lástima es que se metan a escribir los d la defección de

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Lástima es que se metan a escribir los que no saben, y mayor lástima que aban- donen la pluma los que podrían con fruto manejarla. El inepto, a fuerza de trabajar, se hace menos inepto. A fuerza de caminar, aunque sea a ciegas, algo alcanza. Los tro- pezones le guían; los fracasos le enseñan, y en todo caso, resta el recurso de no leer- le y de negarle la circulación y el aliento. Pero el talento ocioso disminuye, y no hay defensa contra los daños que causa su este- rilidad. El necio charlatán nos fastidia; el sabio que calla, nos roba. Estos avaros de su inteligencia, estos traidores a su aura, se dividen en dos cla- ses. Los unos pretextan que el oficio de las letras es criadero de pobres, y prefieren lucrar en un rincón. Con tal de cenar, re- nunciarían a concluir el Quijote. Los otros, enredados en su pureza, dicen que se pre- paran, que aún es tiempo, y que de no pro- ducir cosas notables, mejor es no producir cosa alguna. La defección de los primeros no es tan calamitosa como la de los segundos. Debe- mos desconfiar de los que no estiman bas- tante su carrera. Entre escribir y ser ricos, eligieron ser ricos. Demostraron que no merecían ser escritores. Nacieron verdade- ramente para busca pleitos o para vender basura o, lo que es peor, para dictar. No llo- remos demasiado la fuga de los infames del arte que se acomodan con el destino de un acaudalado, y llamemos al escondite donde se encierran los indecisos. Órgano de Difusión Anarquista no. 10, 21 de diciembre 2011 Publicación espontánea y atípica “Hoy, como mañana: Conciencia para ser Libre” D E ESCRITORES: Los capitalistas se han hecho de buenos planes para que todas las actividades y capa- cidades sociales concurran a la caza del oro. Han sentado como axioma que para ser buen pueblo es un estorbo la abundancia de conocimientos. Han reducido a máquinas de producción a los trabajadores. Han convertido en viles sirvientes a los artistas y a los hombres de ciencia. Han suprimido al hombre sustituyéndolo por el muñeco automático. El resultado ha sido fatalmente la multiplicación de las nulidades con dinero. Por eso gobiernan y gobernaran los imbéciles, mientras el triunfo no sea totalmente nuestro. Publicación de distribución y cooperación libre

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Page 1: Lástima es que se metan a escribir los D La defección de

Lástima es que se metan a escribir los que no saben, y mayor lástima que aban-donen la pluma los que podrían con fruto manejarla. El inepto, a fuerza de trabajar, se hace menos inepto. A fuerza de caminar, aunque sea a ciegas, algo alcanza. Los tro-pezones le guían; los fracasos le enseñan, y en todo caso, resta el recurso de no leer-le y de negarle la circulación y el aliento. Pero el talento ocioso disminuye, y no hay defensa contra los daños que causa su este-rilidad. El necio charlatán nos fastidia; el sabio que calla, nos roba.

Estos avaros de su inteligencia, estos traidores a su aura, se dividen en dos cla-ses. Los unos pretextan que el oficio de las letras es criadero de pobres, y prefieren lucrar en un rincón. Con tal de cenar, re-nunciarían a concluir el Quijote. Los otros, enredados en su pureza, dicen que se pre-paran, que aún es tiempo, y que de no pro-ducir cosas notables, mejor es no producir cosa alguna.

La defección de los primeros no es tan calamitosa como la de los segundos. Debe-mos desconfiar de los que no estiman bas-tante su carrera. Entre escribir y ser ricos, eligieron ser ricos. Demostraron que no merecían ser escritores. Nacieron verdade-ramente para busca pleitos o para vender basura o, lo que es peor, para dictar. No llo-remos demasiado la fuga de los infames del arte que se acomodan con el destino de un acaudalado, y llamemos al escondite donde se encierran los indecisos.

Órgano de Difusión Anarquista no. 10, 21 de diciembre 2011Publicación espontánea y atípica

“Hoy, como mañana: Conciencia para ser Libre”

D E E S C R I T O R E S :

Los capitalistas se han hecho de buenos planes para que todas las actividades y capa-cidades sociales concurran a la caza del oro. Han sentado como axioma que para ser

buen pueblo es un estorbo la abundancia de conocimientos. Han reducido a máquinas de producción a los trabajadores. Han convertido en viles sirvientes a los artistas y a los hombres de ciencia. Han suprimido al hombre sustituyéndolo por el muñeco automático.

El resultado ha sido fatalmente la multiplicación de las nulidades con dinero. Por eso gobiernan y gobernaran los imbéciles, mientras el triunfo no sea totalmente nuestro.

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... sin hacer nada.

La Vorto

no. 10, 21 de diciembre 2011

No acaba la humanidad de ser libre. Ha tenido amos durante tantos siglos, que aún necesita el amo. Derribados los espesos muros de su prisión, todavía la aprisiona el recuerdo. Todavía le impiden caminar los grillos ausentes. El aire puro la ahoga. El infinito azul la desvanece. La libertad es también un yugo para ella. Llevamos en el alma la marca ardiente de la esclavitud: el miedo.

Nerón encontraría hoy un trono, y Atila un caballo, porque los hombres tie-nen miedo y reconocerían enseguida el familiar chasquido del látigo. A falta del déspota histórico, soportan un enjambre de tiranuelos que no les dejan perder la costumbre: galones y espuelas, cacicatos políticos, espionaje, capital y usura. El pensamiento teme, la lengua calla, y la sinceridad, como en tiempo de Calígula y de Torquemada, es siempre un heroísmo.

La libertad está escrita; yo no la he visto practicada. Ingla-terra es una corte pudibunda; Alemania, un cuartel; España, un convento. No hay pueblos civilizados; hay hombres civi-lizados. No he visto pueblos libres, he visto hombres libres. Y esos pocos hombres, pensadores, artistas, sabios, no tienen nada de común con los demás. Se les pasea como a bichos raros. Lo han hecho todo sobre la tierra, pero no es probable que lleguen al poder público. Por eso no se les persigue con la crueldad de otras épocas. Son los asombradores del porvenir. Se les mira como a monstruos. Es que pensar, decir, hacer algo nuevo es todavía una monstruosidad.

El miedo es lo normal. Su hábito es la hipocresía, su pro-cedimiento, la rutina. Los que no son estúpidos simulan la estupidez. Hay que imitar a los demás, hay que ser como todo el mundo, como nuestros padres, como nuestros abuelos. Nuestro mayor orgullo es que nuestros hijos sean copia nues-tra, y comprobar que la sociedad no ha dado un paso. Ocultemos la vida interior, las ideas, chispas que saltan de la fragua, las pasiones fecundas. Son la desgracia, el pecado. Escondámonos detrás de nosotros mismos, y aguardemos la muerte sin hacer nada.

Se explica la hipocresía del criminal. Comprendo sobre todo la hipocresía nece-saria al débil. El débil no puede ser sincero. La sinceridad atrae el rencor, el rencor ge-neral provoca lo imprevisto. Sólo el fuerte resiste y ama lo imprevisto. La salvación

del débil está en no distinguirse. Tam-bién el insecto reproduce los matices del árbol que habita, y la víbora, por escapar del águila, se confunde con las ramas muertas.

Lo aborrecible es la hipocresía in-útil, universal, que asfixia en germen la originalidad redentora y nos hace lacayos los unos de los otros. La ley de los carneros de Dindenault es la suprema ley. Nuestra existencia es un tejido de absurdos y de cobardías. El traje, la casa, el lenguaje, el ademán; el modo de entender la amistad, el amor y las demás relaciones sociales; las no-ciones de respeto, honor, patriotismo, derecho, deber; lo que, en una palabra, constituye el ambiente humano, está repleto de contradicciones humillan-

tes, pintarrajeado con los grotescos residuos de un pasado semisalvaje, mutilado en fin de todo lo que signifique unidad y armonía. Cuando el conjunto de las cosas estaba orientado alrededor de un dios o de un príncipe, el espectáculo de la humanidad no era tan desagradable. Hemos suprimido ese foco ideal y hemos obtenido la democracia moderna, caso in-comprensible del cual no saldremos mientras no nos decida-mos todos a mirar la realidad cara a cara, a ser sinceros y a despreciar la hipocresía.

La mayoría inmensa de los hombres es incapaz de crear una idea, un gesto. Darán la carne de la generación próxima y nada más. A fuerza de acallar su pensamiento lo han enmu-decido para siempre; a fuerza de amordazarlo le han estran-gulado. Su hipocresía ingénita ha dejado de serlo. De tanto llevar la máscara se han convertido en máscaras inertes, que no encubren sino el vacío. Son los sepulcros blanqueados de Cristo. Parecen vivos, y están difuntos.

L A S I N C E R I D A DRafael Barrett

LA VORTO

La sinceridad... pág. 2.Palabras sobre anarquismo... pág. 3.El vuelo del australiano... pág. 4.De Europa a América... pág. 5.De ayer a hoy... pág. 6.Daño colateral... pág. 7.Del libro: Los anarquistas... pág. 8.Desde los ojos del otro, en perspectiva... pág. 11.La palabra... pág. 13.

Arcilla Negra... pág. 14.Juego recreativo... pág. 15.Notas anarquistas... pág. 15.

Disculpas porque en esta ocasión no nos ha sido posible incluir nada de Esperanto. Espe-ramos la próxima hacerlo sin falta. Gracias...

www.kclibertaria.comyr.com

ÍNDICE

Page 3: Lástima es que se metan a escribir los D La defección de

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¿Crimen? Sí, ...

La Vorto

no. 10, 21 de diciembre 2011

Pero en muchos de nosotros se despiertan vibraciones nuevas, se levantan conceptos nuevos del destino y de la voluntad. En muchos de nosotros la razón habla, y no la es-cuchamos; embriones sagrados se mueven confusamente en nuestro espíritu, y los hacemos morir. Matamos lo que no ha nacido aún: tenemos miedo. Esperamos a que lo nuevo, es de-cir lo verdadero, lo hermoso, venga de otros. Otros, sí, bohe-mios melenudos, chiflados, vacilantes, hambre, fiebre. ¡Cómo nos hemos ingeniado en martirizar la dolorosa juventud de los mesías! ¡Cuántas veces les hemos clavado las manos y los pies, y nos hemos reído de su facha lamentable! Por fin se ha descubierto que el talento es una enfermedad, y el genio una locura. Arrastramos la librea burlándonos de los enfermos y de los locos que traen la aurora. Sin valor para libramos ni del oprobio de una vestimenta inexplicable, aguardamos a que cambien la moda los cómicos y las pros-titutas.

