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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

¿Acaso es oro todo lo que reluce?

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El maquinismo es el resultado del progreso científico-técnico que se instaló en Europa desde el post-Renacimiento. La ciencia de Galileo y el método de Newton impulsaron una convulsión sin precedentes en el terreno del saber.

La invención de la primera máquina de vapor (James Watt, 1774) marca el inicio de un proceso que, en un lapso de tiempo relativamente corto, transformará completamente la economía de Europa y el mundo, culminando con ello el largo trayecto histórico del ascenso de la burguesía al poder en las grandes naciones de Occidente.

Claro que el protagonismo burgués en la Revolución Industrial es complementario a la emergencia de una nueva clase social, el proletariado. Con la mecanización de la producción, la economía capitalista alcanzará una prosperidad inmensa …

Pero el gran desarrollo económico vendrá acompañado de fuertes crisis y conflictos sociales. Completados todos los objetivos de la ya vieja revolución burguesa, acaba de comenzar la revolución obrera.

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… y no tuvo nada de plácida

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Desde el Siglo XVII, la ciencia ha impuesta una visión mecanicista del universo. Gracias a la física de Galileo y Newton concebimos el mundo como una enorme máquina cuyos engranajes funcionan de una manera previsible y determinada. Conocer las leyes que rigen la gran máquina supone poder predecir el comportamiento de los seres. Si desde hace siglos los científicos tratan de encontrar las leyes que estructuran el mundo natural, los pensadores del XIX intentarán ahora descubrir las leyes que rigen la conducta humana, es decir, la historia, la política y la economía.

El Materialismo Histórico es la doctrina con la que Marx y Engels tratarán de darle una lógica, un sentido al devenir de los actos humanos. Como la base de todo lo que nos define es material, encontrarán en los procesos económicos el punto desde la cual explicar la historia de las sociedades humanas. Así, cada época es un modo productivo, un sistema de relaciones de producción, un modelo de trabajo que estructura la organización social y determina las formas ideológicas que rigen esa época.

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Así, la antigua Roma no es un conjunto de obras de arte, concepciones religiosas, formas jurídicas o modelos políticos. No, en realidad, todo eso es sólo el reflejo ideológico (la sobreestructura) de una serie de procesos mucho más profundos que transcurren al nivel de la base económica (Infraestructura).

La Edad Media no es entonces la visión teocentrista, la moral caballeresca de los cantares de gesta, las armaduras de los caballeros o las concepciones que sobre el universo tomaron ciertos monjes de los textos aristotélicos. No, en realidad, lo medieval es un conglomerado determinado por un modo productivo, el modo feudal, que se enfrenta de una manera determinada a la necesidad de proveer alimentos, organizando la sociedad en base a las relaciones de vasallaje. Esa dialéctica, el régimen de explotación del siervo de la gleba por el señor, determina todo lo demás.

Esta es la interpretación del materialismo histórico. Son los procesos económicos y las luchas de clases que generan lo que explica científicamente una sociedad. Lo demás –el arte, la religión, el derecho, la filosofía- es solo su consecuencia secundaria.

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¿Por qué cambia un modelo productivo? O lo que es lo mismo, ¿por qué el modo esclavista fue sustituido por el feudal? Cada modo histórico de producción alberga una serie de tensiones o contradicciones: grupos sociales que tratan de ejercer poder y mejorar su situación de vida. Cuando las tensiones con los esclavos ya no pueden ser sostenidas por el modo antiguo, sobrevienen revoluciones y termina por estabilizarse un sistema como el feudal, donde el antiguo esclavo es sustituido por el vasallo, sometido también a explotación, pero en base a unos reglamentos jurídicos y unas formas ideológicas diferentes.

Pasa lo mismo después con el feudalismo. Cuando el modelo de vasallaje deja de ser eficaz, estallan fuertes conflictos, con revueltas frecuentes de campesinos que se enfrentan a los señores feudales en los momentos de grandes hambrunas. El desarrollo del comercio convierte a una clase social, la burguesía, en la nueva gran protagonista de la actividad económica.

