llorca bernardino - historia de la iglesia catolica ii - edad media - parte 2

362
PARTE II De Gregorio Vil a Bonifacio VIII (1073-1303) MIRADA PANORÁMICA Razón tenemos para iniciar una segunda parte de la Edad Media.con la subida al trono pontificio de Gregorio VII (1073), fecha que sin dificultad podría adelantarse algún tanto, según expusimos al principio de este libro. Ya Otón de Freissing (f 1158) tenía conciencia de haber entrado en un nuevo período histórico, radiante y prometedor, muy distinto del "nubilosum" que acababa de pasar. Que en el siglo XI se produjo un renacimiento o resurgi- miento tanto en lo espiritual como en lo social, cultural y artís- tico es evidente. Javier Bettinelli, crítico y literato del siglo* xvm, titulaba uno de sus libros, muy apreciado por G. Schlegel, Del visorgimento ú'Italia negli stttdii, nelle aríi e nei costumi dopo il Mille (1775). Tanto o más que Italia resurgían las demás na- ciones del occidente europeo. Ese período, que abarca dos siglos y medio, señala tel triun- fo más rotundo de la Iglesia. La vida moral y religiosa se re- nueva en los países de Europa, y con ella se transforma pro- fundamente el ambiente social. El sentimiento de la fraternidad cristiana empieza a modificar el derecho y a cristianizar el ré- gimen político de los pueblos; la justicia se impone sobre la fuerza bruta, y el orden social triunfa gracias a la fe y a la caridad. El pontificado romano alcanza la cumbre de su flore-, cimiento y de su poder no sólo en lo espiritual, sino en lo tem- poral, ejerciendo una especie de tutela paterna sobre los mo- narcas y los reinos cristianos, los cuales ste organizan en una gran unidad moral bajo la autoridad del Vicario de Cristo. Cuando el papa lo ordena, soldados de todas las naciones se alistan en las Cruzadas contra el gran enemigo de la cristian- dad, el Imperio otomano. A la sombra de la Iglesia, y por crea- ción pontificia, surgen las instituciones de enseñanza que lla- mamos (universidades, y se va fraguando la maravillosa cultura que tiene sus más espléndidas manifestaciones en la teología y filosofía escolásticas, basta recordar la Suma de Santo To- MIRADA PANORÁMICA 340 más: en el Derecho, ahí están las Partidas d'e Alfonso el Sabio y la Colección de las Decretales', en el arte, lo testifica el arte gótico de las catedrales; 'en la poesía, que puede brindarnos poemas como la Chanson de Roland, el Cantar de Mío Cid, el Patzival y la Divina Comedia, y, finalmente, en casi todas las manifestaciones del espíritu humano. Resucitan contemporánea- mente la industria y el comercio, y se va.formando la burguesía o clase media, que la Iglesia tratará de organizar cristianamente con un régimeni de trabajo que ¡producirá excelentes frutos: el de los gremios. Entran en la órbita de la cristiandad pueblos nuevos, como los wendos, los de Pomerania, Prusia y los rosos del Báltico; misioneros católicos penetran entre los mogoles y en la misma China, y no faltan tentativas de misionar el norte de África. En cambio, arraiga cada vez más el cisma de Orien- te, a pesar d'e las esporádicas tentativas de unión. El Imperio, lejos de responder a su primera finalidad de proteger al papa y a la Iglesia, entra frecuentemente en luchas con el Pontifica- do, turbando tristemente los mejores períodos de la Historia. Fuera del círculo imperial empiezan a constituirse, de un modo absolutista y en rivalidad con el Imperio, otras naciona- lidades poderosas, que cambiarán la faz político-eclesiástica de Europa. Mirando más de cerca esta segunda parte de la Edad Me- dia, veremos que el siglo xi es el siglo de las Investiduras y el de la Reforma eclesiástica; el xn, es el dte las Cruzadas (1095 ss) y de los orígenes de la Escolástica, con el fuerte contrapeso de la Mística; siglos de lucha, en pos de los cuales viene la magnífica síntesis del siglo xm, en que todas las corrientes, aun las más opuestas, se armonizan, para que triunfe la Iglesia y campee la civilización cristiana. Tan dichosa época de fe, de unidad, de concordia y pros- peridad se cierra o, por mejor decir, se disuelve—lentamente, como todas las épocas históricas, y por fel desenvolvimiento natural de elementos disolventes que germinaban en su inte- rior—a los comienzos del siglo xrv. La triste muerte de Bonifa- cio VIII (1303) es verdaderamente simbólica.

Upload: oscar-cuellar-renteria

Post on 23-Oct-2015

321 views

Category:

Documents


11 download

TRANSCRIPT

  • PARTE II De Gregorio Vil a Bonifacio VIII

    (1073-1303)

    MIRADA PANORMICA

    Razn tenemos para iniciar una segunda parte de la Edad Media.con la subida al trono pontificio de Gregorio VII (1073), fecha que sin dificultad podra adelantarse algn tanto, segn expusimos al principio de este libro.

    Ya Otn de Freissing (f 1158) tena conciencia de haber entrado en un nuevo perodo histrico, radiante y prometedor, muy distinto del "nubilosum" que acababa de pasar.

    Que en el siglo XI se produjo un renacimiento o resurgi-miento tanto en lo espiritual como en lo social, cultural y arts-tico es evidente. Javier Bettinelli, crtico y literato del siglo* xvm, titulaba uno de sus libros, muy apreciado por G. Schlegel, Del visorgimento 'Italia negli stttdii, nelle ari e nei costumi dopo il Mille (1775). Tanto o ms que Italia resurgan las dems na-ciones del occidente europeo.

    Ese perodo, que abarca dos siglos y medio, seala tel triun-fo ms rotundo de la Iglesia. La vida moral y religiosa se re-nueva en los pases de Europa, y con ella se transforma pro-fundamente el ambiente social. El sentimiento de la fraternidad cristiana empieza a modificar el derecho y a cristianizar el r-gimen poltico de los pueblos; la justicia se impone sobre la fuerza bruta, y el orden social triunfa gracias a la fe y a la caridad. El pontificado romano alcanza la cumbre de su flore-, cimiento y de su poder no slo en lo espiritual, sino en lo tem-poral, ejerciendo una especie de tutela paterna sobre los mo-narcas y los reinos cristianos, los cuales ste organizan en una gran unidad moral bajo la autoridad del Vicario de Cristo. Cuando el papa lo ordena, soldados de todas las naciones se alistan en las Cruzadas contra el gran enemigo de la cristian-dad, el Imperio otomano. A la sombra de la Iglesia, y por crea-cin pontificia, surgen las instituciones de enseanza que lla-mamos (universidades, y se va fraguando la maravillosa cultura que tiene sus ms esplndidas manifestaciones en la teologa y filosofa escolsticas, basta recordar la Suma de Santo T o -

    MIRADA PANORMICA 340

    ms: en el Derecho, ah estn las Partidas d'e Alfonso el Sabio y la Coleccin de las Decretales', en el arte, lo testifica el arte gtico de las catedrales; 'en la poesa, que puede brindarnos poemas como la Chanson de Roland, el Cantar de Mo Cid, el Patzival y la Divina Comedia, y, finalmente, en casi todas las manifestaciones del espritu humano. Resucitan contempornea-mente la industria y el comercio, y se va.formando la burguesa o clase media, que la Iglesia tratar de organizar cristianamente con un rgimeni de trabajo que producir excelentes frutos: el de los gremios. Entran en la rbita de la cristiandad pueblos nuevos, como los wendos, los de Pomerania, Prusia y los rosos del Bltico; misioneros catlicos penetran entre los mogoles y en la misma China, y no faltan tentativas de misionar el norte de frica. En cambio, arraiga cada vez ms el cisma de Orien-te, a pesar d'e las espordicas tentativas de unin. El Imperio, lejos de responder a su primera finalidad de proteger al papa y a la Iglesia, entra frecuentemente en luchas con el Pontifica-do, turbando tristemente los mejores perodos de la Historia.

