los hombres sin rostro

Upload: capnemo

Post on 28-Oct-2015

40 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • 117 Atenea 488II Sem. 2003

    RESUMEN

    Una de las claves de acceso a Desengao y reparo de la guerra del Reino de Chile de Alonso Gonzlezde Njera se revela cuando se percibe que el poder que despliega el texto niega todo signo dehumanidad al indio, produciendo aquellos que singularizan a ste como brbaro inhumano ymonstruoso. En este momento, la escritura privilegia el poder de dar muerte al peligro biolgico,encarnado en la figura del indio, es decir, el racismo como mecanismo de relacin con la alteridad.

    Palabras claves: Literatura chilena colonial, poder y produccin del otro, escritura y racismo.

    ABSTRACT

    One of the keys to understanding Alonso Gonzlez de Njeras Desengao y reparo de la guerra delReino de Chile appears when one realizes that the power displayed by the text denies any sign ofhumanity in the Indian, by making him an inhuman, monstrous and barbaric character. In this part,the writing gives preference to the power of killing the biological danger, embodied by the Indiansfigure, that is, the racism as a mechanism of relationship with the otherness.

    Keywords: Colonial chilean literature, power and production of the other, writing and racism.

    Recibido: 09.09.2003. Aprobado: 22.12.2003.

    LOS BARBAROS NO TIENEN ROSTRO

    Durante el siglo XVI y XVII, la expansin territorial espaola con-vierte al Nuevo Mundo en un espacio proclive a la irrupcin deldeseo. Desde los relatos de Coln comienza a gestarse una dimen-

    Escritura y racismo en Desengao yreparo de la Guerra del Reino de Chilede Alonso Gonzlez de Njera*

    Los hombres sin rostro.

    EDSON FANDEZ V.**

    *Trabajo escrito en el marco de los estudios sobre Literatura Colonial que desarrolla el grupode investigacin MECESUP UCO / 0203.

    **Alumno del Programa de Doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad deConcepcin. E-mail: [email protected]

    117 Atenea 488II Sem. 2003pp. 117-134

    ISSN 0716-1840

  • 118Atenea 488II Sem. 2003

  • 119 Atenea 488II Sem. 2003

    sin que se imagina no codificada ni formalizada; es decir, una zona cuyosigno distintivo es la ausencia de lmites o de barreras que dificulten el reco-rrido de los flujos deseantes de Occidente as lo comprueba, por ejemplo,la abundancia de relatos utpicos escritos en Europa, que perciben al mun-do descubierto como el territorio adecuado para sus visiones de socie-dad1. Desde esta entrada, las conquistas fsica y espiritual desplegaron unaserie de mquinas mquinas de guerra, de escritura, de evangelizacin,econmicas, polticas2, las que, eventualmente, operaron conectadas entres, como ocurre en La Araucana de Alonso de Ercilla y Ziga, donde lamquina de escritura pica entra en contacto con la mquina de guerraimperial, la mquina religiosa y una mquina poltica que empuja al textoa cuestionar los mviles, los mandos y los actos de guerra. Las mquinas,en cuanto agenciamientos concretos de la mquina abstracta imperial, ope-ran sobre fuerzas que dificultan el despliegue de sus deseos. Una de esasfuerzas obstinadas la constituye el indio; sobre l, las mquinas se empea-ron en producir la borradura de su humanidad o la inscripcin de un ros-tro. En este proceso de anulacin o de rostrificacin, las claves que entreganlas mquinas de escritura resultan fundamentales. Desengao y reparo de laguerra del Reino de Chile de Alonso Gonzlez de Njera y Cautiverio feliz deNez de Pineda y Bascun cifran con exactitud el problema. El primertexto borra la humanidad del indio; mientras que el segundo le otorga hu-manidad. Las historias de cautiverio de espaoles entre indios de guerraen el Reino de Chile pueden visualizarse en esta direccin. Segn GilbertoTrivios, estos relatos, insertos en los textos coloniales, son factibles declasificarse en relatos de crucifixin o en relatos de las finezas brbaras3.

    1Pedro Henrquez Urea escribe: Cuando Toms Moro busc un rincn apartado y seguro dela tierra donde levantar su Utopa (1516), escogi deliberadamente una isla incierta, visitada porun compaero imaginario de Vespucio. El ideal utpico, una de las grandes invenciones del geniogriego, una de las ms bellas flores de la cultura mediterrnea, no poda dejar de tener un nuevobrote en el Renacimiento; fue descubierto nuevamente junto con el Nuevo Mundo. Maquiavelodescribe la Europa poltica tal cual es; Moro, que no la encontraba de su gusto, concibe una perfec-ta politeia y la sita en tierras nuevas, no corrompidas todava. Siguiendo su ejemplo, Campanellalevanta su Ciudad del Sol (1623) en otro pas incierto situado al sur del Ecuador, pero le da algunosrasgos que toma, probablemente, de la civilizacin azteca o de la incaica. Bacon lleva su NuevaAtlntida ms lejos todava de la realidad, pero es significativo el que sus habitantes hablen espa-ol (1954: 20).

    2Antonio Bentez Rojo estudia la mquina flota caribea, inventada por Pedro Menndez deAvils, como mquina de mquinas: Era una mquina integrada por una mquina naval, unamquina militar, una mquina territorial, una mquina geo-poltica, una mquina burocrtica,una mquina comercial, en fin, por todo un descomunal parque de mquinas que no vale la penacontinuar identificando. Lo nico que importa hasta aqu es que era una mquina caribea, unamquina instalada en el mar Caribe y acoplada al Atlntico y al Pacfico (Bentez Rojo, 1986: 119).

