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1 MEMORIA Y MEDIACIÓN EN LA RECONSTRUCCIÓN DEL TESTIMONIO LA BRUJA: COCA, POLÍTICA Y DEMONIO MARÍA ALEJANDRA GODOY ROA TRABAJO DE GRADO Presentado como requisito para optar por el Título de Profesional en Estudios Literarios PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS BOGOTÁ, ENERO, 2012

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MEMORIA Y MEDIACIÓN EN LA RECONSTRUCCIÓN DEL TESTIMONIO

LA BRUJA: COCA, POLÍTICA Y DEMONIO

MARÍA ALEJANDRA GODOY ROA

TRABAJO DE GRADO Presentado como requisito para optar por el Título de Profesional en Estudios Literarios

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS BOGOTÁ, ENERO, 2012

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS

RECTOR DE LA UNIVERSIDAD

Joaquín Emilio Sánchez García, S.J.

DECANO ACADÉMICO

Luis Alfonso Castellanos Ramírez, S.J.

DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA

Cristo Rafael Figueroa Sánchez

DIRECTORA DE LA CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS

Liliana Ramírez Gómez

DIRECTOR DEL TRABAJO DE GRADO

Cristo Rafael Figueroa Sánchez

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ARTÍCULO 23 DE LA RESOLUCIÓN No. 23 DE JUNIO DE 1946

“La universidad no se hace responsable de los conceptos emitidos por sus alumnos en sus

proyectos de grado. Sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y a la moral

católica y porque los trabajos no contengan ataques o polémicas puramente personales. Antes

bien, que se vea en ellos el anhelo de buscar la verdad y la justicia.”

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INTRODUCCIÓN

Cuando de pensar la historia de un país se trata, siempre es importante tener presente cuáles son

los temas englobantes de los grandes problemas y conflictos que generaron que la historia

resultara de otra manera. Pensando en estos acontecimientos y pensando en el deber de dejar a

las nuevas generaciones rastros de lo que sus antepasados vivieron, los periodistas e historiadores

entran a jugar un papel muy importante en la construcción de una memoria que pasa de

generación en generación. Ayudados de las técnicas narrativas que desde Aristóteles nos indican

cuáles son las mejores formas de contar, quienes se aventuran a la misión de escribir, retratar y

reconstruir, comienzan a adquirir estilos propios que caracterizan sus obras. Sin embargo, hay

géneros que rigen los estilos y que determinan la clasificación de las historias en categorías que

las encasillan para que el lector sepa que lo que lee es verdadero o es producto de la imaginación

del autor.

No obstante hay en la historia literaria y periodística del mundo un límite que no ha podido ser

determinado: cuándo hablamos de literatura de ficción y cuándo de literatura de no-ficción. Hay

quienes dicen que no hay un límite y quienes afirman que la diferencia está en la historia que se

cuenta, la cual si es producto de la imaginación es ficción y si no, es literatura de no-ficción; sin

embargo, para quienes escriben ficción siempre hay referentes reales que le imprimen a su

historia un poco de esa no-ficción, por eso para Germán Castro Caycedo la diferencia no existe

porque en cualquier historia siempre habrá algo de verdad y de la realidad que rodea al autor.

La Bruja: coca, política y demonio (1994) es un reportaje realizado por Castro, un libro que

narra el testimonio de Amanda Londoño, una avezada bruja de un pueblo cafetero llamado

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Fredonia que conoce a un narcotraficante, al gobernador y al presidente y establece entre ellos

una relación política que desencadena el nacimiento de la narcodemocracia colombiana,

Hoy tantos años después, puedo ver claramente que esa tarde en aquella mansión nació ante mis

ojos la infamante narcodemocracia colombiana. ¿Para qué lo vamos a negar? ¿Para qué?... Si es

que, a partir de allí, nos convertimos en una narcodemocracia. (Castro, 1996, p. 172).

Es por este tipo de revelaciones que el reportaje de Castro tiene un fuerte impacto en la sociedad

colombiana. Los temas que maneja y que va desmenuzando gracias a los relatos de la bruja

convierten el testimonio en un rastro. Las técnicas que utiliza Castro para reconstruir aquello

que Amanda le cuenta, aunque él no es el único en tratar estos temas, sí es tal vez, quien más los

trata. A lo largo de sus publicaciones e investigaciones como periodista ha logrado desmantelar

mitos e historias que se ambientan en un tema global, la violencia. Si alguien sabe cuáles son los

males que desde hace ya varios años aquejan a la sociedad colombiana es él; en los testimonios

que recoge están la lucha del hombre contra la selva, la lucha del hombre contra sí mismo y la

lucha del narcotráfico por ganar la batalla y triunfar en el país.

Este es tema de varios de sus libros, el más polémico ha sido el que ocupa el presente trabajo. Y

dentro de este, el narcotráfico es un tema que como afirma Juan Alberto Blanco,

Con el pasar del tiempo (…) se fue enraizando como acción continua; se transformó en “virus”,

capaz de infectar a todos y cada uno de los estamentos que conforman la sociedad que le ha visto

nacer, crecer, desarrollarse, multiplicarse, (auto)aniquilarse, resurgir y mantenerse inmerso en la

vida diaria. Inicialmente, se convirtió en el titular de la prensa escrita, radial y televisiva; después

se convirtió en campaña política, luego en condicionante de las relaciones internacionales, y de

manera libre y esporádica se volvió tema para escritores. (Blanco, 2011, p. 133).

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Al convertirse en tema de diferentes autores casi que podemos rastrear en obras literarias y/o

reportajes la historia de Colombia desde que nació el narcotráfico y se puede conocer con detalle

la vida de los narcos y cómo funciona su mundo que está lleno de guerra y violencia a sangre

fría. Para el presente trabajo se consultaron varias genealogías realizadas sobre el tema y se

encontraron dos artículos que referencian las obras más importantes en el campo de la literatura;

los artículos de Juan Alberto Blanco y Cristo Figueroa son una radiografía de las obras que

tienen como tema central la violencia, el narcotráfico y la guerra. Sus artículos comienzan con

José Eustacio Rivera y La Vorágine, pasan por Darío Jaramillo Agudelo y Las Cruzadas; Laura

Restrepo y Leopardo al sol y Delirio; llegan a Gabriel García Márquez y Noticia de un

secuestro; y entre otras, finalizan con La Virgen de los Sicarios y Rosario Tijeras. La Bruja, un

polémico reportaje de uno de los periodistas más reconocidos de Colombia, es incluida por el

profesor Cristo Figueroa en su genealogía; sin embargo, no es profundizada como las otras obras.

El presente trabajo pretende entonces ubicarse antes de estas genealogías, pues por los hechos

narrados en el reportaje de Castro es de allí que parten los temas de violencia, secuestro y

sicariato contenidos en las obras que conforman las dos genealogías.

Germán Castro Caycedo en La Bruja: coca, política y demonio (1994), a partir de personajes y

ambientes reales, desenmascara los hilos según los cuales los políticos se contaminan del

narcotráfico y viceversa, situación que acentúa la no credibilidad del país en quienes dirigen sus

destinos.

Él logra configurar los nexos del narcotráfico con la política del país y además, en los relatos

están los primeros viajes de los narcotraficantes a México y Estados Unidos; en mi concepto el

libro de Castro Caycedo es el punto de partida para comenzar a hablar de sicariato y en él están

también lo inicios del mayor narcotraficante de Colombia de todos los tiempos: Pablo Escobar.

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La información que la bruja proporciona sobre el narcotráfico tiene el valor de testimonio y por

lo tanto, un valor de verdad que se aferra a los datos fiables, que extraídos de una rigurosa

investigación periodística, de versiones y palabras de terceros que complementan, refuerzan o

comprueban la veracidad de los acontecimientos. El libro de Castro es entonces una

aproximación al hecho. Sin embargo, es la forma de aproximación la que ocupa el interés de

este trabajo. ¿Cómo Germán Castro Caycedo logra configurar los testimonios para darle al

lector la historia del nacimiento de la narcodemocracia en Colombia? ¿Hay en el proceso de

recordación y reconstrucción una ficcionalización del testimonio?

Partiendo de estas preguntas y ubicándome en el comienzo de las genealogías realizadas por

Blanco y Figueroa, retomo un trabajo previo hecho para obtener el título de Comunicadora

Social-Periodista y vuelvo a analizar otros aspectos importantes en el reportaje, especialmente la

función de la memoria en el proceso de reconstrucción del testimonio y cómo esa reconstrucción,

esa memoria y esa acción de recordar hacen que se modifiquen los hechos principales ocurridos

años atrás y por lo tanto haya en el proceso una ficcionalización del discurso en dicho proceso.

De esta manera y mediante varios análisis encontramos en el reportaje de Castro cada una de las

características del testimonio desglosadas por el profesor Cristo Figueroa (2004, p. 104): el

carácter colectivizante; la autoría y la mediación; el carácter contestatario; el empleo de las

marcas de oralidad; los personajes reales; la identificación biográfica; el establecimiento del

contrato de veridicción; la presencia de hechos socio-históricos; el valor de la praxis inmediata y

la función de aspectos paratextuales.

Al encontrar en Castro cada una de estas categorías se comienza entonces el análisis de la

función de la memoria y otras mediaciones como un proceso de creación que desemboca en una

articulación, un entretejido que muestra la capacidad literaria y escritural del autor. Es la obra

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como producto final, el entretejido que pretende desenhebrarse para comprobar que hay en cada

parte de la creación y reconstrucción, una mediación. Para llegar a esto, el trabajo se divide en

dos capítulos: el primero, hace un acercamiento a los géneros periodísticos y a la escritura

testimonial para llegar a establecer el proceso de ficcionalización en La Bruja; el segundo,

enfatiza los procesos y los instrumentos de la mediación.

Luego de los análisis ya mencionados y luego de establecer que no hay estudios previos a la obra

de Germán Castro Caycedo, el presente trabajo se une a un primer proyecto, que bajo el título

Hacia un análisis discursivo de La Bruja: coca, política y demonio, desglosó una a una las

secuencias narrativas, los personajes y los lugares en los que se ambienta la obra y abrió un

espacio para cuestionar si hay en el producto final una obra totalmente ficcionalizada que podría

convertirse en el inicio de la Narconovela.

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CAPÍTULO 1: DE LOS GÉNEROS PERIODÍSTICOS

A LA FICCIÓN

En la tradición literaria latinoamericana el surgimiento del testimonio como género se consolida

en los años 80 bajo ciertas condiciones. El servicio que el periodismo y su ejercicio le prestan

son la base fundamental para determinar una narrativa que tiene en sí misma nuevos órdenes de

significación y ordena la realidad particularmente en determinadas unidades de sentido, que

hacen del testimonio una nueva modalidad con una concepción capaz de ofrecer una

interpretación de hechos ocurridos en el pasado y presenciados por lo que llameros

‘testimoniante’ o ‘testigo’. Así el testimonio se consolida como un elemento de quienes alejados

de determinadas situaciones, buscan un acercamiento que los ayude a captar las condiciones

socio-históricas de América Latina en su etapa más reciente. En efecto, aunque la narrativa

testimonial tiene su origen en formas de comunicación externas a la literatura, se integra a ella, al

modificar los modelos representacionales de novela establecidos por la ficción. Dicha

modificación no es más que un regreso a los orígenes mismos de la literatura hispanoamericana

que inicia con los cronistas de indias y los conquistadores que quisieron retratar lo que fue el

descubrimiento de un nuevo mundo, convirtiendo sus relatos en una fuente directa y verdadera

de una única historia que América tiene en común: la conquista y la colonia de su territorio. Por

ejemplo, Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,

narra con detalle los sucesos ocurridos luego de que los españoles llegan a América. En su

crónica ‘fiel a la realidad’ Díaz del Castillo hace énfasis en los problemas de comunicación y en

cómo los conquistadores se encontraron con una serie de pueblos que tenían costumbres

diferentes, lo que hizo que su deseo de poder se incrementara y llegaran a imponer sus

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costumbres y su cultura. La resistencia indígena se hizo presente, pero no fue suficiente. Los

españoles encontraron la manera de negociar una conquista menos violenta por medio de los

intérpretes, que eran llamados lenguas y cumplían la función de traducción.

Como ésta hay cientos de crónicas que se convierten en referente de la historia y que enfatizan,

como La Bruja, diversos temas y acontecimientos provistos por la realidad.

1.1. El Reportaje

En el periodismo ha existido un tipo de relato que abarca la realidad en toda su extensión y que

resume en sí mismo otros géneros periodísticos como la crónica, el perfil y la entrevista.

