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MERCVRIO PERVANO REVISTA DE HUMANIDADES FUNDADA EN 1918 POR VÍCTOR ANDRÉS BELAUNDE MVLTA RENASCENTVR QVAE JAM CECIDERE Director: Nº 510 Luis F. Eguiguren Callirgos AÑO 1997 Sumario EDITORIAL 5 ELEMENTOS GENÉTICOS DEL PROCESO DE CIUDADANÍA EN EL PERÚ EVOLUCIÓN DE LA CIUDAD ESPAÑOLA ANTES DE LA CONQUISTA Y SUS SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS CON LA HISPANOAMERICANA José Miguel Arregui 9 EL ROL DE LA PLAZA EN LA VIDA URBANA DE LAS CIUDADES HISPANOAMERICANAS Hildegardo Córdova Aguilar 16 LA IDEA DE PROGRESO Y EL DESARROLLO DE LIMA ENTRE 1850 Y 1870 José A. de la Puente Candamo 23 EL ESTUDIO GENERAL DE LIMA HASTA 1571 GÉNESIS DE LA UNIVERSIDAD DE SAN MARCOS) Guillermo Lohmann Villena 30 RETOS DE LA CIUDADANÍA EN LA ACTUALIDAD EL DERECHO A LA INFORMACIÓN EN EL ÁMBITO LOCAL José María Desantes Guanter 39

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MERCVRIO PERVANO

REVISTA DE HUMANIDADES FUNDADA EN 1918 POR VÍCTOR ANDRÉS BELAUNDE

MVLTA RENASCENTVR QVAE JAM CECIDERE

Director:

Nº 510 Luis F. Eguiguren Callirgos AÑO 1997

Sumario

EDITORIAL 5

ELEMENTOS GENÉTICOS DEL PROCESO DE CIUDADANÍA EN EL PERÚ EVOLUCIÓN DE LA CIUDAD ESPAÑOLA ANTES DE LA CONQUISTA Y SUS SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS CON LA HISPANOAMERICANA José Miguel Arregui 9

EL ROL DE LA PLAZA EN LA VIDA URBANA DE LAS CIUDADES HISPANOAMERICANAS Hildegardo Córdova Aguilar 16

LA IDEA DE PROGRESO Y EL DESARROLLO DE LIMA ENTRE 1850 Y 1870 José A. de la Puente Candamo 23

EL ESTUDIO GENERAL DE LIMA HASTA 1571 GÉNESIS DE LA UNIVERSIDAD DE SAN MARCOS) Guillermo Lohmann Villena 30

RETOS DE LA CIUDADANÍA EN LA ACTUALIDAD EL DERECHO A LA INFORMACIÓN EN EL ÁMBITO LOCAL José María Desantes Guanter 39

ORGANIZACIONES INTELIGENTES EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO Alejandro Llano Cifuentes 57

TESTIMONIOS PERSONALES BELAUNDE Y LA SÍNTESIS VIVIENTE Félix Alvarez Brun 73 HOMENAJE A RAÚL PORRAS BARRENECHEA PORRAS: MAESTRO DE PERUANISMO Y CIUDADANO DE AMÉRICA Jorge Puccinelli Converso 80

RAÚL PORRAS, MAESTRO Félix Alvarez Brun 83

HOMENAJE A DON JUAN ANTONIO PÉREZ LÓPEZ EL APORTE DE DON JUAN ANTONIO PÉREZ LOPEZ Pablo Ferreiro de Babot

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REVISTA MERCURIO PERUANO N° 510 -1997

Director

Luis F. Eguiguren Callirgos

Consejo Consultivo Pedro Belaunde Moreyra, Antonio Belaunde Moreyra, Aurelio Miró

Quesada Sosa, José Agustín de la Puente Candamo, Guillermo Lohmann Villena, Juan Zegarra Russo, Jacobo Rey Elmore, Pablo Ferreiro de

Babot, Antonino Espinosa Laña, Carlos Palacios Moreyra.

Secretaría del Consejo de Redacción Genara Castillo Córdova

Diseño

Carola Yong Sakanishi Departamento de Publicaciones. Universidad de Piura.

Suscripciones

Librería Universitaria Universidad de Piura

Apartado 353. Teléfono: (074) 328171

Fax: (074) 328645

MERCURIO PERUANO, Revista de Humanidades, es editada por la UNIVERSIDAD DE PIURA (UDEP).

El contenido de los artículos que publicamos de carácter cultural,

técnico-científico y profesional, es de responsabilidad de los autores.

DERECHOS RESERVADOS Prohibida su reproducción parcial o total

Impreso en los Talleres Gráficos de la Universidad de Piura

EDITORIAL

ué duda cabe que la historia está de algu- na manera siempre

vigente, debido a la dimen-sión temporal de los seres hu-manos, y precisamente la ri-queza de la historia se nutre de las aportaciones que en su momento hacen las personas que irrumpen en ese proceso histórico dando lo mejor de sí a la vida social a la que pertenecen. La Revista Mer-curio Peruano ha sido y está constituida como parte de ese reto de aportar a la vida social de nuestro Perú.

Como es sabido la Revista Mercurio Peruano, fiel a la misión recibida y tan bien cumplida por Víctor Andrés Belaunde, persigue DESPERTAR EL AMOR AL PERÚ, INTENTANDO FORMAR CONCIENCIA DE LA PERUANIDAD. Para nadie es un secreto que en los momentos actuales tales exigencias son es-pecialmente perentorias. Es urgente unirnos en torno a una meta común: El Perú como proyecto, por encima de intereses particulares. De lo contrario acaece la divi-sión, que es nuestra más gra-ve amenaza tanto en la vida

personal como respecto al de-sarrollo de nuestra patria. Lo sabemos demasiado bien, pre-cisamente porque la historia nos lo ha demostrado: cada vez que se socava la cohesión in-terna del Perú adviene la ines-tabilidad y entonces aparece la entropía social.

La consistencia social no está enteramente garantiza-da, depende de la libertad de quienes conformamos la so-ciedad; se trata entonces de una tarea en la que estamos involucrados todos, ya que la sociedad está sujeta a alter-nativas; nosotros tenemos que tomar decisiones dentro de esas alternativas, pero eso depende de nuestras valora-ciones. De acuerdo a lo que valoramos tomamos las deci-siones y según esas decisio-nes funcionarán (o no) la eco-nomía, la manera de construir nuestras ciudades, nuestros edificios, la conducción de nuestras instituciones, etc.

Dentro de esas valoracio-nes es muy necesario redes- cubrir una vez más el signifi-cado de la peruanidad y de todo lo que comporta. Entre todos los valores éticos está

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justamente éste que se enraí-za en la virtud de la piedad, del reconocimiento de nues- tro origen, de nuestros vín-culos con esta tierra bendita, con su historia, su presente y su futuro, con sus aciertos y con sus errores, con sus problemas y sus posibilida-des; entonces surge el deber de aportar verdaderamente. La verdadera aportación es la que permite mayor sociabili-dad, la que promueve las aportaciones de los demás, su crecimiento personal. En cambio, si nuestros "aportes" son negativos entonces cun-de el caos social. De acuerdo con L. Polo cada vez que se produce la entropía social, se genera una pérdida de creci-miento, de capacidad de ver-dadera aportación del ser per-sonal a la convivencia huma-na, la cual se empobrece o se degrada.

Estas son, de modo sucin-to, las reflexiones y las moti-vaciones que han dado ori-gen a este número de la Re-vista Mercurio Peruano, que por primera vez se edita en la Universidad de Piura, y que pretende contribuir al fo-mento de ese valor, el de la peruanidad y de todos los valores que le sostienen. He-mos considerado pertinente empezar por tratar el tema de la ciudadanía y de todo lo que comporta, acudiendo a cier-

tos elementos genéticos del proceso de ciudadanía en el Perú hasta algunos de los re-tos actuales que tenemos to-dos los peruanos, ya que en la configuración de la perua-nidad son elementos impor-tantes y significativos los aportes de las ciudades y de sus ciudadanos. Se trata de proporcionar elementos de reflexión para considerar como muy nuestro el pasado y el presente y así mirar uni-dos el futuro.

El tema de la ciudadanía ha sido enfocado desde diversos ámbitos interdisciplinares, aquí se dan cita historiadores, geógrafos, especialistas en Ciencias de la Información, Derecho y Filosofía; de manera que el estudio realizado queda enriquecido por todos estos aportes interdisciplinares. Por otra parte hemos dedicado una sección de la Revista al homenaje a per-sonalidades ilustres que tan-to aportaron al Perú.

No quisiéramos finalizar sin agradecer profundamen-te la labor tan acertada e im-portante que ha realizado el Comité consultivo de la Re-vista, así como también a to-dos aquellos que alentaron y sostuvieron la edición del presente número.

Piura, agosto de 1997

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ELEMENTOS GENÉTICOS DEL PROCESO DE CIUDADANÍA EN EL PERÚ

ELEMENTOS GENÉTICOS DEL PROCESO DE CIUDADANÍA EN EL PERÚ

Evolución de la Ciudad Español, antes de la conquista y sus semejanzas y diferencias con la hispanoamericana

JOSÉ MIGUEL ARREGUI

Introducción

artiendo del hecho, o de la idea, según el punto de vista en que se mire,

de que la ciudad fue un factor clave en la expansión coloni-zadora española, ya que cada ciudad «es -como escribe Val-divia al emperador Carlos V el primer eslabón para armar sobre él los demás, e ir poblan-do por ellos toda esta tierra» y que esta ciudad americana fue en su organización jurídico-administrativa un trasunto de la ciudad bajomedieval en Castilla, sería interesante co-nocer la evolución que sufrió la ciudad española, dentro del marco europeo, en general, y castellana, en particular, en la época precedente a la conquista. ¿Qué es una ciudad?

En primer lugar habría que aclarar qué entendemos por ciudad en nuestros días y so-bre todo cómo se entendía en el siglo XV. En este sentido si preguntáramos qué es una ciu-dad a cualquier persona que

se nos cruzara en nuestro ca-mino no encontraríamos nin-guna que no supiera respon-dernos, pero tampoco sabrían darnos una respuesta comple-ta, y es que definir con exacti-tud qué es una ciudad es poco menos que imposible. Basta con pensar, considerando que una ciudad es una agrupación permanente de casas y habi-tantes, en que ni siquiera existe un criterio único para situar el límite numérico entre ciudad y pueblo, y así nos encontramos con cifras tan distintas como 250 habitantes para Di-namarca y 30,000 para el Ja-pón. La disparidad de estos números es una prueba más de que no existe en todas par-tes la misma idea de ciudad.

Por otra parte, la idea actual que tenemos de ciudad no es la misma que se tenía en el siglo XV, aunque tampoco es absolutamente diferente. Qué duda cabe que todo lo que hace relación a ciudad se opo-ne, en cierta medida, a campo. Pero esta diferencia es más acusada hoy que hace cien años y no digamos cuatrocien-

tos. Por eso no sería válida, tanto desde el punto de vista geográfico, como histórico, la definición que da Martonne de ciudad, como aglomeración de hombres con un elevado grado de organización social e independiente para su ali-mentación del territorio sobre el que se desarrolla. Es eviden-te que dicha definición se cir-cunscribe a los países mayor-mente de Europa occidental y de Norteamérica en épocas actuales. Apuntada dicha salvedad centrémonos en el estudio de la ciudad que se tenía en el siglo XV y analicemos los factores que llevaron a esas ciudades castellanas a ser lo que fueron en ese tiempo. La ciudad bajo medieval española

Primero tendríamos que se-ñalar que dicho siglo XV es un siglo de transición entre dos épocas bien diferenciadas: la medieval y la moderna. Y ésta contraposición, que no signi-fica oposición absoluta, se re-fleja también en el ámbito ur-bano. ¿Qué tienen de común

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y diferente una ciudad medie- val y una renacentista? (em-pleamos este calificativo pues el término «moderno» es am-bivalente y se presta a confu-sión). A mi modo de ver, son más las cosas comunes que las diferentes. No hay que olvidar que muchas ciudades medie-vales mantuvieron su misma fisonomía hasta bien entrado el siglo XIX en que por motivos fundamentalmente demográfi-cos la ciudad tuvo que adaptar-se a las nuevas realidades socio- industriales propias del momento.

Si la fisonomía externa ape-nas cambia ¿dónde radican las

diferencias?: en la mentalidad del hombre que habita en di-cha ciudad. Nunca debemos dejar de tener presente que el hombre es quien habita, cons-truye, y en el peor de los ca-sos, destruye las ciudades. El centro de una ciudad no es tal o cual edificio, la plaza mayor o el mercado, sino los hombres que dan vida a dichos centros, en términos generales y sus

gobernantes en términos par-ticulares.

Por otra parte, la realidad histórica de la España medie- val es distinta de la de España renacentista. El largo proceso de reconquista dejó una hue- lla indeleble en muchos ámbitos de la vida española, y en el urbano también. Las necesidades de defensa frente al enemigo obligaron en numerosas ocasio-nes en cuanto a su ordenamien-to, a levantar las ciudades en luga-res elevados y en torno a castillos, lo que motivó la caótica distribu-ción de sus calles y que gran parte de la península Hispánica recibie-

ra el nombre de Castilla. Ter-minada la guerra las ciudades podían asentarse en lugares más naturales y habitables. Esta será la situación con que se encuentren los españoles a la hora de fundar ciudades en América.

A lo largo de gran parte de la Edad Media, a partir del si-glo XI, se desarrolla en Euro-

pa un lento proceso de urba-nización cuyas vías principales en los momentos iniciales, son los monasterios y los castillos. Ellos, sin ser ciudades, representan lo civilizado frente a lo que no lo es, lo rústico. Con el paso del tiempo el castillo se irá desmilitarizando y el monasterio secularizando, y alrededor de ellos se levantará la ciudad. De esta forma la catedral, nueva iglesia claustral, monasterio secularizado, pasa a ser el centro neurálgico de la ciudad. Su claustro se convierte en plaza mayor donde se realicen los intercambios comerciales, me-diante los cuales la ciudad tiende a abrirse al exterior de forma paulatina. A pesar

de esto sigue pervi- viendo cierta des-confianza a lo no urbano manifesta- da en las murallas exteriores que to-das las noches cie- rran sus puertas a todo extraño.

Será a partir del siglo XIII

cuando se produzca el despe-gue del mundo urbano. La ciu- dad pasa a ser un centro de bienes y de ideas. De bienes con la industria artesanal de los gremios; de ideas con las incipientes universidades. Desde entonces toda ciudad que se precie contará con su universidad. Y este hecho si-gue teniendo plena vigencia

Si la fisonomía externa apenas cambia ¿dónde radican lasdiferencias?: en la mentalidad del hombre que habita en dichaciudad. Nunca debemos dejar de tener presente que el hombre

es quien habita, construye, y en el peor de los casos, destruye lasciudades

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en nuestros días.

En este mismo siglo a la par que las universidades surgen las órdenes mendicantes, fran-ciscanos y dominicos funda-mentalmente, cuya importancia en la evangelización y desarrollo urbano en la América hispana es patente. Estas órdenes, nacidas al abrigo de las ciudades, son producto de ese proceso urbanizador que recorre Europa occidental en los años centrales de la Edad Media. En América, a mi modo de ver, el proceso será, en parte, inver-so: son las ciudades las que brotan al amparo de los diver-sos conventos que van fun-dando los misioneros.

Con todos estos elementos la ciudad pasa a convertirse en fuente de paz, de orden y de cultura. En una palabra, el an-ticipo de la Jerusalén celestial descrita en el Apocalipsis.

Ya apuntamos cómo en los siglos XIV y XV la división ciu-dad-campo no era tan estricta como en la actualidad, entre otras razones porque gran par-te de la población urbana se-guía viviendo de la agricultura. Pero no todos los habitantes de una ciudad eran ciuda- danos de pleno derecho. Esta

«ciudadanía» se adquiría resi-diendo en dicha ciudad con casa abierta durante un año y un día. De esta manera se pa-saba de ser simple morador de la ciudad a vecino. Por tanto, en aquellos tiempos vecindad era sinónimo de ciudadanía.

Sin embargo, la vecindad

solía recaer en el cabeza de fa-milia y esto se manifestaba a la hora de elaborar los censos cuando se contabilizaba por fueros y no por personas. Y no todos los vecinos eran iguales. Algunos disfrutaban de cierto privilegios -fueros- y se les de-nominaba francos porque en su mayoría provenían de Francia, o burgueses ya que residían en burgos construidos es-pecialmente para ellos. Serán éstos los que impongan el ca-rácter urbano a las ciudades con el desarrollo de la arte- sanía y el comercio.

En las ciudades donde la burguesía mercantil era fuerte, ésta pronto se aristocratizaba para obtener cargos de go-bierno. La aristocracia urbana

se componía en líneas genera-les, de hidalgos y ricos-hom-bres. Estos últimos residían en las casas principales y deten-taban el poder político. Unidos poder político y económico se formaría un «Patriciado caballeresco» en palabras de Miguel A. Landero Quezada, catedrático de Historia Me-

dieval en la Universidad Com-plutense de Madrid, que do-minaría la vida urbana en la Castilla de la baja Edad Media.

A pesar de esta apertura castellana que permitía el in-greso de los burgueses (veci-nos de los burgos) en el «Pa-triciado caballeresco», cosa que no ocurría en la sociedad aragonesa y menos en la catalana, donde las estructuras sociales eran mucho más cerradas, lo que, en mi opinión, repercute positivamente en el desarrollo urbano y político de América hispana, éste era minoritario, pues la cuantía de bienes fiscales mínima para formar parte del rango de caballero era de 1,450 reales aproximadamente, y en la Se-

Será a partir del siglo XIII cuando se produzca el despegue del mundo urbano. La ciudad pasa a ser un centro de bienes y de ideas. De bienes con la industria artesanal de los gremios; de ideas con las incipientes universidades

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villa del año 1,480 sólo el 5% superaba esa cantidad; el 25% se situaba en niveles medios de riqueza y el resto -70%- vi-vía en pobreza habitual.

En resumen la estructura social urbana en la España del siglo XV quedaría así:

Patriciado: con privilegios económicos, jurídicos y po-líticos. Clases medias: con mayor entidad y poder en Cataluña y Aragón. Pueblo Urbano: vecinos pobres, pero cristianos vie-jos (auténticos) y con cierta ventaja sobre los poblado-res rurales.

En cuanto a la situación ju-

rídica, durante el siglo XV, la ciudad castellana pierde auto-nomía por dos motivos funda-mentales: 1. Por el enfrentamiento, des-de el siglo XIV, entre la oligar-quía dominante y la masa de

población apartada de las ta-reas de gobierno. 2 Por la tendencia centraliza-dora presente en todos los as-pectos del mundo bajo medie-val y cuya plasmación defini-tiva se da en los estados mo-dernos renacentistas, tenden-cia apoyada en lo jurídico por la penetración cada vez más acusada del Derecho Romano en el campo el pensamiento a partir del Siglo XIII.

Fruto de este proceso cen-tralizador nacerá el cargo de regidor, que tanta importancia alcanzará en los cabildos his-panoamericanos, bajo el reina-do de Alfonso XI (1312-1350). Estos regidores eran nombra-dos por el rey o éste consentía en su nombramiento.

Un paso más y definitivo en el truncamiento de la vida municipal, será la creación del cargo de corregidor en las Cor-tes de Alcalá de 1348, aunque

su desarrollo inicial caerá bajo el reinado de Enrique III de Trastámara (1390-1406). Los corregidores eran delegados del poder real en los munici-pios, con facultad de inspec-ción municipal cuya actuación se fue generalizando desde la segunda mitad del siglo XIV, en que irán adquiriendo carác-ter de permanencia.

Este proceso culminará bajo el reinado de los Reyes Católicos. Los corregidores ex-tenderán toda su potestad en el término o provincia, llama-do Corregimiento, perdiendo los municipios dentro de estas demarcaciones su autonomía política y administrativa y produciéndose por tanto, su absoluta decadencia. Debían residir en la ciudad y su sueldo era independiente a la ha-cienda municipal. A ellos se hallaban, en la práctica, supe-ditadas las decisiones de los regidores, que además, dismi-

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nuirían en número y su cargo dejaba de ser hereditario como ocurría desde tiempo atrás, lo que provocó la formación de auténticas oligarquías munici-pales. Como se sabe este fenómeno volverá a repetirse en los cabildos americanos durante el siglo XVII ayudado por la no presencia de corregidores en estas tierras. Por último, y respecto a España, el corregidor acabaría integrándose en los cabildos locales como presidente nato y llegaría a ser el elemento más importante del régimen municipal en la Edad Moderna.

Estas importantes reformas de los Reyes Católicos se lle-van a cabo en las Cortes de Toledo de 1480. Ahí sale fortalecido el Con-sejo Real, consejo de Castilla en la Es-paña de los Aus-trias. De este conse-jo dependerá el fu- turo gobierno de las ciudades. Fisonomía de la ciudad bajomedieval

Esta poco cambiará a lo lar-go de los años e incluso en al-gunos casos de los siglos. So-lían estar protegidas por mu-rallas y su trazado solía ser poligonal con las puertas en los ángulos. Los edificios prin-cipales, catedral, palacio epis-

copal, ayuntamiento y otros palacios y mansiones señoria-les se elevarán en torno a la plaza mayor. El resto consis- tía en un laberinto de calles, muchas de ellas estrechas, que inclinaban a la melancolía, como le ocurrió al embajador veneciano Andrea Navagero en 1527 visitando Burgos. Esta será una de las mayores dife-rencias con respecto a las ciu-dades de América y la causa estriba en la ya aludida Recon-quista frente a los musulmanes que sufrió la península Ibérica a lo largo de ocho siglos.

Siempre el edificio más no-ble y solemne, e incluso más elevado, correspondió a la ca-

tedral, pero a partir del siglo XIV ese «Patriciado caballeresco» aspiró a un nivel superior en su vivienda y comenzaron a construirse los primeros palacios góticos con suntuosas fachadas y balcones, elemento este último que ponía una nota de secularidad frente a la torre más propia en la construcción de iglesias. Estos palacios contaban con patio central en cuyo centro se situaba

un pozo o cisterna. En torno al patio estaban las habitacio-nes cubiertas de galerías por-ticadas. La ciudad en América. Ciudad española o americana

Analizada la ciudad espa-ñola bajo medieval podremos comprender mejor el cómo y porqué de la ciudad hispano-americana.

Hay que destacar que en los cabildos de América no existían diferencias estamenta-les tan acusadas como en la península. Todos eran igualmente vecinos.

Carlos V dispuso en cédu-la del 2 de agosto de 1527 que el ayuntamiento se compusiese por dos alcaldes, doce regidores en las poblaciones principales, ocho en las sufragáneas y cuatro en las villas de menor importancia.

Como señalábamos ante-riormente en América los con-cejos al no depender de los co-rregidores tuvieron mayor au-

El centro de una ciudad no es tal o cual edificio, la plaza mayor o el mercado, sino los hombres que dan vida a dichos centros, en términos generales y sus gobernantes en términos particulares.

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tonomía. Esto se refleja con claridad en el hecho de que en muchos casos los alcaldes y regidores eran nombrados por los mismos vecinos con la aprobación implícita del mo-narca. De los cabildos depen-día todo lo referente al comer-cio, abastecimiento y trabajo de la ciudad y ya para media-dos del siglo XVI estaba con-formada su estructura jerár-quica interna que se componía de: - Alcaldes ordinarios con funciones judiciales de prime-ra instancia (no hay que olvi-dar que la palabra alcalde pro-viene del árabe «qadi» y su traducción más precisa es la de juez). Eran elegidos anual-mente. - Regidores, también elegi- dos anualmente, aunque des-de el siglo XVII por el asunto de la compra-venta de cargos y beneficios fue perdiendo su carácter electivo anual por el de vitalicio y hereditario. En las principales ciudades hubo regidores perpetuos nombra-dos por el rey.

Oficiales reales de Hacien-da, alguacil mayor y alférez encargado de portar el pendón real.

En cuanto a la fisonomía externa, la ciudad hispano-americana era un poco el con-trapunto a la ciudad española. Como ésta contaba con su plaza mayor donde se ubica-ban los principales edificios, y

alrededor de ella se extendían las calles con perfecto orden y concierto, trazados a cordón y regla formando planos en da-mero.

Sobre el origen de dicho plano se ha especulado mucho y para unos proviene de la idea de ciudad que tenía el re-ligioso catalán Eximenis, plas-mada en su obra enciclopédi-ca EL CRESTIA de 1385 y de-sarrollada en el levante espa-ñol. Y otros remontan su ori-gen al plano de ciudad roma-na. Esta opinión es más aven-turada pues las diferencias de una ciudad americana y una romana son muchas y nota-bles. De lo que no cabe ningu-na duda es que en América, en opinión de Enrique Marco Dorta, Catedrático de Historia del arte en la Universidad Complutense de Madrid, se impone el plano en damero más que el radial típico del re-nacimiento.

Todo esto quedó reflejado en las famosas Ordenanzas del rey Felipe II de 1573 dónde se detallaban aspectos, en mu-chos casos de puro sentido co-mún, como que las ciudades se ubicaran en sitios saluda-bles, con abundante agua y tie-rras fértiles. Con ello Felipe II siguió una tradición muy an-tigua ya que el origen de este tipo de Ordenanzas hay que situarlo en Aragón durante el siglo XIII y en Castilla a partir

del XIV, y consistían en la or-denación del régimen interno de los municipios con el inten-to de reglamentar la vida lo-cal. Abarcaban todo tipo de asuntos desde la administra-ción de justicia, hasta cómo acondicionar las calles pasan-do por la organización del mercado o los servicios de sa-nidad. Sin embargo, estas pau-tas de Felipe II vinieron des-pués de la experiencia, a ve- ces no muy positiva, de la fun-dación de 189 ciudades en América.

En conclusión, la ciudad hispanoamericana aunque po-seía elementos españoles, no era, como sostiene Manuel Lucena Salmoral, Catedrático de Historia de América en la Universidad de Alcalá de He-nares, una ciudad española trasplantada a América sino que es una auténtica creación americana obrada eso sí, por españoles. Epílogo:

Para el año 2000 se pronostica un crecimiento acelerado de la población urbana en los denominados países del Tercer Mundo, con especial significación de Hispanoamérica, frente a la progresiva caída en el crecimiento de las urbes de los países occidentales.

Este fenómeno en vez de alarmar debe animar a los

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gobiernos y demás institu-ciones a equipar dichas ciu-dades con las infraestructu-ras más elementales po-niendo especial atención en los campos de la educación, higiene, sanidad y comunicaciones. El mundo de hoy es el mundo de las ciudades bien equipadas y ordenadas. No es momento de lamentos, ahora ni nunca, si se debe rectificar, rectifíquese, pero pongámonos a trabajar juntos (no cito lo de juntos porque al final se termina revueltos y en vez de hacer se deshace), en la construcción de ciudades más habitables y bellas también, sin olvidar jamás que éstas están al servicio del hombre y no al revés.

JOSÉ MIGUEL ARREGUI

Licenciado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra. Especialidad de Historia.

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ELEMENTOS GENÉTICOS DEL PROCESO DE CIUDADANÍA EN EL PERÚ

El rol de la plaza en la vida urbana de las ciudades hispanoamericanas

DR. HILDEGARDO CÓRDOVA AGUILAR

Los paisajes públicos son paisajes participatorios.

Mediante la acción humana, la inserción visual y el apego a valores, la gente se encuentra

directamente involucrada en los espacios públicos que reclama

mediante sentimientos y acciones.

(Francis. 1989:148) Introducción

s bien conocido el es-quema de fundación de ciudades utilizado por

los españoles en América des-de su llegada en 1492. Las ra-zones de estas fundaciones también han sido menciona-das en trabajos de diferentes autores quienes señalan que esto fue una necesidad de afianzar el control de las tierras conquistadas(Durán, 1978:11). Asimismo, el contar con ciudades en los nuevos territorios era asegurar un lugar de descanso y aprovisionamiento para las expediciones de nuevas conquistas y colonizaciones. Duran (1978:11) refiere que a estos motivos se agrega el control que podía ejercer

la Corona de sus súbditos en tierras vastas y lejanas. Cuales-quiera que hubieran sido los motivos, el hecho es que la fundación de ciudades fue dándose al paso de la conquis-ta.

Para ello se dieron normas precisas, tal como la instruc-ción a Pedrarias dada por el Rey Fernando el Católico. En ella se ordenaba que ...»vistas las cosas que para los asientos de los lugares son necesarias y escogido el sitio más prove-choso y en que incurran más de las cosas que para el pue-blo son menester, habéis de repartir los solares del lugar para hacer las casas, y éstos han de ser repartidos según las calidades de las personas, y se han de comenzar dados por orden, por manera que hechos los solares el pueblo parezca ordenado, así en el lugar que se dejase para plaza como el lugar en que hubiere iglesia, como en el orden que tuvieren las calles, porque en los luga-res que de nuevo se hacen dando orden en el comienzo, sin ningún trabajo ni costa que-dan ordenados y los otros ja-

más se ordenan...» (Durán, 1978:15).

Como bien puede notarse, aquí el orden se inicia a partir de la plaza y era fundamental que ésta se señalara al inicio de la fundación, pues de lo contrario los centros urbanos «jamás se ordenan». La plaza por lo tanto se convierte en el eje urbano como bien lo de-muestran más tarde las funda-ciones de San Miguel, de Jau-ja, de Lima, y otras. En efecto, las ciudades fundadas en el Perú ya se hicieron de acuer-do a una Ordenanza de Car- los V dada en 1526. Aquí se instruía tanto en la selección del sitio como en la distribu-ción de los solares:

«... y cuando hagan la plan-ta de lugar, repártanlo por sus plazas, calles y solares a cordel y regla, comenzan- do desde la plaza mayor, y sacando desde ella las ca- lles a las puertas y caminos principales, y dejando tanto compás abierto que aun-que la población vaya en gran crecimiento se pueda siempre proseguir y dilatar

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en la misma forma...» (Du-rán,1978:18).

Según una Provisión de 1549 dirigida a la Audien-cia del Perú se ordenaba agrupar a los nativos en pueblos cuya traza debería ser similar: cuadras con cuatro solares, calles an-chas y plaza «en medio, todo de la medida que pa-reciere al visitador, confor-me a la gente y la disposi-ción de la tierra» (De Ma-tienzo, 1967:49).

La concepción de la plaza en América.

La idea de plaza como espacio abierto en el corazón de un centro urbano dedicado a actividades públicas parece venir de los griegos a través de los romanos. Eran espacios abiertos ubicados en el centro del pueblo, a donde se llevaban las mercaderias para su venta (Whsittick, 1975:1012). Sin embargo, los ára- bes también tenían una concepción pa-recida de plazas con arcadas que aún ac-tualmente desempeñan funciones or-namentales, políti- cas, religiosas y comerciales (De la Vega, 1989:19). La in-fluencia de ambas culturas en la Península Ibérica se mani-festó en una serie de construc-ciones y estilos arquitectónicos

que no viene al caso detallar. Sólo basta decir que esta in-fluencia también se extendió a los diseños de planos urbanos dentro de los cuales estaban las plazas.

