los símbolos del poder

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1 “LOS SÍMBOLOS DEL PODER Y SU SIGNIFICACIÓN EN LA COMUNICACIÓN MODERNA” Conferencia a pronunciar el Oporto el 20 de mayo de 2004, con motivo de la apertura oficial del Palacio Municipal a las visitas públicas organizadas. Fernando Ramos INTRODUCCIÓN La ciudad –decía Le Courbusier- es el lugar donde uno se reconoce. Son diversos los elementos significativos, aparte del carácter hospitalario de sus gentes, que nos hacen saber que estamos en Oporto. Su Palacio dos Paços do Concelho da Cidade do Porto es uno de los más significativos. Centro y referencia de su vida cívica, marca el territorio, diseña el ágora de la civilidad, señala el referente de partida de la ciudad. Es la expresión majestuosa de lo que podemos llamar soberanía municipal o, aún mejor, corporación de su ciudadanía. Divisa de la ciudad, sus piedras venerables, su espigada torre, lo acogedor de sus espacios junto a la solemnidad y belleza de sus estancias, nos habla de un modo de entender la municipalidad; es decir, el ámbito de la democracia más inmediata al ciudadano, ahora llamado vecino. Y para el forastero es acogedora morada, expresión solemne de esta ciudad acogedora, cosmopolita y universal, cuanto más portuguesa. No es una casualidad, por cierto, que en Oporto se editen los más importantes e

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Page 1: Los Símbolos del Poder

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“LOS SÍMBOLOS DEL PODER Y SU SIGNIFICACIÓN EN LA

COMUNICACIÓN MODERNA”

Conferencia a pronunciar el Oporto el 20 de mayo de 2004, con motivo de

la apertura oficial del Palacio Municipal a las visitas públicas organizadas.

Fernando Ramos

INTRODUCCIÓN

La ciudad –decía Le Courbusier- es el lugar donde uno se reconoce. Son diversos los elementos significativos, aparte del carácter

hospitalario de sus gentes, que nos hacen saber que estamos en Oporto. Su

Palacio dos Paços do Concelho da Cidade do Porto es uno de los más

significativos. Centro y referencia de su vida cívica, marca el territorio, diseña

el ágora de la civilidad, señala el referente de partida de la ciudad. Es la

expresión majestuosa de lo que podemos llamar soberanía municipal o, aún

mejor, corporación de su ciudadanía. Divisa de la ciudad, sus piedras

venerables, su espigada torre, lo acogedor de sus espacios junto a la solemnidad

y belleza de sus estancias, nos habla de un modo de entender la municipalidad;

es decir, el ámbito de la democracia más inmediata al ciudadano, ahora

llamado vecino. Y para el forastero es acogedora morada, expresión solemne de

esta ciudad acogedora, cosmopolita y universal, cuanto más portuguesa. No es

una casualidad, por cierto, que en Oporto se editen los más importantes e

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influyentes diarios de la República, evidencia del enorme peso de la opinión

pública en esta laboriosa ciudad, proyectada sobre el resto de Portugal.

De este edificio, aparte de sus específicas funciones administrativas,

tiene vocación de museo vivo, ahora felizmente abierto a la visita guiada,

sorprende la solemne claridad de su trazado, la personalidad singular de su

arquitectura dice al viajero que nos hallamos en una gran ciudad, en una gran

municipalidad. Este edificio es lo que los especialistas denominan un

espectáculo panóptico; es decir, que es un espectáculo en sí mismo con

indiferencia del punto de vista del espectador. Recorrer lo reconocerlo nos

revela que no hay un solo espacio inútil, un adorno superfluo, una moldura no

necesaria. Es más, pareciera que mobiliario y objetos complementarios fueran o

hubieran sido fabricados y concebidos con el único fin de ser colocados donde

nos hallamos.

Nadie diría en suma, ante su mayestática planta, que nos hallamos en

un edificio rematado a finales del pasado siglo. Antes bien, uno piensa que ha

estado toda la vida aquí.

Un edificio clásico no es simplemente un bello objeto, una

"obra de arte", sino una construcción que cumple un cometido. La

sociología actual ha recuperado en parte, y desarrollado, esa noción, en lo

que Erwin Goffman llama face, "fachada": la manera como el individuo

se presenta en sociedad; el mismo autor ha sugerido que las cosas y la

arquitectura forman parte de las interacciones sociales, de las relaciones

entre las personas. Los edificios proporcionan igualmente a las

instituciones su "fachada" social, su sede: lo más material, tangible y

expresivo de su cara social; y la parte más importante de la imagen

corporativa; pues, según aseguran los expertos actuales "La arquitectura y el diseño interior son una expresión de la imagen corporativa como

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ninguna otra cosa"- Siempre se ha sabido que una arquitectura

grandiosa representa la dignidad del propietario y contribuye de algún

modo a su imagen social; esa imagen puede prepararse conscientemente,

procurando que posea determinadas cualidades.

Los ciudadanos deben conocer las raíces que nos vinculan a los espacios

heredados. El buen funcionamiento de los lugares históricos exige un

desvelamiento de sus contenidos estéticos e ideológicos y eso es algo que sólo

puede conseguirse con una política educativa inteligente y verdaderamente

progresista.

Los gobiernos, los ayuntamientos y otras instituciones, deben considerar

la enseñanza de las disciplinas humanísticas como algo esencial para el

mantenimiento mismo de la sociedad civilizada. Los edificios y espacios

histórico-artísticos no se conservan como resultado de una intervención oficial

impuesta autoritariamente a los usuarios, sino por su función al servicio de

todos.

Es importante analizar la función del palacio, principalmente el palacio

gubernativo, de grandes proporciones. En el pasado, su forma está sujeta por

rígidas normas sociales, que determina la etiqueta cortesana. La forma general

surgía de las convenciones sociales, del uso ceremonial; de la necesidad de

acompañar y "guardar las formas." Y, en esa medida, cobraba valor simbólico.

Hasta el siglo XVIII, iglesias, palacios y viviendas, en una gradación de

formalidad, constituían los tipos arquitectónicos (en una gradación de

"tipificación"), que se expresaban suficientemente, según sus volumetrías

características, enriquecidas con el tratamiento de elementos clásicos, que

señalaba su mayor o menor rango y condición.