Llamado reportaje, este tipo de periodismo nace en 1875 con la publicación del libro El crimen

de Aguacatal, escrito por francisco de Paula Muñoz. Aunque en este momento no lleva el

nombre de reportaje, este libro es un acercamiento temprano y funda en Colombia el género del

reportaje. El libro cuenta “el crimen que sucedió la noche del 2 de diciembre de 1873, en las

afueras de Medellín, por el camino que conducía a Envigado, en una casa de campesinos:

mataron a hachazos a seis personas de una misma familia.” (Hoyos, 2003).

El nombre que llevaba el reportaje antes de las décadas del cuarenta y del cincuenta era el de

crónica, pues este, según señala Juan José Hoyos en su texto Literatura de urgencia. El reportaje

en Colombia: una mirada hacia nosotros mismos, fue el primer relato que utilizaron los viajeros

y los enviados especiales de diversas partes del mundo; cronistas de indias y viajeros españoles,

portugueses, árabes, holandeses, alemanes e italianos “que vinieron a América para revelar al

resto de la humanidad las maravillas del Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón.”

(Hoyos, 2003).

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El reportaje investigativo nace de la ‘investigación periodística’ y como reacción a los métodos

que el periodismo informativo venía utilizando, que se basaban en la objetividad descriptiva.

Por ser heredado del telégrafo, este tipo de periodismo imponía límites a la verdad, lo que

comenzó a hacerse más evidente en los años sesenta.

En esta misma década, se consolida este tipo de periodismo en Colombia. El periodismo

investigativo constituye entonces “una de las más elaboradas formas de fiscalización social que

ejerce la prensa.” (Santos, 1989. P. 131).

El reportaje, como género, tiene dos factores muy importantes en su surgimiento, que son el

telégrafo y el cine. El cine comienza a aparecer como una nueva forma de narrativa, en la que se

narra sin adjetivar y sin comentar. Esta forma narrativa rompe la estructura ordenada de la

crónica con el montaje. Lo que el cine le aporta al reportaje es lo que ya antes la novela realista

le había sugerido: la escenificación y la narración objetiva, un nuevo punto de vista y un nuevo

método narrativo.

Según Juan José Hoyos hay seis formas narrativas que influyen en la aparición del reportaje: la

crónica; la entrevista; las relaciones con los hechos; las primeras publicaciones; las

informaciones de sucesos judiciales; y por último, la influencia de la novela realista.

La primera, la crónica, se establece como madre del reportaje pero este la sobrepasa al

imponerle investigación, “la despoja del lirismo y la convierte en un relato donde la poesía está

dada por las acciones y los hechos, como en la tragedia.” (Hoyos, 2003, p. 329).

La segunda, es la interview o entrevista, ya que ésta, además de ser el registro del diálogo entre

el reportero y el personaje, obliga al reportero a salir de las salas de redacción a conseguir las

historias. El trabajo de reportería por fuera de las salas sobresalía por el estilo de información

propia y en detalle, el hecho de que los periodistas vivieran la noticia en el lugar de los hechos

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lograba que las sensaciones y los sentimientos se pudieran plasmar en palabras para que el lector

sintiera que estaba en el lugar donde ocurrieron las cosas, así en octubre de 1890 aparece en El

Correo Nacional, un trabajo de reportería en la ciudad.

Al contrario de las noticias de última hora, estos relatos respondían a un nuevo esquema noticioso

con estilo preciso y proclividad en el detalle, que dividía la noticia en secciones con intertítulos,

siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos como si se tratara de una pieza dramática.

(Vallejo, 2006, p. 166).

La tercera forma narrativa tiene su origen en la época de la colonia. Son las “relaciones de

hechos”, donde los cronistas, nombrados por el Rey, tenían que viajar y contar todo lo que veían

y lo que pasaba durante sus viajes. Así, siéndole fiel a los hechos es que comienzan a conocerse

relatos que desde 1818 en París, comienzan a llamarse reportajes. En Colombia es en 1930 que

comienzan a llamarse reportajes a aquellas historias que los periodistas extraen de la realidad,

que ven lo que pasa y lo cuentan.

La cuarta forma que influye en la aparición del reportaje es la publicación de los primeros

medios ilustrados. El principal agente de modernización del periodismo nacional, fue el Papel

Periódico Ilustrado, que empezó a circular en Bogotá como quincenario el 6 de agosto de 1881,

bajo la dirección del general conservador Alberto Urdaneta. La mejor publicación cultural del

siglo XIX por sus grabados –a cargo del español Antonio Rodríguez – y su calidad literaria; en él

comienzan a aparecer reportajes.

La quinta forma narrativa son las informaciones de sucesos judiciales y de policía, pues el

reportaje tiene una directa relación con la información de primera mano que tienen los reporteros

judiciales.

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La sexta y última forma es la influencia literaria que proviene de la novela realista del siglo

XVIII y XIX. En esta es preciso detenerse y desarrollarla con amplitud ya que proporciona un

gran referencialidad histórica para el desenvolvimiento del reportaje como texto literario.

1.2. La Novela Realista

El realismo con sus obras pretende testimoniar documentalmente la sociedad de la época y los

ambientes más cercanos al escritor frente a la estética del Romanticismo, que se complacía en

ambientaciones exóticas y personajes poco corrientes y extravagantes. La novela realista se

desarrolló en la última mitad del siglo XIX a la vez como consecuencia de la mentalidad

materialista y utilitarista de la dominante clase burguesa convirtiéndose en testimonio suyo, pero

también a veces en protesta contra la misma. Se centró principalmente en la clase media del

sector urbano, pero también describió con melancolía los ambientes rurales cuyo sistema de

valores que se estaban perdiendo.

La narrativa realista es un material sociológico que describe la vida real -personajes y hechos-

por medio del método de la observación y la documentación. La novela realista se inspira en la

larga tradición que nace en La Celestina y culmina en Miguel de Cervantes, y continuó el género

del Cuadro de costumbres o Costumbrismo, que tuvo en Benito Pérez Galdós y en Leopoldo

Alas «Clarín» sus mayores representantes. Es en el Cuadro de costumbres donde se cultivan las

formas entre el relato y el reportaje periodístico para describir de manera fiel la sociedad viva a

través de personajes básicos y genéricos con características perfectamente compresibles y

cercanas a cualquier lector.

Más adelante, la novela realista agota la descripción externa y pasa a describir a los personajes,

así se transforma en novela psicológica buscando la caracterización interior de los personajes,

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poniendo como prioridad la descripción de los estados de ánimo, pasiones y conflictos internos,

logrando un matiz que llega a su máxima expresión con autores como Dostoievski y Tolstoi con

sus principales obras Crimen y Castigo y Anna Karénina, respectivamente.

Sin embargo, la novela realista deja en evidencia y adopta como premisa principal el hecho de

que la realidad suele ser siempre más rica, fantástica y terrible que cualquier ficción al momento

de contar una historia. El realismo exige la verdad humana dentro de una lógica de sentimientos

dados por los protagonistas de la historia y configurados a través de las palabras escogidas por el

autor. El mundo sentimental de los personajes extraídos de la realidad determina el curso de lo

narrado. De ahí que la sicología de los personajes sea el eje principal del ritmo y del curso de la

historia, pues como afirma Bonet,

El espíritu humano es un semillero de contradicciones. Obramos por impulsos, por cálculo, o

movidos por estados humorales. Pero hay siempre una condición que domina y transmite unidad a

la conducta: la ambición, la envidia, el sadismo. La generosidad, la comprensión, el valor, la

cobardía, etc. (…). El realismo solo tolera personajes de carne y hueso: amasijo de virtudes y

defectos, sacos de vísceras, cajas de Pandora, recipientes de pasiones, buenas y malas; solo tolera

naturaleza humana. (Bonet, 1958, p. 25)

Una naturaleza que solamente puede ser encontrada en la realidad y que Germán Castro Caycedo

encuentra en Amanda; La Bruja es ese personaje que ha pasado por momentos difíciles en su

vida y que a medida que habla revela ‘verdades’ y evidencia su humanidad.

La Bruja, quien se convierte en el personaje principal de la obra tiene unas características

sicológicas que la hacen una contradicción, ella misma cuenta su historia y le da a Castro los

elementos para caracterizarla como un “torbellino”.

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En el reportaje que Castro Caycedo le hace a la vida de Lucrecia está cada una de las premisas

del Realismo Literario; en 284 páginas el reconocido periodista colombiano le da al relato los

mismos matices que el realismo utiliza para dar vida a la novela. Germán Castro Caycedo, al

igual que Flaubert, Zolá o Galdós, se sirve de la realidad existente y palpable para ampliar un

horizonte literario que podría estar más allá de la imaginación.

Al igual que estos grandes autores, Castro se vale de fuentes reales, tiene la llamada ‘libretita de

apuntes’ que el realismo del siglo XIX puso de moda, donde se escriben las observaciones

diarias de lo que en periodismo se denomina trabajo de campo; retratos físicos, paisajes,

imágenes y emociones.

Germán Castro Caycedo es, además de periodista, realista. Acude a fuentes vivas, observa de

manera directa y de manera indirecta conduce al lector a la creación de un imaginario, a la

expresión de una realidad que no ha sido inventada pero sí, intuida. De ahí, que el mismo Castro

asegure que “ante la dinámica maravillosa de este país, lo que se impone es jugar a la precisión,

a escribir cosas con el mayor realismo.” (Castro, 1996, p. 300). De esta manera se puede llegar a

configurar una historia literaria que parte de la realidad y de la observación. Sin embargo, es

importante adentrarse en esa dinámica que astro menciona para entender su funcionamiento y así

darle paso a la creación.

1.3. Memoria y escritura testimonial

La escritura testimonial se forma a partir de ese realismo recogido durante la investigación y las

grabaciones o anotaciones que hace el periodista del tema sobre el que desea escribir. La historia

del reportaje se configura años más tarde del momento en el que sucedieron los hechos, lo que

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ofrece una perspectiva global que permite al periodista formarse una opinión conjunta sobre la

relación de las partes que configuran el discurso.

Sin embargo, hay en la relación testimonio-historia una distancia clave. La enunciación

testimonial se aleja de la enunciación histórica al haber en la primera, un compromiso por parte

del sujeto hacia los hechos. El testimonio parte de personas, de testigos que han sufrido el dolor,

el terror o la victoria, están ligados directamente con los hechos y ofrecen a quien recoge el

testimonio un valor de verdad. La escritura testimonial, tal y como afirma René Jara, es

un modo de aprisionar lo real, de provocar un alto en el decurso de la historia para apreciarla en

su desnudez. El testigo, por cierto, no puede capturar toda la realidad, pero puede figar y

escrudiñar sus huellas, trazar su imagen, proyectar la inmediatez de su inscripción, re-presentar

aquello que por su lejanía (geográfica, histórica, corporal) amenaza con volverse inaccesible.

Substituto de la memoria, el testimonio puede inventar la memoria. (Jara, 1986, p. 2).

Al inventar la memoria, el testimonio pone en ejercicio la acción creativa de quien recuerda y

por tanto, hace que su narración, al aprisionar y adueñarse de una vivencia real, se convierta en

ficción.

En Germán Castro Caycedo hay una forma única de aprisionar la verdad la cual se encarna en el

testimonio que le ofrece al lector en la voz de La Bruja, quien recuerda los acontecimientos y

hace que su configuración se convierta en el discurso del tiempo que vio nacer el narcotráfico en

Colombia. La voz de la bruja habla a través de la reconstrucción que hace su memoria. Castro

recoge, graba y selecciona. En su reportaje se encuentran los rasgos y las características de la

novela testimonial.

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En primer lugar, la pre-existencia de un hecho socio-histórico que es susceptible a una versión o

interpretación discursiva. Este hecho es un debate en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional

que ocurre en 1980, donde ciento setenta congresistas reunidos hicieron denuncias con pruebas

en mano de los nexos existentes entre el gobernador de Antioquia, Rodrigo Uribe Echavarría, y

las ‘llamadas mafias’ antioqueñas que nacieron en un pueblo llamado Fredonia. 15 años después

el autor, el reconocido periodista colombiano conoce a una bruja que creció en el mismo pueblo

y que, sin saber, sería la voz que aclararía aquel confuso debate que obligó a renunciar al

gobernador Uribe Echavarría. Son dos hechos que se enlazan y en los que Castro encuentra la

referencialidad y la búsqueda de la verdad. “El testimonio es producido por (o a partir de) la

información provista por un testigo que presenció o participó en los hechos narrados. Sobre esta

nota se apoya la credibilidad (y no sólo la verosimilitud) del testimonio.” (Moraña, 1997, p. 121).

