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LUCIANO JARAMILLO Hacia un nuevo Milenio

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LUCIANO JARAMILLO

Hacia un nuevo Milenio

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La misión de Editorial Vida es proporcionar los recursos necesarios a fin de alcanzar a las personas para Jesucristo y

ayudarlas a crecer en su fe.

ISBN 0-8297-1695-5 Categoría: Doctrina © 1998 EDITORIAL VIDA Miami, Florida 33166 Reservados todos los derechos Cubierta diseñada por GraficOasis Design Corp. Printed in the United States of America 98 99 00 01 02 03 04 * 7 6 5 4 3 2 1

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A mi querida esposa Athala, fiel compañera de luchas, tristezas,

triunfos y alegrías . . . Y a mis hijos Patricia María, Javier Luciano e

Iris Athala, tres regalos de Dios, de valor incomparable para

nuestras vidas.

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Índice

Un tal Jesús....................................................................................................7 Prólogo............................................................................................................9 A manera de introducción .........................................................................11 Un Cristo actual...........................................................................................17

Muchos "Cristos" ......................................................................................... 17 ¿Cuál es el Cristo verdadero?......................................................................... 17 El Cristo del amor........................................................................................ 18 Jesús, el Dios hecho carne ............................................................................. 19 El Jesús al alcance de todos........................................................................... 20 Jesús, un hombre para nuestra época............................................................... 20 Jesús el mismo ayer y hoy ............................................................................. 22

Un hombre como nosotros ........................................................................23 El Hijo del hombre que come y bebe .............................................................. 23 El Hijo del Hombre también se cansa y fatiga.................................................. 24 El equilibrio de Jesús.................................................................................... 26

¡He aquí al hombre!....................................................................................29 Un nazareno como cualquier otro................................................................... 29 Los ojos de Jesús.......................................................................................... 30 Hombre de carácter....................................................................................... 30 Un hombre para los hombres......................................................................... 31

Jesucristo, “El Dios insertado”.................................................................33 La inserción, condición para la acción misionera.............................................. 33 Inserción, "éxodo" y misión........................................................................... 33 Cristo modelo de inserción ............................................................................ 34 Etapas de la inserción de Jesús....................................................................... 35 La inserción del pesebre................................................................................ 35 Los significados del pesebre.......................................................................... 36 Jesús se inserta como pobre........................................................................... 36 Predilección por los más necesitados.............................................................. 37 Evangelización de los alejados....................................................................... 38

Jesús, hombre de hogar..............................................................................41 Hogar, dulce hogar....................................................................................... 41 Nazaret ha cumplido su misión...................................................................... 44 Inserción misionera de Jesús en Nazaret.......................................................... 45 El espíritu de Nazaret.................................................................................... 46 Nazaret, prueba de madurez........................................................................... 47 Nazaret y Belén............................................................................................ 48

Jesús obrero..................................................................................................51 Antecedentes laborales de Jesús..................................................................... 51 El trabajo nos identifica con Dios................................................................... 52 Un Dios trabajador....................................................................................... 52 Un Dios que quiere que el hombre trabaje....................................................... 53 El trabajo debe ser bien remunerado ............................................................... 54 Paz y armonía en las relaciones laborales........................................................ 55 La nueva religión de Jesús sobre el trabajo...................................................... 56

Los descansos de Jesús ..............................................................................59 Trabajo y reposo........................................................................................... 59 El mar de Galilea: descanso de fe y confianza.................................................. 59 Getsemaní: descanso de fortaleza y abandono.................................................. 60

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Emaús: descanso de revelación y gozo............................................................ 61 La tumba: descanso de rescate y consuelo ....................................................... 63 El descanso definitivo................................................................................... 63

El gran comunicador ..................................................................................65 Jesús, más orador que escritor........................................................................ 65 El oficio de profeta....................................................................................... 65 Maestro en técnicas de comunicación ............................................................. 65 El lenguaje comunicativo de Jesús.................................................................. 66 Jesús es maestro del contraste........................................................................ 67 Jesús y los recursos de la comunicación.......................................................... 68 Comunicación conflictiva.............................................................................. 69 Comunicación vivencial................................................................................ 69

El buen humor de Jesús 73 Jesús el maestro 79 Jesús el pacificador 87 Jesús misionero 91 Jesús sanador 97 Jesús abogado 103 Jesús y la política 111 Jesús y las mujeres 119 El que volvió de la tumba 123 Jesús, garante de la vida 129 El Rey que vendrá 137 Se necesita un Hombre 145 Epílogo: Y ustedes, ¿quién dicen que soy? 151

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Un tal Jesús No existe un personaje en la historia de la humanidad sobre el

que se haya escrito más libros, que Jesucristo. Y es que la persona de Jesús, sus acciones, sus enseñanzas y doctrina han cautivado la atención, la curiosidad y la investigación de miles y miles de escritores en todo el mundo por los últimos veinte siglos. Ya en el siglo I de nuestra era, cuando apenas habían transcurrido unas décadas desde su muerte, uno de sus biógrafos afirmaba que Jesús había hecho tantas cosas interesantes e importantes "que, si se registraran cada una de ellas, ni en el mundo entero cabrían los libros que se escribieran" (Evangelio de San Juan 21:25).

Este es otro libro sobre Jesús, sin mayores pretensiones, pero que intenta ser diferente, y pudiera ser de múltiple utilidad: para la meditación, la predicación, la enseñanza, la evangelización, y aun para quienes quisieran satisfacer su curiosidad acerca de facetas no muy conocidas, pero sí muy interesantes de la fascinante personalidad del Maestro.

No es un libro que se escribió de un tirón. Cada uno de sus capítulos se fueron fraguando y redactando a través de varios años, como fruto del estudio y la meditación. Ahora que han tomado la forma de un libro, te los ofrezco a ti, lector amigo, con mi más ferviente deseo de que aprendas a conocer un poco mejor a este admirable personaje que no sólo ha inspirado a artistas y escritores, sino que ha cambiado millones de vidas, y pudiera cambiar la tuya como lo ha hecho con la mía.

Debo reconocer la asesoría y asistencia de mi querida esposa Athala G. de Jaramillo, y la generosa ayuda y colaboración de mi dedicada secretaria, Savina Llanos.

Agradezco de manera muy especial el prólogo de mi entrañable amigo y colega en el ministerio cristiano, el doctor Samuel Escobar. Al captar en forma certera la esencia del contenido, coloca al lector en la mejor posición para sacar de este libro el mayor provecho. Este es precisamente el más ardiente deseo del autor para los que se embarquen en la lectura de esta obra: que

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puedan todos sacar de ella el mayor provecho, y que de alguna manera sus páginas contribuyan a estrechar sus relaciones de amistad con el protagonista de este escrito: Jesucristo.

Luciano Jaramillo

Octubre, 1998

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Prólogo Ningún ser humano ha alcanzado la universalidad de Jesús de

Nazaret. Sus hechos y palabras se conocen en casi dos mil trescientos idiomas, en una increíble variedad de culturas. El mundo de habla hispana lleva las marcas de la influencia de Jesús: cruces en las cumbres de los cerros y crucifijos en los despachos públicos, templos majestuosos dedicados a su memoria, nombres de calles y ciudades, proverbios y refranes del habla popular. Y sin embargo, se puede decir que Jesús mismo es un desconocido para muchos hispanohablantes. Por eso este libro de Luciano Jaramillo tiene un valor especial.

Estas páginas constituyen una especie de mural impresionis ta en el cual con brochazos ágiles se ha compuesto un cuadro que nos permite captar de una sola mirada un retrato de Jesús. Como en todo retrato, vemos al personaje retratado a través de la retina del pintor. Esas páginas revelan al seguidor entusiasta y comprometido con Jesús de Nazaret. Su forma de usar los verbos como su vocabulario y sus temas reflejan a un autor para quien Jesús es una realidad presente y no sólo una memoria histórica.

Jaramillo ha adoptado un estilo de periodista ágil más bien que de teólogo preocupado por la erudición o la precisión académica. No hay que engañarse, sin embargo. El lector informado se dará cuenta de que detrás de esta sencillez hay trabajo de lectura, investigación, y sobre todo de reflexión. De cuando en cuando nos encontramos con el eco de algunos de los tantos autores que se han ocupado del tema, aunque nos sorprende gratamente la facilidad con que estas páginas se leen.

Este es el libro que se le puede dar a una persona que tiene curiosidad por saber quién es, al fin y al cabo, ese tal Jesús. Esperamos que lo disfrute en especial la gente joven en Iberoamérica, que tiene hambre de orientación al mismo tiempo que prisa e impaciencia, y que en general desconoce a Jesús.

En realidad, estas páginas de Luciano Jaramillo constituyen una buena introducción para seguir luego con la lectura de los Evangelios, los documentos que mejor dan cuenta de los hechos y

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dichos del Maestro de Nazaret. Las referencias bíblicas se han tomado de la Nueva Versión

Internacional, la más reciente traducción de los originales hebreo y griego de la Biblia al castellano. En ella se ha conseguido un excelente nivel de precisión, actualidad y belleza, y Luciano Jaramillo tuvo un papel muy importante como Coordinador del proyecto.

Lo mejor de Luciano, biblista, educador teológico, promotor de la lectura de la Biblia y periodista ágil, se ha volcado en este libro útil, sencillo, fiel al espíritu de Jesús.

Lo saludo con entusiasmo. Samuel Escobar

Seminario Bautista del Este Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos

El doctor Samuel Escobar es un reconocido teólogo y

conferencista peruano y connotado pastor, profesor y escritor. Miembro fundador de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, ha estado presente en casi todos los acontecimientos importantes relacionados con la Iglesia Evangélica de América Latina a través de sus escritos y con su presencia y activa participación.

Al presente divide su tiempo de ministerio y enseñanza entre su patria Perú, y el Seminario Bautista del Este en Filadelfia. Se desempeña además como Presidente de las Sociedades Bíblicas Unidas, y ha formado parte del Comité de Traducción Bíblica de la Sociedad Bíblica Internacional.

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I A manera de introducción

En el año 64 de nuestra era ardió Roma. Este incendio fue

atribuido al emperador Nerón, aunque este lo achacó a los cristianos. Cornelio Tácito, famoso historiador romano, escribió a principios del siglo II acerca de este acontecimiento; y trata de explicar la palabra "cristiano", diciendo que se deriva "de un tal Cristo ajusticiado por el procurador Poncio Pilato, bajo el imperio de Tiberio". Y agrega que después de la muerte de este "tal Cristo", "su funesta superstición ha encontrado el camino de Roma, donde ha conseguido muchos seguidores, después del incendio".

Y no fue sólo en Roma; en todo el Asia Menor, el norte de África, en Siria, Fenicia, Grecia y las islas mediterráneas, el "tal Cristo" sería adorado y reconocido como el Hijo de Dios, cuya muerte en la cruz reconcilió al hombre con Dios y lo restableció en gracia y salvación.

La palabra "cristiano" se ha devaluado por su uso y abuso. Ahora puede significar mil cosas: desde iglesias, organizaciones y empresas, hasta partidos políticos, movimientos culturales y escuelas de pensamiento. "Cristianismo" es en efecto para mu-chos, un sistema de ideas o un conjunto de prácticas y ritos; una visión de la vida y del mundo o una forma tradicional de identificación religiosa.

Sin embargo, este nombre nació más como una incriminación vergonzosa a un grupo de personas creyentes, seguidoras de Jesús, en la ciudad de Antioquía (Hechos 11:22); y tiene relación directa con una persona, una muy particular persona. Lo confirman así los primeros siglos. Cayo Plinio II, gobernador romano de la Bitinia, Asia Menor, consulta al emperador Trajano hacia el año 112 sobre qué hacer con "estos cristianos, acusados de muchos crímenes, que se niegan a dar culto al emperador; y adoran a un tal Cristo a quien cantan himnos y reconocen como único Dios".

En la iglesia primitiva, todo era memoria y recuerdo de Jesús el Cristo. Todas sus reuniones se hacían "en el nombre de Cristo, el Salvador". Comían juntos y celebraban el sacramento de la Cena

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del Señor, como un "memorial" de la pasión y muerte de su Maestro. Y sus oraciones debían terminar "en el nombre de nuestro Señor Jesucristo". Esta clase de "recuerdos" mantenía viva la llama de la fe, y activa la práctica del evangelio entre los seguidores de Jesús. El recuerdo de Jesús se hizo vivencia y comunicación: "buena nueva", evangelio trasmitido fielmente de generación en generación y de comunidad a comunidad.

Fue así como Cristo, el Mesías, ya no fue más una esperanza; era una realidad que alentaba la vida de los creyentes; congregaba multitudes; convertía; fundaba iglesias y transformaba la civilización y la cultura. Este "recuerdo" vivo de Cristo constituía el núcleo vital de la vida de la iglesia; estaba en el pensamiento, en el corazón y en la vida de cada cristiano; presidía el culto, la oración y la predicación. Recordándolo a él, Pedro comenzó su primer sermón al salir del aposento alto, en Pentecostés: "Como ustedes bien lo saben —dijo Pedro— Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con milagros, señales y prodigios, los cuales realizó Dios entre ustedes por medio de él" (Hechos 2:22). Y exigió que los que le habían condenado como criminal lo reconocieran ahora como el Cristo, el Mesías: "Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo ..." (38).

Tres mil lo aceptaron así. Fue esta la tónica que siguió la predicación de la iglesia. Cuando repasamos los 27 libros del Nuevo Testamento descubrimos una gran heterogeneidad de escritores y estilos. En medio de tratados doctrinales sistemáticos, encontramos escritos ocasionales de ideas no muy bien organizadas producidas al calor del ministerio cotidiano, como respuestas ocasionales a problemas del momento. Al lado de largas epístolas dogmáticas que profundizan en las verdades más difíciles de la fe, como Romanos y Hebreos, hay allí sencillas cartas familiares de un par de páginas, como la que Pablo dirige a Filemón, un amigo, en procura de solución al problema doméstico de un esclavo fugado.

Algunos de estos escritos son de estilo ágil y elegante; otros no son tan cuidadosos ni hermosos. Unos provienen de judíos, otros de escritores griegos. Unos aparecieron tempranamente, veinte o veinticinco años después de la muerte del Maestro; otros demoraron hasta finales del primer siglo. ¿Qué es lo que aglutina y unifica todo este material variado y rico en detalles, esparcido en

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la geografía y en el tiempo, escrito en un lapso de casi un siglo, desde diferentes rincones del mundo en ese entonces conocido; fruto además de muchas plumas, de estilo diverso destinado a una gama variada de lectores, de lenguas y religiones disímiles, y de diferentes extracciones étnicas y culturales?

