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Los Cuadernos de Arte LONJA 87 Jaime Herrero A delantada en el tiempo, sobre las chas del pasado año, Arco 87 (Feria de arte contemporáneo) abre sus puertas en el Palacio de Cristal del recinto rial de la Casa de Campo de Madrid, parida, en ses anuales, por los cuatro entes que integran !FE- MA, institución que tiene como meta, cito a Adrián Piera, presidente de su comité ejecutivo, «Apoyar en comercio sea o no artístico» y que aún arropado por una constelación de activida- des culturales que abarcan, en estos días, prácti- camente todo Madrid, no pierde de vista que Arco es una ria-escuela mercantil a la que co- merciantes, proveedores y productores acuden para aprehender las reglas de lo mercantil y las estrategias básicas del toma y daca; que luego el objeto de este chalaneo, tomado en serio por primera vez, sea el arte plástico es lo que me ha- ce viajar hasta la Casa de Campo, pero parece haber cogido por sorpresa a muchos ciudadanos nuestros, montañeros de las purísimas cumbres de lo estético. * * * Después de una inmersión iniciática en las raíces de lo popular, que a pesar de casticismos siguen siendo el metro, emerjo en la estación de Lago a pocos metros de donde, siendo niño, acudía con Apellaniz, el Pintor de las Flores, que pintaba minuciosamente, en un caballetito modesto y casero, con los restos de unos tubos exangües y una salivilla sanguinolenta que le fluía del pulmón agujereado por las hambres y sobresaltos de la guerra como si lo hubiesen - silado por dentro. Llegábamos caminando todo el Madrid gris y un poco tonto de Espladiú, desde los desmontes de Vallecas, donde en las noches estrelladas y 78 rurales un ángel pintaba murales en la casita de Benjamín Palencia para los alucinados de la Es- cuela de Madrid. Unos metros más y veo, todavía en pie, el ár- bol donde se colgó Camiseta. Camiseta vivía en- tre unas· latas en las esplanadas de la Moncloa, justo donde ahora se alza el Ministerio de Avia- ción. Mi padre y algunos amigos del ca Varela, de la via tertulia que habitaban Carrere, Fer- nández Flórez y Jardiel Poncela, sacaron un co- mic antitriunlista que se llamó «Camiseta, el héroe del suburbio» y que e rápidamente cer- cenado por la censura. Camiseta no se colgó por aquello..., pero el escombro del árbol sigue ahí. Y aun por esas ba- rrancadas de encinas enclenques recuerdo a al- gún ministro del actual gobierno haciendo ins- trucción paramilitar entre horchata y limonada con moscas. Más arriba del árbol del humilde ahorcado, sobre la costanilla, se abre la entrada al laberinto en tres plantas y un anexo, un Arco otro como repiten los altavoces incansables; el camino de la costanilla asciende flanqueado por unos árbo- les vendados de plásticos de colores, ingenua transición entre una etapa y otra de Arco, heri- dos jaraneros de viejas batallas plásticas. Labe- rinto aparente, engaño, en el espacio, del tiem- po, en una cuidadosa escenificación en la que el galerista, convertido durante una semana en protagonista y actor principal del mundo-plasta, organiza la escenograa, el escaparatismo, su micro-museo particular en espacios más genero- sos de los que conocíamos. Como muestra, no escogida al azar, la galería Camarra y Garrigues que concibe su escenario de acuerdo con su mercancía, con una racionalidad en la combina- ción de las obras, los volúmenes, el aire y el deambulatorio diciles de encontrar en otros es- pacios. También es cierto que en estas jornadas ago- tadoras suelen brindarme amistad y una silla, cosas muy de agradecer. Dicil encontrar en el entresijo de caminos, sin unos esquemas previos, el orden interno que de identidad agen Nu e v a i m _ d e Ar t e de la fer i a , (Arco 87). Conte m poraneo

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Los Cuadernos de Arte

LONJA 87

Jaime Herrero

Adelantada en el tiempo, sobre las fechas del pasado año, Arco 87 (Feria de arte contemporáneo) abre sus puertas en el Palacio de Cristal del recinto ferial de la