En este caso ese testigo del que habla Moraña es Amanda, la bruja de Fredonia que presenció la

llegada del narcotraficante Jaime Builes a su pueblo natal después de varios años; Amanda no

solamente presencia sino que participa en el enlace entre el narco y los políticos de Antioquia,

pues es ella quien conoce al gobernador y quien lo presenta a Builes,

Si usted se quiere adueñar del equipo político de Fredonia y de los votos conservadores del

Suroeste antioqueño, se tiene que hacer amigo de Jaime Builes, porque tiene todo lo que se

necesita para las campañas que han de venir y él dijo que sí. (Castro, 1996, pp. 92).

De esta manera Castro referencia en voz de La Bruja los hechos que establecen el enlace que se convierte

en la trama del libro y en el recurso narrativo del autor.

Siguiendo con las características del testimonio, encontramos, en segundo lugar, la voluntad

documentalista que establece la relación entre el investigado y quien investiga el hecho en busca

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de voces que lo lleven al primer referente, en este caso, el debate en el congreso. De esta

manera, el sujeto testimoniante a quien ya hemos llamado testigo, se convierte en un sujeto

textual que será leído por el investigador o autor, a quien podremos llamar también, mediador.

Esta lectura se hace a partir de la pretensión que su voz eleve los hechos narrados a una realidad

de la cual precisamente testimonia, es decir, que el discurso-testimonio del testigo se convierte

en “un mensaje verbal cuya intención explícita es la de brindar un prueba, justificación o

comprobación de la certeza o verdad de un hecho social previo” (Jara, 1986, p. 11).

En este segundo aspecto es donde se determina la estructura del texto y se determinan los tipos

de narración que se darán a partir de un narrador-autor, que en este caso es Germán Castro

Caycedo; y de un personaje típico que posee la información única sobre los acontecimientos, es

decir, Lucrecia, la bruja de Fredonia. Según Jorge Narváez, en la formación de esa estructura

textual está el deseo del autor, quien puede utilizar un tiempo lineal o escoger, como en el caso

de Castro, una intertextualidad que sea “un espacio de diálogo de textos”, de voces, documentos

e informes que constituyan una unidad llamada Testimonio, que debe interesar al lector no

solamente por los hechos que revela, sino por la posición y perspectiva que adquiere aquel que lo

revela, a través de un tejido que se va formando por sus revelaciones; los hechos parten hacia una

configuración desde el discurso testimoniante y pasan por una aguja que los enlaza entre sí, con

el objeto de que su narración proporcione al lector un cuadro de acontecimientos que

ordenadamente y con un estilo determinado, concatene una historia que es traída al presente por

medio de la memoria.

La escritura organizada según códigos que establece el narrador-autor, apunta entonces al sentido

fundamental del discurso-testimonio: convertirse en un relato de acciones humanas.

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Y para esto, utiliza secuencias que se combinan mediante mecanismos narrativos particulares.

En la primera parte del libro hay dos secuencias principales, la evolución de Amanda como bruja

y el surgimiento de Jaime Builes. Estas dos secuencias son siempre paralelas, la bruja aprende

su arte y el narcotraficante se apodera del pueblo. A medida que transcurre el relato los dos se

vuelven más populares y, por lo tanto, van adquiriendo poder. Ese poder se ve reflejado en los

tres temas que maneja el libro (coca, política y demonio), lo que lo convertiría en el gran tema

que encierra el reportaje.

En tercer y último lugar se debe tener en cuenta que la significancia de la narrativa testimonial, y

podría decirse su esencia, está en su valor de praxis inmediata. El discurso testimonio recogido

carece de una pretensión estética como fin, y entre la verdad y la belleza elige la primera, la cual

es el principio de quien cuenta y quien narra, es decir del testigo y del mediador-autor. El

discurso testimonial es el resultado de la configuración de los hechos y de los elementos

discursivos de lo que se revela como la historia documental que influye en algún aspecto

específico de la historia político-social del país y su repercusión en el presente. La narrativa

testimonial convierte al testigo en un sujeto textual para reconstruir una memoria, y se entiende

entonces como el ejercicio del pasado sobre el presente, lo que lleva a que haya entre ellos una

relación dialéctica que desemboca en la antítesis del autor. El testimonio es un género

transformador pues su función es

por un lado –en cuanto narración-, un recurso de reproducción completa imaginaria de la realidad

mediante elementos histórico-verdaderos. El testimonio es re ordenador de la realidad, y en ese

sentido es productivo de sentido. (…). El testimonio es un género para sí transformador de la

realidad, con una fuerza apelativa superior a la de las obras de arte. (Narváez, 1986, p. 240).

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La importancia del testimonio de La Bruja está en que da explicaciones a preguntas que el lector

pudo haberse hecho años atrás; Amanda responde el porqué de la actualidad colombiana, da

razones, explica raíces y nacimientos. Contribuye a esa transformación de la realidad y le

imprime a su testimonio un sentido histórico de querer liberar a los lectores de prejuicios o

llenarlos de ellos para que, basándose en su relato, tomen una posición frente a la historia.

Es en esta transformación donde se evidencia que la parte principal de la reconstrucción se da en

el momento en el que el testigo, la bruja en este caso, comienza a hablar a favor de la verdad y la

justicia; la testigo del momento en que nace el narcotráfico en Colombia tiene que regresar a un

pasado, liberar el recuerdo y capturarlo en un presente que renueva los hechos que ya han

afectado la actualidad y el desarrollo del país. Este proceso de recordar es la base de todo

testimonio, el pasado compite con la memoria y la historia. Para Beatriz Sarlo, esa competencia

hace del pasado un elemento conflictivo “porque la historia no siempre puede creerle a la

memoria, y la memoria desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos

del recuerdo.” (2005, p. 9). Y es en estos derechos del recuerdo, desde donde se entretejen las

secuencias del reportaje que comienzan con la historia de Amanda.

La brujería me llegó por ahí a los once años, cuando aún no me había comenzado a preparar para

ser maestra, pero no creo que me haya llegado por coincidencia sino que, ¡hombre!... La cosa fue

así: Frente a la Normal Mariano Ospina Rodríguez, en la Calle del Hospital, estaba la casa de los

Barrientos Gutiérrez, (…) una familia prestigiosa donde se reunía gente de la clase principal del

pueblo a tertuliar (…). Allí una noche alguien habló del destino y del más allá y el comandante de

la policía, un tipo de apellido cuartas, dijo que él sabía adivinar la suerte con el cigarrillo y

empezó a leérnoslo. (…), hasta que un día le dije que por qué no me enseñaba y él empezó a

enseñarme con papel y lápiz. (Castro, 1996, pp. 20).

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21 

 

Sin embargo, el conflicto de la memoria entre pasado y presente, no impide que quien

testimonia, en este caso Amanda, haga uso del recuerdo y le imprima un único e indiscutible

valor de verdad a su narración que cuenta sus inicios en la brujería; el recuerdo reescribe el

presente, y al ser reescrito, de alguna forma tiene que modificarlo, pues las impresiones, la

experiencia, los mediadores, todos influyen para que ese recuerdo se vea de alguna forma

modificado, a veces, sin que el mismo testigo lo note.

Para Sarlo (2005) las categorías de la memoria están en la mirada de quien investiga y conecta el

recuerdo con un imaginario social determinado que se desplazó hacia ciertas anomalías de la

sociedad para encontrar el detalle excepcional que le proporcionara un origen, una historia.

Merodeando en lo que Sarlo llama las ‘estrategias de lo cotidiano’, Castro Caycedo encontró en

Amanda la anomalía perfecta, una bruja que le ayudaría a desentrañar el debate que 15 años

antes había presenciado en el congreso; y complementó ese detalle excepcional con otros detalles

que tuvo que rastrear y que lo llevaron a tocar temas de locura, fiestas y literatura popular.

Teniendo el recurso de un hecho no sólo completamente posible, sino complejo y comprobable,

el testimonio de la bruja le devuelve a Castro la confianza de que esa primera persona pueda

narrar y detallar la relación de su vida con la vida privada, pública, afectiva y política de las

principales figuras públicas de Antioquia. El testimonio de La Bruja, se convierte entonces en

un instrumento “jurídico” donde la memoria es una pieza central de la transformación de un país,

transformación que se narra a partir de la experiencia de La Bruja en el mundo de la brujería. Su

narración está unida a la experiencia y a su voz, a su presencia en el pasado. Y como lo afirma

Sarlo (2005) no hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay experiencia sin narración. El

lenguaje se convierte en un ente que “libera lo mudo de la experiencia, la redime de su

inmediatez o de su olvido y la convierte en lo comunicable, es decir, lo común. (Sarlo, p. 29).

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22 

 

En otras palabras, convierte la experiencia en un elemento cercano, la voz de Amanda pone en

total ‘vecindad’ el tema de la brujería y la sed de poder que ella experimenta.

La voz de Lucrecia narra su experiencia y su evolución en Fredonia. Hechizos, baños y jarabes

para ligar un amor o para tener fortuna son los trabajos que más realiza, y bajo los cuales conoce

a gente importante de su pueblo, a Jaime Builes, al Gobernador de Antioquia y al Presidente de

Colombia. Es mediante su relato de hechizos y trabajos que se vislumbran las relaciones entre

los personajes anteriormente mencionados. Una bruja parece ser la misma para un

narcotraficante que para un político influyente. Es la misma porque ellos dos son conocidos,

amigos, hacen negocios juntos y se hacen favores mutuamente. Así comienza el narcotráfico en

Colombia, así se corrompe la clase política y así se acaba Fredonia. La bruja es exorcizada, el

narcotraficante torturado y el gobernador denunciado en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional.

La narración memorialística de La Bruja compite con la historia conocida de narcotráfico en

Colombia, revela el presente y se aproxima a una verdad conocida solamente por fragmentos. La

intervención de la memoria cumple su función como enunciación del pasado en el presente, lo

coloniza, lo organiza y sobre la base de concepciones emociones generadas por la narración

surge una voz que confirma el hecho histórico:

Hoy, tantos años después, puedo ver claramente que esa tarde en aquella mansión nació ante mis

ojos la infame narcodemocracia colombiana. ¿Para qué lo vamos a negar? ¿Para qué?... Si es que,

a partir de allí, nos convertimos en una narcodemocracia. (Castro, 1996, p. 172).

Esta voz parece ser la antítesis del relato. No se sabe ni se puede establecer con seguridad que

sea Amanda quien lo afirma. Sus “narraciones testimoniales están cómodas en el presente

porque es la actualidad (política, social, cultural, biográfica) la que hace posible su difusión

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cuando no su emergencia. El núcleo del testimonio es la memoria.” (Sarlo, 2005, p. 79). Y su

relato actualiza un tema que parte de situaciones políticas específicas. Sin embargo, hay en la

memoria un vacío entre el recuerdo y lo que se recuerda y ese vacío lo ocupan, según Sarlo, las

operaciones lingüísticas y discursivas del relato de la memoria, es decir, que hay un punto en la

construcción del testimonio donde un mediador llena el vacío con tipología y modelos que se

suman a principios morales y religiosos que limitan la recordación y ejercen una función de

guías de evaluación de comportamiento. La forma como Castro llena los vacíos no es evidente

en el texto, lo que sí se pueden ver claramente, aunque en pocas ocasiones, es que hay en el

proceso de recordación que hace La Bruja conflictos y limitaciones, tal y como Sarlo los

denomina,

Mire: en este momento no soy capaz de recordar lo que me enseñó. O puede que no quiera

recordar porque, cuando a mí me hicieron el exorcismo, se dijo una oración especial para que en

mi mente se sepultara todo lo que sabía de brujería. (Castro, 1996, pp. 20).

Es en estos conflictos cuando el discurso se fragmenta y tiene que ser intervenido para que aquel

pasado pueda ser reconstruido por el sujeto en el presente. Sin embargo, hay que establecer una

separación del presente. El primero es el presente en el que se recuerda y el segundo, en el que

se narra. Este concepto de Paul Ricoeur establece que

el presente de la enunciación es ‘el tiempo base del discurso’, porque es presente el momento de

ponerse a narrar y ese momento queda inscripto en la narración. Eso implica al narrador en su

historia y la inscribe en una retórica de la persuasión. (Sarlo, 2005, p. 64).

Así, el relato adquiere una capacidad de desdoblarse en dos temporalidades, el tiempo de contar

y el tiempo de lo contado; capacidad que lo hace reflexivo en sí mismo y hace que el presente

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ejerza un hegemonía sobre el pasado, sobre la experiencia, sobre el recuerdo y por lo tanto, sobre

el testimonio.

