los impertinentes

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LOS IMPERTINENTES Edgar Allan Poe HACE algunos años estaba de moda ridiculizar la idea del flechazo en el amor; aunque las personas que piensan, lo mismo que los que sienten profundamente, siempre han defendido su existencia. Los descubrimientos modernos en lo que se puede llamar magnetismo ético o estético, nos ofrecen la probabilidad de que los más naturales, y como consecuencia los más verdaderos y más intensos afectos humanos, son aquellos que surgen del corazón corno por simpatía eléctrica; en una palabra, que las más brillantes y más duraderas de las captaciones psíquicas son las que se afianzan con una mirada. La confesión que estoy a punto de hacer añadirá un ejemplo más a los innumerables que prueban la verdad de mi aserto. Mi narración requiere que yo sea algo minucioso. Todavía soy muy joven, ya que no he cumplido los veintidós años de edad. Mi nombre actual es muy corriente y más bien plebeyo: Simpson. Y digo "actual" porque sólo se me ha llamado así últimamente, pues el pasado año he adoptado legalmente dicho apellido con objeto de recibir una gran herencia que me legó un pariente lejano, el señor Adolfo Simpson. El legado fue hecho con la condición de que tomara d nombre del testador: el nombre de familia, no el de pila. Mi nombre de pila es Napoleón Bonaparte, o, más propiamente, éstos son mi primer y segundo apellidos. Adopté el nombre de Simpson con bastante desagrado, pues por mi verdadero patronímico, Froissart, sentía un muy perdonable orgullo, al creer que tal vez mi origen pudiera remontarse al del inmortal autor de las Crónicas (1). Además, sobre el asunto de los nombres, dicho sea de paso, puedo mencionar una coincidencia singular en lo que se refiere a los nombres de algunos de mis inmediatos predecesores. Mi padre fue un cierto señor Froissart, de París. Su esposa, mi madre, que se había casado a los quince años, era una señorita Croissart, hija mayor de Croissart, el banquero, cuya esposa sólo tenía dieciséis años cuando se casó, y era a su vez la mayor de las hijas de un tal Víctor Voissart. El señor Voissart, muy singularmente, se había casado con una persona de nombre parecido, una tal señora Moissart, tarnbién demasiado niña cuando se casó, y de igual modo la madre de esta señora Moissart sólo contaba catorce años cuando la llevaron al altar. Estos tempranos matrimonios sen algo frecuentes en Francia. Tenemos, pues, a Moissart, Voissart, Croissart y Froissart, todos

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LOS IMPERTINENTES

LOS IMPERTINENTES

Edgar Allan Poe

Hace algunos aos estaba de moda ridiculizar la idea del flechazo en el amor; aunque las personas que piensan, lo mismo que los que sienten profundamente, siempre han defendido su existencia. Los descubrimientos modernos en lo que se puede llamar magnetismo tico o esttico, nos ofrecen la probabilidad de que los ms naturales, y como consecuencia los ms verdaderos y ms intensos afectos humanos, son aquellos que surgen del corazn corno por simpata elctrica; en una palabra, que las ms brillantes y ms duraderas de las captaciones psquicas son las que se afianzan con una mirada. La confesin que estoy a punto de hacer aadir un ejemplo ms a los innumerables que prueban la verdad de mi aserto. Mi narracin requiere que yo sea algo minucioso. Todava soy muy joven, ya que no he cumplido los veintids aos de edad. Mi nombre actual es muy corriente y ms bien plebeyo: Simpson. Y digo "actual" porque slo se me ha llamado as ltimamente, pues el pasado ao he adoptado legalmente dicho apellido con objeto de recibir una gran herencia que me leg un pariente lejano, el seor Adolfo Simpson. El legado fue hecho con la condicin de que tomara d nombre del testador: el nombre de familia, no el de pila. Mi nombre de pila es Napolen Bonaparte, o, ms propiamente, stos son mi primer y segundo apellidos. Adopt el nombre de Simpson con bastante desagrado, pues por mi verdadero patronmico, Froissart, senta un muy perdonable orgullo, al creer que tal vez mi origen pudiera remontarse al del inmortal autor de las Crnicas (1). Adems, sobre el asunto de los nombres, dicho sea de paso, puedo mencionar una coincidencia singular en lo que se refiere a los nombres de algunos de mis inmediatos predecesores. Mi padre fue un cierto seor Froissart, de Pars. Su esposa, mi madre, que se haba casado a los quince aos, era una seorita Croissart, hija mayor de Croissart, el banquero, cuya esposa slo tena diecisis aos cuando se cas, y era a su vez la mayor de las hijas de un tal Vctor Voissart. El seor Voissart, muy singularmente, se haba casado con una persona de nombre parecido, una tal seora Moissart, tarnbin demasiado nia cuando se cas, y de igual modo la madre de esta seora Moissart slo contaba catorce aos cuando la llevaron al altar. Estos tempranos matrimonios sen algo frecuentes en Francia. Tenemos, pues, a Moissart, Voissart, Croissart y Froissart, todos en la lnea de mis ascendientes directos. Mi propio apellido, como he dicho, se ha convertido en Simpson por un acto legal, y con tanta repugnancia por mi parte, que hubo momentos en los que con sinceridad vacil en aceptar aquel legado con su clusula inslita y molesta.

(1) Juan Froissart, cronista francs (1338-1404).