Nos educamos en el disimulo y en la avaricia. Jamás nos ponen de adolescen-tes frente a la verdad para decimos “mí-rala, grítala”. No; hay que callar o repetir. Hay que absorber la energía ajena, y pe-trificarla en nuestro egoísmo. Es preciso que con nosotros sucumba todo lo que

vive dentro de nosotros; que con nuestra vida concluyan las futuras probabilidades de una vida superior.

Seamos sinceros. Bella es la máxima de amar al prójimo, y más bella la de amar al prójimo que no vemos, al que ven-dría mañana. Abriendo nuestra conciencia al viento y a la luz mientras respiremos, quedarán en el mundo, como prolonga-ción de nuestro ser, formas duraderas o efímeras, nobles o hu-mildes, avasalladoras o débiles, pero formas nuevas, formas vivas que se unirán a otras para engendrar una molécula de armonía, formas esencialmente nuestras, y única justificación, único objeto de nuestra existencia breve.

Seamos sinceros. Libertemos cada día nuestra ingenuidad. Lancemos la semilla al surco desconocido. Suframos, ¿quién ha dicho que la vida es placer? Entreguémonos, ¿qué desea-mos conservar, si no logramos conservar nuestros huesos?

Entreguémonos. Es el mejor medio de perdurar.

In memoriamDedicado a nuestro compañero Severino

Campos Campos, quien dejó de existir hace algunos años...

Palabrassobre

anarquismo

Dos palabras sobre el anarquismo. No hay que hacerse ilusiones; una clase crece siempre más de prisa en fuerza material que en fuerza moral. El proletariado, al volverse más fuerte, se vuelve más violento. Por des-dicha, es probable que triunfe por la violen-cia, como han triunfado en la historia todas las renovaciones humanas. Ante la venidera revolución sólo cabe esperar, según espera-mos los que tenemos confianza en nuestro objetivo, que se sustituyan las violencias es-tériles por las violencias fecundas.

El anarquismo, extrema izquierda del alud emancipador, representa el genio so-cial moderno en su actitud de suma rebel-día. No haremos a los lectores la ofensa de suponerlos capaces de confundir, a seme-janza de lo que fingen muchos burgueses interesados, anarquista y dinamitero. Sería pueril temer que Anatole France, anarquista intelectual, o Murray Bookchin, anarquista ecologista, nos lanzaran alguna bomba. Hay una cosa quizá más grave que los explosi-vos; es la crítica anarquista, la lógica impla-cable de los que han condensado su método en la famosa fórmula de Bakunin: “destruir es crear”.

Se condena la violencia, pero somos hi-

jos de ella, y por ella nos defendemos de los criminales y de los locos, y mediante ella do-minamos los espasmos del mar y del viento. Eliminar la violencia es un quimérico ideal; el mundo tiene un aspecto mecánico, en que necesariamente sobreviven las energías, no por ser más justas, sino por ser mayores. Nuestro ideal no debe ser suprimir la vio-lencia, sino juntarla con la justicia; despren-derla del pasado y vincularla al porvenir. Los trabajadores han experimentado la eficacia decisiva de la violencia. Jamás ha mejorado su situación por el altruismo de los capitalis-tas, sino por su miedo.

Confesémoslo: la violencia hizo prospe-rar más a las sociedades de resistencia que el dinero. ¡Ay de los trabajadores el día en que dejen de inspirar terror y no dispongan de otras armas que el llamamiento a la com-pasión y a la equidad! Merced al terror han conseguido tratar con los patronos de poder a poder.

¡La bomba! ¡El crimen! Sí; mi sensibili-dad se subleva ante el gesto del asesino. Yo concibo sacrificar mi existencia, pero no la ajena. Yo llevo clavada en el alma, como un dardo de luz, la persuasión de que lo esen-cial no es aplastar los cerebros, sino poblar-los. Y, sin embargo, me pregunto a veces si mi corazón se equivoca, si es necesario quizás a la humanidad, para que siga mar-chando, para seguir combatiendo, beber la propia sangre. Me pregunto con tristeza in-finita si es necesario herir y hendir pronto, buscar el futuro y arrancarlo de las entrañas de su madre muerta.

¿Crimen? Sí, y malditos seamos noso-tros, hijos del crimen, padres del crimen. Pero sí hay diferencias en el crimen, yo digo que el de los anarquistas, que hacen la “pro-paganda de la acción”, el de los que matan por la idea, por “amor” -¡horrible paradoja!-, el de los que eligen ser a un tiempo verdu-gos y mártires, es un crimen más respetable que los crímenes de tantos héroes cuyas estatuas se yerguen en las plazas públicas.

Los atentados anarquistas, que suelen ser pura consecuencia de los atentados de los gobiernos, se suprimen con una feroci-dad insensata, causa de nuevos atentados de la oculta desesperación universal. En al-gunos países, se ha considerado, o se con-sidera el anarquismo delito político, traición a la patria. Las personas han sido ejecuta-das, confinadas o deportadas.

Extractos de La cuestión social, Rafael Barrett.

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Los rayos del sol...

La Vorto

no. 10, 21 de diciembre 2011

Una avecilla retozaba vivas con los rayos del sol grácil, un gran chis-pazo se notaba en sus ojos.

Era una cosa simple pero tan pura, que con un aire de ingenuidad se re-godeaba en el recoveco de su incons-ciencia; con elasticidad estiraba su pequeña cabeza como queriendo al-canzar el cielo, su gorjeo armonizaba con las formas que trazaba su cuerpo, miraba ansiosa por entre las rejas que la aprisionaban, el vaivén en su som-bra así lo advertía, agitaba sus alas una y otra vez incesante con exage-rada ansiedad, sus ojos observaban insistentes en una dirección. Y ahí es-taba, el alpiste en el piso de la jaula.

– ¡Aquí está pajarito, come, come, come tranquilo!

Efrén miraba como el periquito devoraba el alpiste impulsivamente, su memoria se echó para atrás. La ma-ñana anterior llegó a su casa como a las ocho un poco ebrio pero contento, un pequeño aumento en su quincena fue suficiente pretexto para celebrar, pensó en beber sólo un par de tragos, pero un compañero se le acercó y le invito uno, después dos y siguieron los otros, entró cauteloso para que su familia no notara su tardía llega-da, pero poco le sirvió, en la mesa la comida que le esperaba para la cena; por otro lado, la mujer lo miraba mal-

humorada, sus hijas quedan a un lado para evitar discusiones que seguro pa-sarían a los golpes, decide salirse casi a escondidas, tras su salida un portazo advierte su estúpida huida, buscando un lugar dónde disipar su cabeza, sus pasos lo llevaron a un vagón del me-tro repleto de seres como él; ciudada-nos frustrados, agresivos, resentidos, prestos a la disputa, listos para com-petir por un espacio de por sí incómo-do, se lía a puñetazos con un tipo por decirle borracho.

Pasó las últimas veinticuatro horas despilfarrando su tiempo, detenido en la delegación y vagando por las calles de la ciudad, adiós aumento y trabajo, con esto seguro lo corrían.

– El tiempo no tiene piedad con el hombre, la vida no permite horas muertas, no puede uno ni siquiera dar un parpadeo porque lo pierde todo, por más que se buscaran palabras para expresar la frustración que se siente no se encontrarían, además, eso ya se-ría pérdida de tiempo.

Sus recuerdos lo hacían contem-plar con desaliento el paso agobiante y monótono de su existencia, ahora que miraba al avecilla revoloteando en la jaula se sentía, tan humillado; las rejas no bastaban para hacer alar-de de alegría, su realidad lo desilusio-naba. Unos minutos atrás regresaba a

su casa dispuesto a afrontar las con-secuencias como vinieran, malas o buenas; el plato con comida seguía en la mesa, de su familia nada, ni mujer ni hijas, pensó en recalentar la comi-da pero un chirrido estridente inte-rrumpió su intensión, era el periquillo Australiano que gorjeaba alegremente al escuchar ruidos en la casa.

El hombre hizo a un lado el pla-to con comida, y se acercó presuroso a una maltrecha repisa en la pared; tomó una bolsa con semillas, cogió una pisca con las puntas de sus dedos y se aprestó a donde lo requerían. En una jaula que pendía de la pared, el periquillo agitaba sus alas vivas, el hombre levantó la puertecilla del en-rejado y depositó las semillas en el piso; el ave se precipitó desde uno de los colgantes impulsado por el ham-bre sobre el alpiste, devoró la comida rápidamente, chasqueando su pico sa-caba una a una las semillas para tra-garlas con su lengua gruesa.

Los rayos de sol rebozaban el muro donde colgaba la jaula, el hom-bre observaba minucioso la ajetreada actividad del periquillo y pensaba en voz alta: – Éste pájaro cuenta con mu-cha suerte, se le ve muy feliz; lo único de importancia para él, es el de revo-lotear, gorjear y comer el alpiste que alguien como yo ponga en su jaula, no

E l v u e l o d e l a u s t r a l i a n o a z u l

De Europaa América,

¿a… dónde?

Fue siempre un hábito de los retró-grados y de los pobres de espíritu

combatir como “extranjeras” las cosas que no comprendían y las ideas

que sobrepasaban los horizontes limitados de sus propios conceptos y puntos de vista, con el fin de prote-

ger a la nación contra “influencias extrañas” que ponen en tela de juicio las instituciones vigentes y las ideas

tradicionales y quieren conducir a los hombres por nuevos caminos.

----------En todo el mundo los aduladores y adic-

tos al Estado, sean del color que sean, han acusado a las ideas que les resultan peli-grosas como provenientes de otros lugares, en pocas palabras, extranjeras; las cuales -dicen-, no tienen nada que ver con la situa-ción que se vive en la región en la cual se

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... ya no más.