Es gracias a esa hegemonía del presente que se puede establecer la relación dialéctica entre los

elementos que componen la investigación. Es el momento en que la narración se reconstruye a

partir del ordenamiento de una estructura fragmentada. El gestor/autor de

la novela testimonio debe otorgarle a sus personajes ese dinamismo, porque la memoria

articulada, la conciencia de época, que son objetivos muy específicos del género, exigen un

exponente genuino, convincente, no una criatura manejada por mecanismos artificiosos.” (Barnet,

1986, p. 293).

Esto que habla Barnet es lo que en narratología se denomina el establecimiento de los rasgos

psicológicos de la personalidad que debe hacerse en cualquier tipo de narración y que en

palabras de Castro, tiene la misión de caracterizar, matizar y darle los elementos al lector para

que cree en su mente una imagen del personaje,

esa se hace más que retratando los cabellos así o asá, eso se hace más viendo sus reacciones a

través del diálogo. El diálogo sirve para desarrollar los caracteres psicológicos de la

personalidad. Ahí se pinta, ahí se retrata a la persona muchísimo, además que el diálogo sirve

para, da una sensación de resumen, un diálogo con no muchos parlamentos si uno lo logra, se

emboca, puede darle la sensación al lector de que leyó dos páginas. El diálogo es un buen

auxiliar para desarrollar esos caracteres psicológicos. Esa manera de ser. (Castro, 2007).

Así, se comienza a configurar la relación entre quien habla y quien escucha, que después se

convertirá en quien escribe, organiza y selecciona. Tenemos entonces un personaje / testigo que

es la partida imprescindible del testimonio. Un autor / narrador que no es responsable del curso

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25 

 

seguido por los acontecimientos o el destino de los personajes, ya que este está dado por una

realidad que se busca comprobar. El narrador es solamente un punto de contacto y

retransmisión.

1.4. La dinámica de enlace y configuración

El narrador / autor tiene la tarea de asignar nuevas funciones a viejas estructuras para darle un

diferente uso a los elementos y así construir enunciaciones que provoca y guía durante la

interacción propia del diálogo. En la producción del testimonio que inicia en la entrevista, el

autor / narrador debe pasar también por las etapas de selección, ordenamiento y redacción; en

ellas

el desequilibrio conversatorio inicial se consume al desaparecer los segmentos directamente

interlocutivos de uno de los polos: el escritor termina componiendo un monólogo; borra el centro

de emisión-recepción coloquial que le corresponde tanto al entrevistador, presentando sólo una de

las cadenas interlocutivas originarias.” (Duchesne, 1992, p. 55).

Hacer desaparecer los segmentos interlocutivos que evidenciarían un diálogo entre los polos, La

Bruja y Germán Castro, es parte del proceso de reconstrucción del testimonio; borrarlos y

presentar una parte de lo que Duchesne llama ‘cadenas interlocutivas originarias’ es modificar el

curso de la conversación mediante un proceso llamado ‘transcodificación’ que tiene entonces la

siguiente dinámica: hay dos polos interlocutores (testigo y testimoniante) que conforman la voz

narrativa que genera la narración. El testimoniante la escucha y la construye como un enunciado

escritural y se apropia de ella convirtiéndose en un re-contador del pasado. El siguiente esquema

estructural ilustra el proceso de transcodificación:

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26 

 

Así, se pone en funcionamiento la dinámica que enlaza cada uno de los elementos que se utilizan

para configurar el discurso testimonial de ese pasado determinado.

Testigo (Amanda), contador (Amanda y personajes secundarios), recontador (Castro Caycedo) y

testimoniante (Castro Caycedo) se condensan para conformar una única “autoría de la obra, que

integra una multiplicidad de roles a la gestación del mensaje literario.” (Duchesne, 1992, p. 66).

Este mensaje literario final se lee a través de una voz narrativa que no explica las contradicciones

emergentes de la historia que relata, sino que éstas adquieren relieve significativo gracias a los

espacios, vacíos o quiebres discursivos expuestos por el mismo texto que llevan al lector a dudar

de la identidad de la voz que habla. Así, el escritor testimoniante no determina el nivel real de

conciencia del testigo, sino que determina el nivel de comprensión y asimilación de la historia

por parte del lector. Aun cuando el testimoniante, Germán Castro Caycedo, no pone datos en la

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boca del testigo, la bruja Lucrecia, que en el libro tiene el nombre de Amanda, solamente la

configuración de la disyuntiva de la directa relación entre las partes da origen a una conciencia

colectiva que denota las contradicciones ideológicas y socio-históricas que la conforman.

Que estas contradicciones salgan a flote a lo largo de la narración es responsabilidad del

testimoniante que mediante técnicas narrativas, disgresiones, acronías, cambios de ritmo, elipsis

y otros recursos sintácticos, logra que el mundo del testigo contador se articule y tenga un

significado especial y necesario en el discurso. De esta manera, los acontecimientos que se

narran se entretejen de tal forma que se resisten por sí mismos a disolverse y unifican una

historia totalizante: la historia de Amanda, “una bruja avezada” que comenzó a ser bruja cuando

tenía once años, maestra de Fredonia, un pueblo cafetero que vio llegar un día a un señor que en

poco tiempo se convirtió en su dueño, lo revolucionó sociológicamente y fue conocido por ser el

primer narcotraficante colombiano.

La trama, configurada como conciencia de un sujeto posible (el narcotráfico), inventa un

lenguaje que abarca múltiples imágenes y significados interiores. Cada acontecimiento

contribuye a la re-construcción de un pasado, que en voz de La Bruja, cuenta cómo nace el

narcotráfico en Colombia, cómo se relacionaban la alta clase política del país y los ‘narcos’ y

cómo ellos utilizaban la brujería para mantenerse en la cima. El relato de La Bruja se basa en lo

que ella recuerda y le cuenta a Castro sobre estos acontecimientos. El periodista lo presenta

como ‘testimonio’, es decir, como una verdad única proveniente de quien presenció el pasado

que se relata. Sin embargo, es pertinente que el lector tenga siempre en cuenta que toda

reconstrucción tiene una o más mediaciones y que el relato al ser mediado, modificado y

manipulado se convierte en una creación, una ficción no conocida y con el valor de verdad.

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CAPÍTULO 2: RECONSTRUCCIÓN Y MEDIACIÓN

Cuando el testimoniante-autor se enfrenta a la escritura del reportaje debe plasmar la experiencia

de vida, pero para que pueda darse la experiencia debe detenerse, adentrarse en el silencio,

suspenderse en un momento dado para que surja el relato. Debe darle paso a su imaginación, es

decir, a la memoria, porque la imaginación no es más que memoria. “No hay nada en la mente

que antes no haya pasado por los sentidos”. La reconstrucción de esos hechos se vuelven a

veces literarios, debido a que la única forma de narrar las sensaciones y los sentimientos es

utilizando las figuras de la literatura, por medio de las palabras poéticas se logra atrapar de

manera más efectiva y duradera al lector. Pero es importante saber que el uso de estas palabras

no debe hacer que el relato caiga en la creación de una historia, es decir, que la descripción no

debe llevar a que la historia se convierta en una historia creada por la imaginación, aun cuando

ella sea la voz de la memoria. Es por esto, para no caer en el relato de ficción, que se debe tener

cuidado en observar los límites entre lo que es el reportaje periodístico y la literatura, entre el

relato de no ficción y el de ficción.

Pero, ¿Cuál es la diferencia entre estas formas de narrar y dónde se encuentra el límite de la

literatura y el periodismo y viceversa?

Para Germán Castro esa diferencia no existe,

esta es literatura de no-ficción. Dicen cuál es la diferencia entre periodismo y literatura, yo no veo

entre literatura que es el gran arte, la gran maravilla y el periodismo que es transmitir la realidad.

La técnica es la misma, la investigación, el trabajo de campo, para literatura, para novela, algo, no

como en periodismo, pero algo se debe hacer. Por ejemplo, García Márquez, cómo maneja de

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bien, por ejemplo, los años veinte, los años treinta hablando de la moda por ejemplo, la moda de

la mujer, eso es maravilloso, eso necesita investigación. (Castro, 2007).

El periodismo no es literatura, pero en el caso del reportaje, es un ejercicio de ella. Quien

escribe tiene que lograr un “efecto” de realidad y de acercamiento psicológico, el autor-

historiador-testimoniante aplica técnicas narrativas como la escenificación frente a los

resúmenes, la alternancia del estilo indirecto con el directo, el punto de vista en tercera persona,

la descripción de ambientes, gestos y costumbres, símbolos, etc. Lo que nos lleva directamente a

pensar, que en el ejercicio narrativo de un reportaje extenso como La Bruja, la forma de contar

con eficacia está totalmente ligada al dominio de la técnica, ya sea literaria, escenográfica o

visual que admiten los elementos necesarios para todo relato periodístico.

Y es en la forma de contar donde se encuentra la esencia de la historia, porque al contar se

reconstruye y se plasma lo que la memoria recordó, en la construcción del testimonio se

reconstruye el pasado y “si el pasado no fue vivido, su relato no puede sino provenir de lo

conocido a través de las mediaciones; e, incluso si fue vivido, las mediaciones forman parte de

ese relato” (Sarlo, 2005, p. 128).

La mediación es esa función ejercida por Germán Castro Caycedo en el momento de ordenar los

elementos recogidos durante la investigación. Todo el discurso transcrito está mediado, esto es

algo que se origina desde el momento en el que Castro comienza a recoger datos y a configurar

en su imaginación lo que será el relato. Aún cuando Amanda es un personaje único, “un

torbellino. Pequeña, con la cara blanca y redonda, con el pelo rapado a la altura de las orejas y

cuando hablaba, increíble: lograba llevar dos relatos simultáneamente. Y actuaba. Tenía una

capacidad histriónica insuperable.”. Aun así, el entrevistador tuvo que guiar sus pasos durante

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las conversaciones para darle un hilo conductor a la historia y encontrar la forma de presentarla

al lector para que este, pudiera imaginar no solamente los personajes, los escenarios y las

situaciones de violencia que hay en el libro, sino que además, Castro le da al libro un ritmo que

lleva al lector a adentrarse en el mundo de La Bruja, un mundo recreado por sus palabras, que a

veces, parece confundirse con la voz denunciante del periodista. Sin embargo, hay en su relato

determinados apartes, 22 en total, que están señalados como ‘diario de campo’ donde nuestro

testimoniante toma la voz para agregar alguna pregunta pertinente para el relato o para dar

alguna aclaración;

DIARIO DE CAMPO:

Sábado 23 de octubre.-… Hablamos de brujas y cuando Amanda llega a Domitila, interrumpe el

relato, se pone de pies y dice: “Esa mujer tiene mucho poder y todavía está viva. Trabaja aquí en

Fredonia. Digamos entonces: Señor Jesús cúbreme con tu preciosísima sangre…”. Luego

continúa. Ha palidecido. (Castro, 1996, p. 33).

De esta manera, entra en evidencia la mediación que hay para que el lector entienda en las

primeras páginas del testimonio la importancia de que haya sido Monseñor Alfonso Uribe

Jaramillo quien recomendó a Germán buscar a Amanda.

Sin embargo, y teniendo presente que es Amanda quien narra toda la historia de su vida como

bruja y de cómo gracias a eso logró conocer a Jaime Builes, el primer narcotraficante

colombiano, y los lazos entre él y el gobierno hay en el libro una fragmentariedad del discurso

que viene dado por la memoria; La Bruja es lo que Sarlo llamaría una obra de rememoración,

más que una cualidad a sostener como destino de toda obra de rememoración, es un

reconocimiento preciso de que la rememoración opera sobre algo que no está presente para

producirlo como presencia discursiva con instrumentos que no son específicos al trabajo de

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memoria sino a muchos trabajos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral. (Sarlo,

1995, p. 138).

Y la historia oral que Germán Castro Caycedo transmite en La Bruja es la del narcotráfico en

Colombia. Y lo hace con instrumentos específicos que muestran claramente el impacto narrativo

de la memoria en la reconstrucción del testimonio.

2.1. Los instrumentos de la mediación

Debido a que todas las historias tratan de temas y personajes diversos, estas parecen

estructuralmente diferentes, pero todas las historias son parecidas, tienen una anatomía similar.

La tragedia, según Aristóteles, tiene tres partes principales: la decoración del espectáculo, la

melopeya y la elocución. “Llamo ‘elocución’ a la composición misma de los versos, y

‘melopeya’, a lo que tiene un sentido totalmente claro. Y, puesto que imitación de una acción, y

ésta supone algunos que actúan, que necesariamente serán tales o cuales por el carácter y el

pensamiento, dos son las causas naturales de las acciones: el pensamiento y el carácter”.

(Aristóteles, 1974, p. 146). El carácter es para Aristóteles la fábula, la composición de los

hechos, y el pensamiento todo lo que se manifiesta a lo largo de la narración. Al ser toda

narración una cosa viva, como un cuerpo, “es también un todo continuo e inseparable, como

cualquier otro organismo, y en cada una de sus partes hay algo de cada una de las demás”.