    3Dos grandes grupos narrativos se oponen polmicamente en el proceso colonial dereelaboracin de la figura del brbaro que resiste la dominacin: 1) relatos de crucifixin (literal osimblica) de los cautivos. La historia de cautiverio deviene en estos casos descenso a los infiernos,monstruosa inversin del mundo o estado infelicsimo absolutamente mucho peor que el de los

  • 120Atenea 488II Sem. 2003

    En los relatos de crucifixin, el araucano se carga de negatividad, deviene enbrbaro inhumano, ya que martiriza al cautivo; en los relatos de las finezasbrbaras, el indio establece vnculos con el cautivo, por lo cual ste, a partirdel poder de la palabra, le concede un rostro, un alma. La grande felicidad(1863: 439) que alcanza el cautivo en Cautiverio feliz provoca que se ampli-fiquen los signos positivos del indio, llegando a ser idealizado como agentede dicha, lo que confiere al texto un mayor grado disolvente en su relacincon los relatos de la figuracin inhumana del indio4. El texto de Nez dePineda y Bascun es comparable, en este sentido, a los momentos felices dela vida entre los indios, relatada en Naufragios, de Alvar Nez Cabeza deVaca.

    Por las mquinas de escritura el poder se desplaza, intensificando losproyectos transformacionales que integran, fenmeno que se advierte cuandose comprende, por ejemplo, que en la escritura escatolgica y utpica delperodo est presente la idea de transformacin, (aunque) las escatolgicasesperan una consumacin sobrenatural, (y) las utopas implican un planracional o al menos una imagen constructiva (Gngora, 1998: 223). Cual-quiera sea la clave de escritura en que el deseo se actualice crnicas, cartas,epopeyas, declaraciones, memorias, historias generales, desengaos, staes inseparable de la negacin o la invencin del rostro del otro: Una nebu-losa se cruz por sus ojos; aparecieron imgenes difusas de hombres toda-va no hombres, de bestias, animales, salvajes o nios, que se movan en unambiente extrao y cuyas costumbres chocaban con la religin que creannica y verdadera (Pinto, 1991: 61). Las mquinas de escritura, mediatizadaspor el poder dominante que intentan expandir y perpetuar, declaran verda-des generales y subjetivas acerca del indio. Ellas han vaciado, silenciado, ol-vidado o desconocido, las formas de subjetivacin preexistentes; han borra-do los pliegues que dibujaban otras posibilidades de ser; han anulado a lastribus y sus enigmas para inscribir nuevos pliegues generadores de inhuma-nidad o de un rostro inacabado que la disciplina religiosa y social ha decompletar. El poder, entonces, seala la inexistencia del otro al separarlo desu origen y reterritorializarlo en una imagen por l creada: nueva y atrozviolencia ontolgica que impone sobre la borradura de la heterogeneidad

    israelitas en Egipto. Las obras ms representativas de este modo de figuracin, que produce elcomn parecer occidental sobre el cautiverio de cristianos entre brbaros, son Desengao y reparode la guerra del Reino de Chile de Alonso Gonzlez de Njera, la Declaracin de Juan Falcn eHistrica relacin del Reyno de Chile de Alonso de Ovalle. 2) relatos de las finezas brbaras. Elcautiverio es aqu un fenmeno de transferencia y de aprendizaje mutuo, que quita al espaol susaristas de usurpador y lo convierte, por la fuerza de las cosas, en simple prjimo del indio (Con-cha, 1986:7). Los grandes textos del siglo XVII que narran este milagro cultural son la Historiageneral del Reino de Chile, Flandes Indiano y el Cautiverio feliz de Francisco Nez de Pineda yBascun (Trivios, 2000: 81-82).

    4Problemtica en la que tambin se ha detenido Trivios.

  • 121 Atenea 488II Sem. 2003

    del indio el vaco o una infra-alma. La imagen del indio, su verdad, en lostextos del perodo es un producto del poder; sus misterios, la otra verdad,yacen sepultados y doblegados por los deseos transformacionales quesubyacen a las mquinas de conquista.

    En Brevsima relacin de la destruccin de las Indias, Bartolom de lasCasas, quien prolonga la querella de Fray Antn de Montesinos, produce elrostro indio cifrndolo en la expresin ovejas mansas (1966: 34); Alonsode Ercilla, en su poema sobre la conquista del Reino de Chile, dice de lagente de Arauco: es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa (1970:30). En los discursos que comienzan a configurarse en Puerto Plata o en lafrtil provincia y sealada, se asigna un rostro funcional que facilita la in-clusin del indio en los proyectos evangelizador y pico que las mquinasde escritura, respectivamente, desarrollan. El poder ha iluminado al indio,concedindole un rostro. En Desengao y reparo de la guerra del Reino deChile, la inclusin se repliega para que la exclusin se manifieste. No hayrostro del indio, slo cuerpos abandonados por el poder:

    es gente indigna de llamarse racional, porque es ajena a toda virtud, hechi-cera, supersticiosa, agorera, sin justicia, sin razn, sin verdad, sin concienciay sin alguna misericordia, ms que crueles fieras, y principalmente sin Dios,pues no lo conocen ni guardan alguna religin, y esto se puede decir que lohacen por no tener que servir ni obedecer a otros que a sus vientres (45)5.

    Parceme que basta lo referido para que se conozca el empedernido nimodesta infernal nacin, porque como las crueldades deben ser aborrecidas delpiadoso sentimiento cristiano, as no menos ofender el orlas que son entanto extremo inhumanas (...) Para lo cual deseo que se entienda que sonestos brbaros de naturaleza tan inclinada a derramar sangre y comer carnehumana, que no se encarece todo lo que se debe su crueldad, en llamarloscrueles fieras; porque a ellas les falta el discurso y luz de la razn (60).

    No se abstiene en comer cosas asquerosas y an ponzoosas: el ms limpioindio o india se come los piojos propios y ajenos cuando se espulgan unos aotros como las monas (265).

    Frente a la imagen de las mansas ovejas, producida desde el imaginariocristiano del dominico, o a la visin del injusto y horroroso castigo aCaupolicn, que perturba a Ercilla, Gonzlez de Njera promueve la ima-gen de las crueles fieras que se solazan en la negacin de los cdigos quesingularizan lo civilizado. La imagen del buen salvaje y del brbaro terri-ble, presente ya en los relatos de Coln a partir de la imagen de los tanosy de los caribes, dicotomiza los efectos del poder sobre los naturales en los

    5Todas las citas referidas a Desengao y reparo de la guerra del Reino de Chile van acompaadasslo del nmero de pgina.