No ocurrió lo mismo con las culturas anglosajonas que tam-bién vinieron a América. Aquí no hubo la idea de plaza como en Hispanoamérica y en lugar de ello se reprodujo la figura del «parque». Por ello nos centra-remos a reflexionar sobre las plazas en Hispanoamérica.

Desde sus inicios en Amé-rica se distinguió la plaza ma-yor de las secundarias. Así, en la Ordenanza de Granada de 1526 se señaló que la plaza mayor debería ubicarse en el puerto si la población era cos-tera y en el centro si la pobla-ción era mediterránea. Teóri-camente su forma era rectan-gular, aunque en la práctica predominó la cuadrada. La

proporción aconsejada era que tuviera de largo una y media veces más que el ancho. El ta-maño mínimo era de 60 x 90 metros y el máximo de 243 x 160m., área considerada como

buena para las fiestas de a ca-ballo y de cualquier otro tipo que hubieran (Durán, 1978:27).

Las instrucciones de orien-tación de las plazas y de los arreglos urbanísticos también fueron claras. De la plaza sal-drían cuatro calles principales con portales, cuidando que las esquinas de la plaza estén orientadas a los cuatro vientos principales y deberían ser an-chas en lugares fríos y estre-chas en sitios cálidos (Durán, 1978:27). Esta disposición tam-poco fue aceptada completa-mente porque en la práctica se dejaron calles estrechas tanto en ambientes cálidos como fríos.

En cuanto a su ubicación geográfica, la plaza mayor no siempre se construyó en el centro de la ciudad. Hubieron casos como el de Lima o de Piura donde la plaza se puso al lado del río. Tampoco se cum-plió la norma que señalaba

que las ciudades al lado de un río deberían fundarse de tal manera que el sol diera prime-ro al poblado y después al río.

La idea de ciudades con

Los paisajes públicos son paisajes participatorios. Mediante la acción humana, la inserción visual y apego a valores, la gente se encuentra directamente involucrada en los espacios públicos que reclama mediante sentimientos y acciones

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calles y con un centro políti-co-administrativo fuerte no es español. Ciudades con carac-terísticas parecidas se levanta-ron en Mesopotamia (siglo VI a.C) y en el mundo clásico griego (siglo V a.C). De hecho se le atribuye al griego Hipó-damus (siglo V a.C) el haber diseñado las primeras ciuda-des en cuadrícula (aún cuan-do la idea ya era conocida) como son los casos de El Pireo y Rodas, con una plaza de mercado al centro.

El plano hipodámico fue ampliamente copiado en América y las plazas cuadra-das se repitieron, especial-mente en el Perú; tales son los casos de Lima, Jauja, Huaman-ga, Huánuco, Trujillo, Arequipa, etc. Para ello se procedía a trazar las calles a cordel, for-mando manzanas cuadradas,

una de las cuales se dejaba vacía para la plaza mayor lla-mada también de armas.

Pasado el coloniaje espa-ñol, los centros urbanos conti-nuaron ordenándose en man-zanas procurando dejar una para la plaza principal que ini-cialmente ocupaba el lugar

central del nuevo poblado.

El rol de la plaza en las ciudades.

El conocimiento urbano percibido como una imagen de espacio con formas, distan-cias, localizaciones, etc. es muy importante como señala Lynch (1960) ello nos lleva a una representación clara de identidad y estructura, que nos informa dónde estamos- orientación- y cómo llegar a destinos deseados. La impor-tancia de tal conocimiento ambiental es evidente, pues nos da seguridad espacial. El estar perdido, es decir no sa-ber dónde se encuentra uno, ni saber cómo llegar hacia donde uno quiere puede ser des-esperante, especialmente para un recién llegado. Es por ello que cuando visitamos un cen-

tro urbano cualquiera, lo pri-mero que buscamos es la pla-za, a partir de la cual identifi-camos puntos de referencia. Al hacer esto ya le estamos dan-do una función de centralidad.

Sin embargo, esta centrali-dad se identifica en otras for-mas, algunas de las cuales se

concedieron desde la funda-ción misma del centro urbano. En efecto, alrededor de la plaza mayor se ubicaron los edificios públicos, casas de mercaderes y tiendas con lo cual se le dio a la plaza la categoría de mercado, asociación que se transmitió hasta nuestros días. Luego estaban los solares entregados de acuerdo a una jerarquía social bien definida cuyo rango iba disminuyendo a medida que se alejaba de la plaza. Al hacer ésto se reafirmó la distinción sociopolítica de los residentes estableciendo a los más importantes, y que de paso eran los más ricos que controlaban la economía local, alrededor de la plaza y reafirmando en ésta su centra-lidad. La plaza mayor se con-virtió desde un primer mo-mento en el centro de activi-dades urbanas y de culto; pues

la iglesia mayor se ubicó desde sus inicios frente a la plaza mayor y continuó así en las ciudades fun-

dadas posteriormente, no obstan- te que las ordenanzas de 1573 decían que la iglesia mayor es- taría cercana a la plaza pero no en ella. Como bien señala Ri-card (1950) las plazas mayores de América se convirtieron en «plazas de Estado» por estar rodeadas de órganos guberna-mentales: municipios, casa de la autoridad e iglesia.

... El orden se inicia a partir de la plaza y era fundamental que ésta se señalara al inicio de la fundación, pues de lo contrario los

«centros urbanos jamás se ordenan»

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Plaza de armas de Lima, en 1801

La plaza al afianzar su cen-tralidad también necesitaba algunos adornos que resalta-ran su prestancia. Estos se ini-ciaron con la construcción de una fuente o pila en el centro. En el caso de Lima ésta se construyó e inauguró con gran pompa en 1578. También se construyeron portales para uso de los mercaderes y arca-das en las esquinas, muchos de los cuales se conservan en la actualidad como los portales de Lima, Arequipa, Cusco, Santiago y las arcadas de Jaji (Méridas Venezuela) y las de los pueblos del valle del Col-ca (Arequipa).

Hoy la plaza es: 1. Un forum donde la gente

puede expresarse libre-

mente esperando que al-guien la escuche.

2 Un lugar de acciones gru-

pales donde la gente se jun-ta para ser fuerza y simbo-lizar esa fuerza;

3. Una escuela de aprendiza-

je social donde el rango de conductas permisibles son exploradas;

4 El lugar de los encuentros

en terreno neutral, donde el extraño es entrevistado en suelo común (Brill, 1989:8)

5. Asimismo la plaza es el lu-

gar de reflexiones y ensi-mismamientos, de descan-so o pasatiempo.

6. También la plaza es el re-

flejo subjetivo de la respon-sabilidad social de un pue-blo, de su lucha por mejorar su calidad de vida, de su cuidado ecológico, Como bien señala Francis (1989:149), las plazas como espacios públicos reflejan a nosotros mismos, a nuestra cultura mayor, a nuestras creencias privadas y valo-res públicos. Es el terreno común donde la civilidad y sentimiento colectivo de lo que puede llamarse «pú-blico» son desarrollados y expresados. Nuestro am-biente público sirve como un reflejo o espejo de nues-tra conducta individual, procesos sociales y valores públicos. ¿Quién de noso-tros no se ha sentido alguna vez atraído por un pue-

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blo con sólo mirar su plaza, o al revés, ¿quién no ha sentido un desaliento al ver una plaza descuidada?

Ello explica el por qué la plaza se mantuvo como un elemento central en el urbanis-mo hispanoamericano y el es-mero que se tiene en mante-nerla linda, donde en lo posible se pueda reproducir a la naturaleza ya sea plantando árboles que den sombra y fru-tos o plantas ornamentales simplemente. Por supuesto que la naturaleza no se repro-duciría en su complejidad si no se tiene agua. De ahí que en estas plazas se busca con

mucha frecuencia el estable-cer un juego de agua aun en sitios donde ésta es escasa.

La plaza también es el lugar donde se colocan los mo-numentos o símbolos que re-cuerdan el orgullo local, regio-nal o nacional. Su diseño debe acondicionarse a los diferentes tipos de usuarios que hay en un centro urbano: niños, jóve-nes, adultos, ancianos, tran-seúntes; cada uno de los cua-les busca en la plaza lo apro-

piado a sus necesidades de espacio. Debido a ésto las plazas son lugares visitados por poblaciones diferentes durante el día, de tal manera que si nos detuviéramos a observar a los usuarios diarios tal vez llegaríamos a establecer frecuencias de uso en función de edad y sexo, como ocurre en la Plaza Mayor de Salamanca.

Sin embargo, no debemos olvidar que la centralidad que ejerce la plaza está indisoluble-mente ligada a las funciones de los edificios que la rodean. Estas funciones pueden ser administrativas, políticas, eco-nómicas o socioculturales, las

que muchas veces se superponen dando lugar a la aparición de espacios definidos dentro de la estructura urbana, conocidos como centros urbanos o distritos centrales de negocios.

Uno de los problemas que afecta a estos centros urbanos y que pone en riesgo su conti-nuada centralidad de funcio-nes es la accesibilidad. Calles estrechas alrededor de la pla-za y el incremento de usuarios en vehículos motorizados es-

tan haciendo su acceso difícil y por ello se vienen constru-yendo otras plazas y parques en las periferias dando lugar a competencias a veces difíciles de manejar. De allí que cabe preguntarse qué pasará cuan-do el soporte de centralidad que rodea a las plazas en His-panoamérica dejen de funcio-nar como tales, se cambiará la fisionomía urbana acercándo-nos más a la estructura de las ciudades angloamericanas donde la plaza es reemplaza-da por el parque? Respuestas a estas preguntas son difíciles de ofrecer y los esfuerzos que vienen realizando los planifi-cadores urbanos se dirigen a

evitar que esto ocurra.

Las antiguas ciudades hispa- noamericanas han crecido en muchos casos de

manera desorbi- tante, al punto que los espa- cios dedicados a sus plazas mayores aparecen como insig- nificantes en el conjunto. Nue- vos espacios se han ido seña- lando como lugares públicos ya sea con el nombre de pla- zas o de parques. Otros centros urbanos con menor suerte en incremento poblacional han quedado como ciudades de rango menor o sus distritos centrales de negocios se han trasladado fuera de las plazas mayores. Estas observaciones

Hoy la plaza es un forum donde la gente puede expresarse libremente esperando que alguien la escuche; es un lugar de

acciones grupales donde la gente se junta para ser fuerza y simbolizar esa fuerza; es una escuela de aprendizaje social.

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ya nos muestran la variedad y complejidad de establecer ti-pologías. Sin embargo, ensa-yaré una clasificación de acuerdo a las funciones socio-económicas de las plazas como lugares públicos que atraen a gente diversa: Plazas Principales, son las

antiguas plazas mayores; se caracterizan por ocupar el centro antiguo y que mantienen su jerarquía de atracción central, tales como la Plaza Bolívar en Caracas, la Plaza de Armas de Lima, la Plaza de Armas de Piura, etc.

Plazas Secundarias, son aquellas que habiendo sido centros de fundación del asentamiento urbano cedie- ron el paso a otras, quedan- do como marginales en el crecimiento espacial urbano. Tal es el caso de la Plaza de Armas de Chicama, la Plaza de Armas de Morropón, etc.

Plazas Mercados, que son aquellas rodeadas de acti-vidades económico-comer- ciales importantes, espe-cialmente del rubro comi-das. Según la actividad co-mercial estas plazas se con-vierten en espacios muy ocu-pados, tal como la plaza del mercado de Morropón etc.

Plazas Vecinales, que son aquellas que se encuentran en los suburbios de las

ciudades mayores. Por lo general son pequeñas y con menos adornos que las plazas mayores y no están rodeadas de edificios públicos.

Plaza-Parques, caracterizadas por la mezcla de infraes-tructura de plaza con áreas de arboledas, como las que se encuentran en algunos barrios de construcción re-ciente.

Parques, que son áreas de mayor tamaño que las pla-zas diseñadas como zonas de recreo donde se procura mantener la naturalidad del paisaje.

Plazuelas, que son pequeños espacios acondicionados para comodidad de los ve-cinos que buscan un lugar desde el cual mirar o estrechar su vida social.

A manera de conclusión,

las plazas como reflejos de la vitalidad de una ciudad o pue-blo, también son testigos de su historia. Por ello, los cambios, arreglos, que en ella se hacen, pueden afectar esos testimo-nios haciendo de las plazas en vez de lugares de "tradición", lugares "sin historia".

Hildegardo Córdova Aguilar

Doctor en Geografía. Catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

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Whittick, Arnold (1975). Enciclopedia de la Planificación Urbana. Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local.

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ELEMENTOS GENÉTICOS DEL PROCESO DE CIUDADANÍA EN EL PERÚ

La idea de progreso y el desarrollo de Lima entre 1850 y 1870

JOSÉ AGUSTÍN DE LA PUENTE Y CANDAMO

a hipótesis que presen- to en esta comunica-ción es la siguiente: el

desarrollo de Lima. El mo-mento mejor de la capital de la República se puede ubicar entre 1850 y 1870. La pre-gunta es el por qué de esta afirmación.

Para entenderlo debemos tener en cuenta que el desa-rrollo de una ciudad, el pro-greso de ella en todos sus aspectos, no puede estar desligado de la Historia del propio país. Este momento alto de la vida de Lima está entretejido con un momento también interesante de la vida general de la República.

Un breve recuerdo puede ser útil. Los primeros años de la República, desde la In-dependencia hasta el princi- pio del primer gobierno de Castilla en 1845, son años no sólo de anarquía en el domi- nio político y en el fenómeno militar, sino de inestabilidad institucional, de desorden ad-ministrativo; para decirlo en pocas palabras, es un tiempo

L

General Ramón Castilla

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en el que el Perú camina ale-jado de lo que se puede defi-nir como estabilidad institu-cional, que es la meta del Es-tado. Estos primeros años de la República, que correspon-den a lo que puede ser la vida de una generación, son años en los que en la alternativa dramática entre anarquía y despotismo tiene fuerza mayor el desorden, pero los momentos despóticos breves también son dañinos para la República.

En 1845 la situación el Perú, aparte la anarquía, es muy distinta de la que se vi-vía en los días de la Emanci-pación. Se han abierto los puertos del Perú a todas las banderas del mundo y nuevas sangres han ingresado a la de-mografía peruana y negocios de importación y exportación

Así mismo, en ese tiempo, el Perú asume algunos de los grandes adelantos científicos y técnicos que vive la socie-dad europea; es el caso de la navegación a vapor, el caso del ferrocarril, que puede ser símbolo del principio de transformación de esos años fundacionales de la vida autónoma del Perú. Ya en el tiempo de Castilla se incorpora a la tarea cotidiana de los peruanos el alumbrado de gas, la fotografía, la estampilla; poco a poco nuestro país se acerca a lo que se podría entender una sociedad moderna del tiempo victoriano.

La época que inaugura Castilla para el Perú tiene va-rios signos. Uno, es la organi-zación de la República, es la preocupación por promulgar las leyes fundamentales de las

definido en estos años que se inician con Castilla. Otro signo de este tiempo es la promo-ción de las obras públicas en Lima y en diversas provincias el Perú; es el tiempo en que se emprenden caminos, puentes, obras de saneamiento, instalación de diversos medios de progreso material. Tal vez el signo capital que preside este progreso es el ferrocarril; el Perú construye el primer fe-rrocarril de Sudamérica, con la línea de Lima al Callao, y múl-tiples son los proyectos que se realizan en estos 20 años que estudiamos y otros que per-manecen como ilusión.

Además de la organización de la República y del impulso de las obras materiales que lle-van al progreso, la voluntad americanista es otra nota im-portante en este tiempo. El

Perú es el país que inicia movi-mientos de soli- daridad america-na en defensa de la soberanía de una y otra Repú-blica nuestra, con el ánimo de forta-lecer los elemen- tos comunes.

Tal vez un signo de este momento

de diversas naciones del mun- do, de hombres de diversas na- ciones del mundo también se incorporan a la vida del Perú.

principales instituciones del país en todos los órdenes. La estrutura del Estado gana for- ma, precisión, contorno más

de tanto impulso material y espiritual en el campo de las obras públicas, puede ser el famoso panóptico de Lima

Resta una consideración más profunda. Si el Perú vivió este

progreso material y espiritual que menciono, si es ésta una época de prestancia de Lima expresada tal vez en la famosa Exposición

Nacional de 1872 al término del gobierno de Balta, ¿qué es lo que sucede para que la Guerra del Pacífico nos encuentre desarmados

y sin mayor previsión?

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que se inicia en 1856 y que es, en su día, un ejemplo de institución carcelaria de acuerdo con los más altos ni-veles de la época. Al hablar de este tema es jus- to recordar a un hombre singular ilustre, que es el que recibe el encar- go de Castilla para estudiar en el ex-tranjero los casos más interesantes que pudieran servir de modelo a la fu-tura cárcel de Lima, me refiero a Maria- no Felipe Paz Soldán.

Nace Mariano Felipe Paz Soldán en Arequipa, en 1821, y muere en Lima en 1886. Hermano de José Gregorio y Mateo, uno diplomático y ju-rista, el otro geógrafo, Maria-no Felipe Paz Soldán es, entre otros hombres de ese tiempo, una expresión de la persona dedicada a una múltiple tarea al servicio del país; asombra pensar simplemente en los distintos encargos que en su vida asumió y desempeñó con corrección y dignidad: abogado, periodista, juez, político, promotor de obras públicas, historiador. Uno no imagina el tiempo que tuvo entre las manos para de-sarrollar tan ingente tarea. Es justo en este momento, y en la persona de Mariano Felipe Paz Solán, ofrecer un homena-

je a esos peruanos que, como él, como sus hermanos, como Manuel de Mendiburu, como Manuel Atanasio Fuentes, y tantos más, superan la limi-

tación de la especialidad y se dedican con sacrificio al trabajo por el país desde múltiples ángulos de la vida.

En este marco se desarro- lla un fenómeno interesante de progreso en la ciudad de Lima, progreso presidido por este aliento general del tiempo de Castilla que acabo de resumir. Ya en los años del sesenta lle-ga el telégrafo, se levantan en Lima los primeros monumen-tos dedicados a Bolívar y a Co-lón, se construye el mercado de la ciudad, se prepara el en-lozado de las veredas, se fun-da la Bolsa de Comercio, se instala unas rejas en la famosa Alameda de los Descalzos; son los años en que inician su acti-vidad algunos centros sociales como el Club Nacional, el Club de la Unión y más tarde otros clubes dedicados a acti-

vidades deportivas. Es también la época en que ingresan a la vida de Lima al- gunas manifestaciones depor-

tivas que llegan con la migra-ción anglosajona; aparecen las carreras de caballo en Bellavista, las primeras manifestaciones del tenis, del tiro al blanco, y ya el baño de mar se convierte en un fenómeno social que tiene su expresión más representativa en el Balneario de Chorrillos.

Es también en esta época, del 50 al 70, que Castilla pro-mulga la abolición de la escla-vitud en 1854. Este tema nos lleva de la mano a un comen-tario interesante. La abolición de la esclavitud es expresiva del fenómeno de continuidad y cambio que preside la vida de la Independencia y el prin-cipio de la República; la vida continúa, pero también cam-bia. San Martín en 1821 pro-mulgó el decreto que declara que los hijos de esclavos nacen

En estos años de Castilla a Manuel Pardo, si bien hay prosperidad, el país no ha ganado todavía la estabilidad que necesita. Hay momentos que son de estabilidad, pero aún la línea permanente del país está alterada o perturbada por las revoluciones, por la inestabilidad, por el desorden político. Todo esto explica la caída terrible de la Guerra con Chile y la imprevisión que nos llevó al desastre

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libres, pero la esclavitud de los padres continuó, por la ra-zón del trabajo en la agricul-tura. Más tarde, en 1854, antes que en Estados Unidos y que en Brasil, se aprueba la abolición definitiva de la es-clavitud; es otro signo del momento.

Tal vez un símbolo de esta Lima del momento del apogeo pueda encontrarse en el bello libro: Guía Histórica, Descripti-va, Administrativa, Judicial y de Domicilios de Lima publicado por Manuel Atanasio Fuentes en 1860. Fuentes es uno de los grandes estudiosos de Lima, y además de este libro pequeño nos ha dejado otros testimo-nios de la realidad de nuestra ciudad; es una suerte de retra-to de la población. Es verdad que estos años que describi-mos concluyen con la muralla de Lima, la cual es derribada; y es verdad que principia lo que más tarde será la transfor-mación urbana de la capital, pero se conserva el estilo, el carácter, el alma de la ciudad. Lima vive de adelantos cientí-ficos y técnicos, pero el volu-men, la proporción, el aire, todo mantiene una dignidad y un equilibrio interesante.

Algunos datos que nos muestra Fuentes son útiles para entender bien cómo era Lima, para verla un poco con los ojos de la Historia. La ciu-dad, según Fuentes, tiene

14,002 puertas, 164 estableci-mientos públicos, 3,603 casas grandes, 2,621 casas medianas y pequeñas, 471 callejones, 5,742 tiendas y almacenes, 499 cocheras, 326 altillos, 92 corra-lones y solares, 318 puertas falsas, 166 puertas tapiadas.

Otros datos de Fuentes también son ilustrativos: él re-gistra 6 hoteles, 22 tiendas de licores, 64 picanterías, 26 pa-naderías, 434 bodegas, 16 chocolaterías, 60 pastelerías y dulcerías, 21 mantequerías, y aparecen en su relación 9 fábricas de sombreros, 56 tiendas de sombreros y 109 sombrereros, 268 talabarteros. En la minuciosa relación de actividades y oficios también están: tapiceros, tintoreros, toneleros, torneros, trenza-dores, veleros, zapateros. Dice que en Lima existen 1,598 zapateros y 212 zapaterías, que hay armeros, carroceros, cerreros, cigarreros, colchoneros, encuaderna-dores, herreros, lavanderos, modistas, pasamaneros, pelu-queros, picadores de tabaco, pintores de casa, plateros. Hay tiendas de cintas y útiles de costura, de mercería, perfume-ría, quincallería fina, tiendas de papeles pintados, de pará-metros y útiles de Iglesia, tien-das de vidrios planos y de es-pejos, de zuelas y de cueros; hay almacenes de loza y cris-talería, de cajas mortuorias, de instrumentos de música y pin-tura, de pianos, de ropa hecha,

de tabacos y cigarros, librerías; ya hay joyerías, relojerías y aparecen retratistas, bordado-res, dentistas, escultores, mé-dicos, músicos, maestros de piano, grabadores, flebotóni-cos, impresores.

En suma, Lima en esos 20 años que tratamos de descri-bir, es una ciudad al filo de los cien mil habitantes y que in-corpora a su vida los mejores adelantos de la época.

Una reflexión puede ser la síntesis de todas estas ideas. La Lima de 1850 a 70 no es la Lima que vieron San Martín y Bolívar; ya es una Lima con fe-rrocarril, telégrafo, estampilla y fotografía; es una Lima abierta a todas las sangres del mundo, pero aún es la misma personalidad de la ciudad tra-dicional.

Tal vez el signo profundo de este tiempo podríamos ubi-carlo en el principio de la gran obra del ferrocarril central, por la quebrada del Rímac, que uniría Lima con el valle del mantaro. En la década del 70 ya hay 76 kilómetros construí-dos y la conclusión de esta obra después de la Guerra con Chile significa no sólo el em-peño científico y el esfuerzo económico más importante en una obra pública en el país, sino que muestra un esfuerzo humano invalorable al dominar la técnica y la ciencia del

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siglo XIX, una de las cordille-ras más interesantes, altas y difíciles del mundo. Puede de-cirse, sin ufanía, sin vanidad, que es el ferrocarril central del Perú una de las maravillas del mundo comparable con el Ca-nal del Suez, entre las obras que se construyen en el siglo XIX.

Hay algo más en esta figu-ra de la Lima de los 20 años que ahora comentamos; no sólo es el tiempo del progreso material, hay otros elementos interesantes. Estos 20 años del 50 al 70 son los años en que se publican obras funda-mentales sobre la vida del Perú. En el orden de la Histo-ria, de la Literatura, de la Geografía, es la hora de edi-ciones capitales. Inicia este es-píritu, sin duda, la Revista de Lima, que bajo la dirección de José Antonio de Lavalle apa-rece entre el final de la déca-da del 50 y principios del 60, y que del mismo modo que el Mercurio Peruano en los días de Hipólito Unánue, agrupa a hombres muy representativos de la vida intelectual del país para servir, a través de sus estudios, al progreso de la República. Aparte pensa-miento político y actividades personales, están asociados hombres tan diversos como el citado Lavalle, Miguel Atana-sio Fuentes, Evaristo Gómez Sánchez, Luciano Benjamín Cisneros, Pedro José Calde-

rón, Mariano Nicolás Corpan-cho, Manuel Pardo, Toribio Pacheco, Felipe Masías, aso-ciados todos por la voluntad común de estudiar al Perú para servir al progreso del país.

Han sido un impulso los es-tudios de Química, Botánica y Taquigrafía, en el gobierno de Pezet principia la Escuela de Artes y Oficios, en 1869 se crea el cuerpo de Ingenie- ros y en 1876 se funda la Escuela de Ingenieros, en

1869 la Escuela de Agricul-tura.

En el orden de las publcia-ciones cabe mencionar: la "Liga patriótica", de Manuel Nicolás Corpancho y Fernan- do Velarde de 1853; la "His-toria de Salaverry", escrita por el chileno Manuel Delga-do en 1852, que insiste en el valor del progreso; los traba-jos de José Toribio Pacheco sobre"Cuestiones constitucio- nales", de 1854; la versión castellana de las "Antigüeda-

Antigua puerta principal del palacio de Gobierno. Por ella desfilaron, en menos de dos años, ocho gobernantes.

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des Peruanas" de Mariano Eduardo de Rivero, editadas en Viena en 1851.

En los años inmediatos a 1870 podemos registrar "Da-tos geográficos del Perú" de Mariano Felipe Paz Soldán y la "Historia del Perú Indepen-diente" del mismo autor, que inaugura la Escuela Historio-gráfica Peruana sobre la Independencia; también son de este tiempo los "Estudios de Historia del Perú", de Sebastián Lorente; la "Historia de la revolución de la Indepen- dencia del Perú" de Benjamín Vi-cuña Mackena; y la "Colección de Documentos Históricos y Literarios del País", obra be-

nemérita de don Manuel Odriozola; y es también el tiempo, 1864, cuando aparece el primer volumen de "El Perú" de Raimondi y el primer volu-men del "Diccionario Histórico Biográfico del Perú", del ge-neral Manuel de Mendiburu.

Estos datos, tal vez desor-denados, nos sirven para una afirmación absolutamente só-lida: el progreso material está unido de la mano al progreso espiritual, está absolutamente entretejido. El país progresa con obras importantes en to-dos los campos, y con ese pro- greso material están presentes libros fundamentales de His-toria, de Geografía, y de otros

campos de la actividad huma-na, que reflejan también esa voluntad de perfeccionamien-to de la vida de nuestro país.

En fin, otra nota interesan-te de estos días es el espíritu americanista que preside la vida peruana, no hay que ol-vidar que el Primer Congreso de Lima, de 1846, inaugura ese espíritu de solidaridad americana que en el siglo XIX tuvo fortuna frágil, pero fue un ánimo cierto que el Perú trató de levantar en la rela- ción entre nuestros países en medio de múltiples dificulta-des y tropiezos. El espíritu americanista no es improvi-sación de los días que inicia Castilla; es fruto de una lar- ga historia en la cual la direc-ción del país no olvidó los co-munes problemas americanos, con los cuales está entreteji- da la república.

Resta una consideración más profunda. Si el Perú vi- vió este progreso material y espiritual que menciono, si es ésta una época de prestancia de Lima expresada tal vez en la famosa Exposición Nacio- nal de 1872 al término del gobierno de Balta, ¿qué es lo que sucede para que la Gue-rra del pacífico nos encuentre desarmados y sin mayor pre-visión?

No es fácil una respuesta completa que aclare las in-

Hipólito Unánue

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quietudes que esta contradic- ción entre la prosperidad y el desastre puede ofrecernos. Tal vez el camino para entender esta contradicción puede des- cubrirse en la falta de previ- sión, en la ceguera frente a la riqueza del guano que se ex-tendió sin término, la impre- visión frente al manejo de una riqueza que a la postre era transitoria, lo que podría ser signo, como recuerda Basa- dre, de una prosperidad falaz.

En estos años de Castilla a Manuel Pardo, si bien hay prosperidad, el país no ha ga-nado todavía la estabilidad que necesita. Hay momentos que son de estabilidad, pero aún la línea permanente del país está alterada o perturba- da por las revoluciones, por la inestabilidad, por el desorden político. Todo esto explica la caída terrible de la Guerra con Chile y la imprevisión que nos llevó al desastre. Tal vez la prosperidad material carecía de cimientos profundos; tal vez en el empeño de nuestros intelectuales por estudiar al país no se pensó en la terrible gravedad del estado económi- co de las cosas; tal vez tuvo mucha fuerza la memoria vie- ja de la grandeza del Perú y cierta noción rutinaria o implí- cita de que esa grandeza con-tinuaría sin término.

JOSÉ DE LA PUENTE CANDAMO

Doctor en Historia. Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Director del Instituto Riva Agüero:

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ELEMENTOS GENÉTICOS DEL PROCESO DE CIUDADANÍA EN EL PERÚ

El estudio General de Lima hasta 1571 (Génesis de la Universidad de San Marcos)

GUILLERMO LOHMANN VILLENA

ncuestionablemente, «uno de los capítulos más deci- sivos de la historia de la

cultura» (es la palabra autori-zada de Sor Agueda Rodrí-guez), es el proceso de temprana fundación de universidades en el ámbito ultramarino que España iba incorporando a su Imperio y a la civilización cristiano-occidental. Así, la difusión del pensamiento europeo discurrió desde un principio por los cauces que abrieron una treintena de centros de educación superior creados a lo largo de tres siglos, y con ello se hizo posible la irradia-ción de la vida del espíritu y la configuración de patrones culturales propios.

Si se repara en que el Estu-dio General de Lima inicia su andadura cuando aún no ha-bía corrido cuatro lustros de la fundación de la ciudad, no puede por menos que asom-brar que en medio de la pre-cariedad de la vida cívica, de las turbulencias bélicas y de la penuria de recursos culturales, mentes inquietas dieran fe de su preocupación por la aper-

tura de centros educativos, todo lo rudimentario y ele-mentales que se quiera, pero indicios al fin y al cabo de que en el seno de aquellas colecti-vidades anidaban aspiracio-nes que no se reducían a las exclusivamente materialistas.