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Está naciendo una nueva época, el capitalismo.

• El modo burgués, basado en la libertad comercial, creará una prosperidad sin precedentes, pero ¿instaurará el reino de la justicia? ¿Cumplirá la sociedad burguesa los ideales de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad?

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NO SEAMOS INGENUOS. EL CAPITALISMO SOLO ELIMINA LOS VIEJOS MODOS FEUDALES PARA INSTAURAR NUEVAS FORMAS DE PROPIEDAD PRIVADA Y DE EXPLOTACIÓN DEL HOMBRE POR

EL HOMBRE.

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Marx no tuvo una vida fácil. Estudió en Bonn, Berlín, Jena… Trabajó como periodista en Colonia, en París… Su apoyo a la causa revolucionaria de los obreros le acarreó

distintas expulsiones, de manera que acabó en Londres, donde publicó sus textos más trascendentes. De no ser por la ayuda de su amigo Engels, probablemente hubieran

muerto de hambre él y su familia.

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Marx revoluciona el sentido de la labor del filósofo. Los anteriores pensadores proyectaron grandes teorías de la razón, criterios globales para discernir lo verdadero de lo falso y lo bueno de lo malo. La Teoría de las Ideas de Platón o la duda metódica de Descartes trataron de proporcionar a la gente de su tiempo una orientación, una forma de hacer luz en medio de la incertidumbre. Se trataba, en suma, de contestar a la pregunta “¿Qué es lo verdadero?”

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Lo que Marx nos enseña es que la labor del pensador no consiste tanto en decir qué es el mundo, sino más bien en explicarnos como transformarlo. Debemos encontrar

conceptos que nos expliquen científicamente cómo son las cosas, por supuesto, pero no con la intención de hacer teorías y ser más sabios, sino porque debemos transformar el mundo y hacerlo mejor. Con Marx, la filosofía se hace praxis, se pone manos a la obra.

“Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos. De lo que se trata es de transformarlo” (Karl Marx. Once tesis sobre Feuerbach)

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No se trata de actuar a ciegas. La revolución sin bases científicas es pura explosión de rabia, simple rencor, la furia destructiva de las masas famélicas. Esa rabia tiene explicación, desde luego, pero debe ser inteligentemente canalizada para propiciar una nueva sociedad sin clases, un sistema donde ya no exista la explotación del hombre por el hombre.

Marx observa las condiciones miserables en que vive la clase proletaria en su tiempo. Pero ello no es resultado de unas ideas equivocadas o de la maldad de los dueños de las fábricas. Lo que intenta Marx con sus largas investigaciones sobre la historia de la sociedad burguesa es determinar cuáles son las leyes del desarrollo económico, de tal manera que pueda entonces explicarse cuáles son los mecanismos que conducen a la explotación y a la injusticia.

Este planteamiento científico está guiado por una intención ética. Marx cree que el mundo no es como debería ser, pero de nada sirve llorar por ello, suplicar a los explotadores que sean menos crueles o rezar a Dios para que nos salve en el más allá. Marx investiga la lógica de la sociedad de clases precisamente para encontrar las claves para destruirla. Por eso no se limita a su actividad intelectual y desarrolla un intenso compromiso político personal con la clase proletaria.

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Pero Marx es un filósofo alemán y, al igual que Kant o Hegel, acepta la herencia del pensamiento moderno, cuyo fundador fue Descartes. Lo que el autor del Discurso del método descubrió en el Siglo XVII es que el filósofo sólo podría alcanzar la sabiduría en la medida en que fuera capaz de cuestionar las verdades comúnmente admitidas.