    Caupolicn

  • 122Atenea 488II Sem. 2003

    textos de la poca. Equivalen a los dos polos fundamentales de la produc-cin deseante en el territorio del Nuevo Mundo. Corresponden al efecto, noobstante, de mquinas escriturales dismiles. En Bartolom de las Casas, lamquina de escritura se conecta a una mquina de evangelizacin su m-quina deseante intenta desplegar un proyecto cristianizador, a pesar de losimpedimentos materiales y la profusin de deseos alternos que obturan supraxis; de esto deriva el que la escritura del religioso pueda signarse comoescritura de la guerra poltica (los espaoles corruptos son las fieras bes-tias), es decir, de la disputa, mediante mquinas concretas, entre mquinasdeseantes6. En Ercilla, la mquina de escritura se conecta a una mquinade guerra que no puede despojarse de los niveles tico-literarios inmanentesal sueo de la guerra justa su mquina deseante no puede metamorfo-searse en funcin del descubrimiento de los horrores de la guerra y de losestragos del poder, lo que hace desplazarse a la escritura desde sus centrosgrvidos hacia bordes ingrvidos, desde zonas molares hacia espacios mole-culares, donde la mquina de escritura termina por estropearse deviniendoen mquina de errancia, en mquina de llanto. En Gonzlez de Njera, lamquina escritural est conectada a una mquina de guerra, que crece enfuncin de su objetivo y no de los medios. Es en este ltimo caso dondepuede observarse al texto consumindose en y por sus fines, convirtindoseas el acto de escribir en un arma de exterminio. La escritura revela su m-quina deseante: el libro como mquina de racismo.

    De conocimiento general es el acoplamiento que se establece entre lamquina de guerra y la mquina religiosa; la espada y la cruz se unen parasobre-codificar al Nuevo Mundo, procurando territorializar las formasimperiales. El texto de Bartolom de las Casas, no obstante, evidencia lacrtica a las estrategias de ejecucin de la conquista fsica y administrativa,que sustraa cuerpos, desvindolos del llenado o sobreplegamiento evan-glico. En este contexto, como lo ha estudiado Mario Rodrguez, estos en-frentamientos evidencian la otra guerra, la guerra poltica interna, en la quelas diversas fuerzas del imperio pugnan por el control territorial: Aqu estpresente la idea de una guerra poltica interna que nos llevar a concluir quela poltica retratada en los textos coloniales es la continuacin de la guerrapor otros medios (2001: 8). Los textos escritos en el Reino de Chile narranel enfrentamiento entre la mquina de guerra imperial espaola y la mqui-na de guerra nmade de los mapuches, pero tambin dan cuenta de las hos-

    6La visin de la conquista del dominico est en relacin con una mquina deseante que concibela funcin espaola en el Nuevo Mundo, citando a Hernn Vidal, slo como cristianizadora. Vidalsostiene que Las Casas excluye otras formas de relacin con los naturales, lo que viene a demostrarlas disputas internas en el bando espaol, la guerra entre mquinas deseantes. Esta disputa va a traerdos efectos conocidos: las Nuevas Leyes de 1542, que determinaron finalmente la situacin de losindios; el otro, las doctrinas jurdicas expuestas en la Universidad de Salamanca por Fray Franciscode Vitoria, el reformador de la teologa y de la teora poltica (Henrquez Urea, 1954: 23).

  • 123 Atenea 488II Sem. 2003

    tilidades, las pequeas venganzas, las crticas internas, el duelo entre consig-nas que recorren el bando espaol. Esa guerra interna, me parece, es el re-sultado de disturbios en el interior de las mquinas y en su acoplamientocon otras de naturaleza diferente, lo que posibilita la visualizacin de fuer-zas que lidian por imponer su verdad: fractura de bloques, desconexin demquinas. La lectura que lleva a cabo Gonzlez de Njera, acerca de losmtodos empleados en la Guerra de Arauco, representa una crtica a la esca-sa visin de los mandos de la mquina de guerra imperial, quienes no hanempleado estrategias adecuadas para terminar con la resistencia mapuche;por otro lado, una crtica a la administracin que se ha empeado en alcan-zar mediante la pacificacin el dominio territorial. Lo anterior signa a lamquina escritural como mquina poltica que proyecta imponer la ma-nera como se ha de acabar la conquista de Chile (XIV). Enfrentamientoclaro entre la mquina escritural y las mquinas de guerra y administrativa.Pero la guerra poltica del texto no se detiene ah, las mquinas escrituralestambin son cuestionadas; ste es el caso de La Araucana, por la imagennoble que produce del indio, o de Arauco domado, por la adjetivacin erra-da que ensea su ttulo. Las mquinas escriturales, desde la perspectiva deGonzlez de Njera, han contribuido a distorsionar la realidad, por lo quenada han informado: Hall tan poca noticia de cosas tan dignas de ser sabi-das, que me movi ardiente deseo de hacerlas notorias cuantos las ignora-ban, considerando era menos inconveniente el darlas yo a entender con migrosero y mal limitado estilo, antes que el dejarlas sepultadas en el olvido,como siempre lo han estado (I)7. Pero tambin subyace la anulacin de laposibilidad de la evangelizacin del indio, es decir, la desconexin de la m-quina de guerra y la mquina religiosa, cuestin que me parece relevante.

    La tensin que se expresa entre las mquinas de conquista se resuelve enla disputa de los cuerpos. Los cuerpos de los naturales estn en el centro dela contienda, configuran la materia no formada ni formalizada con la quetrabajan las diversas mquinas imperiales: la informe materia del sueo delas mquinas deseantes. Gonzlez de Njera, el soldado, eleva la conquistafsica, la propone como estrategia esencial para dominar a los indios y a latierra en el Reino de Chile; por tal motivo, arroja sobre el cuerpo del araucanolos semas constitutivos del brbaro, lo que imposibilita la produccin depliegues religiosos en l.

    7Efectivamente, los textos del perodo nada informan, nada comunican. El riguroso apego a larealidad es la estrategia de validacin del discurso empleada por Gonzlez de Njera recursogeneralizado en la poca; sin embargo, slo algunos momentos de algunos textos que se fractu-ran o que mutan en su desarrollo muestran lo mltiple, lo heterogneo y la incesante conjuga-cin de flujos que dan cuenta de la vida en el Reino de Chile vuelvo a sealar los momentosfinales de La Araucana. No hay comunicacin, slo consignas que arrebatan la humanidad aunos para imponer la presencia de otros. No hay realidad, en estos textos, slo efectos de poderque rostrifican, anulan, producen una ilusin de realidad o rotundas y artificiales verdades.