    Fuera del crculo imperial empiezan a constituirse, de un modo absolutista y en rivalidad con el Imperio, otras naciona-lidades poderosas, que cambiarn la faz poltico-eclesistica de Europa.

    Mirando ms de cerca esta segunda parte de la Edad Me-dia, veremos que el siglo xi es el siglo de las Investiduras y el de la Reforma eclesistica; el xn, es el dte las Cruzadas (1095 ss) y de los orgenes de la Escolstica, con el fuerte contrapeso de la Mstica; siglos de lucha, en pos de los cuales viene la magnfica sntesis del siglo xm, en que todas las corrientes, aun las ms opuestas, se armonizan, para que triunfe la Iglesia y campee la civilizacin cristiana.

    Tan dichosa poca de fe, de unidad, de concordia y pros-peridad se cierra o, por mejor decir, se disuelvelentamente, como todas las pocas histricas, y por fel desenvolvimiento natural de elementos disolventes que germinaban en su inte-riora los comienzos del siglo xrv. La triste muerte de Bonifa-cio VIII (1303) es verdaderamente simblica.

  • 350 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO Vlll

    C A P I T U L O I La reforma gregoriana*

    Nos toca iniciar esta segunda poca medieval con una de las figuras ms nobles'y valientes de la historia del Pontifica^ do: Gregorio VIL De l toma nombre la gran reforma ecle-sistica, que, comenzada por sus antecesores con la ayuda efi-caz de santos monjes y de insignes prelados, fu llevada a cabo por sus inmediatos sucesores. Pero el punto ms tenso y cul-minante de esa curva reformatoria lo seala Gregorio VIL Por eso se habla de la "reforma gregoriana".

    I. LAS CAUSAS DEL MAL

    1. La investidura laica.Para formarnos idea de las difi-cultades de la empresa y del valor que se necesitaba para aco-

    * FUENTES.DUCHESNE, Liber Pontificalis, vol. 2; WATTBRICH, PontAficum Romanorum vita-e vol. 1; ERICH CASPAR, Das Regis-ter Gregors VII (Berln 1920-1923), edicin crtica del Registro original de Gregorio VII, que anula la de Jaff; JAFF, Morvu> menta Gregoriana (Berln 1865), donde estn, despus del Regis-tro, las Epistolae oollectae; BONIZO DE SUTRI, Ad amicum, en MGH, De lite I, 568-620, publicado tambin en Watterich y en Jaff; Guio DE FERRARA, De schismate Hildebrandi, en MGH, De lite I, 532-567; LAMBERTO DE HERSFELD, Anuales, en MGH, SS, V, 152-263; BERTHOLDO DE REICHEAU, Annales ibd. V, 264-236; BRUNO, De bello sxonico ibd. V, 329-384; BERNOLDO, Chronicon ibd. V, 427-467; ARNULFO, Gesta episcoporum mediolanensium ibd. VIII, 6-31; LANDULFO,Historia mediolanensis ibd. VTII 36-100; BENNON, Scrip-ta contra Gregorium VII et Urbanum II, en MGH, De lite II, 366-422. All mismo pueden verse otros libelli de lite, relativos a la lucha entre el Pontificado y el Imperio.

    BIBLIOGRAFA.A. FLICHE, La reforme grgorienne. T. 1: La formation des idees- grgoriennes; t. 2: Grgoire VII (Lo-vaina-Pars 1924-1925); H. X. ARQUILLIERE, Grgoire VII. Essai sur la conception du pouvoir pontifical (Pars 1934); W. M. PBITZ, Das Originalregister Gregors VII im Vatilcanischen Archiv, en "Sitzungsberichte der k. Akademie der Wissenschaften zu Wien", phil. hist. Klasse, t. 165 (1911); O. BLAUL, Studien ssum Regster Gregors VII, en "Archiv fr Urkundenforschung" 4 (1912) 113-228; T. OBSTREICH, The Personality and Character of Gregory VII in recent historical researrh, en "The catholic historical review", n. s., I (1921) 35-43; H. GRIBAR, Die Investiturfrage nach unge-drutfcten Schriften Genhrhohs von Reichersberg, en "Zeitschrift fr kath. Theologie" 9 (1885) 536-553; E. BERNHEIM, Investitur und Bischofsioahl im 11. und 12. Jahrhundert, en "Zeitschrift fr Kirchengeschichte" 7 (1885) 303-333.Finalmente, vanse los recientes Studi Gregoriani raccolti da G. B. Borino (Roma, aba-da de San Pablo, 1948-56, cinco volmenes con las ms acre-ditadas firmas); para la historia de Espaa, el art. de L. DE LA CALZADA, a proyeccin del pensamiento de Gregorio VII en los reinos de Castilla y Len I, 1-87.

    C 1. LA REFORMA GREGORIANA 351

    meterla, preciso es describir algunas de las consecuencias mo-rales y cannicas que acarre a la Iglesia el feudalismo, con la intrusin de los prncipes y seores feudales en sus iglesias y monasterios propios,

    Indicado queda en, otro lugar cmo los monarcas alemanes, sobre todo a partir de Otn I, se apoyan sobre los obispos para combatir las rebeldas y ambiciones de los otros seores feudales. Otn el Grande dio el arzobispado de Colonia a su hermano1 Bruno; el de Maguncia, a su hijo Guillermo el Bas-tardo; el de Trveris, a uno de sus primos; el de Salzburgo, a uno de sus favoritos; al arzobispo Bruno le confi la cancille-ra imperial; obispos o abades ejercen los principales cargos de su corte. Otn II perfeccion este sistema, que haca de la Iglesia un eje o pieza esencial de su gobierno. O tn IIL si-guiendo la misma poltica, entrega en feudo condados enteros a los obispos de Wrzburgo, Bremen, Colonia, y se d a a s mismo el ttulo de "servus Christi", casi como un pontfice. Enrique II el Santo utiliza los mismos resortes; tanto o ms que sus antecesores, dispone de los obispados a su arbitrio, impone a las abadas reales los abades que ms le placen, de-limita el territorio de las dicesis, convoca y preside los con-cilios; no sin razn escribe Ruperto, abad de Deutz: "non elec-tione, sed dono regis episcopus fiebat". Pero hay que reconocer que estos emperadores, y lo mismo se diga de Enrique III, amaban a la Iglesia y escogan por lo general personas muy dignas. El sistema, sin embargo, era ten s desastroso para el rgimen de la Iglesia, a la cual esclavizaba; y en manos de otros monarcas, como Enrique IV, se convirti en ulna fuente de cornupcin x.

    Cosa idntica suceda en Francia2 . Slo que en Francia el rey nombraba los obispos en sus dominios directos {provincias eclesisticas de Sens, Reims, Lyn y Bourges)', mientras que fcn Nocmanda, Bretaa, Gascua y Languedoc los obispos eran nombrados por los duques o condes de los respectivos territo-

    Son terribles las frases con que Geroch de Reichesberg pin-ta la desvergenza de Enrique IV en vender o regalar los obis-pados a los cmplices de sus torpezas, y cita versos como stos:

    "Abbatissarum reginarumque subactor per adulterium suimpsit episcopium."