La Vorto

no. 10, 21 de diciembre 2011

tiene mayor preocupación, no trabajo, cero reclamos, libre de toda responsa-bilidad agobiante… ¡ahhh!

En apariencia el ave le era libre, su jugueteo se lo demostraba; saltaba de un lugar a otro, hacia un rápido mo-vimiento con su cabeza y revotaba a otro lado, era hipnotizarte, miraba al hombre como invitándolo a juguetear.

Pero su mirada era tan fugaz, que no le daba tiempo a nada más que contemplar sus agitadas ganas de vi-vir, invariablemente giraba su cabeza para mirarlo y el hombre se reflejaba en sus ojos redondos bien abiertos y negros, esa imagen le develó su rea-lidad; ¿quién lo miraba detrás de las rejas, quién con inquisidora presen-

cia?, al instante se conmovió y pensó liberarlo para que volara por los aires, pero se contuvo y dijo: – Que tal que sus alitas estén atrofiadas como para volar, ¿y sí se muriera, y sí alguien… no…?, él nació enjaulado, qué cosa sabe del mundo y sus peligros, mejor no, eso sería como matarlo.

Y no lo hizo, observó detenida-mente cada uno de sus movimien-tos era tan ágil, tan pequeño, frágil y suave, azul como el cielo con ojos grandes reverberantes, impulsiva-mente alargo el brazo para levantar la pequeña puerta del enrejado, intro-dujo su mano cuidadosamente para cogerlo; el periquillo aleteó aterrado, chirriaba intentando huir, pero en un espacio tan reducido, no tenia posibi-lidad alguna en la lucha con aquella mano, que pretendía atraparlo, per-dió algunas plumas, aún aprisionado el periquillo hacía por defenderse; mordisqueaba con su pequeño pico ganchudo e incisivo el dedo índice del hombre, mientras él acariciaba suavemente su cabeza con el pulgar, estuvo tentado a estrujar al pequeño, sonrió con una mueca de excitación y dijo: – Ya, no más, abriré despacito la mano, el periquito al momento volará por encima de mi cabeza y se posa-rá en el techo de la jaula, justo frente a mí, moverá rápidamente su cabeza de izquierda a derecha, arriba, abajo, estirará sus alas, primero una después otra, acomodará sus plumas con su

pico, sacudirá sus patitas, en seguida me mira de reojo, me reflejaré en uno de sus ojos redondos, entonces me sorprenderé de mí mismo por dejar-lo salir, otra vez me castigaré con el remordimiento; ¿qué le diré a mis hi-jas?… ¿y… qué tal que se muriera de hambre, no debiera?, estiraré el brazo para cogerlo, el periquito se portará esquivo; echará un salto para atrás y me mirará con desdén por mi inten-ción pretenciosa de regresarlo a la jaula, yo retiraré la mano como aver-gonzado, sólo para calmarlo y volve-ré a intentarlo, el periquito levantará el vuelo, dará dos giros por encima de mi cabeza y se posará nuevamen-te en el techo de la jaula; gorjeando y parpadeando rápidamente me mi-rará como cuestionando por qué mi estúpida intención de regresarlo a la jaula, una vez más, yo necio, intenta-ré cogerlo, será la ultima vez, el peri-quito levantará el vuelo para alejarse diciendo: ya no más, y yo sonreiré sa-tisfecho.

Efrén abrió la puertecilla de la jaula y depositó en el interior el cuer-pecillo inerte del pájaro, a la vez que susurraba repetidamente las palabras que su cabeza confundida, había ge-nerado: ya no más, ya no más.

Fin

manifiestan, buscan simplemente sembrar el rencor y el odio. Pero eso es falso, las ideas nacen donde hay un germen que las propicie, ya sea que las condiciones sean las peores o las mejores en el lugar; siem-pre existirán hombres que traten de innovar y mejorar las condiciones sociales, si eso no fuera así los humanos estarían extintos desde hace ya muchos siglos.

Así nos lo demuestra el historiador cali-forniano John M. Hart en su libro Los anar-quistas mexicanos, 1860-1900. En este libro el autor nos da una panorámica del anarquismo en esta región, el cual ha na-cido de las contradicciones emanadas del Estado y el capitalismo.

El recorrido que hace Manson Hart es una visión de lo aberrante del corporativis-mo estatal que tiene su nacimiento precisa-mente en esa época, justo con esto también

el nacimiento del movimiento obrero y agra-rio; estuvo ahí, el Estado, para chupar sus energías con hombres nefastos que vieron por sus intereses en lugar del bien de los desprotegidos.

Así lo manifiesta con la adhesión de ciertos obreros al poder político y a la dic-tadura porfirista, pero del mismo modo nos ejemplifica como hombres de incorruptible voluntad y talante resistente se mantuvie-ron fieles a sus ideas, su compromiso y leal-tad a la causa proletaria hasta el último de sus días, siempre de lucha, siempre anar-quistas.

Los anarquistas mexicanos, 1860-1900 es una sucinta, pero amena lectura, sobre el desarrollo del anarquismo “mexicano”, una lectura introductoria y clarificadora so-bre un período casi intocado, por la historia oficial. Sumado a ello el punto de vista del

escritor, es muy atinado, ya que bien men-ciona que en los orígenes del anarquismo en esta zona podemos encontrar la base y sustento teórico de la guerra civil de 1910, y asimismo su solución. Sin embargo, el autor no queda excento de cometer errores debido, puede ser, a que no tuvo fuentes fidedignas a su alcance.

Sin duda una lectura obligada para quienes buscan esclarecer esos episodios perdidos de nuestra historia, indecible por los oficialistas, pues refutaría las ideas que acusan al anarquismo como una idea ajena y extranjerizante, violadora de la naciona-lidad.

El socialismo libertario es una respues-ta viable, lo podemos afirmar hoy más que nunca, para sobreponernos a los pesares que ahogan a los individuos en este océano de regímenes del orden forzado.

Cuento escrito por:Zidronio Melo

La nigraj vizaĝoj

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Nunca mencionaran...

La Vorto

no. 10, 21 de diciembre 2011

¿Qué se piensa heredar a las futuras generaciones?, mu-chos dirán, en especial los señores del dinero y la política, un lugar mejor sin violencia y sin droga. Irrisorio, pues la misma existencia de esa dualidad criminal tiene sus bases en la presencia de la droga y la violencia. Dejando de lado esa incorruptible verdad vemos que la parafernalia del dis-curso elaborado por los capitalistas y sus lacayos, los políti-cos, siempre estará maquillado, y ese es dejado y superado por la realidad, pues sabemos que desde hace mucho el amor al dinero, fetichismo puro, ha ido sembrando lo que hoy se cosecha: el miedo y el terror, esto lo heredamos de nuestros predecesores y ellos a su vez de sus antecesores: guerras intestinas, asesinato continúo, corrupción, etc. Pero no porque ellos quisieran, sino que fue fruto de la mezquin-dad germinada, fermentada y dada a luz por los estatistas y usureros, ellos hicieron pensar que la violencia perpetua era la única vía para procrear una mejor vida. Por un futuro mejor, pero ¿cómo? Si estaban sustentado, su presente en lo que buscaban erradicar.

A pesar del legado violento, pensando siempre en una posteridad tranquila, aquellos hombres que nos anticiparon, nos imaginaron mejor que ellos, en cada ámbito se creía que las generaciones venideras superarían a las generacio-nes pasadas, tanto en lo intelectual, en lo económico, en la organización social, en lo cultural, etc., pero cuál es nuestra respuesta: no. Esos hombres y mujeres de antaño tenían algo que la mayoría de los seres hoy existentes han perdido: la individualidad, la esperanza y la visión de un futuro mejor. A despecho de nuestro pasado hemos dejado de soñar.

Hoy la acometida de la violencia ha paralizado a los ha-bitantes de este mundo. La beligerancia de los Estados y de los criminales a su amparo es igual de cruenta que la de hace un siglo, los conflictos internos por el control monopóli-co del capital, de territorio o de recursos sigue en pie, como si acabara de nacer. Pero, hay algo que pereció en cien años, y no es la pobreza, miseria y crueldad del hombre contra el hombre; lo que ha cambiado la individualidad comunitaria, se ha extinto… Esto: soy un individuo en cuanto reconozco al otro como tal, con necesidades, en donde la solidaridad se establece cuando se trata de resolver un problema en co-mún, entre ellos no habrá un afán de aprovecharse sino de ayudar-se, y esa asociación deja de existir cuando el problema se ha resuelto.

Esa solidaridad, individual se apagó, y es lo que las nuevas ge-neraciones han legado, y el indi-vidualismo anti-comunitario se ha impuesto como su premisa: cada quien ve por sí mismo. Donde los individuos tratan de ver que obtie-nen de los demás acosta, inclusive, de la vida del otro, aunado de ello son conformistas, viven con la peli-

grosa frase: mientras no me toque a mí, me vale madres. Y así se perpetúa la exigencia de los poderosos: sangre y su-frimiento. Es individualizar a la gran masa, entre más sean más solos están.

Un mecanismo utilizado para ello es el miedo, crearlo y hacerlo filtrar hasta por los más pequeños rincones de la re-gión que habitamos, esa turbación que nos hace cómplices de la criminalidad legalizada representada por el Estado, y también de la que es tachada de ilegal pero incentivada por el Estado. La psicosis fundada en el terror tiene una base y ésta, es el Estado, el crea a los hombres, los “cría” para la “seguridad”, los cuales al ver insatisfecha su sed de oro bus-can nuevos mecanismos de allegárselo, entonces el Estado vuelve a crear y criar nuevos hombres para combatir a los primeros. Ese es el círculo del Estado para mantener sus aparatos represivos.

