los significantes vacíos y la teoría de la acción

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1 Los significantes vacíos y la teoría de la acción. Aproximación crítica al pensamiento de Ernesto Laclau. Ignacio Mazzola i ABSTRACT En este trabajo nos proponemos examinar críticamente la solidez de algunos conceptos y razonamientos centrales en la obra de Ernesto Laclau. Fundamentalmente, nos detendremos en el concepto de “significante vacío” que se encuentra elaborado en el artículo “¿Por qué los significantes vacíos son importantes para la política?” incluido en Emancipación y diferencia. La discusión comenzará por revisar los principios de la “lingüística estructural” a fin de clarificar ciertas importantes distinciones que no debería ser pasadas por alto si uno quiere hace un uso apropiado de esa perspectiva sobre el lenguaje. Se argumentará, sobre la base del apoyo textual, que Laclau ignora sistemáticamente esas distinciones, constitutivas de la perspectiva saussureana, enredándose en oscuras formulaciones y argumentos que, en nuestra opinión, no tendrían objeto si uno decidiera encarar las mismas preguntas desde un ángulo diferente, el que constituye una aproximación pragmática al lenguaje. Por otro lado, es precisamente una aproximación pragmática, es decir, aquella basada en el concepto de acción y práctica, la que nos permitirá criticar este concepto profusamente utilizado por Laclau. Realizada la crítica, señalaremos que es justamente mediante una referencia a la estructura temporal de la acción que se puede dar cuenta de la “apertura” de lo social y lo histórico.

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Ignacio Mazzola

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Page 1: Los Significantes Vacíos y La Teoría de La Acción

1

Los significantes vacíos y la teoría de la acción.

Aproximación crítica al pensamiento de Ernesto Laclau.

Ignacio Mazzolai

ABSTRACT

En este trabajo nos proponemos examinar críticamente la solidez de algunos conceptos y

razonamientos centrales en la obra de Ernesto Laclau. Fundamentalmente, nos detendremos en el

concepto de “significante vacío” que se encuentra elaborado en el artículo “¿Por qué los

significantes vacíos son importantes para la política?” incluido en Emancipación y diferencia. La

discusión comenzará por revisar los principios de la “lingüística estructural” a fin de clarificar

ciertas importantes distinciones que no debería ser pasadas por alto si uno quiere hace un uso

apropiado de esa perspectiva sobre el lenguaje. Se argumentará, sobre la base del apoyo textual,

que Laclau ignora sistemáticamente esas distinciones, constitutivas de la perspectiva saussureana,

enredándose en oscuras formulaciones y argumentos que, en nuestra opinión, no tendrían objeto

si uno decidiera encarar las mismas preguntas desde un ángulo diferente, el que constituye una

aproximación pragmática al lenguaje. Por otro lado, es precisamente una aproximación

pragmática, es decir, aquella basada en el concepto de acción y práctica, la que nos permitirá

criticar este concepto profusamente utilizado por Laclau. Realizada la crítica, señalaremos que es

justamente mediante una referencia a la estructura temporal de la acción que se puede dar cuenta

de la “apertura” de lo social y lo histórico.

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Cuando alguien, partiendo de premisas falsas y deduciendo falsamente, llega

a una conclusión correcta que en realidad ha obtenido por medio de una

visión descriptiva, nos privaríamos de lo que podemos aprender de él si

quisiéramos limitarnos a hacerle un calculo de su lógica defectuosa, en vez de

constatar simplemente que está bajo la idea obsesiva de presentar sus

pensamientos en una forma cuasi deductiva. Naturalmente, más absurdo seria

declarar razonable el procedimiento porque los resultados son interesantes.

Ernst Tugendhat.

El filósofo Ernesto Laclau es hoy en día uno de los autores de referencia obligada en las

discusiones de filosofía política contemporánea a nivel internacional. Ganó notoriedad

hace ya muchos años al publicar, junto con Chantal Mouffe, el libro Hegemonía y

estrategia socialista (Laclau y Mouffe, 1985), una de las primeras y más señeras

contribuciones a lo que luego sería conocido como post-marxismo. Posteriormente su

proyección e influencia decreció, si bien siguió siendo un autor leído por los especialistas

de la disciplina, para volver a ganarla de manera vertiginosa en los últimos años. Antes de

la publicación de su último libro, La razón populista (Laclau, 2005), ya se había

reposicionado en el centro de muchos debates, y desde que ese libro apareció la discusión

de su obra no ha hecho más que multiplicarse. Especialmente en América Latina, donde

el tema del populismo ha sido siempre muy debatido. Estas parecen ser razones

suficientes para echar una mira crítica sobre algunos de sus conceptos centrales. En

particular me interesa analizar el concepto de significante vacío.

La noción de significante vacío es recurrente en los escritos publicados por el Laclau en

los últimos quince años. La importancia que esta categoría ha adquirido en el

pensamiento del autor ameritó que le dedicara un trabajo completo, en el que se intenta

fundamentarla y ponerla a prueba. En efecto, de la noción de significante vacío se ha

ocupado fundamentalmente (si no exclusivamente) en su artículo “¿Por que los

significantes vacíos son importantes para la política?” (Laclau, 1996: 69-86), y es a este

trabajo que remite en muchos otros textos de su autoría, como por ejemplo en “Política de

la Retórica” (Laclau, 2002: 57-99), donde de hecho señala que el desarrollo completo del

argumento relativo a los significantes vacíos se encuentra precisamente en el primer

artículo mencionado. También remite a “¿Por qué los significantes vacíos son

importantes para la política?” en “Desconstrucción, pragmatismo y hegemonía” (Laclau,

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1998: 97-136), así como en “Sujeto de la política, política del sujeto” (Laclau, 1996: 87-

119), y, finalmente, en su último libro, el mencionado La razón populista.