La respuesta es asombrosamente sencilla: el recuerdo de "un tal Jesús", reconocido como el Mesías Salvador por sus seguidores; el cual, en griego vino a llamarse Cristo, equivalente al hebreo Maschiah, y al arameo Mshiaha. Pero esta pregunta, válida para el primer siglo, es así mismo válida para los diecinueve siglos siguientes de la historia de los cristianos. Estos fueron muchas veces perseguidos y otras, perseguidores; estuvieron en el gobierno de los pueblos y fundaron imperios; o fueron arrojados de sus patrias y desheredados; se organizaron en comunidades democráticas, o crearon complicados sistemas jerárquicos de dignidades y poderes; vivieron y actuaron desde chozas humildes en las selvas o aldeas apartadas; o se construyeron catedrales y palacios y allí instauraron el nombre de su Cristo.

La sucesión histórica de la llamada iglesia o iglesias de Cristo ha revestido formas sorprendentes por su variedad: a la iglesia subterránea de las catacumbas, sucedió la iglesia estatal del imperio de Constantino y sus sucesores; a la iglesia de los mártires del coliseo y del circo romano, la iglesia de los obispos aristocráticos de las cortes bizantinas y europeas; a la iglesia formalista y exuberante de los ritos y ceremonias pontificales de la Edad Media, la iglesia del culto sobrio y austero de la sola Palabra y de la adoración espontánea de la Reforma.

Bajo el nombre de cristiano se arropa el monje silencioso y orante confinado en un convento solitario; y el cruzado de espada y armadura que marcha a la guerra para librar los Santos

Lugares de manos de los paganos. Bajo el influjo de este nombre la historia y la civilización, la cultura y el arte sufren transformaciones de siglo en siglo, pero siguen llamándose "cristianos". Y surge una vez más la pregunta: ¿qué es lo que aglutina y da sentido a toda esta in mensa gama de movimientos y valores, acontecimientos y realidades? Y una vez más la respuesta es asombrosamente sencilla: "Un tal Jesús", llamado el Cristo, que se hizo recuerdo vivo y actuante, expresado en mil formas artísticas, teológicas, culturales, físicas y espirituales. "Un tal

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Jesús", reconocido a lo largo de los siglos como el Cristo, el auténtico enviado de Dios. Hijo de Dios él mismo, que se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, y vivió y murió en la tierra para enseñar al hombre el camino del cie lo y de la auténtica vida.

Todas las religiones tienen sus sistemas de doctrina, sus ceremonias y cultos. Todas presentan un camino de salvación y vida. Y en todo esto el cristianismo se parece a ellas. Pero, entonces, ¿cuál es la diferencia en ser cristiano? ¿Qué es lo que hace a nuestra religión especial y peculiar? Una vez más la respuesta es clara, terminante y sencilla: Jesús. Sí, "un tal Jesús" llamado Cristo, en las lenguas antiguas y modernas. Lo particular, lo propio y exclusivo del cristianismo es el reconocimiento de ese Jesús como el Hijo de Dios, Salvador: "... el que estuvo muerto, pero ahora, vive por los siglos de los siglos; y tiene las llaves de la muerte y del infierno" (Apocalipsis 1:18). Jesucristo, el triunfador del sepulcro, muerto y sepultado, resucitado y ascendido al cielo, donde está sentado a la diestra de Dios, el Padre. Desde donde ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos: "... el reino del mundo ha pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo. Y él reinará por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 11:15).

Todo esto y mucho más está contenido en el nombre de Cristo. "Cristo" resume maravillosamente todo el significado trascendente de la persona de Jesús: su naturaleza, su obra y ministerio; su vida, desde la eternidad, en el seno de la Trinidad, y hasta la eternidad a la diestra de su Padre. La fusión de los dos nombres de nuestro Salvador, Jesús, su nombre en la tierra, y Cristo, el nombre dado desde los cielos, que lo reconocía, desde siempre, como el Mesías esperado, Hijo del Altísimo, formó el único nombre propio, Jesucristo, ante el cual "... doblan la rodilla todos los que están en los cielos y en la tierra, y debajo de la tierra, pues toda lengua debe reconocer que Jesucristo es el Señor . . ." (Filipenses 2:10-11).

Los veintiún capítulos de este libro nos hablan de ese Jesús, conocido por muchos, ignorado por algunos, pero necesario para todos. Tarde o temprano todos se convencerán de su importancia y de que sí era verdad que "fuera de él no hay salvación", porque Dios ha señalado un solo mediador entre él mismo y todos los mortales: "Jesucristo hombre quien dio su vida como rescate por todos" (1 Timoteo 2:5). La figura de este Jesús es fascinante. Los rasgos de su personalidad impresionan y cautivan. Estudia remos

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algunos de estos rasgos característicos pero poco conocidos de la personalidad de Jesús. Lo veremos en plena acción como comunicador y maestro, como predicador y taumaturgo; lo sorprenderemos en su trato sencillo y delicado con los niños y las mujeres. Descubriremos sus técnicas como evangelista y líder de su grupo. Aprenderemos, en fin, muchas cosas ignoradas acerca de este fascinante personaje que partió en dos la historia de la humanidad. Y que después de dos mil años, sigue en el centro de la misma historia, como hombre muy particular y especial entre todos los hombres; o como el "Hijo de Dios" que estuvo de visita en la tierra, dejando a su paso un rastro de amor, misericordia, perdón y salvación para quienes puedan y quieran creer en él: en su obra y en su persona; en su palabra sabia y en su evangelio admirable.

Aquí está pues ese "tal Jesús" que desconcertó a los políticos, religiosos y sabios de su tiempo; y sigue desconcertando a los que se acercan a él movidos solo por curiosidad o intereses humanos. "Un tal Jesús", sin embargo, que puede convertirse en rica fuente de inspiración y renovación para quienes tratan de mirarlo y estudiarlo con un poco de fe. Y después de conocerlo, prueban a ver si es verdad que su persona, vida y palabra tienen la fuerza y el valor transformador de lo que viene de arriba, de las esferas superiores: de Dios. Estos últimos, que se hacen sus amigos y discípulos, descubren, guiados por su evangelio, un camino distinto: el camino de la verdad y del bien; de la honestidad y la integridad: el camino de la salvación.

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II Un Cristo actual

Muchos "Cristos" Ninguna figura de la historia ha sido tan manipulada como la

de Jesucristo. Escritores, predicadores y maestros de religión nos presentan mil figuras de Cristo, muchas veces fabricadas a su amaño. Algunos nos muestran a un Cristo "trascendente" que viene de las nubes, tan encumbrado y lejano que impone sólo miedo y temerosa reverencia. Es el Cristo de sacristía, propio para "beatos" y rezanderos. Otros vulgarizan demasiado a Cristo, y lo revisten de sus propias ideologías y gustos sociopolíticos. Tenemos así al Cristo guerrillero o revolucionario, al Cristo hippie, tan vulgarizado y disminuido en su grandeza que todos le pierden el respeto. O al otro Cristo burgués, el Cristo yuppie, o de la Nueva Era, que condesciende con todas las injusticias y liviandades de los cristianos mediocres, acomodados en un cristianismo rutinario y formalista que huye del compromiso y el sacrificio, y permanece impávido ante las necesidades, dolores y privaciones del prójimo. No sirve para mucho tampoco el Cristo filosófico tan abstracto y racionalmente depurado que nos presentan algunos teólogos. Un Cristo más idea que realidad; más discurso o sermón, que persona de carne y hueso; más teoría que vida.

¿Cuál es el Cristo verdadero?

La verdad es que sí necesitamos a un Cristo identificado con la

humanidad, a un Cristo accesible y solidario con nuestros problemas, un Cristo cercano y "actual", aunque sin desteñirse de su calidad esencial de Hijo de Dios y Mesías, Salvador del mundo.

Como aquellos griegos que fueron a las fiestas a Jerusalén y hablaron con Andrés y Felipe, mucha gente hoy "quiere ver a Jesús" (Juan 12:21). Pero no el Jesús estereotipado de los altares y prédicas tradiciona listas. Alguien tiene que mostrarles a un Jesús diferente: un Jesús cercano, concreto, actual, solidario con la

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realidad en la que nos movemos y vivimos hoy; un Jesús como el que cautivó a sus contemporáneos en la Palestina del siglo primero. El Jesús sabio, sencillo y cercano que hablaba la lengua de su pueblo, sentía sus sinsabores y frustraciones, aliviaba sus penas y dolores y los desafiaba con su evangelio de amor, solidaridad y perdón. Ese Jesús taumaturgo y poderoso, pero a la vez sencillo, humano y amoroso que enseña los altos ideales de la santidad y la virtud, al mismo tiempo que comprende nuestras flaquezas, fallas, debilidades y miserias.

Para descubrir al Cristo verdadero en medio de tantas falsi-ficaciones de Cristo, debemos regresar a las fuentes: a los Evan-gelios, a la Biblia. Allí está el verdadero Cristo. Lo sorprendere-mos en acción, tal como él es: trascendente, como Hijo de Dios, y uno con el Padre y el Espíritu Santo. Este Cristo, en verdad supera la capacidad de comprensión de nuestra mente porque pertenece a los arcanos misteriosos de la divinidad. Pero aún así, sin comprender del todo el misterio del Jesús, Hijo de Dios, nos será de mucho provecho saber que contamos, en el seno de la Trinidad, con un Cristo que ha existido siempre y que es infinito en poder y majestad, tal como lo describe Juan en el prólogo de su Evangelio (Juan 1:1-14). Pero a la vez un Cristo que ha puesto esos mismos poderes y prerrogativas de su divinidad al servicio de los hombres, como garantía de gracias y bendiciones para todos los que se hacen sus seguidores y amigos.

El Cristo del amor

El eslabón que une los dos misterios de Jesús se llama "amor".

La Biblia dice que "Dios es amor" (1 Juan 1:8). El amor es la fuerza que impulsa a dar, a entregar, a unirse al otro, a salir a su encuentro. Por eso la mejor definición de amor es "entrega". Y en Dios se convierte en "gracia". Porque Dios es amor y al amar busca participar de sus bienes gratuitamente, incluyendo su vida y su felicidad. Fue este amor divino el que impulsó al Padre y al Hijo a concebir el maravilloso plan de la redención del hombre. Fue este mismo amor el que impulsó al Hijo a ofrecerse como realizador en la tierra de este plan; a encarnarse, a hacerse él mismo hombre, vivir como hombre, sufrir y luchar como hombre y morir como hombre, para conseguir la redención del hombre. El evangelista Juan resume todo este planteamiento de una manera

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admirable cuando escribe que "tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16).

Jesús, el Dios hecho carne

El mundo reclama hoy un Cristo cercano, de carne y hueso. Y

en Jesucristo lo encuentra. Jesucristo es el único Dios que se ha hecho carne y ha venido a vivir con los hombres, como uno de ellos (Juan 1:14). En él se conjugan dos realidades: la de Dios y la del hombre, la del tiempo y la de la eternidad. Nadie podrá comprenderlo como hombre, si primero no lo acepta como Dios. Esta doble naturaleza le permite ser "puente" entre la tierra y el cielo. A través de él ha quedado abierta la comunicación de todo el poder y la gracia de Dios. Él nos asegura y comunica todas las bendiciones y favores del Altísimo. Como dice la carta a los Hebreos:

. . . en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos. Por lo tanto debemos aferramos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado.

Hebreos 4:14-15 Tenemos aquí al Jesús que buscamos: al Jesús cercano,

actualizado, hombre con los hombres, pobre con los pobres, de nuestra propia raza y de nuestro propio tiempo. De hecho, de todos los tiempos. La intemporalidad que le presta su divinidad le permite hacerse actual: Hombre-Dios de todos los tiempos y de todos los hombres. En él se dan cita "el tiempo" de Dios (kairós), con el tiempo de los hombres (kronos). Después de resucitado, vencedor de la muerte, ésta ya no tiene poder sobre su existencia, que aunque sigue siendo humana, a la vez que divina, no se circunscribe a una sola época, sino que se extiende a todas las épocas. Es lo que quiere decir aquello de que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Hebreos 13:8).

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El Jesús al alcance de todos No podemos matricular o circunscribir a Jesús absoluta y

exclusivamente en una época determinada; ni mucho menos, en una raza o categoría humana determinada; ni muchísimo menos en una doctrina o grupo religioso en particular. Jesús, como enviado del Padre, Dios encarnado, Redentor y Salvador de la humanidad, está disponible para todos. Aunque como hombre nació en un tiempo, raza, país y cultura determinados, como Hombre-Dios pertenece a todas las épocas, razas y culturas; y se actualiza en todos los tiempos. A través de él, el Dios Padre infinito y poderoso se entiende con todos los mortales, de todos los tiempos y de todas las categorías humanas: hombre o mujer, sabio o ignorante, pobre o rico, joven o viejo, niño o adulto. Su doble categoría de Hijo de Dios y hermano de los hombres le permite servir de puente e intermediario. En él, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros; se ha identificado con todas nuestras angustias y problemas. Podemos comprobarlo observando la forma de actuar de Jesús. Todas sus palabras revelan una franca simpatía por todo lo humano. Fue un maestro compasivo y comprensivo. Cuando a todos se les agotaba la paciencia, él permanecía apacible, hablando de perdón, restaurando pecadores, sanando enfermos del cuerpo y del espíritu. La lista es interminable: Nicodemo, Zaqueo, la Magdalena, Pedro, Tomás, los novios de la boda en Cana, los discípulos de Emaús, la mujer adúltera, la samaritana, el ladrón en la cruz, los leprosos, la mujer cananea y muchos más. Todos sus milagros fueron motivados por la compasión y la simpatía que entregó inclusive a sus enemigos, los mismos que le persiguieron, atacaron y crucificaron. Una sola frase revela la capacidad infinita de perdón de su corazón magnánimo: "... Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34).

Jesús, un hombre para nuestra época

Quizás nada hace tan actual y necesario hoy a Jesucristo como

su manera de amar. Él enseñó un amor desconocido en su tiempo y que hoy poco se practica. Podría llamarse amor de aceptación. Es esa clase de amor que nos hace amar no por lo que es o tiene el ser amado, sino a pesar de lo que es o no es, tiene o no tiene. Es una especie de amor de desprendimiento, despojado de egoísmos e

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intereses utilitarios. Todos amamos con muchas condiciones. El amor de Cristo, como expresión del amor de Dios, es incondicional. Ni siquiera espera ser amado para amar. Es la clase de amor que hemos descrito al principio de este capítulo como amor de entrega. El amor que identifica a Dios. Este es el amor que practica Jesús y que propone a sus seguidores como único camino para resolver los odios, divisiones, rencores y rivalidades que están carcomiendo a la humanidad. Hay que regresar a esta clase de amor enseñado y practicado por Jesús, y magníficamente interpretado y descrito por Pablo en el capítulo 13 de sü primera carta a los Corintios:

Un amor que es paciente y bondadoso; que no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. Que no es egoísta ni se comporta con rudeza. No se enoja fácilmente ni guarda rencor. Que no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Un amor que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. . .