La perenne batalla entre sus creaciones, incentiva al Es-tado a mantener y sofisticar sus métodos, más coercitivos y despóticos posibles, con la permisividad de las nuevas gene-raciones la cuales son incapaces de allegarse nuevas ideas, pues permanecen adormitadas por un constante bombardeo de información fútil, ese aberrante suceso se incrementa con nuevas formas de letargo: justificación para la represión y la vigilancia eternas, como la de tener la libertad -opción- de elegir la efímera ropa, moda, música, o la patética forma de actuar “contra lo establecido”, meros atenuantes tan crueles y nocivos para las generaciones noveles, que nos adentran al cataclismo de la atrofia intelectual y física de aquellas. La anti-utopía haciéndose realidad.

Esa permisividad acata la máxima: entre más seguridad mejor estarás, es por tú bien. Y nuestro futuro, los jóvenes la creen y adoptan como consigna casi religiosa, sin pensar en la terrible forma de sometimiento que existe y exige: su auto-inmolación.

Los discursos virulentos evocados por los políticos en-torno a que si no se combate al crimen organizado llegaría al poder, es una burla grotesca, ya que es bien sabido que el monopolio de la criminalidad se encuentra en el Esta-do y sus falanges. En contubernio con ello tenemos a los medios de comunicación, que se han apropiado el rol de familia y maestros, supliéndolos en la enseñanza, y ello ha contribuido a acrecentar el miedo, ¿cómo? no transmitiendo la realidad, engañando y tergiversando todo. Nunca dirán: los principales criminales son los políticos y empresarios, ellos son los primeros en orquestar ataques en contra de la población, tampoco enunciaran a los para-militares creados para exterminar a los movimientos disidentes, ni que los principales cabecillas de los cárteles de la droga están colu-didos con ellos o son ellos mismos.

Nunca mencionaran que los grupos criminales han sido funda-dos por policías y militares, esos mismos que han sido preparados y entrenados por el Estado para pro-teger los intereses del empresario: grandes capitalistas, de la propie-dad privada; y los bienes que con-forman al propio Estado, propiedad pública. Sí tomamos eso en cuenta y se encierra en un solo círculo, te-nemos lo siguiente:

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De ayer a hoypor Santiago G. S.

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En ese tugurio...

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El Estado crea mecanismos para reprimir a la población, para coartar su libre accionar, para ello necesita de personas preparadas para matar; policías o militares limitan así, la libre acción de los individuos y con ello protege sus intere-ses, como lo son las instituciones burocráticas, espíritu del Estado, esa fuerza, que los más trastocados de sus defen-sores consideran legítima, es utilizada para salvaguardar las fortunas de unos cuantos vivillos que han robado a toda la población el patrimonio “nacional”. Pero al ser insuficiente la sangre que logran extraer del pueblo y lo raquítico de capital que reciben por hacer tan vil acto, se convierten en “crimi-nales”, así considerados dentro de su sistema, donde les re-sulta mejor retribuido el “trabajo” atroz que realizan, o sea, liquidar a otros humanos. Y aquí el círculo, por fin se cierra.

Pero en esa rotación que es la creación de criminales tan-to legales como ilegales, así lo consideran ellos, se encuen-tran las personas, que pagan por uno y otro lado la violencia creada por el Estado y auspiciada por los capitalistas, claro, disfrazada la guerra con la palabra seguridad, con el único propósito de estimular el miedo y el terror, alejar lo más po-sible los anhelos de libertad de los seres humanos para que el sistema del miedo siga imperando.

A mayor temor, mayor control y permisividad para la re-presión; las generaciones actuales a diferencia de las pasa-das se interesan mucho menos por el pasado y se ven sólo como receptores de lo que acaece, y no se perciben como elementos capaces de interferir y modificar el mundo que los rodea, y gracias a ello estamos y están condenados a desaparecer.

Si nuestros antecesores supieron luchar por buscar un lugar bajo el sol, las nuevas lo han ido olvidando, para ser precisos eliminándolo, en el futuro nuestros descendientes agradecerán un pedazo de porquería -¿Qué?, ¡todavía no!-, trabajar para conformarse por una limosna y obtener un sen-timiento de satisfacción por ayudar a crear un mundo libre de los “malos”, aunque eso signifique su propia muerte. Eso lo ha provocado y lo provocará el estar expuestos a un cons-tante y continuo temor, tanto psicológico como físico. Y ello va a parir a la utopía capitalista: capital dice, da tu vida para producir y se feliz en el proceso.

Cuento breve, porSantiago Gónzalez S.

La brisa de la mañana co-rría por la suavidad de su ca-bello, esos hilos de seda color negro se acoplaban en la blan-da y nívea almohada, se com-pletaba aquella imagen ideal, con el cuerpo terso que seguía en esa batalla anunciada por los primeros rayos de la maña-na: seguir viviendo. Un rugido rompió la tranquilidad del lugar e hizo más despiadado, el ha-llarse encerrada en ese cajón llamado casa. A sus afueras el ensordecedor pitido de autos y un griterío desesperado que pedía auxilio, las personas co-rrían con la mirada pérdida y el destino también.

La ventana del silencioso pero horripilante albergue, le recordaba cuan detestable era su vida, la vista que regalada era una conflictiva calle lla-mada San Mateo. La noche anterior, recuerda, fue arrulla-da por las balas y el bramido molesto de los seres-máquina. Pensaba: en estas casuchas

se arrebata a los seres su individualidad, estando

solos se transmutan en una parte más de esa masa informe revolca-da por la cotidianidad perenne. Mientras mal-decía su existencia y se alegraba de no estar

más abajo, se mira a los ojos y se regocija del suce-

so del día anterior…… en un instante se pierde

el silencio monótono, y el vi-drio de la ventana vuela en mil pedazos lanzando proyectiles a todas direcciones y, deja tras de sí las felicitaciones y abra-zos encumbrados en la enso-ñación de su mente… los ha-lagos de la vida convertidos en

los rezos de la mediocridad.Fuera de esa tortura co-

tidiana que representaba el levantarse, se oía el rechinar de automóviles. Se pregun-taba ¿cuál era el sonido más grotesco?: los narcocorridos o el molesto ruido de las per-sonas, al final se inclinaba por el segundo, ya que ellas espe-raban el día en que un corrido estuviese dedicado a quien lo escuchaba.

… miles de pequeñas pa-cificadoras se incrustaban por entramados huequecitos, buscando donde alojarse y causar el mayor daño posible. Muchas de aquéllas termi-naron en un lugar que no les correspondía: una barda, un árbol, un coche, las afortuna-das encontraron realizada su tarea primaria, el fin último de su existencia: matar.

En ese tugurio hermeti-zado, sitio lúgubre en el que por más luz que lo acogiera no le arrebataba los rasgos repugnantes de verse vacío la mayor parte del día; los pocos momentos de vida eran tan agobiantes e irritables, que hacían preferible los chillidos de sus semejantes. Levantar-se a las seis de la mañana, apagar el reloj-despertador, su peor pesadilla; significaba que era la hora en que las cobijas dejaban de ser la capa pro-tectora de las pacificadoras, que noche a noche rompían el viento y derribaban a alguna estrella, las cuales caían por montón, el manto se convertía en lápida. El agua entre calien-te y fría espantaba los últimos momentos de alegría…

… entre gotas que caían como pequeños latigazos se esfumaban la risa y la espe-ranza de una vida más satis-factoria, el efímero sueño se perdía, cada podagra era un

DAÑO COLATERAL

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La radio vocea...

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recuerdo de lo desgraciado de su vida. El reloj seguía su mar-cha inexpugnable, ella se veía en el espejo; se imaginaba, en la calle el infierno se desata-ba, que algún día se largaría de ahí.

La tarde anterior a esa mañana, el hombre más im-portante del país la saludaba y, le recordaba que sin su es-fuerzo el país estaría perdido; los jóvenes quedarían ante el desamparo de la criminalidad y gracias a ella, encontraban un final más placentero que vi-vir o tratar de sobrevivir el día a día en busca del pan, el va-lor y compromiso de personas como ella debían ser un ejem-plo a seguir… … pensaba en ello, se arreglaba, cepillaba su cabellera, sus labios delgados comenzaban a cubrirse de un rojo intenso, carmesí, y el ex-traño dolor se incrustaba en al-guna parte de su cuerpo. Una punzada recorrió prontamente su sistema nervioso que poco a poco se transformaba en dolor, pero se agotó rápido, como la misma irrupción del diminuto monstruo, el vidrio se partió en miles de astillas.

Su cuerpo cayó lentamente sobre la cama, pareciese que los días monótonos habían fatigado su alma, la cual se recostaba suavemente para hundirse en la cálida colcha blanca, sus ojos reflejaban esa opacidad nacida en los que han perdido las ganas de vivir, unas pupilas que mi-raban al infinito extraviadas… como los ojos de pescado… el halo de la vida se esfumó como los aplausos y felicita-ciones del día anterior, los de-seos entusiastas se perdieron en una fría habitación que se enmudecía con los gritos de auxilio que afuera ahogaban el ambiente, en los últimos mo-mentos de existencia, en su mente, se repetían como eco sempiterno las palabras del señor presidente: con muje-res y hombres como tú el país

avanzará a un mejor futuro.Mientras vociferaba eso

el señor presidente se en-contraba rodeado de cientos de soldados, en las azoteas, a metros y metros de distan-cia, todos los “civiles” habían sido evacuados, en el público no había nadie que no fuera sardo, a excepción de 10 o 15 personas que servían de mo-delos para demostrar su apo-yo al jefe máximo. Ellos verán acortadas sus vidas…

… su cuerpo descansa en las níveas prendas que la re-cibían por las noches como túnica en ese cuartucho horri-pilante. Esa mañana, la mono-tonía le entregó la tranquilidad que ella había dado a otros seres humanos. La aurora fue fiel muda y cómplice de la muerte de la recién laureada. El copioso ruido seguía inago-table a las afueras, con una rotación perfecta: disparos, aullidos, lágrimas, sirenas, conflagrados los elementos en una eternidad estancada en un segundo.

Su cuerpo quedó deposi-tado tranquilamente, parecía dormida, el lápiz labial carme-sí en una de sus manos y sus ojos mirando la puerta de sali-da, como si a último momento hubiera buscado evadir la te-rrible mano de la muerte, pero no pudo, el orificio provocado por la pacificadora entró por “accidente” y destrozo su crá-neo. Por fin el ruido cesó.