Casa de Campo de Madrid, parida, en fases anuales, por los cuatro entes que integran !FE­MA, institución que tiene como meta, cito a Adrián Piera, presidente de su comité ejecutivo, «Apoyar en comercio sea o no artístico» y que aún arropado por una constelación de activida­des culturales que abarcan, en estos días, prácti­camente todo Madrid, no pierde de vista que Arco es una feria-escuela mercantil a la que co­merciantes, proveedores y productores acuden para aprehender las reglas de lo mercantil y las estrategias básicas del toma y daca; que luego el objeto de este chalaneo, tomado en serio por primera vez, sea el arte plástico es lo que me ha­ce viajar hasta la Casa de Campo, pero parece haber cogido por sorpresa a muchos ciudadanos nuestros, montañeros de las purísimas cumbres de lo estético.

* * *

Después de una inmersión iniciática en las raíces de lo popular, que a pesar de casticismos siguen siendo el metro, emerjo en la estación de Lago a pocos metros de donde, siendo niño, acudía con Apellaniz, el Pintor de las Flores, que pintaba minuciosamente, en un caballetito modesto y casero, con los restos de unos tubos exangües y una salivilla sanguinolenta que le fluía del pulmón agujereado por las hambres y sobresaltos de la guerra como si lo hubiesen fu­silado por dentro.

Llegábamos caminando todo el Madrid gris y un poco tonto de Espladiú, desde los desmontes de Vallecas, donde en las noches estrelladas y

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rurales un ángel pintaba murales en la casita de Benjamín Palencia para los alucinados de la Es­cuela de Madrid.

Unos metros más y veo, todavía en pie, el ár­bol donde se colgó Camiseta. Camiseta vivía en­tre unas· latas en las esplanadas de la Moncloa, justo donde ahora se alza el Ministerio de Avia­ción. Mi padre y algunos amigos del café Varela, de la vieja tertulia que habitaban Carrere, Fer­nández Flórez y Jardiel Poncela, sacaron un co­mic antitriunfalista que se llamó «Camiseta, el héroe del suburbio» y que fue rápidamente cer­cenado por la censura.

Camiseta no se colgó por aquello ... , pero el escombro del árbol sigue ahí. Y aun por esas ba­rrancadas de encinas enclenques recuerdo a al­gún ministro del actual gobierno haciendo ins­trucción paramilitar entre horchata y limonada con moscas.

Más arriba del árbol del humilde ahorcado, sobre la costanilla, se abre la entrada al laberinto en tres plantas y un anexo, un Arco otro como repiten los altavoces incansables; el camino de la costanilla asciende flanqueado por unos árbo­les vendados de plásticos de colores, ingenua transición entre una etapa y otra de Arco, heri­dos jaraneros de viejas batallas plásticas. Labe­rinto aparente, engaño, en el espacio, del tiem­po, en una cuidadosa escenificación en la que el galerista, convertido durante una semana en protagonista y actor principal del mundo-plasta, organiza la escenografía, el escaparatismo, su micro-museo particular en espacios más genero­sos de los que conocíamos. Como muestra, no escogida al azar, la galería Camarra y Garrigues que concibe su escenario de acuerdo con su mercancía, con una racionalidad en la combina­ción de las obras, los volúmenes, el aire y el deambulatorio difíciles de encontrar en otros es­pacios.

También es cierto que en estas jornadas ago­tadoras suelen brindarme amistad y una silla, cosas muy de agradecer.

Difícil encontrar en el entresijo de caminos, sin unos esquemas previos, el orden interno que

de identidad

agenNueva im_ de Artede la feria, (Arco 87).

Contemporaneo

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la feria muestra en un aparente caos dándole cortes aquí y allá al discurrir artístico de los diez o quince últimos años y mostrar las puntas deliceberg que balizan el proceso, inocente sin em­bargo de esta ahistoricidad, que cada uno debellevar en su bolsillo la guía azul para sustituir lasgeografías blancas, los retazos comidos por lasnieblas de las trastiendas, del País de Fantasía,crear el cronicón sobre los retales del mercado.