El abundante uso que Laclau hace de este concepto es indicador del importante papel que

juega dentro de su teoría, y puesto que la explicación del mismo se encuentra en “¿Por

qué los significantes vacíos son importantes para la política?” hemos de analizar los

argumentos allí expuestos si queremos comprender mejor el concepto y evaluar su

solidez.ii Sin embargo, en tanto tengo la impresión de que, por un lado, Laclau hace una

interpretación y un uso confuso si no erróneo de algunos argumentos y categorías de la

teoría lingüística que invoca (pasando por alto una distinción fundamental), e intuyo, por

otro lado, que algo así como un significante vacío es de hecho imposible, he de comenzar

este trabajo no directamente analizando el artículo de Laclau sino repasando algunos de

los principios e ideas generales de la “lingüística estructural” (Saussure) y su

continuación por parte de la “lingüística del enunciado” (Benveniste) y la contemporánea

filosofía del lenguaje. Luego de así aclarar el campo de discusión en el que el propio

Laclau se coloca, abordaremos sus argumentos, y entonces intentaré llamar la atención

sobre los problemas que, según me parece, ellos presentan.

Principios de la lingüística saussureana.

La enorme preocupación del pensamiento occidental del siglo XX por el discurso y el

lenguaje tiene varias fuentes paradigmáticas. Una de ellas es Gottlob Frege. Otra Charles

S. Peirce. Y una tercera es F. de Saussure.iii No es que con anterioridad a estos

pensadores el lenguaje no haya sido un problema central de la filosofía en general. De

hecho ya para Platón (por ejemplo en el Cratilo, el Teeteto y el Sofista) la relación entre

la palabra aislada y la oración era un problema que merecía atención. En opinión del

filósofo griego, la palabra aislada aparece y permanece indeterminada, incomprensible,

en su significado o su verdad, si no es complementada por un verbo o predicado. Sólo

cuando esto sucede tenemos un acto discursivo significativo, es decir, sólo entonces se

manifiesta el logos del lenguaje. Como luego sería el caso en Kant, y posteriormente en

Frege, ya para Platón es la oración enunciada –y no la palabra aislada– el vehículo de la

significación. Es por ello mismo que para el autor de República sólo las oraciones pueden

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ser aseveradas o negadas, estar en el error o, por el contrario, ser verdaderas. (Esta

opinión es compartida por Aristóteles por ejemplo en Sobre la interpretación.) Pero si el

problema no es nuevo, los términos en los que aparece hoy en día sí lo son, porque los

autores que arriba he mencionado iban a llevar esa tradicional preocupación a un nuevo

nivel de análisis, inaugurando perspectivas que serían sumamente fructíferas una vez

fijados ciertos principios teóricos, distintos en cada caso. Aquí nos interesará sólo la

propuesta de Saussure porque es la que sirve de marco al planteo de Laclau.

La fundación de la lingüística estructural por Saussure supone la construcción de un

término antagónico al discurso o logos que había sido la preocupación de Platón, término

que se constituye en objeto autónomo de un análisis científico propiamente dicho.iv Se

trata de algo a lo que los filósofos clásicos no reconocían un carácter autónomo o que

simplemente daban por supuesto. Este objeto es el código lingüístico, la lengua, como

algo distinto del lenguaje y del habla. Con su aparición, la problemática del discurso, de

la oración enunciada, de la significación intentada, es puesta entre paréntesis –para

decirlo en la metáfora de Husserl. A partir de entonces los lingüistas de la tradición

estructural (por lo menos hasta Chomsky y Benveniste) se ocuparán de los diferentes

códigos lingüísticos en tanto que estructuras estables y analizables de los sistemas

lingüísticos.

El “descubrimiento” o la “construcción” de un tal objeto de análisis se apoya en la

famosa distinción de Saussure entre langue y parole. Esa distinción establece que la

langue es el código (o conjunto de códigos) en el cual y a partir del cual un hablante

produce parole como un mensaje significativo. A ésta distinción fundamental va asociada

otra, igualmente importante, reconocida ya por Saussure y fuertemente destacada por

Benveniste: la diferencia entre semiótica (el estudio de los sistemas de signos en cuanto

códigos) y semántica (el estudio de la significación en su actualización por medios

lingüísticos u otros en relación con la comunicación, el habla, y el mundo). Esta es una

distinción que tiene ciertas similitudes (aunque no exacta correspondencia) con el par

semántica-pragmática elaborado en la tradición anglosajona de filosofía del lenguaje.

Varias decisiones de orden teórico-metodológico están a la base de la distinción entre

langue y parole y de la disciplina que inaugura: la lingüística estructural. En primer

lugar, se determina que el enunciado, el acto significante y significativo, es individual,

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propio del hablante, mientras que el código en el que se expresa es colectivo,

“perteneciente” a la comunidad de sus hablantes. En segundo lugar, se advierte que las

significaciones efectivas, los mensajes intercambiados, se suceden en el tiempo, aparecen

diacrónicamente, mientras que el código tiene una existencia sincrónica, es decir, es en su

totalidad contemporáneo de sí mismo. En tercer lugar, el acto significativo es el acto de

alguien y es intencional. La lengua en tanto código por el contrario es anónima y no

intencional. Por último, Saussure iba a destacar el hecho de que mientras los mensajes

son arbitrarios y contingentes, los códigos son estructuras sistemáticas y obligatorias para

la comunidad de los hablantes de esa lengua.

Pues bien, es este conjunto de consideraciones el que lleva a considerar el código, el

sistema de la lengua (independientemente de su actualización discursiva o enunciativa)

un apropiado objeto de investigación científica, y esto quiere decir: un objeto

“objetivado” y “objetivable”, por lo tanto intersubjetivamente accesible, un objeto cuya

observación es repetible. Sin embargo, esas distinciones no constituyen todavía los cuatro

postulados teóricos que rigen la semiótica saussureana en general y la lingüística

estructural en particular, a saber:

1. La aproximación sincrónica debe preceder a la consideración diacrónica. Los

elementos que componen el código, y la estructura de esa composición, deben ser

determinados en primer lugar. Sólo luego podremos estudiar cómo de un estado del

sistema se pasa a otro, qué reglas sigue el cambio, que transformaciones permite el

código, etc.

2. El caso paradigmático para una aproximación estructural es el conjunto finito de

entidades discretas. De allí la prioridad concedida al sistema fonológico sobre el léxico.

(En cualquier caso, la idea de un léxico infinito es absurda.) Sobre estos conjuntos

operan las capacidades combinatorias y sustitutivas, la segmentación y la distribución.