En cuanto a mis dotes personales, no son de ningn modo deficientes. Al contrario, creo que tengo buena figura y poseo lo que el noventa por ciento de las personas llaman un rostro agradable. Mido cinco pies y once pulgadas de estatura. Mi pelo es negro y ligeramente ondulado. Mi nariz es suficientemente aceptable. Mis ojos son grandes y grises, y aunque en realidad resultan dbiles en grado muy inconveniente, sin embargo, nadie podra sospechar ningn defecto en ellos al contemplarlos. Esa misma debilidad siempre me ha molestado mucho, y he recurrido a todos los remedios, excepto al de usar lentes. Siendo joven y bien parecido, naturalmente me desagradaban, y me he opuesto siempre a llevarlos. No conozco nada que desfigure tanto el semblante de un joven o imprima a cada faccin un aire de gazmoera y que le haga aparecer ms viejo. El monculo, por otra parte, produce un efecto de clara vanidad y marcada afectacin. Hasta ahora me las he ido arreglando sin ellos como he podido. Pero tal vez resulten excesivos estos simples detalles personales, que despus de todo son de poca importancia. Me contentar con decir que mi temperamento es sanguneo, temerario, ardiente, entusistico, y que toda mi vida he sido un devoto admirador de las mujeres. Una noche del pasado invierno entr en un palco del teatro P..., en compaa de mi amigo el seor Talbot. Era noche de pera y los carteles anunciaban una atraccin tan extraa que la sala estaba atestada. Sin embargo llegamos a tiempo para coger los asientos delanteros que haban sido reservados por nosotros, y para llegar a los cuales tuvimos que abrirnos paso con los codos. Durante dos horas, mi compaero, que era un fantico de la msica, no quit la atencin ni un momento del escenario, y entre tanto me divert observando el auditorio, que en su mayor parte estaba compuesto de la lite de la ciudad. Cuando me di por satisfecho de ello, iba a volver los ojos hacia la prima donna, cuando quedaron detenidos y clavados en una figura de uno de los palcos privados que haba escapado a mi observacin. Aunque viviera mil aos, nunca podra olvidar la intensa emocin con que observ aquella figura. Perteneca a una mujer: la ms exquisita que yo haba visto jams. Tena el rostro tan vuelto hacia el escenario que durante algunos minutos no pude ver nada de l, pero su contorno era divino; ninguna otra palabra puede expresar sus magnficas proporciones, e incluso la palabra divino se me antoja ridculamente dbil ahora que la escribo. La magia de una bella forma de mujer, el hechizo de la gracia femenina, ha sido siempre una fuerza que me ha sido imposible resistir; pero all estaba la gracia personificada, encarnado el bello ideal de mis ms extraos y entusisticos sueos. La figura, que poda verse casi en su totalidad a causa de la construccin del palco, era de estatura algo por encima de la media y casi se acercaba, sin conseguirlo, a lo majestuoso. Su perfecta plenitud y presencia eran deliciosas. La cabeza, de la, cual slo era visible la parte posterior, rivalizaba en diseo con la de la griega Psiquis, y estaba adornada, ms bien que cubierta, por un elegante sombrero de sutil gasa, que me trajo a la mente el ventum textilem de Apuleyo . El brazo derecho descansaba sobre la balaustrada del palco, y conmovi todos los nervios de mi cuerpo con su exquisita belleza. Su parte superior estaba cubierta por una de esas mangas sueltas y algo abiertas que estn ahora de moda, y que apenas bajaba del codo. Debajo llevaba una tela muy fina ceida al cuerpo, terminando en un puo de rico encaje que caa graciosamente sobre la mano, dejando al descubierto sus delicados dedos, en uno de los cuates brillaba una sortija de diamantes que al momento reconoc como de un valor extraordinario. La admirable redondez de la mueca se pona de manifiesto por un brazalete que la rodeaba, y que tambin estaba adornado y cerrado por un magnfico airn de piedras preciosas, hablando en trminos en los que no puede haber error de la riqueza y del arrogante gusto de quien las llevaba. Me qued observando aquella regia aparicin casi durante media hora, como si de pronto me hubiera convertido en una piedra, y durante aquel perodo sent toda la fuerza y la verdad de lo que se ha dicho o contado sobre el "flechazo". Mis sentimientos eran totalmente diferentes de todos los que haba experimentado hasta entonces, incluso en presencia de los ms celebrados ejemplares de belleza femenina. Una inexplicable atraccin, que me atrevera a llamar magntica, de alma a alma, pareca encadenar no slo mi vista, sino todas mis fuerzas de pensamiento y sentimiento, al admirable ser que tena ante mis ojos. V, sent, me di cuenta que estaba profundamente, locamente, irrevocablemente enamorado, y esto incluso antes de contemplar la cara de la amada. En realidad, era tan intensa la pasin que me consuma que realmente hubiera quedado muy poco mermada aunque sus facciones hubieran sido de un carcter comn; tan anmala es la naturaleza del nico y verdadero amordel amor por flechazo, y realmente tan poco tienen que ver las condiciones exteriores, que slo parecen crearlo y determinarlo. Mientras yo estaba entregado a admirar tan encantadora visin, un repentino alboroto en el auditorio la hizo volver parcialmente la cabeza hacia m, de modo que pude ver todo el perfil de su rostro. Su belleza incluso exceda mis suposiciones, y, con todo, algo haba en l que me desilusionaba sin poder decir exactamente lo que era. He dicho desilusionaba, pero en realidad no es sa la palabra. Mis sentimientos eran, simultneamente, apaciguados y exaltados. Posean menos de transporte y ms de entusiasmada calma, de entusistico reposo. Aquel estado de nimo surga, tal vez, del aire de madonna y matrona de su rostro; y, sin embargo, inmediatamente comprend que no todo consista en eso. Haba algo ms: un misterio que yo no poda descubrir en su semblante, que me molestaba ligeramente, al tiempo que aumentaba en alto grado mi inters. En realidad, estaba precisamente en esas condiciones de alma que preparan a un hombre joven y susceptible para cualquier extravagancia. Si la dama hubiera estado sola, seguramente habra entrado en su palco y me habra declarado a ella, arriesgndome a todo; pero afortunadamente estaba acompaada por dos personas: un caballero y otra mujer de sorprendente hermosura, que pareca ser unos aos ms joven que ella. Yo barajaba en mi mente un millar de planes por los que pudiera obtener, en el futuro, el ser presentado a la seora en cuestin, y de momento, para lograr por lo menos una visin ms clara de su belleza. Yo habra cambiado mi sitio por otro que estuviera ms cerca de ella, pero el lleno del teatro haca imposible mis pretensiones, y aunque las rigurosas normas de la. ..etiqueta ltimamente tenan terminantemente prohibido el uso de prismticos, en un caso como aqul yo incluso los hubiera usado, de haberlos llevado conmigo; pero no los tena y por eso me senta desesperado. Finalmente, pens en recurrir a mi amigo.Talbotle dije, tienes unos gemelos? Djamelos. Unos gemelos! No! Por qu supones que yo iba a necesitarlos? Y se volvi impaciente hacia el escenario.Pero Talbotcontinu, dndole unos golpecitos en el hombro, escchame, haz el favor. Ves ese palco? All! ; no, el siguiente. Has visto alguna vez una mujer tan hermosa?Realmente es muy hermosadijo l.Yo me pregunto quin puede ser.Pero, en nombre de todos los ngeles! , puede que no sepas de quin se trata? No conocerla demuestra que eres desconocido. Ella es la clebre madame Lalande, la belleza del da por excelencia y la comidilla de toda la ciudad. Es inmensamente rica y viuda; un buen partido, que acaba de llegar de Pars.La conoces?S; tengo ese honor.