los espejos velados

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Caracas • julio-agosto de 2013 LE MONDE diplomatique Venezuela 22 Por Gérard Mordillat* E n la Edad Media, los pere- grinos colgaban diminutos espejos de sus sombreros, convencidos de que, cuando se arrodillaran frente a la imagen sagrada, al final de su periplo, esta imagen persistiría en el amuleto. La imagen piadosa persistente en el espejo los protegería de peligros, enfermedades, del mal, del diablo y de sus súcubos. Estos pequeños espejos baratos estaban hechos de plomo fundido. Esta industria, este comercio, fue la primera ac- tividad de Johannes Gutenberg, que había hecho su aprendizaje de orfebre y dominaba no sólo el trabajo con los metales, sino tam- bién sus aleaciones. Gutenberg fa- bricaba y vendía estos pequeños espejos a los peregrinos hasta que esta práctica quedó en el olvido, se perdió o se cansaron de ella. Libe- rado de esta mediocre actividad, se dedicó a la fabricación de tipos móviles de impresión, resistentes y producibles. Pintura, fotografía, cine, escritura Los espejos velados Es sin duda exagerado afir- mar que Gutenberg inventó la imprenta. En cambio, sí es cierto que fue él quien hizo la síntesis de los elementos conoci- dos, pero dispersos, que iban a contribuir a su actualización y a su desarrollo. Por lo que es justo considerarlo como “el primero en haber impreso un libro digno de ese nombre” (una Biblia), aun- que entre las primeras pruebas, se encuentra -¡todo un símbolo!- las indulgencias. En letras del ta- maño de treinta líneas la Iglesia anunciaba su gran comercio y garantizaba años de paraíso a sus compradores: “tan pronto como suene el dinero, el alma despega del purgatorio”, recomendaba el monje Johannes Tetzel 1 . El 31 de octubre de 1517, Martin Luther pondrá carteles en las puertas de la iglesia de Wit- tenberg con sus 95 tesis contra las indulgencias, indignado con que se pueda vender el cielo para financiar a Albert de Brandeboug (1490-1568), que ambicionaba el arzobispado de Mayence, ¡la ciudad de Gutenberg! Sus es- tudiantes las recopilaron y las imprimieron. Estas palabras en letras de plomo serían las prime- ras armas de los monjes-soldados que condujeron a la Iglesia a la Reforma… El espejo de plomo que con- servaba el reflejo del objeto ob- servado (imagen santa o vulgar) y el plomo de la palabra impre- sa (religiosa o profana) son dos eslabones de una misma cadena que nada puede separar. Existe un lazo tangible entre la persis- tencia de la imagen en el espejo y la persistencia de la palabra en la página impresa, entre la litera- tura y la imagen (ya sea plástica, fotográfica o cinemetográfica). La palabra y la imagen se trans- forman en sinónimos perfectos, por lo que es imposible limitar el término “imagen” sólo a su dimensión plástica o fotográfica, al igual que la palabra no puede ser reducida a su sentido aparen- te. Entre ellas hay una irresisti- ble atracción, una condensación extrema de sentidos, emociones, fisión nuclear de expresiones en un cuerpo infinitamente pequeño donde la explosión producirá la obra. Para darle toda la fuerza a este significado, tal vez sería nece- sario crear un ideograma que, en un solo signo diga: letra-palabra/ imagen-reflejo. Palabra/imagen: dos espejos enfrentados, hermanos gemelos nacidos de un mismo huevo. El huevo de plomo de Gutenberg A partir de su invención, dos Bi- blias se fundieron en una: la Bi- blia impresa (la Biblia para leer) y la Biblia para mirar, la inmensa iconografía cristiana, considerada como la “Biblia de los iletrados”. En los viejos tiempos, cuando una muerte golpeaba una casa, se bloqueaba el balancín de los relo- jes de péndulos, las agujas de los otros. “¡Ah! El reloj de la vida se acaba de parar. Ya no estoy en el mundo”. (Arthur Rimbaud, Una Con el advenimiento de una civilización de la imagen acompañada de la omnipresencia de la televisión, también retorna la escritura apoyada en el correo electrónico y en la web… ¿Y, si por considerar al texto y la imagen como rivales, terminamos por perder de vista su naturaleza idéntica y su primigenia identidad? Stock.XCHNG © Le Monde diplomatique, agosto 2013