3. En estos conjuntos los elementos o entidades no tienen significados, sentido o

referencia; no remiten a nada; no se las usa ni se les asigna una función, sino que

simplemente constituyen entidades abstractas dadas, constituyen lo que Saussure llamó

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valores, determinados por el conjunto de sus relaciones de oposición con otras entidades

del mismo conjunto finito. (Recuérdese que el uso de esos elementos queda fuera de la

consideración.)

4. Las relaciones en las que las entidades se encuentran son todas inmanentes al conjunto

o sistema que conforman. El “sistema” incluye todas las unidades del mismo tipo, ya sean

estas “significantes”, es decir, sonidos, grafos, gestos, u otros medios físicos, o

“significados”, en el sentido de valores diferenciales. El conjunto de las relaciones

significante-significado constituye el sistema de los signos, y en consecuencia el conjunto

cerrado, finito, de objetos bajo el análisis de la semiótica. Cuando los signos son

lingüísticos, es decir, compuestos de fonemas (morfemas y lexemas) el conjunto cerrado

que forman es el objeto de la lingüística estructural como campo específico de la

semiótica.

Pues bien, a partir de estos principios la lengua ya no aparece como la mediación entre la

mente y el mundo, ni como el medio privilegiado de comunicación entre las personas. No

se trata aquí de un lenguaje que se use para decir algo (sobre algo) a alguien sino de un

objeto construido por abstracción a partir de sus muchas instanciaciones. Este objeto de

análisis, una vez construido, o en el proceso de su construcción, según los postulados

teóricos señalados, constituye un sistema autosuficiente de relaciones internas. Algo que

es sumamente importante y que debemos recordar entonces es que los signos no sirven ya

aquí para significar sino que constituyen objetos, los átomos, si se quiere, de una ciencia,

la lingüística. En palabras de Benveniste:

“En sentido estricto, el estructuralismo es un sistema formal. No dice

absolutamente nada de lo que llamamos la significación. La ponemos entre

paréntesis” (Benveniste, 2001, vol. 2: 37 –mis cursivas).

Una vez establecidos estos principios la lingüística estructural conoció un avance

asombroso. Gran parte de los principios de la segmentación y las reglas combinatorias y

sustitutivas pudieron ser identificadas para las distintas lenguas y luego éstas últimas

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comparadas entre sí en esos puntos. Los principios de composicionalidad y recursividad

que los distintos elementos de la lengua presentan pudieron ser formalizados y elaborados

cuasi-algebraicamente. Ahora bien, fue también en este punto que comenzaron a

advertirse los límites del modelo. Entre los continuadores de Saussure son N. Chomsky y

E. Benveniste quienes más claramente hacen uso de lo ganado y al mismo tiempo dejan

atrás las restricciones abstractivas del modelo. La “lingüística generativa” (o “gramática

generativa”) de Chomsky dirigirá su atención hacia el uso del lenguaje, hacia la parole, y

se preguntará por la capacidad infinita de producir enunciados absolutamente nuevos a

partir de un conjunto finito de recursos lingüísticos, advirtiendo con ello los límites que el

lenguaje mismo (y no la langue) en tanto medio para la producción de significación o

significados impone no a la parole sino a la formalización estructural del propio

lingüista, es decir, al proyecto de Saussure.v Benveniste por su parte intentará fijar el

“aparato formal de la enunciación” restituyendo así al lenguaje la dimensión del

significado, su dimensión semántica, que le fuera escamoteada con la “epojé” inaugural

de la disciplina.

Pues bien, en este punto y en paralelo con los desarrollos de la lingüística uno podría

poner en juego prácticamente todas las corrientes de filosofía del lenguaje del siglo XX

que han pretendido construir una “teoría del significado” (meaning). Ya no se trata de

identificar los componentes del código, de segmentarlos, clasificarlos, compararlos, etc.,

sino de alcanzar las determinaciones de la producción de significado. La existencia de un

código lingüístico finito, el conjunto finito de los fonemas y las letras de los respectivos

lenguaje y alfabetos, las palabras que se pueden formar con esas letras y que son

reconocidas como legítimamente pertenecientes a un lenguaje L, y el correcto orden

gramatical de las expresiones en las posibles, infinitas, oraciones que en ese lenguaje se

pueden generar vuelven a ser simplemente presupuestos, como ya lo fueran en Platón y

Aristóteles. En cualquier caso, por medio de distintos abordajes y a partir de

consideraciones dispares se vuelve una idea evidente e indiscutible la de que el

significado es una propiedad del enunciado, y esto quiere decir: no de la oración sino del

acto de habla, la oración proferida o escrita por alguien.vi Ahora bien, tal vez sea

conveniente antes de seguir aclarar que la discusión en la filosofía del lenguaje

contemporánea entre los abordajes “semanticistas” o “pragmatistas” presupone acuerdo

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sobre este punto, y se plantea fundamentalmente en torno a la prioridad que deba

concedérsele, en la determinación del significado, o bien a la composición semántica que

resulta de la combinación de términos singulares y predicados de caracterización –la

extensión de los cuales ha sido de una u otra manera establecida, o bien al uso material y

contextual de las expresiones.vii Por lo demás, ya sea que uno utilice la distinción

semiótica-semántica (en el contexto de discusión de la lingüística francesa) o semántica-

pragmática (en el contexto de discusión de la filosofía del lenguaje anglosajona y

alemanaviii, aunque ésta última no es exactamente equivalente a la primera) lo importante

es tener en cuenta que hay, por un lado, un nivel de análisis en el cual el lenguaje, bajo la

forma de la lengua, es un objeto abstracto bien delimitado que no remite a nada fuera de

sí, cuyos elementos constitutivos no tienen significado(s) sino que constituyen valores

diferenciales, y respecto del cual lo que interesa es su composición y funcionamiento, y

que hay, por otro lado, un segundo nivel de análisis del lenguaje en el cual éste es usado,

bajo la forma del enunciado o acto de habla, por alguien para decir algo (sobre algo) a

alguien más, y aquí lo que interesa es, por un lado, la relación que el lenguaje tiene con la

mente y el mundo (el problema de la exposición y/o representación, del sentido y la

referencia, por así decirlo, aunque –evidentemente- el primero es mucho más vasto que el

segundo) y, por otro lado, el rol del lenguaje en la comunicación.ix Pues bien, con estas

distinciones en mente podemos abordar ahora el difícil e intrincado trabajo de Laclau e

intentar cierta clarificación y crítica.