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Los demás edificios que aparecieron -comercios, carnicería, hospital,

tenedurías-, cobraron desde luego rasgos característicos y distintivos, pero no

una forma específica, salvo que estuvieran dominados por usos mecánicos,

como el molino de aspas. La mayor parte de las tipologías arquitectónicas, tal

como las entendemos ahora, son modernas, y, como se ha señalado antes, no

dejan de participar de esas formalidades de la vida social. A fines del siglo

XVIII, se advirtió la conveniencia de buscar expresamente formas

características para los distintos edificios públicos, que multiplicaba la

evolución urbana: lo que se denominará "arquitectura parlante".

Michel Foucault sostiene, por su parte, que, a partir del siglo XVIII, se

produce una reflexión sobre la arquitectura en tanto que función de los

objetivos y de las técnicas de gobierno de las sociedades. Surge una forma de literatura política que se interroga sobre lo que debe ser el orden de una sociedad, lo que debe ser una ciudad, dadas las exigencias del mantenimiento del orden; y dado también que hay que evitar las epidemias, evitar las revueltas, promover una vida familiar conveniente y conforme a la moral. En función de estos objetivos, se pregunta: ¿Cómo se debe concebir a la vez la organización de una ciudad y la construcción de una infraestructura colectiva? ¿Y cómo se deben construir las casas?

LA ARQUITECTURA COMO EXPRESIÓN DEL PODER. EL PROTOCOLO DE LOS ESPACIOS

Vitruvio, en De Architectura (siglo I a.C.), señalaba como características

de la arquitectura la firmitas, o seguridad técnica y constructiva, la utilitas, o

función a que se destina, y la venustas o belleza que posee. Sigfried Giedion la

definió como la correcta aplicación de los materiales y de los principios económicos a la creación de espacios para el hombre.

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La arquitectura es un mensaje. Cierto que, como subraya Miguel Moliné

Escalona: “Como en todos los períodos históricos, hoy en día la mayor parte de las construcciones existentes centran sus esfuerzos en la consecución de la función utilitaria. No obstante, junto a estas edificaciones se han venido dando otro tipo de arquitecturas para las que la función preponderante es la simbólica. Al igual que el de la pintura y el de la escultura, el lenguaje arquitectónico nos comunica determinados mensajes: estamos frente a la significación de la obra, que podrá reducirse a la mera funcionalidad o bien alcanzar cotas más altas de comunicación y de significado al transmitirnos complejos y sutiles mensajes propagandísticos. “

La función utilitaria de la arquitectura de la arquitectura se cumple

desde el momento en que un edificio es habitable o se ajusta a la misión para la

que ha sido creado. Su mayor o menor calidad depende, según esta concepción,

de la adecuación de los materiales, de las formas, a las necesidades de sus

habitantes o usuarios. Pero además de la utilitaria existen otros tipos de

función, una de ellas, tan importante como la anterior, en cuanto a los edificios

públicos, es la simbólica.

Cuando función simbólica prevalece sobre la propiamente funcional, el

edificio se convierte además en monumento. Tradicionalmente -dice Molina- la arquitectura símbolo ha estado al servicio del poder político y eclesiástico, mientras que hoy son cada vez más numerosas las referencias al poder económico. La que algunos estudiosos denominan «arquitectura de la autoridad» no se manifiesta por igual en todos los períodos históricos, sino que en algunos de ellos alcanza un mayor desarrollo.

El contenido simbólico de la arquitectura es determinante. La

arquitectura clásica expresa la categoría, los adornos simbólicos concretan el

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uso. El conjunto de configuración general o imagen típica, órdenes clásicos y

ornamentos posee efectivamente un gran valor simbólico, pero, sobre todo, está

destinado a cuajar en una forma bella. Simbolizan la gloria y el poder, pero

sobre todo inspiran bellamente la majestad.

La arquitectura tiene un gran poder para representar. La arquitectura

clásica era, sobre todo, la arquitectura de las grandes ocasiones. Y la historia la

arquitectura clásica muestra que ha sido efectivamente el modo occidental de

presentación en público, el que ha acompañado a la vida pública. Llamamos

arquitectura clásica a esa tradición de belleza; en primer lugar, a la

arquitectura que corresponde a la civilización clásica, de los antiguos griegos y

romanos; en sentido amplio, a la arquitectura occidental, cuando aprovecha las

fórmulas de la antigüedad clásica, y, en sentido figurado, hablamos de

arquitectura clásica (o de música clásica), aludiendo a obras de cualquier época

que han logrado una belleza, que se define como un equilibrio difícil, entre lo

inmediatamente antiguo, que proporciona un factor grave y solemne, y lo

permanentemente juvenil, que requiere un ingrediente festivo y gracioso; entre

la austeridad y el fasto, entre la contención y la magnificencia, entre la

serenidad y la grandeza.

LA APORTACIÓN DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

La Revolución Francesa aportó importantes retoques a la noción barroca

del espacio público. Los principios de "libertad, igualdad y fraternidad"

implicaban una consideración de los ciudadanos (o de sus legítimos

representantes) como sujetos activos en la elaboración ideológica. El Estado

garantiza las libertades individuales (incluida la libertad de conciencia) y, por

consiguiente, sustituye la vieja propaganda religiosa por los nuevos dogmas de

la conciencia ilustrada: justicia, ejemplaridad, patriotismo, creencia en el valor

regenerador de la educación, fe en la razón y en el progreso.

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El espacio público va a ser cada vez más funcional. La tendencia

racionalista de la Ilustración se explicaría, entre otras cosas, por la necesidad

de expresar la superioridad de la Razón sobre la autoridad de la Tradición. Aún

así, pocas veces se abandona del todo ese lenguaje figurativo (esculturas,

relieves, elementos arquitectónicos de significación codificada) que permite la

expresión elocuente de los ideales más apreciados. Con la Revolución Francesa,

en cambio, la verdad a expresar no es trascendente, aunque tenga un valor

universal. Los contenidos proceden del hombre y a él se dirigen, son auto-

otorgados. El espacio público deja de ser un lugar de triunfo para convertirse en

otro de meditación y aprendizaje.