  • 124Atenea 488II Sem. 2003

    El otro, el brbaro, que construye el texto cifra los signos negativos que larazn civilizada desea expurgar. Construccin de un ser monstruoso que sedefine por la violacin de las leyes de la sociedad y de la naturaleza(Foucault, 2000b: 61). El indio es el monstruo; instalado en el lmite de loposible, transgrede las leyes de los hombres y las leyes de Dios. El es la evi-dencia de un extremo impensable, del desorden obsceno, del peligro para lacontinuidad del orden jurdico y biolgico del Estado. En trminos jurdi-cos, el indio representa la ruptura de la ley que organiza el pensamientooccidental; en trminos biolgicos, su alteridad tnica constituye frente ala posibilidad de su inclusin la fractura de la regularidad racial del siste-ma dominante. Es en este punto donde se observa que el que come lospiojos propios y los ajenos, el que carece de toda virtud, el que derramasangre y come carne humana, no puede ser corregido por el evangelio, sumonstruosidad y demnica condicin as lo aseguran.

    Pues comenzando por las cosas de la fe, en cuanto a las nuestras exterioresque son las que se pueden juzgar que hacen los indios, digo, que se les pegantan mal todas ellas, que en cuanto a lo primero es llevarlos como por loscabellos a que se junten a rezar la doctrina y oraciones como lo acostum-bran all todas las familias de espaoles, para doctrinarlos cada noche en susmismas casas; y esto hacen an los que son nacidos y criados en ellas (...)Ejemplo es ste, para que se vea ms claro el odio que tienen estos brutoshombres a las cosas de nuestra religin por las cosas que tengo dicho atrsles prohbe de sus vicios. Y esto basta para prueba de cuan mal la toman losindios (261-2).

    El mapuche que resiste ha sido mostrificado en el relato de AlonsoGonzlez de Njera. Ser que es construido con fragmentos terribles, parteso piezas, que son propiedad de su creador8. Desde esta perspectiva, su nicodestino posible es la muerte. La ausencia de rostro del indio le impide parti-cipar de la vida, puesto que en ella slo lo identificable, lo rostrificado, pue-de desarrollarse. El indio devenido en brbaro, en monstruo, a partir de lairrupcin violenta del discurso y del poder, es una fuerza imposible de dis-ciplinar y regularizar; desviar la fuerza en resistencia, desde la beligeranciahacia la paz y el orden que acompaan a la asimilacin de los cdigos cris-tianos, por lo mismo, resulta ilusorio. El mapuche deja de ser aquel queposee la capacidad y (el) entendimiento para comprender los misterios denuestra santa fe catlica (1863:195), segn se refiere en Cautiverio feliz,para transfigurar en fuerza intil e indcil, impropia para la sobre-codifica-cin religiosa. As, Gonzlez de Njera tapona los flujos que conectan sumquina escritural y guerrera con la mquina de evangelizacin. Slo los

    8El monstruo es el monstruo espaol: el otro es l.

  • 125 Atenea 488II Sem. 2003

    flujos de la mquina de guerra, slo la muerte del monstruo, del enemigo dela fe, puede traer el orden ausente, la instalacin de las ciudades, los centrosde gravidez de los que carece el Reino de Chile; slo el exterminio de la otraraza facilitar la implementacin de las estras que terminarn con el in-trincado laberinto del Reino y lo convertirn en una extensin del Imperio.De esta manera, arrebatando los cuerpos de los naturales a la mquina deevangelizacin, el proyecto de exclusin, encierro y exterminio, explicitadoen Desengao y reparo de la guerra del Reino de Chile, puede concretarse.

    En otro momento, Gonzlez de Njera se detiene en la capacidad de tra-bajo del indio:

    Y pues tan experimentado lo que en tal caso valen los indios, los estancieroso capataces, que son los que ms tratan con ellos, dado que aunque seanmestizos o mulatos, y an sus mismos amos, mil veces pierden la pacienciacon ellos, as para sacarlos de sus ranchos o chozas para el trabajo, comopara que usen de alguna diligencia en lo que se les manda, lo cual se echabien de ver en la obra y cuidado de comenzarla tarde y dejarla temprano. Yen fin es en todo tan ruin servicio el de los indios, que por el mismo caso queconocen la necesidad que tienen dellos sus amos, les dan primero mil dis-gustos, para lo que han de hacer (266).

    La lgica aristotlica de utilizacin de la energa de grupos inferiorescomo energa para el trabajo, a partir del estatuto jurdico de la esclavitud,provoc que los naturales fueran utilizados en labores de produccin queincrementaban las riquezas del Imperio9. El indio pas a constituirse en lamano de obra fundamental en el trabajo de las minas, de las haciendas y delos campos tambin en labores atingentes a la guerra. Cuando en el textose lee que son los indios en general haraganes y flojos (41) y que slopueden realizar un ruin servicio, la estrategia textual se orienta a la exclu-sin del indio de funciones productivas, de tal forma que la fuerza indgenapueda ser sustrada a la mquina econmica. Dentro de los signos distinti-vos del brbaro independientemente de si ste es amigo, esclavo o guerre-ro existe uno que lo desacredita como fuerza de trabajo y lo cualifica comofuerza obstinada, disminuida en trminos econmicos de produccin. Lautilidad que pueda prestar el indio en el desarrollo econmico es insignifi-cante, por lo que se dificulta su incorporacin social. El poder ha oscureci-do toda posibilidad de pensar al indio como una fuerza til para las expec-tativas de la mquina econmica; el poder no le concede un lugar, ni siquie-ra el ms bajo, en la red sistmica. Gonzlez de Njera intuye los riesgos quese desprenden de la evaluacin negativa realizada y de la expropiacin de

    9La reina Isabel decreta en el ao 1500 que los indios del Nuevo Mundo no seran sometidos aesclavitud, sino a vasallaje, dictamen que no trae consigo diferencias sustantivas con la esclavitudpor naturaleza sealada por Aristteles.