El concepto de significante vacío y su fundamentación teórica.

El artículo “¿Por qué los significantes vacíos son importantes para la política?” está

dividido en tres secciones. En la primera, bajo el subtítulo “La producción social de

significantes vacíos”, se plantea la aparente paradoja que tales significantes

representarían y se explicita cómo se los concibe recurriendo a algunas ideas de F. de

Saussure. Son principalmente los argumentos presentados en éste apartado los que nos

interesa desentrañar. En el resto del texto Laclau intenta ilustrar la utilidad que la noción

tendría de cara al análisis político. Esto, lógicamente, presupone la coherencia en la

construcción teórica del concepto. Si esta última es inaceptable, lo que sea que se muestre

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mediante el análisis empírico no será la importancia de los significantes vacíos para la

política. De ahí la relevancia de la afirmación de Ernst Tugendhat con la que

encabezamos este trabajo.

Desde el mismísimo inicio del texto se nos indica que se concibe al significante vacío (y

esta sería su definición estricta) como “un significante sin significado”. Pero rápidamente

se nos advierte que esta definición es problemática. En palabras del propio Laclau:

“Porque, ¿cómo es posible que un significante no este unido a ningún significado y

continúe siendo, a pesar de todo, parte integral de un sistema de significación?” (Laclau,

1996: 69 – mis cursivas) Precisamente, ¿cómo es posible?

Según Laclau, el significante vacío no tiene ningún significado, no remite o se encuentra

asociado a ningún sentido o referente, y sin embargo continua siendo “parte integral” de

un “sistema de significación”. Hasta aquí el planteo paradójico. Pero, ¿se trata sólo de un

planteo, es decir, de un recurso retórico para luego desvelar en enredo conceptual, a la

manera terapéutica de Wittgenstein? ¿O bien se supone que el fenómeno que se trata de

mostrar es una-paradoja-en-la-realidad, un hecho paradójico y no sólo un enunciado

paradójico? Dejo en suspenso la respuesta (ver más abajo la cita de Tugendhat) para

señalar otra dificultad: si tenemos en cuenta las distinciones arriba trazadas, es claro que

la idea de “sistema de significación” es por lo menos ambigua, dado el sentido técnico de

la expresión “sistema (de la lengua)” en la lingüística estructural. El punto es el siguiente:

significación y lengua no son expresiones equivalentes.

En la lingüística estructural, como mencionamos más arriba, no hay ninguna significación

(ni ningún acto de significación) bajo análisis, y el “sistema” no es sino un conjunto de

valores abstractos. La única interpretación plausible de la expresión de Laclau “sistema

de la significación” que se nos ocurre entonces es la siguiente: la expresión “sistema” en

ese pasaje es meramente una alusión al proceso (la actividad) en el cual se utilizan

expresiones lingüísticas para significar algo, en el sentido, por ejemplo, de participar a

alguien de cierta información. Pero se recordará además que, como señalamos, en el

proceso de significación (en la actividad de decir algo) llevado a cabo por alguien, toda

palabra de una oración con sentido, esto es, de una oración bien formada, tiene de hecho

un significado o función, ya se trate de un término singular, una proposición, un verbo, un

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predicado, un término indexical, etc. En consecuencia, parece haber un cierto defasaje

entre los componentes de la pregunta de Laclau citada. En principio, parecería que si un

significante se encuentra de hecho implicado en lo que Laclau llama “un proceso de

significación” (= “acto de significación”), entonces no puede (no es posible) no estar

asociado, ahí, a algún significado. Pero veamos cómo sigue la argumentación.

Una frase por lo menos enigmática viene a continuación (solicitamos al lector que analice

con detenimiento esta frase):

“La única posibilidad de que una sucesión de sonidos estuviera desprendida de todo

vínculo con un significado determinado y que continuara siendo, sin embargo, un

significante, sería que a través de la subversión del signo que la posibilidad de un

significante vacío implica, se realizara algo que es un requerimiento interno del

proceso de significación como tal” (Ibíd.: 69-70).

En mi opinión, más que enigmática esta es una frase ininteligible. En principio, parece

claro que en ella un “significante” es equivalente a “una sucesión de sonidos”, y que la

expresión “una sucesión de sonidos” ocupa el lugar de la expresión “un significante”.

Entonces se leería: “La única posibilidad de que un significante estuviera desprendido de

todo vínculo con un significado determinado y que continuara siendo, sin embargo, un

significante, sería que a través de la subversión del signo que la posibilidad de un

significante vacío implica, se realizara algo que es un requerimiento interno del proceso

de significación como tal.” Pero, justamente, uno hubiera pensado que de lo que se

trataba era de probar la posibilidad de algo así como “un significante vacío”, y resulta que

en ese párrafo, cuando uno reemplaza las expresiones equivalentes dejando fuera la

referencia a “una sucesión de sonidos”, esa posibilidad es simplemente asumida, dada por

supuesta, y no demostrada. La subversión del signo, sea lo que sea, sería la condición de

posibilidad del significante vacío. Pero en el argumento de Laclau éste último implica

aquella. Entonces se leería: puesto que los significantes vacíos son posibles, la subversión

del signo es posible.

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Intentemos mejor una paráfrasis: para poder concebir un significante vacío, dice Laclau,

debemos poder concebir una subversión del signo que realice algo que se presenta como

un requerimiento interno del proceso de la significación.x Y puesto que se trata de probar

la posibilidad de algo así como la subversión del signo, implicada por la posibilidad del

significante vacío (sic), entonces hemos de pedirle al argumento del autor, por un lado,

una aclaración de lo que se entiende por subversión del signo, y, por otro lado, una

descripción del pretendido requerimiento interno del proceso de significación.

