mas alla del olvido patrick modiano

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Una historia de amor desdibujada por el recuerdo—tema recurrente en laliteratura— puede ser también la excusa más eficaz para delatar laambigüedadyeldesasosiegoenquediscurre lavida.Talesel casode laobradeModiano.

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PatrickModiano

MásalládelolvidoePubr1.0

Titivillus05.01.15

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Títulooriginal:Duplusloindel’oubliPatrickModiano,1996Traducción:MaríaFasceDiseñodecubierta:LéonHerschtritt

Editordigital:TitivillusePubbaser1.2

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ParaPeterHandkeMásalládelolvido…

STEFANGEORGE

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Ellaeradeestaturamedia,yél,GérardvanBever,ligeramentemásbajo.Latardedenuestro primer encuentro, aquel invierno de hace treinta años, yo los habíaacompañadohastaunhoteldelQuaidelaTournelleyluegomehabíanhechopasarasuhabitación.Doscamas,unacercadelapuerta,laotrabajolaventana.Laventananodabaalmuelle,creoquesetratabadeunabuhardilla.

Todoparecíaestarenorden.Lascamasestabanhechas.Nohabíamaletasniropaalavista.Soloungranrelojdespertador,sobreunadelasmesitasdenoche.Yapesarde aquel despertador, se hubiera dicho que vivían allí de manera clandestina yevitabandejarrastrosdesupresencia.Porotraparte,aquellavezsolopermanecimosuninstanteenlahabitación,eltiempojustoparadejarenelsueloloslibrosdeartequemehabíacansadodecargar,yquenohabíaconseguidovenderenunalibreríadelaPlaceSaint-Michel.

YeraprecisamenteenlaPlaceSaint-Micheldondemehabíanabordado,alfinaldelatarde,enmediodelríodegentequesesumergíaenlabocadelmetroydelosque, en sentido inverso, se alejaban por el bulevar. Me habían preguntado dóndepodían encontrar la oficina de correos más cercana. Temí que mis explicacionesfuerandemasiadovagas,yaquenuncahesabidoindicareltrayectomáscortodeunpunto a otro, razón por la que preferí guiarlos personalmente hasta la estafeta delOdéon.Porelcamino,ellasedetuvoenunatiendaycomprótressellos.Lospegóeneldorsodelsobre,demodoquetuvetiempodeleer:Mallorca.

Deslizólacartaatravésdelaranuradeunodelosbuzonessinverificarsieraelindicado para las cartas al extranjero. Luego dimos la vuelta hacia la Place Saint-Michelylosmuelles.Parecíapreocupadaalvermellevarloslibros,porquedebíande«pesarmucho».EntoncesledijoaGérardvanBeverconunavozseca:

—Podríasayudarlo.Élmesonrióysepusobajoelbrazounodeloslibros,elmásgrande.

En lahabitacióndelQuaide laTournelledeposité los librosenel suelo, juntoa lamesillasobrelaqueseencontrabaelrelojdespertador.Noseoíaeltic-tac.Lasagujasmarcabanlastres.Unamanchaenlaalmohada.Alinclinarmeparadejarloslibrosenel suelo había percibido un olor a éter proveniente de la almohada y la cama. Subrazomehabíarozadoalencenderlalámpara.

Cenamos en uno de los cafés delmuelle, junto al hotel. Solo pedimos el platoprincipaldelmenú.VanBeverpagólacuenta.YonollevabadineroaquellanocheyVanBevercreíaquelefaltabancincofrancos.Hurgóenlosbolsillosdesuabrigoyfinalmenteconsiguióreunirlasumaenpequeñasmonedas.Ellalodejabahacerylomirabadistraídamentemientrasfumabauncigarrillo.NoshabíacedidosuplatoparaquelocompartiéramosysehabíacontentadoconprobaralgunosbocadosdelplatodeVanBever.Sevolvióhaciamíymedijoconsuvozalgoronca:

—Lapróximaveziremosaunverdaderorestaurante…

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MástardenosquedamossolosdelantedelapuertadelhotelmientrasVanBeversubíaabuscarmislibrosalahabitación.Pararomperelsilenciolepreguntésivivíanallídesdehacíamuchotiempoysiveníandelinteriordelpaísodelextranjero.No,erandelosalrededoresdeParís.Hacíadosmesesquevivíanallí.Fuetodoloquemedijoaquellanoche.Ysunombre:Jacqueline.

VanBeverregresóconloslibros.Queríasabersi todavíaintentaríavenderlosaldía siguiente y si ese tipo de negocio dejaba alguna ganancia. Me dijeron quepodíamos volver a vernos.Y que, aunque iba a resultar difícil citarnos a una horadeterminada,frecuentabanuncaféenlaesquinadelaRueDante.

Hevueltoallíalgunasvecesenmissueños.Laotranoche,elsoldeunatardecerdefebreromecegaba,caminandoporlaRueDante,ynadahabíacambiadodespuésdetodoestetiempo.

Me detenía delante de los ventanales y miraba a través del cristal la barra, elflipperylaspocasmesasdispuestasencírculo,comosirodearanunapistadebaile.

Cuandolleguéalamitaddelacalle,elgranedificiodelBoulevardSaint-Germainproyectabasusombra.Peroamisespaldaslaaceratodavíaestabasoleada.

Aldespertar,elperíododemividaenelqueconocíaJacquelinesemepresentóbajoelmismocontrastedeluzysombra.Callesdescoloridas,invernales,ytambiénelsolfiltrándoseatravésdelospostigos.

GérardvanBeverllevabaunabrigodetweedquelequedabademasiadogrande.AúnpuedoverloenelcafédelaRueDante,depiefrentealflipper.PeroesJacquelinelaquejuega.Susbrazosysutorsoapenassemuevenmientrassesucedenlosrestallidosylasseñalesluminosasdelflipper.ElabrigodeVanBevereralargoylecubríalasrodillas.Semanteníamuyerguido,conlassolapasdelcuelloalzadas, lasmanosenlos bolsillos. Jacqueline llevaba un jersey gris de ochos, de cuello alto, y unachaquetadecuerolivianacolormarrón.

Laprimeravezquevolvimosavernos,enlaRueDante,Jacquelinesegiró,mesonrióyretomósupartidadeflipper.Yomesentéaunadelasmesas.Susbrazosysutorsomeparecíangrácilesfrenteaaquelaparatomacizocuyassacudidasamenazabanconarrojarla lejosdeunmomentoaotro.Ellaseesforzabaporpermanecerdepie,como si se hallara en la cubierta de un barco y corriera el riesgo de perder elequilibrioycaer.SeacercóparahacermecompañíayVanBeverlareemplazóenelflipper.Alprincipiomellamabalaatenciónquepasarantantotiempofrenteaaquellamáquina. Muchas veces era yo quien interrumpía la partida, que de lo contrariohabríapodidodurarindefinidamente.

Despuésdelmediodíaelcafépermanecíaprácticamentevacío,peroapartirdelasseisdelatardelosclientesseamontonabanenlabarrayenlasmesasdelasala.MellevabaciertotiempodistinguiraVanBeveryaJacquelineenmediodelbulliciodelasconversaciones,losrestallidosdelflipperytodaaquellagenteapretujada.Primero

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reconocía el abrigo de tweed de Van Bever, y luego a Jacqueline. Muchas vecesregresésinhaberlosencontrado, trashaberesperadolargoratosentadoaunadelasmesas.Pensabaentoncesquenuncamásvolveríaaverlos,quesehabíanperdidoparasiempreentreelgentíoylaconfusión.Hastaqueundíaallíestaban,alfondodelasaladesierta,unojuntoalotro,frentealamáquina.

Apenas recuerdo otros detalles de aquel período demi vida.He olvidado casi porcompleto el rostrodemispadres.Habíavivido con ellosduranteun tiempo, luegoabandonémisestudiosyganabaalgúndineroconlaventadelibrosantiguos.

Pocodespués de conocer a Jacqueline yVanBeverme instalé en un hotel queestaba cerca del suyo, el hotel de Lima. Me puse un año de más en la fecha denacimientoquefigurabaenmipasaporte,yobtuvedeesemodolamayoríadeedad.

LasemanaanterioramillegadaalhoteldeLima,comonoteníadóndedormir,JacquelineyVanBevermehabíanconfiadolallavedesuhabitaciónmientrasibanaunodeesoscasinosdeprovinciasquesolíanfrecuentar.

AntesdenuestroencuentrohabíanvisitadoelcasinodeEnghienyotrosdosotresmás en pequeños balnearios de Normandía. Luego se habían limitado a Dieppe,Forges-les-Eaux y Bagnoles-de-l’Orne. Partían el sábado y estaban de regreso ellunesconlasumaobtenida,quenuncasobrepasabalosmilfrancos.VanBeverhabíaencontradounaestrategia«entornoalcinconeutro»—comodecía—,perosolodabaresultadosisejugabansumasmodestas.

Nuncalosacompañéaaquellossitios.Losesperabahastaellunes,sinabandonarelbarrio.Alcabodeuntiempo,VanBeveribaa«Forges»—segúnsuexpresión—porqueseencontrabaamenordistanciaqueBagnoles-de-l’Orne,mientrasJacquelinesequedabaenParís.

En el transcurso de las noches en que estuve solo en aquella habitación siempreflotabaeseoloraéter.Elfrascoazulsehallabasobreunodelosestantesdelcuartodebaño.Elarmarioconteníaalgunasprendasdevestir:unachaqueta,unpantalón,unsujetadoryunodeaquellosjerséisgrisesdecuelloaltoquellevabaJacqueline.

Nodormíbienduranteesasnoches.Medespertabasobresaltado.Solodespuésdeun largo rato reconocía la habitación. Si me hubieran interrogado acerca de VanBever y Jacqueline, me habría visto en aprietos para responder y justificar mipresenciaenaquelcuarto.¿Volverían?Afindecuentas,noestabasegurodeello.Eltipodelarecepcióndelhotelmesaludabaconunmovimientodecabeza,detrásdelmostrador de madera oscura. No parecía inquietarle el hecho de que ocupara lahabitaciónymequedaraconlallave.

Laúltimanochemedespertéaesodelascincoyyanopudevolveraconciliarelsueño. Me hallaba probablemente en la cama de Jacqueline, y el tic-tac del

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despertadorera tan intensoquequeríaguardarloenelarmariooesconderlobajo laalmohada.Peroteníamiedodelsilencio.Entoncesmelevantédelacamaysalídelhotel. Caminé por el muelle hasta las rejas del Jardín Botánico, luego entré en elúnicocaféabiertoaesashoras,frentealaestacióndeAusterlitz.

LasemanaanteriorhabíanpartidohaciaelcasinodeDieppeyhabíanregresadoaprimera hora de lamañana.Hoy ocurriría lomismo.Una horamás de espera, doshoras…Loshabitantesdelasafueras,cadavezmásnumerosos,salíandelaestacióndeAusterlitz,tomabanuncaféenlabarraysesumergíanenlabocademetro.Aúnnohabíaamanecido.YobordeabanuevamentelasrejasdelJardínBotánico,luegolasdelantiguomercadodevinos.

Alo lejosdivisésussiluetas.Elabrigode tweeddeVanBevereraunamanchaclaraenlanoche.Estabansentadosenunbanco,delotroladodelmuelle,frentealospuestoscerradosdeloslibreros.AcababandellegardeDieppe.Habíanllamadoalapuertade lahabitación,peronadiehabíarespondido.Pocosminutosantesyohabíasalido,llevándomelallaveconmigo.

Miventana, enelhoteldeLima,dabaalBoulevardSaint-Germainyel finalde laRuedesBernardins.Desdemicamapodíaver,recortadoenelmarcodelaventana,elcampanariodeuna iglesiacuyonombreheolvidado.Lascampanadasseoíanen lanoche, cuando se apagaba el ruido del tráfico. Me encontraba a menudo conJacquelineyVanBever.Cenábamosenunrestaurantechino.Íbamosaunasesióndecine.

Aquellas noches nada nos distinguía de los estudiantes con los que noscruzábamosenelBoulevardSaint-Michel.ElabrigounpocogastadodeVanBeveryla chaqueta de cuero de Jacqueline se fundían en el sombrío decorado del BarrioLatino.Yollevabaunviejoimpermeabledeunbeigesucioylibrosenlamano.No,francamente,noveoquéhubierapodidollamarlaatenciónsobrenosotros.

HabíaescritoenlafichadelhoteldeLima«estudiantedeLetras»,perosetratabadeuna simple formalidad, ya que el hombre de la recepción jamás me había pedidoningunadocumentación.Lebastabaconquepagara lahabitacióncada semana.Undía en que salía con un paquete de libros para intentar vendérselos a un libreroconocido,mehabíadicho:

—¿Ycómovanlosestudios?En un primer momento creí advertir cierta ironía en su voz. Pero el hombre

hablabasinsegundasintenciones.ElhoteldelaTournelleofrecíalamismatranquilidadqueeldeLima.VanBever

y Jacqueline eran losúnicos clientes.Mehabíanexplicadoque elhotel cerraría enpocotiempoyseríaconvertidoenunedificiodeapartamentos.Dehecho,duranteel

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díapodíanoírselosgolpesdemartilloenlashabitacionesvecinas.¿También ellos habían completado la ficha? ¿Cuáles eran sus profesiones?Van

Bevermerespondióque,deacuerdoconlaficha,era«vendedorambulante»,peroyono sabía si bromeaba. Jacqueline se encogió de hombros. Ella no tenía profesión.Vendedorambulante.Tambiényo,afindecuentas,habríapodidoadjudicarmeaqueltítulo,yaquepasabaeltiempotransportandolibrosdeunalibreríaaotra.

Hacíafrío.Lanievefundidasobrelaaceraylosmuelles,lastonalidadesnegrasygrises de aquel invierno me vienen a la memoria. Y Jacqueline, siempre con suchaquetadecuerodemasiadolivianaparalaestación.

LaprimeravezqueVanBeverpartiócondestinoaForges-les-EauxyJacquelinesequedóenParísera,precisamente,unodeesosdíasdeinvierno.AtravesamoselSenapara acompañar aVanBever hasta la estación demetro Pont-Marie, ya que debíatomar el tren enSaint-Lazare.Nos dijo que tal vez iría al casino deDieppe y quequeríaganarmásdineroquedecostumbre.Suabrigodetweeddesaparecióenlabocademetroynosquedamossolos,Jacquelineyyo.

Siempre la había visto en compañía de Van Bever y nunca habíamos tenidoocasión de conversar. Por otra parte, había veces en que apenas pronunciaba unapalabraentodalavelada.ObienselimitabaapedirleaVanBever,enuntonoseco,que fueraacomprarlecigarrillos,comosiquisieradeshacersedeél.Ydemí.Peropocoapocomehabíahabituadoasussilenciosyasubrusquedad.

Aqueldía,enelmomentoenqueVanBeverbajabaporlasescalerasdelmetro,penséquesearrepentíadenohaberidoconélcomodecostumbre.CaminábamosporelQuaidel’Hôtel-de-Villeenvezderegresara lamargen izquierda.Ellaguardabasilencio.Yoesperabaquemeabandonasedeunmomentoaotro.Perono.Continuabacaminandoamilado.

LabrumaflotabasobreelSenaylosmuelles.Debíadeestarheladadentrodesuchaqueta de cuero demasiado liviana. Bordeábamos el Square de l’Archevêché, alfinal de la Île de la Cité, cuando sufrió un ataque de tos. Consiguió recuperar elaliento.LedijequeleharíabienbeberalgocalienteyentramosenelcafédelaRueDante.

Reinaba el habitual bullicio del mediodía. Dos siluetas estaban de pie delante delflipper,peroJacquelinenoteníadeseosdejugar.Pedíunponchequebebióconunamuecadedisgusto,comositragaraveneno.Ledije:«Nodeberíaustedsaliralacalleconesachaqueta».Ciertadistanciaqueellaponíaentrelosdosmeimpedíatutearlatodavía.

Estábamossentadosaunamesadelfondo,cercadelflipper.Seinclinóhaciamíyme dijo que no había acompañado a Van Bever porque no se sentía muy bien.

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Hablabaenvozbajayacerquémicaraalasuya.Nuestrasfrentescasiserozaban.Mehizounaconfidencia:cuandoacabarael inviernopensabaabandonarParís.¿Para iradónde?

—AMallorca…Recordé lacartaquehabíaechadoalcorreoeldíadenuestroprimerencuentro.

Enelsobreyohabíapodidoleer:Mallorca.—Peroseríamejorsipudiéramosirnosmañana…Súbitamentesepusopálida.Unclientehabíaapoyadouncodosobrenuestramesa

yproseguíalaconversaciónconsuacompañante,comosinonosviera.Jacquelinesehabíarefugiadoenelextremodelbanco.Losrestallidosdelflippermesobresaltaban.

Yotambiénsoñabaconpartirahoraquelanievesehabíafundidosobrelasacerasyllevabamisviejosmocasines.

—¿Paraquéesperarhastaelfindelinvierno?—lepregunté.Ellasonrió.—Porlopronto,necesitamosdinero.Encendió un cigarrillo. Tosió. Fumaba demasiado. Y siempre los mismos

cigarrillos,coneseolorinsulsoatabacorubiofrancés.—Noesprecisamentedelaventadesuslibrosdedondesacaremoseldinero.Me sentía feliz de que hubiera dicho «sacaremos», como si a partir de aquel

momentoestuviéramosunidosparasiempre.—Seguro queGérard traemucho dinero de Forges-les-Eaux y deDieppe—le

dije.Seencogiódehombros.—Llevamosyaseismesesjugandosegúnsuestrategiasindemasiadasuerte.Aquellaestrategia«entornoalcinconeutro»noparecíaconvencerla.—¿HacemuchotiempoqueconoceaGérard?—Sí…NosconocimosenAthis-Mons,enlasafuerasdeParís.Memirabafijamentealosojos,ensilencio.Sindudaqueríahacermecomprender

quenohabíanadamásquedeciralrespecto.—Entonces¿esusteddeAthis-Mons?—Sí.Recordababienelnombredeesaciudad,cercadeAblon.Allívivíaunodemis

amigos. Tomábamos prestado el coche de sus padres e íbamos a Orly.Frecuentábamos el cine y uno de los bares del aeropuerto.Nos quedábamos hastatarde, oyendo los anuncios de llegadas y partidas de vuelos a lejanos destinos, ydeambulábamosporelhallcentral.CuandomiamigomellevabadevueltaaParísnotomábamoslaautopistasinoundesvíoquepasabaporVilleneuve-le-Roi,Athis-Monsyotraslocalidadesdelazonasur…EnaquellaépocahubierapodidocruzarmeconJacqueline.

—¿Haviajadomucho?Se trataba de una de esas preguntas que sirven para animar una conversación

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banal,yyolahabíaformuladoenuntonodefalsaindiferencia.—No creo que pueda llamárselo viajar, realmente—me dijo—. Pero ahora, si

conseguimosalgodedinero…Hablabaenuntonoaúnmásbajo,comosiquisieraconfiarmeunsecreto.Yera

difíciloírlaacausadelbullicioquenosrodeaba.Meinclinéhaciaella,nuevamentenuestrasfrentessetocaban.

—Gérard y yo conocimos a un americano que escribe novelas… Vive enMallorca…Nosbuscaráunacasaallí…Esuntipoalquevimosporprimeravezenlalibreríainglesadelmuelle.

Yoibaamenudo.Lalibreríasecomponíadeunlaberintodepiezastapizadasdevolúmenesen lasqueunopodíaaislarse.Algunosclientesveníande lejosyhacíanescala allí. Permanecía abierta hasta muy tarde. Había adquirido en ella algunasnovelasdelacolecciónTauchnitzqueluegohabíaintentadorevender.Anaquelesalairelibre,sillas,einclusounsofá.Sehubieradichoquesetratabadelaterrazadeuncafé.Desde allí se veíaNotre-Dame.Y sin embargo, apenas traspasado el umbral,unocreíaestarenÁmsterdamoenSanFrancisco.

DemodoquelacartaqueJacquelinehabíaenviadoenelOdéonestabadirigidaaese«americanoqueescribíanovelas…».¿Cuálerasunombre?Quizáyohabíaleídoalgunodesuslibros…

—WilliamMcGivern…No,noconocíaaltalMcGivern.Ellaencendióunnuevocigarrillo.Tosió.Seguía

igualdepálida.—Debodehabercogidounagripe—dijo.—Deberíatomarotroponche.—No,gracias.Surostrohabíacambiadodepronto,parecíapreocupada.—EsperoqueGérardtengasuerte…—Tambiényo…—SiempremeinquietocuandoGérardnoestá…Había pronunciado «Gérard» demorándose sobre las sílabas, de unmodomuy

dulce.Porsupuesto,aveceserabruscaconél,perolotomabadelbrazoporlacalle,oapoyabalacabezaensuhombromientrasestábamossentadosenunadelasmesasdelcaféDante.Una tardeyohabía llamadoa lapuertadesuhabitación,ellamehabíadichoquepasara; estaban losdos tendidos sobreunacamapequeñaque sehallabacercadelaventana.

—NopuedoestarsinGérard…Habíadejadoescaparesafrasecomosihablaraconsigomismayhubieraolvidado

mipresencia.Depronto,yosobraba.Talvezfueramejordejarlaasolas.Peroenelinstanteenqueyobuscabaunpretextoparadespedirme, fijó sumiradaenmí,unamiradaausente.Finalmentemevio.

Fuiyoquienrompióelsilencio:

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—Ysugripe,¿mejor?—Necesitaríaunaaspirina.¿Conocealgunafarmaciaenestazona?Mipapel,hastaelmomento,parecíaconsistirenindicarlesoficinasdecorreosy

farmaciascercanas.

Conocía una, cerca de mi hotel, en el Boulevard Saint-Germain. No solo compróaspirinas,sinotambiénunfrascodeéter.CaminamosunratojuntoshastalaesquinadelaRuedesBernardins.Sedetuvodelantedelaentradademihotel.

—Podemoscenarjuntos,sileparecebien.Meestrechólamano.Sonrió.Tuvequereprimirelimpulsodeacompañarla.—Paseabuscarmeaesodelassiete—medijo.Doblólaesquinadelacalle.Nopudeevitarmirarlaalejarsehaciaelmuelle,con

suchaquetadecuerotanpocoapropiadaparaelinvierno.Habíahundidolasmanosenlosbolsillos.

Permanecítodalatardeenmihabitación.Nohabíacalefacciónymehabíaechadoenlacamasinquitarmeelabrigo.CadatantomedejabavencerporunarachadesueñoofijabalavistaenunpuntodeltechopensandoenJacquelineyVanBever.

¿Habría regresadoasuhotel?¿Obien tendríaunacitaenalgún lugardeParís?Recuerdounanocheenquenosdejósolos,aVanBeveryamí.Nosfuimosaverunfilm, a la última sesión. Van Bever parecía preocupado. Comprendí queme habíallevado al cine solo para que el tiempo pasara más rápido. Hacia la una de lamadrugadanosreunimosconJacquelineenuncafédelaRueCujas.Nonosdijoenquéhabíaocupadolavelada.Porotraparte,VanBevernolehizoningunapregunta,comosimipresencialesimpidierahablarcontodalibertad.Aquellanocheyoestabademás.MeacompañaronhastaelhoteldeLima.Guardabansilencio.Eraviernes,lavísperadeldíaenquesolíanpartirhaciaDieppeoForges-les-Eaux.Lespreguntéaquéhoratomaríaneltren.

—MañananosquedamosenParís—dijoVanBeversecamente.Nosdespedimosa laentradadelhotel.VanBevermedijo«Hastamañana»sin

estrecharme lamano. Jacquelineme sonrió, con una sonrisa algo forzada. Parecíapreferirlacompañíadeuntercero,comositemieraquedarseasolasconVanBever.Ysinembargo,cuandolosvialejarse,VanBeverlahabíatomadodelbrazo.¿Quésedecían?¿Jacquelinelepedíaperdón?¿VanBeverlehacíareproches?¿Oerayoquienloimaginabatodo?

Cuandosalídelhotel,hacíayalargoratoquehabíaanochecido.LleguéalmuelleporlaRuedesBernardins.Llaméalapuerta.Vinoaabrirme.Llevabaunodeesosjerséis

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grises de ochos y cuello alto, y un pantalón negro ajustado en los tobillos. Ibadescalza. La cama junto a la ventana estaba deshecha y las cortinas descorridas.Habían quitado la pantalla de la lamparita de noche, pero la luz demasiado débildejaba zonas de sombra. Y siempre aquel olor a éter, más intenso aún que decostumbre.