(Hoyos, 2003, p. 223). Según Aristóteles, las tragedias, o las narraciones, tienen una estructura

dividida en tres partes: prólogo, episodio y éxodo. El prólogo está constituido por las acciones

que sucedían antes de la entrada del coro; el episodio era la parte fundamental de la tragedia, es

decir, el nudo de la historia. En esta parte la historia llegaba a su clímax; después de una nueva

aparición del coro, seguía el éxodo, que equivalía al desenlace de la historia. Todas las

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narraciones tienen esta estructura básica, lo que en palabras más básicas se denomina,

introducción, nudo y desenlace. Pero lo que hace que esa estructura básica tenga sentido es la

estructuración de los hechos, en esta etapa, “es necesario que las fábulas no comiencen por

cualquier punto y terminen en otro cualquiera”, sino que se deben regir por las leyes del

principio y el fin; el principio es que está seguido por naturaleza del ser o en el devenir; y el fin,

lo que por naturaleza sigue otra cosa.

Esta estructuración de los hechos se hace por medio del manejo de las categorías de la narración,

que son principalmente la intensidad, la tensión y la significación. El manejo de estos elementos

hace que un tema reúna las condiciones para que surja una buena historia.

2.2. Estructura del relato

Sin embargo, para que la historia tenga un impacto fuerte en el lector es importante el manejo del

ritmo y la tensión del relato. El manejo de los clímax en Germán Castro Caycedo es una

premisa, para él es importante y por eso hace de La Bruja un libro que encadena dos historias de

manera paralela, la de Amanda Londoño, una poderosa bruja, y la de Jaime Builes, un poderoso

narcotraficante. Es aquí donde se ve el interés narrativo de Germán Castro Caycedo y su estética

como narrador: hace uso de los testimonios, les da voz, los convierte en narradores y logra que

ellos, a partir de su propia investigación, cuenten la historia de la cual son protagonistas.

En un trabajo anterior a este, se hizo un análisis narrativo del libro, que dio como resultado la

división del mismo en secuencias narrativas para desenhebrar las historias y sub-historias que

componen el libro. Allí se logró demostrar que el testimonio de Amanda abarca gran parte de la

narración de esas historias, porque a partir del mismo se encadena y se da el ordenamiento de las

secuencias que constituyen el relato.

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La historia principal tiene tres temas importantes, coca, política y demonio, que se pueden

traducir en narcodemocracia, brujería y narcotráfico. Un pueblo antioqueño religioso, tradicional

trastoca sus costumbres cuando un narcotraficante llega a él. Una habitante de este pueblo es

una bruja que conoce a todo el pueblo, y además se convierte en amiga del Gobernador y del

Presidente de la República por ser su bruja de cabecera; y a la vez que ‘brujea’ con ellos es

testigo de las relaciones que se fraguan entre sus poderosos amigos y el nuevo dueño de su

pueblo. La bruja, Amanda, no sólo es testigo, sino que es quien establece las primeras relaciones

entre ellos y quien logra que el narcotraficante, Jaime Builes, regale dinero a cambio de favores

políticos para su familia.

Esta historia principal del libro, que se divide en dos partes, tiene dos subhistorias que se dividen

en secuencias. En la primera parte, la secuencia 1 recoge las situaciones y conflictos de la

evolución de Amanda como bruja; la segunda secuencia, el surgimiento de Jaime Builes. En la

segunda parte encontramos también dos secuencias que, por medio de los que Castro llama

secuencia rota, narran diferentes conflictos y problemas que le muestran al lector cómo los dos

personajes se van a pique cuando todo en el equilibrio natural va tomando su curso. La primera

secuencia habla la forma en la que el poder de Jaime Builes explota, una bomba de tiempo que

llega a su fin con la tortura y muerte del narcotraficante; la segunda secuencia, narra el

exorcismo de Amanda, otra bomba de tiempo que llega a su fin por medio de la intervención

divina.

Así, el relato oscila entonces entre la voz de Amanda, que explica lo que ocurre, y breves

diálogos que muestran lo que sucede. Esta organización logra que el relato se muestre como una

serie de escenas que sirven como acercamiento entre el lector, los personajes y el narrador; el

testimoniante que es ese primer narrador / investigador que presenta al personaje, y hace, en los

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primeros párrafos, una descripción de los escenarios donde transcurren los respectivos

acontecimientos, el tono, el ritmo, el registro, telegráfico y fiel, alterna las frases cortas con las

largas y logra una serie de embragues que le permiten al lector asimilar la obra del autor como

propia.

De esta manera es que se ordena el gran reportaje sobre el narcotráfico en Colombia y la forma

como se enlaza la historia con una bruja. El relato transcurre entre las intervenciones de la bruja,

que cuenta su propia historia; y las intervenciones de los personajes cercanos al narcotraficante,

que junto con la bruja, cuentan la historia de Builes. Por esta razón los narradores son dos: el

autor del reportaje, y la voz principal; los otros relatos que aparecen son voces que

complementan el relato de la bruja, pues hay cosas del ‘narco’ que ella no sabe.

En el libro hay una introducción hecha en voz de Germán Castro Caycedo que le cuenta al lector

cómo llega a conocer a la bruja de su historia: por medio de Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo,

quien le realizó un exorcismo a Amanda.

“Busca a Amanda. Búscala porque ella fue una bruja avezada… saca unos minutos libres y

escúchala”. Monseñor hablaba en voz baja y entrelazaba los dedos, largos y delgados, frente a un

enorme crucifijo de plata que le colgaba del cuello. (Castro, 1996, p. 16).

Luego, la narración continúa con la descripción de la bruja e inmediatamente después le da la

voz a Amanda quien comienza a hablar sobre Fredonia. La descripción del pueblo es un

planteamiento sociológico sobre la estructura del pueblo y la vida en él, planteamiento que es

trastocado cuando muchos años después Jaime Builes regresa a su pueblo natal.

Un pueblo bien alegre, con las calles empinadas, sin un solo centímetro plano. Es una escalera,

pero una escalera llena de música. Y la plaza: la plaza está encima de la escalera. Encima y en el

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centro ¿sabes? Desde siempre, el marco y los alrededores de esa plaza estuvieron ocupados por

las familias importantes, es decir, por las más ricas y las más blancas. (Castro, 1996, p. 16).

A partir de ahí el relato es de Amanda, ella habla, cuenta lo que sabe, habla de Fredonia, su

pueblo, y de todo lo que pasa en él, y es por este relato de un pueblo en el cual ella creció, que

surge la vida y obra de un narcotraficante que después de estar perdido un buen tiempo de la vida

de Fredonia vuelve con cantidades de dinero inimaginables. La razón que explica las cantidades

de dinero no la sabe Amanda, y por eso entran a completar y conjugar el relato las voces de

Álvaro y Ponchera; y más adelante, cuando comienza el clímax de la historia, entran a hablar las

voces de la hermana Alicia, el padre Gil y Monseñor, quienes realizan el exorcismo de la bruja;

alternando las narraciones aparecen las voces de Leonidas Builes y Guillermo Builes, sobrino y

hermano de Jaime, quienes narran la tortura y muerte del narcotraficante.

Así, como si fuera un mismo relato Castro pone las voces y deja que sean los mismos

testimonios los que le transmitan al lector la tensión del exorcismo y la tortura. En esta

secuencia del libro, las voces de Amanda, Marta Cecilia, Guillermo y Leonidas Builes aparecen

una tras otra, el enlace está en la angustia que viven los protagonistas de la historia,

AMANDA: La lista era muy larga. Cuando terminaron de decirla, el padre me dio a beber más

agua bendita y yo volví a arrojar gusanos, gusanos y luego vomité alfileres. Vomité alfileres, los

vi allí entre el balde y los demás también los vieron. Pasó un tiempo y pude descansar. Los demás

oraban y el sacerdote me preguntó su yo me sentía tranquila. Le dije que sí, que me sentía

tranquila pero él insistió:

-Y, ¿no tienes en tu mente nada?

-No.

Entonces él gritó:

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36 

 

-¡Mientes! ¡A mí no me engañas! Te estás guardando un nombre. ¿Quién eres tú? ¡Quién eres?,

¡maldito!. En nombre del Señor Jesús ¿Quién eres? (Castro, 1996, pp. 269)

El relato sobre el exorcismo de Amanda lo completa la voz de Marta Cecilia,

MARTA CECILIA: Era una batalla intensa. El padre gritaba a todo pulmón, sudaba y agarraba a

Amanda por el pelo, la sacudía con violencia, la soltaba, respiraba profundo un momento luego se

secaba el sudor y volvía a gritar. Hubo un momento en que los ojos de Amanda volvieron a ser

los ojos de otro, unos ojos brillantes, enrojecidos. El sacerdote se dio cuenta inmediatamente y

siguió dando órdenes, siguió gritando:

-En nombre del Señor Jesús, te ordeno una vez más que me digas quién eres, maldito. ¿Es que no

voy a poder contigo? ¡Maldito! (Castro, 1996, pp. 269)

Inmediatamente después e introduciendo la tortura del capo y de su familia está la voz de

Guillermo Builes, el hermano del narcotraficante,

GUILLERMO BUILES: La tortura duró cuatro días: entraban y yo no sabía cuántos eran.

Calculo entre cuatro y seis cada vez, porque yo seguía con los ojos vendados. Me aporreaban a

toda hora, me llevaban a golpes de rincón a rincón, me decían palabras soeces y me repetían que

tenía que decir dónde estaba la mercancía. Yo no sabía de mercancía, yo iba a una cosa muy

diferente. (…).

A mi hermano lo llevaron allá un sábado como a las tres de la tarde. De pronto él y yo podíamos

hablar algunas palabritas porque yo estaba en la celda número cinco y él en la número siete. Yo

de pronto, cuando me daban un chance sacaba la cabeza por las rejas y él sacaba y me decía:

-Hermano, hermano, ¿te están aporreando?

-No, a mí no me han tocado,- le respondía, pero por consolarlo a él.

-A mí sí me están matando. Me van a matar, pero decí en Colombia que aquí mataron a un varón.

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37 

 

(…) (Castro, 1996, pp. 270).

Luego de que Guillermo narra la tortura a Jaime Builes y su muerte aparece la voz de Leonidas

Builes, el sobrino del capo que cuenta los detalles de las agresiones,

LEONIDAS BUILES: Por la moche nos llevan para los calabozos de Interpol y allá sigue la

salsa. Los calabozos están llenos de gente del tío y los policías se divierten con nosotros. Nos

sacan a uno por uno, nos torturan y cuando termina la tanda, dan la vuelta otra vez: o sea que

después del último pasa otra vez el primero, ¿me entiendes? Nos dan corriente en diferentes

partes del cuerpo, nos hacen la momia y nos dan Tehuacán (soda) con chile por la nariz. (…).

(Castro, 1996, pp. 274).

La alternancia de las voces que hacen uso de su memoria para hablar, constituyen el estilo

literario de Castro. La narración se arma a partir de una voz principal que se convierte en el hilo

conductor y a la cual le van ayudando otras voces en el relato. La forma de presentar el

testimonio es el monólogo, es decir, que en la reconstrucción que hace Castro se omiten todas las

intervenciones que él mismo realizó durante el proceso de investigación y entrevista.

El relato oscila entonces entre esa voz que nos ‘explica’ qué ocurrió y el diálogo de los demás

personajes que nos ‘muestran’ qué sucedió. La inserción de escenas es muy habitual a lo largo

del texto. Sirven de acercamiento entre el lector y los personajes, puestos que estos hablan y

actúan por sí mismos, en la mayoría del relato sin la mediación del narrador, y de esta manera

cobran vida.

A pesar de querer mantenerse alejado de los recuerdos de Amanda y mantener una distancia que

permita que sea ella sola quien cuente la historia, en el relato hay dos ocasiones en las que

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38 

 

aparece transcrita la intervención de Castro. La primera es en la primera parte del libro cuando

Amanda le relata a Castro los trabajos de brujería y lo lleva a los lugares donde la realizaba,

¿Y sabes cómo aprendí a trabajar con velas? Pues fue precisamente después de una Semana

Santa. Marta Lucía Ramírez dijo que había conseguido una bruja que vivía en Bello y sabía

muchas cosas.

-¿Y trabajaba con velas?, le pregunté y me dijo que sí. (Castro, 1996, p. 57).