Tampoco esos días, en la prensa cotidiana, se explicitan para uso de peatones, historiografías esclarecedoras, salvo una visión de estos años, muy didáctica, de Renato Berilli, el día catorce, y un poco posterior, con motivo de la muerte de Andy Warhol, ya metidos sobre el veintiocho, un extenso artículo de Juan Cueto que pudiera ser prólogo y plano sociológico para el arranque de los setenta y las distribuciones li,nneanas de Berilli, tan italianas.

Alrededor mera cotillería social y mercantil del evento, sin ánimo de despreciar, por mi par­te, que considero, a mis años, que el mundo del arte sin la cotillería, la calumnia y el rumor sería el paisaje cristalino de figuras de hielo de los museos de ficción de Anky Williams, que cito por citar y por adorno.

No obstante el serial de estos años, revuelto, aludido o patente en sus ausencias está en Arco, sólo falta merodear las junglas, revolver almace­nes y quemar horas entre las visitas a las tres pringosas cafeterías, organizar las esquirlas en «Museo imaginario».

Sin embargo toda la historia está ahí, desde el comienzo de los setenta (de Appel a Warhol en el stand de la Templan de París); pongo esa fe­cha como nacimiento de la mirada conceptual desde un espacio nuevo, materiales distintos y referencias que conceptualmente se considera­ron el «otro motivo» y supuso la adquisición de unos medios de representación que la nueva so­ciedad y sus fenómenos, asumidos como moti­vo, brindaba con su utillería fluorescente, la ca­charrería cotidiana, el entorno y el cuerpo, land y body, la minimal basura, el pop-corn y la sopa, el accidente, los sucesos, el pliego de cordel

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electrónico envolviendo en su representación la tierra entera a guisa de la noosfera de Teilhard de Chardin: una nube de neón emanada del sis­tema nervioso central.

A esta ruptura de los academicismos, patentes o no, entre los que arrumbó tanto el expresio­nismo abstracto como el área de la costa delPacífico de Sausalito a Seattle, los conceptualesherederos de Duchamp, conjuran la obra del pa­sado por el mero hecho de nombrarla, de re-pre­sentarla, la exorcizan de sus repertorios, laboren la que oficia de exorcista mayor el último DeChirico en medio de la algarabía literaria de lossurrealistas y que yo mismo compartí por misencillez provinciana.

Está esta etapa chiriquesca representada en la feria por algunos biznietos en ciertos stands, sin parar en otros, las resurrecciones sentimentales rococó de la galería Estampa y en la Windsos en las obras de Aizoiala, en aquella Duque y Fer­nández.

Los nietos de De Chirico se bifurcan en tres familias dependiendo del grado de ansiedad, crispación, sátira o análisis de las réplicas de las obras clásicas, y, si seguimos sin salirnos de Ita­lia, como modelo, la extracción fría, la réplica cosificada de Mariani y Berni, dando la caricatu­ra más dura de lo pompier, que tiene su mo­mento alto en la Bienal de Venecia del ochenta y cuatro de la mano de Calvesi.

Sigue la línea de juego, de bondadosa inter­pretación, ingenuamente juguetona en que el cromo de lo viejo se reviste de nostalgia cromá­tica, un poco mecánica en sus infantiles geome­trías que Salvo representa a la perfección y que Arco ofrece, en cuatro galerías, en sus pequeños cuadritos y alguno de más aliento o, perdón, de más dimensión.

La etapa dura de la revisión, el grupo del teó­rico Bonito Oliva que desde el setenta y nueve hasta su aparición «spaventosa» en España, re­cuerdo su gran colectiva en la Caja de Madrid, ha pregnado nuestra vanguardia más joven. Transvanguardia visitable en galerías como la Chiste! o Studio Oggetto, que muestran sus ra-

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biosas destrucciones de la memoria en un guiño compinche con los públicos cansados de con­ceptos y artilugios mentales.