La Europa decimonónica recarga y enriquece el austero lenguaje de la

Revolución. El romanticismo hace que las propuestas sean más enfáticamente

explícitas. Los lugares públicos transmiten ideas, cierto, pero se recrean, sobre

todo, en el mundo complejo de los sentimientos. Tal vez sea en esta época

cuando culmina el viejo ideal barroco de la máxima coherencia entre tres

niveles de expresión: El interior de los edificios públicos poseían abundantes

pinturas y relieves. La escultura adosada hacía que muchos edificios pudieran

considerarse estructuras de compleja significación. El tema era tan importante

que podía eliminar cualquier otra función, como sucede con el monumento,

construcción tridimensional cerrada, concebida para soportar un programa

figurativo de exaltación cívica y/o patriótica. El Estado y los poderes locales

sueñan, de hecho, con una ciudad elocuente donde cada plaza, encrucijada o

jardín, posea grupos escultóricos que proclamen cómo la ejemplaridad

ciudadana conduce a la inmortalidad.

Hay graves disfunciones en la configuración del espacio público

contemporáneo: las imágenes concretas y las alegorías de la tradición barroca

han sido sustituidas por volúmenes abstractos y universales. El explícito

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lenguaje de la arquitectura ecléctica ha cedido ante un sistema basado en

formas geométricas desnudas, sin referencia a los contenidos literarios o

sentimentales que existían en etapas anteriores. Ni en la disposición de las

plantas, ni en los alzados, ni en las formas artísticas hay ya un lenguaje que

puedan descifrar los usuarios. El Movimiento Moderno ha creado espacios

absolutos para sociedades pluralistas, móviles, agnósticas y desideologizadas.

La extrema particularidad de los ciudadanos no podía identificarse con tales

ambientes, y así se ha producido la mayor desafección hacia el espacio público

de toda la historia de la arquitectura.

SIMBOLOGÍA HISTÓRICA Y ACTUAL DE LOS GRANDES ESPACIOS

En nuestros días, los espacios heredados ya tienen un contenido. Cuando

se actúa sobre ellos es ineludible comprometer las exigencias (y las técnicas)

modernas con las viejas formas y funciones. Se puede tener la sensación

placentera de que el lenguaje expresa algo sin dejar de ser actual. Esto está

más claro para los conservacionistas a ultranza, alimentados con la ilusión de

que los contenidos de cada edificio o lugar fueron expresados en su momento

correctamente, de una vez y para siempre. Pero sabemos que las cosas no son

tan simples.

Los espacios públicos cambian con la evolución social, aunque se

mantengan inalterables sus coordenadas físicas. Los monumentos

decimonónicos, tan elocuentes en su momento, son mudos para el ciudadano

actual. Muchas plazas barrocas dejan de serlo cuando las invade el automóvil,

y no es necesario que tales espacios sean destruidos por la piqueta

especuladora. Con estas consideraciones no pretendemos relativizar el tema

hasta el extremo de resignarnos a la degradación de los espacios heredados. La

ciudad histórica debe ser conservada físicamente, pero con una actitud lúcida

que reconozca la necesidad (y la inevitabilidad) de una evolución. La

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conservación y la rehabilitación tiene sentido cuando van acompañados de un

programa social y cultural.

Espacio y volúmenes son los medios a través de los cuales se manifiesta

en mensaje de la arquitectura. Los volúmenes característicos de los imperios de

Próximo Oriente no eran sino la manifestación palpable del poder absoluto de

sus gobernantes. Otros símbolos derivan de composiciones formales, como las

puertas de acceso a las ciudades mesopotámicas, en las que el arco de medio

punto entre las torres que las formaban era la representación de la bóveda

celeste, símbolo subrayado por el uso de ladrillos vidriados en azul que

recubrían toda la composición. Éste era el marco elegido por el soberano para

sus apariciones públicas.

El símbolo del arco pasó a Roma que lo adoptó en los arcos de triunfo.

Como ocurría en la arquitectura egipcia, la romana expresaba la fuerza del

imperio y el poder de sus emperadores mediante construcciones de inmensas

proporciones como las gigantescas termas de Caracalla (111 d.C.) en Roma. El

arte romano, en general, y por tanto la arquitectura romana, es la expresión

del poder, con un afán de eternidad y grandiosidad monumental.

Los romanos emplearon de manera sistemática el arco, la bóveda en sus

diferentes modalidades (cañón, arista, horno) y la cúpula, a los que añadieron

los tradicionales medios arquitrabados de los griegos. Se emplearon los

aparejos de sillería, mampostería y ladrillo combinados con la argamasa de

hormigón que daba solidez a las diversas formas de aparejo (opus).

Por lo que se refiere a los órdenes arquitectónicos los romanos

introdujeron innovaciones sobre los clásicos griegos, y sobre todo rompieron con

el sentido estético griego al mezclar la utilización de los órdenes en una misma

fachada, según criterios de riqueza decorativa, toscano, jónico, corintio y

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compuesto, como ocurre en el Coliseo de Roma. Atendiendo a su finalidad cabe

distinguir la tipología de los edificios: arquitectura religiosa y funeraria

(templos y tumbas), arquitectura civil (foros, construcciones conmemorativas,

basílicas, termas, teatros, anfiteatros, circos) y obras públicas (puentes,

acueductos, calzadas, presas, faros).

Conviene advertir, con respecto a la arquitectura sagrada, como señala

Pedro Cores que este tipo de manifestaciones son también lugares de poder en

los que el espíritu se abre al contacto con lo superior, con lo divino, con lo

transcendental, saliéndose de la rutina diaria. Son entornos en los que la paz se consigue con facilidad. Allí se va para restaurar la tranquilidad perdida y conseguir sosiego y fuerzas para poder seguir viviendo. Son centros iniciáticos donde se trabaja el espíritu y el cuerpo. Se va a ellos en peregrinación para recuperar la salud física o mental, perdida, o evolucionar en perfección. Son lugares donde se dan los milagros, curaciones inexplicables.