La radio vocea: el presi-dente hoy condecorará a los defensores de la patria por su heroico trabajo. ¡Contra los criminales ni un paso atrás! Esto berreará frente a cientos de militares, veinte personas elegidas al azar estarán pre-sentes, después descansarán para siempre en su cama con una herida incurable por el tiempo: ser un daño colateral.

«Ofrezcan flores a los rebeldes que fraca-saron». Así reza la primera línea de un poema italiano de tono anarquista que Vanzetti escribió en la celda de la prisión. Cuando uno contempla las repetidas frustraciones de la acción anarquis-ta y su culminación en la tragedia de la guerra civil española, siente la tentación de emplear los mismos acentos elegíacos. La experiencia anarquista de los ciento cincuenta últimos años expone a la luz toda la gama de contradicciones e incongruencias de la teoría libertaria y la di-ficultad, si no la imposibilidad, de su puesta en práctica. Y con todo, la doctrina anarquista ha sido capaz de atraer a un número no despreciable de representantes de las distintas generaciones, y aun hoy continúa ejerciendo considerable se-ducción, aunque se manifieste quizá más por la vía de un credo ético personal que como fuer-za social revolucionaria. La mayor parte de los que militaron en el bando anarquista no eran neuróticos que se complacieran en una autotortura -como era el caso de algunos terroristas-, sino individuos para quienes el anarquismo era un ideal revolucionario, susceptible de plasmarse en una acción práctica a la vez que era una esperan-za realizable. Los filósofos del anarquismo -un Godwin, incluso un Proudhon o un Kropotkin- bien pudieran haber pensado que su crí-tica de la sociedad era de índole más teórica que práctica, y que el sistema de valores que trataban de entronizar no admitía una reali-zación inmediata; pero de lo que no hay duda es de su convicción de que algún día sería posible. La masa de infortunados que desde el año 1880 aceptó el anarquismo como base para la acción social, consideraba, sin embargo, que la revolución integral prometida por los anarquistas ofrecía una esperanza inmediata de viabilidad y de éxito final, y se les aparecía como la única posibilidad de liberarse de su precaria situación.

El anarquismo es, por necesidad, un credo o nada. Por consi-guiente, su éxito fue un aumento de salarios o una mejora en las condiciones de trabajo, y cuando los partidos políticos son capaces de introducir medidas de reforma y de remediar situaciones de injus-ticia, es lógico que el recurso de una revolución sea menos deseable. Y, en este sentido, la afirmación de Bakunin de que los verdaderos revolucionarios son los que nada tienen que perder nos parece justi-ficada. No obstante, la práctica anarquista ha tropezado siempre con el hecho de que, para bien o para mal, todas las naciones europeas -incluyendo Rusia y España, en las que el anarquismo parecía ofre-cer perspectivas de triunfo- han optado por la acción política y por un gobierno centralizador como medios para obtener una sociedad más conforme a sus deseos. «El gobierno del hombre» no está más

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LOS ANARQUISTAS

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Lo triste es que la...

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cerca de ser sustituido por «la administración de las cosas» de lo que estaba cuando aparecieron los socialistas utópicos en la primera mitad del siglo anterior. El partido político, detestado por todos los que se precien de anarquistas, ha pasado a convertirse en el órgano de acción política característico del siglo XX, hasta el punto de que

los mismos gobiernos totalitarios han usado del sistema de partido único como medio para ejercer su tiranía, en vez de practicar la au-tocracia sin tapujos de épocas más lejanas. Así, pues, los anarquistas se han disociado en el terreno de la práctica, deliberadamente, de lo que la mayoría de los individuos del presente siglo consideraban vital para el progreso social y po-lítico. En tanto que nada se opone a la posible validez de sus críticas en torno a las ideas tradicionales sobre la soberanía del Estado del gobierno representativo, de la re-forma política y de sus preven-ciones repetidamente formuladas sobre los peligros que entraña el sacrificio de la libertad, so pretex-to de los supuestos intereses de la revolución, los anarquistas no han sabido, hasta el momento al me-

nos, ofrecer una explicación de cómo puede su programa plasmarse en una acción eficaz y sostenida. Así, por ejemplo, nunca han ofre-cido la visión de una etapa intermedia entre la sociedad establecida y la revolución integral que sueñan.

Existe otro aspecto en el que los anarquistas también se han mos-trado opuestos a las tendencias predominantes en la organización del momento histórico. La producción en serie y el consumo masivo, así como una industria ampliamente extendida sometida a un control centralizado, ya se trate de una economía capitalista o socialista, se han convertido, se quiera o no, en un fenómeno común a la sociedad occidental y a los países en vías de industrialización de todos los continentes. No se ve cómo puedan adaptarse a tales nociones las ideas anarquistas sobre producción y cambio; en consecuencia, los anarquistas que, como acción preliminar, abogaban por la destruc-ción del orden existente, sin duda tenía razón. Pero la actitud de los miembros del movimiento respecto a los avances tecnológicos se ha reflejado también en un paralelo desdoblamiento de sus opiniones acerca de la sociedad del futuro. Aunque, como hemos podido apre-ciar, Godwin y Kropotkin fueron partidarios de los nuevos inventos capaces de liberar al hombre de las tareas más bajas y degradantes -el problema de los escombros y desperdicios fue algo que siempre mereció la atención de los pensadores utopistas-, hay que decir, sin embargo, que las concepciones fundamentales del anarquismo se oponen por completo a la idea de una industria en gran escala y a la producción y consumo masivos. Así planteadas las cosas, todos los anarquistas convienen en afirmar que la sociedad del futuro será la del hombre con hábitos de vida extremadamente simples y frugales, satisfecho de pasarse sin los triunfos de la técnica propios de la era industrial. Esto hace que buena parte del pensamiento anarquista

parezca basarse en la romántica y anacrónica visión de una socie-dad idealizada del pasado, compuesta de artesanos y campesinos, así como en una total repulsa de las realidades de la organización económica y social del siglo XX. Cabe concebir ciertos ideales sin-dicalistas y un grado de control obrero de la industria, lo cual puede servir para mitigar en parte la deshumanización imperante en las grandes empresas industriales; pero nos parece poco probable, a menos de producirse un violento cataclismo, que pueda invertirse por completo la actual estructura de la industria. No obstante, me-diando ciertas situaciones de emergencia, como las que se dieron en Rusia en 1917 o en Cataluña en 1936, en que la guerra entorpeció o destruyó el engranaje económico de los respectivos países, cabe la posibilidad de poner en práctica las ideas anarquistas y colocar los cimientos de un orden nuevo conforme a los principios libertarios. O quizá la revolución anarquista sólo pueda efectuarse después, pon-gamos por caso, de una guerra nuclear que ocasione un caos total en los instrumentos de gobierno, las comunicaciones, la producción y el cambio. O también es posible que la razón estuviera de parte de los terroristas y que una bomba de mayor potencia que ninguna de las utilizadas hasta el momento pudiera preparar el camino hacia una auténtica revolución social.

A pesar de ello, puede afirmarse que en el caso de países que, a diferencia de Europa a Norteamérica, no han visto su estructura social y el programa de acción anarquista dejan de parecer utópicos. En la India, por ejemplo, Gandhi y cierto número de reformadores sociales, como Jayaprakash y Vinobha, han soñado con cimentar la sociedad hindú (utilizando palabras del mismo Gandhi) en «repúbli-cas comunales autosuficientes y autómatas». Es posible que incluso en la India el desarrollo de una comunidad industrial centralizada haya ido demasiado lejos para po-der detenerlo. Jayaprakash Narayan ha declarado que los cambios por él presupuestos obligan a que la India abandone su democracia parlamenta-ria de cuño occidental. Sus alusiones a «comunidades locales autónomas, autosuficientes, agro-industriales y urbano-rurales», y sus ataques a las instituciones parlamentarias libera-les, evocan las enseñanzas proudho-nianas. Y como el propio Proudhon, Narayan se muestra quizá excesiva-mente optimista cuando piensa que la repulsa de las instituciones libera-les conducirá a una forma de gobier-no más perfecta. Escribe él que «la evidencia apreciable desde El Cairo hasta Yakarta indica que los pueblos asiáticos albergan ideas distintas a las occidentales, y que tratan de encontrar fórmulas más idóneas que las ofrecidas por la democracia parlamentaria para expresar y configurar sus aspiraciones democráticas». Lo triste es que la evi-dencia no parece demostrar que estas nuevas fórmulas tengan nada en común con los sublimes ideales proudhonianos de Narayan. Si el pueblo indio, con una dilatada tradición de comunidades locales y con el ejemplo y la enseñanza de Gandhi (el único estadista del siglo XX en posesión de la urdimbre moral adecuada para llevar a

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cabo una revolución que a la vez que ética era social y política), no ha logrado poner en marcha un proceso revolucionario en la línea propugnada por Narayan, no vemos de qué modo otros dirigentes puedan llevarlo a efecto.

No obstante, y aunque los anarquistas no hayan logrado salir ai-rosos en el empeño de consumar su propia revolución, y aceptando que se hallen hoy más lejos que nunca de conseguirlo, es indudable que con su actitud han puesto en entredicho los valores de la so-ciedad existente, haciendo que reconsideráramos nuestras concep-ciones políticas y sociales. Ellos han señalado con insistencia los peligros que entraña recorrer una falsa senda revolucionaria, y sus admoniciones sobre el riesgo de dictadura que suponía el marxismo con la sustitución de una tiranía por otra de nuevo cuño; sus adver-tencias proferidas en el curso de los últimos cien años han resultado tener, por desgracia, demasiado fundamento. Sea cual sea su idea de lo que creían que estaban llevando a cabo, los anarquistas han perfilado en realidad un ideal revolucionario que se corresponde exactamente con el mito de Sorel: «No una descripción de las cosas, sino una expresión de voluntad». Su ex-tremada e irreconciliable afirmación de una serie de creencias, ha pasado a eri-girse en ejemplo y en reto. Como todos los puritanos, los anarquistas han logra-do que nos sintiéramos un tanto inquie-tos con el tipo de vida a que estábamos acostumbrados.