En este preciso momento la historia hace un «bucle» y por el «bus» oculto de lo intemporal, de lo no actual, enlaza la transvanguardia con el viejo expresionismo centroeuropeo que evita las alusiones externas a su propio caminar por las vías de una destrucción cromática, formal, del referente desde los temblores de pellizcos más rabiosos de la expresión, y que desde los prime­ros padres hasta los últimos exponentes: Bom­mels, Schulze, Middendorf o Dokoupil están ex­puestos en varias galerías, este último en Leyen­decker o Paul Maenz y es interesante que Chis­tel presente juntos a Cucchi y De María con Pa­ladino y Dokoupil.

En fin, estos primeros años de los ochenta han visto la cópula y desarrollo acelerado de los transexpresionismos.

Otros caminos como el Pattern painting, los neografistas y el new-geo (apuntado en la galería Ileana Sonnabend) nos llevan al neofuturismo de Depero.

Estos mismos días y como cierre, no asimila­ble a Arco la galería Seiquer presenta una mues­tra: Efecto Placebo, del movimiento resultante de los rechazos y complacencias con los últimos minimals, · poveras, geometrismos y el repudio patente de la traca de los bárbaros y terribles ex­presionismos cenitales. Es, no obstante, la llave de oro de Arco, un poco descolgada, y el entre­més del Arco venidero en el que Lodola, Abate, Pavone, Pedrini, Brevi y el Plum-cake ocuparan buena parte del espacio y el interés de la crítica y el mercado.

Lo mismo que la puntera transvanguardia y lo posmoderno se unen en el tiempo a la vieja ex­presión, la vanguardia del diseño (Menphis) y el nuevo futurismo enlazan con los presupuestos siempre renacidos y multiformes del Pop.

Entramos, pues, al futuro como un nuevo-fu­turo, un neo-futurismo que impregnará la pri­mavera y el otoño de este país nuestro y alean-

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zaremos maduro en Arco 88 si tenemos salud para verlo.

* * *

Esta revisión que parece un cabalgar apresura­do por las cresterías no deja de ser homólogo con el proceso discurrido que se produce, en el tiempo, uniformemente acelerado y comprimi­do y en que las fases se pierden para la sucesión hegeliana, como lajas de una fenomenología ta­hur que hace birlibirloque con los hechos y oculta los fondos del iceberg, mostrando las puntas de fenómenos interísmicos, porque las prisas por mantener acontecimientos en la van­guardia limpia la vanguardia misma.

La sucesión veloz de acontecimientos, en es­tos años, crea un efecto de moaré que abole el tiempo y saca el espolón de las vanguardias para sumergirlas instantáneamente en la corriente de los procesos.

Pero Arco está para algo más que para el true­que, también hay una silla fortuita en una gale­ría compasiva para organizar en lo posible el cro­nicón.

* * *

Todo Madrid es feria, estos días, pero Arco se erige en ombligo de un jolgorio radial que va desde la exposición «El arte y su doble» en la Caja de Pensiones, pasando por las de lbarrola y Ribera, a las instalaciones del depósito del Canal de Isabel 11.

La fe ria, hacia su final, crece en interés al compás de los contratos que se van perfilando, los intercambios que se resuelven, mientras los feriantes se deterioran al ritmo de las comidas putrefactas, el aire acondicionado que cambia un polvo lunar de sitio y lo escupe, de pronto, a la nariz a la vuelta de un stand, la calefacción que cuartea el desodorante sobre las pieles hir­vientes, tumefacta los ojos y pone un temblor perlético en las manos que sostienen programas y contratos. Algunos galeristas van adquiriendo ese aire de meretrices, al amanecer, en farolas dejadas de la mano de Dios. La ansiedad por los

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cierres de la especulación saca algunas burbujas, en las barras de los bares, de cervezas y Coca-co­las con sabor a A vecrem.

En la galería Theo, se susurra, se cambia un Brauner por un vaso de agua mineral con hielo. Las colas de los servicios se tornan sicalípticas.