    (Syntagma -le statu ecclesiae: ML 194, 1457.) a ? l 0 ? U e

  • 3 5 2 P. 11. DE GREGORIO VU A BONIFACIO VIH

    rios. Ellos elegan la persona y ellos le daban las insignias de su cargo. Hay que tener en cuenta, como ya en otro lugar diji-mos, que en la alta Edad Media la mayora de las iglesias ru-rales eran de fundacin privada y, por consiguiente, propiedad de un seor, el cual designaba el sacerdote que deba vivir a su servicio en aquella posesin. El mismo derecho se fueron arrogando los prncipes respecto de los obispados incluidos en sus dominios temporales. Dej de intervenir el pueblo y el clero en el nombramiento de los obispos, para no actuar ms que el seor temporal, confiriendo al candidato la investidura, que implicaba no slo la posesin de los bienes episcopales, sino el ejercicio de las funciones pastorales: "curamque ei bculo com-mittens pastoralem", deca Qtn I en uno de sus documentos8.

    Segn explicamos al tratar del feudalismo, investidura pro-piamente se deca el acto jurdico por el que el dueo o propie-tario de una iglesia la confiaba, a ttulo de beneficio, al ecle-sistico que deba servirla. Sola hacerse por medio de un sm-bolo, que, cuando se trataba de un obispado, era la entrega del anillo y del bculo pastoral. Vacaba un. obispado? El prncipe o seor temporal buscaba entre sus parientes, o amigos o parti-darios, al ms adicto y fiel, no precisamente al ms apto, o bien aguardaba a ver quin le ofreca por el cargo mayor suma de dinero. Luego le otorgaba la investidura, entregndolecosa que antes perteneca al metropolitanoel bculo y el anillo, smbo-los de la autoridad espiritual, mientras el electo prestaba jurar mento de fidelidad y vasallaje. Con esto empezaba a adminis-trar la dicesis y a disfrutar de sus bienes y posesiones. Slo faltaba la consagracin para el desempeo de sus funciones puramente espirituales. El metropolitano, con los obispos de la provincia, no se haba de negar.

    2. Simona y nicolaitismo.Bien comprendi el cardenal Humberto de Silva Candida que la raz de los desrdenes intro-ducidos en la Iglesia haba que buscarla en la investidura laica. En efecto, la primera consecuencia que de ah se derivaba era 'a simona. Todos cuantos ambicionaban un episcopado prome-tan de antemano cosas indignas o injustas, o bien lo compra-ban sencillamente a precio de oro. Esto era tan ordinario, que sola hacerse notariaimente, sin el menoir escrpulo. As vemos que en 1040, viviendo todava el obispo Amiel de Albi, un tal Guillermo aspira a esta sede para cuando el obispo muera; el vizconde Bernardo accede a la peticin y levanta acta notarial, entregndole el obispado a cambio de 5.000 sueldos de oro, "de tal forma que Guillermo' lo posea durante su vida, ora reci-ba l la consagracin episcopal, ora haga que se consagre oteo en su lugar" 4. D e hecho, sabemos que Guillermo lleg a ser

    ML 143, 1149; MGH, IAbri de lite I, 205. ' L. DE LAGGBR, Aperen, de la reforme grgorienne dans Valbis

    geois, en "Studi Gregoriani" II, 216.

    C . l . LA REFORMA GREGORIANA 3 5 3

    obispo de Albi. De su sucesor, Frotard, consta que pag por el mismo obispado "quince caballos de gran precio" B. El viz-conde de Narbona recibi por el nombramiento arzobispal de Guifredo de Cerdea (1079) 100.000 slidos. En 1016 Adalgero, abad simonaco de Conques, vendi los bienes de su monaste-rio para poder comprar la sede arzobispal de Narbona. De igual modo se portaban algunos reyes de Francia, como Enrique I (f 1060) y su hijo Felipe I (f 1108).

    El obispo que as entraba en la dicesis se adeudaba, y para pagar a su acreedor venda curatos, diaconas y dems benefi-cios al mejor postor y exiga cantidades injustas de dinero por conferir las rdenes sagradas, administrar los sacramentos, etc., y aun se atreva a vender tablas de pinturas, cruces, relicarios, clices, patenas y otros objetos del culto. El resultado era una cadena interminable de pecados de simona.

    Esto mismo era frecuente en los que compraban el ttulo de abad, para pagarlo a costa de los monjes, como dice Ruperto de Deutz: "de carne et ossibus monachorum soluturus".

    La segunda consecuencia de la investidura era el nicolaitis-mo. Hombres que as entraban en el estado eclesistico non ptopter regnum caelorum, imposible que tuviesen la virtud y austeridad necesarias para guardar el celibato y la continencia. Viviendo, adems, encuadrados en el feudalismo de la poca, participaban de casi todas las taras morales propias de los se-ores feudales. De ah lo que se ha llamado nicolaitismo (alusin a los nicolaitas mencionados en el Apocalipsis) o clerogamia.

    La mayor parte de los clrigos, al menos en Lombarda, Francia y Alemania, vivan con su mujer y sus hijos; en lo cual no hacan sino seguir el ejemplo frecuente de sus obispos, al-gunos de los cuales se transmitan la dicesis en herencia de padres a hijos y nietos, formando verdaderas dinastas episco-pales. "Todos los sacerdotes y levitasexclamaba Anselmo de Luccatienen mujer". San Pedro Damiani lo aseguraba de no Pocos obispos de Italia y protestaba de que algunos lo decla-rasen lcito a sus clrigos. Los de Miln, duramente combatidos Por los monjes de la Camldula y de Vallombrosa, y luego, por ios patarinos, resistan tenazmente a la "intrusin romana", ^ g a n d o falsamente sus "privilegios ambrosianos". Tenan de s u parte a los nobles, a los valvasores y capitanei, que, gusto-sos, casaban a sus hijas con personajes del alto clero. Attn de Vercelli lamentbase en carta a sus sacerdotes que muchos vi-V*an no ya con una mujer o concubina, sino con meretrices. *^

    n el siglo x hasta los monjes de Farfa tenan sus concubinas,

    Primero en secreto, despus pblica y paladinamente. Lo mismo consta de los cannigos de Brema y de otros de

    Alemania en el siglo x y xi. Un manuscrito de Augsburgo (si-

    * Ibid.; p. 217. Historia de la Iglesia 2 12

  • 3 5 4 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIH

    glo XI) dice que el clrigo, "en seguida que recibe la uncin sacerdotal, y por indigno que sa, se encarga de una parroquia, lo primero que procura es ut sumt uxocem" '6.

    N o todo, ni mucho menos, ha de atribuirse a inmoralidad y corrupcin. Quiz influa el ejemplo de la Iglesia griega, en l cual los sacerdotes, diconos y subdiconos no podan, es Verdad, casarse despus de su ordenacin, pero se les permita, como se les permite hoy, vivir matrimonialmente con sus mu-jeres, si haban contrado matrimonio antes de recibir las rde-nes sagradas. Solamente a los obispos se les exigay exig'e absoluta continencia. D e todos modos, no se entender bien aquel abuso tan) general en todo el Occid'ente si no se recuerda, al menos someramente, la historia de la ley eclesistica sobre el celibato '7.