1 Corintios 13:4-7 Tenemos aquí una receta para vivir en paz y armonía. Una

solución de altísimo calibre a los males de una humanidad zarandeada por odios de todo orden, divisiones, discriminaciones, guerras, contiendas, persecuciones e injusticias. Es esta clase de enseñanza la que hace que Cristo sea más necesario y actual hoy más que nunca.

Hay por último un rasgo muy especial de Jesús que lo convierte en un personaje muy propio para esta época de ejecutivos y hombres y mujeres de empresa: y es su dinamismo y acción eficaz. La empresa de salvación que lo trajo a la tierra no sólo fue preparada minuciosamente, en todos sus detalles, con mucha anticipación y en consulta con su Padre, sino que Jesús la realizó plena y eficazmente hasta sus últimas consecuencias. Por eso pudo decir desde la cruz, al momento de su partida: "Todo se ha cumplido" (Juan 19:30). Unas horas antes, en diálogo con su Padre le había expresado: "Padre, yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste . . ." (Juan 17:4).

Jesús fue un gran administrador de su empresa de salvación y ejecutor fiel de la misma, en consulta permanente con su Jefe. Por eso es confiable. Todo lo que prometió lo cumplió. Prometió resucitar, y se levantó del sepulcro al tercer día. Prometió a sus discípulos al Espíritu Santo, y en Pentecostés llegó, y en qué

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forma. Su eficacia se evidencia en mil formas; no sólo cuando hace efectiva su acción de perdón y salvación para todos los que le buscan y aceptan con fe, sino cuando cura enfermedades, da consejos, resuelve problemas, responde a preguntas difíciles, elige su equipo de discípulos, organiza lo que será su iglesia, da órdenes y proyecta su ministerio: atiende a la gente, aconseja, sana, predica, reprende y decide.

Jesús el mismo ayer y hoy

La tónica de la acción eficaz de Jesús no ha cambiado. Hoy

como ayer sigue realizando su noble empresa de redención y salvación con la misma eficacia de siempre. Sigue personalmente interesado en que su ministerio de salvación se cumpla hasta los últimos confines de la tierra. Por eso ha prometido a sus seguidores y a los que nos hemos embarcado con él en su empresa redentora, a acompañarnos todos los días, "hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). Y para hacer efectiva su promesa, nos promete que "cualquier cosa que pidamos en su nombre, la hará" (Juan 14:13).

Los hombres y las mujeres no han cambiado mucho desde los tiempos cuando Jesús vivió en la tierra. Sus necesidades, ambi-ciones y problemas siguen siendo básicamente las mismas. Su espíritu, pensamiento y corazón experimentan las mismas ten-taciones, emociones, ilusiones, aspiraciones y frustraciones. Para todas estas situaciones, problemas y necesidades, Jesús tiene solución y respuesta. Sólo que hay que buscarlo, preguntarle, pedirle. Y aceptar su oferta de salvación; seguir sus ins trucciones; pedir su ayuda. Tenemos su palabra de que "... el que a mí viene no lo rechazo" (Juan 6:37).

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III Un hombre como nosotros

El Hijo del hombre que come y bebe

Mateo nos transcribe en el capítulo once de su Evangelio la

descripción que hace Jesús de la persona y ministerio de Juan el Bautista, que termina con una invectiva contra sus enemigos que "teniendo oídos, no querían oír", ni comprender:

¿Con qué puedo comparar a esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza que gritan a los demás: 'Toca mos la flauta, y ustedes no bailaron; cantamos por los muer tos, y ustedes no lloraron'. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y ellos dicen: 'Tiene un demonio.' Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Éste es un glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores.' Pero la sabiduría queda demostrada por sus hechos.

Mateo 11:16-19 Obviamente, Jesús emplea aquí su agudo sentido del humor

utilizando una hipérbole, figura retórica que exagera las palabras, para recalcar el sentido o mensaje. Por supuesto que Juan comía y bebía; "su comida era de langostas y miel silvestre", nos dice el mismo Mateo (3:4). Sin embargo, la gente conocía a Juan por su austeridad y ascetismo riguroso. Algunos, a quienes molestaba su mensaje, lo acusaron de "loco o endemoniado". Pero llega Jesús, que come y bebe de todo, y tampoco les agrada su mensaje; y quieren librarse de él, acusándolo de "comilón y bebedor". Estaban equivocados. Ni Juan estaba loco, ni Jesús era un libertino.

Jesús era una persona normal y evitaba los extremos. Comía y bebía como todo mundo y sabía portarse de acuerdo con las circunstancias. Estaba dispuesto a pasar privaciones y a aguantar hambre. Mateo nos dice que en el desierto, "después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre" (4:2). Por eso comprendía a los que sentían hambre. Defendió a sus discípulos cuando arrancaron espigas en día de sábado para calmar su hambre (Mateo 12:1-8).

Para representar su vida austera y pobre, usa otra metáfora

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hiperbólica: "Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza" (Mateo 8:20). Conocía de privaciones y amaba la sencillez, pero comía y bebía lo que le presentaban, e incluso participaba en banquetes, fiestas y en bodas. Es decir, practicaba lo que enseñaba a sus discípulos: "Cuando entren en una casa, digan primero: 'Paz a esta casa.' Si hay allí alguien digno de paz, gozará de ella; y si no, la bendición no se cumplirá. Quédense en esa casa, y coman y beban de lo que ellos tengan, porque el trabaja dor tiene derecho a su sueldo. No anden de casa en casa" (Lucas 10:5-7). Este y muchos pasajes más nos muestran a un Jesús humano, totalmente humano, el Hijo del hombre que come y bebe.

Algunos escritores antiguos y hasta padres de la Iglesia quisieron dispensar a Jesús de ciertas necesidades humanas, que pensaron podrían ser degradantes para su persona; y dijeron ciertas cosas que hoy nos hacen sonreír, como por ejemplo, que Jesús, como era Dios, no necesitaba comer, y que lo hacía sólo para que no se sorprendieran los que vivían con él (Clemente de Alejandría). Cirilo de Alejandría afirmaba que Jesús no podía sentir dolor, pero que se permitía a veces derramar lágrimas para solidarizarse con el dolor de otros. Hilario llegó hasta asegurar que para sentir nuestros sufrimientos, Jesús tenía que transformar su naturaleza, a través de un milagro. Se les abona la buena voluntad a estos padres, que querían exaltar la divinidad de Jesucristo a costa de su humanidad. Pero debemos admitir que se trata en verdad de una teología muy incipiente, que con el trascurso de los siglos y las definiciones de los concilios se iba a corregir. Porque sabemos, por testimonio de los Evangelios, que el Hijo de Dios, al encarnarse, asumió en toda su integridad la naturaleza humana.

El Hijo del Hombre también se cansa y fatiga

Ese día al anochecer, les dijo a sus discípulos: —Crucemos al otro lado. Dejaron a la multitud y se fueron con él en la barca donde

estaba. También lo acompañaban otras barcas. Se desató entonces una fuerte tormenta, y las olas azotaban la barca, tanto que ya comenzaba a inundarse. Jesús, mientras tanto, estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal, así que los discípulos lo despertaron.

—Maestro —gritaron—, ¿No te importa que nos ahoguemos?

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Él se levantó, reprendió al viento y ordenó al mar: —¡Silencio! ¡Cálmate! Y el viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo. Marcos 4:35-39 Cuando el Evangelio dice que Jesús se despertó, quiere decir

que se despertó, y si se despertó, es porque estaba dormido. Dormido en medio del viento y de las olas y del ir y venir de los discípulos intranquilos ante el peligro. Estaba tan profundamente dormido, que hubo que sacudirlo para despertarlo. Había predicado todo el día, como era su costumbre; yendo de un lugar para otro. Y parte de la noche la había pasado en vela, en oración, como era también su costumbre. Por eso, al tenderse sobre los aperos del barco en la popa, se durmió al instante, porque su cuerpo, igual que nuestros cuerpos en iguales circunstancias, le pedía descanso.

Hermoso espectáculo que nos revela parte del misterio del Dios hecho hombre: duerme plácidamente entre las olas y el viento el Señor de la tempestad, que con sólo una palabra hará que el mar se calme. En una sola viñeta tenemos representada la totalidad de la personalidad de Jesús: Dios y hombre.

Los rasgos humanos de la personalidad de Jesús no escapan a Juan, que es el evangelista que resalta más el aspecto divino de Jesús. Basta leer el prólogo de su Evangelio que nos narra la preexistencia de Cristo, en el seno de la Trinidad, para luego afirmar su plena humanidad al hacerse carne, hombre como nosotros. En el pasaje de la samaritana (Juan 4:1-19), nos presenta a un Jesús hombre entre los hombres y las mujeres:

. . . llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaría, y Jesús le dijo —Dame un poco de agua.

Juan 4:5-8 Tenemos aquí a un Jesús hambriento y cansado, que se sienta

en el brocal del pozo a esperar a que sus discípulos traigan algo de comer. Tiene también sed, pero carece de medios para sacar agua del pozo profundo. Por eso no tiene ningún reparo en pedir a la mujer que llega con su cuerda y su cántaro que le dé por favor de

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beber. Es lo que haría cualquiera que está acosado por la sed. Por encima de cualquier otra interpretación espiritualista del pasaje, debemos mirar primero la realidad escueta de un Jesús humano sediento, que busca ayuda para calmar su sed. Me encanta este Jesús, que se revela en la plenitud de su realidad humana; y se identifica plenamente con mi naturaleza humana que se cansa y siente hambre y sed en los caminos de la vida, y sabe pedir ayuda.

Luego viene la segunda parte del episodio, en la que la personalidad de Jesús, el Salvador, Mesías, Hijo de Dios, se revela, actúa y convence a la mujer de su realidad de Mesías-Sal-vador; y la entusiasma de tal modo con su misión que la convierte en evangelista, anunciadora de las buenas nuevas de salvación para todo el pueblo. Pero este aspecto del Jesús divino no se habría revelado, si el Jesús hombre no hubiera actuado tan natural y auténticamente como un ser humano, delante de la mujer. Es la revelación completa del Jesús total: síntesis magis tral de lo que Jesús es: Dios verdadero y hombre completo: Hijo de Dios e Hijo de hombre.

El equilibrio de Jesús

Jesús nos enseña con su vivir y accionar el más admirable

equilibrio de una personalidad ajustada y perfecta. Pablo lo comprendió muy bien y trató de imitarlo, para nuestra enseñanza y ejemplo. Como el Maestro, el apóstol sabía también de largos viajes y caminatas agotadoras; de cansancios y de hambres, peligros y escaseces. Y sabe asumir con decisión y amor todas estas vicisitudes personales. Pablo ganaba su sustento con sus propias manos, según lo testimonia a los ancianos de la iglesia de Efeso: "No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros" (Hechos 20:33-34). Incluso sabemos de su oficio, que era el mismo de sus amigos Aquila y Priscila, que se dedicaban a fabricar carpas o tiendas de campaña (Hechos 18:3).

Una iglesia estuvo muy adentro del corazón de Pablo: la de Filipos. Fue esta iglesia la que le ayudó económicamente cuando sus ocupaciones y viajes misioneros no le permitían trabajar lo suficiente para suplir sus necesidades básicas. Filipos fue la iglesia que menos problemas le causó al apóstol; y fue a los filipenses a

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quienes Pablo expresó una especial simpatía y dirigió los cumplidos más sentidos y sinceros: "Doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de ustedes. En todas mis oraciones por todos ustedes, siempre oro con alegría ..." (Filipenses 1:3-4).

La personalidad equilibrada de Pablo, imitando a Jesús, se revela en el siguiente párrafo, en el que guarda maravillosamente el equilibrio sin querer aparecer por una parte desagradecido, ni mostrar por otra, ambición o codicia. El pasaje es un modelo de delicadeza evangélica que refleja precisamente la correcta actitud evangélica que lució en la persona de Jesús, imitada aquí por uno de sus discípulos más aventajados.

En el pasaje observamos a un Pablo humano, prototipo de misionero y pastor sacrificado, feliz en su sacrificio porque sabe que procediendo de este modo está sólo imitando a su Maestro:

Me alegro muchísimo en el Señor de que al fin hayan vuelto a interesarse en mí. Claro está que tenían interés, sólo que no habían tenido la oportunidad de demostrarlo. No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en lapobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

Sin embargo, han hecho bien en participar conmigo en mi angustia. Y ustedes mismos, filipenses, saben que en el principio de la obra del evangelio, cuando salí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en mis ingresos y gastos, excepto ustedes. Incluso a Tesalónica me enviaron ayuda una y otra vez para suplir mis necesidades. No digo esto porque esté tratando de conseguir más ofrendas, sino que trato de aumentar el crédito a su cuenta. Ya he recibido todo lo que necesito y aún más; tengo hasta de sobra ahora que he recibido de Epafrodito lo que me enviaron. Es una ofrenda fragante, un sacrificio que Dios acepta con agrado. Así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús.

Filipenses 4:10-19 Es la actitud sana, equilibrada de Jesús, imitada por Pablo, que

todos deberíamos adoptar ante los bienes y posesiones terrenales y las privaciones y sacrificios de la vida; ante el alimento y el

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ayuno; la abundancia y la escasez; ante el placer y el dolor. El cristiano, como Jesús y como Pablo, debe decir: "Estoy preparado para todo." Debe aprender a disfrutar de las cosas buenas de la vida cuando vienen, hasta saber pasar sin ellas cuando faltan. "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece", decía el apóstol. En verdad, Jesús nos fortalece con su gracia, poder y presencia porque nos comprende, ya que pasó por todas estas experiencias; porque fue uno de nosotros, un ser humano completo en su humanidad, para el cual nada humano le fue ajeno, con la sola excepción del pecado (Hebreos 4:15). Y porque en su persona divina y humana supo vivir el maravilloso equilibrio de lo trascendental y lo terreno; desde la intimidad de su ser delicado y tierno, hasta las acciones diarias ordinarias y a veces prosaicas que marcaron su paso por la tierra. Terminemos con una brillante frase de León Magno sobre Jesús: "Totalmente suyo y totalmente nuestro." Ahí está todo. Ese es Jesús, Hijo de Dios, pero un hombre como nosotros.

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IV ¡He aquí al hombre!

Aquí tienen al hombre!" fue la presentación que Pilato |hizo de

Jesús al pueblo amotinado (Juan 19:5). No se dio cuenta de que estaba confesando una de las verdades más importantes sobre la persona de Jesús.