Una característica común en los monumentos religiosos de todas las

culturas es la ubicación del monumento en un lugar donde se encuentren

corrientes subterráneas de agua. Cuando no hay corrientes subterráneas de

agua, transportan el agua mediante canales o toneles, desde kilómetros a

veces, como ocurre en Úbeda (Jaén), donde los árabes hicieron unas galerías

que todavía en la actualidad transportan el agua desde unas fuentes situadas a

más de tres kilómetros de la ciudad.

Dando un salto en el tiempo, cabe recordar que en la década de los años

treinta, se recurrió profusamente a la monumentalidad en la arquitectura no

sólo en términos neoclásicos o racionalistas formales, sino como una

declaración deliberada del poder y la autoridad. Los vínculos ideológicos más

extremistas entre la arquitectura y el estado emergen en este periodo y pueden

ser localizados en tres contextos europeos —Italia, Alemania y la Unión

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Soviética— pero también pueden ser perceptibles en ejemplos patrocinados por

gobiernos no totalitarios en lugares como Francia y Estados Unidos.

En Italia, una autoritaria arquitectura de la monumentalidad alcanzó su

máxima expresión fundamentalmente durante la década que va de la Mostra

della Revoluzione Fascista de 1932 a la Esposizione Universale di Roma de

1942. Un clasicismo descarado, junto con abundantes referencias simbólicas al

pasado glorioso de Italia. En Alemania, durante la misma década pero

extendiéndose a los últimos años de los treinta y con la consolidación de Adolfo

Hitler en el poder, Albert Spree se encargó de los diseños grandiosos para el

nuevo Berlín imperial, que se llamaría "Germania", en los que explotó la escala

colosal y los motivos clásicos pomposamente egipcios y babilonios a través de

un lenguaje de repetición militarizada.

La arquitectura monumental también abundó en la Unión Soviética en

los treinta como comunicadora de la ideología de la era stalinista. A diferencia

de los diseños visionarios e inspirados en la tecnología de los arquitectos de la

vanguardia propios de la primera y segunda décadas, las obras que se llegaron

a construir en los treinta se caracterizaban no sólo por lo aplastante de sus

magnitudes, sino por elementos tales como las formas clásicas, la disposición

simétrica y el uso de materiales masivos y duraderos. Muchos diseños del

periodo que no fueron realizados también hacían uso de un vocabulario similar,

incluyendo el proyecto para el Palacio de los Soviets, ideado como el

monumento supremo del estado.

El comité para la Construcción del Palacio dio instrucciones a los

arquitectos para que hicieran uso "de los nuevos y mejores diseños de la

arquitectura clásica". La arquitectura del Metro de Moscú comenzada a

mediados de los treinta y continuada hasta los cuarenta, posee algunas

aplicaciones sumamente intrigantes de un dialecto generalmente clasicista y

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monumental, en el que las estaciones fueron diseñadas por un conjunto de

arquitectos distintos para otorgarles un aura de grandeza, poder y estabilidad.

Con un énfasis doble en la sofisticación tecnológica del nuevo Metro como

sistema de transporte y las implicaciones simbólicas de las formas clásicas, la

gran escala y los materiales ornamentales, el Estado soviético buscó promover

la confianza pública en momentos de crisis económica y amenaza de guerra.

En Estados Unidos y Europa, un corpus de edificios públicos y obras

relacionadas llevadas a cabo bajo el patrocinio estatal también empleaban

expresiones clasicistas monumentales en la primera mitad del siglo XX. Los

ejemplos estadounidenses van desde la Galería Nacional de Arte en

Washington, D. C., de estilo neoclásico, diseñada por John Russell Pope entre

1929 y 1936, hasta las obras de infraestructura masiva de los treinta y que

conllevan las imágenes de poderío industrial y productivo, como lo son las

presas Boulder; Hoover y Fod Peck realizadas bajo la dirección de la

Administración para la Construcción y el Progreso dentro del Nuevo Tratado de

Franklin D. Roosevelt.

LA ARQUITECTURA EFÍMERA

No menos importante, como expresión simbólica, en nuestro tiempo es la

llamada arquitectura efímera, construida en sus inicios en madera, tela y otros

materiales no permanentes, sirvió de eficaz vehículo propagandístico del poder,

fuese religioso o político, durante la época del barroco en que se construyeron

catafalcos mortuorios, pero también arcos de triunfo o de celebración. La

arquitectura efímera ha tenido desde entonces una serie de tipologías que les

son propias y que van desde las naves de hierro y cristal levantadas para las

Exposiciones Internacionales del siglo XIX, hasta las construcciones propias de

recintos feriales o las que arropan cualquier exposición artística hoy en día.

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Ejemplos actuales de arquitecturas efímeras, repletas de significado

además, los encontramos en los pabellones nacionales de la Exposición

Internacional de Sevilla 92: la mayor parte de los países intentaron plasmar en

esas construcciones, destinadas a desaparecer, el espíritu, la imagen que

querían brindar de sí mismos al mundo. Son de destacar las arquitecturas de

los pabellones de Checoslovaquia (Martin Nemec y Jan Stepel), Finlandia (J.

Jääskeläinen, J. Kaako, P. Rouhiainen, M. Sanaknaho y J. Trikki¡onen), Japón

(Tadao Ando) y Kuwait (Santiago Calatrava).

DE LOS ESPACIOS AL PROTOCOLO COMO SÍMBOLO DE JERARQUÍA Y PODER

Tenemos pues ya los espacios donde el hombre, o mejor, los poderes

públicos, van a desarrollar su actividad.

Como subraya el profesor Rodríguez Ennes: “Desde los remotos tiempos faraónicos, hasta la era de la moderna cibernética, las civilizaciones se han preocupado de las delicadas materias protocolarias y ceremoniales. En todo tiempo y lugar se fue arbitrando un compendio de normas para armonizar la representación de los distintos estamentos sociales; de ahí que alguien apuntase –con notorio acierto- que la ciencia y el arte del protocolo constituyen una mezcla inseparable entre la tradición del pasado y la complejidad del presente, marcado éste por el mayor sentido práctico y utilitario que preside la vida moderna-“

El Diccionario de la Real Academia indica que la palabra protocolo

derivada del latín "protocollum" y ésta del griego, que significa "primera hoja encolada o pegada". Comúnmente se denominan protocolo a los documentos o

escrituras matrices que el escribano o notario custodia con ciertas

formalidades. En el universo de la diplomacia, se denomina protocolo a

determinadas actas o documentos anexos o complementarios a un cuerpo

principal (por ejemplo, un protocolo de interpretación). Por extensión,

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inicialmente se denominó protocolo a la formulación del ritual o el ceremonial

palatino, establecido por decreto o por costumbre.