-Querrs presentarme a ella?Con el mayor placer, no faltaba ms. Cundo podra ser?Maana a la una ir a buscarte al B...Muy bien; y ahora cllate, si puedes. Ante esta ltima observacin me v obligado a seguir el consejo de Talbot, pues l permaneci obstinadamente sordo a toda pregunta o sugestin, absorto exclusivamente, durante el resto de la noche, en lo que suceda en el escenario. Entre tanto, yo mantuve mis ojos clavados en madame Lalande, y finalmente tuve la buena fortuna de ver su rostro de frente. Era exquisitamente hermosa, y esto, desde luego, me lo hubiera dicho antes mi corazn aunque Talbot no me hubiera satisfecho del todo sobre este punto; pero aquel "algo" indefinible que me desilusionaba segua turbndome. Finalmente, llegu a la conclusin de que mis sentidos estaban impresionados por cierto aire de gravedad, tristeza o cansancio que estremecan la juventud y frescura de su semblante, aunque para dotarlo de serfica ternura y majestad resultaba que acreca, dado mi temperamento romntico, mi inters por su persona. Mientras se alegraban mis ojos, yo percib al fin, con una gran emocin, y por un movimiento casi imperceptible de la joven, que. haba llegado a darse cuenta de la intensidad de mi mirada. Sin embargo, yo estaba demasiado fascinado y no poda apartar la vista ni por un instante. De nuevo volvi la cabeza, y una vez ms slo v el cincelado contorno de la parte posterior de su cabeza. Despus de algunos minutos, como impulsada por la curiosidad de ver si yo continuaba mirando, se volvi gradualmente y de nuevo se encontr con mi encendida mirada. Inmediatamente baj sus grandes ojos negros y un profundo rubor cubri sus mejillas. Pero lo que ms me sorprendi fue el ver que ella no slo volvi su cabeza por segunda vez, sino que tom de su cintura unos impertinentes, y elevndolos, los ajustaba a su nariz y me contemplaba de lleno, intencionada y deliberadamente, por espacio de varios minutos. Un rayo que hubiese cado a mis pies no me hubiese confundido ms. Confundido solamente, no ofendido ni disgustado en modo alguno, aunque tan atrevida accin por parte de cualquier otra mujer hubiese sido bastante para ofenderme y disgustarme. Pero todo aquello lo hizo con tanta tranquilidad, con tanta nonchalance, con tal reposo, con tan evidente aire de la ms alta educacin, en fin, que nada de simple descaro se poda entrever en ello, y mis sentimientos fueron de admiracin y sorpresa. Observ que en su primera inspeccin pareci haber quedado satisfecha del ligero enfoque de mi persona, y estaba retirando ya los impertinentes cuando, como por una sacudida de un segundo pensamiento, los volvi a coger y continu observndome con la atencin fija, por espacio de varios minutos. Estoy seguro de que por lo menos fueron cinco. Aquel gesto, tan inslito en un teatro americano, atrajo mucho la atencin general, dando pie a un indefinido movimiento o zumbido entre el auditorio, que por un momento me llen de confusin, sin producir ningn efecto visible en el semblante de madame Lalande. Una vez que hubo satisfecho su curiosidadsi es que fue tal cosa, dej caer los impertinentes y tranquilamente volvi a atender al escenario, quedando de nuevo de perfil. Continu observndola ininterrumpidamente, aunque estaba consciente de mi rudeza al hacerlo. Al instante v su cabeza cambiar de posicin lenta, ligeramente, y pronto llegu a convencerme de que la dama, aunque pretenda mirar al escenario, en realidad estaba, observndome atentamente. No os necesario decir el resultado que aquella conducta, de parte de una mujer tan fascinadora, provoc en mi excitable espritu. Despus de escrutarme casi durante un cuarto de hora, el hermoso objeto de mi pasin se dirigi al caballero que la acompaaba, y mientras le hablaba v con claridad, por las miradas de ambos, que la conversacin haca referencia a mi persona. Concluida la conversacin, madame Lalande se volvi una vez ms hacia el escenario, y durante unos minutos pareci absorta en la representacin. De nuevo, y al rato, me v sumido en una agitacin extrema al verla empuar los impertinentes que pendan de su cuello, para enfrentarse conmigo, y sin hacer caso del zumbido del auditorio me inspeccion de pies a cabeza, con la misma milagrosa compostura que anteriormente haba deleitado y confundido mi alma. Tan extraa conducta me dej postrado en una perfecta fiebre de excitacin, en un absoluto delirio de amor, que sirvi ms para envalentonarme que para desconcertarme. Con la loca intensidad de mi devocin, olvid todo menos la presencia y la majestuosa hermosura de la visin que tenan ante s mis ojos. Esperando mi oportunidad, cuando cre que el auditorio estaba ms entusiasmado con la pera, busqu con mi mirada la de madame Lalande, y en el mismo instante le envi un saludo ligero pero inequvoco. Se ruboriz muy profundamente; luego desvi sus ojos y muy lentamente, con precaucin, mir alrededor para ver si mi atrevida accin haba sido advertida, y se inclin hacia el caballero que estaba a su lado. Entonces sent el encendido sentimiento de la inconveniencia que haba cometido; me esperaba nada menos que una explicacin perentoria, mientras una visin de pistolas para la maana siguiente flotaba rpida y desagradablemente por mi cerebro. Sin embargo, fui grandemente aliviado cuando vi que la seora pasaba al caballero un programa sin hablarle, y aqu el lector puede formarse una dbil idea de mi asombro, de mi profunda sorpresa, de mi delirante aturdimiento de corazn y de alma, cuando un instante despus de mirar de nuevo furtiva a su alrededor, permiti a sus ojos brillantes posarse de lleno y firmemente en los mos, y luego, con una dbil sonrisa, descubriendo una brillante hilera de dientes perlinos, hizo dos claras e inequvocas inclinaciones afirmativas con la cabeza. Es intil, desde luego, hacer hincapi sobre mi gozo, sobre mi enajenacin, sobre el ilimitado xtasis de mi corazn. Si alguna vez un hombre se volvi loco por exceso de felicidad, se fui yo en aquel momento. Am. Aqul era mi primer amor, as lo estaba sintiendo. Era un amor supremo, indescriptible. Era un "flechazo", y el flechazo, adems, haba sido apreciado y correspondido. S, correspondido. Cmo ni por qu poda dudarlo un instante? Qu otra interpretacin podra yo dar a tal conducta por parte de una dama tan hermosa, tan rica, evidentemente tan elegante, de tan elevada educacin, tan elevada posicin en sociedad, tan respetable en todos los sentidos, como yo estaba seguro que era madame Lalande? S, ella me amaba ! Corresponda al entusiasmo de mi amor con un entusiasmo ciego, sin compromiso, desinteresado, confiado, y tan totalmente