Conviene, pues, dispensar atención especial a ciertos an-tecedentes que han de tomar-se en consideración a la hora de abocarse a trazar la histo-ria específica de la fundación de la universidad que desde 1571 se emancipó de la tutela de la comunidad dominica y desde 1574 se colocó bajo el patrocinio de San Marcos, de-nominación con la que es co-nocida hasta hoy. La implan-tación de un centro de estu-dios de la más elevada jerar-quía académica no puede ex-plicarse sin la sedimentación de dos factores, a saber: un ambiente intelectual propicio y el impulso proveniente del afán de ilustración de las primeras generaciones crio-llas. Verdad es que no escasea la

información tocante al estable-cimiento y a la evolución de la universidad limeña a lo largo de sus cuatro siglos largos de existencia, pero tanto los his-toriógrafos modernos (1) como los antiguos analistas de sus orígenes (2) relegan a una injusta penumbra las circuns-tancias que hicieron posible el establecimiento de un plantel educativo tan conspicuo en fecha no muy alejada de la Conquista misma. Los prime-ros juzgaron innecesario, o quizás no apuraron su diligen-cia en pos de información so-bre extremo de tal magnitud, o lo que es aún más insosteni-ble, estimaron que por el «an-sia de oro» de los aventureros, su ignominioso analfabetismo o el obscurantismo de las au-toridades, no hubo ni asomo de vida cultural.

Los cronistas conventuales, por la muy explicable prefe-rencia que dispensaban a la labor evangelizadora y a los acontecimientos propios de su instituto, se limitaron a insertar noticias dispersas, que más que colmar nuestros deseos de

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conocer en detalle a aquellos inicios, nos dejan con la miel en los labios. En razón de ta-les deficiencias, y sobre todo porque constituye la razón de ser que explica porqué en fe-cha tan anticipada Lima se adelanta a ofrecerse como sede de Estudio general, séanos permitido detenernos algún tanto sobre el particular. La dimensión intrínseca de la materia lo exige, y algunas viñetas permitirán formarse idea cabal de sus perfiles. 1. El ambiente propicio

Desde sus años iniciales Lima se configura como em-porio espiritual y político, con todo lo que ello trae consigo. En 1541 la capital de la gober-nación del Perú se erige en obispado, y la mitra se ofrece a un egresado del colegio de San Gregorio de Salamanca, Fray Jerónimo de Loaisa, pro-movido cinco años más tarde metropolitano, independiente de la sede hispalense. En 1542 el Emperador instituye como sede del Virreinato del Perú a la ciudad de Lima. Ese mismo año -a los siete de fundada- el capitán Juan Fernández cedía a los dominicos una porción de terreno con destino a colegio o plantel de estudios, dotándolo de rentas (si bien a la postre resultan insuficientes (3).

Por aquellos años la pobla-

ción bordeaba los dos millares de vecinos. No obstante tan re-ducido censo, no dejaban de registrarse entre los morado-res sujetos de luces y talento, que en sus conversaciones o tertulias harían gala de sus sa-beres.

En el comercio de las ideas, la expresión escrita o impresa es una de las vías más efecti-vas para la irradiación de su mensaje. En el repetido año de 1542 se remató, en la plaza principal de Lima, el cúmulo de bienes que pertenecieron al primer obispo del Cuzco, Fray Vicente de Valverde, bárbara-mente sacrificado por los in-

dios de La Puná. Aparte de ta-llas, imágenes, lienzos mapas, entre el primero de 178 impre-sos encontraron comprador el Enquiridion de Erasmo; el cronista Juan Díez de Betanzos se hizo con un ejemplar de las comedias de Terencio, y nue-ve volúmenes pequeños pasa- ron a enriquecer la biblioteca del convento de Santo Domin-go (4).

En el curso de 1544 y 1545 se registra la presencia en Lima de dos vallisoletanos de formación humanista: al Con-tador Agustín de Zárate, y su sobrino el Licenciado Polo de Ondegardo. El primero, «sa-

El Sello y Escudo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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bio y leído en letras latinas» (según Cieza de León (5), lo demuestra con las citas clási-cas que esmaltan su Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú (6) y como expresión de su dominio de aquella lengua ideó el exergo de una medalla laudatoria de Gonzalo Pizarro. A mayor abundamiento, aparte de su quehacer fiscalizador en materia de la hacienda pú-blica, abrió la primera librería de la ciudad (7).

Del sobrino bastará para acreditarlo la vasta obra que dejó acerca de creencias, cos-tumbres y tradiciones indíge-nas, que le han constituido en autoridad insubstituible en cuestiones de etnología, reli-gión y derecho prehispánicos.

No es de extrañar que en

manos de soldados corriesen lecturas verdaderamente in-sólitas, tales como la compila-ción de fábulas Isopete historia-do y los Apothegmas... de Plutar-co, probablemente en la traduc-ción del Secretario Gracián (Al-calá, 1533) (8).

En mayo de 1548 se practi-có el inventario de bienes del Tesorero Alonso Riquelme, uno de los prohombres de la Conquista en su investidura de funcionario fiscal. Entre las obras de Literatura e Historia que poseía, se contaban la Cró- nica General de España, de Flo- rián de Ocampo, las Epístolas familiares, de Fray Antonio de Guevara, y dos títulos que no pueden pasarse por alto: Lin-gua... (Basilea, 1525), de Eras-mo, y la Summa de doctrina christiana (Sevilla, 1544), del lu-terano doctor Constantino Ponce de la Fuente. El con-quistador Francisco de Am-puero, quien se casa con la princesa incaica Doña Inés Huaylas, compró en esa opor-tunidad diez volúmenes (9).

Como prueba concluyente

de que las Cédulas de 4 de abril de 1531 y 13 de setiem-bre de 1543, que prohibían la exportación a las Indias de «historias vanas de profani-dad, como el Amadís y otras de esta calidad» eran letra muerta, consta que en 1ro de

noviembre de 1549 se re expi-den desde el Perú a Tierra Fir-me nueve volúmenes de libros de caballerías, junto con un texto muy afín a ellos, la po-pularísima novela histórica de Pedro del Corral, Crónica sarra- cina, sin contar otros impresos, como los breviarios sevillanos (recordemos que en sus prime-ros años la diócesis limeña ha-bía sido sufragánea de la his-palense), y obras de Santo To-más (10). Un librero, Francis- co Gómez, contribuiría al ma-yor conocimiento de la litera-tura renacentista, pues compra de otro comerciante, por la cuantiosa suma de 1.000 pesos de buen oro, «una partida de libros de todas suertes» (11).

En relación con el mercado libreril, no estará fuera de lugar traer

a colación que en él podían feriarse pie-zas tan selectas como un libro de horas guarnecido de oro, que se ad- quirió para los re-

zos de la hija de Francisco Pizarro, Doña Francisca Pizarro (12) y que hasta un encuadernador hallaba un lucrativo medio de subsistencia (13).

El elenco de hombres de le-tras que por entonces residían en Lima no es exiguo, y de al-guno de ellos ha quedado tes-timonio de sus quilates intelec-

La implantación de un centro de estudios de la más elevada jerarquía académica no puede explicarse sin la sedimentación

de dos factores, a saber: un ambiente intelectual propio y el impulso proveniente del afán de ilustración de las primeras

generaciones criollas

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Sala Capitular del Convento del Rosario, de la Orden de Santo Domingo, donde se fundó la Universidad de San Marcos.

tuales. Aunque por aquellos años declaraba como profesión la de mercader, quién sabe si ya despuntaba en el lusitano Enrique Garcés la afición a la Literatura que le llevaría con el correr del tiempo a alcanzar renombre como traductor de Petrarca y de Camoens (14). En esta galería no pueden olvidarse al Príncipe de los cronistas americanos (como lo proclamara Jiménez de la Espada), Pedro de Cieza de León (15), ni a dos autores no menos descollantes: el Flo-rentino Nicolao del Benino, deudo de los Médicis lo cual no es menguada ejecutoria-, que en su Verdadera relación de lo sucedido en los Reynos de pro-vincias del Perú... (Sevilla, Juan de León, 2 de enero de 1549), nos dejó las primicias informa-

tivas para Europa del final de la rebelión de Gonzalo Pizarro (16), y al palentino Diego Fer-nández, nombrado por el vi-rrey Marqués de Cañete histo-riador oficial de los episodios del levantamiento de Hernán-dez Girón (17).

Entre los coetáneos en modo alguno puede omitirse mencionar a alguien cuyo nombre ya ha sido citado, Juan Díez de Betanzos, que dedica-ra precisamente al virrey An-tonio de Mendoza (Setiembre de 1551 julio de 1552) su Suma y narración de los Yngas, como tampoco cabe entregar al silencio al autor -¿Rodrigo Lozano?- o autores -según se echa de ver por el análisis in-terno del texto- que en 1ro de marzo de 1550 ponían punto

final a la Relación de todo lo sucedido en la provincia del Perú desde que Blasco Núnez Vela fue enviado... pues quien quiera haya sido el que la compusiera, no se hallaba ayuno de conocimientos literarios, como lo revela una explícita referencia a las metamorfosis ovidianas (18), ni mucho menos al anónimo que escribiera la Relación de lo acaecido en el Perú desde que Francisco Hernández Girón se alzó..., cuya prosa, tarraceada de latines, abona una instruc-ción nada común (19), y si su-yos son los romances con que cierra su relato, estamos ante un delicado cultor de las mu-sas.

En los círculos forenses no escaseaban intelectuales de quienes no es gratuito suponer

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que constituían una escogida pléyade: el Licenciado García de León, autor de las represen-taciones de Gonzalo Pizarro contra las Leyes Nuevas, mode-los de sutileza jurídica (20); el Licenciado Hernando de San-tillán, oidor desde 1550 hasta 1556, a cuya pluma se debe la Relación del origen, descendencia y política y gobierno de los Incas (21), «modelo de investigación y de crítica» (a juicio de Jiménez de la Espada); el Presidente de la Audiencia, doctor Melchor Bravo de Sarabia, que dejó un tratado desconocido sobre Antigüedades del Perú; el Fiscal del mismo Tribunal, Li-cenciado Juan Fernández, que en sus informes a la Corona in-cluye aforismos en latín (22), y finalmente el Licenciado Alonso Martínez de Ribera, le-trado del Cabildo limeño os-tenta como timbre de honor haber sido padre de un poeta elogiado por Cervantes (23).

Como no podía ser por me-

nos, el elemento religioso se lleva la palma en este reperto-rio. El dominico Fray Gaspar de Carvajal, que abre en las

crónicas del Nuevo Mundo el "ciclo amazónico", en el exor-dio de su relato invoca las Dé-cadas de Tito Livio (24); el Sochantre Cristóbal de Molina o al P. Bartolomé de Segovia se atribuye la Relación de muchas cosas acaecidas en el Perú... "por manera que lo que aquí tratare más se podrá decir destrucción del Perú...", que Las Casas utilizó en su Apologética Historia (25); el dominico Fray Luis de la Magdalena, maestro en Teología, que de la mano del clérigo Juan Coronel preparó el centón De bello justo (26) del alzamiento de Gonzalo Pizarro, son apenas unos cuantos autores de fuste, evo-cados al paso y sin propósito de agotar la nómina.

¿Y cómo averiguar si entre los demás miembros de las tres comunidades asentadas en Lima -mercedarios, francis-canos y dominicos- hubo men-

tes de relieve en el quehacer literario, aparte de escolar por su elocuencia en la oratoria sagrada, su discreción en la dirección espiritual o simple-

mente en las virtudes propias de su ministerio, según se em-peñan en recordarnos los cro-nistas de las respectivas órde-nes?

Algunos se pueden espi- gar: Gasca destacó desde Pa-namá, en 1546, con el propósi-to de que iniciara sutilmente en el Perú una campaña favo-rable a su misión, al dominico Fray Francisco de San Miguel, «hombre de letras y de buen púlpito» (27); un acta notarial del 15 de febrero de 1548 re-vela que entre los franciscanos radicados en Lima hubo un la-tinista de categoría (28), y al año siguiente el repetido Gas-ca proponía para ocupar un beneficio en la ciudad de La Plata al P. Martín del Campo, tonsurado proveniente de la diócesis primada de Toledo, Maestro en Artes y teología, de quien advierte ser sujeto «de buenas letras» (29). Buen módulo para calibrar la sapiencia de los

altos dignatarios eclesiásticos y de las lumbreras de las respectivas co- munidades justa- mente en los años en que llegó a

Lima la Provisión por la que se creaba el Estudio General lo constituyen las decisiones adoptadas por los tonsurados asistentes al primer Concilio,

... la difusión del pensamiento europeo discurrió desde un principio por los cauces que abrieron una treintena de centros de educación superior creados a lo largo de tres siglos, y con ello se

hizo posible la irradiación de la vida del espíritu y la configuración de patrones culturales propios

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convocado por el Arzobispo Loaisa, que estuvo reunido desde el 4 de octubre de 1551 hasta el 22 de febrero del año siguiente. Los acuerdos traslu-cen una madurez intelectual y una especulativa que sitúan en muy buen pie la instrucción de sus gestores (30).

Aunque sería hiperbólico suponer que los conocimientos en letras humanas de es- tos espíritus selectos trascen-diesen a grupos mayoritarios, es de todas formas lícito dedu-cir que la cultura popular no andaba muy a la zaga: en sep-tiembre de 1548 hacía su en-trada solemne en Lima, bajo palio, el tantas veces nombra-do Pacificador Gasca. En ho-nor del mandatario se organi-zaron festejos públicos, uno de los cuales lo formaban com-parsas, cuyos danzantes declamaban unas prosaicas coplas, expresivas de la adhesión a las autoridades legítimas de las principales poblaciones del Perú. Una de las quintillas exhuma la homérica Troya, comparándola con la ciudad peruana, indicio de que los espectadores no desconocían el nexo vinculante entre ambas localidades (31). 2. La demanda criolla

Una elemental apreciación cronológica permite compro-bar que demediando el siglo XVI los hijos de españoles na-

cidos en el Nuevo Mundo co-mienzan a irrumpir sobre el escenario de la vida política. Se advierte en esas nuevas ge-neraciones el afán por hacer efectiva la paridad proclama- da en la legislación entre espa-ñoles y criollos, adquiriendo para ello una preparación edu-cativa que les permitiera com-petir en igualdad de condicio-nes con los originarios de la Metrópoli y por el consiguiente ocupar cargos en el escalafón gubernativo, plazas en la magistratura o sinecuras y prebendas, de los que se con-sideraban injustamente exclui-dos. La falta de trabajos en profundidad sobre la estructura del tejido social en estos años iniciales de la época de la dominación española no permite avanzar conjeturas só-lidamente apocadas, mas de todas formas la presión del elemento criollo representa un factor al que debe atribuirse su apropiada magnitud a la hora de evaluar la urdimbre de an-tecedentes que concurrieron en la creación de un plantel de jerarquía universitaria en el Perú (32).

Valgan estas sucintas notas para vislumbrar que el esta-blecimiento de un Estudio Ge-neral se realizaba en terreno receptivo para la actividad in-telectual y respondía a una ne-cesidad reclamada por una burguesía permeable a la vida de la cultura.

GUILLERMO LOHMANN VIllENA

Doctor en Historia. Profesor Emérito de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

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Referencias Bibliográficas

(1) Entre estos descuella Eguiguren. V. Alma Mater. Orígenes de la Univer-sidad de San Marcos (Lima, 1939), 638 págs.; Diccionario histórico-cronológico de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos, y sus colegios. Crónica e investigación (Lima, 1940-1951), tres vols., y La Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Cuarto centenario de la fundación de la Universidad Real y Pontificia y de su vigorosa continui-dad histórica (Lima, 1950), 282 págs.

(2) Meléndez, Tesoros Verdaderos de Indias (Roma, 1681-1682), v. princi-palmente el volumen I.

(3) [2], Libro III, Capítulo XI. (4) Hampe Martínez, «La actuación del obispo vicente de Valverde en el

Perú», en Historia y Cultura (Lima, 1981), num. 13-14, pág.147. Val-verde, hijo del convento de San Esteban de Salamanca, alcanzó en él la borla de maestro en Teología.

(5) Guerra de Quito, Capítulo LXXIV.

(6) Primera edición: Amberes, 1555.

(7) Porras Barrenechea, Los cronistas del Perú (1528-1650), Lima, 1986, pág. 217.

(8) Archivo General de Indias. Justicia, 451, fol. 501.

(9) Hampe Martínez, «El tesorero Alonso Riquelme y la administración financiera en la conquista del Perú», en Historia (Lima, 1986), X, núm. 1, págs. 56-57.

(10) Archivo General de la Nación del Perú. Protocolo de Sebastián Vásquez, 1551-1554 (160), fol. 1228.

(11) Archivo General de la Nación del Perú. Protocolo de Diego Gutiérrez, 1545-1554 (64), fol 828v.

(12) Archivo General de Indias. Escribaría de Cámara, 496 (A).

(13) Levillier, Audiencia de Lima (Madrid, 1992), pág.1. Despache de Bravo de Sarabia, de 3. V. 1549.

(14) Archivo General de la Nación del Perú. Protocolo de Ambrosio de Nos-cese, 1550-1553 (117, fol. 215. Acta notarial de 3.X1.1552. Id. Sebas-tían Vásquez, 1551-1554 (160), fols. 406, 999v. 1067, 1067v, 1068v. 1071, 1073; 1077 y 1085. Actas notariales de 31. III, 1552, 29 y 30. XII. 1553, y 2 y 3.1.1554.

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(15) De él se conocen tres escrituras suscritas en Lima en agosto y septiembre de 1550. Archivo General de la Nación del Perú. Protocolo de Simón de Alzate, 1548-15551 (9), fols. 340v y 341v. Una tercera acta notarial, sustraída del mismo protocolo, en The Harkness Collection (Washington, 1932), I, pág. 182.

(16) Archivo General de la Nación del Perú. Protocolo de Pedro de Salinas, 1546-1548 (154), fol. 973v. Acta notarial de 18.1. 1548.- En 1550 se encontraba en Trujillo. Biblioteca Nacional del Perú. Manuscritos. A35 fol 575v. De nuevo en Lima en 26.I.1554[10], fol. 1096.

(17) Se le encuentra en Lima en 19. VI. 1553. Libros de cabildos de Lima (Lima, 1935), IV, págs. 199 y 240.

(18) (Lima, 1870), págs. 187 y 191.

(19) Colección de libros Españoles Raros o curiosos (Madrid, 1879), XIII, págs 197-224 y los romances en págs. 225-233.

(20) Lohmann Villena, Las ideas jurídico-políticas en la rebelión de Gonzalo Pizarro (Valladolid, 1977), págs. 106-107. El Licenciado León fue Corre-gidor de Lima (1554-1557).

(21) Tres relaciones de antigüedades peruanas. (Madrid 1879), págs. 3-133.

(22) [13] pág. 147.

(23) Consta su estancia en Lima por escritura de 15.III.1552. [10], fol.352.

El elogio de Cervantes, en el Centro de Calíope, en La Galatea (Alcalá, 1585), libro Sexto, oct. LXVII.

(24) Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias (Madrid, 1855), IV, pág. 541.

(25) Pérez Fernández, Bartolomé de las Casas en el Perú (Cuzco, 1988), pág. 270.

(26) [20], págs. 93 y 98.

(27) Fernández, El palentino, Historia del Perú. (Sevilla, 1571), Primera Parte, Libro Segundo, Capítulo XXVI, y Lazárraga, Descripción breve del Perú..., Libro Primero, Capítulo XXIX (en Nueva Biblioteca de Autores Españoles (Madrid, 1909), XV, pág. 503-b).

(28) Archivo General de la Nación del Perú. Pedro de Salinas, 1546-1548 (154), fol. 1003.

(29) Lavillica, Gobernantes del perú, cartas y papeles (Madrid, 1921, I, pág. 187. Despacho de Gasca, de 2. v. 149.

(30) V. la nómina de los participantes en esa asamblea en Vargas Ugarte, Concilios Limenses (Lima, 1954), III, págs. 5-7).

(31) [27], El palentino, capítulo XCIII; Clavete de Estrella, Rebelión de Pizarro en el Perú (Madrid, 1889), II, pág. 200, Gutiérrez de Santa Clara, Historia de las guerras civiles del Perú (Madrid, 1929), VI, pág. 222.

(32) Bataillon, «L' Université et la societé créole naissante en 1551", en Anna-les (Paris, 1952), VII, págs. 337-347.

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RETOS DE LA CIUDADANÍA EN LA ACTUALIDAD

RETOS DE LA CIUDADANÍA EN LA ACTUALIDAD

El derecho a la información en el ámbito local

JOSÉ MARÍA DESANTES GUANTER

Introducción

l presente tema presenta ciertos inconvenientes para su desarrollo. Voy a

mencionar alguno que redima de esta su ineludible exposición incompleta.

Primero. Exponer, pream-bularmente, la teoría del dere-cho a la información resulta un cometido imposible. Es impe-rioso remitirse a los valiosos trabajos publicados acerca del argumento. Basta con recordar que se trata de un derecho na-tural, bien que secundario o de-rivado del dere-cho más primario y fundamental que es el que tie-ne por objeto la vida humana.

Segundo. He de omitir una materia de la mayor importan-cia para las personas en cuyos países se habla más de un idio-ma: el derecho a comunicarse en la lengua vernácula. El ar-tículo 83 de la Constitución Peruana reconoce la co-oficia-

lidad con el castellano, (del quechua y del aymara, en al-gunas zonas del país), al pa-trimonio cultural de la Nación que integran las demás lenguas aborígenes.

EL problema tiene su trata-miento propio y distraería la atención hacia cuestiones tan-gentes a la que plantea el título de este trabajo. También existe bibliografía valiosa que lo abor-da.

Tercero. Los autores se han

fijado más en la universalidad

que en la localidad de la in-formación. La documentación de este segundo aspecto es relativamente escasa. Pero la existente razona y demuestra que no existe contraposición entre uno y otro ámbito, uni-versal y local, sino que se com-plementan recíprocamente.

Cuarto. En todo caso, pro-porcionar ideas generales acerca de la información local es un intento que roza casi lo quimérico en cuanto, por axio-ma, ningún modelo puede ser explicativo de otros y aplicable a otros, dado su carácter preciso, en el doble sentido de concreto y de imprescindible para la comunicación en un ámbito geográficamente cir-cunscrito. Afortunadamente, es el derecho a esta comunicación lo que, por constituir su denominador común, permi- te deducir unas ideas válidas

para todos los supuestos.

Planteamiento

Los autores europeos de las más diversas tendencias -de Sombart a Dawson- sostienen que la ciudad fue la obra maestra de los griegos. Con

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La ciudad nace porque convergen, con la comunicación, varias tendencias del hombre racional al que el Estagirita definió como animal político; es decir, habitante de la POLIS o ciudad

ello intentan confirmar la hi-pótesis de que los hombres oc- cidentales no somos, en cuan-to al pensamiento, sino grie-gos ordenados por el sentido jurídico de Roma. Esta idea, que no carece totalmente de razón, adolece de no tomar en cuenta todos los fenómenos históricos que se han refundi-do con el legado greco-latino

como, por ejemplo, el paso de los pueblos germánicos que cuartearon el decadente Impe-rio romano. En concreto, los pensadores a que me refiero también olvidan la herencia de las culturas, florecientes o ya decaidas en 1492, en este con- tinente, tierras en las que exis-tieron ciudades. Perú presen-ta elocuentes testimonios de

que la ciudad no es patrimo-nio de una sola cultura, sino de la Humanidad.

Desde la perspectiva del tema de mi intervención voy, sin embargo, a tomar como punto de partida la evolución de la ciudad en el ámbito me-diterráneo, desde su origen, y su extensión al resto del Viejo y al Nuevo Mundo. Adopto este método introductivo por-que es en Grecia donde se in-venta aquella concreta institu-ción ciudadana cuyo concep- to abstracto sigue hoy tenien-do plena y universal vigencia; y porque tal evolución engar-za con la materia a desarrollar: el derecho a la información local. Es decir, la eficacia del derecho natural a comunicar-se entre sí los hombres que conviven en un lugar o espa-cio determinado.

Cuando McLuhan utiliza la imagen de la aldea global para referirse a la universalización informativa que han permitido los medios técnicos de co-municación; o cuando Brze-zinski, al mismo propósito, dice que el mundo es una vi-lla planetaria, no están sino afirmando que el núcleo bási-co del fenómeno informativo, como puesta en forma de la realidad y como mensaje que de ella resulta, es la ciudad. El Derecho objetivo, que no es otra cosa, en idea feliz de Pieper, que la realidad hecha

Doctor José María Desantes Guanter

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norma, reconoce -y la ley debe reconocer- tal núcleo como base de eficacia de ese dere-cho subjetivo natural que es el derecho a la información. La comunicación procede del hombre y termina en el hom-bre. Los hombres viven en co- munidades asentadas en un lugar del espacio y del tiempo, cuya encrucijada determina "lo local", que tiene el sen- tido primario de poblacional o ciudadano, aunque tal significado se haya extendido a las zonas de influencia, co-marcales o regionales.

La ciudad es, a su vez, gé-nesis y resultado inmediatos de la necesidad existencial de comunicarse que tiene el hom-bre, tanto en su dimensión in-dividual cuanto social. Podría-mos decir, para- fraseando una ex- presión jónica, que en el principio era la comunica- ción local. El ge- nio de Agustín de Hipona acierta a componer la primera Teología de la Historia que es, a su vez, una precoz Teología de la co-municación, haciendo com-prender "La Ciudad de Dios" por sus semblanzas y diferen-cias con la Ciudad terrena. La génesis comunicativa de la ciudad

Como otros elementos cul-

turales, la ciudad nace porque convergen, con la comunica-ción, varias tendencias del hombre racional al que el Esta-girita definió como animal po-lítico; es decir, habitante de la polis o ciudad.

La ciudad es el acotamien-

to de un espacio, el estableci-miento de un recinto, no para separarse de lo amorfo e inde-finido, de lo cósmico y prima-rio, sino para tomar de él las porciones más selectas, fijarlas y pulirlas. La ciudad es un pe-queño cosmos, es decir, una ordenación consciente frente al caos, al desorden. No es producto de la naturaleza, sino de una fundación extranatural; porque tampoco es algo artifi-cioso o antinatural, dado que tiene como base una reunión,

necesaria o conveniente, de hombres. Sócrates, ejemplar urbano por excelencia, dirá: "Yo no tengo que ver con los árboles en el campo, yo sólo tengo que ver con los hombres en la ciudad".

En su origen, empero, tam-

poco es la ciudad un resulta-do de la abstracción, sino la manifestación del pensamien-

to figurativo griego aplicado a la existencia social. La ciudad constituye una forma precisa que se funda para algo, tiene un fin que, como todo telos, aspira a la teleiosis, a la perfección: no supone la esta-bilización de las poblaciones nómadas o la concentración de los habitantes dispersos por el campo simplemente para vivir mejor, sino para vivir la mejor vida posible. El árabe Abenjal-dun, en el siglo XIV, une la idea de felicidad a la de ciu-dad y, con ello, explica que los ciudadanos jamás retroceden a la vida trashumante.

La perfección -utópica y

asintótica si se quiere-, co-mienza por la unión de lo dis-perso, por la articulación orgá-nica de los estamentos confor-

me a su peculiar y comple-mentario modo de vida: la en-seña de la Civitas romana es "Senatus Populusque", Senado y pueblo, juristas y artesanos, nobles y plebeyos, rus organizada por elius. EL hombre clásico tiene la evidencia de que, en su raíz, el ser humano tiende a la concordia, a la paz o permanencia en el orden: en una "orden sosegada", según

En las ciudades griegas, aunque el forastero o METECO no goza de todos los derechos ciudadanos, sí que es titular del derecho a escuchar y ser escuchado

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la bella manera en que lo dirá, transcurrido el tiempo, Fray Luis de León. De aquí que se considere la máxima desgracia la lucha interna entre cives: la guerra civil. Aristóteles dirá a su hijo Nicómaco que "la dis-cordia es la máxima enemiga de la ciudad". Lo que hoy co-

nocemos con el nombre colec-tivo clásico de Grecia no es más que la manera de denominar una unión de ciudades con un anhelo de paz frente al común peligro bélico de la amenazan-te Persia.

Mientras los pueblos orien-tales, en continuo desplaza-miento, consideraban como virtud esencial la hospitalitas, la hospitalidad para el caminante encontradizo, los pueblos occidentales ponderan la urbanitas, la urbanidad, el modo de comportarse en la vía pública donde los ciudadanos se conocen y se comunican. Lo que se traduce en las ideas organizativas de la ciudad. Aparte otros fenómenos im-portantes que citaremos, en las ciudades griegas, aunque el forastero o meteco no goza de todos los derechos ciudada- nos, sí que es titular del dere-cho a escuchar y ser escu-

chado. El ejemplo que viene inmediatamente a la memoria es el de Pablo de Tarso hablando libremente en el ágora a los sorprendidos atenienses acerca del dios desconocido.

En las ciudades romanas se crean los colegia, precedente de

los gremios medievales. A ellos se afilian no sólo los hom-bres libres, sino también los es-clavos. Se inicia así el senti-miento urbano de la fraterni-dad entre los hombres de dis-tinta situación quiritaria y de igual dedicación profesional. Es uno de los signos de la ple-nitud de los tiempos que en-cuentra el Cristianismo. Por-que se incoa también, con ello, algo muy importante: la libe-ración del esclavo por el tra-bajo o, lo que es complementa-rio, la dignificación del trabajo como menester de hombres libres.

Los mediterráneos -griegos con laPolis, latinos con laurbs, o cartagineses, ya que Carta-go significa, precisamente, la ciudad- necesitan satisfacer la tendencia natural a conversar. Ortega y Gasset recuerda que la palabra más prestigiosa en Grecia es la palabra "palabra",

el logos, el hablar; la suprema ciencia de los griegos es la dia-léctica, la conversación. Hay que observar, además, que su pensador más eminente no sólo es el autor de la Retórica y la Poética, en las que se en-cuentra nuclearmente toda la Teoría de la Información, sino que dedica un capítulo de la Ética a una vir-

tud que hoy nos puede parecer insólita: el "do- naire en el decir"

que viene a ser la fluida trans-misión de lo que se quiere o se debe comunicar, poner en común: "El hombre que lo lo-gra será como una ley perpe-tua para sí mismo". Esto no había ocurrido en los pobla-mientos orientales. El propio Aristóteles critica desfavora-blemente que, en algunos arrabales o alsarchas de Babi-lonia, no se enteraron de la in-vasión por Ciro hasta tres días después de haberse produci-do.

