia la cruz del altar, extendiendo y juntando las

manos, canta:

S/ Oremus. S/ Oremos.

Y con las manos extendidas a la altura de los hombros, el celebrante canta la Poscommunio u

oración de Poscomunión, propia del día.

Terminada la oración de postcomunión, el maestro de ceremonias cierra el misal con la mano

derecha, de modo que el canto éste quede hacia el centro del altar.

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IV. DESPEDIDA

El maestro de ceremonias baja del altar por el lateral del mismo, y se coloca en el lado de la

Epístola, in plano, de cara al Misal.

Entonces el celebrante, seguido en su desplazamiento por el diacono y subdiácono, se

desplaza de nuevo al centro del altar con las manos juntas ante el pecho, y una vez allí, lo besa.

1. ITE MISSA EST

Acto seguido, el celebrante se vuelve por su derecha hacia los fieles y extendiendo y juntando

las manos, saluda de nuevo a la asamblea cantando:

S/ Dominus vobiscum. S/ El Señor sea con vosotros.

La Schola y la asamblea le responden cantando:

R/ Et cum spiritu tuo. R/ Y con tu espíritu.

El diácono se vuelve entonces por su derecha hacia los fieles y de cara a ellos, con las manos

juntas ante el pecho, canta:

D/ Ite: Missa est. D/ Idos, la Misa ha concluido.

La Schola y la asamblea le responden también cantando:

R/ Deo gratias. R/ Gracias sean dadas a Dios.

2. BENDICIÓN FINAL

El celebrante se vuelve entonces hacia el altar por su izquierda. El diácono y el subdiácono se

colocan de pié, sobre el escalón más próximo a la tarima del altar a ambos lados del

celebrante.

El cual, apoyando las manos juntas sobre el borde del altar, profundamente inclinado, recita

en voz baja una oración que resume el fin por el cual ha ofrecido a Dios la Víctima del Calvario,

mediante el santo Sacrificio de la misa, dando a Dios gracias por ello.

S/ Placeat tibi sancta Trinitas, obsequium servitutis meae; et praesta, ut sacrificium, quod oculis tuae majestatis indignus obtuli, tibi sit acceptabile, mihique et omnibus, pro quibus illud obtuli, sit, te miserante, propitiabile. Per Christum Dominum nostrum. Amen

S/ Séate agradable, Trinidad Santa, el homenaje de mi ministerio, y ten a bien aceptar el Sacrificio que yo, indigno, acabo de ofrecer en presencia de tu Majestad, y haz, que, a mí y a todos aquellos por quienes lo he ofrecido, nos granjee el perdón, por efecto de tu misericordia. Por Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

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Terminada la oración, con las manos extendidas sobre el altar, el celebrante lo besa en el

centro. Y elevando los ojos, extiende, eleva y junta de nuevo las manos ante el pecho mientras

dice en voz alta:

S/ Benedicat vos omnipotens Deus S/ Bendígaos Dios todopoderoso

Todos los ministros y la asamblea se arrodillan para recibir la bendición. Y volviéndose

entonces, el celebrante, por su derecha de cara a los fieles con las manos juntas y los ojos

bajos, pone su mano izquierda un poco mas abajo del pecho, extiende la mano derecha y traza

con ella una señal de la cruz para bendecir a los fieles en el nombre de la Santísima Trinidad,

diciendo:

Pater, et Filius † et Spiritus Sanctus. Padre e Hijo † y Espíritu Santo.

La asamblea responde:

R/ Amen. R/ Así sea.

Y con esta bendición se concluye la misa de los fieles, pero nadie se retira todavía.

El celebrante, sus ministros y los fieles, deben honrar al Señor por todos los beneficios

recibidos, y agradecerle el haber podido participar en tan sagrados misterios por medio de la

lectura del último evangelio y las oraciones al pie del altar.