sin lmites como el mo. Pero estas deliciosas fantasas y reflexiones quedaron entonces interrumpidas por la cada del teln. El auditorio se puso de pie, y al instante sobrevino el tumulto de costumbre. Librndome de Talbot repentinamente, me val de todos los esfuerzos a mi alcance para aproximarme lo ms posible a madame Lalande. No pudiendo conseguir aquello, a cuenta del gento, por fin abandon la caza y dirig mis pasos hacia la casa, consolndome a m mismo por no haber podido tocar ni un pliegue de su vestido, en la reflexin de que a la manarla siguiente sera presentado en debida forma por Talbot. La maana lleg por fin; es decir, un da finalmente amaneci, despus de una larga y fatigada noche de impaciencia, y luego de las horas que transcurrieron hasta la una, lentas como una tortuga, montonas e innumerables. Pero lo mismo que se dice que Estambul tendr un fin, as lleg el fin de esta larga demora. El reloj dio las horas. Cuando el ltimo eco ces, me encamin a la calle B... y pregunt por Talbot. Ha salido!dijo el criado del mismo Talbot.Ha salido?le repliqu, retrocediendo vacilante media docena de pasos. Permtame decirle, amigo mo, que eso es del todo imposible e impracticable. El seor Talbot no ha salido, por qu dice usted eso?Por nada, seor; nicamente porque el seor Talbot no est en casa. Eso es todo. Esta maana, nada ms desayunar, tom el coche para ir a S..., dejando dicho que no estar en la ciudad hasta dentro de una semana. Me qued petrificado de horror y de ira. Intent hablar, pero mi lengua se neg a cumplir su oficio. Finalmente, gir sobre mis talones, lvido de rabia y encomendando interiormente a toda la tribu de los Talbot a las ms apartadas regiones de Erebo. Era evidente que no considerado amigo, el fantico, haba olvidado completamente la cita que tena conmigo ; la haba olvidado tan pronto como la hizo. Nunca fue un hombre demasiado cumplidor de su palabra. No haba forma de ayudarle, y as, ahogando mi vejacin como mejor pude, camin tristemente por las calles, proponiendo intiles preguntas sobre madame Lalande a todos los conocidos que encontraba. Todos la conocan de odas, algunos de vista, pero como llevaba slo unas cuantas semanas en la ciudad, eran muy pocos los que pretendan relacionarse con ella, y stos, siendo en su mayora todava extraos, no podan o no queran tomarse la libertad de presentarme con la formalidad de una visita de maana. Mientras yo estaba desesperado de aquel modo, conversando con un tro de amigos sobre el objeto que tena absorbido por completo a mi corazn, sucedi que el objeto mismo pas cerca de nosotros. Cielo santo! Es ella!grit uno. Sorprendentemente hermosa!exclam un segundo. Un ngel sobre la tierra!profiri el tercero. Mir. En un carruaje abierto que se nos acercaba, pasando lentamente calle abajo, iba sentada la encantadora visin de la pera, acompaada por la joven dama que estaba con ella en el palco.Su compaera tambin viste muy biendijo uno de los del tro, que haba hablado por primera vez. Asombrosa!dijo el segundo. Todava conserva su brillo, pues aunque el arte haga maravillas, ella est mejor, palabra!, que cuando la vi en Pars hace cinco aos. Todava es una mujer hermosa. No lo cree usted as, Froissart... quiero decir, Simpson?Todava?dije yo. Y por qu no haba de serlo, si comparada con su amiga, sta es como una vela junto a la estrella de la tarde; un gusano de luz junto a Antares? Ja, ja, ja! Desde luego, Simpson, tienes un tino sorprendente para hacer descubrimientos; descubrimientos nicos, quise decir. Y aqu nos separamos, al tiempo que uno de los del tro empez a tararear una alegre cancioncilla de vodevil, de la cual slo pude entender:Nin, Nin, Nin bas

A bas Nin de L'Enclos (1)

(1) Nin, Nin. Abajo Nin, abajo Nin de L'Enclos. Durante aquella pequea escena, sin embargo, una cosa haba servido grandemente para consolarme, aunque encendi an ms la pasin que me consuma. Cuando el coche de madame Lalande pas junto al grupo, not que me haba reconocido, y adems de ello, me llen de felicidad con la ms serfica de todas las sonrisas imaginables y con seales no equvocas de reconocerme. En cuanto a una presentacin, me vi obligado a abandonar toda esperanza en tanto que Talbot creyera conveniente regresar de la ciudad. Entre tanto, yo frecuentaba perseverantemente todos los lugares de buena reputacin de diversin pblica; y finalmente, en el teatro donde la vi por vez primera, tuve la suerte suprema de encontrarla y de cambiar miradas con ella de nuevo. Pero esto no sucedi hasta transcurridos quince das. En el nterin, yo haba preguntado todos los das por Talbot en su hotel, y una vez y otra me haba desesperado ante el eterno "todava no ha vuelto a casa" de su criado. Por lo tanto, aquella noche en cuestin me encontraba en un estado muy prximo a la locura. Me haban dicho que madame Lalande era una parisiense recin llegada de Pars, y caba la posibilidad de que se volviera a ir repentinamente, antes de que Talbot regresara. Y entonces, no la perdera yo para siempre? El pensamiento era demasiado terrible de soportar. Puesto que de l dependa mi felicidad futura, me resolv a actuar con decisin varonil. En una palabra: nada ms terminar la representacin segu a la dama a su residencia, apunt las seas, y a la maana siguiente le envi una extensa y perfilada carta en la que volqu todo el corazn. En ella habl con osada y con libertad; en una palabra: me explay con pasin. Alud a las romnticas circunstancias de nuestro primer encuentro y a las miradas que nos cruzamos mutuamente. Me aventur tanto como para decirle que estaba seguro de su amor, al tiempo que le ofreca la seguridad y la intensidad de mi devocin, como dos disculpas de mi conducta imperdonable. Como tercera excusa le habl de mi temor de que dejara la ciudad antes de que yo tuviera la oportunidad de una presentacin formal. Conclu, con la ms impetuosa y entusistica epstola jams escrita, con una franca declaracin de mis circunstancias personales, de mis medios de fortuna y con el ofrecimiento de mi corazn y de mi mano. En una angustiosa espera aguard la respuesta. Despus de lo que me pareci el paso de un siglo, lleg. S; realmente lleg. Por muy romntico que todo esto pueda parecer, yo recib una carta de madame Lalande, la bella, la rica, la idolatrada madarne Lalande. Sus ojos, sus magnficos ojos, no haban desmentido su noble corazn. Como una autntica mujer francesa, como era, haba obedecido a los francos dictados de su razn, a los generosos impulsos de la naturaleza, despreciando las convencionales mojigateras del mundo. Ella no haba desdeado mis proposiciones. No se haba refugiado en el silencio. No me haba devuelto mi carta sin abrir, sino que incluso me enviaba una por respuesta y escrita por sus mismos exquisitos dedos. Deca as:"Seor Simpson: Perdonez a m por no escribir la butefulle lengua de su pas tellment como debiera. Hace poco tiempo que he llegado, y todava no he tenido la opportunit para l'etudier. Vid dis escusa por la maniere que yo digo ahora, helas! Seor Simpson, usted ha adivinado ya toda la verdad. Necesito decir ms? Helas! No llevo dicho ya demasiado...?eugenie lalande" (1).