Por eso la ciudad es, ante todo y sucesivamente, ágora. foro, plaza mayor o plaza de armas: lugar de reunión y de diálogo. En la urbe interesan, primordialmente, las fachadas que delimitan el espacio car-dinal de la plaza. Detrás de las fachadas están los hogares que, según Fustel de Coulan-ges, nutren de habitantes adul-tos a la ciudad, es decir, de pro-

La perfección comienza por la unión de lo disperso... De aquí que se considere la máxima desgracia la lucha interna entre CIVES

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tagonistas y antagonistas al foro, alrededor del cual se es-tructura el trazado de los edifi-cios cuadriculando las calles en ángulo recto. Ese es el trazado de las primeras ciudades ame-ricanas fundadas tras el Descubrimiento, previsto ya en el plan cisneriano de 1513, aun-que con ilustres antecedentes: según Estrabón, Hipodamo es el primer arquitecto que imagi-na la ciudad con calles en for-ma de red cuadriculada, como protegiendo el ágora: así se construyó El Pireo o Rodas. En las ciudades romanas, el foro queda localizado por la inter-sección de los dos grandes ejes -el cardium y el decumanum- y de él parten todas las demás calles en forma de radios. Puede verse todavía ese trazado en la ciudad intramuros de Bolonia. En la capital romana, estas calles radiales se prolongaron en las grandes calzadas que recorrieron el orbe conocido y que todavía hoy se conocen, en el área municipal, con el nombre de "Vía".

Se edifica la casa para vivir en ella; se crea la ciudad para convivir, para tratarse, para obtener un espacio físico que permita el desahogo sociopsi-cológico necesario para la suficiencia convivencial inal-canzable a la oikos, a la familia aislada.

Esta idea genética, comu-nicativa, de la ciudad autosu-ficiente tiene varios efectos. La ciudad convierte formal-mente en pariguales a gentes diversas, rasea las desemejanzas humanas con la común condición de ciudadanos: supone un extremo del movimiento pendular entre unidad y diversidad en el que el género humano se debate siempre. Pero la unidad formal no borra las diversidades funcionales, sino que se construye principalmente sobre dos de ellas.

Primera, la diversidad de servicios, que caracterizan las distintas profesiones. Platón considera que la ciudad es la comunicación de los servicios que cada cual es capaz de prestar a la comunidad con lo que

se produce una efectiva con-vergencia, agible y factible, que contribuye a la unidad ciudadana. Millán Puelles co-menta que esta unidad no es rectilínea y estática, sino diná-mica y circulatoria, activa y operativa, de tal manera que la "comunidad" se constituye realmente en una efectiva "co-

municación" entre los miem-bros que la componen. De he-cho y de derecho, comunidad y comunicación se expresan en Grecia con una sola palabra: koinoonia.

Esta "colaboración" o trabajo de todos para todos no es ciega y automática, sino que se produce porque existe una se-gunda diferencia, quizá más importante que la primera: la diversidad de ideas que ali-mentan el diálogo y la discu-sión pluralistas, fundados en un reconocimiento de la liber-tad de pensar, cuyo consciente ejercicio explica la fecundi- dad sin precedentes del talen- to helénico y su trascendencia histórica. Por esa libertad de pensamiento, que trasciende a la expresión, la ciudad es siem-pre republicana, no admite un

jefe único y despótico, unifor-mador de ideologías y de pa-labras. Cuando esta figura sur-ge y la libre expresión no se considera como algo natural, sino como una libertad conce-dida -no reconocida- y restrin-gible por el sátrapa, la ciudad como tal desaparece, aunque sea capaz de resurgir de sus

La ciudad convierte en pariguales a gentes diversas, rasea las desemejanzas humanas con la común condición de ciudadanos: supone un extremo del movimiento pendular entre unidad y diversidad en el que el género humano se debate siempre.

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propias cenizas, cual ocurrió con Atenas.

La política, como arte de in-tervenir y participar libremente en la vida pública, que toma su nombre, precisamente, de la Polis, busca la subsistencia de la ciudad y su consolidación para evitar el doble peligro de la revolución o de la dictadura. Busca, en la diversidad, su equilibrio o asiento, su status, que no impide, sino que postula su dinamismo in-

terno. La idea abstracta de Es-tado tiene su origen en el co-nocimiento empírico de la ciu-dad activa elevada a situación estable. Esta cohesión ciuda-dana es la que, irradiada, per-mite la conversión de la urbe en el orbe, como ocurrirá en la metamorfosis secular de Roma. La decadencia de la urbe, por factores corrosivos anticívicos, lleva incoada la del decadente Imperio, tarado con la forma monárquica y ab-solúta de gobierno.

La ciudad configura un marco de influencia recíproca

con el medio natural que la rodea. Bajo los modales urba-nos sigue existiendo la fuerza germinativa del agro, el senti-do común del labriego. La ciu-dad devuelve al campo este préstamo sin plazo con la crea-ción de colonias o microciuda-des hechas a imagen y seme-janza de la metrópoli y con los mismos derechos para sus ciu-dadanos. Cuando se pretende concentrar esta fuerza vital en la ciudad y desciende el nivel de su entorno, se abre un abis-

mo entre campesino y ciuda-dano, se olvida la región ex-cepto para parasitarla y vivir de ella. La raíz de la ciudad está en el terruño, en los hombres que le proporcionan los elementos naturales para su subsistencia y sus manufacturas. Si la ciudad se aísla de las fuentes naturales, minerales, biológicas o humanas, y con-sume más de lo que le sumi-nistran acaba consumiéndose a sí misma. Recíprocamente, si el paradigma de comunica-ción, que es la ciudad, no se extiende a su entorno, la ciu-dad engreída, se encierra y se

agosta.

Si es diverso el componen-te interno urbano, también son diversas las ciudades. Es ne-cesario, en los periodos más fuertemente participativos, buscar el modo de relación de unas urbes con otras. EL plu-ralismo interno, la agilidad de la comunicación entre los ciu-dadanos, facilita la instalación de cada ciudad en el conjunto de Polis, el diálogo entre ellas y su influencia recíproca. La

prevalencia de unas ciudades

sobre otras, de Atenas sobre Es-parta, por ejem-plo, no se da por la fuerza de las armas, sino por la supremacía cultu-

ral, que se manifiesta, sobre todo, por el ejercicio libre del derecho a participar correlati-vo con el derecho a comuni-carse. Degeneración y regeneración de la ciudad

La decadencia de la ciudad aparece como consecuencia de las invasiones germánicas en todo el territorio imperial romano. La idea de comunidad y comunicación queda reducida a la vida familiar y a la sociedad heril. Se prefiere la atomización rural a la convivencia ciudadana. Las clases diri-

En las ciudades romanas se crean los COLEGIA, precedente a los gremios medievales. A ellos se afilian no sólo los hombres libres,

sino también los esclavos. Se inicia así el sentimiento urbano de la fraternidad entre los hombres de distinta situación quiritaria y de

igual dedicación profesional

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gentes se aíslan para dedicar-se a la caza y adiestrarse para la guerra. Los animales salva-jes y el toro bravo son buenos frontones para endurecer los músculos y adquirir destrezas bélicas. Se menos- precia la paz y se edifican castillos, fortalezas defensi- vas y ofensivas. La fiesta consiste en el combate sin-gular armado, a veces cruento. Se olvida el valor igualitario de lo cívico y se supedita al jerár-quico de feudo. Se ignora so-cialmente a los burgos -deno-minación germánica de ciuda-des- y se desprecia a los bur-gueses como casta menor de artesanos y mercaderes.

Las ciudades se vacían de vida intelectual reducida -y, merced a eso, conservada- a los monasterios, que se edifi-can en paisajes apacibles extra-urbanos. La relación cívica en-tre gobernantes y gobernados deja de ser semejante a la de la trama y la urdimbre de un tejido para convertirse en Se-ñorío, una forma híbrida de situación de poder, fundada a la vez en la propiedad pri- vada y en el dominio político. Todas estas circunstancias componen un panorama histórico privado de la luz de la comunicación, que ha lle- vado a los autores, desde di-versas ciencias, a considerar

la Alta Edad Media como la Edad Oscura.

Cada población se ve así aislada de las demás por las barreras feudales que impo-

nen peajes, portazgos y pon-tazgos y adquiere de nuevo un aspecto defensivo. En la pax romana habían perdido su función las civitates firmae o ciudades fortificadas, que en el Medioevo vuelven a amu-rallarse. El recinto cerrado, y limitado axiomáticamente en su extensión y el influjo ára- be de defenderse del sol, ha-cen que la casa reduzca su solar y crezca en altura, que se estrechen las calles hasta tocarse los aleros de los teja-dos y que, al aprovechar to-dos los espacios, se retuerzan las rúas, perdiendo la armo- nía geométrica de la ciudad ra-cionalizada. El núcleo de unión deja de establecerse en la plaza y se conserva junto al templo. La parroquia o igle-sia principal tiene como titu- lar al patrón de la ciudad y alberga en sus atrios las reu-niones del Concejo abierto, re-liquia del sentido participativo de los ciudadanos.

Pero una ciudad es una suma de deseos, de intereses y de inteligencias. Cuanto más fuerte persista la conciencia viva que resulta de la comu-nicación recíproca, mayor es

la solidaridad, aquella fuerza de la comunidad humana que no ha olvidado que la urbe es la esfera en la que se desarro- lla su libertad. A través de fue-ros y privilegios las ciudades van adquiriendo autonomía, titularidad de derechos, exen-ción de jurisdicciones y tribu-tos señoriales. La idea entra-ñable y ciudadana de indepen-dencia va extendiéndose inter-na y externamente. La libertad de la ciudad es la libertad de todos y cada uno de los ciu-dadanos, que son causa efi-ciente y material de la comu-nidad urbana. Ya Alfonso el Sabio, en el Siglo XIII, dice en el Código de las Siete Parti-das: "Los ciudadanos son el tesoro de estos Reinos".

Los reyes se valen de las ciudades, en su afán de redu-cir el poderío de los señores; y las ciudades se apoyan en los reyes para recuperar su pres-tancia y su seguridad física y

Una ciudad es una suma de deseos, de intereses y de inteligencias. Cuanto más fuerte persista la conciencia viva que resulta de la comunicación recíproca, mayor es la solidaridad

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jurídica. De esta manera, los burgueses van convirtiendo el valor cívico o ciudadanía en "naturaleza" o vínculo recípro-co de lealtad de cada ciudada-no con el Rey, sin el intermedio del señor montaraz e indómi-to. La idea de pueblo adquiere

una generalización que deja exclusivamente por encima, como vínculo común, a la persona del Rey. Las Partidas, con su primitivo castellano, definen: "Pueblo llamase el ayuntamiento de todos los omes comunalmente, de los mayores, de los medianos e de los menores".

Con esta remodelación del espacio y de la igualdad, los nobles abandonan el campo y construyen sus palacios en los burgos, cuya fuerza se apoya, además, en constituirse en centro económico porque en ellas se celebra el mercado: muchas calles europeas reme-moran todavía esta dedica-ción, como la del nombre de las vituallas y de los gremios. La tensión bélica -con la excep-ción intermitente de la Reconquista española- se de-

bilita y se sustituye por una época de trabajo, de vida ciu-dadana tranquila. Las justas armadas se transforman en juegos florales donde lucen su inspiración poética primero bardos y trovadores; después los mismos aristócratas, como

Garcilaso. La caballería ya no es un signo marcial, sino ur-banizado. El caballero vuelve a ser el ciudadano educa- do y muchos ciudadanos del pueblo llano merecen títulos de nobleza o de hidalguía.

La ciudad, cada vez más fuerte, extiende su pujanza a la comarca, a la región e in-cluso al reino. Los Fueros que Jaime I de Aragón dio a mi tie-rra se titulan "Furs de la Ciu-tat y Regne de Valencia". La ciudad extiende -comunica- su propio Derecho y hasta su propio nombre al reino. Las ciudades, como los héroes, reciben honores y distincio-nes, campeando todavía hoy en las leyendas de sus escu-dos de armas, que han deja-do de ser un instrumento defensivo para convertirse en

un signo emblemático.

EL prestigio urbano va sa-turando un territorio que se cubre de redes de comunica-ción radiales, cuyo centro, como el de las rutas, vuelve a ser la ciudad. La urbe no sola-

mente es el ori gen de las comu nicaciones, sino

también su cau- ce. Puede verse esta función en las ciudades con puerto de mar adonde llegan, junto con las

mercancías de los bajeles, las noticias de otros puertos, que dan lugar a los primeros papeles perió-dicos. "Los caminos del mar- dirá Dawson- han constituido la red de comunicaciones de la civilización europea, pues han armonizado la indepen-dencia local con el incentivo del cambio comercial". Y, hay que añadir, de la difusión de los mensajes.

Las ciudades hanseáticas alemanas, las ciudades nautas italianas o las mediterráneas francesas o españolas son las cunas del periodismo escrito y después impreso. Los comer-ciantes, los buhoneros y la li-teratura de cordel se encarga-rán de difundir las nuevas y las ideas tierra adentro, en donde otras ciudades marcan los puntos de cruce de las cal-zadas: alguna de ellas, Estras-

La Universidad, con su aspiración siempre insatisfecha de profundizar en las fuentes de la ciencia para llegar a la sabiduría,

se constituye en la vanguardia de la sociedad urbana, de una sociedad que, hasta entonces, había sido la unidad primaria de

cultura

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burgo, por ejemplo, significa ciudad de los caminos. Y, con los caminos, son el punto de convergencia de las comunica-ciones.

Esta evolución, seguida en su médula sustancial y a gran-des rasgos, no está exenta de excepciones, de luchas a veces cruentas en las que hay derro-tas y victorias. Es la turnante manifestación humana del conflicto y el consenso. La re-sultante, al llegar la Edad Mo-derna con el Renacimiento, es el pleno renaci- miento de la ciudad que viene a preceder inme-diatamente a la época del Descu-brimiento y no es ajena a él como concausa. Sevilla, Salamanca, Va-lencia, Valladolid, Granada, Segovia, Barcelona, son ciudades que están en la base, cada una con sus pro-pias características, del Patro-cinio real de la aventura co-lombina.

La Proyección cultural de lo ciudadano

Aunque la ciudad no derri-ba las murallas hasta muchos siglos más tarde, se abre al exterior intelectualmente. Las colegiatas y las catedrales van asumiendo y coordinando la cultura aislada de los monas-

terios, con la ayuda de las Ór-denes mendicantes, fun-damentalmente urbanas y es-forzadas en cultivar las Cien-cias frente a las desviaciones heterodoxas. El franciscano Francesc Eiximenis, en víspe-ras del Renacimiento, replan-tea al modo hipodámico la "ciudad ideal". La transmisión de la ciencia se institucionali-za en un miembro del Cabildo al que se llama Maestres-cuela. Las Catedrales albergan un aula que, a medida que es necesario ensancharla, adquie-

re el apellido de magna, don-de está el origen inmediato de la institución que nos congre-ga. La ciudad se convierte en foco de cultura y ciencia a tra-vés de una fundación trascen-dental en la Historia de los hombres: la Universidad.

En su origen, el nombre de Universitas no se refiere al dato objetivo de universalidad que se le dio posteriormente, sino al subjetivo de asociación, de Universitas Personarum o per-sona jurídica de base colecti- va humana y estamental a que

tan proclive es la ciudad. Las Universidades nacen como fruto de la pugna de las fratrías de estudiantes o de profesores contra los Cabildos o los Canónigos Magistrales que habían extendido su jurisdic-ción desde los Estudios parti-culares de las Aulas magnas de las Seos a los Estudios Ge-nerales, separados ya por ra-zones de capacidad de las Ca-tedrales. En ellos no sólo cur-saban ciencias eclesiásticas los tonsurados o tonsurantes po-tenciales, sino todas las cien-

cias a la sazón sistematizadas por todos aquellos que quisie-ren y pudieren aprenderlas y enseñarlas. En esta tensión ins-tauradora se distingue el Mu-nicipio que defiende y subven-ciona la erección de su Univer-sidad y consigue las oportunas bulas pontificias y las licencias reales. Las ciudades universi-tarias cobran un prestigio y proyectan una influencia has- ta entonces desconocida, en su medio y en otras ciudades.

La Universidad, con su as-piración siempre insatisfecha

Esta «colaboración» o trabajo de todos para todos no es ciega y automática, sino que se produce porque existe una segunda deferencia, quizá más importante que la primera: la diversidad de ideas que alimentan el diálogo y la discusión pluralistas.

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de profundizar en las fuentes de la ciencia para llegar a la sabiduría, se constituye en la vanguardia de la sociedad ur-bana, de una sociedad que, hasta entonces, había sido la unidad primaria de cultura. Y ello en una triple dirección. Primero hacia el Mundo, hacia el Universo, lo que va cam-biando hacia un significado objetivo el nombre de Univer-sitas: lo académico consigue hermanar a las ciudades geo-gráficamente distantes, por ser universitarias o porque a ellas van a ejercer los egresados. Segundo, hacia la comarca o región a la que se extiende el influjo de la ciudad. Tercero, hacia el mismo colectivo de

ciudadanos. La Universidad es el foco en el que convergen las inquietudes, necesidades e incertidumbres de los hombres que, filtradas a través de su naturaleza crítica y elevadas a sucesivos planos de abstracción, van deduciendo soluciones que fecundan, progresivamente, la vida mis-ma de la ciudad, la del agro que la circunda y la del mundo conocido. Las Universidades que han persistido son las que han sabido ser fieles a su origen, arraigarse en el medio

en el que nacieron y traducir su esfuerzo intelectual en conclusiones científicas de va-lor universal.

Cierto que la solución de problemas lleva consigo la apertura a nuevos horizontes problemáticos. Pero cierto tam-bién que, cuando el Mundo se ensancha, el contraste de las so-luciones epistemológicas con la realidad hasta entonces conoci-da, permite acumular una ex-periencia secular a disposición de las nuevas realidades cues-tionadas. La Universidad no sólo ofrece soluciones, sino que es solución ella misma. Cuan- do, propiamente hablando, en la Península Ibérica solamente

existen cuatro Universidades en pleno florecimiento, se crean las tres primeras en las tierras recién descubiertas, precisa-mente en ciudades trasatlánti-cas fundadas o refundadas. To-das a semejanza, como las es-pañolas, de la Universidad de-cana salmanticense, cuya apor-tación al Descubrimiento y Evangelización quizá no se ha ponderado lo bastante.

La ciudad, que había sido la unidad primaria de la cul-tura, concentrando el sensus

communis agrario, ascendien- do grado a grado a alturas su-periores de ciencia, ya total-mente original de la cives, pasa a ser también el foco que irra-dia la civilización. Lo que con-vierte la cultura en civilización es la suficiencia, la perfección, lo que hoy llamaríamos el con-fort, la vida intelectual de la ciudad. Cultura es una voz de origen agrícola: equivale a cul-tivo, desarrollo natural de las semillas, de los esquejes o de los acodos, ayudadas por los cuatro elementos naturales- calor, agua, tierra, aire- y por el trabajo del hombre. La idea de cultura se extrapola de cul-tivo de la tierra a cultivo de la capacidad intelectual y moral del hombre urba-

nizado: educar, de educere, no es más, ni menos, que desarrollar o cultivar lo que

hombre lleva dentro.

La civilización es la cultura refinada por la civitas, el conjunto de mentefacturas que la ciencia produce y que la técnica aplica a la vida ciu-dadana. Sólo es natural en su causa eficiente, que es la in-teligencia humana; artificial, racional como la ciudad, en su proceso y en sus resultados. Pero la civilización ha tenido su raíz en la cultura y no puede olvidar su origen Lo que hace posible genéticamente a

El enriquecimiento de lo autóctono se da tanto por el dinamismo

interno cuanto por la elasticidad de la tradición

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la ciudad, lo que hace homo-génea su convivencia pacífica, no es la civilización, más o me-nos común a otras ciudades, sino la cultura. Más precisa-mente todavía, su cultura, que es lo que la identifica.

La identidad cultural es di-fícil de definir porque, como ha dicho Arfwedson, no es una característica fija representable en un cliché, sino algo vivo, es decir, algo que se vive. Finkel-raut la llama "principio vital" de la personalidad individual y colectiva que inspira las de-cisiones, las conductas y aque-llos actos que consideramos como más auténticos. La iden-tidad de las comunidades- como la personalidad de los hombres- indica que tienen al-gún rasgo diferenciado, no co-mún con las demás de su es-pecie, lo que ha llevado a Christin a proclamar el "dere-cho a la diferencia".

La adhesión a esta identidad es la que evita la "alienación" o "colonización" cultural. Bien en-tendido que una cosa es el impe- rialismo cultural que preten- de la uniformación de las men-tes y otra la arrogación de la cultura ofrecida que se conju-ga con la fidelidad a lo autén-tico, suscitando una nueva creatividad: el enriquecimien-

to de lo autóctono se da tanto por el dinamismo interno cuanto por la elasticidad de la tradición que permite la adaptación de lo recibido de fuera. Una cosa es la influen-cia y otra la imposición que, de un modo u otro, se acusa como algo que impide la liber-tad y que la fuerza creadora de la libertad acaba por rom-per. La resurrección de los pueblos de Europa de la hiber-nación a que los condenó el régimen comunista es un ejemplo vivo y contundente.

Pero la identidad cultural no es un valor arqueológico. Toda la herencia cultural que puede tener el hombre o la co-munidad ha constituido como un gran banco de datos sus-ceptible de operar en cual-quier momento. Por eso tie-nen más aprecio por ella los que conservan más memoria, las personas de edad en las

que aumentan, en idea de Launay, las "Pulsaciones hu-manas". Pero a la edad todos llegan: la cultura ciudadana está siempre movilizada. Y tanto la tradición cuanto la asimilación se han recibido o

se transmiten por los medios de comunicación social que han incentivado la propia creatividad.

Es cierto que la identidad no se da tan sólo en lo local. El fracaso de los acuerdos de Maastricht y la reacción de los pueblos frente a ellos, aparte de motivos técnicos, se ha producido por el apresura-miento de querer construir una Europa sin cimentarla en un sentido unánime o mayo-ritariamente comunitario de los europeos que, hoy por hoy, no existe. Y esto, en gran me-dida, se debe a que no se ha cuidado suficientemente el convencimiento de la identi-dad cultural de Europa, excep-to en un número selecto de mentalidades. Los medios de comunicación social y, sobre todo, los medios de titulari-dad estatal o influidos de una manera o de otra por los po-

deres estatales, no han pro-pagado la idea de Europa, la necesidad de sacrificar egoís-mos en aras de una unidad fa-vorable para todos, dada la auténtica finalidad que dio forma y creación a la Comuni-

La ciudad se convierte en foco de cultura y ciencia a través de una fundación trascendental en la Historia de los hombres: la Universidad

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dad, que no fue la económica, sino la más profundamente hu-mana: asegurar la paz en el punto geográfico donde han es-tallado las dos Grandes Gue-rras del siglo XX.

La coincidencia del propó-

sito de paz con el que guió la idea de ciudad no es casual: la paz es la comunicación, como la guerra es el último grado de incomunicación. En todo caso, la identidad de las comunidades pequeñas se muestra más claramente que la de las grandes que las in-cluyen. Europa ha podido de-finirse como una gran comu-nidad de ciudades. Todas ellas tienen algo de homogéneo en su origen y en su desarrollo. Pero cada una tiene su propia identidad cultural, que no se ha borrado a pesar de los siglos de uniformización estatal. La identidad crece propor-cionalmente a la localización. Entre otras cosas, porque es más fácil el intercambio comu-nicativo en un medio local que en un medio continental, aun-que la Europa comunitaria se considere a sí misma tan sólo como un cabo de Eurasia.

La desaparición comunicati-va de la ciudad

Volviendo a los trazos his-tóricos, se puede decir que la ciudad barroca es una solu-ción puente entre la ciudad clásica y la actual. De la clá-

sica toma la vida comunitaria con los gremios, los colegios profesionales, la Universidad, el orden y la medida. Se acer-ca, empero, a la actual con la construcción de edificios os-tentosos, la pérdida de impor-tancia de la plaza en favor de la gran avenida para dar pers-pectiva a las construcciones suntuosas, la creación de par-ques extraurbanos que se ro-dean pronto de barrios resi-denciales o suburbiales des-arraigados del centro.

La megalomanía del poder en el Despotismo Ilustrado acaba reduciendo al mínimo la estructura comunicativa de la ciudad. La armonización del equilibrio extralocal y ciuda-dano ha sido el gran reto in-formativo desde entonces has-ta el momento actual. Y se pre-senta como un problema solu-ble, pero difícil, para el siglo

XXI con la tecnificación y pe-netrabilidad de los medios. Los más optimistas, como Trem-blay, creen que se perderán, quizá, batallas; pero se ganará la contienda. A reserva, hay que añadir, que eso depende de que la comunicación cum pla su fin de sa tisfacer un dere-

cho fundamen- tal, cual es el de-recho a la infor-mación, con to- das las conse-cuencias que de tal función se de-

riven para los titulares de tal derecho.

La revolución política primero y la industrial después rompen definitivamente el trazado urbano y la proporción armónica de los elementos so-bre los que la ciudad se en-cuentra. Esplendores aparte, es lo que ocurre con el París napoleónico o con la Roma musoliniana. En la Revolución francesa se abolen las corpo-raciones gremiales, que ha-bían ornado los núcleos de en-cuentro ciudadano, como la "Grand Place" de Bruselas; y sobreviene de nuevo un fac- tor de inseguridad: el del tra-bajo de los antiguos agremia-dos.

La revolución industrial encuentra que el mercado de libre competencia se ha exten-dido de la atijara a algo que he-

La vertiente de la producción afecta las fuentes, institucionales o no, permanentes o no, espontáneas o profesionales. El tema

incluye, sobre todo en cuanto a las institucionalidades, el de su fluidez o transparencia

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terodoxamente se considera también mercancía, que es el trabajo. La inseguridad labo- ral crece con el aumento de la población inmigrante porque la ciudad se olvida de su en-torno si no es para obtener los productos naturales al precio más bajo posible. Aparecen zonas suburbiales que recuer-dan a la producción tumoral de los organismos vivos Y que es necesario urbanizar y do-tar de servicios a fortiori. Se crean las megalópolis cuyas características principales son su falta de concepción formal proyectada hacia el futuro y el olvido del sentido histórico de la creación y evolución de la ciudad.

La comunica-ción, origen y sos-tén de la ciudad desde Grecia has-ta hace siglo y medio, pasa a ser un problema aña-dido, menos prioritario para los ediles que el abastecimiento o la circu-lación. La comunicación local, por otra parte, se encanija cada vez más desde el momen- to en que aparecen núcleos estatales de poder centralizado- res de la información que de-jan en evidente astenia peri-férica a las ciudades que no son capitales de Estado, sino simples enclaves aptos para someterlos al monolitismo central. Los franceses han

acertado a decirlo muy bien con la expresión "Lutetiotro-pismo informativo". En mi País se ha podido decir que España tirita cuando hiela en Madrid, que ni siquiera adqui-rió el título de Ciudad, pasan-do a ser de Villa a Corte.

Esta evolución, seguida a grandes rasgos en su orienta-ción axial, no está exenta de excepciones, de luchas, a ve-ces cruentas, en las que hay de-rrotas y victorias: recuérdese, como más conocida por el dra-ma shakespeariano, la enemi-ga a muerte de capuletos y montescos. Sin embargo, la verdadera naturaleza de las

cosas se impone. Si la ciudad nació para la comunicación, quiere decir que será tanto mas ciudad cuanto más en ella se dé la comunicación interna y con su periferia natural. Existe una relación de reci-procidad lo mismo que para toda vinculación comunidad-comunicación: ni la ciudad puede soslayar el problema existencial de la comunicación local, ni la comunicación local puede llevarse a cabo con la

suficiente fluidez sin contar con la ciudad. Tiene razón Eu-genio D'Ors cuando dice que la ciudad es la comunidad epi-fánica por excelencia.

En efecto, si bien nos fija-mos, en la historia de la ciu-dad como organización comu-nicativa, la información no ha constituido la reserva de los mensajes al área urbana y su-burbana, sino al contrario. La comunicación de origen local, lejos de ser aislacionista, se ha expandido hacia el universo. Delfos fue un centro vivo y vi-tal del espíritu religioso encar-nado en el oráculo, que here-daron los augures, y que ele-

vó a dosis notables de espiritualidad el culto dioni-siaco. Cos es un paradigma de expansión de la ciencia y de la deontología como punto neurálgico de la filosofía y la moral médicas de Hipócrates. Olimpia, como sede de los jue-gos que llevan su nombre, irradió la noticia y la idea de paz y de competición a todo el orbe conocido: recuérden- se desde las analogías pauli-nas para explicar la vida as-

Las Universidades que han persistido son las que han sabido ser fieles a su origen, arraigarse en el medio en el que nacieron y traducir su esfuerzo intelectual en conclusiones científicas de valor universal

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cética hasta el eco mundial del reciente periodo olímpico. Atenas será siempre y por to-das partes el símbolo y el pa-radigma del arte, del pensa-miento y de la libertad.

Así es y así debe ser: todo acontecer, externo o interno a la persona humana, es un acontecer local, a partir del cual se generaliza, adqui-riendo un radio de acción

menor o mayor hasta hacer- se universal. Speng le r y Toynbee coinciden en que la expansión del área de comu-nicación es la característica esencial de los niveles ascen-dentes de cultura. Natural-mente, que la comunicación estrictamente urbana es la que tiene mayores flujos de información, aunque los me-dios audiovisuales han esta-blecido un cierto equilibrio con la extraurbana.

Un análisis de la comuni-cación local nos induce a dis-tinguir el estudio del origen o producción de la información; el resultado de su puesta en forma; su difusión o distribu-

ción, en su caso; y su recep-ción. Siempre sin olvidar que la información más estric-tamente local es la que inclu-ye la totalidad de estos aspec-tos; y que todas las operacio-nes que la relación informativa presupone o integra son ac-tos humanos. El origen de la información

La vertiente de la produc-

ción afecta a las fuentes, institucionales o no, perma-nentes o no, espontáneas o profesionales. El tema incluye, sobre todo en cuanto a las institucionales, el de su fluidez o transparencia. Incluso en los regímenes de Administración pública más cerrada, como el napoleónico, vigente en Francia hasta fechas recientes, se ex-ceptuaba de la reserva a la Administración municipal.