Ellasehabíasentadoenelbordede lacama,yyoen laúnicasilla,queestabacontralapared,cercadelbaño.

Lepreguntésisesentíamejor.—Unpocomejor…Me sorprendió mirando el frasco de éter destapado sobre la mesita de noche.

Debiódepensarquepercibíaelolor.—Lotomoparacalmarlatos…Yconeltonodequienbuscajustificarse,repitió:—Esverdad…,esmuybuenoparalatos.Ycomoadvirtióqueestabadispuestoacreerla,medijo:—¿Nuncalohaprobado?—No.Metendióuntrozodealgodónembebidoenéter.Dudéunossegundosantesde

agarrarlo, pero si aquello podía crear unvínculo entre los dos…Aspiré el éter delalgodónyluegodelfrasco.Ellatambién.Unafrescurameinvadiólospulmones.Mehallabatendidoasulado.Estábamosmuycercaelunodelotroycaíamosalvacío.Lasensacióndefrescoreracadavezmásintensayeltic-tacdelrelojdespertadorsedistinguía,cadavezmásnítido,enelsilencio,hastaelpuntodequepodíaoírsueco.

SalimosdelhotelcercadelasseisdelamañanaycaminamoshastaelcafédelaRueCujas,quepermanecíaabiertotodalanoche.Eraallídondemehabíancitadolasemana anterior, a su regreso de Forges-les-Eaux.Habían llegado alrededor de lassiete y habíamos desayunado juntos. Pero no tenían el aspecto de quien acaba depasarunanochesindormiryparecíanmásanimadosquedecostumbre.SobretodoJacqueline.Habíanganadodosmilfrancos.

Esta vez Van Bever no regresaría de Forges en tren sino en el automóvil dealguienaquienhabíanconocidoenelcasinodeLangruneyquevivíaenParís.Alsalirdelhotel,JacquelinemehabíadichoquequizáhabíaregresadoyaylaesperabaenlaRueCujas.

Lepreguntésinopreferíairsola,ysimipresenciaerarealmentenecesaria.Peroellaseencogiódehombrosymedijoquequeríaquelaacompañara.

Nohabíanadieenelcaféapartedenosotros.Laluzdeneónmeencandiló.Fueratodavíaeradenocheyyohabíaperdidolanocióndel tiempo.Estábamossentados,unoal ladodelotro,enelbanco,cercadelventanal,y tenía la impresióndequelanocheapenashabíacomenzado.

Atravésdelcristalviunautomóvilnegroquesedeteníaalaalturadelcafé.DesuinteriorsalióVanBever,consuabrigodetweed.Seinclinóhaciaelconductorantes

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de cerrar la portezuela. Nos buscó con la mirada, sin encontrarnos. Creyó queestaríamos en el fondo de la sala. Pestañeaba a causa de las luces de neón.Luegovinoasentarsefrenteanosotros.

Noparecíasorprendidodemipresencia,¿oestabademasiadocansadoparahacerpreguntas?Enseguidapidióuncafédobleycruasanes.

—FinalmentefuiaDieppe…Seguíaconelabrigopuestoyelcuellolevantado.Encorvabalaespaldayhundía

lacabezaentreloshombros,unaposturaquesolíaadoptarcuandosesentabayquemehacíapensarenunjockey.Depie,porelcontrario,semanteníaerguido,comosiquisieraparecermásalto.

—HeganadotresmilfrancosenDieppe…Lodijoconciertodesafío.Quizáserasumododeindicarsudescontentoalverme

encompañíadeJacqueline.HabíatomadoaJacquelinedelamano.Meignoraba.—Québien—dijoella.Leacariciabalamano.—PodráncomprarlosbilletesdeaviónparaMallorca—dije.VanBevermemiróasombrado.—Lehablédenuestrosproyectos—dijoJacqueline.—Entonces,estáalcorriente.Esperoquevengaconnosotros…No, definitivamente no estaba enojado por mi presencia. Pero continuaba

tratándome de usted. Yo había intentado, en varias ocasiones, tutearlo. Sin éxito.Siempremerespondíadeusted.

—Iré,simeaceptan—lesdije.—Porsupuesto—dijoJacqueline.Mesonreía.Ahorahabíaapoyadosumanosobre ladeél.Elcamarero traía los

cafésyloscruasanes.—Nohecomidonadadesdehaceveinticuatrohoras—dijoVanBever.Su rostro se veía pálido bajo la luz de neón, ojeroso. Comió varios cruasanes

seguidos.—Ahoramesientomejor…Haceunrato,enelcoche,meibadurmiendo…Jacquelinesíparecíasentirsemejor.Yanotosía.¿Elefectodeléter?Mepregunté

sinohabríasoñadolashoraspasadasjuntoaella,esasensacióndevacío,defrescurayligereza,losdosenlacamademasiadoestrecha,lassacudidasquenosarrebatabancomoenunremolino,elecodesuvozresonandoconmásfuerzaqueel tic-tacdelreloj.Mehabíatuteado.Ahorametratabadeusted.YGérardvanBeverestabaallí.HabríaqueesperaraquepartieranuevamentehaciaForges-les-EauxoDieppe,ynisiquierateníalaseguridaddequeellafueraaquedarseconmigoenParís.

—Yustedes,¿quéhanhecho?Por un momento pensé que sospechaba algo. Pero había hablado en el tono

distraídodequienhaceunapreguntaderutina.—Nadaenparticular—dijoJacqueline—.Fuimosalcine.

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Memiraba fijamente a los ojos, como si quisiera hacerme cómplice de aquellamentira.TeníasiempresumanosobreladeVanBever.

—¿Yquéhanvisto?—LoscontrabandistasdeMoonfleet—dije.—¿Esbuena?ApartósumanodeladeJacqueline.—Muybuena.Nosexaminóconatención,primeroaunoydespuésalotro.Jacquelinelesostuvo

lamirada.—Megustaríaquemecontaranelfilm…Perootrodía…,yatendrántiempo…HabíaadoptadountonoirónicoyadvertíunligerotemorenJacqueline.Fruncía

lascejas.Finalmentedijo:—¿Quieresvolveralhotel?Denuevolohabíatomadodelamano.Ignorabamipresencia.—Todavíano…Voyapedirotrocafé…—Yluegoregresamosalhotel—lerepitióellaconunavozdulce.Súbitamente me daba cuenta de la hora, y me sentía desilusionado. Todo el

encantodeaquellanochesedisipaba.Solounamuchachadecabellocastaño,consuchaqueta de cueromarrón, el rostro pálido, sentada frente a un tipo con abrigo detweed.Se tomabande lamano enun café delBarrioLatino.Regresarían juntos alhotel.Yundíadeinviernocomenzaba,comotantosotros.MástardemeperderíaenlabrumadelBoulevardSaint-Michel,enmediodetodasesasgentesqueibanhaciasusescuelasouniversidades.Teníanmiedad,peromeeranextraños.Apenaspodíacomprendersulenguaje.UndíalehabíaconfesadoaVanBeverquequeríacambiarde barrio porque nome sentía a gusto enmedio de todos esos estudiantes. Élmehabíadicho:

—Seríaunerror.Entreellos,unopasainadvertido.Jacquelinehabíaapartadolavista,habíavueltolacabezahaciaotroladocomosi

eltemanoleinteresaraotemieraqueVanBevermehicieraalgunaconfidencia.—¿Porqué?—lehabíapreguntadoyo—,¿temequelodescubran?No me respondió. Pero no necesitaba explicaciones. También yo temía ser

descubierto.—Entonces¿regresamosalhotel?Siemprelehablabaconaquelladulcevoz.Leacariciabalamano.Recordéloque

mehabíadichoporlatarde,enelcaféDante:«NopuedoestarsinGérard».Iríanasuhabitación.¿Aspiraríanétercomohabíamoshechonosotroslavíspera?No.Alsalirdelhotel, Jacquelinehabíasacadodelbolsillodesuchaquetael frascodeétery lohabíaarrojadoaunaalcantarilla,unpocomáslejos,enelmuelle.

—LeprometíaGérardnovolveratomarestaporquería.Aparentementeyonoleinspirabatalesescrúpulos.Mesentíadecepcionado,pero

experimentabatambiénunaambiguasensacióndecomplicidad,puesfinalmenteera

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conmigoconquienhabíaqueridocompartiraquella«porquería».

Losacompañéhastaelmuelle.Alllegaralhotel,VanBevermetendiólamano.—Adiós.Ellaevitabamimirada.—NosvemosmástardeenelcaféDante—dijo.Losvisubirlaescalera.Ellaloagarrabadelbrazo.Yopermanecíaallí, inmóvil,

enlaentrada.Luegooícerrarselapuertadesuhabitación.CaminéporelQuaidelaTournelle,juntoalosplátanosdesnudos,enmediodela

nieblayelfríohúmedo.Almenosllevababotas,perolahabitaciónmalcalentadayaquellacamademaderaoscuramecausabanunaligeraaprensión.VanBeverhabíaganadotresmilfrancosenDieppe.¿Cómomelashabríaarregladoyoparareuniresasuma?Tratabadeevaluarloslibrosquemequedabanporvender.Noerangrancosa.Detodosmodos,elhechodequeyodispusierademuchodinerodejaríaaJacquelinecompletamenteindiferente.

Mehabíadicho:«NosvemosmástardeenelcaféDante».Nohabíasidoprecisa.Me vería obligado a esperarlos una tarde y otra, como la primera vez. Y en eltranscurso de los días una idea acabaría por ocupar todomi pensamiento: ella noqueríavolveravermeacausadeloquehabíapasadoentrenosotroslaúltimanoche.Mehabíaconvertidoenuntestigomolesto.

Subía por el Boulevard Saint-Michel y tenía la impresión de estar estancadodesdehacíamuchotiempoenlasmismascalles,prisionerodeaquelbarriosinningúnmotivopreciso.Exceptouno:llevabaenmibolsillounafalsacredencialdeestudianteparaestarenregla,porloquemeconveníafrecuentarunbarriodeestudiantes.

CuandolleguéalhoteldeLimadudéantesdeentrar.Peronopodíapasartodoeldía fuera, enmedio de aquellas gentes con portafolios de cuero y carteras que sedirigían a los liceos, a la Sorbona o a laEscuela deMinas.Me dejé caer sobre lacama.Lahabitaciónerademasiadopequeñacomoparahacerotracosa:ni sillasnisillón.

Elcampanariodelaiglesiaserecortabaenelmarcodelaventana,ytambiénlasramasde un castañoque, por desgracia, no estaban cubiertas de hojas.Habría queesperar unmes aún para la primavera.Ya no recuerdo si pensaba en el futuro, enaquellosdías.Creomásbienquevivíaenelpresente,convagosproyectosdefuga,comohoy,yconlaesperanzadeencontraraJacquelineyaVanBever,mástarde,enelcaféDante.

Fuedespués,aesodelaunadelamadrugada,cuandomepresentaronaCartaud.Porla tarde los había esperado inútilmente en el caféDante y nome había atrevido apasarporelhotel.HabíacomidoalgoenunodelosrestauranteschinosdelaRuedu

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Sommerard. La perspectiva de no volver a ver a Jacquelineme quitaba el apetito.Entonces intenté tranquilizarme: no abandonarían el hotel de un día para otro, einclusosilohicieran,dejaríanenporteríaunmensajeaminombre,consudirección.Pero¿quérazonesprecisastendríanparadejarmesudirección?Malasuerteentonces:meveríaobligadoabuscarlos,lossábadosydomingos,porloscasinosdeDieppeyForges-les-Eaux.

Permanecí largo rato en la librería inglesa delmuelle, cerca de Saint-Julien-le-Pauvre. Compré un libro:A HighWind in Jamaica, que había leído cuando teníaquinceañosenfrancésbajoeltítulodeUncycloneàlaJamaïque.Caminésinrumboantes de caer en otra librería, también abierta hasta muy tarde, en la Rue Saint-Séverin.Luegoregreséamihabitaciónytratédeleer.

SalínuevamenteymispasosmellevaronhastaelcafédelaRueCujasdondenoshabíamos reunidoesamañana.El corazónmediounvuelco: estaban sentadosa lamisma mesa, cerca del ventanal, en compañía de un hombre moreno. Van Beverestabaa suderecha.Yosoloveíaa Jacquelineenfrentedeellos, sentada solaenelbancoconlosbrazoscruzados.Allíestaba,detrásdelcristal,bajolaluzamarilla,ylamento no poder volver atrás en el tiempo.Me encontraría en la acera de laRueCujas,enelmismolugarqueentonces,perotalcomosoyhoy,ynotendríareparosensacaraJacquelinedeaquelacuarioparallevarlaalairelibre.

Mientrasmedirigíahaciasumesamesentíaviolento,comosimiintenciónhubierasido sorprenderlos. Van Bever, al verme, hizo una seña amistosa con la mano.Jacqueline me sonrió sin manifestar el menor asombro. Fue Van Bever quien mepresentóalotro:

—PierreCartaud…Leestrechélamanoymesentéenelbanco,juntoaJacqueline.—¿Paseandoporelbarrio?—medijoVanBever,coneltonoamableconelque

sehabríadirigidoaunconocidolejano.—Sí…Porcasualidad…Estabafirmementedecididoaquedarmeallí,enelbanco.Jacquelineevitabamis

miradas.¿EralapresenciadeCartaudloquelosvolvíatandistantes?Sinduda,habíainterrumpidounaconversación.

—¿Quiereustedtomaralgo?—mepreguntóCartaud.Tenía la voz grave, bien timbrada, de alguien que está habituado a hablar y a

persuadir.—Unagranadina.Nos aventajaba en edad, tendría unos treinta y cinco años. Moreno, con las

faccionesregulares.Llevabauntrajegris.A la salida del hotel había guardado en el bolsillo demi impermeableAHigh

Wind in Jamaica. Llevar conmigo una novela que me gustaba me daba cierta

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seguridad. La deposité sobre lamesamientras buscaba en el fondo del bolsillo unpaquetedecigarrillos,yCartaudreparóenella.

—¿Leeeninglés?Le respondíque sí.ComoJacquelineyVanBever seguíancallados, finalmente

preguntó:—¿Seconocendesdehacemuchotiempo?—Nosconocimosenelbarrio—dijoJacqueline.—Ajá…,yaveo…¿Quéeraloqueveía?Encendióuncigarrillo.—¿Ylosacompañaaloscasinos?—No.VanBeveryJacquelinesemanteníandistantes.¿Porquémipresenciahabríade

resultarlesembarazosa?—Entoncesnoloshavistojugartreshorasseguidas…Ysoltóunacarcajada.—HemosconocidoaesteseñorenLangrune—medijoella.—Enseguidaatrajeronmiatención—dijoCartaud—.Teníanunmodotanextraño

dejugar…—¿Porquéextraño?—dijoVanBeverenuntonofalsamenteingenuo.—Mepregunto,porotraparte,quéesloqueestabaustedhaciendoenLangrune

—dijoJacquelineconunasonrisa.VanBeverhabíaadoptadosuhabitualposturadejockey:laespaldaencorvada,la

cabezaentreloshombros.Parecíaincómodo.—¿Sueleiralcasino?—lepreguntéaCartaud.—Norealmente.Medivierteentrar,aveces,cuandonotengonadaquehacer…¿Ycuálerasuactividadcuandoteníaalgoquehacer?

Pocoapoco, JacquelineyVanBever sedistendieron. ¿Temíanquedijera algoquepudieraenojaraCartaud,obienqueCartaudrevelara,enlaconversación,algoquelosdosqueríanocultarme?

—Ylasemanapróxima…¿Forges?Cartaudlosmirabadivertido.—MásbienDieppe—dijoVanBever.—Podríallevarlosenmicoche.Esmásrápido…SevolvióhaciaJacquelineyhaciamí:—Ayer,nostomópocomásdeunahoraregresardeDieppe…DemodoqueeraélquienhabíatraídoaVanBeveraParís.Recordéelautomóvil

negro,paradoenlaRueCujas.—Sería muy gentil de su parte—dijo Jacqueline—. Es tan aburrido viajar en

tren…

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Miraba a Cartaud de un modo extraño, como si estuviera impresionada y nopudieraocultarciertaadmiración.¿LohabíanotadoVanBever?

—Seráunplacerserlesútil—dijoCartaud—.Esperoquenosacompañe…Había fijadoenmísumirada irónica.Alparecer,yamehabía juzgado,yyo le

inspirabaunadiscretacondescendencia.—Nofrecuentoloscasinosdeprovincias—ledijesecamente.Acusóelgolpe.TambiénJacquelinesesorprendiódemirespuesta.VanBeverno

seinmutó.—Ustedselopierde.Sonmuydivertidosloscasinosdeprovincias…Sumiradasehabíaendurecido.Lohabíaofendido,sinduda.Noesperabaesetipo

decomentarioenbocadeunmuchachoaparentementetantímido.Yoqueríadisiparelmalestar.Entoncesdije:

—Tieneustedrazón…Esdivertido…SobretodoLangrune…Sí,mehubieragustadosaberquédiabloshacíaenLangrunecuandoseencontró

conJacquelineyVanBever.Yoconocíaaquel lugarporquehabíaestadouna tardecon unos amigos, el año anterior, durante un viaje a Normandía. Me era difícilimaginarloallí,consutrajegris,caminandojuntoalasgrandescasasabandonadasdelacosta,bajolalluvia,enbuscadelcasino.TeníaelvagorecuerdodequeestenoseencontrabaenLangrunesinoaalgunoskilómetrosdedistancia,enLuc-sur-Mer.

—¿Esustedestudiante?Alfinalacabóporformularlapregunta.Enunprimermomentoquisedecirle:sí,

pero esa respuesta simple complicaba las cosas, pues obligaba a precisarinmediatamentelaclasedeestudios.

—No.Trabajoparaalgunaslibrerías.Esperaba que se diera por satisfecho. ¿Les había hecho la misma pregunta a

JacquelineyaVanBever?¿Yquélehabíanrespondido?¿VanBeverlehabíadichoqueeravendedorambulante?Meparecíapocoprobable.

—Yoestudiéahí,justoenfrente…Nosseñalabaunpequeñoedificioalotroladodelacalle.—LaEscuelaFrancesadeOrtopedia…Paséunañoallídentro…Luegofuiala

EscueladeOdontología,enlaAvenuedeChoisy…Noshablabaahora enun tonoconfidencial. ¿Decía realmente laverdad?Quizá

buscabahacernosolvidarquenoteníanuestraedadnieraestudiante.—Elegí la Escuela de Odontología para orientarme hacia algo concreto. Tenía

másbientendenciaaperdereltiempo,comoustedes…Decididamente no podía haber más que una explicación para el hecho de que

aquel hombre de treinta y cinco años con traje gris estuviera allí, a esa hora de lamadrugada, con nosotros, en un café del Barrio Latino: estaba interesado enJacqueline.

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—¿Deseabeberotracosa?Yotomaréotrowhisky…Van Bever y Jacqueline no mostraban el menor signo de impaciencia. Y yo

permanecíasentadoenelbancocomoenesosmalossueñosenlosqueunonopuedelevantarse porque las piernas le pesan como el plomo. De cuando en cuando,observaba a Jacqueline, y hubiera querido proponerle abandonar el café y caminarjuntoshastalaestacióndeLyon.HabríamostomadoeltrendelanocheyalamañanasiguientehabríamosllegadoalaCostaAzuloaItalia.

Elcocheestabaestacionadounpocomásarriba,enlaRueCujas,enesazonadelacalle en que había escalones y barandillas de hierro. Jacqueline ocupó el asientodelantero.

Cartaudmepreguntóladireccióndemihotely,siguiendolaRueSaint-Jacques,desembocamosenelBoulevardSaint-Germain.

—Siheentendidobien—dijo—,sehospedantodosenunhotel…SevolvióhaciaVanBeveryhaciamí.Otraveznosmiraba irónicamente,yyo

teníalaimpresióndequenosconsiderabadespreciables.—Enfin,eslavidabohemia…Quizá buscaba un tono de broma y de complicidad. En ese caso, lo hacía

torpemente, como esas gentes de edad avanzada que se sienten intimidadas por lajuventud.

—¿Yhastacuándopiensanvivirenhoteles?Esta vez se dirigía a Jacqueline, que fumaba y dejaba caer la ceniza de su

cigarrilloporlaventanillaentreabierta.—Hasta que podamos irnos de París—dijo ella—. Eso dependerá de nuestro

amigoamericanoqueviveenMallorca.Esa tarde yo había buscado en vano un libro del talMc Givern en la librería

inglesadelmuelle.LaúnicapruebadesuexistenciaeraelsobrequehabíavistoelprimerdíaenmanosdeJacqueline,yquellevabaladireccióndeMallorca.Peronoestabasegurodequeelnombredeldestinatariofuese«McGivern».

—¿Puedenrealmentecontarconél?—preguntóCartaud.VanBever,queestabasentadoamilado,parecíaincómodo.FueJacquelinequien

respondiófinalmente:—Porsupuesto…NoshainvitadoairaMallorca.Hablabaconunavozclaraquenoleconocía.Yoteníalasensacióndequequería

impresionar a Cartaud con ese «amigo americano», hacerle comprender que él,Cartaud,noeraelúnicoeninteresarseporellayVanBever.

Detuvoelcochedelantedemihotel.Eraevidentequeyodebíaabandonarlos,ytemíanovolverlosaver,comoaquellastardesenquelosesperabaenelcaféDante.Cartaud no los conduciría inmediatamente al hotel, y sin duda acabarían la nochejuntos,enalgúnlugardelamargenderecha.Oinclusotomaríanunúltimotragopor

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elbarrio.Peroprimeropreferíandeshacersedemí.VanBever saliódelautomóvildejando laportezuelaabierta.Meparecióque la

manodeCartaudacariciabalarodilladeJacqueline,peroquizánofueramásqueunailusiónópticacausadaporlapenumbra.

Ellamehabíadicho«adiós»,envozmuybaja.Cartaudhabíacondescendidoaunindiferente «buenas noches». Decididamente, yo era un estorbo. Van Bever habíaesperadodepieenlaaceraaqueyodescendieradelautomóvil.Mehabíaestrechadolamano.«Hastaunodeestosdías,enelcaféDante»,medijo.

Enelumbraldelhotelmevolví.VanBevermesaludóconlamanoyentróenelcoche.Cerrólaportezuela.Ahoraibasoloenelasientotrasero.

El automóvil se puso enmarcha y tomó la dirección del Sena. Era también elcamino hacia la estación de Austerlitz y la de Lyon, y me dije que abandonaríanParís.

Antesdesubiramihabitaciónlepedíalvigilantenocturnounaguíatelefónica,peroaúnignorabalaortografíaexactade«Cartaud»yteníaantemisojos:Cartau,Cartaud,Cartault,Cartaux,Carteau,Carteaud,Carteaux.NingunodeellossellamabaPierre.

NopodíadormirylamentabanohaberlehechociertaspreguntasaCartaud.Pero¿habría respondido? Si verdaderamente había estudiado en la Escuela deOdontología,¿ejercíaenlaactualidad?Procurabaimaginarlovestidoconbatablancade dentista, atendiendo en su consultorio. Luegomis pensamientosme condujeronhacia Jacqueline y lamano de Cartaud sobre su rodilla. QuizáVanBever pudieradarmeunaexplicaciónalrespecto.Nodormíbienaquellanoche.Enmissueñoslosnombres desfilaban en caracteres luminosos. Cartau, Cartaud, Cartault, Cartaux,Carteau,Carteaud,Carteaux.

Me desperté a eso de las ocho: alguien llamaba a la puerta demi habitación. EraJacqueline.Yodebíadetenerlamiradaextraviadadelquesaledeunmalsueño.Medijoquemeesperabafuera.

Aúneradenoche.Laveíadesde laventana.Sehabíasentadoenunbanco,delotroladodelbulevar.Habíaalzadoelcuellodesuchaquetadecueroyhabíahundidolasmanosenlosbolsillosparaprotegersedelfrío.

CaminamosjuntoshaciaelSenayentramosenelúltimocaféantesdelmercadode vinos. ¿Por qué extraño azar se encontraba allí, frente a mí? La víspera, aldescenderdelautomóvildeCartaud,nohubieraimaginadoalgotansimple.Todoloquevislumbrabaeraesperarla, largas tardes,enelcaféDante.MeexplicóqueVanBeverhabíaidoaAthis-Monsenbuscadelaspartidasdenacimientoparalosnuevospasaportes.HabíanperdidolosanterioreseneltranscursodeunviajeaBélgica,hacíatresmeses.