    Desde los tiempos apostlicos el celibato fiu estimadsimo y tenido como gala y honor de la Iglesia. Se recomendaba a todos los sacerdotes, mas no se impona. Por Tertuliano y Or-genes vemos que en el siglo ni 'era frecuente, mas no general. Es en el concilio de Elvira, poco despus d'el ao 300, cuando aparece la primera ley obligatoria del celibato o contenencia para los obispos, presbteros y diconos. Esta disciplina que , se impone en Espaa rega tambin probablemente en Roana ya en esa poca, cierto desde el concilio romano de 386, y en la Galia y en frica, en lo cual no hacan esas iglesias sino aco-modarse a lo que enseaban los Santos Ambrosio, Jernimo, Agustn y Len I. Hasta el siglo v, y en algunas partes hasta el vil, los subdiconos no estaban incluidos en la ley del celi-bato. Los que al recibir las rdenes mayores tenan espesa le-gtima deban separarse de ella, o vivir juntos como hermanos, bajo pena de excomunin, o por lo menos de deposicin. Se habla de diaconissa, pcesbytera, episcopissa, porque siendo es-posas del dicono, presbtero u obispo, se les 'permita a veces habitar en la misma casa, tamquatn srores, lo cual no dejaba de constituir un serio peligro. Durante 'el siglo vm experiment una grave crisis' en Francia la disciplina del celibato, pues cons-ta que las cadas eran frecuentes, aunque se castigaban con rigor. Algo semejante debi de ocurrir en la Espaa visigtica de los tiempos de Witiza. Bajo los carolingios el nivel moral se eleva. Los subdiconos son equiparados a los diconos en la ley del celibato. Pero con el declinar d'el siglo IX padece triste

    * PAUL FOURNIER, Le dcret de Burchard de Worms, en RHB 12 (1911) 672. Del estado lamentable del celibato eclesistico en Alemania, cf. CARI, MIRBT, Die Publizistik im Zeitalter Gregors Vil (Leipzig 1894) p. 251s.

    ' E. VCANDARr, Les origines du clibat cclsiastique, en "Etudes de critique et d'histoire religieuse" (Pars 1913), serie 1, 121-155; F. X. FUNK, Clibat nnd Priesterehe im christUchen Air : tertum, en "Kirchetigesch. Abhandlungen und Untersuchungen" (Paderborn 1897) I, 121-155.

    C 1. LA REFORMA GREGORIANA 355

    eclipse la disciplina. N o slo cohabitan, con sus esposas los presbteros y diconos anteriormente casados, sino que aun los otros se casan anticannicamente y viven 'en una especie de concubinato *.

    Len VII se lamen ta de que los ministros del Seor "publi-ce ducant uxores" . Vctor III dice que lo mismo practican algunos obispos 10. Cuando arzobispos, como los de Rouen, no tenan escrpulo 'en vivir pblicamente con su mujer e hijos, puede imaginarse la conducta del clero sometido a tales auto-ridades. Como el matrimonio de los sacerdotes, aunque ilcito, no haba sido an declarado invlido, se comprende que muchsi-mos, viendo que sus obispos no urgan la prohibicin, viviesen con tranquilidad de conciencia.

    De la gran extensin del mal no puede dudarse, sobre todo en aquellos tiempos en que ms se degrad el sacerdocio, de-dicndose los ministros de Dios a negocios mundanos, a la caza, al com'ercio y a oficios menos honestos, como testifica del norte de Italia el Beato Andrs d'e Vallombrosa en la Vida de San Arialdo y San Brlembaldo r.

    Muchos, naturalmente, abogaban por que se les concediese el matrimonio legtimo, y trataban de justificar su conducta con textos de San Pablo y del Evangelio o bien con el ejemplo de los sacerdotes del Antiguo Testamento y de la' Iglesia griega, cuando no se refugiaban en la imposibilidad de vivir riru an-gelorum.

    Pero la Iglesia no cesaba de condenar aquellos desrdenes, y a veces con dureza propia de la poca. As, leemos en el con-cilio de Augsbrgo (952) un decreto que manda coger a la con-cubina, azotarla con varas y cortarl'e los cabellos. Y en el de Bourges {1031), una orden de que nadie se case con la hija de un presbtero o dicono. Benedicto VIII legisla en el snodo de Pava (1018) que los hijos e hijas de sacerdotes coheubina-rios sean reducidos a esclavitud o servidumbre. Len IX, Ni -cols II y Alejandro^ II mandan a todos los fieles que eviten el trato con tales sacerdotes, y excomulgan a stos si se atre-

    No siempre que se habla de concubinas se entiende en el sentido peyorativo actual. En algunos documentos, la palabra concubina significa mujer legitima, pero de inferior categora, sin los derechos y dignidad de uxor. Cf. DUCANGE, Glossarium mediae et infinae latinitatiSj v. Concubina.

    MANSI, Concilia 18, 379. . Dialogorum liber tertiiifi: ML 149, 1003. Lo repite Bonizon e butri: "Sed ipsi pontfices passim concubinati haberentur, ut 58(T> USUf5 a l > o l e r e t infamiam" (Ad amicum 3: MGH, De lite I,

    " "Nam alii cum canibus et ancipitribus huc illueque perva-gantes, suum venationi lubricae famulatum tradebant, alii taber-nan et nequam villici, alii impii usurarii existebant, cuncti fere cum publicis uxoribus sive scortis suara ignominiose ducebant vi-am... nullus ordo vel gradus haberi posse nisi sic emeretur quo-

    modo emitr pecus" (ML 143, 1441).

  • 3 5 6 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    ven a decir una misa, a la cual nadie deber asistir. En lo mis-mo insistir, como veremos, Gregorio VIL

    La legislacin cannica sobre el celibato quedar definitiva-mente trazada ten el concilio de Letrn (1123), estableciendo que el matrimoni de los sacerdotes y de los diconos y subdico-nos no solamente es ilcito, sino invlido.

    II. E L HOMBRE PROVIDENCIAL

    1. Hildebrando.Tanto el nicolaitismo o clerogamia como la simona eran vicios inherentes a la feudalizacin de la Igle-sia, porque sta s'e hallaba en aquel rgimen esclavizada y sin libertad para escogerse sms ministros dignos: eran como dos hijos mellizos de la investidura laica. Quin tendr fuerzas y arrestos suficientes para atacarlos de frente y matar la raz de donde proceden?

    E n la historia de la Iglesia todas las grandes empresas las realizan los santos, capitaneando generalmente a nuevas rde-nes religiosas-. Buen augurio poda ser que ya en el siglo x se vieron surgir plyades de santos y nuevos institutos monsti-cos. Al frente de todos iba Cluny, con una serie de abades venerados por su santidad. Vinieron luego San Nilo de Ros-sano, con sus ermitaos de Calabria; San Romualdo, con sus camaldiulenses; San Juan Gualberto, con los de Vallombrosa; San Pedro Damiani y tantos otros santos de Alemania, Espaa, Francia e Inglaterra, que hemos mencionado en otro captulo.

    Y continuando la l'enta, pero eficaz campaa reformista de los papas Len IX, Vctor II, Esteban IX, Nicols II y Ale-jandro II, o, ms bien, continuando y reforzando la propia ac-cin reformadora que vena desarrollando en los cinco ponti-ficados anteriores, Hildebrando, paladn de la santidad sacer-dotal y de la libertad de la Iglesia.

    Entr todos los papas providencialmente suscitados por Dios para extirpar abusos, luchar contra las potestades del mundo y hacer cumplir las leyes eclesisticas, ninguno tal vez ha sen-tido en su conciencia tan imperiosamente la voz del Seor a su profeta: "Ecce constitu te hodie super gentes, et super regna, ut evellas, et destr.uas, et disperdas, et dissipes, et aedifices, et plantes" (Iex. 1, 10).