Me refugio en el stand de la Dirección de la Juventud donde guardo bolsas con catálogos, guías y calcetines de repuesto. Félix Guisasola oficia de anfitrión y juntos recorremos incansa­bles los repetidos cientos de kilómetros de pasi­llos y trastiendas con unas pequeñas agendas que reparte la dirección de la Cosa.

En la galería Mordó, Helga sorprende con un pintor joven, Maldonado, que teoriza sin tregua sobre sus paisajes-sombrero. Maldonado más que una novedad es un síntoma de lo que se puede conseguir, en el campo de las artes plásti­cas y juventud, creando un modelo útil y trans­ferible a ámbitos más pequeños o regionales, con una mera escala, un modelo en que las líneas principales sean dotar a los jóvenes pinto­res de la utillería imprescindible: una galería de base, como la Amadís, muestras periódicas y ambulantes, concursos, intercambios, viajes a los centros internacionales donde los aconteci­mientos se producen, que por fin dejen al pintor a las puertas de los circuitos comerciales para comenzar su andadura profesional. Recorremos las galerías en las que más de diez jóvenes pin­tores, salidos de las muestras de la Dirección, han encontrado pared. Aventura impensable tan sólo un año atrás.

Al paso que Guisasola me explica sus nuevas estrategias llegamos a la Ariadne, que este año no invita a coñac, y duda si el próximo traerá a los niños cantores de Viena.

En la Moriarty se comenta la reseña de pre­cios que, en una encuesta intempestiva, da la prensa conformando, aunque sea levemente, el mercado de estos días finales. La Moriarty re­nueva sus cuadros con sangre joven que pueda ser conformada por el espíritu de la galería, de Marta supongo, y cuelga sabiamente obra nueva y formatos asequibles, dentro de los límites de

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la Movida de la que parece ser plazuela y púlpi­to, con más puertas abiertas en la trastienda para los aires que comienzan a soplar.

Llegamos a la cafetería de la segunda planta, la vieja mesa en la que siempre encontré a Bar­jola, Suárez y González de la Torre está vacía, lo estará toda la feria; algo ha cambiado, esto ya no es una tertulia.

Vemos pasar a Panza di Biumo y a Emy de Wilde del Stedelijk Museum de Amsterdam compensando las bajas sentimentales.

El director de la Fundación Holandesa para las Artes Plásticas cruza políticas de intercambio con Félix G. mientras un camarero me vierte so­bre la camisa un ajo arriero hecho con la bosta de la mula; acudo a Siruela para comprar un ni­chy con el dibujo de «El paseante» y cambiar­me; me tropiezo con Juan Guaita cargado de carpetas y juntos regresamos al restaurante. En el camino Gordillo se cruza con Jaime Peñafiel y no se saludan.

En el suelo veo una manga de Televisión, la seguimos como pulgarcitos electrónicos y, como suele suceder, al final graba un equipo bajo las órdenes del realizador amigo, casi hermano, Ro­berto Llamas, el encuentro disipa el aire de es­tupidez difundido por algunos «conectores» ex­tranjeros cuyas sonrisas se interpretan como contratos. Por fin con Roberto regresamos al co­medero. Quedamos para cenar y recordar otros tiempos y juventudes alborotadas y alcohólicas, el humor restablecido, mientras Manolo Esco­bar, en una mesa vecina, consulta catálogos y precios.

Pasado mañana los carpinteros embalarán la ilusión en cajones, pegarán las etiquetas de frá­gil, cada mochuelo volverá a su galería, las plu­mas descifrarán el futuro del que un pequeño fragmento será colgado e historiado.

Salimos a la Casa de Campo, hacia el Madrid borbónico, camino del Café Varela; quiero invi­tar a mis amigos a tomar café con los fantasmas que dibujan en las mesas de mármol � signos invisibles. Agazaparme en el pa- � sado y medir el salto. �

,K ldonado­José '"ª el Valle.Rocosas _e,n ) 1986. (Instalacwn