(1) Prrafo escrito en un ingls incorrecto, mezclado con francs en el original. Bes aquella nota de noble espritu casi un milln de veces, y comet por su culpa un millar de extravagancias que ahora se me han olvidado. Sin embargo, Talbot continuaba sin volyer. Ay!, si hubiera podido formarse la ms remota idea del sufrimiento que su ausencia estaba ocasionando a su amigo, no se habra compadecido su naturaleza, habindole movido inmediatamente para consolarme? Sin embargo, todava no vena. Le escrib. Me contest. Le retenan urgentes negocios, pero dentro de poco estara de regreso. Me pidi que no me impacientase, que moderase mis impulsos, leyera libros sedantes y me abstuviera de beber nada ms fuerte que Hock (1), y que buscase los consuelos de la filosofa. El muy tonto! Si no poda venir, en nombre de todas las cosas razonables, por qu no poda haber incluido una carta de presentacin?

(1) Vino del Rin. Le escrib de nuevo, rogndole que me la enviase inmediatamente. Mi carta me fue devuelta por aquel criado, con las siguientes palabras escritas a lpiz en el dorso:"Ayer dej S... y parti hacia un lugar desconocido : no dijo dnde, ni cundo volvera. Me ha parecido lo mejor devolverle la carta, dado que conoca su letra y que usted, ms o menos, siempre tiene prisa.Suyo sinceramente,stubbs." Despus de aquello, es innecesario decir que mand a todas las deidades infernales al amo y al criado, pero de poco vala encolerizarme y ningn consuelo hallaba quejndome. Pero, con todo, an le quedaba un resorte a mi natural audacia. Hasta entonces me haba salido siempre bien, y yo, entonces, resolv beneficiarme de ella hasta el fin. Adems, despus de la correspondencia que se haba cruzado entre nosotros, qu acto poda cometer que fuese considerado como indecoroso por madame Lalande? Desde el asunto de la carta, yo haba tomado la costumbre de vigilar su casa, y debido a eso descubr que, casi al crepsculo, sola ella pasear, acompaada por un negro con librea, por una plaza pblica a la que daban sus ventanas. All, entre la lozana y sombra arboleda, en la triste oscuridad de un suave atardecer de verano, encontr mi oportunidad y me acerqu a ella. Para engaar mejor al sirviente que la acompaaba, lo hice con el aire seguro de un antiguo y familiar conocido. Con una presencia de nimo de autntica parisiense, se dio cuenta en seguida de mi intencin, saludndome con la ms pequea y encantadora de las manos. El criado inmediatamente se coloc detrs, y entonces, con nuestros desbordantes corazones, estuvimos hablando largamente y sin reservas de nuestro amor. Como madame Lalande hablaba el ingls con menos fluidez todava que como lo escriba, nuestra conversacin hubo de ser necesariamente en francs. En aquella dulce lengua, tan adaptada a la pasin, di rienda suelta al impetuoso entusiasmo de mi naturaleza, y con toda la elocuencia de que fui capaz, le ped que consintiera en un matrimonio inmediato. Ante aquella impaciencia, sonri. Cit la vieja historia del decoro -ese espantajo que a tantos detiene para alcanzar la felicidad, hasta que la oportunidad de conseguirla se les ha escapado para siempre. Me hizo saber que yo haba cometido la gran imprudencia de dar a conocer entre mis amigos los deseos que tena de conocerla, lo cual quera decir que yo todava no la trataba, y de ese modo no haba ya posibilidad de ocultar la fecha de nuestro primer encuentro, y luego me advirti, sonrojndose, lo demasiado reciente de aquella fecha. El casarnos inmediatamente sera impropio, sera indecoroso, sera outr (1). Esto lo dijo con un encantador aire de naivet (2), que me embelesaba al tiempo que me apenaba y me convenca. Ella fue incluso ms lejos, acusndomeriendode precipitacin, de imprudencia. Me hizo recordar que realmente incluso no saba quin era ella, cules eran sus planes, sus parientes, su posicin en la sociedad. Me rog, aunque con un suspiro, que recapacitara mi proposicin, y calific a mi amor de apasionamiento, de fuego fatuo, de antojo o fantasa momentnea: creacin inestable e infundada, ms bien de la imaginacin que del corazn.(1) Desmedido.(2) Ingenuidad. Todas estas cosas las deca mientras a nuestro alrededor las sombras del suave atardecer se iban haciendo cada vez ms densas, y luego, con una suave presin de su bella y delicada mano, derribaba en un dulce y nico instante todos los argumentos que ella misma haba levantado. Contest lo mejor que pude, como slo un enamorado autntico puede hacerlo. Durante mucho tiempo, y con perseverancia, estuve hablndole de mi pasin, de su extraordinaria belleza, de mi entusiasmada admiracin. Finalmente, hice hincapi, con una energa convincente, acerca de los peligros que cercan el curso del amorese curso del amor verdadero que nunca se desliza sin dificultades, y de aqu deduje el manifiesto peligro de prolongarlo innecesariamente. Este ltimo argumento pareci, finalmente, suavizar el rigor de su determinacin. Ella se abland; pero todava exista un obstculo, segn dijo, el cual estaba segura que no lo haba considerado convenientemente. Se trataba de un punto delicado para que una mujer insistiese en l de tal manera; sin embargo por tratarse de m, soportara todos los sacrificios. Ella aluda al tpico de la edad. Me daba yo cuentame estaba dando cuentade la diferencia que haba entre nosotros? Que la edad del marido sobrepasara en algunos aos a la de la mujer, incluso quince o veinte, era considerado por el mundo como algo admisible y, en realidad, incluso como acompaada por uno o dos caballeros y de su amiga de la pera se dirigi a la sala principal, donde estaba el piano. Yo la hubiera acompaado, pero senta que, en las circunstancias de mi entrada a la casa, lo mejor que poda hacer era permanecer inadvertido donde me hallaba. As me vi privado del placer de verla, aunque no de orla cantar. La impresin que produca en los invitados pareca elctrica, pero el efecto que produjo sobre m mismo fue todava mayor. No s cmo describirlo adecuadamente. En m, sin duda, surgi en parte el sentimiento de amor con que estaba imbuido, pero principalmente acerca de la conviccin de la extrema sensibilidad de la cantante. Est fuera del alcance del arte dotar a los versos o recitado de una expresin ms ardiente que la suya. Su pronunciacin en el romance de Otelo, el tono que dio a las palabras "Sul mo sasso" en los Cappuleti, todava sigue