    Hildebrando, que en su exterior era de pocas apariencias ("homuncionem exilis staturae", le llama Guillermo de Malms-bury), pero de una inteligencia clara, de un corazn generoso, de un. alma mstica y de una tenacidad indomable, haba nacido en una aldea de Toscana hacia el ao 1020. N o hay que creer al maldiciente Benzo, obispo de Alba y adulador de Enrique IV, cuando canta de Hildebrando: "Natus matre suburbana, de pa-ire caprario, oucullatus fecit nidum in Petri solario", pues ms

    C . l . LA REFORMA GREGORIANA 3 6 7

    bien par'ece que su padre, Bonizo, perteneca a una familia de la nobleza romana112.

    De nio se educ en el monasterio de Santa Mara en el Aventino, del que era abad un to suyo, teniendo por maestros a Lorenzo, arzobispo de Amalfi, y a Juan Graciano, futuro papa Gregorio VI , a quien seguir siempre con fidelidad ad-mirable. En su juventud vio con horror los escndalos que se sucedan en la Ctedra de San Pedro. Un muchacho de acaso

    'dieciocho aos (doc'e, segn algunos) subi al trono pontificio con el nombre de Benedicto IX (1033), iniciando una poca de desrdenes, que pareci tener fin cuando Juan Graciano (Gregorio VI) adquiri la tiara de una manera aparentemente simonaca (1045). N o fu slo Hildebrando quien se alegr con el nuevo papa; fu tambin San Pedro Damiani y los monjes de Cluny, que esperaban de l un comienzo d"e reforma.

    Mas no logr imponer en Roma su autoridad, por lo cual el emperador Enrique III, a fin de restablecer el orden y la paz, lo hizo conducir a Alemania, despus de haberlo depuesto en el snodo de Sutri.

    "Invitus ulfcra montes cum Domno Papa.Gregorio abii", dir ms tarde Hildebrando. N o sabemos si fu el mismo emperador quien le mand salir de Roma en 1047 para seguir la suerte de su antiguo ma'estro y amigo. Tra tado con mucha deferencia por el emperador y por el arzobispo de Colonia, estuvo algn tiempo en esta ciudad y en Worms, no mucho, porque, segn Bonizon de Sutri, se fu luego de la muerte de Gregorio VI (1048) a Cluny, en cuyo monasterio "monachus effectus est" 18.

    M As, las ltimas investigaciones de G. MARCHETTI-LONGHI,

    Richerche sulla famiglia di Gregorio VII, en "Studi Gregoriani" H, 287-333. En cuanto a Benzo, sabido es que su Panegiricus rhytmicus Hewrici IV es un polmetro curioso, con mezcla de prosa, en donde la stira se rebaja a groseras, como la ltima de estos versos:

    "Saonensis Buzianus est quidem homuntio, ventre lato, crure curto, par podicis nuntio."

    El as descrito parece ser Hildebrando, saonense, a quien en otros pasajes denomina M&rdiprandus, Stercorentius, diabolicus inonachellus, Ule draco tortuostts anguis de propagine, haereticus, adulter fornicarius, etc. (MGH, SS, XI, 591-681). Si por parte de oadre tenia sangre juda, no aparece del todo claro. Cf. PALUMBO, scisma del MCXXX (Roma 1942) p. 102 s.

    M La estancia en Cluny es rechazada como leyenda por

    w. Martens, el cual niega asimismo que Hildebrando fuera jama oonje, y por Fliche; ste, sin embargo, admite la profesin mo-nstica de Hildebrando, sin precisar dnde. Quiz tom la cogulla ya en su adolescencia en Roma, pero no negamos toda proba-bilidad a la opinin de los que estn por algn monasterio alemn 6 Renania o por Cluny. Que fu monje se prueba por las muchas Veces que los cronistas de la poca lo afirman. Cf. DOM BERLIIRB, Grgoire VII, fut-il moinef, en "Revue bndictine" 10 (1893) a36 ss. Dom Berlire no cita unas palabras del mismo Grego-

  • 3 5 8 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    Lo cierto es qu'e en seguida le vemos ir a Roma con Bruno, obispo de Toul, s'ealado por el emperador para ceir la tiara pontificia llamndose Len IX (1049). "Sed magis invitus cum domino meo papa Leone ad vestram specialem ecclesiam redii", dir en el snodo romano de 1080.

    Nombrado rector y administrador o ecnomo del monaste-rio d'e San Pablo, muy necesitado de reforma, Hildebrando res-tableci el orden y la disciplina claustral, al mismo, tiempo que restauraba la hermosa baslica. Eso le vali el nombramiento de subdicono de la Iglesia romana y el desempeo de una le-gacin pontificia 'en Francia, donde trabaj con admirable pru-dencia por la extincin de la hereja de Berengario y por la reforma de los abusos eclesisticos (snodos de Macn y Lyn, 1056). La misma habilidad para los. negocios demostr en otra legacin que des'empe' en Alemania, muerto Vctor II, con el fin de obtener de la emperatriz Ins la confinmacin del nuevo papa Esteban IX. Arrebatado ste rpidamente por la muerte, negoci Hild'ebrando con la misma emperatriz y con la Curia romana el nombramiento de Nicols I (1058), quien le agra-deci sus servicios otorgndole la alta dignidad de archidicono de la Iglesia romana.

    Todava en estos aos no alcanzaba probablemente Hilde-brando el prestigio y autoridad del cardenal Humberto, pero ya en el siguiente pontificado. lo> vemos en la cumbre ms alta de los honores, al lado del papa, como brazo derecho y minis-tro omnipotente de Alejandro II. Bien lo expres su amigo y auxiliar Pedro Darniani en aquel dstico hiperblico:

    Papam rite col, sed te prostratus adoro; Tu facis hunc dorninum, te facit iste deum.

    Muere Alejandro II el 21 de abril de 1073. El pueblo, con una calma inusitada, se pone en manos de Hildebrando, el cual ordena las exequias del difunto y prescribe un ayuno de tres das y la recitacin de las letanas, a fin de obtener de Dios el acierto en la prxima eleccin. Celebraban el da 22 los fu-nerales en Letrn, cuando de repente se levanta un enorme clamoreo de la multitud: "Hildebrando Hild'ebrando.. obispo! Hildebrando 'es el que San Pedro elige pon sucesor!" Cedien-do al entusiasmo casi frentico del pueblo, se renen los car-denales en la iglesia de San Pedro ad Vincula, proclamando al archidicono Hildebrando, por sus muchas virtudes, ciencia y prudencia, pastor y pontfice supremo. "Placet vobis?" La muchedumbre de clrigos y monjes, de hombres y mujeres, all

    rio VII, que pueden aludir a sus votos monsticos, en carta a Hugo de Cluny: "Eum qui me suis alligavit vinculis et' Romam invitum reduxit... expecto" (Registr. II, 49, p. 190), ni el testi-monio del propio Hildebrando, que en el concilio romano de 1059 firma: Hildebrandus monachus.

    C 1. LA REFORMA GREGORIANA 359

    presentes contestan: "Placet. Vultis eum? Volumus. Lau-datis eum? Laudamus".