Antes sin embargo nos encontramos con una afirmación que complicará más las cosas

para el autor (y para sus intérpretes, que inteligentemente deciden ignoran el hecho de

que Laclau rechazó con claridad la única opción inteligible que encuentran. Ver, Gasché,

2004). En efecto, Laclau mismo nos indica que a la hora de concebir un significante vacío

no se trata de significantes equívocos o ambiguos, “flotantes”. Estas no son, según él,

más que “pseudos-respuestas” a la pregunta planteada en primer lugar. Al autor no le

preocupa que el uso de un significante en un contexto dado no permita especificar el

significado que se asocia al mismo en esa situación específica. Puede suceder, y Laclau lo

admite perfectamente, que la carga semántica de la palabra exceda con mucho un uso

particular que se le da o por el contrario resulte deficitaria (Ibíd.: 70). En todo caso, “Con

lo que nos enfrentamos no es (…) sino con la estricta posibilidad teórica de algo que

apunte, desde el interior del proceso de la significación, a la presencia discursiva de sus

propios límites” (Ibíd.). Nuevamente un enunciado enigmático.

Dos cosas se pueden extraer de él: por un lado, Laclau estaría afirmando que el proceso

de significación tiene límites. Y, por otro lado, se nos dice que esos límites (¿en plural?)

tienen una presencia discursiva. Ahora bien, ya la idea de que el proceso de la

significación tiene límites es por lo menos extraña y discutible (Véase más adelante la

cita de Gadamer), pero aún si la concedemos –por mor del argumento–, no está nada

claro qué pueda querer decir “presencia discursiva” de un límite. En todo caso uno

podría pensar que un proceso comunicativo o interpretativo en el cual un significado es

producido o comprendido puede detenerse en un punto x y no reanudarse, pero ello no

parecería tener nada que ver con la idea de una presencia –mucho menos discursiva– de

esa detención o interrupción.

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Sigamos adelante. Laclau afirmará:

“En consecuencia, un significante vacío sólo puede surgir si la significación en

cuanto tal está habitada por una imposibilidad estructural, y si esa imposibilidad

sólo puede significarse a sí misma como interrupción (subversión, distorsión, etc.)

de la estructura del signo.”

Y luego:

“Es decir, que los límites de la significación sólo pueden anunciarse a sí mismos

como imposibilidad de realizar aquello que está en el interior de esos límites –si los

límites pudieran significarse de modo directo ellos serían límites internos a la

significación, ergo no serían límites en absoluto” (Laclau, 1996: 70-71 – mis

cursivas).xi

La complejidad de la idea es evidentexii por lo cual debemos hacer el esfuerzo de pasar

en limpio estos dos párrafos bajo la forma de un conjunto de proposiciones: se afirma por

un lado que la existencia de los “significantes vacíos” se sigue de estas premisas:

a) la significación –o “el proceso de la significación”– está habitada por una

“imposibilidad estructural”, y

b) es la interrupción / subversión / distorsión de la estructura del signo la que hace

manifiesta esta “imposibilidad estructural”.

Ahora bien, (a) y (b) se desprenden de la primera parte de la cita. En la segunda parte,

donde se pretende aclarar lo anterior, se nos dice que:

c) c.1) La significación tiene límites c.2) que se anuncian a sí mismos c.3) bajo la

forma de la imposibilidad de realizar algo que está en su interior, y por lo tanto

d) d.1) tenemos un interior de algo, un interior de “la significación” o del “sistema

de la significación” y d.2) un algo (¿la significación?) en ese interior que “ha de

realizarse” pero que por alguna razón (¿la “imposibilidad estructural”?) se ve

impedido.

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Así identificados los elementos de la argumentación, respecto a (a) uno podría

preguntarse: ¿quiere decir esto que la significación es imposible no sólo

“contingentemente”, es decir, bajo determinadas circunstancias especiales (o, mejor: de

vez en cuando), sino también “estructuralmente”, es decir, por principio? Esto, si es lo

que Laclau afirma, es obviamente absurdo; si fuera el caso él mismo no podría significar

nada.

Respecto a (b) puede observarse qué curiosa idea se está sosteniendo: por un lado, se está

pensando aquí a la “estructura del signo” como algo en movimiento que se ve

interrumpido, subvertido, distorsionado. Sin embargo vimos anteriormente que, desde el

punto de vista semiótico, se trata simplemente de un nexo estable entre un significante

(una sucesión de sonidos) y un valor diferencial, y desde el punto de vista semántico, de

una conexión convencional entre una palabra y un concepto (sentido) o conjunto de

objetos (referencia). Manteniendo rigurosamente la distinción entre los niveles de

análisis, cabe preguntar: ¿En qué sentido esos nexos pueden ser interrumpidos,

distorsionados o subvertidos? (Es claro, por otro lado, que estas caracterizaciones no son

sinónimas con lo cual, ¿qué es en definitiva lo que le sucede a la estructura del signo?)

Con respecto a (c) ya dijimos algo más arriba que podemos continuar a través del análisis

de (d): parecería que se le concede al “proceso de la significación” una lógica o dinámica

propia, independiente de los sujetos de los actos de habla, lógica o dinámica de la

significación en cuyo “interior” (¿qué puede querer decir aquí esa palabra, en qué sentido

es la significación un “espacio”?) reside la “imposibilidad estructural” de la realización

de ese mismo proceso.

Pues bien, tal y como lo presenta Laclau, tendríamos ya aquí las claves fundamentales

para entender en qué consisten o, mejor dicho, cómo son posibles los “significantes

vacíos”. Sin embargo, la idea sigue siendo por lo menos vaga. Laclau parece saberlo, y es

por ello que, dice, “para aclarar el punto” debemos remitirnos a una “consideración

puramente formal”. Veamos:

“Sabemos, a partir de Saussure, que la lengua (y por extensión todas las estructuras

significativas) es un sistema de diferencias; que las identidades lingüísticas –los

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valores– son puramente relacionales; y que, en consecuencia, la totalidad de la

lengua está implicada en cada acto de individual de significación.”

Esto lo podemos aceptar perfectamente, pero luego dice:

“Ahora bien, en tal caso está claro que esa totalidad es un requerimiento esencial de

la significación –si las diferencias no constituyeran un sistema, ningún acto de

significación sería posible” (Ibíd.: 71).