Jesús es el hombre por antonomasia; completo en su integridad de virtudes y facultades humanas. Su cuerpo, como su alma y espíritu, debieron ser sencillamente armoniosos. No nos interesa el color de sus ojos, o el largo de sus cabellos; pero sí que tenía un cuerpo como el nuestro que experimentó el proceso del desarrollo y crecimiento, como cualquier niño y adolescente de su edad. En su hogar de Nazaret ayudó a sus padres en las labores cotidianas hasta convertirse en el hombre maduro que todos conocieron, ejerciendo su ministerio en las montañas y llanuras, los desiertos y colinas de la Palestina. Sus brazos debían mostrar la musculatura propia de quien manejó herramientas de artesano en el taller de su padre el carpintero; y sus manos, las callosidades del experto en el martillo y la garlopa.

Un nazareno como cualquier otro

En Nazaret, cualquiera podía dar su dirección. "¡Ah, sí! el hijo

de don José . . . Allá a la vuelta de la esquina, junto a la fuente; en la segunda casa a la derecha ..." Tenía amigos, compañeros de juegos; familiares, primos, tíos y, muy probablemente, "her-manos".

Su contextura física debió ser fuerte; moderadamente atléti-ca para aguantar caminatas y vigilias, jornadas de oración, predicación y acción en medio de multitudes; del mar a la montaña, de la montaña al mar, tres años de ministerio público. Su voz de timbre varonil sabía adoptar todos los tonos y modulaciones que exigía el momento: enérgica con los obcecados, suave y compasiva con los enfermos necesitados de salud para el cuerpo o para el alma. Sonora y elocuente cuando proclamaba verdades de su evangelio que todos debían escuchar con claridad.

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Nadie ha hablado como él Cristo debió ser buen orador. Pero mejor aún, maestro: gran

comunicador. Su palabra sosegaba los elementos y los corazones; reconciliaba, perdonaba y traía paz y armonía, mas confundía e inquietaba a los presuntuosos o hipócritas que creían saberlo todo. Maravillosa palabra la del Maestro. "¡Nunca nadie ha hablado como este hombre!" (Juan 7:46), fue el comentario de los guardias a los sacerdotes y fariseos que les preguntaban por "ese tal Jesús" que andaba alborotando a la gente.

Todos esperaban expectantes escucharlo. Sabían que hacía maravillas: curaba enfermos, calmaba tempestades, resucitaba muertos. Pero más que todo eso, enseñaba, consolaba, aconsejaba, resolvía problemas o, simplemente, narraba historias inte resantes y comentaba acontecimientos cotidianos.

Los ojos de Jesús

Sus ojos sabían mirar y convencer. A Pedro le bastó una

mirada suya para hacerle derramar lágrimas (Lucas 22:61-62). Judas no aguantó el fulgor penetrante de su mirada que desnudó la negrura de su alma mientras le llamaba "amigo". Ojos de Jesús: ojos de oración y súplica en Getsemaní y el Gólgota. De coraje e indignación con los mercaderes del templo; de compasión y perdón para con la adúltera y María, la derrochadora de perfume en casa de Simón; de ternura e inocente picardía con los niños inoportunos que los discípulos querían alejar. Ojos del Jesús peregrino que se cerraban cansados al final de la jornada, y dormían lo mismo debajo de un sicómoro que en la cubierta de una barca, en medio del mar. Ojos que supieron llorar sobre Jerusalén, la ciudad ingrata, y reír y alegrarse en Cana y Betania cuando en la intimidad de sus más allegados refería interesantes incidentes y compartía regocijadas anécdotas con Marta, Lázaro y María; Juan, Pedro y los otros.

Hombre de carácter

Pero veamos el carácter de Jesús. Por los Evangelios sabemos

que era bueno, amable: "Maestro bueno", lo llamaban (Marcos 10:17). Con su bondad cautivaba multitudes; sabía amar y ser amado. Tenía amigos y hasta íntimos. Honesto, franco, sencillo y

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fiel. Sabía conversar y escuchar. Sensible como el que más a los problemas, dolores, enfermedades, inquietudes y fracasos de otros, buscaba siempre soluciones. Optimista y receptivo, con un alto sentido estético de lo bueno y de lo bello. Se gozaba en la naturaleza: el mar y la montaña, las estrellas y las flores, los sembrados y los pájaros. Descubría la hermosura y el significado de lo pequeño e insignificante como una flor o una semilla; un granito de sal o de mostaza.

Un hombre para los hombres

La razón, sin embargo, de su venida a la tierra fue el hombre, el

ser humano en toda su extensión de "espíritu, alma y cuerpo", según lo describe el apóstol Pablo (1 Tesalonicenses 5:23). Desde su cuna hasta la cruz se rodeó de hombres y mujeres de diferentes razas, colores y categorías sociales y económicas. Hombres y mujeres del campo y de la ciudad, artesanos e intelectuales, pobres, miserables y ricos; justos y pecadores; jóvenes, niños y adultos. Habló con ellos, siempre buscando más bien dar que recibir (Hechos 20:35); haciendo gasto permanente de su corazón generoso: aquí un milagro, allá una palabra de consuelo, comprensión o perdón. Con razón a su muerte tuvieron que testimoniar de él: ". . . este Jesús que anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían ..." (Hechos 10:38).

Vivió como hombre, Hijo de hombre, aunque era Dios. Murió como todos los mortales, aunque "humillándose hasta la calidad de siervo obediente, hasta la muerte y muerte de cruz" (Filipen-ses 2:7-8). Y al tercer día reasumió su cuerpo resucitado y se fue al rescate de sus discípulos y amigos. Los animó y confortó en la fe de su realidad divino-humana, y de su ministerio de Salvador del hombre. Volvió a soñar, a conversar y a planificar con ellos el establecimiento definitivo de su reino en este mundo. Luego sí se fue al cielo. Y se llevó su cuerpo y humanidad. Y hoy, hay un hombre sentado a la diestra del Padre: Jesucristo, el Hombre-Dios, que intercede por nosotros los hombres, sus hermanos.

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V Jesucristo, “El Dios insertado”

La inserción, condición para la acción misionera Insertarse" es entrar a formar parte de otra realidad. Incluirse

en ella, meterse en esa realidad. El tema de la "inserción" ha ido adquiriendo creciente importancia tanto en la teología como en la pastoral, y en la espiritualidad del cristia nismo contemporáneo. La renovación misionera de los últimos años, los desafíos de la secularización y descristianización de las sociedades y la aparición de grandes mayorías pobres y marginadas han acentuado la necesidad del diálogo con los que están alejados de nuestro círculo social o religioso, de nuestra fe y pensamiento. Y cuando hablamos de evangelización, los más abandonados y necesitados, los pobres y desposeídos de bienes del cuerpo o del espíritu, los ateos, incrédulos y escépticos, los que no tienen quien los cuide, ni quien les comparta la verdad de Jesucristo, les resuelva sus dudas, o les dé orientación y esperanza, en una palabra aquellos que el mismo Jesús identifica como "las ovejas sin pastor" (Marcos 6:34), todos éstos han llegado a ser una prioridad en la misión de la iglesia y del cristiano, como lo fueron prioridad para la misión de Jesucristo, pues son los que con mayor urgencia lo necesitan a él y a su oferta de salvación integral.

Nada de esto es posible sin una inserción de la comunidad misionera y evangelizadora y del cristiano o creyente fiel, en el medio al que sirve y en la realidad que intenta redimir o evangelizar, pues no se evangeliza ni se redime lo que no se asume en Cristo ni se comparte como condición humana. "Lo que no es asumido no es redimido", reza el antiguo principio de Ireneo, padre de la iglesia del siglo II, sobre la encarnación.

Inserción, "éxodo" y misión

La inserción es propia de la mejor tradición misionera de la

Iglesia. La Misión es siempre un envío —envío de Cristo a través de su Iglesia- -̂ y en los enviados implica un éxodo. El éxodo

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misionero y pastoral significa salir del "mundo de uno" para ir al "mundo del otro". Entre más distante y diverso es el mundo del otro —en su realidad religiosa y cultural y en su condición humana— más exigente y radical ha de ser el éxodo y la inserción. Así, la inserción más exigente y difícil es la que se da entre los más pobres y oprimidos, entre las minorías culturales, entre los incrédulos y apartados, entre los no cristianos y descristianizados; en fin, entre las formas más fuertes y contrastantes de la realidad humana.

Cristo modelo de inserción

El modelo cristiano de la inserción es, por supuesto, Jesucristo.

En Jesús tenemos a Dios insertado en la naturaleza humana. La encarnación del Hijo de Dios, tal como la describe Juan en el prólogo de su Evangelio, es el ejemplo de la más radical forma de inserción: "El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). La encarnación de Cristo hizo posible la misión de redención de la humanidad, la cual asumió en toda su integridad el Hijo de Dios. El evangelio y su realización entre los hombres fue posible, gracias al éxodo del Hijo de Dios desde su eterna posición en el seno de la Trinidad hasta nuestra realidad huma na^ convirtiéndose en "uno de nosotros", que es lo que significa precisamente su nombre Emanuel: "Dios con nosotros".

En la encarnación, el Hijo de Dios es enviado por el Padre y asume la condición humana en su totalidad, con excepción del pecado (Hebreos 4:15). Se trata del "éxodo" del Hijo desde la gloria eterna de su realidad divina perfecta e infinita al corazón de la miseria humana para redimirla (Filipenses 2:6-8). Por otra parte, por ser redentora, la encarnación desemboca en la cruz y la resurrección: la miseria humana tendrá en adelante una esperanza cierta y un camino de liberación de la raíz de sus males, de las deshumanizaciones del pecado y de la muerte eterna. Jesús se insertó radicalmente sin perder su identidad divina ni el sentido original de su misión. "Por causa de nosotros, se hizo pobre, para que, mediante su pobreza nosotros llegáramos a ser ricos", en los bienes del Reino, dice Pablo en su segunda carta a los Corintios (8:9).

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Etapas de la inserción de Jesús La inserción de Jesucristo en nuestra naturaleza humana se dio

de múltiples formas y en diferentes tiempos y etapas que siguieron el curso de su existencia y ministerio en la tierra. Podríamos hablar de la inserción de Jesús en Belén, en Nazaret, en su vida pública, en su pasión y en su resurrección. Contemplar a Jesús en cada una de estas etapas de su "inserción", nos permite no sólo comprender mejor su misión y mensaje, sino conseguir un modelo para nuestras propias inserciones, como sus seguidores y discípulos. En cada una de sus "inserciones" Jesús abre un camino de imitación para nuestra vida de testimonio cristiano y para nuestra espiritualidad como sus seguidores, discípulos y misioneros.

Participar en la vida y misión de Cristo como sus discípulos, es integrar en nuestra fidelidad cristiana las dimensiones de su "inserción" entre nosotros, desde su encarnación y nacimiento en Belén, hasta su pasión y resurrección, pasando por su vida oculta en Nazaret, y su vida y ministerio públicos. Ser cristiano, y mucho más ser ministro del evangelio, implica en primer lugar estar dispuestos a participar con Jesucristo en todas sus inserciones. No sólo en las más gratificantes o brillantes como la de su admirable ministerio de maestro y taumaturgo, y la de su resurrección gloriosa, sino las más opacas y prosaicas como la de su vida oscura y oculta en la diaria rutina de Nazaret y la de las cruces y frustraciones de la Pasión. Descubriremos de seguro todas estas inserciones de Jesús, por medio de la lectura de varios de los capítulos de este libro. En éste en especial, vamos a detenernos en la inserción de Jesús en Belén, que fue donde comenzó en esta tierra la marcha redentora del Hijo de Dios, "insertado" en medio de los hombres.

La inserción del pesebre

La vida y misión de Jesús y su mensaje espiritual y misionero

adquieren todo su sentido cuando los relacionamos con el hecho que está en el origen de todas las etapas y formas de la inserción de Cristo en la condición humana: su nacimiento en el pesebre de Belén.

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Los significados del pesebre

La inserción de Jesús, obviamente, comenzó en la encarnación,

pero se manifiesta en su nacimiento. En ese momento se reveló también la opción deliberada de Jesús por asumir la condición de los más desamparados. Pues el modo y las circuns tancias que rodean el nacimiento de Cristo no son fortuitos ni arbitrarios; son una elección libre. A diferencia de nosotros (que sólo podemos optar después de cierta edad), el Hijo de Dios eligió las circunstancias de su venida al mundo, así como las del itinerario de su vida. Por eso, en sus elecciones y opciones, Cristo nos dice algo sobre Dios, sobre el hombre, y sobre los caminos de la salvación y de la venida del Reino.

Sucede que los seres humanos no podemos optar por las condiciones permanentes o contingentes de nuestro propio na-cimiento. Los hombres no pueden elegir su raza, su nación, su clase social, sus padres o familia, su apellido, su cultura, la época que les tocará vivir. No pueden elegir ni siquiera su sexo. Tampoco pueden elegir las contingencias de su venida al mundo (cómodas o precarias, alumbramiento fácil o difícil, etc.). Lo original de la venida al mundo del Hijo de Dios es que cada circunstancia de su nacimiento es elegida libremente, y encierra un significado para su futura misión e inserción, así como para la nuestra propia.

Jesús se inserta como pobre

La inserción de Jesús en el pesebre tiene múltiples significados.

El primero es que Jesús se inserta como pobre; la pobreza como forma de vida lo acompañará hasta su muerte. Nacer en un pesebre porque no había posada en Belén, con todo lo que ello implica (Lucas 2:6-7), no es un percance; es una opción de Jesús, la primera que hizo en su vida. El sello de la pobreza en la inserción de Cristo no se reduce a las circunstancias materia les del pesebre, que fueron transitorias, o más tarde al desamparo en la persecución de Herodes y en el exilio en Egipto (Mateo 2:13-18), o a su vida de trabajador corriente en Nazaret (Mateo 12:54-58), o a la dureza de su actividad pública (Lucas 9:57-58). Se trata de una pobreza de abyección, en la que Jesús se situó

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deliberadamente entre los pequeños y menospreciados. Jesús no sólo asumió la condición humana, sino que en ella asumió la de siervo humilde, realizando en su plenitud la profecía de Isaías (caps. 53 y 54) sobre el siervo sufriente.

Siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó volun-tariamente tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!. . .

Filipenses 2:6-8 El aspecto externo y sociológico de la pobreza de Jesús es

relativo (como lo es toda expresión externa de pobreza), y no está en nuestra mano imitarla literalmente, en todos los aspectos de su contingencia histórica. Pero su opción del pesebre nos invita a seguirlo en lo más esencial de la pobreza; no se trata tan solo de abrazarnos de propósito a las carencias de bienes y posesiones materiales, lo cual puede tener su importancia, sino el de cultivar en nuestra vida una actitud arraigada de desprendimiento de los bienes de este mundo; especialmente aquellos que nos impiden una unión más expedita y verídica con Dios, y nos obstaculizan abrazarnos más de veras al cultivo de los valores eternos, practicados por Cristo en grado sumo. Se trata también de mantener siempre una actitud generosa de humildad, des-prendimiento y servicio, poniendo nuestra vida y nuestros bie nes al servicio de Dios y de nuestros hermanos.