    Recibi el presbiterado el 22 de mayo. Fu consagrado obis-po y solemnemente entronizado los das 29 y 30 de junio.. En recuerdo de su maestro y bienhechor, quiso llamarse Gregorio, sptimo de este nombre. Al da siguiente de su eleccin escribe al" abad Desiderio de Montecasino, invitndole a venir a Roma y pidindole oraciones, porque se siente desfallecer bajo el peso que ha cado sobre sus hombros; y al prncipe Gisulfo de Sa-lerno, con igual fecha, le dice lo mismo, y 'en das sucesivos al arzobispo de Ravena, a la duquesa Beatriz d e Toscana, al abad de Cluny, al arzobispo de Reims, al rey de Dinamarca, al abad de Mars'ella, les ruega insistentemente que oren y ha-gan orar a otros para que pueda llevar la carga "quod mihi invito el valde reluctanti impositum est". Y ms adelante dir en ocasin solemne: "Deinde valde invitus cum multo dolore et gemitu ac planetu in throno vtestro. valde indignus sum collo-catus" 14.

    2. El alma' mstica de Gregorio VII.Se ha calumniado tanto a este papa, se le ha comprendido, tan mal, pintando su figura con colores chillones y dibujo, caricaturesco, que aun el da de hoy no faltan quienes, dicindose sus admiradores por lo que tiene de tenaz su carcter y por lo amplio y universal de su visin, no saben contemplarlo ms que desde el ngulo poltico, ignorando las zonas ms ntimas, profundas y amables de su espritu. De sus ideas poltico-eclesisticas- hablaremos luego. Ahora nos place proyectar un poco de luz sobre su vida sobrenatural y siu piedad mstica, que le merecen un puesto dis-tinguido entre los predecesores de San Bernardo.

    La feuna 'e vigorosa y ardientellena todos los senos de su alma y le mueve en todas sus empresas; todo lo espera "de Dios omnipotente, de quien proceden todos los bienes", y "del Espritu Santo, que todo lo puede"; siervo de Dios se llama y desea serlo (dicimus et esse cupimus); ve a Dios en todos los acontecimientos y se entrega dcilmente a la divina voluntad. El, tan fiero e intrpido ante los enemigos de la Iglesia y ante los violadores de las leyes morales, se humilla delante de Dios como un nio desvalido; siente que por s nada puede, y confa 'en las oraciones de los santos y en la .misericordia infinita de

    14 Registr. VII, 14a, p. 483. Citaremos siempre el Registro de

    Gregorio VII por la edicin de Caspar. El P. Peitz demostr sn 1891 que, contrariamente a lo que antes se crea, el manuscrito del Vaticano, es el Registro original, redactado al da por la Can-cillera pontificia, salvo el ltimo libro (EX) y el final del III. Y ^n 1912 seal O. Blaul, de todos esos documentos, cules eran obra directa del mismo Gregorio y cules haban sido redactados "ajo su inspiracin por los oficiales de la Cancillera. Son, en rea-ldad, _ muchos los documentos en que se revela la persona y el orazn del papa, muy importantes para conocerle ntimamente.

  • 3 6 0 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    Nuestro Seor (u nulla remaneat spes salutis nisi de sola mi-sericordia Christi); sus cartas rebosan sentimientos de humil-dad y confianza en la oracin de los dems; y con la humildad une la caridad; humildad y amor recomienda a Matilde, reina de Inglaterra; al rey d Mauritania le dice: "El Dios omnipo-tente, que quiere que todos los hombres se salven1 y ninguno perezca, nada aprueba tanto en nosotros como el que nos ame-mos mutuamente".

    El amor de Gregorio VII se extiende a todos, aun a sus mayores enemigos, como Enrique IV, a quien escribe: "Si no te amase como conviene, en vano confiara en la misericordia de Dios por los mritos de San Pedro. . . Si todava dudas de la sinceridad de mi amor, al Espritu Santo me remito, que todo lo puede, a fin de que l te indique a su modo cunto es lo que te quiero y amo". El celo de las almas le atormenta y con-sume; por eso dice al rey de Noruega que "nuestro deseo es enviaros algunos misioneros fieles y doctos que os instruyan en la ciencia y doctrina de Cristo Jess", el cualaade poco an-tes, conforme a la voluntad de Dios, Padre eterno, y con la cooperacin del Espritu Santo, se hizo hombre por la salva-cin del mundo y naci de la Virgen inmaculada, reconcili por siu muerte al mundo con Dios, borr nuestros pecados por la redencin, mediante su propia sangre, y, venciendo a la muerte en s mismo, nos convivific y resucit, dndonos la esperanza, viva de una herencia inmarcesible, incontaminada e incorrupti-ble. Efecto del mismo celo es el dolor de los pecados y cismas que ve en la Iglesia (Circumvalta enim me dolor immanis et tristitia universalis, quia orientlis ecclesia instinctu. diboli a cathoca fide dficit, et per sua membra ipse antiquus hotis christianos passim occidit)-, as escribe a Hugo de Cluny, con quien frecuentemente, desahoga su pecho.

    La devocin tiernsitna a la humanidad de Cristo se trans-parenta mil veces, partiaularmente cuando trata de la pasin y muerte de Nuestro Seor: "Sed, pues, imitadoresescribe a los de Cartagode aquel que por vosotros quiso ser feamente es-cupido, puesto en cruz entre ladrones, llagado por vuestras cul-pas y morir segn la carne para lavaros de vuestros pecados... Si os acontece sufrir entre las armas de los sarracenos, no os asustis, sino alegraos siempre que padezcis por Cristo"; la imitacin de Cristo debe ser la vida del cristiano. La carta pas-toral y asctica que dirige a la condesa Matilde de Toscana merecera copiarse ntegra: "ya te indiqu que recibieras la Eucarista freouentemente y te entregaras con plena confianza a la Madre del Seor... Debemos, oh hija!, acudir a este sin-gular sacramento y apetecer esta excelente medicina. Te escribo esto, carsima hija de San Pedro, para que tu fe y tu esperanza crezcan ms y ms al recibir el cuerpo de Cristo... Pues de la Madre del Seor, a quien principalmente te encomend y te en-

    C. 1. LA REFORMA GREGORIANA 361

    comiendo y jams cesar de encomendarte hasta que la contem-plemos como deseamos, qu te dir? Los cielos y la tierra la. alaban sin cesar y no pueden alabarla como ella se merece. Ten esto por seguro, que cuanto es mejor y ms alta y ms santa que las dems madres, tanto es ms bondadosa y dulce para con los pecadores y pecadoras que se convierten". "Escribe en tu coraznas amonesta a la reina de Hungraque la su-prema Reina del cielo, elevada por encima de todos los coros anglicos, es la gloria y el honor de todas las mujeres, ms an, la salvacin y la nobleza de todos los elegidos, porque ella sola mereci, virgen y madre, dar a luz al que es Dios y hombre, vida y cabeza de todos los buenos".

    Con el amor a la Eucarista y a la Madre de Dios juntaba Gregorio .VII el amor a la Iglesia romana, "mater vestra et totius christianitatis, ut satis , magistra", amor del que dio prue-bas bien notorias en toda su vida, y que casi siempre se identi-ficaba con el amor y devocin a San Pedro, prncipe de los apstoles, "qui me ab infantia mea sub alis suis singulari qua-dam pietate nutrivit et in gremio suae clementiae fovit". An-gustiado por tantas calamidades como presenciaba', prorrumpa en suspiros como el de San Pablo: quiero morir y estar con Cristo. "Al cual muchas veces clamo: Apresrate, no tardes, date prisa, no te detengas; y librtame por amor de la Bien-aventurada Virgen Mara y de San Pedro".

    Esta piedad tan ntima, totalitaria y ferviente se nutra en la meditacin y se fortificaba con la austeridad de vida, de la que testifican varios de sus contemporneos. Gregorio XIII lo canoniz y Benedicto XIII extendi su fiesta a toda la Iglesia. Alimento de su intensa vida espiritual era, como ya indic Fliche, la Sagrada Escritura, particularmente los Salmos y el Nuevo Testamento, mucho ms que la lectura de los Santos Padres, de los cuales debi de tener escaso conocimiento, si exceptuamos a San Gregorio Magno, a quien saluda con los eptetos de sancssimus, mitissimus, humillimus, dulcifluus, egre-gius, y a quien cita, segn el cmputo de Arquillire, no menos de 58 veces.