En una ocasión dijo Clemenceau: «Compadezco al que a los veinte años no se haya sentido anarquista», y es obvio que el apasionado e irreprimible optimismo que reflejan los principios anarquistas ha de ejercer siempre un estimable influjo en todos aquellos jó-venes que se hallen en pugna contra las concepciones sociales y morales de sus progenitores. Pero lo que ha aquilatado la talla de los dirigentes anarquistas no ha sido el entusiasmo que la juventud ha manifestado por sus prédicas, sino, sobre todo en el caso de hombres como Kropotkin y Malatesta, su fidelidad y su entrega a la causa que defendían, cuando teniendo que hacer frente a numerosos desenga-ños, e incluso, bien podemos decirlo, a una realidad contraria en gra-do sumo a sus concepciones, supieron mantener hasta su vejez unos principios inconmovibles y unas esperanzas sin mácula. La fuerza del anarquismo ha radicado precisamente en la índole de sus prosé-litos, y en lo futuro será el mismo credo moral, social e individual, configurado en una austeridad a ultranza, el que continúe atrayendo a cuantos deseen una total reversión de los valores que presiden la sociedad y la política de hoy, y cuya disposición temperamental se decante por unas ideas llevadas hasta sus conclusiones lógicas, al margen de las dificultades de índole práctica que entrañen.

Existe también otro aspecto por el que el anarquismo, indepen-dientemente de su éxito o fracaso como movimiento revolucionario, continuará ganando adeptos. Ciertas formas de anarquismo pro-porcionan ejemplos de un jusqu’au boutisme; es decir, de un gra-

do de máxima afirmación de la propia individualidad, que rechaza todo género de convenciones y de restricciones de la libertad. Esos anarquistas practican en su vida cotidiana el principio nietzschiano Umwertung aller Werte, o sea el derrocamiento de todos los valores comúnmente aceptados. A los artistas bohemios de los años ochenta del siglo XIX sigue la generación beat del 1950 en adelante, porta-voz de una protesta contra el estancamiento y conformismo de la sociedad burguesa en que se han educado. Y así mismo en muchas ocasiones esta rebelión termina en la más absoluta inoperancia y a veces en la hecatombe personal, también es susceptible de dar pie a un arte revolucionario que combata con eficacia los convencio-nalismos y el aferramiento al pasado y que sea en sus resultados auténticamente anarquista. Así, por ejemplo, los artistas y escritores dadaístas alumbraron un arte nuevo atacando simplemente la idea del arte en sí mismo, lo cual les capacitaba, a su modo de ver, para

soslayar todo tipo de valores. Sus herede-ros surrealistas reafirmaron una vez más el principio de la libertad absoluta. Al decir de uno de sus historiadores, «el surrealismo no tiene nada en común con un movimiento religioso y, sin embargo, es la única cosa capaz de dar al hombre lo que las religiones de toda especie le han negado: la libertad absoluta del ser humano en un mundo libe-rado». Este deseo de afirmación la comple-ta libertad personal frente a todo género de convencionalismos y restricciones, entraña también sus riesgos, que pueden conducir a una actitud frívola y necia. Como ha dicho muy acertadamente un destacado adepto del surrealismo, André Breton, «il n’y a rien avec quoi il soit si dangereux de prendre des libertés comme avec la liberté». Un estado de repulsa permanente de todas las reglas entraña la más exigente de todas las formas de vida posible, y el anarquismo individual, lo mismo que el anarquismo social, existe una entrega y una austeridad que muy po-cos de sus practicantes alcanzan. Así, no nos sorprende mucho que algunos adeptos

notorios del surrealismo hayan preferido la disciplina de confección impuesta por el comunismo que la libertad autoimpuesta inherente a sus primitivas convicciones. Sin embargo, del mismo modo que los pensadores anarquistas revolucionarios proporcionan la visión de un orden social distinto y constituyen un reto a todos nuestros conven-cionalismos políticos y económicos, así también los anarquistas in-dividualistas y los artistas que han reflejado sus principios en la obra de arte han ejercido sobre nuestras concepciones estéticas y morales una serie de saludables influencias. La idea de una «moralidad sin obligaciones ni sanciones» resulta tan atractiva como la de una so-ciedad sin gobierno ni gobernados, y, de una forma u otra, las dos contarán con discípulos en las futuras generaciones.

Los anteriores párrafos son la conclusióndel libro Los Anarquistas de James Joll.

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Los anarquistas...

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Anarquismo

Incluso Rousseau, quien creía en la ino-cencia natural del hombre, pensó que en úl-timo término la vida sin un gobierno sería intolerable. Con todo, algunos pensadores anarquistas han tratado de oponerse a esta conclusión. William Godwin (1756-1836), disintió de la opinión de Rousseau en dos puntos. En primer lugar, creyó que si se les «perfeccionaba», los seres humanos no sólo podrían llegar a perder toda su agresividad, sino que además podrían convertirse en alta-mente cooperativos. En segundo lugar, cre-yó que este estado tan deseado para los seres humanos no estaba enterrado en el pasado distante, sino que remitía a un futuro inevita-ble en el que el estado ya no sería necesario. El anarquista ruso, Piotr Kropotkin, sostuvo una concepción parecida según la cual to-das las especies animales, incluida la huma-na, progresan mediante el «apoyo mutuo». Ofreció tal concepción como alternativa a la teoría de la evolución de Darwin, según la cual la evolución es fruto de la competición. En opinión de Kropotkin, las especies más aptas son aquellas que están preparadas para la cooperación.

Kropotkin fue capaz de ofrecer pruebas impresionantes de cooperación en el reino animal, y otros anarquistas han sostenido -a todas luces, correctamente- que hay una lis-ta interminable de ejemplos de cooperación no coercitiva entre los humanos. Muchos filósofos y científicos sociales han acep-tado que incluso unos agentes sumamente

egoístas tenderán a desarrollar patrones de conducta cooperativa, incluso por razones puramente egoístas. A largo plazo, la coope-ración es mejor para cada uno de nosotros. En un estado de guerra que es dañino para todos, unas criaturas racionales autointere-sadas aprenderán finalmente a cooperar.

Sin embargo, tal como Hobbes habría prontamente señalado, por muchos indicios que haya sobre cooperación, y por muy ra-cional que esta cooperación pueda ser, existe todavía una gran cantidad de pruebas sobre la existencia de competición y explotación, situaciones que muchas veces parecerán ser también racionales. Y, al igual que sucede con una manzana podrida, una pequeña can-tidad de conducta antisocial puede extender sus efectos perniciosos a través de todo lo que toca. El temor y la sospecha corroerán y desgastarán una gran cantidad de coopera-ción espontánea o evolutiva.

El anarquista tiene la posibilidad de res-ponder que no hay tales manzanas podridas. O, si las hay, puede insistir en que ello se debe a los gobiernos: como sugiere Rous-seau, nos hemos corrompido y ablandado. Los anarquistas critican que propongamos la creación de un gobierno como remedio a la conducta antisocial, cuando generalmen-te los gobiernos son causa de esta misma conducta. De todos modos, la idea de que el estado es la fuente de todas las formas de lucha entre los seres humanos parece ser excesivamente optimista. En realidad la tesis parece socavarse a sí misma. Si todos somos buenos por naturaleza, ¿por qué ha aparecido el estado opresivo y corruptor? La respuesta más natural es decir que unos pocos individuos astutos y codiciosos han logrado ocupar el poder mediante la utiliza-ción de distintos medios vergonzosos. Pero entonces, si estos individuos existían antes de que el estado apareciera, tal como debe ser según la teoría en cuestión, no es verdad que todos seamos buenos por naturaleza. Por consiguiente, confiar hasta tal punto en la bondad natural de los seres humanos pa-rece utópico en extremo.

De ahí que la mayor parte de anarquistas serios ofrezca otra respuesta. La ausencia de gobierno no significa que no pueda ha-

ber formas de control social de la conducta individual. La presión social, la opinión pú-blica, el temor a una mala reputación, hasta incluso el cotilleo pueden hacer sentir sus efectos sobre la conducta individual. Los que se comporten de una forma antisocial serán desterrados.

Además, muchos anarquistas han acep-tado la necesidad de la autoridad de los ex-pertos en la sociedad. Algunas personas, por ejemplo, saben mejor que otras cómo culti-var alimentos y, por lo tanto, es de sentido común aceptar su juicio. No sólo eso: en un grupo del tamaño que sea, son necesarias unas estructuras políticas para coordinar la conducta a medio y largo plazo. Por ejem-plo, cuando haya un conflicto internacional una sociedad anarquista también necesitará generales y disciplina militar. Puede que en tiempos de paz también debamos aceptar la opinión de los expertos y obedecer las reglas sociales.

Los anarquistas afirman que estas reglas y estructuras no equivalen a un estado por-que permiten que el individuo decida no par-ticipar: de ahí que sean voluntarias de una forma en que ningún estado lo es. E l esta-do reclama el monopolio del poder político legítimo. Ningún sistema social anarquista «voluntarista» pide nada semejante. Sin em-bargo, la existencia de personas antisociales que rechazan participar en la sociedad vo-luntaria coloca al anarquista ante un dilema. Si la sociedad anarquista se niega a tratar de reprimir la conducta de estas personas, en-tonces corre el peligro de caer en una situa-ción de conflicto violento. Pero si obliga a estas personas a respetar las reglas sociales, entonces, en la práctica, se convierte en algo indistinguible de un estado. En resumen, tan pronto como la imagen anarquista de la so-ciedad se hace más realista y menos utópica, también se hace más difícil diferenciarla de un estado liberal y democrático. Al final, tal vez simplemente nos falte una explicación de cómo sería una situación pacífica, estable y deseable en ausencia de algo muy pareci-do a un estado (con la excepción de las ex-plicaciones antropológicas de las pequeñas sociedades agrarias).

Desde los ojos del otro, en perspectiva...

“¡Basta de leyes! ¡Basta de jueces! La libertad, la igualdad y la simpatía práctica humana son

las únicas barreras efectivas que podemos levantar ante los instintos antisociales de ciertos

individuos que están entre nosotros”.

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Las implicaciones de...