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Ya no demostraba aquella indiferencia que me había desorientado la nocheanterior,cuandolossorprendíconCartaud.Volvíaaserlamismaquehabíasidoenlos momentos que habíamos pasado juntos. Le pregunté si su gripe habíadesaparecido.

Alzó los hombros. Hacía aún más frío que el día anterior y llevaba siempreaquellachaquetadecueroliviana.

—Deberíatenerunverdaderoabrigo—ledije.Memirófijamentealosojosysonrióconciertasorna.—¿Aquéllamaustedunverdaderoabrigo?Esapreguntamepillódesprevenido.Y,comosiquisieratranquilizarme,agregó:—Detodosmodos,elinviernocasihaacabado.Esperaba noticias de Mallorca. Y estas no deberían tardar. Confiaba en poder

viajar en primavera. Naturalmente, yo iría con ellos, si así lo deseaba. Suconfirmaciónmetranquilizó.

—¿YCartaud?¿Hasabidoalgomásdeél?AloírelnombredeCartaudfruncióelceño.Yolohabíamencionadoconeltono

anodinodequienhabladelalluviayelmaltiempo.—¿Recuerdasunombre?—Esunnombrefácilderecordar.¿YeltalCartaudejercíasuprofesión?Sí,trabajabaenunconsultoriodecirugía

dental,enelBoulevardHaussmann,alladodelmuseoJacquemart-André.Encendióuncigarrilloconungestonervioso:—Cartaudpodríaprestarnosdinero.Esonosayudaríaparaelviaje.Parecíaindagarmireacción.—¿Tienemuchodinero?—lepregunté.Sonrió.—Ustedhablabadeunabrigohaceunmomento…Puesbien, lepediréqueme

compreunabrigodepiel…Pusosumanoenlamía,comolahabíavistohacerconVanBeverenelcafédela

RueCujas,yacercósurostroalmío.—Nosepreocupe—medijo—.Detestolosabrigosdepiel.

Enmihabitación,corriólascortinasnegras.Yonuncalohabíahechoantesporqueelcolordeesascortinasmeinquietaba,ycadamañanamedespertabalaluzdeldía.Laluzsefiltrabaahoraporlaaberturaentrelascortinas.Eraextrañoversuchaquetaysuropadiseminadasporelsuelo.Muchodespuésnosquedamosdormidos.Elruidodelospasosenlaescaleramearrancódelsueño,peronomemoví.Elladormía,sucabezaenmihombro.Mirémirelojdepulsera.Eranlasdosdelatarde.

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Alsalirdelahabitación,medijoqueseríamejorquenonosviéramosaquellanoche.Sin duda hacía ya largo rato queVanBever estaba de regreso deAthis-Mons y laesperaba en el Quai de la Tournelle. No quise preguntarle cómo justificaría sudemora.

Cuandomequedésolo,tuvelaimpresióndehaberregresadoalmismopuntodela noche anterior: nuevamente no tenía ninguna certeza y mi único recurso eraesperarlaallí,obienenelcaféDante,otalvezpasarporlaRueCujasaesodelaunadelamadrugada.Ynuevamente,elsábado,VanBeverpartiríahaciaForges-les-EauxoDieppe,e iríamosaacompañarlohastalaestacióndemetro.YsiélaceptabaqueellasequedaraenParís,seríaigualquelaotravez.Yasíhastaelfinaldelostiempos.

Cargué tres o cuatro libros de arte en mi gran bolsa de tela beige y bajé lasescaleras.

Lepregunté al hombreque estabadetrásdelmostradorde la recepción si teníauna guía de calles de París, y me tendió una, de color azul, que parecía nueva.ConsultétodoslosnúmerosdelBoulevardHaussmannhastaencontrar,enel158,elmuseo Jacquemart-André. En el 160 había, en efecto, un dentista, un tal PierreRobbes. Anoté, por las dudas, su número de teléfono:Wagram 13 18. Luego medirigíconlagranbolsabeigeenlamanohacialalibreríainglesadeSaint-Julien-le-Pauvre,dondeconseguívenderunadelasobrasquellevaba,ItalianVillasandTheirGardens,porlasumadecientocincuentafrancos.

Dudé un instante frente al edificio que había en el número 160 del BoulevardHaussmannyatravesélapuertacochera.Enunaplacafijadaenlapared,congrandesletrasdemolde,figurabanlosnombresylospisos:

DOCTORP.ROBBES-P.CARTAUD2.ºpiso

El nombre de Cartaud no estaba escrito con los mismos caracteres que el resto yparecíahabersidoañadidoalalista.Decidíllamaralapuertadelsegundopiso,perono tomé el ascensor, cuyos batientes acristalados y cuyas rejas brillaban en lapenumbra.Subílentamentelospeldañosdelaescaleramientraspensabaquélediríaalapersonaquemeabrieralapuerta.«TengounacitaconeldoctorCartaud».Simehacíanpasarasuconsultorio,adoptaríaeltonojovialdequienvisitaaunamigosinprevioaviso.Conunapequeñadiferencia:elsupuestoamigonomehabíavistomásqueunavez,ytalveznomereconociera.

Enlapuertahabíaunaplacadebroncesobrelaquepodíaleerse:

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CIRUJANODENTAL

Toquéeltimbreunavez,dosveces,tresveces,peronadierespondía.Salí del edificio. Junto al museo Jacquemart-André había un café con grandes

ventanales. Elegí unamesa desde la que podía vigilar la entrada del número 160.Esperaba la llegada deCartaud.Ni siquiera estaba seguro de que fuera importanteparaJacquelineyVanBever.Habíasidounencuentroazaroso.Quizánovolvieranaverloentodasuvida.

Yahabíabebidovariasgranadinasyeranlascincodelatarde.Habíaacabadoporolvidarlarazónprecisaporlaqueesperabaenaquelcafé.Hacíamesesquenoponíalos pies en lamargen derecha, y ahora elQuai de la Tournelle y el Barrio Latinoparecíanestaramilesdekilómetrosdedistancia.

Caía la noche. El café, desierto a mi llegada, se iba llenando poco a poco declientes que seguramente provenían de las oficinas cercanas. Oía el ruido de unflipper,comoenelcaféDante.

Un coche negro se detuvo frente al museo Jacquemart-André. En un primermomentonoleprestédemasiadaatención.Luegoelcorazónmediounvuelco:eraelcochedeCartaud.LoreconocíporquesetratabadeunmodeloingléspococorrienteenFrancia.Cartaud saliódel cochey fueaabrirle lapuertaa suacompañante: eraJacqueline.Mientras sedirigíanhacia lapuertacocheradeledificiohabríanpodidovermea travésde los cristalesdel café, peronomemovídemimesa.Esmás, noapartabalavistadeellos,comosiquisieraatraersuatención.

Pasaron sin advertirmi presencia.Cartaud empujó la puerta para dejar pasar aJacqueline. Llevaba un abrigo azul marino, y Jacqueline, su liviana chaqueta decuero.

Pedí una ficha de teléfono en elmostrador. La cabina se hallaba en el sótano.MarquéWagram1318.Delotroladodescolgaronelauricular.

—Hola…,¿habloconPierreCartaud?—¿Departedequién?—QuisierahablarconJacqueline.Unossegundosdesilencio.Colgué.

Volví averlos, a ellayaVanBever, aldía siguientepor la tardeenel caféDante.Estabansolos,alfondodelasala,delantedelflipper.Nointerrumpieronlapartidaami llegada. Jacqueline llevaba su pantalón negro ajustado en los tobillos y unasalpargatasrojasconcintas.Noerauncalzadoapropiadoparaelinvierno.

Aproveché un instante en queVan Bever fue a comprar cigarrillos y nos dejósolosparadecirle:

—¿YCartaud?¿LopasaronbienayerenelBoulevardHaussmann?Sepusomuypálida.

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—¿Porquémehaceesapregunta?—Losvientrarjuntoseneledificio.Yomeesforzabaporsonreíryhablarenuntonocasual.—¿Meestabasiguiendo?Teníalosojosdilatados.EnelmomentoenqueVanBeverseacercabaseinclinó

haciamíymedijoenvozbaja:—Estoquedaentrenosotros.Pensé en el frasco de éter—esa porquería, como ella lo llamaba— que había

compartidoconmigoaquellanoche.—Parecepreocupado…VanBeverestabadepiedelantedemíymedabagolpecitosenlaespalda,como

siintentarahacermesalirdeunmalsueño.Metendíaunpaquetedecigarrillos.—¿Quieresjugarotrapartidadeflipper?—lepreguntóJacqueline.Sehubieradichoquebuscabaalejarlodemí.—Todavíano.Meduelelacabeza.Amítambién.OíaelruidodelflipperinclusocuandonoestabaenelcaféDante.LepreguntéaVanBever:—¿TienenoticiasdeCartaud?Jacquelinefruncióelceño,sindudaparahacermeentenderquenodebíatocarese

tema.—¿Porqué?¿Leinteresa?Me había hecho la pregunta en un tono seco. Parecía sorprendido de que yo

recordaraelnombredeCartaud.—¿Esunbuencirujanodental?—pregunté.Recordabaeltrajegrisylavozgrave,bientimbrada,quedejabanentrevercierta

distinción.—Nolosé—dijoVanBever.Jacqueline fingíanooír.Mirabahaciaotraparte,hacia la entradadel café.Van

Beversonreía,conunasonrisaalgocrispada.—TrabajalamitaddeltiempoenParís—dijo.—¿Yelrestodeltiempo?—Enprovincias.Aquella noche en el café de laRueCujas, ciertomalestar flotaba entre ellos y

Cartaud,ynosedisipóapesardelaspalabrasanodinasqueintercambiamoscuandome senté a sumesa.Elmismomalestar que yo encontraba ahora en el silencio deJacquelineylasrespuestasevasivasdeVanBever.

—Elproblemaconesetipoesqueesunpocopegajoso—dijoJacqueline.VanBeverparecía aliviadodeque ellahubiera tomado la iniciativa al hacerme

aquellaconfidencia,comosiapartirdeentoncesnotuvierannadaqueocultarme.—No tenemos un especial interés en verlo —añadió—. Es él quien nos

persigue…

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Sí,eraloquehabíadichoCartaudaquellanoche.SehabíanconocidodosmesesatrásenelcasinodeLangrune.Élestabasolo,jugandodistraídamente,paramatareltiempo.Loshabíainvitadoacenarenelúnicorestauranteabierto,unpocomáslejos,enLuc-sur-Mer,yleshabíacontadoqueeradentistaytrabajabaenlaregión.EnElHavre.

—¿Yustedescreenquedicelaverdad?—pregunté.VanBeverparecióasombradodequeyopusieraendudalaprofesióndeCartaud.

Dentista en El Havre. Yo había ido varias veces a aquella ciudad, hacía muchotiempo, para tomar un barco hacia Inglaterra, y había paseado por sus muelles.Intentaba recordar la llegada a la estación y el trayecto hasta el puerto. Grandesconstruccionesdehormigón,todasiguales,alolargodeavenidasdemasiadoanchas.Losedificiosmonumentalesylasexplanadasmehabíanproducidounasensacióndevacío.Yahora,debíaimaginaraCartaudenaqueldecorado.

—HastanoshadadosudirecciónenElHavre—dijoVanBever.No me atreví a preguntarle, delante de Jacqueline, si conocía también su otra

dirección, en París, en el Boulevard Haussmann. Ella me dirigió de repente unamirada llena de ironía, como si pensara que Van Bever simplificaba las cosasvolviéndolasmuchomenosconfusasdeloqueeran:unhombrealqueseconoceenun balneario de Normandía y que es dentista en El Havre, nada de particular, ensuma.Recordéquesiempreesperabalahoradelembarqueenuncafédelosmuelles:laPorteOcéane…¿FrecuentaríaCartaudaquelestablecimiento?¿Yllevaríatambiénallísutrajegris?AldíasiguientecompraríaunplanodeElHavrey,cuandoestuvierasoloconJacqueline,ellameloexplicaríatodo.

—Pensábamos que perdería nuestro rastro en París, pero hace tres semanasvolvimosaverlo…

Y Van Bever encorvaba un poco más la espalda y hundía la cabeza entre loshombros,comosifueraasortearunobstáculo.

—¿Selocruzaronporlacalle?—pregunté.—Sí—dijoJacqueline—.Meencontréconélporcasualidad.Élesperabauntaxi

enlaPlaceduChâtelet.Meviobligadaadarleladireccióndenuestrohotel.Derepente,parecíacontrariadaporquelaconversaciónfueraenaquelladirección.—Ahora que pasa la mitad del tiempo en París —dijo Van Bever—, quiere

vernos.Nopodemosnegarnos…Lanocheanterior,JacquelinehabíabajadodelcochedespuésdequeCartaudle

hubiese abierto la puerta y había entrado detrás de él en el edificio delBoulevardHaussmann. Los había observado con detenimiento. El rostro de Jacqueline noexpresabalamenorcontrariedad.

—¿Estánrealmenteobligadosaverlo?—Unpoco—dijoVanBever.Mesonrió.Dudóuninstanteantesdeañadir:—Ustedpodríahacernosunfavor…Quedarseconnosotroscadavezqueesetipo

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vengaaacosarnos…—Su presencia nos facilitaría las cosas —dijo Jacqueline—. No le molesta,

¿verdad?—Todolocontrario,seráunplacer.Hubierahechocualquiercosaporella.

Elsábado,VanBeverpartióhaciaForges-les-Eaux.Yolosesperabaalascincodelatardedelantedelhotel,talcomomehabíanpedido.FueVanBeverelprimeroensalir.MepropusodarunpaseoporelQuaidelaTournelle.

—CuentoconustedparacuidardeJacqueline.Yo estaba sorprendido por sus palabras. Me explicó de un modo confuso que

Cartaudlohabíallamadolavísperaparadecirlequenopodríaacompañarloencochea Forges-les-Eaux porque tenía mucho trabajo. Pero no había que confiar en suspalabrasaparentementecordialesniensufalsacortesía.LaverdaderaqueCartaudqueríaaprovecharsuausencia,ladeVanBever,paraveraJacqueline.

Entonces¿porquénolallevabaconélaForges-les-Eaux?Merespondióque,siasílohiciera,Cartaudiríaabuscarlosallí,ysehallaríanen

lamismasituación.Jacquelinesalíadelhotelyveníaanuestroencuentro.—ApostaríaaqueestabanhablandodeCartaud—dijo.Nosinterrogabaconlamiradaaunoyaotroalternativamente.—Lehepedidoquenotedejesola—dijoVanBever.—Gracias.Loacompañamos, como lavezanterior,hasta la estacióndemetroPont-Marie.

Guardabansilencio.Yyoyanoteníaganasdehacerpreguntas.Medejabaarrastrarpor mi indolencia habitual. Lo único importante era que me quedaría solo conJacqueline. Tenía incluso la autorización de Van Bever, queme había confiado elpapeldeguardaespaldas.¿Quémáspodíapedir?

Antesdebajarlasescalerasdelmetro,dijo:—Tratarédeestarderegresomañanaporlamañana.En el último escalón, se quedó inmóvil un instante,muy erguido, dentro de su

abrigodetweed.MirabafijamenteaJacqueline.—Simenecesitas,tieneselnúmerodelcasinodeForges…Surostrohabíaadquiridoderepenteunaexpresióndecansancio.Empujóunodelosbatientesdelapuerta,quesecerrótrasél.

AtravesábamoslaÎleSaint-LouisendirecciónalamargenizquierdayJacquelinemehabíaagarradodelbrazo.

—¿CuándovamosaencontrarnosconCartaud?

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Mipreguntapareciódisgustarlaunpoco.Norespondió.Esperaba queme despidiera a la puerta de su hotel, perome condujo hasta la

habitación.Yahabíaanochecido.Encendiólalamparitadenoche,alladodelacama.Yoestabasentadoenlasillacercadelbaño,yella,enelsuelo,apoyadacontrael

bordedelacama,losbrazosalrededordelasrodillas.—Tengoqueesperarsullamada—medijo.SereferíaaCartaud.Pero¿porquéestabaobligadaaesperarsullamada?—AyermeespiabaustedenelBoulevardHaussmann.—Sí.Encendió un cigarrillo. A la primera bocanada de humo comenzó a toser.

Abandonémisillaymesentéenelsuelo,juntoaella.Apoyábamosnuestrasespaldasenelbordedelacama.

Lequitéelcigarrillodelasmanos.Elhumolehacíamalyyoqueríaquedejaradetoser.

—NoqueríahablardelantedeGérard…Sehabríasentidoincómodo…Perodebeustedsaberqueélestáaltantodetodo…

Memirabaalosojos,comodesafiándome:—Porelmomentonohayotrasolución…Necesitamosaesetipo…Yomedisponíaahacerleunapregunta,peroalargósubrazohacialamesillade

nocheyapagólalámpara.Seinclinóhaciamíysentílacariciadesuslabiosenmicuello.

—¿Noprefierequepensemosenotracosaahora?Teníarazón.Nosabíamoscuántosdisgustospodíadepararnoselfuturo.

Serían las siete de la tarde cuando alguien llamóa la puerta y dijo convoz ronca:«Hayuna llamadaparausted». Jacqueline se levantóde lacamay, sinencender lalámpara, se puso mi impermeable y abandonó la habitación dejando la puertaentornada.

Elteléfonoestabaenlapareddelpasillo.Laoíaresponderconunsíounno,yrepetir que «realmente no era necesario que ella fuera esa noche», como si suinterlocutornocomprendierasuspalabras,oellaquisierahacersederogar.

Cerrólapuertayvinoasentarsesobrelacama.Teníaunaspectocómicoconeseimpermeabledemasiadograndeparaella,alquelehabíadobladolasmangas.

—Deboencontrarmeconélenmediahora…Vieneabuscarme…Creequeestoysolaaquí…

Seacercóymedijoenvozmásbaja:—Necesitaríaquemehicieraunfavor…Cartaud la llevaría a cenar con unos amigos.Luego, ella no sabía exactamente

cómo terminaría la velada. El favor que esperaba de mí era el siguiente: que

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abandonaraelhotelantesdelallegadadeCartaud.Ellamedaríaunallave.Lallavedel apartamento del Boulevard Haussmann. Yo iría a buscar una maleta que sehallabaenunodelosarmariosdelconsultoriodeldentista,«elqueestabajuntoalaventana».Tomaríalamaletaylatraeríahastaaquí,alahabitación.Esoeratodo.Muysencillo.Ellamellamaríaalrededordelasdiezparaindicarmedóndeencontrarnos.

¿Quéconteníaesamaleta?Conunasonrisaalgo forzadamedijo:«Unpocodedinero».Noexpresémayorasombro.¿YcuálseríalareaccióndeCartaudalverquela maleta había desaparecido? Bueno, jamás podría sospechar que habíamos sidonosotrosquieneslahabíamosrobado.Naturalmente,Cartaudignorabaqueteníamosuna copia de la llave del apartamento. Ella se había procurado a sus espaldas unduplicadoenunpuestodelaestacióndeSaint-Lazare.

Mesentíaconmovidoporel«nosotros»quehabíaempleado,porquesetratabadeellaydemí.Quisesaber,detodosmodos,siVanBeverestabaaltantodelproyecto.Sí.Perohabíapreferidoquefueraellaquienmelocontara.Yonoeraentoncesmásqueunacomparsay loqueesperabandemí eraque llevara a cabounaespeciederobo.Paraquitarmelosescrúpulos,precisóqueCartaudnoera«unabuenapersona»yque,detodosmodos,«selomerecía…».

—¿Espesadalamaleta?—lepregunté.—No.—Porquenosésimeconvendríatomaruntaxioelmetro.Parecióasombradadequeyonomostrarareticenciaalguna.—¿Nolemolestahacerestopormí?Quería sindudaañadirquenocorríaningún riesgo,peroyononecesitabamás

estímulo.Adecirverdad,desdemiinfanciahabíavistoamipadretrasladarmaletascondoblefondo,bolsasymaletinesdecuero,einclusoaquellascarterasnegrasquele daban una falsa apariencia de respetabilidad… Y siempre había ignorado cuálpodíasersucontenido.

—Loharécongusto—ledije.Sonrió.Mediolasgraciasyañadióqueeralaúltimavezquemeproponíaalgo

así.LoúnicoquememolestabavagamenteeraqueVanBeverestuvieraalcorrientedetodo.Porlodemás,estabahabituadoalasmaletas.

Enelvanodelapuertameentrególallaveymebesó.Bajé corriendo las escaleras y atravesé elmuelle a paso rápido en dirección al

puentedelaTournelle,esperandonocruzarmeconCartaud.Erahorapunta,ymesentíabienallí,enelmetro,apretujadoentrelospasajeros.

Nocorríaningúnriesgodellamarlaatención.Cuandoregresaraconlamaleta,habíadecidido,tomaríanuevamenteelmetro.Esperaba el transbordo conMiromesnil en la estaciónHavre-Caumartin. Tenía

tiempo.Jacquelinenomellamaríahastalasdiezalhotel.Dejépasardosotrestrenes.

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¿Por qué me había confiado esa misión a mí en vez de a Van Bever? ¿Le habíacontado,realmente,queyoiríaabuscaresamaleta?Conella,unonuncapodíasaber.

Alasalidadelmetromeinvadióciertomalestar,perosedisipórápidamente.Mecruzabaconpocagenteynohabíaluzenlasventanasdelosedificios:oficinasquelosocupantesacababandeabandonar.Delantedelnúmero160alcélavista.Sololasventanasdelcuartopisoestabaniluminadas.

No accioné el interruptor. El ascensor subía lentamente y la luz amarilla de labombilla,alaalturademicabeza,proyectabasobrelapareddelaescaleralasombrade las rejas. Dejé la puerta del ascensor entreabierta un instante para poderalumbrarmemientrasintroducíalallaveenlacerradura.

Laspuertasdedoblehojadeldescansilloestabanabiertasdeparenpar,yunaluzblancaproveníadelasfarolasdelacalle.Entréenelconsultoriodeldentista,queseencontrabaaladerecha.Elsillóndelospacientes,enelcentrodelahabitación,consurespaldodecueroreclinadohaciaatrás,constituíaunaespeciededivánelevadoenelquesepodíanestirarlaspiernas.

Alaluzdelafarolaabríelarmariometálico,elqueestabajuntoalaventana.Lamaletaestabaallí,enefecto,sobreunestante.Unasimplemaletadehojalata,comolasquellevanlosreclutasensudíadepermiso.

Agarré la maleta y volví al descansillo. En el lado opuesto al consultorio deldentista había una sala de espera. Encendí el interruptor. La luz descendió de unaarañadecristal.Sillonesdeterciopeloverde.Sobreunamesabaja,pilasderevistas.Atravesé la sala y entré en una pequeña habitación con una cama estrecha cuyassábanasestabanrevueltas.Encendílalámparadelamesitadenoche.

Lapartedearribadeunpijamahechaunovillosobrelaalmohada.Enelarmario,colgadosenperchas,dos trajesdelmismogrisyelmismocortequeelquellevabaCartaud en la Rue Cujas. Y al pie de la ventana, un par de zapatos marrones,provistosdehorma.

DemodoqueaquellaeralahabitacióndeCartaud.Dentrodeuncestodemimbrevi un paquete de Royales, los cigarrillos que fumaba Jacqueline. Seguramente lohabíaarrojadolaotranoche,cuandohabíavenidoconél.

Abrímaquinalmente el cajón de lamesilla, en el que se amontonaban cajas desomníferosyaspirinasytarjetasdevisitaconelnombredePierreRobbes,cirujanodental,BoulevardHaussmann160,Wagram1318.

Lamaleta estaba cerrada con llave y yo dudaba si forzar la cerradura. No erapesada. Sin duda, contenía dinero en billetes de banco. Revisé los bolsillos de lostrajes y finalmente encontré una billetera negra, y en su interior, un documento deidentidad,expedidounañoatrás,anombredePierreCartaud,nacidoel15dejuniode1923enBordeaux(Gironde),domicilio:BoulevardHaussmann160,París.

Cartaudvivíaentoncesallídesdehacíaunaño…Enelmismodomiciliodel talPierreRobbes,cirujanodental.Erademasiadotardeparahacerlepreguntasalporteroy,porotraparte,nopodíapresentarmeanteélconesamaletadehojalataenlamano.

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Me senté en el borde de la cama y aspiré aquel olor a éter queme oprimía elcorazón,comosiJacquelineacabaradeabandonarelcuarto.

Antesdesalirdeledificio,viluztraslapuertaacristaladadelporteroymedecidíallamar.Unhombremoreno,debajaestatura,abrióyasomó lacabezapor lapuertaapenasentreabierta.Memirabacondesconfianza.