Y con este segundo enunciado comienzan los problemas porque si aceptamos el primer

párrafo los hacemos recordando los principios de la lingüística estructural arriba

esbozados, y eso quiere decir: recordamos que “el sistema de la lengua” es un objeto

abstracto, no significante, puramente formal, que no remite a nada fuera de sí mismo y

que no se encuentra implicado en procesos efectivos de significación. Si fueran estos

últimos los que nos interesaran, ya no se aplicarían los principios de sistematicidad,

totalidad, valores determinados por oposiciones y relaciones, etc., que constituyen el

objeto de la lingüística estructural. Recordemos la cita de Benveniste arriba invocada:

“En sentido estricto, el estructuralismo es un sistema formal. No dice absolutamente nada

de lo que llamamos la significación. La ponemos entre paréntesis”.

Está claro, por otro lado, que el segundo enunciado es falso: se puede pensar

perfectamente (y de hecho creo que le sucede a todo el mundo sin excepción) en alguien

que no conoce la totalidad de las palabras de una lengua dada, que lo admite, que sabe en

consecuencia que no puede o podría conformar “el sistema” de la lengua que habla pero

que sin embargo no tiene ninguna dificultad para realizar actos de significación

perfectamente aceptables e incluso muy complejos. Por otro lado, el principio que

establece que la identidad de los signos está dada por oposición y relación con el conjunto

de los demás signos no se aplica ya a los contenidos semánticos de las expresiones de un

lenguaje natural.xiii En consecuencia, desde un punto de vista semántico (Benveniste) o

pragmático (filosofía del lenguaje anglosajona), ni las diferencias entre los significantes

conforman un sistema ni los actos de significación son imposibles por ello.

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Ahora bien, aclarado el límite de nuestro acuerdo con las citas anteriores (a partir de la

distinción semiótica/semántica aceptamos la primera, negamos la segunda), citemos el

párrafo con el que Laclau concluye su razonamiento (lo que le sigue en este primer

apartado son las consecuencias que extrae), dice:

“El problema es, sin embargo, que si la posibilidad misma de la significación es el

sistema, la posibilidad del sistema es equivalente a la posibilidad de sus límites.

(…) Pero si de lo que estamos hablando es de un sistema significativo, resulta claro

que esos límites no pueden ser ellos mismos significados, sino que tienen que

mostrarse a sí mismos como interrupción o quiebra del proceso de significación.

De tal modo, nos encontramos en la situación paradójica de que aquello que

constituye la condición de posibilidad de un sistema significativo –sus limites– es

también aquello que constituye su condición de imposibilidad –un bloqueo en la

expansión continua del proceso de significación” (Ibíd.: 71 – mis cursivas).

Se pueden constatar en esta cita muchas de las confusiones que ya hemos identificado

más arriba. Una y otra vez “el sistema” –que no puede ser otro que el de le lengua-objeto

del lingüista– se identifica con “la significación” –evento que no puede tener lugar sino

mediante la actividad de significar o, más sencillamente, mediante el hablar. De aquí que

mezcle sin advertir la inconsistencia aquello que sería condición de posibilidad de la

constitución del objeto “lengua” con las condiciones de posibilidad del hablar,

suponiendo entonces que lo que impediría una cosa impediría también la otra. Pero no se

trata sino de una falacia. Sin embargo, antes de continuar, puede ser interesante ver una

reacción a este planteo.

En un Simposio organizado en Paris en 1993 para discutir las relaciones entre el

pragmatismo y la desconstrucción, Ernesto Laclau reconstruyó el planteo saussureano

para fundamentar el concepto de significante vacío siguiendo las líneas que hemos

esbozado, ante lo cual el filósofo norteamericano Richard Rorty contestó a Laclau:

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“estamos de acuerdo en que «el lenguaje es un sistema de diferencias», pero

disentimos cuando él dice que «esa sistematicidad depende (...) de establecer los

límites del sistema, y esto requiere una delimitación de lo que está más allá de esos

límites». No tengo idea de cuáles son los límites del sistema de diferencias que es el

lenguaje, ni cómo es posible tenerlos” (Rorty, 1998: 145).

En principio, estaría dispuesto a compartir sin más esta respuesta típicamente rortyana,

sólo que creo que el problema no es tan complicado, y que se puede avanzar un poco

siempre que respetemos la diferencia entre los niveles de análisis que hemos marcado y

que Laclau ignora sistemáticamente.

Retomando el largo párrafo citado se nos imponen algunos problemas, distintos: por un

lado, (1) mostrar que sí, en efecto, se puede establecer la “sistematicidad” del sistema de

la lengua estableciendo los “límites” de ese sistema. Y (2), se nos impone hacer alguna

reflexión respecto de (a) la posibilidad de la significación, es decir, respecto de la

posibilidad de significar algo con algún grado de univocidad por medio de enunciados

(escritos u orales), y respecto de (b) los posibles límites que encontrará una comunidad de

personas embarcadas en distintos “procesos de significación”. En cualquier caso, no creo

que nos encontremos en ninguna situación “paradójica” en la cual “aquello que

constituye la condición de posibilidad de una sistema significativo –sus limites– es

también aquello que constituye su condición de imposibilidad”.

La pregunta relativa al punto (1) es, entonces, ¿cómo es posible conformar un sistema de

significantes, lo que equivale a señalar sus límites? La respuesta es sencilla. Como vimos,

el sistema de la lengua, en Saussure, está constituido por un conjunto de valores, fonemas

y lexemas, palabras o significantes (aunque estos últimos dos términos introducen cierta

ambigüedad), que adquieren (no un significado sino) un valor, y lo adquieren en función

no de una relación intrínseca con un concepto o referente sino del conjunto de diferencias

que se establecen con el resto de los valores lingüísticos. Ahora bien, la “sistematicidad

del sistema” está dada por el hecho de que los valores lingüísticos son finitos, y que por

tanto las relaciones que entre ellos se puedan establecer también lo son, y pueden ser

determinadas. Lo que está más allá del sistema es, simplemente, todo aquello que no es

un valor propio de un código, o, se podría decir también, una palabra dentro de una

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lengua dada según sus reglas de formación. Dicho de otro modo, la posibilidad de

conformar el sistema de la lengua está dada por la posibilidad de “poner entre paréntesis

el problema de la relación del lenguaje con la realidad” haciendo el “inventario finito de

los fonemas de una lengua dada”, lo cual “sigue siendo cierto en el nivel de léxico, que,

como pone de manifiesto un diccionario unilingüe, es inmenso, pero no infinito”

(Ricoeur, 1999: 42-43). Queda respondido entonces, creo, el primer punto. Cómo se ve,

no parece haber mayores problemas, ni tenemos necesidad de un exterior constitutivo del

sistema de la lengua, ni de una otredad radical, salvo en el sentido banal de que todo

aquello que no es un fonema o un lexema de una lengua L, por ejemplo la madera de que

está hecha una mesa o el líquido que llamamos cerveza, es algo exterior a esa lengua.