  • 126Atenea 488II Sem. 2003

  • 127 Atenea 488II Sem. 2003

    cuerpos y energa que, por disposiciones legales, le corresponden a la m-quina econmica imperial, por lo cual ofrece una alternativa. La sustraccinde los cuerpos intiles e indciles de los brbaros, su eliminacin comofuerza de trabajo, trae como correlato un reemplazo econmicamente via-ble con la incorporacin de una fuerza exgena al territorio de Chile, a sa-ber, los negros. Este grupo puede alcanzar los tres signos de los que carece elindio, me refiero a la cristiandad, lealtad y domestiquez (260) que confi-guran el rostro de la sumisin del negro producido en el relato. Los esclavosnegros, que son dciles y ingeniosos amigos de aprender habilidades (265)integran un grupo que puede definirse como una fuerza no obstinada, porlo tanto, amplificada en trminos econmicos de produccin. Sin embargo,el reemplazo de la mano de obra para Gonzlez de Njera debe ser transito-rio. Se comprende eso cuando el discurso ensea su verdad ms siniestra, laexclusin absoluta de las razas diferentes, su racismo:

    Los cuales negros se podrn ir llevando a aquel reino, por el fcil modo quemuestro adelante, donde pruebo cuanto ms seguro, til y agradable servi-cio ha de ser a los nuestros que el de los indios. Y al fin, como el tiempo traelas cosas al ltimo centro de su permanente asiento, yo no dudo sino quevern a lo largo con el mismo tiempo a haber en aquella tierra labradoresespaoles, de la manera que los hay en Espaa y en cada provincia de Euro-pa de su misma nacin, sin que se hayan de servir siempre de esclavos (253).

    La mquina de escritura dibuja sobre el indio signos; produce el archivominucioso que hace surgir al brbaro monstruoso, quien carece de rostro yde alma. El texto crea as la materia necesaria para que se ejecuten los deseosde su mquina de guerra, ahora conectada a una mquina de exterminio.Arrebata los cuerpos a las mquinas de escritura, de evangelizacin, de pro-duccin econmica, evidenciando la guerra interna. Clama a Su Majestadpor esas formas monstruosas, por esas desviaciones a la norma, por esasfuerzas que resisten y rehsan el congregarse en pueblos (48), por esoscuerpos semidesnudos dados a la embriaguez (43). La mquina de racis-mo, en implcita oposicin a las expectativas del Imperio, ya que los indioseran bienes que no convena malgastar (Paz, 1978:72), exige el cuerpo delos brbaros, para limpiar el reino de ellos (253).

    MAQUINA DE ESCRITURA: MAQUINA DE RACISMO

    Primero: La diferencia entre las mquinas de guerra imperial y mapuche esel punto de partida del proyecto de conquista textualizado en la obra deGonzlez de Njera. Deleuze y Guattari han demostrado que toda mquinade guerra es de origen nmade. No obstante, cuando sta integra un apara-

  • 128Atenea 488II Sem. 2003

    to estatal lo hace bajo las premisas de la disolucin de su origen y su trans-formacin disciplinaria. El Estado se apodera de la mquina de guerra, sub-ordinndola a sus fines; cuando esto ocurre, la mquina de guerra gravitaen torno al poder estatal y se convierte en una institucin gregaria. La m-quina de guerra imperial opera bajo este sistema de sobre-codificacin. Lamquina de guerra mapuche se singulariza por preservar su origen, lo quese expresa en su natural indisciplina (esto explica sus contiendas, la sustrac-cin de sus miembros, la desobediencia, las traiciones, por ejemplo, que sedan en el interior de la mquina), en sus metamorfosis (manifestadas en susvariaciones continuas o en los devenires-animales y en los devenires-imper-ceptibles del guerrero), en su dispersin (no hay formaciones, hay turbas,grupos indefinidos que asolan, incendian ciudades), en su ingravidez (nohay centros estables, distribuciones, jerarquas), en su lucha contra la for-macin del Estado (lo que explica la ausencia de grandes poblados mapu-ches y la destruccin de los centros grvidos las ciudades, los fuertes, conque los espaoles pretendan estriar la tierra). Estas distinciones, entre lamquina de guerra imperial de los espaoles y la mquina de guerra nmadede los mapuches, permiten explicar la dilacin de la guerra adems delproblema de la guerra poltica interna (Rodrguez). Los espaoles no esta-ban habituados al enfrentamiento con una fuerza que distribua sus ener-gas de un modo diferente al de las mquinas de guerra estatales. Uno de losaciertos de Gonzlez de Njera consiste, precisamente, en comprender quela guerra en el Reino de Chile no era como la de Flandes (u) otras guerrasde diferente mquina (80).

    Segundo:

    Por manera que no habiendo cosa en qu poder fiar por sus personas nego-cio tan peligroso, como era el rebelarse y tomar las armas contra enemigostan superiores, para estar ciertos que podran salir con su intento, cierto esque ninguna cosa les quedaba que les pudiese alentar a resolverse a ponerlopor obra, sino solamente el seguro refugio y amparo que les ofreca la granfortaleza de su tierra, por ser poblada no slo de innumerables montes, sie-rras, valles y otras quebradas fragossimas, pero de muchos y muy grandesros, cinagas o pantanos tales, que cada cosa destas por s sola se defiende, yes menester irla ganando (como dicen) palmo a palmo, cuando no tuvieragente que se opusiera a defenderla. Y como tienen esta calidad las tales tie-rras, que en sus dificultosos pasos vale un hombre de los que los defiendenpor ciento de los que se los van a ganar; de aqu les naci (a mi parecer) aestos indios el atreverse a defender junto con su deseada libertad, tierra quecon su disposicin tanto les convidaba y animaba a su defensa (86).