La intervención termina ahí y Amanda continúa con el relato. La segunda intervención está en la

segunda parte del libro, al final, cuando el Padre Gil, quien ayudaba a Monseñor en el exorcismo

de Amanda, le cuenta a Castro los detalles del ritual,

PADRE GIL: Le di a Amanda agua bendita para que bebiera y después de uno o dos sorbos vi

que trataba de trasbocar. Acerqué un balde y ella se torció sobre el balde, hizo fuerza y empezó a

escupir una babaza espesa y después de la babaza expulsó alfileres y gusanos muy pequeños y

partículas de sangre.

-¿Alfileres físicos? ¿De acero? ¿De metal?

-Sí. Alfileres y gusanos y un poco de sangre. (Castro, 1996, p. 267).

Así queda en evidencia que Castro hace una mediación en medio del diálogo con los personajes

que vivieron ese pasado. Las preguntas que realiza son utilizadas para aclarar las afirmaciones

de quienes recuerdan y así mismo ayudan a que ellos vean de una manera más nítida el pasado

que relatan; de ahí la importancia del entrevistador, quien debe ser alguien capaz de guiar un

discurso para que no se acabe rápidamente o para que tenga, ante el lector, una impresión más

grande y duradera. En la segunda parte del libro, específicamente en el capítulo XIX cuando

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comienza la tortura del narcotraficante en México y el exorcismo de la bruja comienza lo que el

mismo Castro denomina ‘secuencia rota’; en ese punto se evidencia el efecto de la mediación,

(A esa altura de la entrevista le pido a Marta Lucía y a su esposo que traten de orar en lenguas

para hacer más vívido el reportaje y ellos aceptan, pero primero oran un par de minutos: “…Todo

lo que hemos contado aquí”, termina diciendo él, “no es para gloria de ninguna persona sino para

Tu propia gloria, Señor Jesús”). Luego ella pronuncia lentamente, con voz baja:

“…Utirimiátiqui sandi

Jatíbiri aria Jaidibirier.

Andajásala y dajaila alaledebiai

Alajaibia dibiajaaanda

Inimiasai duasijarebirik”. (Castro, 1996, p. 232).

Marta Lucía es una integrante de la comunidad Revolución Cristiana que ayuda a Monseñor

Uribe Jaramillo en el exorcismo de Amanda Londoño. Actúa en el relato como voz testigo del

exorcismo y le ayuda a Castro a recrear los difíciles momentos por los que la bruja tuvo que

pasar.

De esta manera encontramos que en la reconstrucción del testimonio, Castro sí se sirve de

diferentes instrumentos y herramientas para articular las voces que hablan en el relato y poder así

armar dos historias paralelas que se cuentan solas.

En Castro Caycedo no solamente encontramos la mediación en el proceso investigativo, sino

también la mediación en el proceso escritural, es decir, la que el autor ejerce cuando escoge los

diálogos, y organiza el monólogo que cuenta la historia.

Yo iba los viernes a Fredonia y hablaba con ella sábado y domingo y viernes por la tarde, desde

luego. Venía a Bogotá trascribía, yo mismo, a medida que uno está trascribiendo lo primero que

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hace es ver las carencias que tiene el relato y va haciendo un formulario para la segunda

entrevista; en la segunda, soluciona ese formulario y continua adelante en la historia. Pero además

ahí en esa trascripción se da uno cuenta con quién hay que hablar, con qué terceros, en qué cosas

hay que investigar, del medio, por ejemplo quiénes vivían, persona por persona que viviera en el

marco de la plaza del pueblo, que eso se hace con otra gente porque ella no se alcanzaba a

acordar, hablar con el secretario del mafioso, tuve que hablar con otro par de personas. (Castro,

2007).

En este proceso en el que Castro se da cuenta de los vacíos que necesitan ser llenado por medio

de tercero es cuando comienza a darse la polifonía que compone el reportaje, convirtiéndolo en

un meta-testimonio que va más allá de la voz principal que encuentra en su memoria abismos, no

recuerda algunas cosas o simplemente no las conoce, por lo tanto, requiere de otras voces que

completen su relato para que el autor / investigador pueda darle circularidad a la historia.

2.3. La voz del mediador: la dialéctica del relato

En La Bruja, el estilo narrativo está compuesto por recuerdos encadenados a ciertas situaciones

que vive la bruja durante su vida. Sin embargo, hay entradas del autor que él diferencia de las

intervenciones de los personajes por medio de paréntesis, en algunas ocasiones, pero las más

importantes están incluidas bajo el nombre de ‘Diario de campo’ y son anotaciones sobre el

proceso investigativo,

DIARIO DE CAMPO:

Domingo 7 de noviembre.- No trabajamos durante la mañana. Amanda está impresionada con lo

de ayer, Comulgó en misa de siete, Al medio día intentamos hablar pero volvió a palidecer y

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pidió que apagara la grabadora. Dice que continúa con angustia y regresa a la iglesia. (Castro,

1996, p. 52).

De esta manera Castro Caycedo revela al lector detalles de las situaciones que vivió mientras La

Bruja le contaba su historia y lo llevaba a conocer los lugares donde trascurrió gran parte de su

vida.

Hay en esa misma página dos intervenciones más del autor que añaden acciones en el proceso

que realizaba con la bruja y que afectan el curso del relato, le imponen un ritmo más lento y

hacen que el lector entienda la gravedad de las cosas realizadas en ese momento y el impacto que

tuvieron en la vida de Amanda. Las intervenciones llegan cuando Castro y La Bruja visitaban

una casa a las orillas del río Cauca, donde Amanda se reunía con un médico nuevo en Fredonia a

hacer brujería.

“Subimos al segundo piso pero no escucho traquear la escalera. Abren una habitación en una de

las esquinas y prenden un par de lámparas. Hay una luz abundante: (…)” (Castro, 1006, p. 52).

Un párrafo después, donde habla Amanda contando que en esa habitación hacían rituales para

atraer fortuna, Castro Caycedo añade,

Antes de las nueve de la noche abandonamos La Casa. Amanda parece muda, Cuando llegamos a

Marsella hace detener el auto frente a una iglesia, entra y al salir dice que se confesó con el padre

Mario Mejía. Una vez regresamos a Fredonia cuenta que esta tarde sintió que volvía a estar cerca

de Satanás. Tiene angustia.

Estas intervenciones muestran al lector las impresiones y los detalles de lo que Germán Castro

vio y sintió durante sus entrevistas con Amanda; plasmar esas sensaciones es mediar en ellas,

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pues él transmite lo que ya le ha sido transmitido a él por la bruja y lo que a la bruja le transmite

el recuerdo.

Una relación dialéctica que puede verse como un espiral donde la relación testimoniante-testigo-

lector comienza en un punto que es modificado por el recuerdo. La memoria reconstruida hace

que el lector esté frente a una síntesis de la historia contada. El recuerdo de Amanda Londoño y

su voz es la tesis del relato; el recuerdo plasmado, las transcripciones y las intervenciones de

Germán Castro Caycedo son la antítesis de la historia, que de alguna manera gana terreno en la

comprensión y modificación de la memoria porque es diferente el tiempo de lo narrado del

tiempo en el que se narra y es esa diferencia la que crea un vacío o abismo que es llenado por el

lector, la síntesis de la historia, responsable de darle significación, sentido y vitalidad a las letras

escritas por el testimoniante que a su vez tuvo que actualizar el relato del testigo. Una dialéctica

que se forma y que genera una estructura de espiral, va en círculo completándose y, al mismo

tiempo, avanzando en la historia que se dirige al final del narco y al exorcismo de La Bruja.

Para la construcción de esta dialéctica son necesarias las intervenciones y las muestras de que

hay entre el testigo y el testimoniante una mano que agarra ciertas cosas y deja ir otras que, a su

criterio, no son relevantes para el desarrollo de la narración. Podría decirse que los vacíos o

abismos en la historia, las emociones vividas en el pasado tienen que ser llenados por un segundo

recuerdo, el del testimoniante, a esto se le denomina registros textuales, los cuales están

determinados por señales que le indican al lector que el periodista atraviesa el umbral y su

participación deja de ser pasiva y se convierte en una parte fundamental de la dinámica de la

narración. Los registros textuales son entonces lo que el escritor quiere que se le atribuya y

además constituyen la evidencia de su mediación en el relato, la ayuda para que el lector una los

puntos de situaciones emocionales en los que no estuvo presente. El relato se convierte entonces

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en la unión de varios elementos sueltos que, convocados y organizados por un ‘maestro de

ceremonias’, cuentan las partes de la historia de la cual tienen absoluto y profundo conocimiento.

De esta manera el ‘maestro de ceremonias’ le entrega al lector un documento que contiene todos

los puntos de la cadena a su servicio para que, al leer, no sienta la necesidad de ir a otros lugares

para complementar la información o los detalles de las vidas de los personajes; detalles como los

rituales de oración que Amanda adquirió después del exorcismo y que a lo largo de las

conversaciones salen a flote,

DIARIO DE CAMPO:

Amanda suspende el relato y se va a rezar. En su habitación hay una decena de figuras de ángeles

y un pequeño altar con una hostia consagrada dentro de un relicario. Lo abre, se hinca y clava el

mentón contra el pecho. Está pálida. Son las nueve menos cinco minutos del 20 de noviembre.

Cuando termina dice que siente angustia. (Castro, 1996, p. 222).

Este tipo de rituales de oración son introducidos por Castro para ilustran al lector gestos y

situaciones que, según su criterio, son necesarias para el desarrollo del testimonio. Los Diarios

de Campo se convierten entonces en la voz explícita del mediador a lo largo de la obra.

2.4. Un coro de voces para potenciar la mediación

Sin embargo, la mediación no está dada solamente por el testimoniante sino también hay voces

que ayudan a la mediación. Los personajes que ayudan a la bruja a contar la historia de Jaime

Builes son voces mediadoras que ayudan a la articulación del discurso. Los ‘terceros’ a los que

Castro tiene que acudir sirven ayudan en la mediación que realiza para poder llenar los vacíos en

la historia de Jaime Builes, quien aparece en la historia gracias a la bruja, pero ello no conoce los

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detalle de su vida, de su ascenso en el narcotráfico y mucho menos las situaciones que rodearon

su vida como narcotraficante. De la voz de Amanda solamente conocemos algunos

acontecimientos e informaciones, por la relación que tuvieron en Fredonia, que se basó en un

relacionamiento político y social de la vida del pueblo. Amanda es el puente por medio del cual

Builes y el gobernador de Antioquia establecen una amistad.

Estas voces son las de los personajes que por su cercanía al ‘narco’ podrían ofrecer un testimonio

detallado de la vida, de los viajes, de la incursión de Jaime en el narcotráfico, de sus amores y de

su caída.

En primer lugar, Castro nos introduce a Álvaro Villegas, quien es presentado muy temprano en

la historia cuando Amanda le cuenta al testimoniante la revolución que Builes estaba generando

en el pueblo comprando todas las casas, clubes y heladerías de Fredonia.

DIARIO DE CAMPO:

Martes 2 de noviembre.- En la tarde me presentaron a Álvaro Villegas que fue secretario personal

de Builes y uno de sus hombres de mayor confianza. No me atendió porque estaba terminando

unos arreglos de rosas. Dice que lo puedo ver mañana en su floristería. Espero que hable. (Castro,

1996, p. 37).

Inmediatamente después comienza a hablar Villegas, quien se convierte en una de las voces más

importantes del relato y ayuda a estructurarlo. Manejaba el dinero de Jaime, quien nunca le

pedía cuentas y sobrevivió al negocio por ser discreto y correcto en los envíos que Builes le

confiaba. “Dos oídos y sólo una boca”, decía él.

ALVARO VILLEGAS: La pasión de Jaime eran los gallos y los caballos. El hombre entraba a

una gallera y se quedaba apostando, ocho días, diez días seguidos con sus noches, Aquí en

Fredonia me tocó ver noches de ganarse dos, tres fincas sobre el río Cauca apostando a los gallos.

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Ganaba fortunas. Nunca perdía porque jugaba con táctica. (…) Y así era la vida de él. Como

sucedía con los gallos, yo lo vi coger quince, veinte apostadores, pero apostadores grandes, y

apostarle a un caballo que él sabía que era malo, para que le ganaran uno o dos millones de pesos

de esa época y como todos iban en contra del caballo que escogiera Jaime, en la siguiente

agarraba al mejor y ahí les ganaba cinco o seis millones de pesos. O simplemente, por fuera, se

iban en contra del caballo de él y los aseguraba a todos. Era un hombre de gran malicia,

marrullero, sagaz. (Castro, 1996, p. 37).

La primera intervención de este ‘tercero’ deja ver claramente que para poder armar la figura del

narcotraficante era necesario acudir al recuerdo de alguien diferente a la bruja, alguien cercano

que pudiera dar detalles de los momentos más importantes de su vida. Las apariciones de Álvaro

son doce en total (páginas 68, 98, 105, 128, 155, 158, 198, 216 y 276), y en cada una su voz

complementa algún recuerdo de la bruja o de otro personaje.