Con respecto al punto (2.a), es decir, respecto de la pregunta por las condiciones de

posibilidad, y –podríamos agregar– validez, del uso con sentido del lenguaje para

relacionarnos con el mundo y con otros, es difícil hacer otra cosa más que remitir a las

discusiones actuales en la filosofía del lenguaje. Se trata claramente de una discusión

abierta. Lo que es indudable, sin embargo, es que “la significación” –por ejemplo la de

aquello que se dice en un seminario y la de lo que se dice en este trabajo (excepto en las

citas de Laclau, según su propio punto de vista)– es posible y efectiva, y de ninguna

manera se encuentra afectada por nada que se parezca a una “imposibilidad estructural”.

Ahora bien, la respuesta al punto (2.b), esto es, a la pregunta por los límites que encuentra

toda producción de sentido, me parece que tiene que ver con la estructura de las

actividades humanas en el tiempo. Es simplemente imposible decir todo-ya-ahora. Sin

embargo, la producción de sentido en tanto actividad humana se encuentra en la historia y

como ella está abierta al futuro. Hasta aquí he enunciado una cierta cantidad de cosas.

Con este enunciado extiendo lo que hasta el anterior llevaba dicho. Y así sucesivamente.

Este proceso es irrefrenable e impredecible.

Como sabemos desde Chomsky, la capacidad generativa de una lengua con un

vocabulario finito es infinita, y debe reparase en la verdadera significación de ese dato.

Heidegger y Gadamer han hecho hincapié en la finitud del Dasein, recordándonos con

ello los límites que la propia producción de sentido encuentra. Además, es perfectamente

posible que la especie humana desaparezca, llegando con ella a su fin la producción

colectiva de sentido. Tal vez entonces quepa sí decir que “el sistema de lo significado

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finalmente se cierra”, sin fisuras. Pero mientras tanto, me inclino a pensar con Gadamer

que el lenguaje, y con él “el proceso de significación”,

“no es ningún ámbito cerrado de lo decible al que se yuxtaponen otros ámbitos de lo

indecible, sino que [por el contrario el lenguaje] lo envuelve todo. Nada puede

sustraerse radicalmente al acto del decir, porque ya la simple alusión alude a algo.

La capacidad de dicción avanza incansablemente con la universalidad de la razón.

Por eso el diálogo posee una infinitud interna y no acaba nunca. El diálogo se

interrumpe, bien sea porque los interlocutores han dicho bastante o porque no hay

nada más que decir. Pero esa interrupción guarda una referencia interna a la

reanudación del diálogo” (Gadamer, 2004: 151).

Como se ve, aquí el lenguaje, y los significados producidos mediante el lenguaje, quedan

remitidos a la acción, al acto de decir, al hablar. Es en la actividad donde el significado

adquiere su especificidad y su eficacia. Como diría Wittgenstein, el significado es el uso.

Por lo mismo, el significar es un hacer. Por eso una teoría del fenómeno de la lengua que

no quiera quedar atrapada en las redes del análisis formal que excluye la semántica, que

no confunda la lengua abstracta con la lengua concreta, debe convertirse en una teoría del

hablar (Coseriu, 1988; 1992). En términos filosóficos, el lenguaje se vuelve objeto de la

pragmática porque “una teoría del lenguaje forma parte de una teoría de la acción”

(Searle, 2001: 26).

Y una teoría de la acción debe ser, en mi opinión, también el fundamento de una teoría de

la sociedad, de la historia y de la política. La apelación a la acción, con su estructura

teleológica, con su anclaje situacional y con su remisión a un horizonte abierto y

cambiante de expectativas, permite evitar las concepciones funcionales, sistémicas, de la

sociedad a las que Laclau tanto critica, concepciones que eliminan ilusoriamente la

contingencia que el filósofo argentino quiere siempre hacer presente. No hace falta poner

como condición de posibilidad de un proceso abierto de significación un “exterior

constitutivo”, una “imposibilidad estructural”, un límite que es un más allá del límite y

que se deja ver en “lo radicalmente otro” de la significación. Pero precisamente una teoría

de la acción es lo que en los textos de Laclau echan en falta.

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Conclusión.

Si el argumento que he presentado es correcto, creo que se desprende que –desde el punto

de vista de la lingüística y la filosofía del lenguaje contemporáneas, que parten ambas de

la idea de que el significado es una propiedad del enunciado y no de las palabras aisladas

consideradas en abstracto–, la idea de un “significante vacío”, de un “significante sin

significado”, no tiene sentido. Mucho menos, agregaría, en el campo de la política. Sin

embargo, no tengo muy claro –ni es el objetivo de este trabajo determinarlo– qué se sigue

de ello para el conjunto de la teoría política de Laclau, que no descansa en su totalidad

sobre esta noción, ni mucho menos. El objetivo específico de este trabajo era

simplemente analizar la consistencia del argumento presentado por Laclau en relación

con ese concepto, y es lo que hasta aquí hemos hecho. Laclau y aquellos que quieran

servirse de la noción de significante vacío sacarán, lógicamente, las consecuencias que

les parezcan. Esto no significa que el contenido material de los análisis políticos de

Laclau y/o sus seguidores quede invalidado. Sólo que no es producto de la utilidad

heurística de la categoría de significante vacío pergeñada por el autor de La razón

populista. Si efectivamente ha entrevisto un fenómeno que merece ser conceptualizado,

quizás debería empezar de nuevo porque, para citar una vez más a Tugendhat, “una vez

que se ha planteado mal un problema y que hay prejuicios que impiden corregir el

planteamiento, sólo parece quedar la salida de permanecer en la aparente profundidad de

la paradoja”.