—QuisieraveraldoctorRobbes—ledije.—EldoctorRobbesnoestáenParísenestemomento.—¿Sabeusteddóndepodríaencontrarlo?Parecíacadavezmásdesconfiadoysusojossedirigíana lamaletadehojalata

queyollevabaenlamano.—¿Nolehadejadosudirección?—Nopuedoayudarlo,señor.Noséquiénesusted.—SoyunparientedeldoctorRobbes.Tengounosdíasdepermiso…Aqueldetalleparecióinspirarlealgodeconfianza.—EldoctorRobbesseencuentraensucasadeBehoust.Aquelnombrenomesonaba.Lepedíquemelodeletreara:BEHOUST.—Disculpe—ledije—,peropenséqueeldoctorRobbesyanovivíaaquí.Hay

otronombreenlalistadeinquilinos.LeseñalabalaplacayelnombredeCartaud.—EsuncolegadeldoctorRobbes…Nuevamenteadvertíladesconfianzaensurostro.Medijo:—Adiós,señor.Ycerróbruscamentelapuerta.

Unavezenlacalle,decidícaminarhasta laestacióndeSaint-Lazare.Lamaletanopesaba demasiado. El bulevar estaba desierto, las fachadas de los edificios siniluminar, de vez en cuando pasaba un coche en dirección aL’Étoile.Quizás habíacometidounerroralllamaralapuertadelportero,ahorapodríadarmidescripción.Para tranquilizarme me decía que nadie —ni Cartaud, ni aquel fantasmal doctorRobbes,nielporterodelnúmero160—podíahacermedaño.Sí, loqueacababadehacer—entrar en un apartamento desconocido y llevarme una maleta que no mepertenecía,gestoqueparacualquierotrohabríarevestidociertagravedad—noteníalamenortrascendenciaparamí.

Prefería no volver enseguida al Quai de la Tournelle. Subí las escaleras de laestaciónydesemboquéenlaSaladelosPasosPerdidos.Muchagentesedirigíaaúnhacia el andénde los trenes locales.Me senté enunbanco con lamaleta entre laspiernas.Pocoapocoteníalaimpresióndeseryomismounviajeroounreclutaensudíadepermiso.LaestacióndeSaint-Lazaremeofrecíainnumerablesposibilidadesde

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fuga,ademásdelasafuerasoNormandía,haciadondesedirigíanlostrenes.ComprarunbilleteparaElHavre, laciudaddeCartaud.YunavezenElHavre,desaparecerhaciacualquierlugar,porlaPorteOcéane…

¿Porqué aquelvestíbulode la estación se llamabaSalade losPasosPerdidos?Bastaba sin duda que uno permaneciera allí unos minutos y todo perdía sentido,inclusolospropiospasos.

Caminé hasta la cafetería, que se hallaba al fondo de la estación.Dos reclutasocupaban una de las mesas de la terraza y tenían una maleta similar a la que yollevaba.Estuveapuntodepedirleslapequeñallavedesumaletaparaintentarabrirlamía.Perotemíque,unavezabierta, losfajosdebilletesdebancoqueseguramentecontenía llamaran la atención de mis vecinos, y en particular la de uno de esosinspectoresdepaisanodelosquehabíaoídohablar:lapolicíadeestación.AquellaspalabrasmeevocabanaJacquelineyVanBever,comosiellosmehubieranempujadohacia una aventura en la que, a partir de aquel momento, corría el riesgo deconvertirmeenpresadelapolicíadeestación.

Entréen lacafeteríaymeacomodéenunade lasmesascercadelventanalquedabaa laRueÁmsterdam.Noteníaapetito.Pedíunagranadina.Sujetabalamaletaentremispiernas.Unapareja,enlamesadeallado,hablabaenvozbaja.Elhombreeramoreno,deunostreintaaños,lapieldelrostropicadadeviruelaalaalturadelospómulos.Nosehabíaquitadoelgabán.Lamujer tambiéneramorenay llevabaunabrigo de piel. Acababan de cenar. La mujer fumaba Royales, como Jacqueline.Sobreelbancoenelqueestaban sentados,unagrancarteranegrayunamaletadecuerodelmismocolor.MepreguntabasiacababandellegaraParísosemarchaban.Lamujerdijoclaramente:

—Podríamostomarelpróximotren.—¿Aquéhorasale?—Alasdiezycuarto…—Deacuerdo—dijoelhombre.Semirarondeunmodoextraño.Diezycuarto.Eraaproximadamentelahoraen

queJacquelinemetelefonearíaalhoteldelQuaidelaTournelle.El hombre pagó la cuenta y se pusieron de pie.Él agarró la cartera negra y la

maleta.Pasaronpordelantedemimesa,peronomeprestaronlamenoratención.Elcamareroseinclinóhaciamí:—¿Yahadecidido?Meseñalabaelmenú.—En esta parte de la cafetería se sirve la cena…No puedo traerle una simple

consumición…—Esperoaalguien—ledije.Atravésdelventanalvideprontoalhombreyalamujer,enlaaceradelaRue

Ámsterdam.Ellalohabíatomadodelbrazo.Entraronenunhotel,unpocomásabajo.Elcamarerovolvióaplantarsedelantedemimesa:

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—Debedecidirse,señor…,acabamiturno…Consultémi reloj.Ochoycuarto.Preferíapermanecerallí antesquedeambular

fuera, enmediodel frío, así quepedí elmenú.Lahorapuntahabíapasado.Todoshabíantomadosutrenhacialasafueras.

Abajo,enlaRueÁmsterdam,seveíagentetrasloscristalesdelúltimocafé,antesde la Place deBudapest. La luz era allímás amarilla ymás turbia que en el caféDante. Durante mucho tiempo me pregunté por qué todas esas gentes venían aperderseenlasinmediacionesdelaestacióndeSaint-Lazare,hastaquemeenterédequeaquellazonaeraunadelasmásbajasdeParís.Unoparecíadeslizarseallíporunasuavependiente.Laparejanohabíaopuestoresistenciaalapendiente.Habíandejadopasarlahoradeltrenparairapararaunahabitaciónconcortinajesnegros,comolosdelhoteldeLima,perodondeelpapelpintadodelasparedesestaríamássucio,ylassábanas,arrugadasporquienesloshabíanprecedido.Sobrelacama,ellanisiquierasequitaríaelabrigodepiel.

Habíaterminadomicena.Apoyélamaletaenelasiento,amilado,toméelcuchilloeintentéintroducirlapuntaenlacerradura,peroerademasiadopequeña.Estabafijadaconunosclavosquehubierapodidoarrancarconayudadeunaspinzas.¿Paraqué?EsperaríaaencontrarmeconJacquelineenlahabitación,enelQuaidelaTournelle.

También podía irme solo y no volver a dar señales de vida, ni a ella ni aVanBever.Misúnicosbuenosrecuerdos,hastaaquelmomento,eranrecuerdosdefuga.

Meentraronganasderecortarunahojadepapelenpequeñoscuadrados.Ysobrecadacuadradohabríaescritounnombreyunlugar:

JacquelineVanBeverCartaudDoctorRobbesBoulevardHaussmann160,2.ºpisoHoteldelaTournelle,QuaidelaTournelle65HoteldeLima,BoulevardSaint-Germain46LeCujas,RueCujas22CaféDanteForges-les-Eaux,Dieppe,Bagnoles-de-l’Orne,Enghien,Luc-sur-Mer,LangruneElHavreAthis-Mons

Habríamezclado los papeles, como en un juego de naipes, y los habría dispuestosobrelamesa.¿Demodoqueaquelloeramividapresente?¿Todosereducíaparamí,enaquelmomento,aunosveintenombresydireccionesdisparescuyoúnicovínculo

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erayo?¿Yporquéesosynootros?¿Quéteníayoencomúnconaquellosnombresydirecciones?Meencontrabaenmediodeunodeesossueñosdelosquesabemosquepodemos despertar en cualquier momento, cuando los peligros acechan. Si así lodecidía,podíaabandonaraquellamesaytodosedesharía,todoseperderíaenlanada.No quedarían entoncesmás que unamaleta de hojalata y algunos trozos de papeldondealguienhabríagarabateadounosnombresylugaresqueyanotendríansentidoparanadie.

AtravesénuevamentelaSaladelosPasosPerdidoscasidesiertaymedirigíhacialosandenes.Busqué en el panel luminoso el destino del tren de las diez y cuarto quedebíatomarlaparejadelacafetería:ELHAVRE.Teníalaimpresióndequeesostrenesnoconducíananingúnsitio,ydequeestabacondenadoadeambulardelacafeteríaala Sala de los Pasos Perdidos, y de esta a la galería comercial y a las calles querodeabanlaestación.Todavíaunahoraqueperder.Cercadelaslíneasdelasafuerasme detuve frente a una cabina telefónica. ¿Regresar al número 160 del BoulevardHaussmann para dejar la maleta en su lugar? De ese modo todo volvería a lanormalidadyyonotendríanadaquereprocharme.Enelinteriordelacabinaconsultéla guía telefónica, pues había olvidado el número del doctor Robbes. El teléfonosonabaynadierespondía.Elapartamentoestabavacío.¿LlamaraltaldoctorRobbesasucasadeBehoustyconfesarletodo?¿YdóndediablosestaríanenesemomentoJacquelineyCartaud?Colguéelauricular.PreferíaconservarlamaletayllevárselaaJacqueline,eraelúnicomododemanteneralgúncontactoconella.

Hojeabalaguíatelefónica.LascallesdeParísdesfilabanantemisojos,lomismoque los números de los edificios y los nombres de sus ocupantes. Di con SAINT-LAZARE(Estación)ymesorprendióencontrartambiénallínombres:

RedpolicialLab2842CochescamaEur4446CaféRomaEur4830HotelTerminusEur3680CooperativademozosdeequipajeEur5877GabrielleDebrie,flores,SaladelosPasosPerdidosLab0247

Galeríacomercial:

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1BernoisEur45665BiddelooyDilleyMmes.Eur4248CalzadosGeoEur4463CinéacLab807419Bourgeois(Renée)Eur350225StopcorreoprivadoEur459625bisNono-NanetteEur426227DiscoboleEur4143

¿Eraposibleentrarencontactoconaquellaspersonas?¿EnesemomentoRenéeBourgeoisseencontrabaenalgúnlugardelaestación?Detrásdeloscristalesdeunadelassalasdeesperadistinguíaunhombreconunviejogabánmarrónquedormíadesplomado sobre uno de los bancos.Un diario asomaba del bolsillo de su gabán.¿Bernois?

Por laescaleraprincipal lleguéa lagaleríacomercial.Todas las tiendasestabancerradas.Oíaelruidodelmotordiéseldelostaxis,queesperabanenfila,enlaRueÁmsterdam. La galería comercial estaba muy iluminada y yo temía cruzarme encualquiermomentoconunodeesosinspectoresdela«redpolicial»—comofigurabaen la guía—. Me ordenaría abrir la maleta y yo me vería obligado a huir. Meatraparían fácilmente y me llevarían a la comisaría de la estación. Todo erademasiadoestúpido.

Entré en el Cinéac y pagué los dos francos con cincuenta en la taquilla. Laempleada, una rubia con el pelo corto, quiso guiarme con su linterna hasta lasprimerasfilas,peropreferísentarmealfondodelasala.Lasimágenesdelnoticiariose sucedían y el locutor las comentaba con una voz chillona que yo conocía dememoria,lamismavozdesdehacíaveinticincoaños.LahabíaoídoelañoanteriorenelcineBonaparte,durantelaproyeccióndeunmontajedeviejosnoticiarios.

Habíadepositadolamaletaenelasiento,amiderecha.Delantedemícontésietesiluetasdispersas,sietepersonassolas.Flotabaenlasalaesetibiooloraozonoquenossorprendealcaminarsobreunarejilladelmetro.Apenasprestabaatenciónalasimágenes de los acontecimientos de la semana. Cada quinceminutos se repetiríansobre la pantalla, atemporales, como aquella voz aguda que, me decía, tal vezfuncionaragraciasaunaprótesis.

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Lasnoticiasseproyectabanporterceravezymirémireloj.Nueveymedia.Soloquedabandossiluetasdelantedemí.Sindudasehabíandormido.Laacomodadoraocupabaunasillaplegable,contralapareddelfondo,cercadelaentrada.Oíelruidode la silla al cerrarse.El hazde luzde su linternabarrió la fila de asientosque seencontrabaamialtura,peroalotroladodelpasillo.Guiabaaunjovendeuniforme.Apagósulinternaysesentaronjuntos.Pudeoíralgunaspalabrasdelaconversación.TambiénélsubiríaaltrendeElHavre.TrataríadeestarderegresoenParísenquincedías.Lallamaríaparadarlelafechaexacta.Estabanmuycerca.Solonosseparabaelpasillo.Hablabanenvozalta,comosiignoraranmipresenciayladelasdossiluetasdormidasdelantedenosotros.Sequedaroncallados.Seabrazabanysebesaban.Lavoz chillona continuaba comentando las imágenes en la pantalla: desfile dehuelguistas, la comitiva de un presidente de Estado extranjero a través de París,bombardeos…Hubieraqueridoqueesavozseapagaradeunavezportodas.Laideade que se mantuviera inalterable, comentando catástrofes futuras sin la menorcompasión,medabaescalofríosenlaespalda.Ahoralaacomodadoraestabasentadaa horcajadas sobre las rodillas de su compañero y se sacudía con movimientosbruscosyunrechinarderesortes.Muypronto,sussuspirosygemidosacabaronporahogarlavozagudadellocutor.

EnlaCourdeRomehurguéenmisbolsillosparaversiaúnmequedabasuficientedinero. Diez francos. Podía tomar un taxi. Sería muchomás rápido que el metro:habríatenidoquehacertransbordoenOpéraycargarconlamaletaporlospasillos.

El conductor se disponía a guardar la maleta en el maletero pero yo preferíaconservarla conmigo. Bajamos por la Avenue de l’Opéra y continuamos por losmuelles.Parísestabadesiertaaquellanoche,comounaciudada laqueabandonabapara siempre. Al llegar al Quai de la Tournelle temí haber perdido la llave de lahabitación,perosehallabaenunodelosbolsillosdemiimpermeable.

Pasépordelantedelpequeñomostradordelarecepciónypreguntéalhombrequehabitualmentesequedabaallíhasta lamedianochesihabíarecibidoalgunallamadaparalahabitación3.Merespondióqueno,peroaúnnoeranmásquelasdiezmenosdiez.

Subí las escaleras sin que me hiciera la más mínima pregunta. Quizá meconfundíaconVanBever.Obienconsiderabaquenovalíalapenapreocuparseporlasidasyvenidasdeloshuéspedesenunhotelcondenadoauncierreinminente.

Dejé la puerta de la habitación entornada para oírmejor. Puse lamaleta en elsueloymetendísobrelacamadeJacqueline.Eloloraéterpersistíatenazmenteenlaalmohada. ¿Había vuelto a tomarlo? ¿Aquel olor estaría, más tarde,irremediablementeasociadoaJacqueline?

Apartirdelasdiez,comencéainquietarme:ellanollamaríayyonovolveríaaverla.Amenudoesperabaquelaspersonasquehabíaconocidodesaparecierandeun

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momentoaotrosinvolveradarnuncaseñalesdevida.Tambiényosolíafaltaralascitas, e incluso aprovechaba un momento de distracción de algún acompañanteocasionalparaabandonarlo.Unapuertacocherade laPlaceSaint-Michelmehabíasido a menudo de inestimable ayuda. Una vez franqueada, un pasaje conducíanuevamentealaRuedel’Hirondelle.Yhabíaanotadoenunapequeñalibretanegralalistadetodoslosedificioscondossalidas…

Oílavozdelhombreenlaescalera:teléfonoparalahabitación3.Apenaseranlasdiezycuartoyyahabíaperdidolasesperanzas.

HabíahuidodeCartaud.SeencontrabaeneldistritoXVII.Mepreguntósiteníalamaletaconmigo.Yodebíaguardarsuropaenunabolsadeviaje,recogermiscosasdel hotel deLima y esperarla luego en el caféDante. Pero era imprescindible queabandonaracuantoanteselQuaidelaTournelle,yaqueseríaelprimersitioenelquelabuscaríaCartaud.Habíahabladoconunavozmuyserena,comositodoestuvieraplaneado de antemano en su cabeza. Saqué del armario una vieja bolsa de viaje ymetí dentro los dos pantalones, la chaqueta de cuero, un par de sujetadores, lasalpargatas rojas, el jersey de cuello alto y los pocos objetos de tocador que habíasobre larepisadelbaño,entreellosunfrascodeéter.Soloquedaba laropadeVanBever.Dejélaluzencendidaparaqueelporterocreyeraquelahabitaciónaúnestabaocupada, y cerré la puerta. ¿Aqué hora vendríaVanBever?Quizá se reuniría connosotrosenelcaféDante.¿Lohabría llamadoellaaForgesoaDieppey lehabríadicholomismoqueamí?

Bajé las escaleras sin pulsar el interruptor.Temía atraer la atención del porterocon aquella bolsa de viaje y aquella maleta. Estaba inclinado sobre un periódico,parecíaconcentradoen loscrucigramas.Nopudeevitarmirarloalpasar juntoaél,peronisiquieraalzólavista.UnavezenelQuaidelaTournelle,temíoírlogritaramisespaldas:Señor,señor…Regreseinmediatamente,porfavor…TambiénesperabaverdetenerseamiladoelcochedeCartaud.PeroalllegaralaRuedesBernardinsrecuperé la calma. Subí rápidamente a mi habitación y guardé en la bolsa deJacquelinelapocaropaylosdoslibrosquemequedaban.

Luegobajéypedí lacuenta.Elporterodenochenomehizoningunapregunta.Fuera,enelBoulevardSaint-Germain,sentí laembriaguezhabitualquemeinvadíacadavezqueemprendíalafuga.

Mesentéaunadelasmesasdelfondoyapoyélamaletacontraelbanco.Nadieenlasala.Unsoloclienteestabaacodadoenlabarra.Allí,contralapared,encimadelosestantesconpaquetesdecigarrillos,lasagujasdelrelojmarcabanlasdiezymedia.Amilado,elflippersehallabaporprimeravezsilencioso.Ahora,estabasegurodequeellavendríaalacita.

Entró, pero sumirada nome buscó de inmediato. Se dirigió almostrador paracomprarcigarrillos.Sesentóenelbanco.Violamaleta,luegoapoyóloscodossobre

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lamesaylanzóunlargosuspiro.—Logrédeshacermedeél—medijo.EstabancenandoenunrestaurantecercanoalaPlacePereire,ella,Cartaudyotra

pareja.Queríaescabullirsealfinaldelacomida,perocorríaelriesgodequelavierandirigirsealaparadadetaxisolabocadelmetroatravésdelventanal.

Habíansalidodelrestauranteysehabíavistoobligadaasubiralcocheconellos.Lahabían conducido al bardeunhotel cercanoque se llamabaLesMarronniers abeber una última copa. Y había sido en Les Marronniers donde los había dejadoplantados.Una vez en la calle,me había llamado desde un café del Boulevard deCourcelles.

Encendió un cigarrillo y empezó a toser. Puso sumano sobre lamía, como lahabíavistohacerconVanBeverenlaRueCujas.Ycontinuabatosiendo,conaquellatosquecomenzabaapreocuparme.

Lequitéelcigarrillodelamanoyloaplastécontraelcenicero.Medijo:—TenemosqueirnosdeParís.¿Estádeacuerdo?Porsupuestoqueestabadeacuerdo.—¿Adóndelegustaríair?—pregunté.—Acualquiersitio.Estábamos cerca de la estación deLyon.Bastaba seguir por elmuelle hasta el

JardínBotánicoycruzarelSena.Losdoshabíamostocadofondo,yhabíallegadoelmomento de dar un salto en el fango para salir a la superficie. Allí, en LesMarronniers,CartaudhabríacomenzadoainquietarseporlaausenciadeJacqueline.VanBeversehallabaquizásaúnenDieppeoenForges.

—¿YaGérard,noloesperamos?—lepregunté.Medijoquenoconlacabezaylaslíneasdesurostrosecrisparon.Estabaapunto

de llorar.Comprendíquedeseabaquenos fuéramos losdos solospara romperconuna etapa de su vida. También yo dejaba atrás los años grises y opacos que habíavividohastaentonces.

Sentídeseosdedecirlenuevamente:talvezdebiéramosesperaraGérard.Guardésilencio. Una silueta con un abrigo de tweed quedaría fijada para siempre en elinviernodeaquelaño.Algunaspalabrasmevendríanalamemoria:elcinconeutro.Ytambién un hombremoreno en traje gris con el que apenas había coincidido unosminutos,ydelqueyanuncasabríasieraonoeradentista.Ylosrostroscadavezmásimprecisosdemispadres.

Saqué del bolsillo de mi impermeable la llave del apartamento del BoulevardHaussmannqueellamehabíaentregadoyladejésobrelamesa.

—¿Quéhacemosconella?—Laguardamosderecuerdo.Ya no quedaba nadie en la barra. En el silencio que nos rodeaba oía el

chisporroteodelosneones.Proyectabanunaluzquecontrastabaconelnegrodeloscristales de las ventanas, una luz demasiado intensa, como una promesa de las

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primaverasylosveranosporvenir.—Deberíamosiralsur…Sentía cierto placer al pronunciarlo: el sur.Esa noche, en aquella sala desierta,

bajolaluzdelosneones, lavidanoteníaaúnelmenorpeso,yhuireratanfácil…Habíapasadoyalamedianoche.Eldueñoseacercóanuestramesaparadecirnosqueeralahoradecierre.

Dentro de la maleta hallamos dos fajos delgados de billetes de banco, un par deguantes,librossobrecirugíadentalyunagrapadora.Jacquelinepareciódesilusionadaporeltamañodelosfajos.

Antes de partir hacia el sur y hacia Mallorca, decidimos pasar por Londres.DejamoslamaletaenlaconsignadelaestacióndelNorte.

Teníamos que esperarmás de una hora en la cafetería hasta la salida del tren.Compréunsobreyunsello,yenviéelticketdelaconsignaaCartaud,alnúmero160delBoulevardHaussmann.Adjuntéunanotaenlaqueprometíadevolverleeldineroenunfuturocercano.

En Londres, aquella primavera, era necesario ser mayor de edad y casado parahospedarseenunhotel.TerminamosenunacasadehuéspedesdeBloomsbury,cuyadueñafingiótomarnosporhermanos.Nosofrecióunahabitaciónqueservíadesalade fumar o de lectura, y que estaba amueblada con tres sofás y una librería. Nopodíamos permanecer allí más de cinco días, con la condición de pagar poradelantado.

Luego, presentándonos en la recepción por separado, como si no nosconociéramos, conseguimos dos habitaciones en el Cumberland, cuya enormefachadasealzabasobreMarbleArch.Perotambiéndeallítuvimosquemarcharnosalosdosdías,porqueadvirtieronelengaño.

Realmentenosabíamosdóndealojarnos.DespuésdeMarbleArchcaminamosalolargodeHydeParkyseguimosporSussexGardens,unaavenidaqueconducíaalaestación de Paddington. En la acera de la izquierda se sucedían pequeños hoteles.Elegimosunoalazary,estavez,nonospidierondocumentaciónalguna.

Ladudanosvisitabasiemprea lamismahora,cadanochecuandoregresábamosalhotelconlaperspectivadereencontrarnosconaquellahabitaciónenlaquevivíamosclandestinamente,mientraseldueñonoslopermitiera.

Antes de atravesar el umbral del hotel, caminábamos unos metros por SussexGardens. Ninguno de los dos sentía deseos de volver a París. A partir de ahorateníamos prohibido circular por el Quai de la Tournelle y el Barrio Latino.

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Naturalmente,Paríseragrande,yhabríamospodidocambiardebarriosincorrerelriesgodecruzarnosconGérardvanBeveroCartaud.Peroeramejornovolversobrenuestrospasos.

¿CuántotiempotranscurrióantesdequeconociéramosaLinda,aPeterRachmanyaMichaelSavoundra?Quincedías,talvez.Quincedíasinterminablesduranteloscualeslloviósincesar.Íbamosalcineparahuirdeaquellahabitacióncuyasparedesempapeladasestabansembradasdemanchasdemoho.Luegocaminábamos,siempreporOxfordStreet.LlegábamoshastaBloomsbury,alacalledelacasadehuéspedesen la que habíamos pasado la primera noche en Londres. Y retomábamos OxfordStreetensentidoinverso.