ÁLVARO: En ese momento, Jaime tuvo un bache en los negocios, mejor dicho se le cayó por

allá un avión y como en estas cosas hay que pagar las deudas rápido, los socios le cayeron y tuvo

que entregarles la finca de Támesis, aunque sacó cabeza unos meses después y entonces compró

“La Ginebra”, (…).

AMANDA: Bueno. Después de la Ginebra compró “Las Margaritas” y después “Villa Rocía”

cerca a Jericó. Todo eso sumaba yo no sé cuántos cientos de hectáreas de café, caña, plátano,

ganado de todo tipo. (…).

ÁLVARO: El eterno problemas de Jaime era que compraba una finca y paraba los oídos a lo que

le dijera la gente y al primero que le dijera: “Vea don Jaime, aquí lo que sirve es esto y esto” él no

preguntaba, ni pensaba siquiera y así como se lo aconsejaban, cambiaba los cultivos y los potreros

y hasta el curso de las aguas. (…). (Castro, 1996, pp. 54).

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Otra de las voces importantes que Germán Castro introduce en el relato para ayudar en la

reconstrucción es Ponchera, Juan Restrepo, hombre de confianza de Jaime, quien conoce su

infancia y es la voz encargada de contar el nacimiento del narcotráfico en Colombia y la forma

como Jaime se introduce en el negocio,

PONCHERA: (…) De traficante de perica, de comerciante de coca y tal, y por ahí derecho volvió

a Jaime traqueto. Ella fue la que lo metió en este negocio y la que fue adelante siempre y la que se

conectaba cada día con gente nueva y dominaba, y sabía negociar, y sabía manejar a las mulas y a

los proveedores y a los que recogían la platica del bisne, y aprendió que los faltones se mueren

cuando faltan en el negocio y al cabo del tiempo Teodolinda era la que se conocía todas las rutas.

(Castro, 1996, p. 101).

Las ocho intervenciones de Ponchera (páginas 100, 106, 143, 165, 215, 235, 250 y 265) ayudan a

reconstruir todo el conflicto y la violencia que viven los narcotraficantes en el negocio; su voz

narra los sucesos y las reacciones de Jaime cuando una caleta se caía e incluso cuando varios de

sus trabajadores fueron detenidos por la policía federal de México o asesinados con motosierras.

De esas nueve intervenciones dos son las más importantes, la primera, por contar el inicio del

‘narco’ en el negocio y la cuarta que habla de la muerte de Teodolinda,

Total que nos fuimos Hernán y Carenigua, los sobrinos del Patrón, el Patrón y yo y la dejamos a

ella organizándose para salir. Nosotros llegamos allá, hicimos el pedido, esperamos en el carro a

que nos lo entregaran y como a los tres cuartos de hora regresamos. Recuerdo que entremos al

edificio conversando tranquilos, caminando despacio, tomamos el ascensor, salimos despacio, nos

acercamos a la puerta del apartamento y cuando llegamos bien cerca, qué vemos: ¡Hijueputa! Por

debajo de la puerta salía un hilito de sangre. Una sangre como espesita ya. Nos quedamos fríos.

Nadie dijo nada sino que nos volvimos y Jaime ya habló:

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-No corran. Caminen normal, no corran. Ábranse. (Castro, 1996, p. 166).

En la misma línea de intervenciones sobre la vida de Jaime está el personaje de Leonidas Builes,

sobrino de Jaime y de Guillermo, hermano de Jaime. Los dos aparecen al mismo tiempo y sus

voces son introducidas por Castro por medio de un diario de campo,

DIARIO DE CAMPO:

Diciembre 22.- Al medio día hablé con Guillermo Builes, hermano de Jaime, y me contó que su

hijo Leonidas estaba preso en México hacía ocho años. Según él ya cumplió la condena pero las

autoridades mexicanas se han negado a otorgarle la libertad. Quieren dinero.

Diciembre 26.- El gobierno nombró como embajador de Colombia en México a don Ramiro

Osorio. Hablé con él. Dijo que cuando llegue allá se ocupará de lo de Leonidas Builes. No

prometió lograr su libertad sino estudiar el caso.

Febrero 21.- En la mañana temprano llamó de Cuidad de México el embajador Ramiro Osorio.

“Leonidas Builes está volando en estos momentos hacia Colombia. Salió de la cárcel ayer en la

tarde”, dijo. (Castro, 1996, p. 237).

La mediación de Castro llega esta vez un poco más allá, pues la llegada de Leonidas es

fundamental para llenar algunas lagunas en la historia. Con Leonidas queda el círculo completo

y su recuerdo es la pieza que faltaba para aclarar la situación en la que el narcotraficante, que

logró por primera vez un acercamiento con la clase política colombiana, fue detenido por la

Interpol en México. Su segunda intervención que se extiende a lo largo de cuatro páginas narra

su caída y la caída del ‘Patrón’. Leonidas es utilizado como señuelo para que las autoridades

lleguen a Jaime, es capturado y gracias a varias llamadas telefónicas la policía da con el paradero

de Jaime,

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-¿Cómo vamos? Le digo, y él contesta:

-Estoy aquí en la glorieta esperándote. ¿Qué te sucede?

La glorieta queda a dos cuadras y como los teléfonos están interceptados, ahí mismo arrancan.

Ellos traen fotos de él pero, sin embargo, me llevan a mí, llevan a Lucila, la novia del tío en ese

viaje, a mi hermano menor y a otro muchacho llamado Manuel. Es que a él le tenían montada una

perseguidora tremenda, Pobrecito el tío… ¡Muchaaacho! (Castro, 1996, p. 257).

Leonidas continúa hablando de la captura de Jaime y narra cómo comienza la tortura, primero en

la caleta donde Jaime se estaba escondiendo y luego, en los calabozos de la Interpol. Más

adelante aparece la cuarta voz que ayuda a narrar los últimos momentos del capo, la de

Guillermo Builes, su hermano, que nunca tuvo nada que ver en el negocio de la droga, pero igual

fue capturado por las autoridades mexicanas y fue torturado.

GUILLERMO BUILES: La tortura duró cuatro días: entraban y yo no sabía cuántos eran. Calculo

entre cuatro y seis cada vez, porque yo seguía con los ojos vendados. Me aporreaban a toda hora,

me llevaban a golpes de rincón a rincón, me decían palabras soeces y me repetían que tenía que

decir dónde estaba la mercancía. Yo no sabía de mercancía, yo iba a una cosa muy diferente.

(Castro, 1996, p. 270).

Fue el último que habló con Jaime y el único testigo de su asesinato. No denunció a las

autoridades mexicanas la tortura y homicidio de su hermano por temor a una nueva tortura y para

que no les pasara lo mismo a aquellos que, después de su liberación, quedaron encerrados en los

calabozos de la Interpol.

Pues bueno: esa tarde sentí gritar a Jaime, luego escuché como que arrastraban pies, como

forzándolo a algo porque aunque lo tuvieran amarrado, él era un hombre fornido. Tenía cincuenta

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y tres años en ese momento. Como al minuto sentí que dejaron de forcejear y después hubo

silencio. (…). Saqué la cabeza: vi al médico de esa Unidad entrando a la celda y después lo

escuché hablar, como un cuchicheo. (…).

Un paso afuera de la celda el médico le tocó el y así, andando, les dijo:

-Se nos murió. Se nos murió. Este cabrón tronó. (Castro, 1996, p. 273).

De forma paralela a la captura, tortura y muerte del capo, se narra el exorcismo de la bruja; su

narración tiene como voz principal a Amanda, no obstante las voces de la Hermana Alicia, Marta

Cecilia, Marta Lucia, el padre Gil y Leonel complementan el relato.

Amanda, como es lógico es quien habla del comienzo de su exorcismo,

(…). Seguí hacia adentro y me encontré con una monja de La Enseñanza con pelito corto, falda

azul oscura y una camisita azul clara. Le decían Hermana Alicia. Cuando me miró, la abracé y le

dije: “Hermana, por favor sálveme. ¡Yo hago brujería!” (Siempre me he preguntado por qué le

dije eso. ¿Por qué hice eso? ¡Es que yo iba a otra cosa! ¿Por qué se lo dije? Algo de mi Dios).

(Castro, 1996, p. 202).

De esta manera Amanda, la voz principal de todo el libro, introduce a otro de los personajes que

ayuda en la mediación. La Hermana Alicia hace solamente una intervención. Ella es quien

comienza a hacer el exorcismo,

HERMANA ALICIA: Me protegí primero con la Sangre de Cristo. Luego até a Satanás para que

no pudiera hacernos ningún mal (inclusive en este momento, aquí, Señor, atamos a tu Cruz

cualquier fuerza del mal), porque cuando uno está tratando estos temas puede recibir un ataque.

(…). Luego, durante la oración, di la orden para que se saliera el espíritu o los espíritus que había

dentro de Amanda (una orden en el nombre de Jesús). El cuarto paso fue enviar por el poder del

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Espíritu Santo y, quinto paso, mandé a los espíritus a que fueran a postrarse a los pies de Jesús en

la Cruz para que quedaran atados para siempre. (Castro, 1996, p. 207).

Antes de la voz de la Hermana Alicia aparece por primera vez la voz de Leonel, el esposo de

Amanda, químico y hombre de buen gusto que la acompaña hasta el último momento del

exorcismo.

(…) Después de decir eso, empezó a hablar en un idioma muy extraño, extrañísimo, con palabras

fuertes, y cuando la Hermana habló en ese idioma fue cuando una de ellas empezó a ponerse

morada y a torcer los ojos y ahí mismo se cayó. Y en el suelo se revolcaba y vomitaba babaza,

vomitaba espuma y graznaba. Era que graznaba ¿oíste? (Castro, 1996, p. 207).

Más adelante entran los testimonios de Marta Cecilia y Marta Lucía, integrantes de la

Revolución Cristiana,

MARTA CECILIA: El día que la conocimos, Amanda se movía dentro de la sala. Andaba,

andaba, estaba supremamente nerviosa. Alterada. Aprensiva. Estaba muy despierta y nos miraba

con recelo y nosotros empezamos a hablarle, como a darle amor para que se sintiera un poco

segura. (Castro, 1996, p. 224).

MARTA LUCÍA: (…). Una de las primeras veces que fuimos a donde el obispo, antes de

comenzar la sesión, él miró detenidamente a Amanda y me dijo que no me saliera para que

estuviéramos juntos en la oración con ella. Monseñor comenzó a orar y tal vez a los tres o cuatro

minutos, ella se lanzó a arrebatarle el Crucifijo que colgaba de su cuello. Él era un hombre fuerte,

la agarró, yo la agarré y luego de un forcejeo breve en el cual ella sacó una fuerza muy grande,

monseñor empezó a orar en lenguas y al momento a ella se le fue el mundo, se le puso la cabeza

en blanco, la mirada en blanco, la fuerza en cero y cayó desmadejada. (Castro, 1996, p. 232).

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Marta Cecilia interviene diez veces y Marta Lucía dos. Sus voces, al final de texto se alternan

con la voz del padre Gil, quien recibe de manos de Monseñor la misión de terminar el exorcismo

de Amanda.

PADRE GUILLERMO GIL: Inmediatamente le coloqué el Cinto, ella gritó: “¡Esto me quema!” y

se lo quitó y lo tiró al suelo. Esa es una de las manifestaciones que demuestran que la persona sí

tiene el mal y la reacción generalmente es inmediata y agresiva porque el Cinto tiene un enorme

poder.

Las voces configuradas, unidas en el momento de la organización para complementarse unas a

otras en el relato, son los principales instrumentos que utiliza Castro para reconstruir una

memoria conjunta a partir de las memorias individuales que recuerdan los hechos y situaciones

que vivieron durante largos años. Su configuración genera una polifonía que le da ritmo al relato

y lo convierten en una conversación entre los personajes que no deja espacio ni duda sobre lo

que se cuenta.