Predilección por los más necesitados

El segundo significado del nacimiento de Jesús está en la

predilección allí manifestada por los necesitados, abandonados y lejanos, incluyendo los más pobres de los pobres, y en el mensaje de esperanza contenido en esta predilección. El hecho de ser unos pastores —gente marginada y de mala reputación en su época— los primeros en recibir la buena noticia del pesebre, es una elección deliberada de Dios (Lucas 2:8-14). Por ella, la inserción misionera de Jesús toma desde el inicio un carácter que quedará siempre como normativo para la inserción cristiana: la salvación y redención que Cristo ofrece es universal, abarca a todos, pero

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inicialmente muestra cierta preferencia —aunque no exclusividad— por las formas más marginales de la miseria humana. La misericordia especial que Jesús mostró por los más pobres, necesitados y oprimidos, se reveló inicial-mente en la opción del pesebre.

Evangelización de los alejados

El tercer significado de esta opción está dado por la venida de

los sabios de Oriente para contemplar y honrar al recién nacido (Mateo 2:1-12). Estos sabios del Oriente no eran ciertamente pobres, pero tenían otras carencias. Su presencia ante el pesebre significa que la inserción misionera de Jesús apunta desde el comienzo a los no evangelizados y a los más alejados. Así como esos sabios orientales, que eran paganos, fueron iluminados por la gracia del pesebre, la acción misionera de la iglesia y el testimonio de los cristianos deberán tener una preocupación especial por los más abandonados y alejados de la verdadera fe. Mateo comienza su Evangelio presentando la visita de los sabios como la primera gracia misionera que brotó del pesebre, y lo termina presentando la oferta de esta gracia para toda la humanidad no evangelizada:

Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.

Mateo 28:19-20 La opción del pesebre contiene en germen las grandes opciones

de la inserción y la misión: el carácter universal de la salvación del Mesías, el amor preferencial por los más necesitados, abandonados y alejados de la fe; la sencillez, el desprendimiento y la humildad como estilo de vida. El sentido profundo de estas opciones es siempre el mismo: en la humildad y debilidad humana se revela el poder liberador de Dios. María, testigo activo de las opciones del pesebre, comprendió y formuló muy bien este.sentido para todas las generaciones: "Hizo proezas con su brazo; desbarató las intrigas de los soberbios. De su trono derrocó a los poderosos, mientras que ha exaltado a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los despidió con las manos vacías" (Lucas 1:46-55).

El dinamismo que germinó en el pesebre tomará cuerpo y se

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hará aún más evidente y real en Nazaret. Le invito a leer sobre esta maravillosa inserción de Jesucristo en la vida oculta y, hasta cierto punto, ordinaria, prosaica y rutinaria de Nazaret, en el capítulo siguiente de este libro: "Jesús, hombre de hogar".

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VI Jesús, hombre de hogar

Hogar, dulce hogar Por muchos siglos Dios estuvo buscando un hogar para su

Hijo. En Nazaret encontró el mejor. Y de paso probó que los valores intangibles como el amor, la sencillez, la humildad, la religiosidad, la pureza, la fidelidad, la laboriosidad, la compren-sión y la fe valen más para mantener unidos y felices a los padres y para educar a los hijos en sabiduría, que los valores tangibles y materiales como la riqueza, la influencia, el lujo, las comodidades, la belleza física o la posición social.

En cada personaje del hogar de Nazaret observamos las virtudes que pueden hacer feliz y auténticamente cristiano a un hogar: José, hombre honrado, laborioso y responsable. María, mujer pura, sencilla y piadosa. Jesús, hijo obediente, estudioso y fuerte. Todas estas virtudes sazonadas en un acendrado amor y piedad.

Jesús, María y José forman el hogar ideal. Sencillamente ideal: alegres, sin estridencias; pobres pero satisfechos; humildes pero honorables; probados, mas siempre unidos. Si en Belén nació el Amor, en Nazaret se hizo vida cotidiana realizándose hora tras hora en el diario trajín de estas tres vidas solidarias para el bien, estrechamente unidas entre sí, y unidas por la fe a su Dios. Amor hecho himno a la responsabilidad y al trabajo, al compás del serrucho y la garlopa de José. Amor hecho sinfonía de pureza y dedicación marcada por los pasos de María en el hogar. Amor hecho melodía de obediencia y gracia en el progresivo madurar de Jesús, el muchacho serio y jovial, alegre y responsable que cada día "crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba" (Lucas 2:40).

Por eso la infancia de Jesús, tal como la narra Lucas el evangelista, es un libro abierto de santa pedagogía en el que todos, padres, esposos e hijos, debemos aprender cómo conducirnos y cómo conducir nuestro hogar para hacerlo y hacernos felices.

Hijos con propósito (Lucas 1:6-17)

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Aquella tarde, después del sacrificio del incienso en el templo, Zacarías el sacerdote, e Elisabet su esposa, prima hermana de María, madre de Jesús, se fueron muy contentos a casa. Colabo-rarían con Dios en sus propósitos de hacer del hijo que por su gracia tendrían, después de viejos, el precursor que iría delante de Jesús como su profeta buscando la reconciliación de Israel. Así Juan el Bautista resultó, aun antes de nacer, un hijo con propósito. ¿Cuántos padres escrutan en oración la voluntad de Dios para sus hijos? ¿Buscan los signos de la vocación que más les convenga según sus dotes y talentos, en lugar de forcejear por imponerles sus propios planes y propósitos?

Maternidad y paternidad responsables (Lucas 1:26-35) ¿Es la Biblia "machista" o "feminista"? Ni una, ni otra cosa. Lo

que vemos en ella es aun Dios que quiere que tanto el hombre como la mujer, el padre como la madre, ocupen su lugar y cumplan con su misión en el mundo, en la comunidad y en el hogar. El hombre fue creado primero, sin embargo, la mujer ocupa un lugar de importancia y preponderancia en los planes de Dios. En Belén y Nazaret, María, como madre y esposa, está en primera línea. Dios se goza de anunciarle a María, como se gozó de anunciar a Sara, Rebeca, Ana, Raquel e Elisabet, que iba a ser madre. Y para hacerlo más significativo, el ángel entreteje en su anuncio varios textos del Antiguo Testamento que hablan de las promesas de Dios a David y a su pueblo (2 Samuel 1:1; Isaías 7:14). Y si admirable es el anuncio y la promesa: "No tengas miedo, María ... Quedarás encinta y darás a luz un hijo ... El será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del

Altísimo" (Lucas 1:30-33), no menos admirable es la humilde aceptación de María. Ella asume el compromiso con humildad y valentía (Lucas 1:38). Y a este compromiso materno se une el del esposo, José, que se convie rte en padre protector, en el varón justo que respalda con su nombre, su trabajo, su persona y virtud, la maternidad de María y el nacimiento, la infancia y el ministerio de Jesús. Así se forma la primera familia del cristianismo.

Padres y madres responsables necesita con urgencia el mundo hoy, para que haya menos hijos expósitos, sin hogar; y para que los que tienen hogar reciban en él educación integral por el ejemplo y la acción de sus progenitores.

¿Qué participación está teniendo nuestra familia en la cons-trucción del reino de Dios? ¿Está ocupando cada uno su puesto de

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responsabilidad en nuestro hogar? ¿Somos todos, padres, esposos e hijos, solidarios en la consecución del progreso y la felicidad para todos?

Horizontes abiertos: familia y comunidad (Lucas 1:39-56) Elisabet, la prima de María, está ya en el noveno mes. No

hay partera profesional. María siente la obligación de acudir a su servicio. Es una mujer que sirve a otra. Dos familias que se encuentran para ayudarse en lo material y en lo espirit ual: una madre que ayuda a otra a "ser madre" y de paso le lleva a Dios. Todas terminan alabando al Señor. Es la perfecta conjunción del triple ministerio material, espiritual y social. María e Elisabet ponen en común su fe y sus vivencias, y de su encuentro surge uno de los cánticos más hermosos y ricos que escucharán los siglos. EL MAGNÍFICAT (Lucas 1:46-55) es no sólo oración, sino mensaje: toda una carta de filosofía social cristiana; es alabanza, promesa, intención y compromi so de Dios con su pueblo. g I

En pocas palabras, éste es su contenido: Dios llama a los hombres, aunque débiles, pobres o sencillos. Tenemos un Dios incansable que ayuda a los oprimidos, libera a los esclavos, levanta a los caídos. Nada pueden los fuertes de este mundo contra la fuerza de Dios. Llegará el día de la justicia. Dios realiza sus designios con paciencia, pero irremediablemente, a través de las generaciones.

He aquí un desafío para la familia. ¿Qué atención y servicio damos como grupo a la comunidad? ¿O nos limitamos a servirnos solamente a nosotros mismos? ¿Y qué de los demás? ¿Qué de los vecinos, la nación, ermundo? -

La familia tiene una función social: no sólo el padre como padre, la madre como madre, los hijos como hijos, sino la familia como núcleo social básico tiene una misión de evangelización, testimonio y servicio.

Madurez e independencia (Lucas 2:41-51) A los doce años, Jesús quiso manifestar su independencia

quedándose en el templo discutiendo con los doctores. Fue una especie de anticipo o campanada para José y María de lo que sería su "vida pública". Sus padres "no entendieron" (Lucas 2:50). Ocurre a todos los padres: difícil aceptar que los hijos crecen, maduran, y cual pichones emplumados deben volar por sí mismos.

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Como José y María, los padres no deben, sin embargo, perder de vista a sus hijos. Aunque no "entiendan" todos los cambios que se están operando en los cuerpos y almas de sus hijos, deben acompañarlos con amor y comprensión, ayudarlos con oración y consejo; estar con ellos, con prudencia y sabiduría, sin estorbarlos en su crecimiento, madurez y progresiva independencia.

Haciéndose "hombre" (Lucas 2:39-40; 51-52) En Nazaret, Jesús día a día se va haciendo "hombre". La vida

de relación familiar, el ejemplo y la asistencia de un José de conducta ejemplar, y de una madre sabia y amorosa favorecen su crecimiento y madurez.

El Jesús adolescente vive cerca del lago de Tiberias. Sin duda aprende a nadar, a conocer de barcas y de pesca; disfruta de sano compañerismo con los jóvenes de su vecindario; ayuda a su padre en el taller de carpintería, y alivia a su madre en las tareas pesadas del hogar.

No en otro lugar debió aprender bien todos los detalles de las labores agrícolas que le servirían de bello trasfondo ilustrativo a su predicación y enseñanza. Nazaret era una aldea eminentemente agrícola, enclavada en una colina que desciende abruptamente a la llanura de Jezreel, granero de Israel.

Jesús pasa los umbrales de la adolescencia. Ahora es un joven apuesto y varonil. Le nacen bigote y barba. En la escuela rabí-nica, que es como el colegio y la universidad de su tiempo, y en los libros y las pláticas con los suyos, ha aprendido las Escrituras, la geografía y la historia de su pueblo. Sus compañeros se van casando y formando hogares. Él espera . . . María espera . . . José también espera. Saben que se dará un signo: una orden de partida. Todos oran juntos, trabajan juntos, aman juntos, hasta que llega el día. Primero será el encuentro y el bautismo con Juan en el Jordán, luego las bodas de Cana, la predicación, los milagros.

Nazaret ha cumplido su misión

Nazaret preparó en la tierra, con la asistencia de Dios, al

Salvador del Universo venido de los cielos. Contribuyó a forjar la más recia personalidad de un Jesús convencido y bien formado, pero a la vez modeló el más dulce carácter, amable y comprensivo, asequible al trato y la comunicación con todos.

En Nazaret, Jesús, como hombre, encontró el mejor ambiente

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para formarse y prepararse para la gran misión que le había encomendado el Padre. La santa pedagogía de amor y disciplina, estudio y trabajo, oración y consejo, comprensión y buen ejemplo del hogar de Nazaret hicieron posible la integral formación humana de Jesús: el hombre perfecto, el Maestro del buen vivir, "apacible y humilde" (Mateo 11:29), sereno ante las crisis y los peligros (Mateo 8:24-27), sabio e incisivo ante la insidia (Lucas 20:20-26), valiente y enérgico ante el pecado y la injusticia (Juan 2:13-16), generoso y comprensivo ante el arrepentimiento (Juan 8:3-11), noble y magnánimo para con los enemigos (Juan 18:11), elocuente y profundo en la exposición de la verdad (Lucas 6:20-49), responsable y valiente ante el deber (Mateo 16:21-28), fiel a su misión hasta la muerte (Juan 19:30).

¡Venid, venid a Belén, a Nazaret! Aprended a ser padres y madres. Venid, hijos. Descubrid el secreto de crecer en gracia y sabiduría, fuertes, bien formados; sabios y robustos de alma y de cuerpo.

Inserción misionera de Jesús en Nazaret

El tiempo de Jesús en Nazaret se conoce como el de "su vida

oculta" y se le atribuye poca importancia. Sin embargo, la tiene y no poca por cierto. A muchos desconcierta el hecho de que Jesús se hubiera ocultado en Nazaret por casi treinta años. Todo esto no deja de esconder un gran misterio al que tratamos de dar explicaciones sumarias y superficiales: que eran los años de preparación de Jesús; que allí nos enseñó la humildad, la obe-diencia y las virtudes ocultas. Todo esto no deja de ser verdad, pero no explica del todo lo que a nuestros ojos aparece como un tiempo excesivo e improductivo; un despilfarro de los talentos sorprendentes de Jesús, en una aldea semipagana y sin prestigio (Juan 1:46). En una palabra, una verdadera pérdida de tiempo.

¿Por qué Nazaret en la vida de Jesús? Digamos que en Nazaret su encarnación se radicaliza y alcanza su máxima intensidad. Jesús se inserta allí en la condición humana, con todo su realismo, compartiendo la suerte de la gente corriente de su tiempo. Jesús se sitúa en el lugar de la gente ordinaria compartiendo su trabajo y su condición prosaica de cada día, no como una "experiencia" pedagógica, sino como parte del estilo de vida que le acompañará

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siempre en su actividad pública y en su pasión. En Nazaret, Jesús no es el Maestro o Rabí que predica y enseña con sabiduría que deslumhra; eso vendrá después; ni es tampoco el taumaturgo que atrae multitudes por sus milagros y obras maravillosas. Es un simple ciudadano; el hijo de la aldeana María, y de José el carpintero. Si en su actividad misionera posterior brilla su misericordia liberadora, y en su pasión su inmolación redentora, en Nazaret brillan su caridad y amor fraternales, y su amistad y solidaridad con los que comparten la rutina cotidiana de una existencia más bien opaca y gris, sin mayores sobresaltos ni cambios espectaculares.

El espíritu de Nazaret

¿Qué significa Nazaret para nuestra vida humana y cristiana?