repitindose en mi memoria. Sus tonos ms bajos eran absolutamente milagrosos. Su voz abarcaba tres octavas completas, extendindose desde el "do" de contralto hasta el "do" sobre soprano, y aunque suficientemente potente para haber llenado el San Carlos, ejecut todas las dificultades de la composicin vocal con la ms minuciosa precisin, ascendiendo y descendiendo escalas, cadencias o fioritures. En el final de la "Sonanmbula" produjo un notable efecto con las palabrasAh!, non giunge uman pensieroAl contento ond'io son piena. Aqu, imitando a la Malibrn, modific la frase original de Bellini, mientras permita a su voz descender hasta el "sol" tenor, y luego de una rpida transicin atac el "sol" triple, saltando un intervalo de dos octavas. Al levantarse del piano despus de aquellos milagros de ejecucin vocal, ella volvi a su sitio junto a m, y entonces yo le expres, en trminos del ms profundo entusiasmo, mi deleite por su ejecucin. No dije nada de mi sorpresa, no dije nada, a pesar de que me hallaba sinceramente sorprendido, porque cierta debilidad, o ms bien cierta trmula indecisin en su voz en la conversacin ordinaria, me haba predispuesto a suponer que no podra cantar con alguna habilidad. Nuestra conversacin fue entonces larga, vehemente, ininterrumpida y totalmente sin reservas. Ella me hizo relatarle mucho de los tempranos aos de mi vida, que escuch con la atencin pendiente de cada palabra. Nada le ocult. Senta que no tena derecho a ocultar nada a su confiado afecto. Alentado por su candor acerca de la delicada cuestin de su edad, entr con perfecta franqueza no slo en los detalles de varios de mis defectos, sino que incluso hice una confesin completa de aquellas flaquezas morales o fsicas cuya declaracin, por exigir un grado ms alto de coraje, presupone tambin una evidencia ms segura de amor. Me refer a mis indiscreciones de colegio, a mis extravagancias, a mis jaranas, a mis deudas, a mis galanteos. Incluso fui an ms lejos, al hablarle de una ligera tos htica que en una ocasin me haba estado molestando; de un reumatismo crnico, un dolor agudo de gota hereditaria, y en conclusin, de una desagradable e inconveniente, pero hasta entonces cuidadosamente oculta: la debilidad de mis ojos. Sobre este ltimo puntodijo madame Lalande riendohas sido indiscreto al confirmelo, porque si no lo hubieras hecho, yo doy por supuesto que nadie te habra acusado de ese delito. A propsitocontinu ella: has recordado algoy aqu, a pesar de la penumbra que nos envolva, poda asegurar que un vivo rubor ti su rostro, has recordado alguna vez, mon cher ami, estos impertinentes que cuelgan de mi cuello? Mientras hablaba, daba vueltas con sus dedos a aquellos mismos con cuyo manejo me haba llenado de confusin en la pera.Me acuerdo perfectamente, ay de m!exclam, apretando apasionadamente la delicada mano que me los ofreca. Formaban un complejo y magnfico juguete, ricamente cincelado, afiligranado, y brillando con joyas que incluso con una luz dbil como aqulla pude ver que eran de mucho valor.Eh bien, mon ami!continu con cierto nerviosismo, de un modo que me sorprendaEh bien, mon ami!, me has pedido ansiosamente un favor que has tenido a bien de calificar sin precio. Me has solicitado en matrimonio inmediato. Y yo, escuchando tus ruegos y aadiendo los deseos de mi propio corazn, podra pedirte un pequeo, un muy pequeo favor a cambio?-Pdemelo!exclam con una energa que casi atrajo hacia nosotros la atencin de los invitados, y conteniendo a duras penas el impulso de arrojarme a sus piesPdemelo, mi amada Eugenia, pdemelo! ; pero, por qu me lo pides, si ya est concedido antes de mencionarlo?Debers vencer, mon amidijo ella, por amor hacia m, esa pequea debilidad que acabas de confesar, esa debilidad ms moral que fsica, y que, permteme que te lo digo, desdice de la nobleza de tu verdadero carcter: tan contradictoria resulta con la sencillez de tu manera de ser, y que si no lo controlas, con toda seguridad, ms pronto o ms tarde, te causar algn serio disgusto. Debes vencer, por mi amor, esa afectacin que te lleva, como t mismo reconoces, a la tcita e implcita negacin de ese defecto de tu vista. Ese defecto, que virtualmente niegas al rechazar el empleo de los procedimientos habituales para corregirlo. Comprenders, pues, que lo que yo deseo es que uses lentes; oh, no me digas nada!, pues acabas de consentir en llevarlos por mi amor. Acepta este juguetito que tengo en mi mano, el cual, aunque sea una ayuda admirable para la vista, tiene poco valor como joya. Vers que con una ligera modificacin..., as o as..., se puede adaptar a los ojos en forma de lentes, o llevarlos en el bolsillo del chaleco, como monculos. Aunque es en la primera forma como has prometido llevarlos habitualmente. Aquella peticin, debo confesarlo?, me llen de confusin. Pero la condicin que llevaba aparejada no dejaba lugar a duda. Est hecho!grit con todo el entusiasmo que pude reunir en aquel momento. Est hecho! ; estoy completamente de acuerdo. Sacrifico todos mis sentimientos por tu amor! Esta noche llevar esos bonitos anteojos como ojos milagrosos sobre mi corazn, pero que la aurora de la maana me conceda el privilegio de llamarte esposa. Los colocar sobre mi nariz y los llevar en ella siempre, en la forma menos romntica y menos elegante que se quiera, pero s en la forma ms til, como t deseas que los lleve. Nuestra conversacin vers luego sobre los detalles y los preparativos para la maana siguiente. Supe por mi amada que Talbot acababa de llegar a la ciudad. Yo ira a verle en seguida y a procurarme un carruaje. La soire no terminara hasta casi las dos, y a esta hora el carruaje estara esperndonos en la puerta. As, en la confusin ocasionada por la despedida de los invitados, madame Lalande podra entrar en el coche sin ser advertida por nadie. Entonces iramos a la casa de un sacerdote que estara esperando ; nos casaramos y nos despediramos de Talbot y realizaramos un breve viaje por el este, dejando al mundo elegante que hiciese la clase de comentarios que juzgase ms oportunos. Una vez planeado todo aquello, me desped inmediatamente, la dej y fui en busca de Talbot; pero, por el camino, no pude por menos de entrar en un hotel con el propsito de contemplar la miniatura, y as lo hice con la gran ayuda de los impertinentes. La expresin era sorprendentemente hermosa. Aquellos