    Conocida ya el alma de aquel intrpido luchador, nos ser ms fcil interpretar sus acciones.

    3. El reformador, Nadie ms a propsito que Grego-rio VII para emprender desde la Ctedra de San Pedro la re-forma moral y religiosa de la cristiandad. Sus embajadas y via-jes por diversas naciones, su larga experiencia de gobierno con diversos papas y su conocimiento de las personas y de los pro-blemas le capacitaban maravillosamente para el destino que la Providencia le haba asignado. Amaba la paz y estaba dispuesto a sacrificarse por ella, pero amaba tambin la verdad y la jus-

  • 3 6 2 P. II. DE GREGORIO Vil A BONIFACIO VIII

    ticia, ut vlimus, nolimus, mnibus genibus, mxime christianis, veritatem e iustitiam annutiare compellimur 15.

    Claro y definido era el programa de su pontificado: "Mag-nopere procuravi ut sancta Eoclesia, sponsa Dei, domina et mater nostra ad proprium rediens d'ecus, libera, casta et catho-lica permaneret" 1G. Devolver a la Iglesia, nuestra madre y es-posa de Cristo, su libertad y su hermosura. Tambin pensaba desde el principio ten restablecer la unidad del cristianismo', re-conciliando a Bizancio con Roma.

    El espectculo que presentaba la Iglesia occidental era la-mentable. El mismo nos lo describe con trazos sombros y con acento de inconsolable dolor 17.

    Escribe cartas aprtemianies a los obispos y a los prncipes para que colaboren con l en el empeo de exterminar el naco-laitismo. Rene concilios en Roma que restablezcan los' antiguos cnones relativos a la observancia del celibato. El primero que celebra bajo su inmediata direccin es en la Cuaresma de 1074. Las decisiones tomadas son: que ningn clrigo promovido si-monacamente pueda ejercer sus ministerios en la Iglesia; que perder su cargo quien lo obtuvo a precio de dinero; que los incontinentes, sean presbteros, diconos o subdiconos, cesarn ten su oficio y el pueblo deber apartarse de sus funciones, a fin de que aqullos se avergencen y siquiera por la infamia se corrijan.

    En esto no haca Gregorio VII ms que repetir lo que. haban ordenado ya sus antecesores. Slo que 'el nuevo papa no se contentaba con palabras. Y para ejecutar estos decretos envi sus legados a todas partes, a fin de que ellos convocasen, otros snodos en hombite del pontfice y destituyesen a los obispos renuentes o los remitiesen a.Roma.

    En Alemania los legados Gerardo de Ostia y Huberto de Pr'eneste fueron recibidos favorablemente por Ins, madre de Enrique IV, y por este mismo monarca, el cual, aunque exco-mulgado por Alejandro II,- quiso ahora reconciliarse con la Igle-sia, porque el levantamiento de los sajones le haba puesto en dursimo aprieto. La resistencia se encontr en el clero. Bien es verdad que el celoso Altmann, obispo de Passau, hizo todo lo posible por que stus clrigos se sometiesen a la ley del celi-bato, pero otros se portaron de manera muy diferente: Liemaro de Brema se neg a promulgar los decretos romanos; Sigfrido de Maguncia blande demasiado con los sacerdotes de su di-cesis, y Otn de Constanza dej 'en paz a los sacerdotes casa-dos y permiti casarse a los que no lo estaban. Ms violenta fu la resistencia del clero inferior, pues todos ellosas lo afirma Lamberto de Hersfeld 'en su Crnicabramaron de co-

    15 Registr. I, 15, p. 23.

    M Pr i . JAFF, Monumento, Gregoriana epist. 46, p. 574.

    " Ibd. 573; y Registr. I, 42, p. 64-65.

    C 1. LA REFORMA GREGORIANA 3 6 3

    raje contra el decreto del papa, acusando a ste de hereje, pues iba claramente contra las palabras del Seor: "No todos son capaces de ello" (Mt. 19, 11), y contra las del Apstol: "Mejor es casarse que abrasarse" (1 Cor. 7, 9), y protestaban que antes abandonaran el sacerdocio que el matrimonio1,8.

    N o fu mejor la acogida que se dio en Francia a las. deci-siones del concilio romano. El rey F'elipe I, simonaco empe-dernido, no haca el. menor caso de las leyes eclesisticas. Gre-gorio VII le ama en carta a los obispos "non rex. sed tyran-nus", "que ha manchado toda su vida con pecados y crmentes,, y el infeliz y miserable dirige intilmente el gobernalle del reino", y da psimo ejemplo a sais subditos "con el pillaje dte las iglesias, con adulterios, con rapias nefandsimas, con per-jurios y con multmodos fraudes"; reprocha luego a los obis-pos que "se esconden eru el silencio como perros que no saben ladrar" 19.

    Los legados pontificios Hugo de Die y Amadoi de Olero luchan contra la simona tanto como contra la clerogamia. Hugo principalmente rene en Pars un snodo, mas la asamblea, al or qu'e el papa prohiba asistir a la misa de un clrigo simo-naco o concubinario, proclama que eso es absurdo e imposi-ble, y San Galterio, abad de Poiiitoise, que defendi las deci-siones pontificias, fu injuriado, atropellado y finalmente en-carcelado por los soldados del rtey. Tambin en Cambray los eclesisticos se negaron a obedecer, y en unin con los de N o -yn expusieron a Roma sus quejas. Por una carta del papa venimos en conocimiento que ten el mismo Cambray un hombre que habl contra los simonacos y concubinarios fu arrojado a las llamas.

    De Italia tenemos pocas noticias, pero sabemos que en la misma Roma se form un foco de oposicin a los decretos con-tra la simona y la clerogamia. Y aunque en Miln los ptaros, agrupados ten torno a su jefe Earlembaldo, redoblaron su acti-vidad, mas no parece que se operase ningn cambio importante en el estado lamentable del clero lombardo.

    En Inglaterra hubo ciertamente dificultad en acteptar los de-cretos gregorianos de parte de los clrigos, pero el rey Guiller-mo se puso de parte del papa, con tal de podter conferir l los obispados, y los obispos, con Lanfranco al frentte, secundaron las iniciativas del pontfice y del monarca.

    En Espaa no exista el problema de la simona y el nico-18

    "Adversus hoc decretum protinus infremuit tota factio cle-ricorum, hominem plae haereticum et vesani dogmatis esse clamitans, qui oblitus sermonis Domini, quo ait: Non omnes ca-piunt hoc verbum; qui potest capere capiat; et Apostolus: Melius est nubere quam uri, violenta exactione nomines vivere cogeret ritu angelorum... malle se sacerdotium quam coniugium deserere" (MGH, SS, V, 218). Vase tambin MANSI, Concilio, XX, 415-416.

    " Registr. II, 5, p. 131.

  • 3 6 4 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    laitismo tan agudo como en otras partes; as que Gregorio VII no tuvo que preocuparse de ello. Solamente en Catalua, por la vecindad de Francia, se senta el contagio; por eso el con-cilio de Gerona (1078), bajo el legado Amado de Olern, de-pone y excomulga a los clrigos concubinarios y simonacos.

    Un segundo concilio romano reuni el papa en noviembre de 1074; es de suponer que con la misma finalidad, mas no s'e han conservado sus actas.