Procurábamos retrasar el momento de volver al hotel. No podíamos continuarcaminandobajolalluvia.Siempreteníamoselrecursodeasistiraotrasesióndecine,obiende entrar enunagran tiendao enun café.Pero finalmentedebíamos reunircorajeyregresaralhotel.

Una tarde en quenos habíamos aventuradomás lejos, hasta lamargenopuesta delTámesis, sentí queme invadía el pánico.Era la horapunta: un río degente de lasafuerasatravesabaelpuentedeWaterlooparadirigirsea laestación. Íbamosporelpuenteensentidocontrarioytemíquenoshicierancambiarderumbo.Perologramosoponerlesresistencia.NossentamosenunbancodeTrafalgarSquare.Nohabíamosintercambiadounasolapalabradurantetodoeltrayecto.

—¿Tesientesmal?—mepreguntóJacqueline—.Estáspálido…Mesonreía.Yoadvertíasuesfuerzoporconservarlasangrefría.Laperspectiva

decaminarderegresoalhotelentreelgentíodeOxfordStreetmeagobiaba.Nomeatrevíaapreguntarlesisentíaelmismotemor.Dije:

—¿Notepareceunaciudaddemasiadogrande?Tambiényointentabasonreír.Ellamemirabaconelceñofruncido.—Esunaciudaddemasiadograndeynoconocemosanadie…Mivozestabaenblanco.Nopodíaarticularunasolapalabra.Ella había encendido un cigarrillo. Llevaba su chaqueta de cuero demasiado

livianaytosíaunpoco,comoenParís.YoechabademenoselQuaidelaTournelle,elBoulevardHaussmannylaestacióndeSaint-Lazare.

—EnParíseramásfácil…Perohabíahabladotanbajoquemepreguntabasimehabíaoído.Estabaabsorta

en sus pensamientos. Había olvidado mi presencia. Frente a nosotros, una cabinatelefónicaroja,delaqueacababadesalirunamujer.

—Esunalástimaquenotengamosanadieaquienllamar…—ledije.Se volvió hacia mí y puso su mano en mi brazo. Se había sobrepuesto a la

desazónquelahabíainvadidopocoantes,cuandocaminábamosporelStrandhaciaTrafalgarSquare.

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—SolonecesitamosunpocodedineroparairaMallorca…Erasuideafijadesdequelaconocía,ydesdequehabíavistoladirecciónenel

sobre.—EnMallorcaestaremostranquilos.Podrásescribirtuslibros…Enunaocasiónlehabíaconfesadoquemegustaríaescribirlibrosalgúndía,pero

no habíamos vuelto a hablar del tema. Quizá lo mencionaba ahora parareconfortarme.Decididamente,teníamássangrefríaqueyo.

Yoqueríasaber,de todosmodos,dequémanerapensabaobtenereldinero.Nopareciódesconcertarse:

—No hay nada mejor que las grandes ciudades para conseguir dinero…Imagínatequeestuviéramosenunlugarperdidoenmediodelcampo…

Por supuesto, tenía razón. De pronto, Trafalgar Square me resultaba un lugarmucho más tranquilizador. El agua que caía de las fuentes me serenaba. NoestábamoscondenadosapermanecereternamenteenaquellaciudadyasumergirnosenelgentíodeOxfordStreet.Teníamosunobjetivomuysimple:conseguirunpocodedineroparairaMallorca.EracomolaestrategiadeVanBever.Habíatantascallesyencrucijadasanuestroalrededorque lasprobabilidadesaumentaban,yfinalmenteterminaríamosporprovocarunfelizazar.

Ahora evitábamos Oxford Street y las calles del centro y nos dirigíamos siemprehaciaeloeste,haciaHollandParkyelbarriodeKensington.

Unatarde,enlaestacióndemetrodeHollandPark,noshicimosunafotografíaenun fotomatón.Habíamos posado con nuestros rostros tocándose. Todavía conservoaquelrecuerdo.LacaradeJacquelineapareceenprimerplano,ylamía,unpocomásatrás, está cortada por el borde de la fotografía, de modo que me falta la orejaizquierda.Despuésdelflashnopodíamosparardereírnosyellaqueríaquedarseenlacabina, sobre mis rodillas. Luego habíamos caminado por la avenida que bordeaHollandPark,alolargodeesasgrandescasasblancasconsuspórticos.PorprimeravezdesdenuestrallegadaaLondreshabíasalidoelsol,ymeparecequeapartirdeaquellatardecomenzóelcaloryelbuentiempo,unveranoprecoz.

Alahoradeldesayuno,enuncafédeNottingHillGate,habíamosconocidoaunatalLindaJacobsen.Fueellaquienseacercóanosotros.Unachicadenuestraedad,delargocabellocastaño,conaltospómulosyojosazulesligeramenteoblicuos.

QueríasaberdequéregióndeFranciaproveníamos.Hablabalentamente,comosidudaraa cadapalabra,demodoqueera fácilmantenerunaconversaciónen inglésconella.ParecióasombradadequeviviéramosenunodeesoshotelesmiserablesdeSussexGardens. Pero le explicamos que no teníamos elección por sermenores deedad.

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Aldíasiguientevolvimosacoincidirenelcaféysesentóanuestramesa.Nospreguntó si nos quedaríamos mucho tiempo en Londres. Para mi gran sorpresa,Jacquelineledijoquepensábamosquedarnosvariosmeseseinclusobuscartrabajo.

—Peroentoncesnopuedenseguirviviendoenesehotel…Cadanochesentíamosdeseosdemarcharnos,acausadelolorqueflotabaen la

habitación,unolordulzónqueignorabasiprocedíadelascloacas,dealgunacocinaode lamoquetapodrida.Por lamañanadábamosun largopaseoporHydeParkparadeshacernosdeaquelolorqueimpregnabanuestraropa.Desaparecía,peroregresabaalolargodeldía;yolepreguntabaaJacqueline:

—¿Sienteselolor?Meentristecíapensarquenosperseguiríatodalavida.

—Loqueesterrible—ledijoJacquelineenfrancés—eselolordelhotel…Tuveque traducir,malquebien.Lindaacabópor comprender.Nospreguntó si

contábamos con algo de dinero. De los dos fajos delgados de la maleta solo nosquedabauno.

—Nomucho—dije.Nos miraba primero a uno y después al otro. Nos sonreía. Nunca dejaba de

asombrarme el hecho de que la gente nos demostrara simpatía. Bastante tiempodespués encontré, en el fondo de una caja de zapatos llena de viejas cartas, lafotografía de Holland Park, y me conmovió la ingenuidad de nuestros rostros.Inspirábamos confianza. No teníamos ningún mérito, salvo aquel que la juventudotorgapormuypoco tiempoa cualquiera, comounavagapromesaque jamás serácumplida.

—Conozcoaunamigoquepodríaayudarlos.Selopresentarémañana.Amenudosedabancitaenaquelcafé.Ellavivíamuycercadeallíyél,suamigo,

tenía una oficina un poco más allá, hacia Westbourne Grove, la avenida dondeestabanlosdoscinesquefrecuentábamosJacquelineyyo.Íbamosalaúltimasesión,para retrasar nuestro regreso al hotel, y no nos importaba ver todas las noches lasmismaspelículas.

Aldíasiguiente,cercadelmediodía,estábamosencompañíadeLindacuandoPeterRachman entró en el café. Se sentó a nuestramesa sin darnos siquiera los buenosdías.Fumabaunpuroydejabacaerlascenizassobrelasolapadesuchaqueta.

Me sorprendió su aspecto físico: parecía viejo, pero no tenía más de cuarentaaños. Era de mediana estatura, muy corpulento, el rostro redondo, la frente y elcráneodespoblados,yllevabaunasgafasconmonturadecarey.Susmanosdeniñocontrastabanconsugranenvergadura.

Linda le estaba exponiendo nuestra situación, pero hablaba demasiado rápido

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comoparaquepudieraentenderla.ÉlmirabafijamenteaJacquelineconsuspequeñosojos fruncidos.Devez en cuandodabauna caladanerviosa a supuroy lanzaba elhumoalrostrodeLinda.

ElladejódehablaryélnossonrióaJacquelineyamí.Sinembargo,sumiradapermanecía fría.Me preguntó el nombre del hotel de Sussex Gardens. Le dije: elRadnor.Soltóunabrevecarcajada:

—Noesnecesariopagarlacuenta…Soyelpropietario…Lediránalportero,demiparte,queestáneximidosdelpago…

SevolvióhaciaJacqueline:—¿CómoesposiblequeunamujertanbonitavivaenelRadnor?Sehabíaesforzadoporhablarenuntonomundanoyaquellolehabíaprovocado

risa.—¿Sededicaalahostelería?Norespondióamipregunta.Nuevamentelanzóelhumodesupuroalrostrode

Linda.Seencogiódehombros.—Don’tworry…Repetíaamenudoesafraseyseladirigíaasímismo.Sepusodepieparairhacia

el teléfono. Linda advirtió que estábamos un poco desconcertados y quiso darnosalgunas explicaciones. El tal Peter Rachman se dedicaba a la compraventa deinmuebles.«Inmuebles»eraenrealidadunapalabraexcesivaparaaludiraaquellashabitaciones vetustas y aquellos tugurios que se encontraban generalmente en lasafueras,enlosbarriosdeBayswateryNottingHill.Ellanosabíaexactamenteenquéconsistían sus negocios. Pero, bajo aquella apariencia brutal, era —quería que losupiéramosdeinmediato—untipobastantechic.

El Jaguar deRachman estaba aparcado un pocomás lejos. Linda ocupó el asientodelantero.Sevolvióhacianosotros:

—Pueden venir a vivir conmigomientras esperan a que Peter les consiga otrolugar…

Arrancóycondujoa lo largodeKensingtonGardens.Luego siguióporSussexGardens.SedetuvodelantedelhotelRadnor.

—Vayanahacerelequipaje—nosdijo—.Y,sobretodo,nopaguenlacuenta…Nohabíanadieenlarecepción.Descolguélallavedenuestrahabitación.Desde

que vivíamos allí dejábamos nuestra ropa dentro de la bolsa de viaje. La recogí ybajamosenseguida.Rachmanpaseabaarribayabajodelantedelhotel,conelpuroenlabocaylasmanosenlosbolsillosdesuchaqueta.

—¿ContentosdeabandonarelRadnor?AbrióelmaleterodelJaguarymetídentrolabolsadeviaje.Antesdearrancarle

dijoaLinda:—DebopasarunmomentoporelLido.Luegolosllevaré…

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Yopercibíaaúnelolordulzóndelhotelymepreguntabacuántosdíastardaríaendesaparecerdefinitivamentedenuestrasvidas.

ElLidoeraunbalneariosituadoenHydePark,juntoalSerpentine.Rachmancomprócuatroticketsenlaentrada.

—Escurioso…SeparecealapiscinaDeligny—ledijeaJacqueline.Perodespuésdeentrardesembocamosenunaespeciedeplaya fluvial, encuya

orillasehallabandispuestasalgunasmesasconsombrillas.Rachmaneligióuna,alasombra.Conservabasiempreelpuroenlaboca.Nossentamos.Seenjugabalafrenteyelcuelloconungranpañueloblanco.SevolvióhaciaJacqueline:

—Puedebañarse…—Notengotrajedebaño—dijoJacqueline.—Podemosconseguirleuno…—No vale la pena —dijo Linda en un tono cortante—. No tiene deseos de

bañarse.Rachmanbajólacabeza.Continuabaenjugándoselafrenteyelcuello.—¿Deseanbeberunrefresco?—propuso.Luego,aLinda:—HequedadoenencontrarmeconSavoundraaquí.Esenombremehacíapensarenuna figuraexótica, esperabaveraproximarsea

nuestramesaaunamujerhindúvestidaconunsari.

Pero fue un hombre rubio de unos treinta años quien agitó el brazo en nuestradirección y vino a dar una palmada en el hombro de Rachman. Se presentó aJacquelineyamí:

—MichaelSavoundra.Lindaledijoqueéramosfranceses.FueabuscarunasillaaunadelasmesasvecinasysesentójuntoaRachman.—Y¿quéhaydenuevo?—lepreguntóRachmanclavándole suspequeñosojos

fríos.—Sigotrabajandoenelguion…Yaveremos…—Sí,comodiceusted,yaveremos…Rachman había adquirido un tono despectivo. Savoundra cruzó los brazos y

detuvosumiradaenJacquelineyenmí.—¿HacemuchoqueestánenLondres?—preguntóenfrancés.—Tressemanas—ledije.ParecíamuyinteresadoenJacqueline.—Viví un tiempo en París —dijo en su torpe francés—. En el hotel de la

Louisiane,enlaRuedeSeine…QueríahacerunfilmenParís…

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—Desgraciadamentenofuncionó—dijoRachmanconsutonodespectivo,ymesorprendióquehubieracomprendidolafraseenfrancés.

Sehizouninstantedesilencio.—Pero estoy segura de que esta vez funcionará—dijoLinda—. ¿No es cierto,

Peter?Rachmanseencogiódehombros.Savoundra,molesto,lepreguntóaJacqueline,

siempreenfrancés:—¿ViveenParís?—Sí—meapresuréaresponder—,nomuylejosdelhoteldelaLouisiane.Jacquelineinterceptómimirada.Meguiñóunojo.Meinvadióundeseorepentino

dehallarmefrentealhoteldelaLouisiane,dealcanzarelSenaycaminarjuntoalospuestos de los libreros hasta el Quai de la Tournelle. ¿Por qué esa inesperadanostalgiadeParís?

Rachman le hizo una pregunta a Savoundra y este respondió de unmodomuylocuaz. Linda participaba en la conversación. Pero yo ya no me esforzaba porcomprender. Y parecía evidente que tampoco Jacqueline prestaba atención a suspalabras. Era elmomento del día en que solíamos adormecernos, pues dormíamosmuy mal en el hotel Radnor, apenas cuatro o cinco horas cada noche. Y comosalíamos por la mañana temprano y regresábamos lo más tarde posible, nosechábamoslasiestasobreelcéspeddeHydePark.

Seguíanhablando.Aveces,Jacquelineentrecerrabalosojosyyotambién,temíaquedarme dormido. Pero nos dábamos pequeños puntapiés por debajo de la mesacuandoadvertíamosqueunodelosdosestabaapuntodedejarsevencerporelsueño.

Debídeadormecermeunos instantes.Elmurmullode laconversaciónseconfundíaconlasrisasylosgritosdelaplaya,elruidodelaszambullidas.¿Dóndeestábamos?¿AorillasdelMarneodellagodeEnghien?AquellugarseasemejabaaotroLido,elde Chennevières, y al Sporting de La Varenne. Esa noche regresaríamos a París,Jacquelineyyo,eneltrendeVincennes.

Alguienmediounafuertepalmadaenelhombro.EraRachman.—¿Cansado?Frenteamí,Jacquelineseesforzabapormantenerlosojosbienabiertos.—Nocreoquehayandormidodemasiadoenmihotel—dijoRachman.—¿Dóndesealojaban?—preguntóSavoundraenfrancés.—EnunlugarmuchomenosconfortablequeelhoteldelaLouisiane—ledije.—Afortunadamente nos hemos conocido —dijo Linda—. Vendrán a vivir

conmigo…Sentía curiosidad por saber por qué se mostraban tan solícitos. Savoundra no

apartabasumiradadeJacqueline,peroellaloignoraba,obienfingíaignorarlo.Yoleencontraba cierto parecido con un actor americano cuyo nombre no conseguía

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recordar.Porsupuesto.JosephCotten.—Yaverán—dijoLinda—.Estaránmuycómodosenmicasa…—De todos modos —dijo Rachman—, apartamentos es lo que sobra. Puedo

prestarlesuno,lasemanapróxima…Savoundranosobservabaconinterés.SedirigióaJacqueline:—¿Sonhermanos?—preguntóeninglés.—Notienessuerte,Michael—dijoRachmanconunavozglacial—.Sonmarido

ymujer.

AlasalidadelLido,Savoundranosestrechólamano.—Esperovolveraverlosmuypronto—dijoenfrancés.LuegolepreguntóaRachmansihabíaleídosuguion.—Aúnno.Necesitotiempo.Apenasséleer…Y soltó una breve carcajada, los ojos siempre tan fríos detrás de sus gafas de

carey.Paradisiparelmalestar,SavoundrasedirigióaJacquelineyamí:—Me gustaríamucho que leyeran ese guion. Hay escenas que tienen lugar en

París,ypodríancorregirmisfaltasdefrancés.—Buena idea —dijo Rachman—. Que lo lean… Así podrán hacerme un

resumen…Savoundra se había alejado por un sendero de Hyde Park y nuevamente nos

hallábamossentadosenelasientotraserodelJaguardeRachman.—¿Esbuenoelguion?—pregunté.—Oh,sí,estoyseguradequedebedesermuybueno—dijoLinda.—Puedenleerlo.Estáahí,enelsuelo.Enefecto,habíaunacarpetabeigebajonuestroasiento.Larecogíylapusesobre

misrodillas.—Quierequeledétreintamillibrasparahacersupelícula—dijoRachman—.Es

demasiadoparaunguionquenuncaleeré…EstábamosotravezenelbarriodeSussexGardens.Temíquenosacompañarade

vueltaalhotely,denuevo,percibíelolordulzóndelpasilloydelahabitación.PeroRachmancontinuóhaciaNottingHill.Doblóaladerecha,endirecciónalaavenidadeloscines,ytomóunacallebordeadadeárbolesyblancascasasconpórticos.Sedetuvodelantedeunadeellas.

Bajamos del automóvil con Linda. Rachman permaneció al volante. Saqué labolsadeviajedelmaleteroyLinda abrió lapuertadehierro forjado.Una escaleramuyempinada.Lindanosprecedía.Dospuertas,unaacadaladodelrellano.Lindaabrióladelaizquierda.Unahabitacióndeparedesblancas.Lasventanasdabanalacalle. Ningún mueble. Un gran colchón sobre el suelo. La pieza contigua era uncuartodebaño.

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—Estaránbienaquí—dijoLinda.PorlaventanaveíaelautomóvilnegrodeRachmanenmediodeuncharcodesol.—Esustedmuyamable—ledije.—No…EsPeter…Essuyo…Tienemuchosapartamentos…Quisoenseñarnossuhabitación.Seaccedíaporlaotrapuertadelrellano.Había

discosyropadiseminadossobrelacamayelparqué.Unolorflotabaenelaire,tanpenetrantecomoeldelhotelRadnor,peromásdulce:elolordelhachís.

—Disculpeneldesorden—dijoLinda.Rachmanhabíabajadodelautomóvilyaguardabadelantedelaentradadelacasa.

Otravezseenjugabalafrenteyelcuelloconsupañueloblanco.—Sindudanecesitanalgodedinero.Ynostendióunsobreceleste.Ibaadecirlequenoeranecesario,peroJacqueline

tomóelsobrecomosiaquelloleparecieralomásnaturaldelmundo.—Seloagradezcomucho—dijo—.Selodevolveremosloantesposible.—Así lo espero —dijo Rachman—. Con intereses… De todos modos, me lo

devolveránenespecie…Sesacudióenunabrevecarcajada.Lindametendióunpequeñomanojodellaves.—Haydos—dijo—.Unaparalapuertadelacalle,otraparaelapartamento.Subieronalcoche.YantesdequeRachmanarrancara,Lindabajóelcristaldela

ventanilla:—Lesdejoladireccióndelapartamento,porsisepierden…Lahabíaescritoeneldorsodelsobreazul:22ChepstowVillas.

Devueltaenlahabitación,Jacquelineabrióelsobre.Conteníacienlibras.—Nodebimoshaberaceptadoesedinero—ledije.—Claroquesí…LonecesitamosparairaMallorca…Sedabacuentadequeyonoestabaconvencido.—Nos hacen falta unos veinte mil francos para encontrar una casa y vivir en

Mallorca…Unavezqueestemosallí,yanonecesitaremosdenadie…Entróenelcuartodebaño.Oícorrerelaguaenlabañera.—Esmaravilloso—medijo—.Hacíatantotiempoquenotomabaunbaño…Yo estaba tendido sobre el colchón.Hacía esfuerzos para no dormirme.La oía

bañarse.Alcabodeunmomento,medijo:—Yaverásquéagradable,elaguacaliente…Enellavabodenuestrahabitación,enelhotelRadnor,solocorríaunhilodeagua

fría.Elsobrecelestesehallabaamiladoencimadelcolchón.Medejabavencerpor

undulcesoporquedisolvíamisescrúpulos.

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Hacia las siete de la tarde nos despertó una música jamaicana que venía de lahabitacióndeLinda.Antesdebajarlasescalerasllaméasupuerta.Podíapercibirelolordelhachís.

Abrió,alcabodeunbuenrato.Llevabaunalbornozrojo.Asomósucabezaporelvanodelapuerta:

—Perdonen…Estoyconalguien…—Soloqueríamosdesearlebuenasnoches—dijoJacqueline.Lindadudóuninstante,luegoseresolvióahablar:—¿Puedoconfiarenustedes?CuandoveamosaPeter,noquieroqueseenterede

quereciboaalguienaquí…Esmuyceloso…Laúltimavezllegódeimprovisoycasidestrozatodoymearrojaporlaventana.

—¿Ysivieneestanoche?—dije.—Sehamarchadounpardedías.Fuealacosta,aBlackpool,acomprarviejas

barracas.—¿PorquéRachmanestangentilconnosotros?—preguntóJacqueline.—APeterleagradanlosjóvenes.Porlogeneralnotrataanadiedesuedad.Solo

legustanlosjóvenes…Unavozdehombrelallamaba,unavozsordaquelamúsicaapenasdejabaoír.—Simedisculpan…Hastaluego…Ysiéntansecomosiestuvieranensucasa.Sonrióycerrólapuerta.Habíansubidoelvolumendelamúsicaydesdelacalle

aúnpodíamosoírla,alolejos.

—DetodosmodoseseRachmanmepareceuntiporaro—ledijeaJacqueline.Seencogiódehombros.—Amímetienesincuidado…Eracomosiyahubieraconocidoahombresdeesaclaseylojuzgaratotalmente

inofensivo.—Entodocaso,legustanlosjóvenes…Yo había pronunciado aquella frase en un tono lúgubre que la hizo reír.Había

caído la noche. Ella me había tomado del brazo y yo no quería hacerme máspreguntas ni preocuparme por el futuro. Caminábamos hacia Kensington porcallejuelas tranquilas y provincianas. Pasó un taxi y Jacqueline alzó el brazo paradetenerlo.LedioladireccióndeunrestauranteitalianodeKnightsbridgequehabíadescubiertoduranteunodenuestrospaseos.Entonceshabíadichoqueiríamosacenarallí,cuandofuéramosricos.

ElapartamentoestabaensilencioynoseveíaluzbajolapuertadelahabitacióndeLinda.Entreabrimoslaventana.Ningúnruidoenlacalle.Enfrente,bajolashojasdelosárboles,unacabinatelefónicarojayvacíasehallabailuminada.

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Esa noche, teníamos la impresión de vivir en aquel apartamento desde hacíamuchotiempo.MedispusealeerelguiondeMichaelSavoundra,quehabíadejadoenelsuelo.LlevabaportítuloBlackpoolSunday.Losdosprotagonistas,unachicayunmuchachodeveinteaños,deambulabanporlasafuerasdeLondres.FrecuentabanelLidoaorillasdelSerpentineylaplayadeBlackpoolenelmesdeagosto.Erandeorigen humilde y hablaban con acento cockney. Luego abandonaban Inglaterra.Reaparecían en París, y más tarde en una isla del Mediterráneo que podía serMallorca, en la que habían hallado finalmente la «verdadera vida».Amedida queavanzabaenmi lectura, ibaresumiendoelargumentoaJacqueline.La intencióndeSavoundra,talcomoexpresabaenelprólogo,erafilmaraquellapelículacomosisetratara de un documental, con una chica y un muchacho que no fueran actoresprofesionales.

Recordabaqueélmehabíapropuestocorregir las faltasdel francés,en lapartedel guion que transcurría en París. Había algunas, y algunos errores también,mínimos,enloquerespectabaalascallesdelbarriodeSaint-Germain-des-Prés.Alolargode laspáginas imaginabadetallesquesepodíanañadiryotrosquesepodíanmodificar.QueríahablarledeelloaSavoundraytalvez,siestabadeacuerdo,trabajarconélenBlackpoolSunday.

Losdíassiguientes,notuvelaoportunidaddeveraMichaelSavoundra.LalecturadeBlackpoolSundaymehabíadespertadoeldeseodeescribirunahistoria.Unamañaname levantémuy temprano y salí procurando hacer elmenor ruido posible para nointerrumpir el sueño de Jacqueline, que se prolongaba por lo general hasta elmediodía.