    La nacin brbara (53) se desplaza sobre la superficie de la tierra comosi en ella no existiese obstculo alguno; sta representa la gran fortaleza de

  • 129 Atenea 488II Sem. 2003

    la infernal nacin (60). No es la rigidez de las fortificaciones lo que conce-de a los brbaros un espacio adecuado para la defensa de la tierra, sino msbien la ingravidez de sus movimientos aquello que amplifica su potencia:vale un hombre de los que los defienden por cientos de los que se los van aganar. El brbaro se mueve entre los pliegues naturales de la tierra con laque establece un intenso bloque como si lo hiciera por un espacio liso:aparece y desaparece en la accidentada geografa, ocupa las sinuosidades delterritorio desde cualquier punto sin necesidad de imponer recortes, estratoso puntos de apoyo. El imperio y su mquinas, por el contrario, necesitan,dada la gravidez que los signa, imponer estras-lmites sobre la tierra fuer-tes, ciudades que le posibiliten desplazarse desde un punto a otro. El br-baro establece una alianza con la tierra; el espaol necesita dibujarla,territorializarla, para habitarla.

    Tercero: Para expulsar al brbaro infernal y penetrar en la gran fortalezade su tierra, Gonzlez de Njera proyecta una estrategia que, por un lado,intenta clausurar los flujos, las velocidades, de la mquina de guerra nmadey, por otro, crear una zona grvida, a partir de la imposicin de estras cul-turales, con la finalidad de efectuar desde ese lugar las operaciones de lamquina de guerra imperial. Contra los pliegues naturales se propone unnuevo diseo, un plegado cultural que divide el territorio, posicionando alos bandos; o sea, el establecimiento de una zona desde la cual sea factible elexterminio del indio, mediante el dominio de los pliegues naturales: No squ puede ser cosa ms a propsito y necesaria para aquella tierra, que lafbrica de un fuerte, frontera contra la fortaleza de las enemigas tierras(215). La lentitud y pesadez de la estructura de los aparatos imperiales exi-gen imponer estras en el espacio; slo as pueden ser producidos y fijadoslos diversos dispositivos del tejido sistmico imperial; slo as los flujos delpoder pueden desplegarse, encontrar sus puntos de relevo y afectar a loscuerpos y a la vida, a partir de su aparato normativo. Gonzlez de Njeradebi advertir que el sistema de codificacin que organizaba la vida en Es-paa no se actualizaba en la tierra de los alaridos, de los cautivos felices oinfelices, de las mujeres espaolas que cargaban en su vientre un atentado ala pureza de las razas; al parecer, visualiz el signo relevante de la guerra: suescandaloso desorden. Idear una lnea de frontera significa, entonces, insta-lar el pensamiento estatal y perpetuarlo10 en la tierra donde los flujos sexua-les, criminales, econmicos, lingsticos, materiales se encuentran liberadosy no cesan de mezclarse y conjugarse, cifrando un peligroso descontrol e

    10Octavio Paz seala: El orden colonial fue un orden impuesto de arriba hacia abajo; sus formassociales, econmicas, jurdicas y religiosas eran inmutables. Sociedad regida por el derecho divino yel absolutismo monrquico, haba sido creada en todas sus piezas como un inmenso, complicadoartefacto destinado a durar pero no a transformarse. (1978: 99). La frontera najeriana obedece a lagravidez, las jerarquas y la molaridad de las formas imperiales que enuncia el pensador mexicano.

  • 130Atenea 488II Sem. 2003

    impidiendo la reterritorializacin de la mquina deseante espaola. La fron-tera de fuertes najeriana implica la instalacin de un lmite, de un corte, quereorganiza las fuerzas disgregadas en el espacio los fuertes desmandados(213), en una lnea de fuerza estable el Reino de Chile no teniendo msde una frente que guardar (...) sa se ha de fortalecer con todas las fuerzasdel reino (227); significa distribuir, organizar, en la dimensin donde sloimpera la confusin: porque an desde el principio de su fbrica ha decomenzar a mostrar su importancia con todo sosiego y quietud (218). Estopermitir que la ciudad de Santiago, lejano el peligro de las incursiones br-baras, se convierta en un centro gravfico que traspase la razn ordenadoraque se revela en un orden social jerrquico traspuesto a un orden distributi-vo geomtrico (Rama, 1998: 19) del imperio. En fin, los once fuertes queconfiguran el cordn fronterizo representan la reterritorializacin del pen-samiento estatal y, por lo mismo, la re-activacin de su mquina de guerra:los recursos materiales y las energas humanas se encuentran distribuidos,las funciones formalizadas, las jerarquas establecidas. La mquina de gue-rra, como se encuentra al servicio del Imperio, imagina las estrategias paraimponer todas las estras posibles en las tierras que por derecho divino lecorresponden. Pero tambin imagina el genocidio del brbaro, que se resis-te a la perpetuacin de ese poder en la tierra, con la cual hace mucho esta-bleci un pacto de muerte y de vida: Obliga tambin a los indios a hacerhechos animosos, el apasionado celo de defender su viciosa vida, y el singu-lar amor que tienen a su patria (50).

    Los brbaros se encuentran del otro lado de la frontera. En esa zona nopueden tocar la blanca piel de las espaolas, atemorizar a los infantes, nopueden aproximar su diferencia, su monstruosidad, no pueden mezclar susangre con la de aquellos que dialogan desde cerca con Dios. La frontera hadividido y ordenado, ha encerrado al brbaro. Donde creca el canelo selevantan los fuertes; desde ah ofenden la artillera, la infantera y la caballe-ra del barbudo adversario. El brbaro padece, decrece en nmero, en forta-leza; cuando no es lanceado o herido por lejano arcabuz, las enfermedadesque acompaaron al invasor le recuerdan su finitud. El brbaro muere, des-aparece. Cuerpos sin rostros se pudren entre los montes. Terrible imagensurgida del entrecruzamiento del discurso del deseo con el discurso del poder.

    El encierro del brbaro, que no puede ser disciplinado y que no aceptalas regulaciones de la vida impuestas por el aparato normativo estatal, obe-dece al modelo que se desprende del tratamiento dado durante siglos alleproso11. En este momento, se evidencia la exclusin, la descalificacin, deaquel que no tiene rostro o de aquel que lo ha perdido por efecto del poder.Este mismo poder es el que adems produce la ruta vergonzante y el destino

    11El leproso pierde su rostro; pedazo a pedazo lo consume el bacilo de Hansen. El indio lo pierdeen el encuentro con el espaol. La enfermedad que caus la prdida del rostro del indio es el poder.