Respecto a los profesionales no cabe negar que en cuan- to especializada, la informa-ción local carece de prestigio. Se considera, inmerecidamen-te, como un menester inferior porque se confunde la exten-

sión geográfica o cuantitativa de la comunicación, con su en-tidad cualitativa. En cambio, la comunicación local puede tener una mayor trascenden-cia, al menos inmediata, que la general. Además, la infor-mación local presenta un com-ponente de autenticidad que va perdiendo al ritmo en que se extiende hasta llegar a su universalización, entre otras razones, por la falta de con- ciencia deontoló-

gica de los profe-sionales y por la dificultad de comprobación de los hechos, que impide la plena participación del

receptor del que el emisor no es más que un mandatario que, con su oficio, hace posible la eficacia del derecho a la información. Pensemos, como ejemplo, en aconteceres de signo opuesto. 2

Cuando se ha planteado la oportunidad de las excepcio-nes a la información impues-tas por los mandos militares de las fuerzas aliadas en la Guerra del Golfo, al analizar las crónicas publicadas, se ha comprobado la gran dosis de fabulación que las noticias en-cerraron, bien porque había que llenar la falta de hechos con propaganda e imagina-ción, bien porque la imagina-ción de algunos corresponsa-

Con los multimedia de doble o múltiple sentido la región se transformará en la vasta ciudad de la información. El ágora estará

en el centro de conexión de la información centrífuga y centrípeta. El diálogo, la participación, la urbanidad no tendrá

lugar cara a cara como en el foro o en la plaza

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les les permitía adobar una confortable observación de segunda o tercera mano en la habitación o en el hall de su hotel. El catastrofismo de las informaciones llegadas a Eu-ropa en los años pasados acerca del cólera en el Perú constituyen otro ejemplo elocuente y grave, pero desgraciadamente no insólito, de atentado informativo.

En cambio, es un fenóme-no estudiado con detenimien-to que la revitalización de los medios de alcance local en Francia se debió, en gran me-dida, a la revolución univer-sitaria de mayo de 1968, a pesar de su gestación centra-lizada en Nanterre. Sin que su-ponga una valoración total del fenómeno y del comporta-miento revolucionario, lo que hay que destacar aquí como positi- vo es que se re- beló contra la desinformación uniformadora de la prensa de difu-sión nacional. Se buscó entonces en los medios lo-cales el último resto posible de la diversidad, de un pluralismo contrario al conformismo; se pretendió ha-cerse entender en un lengua-je renovado y vivo que el ma-rasmo de los medios naciona-les había sofocado; se volvió a unas raíces de franqueza ol-

vidadas, subestimadas o aplastadas por el rodillo jaco-bino. Después se ha confirma-do el fenómeno con otros mo-vimientos más permanentes, porque han tenido acceso ex-pedito a los medios locales, como los ecológicos; los de consumidores, usuarios y con-tribuyentes; los feministas; los deportivos; los sindicales; et-cétera. La disponibilidad de los me-dios

El punto de vista de la di-fusión y, en su caso el de la dis-tribución, está imperado por los medios disponibles y por su mayor o menor alcance. La vida local ha perdido muchos de los medios de comunicarse de que ha dispuesto otrora, como los pregoneros; las cam-

panas, en su función litúrgica o cívica; o, más recientemente, los circuitos perifónicos y casi el teatro. También han persistido otros, como las pu-blicaciones impresas, institu-cionales o no, que mantienen su primacía en el influjo so-

cial; y el cine. Pero han gana-do muchos, como la radio y la televisión por onda o cable- el cartelismo electrónico- los medios de autoprogramación; etcétera. Además, han apare-cido medios alternativos, sim-bióticos o complementarios, como las pintadas; los megá-fonos; el video comunitario; etcétera. La información local dispone de variedad de me-dios de comunicación que hay que aprender a utilizar.

En todo caso, no se trata so-lamente de sostener medios de origen local sino de "ocupar el terreno", en frase de Mingot, en medios supralocales dando lugar a la información originaria y trascendente para los me-canismos de funcionamiento de la vida comunitaria territo-rial. Los vacíos que, en alcan-

ce o contenido, presenten es-tos medios son llenados con ediciones propias, por modes-tas que sean en su tamaño y presentación, no en el cuida-do de los mensajes. Las expe- riencias llevadas a cabo hasta ahora vienen a decir que los

Existe una relación de reciprocidad lo mismo que para toda vinculación comunidad-comunicación: ni la ciudad puede soslayar el problema existencial de la comunicación local, ni la comunicación local puede llevarse a cabo con la suficiente fluidez sin contar la ciudad

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periódicos -diarios o no- de te-mática monográficamente re-gional retroceden, mientras tienen un éxito creciente los de contenido y alcance municipal o, incluso, los de barrio o ur-banización o los de los inmi-grantes en las grandes metró-polis que proceden de la mis-ma región.

El problema que parece in-soluble, desde el punto de vis-ta de la información local, es el de la universalidad de las telecomunicaciones, unida a la inaccesabilidad de la comuni-cación por satélites y agrava-da por la telemática. No cabe duda de que la técnica radio-eléctrica llega hasta núcleos extraterrestres siguiendo las evoluciones de los satélites de todo tipo en el espacio estra-tosférico, el menos local cono-cido. Pero tampoco cabe negar que las telecomunicaciones afectan, de una manera más o menos directa, a la ciudad como tal y a la región que ca-pitaliza, por varios argumentos que nos dirigen a soluciones.

La ciudad es una especie de gran neurona en el analógico sistema nervioso que repre-sentan las telecomunicaciones a nivel universal. No sólo el paso y la distribución de ser-vicios se gobiernan desde la ciudad, sino que es, por razo-nes obvias, la creadora de los servicios avanzados y de los

servicios de valor añadido.

El Estado, a través de los procesos de desregulación y liberalización a que se ve más o menos forzado -y que no siempre favorecen a las multi-nacionales como afirman, sin pruebas, los intervencionistas-beneficia también, aun sin proponérselo, la consolidación de estructuras y organizacio-nes telecomunicativas infraes-tatales.

La solución de las comuni-caciones se aproxima progre-sivamente a una estructura re-gional, no sólo por razones téc-nicas de facilidad de interco-nexiones, sino también por el peso político y administrativo que van adquiriendo las regio-nes. La regionalidad es obliga-da, desde otro aspecto, para surtir de información suficiente a las zonas regresivas, que deben ser favorecidas des- de su centro, impidiendo que se hagan más profundas las desigualdades entre depresión y riqueza. La densificación de las redes radiocomunicativas comarcales es un precedente necesario para que la informa-ción se extienda por igual.

La localización de servicios telecomunicativos permite, dada la cantidad de informa-ción de que se surten, iniciar la estrategia de la calidad que permita avanzar hacia la infor-mación "a la carta", diferencia-

da por atenciones locales, por capacidad de comprensión y por interés de los receptores. La ciudad debe ser, entonces, la gran refinería de la infor-mación.

Con los multimedia de doble o múltiple sentido la región se transformará en la vasta ciudad de la informa-ción. El ágora estará en el centro de conexión de la in-formación centrífuga y cen-trípeta. El diálogo, la parti-cipación, la urbanidad no tendrá lugar cara a cara como en el foro o en la plaza; pero habrá más espacio, más tiempo y más profundidad para un intercambio más ponderado que ganará, como observa Corijou, en fluidez, neutralidad, independencia y corrección. Se hará más posible la participación, tam-bién, de comunidades aldea-nas o de personas individua-les, como esos campesinos y pastores que llevan colgado de su cuello, de manera perma-nente, el transistor.

Si la ciudad es para la co-municación, la comunicación tiene una función de servicio al hombre y a la comunidad local. Lograrlo significa co-menzar por instalar los me-dios de comunicación nece-sarios para nutrir de infor-mación a la comunidad a la que se dirigen. Ya hemos vis-to que los medios son poten-

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cialmente muchos; pero hay que ponerlos en funciona-miento. Las iniciativas pue-den y deben partir de cual-quier sector; privado, asocia-tivo, eclesiástico, profesio- nal, cultural, deportivo, et-cétera. Incluso la con-centración de las empresas informativas o la irrupción de las multinacionales en ellas, parece, según los estudios de Tudesq, que no dañan a la información local, sino que, directa o indirectamente, la favorecen. Y, si todos estos generadores de medios fallan, habrá de ser, conforme al principio de subsidiariedad, una entidad oficial de competencia territorial quien los promueva.

El destino de la información local

La vertiente de la recepción ha de tener en cuenta que, cuanto más se concreta el co-lectivo al que la información se dirige, mayor es la variedad constatable de los receptores y su movilidad social: urbanos o rurales, vecinos o transeún-tes, residentes o emigrados, oriundos o inmigrantes, adap-tados o no a la región con di-versos niveles de cultura etcé-tera.

El medio ha de encontrar eco en todos los niveles del público local. Existen estu-dios periódicos de audiencia

de las distintas fórmulas de medios y de los distintos me-dios de llamar la atención de los receptores, deslumbra-dos, quizá, por los grandes rotativos o por los medios audiovisuales de alcance suprarregional. De ellos se puede obtener como conclu-sión común que el público se ha de ir convenciendo de que el que conoce la realidad es el que tiene el poder, el que puede hacer efectivo su de-recho a la participación. Y la realidad comienza por lo más inmediato y entrañable que nos rodea. Tiene razón Toussaint cuando dice que cada público tiene la prensa que merece, si se añade que la información local ha de hacerse merecedora de su público. Algo sobre los mensajes

La atracción que debe sus-citar la comunicación local no obedece tan sólo a la existen-cia de unos medios más o menos sugestivos, sino al mensaje que contienen. Si lo local es vida cognoscible en su pálpito más auténtico, la información local ha de pintar el cuadro de la vida cotidiana, de la vida que se vive y con la que se vibra y a la que gusta ver representada en letras o imá-genes. La mayor o menor den-sidad cultural de la población indicará si basta con una sim-ple exposición de hechos sin

profundizar; si han de ser co-mentados o enjuiciados y si debe elaborarse el medio de manera que sea capaz de penetrar en los diferentes estratos de la sociedad a la que se dirige. Una vez alcanzada la "normalización" de las informaciones habrá una respuesta recíproca de gobernantes y gobernados que permita una gestión política, técnica y responsable de la comunidad local. El tratamiento informa-tivo de los hechos exige que la noticia, para ser tal, tenga su constitutivo esencial -la ver-dad lógica- y su constitutivo natural: la actualidad, tomada no solamente en sentido cro-nológico, sino también entita-tivo y teleológico. Es decir, que no sólo sea el conocimiento del presente sino que incluya, en frase atrevida de Jarren, la "pre-visión del pasado" y la "memoria del futuro".

La normalización de la noticia facilitará la toma de posición cultural de las gentes que están geográficamente próximas. Una cultura verdaderamente tal imprime su sello en el hombre, en su ser y en sus actividades, en su forma de expresarse y en sus gestos, en su visión de la realidad y en sus ideales de conducta. Para apreciar sus curvas de crecimiento y decadencia basta con atender a la vitalidad de sus tipos e institu-ciones y a las maneras de

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utilizar el lenguaje con el que se comunica toda cultura.

La ascensión cultural de una comunidad ha de recorrer el camino vertical que va des-de la reacción espontánea e intuitiva a la opinión razona- da y razonable; y de ésta a la actitud de consenso comunita-rio consciente de los intereses locales y del interés cuspidal en defenderlos. Pero hay, fun-damentalmente, que fomen-tarlos, no con carácter egoísta, sino generoso y pacífico. El perfil cultural local es un pa-trimonio que no sólo hay que transmitir a la generación si-guiente, sino consolidar y en-riquecer. La medida de ese en-riquecimiento progresivo la dará el que, más que de generaciones, se sientan los hombres miembros de estirpes locales, punto de partida para la solidaridad con los otros linajes. Conclusión

La conjunción complemen-taria de estos aspectos mostrará su eficacia conforme a la participación efectiva del público, compuesto por todos y cada uno de los sujetos de la información. Y la participa-ción, a su vez, vendrá deter-minada por el grado en que el público sepa distinguir la in-formación de calidad de la deficiente a efectos de que la primera, en un proceso social

de depuración, desplace a la segunda. Sin olvidar que la comunicación y la vida de la comunidad local se confunden y fortalecen, puesto que están en función estrecha y recípro-ca la una de la otra. Recuérde-se la unidad del derecho a la comunidad y a la comunica-ción que formuló magistral-mente Francisco de Vitoria en ocasión memorable para los hombres y las tierras de lo que después se llamó América.

Como ha afirmado Deuts-ch, en ningún nivel se mani-fiesta más el poder del llama-do "cuarto poder", que en la información local en el sentido amplio que aquí le hemos dado. Wackermann insiste, por eso, en la responsabilidad de los circuitos de información locales de los que depende la estabilidad o desestabilización del mundo urbano o rural.

El Informe Guichard con-cluye, con razón, que la tras-cendencia de la información local depende de la creciente integración que consiga. En otras palabras, de que el am-biente cultural originario vaya siendo como la espiral que, sin dejar de ser ella misma, au-menta el radio como resur-giendo de su propio geometría lineal y armónica. Cuando, sencillamente, se satisfaga, a nivel local, el derecho a la in-formación.

JOSE MARIA DESANTES GUANTER

Dr. En Derecho y en Ciencias de la Información. Profesor Visitante de la Universidad de Piura.

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RETOS DE LA CIUDADANÍA EN LA ACTUALIDAD

Organizaciones inteligentes en la sociedad del conocimiento

ALEJANDRO LLANO CIFUENTES

n el venerable Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarru-

bias, publicado en 1611, encon-tramos una definición de la palabra "emprender" que vie- ne muy a propósito del mo-mento que ahora mismo vivi-mos y que sintetiza buena par-te de las reflexiones que me propongo desgranar ante us-tedes. «Emprender», dice Co-varrubias, es "determinarse a tratar algún negocio arduo y dificultoso. Y porque los caba-lleros andantes acostumbra-ban pintar en sus escudos es-tos designios, se llamaron empresas». De manera que empresa es "cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pre-tender".

Me parece que esta carac-terización de lo que es una «empresa», sin perder su as-pecto castizo y añejo ha vuelto a hacerse actual, de manera sorprendente, en un tiempo en el que Internet ha podido ser nombrada «ciudad del año»: esa telépolis, poblada de «cos-

mopolitas domésticos» de la que nos habla Javier Echeva-rría en un libro reciente. Es un ejemplo de las anticipaciones y las recuperaciones que ocu-rren en el curso de los aconte-cimientos humanos: eso que Giambatista Vico llamó los cor-si e ricorsi de la historia. Hoy comprendemos de nuevo que una empresa no es una cosa mostrenca: no es una fábrica, no es un montón de acciones u obligaciones, no es una má-quina de producir beneficios (o pérdidas). Una empresa es, ante todo un designio que per-sonas humanas expresan de manera cognoscitiva o simbó-lica, para conseguir un propó-sito libremente querido, que re-sulta ser arduo y dificultoso, sobre todo porque de antema-no no se sabe exactamente en qué consiste, de suerte que es algo así como una «figura enig-mática» que se pretende plas-mar en la realidad.

Al hablar de "empresa", Covarrubias pensaba en la rea-lización de hazañas guerreras y gentiles, mientras que a no-sotros la palabra en cuestión

nos evoca más bien trabajos y servicios de índole mercantil o económica. Pero el núcleo significativo ha permanecido casi inalterado, después de tantos cambios sociales y en diversas vicisitudes históricas. Ese núcleo significativo apunta al hecho básico de que las empresas son negocios huma-nos, acometidos por personas que para realizarlos disponen como recursos básicos de su inteligencia y su libertad.

Por los motivos que ense-guida veremos, la empresa ha vuelto a adquirir un sentido humanístico, una esencial re-lación con lo que el hombre y la mujer piensan y quieren. Y éste es el enigma que Empresa y Humanismo ha acertado a ir descifrando a lo largo de estos últimos diez años. Empresa y Humanismo es el lema, el "logotipo", de una aventura que hace una década era sólo una especie de adivinación y hoy constituye ya una realidad cuajada.

Empresa y Humanismo es algo así como una self fulfilling

E

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prophecy una profecía que se au- torrealiza. Lo que supo anun- ciar era precisamente lo que se proponía hacer. Se trataba del convencimiento presentido de que, a las puertas del adveni-miento de un nuevo tipo de so-ciedad, los recursos intelectua-les y volitivos constituirían la baza decisiva en la vida de las organizaciones.

Lo que hace dos lustros era poco más que una ingeniosa ocurrenda, hoy corre el peligro

de convertirse en un tópico su-perficial, en algo que todos re-piten y en lo que casi nadie se para a pensar. De ahí que las tareas del Instituto Empresa y Humanismo sean ahora toda-vía más acuciantes y perento-rias.

Por decirlo de manera abrupta, el peligro que hoy co-rremos es el de que unas orga- nizaciones que siguen siendo en buena parte rígidas y bu-rocráticas penetren en la socie-dad del conocimiento como un elefante en una cacharrería. Digo lo de la cacharrería por-que algunos siguen confun-

diendo la sociedad del saber con la proliferación de la pa-rafernalia informática; y lo del elefante viene a cuento por ser animal cuya fuerza estriba en su tamaño y al que su podero-sa memoria no le ayuda preci-samente a moverse con agili-dad y a anticipar el futuro. Lo que resulta, entonces, es la to-tal confusión y el ruido estre-pitoso.

Para cruzar los umbrales de la sociedad postindustrial,

necesitamos una silenciosa sa-biduría práctica. Hemos de entrar en ella con el anhelo y el cuidado que pondría el aprendiz de artesano al pisar por vez primera el taller de un consumado alfarero. Para ser certeros en este tránsito por un período de entre-épocas, es preciso -en primer lugar- que nos pongamos en claro acerca de lo que el conocimiento lo es.

La primera conclusión que hemos de evitar es la de tomar el rábano por las hojas y creer que el saber se identifica, sin más, con la información. Cuando lo cierto es que lo que

hoy entendemos por «infor-mación» es sólo un aspecto, y no el decisivo del conocimien-to humano. Una vez más re-curro a los certeros versos del poeta angloamericano T. S. Eliot, en los coros de La Roca:

¿Dónde está la sabiduría que se nos ha perdido en co- nocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que se nos ha perdido en información?

La información es algo ex- terno, que se

halla a nuestra disposición. El conocimiento, en cambio, es un crecimiento interno, un avance hacia nosotros mis-mos, un enri-

quecimiento de nuestro ser práctico, una potenciación de nuestra capacidad operativa. La información sólo tiene valor para el que sabe qué hacer con ella: dónde buscarla, cómo seleccionarla, qué valor tiene la que se ha obtenido, y -por últi-mo- cómo procede utilizarla.

Confundir la información con el conocimiento equivale al «vulgar error» -como diría Baltasar Gracián- de tomar los medios por fines, de creer que es cualitativo lo que sólo es cuantitativo, de pensar que tener una cosa equivale a ser-la. En definitiva, se trata del

El paso hacia la sociedad del conocimiento consiste, sobre todo, en darnos cuenta de que la energía de los talentos humanos es

incomparablemente superior a la fuerza de la materia y de todas sus posibles transformaciones

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error primordial de confundir el modo de ser de las personas con el modo de ser de las cosas.

El paso hacia la sociedad del conocimiento consiste, so-bre todo, en darnos cuenta de que la energía de los talentos humanos es incomparable-mente superior a la fuerza de la materia y de todas sus po-sibles transformaciones. En nuestras empresas tenemos un caudal impresionante de potencialidades por estrenar, que no son otras que las res-pectivas inteligencias y liber-tades de las mujeres y de los hombres que integran cada or-ganización. Y no basta, para aprovechar el estallido de esas fuentes de energía, con enfati-zar la categoría de nuestros «recursos humanos», discurso que tantas veces oculta mucho paternalismo y un poco de mala conciencia. Sin pretender molestar a nadie ni cambiar un uso establecido, he de confesarles que me parece inade- cuada la expre- sión "recursos humanos", por- que los hombres y las mujeres no son precisamente recursos, sino más bien fuentes de des-cubrimiento y generación de recursos. En la Odisea, no se le ocurre a Homero decir que Ulises era un recurso, sino que

nos muestra narrativamente cómo, en la ardua y enigmáti-ca empresa de su retorno a Ita-ca, Ulises se manifestó como «fértil en recursos».

La clave de la economía moderna es precisamente, el énfasis teórico y práctico en la fertilidad de recursos. Ya Adam Smith, que pasa por ser el padre del capitalismo doctrinal, advirtió que la riqueza de las naciones no consiste -como pretendía el mercantilismo- en el territorio sobre el que los Estados ejercen su soberanía, ni en el conjunto de bienes naturales y culturales que esas tierras atesoran. El gran hallazgo de Adam Smith consiste en haber descubierto que la riqueza de las naciones estriba en la creatividad de sus ciudadanos, en su capacidad de acome- ter proyectos que depa-

ren un beneficio económico para los individuos.

A su vez, el nuevo paso que supone el advenimiento de la que Meter Drucker llama socie-

dad postcapitalista viene a ser el caer en la cuenta de que ese di-namismo interno de la econo-mía tiene su fuente en la inno-vación de los conocimientos, y que tal creatividad elevada a la segunda potencia ya no está limitada ni esencialmente con-dicionada por las mercancías, por sus intercambios, por las capacidades financieras, ni si-quiera por la disponibilidad de información.

Hemos llegado a un mo-mento histórico en el que cual-quiera, casi desde cualquier si-tio, puede acceder a una masa de información que ningún ser humano -ni conjunto de seres humanos- sería capaz de cap-tar. Todos los alumnos de esta Universidad, por ejemplo tie-nen la posibilidad de disponer casi instantáneamente -gracias a Internet y los múltiples ban-

cos de información- de un cú-mulo de datos, superior al que todos nuestros profesores jun-tos o guardan en la memoria o están escritos en los libros que han leído o puedan llegar a leer.

La información es algo externo, que se halla a nuestra disposición. El conocimiento, en cambio, es un crecimiento interno, un avance hacia nosotros mismos, un enriquecimiento de nuestro ser práctico, una potenciación de nuestra capacidad operativa. La información sólo tiene valor para el que sabe qué hacer con ella: dónde buscarla, como seleccionarla, qué valor tiene la que se ha obtenido, y -por último cómo procede utilizarla.

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Ahora bien, para que esa ingente capacidad de informa-ción llegue a adquirir algún sentido, no basta con disponer de una "cuenta" en Internet. Por de pronto, hay que saber utilizar la terminal de ordena- dor, lo cual no deja de ser ar-duo, sobre todo para los pro-fesores que hemos pasado de los cincuenta. En su reciente libro, titulado Sociedad digital. Del ‘homo sapiens’ al ‘homo di-gitalis’, el Profesor José Tercei-ro cuenta el tipo de bromas que hacen ahora los empleados de las casas de informática. La actitud de un usuario de computer recién estrenado -es decir, del noventa y cinco por ciento de los usuarios- viene a ser como la del que se hubiera comprado un Opel y llamara por teléfono a la línea de asis-tencia de la General Motors: General Motors: «¿En qué po-

demos ayudarle?». Cliente: «He entrado en mi coche, he cerrado la puerta, y no pasa nada». GM: «¿Giró usted la lla-ve del encendido?». Cliente: «¿Qué es el encendido?». GM: "El motor de arranque, que toma corriente de la batería

para poner en marcha el motor". Cliente: "¿Encendido? ¿Arranque? ¿Corriente? ¿Bate-ría? ¿Motor? ¿Voy a tener que saber todos esos términos téc-nicos sólo para usar mi coche?".

Todos sabemos lo que es "encendido", "marcha", "em-brague", "cárter", "cigüeñal", "acelerador", "gasolina sin plomo", "inyección", "válvula", porque llevamos años de cultura general automovilística. Pero casi nadie tiene siquiera una vaga idea de lo que puedan significar "goffer", "WWW", "file", "servidor", "fi- bra óptica", "módem", "enru-tador", "menú", "replay", "dis- co duro", "floppy", "CDRom", y demás bárbaros tecnicismos de la jerga informática. Con todo y con eso, lo que de ver-dad hace falta saber no es cómo se emite o se recibe un «e-mail»,

sino qué hay que hacer después con el texto o el conjunto de datos disponibles a través del correo electrónico y otras navegaciones por el ciberespacio.

Y es que lo característico de la sociedad del conocimiento

no es que en ella se disponga de gran cantidad de informa-ciones, ni siquiera que en ella se sepa mucho. Lo definitorio de la sociedad del conocimien-to es que en ella siempre es necesario saber más. Ahora bien, la capacidad de llegar a saber más no se puede remitir a algo objetivo, a los propios datos o a sus combinaciones y recombinaciones más o menos automáticas. La capacidad de llegar a saber más apela al sujeto del conocimiento, es decir, a la persona humana. Lo que nos permiten los ingenios ciberné-ticos es descargarnos de las tareas rutinarias de buscar in-formación, almacenarla y -en alguna medida- organizarla o procesarla. Quedamos así en franquía para ponernos a rea-lizar esa enigmática operación de la que sólo nosotros, los se-res humanos, somos capaces:

pensar.

Utilizo aquí la palabra «pensar» en el sentido de pasar de unos co- nocimientos a

otros, es decir, de adquirir conoci- mientos nuevos.

Y pretendo llamar la atención sobre algo tan obvio como fun- damental que, para saber, hay que llegar a saber. Dicho de otro modo menos críptico: que saber y aprendizaje son inseparables. No hay saber in- nato ni automáticamente

Y es que lo característico de la sociedad del conocimiento no es que en ella se disponga de gran cantidad de información, ni

siquiera que en ella se sepa mucho. Lo definitorio de la sociedad del conocimiento es que en ella siempre es necesario saber más

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transmisible. Porque el cono-cimiento no es una cosa bru- ta que estuviera contenida en alguna parte -por ejemplo, en un libro o en la memoria de un ordenador o en un banco de datos- sino que es siempre vida humana el logro o rendi-miento más característico y propio de esos vivientes do-tados de habla que son las per-sonas, las mujeres y los hom-bres reales y concretos. Para llegar a saber, cualquier mu- jer y cualquier hombre necesitan aprender aquello que llegan a saber. Y sucede que esa fulguración del avance y trans-misión del conocimiento sólo acontece en comunidades de aprendizaje, que presuponen una institucionalización, la pre-sencia de algunas reglas, la ad-quisición de ciertos hábitos, el ejercicio de determinadas vir-tudes y la práctica de un es-fuerzo compartido.

En nuestra tradición occi-dental, las típicas comunidades de aprendizaje han sido las familias y las escuelas. Y lo nuevo, lo más interesante para nuestro propósito, es que las empresas se han convertido en las comunidades que de ma-nera más avanzada y dinámi- ca llevan a cabo estos proce- sos de enseñanza y aprendiza-je. Por eso han de ser lo que podemos llamar «organizacio-nes inteligentes», es decir, orga-nizaciones capaces de llegar a saber más, de aprender cosas

nuevas y enseñarlas a otros que, a su vez, lleguen a saber más, es decir, a aprender de nuevo y a enseñar de nuevo.

Las únicas empresas adap-tadas a la sociedad del cono-cimiento son las «organizacio-nes inteligentes». Pero llegar a serlo es sumamente arduo. En primer lugar, porque a este propósito se opone un cúmulo de malentendidos y prejuicios. Y, en segundo término, porque llevar a la práctica este ejercicio institucional de la in-teligencia es la tarea más difícil y ardua con la que se ha en-frentado hasta ahora el mana-gement. En lo que cabe insistir, de antemano, es en que sólo las empresas capaces de ope-rar de manera corporativa-mente inteligente serán capa-ces de navegar en el espacio del conocimiento abierto por la nueva sociedad. Las compa-ñías que no logren alcanzar tal status pasarán, con todos los honores, a los museos de ar-queología industrial.

La tarea de disolver confu-

siones y de orientar esfuerzos es larga, y yo no quisiera tras-pasar los límites. Por ello voy a permitirme, a partir de ahora, simplificarla con el expedi- tivo procedimiento de formu- lar -recordando el título de un delicioso libro de Italo Calvino- seis propuestas para las or-ganizaciones inteligentes en la sociedad del conocimiento. Primera propuesta: Trabajar es aprender, dirigir es enseñar

Lo primero que hay que ad-vertir para comprender esta propuesta inicial es que lo im-portante no es enseñar, lo im-portante es aprender. Lo cual equivale a decir -en nuestro caso- que la dirección empre-sarial está ordenada al traba- jo, y no al revés.

Lo que tiene de perogrullada esta propuesta se ilustra con el ejemplo de un teórico británico de la educación llamado Peters. Es el caso de un profesor que, al llegar el final de curso, contempla melancó-

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licamente sus denodados es-fuerzos docentes y exclama: "Me he pasado todo el año enseñándoles matemáticas y no han aprendido nada". La versión empresarial de la "maldad" de Peters sería la de un alto directivo empresarial que, tras haber puesto en marcha un magnífico plan estratégico que aprendió en una escuela de negocios americana y que fue «implementado» por la más prestigiosa consultoría multinacional, pudiera excla-mar, también melancólica-mente: "He puesto en marcha un nuevo estilo de gestión, pero todos siguen aferrados a su antiguo modo de trabajar: es que no tengo equipo".

O sea que ni el maestro ha enseñado nada ni el directivo

ha logrado dirigir. Porque la única finalidad de la enseñan-za es el aprendizaje, así como el único objetivo de la direc-ción es la mejora de la calidad del trabajo. Son, ciertamente, perogrulladas, a las que, como

a todo lo obvio, les sucede que casi nadie las advierte.

Aristóteles había caído en la cuenta hace unos veinticua-tro siglos: enseñar -decía- no es una función vital, porque no tiene el fin en sí misma; la función vital es el aprender, porque llegar a conocer es el rendimiento o logro de un vi-viente que llega a ser más, que potencia sus propias capaci-dades. Nadie puede sustituir al alumno: nadie puede apren-der por él, mejor que él, si él no aprende. El protagonista nato de la educación es el es-tudiante, no el profesor ilumi-nado. Es el pequeño detalle del que se olvidó el profesor de El club de los poetas muertos con el desastroso resultado que conocen los que han

visto la película, cuyo final yo no les voy a contar.