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Los Espejos Velados

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  • Caracas julio-agosto de 2013Le Monde diplomatique Venezuela 22

    Por Grard Mordillat*

    En la Edad Media, los pere-grinos colgaban diminutos espejos de sus sombreros, convencidos de que, cuando se arrodillaran frente a la imagen sagrada, al final de su periplo, esta imagen persistira en el amuleto. La imagen piadosa persistente en el espejo los protegera de peligros, enfermedades, del mal, del diablo y de sus scubos. Estos pequeos espejos baratos estaban hechos de plomo fundido. Esta industria, este comercio, fue la primera ac-tividad de Johannes Gutenberg, que haba hecho su aprendizaje de orfebre y dominaba no slo el trabajo con los metales, sino tam-bin sus aleaciones. Gutenberg fa-bricaba y venda estos pequeos espejos a los peregrinos hasta que esta prctica qued en el olvido, se perdi o se cansaron de ella. Libe-rado de esta mediocre actividad, se dedic a la fabricacin de tipos mviles de impresin, resistentes y producibles.

    Pintura, fotografa, cine, escritura

    Los espejos velados

    Es sin duda exagerado afir-mar que Gutenberg invent la imprenta. En cambio, s es cierto que fue l quien hizo la sntesis de los elementos conoci-dos, pero dispersos, que iban a contribuir a su actualizacin y a su desarrollo. Por lo que es justo considerarlo como el primero en haber impreso un libro digno de ese nombre (una Biblia), aun-que entre las primeras pruebas, se encuentra -todo un smbolo!- las indulgencias. En letras del ta-mao de treinta lneas la Iglesia anunciaba su gran comercio y garantizaba aos de paraso a sus compradores: tan pronto como suene el dinero, el alma despega del purgatorio, recomendaba el monje Johannes Tetzel1.

    El 31 de octubre de 1517, Martin Luther pondr carteles en las puertas de la iglesia de Wit-tenberg con sus 95 tesis contra las indulgencias, indignado con que se pueda vender el cielo para financiar a Albert de Brandeboug (1490-1568), que ambicionaba

    el arzobispado de Mayence, la ciudad de Gutenberg! Sus es-tudiantes las recopilaron y las imprimieron. Estas palabras en letras de plomo seran las prime-ras armas de los monjes-soldados que condujeron a la Iglesia a la Reforma

    El espejo de plomo que con-servaba el reflejo del objeto ob-servado (imagen santa o vulgar) y el plomo de la palabra impre-sa (religiosa o profana) son dos eslabones de una misma cadena que nada puede separar. Existe un lazo tangible entre la persis-tencia de la imagen en el espejo y la persistencia de la palabra en la pgina impresa, entre la litera-tura y la imagen (ya sea plstica, fotogrfica o cinemetogrfica). La palabra y la imagen se trans-forman en sinnimos perfectos, por lo que es imposible limitar el trmino imagen slo a su dimensin plstica o fotogrfica, al igual que la palabra no puede ser reducida a su sentido aparen-te. Entre ellas hay una irresisti-

    ble atraccin, una condensacin extrema de sentidos, emociones, fisin nuclear de expresiones en un cuerpo infinitamente pequeo donde la explosin producir la obra. Para darle toda la fuerza a este significado, tal vez sera nece-sario crear un ideograma que, en un solo signo diga: letra-palabra/imagen-reflejo.

    Palabra/imagen: dos espejos enfrentados, hermanos gemelos nacidos de un mismo huevo.