La filosofía ilustrada de Kant y Hegel asume esa función crítica del pensamiento, pero difícilmente Marx podía conformarse con lo que ellos hicieron. Kant propuso una serie de principios éticos abstractos, pero no buscó las claves para transformar una sociedad profundamente desigual e injusta como la que en su siglo XVIII tenía ya en el burgués capitalista a su gran protagonista. En cuanto a Hegel, acertó a entender que el hombre es historia, pero para Marx resultaba inaceptable su propuesta de explicar la historia por conflictos entre concepciones ideales diferentes (Idealismo absoluto) o su visión del Estado nacional prusiano como encarnación de los ideales de la razón.

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Karl Marx acepta la herencia de la filosofía moderna… Pero para romper con ella y buscar un

modelo de análisis nuevo y revolucionario.

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Marx acusa a toda la filosofía anterior de ser ideológica y, por tanto, burguesa. ¿Por qué?

Ideología: pensamiento deformado. La ideología nos hace creer que el mundo se explica por ideas, que lo mueven las formas de conciencia. El materialismo histórico acaba con este planteamiento. Lo que de verdad mueve la historia, lo que determina el comportamiento de las masas, son las necesidades reales, es decir, la economía. Una época no es un conjunto más o menos coherente de sistemas legales, regímenes jurídicos, creencias religiosas o expresiones artísticas … Todo eso es lo que los historiadores idealistas rescatan de una época. Pero con ello no hacen sino ocultar la verdad, disfrazar los procesos que en profundidad explican esa época para que no conozcamos los mecanismos profundos que la dirigen. Y esos mecanismos son económicos. Así, el feudalismo es un modo productivo y sus consiguientes relaciones de producción o, lo que es lo mismo, luchas de clases. El ideólogo oculta esos procesos. Le niega la palabra a los verdaderos actores de la historia, que son las clases productivas –las masas, en definitiva- para otorgárselo a filósofos, teólogos, juristas, políticos… En conclusión: el ideólogo nos vende la farsa de que son las ideas las que mueven el mundo.

¿Por qué la farsa ideológica?

Pensemos en Hegel. Su doctrina del Idealismo Absoluto acierta al descubrir que la Razón es una construcción en el tiempo, un proceso histórico que se va elaborando a través de las épocas. ¿Qué lógica rige el paso de un tiempo a otro? Hegel contesta que la lógica del cambio histórico es dialéctica, es decir, que cada figura del Espíritu (Mundo clásico, Medioevo, Renacimiento, Barroco…) oculta en su interior una serie de tensiones entre fuerzas ideológicas opuestas, es decir, entre concepciones rivales entre sí. Su conflicto terminará por estallar y producir una época nueva que, de alguna manera, conservará lo bueno de las fuerzas que se oponían en la época anterior. Pero esa época guardará nuevas contradicciones…

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¿Se equivocaba Hegel? No en todo. Hegel acertó al encontrar en el conflicto entre fuerzas opuestas la clave del movimiento histórico. Lo que no supo ver es que la lógica de ese conflicto no era ideológica. No son “concepciones del mundo” las que rivalizan hasta conducir una época a un proceso revolucionario. Lo que de verdad mueve la historia es la lucha de clases. No son las ideas, son los intereses de clase lo que produce las tensiones sociales y termina generando nuevas épocas. No son las ideas las que se hacen viejas, son los sistemas productivos los que dejan de ser eficaces y ya no pueden soportar sus propias contradicciones. La misión del materialismo histórico es asumir la herencia hegeliana, pero dándole la vuelta a su modelo dialéctico. El conflicto es la lógica de la historia, pero el verdadero conflicto no es ideológico, sino económico. Las supuestamente terribles luchas entre concepciones distintas son sólo la crema del café. Las ideas son en realidad producto de algo mucho más profundo y que suele permanecer oculto tras ello: los intereses de clase.