Pero fue también Aristóte-les quien habló de la diferen-cia entre el dominio despótico y el dominio político. Aquel, el

despótico, es el que ejercían los tiranos de los imperios asiáticos; éste, el político, el que de-sarrollaban los gobernantes justos de la polis griega. Lo más parecido a la polis o ciudad griega que tenemos hoy es, precisamente, la empresa, comunidad de hombres libres que -como dice Hannah Arendt de la polis- se dedican a pro-nunciar discursos y a acometer hazañas. Poco sentido tiene en nuestro tiempo el ejercitar un dominio despótico, entendido -en la terminología de Alvaro d'Ors- como pura potestas, es decir, como poder públicamente reconocido. Lo que exigen nuestras empresas es ejercitar un dominio político, es decir, una auctoritas, entendida por Alvaro d'Ors como saber públicamente reconocido. Dirigir hoy

equivale a hacer operativo un sa- ber reconocido en el ámbito de la empresa. Pero como ningún di- rectivo puede ni debe saberlo to- do acerca de las

operaciones de su corporación, el ejercicio de su saber consis- te en enseñar a que otros aprendan, en establecer las condiciones de posibilidad para que sus colaboradores lle- guen a aprender lo que nece- sitan saber. Ahora bien, según

Según ha señalado el Profesor Leonardo Polo, lo que acontece aquí es un FEED-BACK (término cibernético que todos conocemos

ya), una retroalimentación en virtud de la cual el que obedece -es decir, el que aprende- envía a su vez órdenes al que manda -es

decir, al que enseña-. De manera que, como indica Carlos Llano, los límites entre trabajo directivo y trabajo operativo se desdibujan

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ha señalado el Profesor Leo-nardo Polo, lo que acontece aquí es un feed-back (término cibernético que todos conoce-mos ya), una retroalimentación en virtud de la cual el que obedece -es decir, el que aprende- envía a su vez órdenes al que manda -es decir, al que enseña-. De manera que, como indica Carlos Llano, los límites entre trabajo directivo y trabajo operativo se desdibujan, y cada vez es menos necesaria una específica función de control, porque todos en la empresa ejercen un autocon-trol dialógico. Esto no quiere decir, como se ha repetido en los últimos años, que las jerar-quías desaparezcan y sólo queden las redes. Quiere decir que las jerarquías se esta-blecerán en función del saber, o -para decirlo con palabras de Tomás Calleja- en función de los lenguajes que cada miem-

bro de la empresa es capaz de entender. Segunda propuesta: Una «organización inteligente» es una comunidad de investigación y aprendizaje

Hace algún tiempo les ha-blaba yo a mis alumnos de algo que tiene que ver con lo que estoy tratando aquí. Les recor-daba que Robinson Crusoe es uno de los paradigmas del individualismo ilustrado, presu-puesto antropológico del capi-talismo. Como probablemente los estudiantes ya me habían oído el cuento y andaban preocupados por la cercanía de los exámenes, no prestaban mucha atención. Así es que les pregunté abruptamente: «Pero bueno, ¿qué es lo que le va a pasar a Robinson?». La res-puesta de un chico de las últi-mas filas no tiene desperdicio:

«Que se morirá de hambre o de aburrimiento». Lo del abu-rrimiento era claramente una indirecta. Pero lo importante aquí es advertir que el avance en el conocimiento no lo pue-den llevar a cabo individuos aislados "robinsones".

Si hemos visto en la prime- ra propuesta que el trabajo empresarial tiene mucho de educativo, que es en sí mismo enseñanza y aprendizaje, aho-ra procede destacar que la edu-cación es una simbiosis, porque aquello en lo que se pretende avanzar -el conocimiento- es una práctica social, que tiene una historia, un contexto social y unas implicaciones éticas, re-ligiosas incluso. Si se considera que todos estos factores son accidentales al propio saber, lo que sucede entonces es que el saber se desvitaliza se cosifica, porque queda desarraigado de

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su tierra natal, que no es otra que las comunidades de tradi-ción y de progreso, como ha in-dicado Maclntyre.

Por utilizar una vieja me-táfora, nosotros somos enanos a hombros de gigantes. Vemos más que los que nos precedie-ron precisamente porque no nos olvidamos de ellos. El sa-ber es un empeño histórico, en el que sólo se puede participar en la medida en que se aporta activamente a la empresa co-mún.

Una «organización inteli-gente» es aquella en la que la mayoría de sus miembros es-

tán integrados en la narrativa de ese dinamismo de progre- so en el saber. Es lo que suce-de, por ejemplo, con los com-ponentes de la tripulación de un barco de pesca. Al incorpo-rarse un nuevo miembro, se le va contando -más con acciones que con palabras- cómo se han ido mejorando las artes pes-queras, qué es la técnica del arrastre, cómo funciona el so-

nar qué hay que hacer cuan-do se está pescando fletán cerca de Terranova y aparece una patrullera canadiense... Y poco a poco el nuevo miembro de la tripulación podrá ir ha-ciendo sus propios descubri-mientos y aportar pequeñas contribuciones a la mejora del trabajo colectivo.

Por incomparablemente más alta que sea la compleji-dad de una empresa moderna, si pretende ser una «organiza-ción inteligente» -es decir, competitiva- tiene que repro-ducir de algún modo estas si-tuaciones de aprendizaje com-partido. Cada uno en su nivel,

debe estar continuamente dia-logando con los que con él tra-bajan para ir descubriendo cómo hacer las cosas con ma-yor calidad, de manera más eficaz y fecunda. Una "empre-sa inteligente" es un terreno fértil en el que todos y cada uno tratan de aprender a hacer mejor la tarea que les corres-ponde. Se convierten así en pro- tagonistas de la historia com-

partida. Nadie queda descolga-do de ese enigmático designio al que se refería Covarrubias.

De manera que el trabajo en equipo ha dejado de ser so-lamente una manera de moti-var a la gente y disminuir con-flictos, para transformarse en una condición imprescindible de la buena marcha de las em-presas. Porque lo cierto es que nuestro avance en el saber -y, por lo tanto, en la productivi-dad- presenta un carácter dia-lógico. Nadie aprende solo. Ha de avanzar en el conocimiento al hilo de una conversación continuada con esas personas a las que George Herbert Mead

llamó los signifi cant others aque-

llas personas que aparecen como relevantes para mi vida en gene- ral y para mi tra- bajo en particu- lar. Y tales inter-locutores rele-

vantes son, de ordinario, aque- llos que se encuentran engar-zados con las tareas que reali-zo y con los cuales me tengo que poner a pensar cómo ha-cer mejor lo que entre todos estamos haciendo.

Todos han de investigar a su nivel. Y la función del Di-rector General es la de un ca-talizador de esa innovación en el saber. A él le corresponde

Pero fue también Aristóteles quien habló de la diferencia entre el DOMINIO DESPÓTICO y el DOMINIO POLÍTICO. Aquel, el despótico, es el

que ejercían los tiranos de los imperios asiáticos; éste, el político, el que desarrollaban los gobernantes justos de la polis griega. Lo

más parecido a la POLIS o ciudad griega que tenemos hoy es, precisamente, la empresa, comunidad de hombres libres.

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que el proceso de aprendizaje no se detenga, sino que sea cada vez más fluido y dinámi-co. A é l no le compete decir a los demás lo que deben hacer, porque son ellos mismos los que conjuntamente han de descubrirlo. Tiene la responsa-bilidad de que no cesen de in-dagar, de reforzar sus ocurren-cias acertadas, y de cuidar que sus innovaciones no tropiecen con rigideces burocráticas o con autoritarismos formales. Como dirían los clásicos, al Director General de una «organización inteligente» le es propia una ac-ción arquitectónica, ordenado-ra, que encauce las múltiples iniciativas responsables hacia el bien común de la empresa. Tercera propuesta: Las “organizaciones inteligentes” entienden la profesionalidad como dominio de un “oficio”

Es muy curioso releer lo

que los antiguos filósofos grie-gos dicen acerca de la figura del sabio, del sofós. Lo más interesante son los ejemplos que suelen poner. Un sabio es, por ejemplo, un buen zapate-ro. El que domina un arte aprendido de otros y en el que llega a ser maestro, es decir, que puede enseñarlo a otros. Poco tiene que ver esto, al pa-recer, con la figura moderna del savant o del scholar, del científico renombrado o del erudito inasequible. Y, sin em-bargo, toda ciencia y, muy es-pecialmente, toda profesión, son originariamente un oficio, un craft: tienen mucho más de artesanal de lo que la pedan-tería académica o la vanidad social están dispuestas a re-conocer.

Un profesional es quien es capaz de dar fe pública de sus conocimientos, quien tiene un «buen oficio» reconocido. An-tes de llegar a poseer genio

cosa que muy pocos alcanzan- es preciso adquirir talento, lo cual está al alcance de casi todos los que trabajan seriamente. Visitaba recientemente la restaurada Capilla Sixtina con un Profesor de fama internacional por sus estudios de estética y teoría del arte. Curiosamente, él no había visitado nunca personalmente los Museos Vaticanos, aunque conocía con profundidad todas las características de las obras en ellos expuestas. Curiosamente también, apenas se detuvo en la contemplación de los impresionantes frescos de Miguel Angel. Pasó distraí-damente la mirada por ellos, y se dirigió al fondo de la Capilla para contemplar con pausa los cuadros de primitivos italianos que allí se encuentran. Al mostrarle mi extrañeza por su actitud, me respondió inmedia-tamente: "Siempre he admira-do más el talento que el genio".

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que se está innovando cons-tantemente el conocimiento. Comunidad en la que existen -casi siempre de manera im-plícita- mandatos y prohibi-ciones, cuyo sentido es preci-so captar operativamente, para incorporarlo a la propia vida e intentar mejorarlo.

Por decirlo de manera inten-cionadamente añeja, una «orga- nización inteligente» tiene mu-cho de «escuela de artes y oficios». Y lo que tal tipo de em-presa necesita con urgencia es la presencia de "maestros», más en el sentido en que atribuimos esta expresión a un "maestro albañil", a un «oficial» (como se decía en castellano antiguo), que en el sentido que ampulo- samente se adscribe a un famoso director de orquesta.

En su excelente libro acer-ca de la inteligencia creadora José Antonio Marina ha discu-

ción que el resto de los mor-tales. De ahí la impresión de adivinación, de mancia, de inspiración, de manía que los grandes creadores provocan. No creo -arguye Marina- que sea una opinión sensata. Los grandes creadores manejan siempre más información que los demás, porque -si nos re-ferimos, por ejemplo, a nove-listas- en esa minúscula anéc-dota escuchada durante una cena, o en la imagen de una muchacha pueblerina que mira fotografías, o en la figura de un hombre que desciende de un tren, o en la trivialidad de una frase casual se condensa la subjetividad en-tera del autor. Una realidad aparece llena de posibilidades sólo ante los ojos de quien va a ser capaz de integrarla en un gran número de operaciones. «Tener muchos posibles -con-cluye Marina- quiere decir ser muy rico en operaciones».

Una «organización inteli-gente» es la que permite y fo-menta que florezca la creati-vidad. Por creatividad entien-

de el propio Ma- rina la «capacidad de producir inten-cionalmente sor-presas eficaces». Y sólo lo logra quien posee un consumado oficio, quien domina la técnica o el arte que le es propia,

quien posee una auténtica sabiduría práctica. La diferencia entre una per-sona creativa y un soñador es que la primera sabe cómo ma-terializar sus ideas, cómo ha-cer operativos sus proyectos. Y esto lo logra por una espe-cie de conocimiento por con-naturalidad, porque el latir de su propio conocimiento vibra con el mismo ritmo que el latir de la realidad. Quien domina un oficio posee una especie de empatía con la realidad sobre la que trabaja, de manera que es capaz de distinguir ensegui-da lo esencial de lo accidental y saber rápidamente cuál es el quid de la cuestión, eso que los anglosajones llaman «the do-ing». Cuarta propuesta: una organización Inteligente posee una ineludible dimensión ética

Considerábamos antes que

Llegar a dominar un oficio con talento implica un trabajo continuado, realizado en una comunidad profesional en la que se está innovando constantemente el conocimiento. Comunidad en

la que existen -casi siempre de manera implícita- mandatos y prohibiciones, cuyo sentido es preciso captar operativamente,

para incorporarlo a la propia vida e intentar mejorarlo

Llegar a dominar un oficio tido el tópico de que un crea-con talento implica un trabajo dor es un hombre capaz de re-continuado, realizado en una solver certeramente los pro-comunidad profesional en la blemas, con menos informa-

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quien desea llegar a ser un buen pescador se enrola en una tripulación que ejerce unas ciertas prácticas, en las que el aprendiz tiene que ini-ciarse, aceptando las reglas del juego, cargando al principio con menesteres bien modes-tos, respetando las normas no escritas de la embarcación y aportando sus propios ha-llazgos, que serán sometidos a pruebas de ensayo y error antes de ser adoptados por esa pequeña empresa.

A algunos podrá sonarles esto a gremialismo romántico, pero -como ha señalado Mac-lntyre- es como se sigue tra-bajando en todos los oficios, incluidos los más explícita-mente relaciona- dos con la socie- dad del conoci- miento, como es el caso del inves-tigador que aspira a entrar en un "grupo de exce-lencia". Un labo-ratorio funciona, a estos efectos, exactamente igual que un pequeño barco pesquero. Con la única diferencia de que las reglas del laboratorio son mucho más es-trictas, aunque las relaciones jerárquicas sean posiblemen- te menos rígidas. Tanto en el laboratorio como en la embar-cación, hay cosas que están prescritas y que en ningún

caso deben dejar de hacerse, tales como adoptar determi-nadas medidas de seguridad. Y, lo que es más significativo, hay cosas que están prohibi-das y que en ningún supuesto deben hacerse. Por ejemplo, en el caso del laboratorio nin-guna posible situación auto-riza a simular resultados cien-tíficos que no hayan sido ob-tenidos y comprobados por medio de una investigación ri-gurosa

En la sociedad del conoci-miento se aprecia más clara-mente que en ninguna otra configuración cultural anterior el hecho de que no podemos prescindir de las reglas morales, por más permisivos

que seamos. Porque la ética no es una especie de armatos-te constrictivo, llegado de no se sabe dónde, que nos viene a aguar la fiesta con sus cons-tricciones y mandatos. La moral es la lógica de la liber-tad, la urdimbre misma de la convivencia. Expulsada por la

puerta, vuelve a entrar por la ventana. Más vale, entonces, acogerla y tratar de respetar-la, aunque sólo sea por la cuenta que nos tiene.

Habría que advertir, ade-más, que la ética es sólo una; que no hay varias éticas; que no cabe separar la ética profe-sional de la ética personal, o la ética pública de la ética pri-vada porque el resultado de ese desgarramiento siempre es algún tipo de corrupción. La ética constituye el fundamento y la orientación de toda sa-biduría práctica, porque ella misma es el saber para una vida lograda, que sólo puede adquirirse por medio del logro dinámico de esa vida cabal.

Claro aparece que en una

sociedad del conocimiento la regla más característica es la que prohíbe taxativamente mentir. Porque la mentira quiebra directamente esa con-versación humana a través de la cual vamos ganando terre-no en el espacio de la verdad.

Para llegar a saber, cualquier mujer y cualquier hombre necesitan aprender aquello que llegan a saber. Y sucede que esa fulguración del avance y transmisión del conocimiento sólo acontece en comunidades de aprendizaje, que presuponen una institucionalización, la presencia de algunas reglas, la adquisición de ciertos hábitos, el ejercicio de determinadas virtudes y la práctica de un esfuerzo compartido

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La tolerancia institucional de mentiras o medias verdades es letal para una organización inteligente, ya que su mismo nervio corporativo, su temple más propio, es precisamente el entusiasmo en la búsqueda de la verdad. La inteligencia no se hace operativa si falta esa otra gran capacidad humana que es el amor. De manera que el amor a la verdad constituye la virtud corporativa im-prescindible para una empre-sa que quiera moverse en la nueva galaxia de la sociedad del saber. También esta afir-mación puede sonar a roman-

ticismo moralizante, pero no hay libro actual de management que no hable de transparencia, de calidad informativa, de sin-ceridad en el liderazgo o de publicidad verídica. El tema pasa a ser central en la última obra de Francis Fukujama, ti-tulada significativamente Trust, en la que se considera que la confianza mutua constituye ese "capital social" que se encuentra en la base de la prosperidad económica.

Y todos los que trabajan en

empresas saben que no hay nada más deletéreo que el di-simulo, el engaño, la opacidad o el miedo a decir lo que se piensa. Podríamos recordar ahora los versos de Quevedo:

¿No ha de haber un espíritu valiente: Siempre se ha de pensar lo que se dice? Nunca se ha de decir lo que se siente?

Estamos tocando el fondo de una corriente histórica que nos devuelve valores viejos de manos de las tecnologías más innovadoras. Porque, vamos a

ver, ¿de qué nos servirían los más avanzados sistemas tele-máticos si lo que se transmi-tiera por ellos resultara, senci-llamente, que no es verdad? Estaríamos en la gran ceremo-nia de la manipulación, que es el gran riesgo ético de la socie-dad del conocimiento. Pero, como decía otro poeta, Hol-derlin esta vez, «donde está el peligro, allí está también la salvación». Quinta propuesta: una «orga-nización inteligente» ha de

cultivar una profunda cultu-ra corporativa

El objetivo de una comu-nidad que pretende avanzar en el saber no es el logro de conocimientos aislados sino el fomento de actitudes estables de tipo sapiencial. Es lo que George Gilder llamó "capital metafísico", al comienzo de los trabajos de Empresa y Hu-manismo. Si consideramos, como ha- cíamos en la primera propues- ta, que una empresa ha de ser hoy una comunidad educati- va, resulta que el propósito de la educación no es

la transmisión de unos conteni- dos sino el culti- vo de unos hábi- tos intelectuales y prácticos. Al

fin y al cabo, la ciencia misma y la propia tec- nología son hábitos, es decir, enriquecimientos operativos que permiten a quienes los po- seen derivar conclusiones a partir de unos principios y, a su vez, plasmar esas conclu- siones en sistemas funcionales. Solo derivadamente la ciencia y la técnica son sistemas ló- gicamente articulados. Lo cual se aprecia sobre todo cuando se considera, no tan- to la ciencia y la técnica ya he- chas, sino la ciencia y la tec- nología en su propio hacerse.

Una «organización inteligente» es aquella en la que la mayoría de sus miembros están integrados en la narrativa de ese dinamismo

de progreso en el saber. Es lo que sucede, por ejemplo, con los componentes de la tripulación de un barco de pesca

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Las grandes mutaciones cien-tíficas y tecnológicas han acon-tecido precisamente cuando un modelo epistemológico dado ha entrado en crisis y ha tenido que ser sustituido por otro que inicialmente se le oponía sin éxito o que ha sido preciso descubrir. En tales tesituras históricas, se observa clara-mente que el resorte del cambio no es lo sabido sino el saber. Esta primacía de la capacidad de saber más sobre el conjunto de cosas que ya se conocen es la clave para entender qué pasa en la sociedad del conoci-miento y cómo han de ser en ella las «organizaciones inteli-gentes».

En la sociedad del conoci-miento la quiebra y sustitución de paradigmas científicos y tecnológicos es continua. Vi-vimos, como Dina Drucker, en la era de la discontinuidad. Lo que en ella da continuidad- corporativa a las empresas es precisamente el capital cientí-fico y tecnológico ya conquis-tado, así como la riqueza ética adquirida, que se traduce en prudencia para tomar decisio-nes sabias ante los nuevos re-tos y oportunidades que se suscitan una y otra vez.

La capacidad, potenciada

competitividad de una empre-sa en la sociedad del conoci-miento. Una «organización in-teligente» es capaz de apren-der continuamente saberes nuevos, potencialidad que no se puede restringir a unos po-cos especialistas o a un departamento de innovación, sino que tiene que permear la empresa de arriba a abajo. Esto es a lo que en sentido fuerte, podemos llamar cultura corporativa. Las versiones débiles de la cultura empresarial nos la presentan como una especie de estilo o ambiente característico, una suerte de elegancia colectiva que tiene más de apariencia que de realidad. Pero si nos tomamos en serio lo que el Profesor Rafael Alvira llamó en este foro "estética de la empresa", advertiremos que la propia estética tiene un extraordinario valor cognoscitivo y que la cultura es sobre todo cultivo del

la cultura cognoscitiva de una organización, tanto mayor será su capacidad Corporati-va para comportarse de mane- ra inteligente ante las deman-das de una sociedad en cons-tante cambio científico y tec-nológico. Una empresa culta es la que está hecha de proyec- tos, más que de realidades ya logradas. Como dice José An-tonio Marina en su Teoría de la Inteligencia creadora, «una cul- tura es un repertorio de pro-yectos, elaborados por sus miembros a lo largo de la his-toria. Cuando este repertorio disminuye, la vida social se hace anémica. Deja de haber emprendedores. (...) El proyecto ha de enlazar con la motivación y, por lo tanto, incitar a la realización de valores. Pues bien, la riqueza de valores propuestos y de proyectos vigentes indican la salud de una cultura» Para proyectar algo, es necesario entreverlo en el fu-

De manera que el trabajo en equipo ha dejado de ser solamente una manera de motivar a la gente y disminuir conflictos, para transformarse en una condición imprescindible de la buena marcha de las empresas. Porque lo cierto es que nuestro avance en el saber -y, por lo tanto, en la productividad- presenta un carácter dialógico.

por los hábitos teóricos y prác- espíritu, es decir, de la inte-ticos, de llegar a saber cosas ligencia y de la voluntad. nuevas y aprender a realizar- las, es lo que da el índice de Cuanto más poderosa sea

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turo, verlo donde otros no lo perciben. Es como si extendié-ramos nuestra mano hacia un porvenir todavía inexistente y nos invitáramos desde allí a avanzar. Pero ¿qué distingue a un proyecto de una simple ensoñación? Que lo que en él se entrevé es realizable y se percibe así. Ahora bien, como señaló Aristóteles, la capaci-dad de percepción de la reali-dad depende del propio carácter, es decir, del conjunto de hábitos teóricos y prácticos. "Somos en cierto modo -dice en la Ética a Nicómaco- con causa de nuestros hábitos y por ser como somos nos pro-ponemos un fin determina-

do". Y añade: «Si cada uno es en cierto modo causante de su propio carácter, también será en cierto modo causante de sus percepciones y valoraciones».

La profundidad de la cul-tura de una "organización in-teligente" viene dada por la hondura y cohesión de la li-bertad concertada de sus

miembros, que no se compor-tan de una manera rutinaria o mecánica, sino que ejercen a diario sus facultades de des-cubrimiento y decisión, en tensión conjunta hacia un bien compartido. El modelo de Em-presa ya no es, como en el ta-ylorismo, la máquina bien tra-bada. Es más bien, como sa-bemos hace tiempo, el de un organismo ágil y flexible. Pero si del modelo mecánico hemos pasado al modelo biológico, ya es momento de que: transite-mos decididamente hacia el paradigma antropológico, el del ser vivo que piensa y de-cide. Es la hora del humanis-mo empresarial.

Sexta propuesta: en las "organizaciones Inteligen-tes" investigación y gestión se identifican

En la sociedad del conoci-miento, la investigación ya no es un lujo institucional ni algo que se pueda encomendar sólo a organismos o departa-mentos especializados en 1+D. La esencia de la indus-

tria misma ya no es la pro-ducción, sino la indagación científica y tecnológica. Pero es que hoy, no sólo la indus-tria, sino toda empresa de bie-nes o servicios es constituti-vamente investigadora. Ya no hay distinción estricta entre investigación y gestión, por-que la propia acción directiva consiste en poner a todos los miembros de la organización a pensar en lo que cada uno está haciendo, precisamente para hacerlo mejor, para rea-lizarlo con una calidad más alta, con una eficacia más lo-grada. Lo propio de las «empre- sas inteligentes»

es que incorporan un alto compo- nente intelectivo, según ha señala- do Tomás Calleja. Eso es lo que sig- nifica hoy esa pa- labra tan usada y tan escasamente entendida: la pa-

labra "competiti- vidad". Si en una organización que esté a la altura de nues- tro tiempo ya no hay distin- ción clara entre decisión y eje- cución, es precisamente por- que ya no existen tareas pu- ramente rutinarias que tengan que ser realizadas por perso- nas humanas.Todos en la em- presa -decíamos antes- inves- tigan a su nivel todos y cada uno tienen que estar pensan-

Como dice José Antonio Marina en su Teoría de la Inteligencia creadora, «una cultura es un repertorio de proyectos, elaborados

por sus miembros a lo largo de la historia. Cuando este repertorio disminuye, la vida social se hace anémica. Deja de haber

emprendedores. (...) El proyecto ha de enlazar con la motivación y, por lo tanto, incitar a la realización de valores»

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do continuamente en su pro-pio cometido para ver cómo logran hacerlo mejor y ayudar a otros a hacerlo mejor. Hoy ya no trabajamos sólo en la dimensión del espacio: traba-jamos preferentemente en la dimensión del tiempo. Lo im-portante ahora no son los sis-temas o las estructuras: lo importante ahora es adivinar el futuro y proyectarlo desde un trabajo que no se justifica por el éxito logrado sino por la capacidad de lograr un éxi-to nuevo.

Esta, y no otra, es la «re-

volución» que esperan las so-ciedades occidentales, las cuales parecen, en algunos aspectos, como atascadas: es la «revolución de la inteligencia». Ya no se trata de ese racionalismo arrogante, propio de las ideologías del siglo XIX, que pensaban haber dado -de una vez por todas- con la fórmula definitiva de la eficacia y el bienestar.

Precisamente porque aho-

ra ya sabemos que no existe la fórmula que resuelva de gol-pe nuestros problemas, hemos de estar buscando habitual-mente soluciones cambiantes, procedimientos oportunos, respuestas operativas a las cuestiones que se nos plan-tean; cuestiones que ahora siempre son nuevas y cuya respuesta -por lo tanto- no se encuentra en ninguna parte:

sólo se halla en el propio pro-ceso de investigación prácti-ca cuyo motor no es otro que la propia inteligencia.

La coda que puede seguir a estas seis sintéticas propuestas -que han resultado, con todo, demasiado largas- es que la formación no termina nunca, como decía hace años el Beato Josemaría Escrivá, Fundador de la Universidad de Navarra. Ya no podemos abandonar las aulas, porque -recordemos a Macluhan- ésas ya no tienen muros: están por doquier. Toda la vida hemos de ser estudiantes y estudio-sos, aprendices y maestros, lectores y escritores, alumnos y profesores.

Empresa y Universidad se interpenetran, porque las dos instituciones están empeña-das en propósitos que cada vez se hallan más imbricados. Ambas persiguen el logro de una mayor calidad en la vida social. Calidad que ya sabe-mos que no consiste en ro-dearse de objetos sofistica-dos, ni en recibir pasiva-mente prestaciones materia-les, sino que estriba sobre todo en el ejercicio más ple-no de nuestras capacidades específicamente humanas. Por eso también sigue sien- do acuciante el proyecto lan-zado hace diez años y que hoy se llama Instituto Em-presa y Humanismo.

ALEJANDRO LLANO CIFUENTES

Dr. En Filosofía y Letras. Profesor Ordinario de Filosofía en la Universidad de Navarras. Académico de número de la Academia Europea de Ciencias y Artes. Miembro del comité Asesor de la Fundación Banco Bilboa Vizcaya. Ex Rector de la Universidad de Navarra.

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TESTIMONIOS PERSONALES

TESTIMONIOS PERSONALES

Belaunde y la síntesis viviente

FÉLIX ALVAREZ BRUN

a Pontificia Universidad Católica del Perú en atención al pedido que

le fuera formulado por la Comisión Nacional del Cente-nario de Víctor Andrés Be-launde, publica en Segunda Edición, la Síntesis Viviente y Palabras de Fe. Lo hace en ocasión de conmemorar los 75 años de su Fundación y en homenaje de uno de sus más eminentes maestros. Es el reconocimiento del claustro y de los numerosos discípulos de Belaunde que se patentiza ofreciendo a las nuevas gene-raciones de nuestro país esos dos trabajos que contribuyen a mantener vivo el recuerdo de quien con su sabiduría múltiple y profunda supo despertar vocaciones e inquietudes intelectuales y sembrar pre-ceptos y actitudes morales de conducta y de amor a la patria dentro de la fe católica.

En efecto, Belaunde siguió una línea diamantina, inque-brantable, de fervoroso cato-licismo desde los primeros años de su vida hasta su muer-te. El propio Belaunde ha de-

clarado en sus Memorias que para él "el cristianismo ence-rraba la única respuesta a las ansias profundas del individuo y a las necesidades de la vida social". En Arequipa, tanto en el ambiente familiar como en el Colegio del padre Duhamel y en la Universidad de San Agustín, recibió sólida formación espiritual que determinó su adhesión diáfa-na y limpia al pensamiento cristiano y encaminó su con-ducta humana y toda su futura actividad intelectual. En Lima, durante sus años de es-tudiante y de profesor en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, encontró un ambiente en el cual la filoso-fía positivista y el radicalismo político continuaban ejer-ciendo marcada influencia en maestros y alumnos. Sin em-bargo él, no obstante encon-trarse inmerso en esas dos corrientes, mantuvo siempre "permanentes y actuales algu-nas notas espirituales decisi-vas" provenientes de su niñez y juventud en Arequipa. Esta ciudad le sugirió, además la fórmula filosófica conciliado-

ra y edificante de la síntesis viviente, como lo señalara Raúl Porras en memorable dis-curso de homenaje en 1944. Perteneciente a la generación del novecientos, conocida como generación arielista por haber recibido la influencia de Rodó, sus ideas y sus actos estuvieron imbuidos en todo momento de idealismo, tole-rancia, comprensión y elevado valor moral.

Circunstancias determina-das por factores de carácter político, contrarios al senti-miento democrático de Be-launde, que éste cuestionó y rechazó con energía en los primeros años de la década del veinte, dieron pábulo a su destierro. Partió a los Estados Unidos de Norteamérica en donde las Universidades y otras instituciones de cultura le acogieron con entusiasmo y afecto como profesor, y le ofre- cieron sus tribunas para dictar conferencias sobre asuntos ju-rídicos, históricos y sociopolí-ticos concernientes al Perú y América Latina. Pasó después a Europa y tomó contacto con

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las más recientes expresiones sociales y culturales. Así en-contró que el socialismo ma-terialista y antirreligioso ya no tenía la virulencia y agresivi- dad de fines del siglo XIX y co-mienzos del presente. Esta nueva situación pudo advertirse en la Encíclica Cuadragesimo Anno, de Pío XI, dada en Mayo de 1931, que preci- sa los cambios sociales y eco-nómicos efectuados después de la Encíclica Rerum Nova- rum (1891) de León XIII. En aquel momento significativo en la historia de la humani- dad, hallándose Belaunde en Francia, es cuando fortalece y acendra el catolicismo de sus años infantiles y adoles-cencia, llenando a plenitud toda su actividad intelectual y su propia vida. Fue el mo-mento en que Belaunde se encontró consigo mismo y a partir de entonces siguió has- ta los últimos días sin apartarse de la doctrina cristiana convirtiéndose en esta forma en militante católico perseve-rante e insobornable que lu- chó por su fe y la Iglesia de Cristo.

El pensamiento ideológico de Belaunde -el social cristia- no- desde esa etapa de su vida en París, en adelante, será la de un creyente que concede sentido pleno a su existencia. Además ya no será un católi- co tradicional simple y llana-mente sino uno nuevo que se

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ajustará a los nuevos tiempos por considerar que las viejas estructuras conservadoras han evolucionado, han sufrido cambios perceptibles al influ- jo de corrientes renovadoras recientes. Ilustres intelectuales peruanos, entre ellos Jorge Ba-sadre y Luis Alberto Sánchez, así lo han señalado.