ojos resplandecientes y enormes! Aquella soberbia nariz griega! Aquellos rizos abundantes y oscuros! "Oh!exclam para m mismo, maravillado. sta es la viva imagen de mi amada." Volv el reverso y descubr las palabras: "Eugenia Lalande; edad, veintisiete aos y siete meses". Encontr a Talbot en casa, y en seguida le inform de mi buena suerte. Desde luego, se qued bastante asombrado, pero me felicit muy cordialmente y me ofreci cualquier cosa que estuviera a su alcance. En una palabra, cumplimos nuestros planes al pie de la letra, y a las dos de la madrugada, precisamente diez minutos despus de la ceremonia, me encontr en un coche cerrado con madame Lalande, con la seora Simpsonse podra decircorriendo a toda marcha fuera de la ciudad en direccin norte nordeste. Habamos convenido con Talbot que, luego de viajar toda la noche, podamos hacer nuestra primera parada en C..., una aldea situada casi a unas veinte millas de la ciudad, donde tomaramos el desayuno y algn descanso antes de proseguir nuestro viaje. A las cuatro en punto, pues, el coche llegaba a la puerta de la posada principal. Di la mano a mi adorada esposa para salir, y orden que nos trajeran el almuerzo inmediatamente. Entre tanto, nos mostraron un pequeo saloncito y nos sentamos. Era casi de da, y cuando mir con embeleso al ngel que tena junto a m, se me ocurri la singular idea de que aqul era el primer momento, desde que conoc a la celebrada belleza de madame Lalande, en que yo poda gozar de una inspeccin muy de cerca y a la luz del da de aquella hermosura.Y ahora, mon amidijo ella, tomndome la mano e interrumpiendo el curso de mis reflexiones; y ahora, mon cher ami, puesto que estamos unidos indisolublemente, puesto que ya he cedido a tus apasionadas splicas y realizado la parte de nuestro acuerdo, supongo que no habrs olvidado un pequeo favor pendiente, una pequea promesa que me hiciste y que tienes la intencin de cumplir. Ah! Djame ver! Permteme recordar! S!, recuerdo muy bien las palabras con que anoche formulaste la promesa a tu querida Eugenia. Escucha! Fueron stas: " Est hecho! Estoy completamente de acuerdo y sacrifico todos mis sentimientos por tu amor. Esta noche llevar esos bonitos anteojos como ojos milagrosos sobre mi corazn, pero que la aurora de la maana me conceda el privilegio de llamarte esposa. Los colocar sobre mi nariz y los llevar en ella siempre, en la forma menos romntica y menos elegante que se quiera, pero s en la forma ms til, como t deseas que los lleve." stas fueron tus exactas palabras, mi amado esposo, no es verdad?As es; tienes una excelente memoria, y con toda seguridad, mi hermosa Eugenia, no hay por mi parte el menor inconveniente en el cumplimiento de la insignificante promesa que implican. Mira! Aqu estn! Me sientan bastante bien, no es verdad? Acomodados los cristales en su forma ordinaria de anteojos, los coloqu cuidadosamente en su adecuada posicin. Mientras tanto, madame Simpson, luego de ajustarse la capa y cruzar los brazos, se qued sentada muy derecha en la silla, en una postura tiesa, afectada, y en realidad en una posicin ridicula y pretenciosa. Vlgame Dios!exclam casi en el mismo instante que el borde de los lentes toc mi nariz. Vlgame Dios!, pero qu puede ocurrirles a estos cristales? Y quitndomelos rpidamente, los limpi cuidadosamente con un pauelo de seda y me los ajust de nuevo. Pero si la primera vez haba ocurrido algo que me haba llenado de sorpresa, la segunda, esta sorpresa se convirti en asombro, y aquel asombro fue profundo, fue extremo, no pudiendo en realidad estar ms horrorizado. En nombre de todo lo horrible, qu significaba aquello? Podra creer lo que vean mis ojos? Podra? Aqulla era la pregunta. Eran verdad aquellas rojeces? Y qu significaban, qu significaban aquellas arrugas en el rostro de Eugenia Lalande, es decir, Simpson? Oh, Jpiter Tonante, y todos los dioses y diosas, grandes y pequeos, del Olimpo! Qu, qu, qu haba sucedido con sus dientes? Arroj los anteojos violentamente al suelo y me qued de pie, dando saltitos en medio de la habitacin, frente a la seora Simpson, con los brazos en jarras y sonriendo al mismo tiempo que echaba espuma por la boca, completamente mudo de terror y de rabia. He dicho que madame Eugenia Lalande, es decir, Simpson, no hablaba el ingls mejor que lo escriba, y por esta razn nunca intentaba hablar en las ocasiones ordinarias. Pero la rabia puede arrastrar a una mujer a cualquier extremo, y en el presente esa llev a la seora Simpson al extremo extraordinario de intentar mantener una conversacin en una lengua que casi no comprenda.Muy bien, seordijo ella despus de inspeccionarme durante algunos momentos, aparentando un gran asombro. Muy bien, seor!, qu pasa ahora? Le ha dado el baile de San Vito? O tal vez es que se siente defraudado en su trato? Miserable!dije, reteniendo la respiracin. Usted, usted es una miserable, horrible y vieja harpa! Vieja? Harpa? Despus de todo, no soy tan vieja, no tengo ms de ochenta y dos aos. Ochenta y dos!exclam tambalendome hacia la pared. Ochenta y dos mil pares de demonios! La miniatura deca veintisiete aos y siete meses! Es cierto! Eso es! Pero ese retrato fue realizado hace ya cincuenta y cinco aos. Cuando yo me cas con mi segundo esposo, el seor Lalande, fui retratada por mi hija, que tuve en mi primer matrimonio con el seor Moissart.Moissart, dice?S, Moissartdijo ella, imitando mi pronunciacin, que a decir verdad no era de las mejores. Y qu ocurre? Qu sabe usted acerca de Moissart?Nada, vieja mamarracho, yo no s nada de l; slo s que tuve un antepasado de ese nombre hace ya mucho tiempo.De ese nombre? Y qu tiene usted que decir de ese nombre? Es un nombre muy bueno; y Voissart es un nombre tan bueno como se. Mi hija, la seorita Moissart, se cas con un seor Voissart, y ambos nombres son muy respetados.Moissart?exclam, y Voissart! Pero qu es esto, Dios mo? Qu es lo que quieres decir?Que qu es lo que quiero decir? Digo Moissart y Voissart, y adems quiero decir Croissart y Froissart, si me apetece. La hija de mi hija, la seorita Voissart, se cas con un seor Croissart, y luego, la nieta de mi hija, seorita Croissart, se cas con el seor Froissart, y supongo que usted no me negar que es un nombre muy respetable. Froissart!dije, empezando a desmayarme. Has dicho Moissart y Voissart y Croissart y Froissart?