Hagámonos algunas preguntas. ¿Triunfa el cristianismo en Roma porque los romanos ya no tenían fe en los viejos dioses paganos y entendieron que la filosofía de aquel judío crucificado era superior a la suya? No, en realidad, es el modelo esclavista el que ha entrado en crisis en aquel tiempo. La nueva sociedad que está surgiendo se siente más cómoda con las ideas de aquel hombre, pero no son esas ideas las que cambian la sociedad, es la sociedad la que cambia al compás de su sistema económico, y solo entonces empiezan a cambiar también sus ideas.

Pero sigamos. ¿Creemos que la sociedad actual acepta la igualdad de la mujer porque nos hemos dado cuenta de que las mujeres son tan dignas de derechos como los hombres? En ese caso resulta que hemos necesitado tres mil años para darnos cuenta. No, lo que sucede es que las sociedades industriales requieren mano de obra y no tardan en demandar la incorporación de la mujer al mercado laboral. Sólo entonces –cuando cambia el modelo productivo- la sociedad se pone en condiciones de asumir que la desigualdad entre los sexos es una idea caduca y trasnochada.

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En suma, los autores como Hegel hacen ideología porque la suya es una filosofía burguesa. Su intención es ocultar las claves de la explotación. Eso es el Idealismo, una gran farsa para ocultar las claves materiales de la sociedad.

¿Y Feuerbach? También es un ideólogo, quizá con más culpa que Hegel, pues Feuerbach se proclama como “el primer materialista”.

Ludwig Feuerbach acertó al convertir el principio de alienación en la clave de su modelo filosófico. La divinidad es un simple constructo humano, una invención en la que el hombre proyecta su anhelo de inmortalidad, perfección y trascendencia. Esa búsqueda traiciona al hombre, que se autoenajena en esa figura que él mismo creó, proyectando sobre ella sus mejores atributos. El cielo se define entonces con lo mejor de las virtudes humanas, quedando lo peor en el más acá. Al sustituir la teología por la antropología, Feuerbach opera la sustitución del más allá por el más acá, de la trascendencia por la inmanencia, de la fe religiosa por el ateísmo.

Pero Feuerbach no entendió algo esencial. Marx pregunta: “¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma con la producción material?” La ideología es la superestructura de una época. Su función es ocultar las bases infraestructurales de la explotación de clase, disfrazar con ideas el dominio de clase.

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Al determinar que la fe en Dios ha convertido el mundo en un miserable valle de lágrimas, Feuerbach ha entendido que la religión es ideología, y que, por tanto, sirve

para hacer soportable la injusticia. Pero su análisis deja intactas las bases económicas de esa injusticia. Creer que el ateísmo salvará al hombre supone insistir en el principio

de que las ideas cambian el mundo.

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La doctrina del Materialismo Histórico nos enseña que la historia sólo se entiende a la luz de los procesos económicos. Son las condiciones materiales, los sistemas y las relaciones de producción lo que hay que cambiar para que el mundo cambie. Cualquier sociedad está sometida a la misma dualidad: infraestructura, o base material económica, constituida por las relaciones de producción, y sobreestructura, que encubre la infraestructura intelectual, jurídica y políticamente.

La familia burguesa, la escuela burguesa o la cultura burguesa son mecanismos sobreestructurales a través de los cuales podemos vislumbrar la ideología que domina la sociedad contemporánea. A través de estas instituciones, las nuevas generaciones van absorbiendo las ideas de la clase que domina, unas ideas que no pretenden sino legitimar el interés explotador capitalista.

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El hombre es trabajo, lo que define su esencia es su condición de productor. Mientras no sea dueño de su trabajo, mientras sea el esclavo de otro, el hombre seguirá alienado. Su única posibilidad de romper con las cadenas que le oprimen es la revolución socialista. Al acabar con la propiedad privada acabará a su vez con la explotación del hombre por el hombre y la sociedad de clases.

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• La consigna del Manifiesto comunista no puede ser más clara:

• “¡Proletarios del mundo, uníos!”

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“Tienen un mundo que ganar. No tienen nada que perder, salvo sus cadenas” Karl Marx

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