  • 131 Atenea 488II Sem. 2003

    del brbaro; un flujo que arrastra cuerpos en rebelin y desemboca en lamuerte; un flujo-ro como el que conduce a Fusha, el criminal enfermo yacosado, a San Pablo, donde declara al viejo Aquilino: Nosotros no senti-mos ni con el sol ni cuando est nublado (...), nunca sentimos nada (VargasLlosa, 1967: 387). Las reservaciones en el norte de Amrica, por ejemplo,no obedecieron a este modelo?, no fueron condenadas las tribus, las na-ciones, que ya no podan luchar, a esperar la muerte, famlicas y enfermas,como la aguardaba el leproso en las leproseras? Desengao y reparo de laguerra del Reino de Chile, a pesar de las atenuaciones textuales12, es el testi-monio ms elocuente de los mecanismos que ha empleado Occidente pararelacionarse con la diferencia. El relato en sus expresiones etnfagas msextremadas convierte a los araucanos en nacin infernal que debe pasarse acuchillo (Trivios, 1996: 14). No hay un lugar en el cosmos para que elbrbaro, el otro, establezca su morada.

    A la mquina de evangelizacin y a la mquina econmica les han arre-batado los cuerpos; la tecnologa de disciplinamiento, en el plano del con-trol de las conductas o en el plano de la utilizacin de las energas humanascon fines productivos, cede. Del mismo modo, ha cedido la tecnologa derostrificacin del indio que despliegan, en algunos casos, las mquinas li-teraria y de evangelizacin. Slo aquel a quien el poder le ha asignado unrostro puede disciplinarse. La nica opcin que ofrece el imperio es la asi-milacin de sus cdigos religiosos y sociales, ya que es impensable la liber-tad: Pero para lo que toca a la libertad que defienden, que el mundo nobien informado los justifica, digo que estos brbaros dems de que no de-fienden religin, pues no guardan ninguna, no es razn que se les abone lalibertad que defienden, por ser libertad bestial (250).

    El poder construye al indio, ilumina signos terribles al vincularlo al sis-tema normativo y cultural, imposibilitando con ello la actuacin de las es-trategias de rostrificacin y disciplinamiento de los cuerpos. Una nueva for-ma del poder se actualiza: variante que abandona los cuerpos para centrarseen la vida13. Un poder que pretende la seguridad del conjunto con respecto

    12Estas atenuaciones textuales se expresan en la explicitacin de la violencia racial a travs dela voz del indio. Es este quien despliega la consigna racista y revela la solucin al problema de laguerra: matar, matar, que si esto hubirades hecho muchos aos ha, ya la guerra se hubiera acaba-do (250). En otro momento del texto, Gonzlez de Njera seala que slo el culpable deberpagar con su vida, distancindose as de la crueldad del indio que no respeta al inocente. Losindios nos hacen a nosotros la carnicera guerra que nos han hecho y hacen tan por parejo comoinfieles y brbaros, no debemos nosotros imitarlos como cristianos, y que por la providencia ymisericordia de Dios usamos mejor del discurso de la razn que ellos, y as no debemos ejecutarcon todos tal castigo sin distincin de culpas, pues se debe tener respeto y atencin a que slo elculpado pague la pena de su delicto (252).

    13Tenemos una tecnologa que no se centra en el cuerpo sino en la vida (...) Es una tecnologa,en consecuencia, que aspira, no por medio del adiestramiento individual sino del equilibrio glo-bal, a algo as como una homeostasis: la seguridad del conjunto con respecto a sus peligros inter-nos (Foucault, 2000a: 225).

  • 132Atenea 488II Sem. 2003

    14Tzvetan Todorov establece una tipologa de las relaciones con el otro. La primera se mani-fiesta en un plano axiolgico (un juicio de valor); la segunda, en un plano praxeolgico (accin deacercamiento o de alejamiento en relacin con el otro); la tercera, en un plano epistmico (conoz-co o ignoro la identidad del otro).

    a sus peligros internos (Foucault). El brbaro deja de ser el adversario exal-tado en La araucana al transfigurar en un peligro biolgico para la conti-nuidad y pureza de la raza. Resulta imperioso, desde el pensamiento deGonzlez de Njera, aniquilar el peligro: matar, matar, que si esto hubiradeshecho muchos aos ha, ya la guerra se hubiera acabado y, gozredes en pazeste reino (250). La mquina escritural despliega el poder que puede cifrar-se en el derecho de acabar con la peligrosa alteridad el brbaro monstruo-so, con el objetivo de resguardar y perpetuar la unicidad, pero tambin conel fin de constituirse en la raza superviviente, aquella que ha vencido a lamuerte y se siente poderosa, invulnerable y reafirmada en la vida con elexterminio de los otros. Ansia de unicidad que estalla en el deseo intensode sobrevivir a grandes masas de hombres (Canetti, 1994: 46).

    Todo va encaminado a dar fin y cabo de los indios que sustentan la guerra,hasta que no la haya, ni la pueda haber en aquel reino, asegurndolo de talmanera que no quede en l gente natural, que pueda resucitarla, sacandodella fuera del reino (...) este es el fijo camino para seorear Su Majestadaquel reino (216).

    Pues es cosa digna de maravilla el ver que conocidamente se ha visto que des-de que entraron nuestros espaoles en aquella tierra, se van acabando los na-turales tan a prisa por contagiosas dolencias con que hace Dios a la sorda enellos (por sus divinos juicios) mucho mayor estrago sin comparacin del queles causa nuestra continua guerra. (...) quiera la Divina Providencia favorecera la nacin espaola en sealarla para que suceda a aquella nacin en la pose-sin de su tierra, visto lo mal que se disponen sus naturales a conocer la verdadde nuestra religin, y aprovecharse de nuestras predicaciones, como lo declaroms en particular adelante (...) ninguna peste suele causar tan grandes mor-tandades en Europa, cuanto son grandes las que causan las viruelas en losindios de Chile (...) parece que envi Dios armados a aquella tierra a los espa-oles desta tan secreta y irreparable arma por sus secretos juicios, para quems apriesa y con menos trabajo hiciesen la guerra a aquellos brbaros (200).