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De todos modos, no deberíamos des-cartar al anarquismo tan rápidamente. Nos hemos fijado en algunas de las desventajas del estado de naturaleza. ¿Pero qué hay de las desventajas del estado? ¿En qué medi-da es racional centralizar el poder en ma-nos de unos pocos? Todavía nos queda por examinar los argumentos que se han dado para justificar el estado. Si resulta que tales intentos de justificar el estado no funcionan, entonces tendremos que volver a considerar de nuevo el anarquismo. En realidad, jus-tamente por eso necesitaremos plantear su propuesta otra vez.

Conclusión

He abierto con la famosa descripción de Hobbes del estado de naturaleza como un estado miserable de guerra de todos contra todos. El argumento principal es que los in-dividuos, movidos por el impulso de «felici-dad» entrarán inevitablemente en conflicto por unos bienes escasos y, en ausencia de un soberano, este conflicto subirá de tono has-ta llegar a una situación de guerra total. En respuesta a este argumento hemos conside-rado una serie de contraargumentos. Locke sugiere que el estado de naturaleza está go-bernado por una ley moral que todo indivi-duo puede hacer cumplir. Además de esto, afirma que inicialmente nos encontramos en una situación de abundancia, no de escasez, y que las personas estarán directamente mo-tivadas para seguir la ley moral.

Asimismo, mientras que Rousseau está de acuerdo con Locke en que Hob-bes está equivocado al sugerir que nues-tra condición natural corresponde a una situación de extrema escasez, niega que las ideas de moralidad y motivación mo-ral tengan ninguna cabida en el estado de naturaleza. En lugar de eso, propone ver en la piedad o compasión natural aquello que impedirá que estalle la guerra, y hace especial hincapié en que no es correcto aventurar de qué forma se comportará el «hombre natural» a partir de nuestras ob-servaciones del «hombre civilizado». No obstante, independientemente de la fuer-za de estas respuestas a Hobbes, tanto Locke como Rousseau reconocen que los factores que han identificado en sentido

contrario a la guerra tan sólo servirán para prorrogar el estallido del conflicto violento y no lo evitarán definitivamente.

Los anarquistas son más optimistas en sus intentos de evitar tal conclusión. Hemos considerado tres estrategias principales de defensa de la posición anarquista. La prime-ra consiste en sostener que en el estado de naturaleza habrá cooperación incluso entre criaturas autointeresadas. La segunda con-siste en afirmar que los seres humanos son buenos por naturaleza. La tercera, la más plausible de todas, sostiene que se pueden idear estructuras políticas y sociales -distin-tas del estado- que remediarían los defectos del estado de naturaleza. Con todo, tal como sugerí, la separación entre el anarquismo racional y la defensa del estado se vuelve entonces casi insignificante. Al final, creo, tenemos que estar de acuerdo con Hobbes, Locke y Rousseau. Nada que merezca real-mente el nombre de estado de naturaleza será a la larga una situación en la que los seres humanos podrán prosperar. Sin embar-go, todavía está por ver si esto supone una «refutación» del anarquismo.

El anarquismo reconsiderado

Quizá la solución consista en aceptar la imposibilidad de demostrar que todas las personas tienen obligaciones políticas. La insistencia en una fundamentación volunta-rista del estado es muy plausible; si el coste

de esta plausibilidad es tener que aceptar que algunos individuos no están sujetos a la autoridad del estado, entonces quizá lo me-jor sea asumir este coste.

El argumento refuerza la posición del anarquista que consideramos brevemente. Si no somos capaces de hallar un modo de justificar el estado desde premisas acepta-bles, entonces parece que se impone algún tipo de anarquía -anarquía en sentido moral, al menos-. Esta estrategia crítica parece ser la mejor arma del anarquista. Nadie me ha preguntado si deberíamos tener o no un es-tado, y la policía no me pide permiso para actuar como lo hace. Consecuentemente, arguye el anarquista, al menos en su trato conmigo, el estado y la policía actúan ilegí-timamente.

Las implicaciones de esta concepción pueden ser de gran alcance. Alguien muy radical podría sostener que en cuanto acep-tamos el argumento anarquista, la única ra-zón para obedecer al estado es la prudencia, especialmente el miedo al castigo. Pero una persona fuerte debería estar por encima de esta actitud cobarde y no hacerle el juego al estado y a sus agentes. Dicho de otro modo un tanto más moderado: podemos admitir que la ley requiere lo que muchas veces ya requiere la moral por su cuenta. Por lo tanto uno debe realizar algunas cosas que el es-tado ordena -abstenerse de asesinar, violar o herir a alguien-, pero no porque el estado lo ordene. Asimismo, la policía muchas ve-ces hace lo que cualquier persona también podría hacer: dar protección al inocente, de-tener y llevar ante la justicia a quien hace daño a otro, etc. Podemos estar bien agra-

decidos a la policía por realizar el traba-jo sucio en nuestro lugar. Sin embargo, según esta concepción, uno debe aprobar la existencia del estado y la policía tan sólo en aquellos casos en que uno está independientemente de acuerdo con las razones por las cuales actúan. El hecho de que la ley sea ley, o los policías sean policías no constituye ninguna razón para obedecer. Por lo tanto, el «anarquis-ta filosófico» recomienda que adoptemos una posición muy crítica con respecto a las actividades de la policía y el estado. Algunas veces éstos actúan con autori-dad moral, pero cuando no es así hace-mos bien en desobedecerles, dificultar su trabajo, o ignorarles.

continua...

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Aunque sea cierto...

La Vorto

no. 10, 21 de diciembre 2011

En algunos aspectos este planteamiento parece muy ilustrado. El ciudadano respon-sable no debería seguir a ciegas lo que la ley dice sino utilizar su juicio personal para determinar si la ley está justificada o no. Si no lo está, entonces no existe razón moral alguna para obedecer.

El planteamiento tiene que ser correc-to, pero sólo hasta cierto punto. Sostener que uno no debería cuestionar o desobede-cer jamás una ley nos lleva a defender, por ejemplo, la persecución de los judíos en la Alemania nazi o a estar de acuerdo con las leyes recientemente abolidas contra los ma-trimonios mixtos en Sudáfrica. Debe de ha-ber algún límite moral frente a la obligación de obedecer la ley. La dificultad es saber cuál. Supongamos que alguien, desde una perspectiva extrema, sostuviera que sólo he-mos de obedecer la ley cuando ésta concuer-da perfectamente con nuestro propio juicio moral. Ahora bien, muchas personas (espe-cialmente las más ricas) creen que obligar a pagar el impuesto de la renta por simples razones de redistribución de la riqueza no está moralmente justificado. Según la con-cepción sobre la justificación del estado que estamos considerando, estas personas ten-drían el derecho de no pagar su parte del im-puesto. Al mismo tiempo, una serie de per-sonas de distintos tipos de estrato social y económico cree que la herencia de bienes es injusta. La cuestión de quién hereda riqueza y quién no, es una cuestión completamente «arbitraria desde el punto de vista moral», para usar la terminología de John Rawls. Muchas personas opinan que es totalmente injusto que unos individuos puedan heredar inmensas fortunas y en cambio otros con los mismos méritos no obtengan nada. Ahora

bien, cuando uno cree que no existe justi-ficación alguna de la propiedad heredada, entonces también piensa que el duque de Westminster tiene tanto derecho a privar-nos del paso por «su» propiedad heredada, como nosotros a privárselo a él, ya que tal propiedad no es verdaderamente suya. Si a esto añadimos que sólo hemos de obedecer la ley en aquellos casos en que la ley esté de acuerdo con nuestro punto de vista moral, entonces ya no tenemos razón alguna (ex-cepto el miedo al castigo) para respetar la mayor parte de lo que la otra gente afirma que es suyo.

Está claro que los argumentos pueden multiplicarse. La idea importante es que si aceptamos la concepción anarquista que acabamos de exponer entonces habremos retornado a la caótica situación en la que las personas pueden seguir sus juicios pri-vados e individuales en todos los asuntos, incluidos los asuntos de interés público. Pero precisamente por esto Locke sostuvo que deberíamos abandonar el estado de na-turaleza. Desde esta perspectiva, la posición filosófica del anarquista empieza a adoptar el aspecto de un caso muy peligroso de au-tocomplacencia moral. Por supuesto, antes

que dejar que la gente actúe de acuerdo con sus propios códigos -en conflicto unos con otros- es mucho más preferible que a la hora de orientarnos en nuestras relaciones mutuas aceptemos un conjun-to de leyes públicamente establecidas y aprobadas. En otras palabras: la pose-sión de un conjunto compartido de leyes es mucho más importante que cualquier juicio privado sobre cuáles deberían ser las mejores leyes.

En respuesta a esto, el anarquista podría argumentar que no existe razón

alguna para esperar una tal proliferación de concepciones morales conflictivas. Al fin y al cabo, tal vez haya una perspectiva moral particular que sea la más correcta de todas y gracias a ello podamos lograr que todos los individuos compartan el mismo conjunto de principios morales básicos. El peso de todo el argumento descansa sobre la segunda de estas afirmaciones. Pero ¿qué plausibilidad tiene? Aunque sea cierto que existe un único conjunto de principios morales verdaderos, ¿cómo podemos estar seguros de que todo el mundo se percatará de su verdad? Para los escépticos sobre la posibilidad de que haya un método así, la posición anarquista sigue siendo poco atractiva.

LA PALABRA

No somos escritores profesionales -no nos prostituimos-, y mucho menos filósofos del arrabal -no somos merolicos de paraísos-, ni pretendemos ser intelectuales, sociólogos, analistas o especialistas de cualquier adjetivo. Simplemente sentimos la necesidad de expre-sarnos y como sabemos, más o menos leer y escribir; pues, lo hacemos. Es una herramien-ta buena para manifestar nuestro desconten-to con el “orden” establecido. Esperando que esto sirva como una reflexión a las nuevas generaciones, y a nosotros mismos, por en-tendido está.

Sabemos que los recursos tienen que ver con el sitio del capital, pero nos hacemos como podamos de los recursos más elemen-

tales para realizar esta publicación, como parte de nuestra lucha por la libertad. Pero la libertad verdadera. No la que mencionan los demócratas, religiosos y burgueses; todos, vendedores del mundo feliz -para ellos-, el mundo de esclavitud -para nosotros-.