Compré un bloc de papel de cartas en una tienda deNottingHillGate. Luegocontinué caminando porHolland ParkAvenue, en unamañana estival. Sí, durantenuestra estancia en Londres nos hallábamos en pleno verano. De modo que elrecuerdoqueguardodePeterRachmanesunasiluetanegraycompacta,acontraluz,aorillasdelSerpentine.Nodistingolosrasgosdesurostro,tannítidoeselcontrasteentre el sol y la sombra. Estallidos de risa. Ruidos de zambullidas. Y esas vocesplayeras, límpidas y lejanas, bajo el efecto del sol, la bruma y el calor. La voz deLinda.LavozdeMichaelSavoundraquepreguntaaJacqueline:

—¿HacemuchotiempoqueestánenLondres?

MesentéenunacafeteríacercadeHollandPark.Noteníalamenorideadelahistoriaquequeríacontar.Mefigurabaquesoloeracuestiónde juntarvariasfrasesalazar.Comohacerfuncionarunabombadeaguaoponerenmarchaunmotorgripado.

Amedidaqueescribía lasprimeraspalabraseraconscientede la influenciaqueejercíasobremíBlackpoolSunday.PeropocoimportabaqueelguiondeSavoundra

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me sirviera de trampolín. Los dos protagonistas llegan a la estación delNorte unatardedeinvierno.EslaprimeravezensuvidaqueestánenParís.Caminanlargoratoporelbarrio,enbuscadeunhotel.EncuentranunoenelBoulevarddeMagenta,cuyoconserjeaceptaalojarlos:elhotelde InglaterrayBélgica.Enelhotelvecino,eldeLondresyAnvers,leshannegadounahabitaciónconelpretextodequesonmenores.

Noabandonanelbarrio,comositemieranaventurarsemáslejos.Porlanoche,enelcafédelaesquinadelascallesCompiègneyDunkerque,justofrentealaestacióndel Norte, están sentados en una mesa vecina a la de una pareja extranjera, losCharell,dequienescabepreguntarsequédiablospuedenestarhaciendoallí:ella,unamujer rubia de aspectomuy elegante, y él, unmoreno que habla en voz baja. LaparejalosinvitaaunapartamentoenelBoulevarddeMagenta,nomuylejosdesuhotel.Lashabitacionesestánenpenumbra.MadameCharelllessirveunlicor…

Enaquelpuntomedetuve.Trespáginasymedia.LosprotagonistasdeBlackpoolSunday,apenasllegadosaParís,seinstalabanenSaint-Germain-des-Prés,enelhoteldelaLouisiane.YyolesimpedíacruzarelSenaylosdejabahundirseyperderseenelbarriodelaestacióndelNorte.

Los Charell no existían en el guion de Savoundra. Otra licencia de mi parte.Estabaimpacienteporescribirlacontinuación,peroeratodavíademasiadonovatoyperezosocomoparaconcentrarmemásdeunahorayredactarmásdetrespáginaspordía.

Cadamañana ibaaescribircercadeHollandPark,yyanoestabaenLondressinodelante de la estación del Norte, caminando por el Boulevard de Magenta. Hoy,treintaañosmástarde,enParís,tratodeevadirmedeestemesdejuliode1994haciaeseotroveranoenelquelabrisaacariciabasuavementelashojasdelosárbolesdeHollandPark.Nohevueltoavercontrastesdeluzysombratanintensos.

HabíalogradolibrarmedelainfluenciadeBlackpoolSunday,peroleagradecíaaMichael Savoundra el haber actuado como un detonador. Le pregunté a Linda sipodía volver a verlo.Nos encontramos una noche él, Jacqueline,Linda y yo en elcafé Rio de Notting Hill, un lugar frecuentado por jamaicanos. Aquella noche,éramos los únicos blancos, pero Linda conocía bien el lugar. Era allí, creo, dondeconseguíaelhachíscuyoolorimpregnabalasparedesdelapartamento.

Le dije a Savoundra que había corregido las faltas del francés en la parte delguionquetranscurríaenSaint-Germain-des-Prés.Estabapreocupado.SepreguntabasiRachman ledaría finalmenteeldineroy sino seríamásconvenienteponerseencontactoconalgúnproductordeParís.EnParísconfiabanenlos«jóvenes»…

—PeroparecequeaRachmantambiénlegustanlosjóvenes—lehicenotar.YmiréaJacqueline,quemesonrió.Lindarepitióconunairepensativo:—Esverdad…Legustanlosjóvenes…Unjamaicanodeunostreintaañosycortaestatura,conelaspectodeunjockey,

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vinoasentarseasulado.Lerodeóloshombrosconsubrazo.Ellanoslopresentó:—Edgerose…He recordado su nombre, después de todos estos años.Edgerose.Nos dijo que

estabaencantadodeconocernos.ReconocílavozsordadeaquelquellamabaaLinda,detrásdelapuerta,ensuhabitación.

YenelmomentoenqueEdgerosemeexplicabaqueeramúsicoyqueveníadeunagiraporSuecia,PeterRachmanhizosuaparición.Caminabahacianuestramesa,lamiradafijadetrásdesusgafasdecarey.Lindasesobresaltó.

Seplantódelantedeellaylediounabofetadaconeldorsodelamano.EdgerosesepusoenpieypellizcólamejillaizquierdadeRachmanconsupulgar

ysuíndice.Rachmansacudiólacabezaparadesasirseyperdiósusgafasdeconcha.Savoundrayyointentábamossepararlos.Losotrosclientesjamaicanosyarodeabannuestra mesa. Jacqueline conservaba su sangre fría y parecía completamenteindiferentealaescena.Habíaencendidouncigarrillo.

EdgerosesujetabaaRachmanporlamejillaylollevabahacialasalida,comounprofesorqueexpulsadesuclaseaunalumnorebelde.Rachmantratabadeliberarse,y con un movimiento brusco del brazo izquierdo le dio un puñetazo en la nariz.Edgeroselosoltó.Rachmanabriólapuertadelcaféysequedóinmóvilenmediodelaacera.

Meacerquéyleentreguélasgafasdecareyquehabíarecogidodelsuelo.Parecíahabersecalmadosúbitamente.Seacariciabalamejilla.

—Gracias, amigo—me dijo—. No vale la pena meterse en líos por una putainglesa…

Había sacado del bolsillo de su chaqueta el pañuelo blanco y limpiaba concuidado los cristales de las gafas. Luego se las puso con un gesto ceremonioso,ajustándoselaspatillasconlasdosmanos.

SesubióalJaguar.Antesdearrancar,bajólaventanilla:—Loúnicoque ledeseo,amigo,esquesunovianoseacomo todasesasputas

inglesas…

En lamesa guardaban silencio. Linda yMichael Savoundra parecían preocupados.Edgerosefumabatranquilamenteuncigarrillo.Unagotadesangrelecaíadeunladodelanariz.

—Peterestaráconunhumordeperros—dijoSavoundra.—Leduraráunosdías—dijoLindaalzandoloshombros—.Yaselepasará.Jacquelineyyointercambiamosunamirada.Sentíquenoshacíamoslasmismas

preguntas:¿eranecesariocontinuarviviendoenChepstowVillas?,¿yquéhacíamosexactamente en compañía de aquellas tres personas? Los amigos jamaicanos deEdgeroseseacercabanasaludarlo,ycadavezhabíamásgenteymásruidoenaquellocal.Conlosojoscerrados,unohabríapodidocreerqueestabaenelcaféDante.

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Michael Savoundra quiso acompañarnos una parte del camino.Habíamos dejado aLinda, Edgerose y sus amigos, que habían terminado por ignorarnos, como sifuéramosintrusos.

SavoundracaminabaentreJacquelineyyo.—DebendeechardemenosParís—dijo.—No,laverdadesqueno—dijoJacqueline.—Paramíesdistinto—ledije—.CadamañanaestoyenParís.Y le expliqué que estaba escribiendo una novela, y que la primera parte se

desarrollabaenelbarriodelaestacióndelNorte.—MeheinspiradoenBlackpoolSunday—leconfesé—.Setratatambiéndedos

jóvenes…Peronopareciótomarmeenserio.Nosmiró,primeroaunoyluegoalotro.—¿Eslahistoriadeustedesdos?—Noexactamente—ledije.Estabapreocupado.SepreguntabasialfinsaldríaadelanteeltratoconRachman.

Esteeratancapazdedarlelastreintamillibrasenefectivodentrodeunamaletaalamañanasiguiente,sinhabersiquieraleídoelguion,comodedecirlequenomientrasleechabaelhumodesucigarroalacara.

La escena que acabábamos de presenciar —nos confesó— se repetía confrecuencia. En el fondo, Rachman se divertía. Era un modo de distraerse de suneurastenia. Habría podido escribirse una novela sobre su vida. Rachman habíallegadoaLondres inmediatamentedespuésde laguerra, entreotros refugiadosquevenían delEste.Había nacido en algún lugar en las confusas fronteras deAustria-Hungría,PoloniayRusia,enunadeesaspequeñasciudadesdeguarniciónquehabíancambiadovariasvecesdenombre.

—Deberíainterrogarlo—medijoSavoundra—.Quizásaustedleresponda…HabíamosllegadoaWestbourneGrove.Savoundrallamóauntaxi:—Disculpenquenolosacompañe,peroestoymuertodecansancio…Antes de meterse en el taxi, escribió sobre un paquete de cigarrillos vacío su

direcciónysunúmerodeteléfono.Esperabaqueyolollamaraloantesposible,paraquerevisáramosjuntoslascorreccionesdeBlackpoolSunday.

Estábamosotravezsolos,losdos.—Podríamosdarunpaseoantesdevolver—ledijeaJacqueline.¿QuiénnosesperabaenChepstowVillas?¿Rachmanarrojando losmueblesdel

apartamento por la ventana, como nos había contado Linda? O tal vez estuvieraescondidoparasorprenderlos,aellayasusamigosjamaicanos.

Llegamos hasta una plaza cuyo nombre he olvidado. Estaba cerca delapartamento y muchas veces consulté el plano de Londres para ubicarla. ¿Era

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LadbrokeSquare,oquedabamáslejos,enlazonadeBayswater?Lasfachadasdelascasas que la rodeaban estaban a oscuras, pero incluso si aquella noche hubieranapagadolasfarolasdelacallehabríamospodidoguiarnosalaluzdelalunallena.

Alguienhabíadejadolallavepuestaenlacerraduradelaverja.Laabrí,entramosenlaplazayechélallavepordentro.Estábamosencerradosallíynadiemáspodíaentrar. Una gran frescura nos acogió, como si nos hubiéramos aventurado por uncaminoenunbosque.Elfollajedelosárbolessobrenuestrascabezaseratantupidoqueapenasdejabapasarlaluzdelaluna.Elcéspednohabíasidocortadoenmuchotiempo.Descubrimosunbancodemaderarodeadodegrava.Nossentamos.Misojossehabituabanalapenumbraydistinguía,enmediodelaplaza,unpedestalsobreelquesealzabalasiluetadeunanimalabandonado.Mepreguntabasisetrataríadeunaleona,unjaguarosimplementeunperro.

—Seestábienaquí—medijoJacqueline.Apoyósucabezaenmihombro.Lascopasdelosárbolesocultabanlascasasque

rodeaban la plaza. Ya no sentíamos el calor agobiante que desde hacía unos díasaplastabaLondres,esaciudadenlaquebastabadoblarunaesquinaparadesembocarenunaselva.

Sí,comodecíaSavoundra,yohabríapodidoescribirunanovelasobreRachman.Unafrase que había lanzado a Jacqueline en tono de broma, el primer día, me habíainquietado:

—Melodevolveránenespecie…Fue cuando ella aceptó el sobre que contenía las cien libras. Una tarde estuve

paseandosoloporHampsteadporqueJacquelinehabíaqueridosalirdecomprasconLinda.Regreséalapartamentoaesodelassietedela tarde.Jacquelineestabasola.Sobre lacamahabíaunsobre,delmismocoloryelmismotamañoqueelprimero,pero este contenía trescientas libras. Jacqueline parecíamolesta. Había esperado aLindatodalatarde,peroLindanohabíaaparecido.Rachmansehabíapasadoporallí.TambiénélhabíaestadoesperandoaLinda.Lehabíadadoesesobrequeellahabíaaceptado.Yyomedije,aquellanoche,queellaselohabíadevueltoenespecie.

UnoloraSyntholflotabaporlahabitación.Rachmansiemprellevabaconsigounfrascodeaquelremedio.PorlasconfidenciasdeLinda,mehallabaalcorrientedesuscostumbres.Cuando ibaaun restaurante llevabasuspropioscubiertosyvisitaba lacocinaantesde lacomidaparaverificarqueestuviera limpia.Sebañaba tresvecespordíaysefriccionabaconSynthol.Enloscaféspedíaunabotelladeaguamineralqueexigíaabrirélmismo,ybebíadirectamentedeellaparaevitarquesuslabiosseposaransobreunvasoquehubierasidomallavado.

Mantenía a chicas mucho más jóvenes que él y las instalaba en apartamentossimilaresaldeChepstowVillas.Ibaaverlasporlastardesy,sinquitarselaropa,sinningún preliminar, exigiéndoles que le dieran la espalda, las penetraba con toda

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rapidez,deunmodofríoymecánico,comosisecepillaralosdientes.Luegojugabaunapartidadeajedrezconellas,sobreunpequeñotableroquesiempretransportabaensumaletínnegro.

Ahoraestábamossolosenelapartamento.Lindahabíadesaparecido.Porlasnochesyanooíamosmúsicajamaicananirisas.Nosencontrábamosunpocoperdidos,noshabíamoshabituadoalrayodeluzquesefiltrabapordebajodelapuertadeLinda.Intenté,envariasocasiones,llamaraMichaelSavoundra,peronadierespondía.

Eracomosinunca loshubiéramosconocido.Sehabíandesvanecidoynosotroshabíamosacabadopornopoder explicarnosmuybiennuestrapresencia en aquellahabitación.Hastateníamoslaimpresióndehaberentradoallíporlafuerza.

Porlasmañanas,escribíaunaodospáginasdeminovelaypasabaporelLido,para ver si Peter Rachman estaba sentado a lamismamesa que la otra vez, en laplaya, a orillas del Serpentine. Pero no. Y el hombre de la taquilla no conocía aningún Peter Rachman. Me dirigí al domicilio de Michael Savoundra, en WaltonStreet.Toquéeltimbresinobtenerrespuestayentréenlapasteleríadelaplantabaja,encuyoletrerofigurabaelnombredeuntalJustindeBlancke.¿Porquéesenombrese quedó grabado en mi memoria? Justin de Blancke tampoco pudo informarmeacerca de Savoundra.Creía haberlo visto alguna que otra vez. Sí, un rubio que separecíaaJosephCotten.Pero,ensuopinión,nodebíadetenerundomiciliofijo.

Jacqueline y yo caminamos hasta el café Rio, al final de Notting Hill, ypreguntamosaldueño,unjamaicano,si teníanoticiasdeEdgeroseydeLinda.Nosrespondióquehacíavariosdíasquenolosveía,ytantoélcomolosclientesparecíandesconfiardenosotros.

Unamañanaenquesalíadecasaconmiblocdepapeldecartas,comodecostumbre,reconocíelJaguardeRachman,aparcadoenlaesquinadeLedburyRoad.

Asomósucabezaporlaventanilla.—¿Todobien,amigo?¿Quieredarunavuelta?Abriólaportezuelaymesentéasulado.—Nospreguntábamosquéhabíasidodeusted—ledije.NomeatrevíaahablarledeLinda.Quizásllevabaunratoesperandoensucoche,

alacecho.—Muchotrabajo…Muchaspreocupaciones…Ysiemprelomismo…Memirabafijamenteconsusojosfríos,detrásdesusgafasdecarey.—¿Yusted?,¿esfeliz?Respondíconunasonrisaincómoda.Había detenido el coche en una pequeña calle de casas en ruinas, como si

acabarandesufrirunbombardeo.

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—¿Sedacuenta?—medijo—.Trabajosiempreenestetipodelugares…Unavezenlaacera,sacódelmaletínnegroquellevabaenlamanounmanojode

llaves,peroluegosearrepintióyvolvióaintroducirloenelbolsillodesuchaqueta.—Estoyanosirveparanada…De un puntapié, abrió la puerta de una de las casas, una puerta con la pintura

descascarillada y un agujero en lugar de cerradura. Entramos. En el suelo seamontonaban los escombros. El mismo olor que flotaba en el hotel de SussexGardensmecerró lagarganta,perodeunamaneraaúnmás intensa.Sentínáuseas.Rachmanhurgóensumaletínysacóuna linterna.Movióelhazde luzpor toda lapiezaydescubrió,alfondo,unaviejacocinadegas.Unaescaleraempinadaconducíaalprimerpisoyelpasamanosdemaderaestabasuelto.

—Puestoquetienepapelybolígrafo—medijo—,tomaráunasnotas…Inspeccionólascasasvecinas,queestabanenelmismoestadodeabandono,yme

fue dictando al mismo tiempo algunos datos mientras consultaba una libreta quellevabaensumaletínnegro.

Aldíasiguientecontinuéescribiendominovelaaldorsode lapáginaen laquehabíatomadoaquellasnotasqueheconservadohastaeldíadehoy.¿Porquémelashabíadictado?Quería,talvez,quequedaraunacopiadeestasenalgunaparte.

El lugardondenosdetuvimosprimero,enelbarriodeNottingHill, se llamabaPowisSquareyseprolongabaporPowisTerraceyPowisGardens.Inventarié,segúneldictadodeRachman,losnúmeros5,9,10,11y12dePowisTerrace,losnúmeros3,4,6y7dePowisGardensylosnúmeros13,45,46y47dePowisSquare.Hilerasde casas porticadas de la época eduardiana, me precisó Rachman. Después de laguerrahabíansidohabitadaspor jamaicanos,peroél,Rachman, lashabíaadquiridoen bloque en elmomento en que planeaban demolerlas. Y ahora que ya nadie lasocupabasehabíapropuestorestaurarlas.

Habíadadoconlosnombresdelosantiguoshabitantesantesdelosjamaicanos.Así,enelnúmero5dePowisGardensanotéelnombredeuntalLewisJones,yenel6,unaMissDudgeon;enel13dePowisSquare,unCharlesEdwardBoden;enel46,unArthur PhillipCohen; en el número 47, unaMissMarieMotto…Rachman losnecesitaba, después de veinte años, para hacerles firmar algún tipo de documento,pero él mismo no parecía demasiado convencido. Le hice una pregunta acerca deaquellagenteymerespondióquelamayorpartedeellossehabríaperdido,sinduda,duranteelBlitz.

Atravesamos el distrito de Bayswater. Nos hallábamos cerca de la estación dePaddington.Estavez,habíamosdesembocadoenOrsettTerrace,dondelascasasconpórtico, más altas que las anteriores, miraban hacia las vías del ferrocarril. Laspuertasdeentradatodavíaconservabansuscerraduras,yRachmantuvoquerecurrirasu manojo de llaves. No había escombros, empapelados cubiertos de moho niescaleras destartaladas, pero las habitaciones no guardaban la menor huella depresencia humana, como si se tratara de un decorado que hubieran olvidado

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desmontartraselrodajedeunfilm.—Sonantiguoshotelesdeviajeros—medijoRachman.¿Qué viajeros? Imaginaba sombras en la noche, saliendo de la estación de

Paddingtonenelmomentoenquecomenzabanasonarlassirenas.AlfinaldeOrsettTerraceviconsorpresaunaiglesiaenruinasqueestabasiendo

demolida.Lanaveyahabíasidodesprovistadeltecho.—Estatambiénteníaquehaberlacomprado—dijoRachman.

DejamosatrásHollandParkyllegamosaHammersmith.Jamáshabía idotanlejos.RachmansedetuvoenTalgarthRoaddelantedeunahileradecasasabandonadasqueteníanelaspectodecottagesopequeñoschaletsalaorilladelmar.Subimosalprimerpiso de una de ellas. Los cristales del mirador estaban rotos. Se oía el ruido deltráfico. En una esquina de la habitación descubrí un catre y, sobre él, un trajeenvueltoenpapelcelofán,comoreciénsalidodelatintorería,ylapartesuperiordeunpijama.Rachmaninterceptómimirada:

—Avecesvengoaecharunasiestaaquí—medijo.—¿Elruidodeltráficonolemolesta?Seencogiódehombros.Luegorecogióeltrajeenvueltoencelofánybajamoslas

escaleras.Ibadelantedemí,coneltrajedobladosobresubrazoderecho,elmaletínnegroenlamanoizquierda,conelairedeunviajantequesaledesucasaparaunagiraporprovincias.

Depositó con cuidado el traje sobre el asiento trasero del coche y se puso alvolante.Dimosmediavuelta,endirecciónaKensingtonGardens.

—Hedormidoensitiosmuchomenosconfortables…Meexaminóconsusojosfríos.—Teníaaproximadamentesuedad…Continuamos por Holland Park Avenue y estábamos a punto de pasar por la

cafeteríaenlaque,porlogeneral,aaquellahora,yoescribíaminovela.—Alfinaldelaguerrameescapédeuncampodeconcentración…Dormíaenel

sótanodeunedificio…Habíaratasportodaspartes…Medecíaquesimequedabadormidosemecomerían…

Ysoltóunabrevecarcajada.—Tenía la impresióndeseryotambiénunarata…Dehecho,hacíacuatroaños

queintentabanpersuadirmedequeeraunarata…Habíamosdejadoatráslacafetería.Sí,podíaintroduciraRachmanenminovela.

MisdosprotagonistassecruzaríanconRachmanenlosalrededoresdelaestacióndelNorte.

—¿UstednacióenInglaterra?—lepregunté.—No,enLwów,enPolonia.Lo había dicho en un tono cortante, y comprendí que nome enteraría de nada

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más.BordeábamosahoraHydePark,endirecciónaMarbleArch.—Estoy intentando escribir un libro —le dije tímidamente, para reanudar la

conversación.—¿Unlibro?Puesto que había nacido en Lwów, en Polonia, antes de la guerra, y había

sobrevivido,muybienpodíahallarseahoraen las inmediacionesde laestacióndelNorte.Noeramásqueunacuestióndeazar.

Disminuyó la velocidad ante la estación de Marylebone, y yo creí que otra veziríamos a visitar casas vetustas junto a las vías férreas. Pero continuamos por unacalleangostayfuimosapararaRegent’sPark.

—Estoesloqueyollamounbarriorico.Ylanzóunarisotada,comounrelincho.Mehizotomarnotadelasdirecciones:125,127y129ParkRoad,enlaesquina

deLorneClose, tres casas verde pálido conmiradores de las que la tercera estabasemiderruida.

Trashaberconsultadolasetiquetasdelasllavesdelmanojo,abriólapuertadelacasadelmedio.Ynoshallamosenelprimerpiso,enunahabitaciónmásespaciosaqueladeTalgarthRoad.Loscristalesdelaventanaestabanintactos.

Enelfondodelahabitación,lamismacamaqueenTalgarthRoad.Sesentóenella y dejó el maletín negro a su lado. Luego se enjugó la frente con el pañueloblanco.

Parte del papel pintado había sido arrancado, y faltaban algunos listones delparqué.

—Deberíaasomarsealaventana—medijo—.Valelapenaecharunvistazo.Enefecto,seveíatodoRegent’sParkrodeadoporlasfachadasmonumentales.El

blancodelestucoyelverdedelcéspedmeproporcionabanunasensacióndepazyseguridad.

—Ahoravoyamostrarleotracosa.Sepusodepie,atravesamosunpasilloenelqueloscableseléctricoscolgabandel

techo y desembocamos en una pequeña habitación en la parte trasera. La ventanadabaalasvíasférreasdelaestacióndeMarylebone.

—Lasdosalastienensuencanto—medijoRachman—,¿verdad,amigo?LuegoregresamosalahabitaciónquedabaaRegent’sPark.Volvió a sentarse en la cama y abrió el maletín negro. Sacó dos sándwiches

envueltosenpapeldeplata.Meofrecióuno.Mesentéfrenteaél,enelsuelo.—Creo que voy a dejar esta casa tal como está y me vendré a vivir

definitivamente…Dio unmordisco a su sándwich. Pensé en el traje envuelto en celofán. El que

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llevabapuestoestabatodoarrugado,a lachaqueta lefaltabainclusounbotónyloszapatos estaban manchados de lodo. Él, tan maniático, tan meticuloso con lalimpieza, y que luchaba con tanto encono contra losmicrobios, daba la impresión,algunosdías,deestarapuntodedarseporvencidoyconvertirseenvagabundo.