    Las armas y las enfermedades de Dios terminarn por destruir a losindios que sustentan la guerra. Esto se resuelve como la primera fase deldespliegue de la pulsin etnfaga (Trivios) que se actualiza en el relato.La segunda fase consiste en expulsar a los indios esclavos sin que casi sesienta, hasta que se acaben, especialmente de noche (299). El poder, que haignorado la identidad del otro (Todorov)14 y ha creado su monstruosidad,muestra lo que crece en las zonas que el mismo poder oscurece especial-

  • 133 Atenea 488II Sem. 2003

    mente de noche: dimensin macabra en que el poder anula, excluye, se-para lo heterogneo, lo desviado, lo otro ser la causa por la que el textose mantuvo indito hasta 1866, el que Gonzlez de Njera hace visible loque el poder desea mantener invisible?. En esa zona oscura de la conquistade las Indias, donde opera el poder de dar muerte para asegurar la vida, lahistoria del genocidio, la historia de la guerra de razas, la historia del racismo,las otras historias que tambin fundan naciones, se efectan. Pero no son sloel indio guerrero, el indio esclavo o el indio amigo las vctimas sacrificialesque reafirman la unidad del conjunto y la prolongacin de su poder me-diante el signo de grupo superviviente; no son slo ellos los condenados amuerte directa o indirecta por el aparato de castigo de la mquina punitivadel texto del soldado que luch en Flandes. El esclavo negro y el mulatoestn condenados a similar destino. Adems, el mestizo, aquel que porta en susangre el germen de la destruccin del Estado, es objeto de rechazo:

    los cuales por lo que participan de indios, heredaron el ser no menos faltosde verdad que los mismos indios, y el ser de ruines inclinaciones, en las cua-les descubren bien a la clara el parentesco que con ellos tienen, aunque seanhijos de espaoles nobles e ilustres; as como vemos en Espaa lo poco quese aventaja entre los dems mulatos el que tuvo por padre caballero muyconocido (como los ha habido y hay) pues en fin es estimado en lo que losdems mulatos. Y la razn es, porque en la sangre de las indias y negras queconciben y cran a los mestizos y mulatos, se enturbia la de los que los en-gendran, por muy clara y limpia que sea (144).

    Producir en el Reino de Chile una nueva distribucin del espacio que(encuadre) un nuevo modo de vida (Rama, 1998: 17), una dimensin ho-mognea, disciplinada, regularizada, donde nada exprese heterogeneidad,donde las mquinas deseantes del Imperio operen sin dificultades, dondesea expulsado todo deseo que no est prefijado.

    Matar, matar, pensaba el soldado que escribe, de manera que slo que-demos nosotros; gobernaremos y labraremos los campos, perviviremos, se-remos inmortales. As no se materializar en siglos venideros el terrible sue-o que tanto espanto me causa; los brbaros, multiplicadas sus mquinas,multiplicadas sus formas, an resistiendo y los mestizos saltando, balbu-ceando, grabando en mi frontera, bajo el amparo de las tinieblas, la horriblepromesa: cuando triunfa en el alma el tinte oscuro (Vallejo, 1997: 70).

    BIBLIOGRAFA

    Bentez Rojo, Antonio. 1986. La isla que se repite: para una reinterpretacin de lacultura caribea, en Cuadernos Hispanoamericanos N 429.

    Canetti, Elas. 1994. La conciencia de las palabras. Mxico D. F.: Fondo de CulturaEconmica.

  • 134Atenea 488II Sem. 2003

    Deleuze, G. y Guattari, F. 1990. Mil mesetas. Valencia: Pre-textos.Ercilla, Alonso de. 1970. La Araucana. Santiago de Chile: Editorial del Pacfico.Foucault, Michel. 2000. Defender la sociedad. Buenos Aires, Fondo de Cultura Eco-

    nmica.2000. Los anormales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Econmica.Gngora, Mario. 1998. Estudios sobre la historia colonial de hispanoamrica. Santia-

    go de Chile: Editorial Universitaria.Gonzlez de Njera, Alonso. 1971. Desengao y reparo de la guerra del Reino de Chi-

    le. Santiago de Chile: Editorial Andrs Bello.Henrquez Urea, Pedro. 1954. Las corrientes literarias en la Amrica hispnica.

    Mxico D. F.: Fondo de Cultura Econmica.Las Casas, Bartolom de. 1966. Brevsima relacin de la destruccin de las Indias.

    Buenos Aires: Eudeba.Nez de Pineda y Bascun, Fco. 1863. Cautiverio feliz, en Coleccin de Historia-

    dores de Chile y Documentos Relativos a la Historia Nacional. Tomo III. Santiagode Chile: Imprenta del Ferrocarril.

    Paz, Octavio. 1978. El laberinto de la soledad. Mxico D. F.: Fondo de Cultura Eco-nmica.

    Pinto, Jorge. 1991. Entre el pecado y la virtud. Mortificacin del cuerpo, misticis-mo y angustia en la temprana evangelizacin del Per, Paraguay y Chile, en J.Pinto, M. Salinas y R. Foerster. Misticismo y violencia en la temprana evangeliza-cin de Chile. Temuco: Universidad de la Frontera.

    Rama, Angel. 1998. La ciudad letrada. Montevideo: Arca.Rodrguez, Mario. 2001. Los brbaros en el Reino de Chile hacen ganchillo, en

    Acta Literaria, N 26: 7-28.Todorov, Tzvetan. 1987. La conquista de Amrica. La cuestin del otro. Mxico: Siglo

    Veintiuno Editores.Trivios, Gilberto. 1996. El mito del tiempo de los hroes en Valdivia, Vivar y Ercilla,

    en Revista Chilena de Literatura, N 49: 5-26.. 2000. No os olvidis de nosotros: martirio y fineza en el Cauti-

    verio feliz, en Acta Literaria, N 25: 81-100.Vallejo, Csar. 1997. Obra potica. Madrid: Editorial Universitaria.Vargas Llosa, Mario. 1967. La casa verde. Barcelona: Editorial Seix Barral.Vidal, Hernn. 1985. Socio-historia de la literatura colonial hispanoamericana.

    Minneapolis, Minnesota: Institute for the Study of Ideologies and Literature.