En sentido estricto, el Protocolo es la norma de ordenación de las

autoridades en un acto público oficial; en tanto el ceremonial se constituye por

el conjunto de ritos y formas de desarrollar ese acto y, finalmente, la etiqueta

son las normas de atuendo y comportamiento que se deben aplicar por las

personas que asisten a dicho evento.

Mientras para unos el protocolo es el estadio superior de las reglas de

urbanidad y de cortesía ("La cortesía reglamentada", tal y como lo define el

general Sabino Fernández Campo, que fue jefe de la Casa de su Majestad el

Rey), para otros es la máxima expresión de la desigualdad. Y llegan a afirmar

que si, realmente, todos los hombres fueran iguales no tendría razón de ser el

protocolo de autoridades o personajes, tal y como lo entendemos en nuestros

días. Conviene recordar que el protocolo, en este sentido, es la máxima

expresión de la educación, la cortesía y el reconocimiento entre las personas.

CLASES DE PROTOCOLO

Desde una perspectiva eminentemente práctica, de aplicación de

criterios de eficacia en la obtención de determinados resultados, el autor citado

divide el protocolo en las siguientes familias:

A) Protocolo estructural: Crea el espacio, diseña la estructura y

determina el ambiente dentro de la cual se va a desarrollar una acción

humana importante en la que el protocolo no interviene. Estamos pues,

ante una de las funciones específicas de la arquitectura, como hemos visto,

o si prefieren, en su caso, de las ciencias y artes auxiliares de ésta.

B) Protocolo de gestión: Determinada las estructuras o marco

donde habrá de desarrollarse una acción humana, establece las formas de

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gestión de llevarla a cabo. Es decir, si la primera sólo se determina la

estructura que tendrá un determinado acontecimiento, en esta fase,

además se diseña, aplica y gestiona su ejecución.

C) Protocolo de atención a personalidades: Es la

determinación, dirección y gestión de la asistencia y atención a

personalidades.

D) Protocolo de la eficacia personal: Esa una fase

particularmente sutil. Consiste en el perfeccionamiento de la acción de la

persona para aumentar su eficacia en las relaciones con los demás. Sería

como la aplicación de la más exquisita técnica de las relaciones públicas al

protocolo.

Desde el punto de vista histórico, el llamado protocolo tradicional del

Reino de España es la sublimación del viejo protocolo del Ducado de Borgoña,

extendido a todo su imperio por Carlos V. Este protocolo, conocido también

como Protocolo de los Habsburgo, llegará, en muchas de sus manifestaciones

hasta nuestros días. Pero como antecedente propiamente español, citado

siempre por los especialistas en la materia, destaca el Ceremonial del Reino de

Aragón, que determinaba con todo lujo de detalles el desarrollo de los

acontecimientos palatinos, en particular desde Pedro IV "El ceremonioso", que

viene a ser una especie de patrono civil de los profesionales del protocolo.

Frente a la luminosidad aragonesa, la Corte castellana no conocía,

propiamente, un ceremonial tan preciso y previsor.

Bien es cierto que este "protocolo real" tiende a elevar al monarca y todo

cuanto lo rodea por encima de sus súbditos. Felipe II extiende este ceremonial a

todo el Reino, cuya etiqueta y ceremonial se van enriqueciendo con nuevas

aportaciones a partir del viejo tronco borgoñés.

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Como nos enseña el embajador Martínez Correcher: El protocolo es la comunicación no verbal de una institución frente al exterior, es decir, es la forma en que el Estado se comunica con el resto de los ciudadanos, para transmitir un mensaje sobre lo que quiere hacer, por qué lo va hacer y para qué lo quiere transmitir. Es el protocolo el mensaje que se quiere lanzar desde una institución o sus representantes. De ahí la importancia del protocolo, su puesta en práctica incide en la visión que el resto de los ciudadanos tienen del Estado o de dicha institución.

Advierte la profesora Otero Alvarado, de la Universidad de Sevilla, que,

si efectuamos una fugaz retrospectiva en la historia de Occidente, encontramos

tres grandes hitos que han cambiado los equilibrios de fuerzas, resquebrajando

antiguas estructuras y provocando el nacimiento de nuevos órdenes mundiales:

-La Paz de Westfalia (1648), primera ordenación del continente, con el

nacimiento de las naciones, del concepto de soberanía y la secularización del

poder político.

-La Revolución Francesa (1789) con la consagración de la igualdad entre

seres humanos; la representación popular; la separación de poderes y el

reconocimiento del Estado como soberano.

-El Congreso de Viena (1815) que reordena Europa, declara la igualdad

jurídica de los estados y establece el sistema de representaciones diplomáticas.

Vamos a seguir las reflexiones de la autorizada profesora sevillana

sobre este asunto:

Mientras personas e instituciones eran desiguales entre sí por definición en una sociedad estrictamente jerarquizada y entre naciones subordinadas

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unas a otras, la ordenación del espacio y el tiempo en que confluía cada una de estas instancias no suponía ningún conflicto: los más poderosos precedían a los menos poderosos y la desigualdad jurídica creaba una identidad institucional desigual que transmitir a través del ceremonial y la etiqueta.

En sus orígenes, el ceremonial aparece vinculado a la necesidad del ser

humano de establecer vínculos propiciatorios con aquellos poderes de los que depende su supervivencia: el poder temporal y el poder espiritual. Un trato favorable a dioses y reyes viene determinado por la necesidad de la visualización colectiva del orden jerárquico, así como por la gratitud o solicitud acerca de favores obtenidos o por obtener. Por extensión, las distinciones honoríficas se conceden a quienes ostentan una representación (autoridades) o cumplen una función social reconocida en cualquier ámbito (personalidades)

Mientras seres humanos, príncipes y estados eran considerados

desiguales, nada resultaba más lógico que ordenarlos según su jerarquía

natural. El problema surge cuando se ha de ordenar en justicia un espacio y un

tiempo entre instancias que por definición filosófica y política son iguales, pero

a las que resulta imposible ocupar materialmente un mismo ámbito espacio-

temporal. Cuando el emperador era superior a los reyes, España a Sajonia y la

nobleza al pueblo llano, se ubicaban en mejores lugares, pero ¿qué hacer ahora

que por definición personas y estados son iguales entre sí?