Ante todo, sabemos que la crítica es una parte esencial de entendernos vivos e indivi-sibles. También, rechazamos con fuerza, la retórica cosificada de demagogos próceres de la sumisión, vanguardia de la mentira y la esclavitud, sin dudar un instante de nuestra convicción… confiamos en la humanidad.

Para terminar, sólo recordamos que este puede ser el último número de nuestra publi-cación La Vorto. Gracias a todas las personas que nos apoyan con leerla. Hasta la próxima, si es que así se da.

Kolectivo Conciencia Libertaria

Extractos del libro: Filosofía política: una introducción de Jonathan Wolff; págs. 49-52 y 67-69.

Estos textos han sido incluidos porque creemos, es en extremo necesario y be-néfico, saber y entender como interpretan y asimilan el anarquismo los filósofos, so-ciólogos, etc. que no son anarquistas; y, hacernos idea de por que llegan a conclu-siones particulares.

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Después de eso...

La Vorto

no. 10, 21 de diciembre 2011

EL NIÑO QUE YO TENGO

Tengo un niñoal que no dejé crecer…

Un niño que deseaba mirary al que tapé sus ojos.

Un niño que deseaba jugary al que sólo le causé enojos.

Tengo que buscaral niño que un día aciago

-como tantas cosas que hago-sin pensar, intenté matar.

Y el niño aquel, de aquel día,cada golpe más fuerte

aunque el pobre no crecía,logró escapar a su muerte.

Y vagó errantepor lo más recóndito de mi alma.

Recorrió toda su extensión, cavilante.Palmo a palmo, con calma.

No podía nada…Nada decía…

Porque el pobrecito temíaa mi mano, en su intento, frustrada.

No hacía más que callar y observarun horizonte crecer en lontananza.

Mientras él niño, niño sin poderlo evitar, presa del temor gestaba la venganza.

Tengo un niño de ayerque me trastorna la mente.

Que detiene mi propio crecermientras me mata lentamente.

Tengo un niño amargadoal que en mi interior desconocido

busco sin haberlo encontrado,sabiéndolo por ahí escondido.

No busco que me perdone.-Nada me hará merecerlo-.

Tan sólo, antes de que la vida abandone,quisiera conocerlo.

Sentarnos sobre el tiempo sin vertery hablar pausadamente de las cosas.

Las del hoy y las del ayer,son sus facetas horrendas y hermosas.

Y sobre todo, explicarle a concienciasi es que lo puedo convencer,

de cuánto daño me ocasionó su ausenciadurante mi propio crecer.

Después de eso…Al través de la inmensidad de un beso…

Lograr en su interior vertir todo lo que no puede y quiero.

Para que él logre al fin vivira partir del punto en que yo muero.

HOMBRE

¿De dónde viene?…De la nada.

¿Y hacia adónde va?…Hacia la nada.

¿Cuál es su nombre?…¡Hombre!

EL CAMINO

El caminoQue debo emprender,Es una grieta estrechaCon pedernales rojos.

Tortuoso.Seco.

Con estrechez de apenasUn suspiro personal.

Es un camino De humo,

Para la profesióndel caer.

Serpiente sin cabezaEs dragón,

ApenasCinco segundos después.

El caminoMe subirá a las alturasy bajara a las entrañasde quien le hizo nacer.

No sécuándo de él

alcanzarán besarlas plantas de mis pies.

No sécuánta extensión

de mi piel,dejaré en su estrechez.

No sé siquiera,si además de su principio,tras de alguna rinconada

aparecerá su final.

Pero es mi aminoy eso lo hace ideal.Encauza mi destino

y es búsqueda de un final.

Es mi caminoy lo debo recorrer

a fuerza de piel heriday a golpe de pedernal.

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Pues por tal motivo...

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Ya saben el proceso de re-solución de este pequeño jue-go de sopa de letras.

Esperamos que se distrai-gan un poco, y que al mismo tiempo ejerciten su mente.

En esta ocasión para la creación de este juego recrea-tivo nos basamos en el texto Palabras sobre anarquismo.

Así que todas las palabras aquí incluidas proceden de este pequeño texto. Ahora sí, a disfrutar...

¡Adelante! ¡Adelante!

¡A darle!

Lista de palabras:

DosPalabrasSobreAnarquismoViolenciaHistoriaLectoresCríticaDestruirCrearCrimenCerebrosIdealHéroesEligenPorvenirMiedo

Juego recreativo...de Palabras sobre anarquismo

Querido diario: hoy me he sentido muy triste, como siempre… ¿? Disculpen que me he equivocado, y no sé porque sigo escribiendo. Quise contar un cuento. Pero que les cuento, pues confundí adolescente con adoleciente. Según el tira pencos de la Academia. Tristeza mía, yo que no soy muy ducho en esto de las letras. Aún lucho para aprender a deletrear. Nunca escribo lo que pienso, mis dedos se mueven a lo in-verso. Disléxico no es mi problema, seguro estoy, esto de ninguna manera. En fin… ay les voy…

En este mundo de dudas en el cual siempre todos somos actuantes o especta-dores, ambos o viceversa, existen muchas antinomias, una de estas por ser la que me trata en estos breves y vagos párrafos, es la de lo absoluto y lo relativo. Claro está que simplemente en términos comunes, no literalmente como lo sentencia la teoría: la dualidad espacio-tiempo, está lejos de mi comprensión. Por tal motivo no pretendo explicar ni mucho menos decir a alguien, qué es la libertad, sino simple y sencilla-mente voy a decir, lo qué para mí es ésta.

Desde los lejanos años, allá donde mi vida iniciaba. Haz esto haz lo otro, me de-cían, titubeando siempre estaban mis ins-tructores, que tal estos señores. Jóvenes viejos de 20 a 30 años, inmaduros, inma-culada su memoria creativa, pretendiendo enseñar algo que ni ellos mismos conocían y mucho menos comprendían. Tardía llegó

su madurez pues ya en la tumba no ves. Ni conoces, ni piensas, ni respiras, requi-sitos para explicar porqué la vida es mo-vimiento, porque si estás vivo te gastas. Y te mueres.

Pues por tal motivo en el coloquio sim-plón o sencillo, para no ofender a todo el grupillo, y no molestar al vulgo instruido ni mucho menos a los intelectuales vulga-res, engreídos, ¡uy, que miedillo!, el senti-miento es mutuo, para agradecer. Pasemos a lo nuestro aunque no encuentro un cami-no tan directo como el que me imaginé que tendría al tratar las palabras en este asunto.

Tanto vuelo y revuelo tan sólo para decir, ni todo absoluto ni todo relativo, en este dicho del pópulo: dependiendo del án-gulo con que se mire. Bien, pues esto para mí tiene más que sentido y esto porque no es algo muy ambiguo, claro es que no soy un matemático. Es innegable la verdad y no hay varias o muchas, como tienden a creer algunos monaguillos del señor cien-cia o de su regenteadora tecnología. Que inconsciencia. La verdad es una, la solu-ción es única. No hay medias tintas. Así por el contrario no sería verdad o, en su caso solución.

Reza la frase nada es absoluto todo es relativo, me pregunto entonces, ¿no es esto absoluto? Disculpen mi ignorancia, en substancia. La antinomia surge, el círculo de la no virtud se hace manifiesto, es cierto dónde quedo esto. Que hay entonces de la

teoría es verdad o cierto es llana palabrería, lo mismo que hago en estos renglones. No hay más que obtener, una o ninguna idea de contenido con sentido. Pues bien sabido es, que quien encuentra luz en la oscuridad es un innovador, visionario, no un vil revo-lucionario para el cual su objeto en la vida no es más que la revolución, sin embargo, el tiempo avanza las ideas envejecen sin ver siquiera luz en otras cabezas. Es esta la Revolución. ¿Qué es la Revolución? No sé.

No nos vaya a pasar con la Libertad lo que nos pasó con la política, según unos la acción social, que puntada la de Kropo-tkin… Según yo, basura. Hay que inven-tar otra palabra. Política siempre significa control externo generalizado. Libertad es en fin, no tener ninguna preocupación. No causar ninguna preocupación. Al fin soy libre. La revolución es un simple paso, la anarquía el que le sigue, el objetivo la Li-bertad. No hay que hacer de nuestros me-dios, nuestro fin. Se tiene que hacer mucho tan solo para obtener los medios. ¡Ay que cansancio, no podría hacerlo alguien más! Al fin de cuentas yo inútilmente sólo quie-ro ser libre.

? NOTAS ANARQUISTAS...

Divagues de adoleciente

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En verdad que no es tiempo aún de que bajen a la tierra los poetas puros, un Ti-llier, un Guérin, un Herrera y Reissig. Es demencia, en las actuales circunstancias, ocuparse del ritmo. No hay ritmos entre nosotros, sino espasmos. ¿Música del Ver-bo, en medio de los aullidos de la deses-peración y los resoplidos de la hartura? No nos traigan ahora acentos armoniosos; sería el colmo de la disonancia. Ángeles, para visitar nuestra guarida, esperen a que

haya partido la Bestia…Empiece el poeta, el poeta “estricto” por

disfrutar las rentas del lord Byron; orne su torre de marfil y enciérrese en ella; tal vez así se haga tolerable su vocación. Pero el poeta sin fortuna está condenado. ¿Habrá mayor calamidad que el genio desprovisto de aptitudes industriales? Cuando aparece el delicioso monstruo, sus padres se cons-ternan, las gentes se ríen de sus cabellos largos y de sus aires distraídos. Después,

abandonado a sí mismo, el creador de be-lleza abriga la inaudita pretensión de vi-vir. ¡Vivir! Eso es fácil para los que venden cosas útiles, fideos, mujeres, votos. ¿Qué presentas en el mostrador social? ¿Belle-za? ¿Belleza absoluta, tuya, el elixir de tu alma vibrante, belleza desnuda, belleza a secas? Es un artículo sin salida. La belleza se soporta, mas no se paga. Agradece, ¡oh poeta!, que te dejen morir en un rincón y no te lapiden los transeúntes.

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