    El huevo de plomo de GutenbergA partir de su invencin, dos Bi-blias se fundieron en una: la Bi-blia impresa (la Biblia para leer) y la Biblia para mirar, la inmensa iconografa cristiana, considerada como la Biblia de los iletrados.

    En los viejos tiempos, cuando una muerte golpeaba una casa, se bloqueaba el balancn de los relo-jes de pndulos, las agujas de los otros. Ah! El reloj de la vida se acaba de parar. Ya no estoy en el mundo. (Arthur Rimbaud, Una

    Con el advenimiento de una civilizacin de la imagen acompaada de la omnipresencia de la televisin, tambin retorna la escritura apoyada en el correo electrnico y en la web Y, si por considerar al texto y la imagen como rivales, terminamos por perder de vista su naturaleza idntica y su primigenia identidad?

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    temporada en el infierno). Luego, en ese tiempo suspendido, como si fuese un lienzo pintado, se cu-bran los espejos con una tela, fre-cuentemente tul transparente que se reservaba, en los armarios, para este uso. No era prudente que los espejos reflejasen la imagen del muerto, que esta imagen sustitu-yese a la de los vivos. Cuando yo me veo en el espejo, a la maana, toda la familia me mira! Veo la cara de mi madre, veo a mi her-mana, veo a mi hermano, veo a todos aquellos que murieron des-de el inicio. Todos estn all, en mi cara de pocos amigos, escribe Philip Roth en La Contravida2.

    En la antigedad eran pru-dentes: ese reflejo del espejo, es la mirada imposible de sostener, es la mirada de la muerte que mira de hito en hito sin ningn velo que se lo impida. All est el peligro, la amenaza. En el escena-rio de un rodaje, en un decorado donde hay muchos espejos, para determinar el lugar exacto de la cmara, hay una regla que se ex-presa con una frase infantil: t me ves, yo te veo. En otras pala-bras, si el espejo ve a la cmara, la cmara se ver en el espejo, y con ella todos los tcnicos que la ro-dean. De all es que urge colocarla en un ngulo tal que la cmara escape a este reflejo mortal para un film.

    La costumbre de tapar los es-pejos en la casa de una persona que acaba de morir se extingue, pero la idea de una poderosa ma-gia asociada al reflejo, de manera ms o menos consciente, persiste sobre otras formas. Las imgenes que colgamos en las paredes de nuestras casas, los libros que guardamos de nuestros ojos: es-

    tos objetos nos parecen opacos, inofensivos como los espejos cu-biertos. Grave error: para nuestra suerte o no, las pinturas, los escri-tos (esos espejos sin reflejo) tienen sus efectos. Para nuestra suerte, durante el Renacimiento, se re-comendaba colgar en las paredes del cuarto nupcial desnudos, para que, durante el coito, en el ins-tante mismo de la fecundacin, la esposa gozase con la vista de bellos cuerpos, lo que era prome-sa de bellos nios. Para nuestra desgracia el libro oculta negro sobre blanco- la certidumbre de nuestra desaparicin detrs del espejo oscuro de las palabras.

    El espejo devuelve una ima-gen inversa a la que se mira, como la palabra, hecha de letras de plo-mo, se compone a la inversa de cmo se escribe. Tal vez esto sea para que el reflejo ya sea de la figura o de la escritura, arte en todo caso- siempre desafe a la muerte; siempre desafe este in-verso de la vida que, libro tras libro, film tras film, pintura tras

    pintura, intentamos diferenciar en la oscuridad que nos rodea. Cualquiera que sea el tema -sin necesidad de utilizar un crneo o huesos-, una Biblia, un texto, una pintura, un film, una fotografa es algo que le recuerda a cada uno que es mortal. Recordemos, sin indulgencia, esas imgenes libres-cas o pictricas no existen en tan-to que reflejo de nosotros. Pero somos con mucha facilidad lec-tores, espectadores distrados No sabemos ver, no sabemos leer a causa del velo que frecuente-mente tenemos sobre nuestros ojos. Las imgenes, como en una definicin de palabras cruzadas, son una pantalla: dan para ver e impiden ver. Leerlas a pesar de todo, analizarlas, comprenderlas no es otra cosa que intentar leerse a s mismo, analizarse, compren-derse ms all del velo, en la sola mirada de la muerte.