Sreplic ella, reclinndose completamente hacia atrs en su silla y estirando sus miembros inferiores, s; Moissart, y Voissart, y Croissart y Froissart. Pero el seor Froissart era eso que se llama un loco cachn, un loco cachn como usted mismo, pues dej la bella Francia para venir a la estpida Amrica, y aqu es donde tuvo un hijo tan loco como l, o, segn he odo decir, tal vez ms, y an no hemos tenido el gusto de conocerle, ni yo ni mi acompaante, la seora Stephanie Lalande. Su nombre es Napolen Bonaparte Froissart, y supongo que tampoco te parecer muy respetable su nombre. Debido a su naturaleza o a su duracin, el discurso tuvo el efecto de producir en la seora Simpson una pasin extraordinaria, y una vez que lo hubo acabado, salt de su silla con gran trabajo, como si estuviera hechizada, y dejando caer, mientras ella saltaba, un universo de ropas de relleno.Una vez de pie, rechin sus encas, blandi sus brazos, se recogi las mangas, agit sus puos ante mi cara y concluy la representacin desgarrando el gorro que llevaba sobre la cabeza, y despojndose de una inmensa peluca del ms caro y precioso pelo negro, la arroj al suelo, y con taconeo muy cmico se puso a saltar y a danzar sobre ella un fandango, en un angustioso rapto de rabia.Mientras tanto, yo me haba hundido en el silln de donde se haba levantado ella. Moissart y Voissart!repet pensativamente mientras ella se arrancaba uno de los lazos de su hombro, y Croissart y Froissartmientras terminaba con el otro. Moissart, y Voissart, y Croissart, y Napolen Bonaparte Froissart! Sepa, inefable y vieja serpiente, que se soy yo, me oye? se soy yoy en aquel momento me puse a gritar lo ms alto que poda: se soy yo-o-o! Yo soy Napolen Bonaparte Froissart! Y me he casado con mi tatarabuela; que sea maldito eternamente!Madame Eugenia Lalande, quasi Simsonprimeramente Moissartera, aunque cueste creerlo, mi tatarabuela. En su juventud haba sido hermosa, y aun con sus ochenta y dos aos conservaba la majestuosa altura, el perfil escultrico de su cabeza, sus hermosos ojos y la nariz griega de su juventud. Con la ayuda de estas cualidades, los polvos color perla, el carmn, el pelo postizo, los falsos dientes, etc., as como la ayuda de las ms diestras modistas de Pars, se haba dado maa para mantener un papel respetable entre las bellezas un peu passs de la metrpoli francesa. Bien poda considerrsela en este aspecto poco menos que como una segunda Nin de L'Enclos. Era inmensamente rica, y habiendo quedado viuda por segunda vez, sin hijos, se haba acordado de que yo viva en Amrica, y con el propsito de hacerme su heredero haba decidido hacer una visita a los Estados Unidos, acompaada de una pariente lejana de su segundo marido, extraordinariamente bella, una tal seora Stephanie Lalande. En la pera, la insistencia de mi mirada llam la atencin de mi tatarabuela, y al examinarme con los impertinentes, qued sorprendida por un cierto parecido familiar que la impresion. Interesada, pues, y como saba que el heredero que buscaba resida en la ciudad, interrog a su acompaante respecto a m. El caballero que la acompaaba me conoca y le cont quin era. Aquella informacin la oblig a repetir su examen con los impertinentes, y aquel escrutinio fue lo que me envalenton, siendo la causa de que me comportara de la absurda manera que he relatado. Ella me devolvi el saludo, suponiendo que por algn accidente yo haba descubierto su identidad, engaado en realidad por la debilidad de mi vista y las artes de su atavo, con respecto a la edad y encantos de la vieja seora. Yo pregunt entusiastamente a Talbot quin era ella; l supuso que yo me refera a la belleza ms joven, y por eso me inform, dicindome la verdad, que ella era la celebrada viuda madame Lalande. En la calle, a la maana siguiente, mi tatarabuela se encontr a Talbot, un viejo amigo parisiense, y la conversacin, como es supuesto, vers sobre m. Entonces se explicaron los defectos de mi vista, pues eran notorios, aunque yo fuera totalmente ignorante de su notoriedad; y mi buena vieja parienta, entonces descubri, y con mucho pesar por su parte, que se haba engaado al suponer que yo conoca su identidad, y que simplemente haba estado haciendo la tontera de hacerle el amor abiertamente, en un teatro, a una vieja desconocida. Para darme un escarmiento por aquella imprudencia, plane aquel enredo con Talbot. ste, intencionadamente, se ausent para eludir la presentacin. Mis investigaciones por su calle, acerca de la "hermosa viuda madame Lalande", supuso que se referan, por supuesto, a la dama ms joven; y as, la conversacin con los tres caballeros a quienes encontr poco despus de abandonar el hotel de Talbot se explica fcilmente, lo mismo que su alusin a Ninon de L'Enclos. Yo no tena oportunidad de ver a madame Lalande a la luz del da, y en su velada musical, mi tonta debilidad de rehusar la ayuda de los lentes me impidi descubrir su edad. Cuando "madame Lalande" fue llamada para cantar, acudi la dama ms joven; mi tatarabuela, para llevar ms lejos el engao, se haba levantado al mismo tiempo, para acompaarla al piano en el saln principal. Si yo hubiera decidido acompaarla, me habra aconsejado, como cosa ms conveniente, permanecer donde estaba, pero mi prudencia personal vea aquello innecesario. Las canciones que yo tanto admir, y que me haban confirmado de tal modo acerca de la juventud de mi dama, fueron ejecutadas por madame Lalande. Como culminacin de la broma se me regalaron los impertinentes que haban de hacer patente el engao. Este regalo me proporcion una oportunidad de aprender una leccin sobre la afectacin que se me pretendi dar. Es casi superfluo aadir que los cristales del instrumento que usaba la anciana seora los haba cambiado por un par mejor adaptado a mis aos. En realidad, se adaptaron muy bien. El sacerdote, que simplemente pretenda atar el nudo fatal, era un compaero muy alegre de Talbot, un ministro. Se trataba de un excelente bromista, que cuando se quit la sotana, se puso una enorme librea para conducir el coche de alquiler que llev a la pareja feliz fuera de la ciudad. Los dos bribones, puestos de acuerdo, a travs de una ventana medio abierta que haba en el saloncito trasero de la hostera, se estuvieron divirtiendo, riendo entre dientes ante lo que pareca ser el desenlace del drama. Creo que me ver forzado a desafiarlos a ambos. Sin embargo, no soy el esposo de mi tatarabuela, y sta es una reflexin que me proporciona un infinito alivio; pero soy el esposo de madame Stphanie Lalande, con la cual mi querida abuela, despus de hacerme heredero universal para el da en que muera, si es que lo hace alguna vez, se ha tomado la molestia de arreglarme la boda. En resumen: me he despedido para siempre de las cartas de amor, y jams nadie me ver sin anteojos.