Terminó su sándwich.Se estiró sobre el catre.Extendió el brazoyhurgó en elmaletínnegro,quehabíadejadoenelsuelo,juntoalacama.Sacóelmanojodellavesydesprendióuna.

—Aquí tiene…Despiértemeenunahora.Puede iradarunpaseoporRegent’sPark.

Sediolavuelta,decaraalapared,ylanzóunlargosuspiro.—Leaconsejounavisitaalzoológico.Noquedalejos.Permanecíuninstanteinmóvilfrentealaventana,enmediodeuncharcodesol,

antesdeadvertirqueyasehabíadormido.

UnanocheenqueJacquelineyyoregresábamosaChepstowVillas,vimosluzbajolapuerta de Linda. Nuevamente se oía música jamaicana hasta tarde, y el olor delhachísinvadíaelapartamento,comoenlosprimerosdías.

PeterRachmanorganizaba fiestas en supisode soltero, enDolphinSquare, unbloque de apartamentos a orillas del Támesis, y Linda insistía en que laacompañáramos.Habíamosvuelto aver aMichaelSavoundra, quehabíaviajado aParís en busca de productores. Pierre Roustang había leído el guion y estabainteresado. Otro nombre sin rostro que flota en mi memoria, pero cuyas sílabasconservanlaresonancia,comotodoslosnombresquehemosoídoalosveinteaños.

Gentes de todo tipo frecuentaban las fiestas deRachman. En pocosmeses unabocanadade frescura invadiríaLondres connuevasmúsicasy ropas excéntricas.Ymeparecehabermecruzado,enDolphinSquare,eneltranscursodeaquellasnoches,con algunos de los que luego se convertirían en los personajes de una ciudadsúbitamenterejuvenecida.

Yanoescribíaporlasmañanas,sinoapartirdemedianoche.Noporquequisieraaprovecharlapazyelsilencio.Soloretrasabalahoradeponermeatrabajar.Ycadadíadebíavencermipereza.Tambiénhabíaelegidoaquellahoraporotrarazón:temíaque retornara la angustia que con tanta frecuencia me había asaltado en nuestrosprimerosdíasenLondres.

Jacqueline también experimentaba, por cierto, la misma inquietud, pero ellanecesitabagenteyruidoasualrededor.

A medianoche abandonaba el apartamento con Linda. Iban a las fiestas deRachmanoalugaresperdidos,haciaNottingHill.EncasadeRachmanunoconocíaamuchaspersonasquetambiéninvitabanasusfiestas.PorprimeravezsepercibíaenLondres laagitaciónpropiadeunaciudad—decíaSavoundra—.Habíaelectricidadenelaire.

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Recuerdonuestrosúltimospaseos.LaacompañabahastalacasadeRachman,enDolphinSquare.Noqueríasubiryencontrarmeenmediodetodaaquellagente.Laperspectivaderegresaralapartamentotambiénmedesanimaba,otravezjuntarfrasessobreunapáginaenblanco,peronoteníaelección.

Aquellasnoches,lepedíamosalconductordeltaxiquesedetuvieradelantedelaestaciónVictoria.Y luegocaminábamoshasta elTámesis, a travésde las callesdePimlico.Eraelmesdejulio.Elcalorerasofocante,perocadavezquerodeábamoslaverjadelaplaza,unabrisaconoloratiloyalheñallegabahastanosotros.

La dejaba en el umbral. El bloque de apartamentos de Dolphin Square serecortabaalaluzdelaluna.Lasombradelosárbolesseproyectabasobrelaaceraylas hojas permanecían inmóviles. No corría ni una gota de aire. Del otro lado delmuelle,aorillasdelTámesis,unrestauranteflotanteostentabasuletreroluminoso,yel portero semantenía de pie, a la entrada del pontón. Pero nadie, aparentemente,frecuentabaeserestaurante.Yoobservabaaaquelhombre,fijadoparasiempreensuuniforme.Aesahoralosvehículosyanocirculabanporelmuelle,yyohabíallegadofinalmentealcorazóntranquiloydesoladodelverano.

AmiregresodeChepstowVillasescribía tendidosobre lacama.Luegoapagaba laluzyesperabaenlaoscuridad.

Ella llegabaaesode las tresde lamadrugada,siempresola.Desdehacíaalgúntiempo,Lindahabíadesaparecidonuevamente.

Abríalapuertaconcuidado.Yosimulabadormir.Ydespués,alcabodeunciertonúmerodedías,yovelabahastaelalba,peroya

nuncavolvíaoírsuspasosenlaescalera.

Ayer, sábado 1 de octubre de 1994, regresé a mi casa, desde la Place d’Italie, enmetro.Había ido a buscar unas cintas de vídeo a una tienda que—según dicen—estabamejorprovistaqueelresto.HacíamuchotiempoquenoibaalaPlaced’Italieylanotémuycambiada,acausadelosrascacielos.

Enelvagóndemetro,permanecídepiecercadelaspuertas.Unamujersehallabasentada en uno de los asientos del fondo, a mi izquierda; me había llamado laatenciónporquellevabaunasgafasdesol,unpañueloanudadobajolabarbillayunviejo impermeable beige. Creí reconocer a Jacqueline. El metro había salido a lasuperficieyseguíaporelBoulevardAuguste-Blanqui.Alaluzdeldía,surostromepareció demacrado.Distinguía la forma de su boca y de su nariz.Era ella, poco apocoteníalacerteza.

Nomeveía.Susojosestabanocultosdetrásdelasgafasdesol.SepusodepieenlaestaciónCorvisartylaseguíporelmuelle.Llevabaunacesta

enlamanoizquierdaycaminabaconunpasocansado,casititubeante,quenoerael

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queyoleconocía.Poralgunarazónincomprensiblehabíasoñadoamenudoconellaenesosúltimos tiempos: laveía,enunpequeñopuertopesquerodelMediterráneo,sentadaenelsuelo,tejiendointerminablementebajoelsol.Asulado,unplatilloenelquelostranseúntesarrojabanmonedas.

AtravesóelBoulevardAuguste-BlanquiytomólaRueCorvisart.Bajétrasellalapendientedelacalle.Entróenunalmacén.Cuandosalióadvertí,porsuandar,quelacestapesabamás.

Frente a la pequeña plaza que precede al parque, un café lleva por nombreMuscadetJunior.Miréatravésdelcristal.Ellaestabadepiefrentealabarra,conlacestaasuspies,yseservíaunvasodecerveza.Noquiseabordarlaniseguirlaparaaveriguarsudirección.Despuésdetantosaños,temíaqueyanoseacordarademí.

Y hoy, primer domingo del otoño, me encuentro en la misma línea de metro.PasamosjuntoalascopasdelosárbolesdelBoulevardSaint-Jacques.Lasramasseinclinansobrelasvías.Entonces,tengolaimpresióndeestarentreelcieloylatierra,yde escapar demividapresente.Yanadame ata a nada.Enpocos instantes, a lasalida de la estación Corvisart, semejante a una estación de provincias, con suvidriera,serácomodeslizarseporunabrechadeltiempoydesaparecerédeunavezparasiempre.Bajarélapendientedelacalleyquizátengalaoportunidaddevolveraverla.Debedevivirenalgúnlugardeestebarrio.

Hacequinceaños,lorecuerdo,mehallabaenelmismoestadodeánimo.Unatardedeagostohabíaidoabuscar,alayuntamientodeBoulogne-Billancourt,unacopiademipartidadenacimiento.HabíaregresadoapieporlaPorted’AuteuilylasavenidasquerodeabanelhipódromoyelBois.Vivíaprovisionalmenteenuncuartodehotel,cercadelmuelle,másalládelosjardinesdeTrocadéro.NosabíaaúnsimequedaríadefinitivamenteenParísosi,continuandoconel libroquehabíacomenzadoacercade los«poetasynovelistasportuarios»,haríaunviajeaBuenosAiresenbuscadelpoeta argentino Héctor Pedro Blomberg, cuyos versos habían despertado micuriosidad:

ASchneiderlomataronunanocheenlapulperíadelaParaguaya.Teníalosojosazulesylacaramuypálida.

Elfinaldeuna tardesoleada.Antesde llegara laPortede laMuette,mehabíasentado en el banco de una plaza.Aquel barriome traía recuerdos de infancia. Elautobús 63 que tomaba en Saint-Germain-des-Prés se detenía en la Porte de laMuette,yallíloesperabaalasseisdelatarde,trashaberpasadolajornadaenelBoisde Boulogne. Pero era inútil avanzar en mis recuerdos, pertenecían a una vida

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anteriorquenoestabamuysegurodehabervivido.Saquédemibolsillolapartidadenacimiento.Habíanacidoenelveranode1945,

y una tarde, a eso de las cinco, mi padre había ido a firmar el registro en elayuntamiento.Veíaclaramentesufirmaenlafotocopiaquemehabíanentregado,unafirmailegible.Luegomipadrehabíaregresadoacasaapie,porlascallesdesiertasdeaquelverano,yenelsilencioseoíanlostimbrescristalinosdelasbicicletas.Yeralamismaestaciónenlaquemehallabahoy,elmismofinaldelatardesoleada.

Habíavueltoaguardarlapartidadenacimientoenmibolsillo.Meencontrabaenmediodeunsueñodelqueeraprecisodespertar.Loslazosquemeuníanalpresentese hacían cada vezmás delgados.Hubiera sido realmente lamentable acabar sobreaquelbanco,enunaespeciedeamnesiaydepérdidaprogresivadelaidentidad,ynopoderindicaralostranseúntesmidomicilio…Felizmente,conservabaenelbolsillomipartidadenacimiento,comolosperrosquesepierdenenParísperollevanenelcollarladirecciónyelnúmerodeteléfonodesudueño…Yprocurabaexplicarmeelcambio que se estaba produciendo enmi vida.No veía a nadie desde hacía variassemanas. Aquellos a los que había llamado aún no habían regresado de susvacaciones. Por otra parte, había cometido un error al elegir un hotel alejado delcentro.Acomienzosdelveranopensabapasarallíuntiempoyalquilarunpequeñoapartamento o un estudio. Entonces me asaltó la duda: ¿verdaderamente deseabaquedarme en París?Mientras durara el verano tendría la impresión de ser solo unturista,peroacomienzosdelotoñolascalles,lagenteylascosasrecobraríansucolorcotidiano:gris.Ymepreguntabasiaún teníaelvalordefundirme,otravez,enesecolor.

Llegabasindudaalfinaldeunperíododemivida.Aquelperíodohabíaduradounaquincenadeaños,yahoraatravesabauntiempomuertoantesdelcambiodepiel.Trataba de remontarme quince años atrás. También en aquella época algo habíallegadoasufin.Meseparabademispadres.Mipadremecitabaenlapartetraseradelos cafés, en el vestíbulo de algún hotel o en bares de estación, como si eligieralugares de paso para deshacerse demí y huir con sus secretos. Permanecíamos ensilencio,unofrentealotro.Decuandoencuando,melanzabaunamiradaoblicua.Mimadre, por su parte, me hablaba en voz cada vez más alta, lo adivinaba por losmovimientos bruscos de sus labios, ya que había entre nosotros un cristal queahogabasuvoz.

Y luego los quince años siguientes se disolvieron: apenas algunos rostrosborrosos,algunosrecuerdosvagos,algunascenizas…Nosentíatristezaalguna,sino,por el contrario, cierto alivio. Volvería a empezar desde cero. De esa sombríasucesióndedías, losúnicosque todavíadestacabaneran aquellos en losquehabíaconocidoaJacquelineyVanBever.¿Porquéeseepisodioynootro?Quizáporquehabíaquedadoinconcluso.

Elbancoqueocupabahabíasidoganadoporlasombra.Atraveséelcéspedymesenté al sol.Me sentía ligero.Ya no tenía que rendir cuentas a nadie, ya no había

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excusasnimentirasquetramar.Ibaaconvertirmeenotro,ylametamorfosisseríatanprofundaqueningunodeaquellosalosquehabíaconocidoeneltranscursodeesosquinceañosseríacapazdereconocerme.

Oíaelruidodeunmotordetrásdemí.Alguienaparcabasucocheenlaesquinadelaplaza con la avenida.Elmotor se apagó.El sonido de una puerta al cerrarse.Unamujercaminabaalolargodelasrejasdelaplaza.Llevabaunvestidodeveranodecoloramarilloygafasdesol.Sucabelloeracastaño.Nohabíapodidodistinguirsurostro, pero reconocí de inmediato su forma de andar, aquel paso indolente. Sumarchasehacíacadavezmáslenta,comosidudaraentrevariasdireccionesposibles.Yluegoparecíahaberencontradoelcamino.EraJacqueline.

Dejélaplazaylaseguí.Nomeatrevíaaalcanzarla.Quizánomerecordarabien.Teníaelcabellomáscortoquequinceañosatrás,peroaquellaformadecaminarnopodíaperteneceraningunaotra.

Entró en uno de los edificios. Era demasiado tarde para abordarla.Y de todosmodos,¿quéhabríapodidodecirle?AquellaavenidaestabatanlejosdelQuaidelaTournelleydelcaféDante…

Pasé por delante del edificio y tomé nota del número. ¿Era ese realmente sudomicilio? ¿O visitaba a unos amigos? Acabé por preguntarme si era posiblereconoceraalguiensinversurostro,soloporsuformadecaminar.Dimediavueltaendirecciónalaplaza.Sucocheestabaallí.Tuvelatentacióndedejarleunanotaenelparabrisasconelnúmerodeteléfonodemihotel.

EnelgarajedelaAvenuedeNew-Yorkmeesperabaelcochequehabíaalquiladoeldíaanterior.Laideasemehabíaocurridoenlahabitacióndelhotel.Elbarriomeparecíatanvacío,ytansolitarioslostrayectosapieoenmetroenaquelParísdelmesdeagosto,quelaperspectivadedisponerdeunautomóvilmereconfortaba.Tendríala impresión de poder abandonar París a cada instante, si así lo quisiera. Duranteaquellos últimos quince años me había sentido prisionero de los demás y de mímismo,ytodosmissueñosseparecían:sueñosdehuida,partidasentrenesque,parami desgracia, perdía. Nunca llegaba a la estación a tiempo.Me extraviaba en lospasillosdelmetrooenlosandenesdelasestaciones,obienlostrenesnollegaban.También soñaba que al salir de mi casa me ponía al volante de un gran cocheamericano y me deslizaba a lo largo de calles desiertas en dirección al Bois deBoulogne; no oía el ruido delmotor yme invadía una sensación de levedad y debienestar.

Elencargadodelgarajemedio la llaveyadvertísusorpresaenelmomentoenquedimarchaatrásyestuveapuntodechocarcontraelsurtidordegasolina.Temíano poder detenerme en el siguiente semáforo en rojo. Así era en mis sueños: losfrenosnofuncionaban,mesaltabatodoslossemáforosenrojoyentrabaentodaslascallesdedirecciónprohibida.

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Conseguí aparcar el coche delante del hotel y le pedí al conserje una guíatelefónica. En ese número de la avenida no vivía ninguna Jacqueline. Después dequinceaños,sindudasehabríacasado.Pero¿quiénseríasumarido?

Delorme(P.)DintillacJones(E.Cecil)Lacoste(René)Walter(J.)Sanchez-CirèsVidal

Solomefaltaballamarporteléfonoacadaunodeaquellosnombres.Marquéelprimernúmeroenlacabina.Despuésdeunlargoratoalguiendescolgó

elauricular.Unavozdehombre:—Hola…¿Sí?…—¿PodríahablarconJacqueline,porfavor?—Debedehaberseequivocado,señor.Colgué.Yanoteníavalorparamarcarlosotrosnúmeros.

Esperéaqueanochecieraparasalirdelhotel.Mesentéalvolanteyarranqué.Yo,queconocíatanbienParísyquehabríaelegido,sihubieraidoapie,eltrayectomáscortohastalaPortedelaMuette,navegabaalazarabordodeaquelcoche.Hacíamuchotiempoquenoconducíaeignorabaelsentidodelascalles.Decidícontinuarenlínearecta.

ToméunlargodesvíoporelQuaidePassyylaAvenuedeVersailles.LuegoentréenelBoulevardMurat,quesehallabadesierto.Habríapodidosaltarmelossemáforosen rojo, pero respetarlos me producía cierto placer. Conducía lentamente, con elmismo ritmo despreocupado de quien pasea por la orilla del mar en una tarde deverano.Lossemáforossolosedirigíanamí,consusseñalesmisteriosasyamigables.

Me detuve frente al edificio, del otro lado de la avenida, bajo las hojas de losprimeros árbolesdelBois deBoulogne, allí donde las farolas dejabanuna zonadepenumbra.Losdosbatientesdecristaldelapuerta,consusadornosdehierroforjado,estabaniluminados.Ytambiénlasventanasdelúltimopiso,abiertasdeparenpar;enunodelosbalconesseveíanalgunasfiguras.Podíaoírlamúsicayelmurmullodelasconversaciones.Algunoscochessedetuvierondelantedeledificio,yteníalacertezadequetodalagentequesalíadeellosyatravesabalapuertadeentradasedirigíaalmismolugar.Enunmomentodeterminadoalguienseasomóalbalcónyllamóaunaparejaquesedisponíaaentrareneledificio.Unavozdemujer.Lesindicabaelpiso.PeronoeralavozdeJacqueline,oalmenosyonolareconocí.Decidíabandonarmi

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lugarymiactituddeespíaysubir.SieraJacquelinelaanfitriona,ignorabacuálseríasu reacciónalverentrarensucasa,de improviso,aalguienaquiennoveíadesdehacíaquinceaños.Noshabíamosconocidoduranteun lapsode tiempomuybreve:tresocuatromeses.Espococomparadoconquinceaños.Peroseguramenteellanohabríaolvidadoaquelperíodo…Amenosque suvidapresente lohubieraborrado,comolaluzdemasiadointensadeunfocoquearrojaalfondodelastinieblastodoloquenoestáensucampovisual.

Esperéaque llegaranotros invitados.Estavezeran tres.Unodeelloshizounaseña con el brazo en dirección a los balcones del último piso. Los alcancé en elmomentoenqueibanaentrareneledificio.Doshombresyunamujer.Lossaludé.Nocabíaningunaduda,tambiényoeraunodelosinvitados.

Subimos en el ascensor. Los dos hombres hablaban con acento, pero lamujer erafrancesa.Mellevabanalgunosaños.

Hiceunesfuerzoporsonreír.Ledijealamujer:—Lopasaremosbienahíarriba…Ellatambiénsonrió.—¿EsustedamigodeDarius?—mepreguntó.—No,soyamigodeJacqueline.Pareciónocomprender.—HacemuchoquenoveoaJacqueline,¿cómoseencuentra?Lamujerfruncióelceño.—Nolaconozco.Luegointercambióunaspalabraseninglésconlosotros.Elascensorsedetuvo.Unode los hombres tocó el timbre.Mismanos estaban húmedas.La puerta se

abrió y oí el bullicio de las conversaciones y lamúsica que venía del interior.Unhombre de cabello castaño peinado hacia atrás y tezmate nos sonreía.Llevaba untrajedealgodónbeige.

Lamujerlobesóenlasdosmejillas.—Hola,Darius.—Hola,mireina.Teníaunavozgraveyun ligeroacento.Losdoshombres también lo saludaron

con un «hola, Darius». Le estreché la mano sin presentarme, pero no parecíaasombradodemipresencia.

Noscondujoatravésdelvestíbulohastaunsalóncongrandesventanalesabiertos.Pequeñosgruposdeinvitadosconversabandepie.Dariusylastrespersonasconlasquehabíasubidoenelascensorsedirigíanaunodelosbalcones.Yolespisabalostalones. En el umbral del balcón fueron interceptados por una pareja, y unaconversaciónacababadeiniciarseentreellos.

Guardabaunadistanciaprudencialymipresenciapasabatotalmenteinadvertida.

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Fuihastaelfondodelasalaymesentéenelextremodeunsofá.Enelotroextremo,dosjóveneshablabanenvozbaja.Nadiemeprestabalamenoratención.Tratabadelocalizar a Jacqueline en medio de toda aquella gente. Unas veinte personas.Observabaal llamadoDarius, allí, en elumbraldelbalcón, la silueta esbelta en sutrajebeige.Noleechabamásdecuarentaaños.¿EraposiblequeesteDariusfueraelmaridodeJacqueline?Lamúsica,queparecíaprovenirde losbalcones,ahogabaelruidodelasconversaciones.

Examinabaunoauno los rostrosde lasmujeres,peronoveíaaJacqueline.Mehabíaequivocadodepiso.Ni siquieraestaba segurodequevivieraeneseedificio.Dariussehallabaahoraenmediodelsalón,aalgunosmetrosdemí,encompañíadeuna mujer rubia con mucho encanto, que lo escuchaba con atención. Cada ciertotiempoella reía.Yoaguzabaeloídoparaaveriguarenqué idiomahablaba,pero lamúsica tapaba su voz. ¿Por qué no abordar a aquel hombre y preguntarle dóndeestabaJacqueline?Élmerevelaría,consutonograveycortés,aquelmisterioquenoeratal:siconocíaaJacqueline,sierarealmentesumujer,obienenquépisovivía.Eratansimplecomoeso.Estabaenfrentedemí.Ahoraescuchabaalamujerrubiaysusojosseposaronenmíporazar.Enunprimermomentotuvelaimpresióndequeno me veía. Luego me hizo una pequeña seña amistosa con la mano. Parecíaasombradodequeestuvierasolo,enaqueldiván, sinhablarconnadie,peroyomehallaba mucho más a gusto que cuando acababa de llegar al apartamento, y unrecuerdohabía resurgido.Jacquelineyyohabíamos llegadoaLondresyestábamosenlaestacióndeCharingCross,hacialascincodelatarde.Elegimosunhotelalazarenunaguíaysubimosauntaxi.NingunodelosdosconocíaLondres.EnelmomentoenqueeltaxistatomabaelMallyseabríaantemisojosaquellaavenidasombreadaporlosárboles,losveinteprimerosañosdemividasehicieronpolvo,comounpeso,comoesposasoarnesesdelosquenohabíacreídonuncapoderliberarme.Ybien,yano quedaba nada de aquellos años. Y si la felicidad consistía en esa embriaguezpasajeraqueexperimentabaaquellatarde,entonces,porprimeravezenmivida,erafeliz.

Luego era de noche y paseábamos sin rumbo fijo por la zona de EnnismoreGardens. Caminábamos despreocupados a lo largo de la verja de un jardín. Risas,músicayunmurmullodeconversacionesnosllegabandesdeelúltimopisodeunadelascasas.Losventanalesestabanabiertosdeparenparyen la luzse recortabaungrupodesiluetas.Nosotrospermanecíamosallí,contralasrejasdeljardín.Unodelosinvitadosnoshabíavistodesdeelbalcónynoshacíaseñasparaquesubiéramos.Enlas grandes ciudades, en verano, las personas que se han perdido de vista durantemucho tiempo, o que no se conocen, se encuentran una tarde en un café, luego sepierdenotravez.Ynadatienedemasiadaimportancia.

Dariussehabíaacercado:—¿Lohanabandonadosusamigos?—medijoconunasonrisa.Me llevó un instante comprender a quiénes se refería: a las tres personas del

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ascensor.—Adecirverdad,nosonmisamigos.Peroenseguidamearrepentídemispalabras.Noqueríaquemeinterrogaraacerca

demipresenciaenaquellugar.—Losconozcodesdehacemuypocotiempo—ledije—.Hantenidolafelizidea

detraermeasucasa…Sonriónuevamente:—Losamigosdemisamigossonmisamigos.Sinembargo,yodebíadeestarponiéndoloenunasituaciónembarazosa,puesto

quenomeconocía.Parahacerlesentiragustoledijeconlavozmásdulcequemefueposible:

—¿Sueleorganizaramenudoveladastanagradables?—Sí.Enagosto.Ysiempreenausenciademimujer.Lamayorpartedelosinvitadoshabíanabandonadoelsalón.¿Cómoeraposible

quelosbalconespudieranalbergarlosatodos?—Mesientotansolocuandomimujernoestá…Su mirada había adquirido una expresión melancólica. Aún sonreía. Era el

momento de preguntarle si su mujer se llamaba Jacqueline, pero aún me faltabacorajeparaarriesgarme.