¿Qué lecciones podemos aprender de este Jesús, hombre de hogar, oculto en la rutina diaria de una aldea escondida en las montañas de Galilea? Nazaret podría ser, como muchos la consideran, un lugar y tiempo de formación y preparación. Una especie de novi-ciado antes de entrar de lleno al ministerio por el que todos, a ejemplo de Jesús, deberíamos pasar.

Por hermoso y romántico que esto parezca, no agota sin embargo toda la significación de la vida oculta de Jesús. Nazaret tiene en sí misma una dimensión completa y trascendental. Se trata de la dimensión de la vida en todo su transcurso, en su totalidad; incluyendo todo aquello que parece no tener que escribirse ni proclamarse, porque es lo que ocurre todos los días a todo el mundo; aquello que casi no se menciona porque todos lo conocen y hasta la suponen. Sin embargo, con toda su rutina cotidiana simple y ordinaria, no deja de tener su importancia, y muy grande, porque, además de ser la etapa de la formación y el crecimiento, representa el compromiso diario de Jesús con la existencia total, incluyendo la rutina de cada día, los amigos, vecinos y allegados, aquellos con los que nos rozamos y tropezamos cada día.

Podemos tener el trabajo más variado, importante e interesante; nuestra acción podrá ser muy amplia e influyente. Pero, a corto plazo, en cualquier misión o trabajo, se impone lentamente la rutina, la repetición, lo ordinario, el contacto con la gente corriente, con las tareas sencillas de cada día. El espíritu de Nazaret vivido por Cristo nos enseña a vivir todo esto a plena

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conciencia y plenitud y con un gran amor. El espíritu de Nazaret nos ayuda a valorar lo ordinario, como Jesús lo valoró: la gente, los vecinos, los amigos de cuadra y de colegio, aquellos que a veces nos "hacen perder tiempo", nos crean pequeños proble mas, o nos causan sencillas sorpresas y alegrías.

Nazaret como inserción misionera por otra parte significa aprender a valorar el testimonio sencillo, la simple presencia de la amistad, el compañerismo y la ayuda espontánea entre vecinos, las calles y los caminos que recorremos cada día para ir al trabajo o a la escuela; las labores domésticas que nadie reconoce y los sencillos intercambios de simpatía y cariño con los que nos rodean las veinticuatro horas del día.

Nazaret, prueba de madurez

El evangelista dice que en Nazaret, "Jesús siguió creciendo en

sabiduría y estatura y cada yez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente" (Lucas 2:51-52). En Nazaret, Jesús maduraba. El imitar a Jesús en su inserción en la vida ordinaria de su hogar y de su aldea, que en nuestro caso representan el medio social y familiar en que Dios nos ha colocado, puede servirnos para verificar nuestra propia madurez espiritual. Pues el amor, la pobreza, la solidaridad y el servicio del evangelio no se prueban en lo extraordinario, sino en la rutina de cada día. Los gestos proféticos de heroísmo solidario con nuestro prójimo, por sí solos pueden ser grandiosos, pero tienen su ambigüedad; pueden convertirse en "vanidosos" testimonios de nuestra grandeza y vanagloria. En cambio, los gestos sencillos y espontáneos de la vida oculta, como la vivida por Jesús en su hogar de Nazaret, conllevan el valor de la humildad, del servicio sin condiciones, y de la autenticidad de sentimientos y propósitos.

La caridad espectacular se puede disfrazar en sus motivaciones y desviar sus objetivos en busca de satisfacciones egoístas, honores y prestigios humanos. No así el ejercicio monótono de la caridad, la paciencia y la comprensión que nos impone el convivir con aquellos que Dios nos ha regalado como miembros del círculo íntimo y familiar; o aquellos con quienes nos tropezamos cada día en el camino.

La fidelidad a nuestro propio Nazaret es lo que presta auten-

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ticidad y coherencia a los momentos más públicos y brillantes de nuestra vida y misión. Nazaret nos recuerda que la madurez del amor y la justicia se da no tanto con las personas y situaciones que nosotros elegimos, sino con aquellas que la vida nos impone; aquellos que por circunstancias y caminos misteriosos el Señor ha puesto en nuestro camino y han llegado a ser nuestros "próximos" o prójimos. Ese es nuestro Nazaret: los familiares, los compañeros de trabajo, los que se acercan a nosotros por cualquier razón, los que viven bajo nuestro mismo techo, o comparten nuestro diario trasegar. Ellos son los que ponen a prueba la madurez de nuestro amor al prójimo, pues por ser cercanos conocemos sus defectos que nos irritan, surgen incompatibilidades y malos entendidos y a veces resentimos sus actitudes, juicios u opiniones. La tentación es ignorar los cercanos por los lejanos, viviendo un amor y una justicia de grandes ideales pero sin concreción inmediata. Tenemos ideas sociales y políticas avanzadas, pero faltamos a la justicia juzgando a los que vemos habitualmente, o actuando sin misericordia con los subordinados, o dejándolos mal para salvar nuestro prestigio.

Nazaret y Belén

En la vida de Jesús, Nazaret sigue a Belén y queda conectada

directamente a su inserción misionera y redentora buscada y querida por él, el Hijo de Dios, en la vida y naturaleza humanas. Nazaret, pues, repite y profundiza la inserción del pesebre en sus dimensiones de humildad y sencillez. Antes de asumir las grandes responsabilidades de la misión y del ministerio asignados por Dios, o desenvolvernos en los ambientes superiores de nuestra profesión o trabajo, debemos aprender a vivir una vida desprendida de vanos prestigios, que exige renuncias y sacrificios. Esto nos permitirá, como ocurrió con el Jesús oculto de Nazaret, crecer y madurar en libertad, sin ataduras ni compromisos con el mundo y sus vanidades.

Esta renuncia interior se expresa en una práctica exterior, en un estilo de vida sencillo, sin ostentaciones ni lujos innecesarios, coherente con el estilo de vida de Jesús. Eso es Nazaret, un estilo de vida que no fue elegido por Jesús, sino que le fue impuesto por su Padre como parte de su misión: un pueblo gris, marginado, de obreros manuales, sin muchos horizontes. Cada seguidor de Jesús

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tiene su propio Nazaret representado por el medio ambiente de lugares, personas y circunstancias en que Dios lo ha hecho nacer y vivir. Y es en ese medio donde primeramente debe aprender a insertarse, como principio de su misión, aceptando el escenario que Dios ha preparado para su formación y preparación, ante todo como hombre de hogar, miembro de una familia. Nazaret llama a la inserción radical. Como prolongación y profundización del espíritu del pesebre, llama a la madurez espiritual y ministerial verificada y acrisolada por lo cotidiano. Al así comprenderlo, estaremos mejor preparados para seguir a Cristo en las exigencias de su inserción en su vida y ministerio públicos.

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VII Jesús obrero

Antecedentes laborales de Jesús A Jesús se le identificaba como "el hijo del carpintero" (Mateo

13:55; Marcos 6:3). Podemos decir que venía de familia trabajadora no sólo por su padre en la tierra, José, el ebanista de Nazaret, sino por su Padre en los cielos, el laborioso Dios Creador, Arquitecto del universo.

Para Jesús el trabajo tiene dimensiones de dignidad y nobleza insospechadas que no se compaginan con el concepto de "trabajo-castigo" o "trabajo, fruto del pecado", que algunos predican. Las palabras y los hechos de las Escrituras, así como el pensamiento y la acción del mismo Dios y el constante ejemplo de Jesús, enseñan con claridad meridiana que el trabajo es digno y noble. Que lejos de rebajar o envilecer al ser humano, lo ennoblece y perfecciona como criatura de Dios, constituyéndolo en colaborador de su creación.

Jesús mismo fue un trabajador. Artesano, hijo de artesano, dejó a los treinta años su profesión de carpintero, la misma de su padre José, para hacerse maestro y predicador. Y desde entonces no se dio reposo en su nuevo oficio. Para practicarlo, según la vocación que había recibido de su Padre de los cielos, debió prepararse muy bien en largas jornadas de estudio de las Escrituras y en otras disciplinas que debió aprender en la sinagoga de Nazaret, y en la propia escuela de su hogar. El ser maestro, predicador de una nueva religión, le implicó largas jornadas de viajes y no pocas fatigas y trasnochos. Fueron muchas las ocasiones en que sintió la necesidad de retirarse a reposar a un lugar solitario (Juan 6:15), o en la cubierta de una barca, sobre los aperos de labor, como en el pasaje de la tempestad calmada de Mateo (8:23-27). Algunas veces las multitudes que lo buscaban no le permitían el descanso (Marcos 3:7-12). Lo cierto del caso es que Jesús no perdió el tiempo en ocios innecesarios. El panorama que tenemos de sus tres años de vida pública es de jornadas apretadas de labor constante, solicitado siempre por su deber, acosado por la gente: un milagro

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aquí, un sermón'' allá, una reunión y plática con sus discípulos; una polémica acalorada con sus enemigos. Aunque supo darse también sus ratos de reposo y solaz: con sus íntimos, en Betania, a orillas del lago, o en sus expediciones de pesca.

El trabajo nos identifica con Dios

Jesús concibió el trabajo como una de las más nobles obliga-

ciones. Así enfocó su ministerio de predicación, enseñanza y sanidad: "Mientras sea de día, tenemos que llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche cuando nadie puede trabajar . . ." (Juan 9:4). Para Jesús el trabajo era primordial, y cuando fue necesario lo realizó aun en día de sábado, porque, según él lo afirma, ésta es la naturaleza de Dios y la de él mismo: "Mi Padre siempre está trabajando, y yo también trabajo" (Juan 5:17). La conclusión es muy sencilla: según la filosofía de Cristo, el trabajo nos identifica con Dios. Porque lo que tenemos en la Biblia es a un Dios trabajador y a un Cristo obrero.

Un Dios trabajador

El primer sermón sobre el trabajo nos lo da la Biblia, más en

acción que con palabras. Desde el primer versículo del primer capítulo del Génesis sorprendemos a un Dios que trabaja. Un Dios que utiliza su inteligencia, su voluntad, sus facultades todas, para ir fabricando cada cosa. Laboriosamente, como si lo hubiera programado, va haciendo una tras otra todas sus criaturas. Y parece que hasta se pone un horario. Esa labor de artesano divino, inspiró al salmista sus más hermosos cánticos. En los Salmos 104, 135, 136, 142 y 148 invita insistentemente a toda la creación a alabar los "grandes hechos" de este Dios creador de maravillas: "Él hizo cielo y tierra y mar, y todo lo que hay en ellos . . ." (Salmo 146:6). "¡Cuántas cosas has hecho, Señor! Todas las hiciste con sabiduría. La tierra está llena de todo lo que has hecho . . ." (Salmo 104:24).

Pero la labor del Señor no terminó cuando estuvo completa la creación. La Biblia no es más que la historia de la acción y trabajo permanentes del Señor. De allí resultó la preciosa doctrina de la providencia divina: los cristianos tenemos un Dios en acción permanente. Un Dios que provee lo que sus criaturas necesitan

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para vivir. Ciertamente es un Dios bien ocupado: "Los ojos de todos se posan en ti, y a su tiempo les das su alimento" (Salmo 145:15). Y él "abre su mano y sacia con sus favores a todo ser viviente" (16). Pero no sólo a los seres vivientes. El "levanta las nubes desde los confines de la tierra; envía relámpagos con la lluvia y saca de sus depósitos a los vientos" (Salmo 135:7), "determina el número de las estrellas y a todas ellas les pone nombre" (Salmo 147:4), ". . . cubre de nubes el cielo, envía la lluvia sobre la tierra y hace crecer la hierba en los montes. El alimenta a los ganados y a las crías de los cuervos cuando graznan ..." (8,9). Por no mencionar todo lo que hace con el hombre, su criatura preferida. Lo cierto es que Cristo en sus parábolas y sermones nos describe a un Dios que hasta los cabellos de nuestra cabeza los tiene contados, para significar el amor y la diligencia con que el Padre cuida de nosotros (Mateo 10:26-31).

Esto se llama providencia; o un Dios que trabaja permanen-temente por su creación y por sus criaturas. Tenemos, pues, un Dios incansable, que ama el trabajo: "que tiene planes admirables y los lleva a cabo con gran sabiduría" (Isaías 28:28). ¿Qué puede ser más digno que aquello en lo que Dios se ocupa?

Un Dios que quiere que el hombre trabaje

Sin embargo, nuestro Dios no sólo trabaja él. El quiere que

todos trabajemos, y lo hagamos con amor. Trabajar es propio del hombre, tal como Dios lo hizo. Aun antes de la caída, ya el Señor había dado su orden a nuestro padre Adán de trabajar. No creó ciertamente Dios al hombre sin propósito; no lo puso en el Edén para que estuviera ocioso. "Dios, el Señor, puso al hombre en el jardín de Edén —dice el Génesis— para que lo cultivara y lo cuidara . . ." (2:15). Un trabajo bien determinado. Podríamos aún más afirmar que Dios inventó el trabajo para el hombre al mismo tiempo que lo creaba. Y fue el trabajo, al menos, una de las razones de la creación del mismo hombre: no sólo cuidar y cultivar el jardín del Edén, sino formar un hogar y perpetuar la especie humana. "Llenar el mundo y gobernarlo; dominar a los peces y a las aves y a todos los animales que se arrastran ..." (Génesis 1:28).

Tenía y tiene el hombre bien asignado su trabajo, como una

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hermosa misión de participación dada por el mismo Dios, su Creador y Señor. El cumplimiento de esta misión divina del trabajo, el cuidar y cultivar la creación de Dios, investigar los secretos de la naturaleza, dominar sus leyes para servic io del hombre y honra del Creador; en una palabra, el trabajo, ya sea con el cuerpo, la mente o el espíritu, engrandece al ser racional, embellece la creación, contribuye al cumplimiento de los planes divinos, y realiza al hombre como ser inteligente, hecho a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27).

No está pues Jesucristo inventando una doctrina nueva cuando encomia al hombre laborioso, al que es fiel a sus obligaciones, realizando bien su labor y haciendo rendir sus talentos (Mateo 25:21; Lucas 19:17). De hecho, él mismo dio ejemplo admirable de laboriosidad. No se dio tregua en el cumplimiento de su misión, y sus discípulos apenas le podían seguir el paso. Una sesión de enseñanzas aquí; una conversación a media noche con un doctor de la ley inquieto por la vida eterna; una palabra de consuelo y un milagro para una madre que había perdido a su hijo único, una jornada de pesca y de predicación acosado por las multitudes en el lago de Tiberias; una discusión acalorada en el templo con los escribas y fariseos; y una larga caminata regada de milagros, prédicas y advertencias. De Galilea a Judea, de Judea a Samaría; de Samaría a la Decápolis, Jesús no se dio tregua en su labor, mientras hubiera una persona necesitada de sus servicios. Sus propias necesidades personales pasaban a veces a segundo plano cuando el ministerio lo reclamaba. Así lo muestran frases como la que leemos en el'Evangelio de Marcos: "Luego entró Jesús en una casa, y de nuevo se aglomeró tanta gente que ni siquiera podían comer él y sus discípulos" (Marcos 3:20).