Belaunde dejó de ser el ca-tólico tradicionalista, dice Sán-chez; con su humanismo cris-tiano y su múltiple talento, ex-presa por otro lado Basadre, "planteó los fundamentos de una nueva actitud para los ca-tólicos inteligentes del país (Perú), que era no sólo la de-fensiva de conservar, o procu-rar conservar, sino la ofensiva de buscar la transformación y cauces propios". En efecto, ésa fue la tónica que le llevó a escribir entre 1929 y 1930, los ensayos que publicó en Lima el Mercurio Peruano cuestionando la interpretación que hiciera José Carlos Mariátegui en los Siete Ensayos de Interpretación de la realidad peruana desde la óptica del materialismo histórico. Como es lógico, para el pensador marxista el factor económico constituía el determinante del desarrollo de la sociedad peruana. A esta interpretación ideológica, Be-launde opuso, con altura y res-peto al pensamiento de Mariá-tegui, una visión imparcial y objetiva desde el ángulo so-cial-cristiano. En realidad esta

concepción respecto del Perú no era enteramente nueva en Belaunde, había sido ya moti-vo de hondas meditaciones de su parte. La polémica que pudo haberse producido des-pués entre Belaunde y Mariá-tegui lamentablemente se truncó por la muerte prema-tura de este último. Los ensa-yos de Belaunde fueron publi-cados como libro con el título de la Realidad Nacional, en París, 1931. Esta es, indudable-mente, una obra medular en la producción intelectual de Be-launde, caracterizada por la fuerza de la argumentación, por la amplia información y por los sólidos principios que la sustentan.

Belaunde regresó al Perú en octubre de 1930, después de 10 años de forzado destierro. Volvió al país con la mentali-dad vigorosa y firme del cató-lico que no duda de su fe ni de su vocación signada con los nobles preceptos del social cristianismo. Confiesa, al ha-blar del "drama del retorno", haberse sentido, por un mo-mento, como un extraño en su propia tierra. La situación pe-ruana en aquel momento era de exacerbación, conflictiva, por razones políticas e ideoló-gicas que incidían de manera inquietante en las personas e instituciones que intervenían en la búsqueda de soluciones a los agudos problemas nacio-nales. En esa situación, Be-

laúnde que había dedicado in-tensas horas de trabajo a estu-diar y a meditar sobre la reali-dad peruana y su destino fu-turo, se encontró con la barre-ra infranqueable de la dema-gogia y de la intolerancia par-tidaria. Por esta razón dijo, acaso con pena y desilusión respecto de ese estado de co-sas, que sólo le quedaba la re-ligión, "que tiene un sentido universal, el hogar familiar y la ilusión del terruño...". Pero al mismo tiempo reafirmó su convicción de católico "con-victo y confeso" y que traía un programa social cristiano para encarar temas de alcance na-cional.

Esta actitud clara y firme, indoblegable, le enfrentaría a las "fuerzas ocultas del laten-te liberalismo capitalista y al izquierdismo universitario". Belaunde quería ocuparse de nuestra realidad nacional, como en efecto lo venía ha-ciendo desde su juventud; es decir, profundizar los estudios encaminados a descubrir la peruanidad, sin esquinar las interpretaciones, manipular maliciosamente las informa-ciones o esconder todo lo que no convenía a determinadas tesis, sino buscando en las opuestas canteras lo que podía contribuir a precisar de nues-tra personalidad y de nuestro destino como nación. Es pre-ciso anotar también que los ac-tos públicos y privados de Be-

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laúnde tuvieron la connotación de la autenticidad, eran coincidentes con sus senti-mientos. No existía en ellos la simulación, la falsedad, el for-malismo simple, ingenuo o snobista, sino que eran expre-siones llenas de convicción y legitimidad personales.

Lo anterior explica por qué Belaunde, luego de intentar su reincorporación a la Universi-dad de San Marcos, encontró en la Universidad Católica del Perú el lugar ideal para ejer-cer la docencia universitaria. Su presencia en el claustro ca-tólico le deparó múltiples y permanentes satisfacciones porque pudo abrir el abanico de sus inquietudes intelectua-les, pudo exponer libremente su pensamiento ante una ju-ventud anhelosa de saber y porque ese centro de estudios superiores era concomitante con su vocación cultural que siempre estuvo encauzada ha-cia la búsqueda de las esencias de la peruanidad y a desarro-llar y afirmar su profundo ca-tolicismo.

Claro está que no le fue fá-cil ni agradable resignarse a ese apartamiento definitivo del claustro sanmarquino. "Fue uno de los golpes más duros y desgarradores que he sufrido en mi vida" afirma en sus Memorias, pero la agitación estudiantil de aquellos años, alentada, manipulada, por

una izquierda recalcitrante y apasionada, no ofrecía en San Marcos un lugar propicio de ecuanimidad y de sosiego para que Belaunde pudiera ejercer cargo alguno. Con él hicieron causa común, alejándose de dicha universidad, figuras va-liosas de la cultura: José de la Riva Agüero, Honorio Delga-do, Carlos García Gastañeta. Así se apartó de la casa en la cual había puesto su atención y afecto desde los años en que fuera uno de sus más distinguidos estudiantes y profesores. San Marcos perdió de esta forma al profesor que en 1914 fuera aclamado por los estudiantes que veían en él al investigador de nuestras instituciones, de nuestra vida misma como entidad nacional y que, con verbo encendido y vibrante, con empuje y coraje, señaló en asamblea multi-tudinaria las tareas que impe-dían al país caminar hacia un mejor destino.

En 1931 fue elegido a la Asamblea Nacional que tuvo facultades constitucionales y legislativas. En ella Belaunde intervino con solvencia jurídi-ca y patriótica, descollando por el brillo de sus interven-ciones y la solidez de su pen-samiento. Fue también el año en que el Padre Jorge Dintil-hac, Rector de la Universidad Católica, lo invitó a incorpo-rarse como profesor. Su ingre-so a dicha Universidad fue

trascendental porque, como he indicado, encontró el me-dio propicio, acorde a su in-clinación doctrinaria y a su vo-cación de maestro y humanis-ta.

Fue recibido por profesores y alumnos con muestras de jú-bilo y aprecio en reconoci-miento a su destacada perso-nalidad y talento. El rector le brindó la más amplia y cordial amistad, recurriendo a él en todo momento para alentar la actividad académica y acep-tando sus consejos y proyec-tos de organización, investiga-ciones y programas de estu-dios que tuvieron inmediata aplicación. En la Universidad Católica, Belaunde ejerció cá-tedras en las facultades de Le-tras y de Derecho, y asumió, sucesivamente los cargos de Decano, de Vice-Rector y de Pro-Rector Emérito.

De otra parte, Belaunde, con su enorme calidad de ju-rista y de intelectual, influyó en los círculos oficiales y polí-ticos, en los organismos perti-nentes, a fin de que esa casa de estudios alcanzara el status jurídico respectivo de autono-mía académica y administra-tiva que en justicia lo merecía. El prestigio de la Universidad tenía como base el rigor y se-riedad de la enseñanza que se impartía; por lo que las gestio-nes de Belaunde y de las auto-ridades del claustro fueron só-

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lidamente avaladas culminan-do con éxito aquel anhelo ins-titucional fundamental.

Cabe considerar, asimis-mo, la fundación del "Instituto Riva Agüero" como obra de Belaunde y de la generosidad del ilustre historiador cuyo nombre ostenta emble-máticamente con orgullo. La gestión y la puesta en marcha de esa importante institución cultural se debieron al esfuer-zo de Belaunde, quien además fue su director por veinte años hasta su muerte. La fundación del "Instituto Riva-Agüero" constituye capítulo aparte de esa estrecha relación entre el maestro y la Universidad Ca-tólica que José Agustín de la Puente Candamo ha resaltado en un trabajo publicado en 1966 y reproducido como In-troducción en el V volumen de las "Obras Completas" de Be-launde, en 1983.

Otro aspecto muy impor-tante en la actividad de Be-launde, derivada de su magis-terio universitario de la Cató-lica fue su espíritu generoso, abierto y comunicativo con sus alumnos y amigos, tanto docentes como no docentes. Belaunde no se limitó a la en-señanza de las materias que le fueron asignadas, ni al cumpli-miento de los cargos directi-vos, en todos los cuales dejó huella imborrable por su capa-cidad de entrega.

Otro campo de su magis-terio fue el dedicado a desper-tar vocaciones, alentarlas y apoyarlas. Con tal propósito cultivó sincera, franca, leal amistad con maestros y alum-nos, lo cual le permitió trans-mitir inquietudes y compro-meterlos a seguir cultivando los temas para los cuales re-unían la capacidad necesaria. Su vocación de maestro no se satisfacía con el dictado de clases o con impartir instruc-ciones acerca de los problemas universitarios, como ocurre frecuentemente en quienes asumen una cátedra o un car- go académico sino que iba más allá de esas obligaciones y responsabilidades. Su magisterio desbordaba el claustro universitario promo-viendo reuniones conjuntas de amigos, profesores y alumnos especialmente invitados para el diálogo, la tertulia, el cambio de ideas y opiniones, sobre temas culturales y asuntos de actualidad nacio-nal. El clima de las discusiones era de entera libertad; podía hablarse sin temor a equivo-carse y ser rectificado, porque precisamente sólo así se llegaba a la verdad, a la cla-rificación de los conceptos emitidos. Tuve la suerte de participar en muchas de esas reuniones, de esos cónclaves amicales, particularmente cuan- do se trataba de seleccionar los artículos o ensayos que debían aparecer en Mercurio Peruano.

Esta referencia particular la hago para dar fe, dar testi-monio, del significado que te-nían esos encuentros cultura-les. Lo interesante estaba en el hecho de que Belaunde in-citaba con la palabra, el gesto y el ejemplo a la discusión amena, alturada, provechosa. Cumplía así la función esen-cial del auténtico maestro como es el de transmitir ideas, despertar inquietudes, alentar estudios e investigaciones para obtener la verdad de los hechos y las cosas. Con el co-rrer del tiempo, la siembra ge-nerosa ha dado frutos en nu-merosos discípulos de Belaun-de, que hoy son destacados historiadores, filósofos, soció-logos. Por todo ello, como ha dicho José A. de la Puente Candamo, Belaunde "fue maestro en todos los rincones de su alma y en su múltiple labor sin egoísmo".

Con ocasión del Centenario del nacimiento de Víctor An-drés Belaunde, en 1983, la pren-sa nacional, las instituciones culturales, las universidades y otros centros de enseñanza reavivaron el estudio de la personalidad y el pensamiento del ilustre peruano. Seminarios, coloquios, conferencias y artículos en periódicos y revistas, así como actos de homenaje, públicos y privados, dieron fe de la importancia y trascendencia del acontecimiento, así como su significado en la historia de la

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cultura peruana. Cuatro años después, en 1987, la Comisión Nacional puso en manos de las nuevas generaciones, y en ge-neral de todos los peruanos, la primera serie de las "Obras Completas" de Belaunde, bajo el epígrafe de El Proyecto Na-cional. Aparecieron en aquel año cinco volúmenes: I. El Perú antiguo y los Modernos Sociólogos; II. MeditacionesPeruanas; III.-La Realidad Nacional; IV.-El Deba-te Constitucional, y V. Peruani-dad. Cada uno de estos valio-sos volúmenes fueron editados bajo la excelente e inapreciable dirección de César Pacheco Vélez, brillante discípulo de Belaunde, a quien valga la oportunidad, rindo mi más sin-cero homenaje y recuerdo por su obra intelectual.

Tanto la conmemoración centenaria como la publicación de las obras mencionadas, han servido a los estudiosos de nuestra realidad nacional, particularmente a la juventud universitaria, para tomar con-tacto con el pensamiento inte-gral y peruanista del maestro Belaunde que en cierta forma y medida fuera marginado por lo que podría llamarse el pro-selitismo político partidario. Hemos comprobado con íntima satisfacción que la juventud, en ella de modo especial la de la Universidad Católica, ha tenido en sus manos los libros de la Comisión Nacional, y que no solamente los han es-

tudiado y analizado crítica-mente, sino que les ha permi-tido también organizar múlti-ples actos culturales en los que han dado a conocer el valor in-telectual de Belaunde, reactua-lizando conceptos para desvir-tuar injustas tergiversaciones o torcidas interpretaciones.

La reedición de La Síntesis Viviente y Palabras de fe, como volumen VI de las "Obras Completas", cobra singular importancia en los momentos actuales, porque con esos dos trabajos se amplía la visión de la personalidad y la obra de Belaunde, como también por-que en los últimos años se han producido cambios profundos en la interpretación política y económica del mundo. Estos hechos insospechados por la generalidad de los politocólo-gos y economistas de hace poco más de una década, han contribuido a que muchos se despojen de prejuicios y rece-tas estereotipadas que les im-pedía ver con claridad la obra de Belaunde que contiene en-foques certeros sobre nuestro ser nacional y su sentido his-tórico como peruanidad, con-forme él lo calificó acertada-mente.

La Síntesis Viviente (Prime- ra edición, Madrid, 1950) ofre-ce reflexiones sobre los facto-res religiosos, éticos y cultura-les que son esenciales en la condición humana y decisivos

al moldear los elementos bio-lógicos e históricos de cada pueblo. Abarca temas de reso-nancia universal, enmarcados en la Filosofía de la Cultura, tales como deshumanización y cultura; la función del Estado según la Doctrina de la Iglesia; cultura hispánica, el orden ético-jurídico y la post-guerra; el universalismo cristiano; asuntos todos ellos vistos den-tro de la concepción cristiana de la vida. En la Introducción Belaunde precisa el contenido de la Obra y ofrece un cuadro esquemático de las teorías fun-damentales sobre el desarrollo cultural. Afirma en ella que "los valores espirituales asumen y transforman los elementos que constituyen la corporeidad de una nación; tierra, instituciones, estructuras, quedan penetradas y transidas por los mismos principios e ideales. Estos realizan penosamente a través del tiempo, una obra de inspiración, de impregnación y de asunción. Tal función asuntiva explica los fenómenos de transculturización. No he encontrado otro término mejor que el de 'síntesis viviente' para expresar la concepción que explica la evolución de la cultura por factores espirituales, sin descuidar la influencia de las otras causas señaladas por la sociología". Esa manera de concebir el ser y desarrollo de una nación, en el ámbito universal y en el particular, esclarece su

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posición respecto de los pue-blos hispanoamericanos, cuya solidaridad y unión no sólo es-triba -dice- en la continuidad geográfica, la armonía de in-tereses o de identidad de po-sición política exterior, sino especial y fundamentalmente por los comunes valores de la cultura hispano-cristiana.

En el caso particular del Perú estima que los indicados valores son indesligables de la peruanidad, a la que considera como una "síntesis viviente" de todo lo que ha sido, es y será conforme vaya perfilando su destino con el correr del tiempo. Por consiguiente, para él es esencial el aspecto espiritual en relación a nuestra entidad nacional. Los factores arriba mencionados son para Belaunde factores de unidad espiritual en la nación y por lo tanto deberían marcar el compás de la vida intelectual y colectiva del Perú.

La Síntesis Viviente se halla en la misma línea de la inquie-tud intelectual de Belaunde, es decir, de Meditaciones Perua-nas, La Realidad Nacional y Peruanidad. Muestra clara-mente que nuestra identidad es la resultante de la conjugación de valores espirituales, sin menoscabo o mengua, como es lógico, de otros factores que le son contextuales e inseparables. En este sentido

reitera lo dicho en su libro Pe-ruanidad, en el que afirma que el Perú "es una síntesis biológica que se refleja en el carácter mestizo de nuestra población; síntesis económica porque se ha integrado la flo-ra y la fauna aborígenes con las traídas de España, y la es-tructura agropecuaria primi-tiva con la explotación de la minería y el desarrollo indus-trial; síntesis política porque la unidad política hispana continúa la creada por el in-cario; síntesis espiritual por-que el sentimiento hacia una religión paternal se transfor-ma y eleva en el culto de Cris-to y en el esplendor de la li-turgia católica. No concebi-mos oposición entre hispanis-mo e indigenismo. Ello sólo sería un juego artificioso y protervo. Los peruanistas so-mos hispanistas e indigenis-tas al mismo tiempo".

Hay que tener presente, además, que no es una sínte-sis viviente estática sino diná-mica, siempre actual, en per-manente ebullición y reactua-lización al influjo de la expe-riencia histórica y de la asimi-lación de nuevas contribucio-nes que incrementan y perfilan nuestra identidad y destino. Belaunde, por lo expuesto, se encuentra en la línea de Garci- laso de la Vega, de los redacto-res del Mercurio Peruano de 1791, y de destacados auto-res de nuestro siglo.

Con el tiempo, las pasiones, que siempre son pasajeras como lo son las injusticias, ceden el paso al juicio sereno, imparcial, desinteresado y libre de la historia, que es la que coloca a los hombres en el lu-gar que les corresponde de acuerdo a sus virtudes y me-recimientos. Creo sinceramen-te que la publicación y difusión de las obras de Belaunde sirven a tal efecto.

Para concluir, a nombre de la Comisión Nacional del Cen-tenario de Víctor Andrés Be-launde, quiero expresar a la Pontificia Universidad Católica del Perú y a su dignísimo Rector, nuestra más amplia y sincera congratulación y agra-decimiento por haber asumido la publicación del volumen VI de las "Obras Completas" del maestro Belaunde. Es una muestra más de gratitud entre las múltiples y permanentes, que ofrece esa Universidad al maestro cuyas enseñanzas tu-vieron el sello del talento y de la responsabilidad activa, como hubiera dicho Gregorio Marañón.

FÉLIX ALVAREZ, BRUN

Presidente de la Comisión Nacional del Centenario de Víctor Andrés Belaunde.

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TESTIMONIOS PERSONALES

Homenaje a Raúl Porras Barrenechea

Porras: Maestro de peruanismo y ciudadano de América

JORGE PUCCINELLI CONVERSO

«Por patria entendemos la vasta extensión de ambas

Américas» (E López Aldana, citado por Porras).

a figura de Raúl Porras Barrenechea (1897- 1997) a los cien años

de su nacimiento y treinta y seis de su muerte ha alcan-zado una proyección crecien-te no sólo en el ámbito na-cional sino en el latinoame-ricano. Su obra fecunda como historiador, como maestro, crítico y diplomá-tico, hombre de letras, en suma, lo ha situado en un nivel cimero en la cultura de Latinoamérica al nivel de sus pares, coetáneos y amigos, Alfonso Reyes, Pedro Henrí-quez Ureña, Mariano Picón Salas, Gilberto Freyre o Ger-mán Arciniegas.

Pertenece a la llamada Generación del Centenario y, dentro de ella, al grupo del «Conversatorio Universita-rio», institución que él fun-dara en la Universidad Ma-yor de San Marcos en 1919,

congregando lo mejor de la juventud estudiosa que ha-bía participado en la reforma universitaria, para investigar el tema de la independencia del Perú. En el «Con-versatorio» Porras dio a co-nocer su trabajo juvenil so-bre José Joaquín de Larriva que marcó el inicio de sus indagaciones histórico litera-rias acerca de los satíricos limeños.

Su estudio El Periodismo en el Perú», (1921) refleja su espíritu de investigación y su familiaridad con las fuentes hemerográficas nacionales. En el terreno de la historia peruana se interesó por las figuras civiles, de la emancipación y de la repú-blica que representan el es-píritu liberal y doctrinario del siglo XIX. A este ciclo pertenecen sus trabajos sobre Mariano José de Arce, José Sánchez Carrión, Felipe Pardo, Ricardo Palma, el cuz-queño José Manuel Valdez y Palacios -que él redescubriera en la biblioteca de Río de

Janeiro- José Toribio Pacheco, Miguel Grau, Andrés Avelino Aramburú, Luciano Benjamín Cisneros y José Antonio Barrenechea.

El diplomático, defensor de nuestros derechos territoriales

Paralelamente con el cul-tivo de la historia patria se inició en la carrera diplomá-tica y en la enseñanza, a las que consagró toda su exis-tencia. En 1922 ingresó como bibliotecario al Minis-terio de Relaciones Exterio-res y desde entonces y en todos los escalones de la ca-rrera, hasta su muerte, pue-de hablarse de una labor di-plomática continua, si excep-tuamos algunos lapsos en que su patriótica y valerosa independencia de criterio lo alejó arbitrariamente del ser-vicio. No hay problema in-ternacional desde esa fecha a cuya solución no ofreciera las luces de su inteligencia lúcida y rotunda que marcó siempre rumbos firmes y de-

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finidos a nuestra Cancillería.

El Maestro

Pero la vocación medular de su vida fue sin duda la enseñanza. En la cátedra universitaria, en el aula es-colar, en los seminarios y conversatorios, entregó ge-nerosamente a varias gene-raciones su saber histórico. Su acogedora casa-bibliote-ca de la calle Colina 398, en Miraflores, que hoy alberga el instituto que lleva su nombre y mantiene preclara su memoria, ha sido el ho-gar espiritual de muchas pro-mociones universitarias a las que ofreció su consejo y orientación permanente.

En hermoso y noble gesto legó testamentariamente todos sus libros -testimonio de su vocación humanista y de sus viajes- a la Biblioteca Nacional, que los conserva en la Sala de Investigaciones Raúl Porras Barrenechea. El historiador, el crítico, el escritor

La producción de Porras está ligada estrechamente a su labor docente y de inves-tigación. Como profesor uni-versitario se inicia en 1928 dictando el curso de Litera-tura Castellana en la que fue

profesor de Martín Adán, Es-tuardo Núñez, Raúl Ferrero Rebagliati, Emilio Adolfo Westphalen, Ernesto Alaysa Grundy, entre otros.

Obtiene luego la cátedra de Historia del Perú (Con-quista y Colonia) y Fuentes Históricas, campo vastísimo en el cual orienta sus inves-tigaciones plasmadas en nu-merosos trabajos originales que sería imposible enume-rar aquí: ensayos y estudios críticos, ediciones de fuen-tes, de lexicones o vocabu-larios y gramáticas de la «Lengua general del Perú», ediciones documentales, sa-biamente prolongadas y ano-tadas, que abarcan el lega-

do quechua, profundamente rastreado en su lengua y en sus expresiones míticas y literarias la huella hispánica, a través de sus cronistas españoles e indios; el siglo XIX, época de patriotismo, liberalismo y civilidad: un vasto periplo que va desde el Inca Garcilaso hasta Cé-sar Vallejo, cuya primera edi-ción de Poemas Humanos publicó en París.

Vista en conjunto la vas-ta obra de Porras se nos ofrece una cabal imagen del Perú, de sus legados cultu-rales, de sus mitos, tradición e historia, de sus paisajes y de sus gentes, de sus fron-teras y de sus figuras civiles

Raúl Porras Barrenechea

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representativas, de sus hé-roes, de sus ciudades -Lima, Cuzco, Trujillo, Arequipa, Jauja, Piura- de los peruanos y peruanistas, de sus fuentes bibliográficas y hemerográficas, animado por un afán de rescatar textos olvidados y personajes desconocidos, tratando de encontrar en sus ensayos y estudios el hilo colector de la peruani-dad en medio de la multipli-cidad y heterogeneidad de nuestras raíces.

Jorge Puccinelli Converso

Amauta de la Cultura, Profesor Emérito de San Marcos

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TESTIMONIOS PERSONALES

Homenaje a Raúl Porras Barrenechea

Raúl Porras, Maestro

FÉLIX ALVAREZ BRUN

stamos en el año del Pri-mer Centenario del na-cimiento del eminente

maestro Raúl Porras Barrene-chea, uno de los más altos ex-ponentes de la inteligencia peruana y latinoamericana. Maestro insigne de la Univer-sidad Mayor de San Marcos, a la que quiso entrañablemente y a la que dedicó con largueza y holgura de ánimo los mejo-res años de su vida.

Como maestro y como in-telectual muy bien podría de-cirse de él lo que el filósofo y escritor mexicano Antonio Gómez Robledo escribió res-pecto del maestro salmantino Francisco de Vitoria, el célebre creador del Derecho Interna-cional Moderno: "No conozco otra vida que con mayor ple-nitud se ajuste al paradigma del intelectual. Desde el albo-rear de su razón hasta el últi mo día de su existencia terre-na, Francisco de Vitoria vivió para esos seres extraños que Platón descubrió y que él lla-mó y nosotros llamamos ideas". Raúl Porras fue, en efecto, suma y compendio de todas aquellas virtudes, tribu-

laciones y esperanzas que con-forman el alma de esos extra-ños personajes muchas veces incomprendidos y hasta per-seguidos o menospreciados que se les llama intelectuales. Además tan raros y tan difíciles de encontrar con la inque-brantable fortaleza moral que los caracteriza en "nuestro siglo incierto, negativo, impulsado por la seducción de lo fácil, de lo irracional y de lo inhumano", como el propio Porras dijera en el multitudinario homenaje que se rindió a José Gálvez, otra gloria de las letras peruanas, con motivo de su muerte.

Raúl Porras ingresó a San Marcos en 1912, en pleno apo-geo del liberalismo en política, del modernismo en Literatura, el positivismo filosófico, el historicismo nacionalista y el panamericanismo emergente", según su personal recuerdo al enjuiciar el momento de su arribo a dicha casa de estudios. Porras, a partir de aquel año se entregó de lleno a cultivar su inteligencia y a cumplir una labor magisterial per- manente en favor de la cultu-

ra y de los sagrados intereses nacionales.

Sus años de estudiante sanmarquino, de 1912 a 1920, transcurrieron bajo el signo liberal de esa época y luego, como profesor universitario de esa misma casa, desde el 26 de mayo de 1928 hasta los últimos años de su vida, entre los altibajos de nuestra inestable y desconcertante democracia.

Mucho tendría que decir Porras como estudiante uni-versitario inquieto y cargado de rebeldía y tanto que, con algunos de su generación, hizo frente a los viejos "métodos escolásticos y sistemas peda-gógicos contemporáneos de la palmeta, en que habían cate-dráticos vitalicios y cátedras conservadas con alcanfor". Pero este no es tema de esta nota, de manera que paso a ocuparme de Porras como profesor de Colegio y de Uni-versidad. En 1923 ingresó como profesor del Colegio Anglo-peruano de Lima y allí enseñó por mucho tiempo a pesar de la diversidad y com-

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plicación de sus estudios de investigación y de sus deberes universitarios. Y es que sentía el llamado de su vocación do-cente y conocía la alta misión que cumplía el formar y orientar el espíritu de los hombres que integrarían pronto las ge-neraciones propulsoras de un nuevo Perú.

Tenía fe y confiaba plena-mente en el alma juvenil, en esa alma todavía no contami-nada con los intereses y com-promisos que muchas veces destruyen el corazón de los hombres. Porras conservaba intacta "su fe en la nobleza de las tareas de segunda enseñanza y en la fecunda eficacia de las ideas y sentimientos que se depositan en el alma de los niños cuando en el umbral de la mocedad empiezan a inquietarse por todos los hondos problemas de la vida y a sentir el acicate del saber o del heroísmo", son sus palabras. Esa fe en el destino histórico de las nuevas generaciones y en el entrañable amor de Porras por el Perú, cuyo porvenir confiaba a la bondad de sus hombres y dirigentes, le hacían sentir el más sincero regocijo en los momentos que dialogaba ó fijaba en la mente de los niños y de los jóvenes los hechos y las figuras que llenan nuestro fecundo pasado espiritual.

No puede haber –no hay a

mi juicio- mayor placer, ni mayor honra espiritual, que ser maestro de segunda enseñanza. Para serlo no bastan diplomas ni títulos académicos, son necesarios ante todo amor y vocación". He aquí una declaración que nos permite descubrir el corazón del maestro Porras, pleno de amor y hasta de dulzura por la niñez que despierta a la vida y a sus inevitables problemas. Es acaso la más auténtica y pura versión de su vocación de maestro.

Para él no había laboratorio ni templo que supere a la clase de historia como forjado-ra de la conciencia de la nacio-nalidad. Y es que Porras, maestro de juventudes, fue también maestro de patriotis-mo.

En tal sentido, llega a esta afirmación: "En la clase de his-toria patria el silencio se hace solo, sin disciplinas ni casti-gos, por la sola presencia de las sombras heroicas que sur-gen del pasado, por el relato que aprieta el corazón de los niños con la emoción del triun-fo o del dolor por la patria, del error que se pudo evitar, del sacrificio o de la osadía que engrandecen la hora de la ab-negación o de la solitaria figu-ra moral que se yergue contra la barbarie o la fuerza, en de-fensa de la libertad o del dé-bil".

En valioso estudio, el doc-tor Guillermo Lohmann Ville-na, uno de los investigadores peruanos de historia más pres-tigiosos de hispanoamérica, ha dicho que Porras conocía "el sortilegio de convertir el dato inmóvil en vida cálida y plas-mar con diafanidad y poesía el ambiente del pretérito. Su alocución pastosa, tornasola-da, con toques de ironía, des-plegaba panoramas retrospec-tivos mil veces más fascinado-res que los insulsos relatos a que habíamos estado acos-tumbrados. Con absoluta na-turalidad espoleaba la in-quietud cognoscitiva mediante la frase: 'Eso es de cultura general'. Supo inculcar interés auténtico hacia innumerables personajes y su mundo, hasta hacernos comprender que aquellos próceres de antaño no eran estatuas, figuras de cartón o entes adornados de todas las perfecciones, sino seres humanos de carne y hueso. Al evocar sus hazañas y sus hechos, lo hacía no como quien visita un cementerio o un museo, sino como quien dialoga con sombras redivivas".

El maestro Jorge Basadre, compañero de Porras en el Conversatorio Universitario y en las aulas sanmarquinas, entre las que existía una es-trecha y respetuosa amistad que perduró toda la vida, y

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entre quienes se ha querido encontrar por los artesanos de la intriga y del rencor algunas iridiscencias de desencuentros y de emulación que no se die-ron, ha expresado: A diferen-cia de los eruditos que se ins-talan en un período o en un área de un período, la voca-ción peruanista de Porras irradió... sobre todas las épo-cas de la historia nacional". Agregaba, asimismo, que Po-rras, como historiador autén-tico, tuvo "no sólo la larga pa-ciencia y la aptitud para nue-vos enfoques de lo viejo, sino además el difícil don de evo-car y dar vida y sentido a lo que está muerto, la emoción retrospectiva que es el más alto don en este oficio. Reite-radamente hizo gala de una viva elocuencia en la que se volcaba la trepidación nervio-sa de su espíritu apasionado, siendo constante su predilec-ción por convertirse en aboga-do sin salario de los esfuerzos de la inteligencia y de la dig-nidad cívica para iluminar las rutas del Perú.

Eran así los estudios y las clases de Raúl Porras que te-nían la virtud de cautivar por su erudición, el rigor del dato preciso y oportuno en la cita respectiva, porque nada tenían de invención ni de conceptos preconcebidos, sectarios o dogmáticos, por el severo aná-lisis e interpretación de los documentos e informaciones

que siempre los quería de pri-mera mano.

A diferencia de los profeso-res de oficio, que nada sien-ten por la noble tarea de ense-ñar y que se vinculan al alum-no mecánicamente en el tiem-po obligado del horario, como si la docencia fuera una segun-da personalidad descarnada de toda entrega y vocación, el maestro Porras cultivó la en-señanza como un apostolado permanente, sin limitaciones de aula ni de tiempo, ni de lu-gar. Nadie como él pudo ha-cer de la enseñanza diálogo vivo y continuo para el que todas las ocasiones y lugares eran propicios a la siembra fe-cunda y modeladora del alma de los hombres. Sin los rigo-res estrechísimos de un pro-grama de estudios convertía Porras en aula viva las excur-siones, las tertulias de café, las reuniones sociales, su casa misma.