Es en este preciso momento cuando el protocolo se incorpora al proceso

civilizador en que se ve inmersa la humanidad, como un elemento progresista

de orden y justicia que no puede dejar la imagen pública de las instituciones

sujeta a las veleidades de la libre ocupación del tiempo y el espacio comunes

por el más fuerte, el más rápido o el más rico.

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El Estado aparece en la era moderna como titular de esta capacidad de

ordenar. Hasta entonces, el ceremonial estaba circunscrito a los ámbitos

estamentales de poder, y en este proceso general, la progresiva monopolización

estatal de los resortes unificadores de la nación (la hacienda, el ejército, la

administración de justicia…) obliga también a una redefinición de los aspectos

integradores de la identidad e imagen pública, haciendo que las naciones la

asuman como misión propia del protocolo.

LA APORTACIÓN PORTUGUES AL PROPTOCOLO

INTERNACIONAÑ.- EL MARQUÉS DE POMBAL

Se le llamó “el déspota esclarecido”. Don Sebastião José de Carvalho e

Melo, Conde de Oeiras e Marquês de Pombal. Formando en Inglaterra y

Francia, ministro del Rey José I. Quiso hacer de Portugal un gran país, libre de

la tutela británica y obtener el máximo rendimiento de las colonias. Fue un

reformista, un modernizar, un precursor de la sociedad laica, liberada de la

tutela de la Iglesia. Fomentó el comercio, gravó las rentas de los poderosos,

combatió la segregación y la esclavitud.

Durante su estancia en Londres y Viena (1738-1749) se sintió cautivado

por el llamado espíritu iluminista y el Despotismo Ilustrado. De regreso a

Portugal, luego del terremoto de 1755, decide aplicar en el Mordadío de Oeiras

las técnicas de racionalizació de los espacios que había observado en Austria. Y

así encarga a Carlos Mardel, arquitecto húngaro, que colaboraba en la

reconstrucción de Lisboa, el diseño de su nuevo palacio y jardines. Es en aquel

lugar donde reside por breve tiempo el Rey José I, a fin de someterse a un

tratamiento de aguas saladas en Estoril.

Pero interesa destacar aquí que en 1776, el Marqués de Pombal organiza

en aquel recinto una de las primeras ferias exposiciones agrícolas de las que se

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tiene noticia en Europa. Ello supone la incorporación de modernas técnicas

agrícolas que habrán de tener enorme influencia en la modernización del país.

A la muerte del Marqués, el 8 de mayo de 1782, la hermosa quinta cae en el

abandono y la ruína, confirmando el viejo adagio: “Más hermoso que lo bello son las ruínas de lo que fue bello”. Pero quedará para siempre como símbolo de

una de las más hermosas casas señoriales portuguesas, capaces de aplicar el

espíruto racional y combinar la belleza de los jardines con la explotación

agrícola.

La quinta fue adquirida por diversas entidades: Fundação Calouste

Gulbenkian e Instituto Nacional de Administração, a Estação Agronómica

Nacional, e a Câmara de Oeiras. Fueron divididos jardines parques, los

edificios, los pabellones y las cascadas. Algunos, bien conservados. Otros, en

ruína. El parque fue declarado Monumento Nacionañ, amenanzado seriamente

por la red viaria y a la construcción sin control dentro de su recinto amurallado.

Pese a las agresiones y el abandono, sus restos evocan el pasado esplendor,

como escribía José Queiroz en “Tierra Portuguesa” en 1922: “…Extraordinário! Sumptuoso! Como se fazia a vida no Séc. XVIII em

Portugal! Que bom gosto e que belos executores havia no nosso meio artístico que almas generosas, que coragem! E que fortuna ainda devido à gente desse tempo. Podemos dizer Bravo Senhor Marquês de Pombal! Bravo senhores artistas e artífices desta época, dessa nossa época, dessa segunda Renascença entre nós!…”

LA PROPUESTA DE ORDENACIÓN DEL MARQUÉS DE POMBAL

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La ciencia del protocolo internacional tiene en el Marqués de Pombal a

uno de sus pioneros, entendido en cuanto a las reglas que hoy sigue el concierto

universal de las naciones; es decir, el orden alfabético.

Uno de los criterios tradicionales para la ordenación de los Estados,

aparte de su poderío, reconocido por los de menos potencia, ha sido la fecha de

creación de las casas reinantes, con excepción de la Santa Sede, que siempre

goza de preferencia.

Por lo que respecta a Europa, la tradición establece el siguiente orden:

1. Francia (acción de Clovis 481)

2. España (Fundación del Reino de Asturias, 718)

3. Inglaterra (Egbert, 827)

4. Austria (Reino de Hungría desde el 1000)

5. Dinamarca (1015)

6. Dos Sicilias (1130)

7. Suecia (1132, reunión de Suecia con los Godos)

8. Portugal (1139, Alfonso I)

9. Prusia (reino en 1701)

10. Italia (Reino de Cerdeña, 1720)

11. Rusia (título imperial en 1721)

12. Baviera (1805)

13. Sajonia (1806)

14. Württemberg (1806)

15. Holanda (1816)

16. Bélgica (1831)

17. Grecia (1832)

18. Turquía, admitida en el concierto europeo por el Tratado de

París de 1850.

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En 1760, el Marqués de Pombal, que profesaba una especial antipatía al

embajador Francia, Conde de Merle, cuya retirada había intentado en vano,

imaginó un sistema de ordenación de las naciones que se parece mucho al que

está vigente en la actualidad. Con ocasión de la boda de los Príncipes de Brasil

pasó una circular a los representantes extranjeros, dándoles cuenta de la

ceremonia, anunciándoles que, a partr de la fecha, los embajadores acreditados

en la Corte de Lisboa se atendrían, en cuanto a su orden de precedencias, a la

fecha de presentación de sus cartas credenciales. De este modo, los

embajadores de Holanda y de Venecia, que eran más antiguos, pasarían antes

que el de Francia.