El trabajo debe ser bien remunerado

Existe en la Biblia, y particularmente en los Evangelios, una

conciencia muy clara de que el obrero merece ser remunerado justamente. "No retengas la paga del trabajador . . .", dice el libro del Levítico 19:13. Y el profeta Jeremías reprende severamente a los que defraudan a los obreros: "Ay de ti, que a base de maldad e injusticias construyes tu palacio y tus altos edificios; que haces trabajar a los demás sin pagarles sus salarios ..." (Jeremías 22:13). El Nuevo Testamento no es menos claro: "El trabajador merece

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que se le pague su salario" (1 Timoteo 5:18). "Oigan cómo clama contra ustedes el salario no pagado a los obreros que les trabajaron sus campos. El clamor de esos trabajadores ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso" (Santiago 5:4).

Remunerar justamente el trabajo es de derecho divino. No es un deber de caridad, sino de estricta justicia. Lo era ya desde la época de los patriarcas. Cristo en el Evangelio no sólo reafirmó esta obligación, sino que le dio nuevo sentido y proyección. En la parábola de los labradores nos presenta a un Dios remunera-dor justo del trabajo, que da a cada uno su paga y aun agrega de su voluntad a quien siente que algo más necesita (Mateo 20:1-16). Hay aquí una revolucionaria balanza creada por Jesús para evaluar el trabajo: no es sólo el horario, ni la contabilidad, ni la producción; todo esto es es importante. Pero el trabajo es ante todo para el hombre: la primera consideración es la necesidad del hombre, la promoción del hombre, el bien del hombre, de todos los hombres y las mujeres. De esta manera el trabajo tiene no sólo uña función social, sino promocional. El capital se pone al servicio del individuo en la comunidad, y cumple a su vez una función promocional del hombre y la mujer, y de servicio social.

Paz y armonía en las relaciones laborales

Si a esto agregamos el no menos revolucionario planteamiento

propuesto por Pablo en su epístola a Filemón para las relaciones obrero-patronales, nos daremos cuenta de que el obrero o trabajador no necesita salirse de la Biblia para encontrar fundamentó a sus reclamos de reconocimiento justo a su trabajo. Los trabajadores ya no son ni deben ser siervos o esclavos. Sus relaciones con los patrones deben regirse no sólo por la justicia fría del do ut des (doy para que me des), sino que el ingrediente del amor cristiano debe entrar a sazonar estas relaciones. Refi-riéndose a Onésimo, el esclavo y obrero infiel y fugitivo, Pablo amonesta a Filemón:

Te envío a Onésimo, tu esclavo, de vuelta, y con él va mi propio corazón. Yo hubiera querido retenerlo para que me sirviera en tu lugar mientras estoy preso por causa del evangelio. Sin embargo, no he querido hacer nada sin tu consentimiento, para que tu favor no sea por obligación, sino espontáneo. Tal vez por eso

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Onésimo se alejó de ti por algún tiempo para que ahora lo recibas para siempre, ya no como a esclavo, sino como algo mejor: como a un hermano querido, muy especial para mí, pero mucho más para ti, como persona y como hermano en el Señor. De manera que si me tienes como compañero, recíbelo como a mí mismo.

Carta a Filemón 12-17 Todo esto es parte de una nueva filosofía; la filosofía del

evangelio que dignifica al individuo hasta tal punto que nos hace a todos hijos del mismo Dios, sin distingos de clases. Ya no habrá "esclavos o libres" (1 Corintios 12:13). Todos somos hermanos. Es la dignidad humana elevada en su categoría por la acción y presencia de un Cristo hecho hombre, quien dignifica no sólo al hombre, sino todas sus actividades, comenzando por su trabajo. Es claro que el subalterno o el que de alguna manera es dirigido en su labor o en el cumplimiento de responsabilidades, cualquie ra sea el campo en el que se desempeñe, tiene sus obligaciones para quienes lo dirigen: "Les pedimos hermanos —dice Pablo a los Tesalonicenses— que sean considerados con los que trabajan arduamente entre ustedes, y los guían y amonestan en el Señor. Ténganlos en alta estima y ámenlos por el trabajo que hacen..." (1 Tesalonicenses 5:12-13).

Deben además cumplir honradamente con su tarea y no defraudar los intereses de su patrón. Cristo llega aun hasta pedir que estén contentos con su salario, procurando lo que se llama la "buena moral" o actitud positiva en su labor (Mateo 20:13-15).

La nueva religión de Jesús sobre el trabajo

Esta es la nueva religión de Jesús, el obrero de Nazaret, hijo de

un hombre de trabajo, José el carpintero, y de María, mujer de hogar, fiel ama de casa, esposa y madre hacendosa. Un Jesús que de niño aprendió con sus padres, en su hogar, la bondad y belleza del trabajo haciéndolo parte de su vida. Esa vida honrada y laboriosa de Nazaret que en gran parte procuró su crecimiento en cuerpo y mente, o lo que es lo mismo "en sabiduría y estatura", lo que le hará "gozar del favor de Dios y de toda la gente" (Lucas 2:51-52).

Ninguna religión podrá ennoblecer más al trabajo que la religión de Jesús. La religión que nos presenta a un Dios traba-jador que no quiere que sus hijos estén "desocupados todo el día"

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(Mateo 20:6), sino que por el contrario, aprecia y enaltece el trabajo por sí mismo y a través de su Hijo Jesucristo, el obrero sencillo y humilde de Nazaret, hijo de obrero. El trabajo, podemos decir, está en el corazón mismo de las Escrituras y es parte sustancial de la doctrina y de la vida de Jesucristo.

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VIII Los descansos de Jesús

Trabajo y reposo

Dios ha hecho cosas maravillosas con el trabajo. Pero ha

aprovechado también el descanso, las horas de reposo, para hacer muchas cosas no menos grandes e importantes: de Adán mientras dormía, Dios formó la mujer (Génesis 2:21); a Jacob fugitivo, se le reveló en sueños asegurándole la tierra en la que reposaba y nombrándolo padre de una descendencia ilustre (Génesis 28:10-15); habló a Samuel que en su lecho trataba de conciliar el sueño (1 Samuel 3:1-16). Y, en sueños, enderezó el pensamiento de José que sospechaba de María, su esposa, revélándole el grandioso misterio de la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo (Mateo 1:20-21). En la vida de Jesús encontramos muchas horas de reposo productivo. Ninguna de ellas se queda sin fruto. Se ve que hasta en el descanso, Jesús cumple su misión y realiza sus propósitos. ¦

Sicar: descanso de evangelización y conversión L Al brocal del pozo de Sicar llegó Jesús cansado, después de I

una larga jornada (Juan 4:4-6). Quería descansar, pero su reposo se convirtió en trabajo, y su descanso se hizo evangelización. Sediento, pidió de beber a una mujer que tenía otra clase de sed. A través de su necesidad satisfizo la de la samaritana, ]' mujer hambrienta y sedienta de verdad y bien. "Si supieras l que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida"

(Juan 4:10). De este reposo en Samaría, cerca del pozo de Jacob, resultó una mujer no sólo evangelizada y convertida, sino tambien convencida y evangelizadora, deseosa de compartir con todos su experiencia de salvación: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho .. ." (Juan 4:29). "Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él por el testimonio que daba la mujer" (Juan 4:39).

El mar de Galilea: descanso de fe y confianza

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El día de la tempestad en el mar de Galilea fue de particular movimiento y actividad para el Maestro. Fue una de esas ocasio-nes en la que la multitud lo apretujaba y lo solicitaba hasta el punto de tener que hablarle desde una barca, retirada de la orilla del mar. En esta ocasión, según el evangelista Marcos, no fue uno, sino cuatro o cinco los sermones que predicó. He aquí los temas: la parábola del sembrador (Marcos 4:1-20), la lámpara que debe alumbrar a todos (Marcos 4:21-25), la semilla que crece en silencio (Marcos 4:26-29), el granito de mostaza que se convierte en árbol frondoso (Marcos 4:30-32).

Después de tan agotadora jornada se justificaba un paseo por el mar, un rato de sueño, un paréntesis de descanso. Entrada la noche, Jesús, pues, dio orden a los suyos de atravesar el lago. Una almohada y un rinconcito en la parte posterior de la barca favorecieron su descanso (Marcos 4:38), descanso que permitiría probar la fe de sus discípulos y, de paso, enseñarnos lo impor tante que es "navegar" con Jesús abordo, para no caer en peligro de hundirnos. Con Jesús a bordo, aunque esté dormido, hay seguridad. Si él navega con nosotros en esos momentos podemos despertarlo para que calme las tempestades. La pregunta "¿Por qué tanto miedo?" (Mateo 8:26) implica que es suficiente que él vaya con nosotros, que ni siquiera necesitamos despertarlo para que nos proteja. El poder de Dios jamás desaparece y está ahí en Jesús, inclusive mientras él descansa: "Jesús se levantó, reprendió al viento y ordenó al mar: '¡Silencio! ¡Cálmate!' El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo" (Marcos 4:39).

Getsemaní: descanso de fortaleza y abandono

En Getsemaní, Pedro, Jacobo y Juan se durmieron (Marcos

14:37). Jesús descansó de otra manera; se dio a un descanso "im-productivo, con propósito. La oración es también una terapia de reposo y restauración para el alma aunque el cuerpo y los sentidos permanezcan en vigilia. Un Jesús de rodillas, implorando al Padre que lo libere del "trago amargo" de su pasión, encuentra fortaleza en la plegaria, en la oración; halla confianza absoluta —descanso— en los brazos del Padre: "Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Marcos 14:36). Y su alma entró en reposo. Se calmaron sus temores e inquietudes. La pausa de la oración en Getsemaní produjo para Jesús la paz y la fortaleza que sus

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discípulos no alcanzaron en el sueño de aquella noche. No hay que ir muy lejos para descubrir los resultados. De

Getsemaní salió un Jesús fortalecido gracias al reposo de la oración. Ahí pudo confrontar valientemente sus responsabilidades como Redentor del mundo. Pudo enfrentarse sin titubeos a las autoridades político-religiosas que le perseguían. Al que tenemos aquí es a un Jesús afirmativo, aunque en ello le fuera la vida: "¡Así que eres rey! —le dijo Pilato. ... Yo para esto nací —afirma Jesús— y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Juan 18:37).

Por otra parte, contrasta la cobardía de Pedro, el dormilón de Getsemaní, que tiembla ante una sirvienta y niega al Maestro diciendo: "No lo conozco. Ni siquiera sé de qué estás hablando" (Marcos 14:68). Los otros discípulos no salieron mejor librados en su infidelidad al Señor en el lance de la Pasión. Si ellos hubieran aprovechado mejor, junto con el Maestro, el reposo de la oración en Getsemaní tal como él lo reclamaba, de seguro habríamos visto hombres, amigos fieles del Nazareno, en las cumbres del Calvario.

Reposar de la febril actividad de los negocios cotidianos para entrar en intimidad con Dios, dialogar con él en la oración, comunicarle nuestras frustraciones e inquietudes, es un secreto que necesita descubrir el hombre tecnificado y superficial de finales del siglo XX y principios del XXI: un hombre vaciado hacia fuera, sacudido por la vorágine de las preocupaciones materiales, la técnica deshumanizante, la moda, el ruido de los motores de máquinas y las incertidumbres y forcejeos de una sociedad competitiva y cruel. Todos necesitamos de vez en cuando un Getsemaní: aprender del reposo de Jesús bajo los olivos de aquel lugar, adquirir el valor de hacer silencio en nuestro derredor y mirar hacia dentro, buscar en el diálogo con Dios la fortaleza y el propósito de seguir adelante con nuestras "cruces", hacer la voluntad de Dios, cumplir con nuestros deberes sin que nos importen las consecuencias.

Emaús: descanso de revelación y gozo

La jornada fue larga: once kilómetros de camino y conversa-

ción (Lucas 24:13-17). Jesús y los dos discípulos que viajaban desde Jerusalén debían estar cansados. Se suponía que Jesús

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estaría pudriéndose en el sepulcro prestado de José de Arimatea mientras ellos abandonaban, desilusionados, el terreno de los acontecimientos donde, según pensaban, habían naufragado sus sueños de un Mesías victorioso (Lucas 24:21). Fue todo un curso bíblico intensivo el que Jesús les impartió a lo largo del camino: "Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras" (Lucas 24:27).

Tanto les gustó la conversación con el forastero que al llegar la tarde lo invitaron a entrar en casa, a cenar y descansar con ellos (Lucas 24:28-29). Se sentaron a la mesa. Y lo que un Jesús en movimiento, caminando junto con ellos, discutiendo y expli-cándoles las Escrituras, no había logrado, lo consiguió el Jesús íntimo, en reposo, sentado con ellos a la mesa, partiendo el pan: "Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo recono-cieron, pero él desapareció" (Lucas 24:30-31). ¡Claro! ¡Era él! Lo recordaron tal como estuviera con ellos la víspera de la Pascua, en la última cena (Marcos 14:22). Lo sintieron como el Jesús de la intimidad, de la hora del descanso, tranquilo, digno, seguro, lleno de majestad, con el pan en las manos y con ese gesto tan suyo al bendecir los alimentos. ¡Era Jesús! ¡No cabía duda!

Atardecer de Emaús, reposo de revelación y gozo que los aseguró en su fe. "¡Es cierto! —decían—. El Señor ha resucitado" (Lucas 24:34). Y está con nosotros. Caminar con Jesús en medio de los despechos y las frustraciones cotidianas, estudiar en su Palabra todo lo que ella dice de él, es muy importante y prove-choso ya que ello disipa dudas y trae paz al alma. Pero todo eso debe desembocar en una invitación muy sincera para que Jesús entre al hogar, descanse y cene con nosotros: "Quédate con nosotros, que está atardeciendo; ya es casi de noche" (Lucas 24:28). Sí, entra, Señor, descansa, comparte con nosotros el pan, la mesa, el hogar, el cariño de toda la familia; reposa, descansa en nuestra casa.

Jesús, en el descanso que hace en cada_hogar, se torna en revelación personal y espiritual para toda la familia. Se hace evidente e inunda el alma de gozo. Él no sólo quiere ser predi-cador, maestro de su palabra, a lo largo del camino. Quiere, además, ser amigo íntimo, compartir el pan, revelarse en todo lo que es no sólo en el torbellino de los acontecimientos, sino

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también en la tranquilidad, cuando hacemos silencio a los gritos interiores del mundo y del trabajo, de la vida y los intereses egoístas, y hasta de las tentaciones, vicios y pecados. Cristo quiere descansar a nuestro lado. Abramos la puerta. Hagámosle entrar. Dejémosle que se nos revele en todo lo que él es.