Raúl Porras fue así, maes-tro en el aula escolar, en la cátedra universitaria y fuera de ella. El mismo con su ejem-plo, su vida de sacrifico en este país de reconocimientos tardíos o póstumos, enseñó en todo momento la honestidad, el desapego a toda vanalidad, el sentido de responsabilidad y, por sobre todas las cosas, el cariño al Perú, sin exclusi-vismos y sin menguas de sus valores eternos, el indígena

irrenunciable y el español con-substancial.

Por todo ello, para terminar, nada mejor que repetir aquí sincera y sencillamente, las palabras con que Rabelais, en la aurora de su gloria juve-nil, saludaba los últimos días del humanista Erasmo, tan afín al espíritu del maestro Porras: "Todo lo que soy y lo que valgo lo he recibido úni-camente de ti, y si yo no qui-siera reconocer esto, sería el hombre más desgraciado de todos los tiempos. Te saludo y otra vez te saludo, maestro querido y honor de la patria, espíritu protector de las artes, invencible combatiente de la libertad".

FÉLIX ALVAREZ BRUN

Historiador y Diplomático.

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TESTIMONIOS PERSONALES

Homenaje a Don Juan Antonio Pérez López

El aporte de Don Juan Antonio Pérez López

PABLO FERREIRO DE BABOT

esearía centrar mi ex-posición en lo que considero que ha sido

el mejor aporte de Juan Antonio Pérez López a la Escuela de la que provengo, y, en la medida de mi conocimiento, también a otras escuelas similares de Latinoamérica que han recibido su ayuda tan pronto como se iniciaron. Con varias de ellas he tenido frecuentes contactos profesionales en los que amparo mi afirmación. Esos dos puntos a los que me voy a referir son: 1° El modo de solventar la in-

quietud común de ser ca-paces de enseñar a resolver los problemas éticos que puedan presentarse desde cualquier área académica.

2° La manera de ofrecer la ase-soría individual a los alum-nos de los programas de Maestría, para hacer posible la enseñanza personaliza-da que tenemos como obje-tivo institucional.

1. Ética en todas las áreas

¡Cuántas veces le habremos hecho a Juan Antonio esta pre-

gunta!: ¿Cómo puede un pro-fesor de Marketing, o de Fi-nanzas, transmitir conceptos éticos, a través del desarrollo de sus sesiones, y, sobre todo, a través de los problemas prác-ticos que puedan surgir en la Consultas o en la discusión de los Casos que se exponen a los participantes?

Su respuesta era siempre de este tipo: Dar ética no es dar una pincelada de «moralina», como suele decirse despectiva-mente, un baño superficial, unos consejos finales, al desa-rrollar un Caso, a modo de moraleja. Tampoco le parecía adecuado, tratar los temas téc-nicos por una parte y la doc-trina ética por otra, incluyen- do si se quiere, unos cuantos ejemplos de aplicaciones. Eso -comentaba, en su lenguaje siempre directo y a veces algo agresivo- sería como una «es-quizofrenia», porque separaría artificialmente lo que en la rea-lidad se da unido.

Emprender la tarea de una evaluación ética de las decisio-nes, decía, es idéntico a reali-zar una evaluación real de las

mismas. Y traía a colación, la conocida dificultad que tene-mos los hombres para consi-derar todos los aspectos de la realidad sin contentarnos so-lamente con aquellos que re-sultan más aparentes o cons-tatables a través de los senti-dos, especialmente cuando apremian. Si en la realidad práctica se separa lo urgente de lo importante, resolviendo sólo lo primero, tendremos descrita la conducta del ani- mal (él concretaba en la rata), que sí decide de ese modo (una persona no sobreviviría mucho tiempo con un esquema de este tipo). Es una mala solución (se refería a los que le escuchábamos en ese mo-mento), que los temas recono-cidamente importantes, e ine-ludibles para cada uno, se en-carguen a otros. Y concluía ro-tundo: eso no es profesionali-dad en una escuela de direc-ción (sí podría serlo, en cam-bio, si se tratara de una escuela puramente teórica)

Juan Antonio aprovechaba algunas intervenciones de los asistentes a la discusión de un Caso, para hacemos caer en la

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cuenta, salvada la persona, de los reduccionismos implícitos que se escondían detrás de afirmaciones aparentemente inocentes, como frases hechas o lugares comunes que se re-piten con tan buena intención como superficialidad al tratar temas humanos. Ahí no per-mitía ningún supuesto, y, a la vez, exigía ser exhaustivo en la consideración de los datos proporcionados. No se puede suponer que la realidad sea así o asá, decía, sino que es como es, y ¡Ay de mí si no la acepto!, porque me caerá encima con todo el peso de los hechos, más el de mi ingenuidad.

Por mi parte, procuraba no perderme ninguna de sus inter-venciones, porque aprendía mucho y me daban tema para profundizar luego en conversa-ciones tan sabrosas como inter-minables y agotadoras para mí, pues él permanecía incansable.

Por sobre otros aspectos, me fascinaban las síntesis bri-llantes que solía hacer entre lo más divino y lo más humano, y lo grandioso es que lo hacía con rigor, como científico, apor-tando datos y explicitando las causas. Por ejemplo, tengo en-tre mis apuntes estas notas:

Para hacer ciencia, y lo es la ciencia aplicada, hay que hacer abstracciones o supues-tos, que no existen en la reali-dad pero que facilitan su in-

telección, y así se construyen modelos, que sólo son ciertos con las condiciones supuestas. -Hasta aquí no aportaba nada nuevo-, pero añadía a conti-nuación: − Entrenar en términos de la

realidad es enseñar a usar el entendimiento.

− Entrenar en términos de la acción es aprender a apli-car la prudencia.

− Entrenar en términos de los modelos es hacer ciencia.

Y proseguía: No se puede

confundir evaluación ética con evaluación sobrenatural, o re-ligión, que es imprescindible, y la más valiosa por cierto,

pero que se ubica en un plano distinto y superior del me-ramente natural que aquí con-sideramos.

Tampoco se puede confun-dir evaluación real con evalua-ción técnica.

Ambos planteamientos -se-ñalaba- eluden agotar la reali-dad objeto de estudio, uno por exceso y el otro por defecto.

Permítanme añadir, y en algún caso repetir, unas frases más, aún a costa de caer pesado:

La decisión y el plan de ac-ción son únicos, es decir, no puede haber una deci-

Don Juan Antonio Pérez López

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sión para ganar dinero, otra para saber más, y otra para ser bueno...: Cada vez que tomo una determina-ción práctica y la ejecuto, o sea, cada vez que decido, se ven afectados los tres planos de mi realidad personal, que se hacen pre-sentes a través de las ne-cesidades materiales, cog-noscitivas y afectivas. (Los tres planos o niveles a los que hace referencia, son los que establece su («mo-delo acerca de las interac-ciones humanas» que tan útil resulta para analizar la conducta y las consecuen-cias que de ella se derivan, incluso aunque no sean di-rectamente buscadas).

Estas frases tan rotundas, y

a la vez polémicas, expuestas en el ámbito amable y cordial característicos de su magiste-rio, suscitaban siempre discu-sión y preguntas y solicitudes de mayor abundamiento.

Y así, año tras año, se desarrollaban los seminarios para profesores que impartía, en Lima, Piura, Bogotá, Buenos Aires, etc. Los asistentes a dichos conversatorios podían ser cuarenta personas -más no le gustaba- o tan solo una, y no cambiaba la intensidad o la profundidad según el número de participantes.

Su talante generoso mos-

traba el arte que se daba para servir. Rasgo que hemos visto también en tantos otros profe-sores visitantes, y que refleja con perfección el espíritu del IESE, su alma mater. Como verdaderamente no hay palabras para agradecerlo, procuramos corresponder ayudando a quien nos lo solicita.

Media su productividad por su rendimiento, por sus horas de ocupación, no por el número de oyentes. Y así ha compuesto en verdad, muchas «sinfonías para uno», de las que no hay más testigos que los propios interesados, y es-tos son decenas.

Conservamos también cien-tos de páginas con los resú-menes de sus exposiciones, que han constituido la falsilla de varios profesores de las Es-cuelas de Dirección (Escuelas de Gobierno de la Acción Hu-mana, le gustaba llamarlas), que a su abrigo y aliento han crecido en varios países.

De esta manera -entre las Notas Técnicas que iba publi-cando, más los apuntes de la discusión de los Casos y Con-ferencias- y con una paciencia y dedicación admirables por su parte, ha logrado que bastantes profesores interio-rizáramos (hiciéramos pro-pios) esos conceptos sencillos de entender, pero difíciles de operativizar (convertir en

práctica), en las diversas áreas. Así por ejemplo, en el Perú, en la Escuela de Dirección que depende de la Universidad de Piura, contamos con profesores capaces de hacer un análisis completo (real), de una situación también completa (hasta donde sea posible conocerla) y de llegar hasta las últimas conclusiones -las éticas-, en las áreas de Factor Humano (ahora esa área se denomina Gobierno de Personas), Control, Finanzas y Política de Empresa. Tenemos profesores haciendo el Doctorado de la Acción de la Universidad de Navarra, en las especialidades de Finanzas y Marketing; próximamente vendrán los correspondientes de Análisis de Decisiones y Operaciones. El trabajo, desde luego, no está terminado, pero sí nos parece que encauzado y orientado con unidad de criterio.

No querría que mi inter-vención en este homenaje pu-diera parecer un conjunto de automenciones y de elogios ininteligibles para no inicia-dos. Por ello, me gustaría destacar, aunque sea muy someramente, la utilidad del modelo con el que Juan Antonio conceptualiza la acción humana, para ayudar a hombres de acción -los empresarios- a entender que la ética es intrínseca a su obrar. Para ello trataré de describir el modelo del modo

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más sencillo, breve, y espero que fiel, que me sea posible.

El esquema mínimo, con el que graficaba la interacción humana en sus clases era: (Gráfico 1).

He experimentado perso-nalmente la potencia didáctica de este esquema ya que re-sulta muy claro para explicar a los participantes, cuáles son las consecuencias completas de sus decisiones, para así enseñarles a evaluar integralmente su acción individual. Se hacen patentes tres tipos de evaluaciones: 1° De las consecuencias inme-

diatas, llamada Eficacia, (que pertenece al campo de

estudio de la Economía). 2° De las consecuencias para

el decisor, su aprendizaje o Eficiencia. (Es el campo de interpretación de la Ética).

3° De las consecuencias para los afectados por la deci-sión, es decir sus cambios o aprendizaje. Es la Consistencia, (y la ciencia que las interpreta la Sociología).

Siguiendo este esquema ó

«antropología mínima» de Juan Antonio, la Consistencia también mínima devendría de cumplir aquello que también dicta el primer principio moral: «No hagas a otro lo que no quisieras que te hagan a ti» (nótese que mencionamos la acción y la intención). La Con-

sistencia máxima sería: «Haz a otro lo que quieres para ti», (queda claro, por otra parte, la superioridad infinita de la caridad cristiana: «Ama al otro como Cristo te ha amado») lo graficaba del siguiente modo: (Gráfico 2).

Y terminaba diciendo que actuar con Consistencia es actuar con ética personal. De esta manera ante los ojos de los empresarios aparecía un concepto de por sí complejo y abstracto, convertido en un esquema gráfico y comprensible. De ahí, a hacer ver que la ética es asequible, y luego que es necesaria para todos, y acto seguido que hay que pensar y formarse para no ser

Gráfico 1

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«Aprendizaje» Eficiencia

(por la experiencia)

«Aprendizaje» Consistencia

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Gráfico 2

injusto en las decisiones que uno toma, etc, es ya cuestión de pasos. Uno de estos pasos es indudablemente la suerte, convertida en un amigo cer-cano dispuesto a ayudar (sin ello no se avanza mucho).

Me parece que vale la pena dedicar unos minutos a expli-car algunos conceptos de la fi-gura anterior, tal como los en-tendía el autor:

Comencemos por la Liber-tad, que como sabemos, es capacidad de querer (no de hacer).

Para que la libertad pue-

da influir en las decisiones, re-quiere de la Racionalidad, (él la llamaba «Capacidad de buscar alternativas y de hacer evalua-ciones, partiendo del conoci-miento abstracto y de la situa-ción concreta»). Pero también

es necesaria la Virtualidad («agallas del espíritu» la lla-maba), que es la fuerza para controlar el comportamiento espontáneo, es decir el auto-control. La virtualidad es lo que los clásicos llamaban hábitos o virtudes, y, de hecho, la virtualidad se desarrolla realizando asunciones de «costes de oportunidad» (pagando el precio del sacrificio de gratificaciones inmediatas -decía- que deberé posponer, o a las que, incluso, deberé renunciar, si quiero ser coherente con Ios principios antes enunciados). Juan Antonio emplea la palabra virtualidad como sinónimo de virtuosidad.

La Virtud, señalaba, es una, visto desde el punto de vista del sujeto. Cuando se habla de clasificaciones o aspectos, es que se está mirando desde el punto de vista del objeto.

(Detrás de la división de las virtudes, muchas veces, decía, se descubre la «manía esen-cialista» de reducir la existen-cia a un hecho inerte y «co-sista». Apunto que recomen-daba leer, para profundizar en esta cuestión, «Metafísica del Bien y del Mal», de Carlos Cardona). Esta consideración acerca de la unidad de la vir-tud es muy aleccionadora para quien desee mejorar, pues no se le abren muchos frentes si-multáneos, sino que tan solo es necesario centrarse en el servicio que se presta al otro, y, por él mismo. Eso es lo más importante.

Cuando los participantes se manejaban con soltura con el modelo, al haberse familia-rizado con él, daba un paso más, y decía que hasta ese momento, el estudio de las in-teracciones humanas, se ha-

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bía realizado como si sólo ocu-rriera una vez, es decir, de modo estático, pero que en la realidad la interacción es re-petida, siendo preciso adoptar un punto de vista dinámico, y es ahí donde tienen lugar los cambios o aprendizajes antes aludidos, y ocurre entonces que la interacción modifica la racionalidad y la virtualidad.

La parte ardua de su expli-cación prácticamente termina-ba aquí. Solía aliviar el esfuer-zo exigido a los alumnos sir-viéndose de muchos ejemplos extraídos de los Casos ante-riormente vistos y respondien-do con amplitud a las pregun-tas que le exponían.

Poco a poco, pero con con-tinuidad e insistencia, llamaba la atención sobre los juicios éticos que los propios partici-pantes formulaban, a veces casi sin darse cuenta, a propó-sito de las decisiones de los protagonistas del Caso en cuestión. Entonces solía re-marcar que la calificación ética de una conducta solo es po-sible, y, a la vez, se hace pa-tente, al trazar planes de ac-ción concretos y completos, o sea en la lmplementación ya que sobre lo abstracto no hay ética, pues no puede haber juicio práctico sobre algo que no existe, que no es real.

Para terminar este recuen-

to de su teoría, solo deseo añadir que el conjunto de las actividades e interrelaciones individuales, repercute en la Empresa del modo que se ex-presa en el siguiente cuadro:

El único sustento de la confianza mutua condición de trabajo para el crecimiento en el tiempo de la Eficacia, es la virtualidad (externalidad principal sobre la que ha tratado uno de los últimos premios Nobel de Economía, y también el escritor Francis Fukuyama). Confiar en los sentimientos de los demás, concluye Pérez López, es imprudente, pues los sentimientos son inestables. Puedo, en cambio, fiarme de las virtudes de otro, puesto que una persona es fiable en la medida en que es virtuosa, es decir libre (y es interesan-te, por cierto, considerar que una empresa es fiable, si lo son quienes la componen, y se deriva mucho ahorro de la confianza al prescindir de bas-tantes controles. . . ).

Pero no son suficientes es- tas consideraciones para lo-grar que las personas tengan un comportamiento acorde con su naturaleza, esto es, éti- co. Una vez aceptado, y en-

tendido, que es imprescindi-ble comportarse de manera consistente, se trata de desa-rrollar las virtudes que sí per-mitirán esa conducta. Hago notar que Juan Antonio era un ferviente partidario de que en las Maestrías se dictara Teo-logía, incluso él contaba que una de sus mayores satisfac-ciones había consistido en im-partir unas lecciones de «Cris-tianismo práctico», que con-sistían sustancialmente en ex-plicar quién es Dios, y cómo tratarle. Pero dejaba bien cla-ro que ni esas lecciones, ni eventuales cursos de Deonto-logía deberían suplir el dicta-do de una Antropología básica que conectara de forma cla- ra los planos económico, so-ciológico y ético, en los que se puede estructurar la reali-

ACCIÓN INDIVIDUAL EMPRESA

Eficacia

Eficiencia

Consistencia

Produce beneficio

Desarrolla competencia específica distintiva

Genera confianza entre los partícipes

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karla

dad del hombre que interactúa con otros hombres.

Le preocupaba a Juan An-tonio, el miedo, que de alguna forma manifestábamos, a meternos en honduras, pues resulta complicado tratar acer-ca de las intenciones, y eso precisamente son las motivaciones humanas, tema tan claro para él y, podría añadirse, tan emblemático para quien haya asistido a sus clases. El nos animaba a «coger al toro por las astas» y a «tirar» de los temas, desde cualquier ángulo, con coherencia. Y nos espetaba que, si no éramos capaces, se-guramente sería porque tenía-mos miedo al compromiso de ser consistentes en todos los ámbitos de nuestro desempe-ño. Y acto seguido, se ponía a nuestra disposición para des-hacer uno a uno los grandes o pequeños «nudos» que pudie-ran impedirnos pensar bien.

La Ética, sin embargo, no son simples buenas intencio-nes, es decir, buenas intencio-nes mediocres -de enano, de-cía-, sino que requiere ciencia, como hacer un edificio bien hecho requiere cálculo. Pero la verdad es, añadía, que no hace falta tener mucha ciencia para acertar en la ética. Lo grave es no mirar, (como en un avión sería no mirar el altímetro). Lo peor que le puede ocurrir a una persona es que se meta en una línea experimental que le

produzca satisfacciones (adic-ciones), y que a la vez le dete-riore (aísle). Graficaba así la conducta que se deriva de bus-car la «eficacia oportunista» en su terminología, la eficiencia sin consistencia, o en lenguaje vul-gar, la astucia desaprensiva. Se habría iniciado, en definitiva, el aprendizaje negativo.

Quien haya tenido la opor-tunidad de trabajar, siquiera sea un poco de tiempo, con nuestro personaje, sacaba más pronto o más tarde una idea clara, aunque sólo fuera una, esto es que la conservación, y el desarrollo, de la persona, se dan cuando se mueve por mo-tivos racionales trascendentes. En definitiva para ser ético es imprescindible estar movido por motivos trascendentes, y cuando alguien se esfuerza por acrecentarlos está en buen camino para que su compor-tamiento sea siempre ético, y el que lo sea siempre depen-derá precisamente del desa-rrollo que haya logrado en su racionalidad y en su virtuali-dad. En esto consiste, propia-mente, el desarrollo profesio-nal.

En definitiva, ser capaz de tratar los temas éticos en todas las áreas, es algo que viene exigido por el propio rigor cien-tífico del análisis de la deci-sión, es decir, por la naturale-za de la realidad. Ignorar ese aspecto sería, como hemos se-

ñalado, una abstracción in-completa, impropia de un científico serio.

Pero la investigación tiene una condición que se da por supuesta, y que normalmente no se la considera, y es que ese estudio surge del interés por saber la solución de un problema, que es real al menos en quien lo estudia. Hay, por tanto, un interés personal que compromete, pues cuando entra la persona, no puede soslayarse el nivel ético de la realidad, y si se ignora se incurre en lo que llamábamos una abstracción incompleta.

Tampoco cabe, por cierto, ignorar el nivel social o econó-mico de la realidad objeto de estudio. De ahí se deduce que es preciso tener en cuenta los cambios internos y externos en las reglas de decisión de los agentes (usando la terminolo-gía de Pérez López), o apren-dizajes (cambios). Precisa-mente la ética busca no deterjo-rar la calidad motivacional de los mismos, esto es que su aprendizaje no sea negativo: vicios (en el sentido de malas intenciones), porque entonces se deterioraría lo más significativo de la realidad, esto es, su titular, la persona.

Ética y realismo son lo mis-mo. Quitar la ética es prescin-dir del impacto de los hechos en los hombres. Punto de vis-

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ta ético es sinónimo de punto de vista real.

Ética no son normas, sino Ascética (training en lenguaje moderno), esfuerzo. Y aquí venía su «salto alto»: En el pla-no sobrenatural eso es lo que han hecho los santos, con la ayuda de la gracia: perder el miedo a meterse en la realidad (primero la personal), y tratar de cambiarla poco a poco.

El ascetismo en la profe-sión es imprescindible. No es-tamos hablando de deontolo-gía (o normativa), sino de aprender a tratar los proble-mas con el punto de vista co-rrespondiente, esto es: Com-petencia. Por ejemplo, un di-rectivo de una empresa no puede tratar los problemas de personal como un capataz, igual que un médico no pue-de actuar del mismo modo

que un enfermero, aunque ambos, capataz y enfermero, tengan muy buenas intencio-nes y sean muy buenas per-sonas. Por lo tanto el primer paso de esta ascética que hay que desarrollar en los alum-nos, consiste en el estudio ex-haustivo de los Casos, quizás en una primera fase deberán ser secuenciales para facilitar la reflexión sobre los «hue-cos», y los «puentes falsos» del propio proceso lógico. También forma parte de la ascética el desarrollo de las virtudes humanas necesarias para el ejercicio adecuado y justo de la profesión, que depende del puesto concreto que se ocupe, en una empresa determinada. Hacer esto con personas dedicadas a la acción en las empresas es más fácil que en otras profesio- nes. Es fácil hablarles de templan- za, por ejemplo, porque si no no sa-

brán fijar objetivos que iden-tifiquen a las personas (nadie se identifica con los caprichos o manías de un directivo).

Para poder dar ética en todas las áreas (siempre es-tamos hablando de un pro-fesor de una escuela de Di-rección), es preciso:

a) saber cómo es la «regla de decisión» del que opera: Es decir, repitiendo una vez más, Antropología (Teoría de la Acción y de la Orga-nización). Juan Antonio in-sistía aquí que hay que qui-tarse paradigmas triviales derivados de complejos y prejuicios, desarrollando confianza en la razón, aprendiendo a razonar, esto es a mirar la realidad tal cual es.

b) tener Casos «ricos», con ac-tores completos, con datos

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suficientes. Un Caso que plantee, por ejemplo, deci-siones técnicas puras, no es un Caso, sino un ejercicio, imprescindible seguramen- te para que algunos alum- nos se nivelen, pero insufi- ciente para enseñarles a go- bernar personas.

Después de cumplir ambas

condiciones, un profesor pru-dente debe asegurarse de la ca- lidad de sus juicios éticos, y para ello obtendrá una luz in-valorable de la Moral cristiana. 2. Enseñanza personalizada Coherente con su plantea- miento, Juan Antonio añade que el trabajo del profesor debe contemplar también la realidad completa sobre la que trabaja, es decir el alumno. Así se entiende que para él la pre-ceptoría o asesoría tiene que partir del propio contenido del trabajo, de la asignatura.

El objetivo de esas conver-saciones es enseñar a pensar con realismo, nada más y nada menos, pues para ello es pre- ciso desarrollar en el discente virtudes intelectuales (aque- llas que facilitan su buen uso, por ejemplo la Prudencia en la toma de decisiones) y vir- tudes morales (tales como la Fortaleza, la Templanza y la Justicia en la conducta, de las que se derivan muchas mas). Con una insistencia que nun-

ca le agradeceré bastante, Juan Antonio nos repetía una y otra vez que hay que enseñar a los alumnos a solucionar proble- mas reales -eso es pensar, por ejemplo a través de los exáme-nes, procurando meterse en los razonamientos de las per-sonas. Hay que preguntarles a cada uno -decía- no qué saben o qué aprendieron, sino qué hacer aquí: ejercitarles en la virtud de la prudencia (inte- lectual y moral), y añadía que solía encontrarse con personas que hacían abstracciones por temor a equivocarse, o por miedo a quedar mal, es decir por falta de virtudes y que es- tos «atoros», había que loca-lizarlos uno a uno y deshacer- los, pues la cabeza o se utiliza para saber qué hay que hacer -y eso requiere humildad- o se usará para justificar lo que se quiere hacer, y eso es racionali-zar. Con esta concepción está claro que para él los exámenes test son una aberración: el re-curso fácil del profesor "difícil" (flojo o mediocre o racionalista), que también tiene miedo a equivocarse o a complicarse. El examen bien puesto, decía, cuesta más al profesor que al alumno. Estas reflexiones, des- de luego, nos daban mucho que pensar...pero hay que entender-las en su contexto sin absoluti-zarlas retóricamente.

Cuando dictaba clase a los (Masters full-time) que tene- mos en la Universidad de Piu-

ra, observé en varias ocasio- nes, que si un alumno le ha- cía una pregunta del tipo «su-pongamos que..», le decía que no supusiera nada, que par- tiera sobriamente de los da- tos con los que contaba, pues pensar no es imaginar, ni usar la fantasía, ni tampoco calcu- lar, y que tiene, felizmente, una característica diferencial, y es que siempre cuesta. Es más duro enseñar a pensar que trasladar información (eso se puede estudiar, es cuestión de tiempo). Un problema real, para el profesor, es un alum- no, y puede tomarse el traba- jo de pensar en él o no, o, al menos, de aprender a pensar en él o simplemente pasar de largo y darlo por supuesto (el que otro se ocupará de él): eso, una actitud u otra, defi- ne seriamente lo que todo el mundo busca: La Calidad (en el producto y en el productor).

¿Y esto cómo se hace?. Yo le he visto poner dos, y hasta tres, informes escritos sobre Casos, en el curso que dictaba en el Master del IESE, y le he visto corregirlos uno a uno, haciendo anotaciones al mar- gen sobre afirmaciones gratui- tas o sobre juicios insuficien-temente fundados en los he- chos reales (los que describía el Caso en cuestión), algunas de esas acotaciones eran du- ras, por ejemplo: «eres prejui-cioso», o «esto que dices es re-torizar: si no añades nada con-

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creto nadie te tomará en se- rio». Además entregaba una nota personal dando un diag-nóstico más completo acerca del modo de buscar y encon- trar, y, sobre todo, implemen- tar, las soluciones adoptadas, por parte del alumno.

Como había varios infor- mes, esas misivas de Juan An-tonio a los participantes, ha- cían referencia a los escritos que antes les había enviado, animándoles con los progresos y haciendo hincapié a lo que faltaba por lograr. Y esto a to-dos y cada uno de los matri-culados. Por cierto que aquí no acaba la cuestión, pues, ade-más mantenía una conversa-ción con cada uno de los inte-resados para escuchar sus «des-cargos» y asegurarse que ha-bían entendido bien lo que les había querido decir.

Obviamente, es fácil de imaginar que los muchachos se sentían conmovidos por una dedicación especializada de tal naturaleza, y entendían que eso es un ejemplo de cómo hay que tratar a las personas, entrando en sus razonamien- tos y en su terminología, para poder realmente ayudarles. Una actuación de este tipo su- ponía hacerse con los proble-mas reales de los alumnos, y se daba una curiosa transfe-rencia: Juan Antonio exigía que los alumnos se metieran en los problemas reales del

Caso, y él se metía en el pro-blema, o los problemas reales de los alumnos. Una vez tra-bada la amistad y manifesta- da la preocupación concreta de índole personal, Juan An-tonio no la eludía y se metía hasta el fondo, hasta donde le dejaran, y se justificaba al hacerlo diciendo: Lo material al darse se divide. Lo inmate- rial no, sino que se multiplica en los sujetos que comunican. Lo espiritual, en cambio -y ese era su visado- se multiplica en el propio sujeto al comunicar- se, y si no se comunica se pier-de.

Ser profesor de este modo, es muy cansado, pero también muy gratificante. No se pue- de hacer con demasiados par-ticipantes por aula, pues re-quiere una jornada completa para quien dicte un curso du-rante un trimestre o cuatrimes-tre, para cuarenta alumnos. Se daban de esta manera las condiciones para que surgie- ra de forma espontánea la amistad con los participantes, y en esa atmósfera era lógico que saltaran preguntas funda-mentales sobre el sentido y el modo de enfocar la vida.

Desde luego que no es ésta la única forma de brindar a los alumnos una atención perso-nalizada, pero si no se concre- ta el modo de realizarla se tri-vializa la expresión, y se de-muestra poca coherencia con

los contenidos doctrinales y morales que puedan impartir- se a través de otras sesiones.

A lo largo de 16 años Juan Antonio, en un alarde de ge-nerosidad, hizo esto mismo que ahora he descrito, conmi- go y con otros profesores de estas Escuelas de Dirección de Latinoamérica. El como miembro del claustro del IESE, cumplió a cabalidad con su ejemplo lo que el propio espíritu del IESE le dictaba. Por ello mi agradecimiento, que desea recoger el de otras instituciones semejantes, pasa por Juan Antonio hasta llegar a su origen, el IESE, sin cuya ayuda no estaría aquí en es- tos momentos, ni yo ni la Es-cuela que me alberga. Muchas gracias.

Pablo Ferreiro de Babot Pro Rector de la Universidad de Piura. Primer aniversario del fallecimiento de Juan Antonio Pérez López.

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MERCURIO PERUANO es una publicación que se viene editando desde 1918. A través de su larga existencia ha mantenido el rango de su concepción eminentemente intelectual; sigue siendo tribuna del pensa-miento profundo y alturado de cada época y expresión diáfana de la cultura nacional.

MERCURIO PERUANO se honra de haberse enriquecido con el apor- te de los más ilustres intelectuales de nuestra Patria y haber recibido la colaboración de eruditos representantes de la cultura universal.

MERCURIO PERUANO así se ha convertido, a lo largo de los años, en una publicación peruana cultural y de información general, de mere-cido prestigio y gran difusión en los ambientes intelectuales del país y del extranjero.

La importancia preponderante que asume hoy la vida cultural y la trascendencia de los movimientos intelectuales significan en estímulo más a MERCURIO PERUANO para enriquecer su contenido y ahondar en los problemas más debatidos en el ambiente de la cultura y de la creación artística.

MERCURIO PERUANO dedicará números monográficos sobre los temas más interesantes en cada momento, los que siendo expresión de la cultura nacional serán a la vez aportes constructivos para resolver los problemas del país y del hombre de hoy.

MERCURIO PERUANO mantendrá e incrementará su vigoroso in-tercambio cultural con publicaciones similares, Universidades, Embaja-das, Centros e Institutos Culturales de todos los países, porque desea seguir sirviendo como mensajera de la cultura nacional.