El Conde de Merle adujo que su precedencia no era cuestión de la fecha

de llegada a Lisboa, sino de la dignidad del soberano a quien representaba. El

ministro de Asuntos Exteriores de Francia, conde de Choiseau, al enterarse del

incidente advirtió que El Rey no abandonaría el rango reconocido a su persona y que S.M. entendía que la fecha de las credenciales no podía servir de pretexto para quebrantar los derechos inherentes a la dignidad de Francia.

Portugal advirtió que los soberanos, fuera de sus dominios, no tenían

potestad para imponer el modo de actuar a otros soberanos. Francia replicó que

el criterio de ordenar a sus embajadores conforme la reconocida antigüedad de

las monarquías no podía ser unilateralmente alterado por Portugal. España se

sumó a las objeciones de Francia, con lo que la cosa vino a complicarse. Por fin,

la corte de Viena consideró absurdas las pretensiones de Pombal y se unió a

Francia y España para no permitirlas,.

El proyecto del Marqués fracaso; pero en el Congreso de Viena de 1814

volvió a plantearse la cuestión, evidencia de que no era –como el tiempo se

encargó de demostrar- tan descabellado, sino inteligente y racional.

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Hoy en día, además del orden alfabético, una forma de evitar fricciones

de precedencia es que se denominada alternado; es decir que, en cada copia

para cada jefe de Estado o plenipotenciario, en la firma de un acuerdo o tratado

entre naciones, figure en el primer lugar de la copia que asigna cada país el

nombre del nombre del mismo antes que las de los otros signatarios.

Los reglamentos que dictaron los papas, y principalmente Julio II para

dirimir las dudas y controversias acerca de la precedencia de los soberanos de

Europa, no han sido jamás reconocidos ni observados fuera del recinto de los

concilios. Los soberanos tampoco han acordado de un modo formal sus

pretensiones recíprocas, y en el Congreso de Viena se trató vanamente esta

cuestión.

Las potencias católicas conceden el primer lugar al Papa, en su carácter

de Vicario de Jesucristo y Sucesor de San Pedro. Los otros príncipes que gozan

de honores reales, aunque no le miran sino como soberano temporal de los

Estados pontificios, y alegan tener derecho a precederle, sin embargo le ceden

hoy el paso por cortesía. En el Congreso de Viena los embajadores de Rusia y

de Gran Bretaña lo cedieron al nuncio del Papa.

Varias potencias, como Francia, España, Austria y Rusia, no admitieron

en el Congreso de Viena la igualdad de rango de los emperadores y reyes, sino

respecto de algunos, y en ciertas ocasiones solamente.

Otros principios establecidos en el Congreso de Viena resaltan:

La dignidad imperial o real de que estaban revestidos los soberanos más

poderosos de Europa al tiempo que el ceremonial empezó a formarse, y la

importancia que se dio entonces a la consagración de los emperadores y reyes,

fueron principales causas de las prerrogativas que se han arrogado sobre los

jefes de los otros Estados, y que reclamaban como las más altas y señaladas a

que pueden aspirar las naciones. Estas prerrogativas, llamadas honores reales,

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consistían por parte de los Estados en la precedencia a todos los otros, y en la

facultad de nombrar ministros de primera clase para las funciones

diplomáticas (prerrogativas concedidas también a las grandes repúblicas, como

la Confederación Helvética y los Estados Unidos de América); y por parte de los

soberanos en la insignia de la corona imperial o real, y en el tratamiento mutuo

de hermanos.

Los soberanos que gozaban de honores reales sin tener el título de

emperador o rey, cedían el paso a estos últimos; así como aquéllos que no están

en posesión de los honores reales, lo cedían a todos los que gozan de ellos.

Potencias de igual rango solían concederse unas a otras la alternativa,

alternando entre ellas la precedencia ya en cierto orden regular de tiempo, ya

por sorteo, ya tomando cada una el primer lugar en los documentos expedidos

por ella. La práctica más frecuente en los protocolos de los plenipotenciarios

reunidos en una conferencia o congreso, es colocar las firmas en el orden

alfabético de sus respectivas potencias.

Por el Derecho natural todo gobierno está autorizado para emplear su

idioma en sus comunicaciones con otros. La conveniencia general hizo que

Europa adoptase por muchos siglos la lengua latina, a que sucedió casi

generalmente la francesa desde el reinado de Luis XIV. Los Estados que

todavía retienen la suya, suelen agregar a los documentos internacionales

expedidos por ellos una traducción en el idioma de los Estados con quienes

tratan, dado que por parte de éstos se corresponda con igual cortesía.

El rango que los agentes diplomáticos acreditados a una misma corte

han de guardar entre sí, se ha reglado por el acta del Congreso de Viena del 9

de junio de 1815, al que concurrieron los plenipotenciarios de Austria, España,

Francia, Gran Bretaña, Portugal, Prusia, Rusia y Suecia, las cuales invitaron a

las otras potencias a adoptarlo. En él se estableció:

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1. Que los empleados diplomáticos se dividiesen en tres clases: 1°,

embajadores, legados o nuncios; 2°, enviados, ministros u otros agentes

acreditados de soberano a soberano; y 3°, encargados de negocios, acreditados

con los secretarios y relaciones exteriores (a los cuales añadieron los

plenipotenciarios de Australia, Francia, Gran Bretaña, Prusia y Rusia en el

congreso de Aquisgrán o Aix la Chapelle, sesión de 21 de noviembre de 1818, la

clase de ministros residentes, intermedia entre los de segundo orden y los

encargados de negocios).

2. Que sólo los ministros de primera clase tuviesen el carácter

representativo (en virtud del cual se les dispensasen en algunas ocasiones las

mismas honras que a sus soberanos, si se hallasen presentes).

3. Que los enviados extraordinarios no tuviesen a título de tales

superioridad alguna.