La tumba: descanso de rescate y consuelo

Todavía hay más descansos en la vida de Jesús. Uno que

parecía eterno: el de la tumba. Sin embargo, mientras en torno al sepulcro todo parecía quieto, Jesús se movía, actuaba: "Fue crucificado, muerto y sepultado . . . Descendió a los infiernos". Así reza el Credo Apostólico. Mucho han discutido los teólogos acerca de las "andanzas" de Jesús desde la noche del Viernes Santo hasta la madrugada del Domingo de Resurrección. ¿Qué es eso de bajar "a los infiernos"? Hades (griego), Seol (hebreo) son los nombres con que la Biblia identifica a la morada de los muertos. ¿Fue este lugar a donde Jesús se dirigió después de su muerte? Que Cristo no se quedó quieto en la tumba sino que visitó la morada de los muertos para llevarles su luz y consuelo y predicar la verdad, es doctrina que se enseñaba ya en el siglo II. Para ello se citaban pasajes como Hechos 2:27, Romanos 10:7, Efesios 4:9 y especialmente 1 Pedro 3:18-26. Muchos afirmaban que Jesús descendió a rescatar las almas de aquellos que habían sido salvos por la esperanza segura de su redención y en preven-ción de sus méritos.

Mucho podría discutirse. Lo cierto es que hasta el reposo de la tumba tuvo propósito y fruto para Jesús y para nosotros. Él fue muerto y sepultado. Resucitó de entre los muertos. Se trata de un Jesús activo, que sacaba adelante sus propósitos en todas las coyunturas de la vida. Así el descanso de la tumba resultó fructífero.

El descanso definitivo

Jesús "está sentado a la diestra de Dios Padre". He ahí el

descanso definitivo de Jesús. Al lado del Padre, en el reino de los cielos. Este es también un descanso activo. El cielo del cristiano en nada se parece al nirvana de las religiones orientales. Jesús, en

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el descanso eterno de su reino celestial, prepara grandes cosas. Desde allí no sólo ha de venir "a juzgar a los vivos y a los muertos", sino que también prepara la total restauración de su creación: "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apocalipsis 21:1). El descanso de Cristo en su trono celestial, rodeado del arco iris y de antorchas encendidas tal como lo contempló San Juan el teólogo (Apocalipsis 4:2), es un preludio de la culminación glo-riosa de su reino eterno.

"¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!" (Apocalipsis 7:10). Y no sólo suyo. Será también de aquellos que con él descansarán alrededor de su trono de gloria para siempre. Él lo ha prometido y así será: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono" (Apocalipsis 3:20-21).

Cantemos, pues, al Jesús victorioso que descansa para siempre en su trono. Que le canten alabanzas todas las cosas por él creadas en el cielo, en la tierra y en el mar:

"¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!" ¡Así sea!

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IX El gran comunicador

Jesús, más orador que escritor Hoy el evangelio es un libro. Pero en un principio sus

narraciones y enseñanzas se dieron en forma de conversaciones, en lenguaje corriente. Cuando Jesús hablaba no había muchos eruditos, sabios y profesionales a su alrededor. La mayoría de sus oyentes fueron gente del pueblo: amas de casa, pastores, artesanos, tejedores, comerciantes y pescadores; también niños que, como sabemos, se cuelan por todas partes. Y Jesús les habló no como quien escribe un libro, sino como quien charla amigablemente con un grupo de allegados y amigos en la plaza de mercado: con la natural unción y entusiasmo de quien tiene cosas importantes que comunicar. Por eso sus parábolas y pláticas suenan como las noticias del día, las que leemos en el periódico o escuchamos en la radio.

El oficio de profeta

Si consideráramos a Jesús sólo como un catedrático de ética o

moral al estilo de Sócrates, el Sermón del Monte se parecería mucho a los manifiestos demagógicos de nuestros líderes políti-cos. Pero Jesús fue mucho más que eso; además de Hijo de Dios, Verbo encarnado, Palabra viva portador del amor y la misericordia divinas, Jesucristo fue el Gran Profeta.

El oficio del profeta es comunicar; el mismo término significa "el que habla en nombre de Dios". Jesucristo cumplió a la perfección este oficio de gran comunicador de la verdad y volun-tad de su Padre. No sólo porque como Hijo de Dios las conocía a la perfección, sino porque las encarnó en su vida y persona. Jesucristo es, en sí mismo, una revelación.

Maestro en técnicas de comunicación

Jesús conocía además el alma humana: sus necesidades,

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angustias, aspiraciones, deseos, y para llegar a ella utilizó los mejores recursos de comunicación a su alcance. Un buen ejemplo de las técnicas de comunicación empleadas por Jesús son las parábolas. Estas son como un evangelio dentro del Evangelio, porque contienen la quintaesencia de su mensaje. Algunas de ellas son dignas de una antología universal por su sencillez, belleza y eficacia. Pero esta forma de comunicación tan simple y eficaz la encontramos en todos los tiempos y latitudes. Y es que el hombre piensa en imágenes e incluso, al formular verdades abstractas, debe convertirlas en imágenes habladas o escritas para entenderlas y comunicarlas. El lenguaje de la imagen es el más propio a nuestra naturaleza. La imagen tiene una fuerza que las ideas abstractas no poseen. Habla a la inteligencia, cautiva la imaginación, conmueve el corazón y se arraiga profundamente en el subconsciente. En una época como la nuestra, cuando el lenguaje de la imagen tiene tanta importancia en las pantallas grande y chica, en los periódicos y revistas y en la publicidad, las parábolas y enseñanzas vivas de Jesús cobran actualidad.

El lenguaje comunicativo de Jesús

En tiempos antiguos no había cine, ni televisión, aunque

existieron maestros de la narrativa que supieron cautivar a la gente con su lenguaje imaginativo, portador de lecciones profundas y trascendentales. Uno de ellos, quizás el más sobresaliente por la hermosura y nobleza de su mensaje y la forma transparente como supo transmitirlo, fue Jesús. Veamos algunas características del lenguaje comunicativo de Jesús.

Maestro en el uso de comparaciones e imágenes tomadas de la naturaleza y de la vida real

Basta leer el Evangelio de Mateo para ver cómo llama a sus discípulos "pescadores de hombres", y habla de "remiendos nuevos en vestidos viejos"; de lámparas que no se encienden para colocarlas debajo de un cajón, sumen candeleros; de la levadura de los fariseos; del camello y de la aguja. Los ejemplos se multiplican si vamos a los otros Evangelios. Jesús describe a sus discípulos como sal de la tierra y luz del mundo, como ovejas en medio de lobos; los encarece a ser prudentes como serpientes, pero sencillos como palomas. A los falsos profetas los tilda de "lobos feroces disfrazados de ovejas".

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Jesús es maestro del contraste

Este funciona magníficamente cuando habla de los fariseos que

imponen cargas pesadas sobre los demás, mientras ellos no quieren tocarlas ni con un dedo; son los mismos que cuelan un mosquito y se tragan un camello; sepulcros blanqueados, limpios por fuera pero llenos de podredumbre por dentro.

Jesús ve las cosas con ojos de artista y poeta, para quien el mundo entero es una gran parábola que esconde mil verdades y sorpresas. Se ha fijado en los cuervos de color negro que ni siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y en los lirios blancos del campo, que no hilan ni tejen, pero que se visten con esplendor envidiable aun para el mismo Salomón. Y para hacer eficaz su comunicación, echa mano de otros elementos de la naturaleza como el relámpago que fulgura de un extremo al otro del horizonte; de los zorros del campo con sus cuevas, y de los pájaros con sus nidos. No se escapa la caña que agita el viento, el pastor que separa las ovejas, los buitres que se congregan donde está la mortecina, y la gallina clueca que arropa bajo sus alas a los polluelos.

Una gran cantera de imágenes, explotada por Jesús como eficaz instrumento de comunicación, es la vida humana. Pone . en acción su doctrina y mensaje utilizando ejemplos de tesoros escondidos, siervos fieles e infieles, pastores asustados, campe-sinos que aran la tierra, lazarillos que conducen a ciegos, criados que uncen yuntas de bueyes, penitentes vestidos de saco y ceniza; hombres que se divierten alegres, en banquetes y francachelas, o que, tristes, llevan a enterrar a sus muertos.

Jesús es además maestro de la paradoja que hace penetrar hasta el fondo en el sentido de su mensaje. Como aquella de que si tu ojo te escandaliza, sácatelo; córtate la mano o el pie si te fueren obstáculo para el Reino. El cielo y la naturaleza, los hombres con sus oficios, quehaceres y preocupaciones . . . todo es un gran libro donde lee Jesús con ojos de Maestro de la comunicación, recogiendo elementos ilustrativos para revelarnos su mensaje. Y al así hacerlo, él mismo se revela como el Gran Comunicador.

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Jesús y los recursos de la comunicación Pero no se queda aquí la habilidad comunicativa de Jesús. De

él podemos aprender muchas técnicas de comunicación que están apenas descubriendo los expertos. Citemos algunas:

El diálogo: la habilidad para interrogar, inquietar y provocar respuestas. Tradicionalmente se le conoce como "método socrático". Y sobre el mismo se ha levantado todo un sistema que los sicólogos llaman "sicoanálisis". "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ... ¿Y ustedes quién dicen que soy?" (Mateo 16:13-16). Y su famosa pregunta-respuesta a los fariseos que le querían hacer quedar mal delante del pueblo con la cuestión de si era lícito o no pagar tributos al cesar:

—¿De quién son esta imagen y esta inscripción? —Del cesar, contestaron.

—Denle, pues al cesar lo que es del cesar, y a Dios lo que es de Dios.

Marcos 12:16-17 Fueron muchas las ocasiones en las que Jesús hizo sacar a sus

interlocutores la conclusión de sus enseñanzas, simplemente preguntándoles. Como a Simón el fariseo que criticaba en su interior el que Jesús se dejara lavar y besar los pies de una mujer pecadora. Después de referirle la historia de los dos deudores a quien el prestamista condonó sus deudas de 500 y 50 denarios o monedas de plata. Jesús preguntó: "Ahora dime, ¿cuál de los dos lo amará más?" (Lucas 7:36-50). Al maestro de la ley que deseaba conocer cuál era el mejor camino al cielo, Jesús pregunta: "¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?" (Lucas 10:25-37).

El drama: Cristo sabe utilizar recursos dramáticos cuando es necesario para que su mensaje sea eficaz. El drama más eficaz e impactante que ojos humanos hayan presenciado fue el del Calvario; allí Jesús fue el gran actor y al mismo tiempo el gran comunicador. Sus palabras, sus gestos y sus actitudes comuni-caron en su tiempo, y siguen comunicando hoy, mil mensajes de amor, perdón, misericordia y salvación. Lo mismo podemos decir de su última reunión con los discípulos en el aposento alto, y de su oración y prendimiento en Getsemaní, con la traición de Judas de fondo. ¿Quién puede negar el dramatismo de su resurrección y las subsiguientes apariciones a sus discípulos? Hasta su despedida a los cielos fue dramática. Este y todos los dramatismos que rodean

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la vida del Maestro atraen la atención sobre la persona del Salvador y contribuyen a que su mensaje llegue y se grabe en las mentes y corazones de quienes lo reciben.

Hay otros muchos momentos dramáticos en la vida de Jesús que él aprovechó para comunicar su mensaje y pensamiento. Por ejemplo, el incidente con la mujer adúltera a quien los fariseos quisieron apedrear en su presencia, cuando tuvieron que retirarse avergonzados al ser expuestos en su hipocresía (Juan 8:1-11). No menos dramático es el caso de la mujer que unge a Jesús en casa de Simón; gesto que Jesús interpreta como un anticipo profético de su muerte y sepultura (Mateo 26:6-13). Pero ningún pasaje supera en dramatismo y a la vez en enseñanza, al de la resurrección de "Lázaro (Juan 11:1-44). Es tal el poder comunicativo de este milagro, que la narración se ha convertido en una pieza de la literatura universal, y sus enseñanzas dan la vuelta al mundo en boca no sólo de predicadores y maestros cristianos, sino de narradores y comunicadores seculares.

Comunicación conflictiva

El mensaje de Jesús crea siempre un desafío, por eso para

muchos su comunicación es conflictiva. Esta es parte de su misión profética y de su estrategia de comunicación. He aquí algunos ejemplos: estuvo siempre zarandeando a los fariseos, como hoy su evangelio zarandea a los hipócritas, insinceros y falsos: "¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos hipócritas . . . !" (Mateo 23:13-33). A la samaritana la intranquilizó, pidiéndole: "Ve a llamar a tu esposo y vuelve acá ..." (Juan 4:16); a Pedro le reprochó sus expectaciones materialistas del Mesías con una frase dura que seguramente lo hizo reflexionar: "¡Aléjate de mí Satanás . . . !" (Marcos 8:33). Y Herodes debió comprender muy bien su mensaje de desprecio por su libertinaje e hipocresía, cuando le respondió diciendo: "¡Vayan y díganle a ese zorro . . . !" (Lucas 13:32).

Comunicación vivencial

La comunicación de Cristo es siempre "vivencial", o como

otros dirían, "existencial". Es decir, corre pareja con la vida y

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actividad de sus oyentes; invita a vivir el mensaje, a actuarlo y a hacerlo parte de la propia existencia. "Vengan a ver con sus propios ojos", respondió a Juan y a Andrés cuando le pregunta ron dónde vivía él. Y a los discípulos de Juan el Bautista, inquietos sobre si era él el Mesías, responde: "Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas" (Mateo 11:4-5).

La comunicación "existencial" de Jesús se palpa vividamente en sus encuentros con la samaritana a la orilla del pozo; con Zaqueo, con la mujer adúltera, la Magdalena, y con las hermanas de Lázaro frente a su sepulcro. Después de estos encuentros, la vida de toda esta gente no volvió a ser la misma. Otro tanto podríamos decir de cada uno de los llamamientos a sus discípulos.

Comunicación orientada al hombre Digamos por último que toda la comunicación de Jesús estuvo

orientada al hombre, en el sentido más genérico de la expresión. Todos podían sentirse como personas dignas delante de él; desde Nicodemo, el doctor de la ley, hasta María la de Mágdala, de la que había sacado varios demonios; desde los niños inoportunos, hasta el ladrón de la derecha en la cruz y las mujeres que fueron primero a su tumba el día de su resurrección. A todos atiende y escucha tratando de comprender su situación; a todos comunica con oportuna sabiduría su mensaje de amor y salvación; a todos despide con palabras de perdón, salud y esperanza. Por eso el evangelio no pierde su vigencia hoy. Conserva no sólo su elo-cuencia comunicativa que fascina por su sencillez y claridad, sino su actualidad y valor, por la relevancia de sus enseñanzas y la riqueza de su mensaje.