    Cmo entonces no interro-garse todava y siempre sobre esta confrontacin, no para saber lo que sta significa, sino, mucho ms doloroso, para qu sirve?; para qu nos sirve? Para qu sirve el velo que nos tapa el re-flejo que nos deslumbra? Cmo responder a estas preguntas que nos envan las imgenes, ya sean pintadas, fotografiadas, filmadas, sonoras o nacidas del libro ledo y reledo sin cesar, palabra a pa-labra, letra a letra? Cmo hun-dirse en la tinta de la palabra ms simple, ms tenue, para descubrir en ella la noche, tan vasta que una vida entera jams bastara para explorar?

    En Las Meninas de Diego Ve-lsquez, el reflejo del rey y de la reina en el espejo del fondo no significa nada. Esto es seuelo,

    una coquetera del artista. El ni-co reflejo vlido es la tela donde Velsquez se pone a s mismo de cara frente al espectador. Cuan-do un pintor, un fotgrafo, un escritor realiza un retrato o un autorretrato-, lo que pinta, foto-grafa o escribe, es el retrato del espectador o del lector. El retra-to de l o de ella que, frente a la obra, busca desesperadamente reconocerse en los trazos que le son extraos; que busca verse en el espejo del otro sin comprender que, sin velo, mira a la muerte.

    El carcter enigmtico de las imgenes una vez ms, de todas las imgenes, incluidas las palabras, consideradas como imgenes!- es intrnseco; que sea Velsquez, la pintura abstracta, una estampita religiosa, una ta-bleta de escritura cuneiforme, del hebreo, del latn o el retrato de un pequeo blanco norteamericano por Walker Evans, cada imagen plantea una pregunta precisa. Por

    lo tanto es necesario comprender que ms all de la representacin o de la novela est lo que noso-tros vemos, lo que nosotros lee-mos, estamos nosotros. Ms de una vez, el pintor Francis Bacon expuso sus pinturas detrs de un cristal para estar seguro que los espectadores se vean all; y se vean all! Y lo que vieron estaba inmediatamente ligado a lo trgi-co. Eran de esas verdades amar-gas veladas hasta hoy, de las que hablaba Saint-Just.

    Eran ellos, terriblemente ellos en BaconLas imgenes nos penetran por el ojo, por el odo, por todos los poros de nuestra piel. Ya sean los paisajes que atravesamos, o donde estemos de da o de noche, pin-tura, cine, fotografa, televisin, palabras escritas, palabras odas nos irrigan de imgenes y hacen latir nuestro corazn. Es por eso que las letras de plomo como los pequeos espejos de Gutenberg nos asustan tanto como nos fas-cinan Nuestro cuerpo es un cuerpo de imgenes que los sue-os exaltan mientras dormimos. Y es la piel de los sueos la que llamamos obras de arte para tenerles respeto, es decir para, al mismo tiempo, guardar distancia y admirarlas.l

    * Escritor y cineasta. ltima obra editada: Rouge dans la

    brume, Calmann-Lvy, Paris, 2010.

    1 Padre dominico alemn enviado por Roma para vender indulgencias con el fin de financiar la construccin de la baslica Saint-Pierre.2 Philip Roth, La Contrevie, Gallimard, col. Folio, Paris, 2006.

    La palabra y la imagen se transforman en sinnimos perfectos, por lo que es imposible limitar el trmino imagen slo a su dimensin plstica o fotogrfica, al igual que la palabra no puede ser reducida a su sentido aparente.

    El espejo de plomo que conservaba el reflejo del objeto observado (imagen santa o vulgar) y el plomo de la palabra impresa (religiosa o profana) son dos eslabones de una misma cadena que nada puede separar