—Yusted,¿viveenParís?Sin dudame hacía esta pregunta por simple cortesía.A fin de cuentas, erami

anfitriónynoqueríadejarmesoloenundiván,aisladodelrestodelosinvitados.—Sí,peroaúnnoséporcuántotiempo…Depronto sentíadeseosdeconfesarle todo.Hacíaaproximadamente tresmeses

quenohablabaconnadie.—Puedoejercermioficioencualquierparte,solonecesitounaplumayunahoja

depapel…—¿Esustedescritor?—Escritormepareceunapalabraexcesiva…Queríaquelecitaralostítulosdemislibros.Quizáshabíaleídoalguno.—Nolocreo—ledije.—Tienequeserapasionanteescribir,¿verdad?No debía de estar habituado a mantener una conversación a solas acerca de

asuntosdetalseriedad.—Loestoyreteniendo—ledije—.Tengolaimpresióndehaberahuyentadoasus

invitados.Enefecto,yanoquedabacasinadieenelsalónnienlosbalcones.Riolevemente:—Deningúnmodo…Hansubidoalaterraza…Algunaspersonashabíanpermanecidoenel salón sentadasenun sofá,delotro

ladodelahabitación,unsofáblancosimilaralqueyoocupabajuntoaDarius.

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—Hasidounplacer—medijo.Luegosedirigióhacialosotros,entrequienesseencontrabanlamujerrubiacon

laquehabíaestadoconversandohacíaunmomentoyelhombreconamericanadelascensor.

—¿Nolesparecequehacefaltaunpocodemúsicaaquí?—lesdijoenvozmuyalta,comosisupapelseredujeraaanimarlavelada—.Voyaponerundisco.

Entró en la habitación vecina. Al cabo de un momento se alzó la voz de unacantante.

Sesentójuntoalosotros,enelsofá.Yamehabíaolvidado.Erahoradepartir,peronopodíaevitaroírelbullicioylasrisasdelaterraza,ylos

fragmentosdevozdeDariusysus invitados,másallá,enel sofá.Nodistinguía loquedecíanymedejabaacunarporlacanción.

Llamaronalapuerta.Dariussepusodepieysedirigióalaentrada.Alpasarmesonrió.Losotroscontinuabanhablandoentreellos,yenelcalordelaconversaciónelhombredelaamericanahacíagrandesgestos,comosiquisieraconvencerlosdealgo.

Vocesenelvestíbulo.Seacercaban.EralavozdeDariusyladeunamujerconentonación grave. Me volví. Darius iba acompañado de una pareja y los tres sehallabanenelumbraldelsalón.Elhombreeramorenoyalto,detrajegris,losrasgosdelrostroalgogrotescos,losojosazulesysaltones.Lamujerllevabaunvestidodeveranoamarilloquedejabaaldescubiertosushombros.

—Llegamosdemasiadotarde—dijoelhombre—.Yasehanidotodos.Teníaunligeroacentoextranjero.—Enabsoluto—dijoDarius—.Nosesperanarriba.Tomóacadaunodelbrazo.Lamujer,aquienyoveíadeespaldas,sevolvió.Elcorazónmediounvuelco.

ReconocíaJacqueline.Veníanhaciamí.Mepusedepie,comounautómata.—GeorgesyThérèseCaisley—dijoDarius.Lossaludéconunainclinacióndecabeza.MiréalallamadaThérèseCaisleyalos

ojos,peroellanopestañeó.Alparecer,nomereconocía.Dariusdabalaimpresióndeestarincómodopornopoderpresentarmeporminombre.

—Sonmisvecinosdelpisodeabajo—medijo—.Mealegraquehayanvenido…Detodosmodos,nohabríanpodidodormirconesteruido…

Caisleyalzóloshombros:—¿Dormir?…Peroaúnesmuytemprano—dijo—.Eldíaacabadecomenzar.YointentabainterceptarlamiradadeJacqueline.Unamiradavacía.Nomeveía,o

bienignorabadeliberadamentemipresencia.Dariusloscondujoalotroextremodelsalón,hastael sofáenelquesehallaban losdemás.Elhombrede laamericanasepusodepieparasaludaraThérèseCaisley.Laconversaciónsereanudó.Caisleyeramuy locuaz.Ella semanteníaajenayparecíaestardemalhumoroaburrida.Tuveganasdeacercarme,dellevarlaaparteydecirleenvozbaja:

—Hola,Jacqueline.

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Peropermanecíapetrificado,enbuscadeunhilodeAriadnaquemeguiaradelcafé Dante o del hotel de la Tournelle de hacía quince años a aquel salón deventanalesabiertossobreelBoisdeBoulogne.Talhilonoexistíayyoeravíctimadeun espejismo. Y, sin embargo, un minuto de reflexión bastaba para advertir queaquelloslugaressehallabanenlamismaciudad,aescasadistanciaunosdeotros.MeesforzabaporimaginarelitinerariomáscortohastaelcaféDante:llegaralamargenizquierda por la carretera de circunvalación y, una vez en la Porte d’Orléans,continuarendirecciónalBoulevardSaint-Michel…Aesahora,enelmesdeagosto,nomehabríallevadomásdequinceminutos.

El hombre de la americana le hablaba, y ella escuchaba, indiferente. Se habíasentado en uno de los brazos del sofá y había encendido un cigarrillo. La veía deperfil.¿Quéhabíasidodesucabello?Quinceañosatráslellegabaalacinturayahoralollevabaporencimadeloshombros.Fumaba,peroyanotosía.

—¿Subeconnosotros?—mepreguntóDarius.HabíadejadoalosdemásenelsofáyestabaencompañíadeGeorgesyThérèse

Caisley.Thérèse.¿Porquésehabíacambiadoelnombre?Sedirigieronaunodelosbalconesylosseguí.—Solohayquesubirlaescaladeborda—dijoDarius.Nosindicabaunaescaleradepeldañosdecemento,enelextremodelbalcón.—¿Yhaciadóndezarparemos,capitán?—preguntóCaisleydandounaspalmadas

amistosasenlaespaldadeDarius.ThérèseCaisleyyyoíbamosdetrásdeellos,unoalladodelotro.Mesonrió.Pero

eraunasonrisadecortesía,delasqueseofrecenaundesconocido.—¿Yahasubido?—mepreguntó.—No.Eslaprimeravez.—Lavistadebedesermuybonitadesdeahíarriba.Habíaformuladoaquellafrasedeunmodotanimpersonalyfríoquenisiquiera

estabasegurodequefueraamíaquiensedirigía.Unagranterraza.Lamayoríadelosinvitadosocupabanlassillasdetelabeige.Al pasar, Darius se detuvo delante de uno de los grupos. Estaban sentados en

círculo.Yo avanzaba detrás deCaisley y sumujer, que parecía haber olvidadomipresencia.Secruzaronconotraparejaalbordedelaterraza,yloscuatrocomenzaronaconversar,depie,ellayCaisleyapoyadosenelparapeto.Caisleyy losotrosdoshablabaneninglés.Decuandoencuando,ellaintercalabaalgunafraseenfrancésenlaconversación.Tambiényofuiaacodarmeenelparapetodelaterraza.Ellaestabajusto detrás de mí. Los otros tres continuaban hablando en inglés. La voz de lacantantecubríaelmurmullodelasconversacionesymepuseasilbarelestribillodelacanción.Ellasevolvió.

—Perdone—ledije.

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—Notieneporquédisculparse.Me sonrió, con aquella sonrisa vacía de un instante atrás. Y como guardaba

silencio,meviobligadoaañadir:—Unahermosavelada…LaconversaciónseanimabaentreCaisleyylosotrosdos.Caisleyteníaunavoz

ligeramentenasal.—Lomásagradable—ledije—eselairequevienedelBoisdeBoulogne…—Sí.Sacóunpaquetedecigarrillos,extrajounoymetendióelpaquete:—Gracias.Nofumo.—Hacebien…Encendiósucigarrillo.—Heintentadodejarlovariasveces—medijo—,peronoloconsigo…—¿Ynolehacetoser?Pareciósorprendidapormipregunta.—Yodejédefumar—añadí—acausadelatos.Noseinmutó.Realmente,parecíanoreconocerme.—Esunapenaqueseoigaelruidodelacarreteradecircunvalación—dije.—¿Leparece?Yonooigonadadesdemicasa…Y,sinembargo,vivoeneltercer

piso.—Lacircunvalacióntienetambiénsusventajas.YohevenidodesdeelQuaidela

Tournelleensolodiezminutos.Pero estas últimas palabras la dejaron indiferente. Conservaba su sonrisa, esa

sonrisafría.—¿EsustedamigodeDarius?Eralamismapreguntaquemehabíaformuladolamujerenelascensor.—No—dije—.SoyamigodeunaamigadeDarius…Jacqueline…Evitésumirada.Miréfijamentelacalle,lasfarolasbajolosárboles.—Nolaconozco.—¿SequedaenParísduranteelverano?—lepregunté.—LasemanapróximairéconmimaridoaMallorca.Recordénuestroprimer encuentro, aquella tardede invierno, en laPlaceSaint-

Michel,ylacarta,encuyosobrehabíaleído:Mallorca.—Sumaridoescribenovelaspoliciacas,¿verdad?Soltóunacarcajada.Eraextraño,Jacquelinejamáshabíareídodeaquelmodo.—¿Porquécreeustedqueescribenovelaspoliciacas?Quinceañosatráshabíamencionadoelnombredeunnorteamericanoqueescribía

novelaspoliciacasyquepodíaayudarnosairaMallorca:McGivern.Mástardeyohabíadescubiertoalgunasdesusobras,einclusohabíapensadoseguirsurastroporsiacaso,parapreguntarlesiconocíaaJacquelineypodíadarmenoticiasdeella.

—LoheconfundidoconalguienqueviveenEspaña…WilliamMcGivern…

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Memirófijamentealosojos,porprimeravez,yensusonrisacreídiscernirciertacomplicidad.

—¿Yusted?—mepreguntó—.¿ViveenParís?—Porelmomento.Nosésimequedaré…Anuestras espaldas,Caisley continuaba hablando con su voz nasal, y ahora se

hallabaenmediodeungrupomuynumeroso.—Tengounoficioquepuedoejercerencualquiersitio—ledije—.Escribolibros.Otravezsusonrisacortés,suvozdistante:—¿Ah,sí?…Esunoficiomuyinteresante…Megustaríamucholeersuslibros…—Temoquelaaburrirían…—Deningúnmodo…MelostraeráundíaquevengaavisitaraDarius…—Seráunplacer.Caisleyhabíaposadoenmísumirada.Sepreguntabasindudaquiénerayoypor

quéhablabaconsumujer.Vinohaciaellaylerodeóloshombrosconsubrazo,sinapartardemísusojosazulesysaltones.

—ElseñoresamigodeDariusyescribelibros.Deberíahabermepresentado,pero siempremeproduceciertamolestiadecirmi

nombre.—NosabíaqueDariustuvieraamigosescritores.Me sonreía. Nos llevaba unos diez años. ¿Dónde lo habría encontrado? En

Londres quizá. Sí, sin duda ella se había quedado enLondres después de que noshubiéramosperdidodevista.

—Élcreíaquetútambiénescribías—dijo.Caisley estalló en una carcajada. Luego retomó su postura normal: la espalda

derecha,lacabezaerguida.—¿Realmentehacreídoeso?¿Leparecequetengocaradeescritor?Yonomehabíaplanteadoaquellapregunta.LaocupacióndeltalCaisleymeera

porcompletoindiferente.Pormásquemedijeraamímismoqueaquelhombreerasumarido,noveíaenélnadaque lodistinguierade todaesagentereunidaenaquellaterraza.Soloellayyoparecíamosextrañosal lugar,noshallábamosperdidos,entrefigurantes, sobreunplatódecine.Ella fingíaconocer supapel,peroyoni siquieraconseguía pasar inadvertido. Pronto descubrirían que era un intruso. Permanecíamudo,yCaisleymeescudriñaba.Debíadeciralgocuantoantes:

—LoconfundíconunescritornorteamericanoqueviveenEspaña…WilliamMcGivern…

Eso es.Había ganado algo de tiempo. Pero no era suficiente. Tenía que hallarimperiosamenteotrasréplicasypronunciarlasconnaturalidadydesenvolturaparanoatraerlaatención.Lacabezamedabavueltas.Temíperderelequilibrio.Transpiraba.Lanochemeparecía asfixiante, amenosque fueran la luz intensade los focos, elbulliciodelasconversaciones,lasrisas.

—¿HavisitadoustedEspaña?—mepreguntóCaisley.

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Habíaencendidouncigarrilloymeexaminabatodoeltiempoconsumiradafría.Articulécondificultad:

—No.Jamás.—NosotrostenemosunacasaenMallorcaenlaquepasamostresmesesalaño.Y la conversaciónamenazabaconprolongarsedurantehorasenaquella terraza.

Palabrasvacías,fraseshuecas,comosiellayyohubiéramossobrevividoanosotrosmismosconlacondicióndenohacerlamenoralusiónalpasado.Ellasehallabamuyagustoenaquelpapel.Yyono leguardabarencor: tambiénhabía idoolvidándolotodolentamente,ycadavezquefragmentosenterosdemividacaíanconvertidosenpolvo,experimentabaunaagradablesensacióndelevedad.

—¿YcuáleslamejorépocadelañoparairaMallorca?—lepreguntéaCaisley.Ahoramesentíamejor,elaireeramásfresco, los invitadosanuestroalrededor

menosruidososylavozdelacantantesehabíasuavizado.Caisleyalzóloshombros.—TodaslasestacionestienensuencantoenMallorca.Mevolvíhaciaella:—¿Tambiénustedlocreeasí?Ella repitió su sonrisa de un instante atrás, y yo creí advertir otra vez cierta

complicidad.—Piensoexactamenteigualquemimarido.Entoncesmeinvadióunasensaciónparecidaalvértigoyledije:—Escurioso.Yanotosecuandofuma.Caisleynohabíaescuchadomispalabras.Alguienlehabíatocadolaespaldayél

sehabíavuelto.Ellafruncióelceño.—Yanonecesitaeléterparadejardetoser…Yohabíapronunciadoaquella fraseenel tonode laconversaciónmásanodina.

Me lanzó una mirada de asombro. Pero no había perdido su sangre fría. Caisleycontinuabaentretenidoconsuvecino.

—Noheentendidoloquemedecía…Ahora, sumirada no expresaba nada y evitaba lamía. Sacudí con violencia la

cabeza,comoquiensedespiertadeunmalsueño.—Notieneimportancia…Pensabaenellibroqueestoyescribiendo…—¿Esunanovelapoliciaca?—mepreguntóenuntonodedistraídacortesía.—Noexactamente.Era inútil. La superficie permanecía lisa. Aguas estancadas. O, más bien, una

espesacapadehielo,imposibledeatravesardespuésdequinceaños.

—¿Nosvamos?—dijoCaisley.Lerodeabaloshombrosconsubrazo.Eracorpulentoyellaparecíapequeñaasu

lado.

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—Tambiényomemarcho—dije.—DebemosdespedirnosdeDarius.Lobuscamosenvanoentrelosgruposdeinvitados,enlaterraza.Luegobajamos

alsalón.Alfondo,cuatropersonasestabansentadasalrededordeunamesayjugabanalascartasensilencio.Dariussehallabaentreellos.

—Decididamente—dijoCaisley—,elpóqueresmásfuertequetodo…EstrechólamanodeDarius.Estesepusodepieybesósumano,ladeJacqueline.

YoamivezestrechélamanodeDarius.—Regresecuandoguste—medijo—.Lacasasiempretendrálaspuertasabiertas

parausted.Enelrellano,medisponíaaentrarenelascensor.—Nosdespedimosdeustedaquí—dijoCaisley—.Vivimosenelpisodeabajo.—Esta tarde me he dejado el bolso en el coche —le dijo ella—. Enseguida

vuelvo.—Ybien,adiós—medijoCaisley,ehizoungestodespreocupadoconsubrazo

—.Encantadodehaberloconocido.Bajólasescaleras.Oícerrarseunapuerta.Estábamoslosdossolosenelascensor.

Ellaalzósurostrohaciamí:—Micocheestáunpocomáslejos,cercadelaplaza…—Losé—ledije.Memirabaconlosojosmuyabiertos.—¿Porqué?¿Meespíausted?—Estatarde,porazar,lavisalirdesucoche.El ascensor se había detenido, las dos hojas de la puerta se abrieron

automáticamente, pero ella no semovía.Memiraba aún con los ojos ligeramenteabiertos.

—Nohascambiadotanto—medijo.Lapuertavolvióacerrarseconunsonidometálico.Ellabajólacabezacomosi

quisieraprotegersedelaluzquecaíadelplafóndelascensor.—Yyo,¿teparecequehecambiado?Yano tenía lamismavozdeunmomento antes, en la terraza, sino aquella, un

pocoronca,deentonces.—No…,apartedelcabelloyelnombre…

Laavenidaestabasilenciosa.Seoíaelmurmullodelosárboles.—¿Conoceselbarrio?—mepreguntó.—Sí.Yanohubierapodidoasegurarlo.Ahoraqueellaibaamilado,teníalaimpresión

decaminarporaquellaavenidaporprimeravez.Peronoeraunsueño.Allíestabaelcochebajolosárboles.Seloseñaléconelbrazo:

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—Alquiléesecoche…Yapenasséconducir…—Nomeextraña…Mehabíaagarradodelbrazo.Sedetuvoymesonrió:—Seguroqueconfundeselfrenoconelacelerador,porloqueteconozco…Tambiényoteníalaimpresióndeconocerlabien,auncuandonolahubieravisto

enquinceañosynohubieratenidonoticiasdesuvida.Detodaslaspersonasconlasquemehabíacruzadohastaelmomento,eraellaquienhabíaquedadomáspresenteen mi espíritu. A medida que caminábamos, su brazo alrededor del mío, meconvencíadequehacíasolounaspocashorasquenoshabíamosseparado.

Llegamosalaplaza.—Creoqueseríamásprudentequeyotellevarahastatucasa…—Noveoinconveniente,perotumaridoteespera…Apenaslahubepronunciado,aquellafrasemesonófalsa.—No…Yadebedeestardormido.Estábamossentadosunojuntoalotroenelcoche.—¿Dóndevives?—Nomuylejos.EnunhotelcercadelQuaidePassy.TomóelBoulevardSuchetendirecciónalaPorteMaillot.Visiblemente,aquelno

eraelcamino.—Si nos reencontramos cada quince años—me dijo—, corres el riesgo de no

reconocerme.¿Quéedad tendríamos lapróximavez?Cincuentaaños.Mepareció tanextraño

quenopudeevitarmurmurar:«Cincuenta»,comosiintentaraencontrarunasombraderealidadenesacifra.

Ellaconducía,eltorsoalgorígido,lacabezaerguida,ydisminuíalavelocidadenlasbifurcaciones.Todoestabaensilencioanuestroalrededor.Salvoelsusurrodelosárboles.

EntramosenelBoisdeBoulogne.Detuvoelcochebajolosárboles,cercadelastaquillasdedondeparte el pequeño trenquevayviene entre laPorteMailloty elJardínBotánico.Estábamosenlapenumbra,albordedelcamino,yfrenteanosotroslas farolas iluminaban con una luz blanca aquella estación en miniatura, el andéndesierto,lospequeñosvagonesinmóviles.

Ellaacercósurostroymerozólamejillaconlamano,comoparaasegurarsedequeestabaallí,vivo,asulado.

—Fueextraño,haceunrato—medijo—,cuandoentréytevienelsalón…Sentísuslabiosenmicuello.Leacariciéelcabello.Noeratanlargocomoantes,

pero nada había cambiado en realidad. El tiempo se había detenido. O,más bien,habíaretrocedidoalahoraquemarcabanlasagujasdelrelojdelcaféDante,lanocheenquenosencontramosallí,pocoantesdelcierre.

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Al mediodía del día siguiente fui en busca del coche que había dejado frente aledificio de Caisley. En el momento en que me sentaba al volante vi a Dariuspaseandoporlaaceradelaavenida,bajoelsol.Llevabaunpantalóncortobeige,unpolo rojo y gafas negras. Le hice una seña con el brazo. No parecía en absolutoasombradodevermeallí.

—Quécalor…¿Noquieresubiratomaralgo?Declinélainvitaciónconelpretextodeunacita.—Todos rechazan mis invitaciones… Los Caisley se fueron esta mañana a

Mallorca…Hacenbien…EsestúpidoquedarseenParísenagosto…La noche anterior, ella me había dicho que no se marcharía hasta la semana

siguiente.Otravezsehabíaescapado.Meloesperaba.Seacercóalcoche:—Vengadetodosmodosunadeestasnoches…Enelmesdeagostoesnecesario

hacersecompañía…Apesardesusonrisa, seadivinabaenélunavagapreocupación.El tonodesu

voz,talvez.—Vendré—ledije.—¿Seguro?—Seguro.Arranqué,perodimarchaatrásconexcesivaviolencia.Elvehículochocócontra

eltroncodeunplátano.Dariusabriólosbrazosconungestoafligido.Tomé la dirección de la Porte d’Auteuil. Pensaba volver al hotel bordeando el

Sena.Lacarroceríade laparte traseradebíadeestarbastantedañada,yunode losneumáticosrozabaconella.Conducíaconlamayorlentitudposible.

Comencé a experimentar una extraña sensación, sin duda a causa de las callesdesiertas,elcalor,labrumayelsilencioamialrededor.AmedidaquedescendíaporelBoulevardMurat,mimalestar adquiría contornosprecisos: acababadedescubrirfinalmente el barrio por el que paseaba amenudo, en sueños, con Jacqueline. Sinembargo,nuncahabíamoscaminadojuntosporallí,amenosquehubierasidoeneltranscurso de otra vida. Mi corazón latió con más fuerza, como un péndulo alacercarse a un campomagnético, antes de desembocar en la plaza de la Porte-de-Saint-Cloud.Reconocílasfuentes,enelcentrodelaplaza.Estabasegurodeque,porlo general, Jacqueline y yo tomábamosuna calle a la derecha, detrás de la iglesia,peroaquellatardenolaencontré.

Otrosquinceañoshanpasadoenlabruma,confundiéndoselosunosconlosotros,ynohevueltoa tenernoticiasdeThérèseCaisley.Enelnúmerode teléfonoquemehabíadadonadierespondía,comosinuncahubieranregresadodeMallorca.

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Quizás llevemuertadesdeel añopasado.Quizámecruceconellaundomingocualquiera,cercadelaRueCorvisart.

Sonlasoncedelanochedeundíadeagosto.Eltrenhadisminuidolavelocidadyatraviesalasprimerasestacionesdelasafueras.Andenesdesiertosbajolaluzmalvadelosneones,allídondesoñábamosconpartirhaciaMallorcayestrategiasentornoalcinconeutro.

Brunoy.Montgeron.Athis-Mons.Jacquelinenaciócercadeaquí.Elruidoacompasadodelosvagonessesilencióyeltrensedetuvouninstanteen

Villeneuve-Saint-Georges,antesdelapartadero.LasfachadasdelaRuedeParis,quebordealavíaférrea,parecenoscurasyabandonadas.Antessesucedíancafés,cinesygarajesdelosquesolohanquedadolosrótulos.Unodeellosestáiluminado,comounalámparaenunahabitaciónvacía,paranada.

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PATRICK MODIANO (1945 en Boulogne-Billancourt, Francia). Exquisitoexplorador de un pasado que ha revivido con gran viveza y sensibilidad, esconsideradounode losmejoresescritoresvivos.Suprimeranovela,El lugarde laestrella (1968), fue galardonada con el PremioRogerNimier y el Premio Fénéon.DiezañosmástardeobtuvoelPremioGoncourtporLacalledelastiendasoscuras.EntresusobrasdestacanLosbulevaresperiféricos(Alfaguara,1977),merecedoradelGranPremiodeNovela de laAcadémieFrançaise,La ronda de noche (Alfaguara,1979)—queformaronjuntoaEllugardelaestrellalaTrilogíadelaOcupación—,Domingosdeagosto (Alfaguara,1989),Másalládelolvido,DoraBruder (1997)yEnelcafédelajuventudperdida(2007).HarecibidoelPrixlittérairePrince-Pierre-de-Monaco (1984), el Grand prix de littérature Paul-Morand de la AcadémieFrançaise(2000),elPrixmondialCinoDelDuca(2010),elPrixdelaBNFyelPrixMarguerite-Duras(2011)porelconjuntodesuobra.En2014seleotorgóelPremioNobeldeLiteratura«porel artede lamemoriaconelquehaevocado losdestinoshumanosmásinefablesyhadesveladoelmundocotidianodelaOcupación».

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