Ciertamente, desde una concepción que hace hincapié en la dimensión pragmática del uso

del lenguaje, en particular de los discursos políticos, la noción de significante vacío

resulta inadecuada para conducir investigaciones empíricas en torno a “luchas

hegemónicas”. Por otro lado, se podría argumentar que el concepto resulta más

interesante desde el punto de vista de la lógica del campo político. Sin embargo, la

asimilación de los procesos político-sociales a combinatorias de significantes (relaciones

de equivalencia / significantes antagónicos) parece condenada a correr la misma suerte

que el estructuralismo (¿o post-estructuralismo?) del cual se nutre.

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i

Notas.

Ignacio Mazzola es Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires,

becario doctoral del CONICET y docente de Filosofía y Teoría Sociológica en la Facultad de

Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. E-mail: [email protected] ii Un punto que queremos señalar antes de comenzar el análisis es el siguiente: en “¿Por

qué los significantes vacíos son importantes para la política?” Laclau no remite a otros trabajos

suyos que uno debería o podría tener en cuenta para comprender, completar o evaluar la

argumentación que nos propondrá. Tampoco remite a trabajos específicos de otros teóricos de los

cuales él hubiera derivado principios, argumentos, pruebas, conceptos. A su vez, cuando en otros

de sus trabajos utiliza la noción mencionada y se excusa por presentarla sólo de manera breve,

remite siempre para mayores aclaraciones al artículo que aquí concentrará nuestra atención. En él

se hallarían las explicaciones necesarias y suficientes respecto del sentido que asigna al concepto.

En consecuencia, parecería que estamos autorizados por el propio autor a considerar

autosuficiente la argumentación que allí se nos presenta. Y así lo haremos. iii Pueden mencionarse también otros autores, como W. von Humboldt, Russell o

Wittgenstein. El “canon” de los ‘fundadores” del “giro lingüístico” del siglo XX varía según las

tradiciones, preocupaciones, etc. iv Nos apoyamos aquí, para la reconstrucción que sigue en el famoso Curso de lingüística

general (Saussure, 2002) así como en los numerosos trabajos de su discípulo Emile Benveniste

compilados en Problemas de lingüística general (Benveniste, 2001). v Para una visión de conjunto de la teoría de Chomsky y sus relaciones con otras escuelas

lingüísticas pueden consultarse: Searle, 1981; Bosque, 1998. vi Aún aquellas escuelas mayormente preocupadas con la “forma lógica” de los enunciados

–Frege, Russell, el primer Wittgenstein, el Circulo de Viena– sabían que a cualquier proposición

analizada habría de sumársele una determinada fuerza –asertórica u otra– para que adquiriera un

significado en la interacción lingüísticamente mediada. En el siglo XX es Frege el primero en dar

carta de ciudadanía a la noción de fuerza. Así lo señala, por ejemplo, Michael Dummett: “His

theory of sense [la de Frege] cannot be seen as separable from the notion of assertoric force. The

sentences of a language could not express the thoughts they do unless they, or related sentences,

were capable of being uttered with assertoric force.” (Dummet, 1993a: 13) Recuérdese en este

contexto que J. L. Austin fue uno de los primeros traductores de Frege al inglés. vii En relación con estos problemas, desde una perspectiva histórica y general, el libro de

Cristina Corredor Filosofía del lenguaje. Una aproximación a las teorías del significado del

siglo XX (Corredor, 1999). También el de M. García Carpintero Las palabras, las ideas y las

cosas (García Carpintero, 1996). Más específicamente, para un análisis histórico y sistemático de

la semántica formal y su necesaria subsunción por la pragmática, el libro de R. Brandom Between

saying and doing. Towards an Analytic Pragmatism (Brandom, 2008). viii Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas denuncian lo que llaman “falacia abstractiva” de la

semántica formal y pretenden que la filosofía del lenguaje adopte el punto de vista de la

pragmática. Véase el artículo de Apel, “La relevancia del logos en el lenguaje humano” (Apel,

1994). Para la posición de Habermas, “Crítica de la teoría del significado” (Habermas, 1990). ix Los capítulos 3, 4, 5, 6 y 7 en: Dummett, 1993b. x El uso de cursivas apunta de destacar las expresiones problemáticas. xi En este caso las cursivas apuntan a destacar las condiciones de adecuación impuestas por

Laclau a su propia propuesta. Sin embargo, no parece quedar claro lo que intenta decir. Podría

tratarse de un problema de carácter expositivo. Dejaremos pasar tranquilamente el último

fragmento del párrafo dado que, por un lado, no sé qué puede querer decir que “los límites

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pudieran significarse [a sí mismos] de modo directo” y, por otro lado, es obviamente falso que

límites internos a la significación no son límites en absoluto. xii “See how high the seas of language run here!”, L. Wittgenstein, Philosophical

Investigations, I, 194. xiii La demostración de este punto sería sumamente extensa pero creo que es intuitivamente

evidente que cuando usamos, en un enunciado con sentido, las palabras “rojo” y “verdad” no hay

“oposición” entre ellas, ni tampoco entre “rojo” y “automóvil”, y mucho menos entre “automóvil”

y “democracia”. Por otro lado, el significado de “democracia” no está dado por sus relaciones con

“átomo”, “verdad”, “automóvil” y “rojo”. Cómo se explica el significado, el contenido semántico,

de las diferentes expresiones del lenguaje natural permanece una cuestión abierta. Sin embargo,

está claro que de la “lingüística naturalista” de Jerry Fodor a la “pragmática inferencial” de

Robert Brandom, pasando por la “semántica puramente extensional de mundos posibles” de

Richard Montague, los principios de la lingüística estructural son abandonados. En relación con

las estrategias posibles de una teoría del significado véanse por ejemplo los trabajos de Michael

Dummett, “What is a theory of language? (I)” y “What is a theory of language? (II)” en:

Dummett, 1993b. También: J. J. Acero, “Introducción: Concepciones del lenguaje”, en: Acero,

1998.

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