Además, Castro se ayuda también de fotografías que le proporcionan al lector una imagen fiable

de algunos lugares del pueblo, de las casas y fondas que Jaime Builes compró durante sus años

de gloria y las fotos de quienes realizaron el exorcismo de la bruja. De Jaime Builes hay dos

fotos que muestran un gran cambio en su apariencia. La primera foto está ubicada en el capítulo

cuatro, donde Amanda narra los regalos que el narcotraficante daba al pueblo y los mecanismo

que utilizó para conquistar a una muchacha llamada Sola que vio un día durante una obra de

teatro. Esa primera fotografía de ‘El Patrón’ lo muestra sonriente, con una camisa blanca y un

sombrero vaquero que refleja cierta satisfacción o felicidad por la vida que en ese momento

podía llevar, llena de lujos, dinero y beneficios. Sus años de gloria antes de que comenzara la

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guerra con Teodolinda y antes de que fuera el hombre más buscados por las autoridades

mexicanas. La segunda fotografía está justo al lado del relato de su muerte, ésta es ya una

imagen en la que el capo tiene una mirada sombría, ya no sonríe y su expresión es en cambio la

de alguien infeliz, perseguido por sus propios demonios ; tiene una camisa oscura y una chaqueta

a cuadros que resalta su estilo ‘narco’.

Las otras fotos que aparecen son la de El atrio en la plaza de Fredonia, la Fonda de los Villegas,

la Fonda de los Álvarez, la foto de la Hermana Alicia, que ayuda al lector a enriquecer la

descripción que Amanda hace de ella; la fotografía de Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, que

aparece sentado en una silla con su túnica negra y el Crucifijo colgado del cuello, el que intenta

quitarle Amanda al comienzo del exorcismo. Luego aparece la foto del padre Guillermo Gil. Al

final del relato y luego de que castro Caycedo dice que ya se despidió de Amanda y su familia

están las fotos de varias casa de Fredonia y su interior; son tres fotografías que muestran al

pueblo en franco deterioro. La foto de la casa donde nació Builes y que él restauró cuando

volvió al pueblo está totalmente destruida y de ella solamente queda un pedazo de tapia; Castro

nos muestra también la gallera que fue orgullo de Builes. Luego de esa foto Germán Castro

Caycedo se despide,

6 de marzo.- Fin del trabajo de campo. Guillermo Builes confirma que la hija de Jaime y Argelia

fue secuestrada y más tarde asesinada.

Hoy, del imperio de Jaime no queda ni un solo grano de tierra en poder de los descendientes, la

Flota Fredonia tiene otros dueños y el caballo que bailaba pasodoble murió de infarto hace pocos

meses.

Maranatha! (Castro, 1996, p. 284).

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Al despedirse pone en evidencia su mediación, al decir que el imperio de Jaime está totalmente

destruido vuelve a darle al lector los elementos para que dibuje en su mente la desolación de lo

que alguna vez fue pura gloria y dinero. Castro se vale de cada uno de los instrumentos

analizados para reconstruir una historia, para ‘transcribir’ y de cierta forma inmortalizar un relato

que solamente existía en el recuerdo de La Bruja y de las voces auxiliares que ayudaron a

desentrañar la vida de Jaime. Hay en este proceso de reconstrucción y transcodificación, un

deseo de ficcionalización que se da por medio de la intervención.

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A MANERA DE CONCLUSIÓN

DE LA LITERATURA DEL TESTIMONIO A LA NARCONOVELA

En toda reconstrucción hay elementos que determinan el resultado final. La función de la

memoria en la reconstrucción de un testimonio es fundamental y es, tal vez, el único elemento

que permite su existencia. Sin embargo, no hay reconstrucción sin alguien que pretenda hacerla

con el fin de mostrarle al mundo lo interesante que puede llegar a ser la historia con la que se han

encontrado. La Bruja es claro ejemplo de que para reconstruir es necesaria la investigación y la

mediación en la evocación de la memoria; traer el recuerdo y enunciarlo en el presente tiene

siempre un responsable que pretende llegar más allá de su propia existencia. Germán Castro

Caycedo es uno de los periodistas colombianos más reconocidos en el mundo por el calibre de

sus obras, por los temas que maneja y por las denuncias que hace en sus libros; además es un

investigador que llega al fondo de cada una de sus historias para reconstruirlas de tal forma que

el lector sienta que se encuentra ante la verdad de algún tema prohibido.

Y así ocurre, si bien sus reportajes se exponen al valor de verdad de ser un testimonio, al

contarse se narrativiza y por lo tanto, se ficcionaliza. Pero no se ficcionaliza solo; esa mediación

que hace el periodista y autor de la reconstrucción es una ficcionalización direccionada que se

convierte en la antítesis de la dialéctica del relato / testimonio. Es decir, que aún enlazado con la

historia, la realidad y lo hechos comprobables, el testimonio es la base del surgimiento de un

relato de ficción, logrado a través de la verdad o mejor, de unos datos y hechos fiables que

acontecieron en un pasado y que son traídos al presente por medio de la memoria. En el proceso

de traer, de recordar hay un punto de partida, una tesis, que cuenta una verdad subjetiva. La

antítesis, es un punto cercano en el que se para el periodista para escuchar y reconstruir el relato;

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en este proceso hay un sinnúmero de intervenciones que realiza el periodista para poder

completar un círculo y poder convertirse en escritor y autor de la obra final.

Los temas de violencia y narcotráfico han determinado la historia reciente de Colombia, si bien

tienen su origen en otras historias de otros lugares del mundo. Con el paso del tiempo son temas

detonantes de la historia del país y han hecho que ésta se divida en dos parte, el antes y el

después del origen del narcotráfico.

La obra de Castro recurre a esos temas para hacer nuevas denuncias y destapar ciertos secretos o

mejor, incógnitas que han estado en la memoria colectiva de los colombianos. Son temas que

tocan fibras tan profundas que han hecho que el interés investigativo y escritural volcaran su

mirada hacia ellos, pues como el mismo Castro afirma, no hay necesidad de imaginar con la

diversidad de acontecimiento que ocurren en la realidad de nuestro país. Esta es la principal

razón por la que escritores encuentran en el tema del narcotráfico las características de un relato,

pues en él hay infinidad de situaciones que para algunos sobrepasan los límites de lo humano.

Además, como periodista, la intención de Castro va más allá de escribir y se centra en la

necesidad de crear con sus historia una conciencia colectiva que desentrañe las sombras de la

maldad para lograr así que Colombia conozca su historia y no la repita, que la nuevas

generaciones aprendan la crueldad de la guerra entre los narcos y logre así comprender su propio

mundo con más facilidad.

Así, la voz del escritor media entre la realidad y el lector, pues todas las voces que aparecen La

Bruja tienen conocimiento de primera mano sobre el fenómeno que puede reconocerse como la

última manifestación del fenómeno de la violencia en Colombia.

El libro analizado en el presente trabajo saca de las sombras y responde la pregunta sobre el

origen del narcotráfico y de la narcodemocracia colombiana. Por eso, no es atrevido decir que

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con esta obra Castro Caycedo logra ser el primero en desentrañar los hilos de temas complicados,

los hilos de los inicios del sicariato y de la guerra entre carteles de la droga. Su reportaje es

entonces y por los temas que trata, el primer escalón hacia la creación de un nuevo género

literario que se conoce como Narconovela.

Esta es una muestra de que al ficcionalizarse el testimonio por medio de la memoria y la

mediación, se llega a una instancia donde para contar el testimonio es necesario utilizar palabras

que creen en el lector un imaginario de lo que leen. Para esto es necesaria la utilización de

elementos narrativos, saltos cronológicos o figuras literarias que logren mostrar el mundo cruel y

despiadado de las sociedades que pretende retratar. La importancia de quien escribe se da en el

tema tratado por el libro. Castro Caycedo investiga y llega a los orígenes de la narcodemocracia

colombiana. Es por esta razón que la mediación llega mucha más allá de la investigación y

producción del libro final. La mediación también ocurre cuando cada persona, en el tiempo que

sea, en el año que sea, retoma la historia y la lee; de esta forma y sin estar presente Castro

reactiva su mediación y el lector hace que la historia se actualice.

Al actualizarse la obra busca en ese presente un acompañamiento de conceptos y de realidad que

la hace más impactante. La narconovela, nacida del discurso testimonial, tiene esa tarea:

impactar. Tiene que servirse de las técnicas literarias para retratar la cruda realidad; no es

artificio, no es una invención; no consuela y no simplifica. La narconovela perturba, es brutal,

desastrosa, a veces incoherente y por sus relatos debe tener una estructura delirante, crea un caos

en el imaginario del lector, que al pasar por esas palabras que el escritor ha expuesto

premeditadamente, puede sentir traicionada su tranquila realidad. Quien no ha estado inmerso en

el mundo del narcotráfico no tiene al alcance los detalles de las guerras, no ha visto con sus

propios ojos asesinatos y negocios; es la mediación la que hace tangibles esas cosas y la

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encargada de mostrar por qué alguien llega a convertirse en narcotraficante, sin justificar pone en

evidencia la debilidad humana, que en últimas es una de las misiones que siempre ha tenido la

literatura y sacarlas a la luz, la misión de periodistas como Germán Castro Caycedo.

Tal y como está en las genealogías citadas en la introducción del presente trabajo, la criminalidad

nacida de la violencia y la guerra entre narcos se convierte en tema de creaciones y ficciones de

muchos autores colombianos. A la publicación de La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo

(1994) le siguieron otras novelas como Cartas cruzadas de Darío Jaramillo Agudelo (1995)

Rosario Tijeras de Jorge Franco (1999) y Sangre Ajena de Arturo Alape (2000), entre otras.

Todas hablan de una época, de personajes reales, cercanos que hicieron y siguen haciendo parte

de la realidad del país.

Son novelas que por su tema originaron el nacimiento de un género que Margarita Jácome

(2009) denomina “sicaresca”, pero que podría ser englobado en uno mayor llamado, la

Narconovela ya que la violencia de los sicarios que parece en ellas es solamente el resultado de

la guerra entre cárteles de la droga que se aumenta y agudiza a comienzos de los años noventa.

Los inicios de la Narconovela y/o de la Novela Sicaresca pueden rastrearse a lo largo de La

Bruja.

Adicionalmente, a la publicación de La Bruja le siguieron publicaciones de libros que se

presentaron a sí mismos como reveladores por sus contenidos, documentos extensos que reúnen

pruebas y testimonios de narcos extraditados o personas cercanas que pagan penas en las cárceles

colombianas. Los Jinetes de la cocaína (1996) y El Cartel de los Sapos (2008), entre otras, son

obras basadas en rigurosas investigaciones que llevan a la luz pública el funcionamiento de las

mafias y las historias de los más grandes narcotraficantes de Colombia. Castro Caycedo es casi

que el primero en atreverse a publicar detalles de ésta índole.

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De esta manera y teniendo en cuenta todo lo anteriormente mencionado, se puede concluir que el

reportaje a la bruja es un testimonio mediado por la memoria, por el recuerdo, por las preguntas,

por la escritura y por la lectura. La obra de Castro es una novela basada en hechos reales,

ficcionalizada y narrativizada. Lleva todas las situaciones y personajes hasta el extremo y cuenta

el caos en cuanto caos mismo, con un desenlace fuerte e impactante. El final: la muerte de Jaime

Builes y el exorcismo de Amanda Londoño. La realidad de un país sacada de la historia de vida

de una avezada bruja de un pequeño pueblo cafetero de Colombia y enlazada con uno de los

mayores escándalos políticos del país, que tuvo su escenario en el Congreso de la República, un

acalorado debate lleno de denuncias por nexos entre políticos antioqueños y las ‘llamadas

mafias’ que, en últimas, terminó salvando del olvido el reportaje de Castro, que fue retirado de

circulación por la demanda de dos mujeres que aparecen en el libro y que acusaron al periodista

de comprometer sus nombres ante el país.

Sin embargo, gracias al debate en el que se mostraron listas y denuncias con sus nombres, Castro

pudo volver a poner en circulación su libro, que en las nuevas ediciones tiene un apéndice

titulado “Las brujas de La Bruja” donde cuenta los detalles de la demanda, el proceso ante los

jueces y el desenlace que le permitió volver a publicar el libro.

Finalmente y como narrador, Castro no deja cabos sueltos ni abismos que el lector tenga que

llenar por cuenta propia, la historia de la bruja, de Fredonia y de Jaime Builes está

completamente encadenada y tejida de tal forma que no deja lugar a discusiones o preguntas.

En Fredonia se conjugan el poder, la política, la coca y el demonio, y La Bruja no es solamente

Amanda, es ese mundo oscuro en el que todo se consigue fácilmente, con favores políticos a

cambio de votos y de dinero, con sustancias que eliminan lo que estorba, que hacen todo mucho

más fácil. Como si fuera una fábula para niños, el periodista muestra la crudeza con la que

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pagan los malos pasos, la violencia de las motosierras y los sicarios, la violencia de la

narcodemocracia, la tristeza de un periodista que se desilusiona frente a su país. Por eso en sus

libros siempre está su punto de vista; Castro no cree en la objetividad y con sus relatos demuestra

que su estilo periodístico se divide en dos partes: el trabajo de campo y la técnica de la narración;

investigación y escritura; periodismo y literatura.

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