4. Que en cada clase la precedencia entre los empleados diplomáticos se

reglase por la fecha de la notificación oficial de su llegada, pero sin hacer

innovación con respecto a los representantes del Papa.

5. Que en cada Estado se estableciese un modo uniforme de recepción

para los empleados diplomáticos de cada clase.

6. Que ni el parentesco entre los soberanos, ni las alianzas políticas,

diesen un rango particular a los empleados diplomáticos.

7. Que en las actas o tratados entre varias potencias que admitiesen la

alternativa, la suerte decidiese entre los ministros para el orden de las firmas.

(Hoy se sigue generalmente el de las letras del alfabeto, y así se hizo en este

mismo reglamento, firmando los plenipotenciarios en el orden siguiente:

Austria, España, Francia, Gran Bretaña, Portugal, Prusia, Rusia, Suecia).

NATURALEZA DE LAS NORMAS DE PROTOCOLO

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Dentro del conjunto de normas que, con carácter general, rigen la

sociedad cabe distinguir aquellas que tienen rango prescriptivo, sustentadas

por su fundamento jurídico; o aquellas otras, los usos sociales, que rigen de

manera voluntaria y libre, por convención o costumbre las relaciones entre los

individuos, ya sean las reglas de la cortesía, la buena mesa, la educación, los

modales, el correcto lenguaje, los tratamientos, etc. Cabe un tercer grupo: las

normas o principios éticos, que obligan en conciencia, o las normas de carácter

deontológico; esto es, los fundamentos del recto hacer profesional.

Llegamos de este modo a un agrupamiento de las normas de

protocolo en tres grandes familias:

Normas de carácter ético o derivadas de un deber moral: la

buena educación y el respeto a los demás.

Normas de naturaleza social (convenciones y usos sociales):

determinado tipo de atuendo según el carácter del acto.

Normas jurídicas: dictadas por la autoridad que puede

hacerlo, por ejemplo, el Decreto Ley de Precedencias del Estado (pero

también los estatutos y reglamentos internos de una sociedad recreativa

en cuanto a sus socios).

CLASES DE PROTOCOLO

LÓPEZ-NIETO (2000) distingue entre el objeto material del

protocolo, que sería, en este caso, los actos de carácter público, frente a su

objeto formal; es decir, los requisitos y formalidades de su celebración.

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Describe primero el llamado "Derecho Premial" (las normas que

rigen la creación concesión de distinciones de carácter honorífico, que a su vez

agrupa a dos grandes familias: el Derecho de Recompensas en general y el

Derecho Nobiliario (régimen de los títulos de nobleza) y, después, las normas

por las que se rigen los tratamientos, los símbolos de entidad de las personas y

entidades y la precedencia en los actos públicos y en general. Este es el

"Derecho de protocolo" propiamente dicho.

Las normas del Estado con respecto al protocolo, al ceremonial y

los honores, regulan los siguientes aspectos:

A) Normas reguladoras de los símbolos del Estado (banderas,

escudos y símbolos).

B) Normas reguladoras de la creación y concesión de recompensas

y honores civiles y militares.

C) Normas sobre precedencia de autoridades e instituciones en los

actos públicos.

D) Normas sobre celebración de actos, que incluye los honores

militares.

E) Normas sobre protocolo y ceremonial académico.

F) Normas sobre tratamientos honoríficos.

G) Normas sobre concesión, rehabilitación y transmisión de títulos

nobiliarios.

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Tanto las comunidades autónomas como las entidades locales, en

sus ámbitos respectivos, poseen capacidad de dictar normas de protocolo con

relación a sus autoridades y a los actos de carácter público, así como para crear

la figura y reglamentar la concesión de honores y distinciones.

Con la vista más propiamente puesta en el mundo de la empresa,

de los negocios y la aplicación de determinadas normas de protocolo a la

eficacia y el mercadeo de URBINA (2000: 29-32) afirma que "protocolo es aquella disciplina que, con realismo, técnica y arte (pues tiene de las tres cosas) determina las estructuras o formas bajo las cuales se realiza una actividad humana".

UN TEMPRANO TRATADO DE PROTOCOLO ESPAÑOL

En 1539, se publicó en Valladolid un libro titulado Aviso de privados y doctrina de cortesanos, compuesto por el Ilustre, y Reverendísimo Señor D. Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, Predicador, y Cronista, y del Consejo de su Majestad. Dirigido al Ilustre Señor D. Francisco de los Cobos, Comendador mayor de León, del Consejo de Estado de su Majestad. Fue

reeditado en Madrid, por la Viuda de Melchor Alegre, en el año 1853.

El título de alguno de sus veinte capítulos nos da idea de que va el libro

Capítulo I. Que más corazón es menester para sufrir la Corte, que para andar en la guerra

Capítulo III. De la manera que el Cortesano se ha de haber con los huéspedes de la posada que le dieron por aposento

Capítulo V. De la manera que ha de tener y de las ceremonias que ha de hacer el Cortesano, cuando al Príncipe ha de hablar

Capítulo VI. De cómo el cortesano ha de conocer, y visitar a los Caballeros, y Prelados que residen en la Corte

Capítulo VII. De la templanza y crianza que el Cortesano ha de tener cuando comiere a la mesa de los Señores

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Capítulo VIII. De las compañías que el Cortesano ha de tomar, y de la orden que ha de tener en se vestir

Capítulo IX. De la sagacidad que ha de tener el Cortesano en el servir a las Damas y en el contentar a los Porteros

Capítulo XVII. De cómo los Privados de los Príncipes se han mucho de guardar de tener conversación con mujeres deshonestas, y despachar con brevedad a los que son negociantes

Capítulo XVIII. Que los Privados de los Príncipes se deben mucho guardar de no ser derramados en hacer, ni recibir desordenados convites: es capítulo notable contra los banquetes

Como tantas veces a lo largo de la historia, un español se adelante en

dotarnos de un manual, un prontuario para andar por la vida y, como en este

caso, por la corte; es decir, cómo relacionarse con el poder.

Nada tiene que envidiar este libro al más famoso y conocido libro de

ciencia política que es “El Príncipe”, de Maquiavelo (1469-1527), escrito en el

mismo estilo de recomendaciones o consejas.