    Podra -parecer que los esfuerzos de Gregorio VII resulta-ban baldos por la oposicin que se levantaba en todas partes; y as cab'e entender, la carta que escribi a Hugo de Gluny el 22 de enero de 1075, habindole de la gran tribulacin que le acongoja, y deseando que el buen Jess ("pauper lesus, per quem omnia facta sunt") le alargue la mano y, compadecindose de l, le saque de la presente vida. En estas efusiones de su alma hallaba consuelo y se confortaba paca proseguir varonil-, mente la lucha. Lamberto d'e Hersfeld asegura que "a pesar de todo, Gregorio insista en su campaa y con asiduas legaciones reprenda la desidia y negligencia de todos los obispos" e0. En efecto, las cartas y los concilios siguientes prueban que la te-nacidad del papa no ceda ni se doblegaba por un fracaso o por una adversidad. Algo por lo menos haba conseguido, a saber, el sacudimiento de las conciencias aletargadas. .

    Mas comprendi que los resultados no seran estables si no se acababa de una vez con la simona, la cual .radicaba en la investidura laica. Por eso, aunque sigue atacando fuertemente al nicolaitismo, desde 1075 vemos que concentra sus mayores esfuerzos en combatir la simona y las investiduras. N o podra haber un sacerdocio casto y santo si quienes entraban en l iban movidos por el dinero y el inters, y no se obtendra esta reforma del clero mientras no se emancipase al episcopado de la servidumbre de los seores feudales.

    Reunido, pues, un nuevo concilio romano en febrero de 1075, despus de excomulgar a varios obispos, entre ellos cinco con-sejeros del monarca alemn, y lanzar anatema contra Roberto Gulscardo, duque de Apulia, infiel a sus promesas, decreta, si hemos de crear a Hugo de Flavigny, lo siguiente: "Cualquiera que en lo sucesivo reciba un obispado o abada de mano de una persona seglar no ser tenido por obispo o abad. Perder

    20 LAMBERTO DE HERSFELD, Anales, 1. c. Al arzobispo de Ma-

    guncia le anima apelando a motivos altamente espirituales, lo cual demuestra que Gregorio VII era algo ms que un legislador: "Multum namque debet nobis videri pudendum quod quilibet sae-culares milites quotidie pro terreno principe suo in acie consis-tunt, et necis perferre discrimina vix expavescunt; et nos qui sacerdotes Domini dicimur, non pro illo nostro Rege pugnemus, qui omnia fecit ex nihilo, quique non abhorruit mortis pro nobis subir dispendium, nobisque promittit meritum sine fine mansu-rum?" (Registr. n i , 4, p. 250).

    C 1. LA REFORMA GREGORIANA 3 6 5

    la gracia de San Pedro y no podr entrar en el templo. Igual-mente, si un emperador, duque, marqus, conde o cualquier otra autoridad osare dar la investidura de un obispado o de otra dignidad eclesistica, sepa que incurre en idnticas penas".

    Esto era enfrentarse con todos los que esclavizaban a la Iglesia y especialmente con Enrique IV de Alemania. La guerra entre el Pontificado y el Imperio era inminente. N o tardaremos en presenciar las ms dramticas escenas de lo que se ha lla-mado "la lucha de las investiduras".

    4. Centralizacin eclesistica* Para la ejecucin de sus planes d'e reforma del clero pronto se percat Gregorio VII de que le era necesario y urgente un rgimen d'e centralizacin ecle-sistica que estrechara los vnculos de unin de las dicesis con Roma y le permitiera al papa actuar en. todos los pases de una manera directa y eficaz l2*.

    A esto contribuy en primer lugar el envo constante de le-gados o representantes del pontfice. Toda la historia de Gre-gorio VII se podra estudiar en la historia de sus legados. Unos son estables y permanentes, como Hugo de Die en Francia y Almann de Passau en Alemania; otros llevan una comisin par-ticular y concreta en esos mismos pases, o en Espaa, Ingla-terra, en Polonia, en la misma Bizancio. Casi todos ellos renen snodos y promulgan los edictos del papa.

    Otra medida centralizadora empleada por Gregorio VII con-siste en suprimir, si le es posible, o por lo menos atenuar, las funciones que en cada pas desempeaba el primado nacional. Reducida su jurisdiccin, el arzobispo primado de Cartago, el de Canterbury, el de Toledo y el mismo de Lyn, creado por l en sustitucin del de Sens, apenas son ms que otros tantos metropolitanos, ya que los asuntos ms importantes quedan re-servados a la Sede Apostlica.

    La misma figura de los metropolitanos va achicndose, por la accin de los legados en los snodos provinciales y por el afn del papa de ponerse en frecuente comunicacin con ellos y de hacerles venir a Roma a recibir el pallium. etc.

    Rueda esencial en el gobierno de la Iglesia es el obispo. Gregorio VII lo repetir a menudo, pero los vigilar atentamen-te, los obligar a frecuentes visitas ad limina, y con objeto de favorecer la reforma claustral, promover la exencin de los monasterios, restringiendo as la jurisdiccin episcopal, al par que aadiendo nuevos resortes al centralismo romano.

    M* La expone con su maestra reconocida A. FLICHE, La forme Grgorienne et la reconqute chrtienne (p. 1946) t, 8 d

    "Hist. de l'Eglise", p. 84-109.

  • 3 6 6 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    III. GREGORIO VII FRENTE A ENRIQUE JV

    1. La lucha de las investiduras'.Eran los obispos, como ya dijimos, principalmente en Alemania, verdaderos seores temporales con anchos dominios y jurisdiccin,, aunque some-tidos al prncipe o a otro seor feudal; por consiguiente, vasa-llos al par que jerarcas eclesisticos.

    Parece que nubi'era sido fcil venir a un arreglo o compro-miso entre ambos poderes, de suerte que la Iglesia confiriese la dignidad espiritual y el principe o seor en cuyo territorio estaba enclavado el obispado se contentase con dar la investi-dura del dominio temporal. A esa solucin se llegar con el tiempo, p'ero en tiempo de Gregorio VII a nadie se le ocurri al menos de una manera clara y precisa. Lo espiritual y lo tem-poral de un obispo les pareca indisoluble. Por tanto, o la Iflle-sia nombraba al obispo de tal ciudad y tales dominios con to-dos los derechos inherentes a 'ese ttulo concreto, o era el prn-cipe quien lo nombraba como a vasallo suyo, sin que al papa le tocase ms que dar su aprobacin. Cul de los dos poderes haba de prevalecer? Ni el papa ni los reyes estaban dispuestos a ceder de sus derechos. Y menos el monarca alemn, de quien dependan todos los' obispados del Imperio y qu'e ya haba visto mermados sus pretendidos derechos .sobre el Pontificado con el decreto de Nicols II acerca de los cardenales.

    El conflicto 'estall, mas no por culpa de Gregorio VII, que, si bien es cierto que estaba resuelto a llevar a cabo la reforma de la Iglesia, tena suficiente ductilidad y prudencia para amol-daffse en lo posible a las circunstancias y ahorrar cheques iti-l'es. Bien lo mostr en su poltica con Francia, interviniendo tan slo en casos de flagrante simona, y con Inglaterra, donde o! siquiera hizo promulgar sus decretos, porque de las investiduras que haca el rey no se seguan graves males. Con Alemania in-tent tambin un arreglo pacfico, pero all reinaba un monarca corrompido, cruel y tirnico, con quien Gregorio VII no poda avenirse en modo alguno, por ms que quisiera.

    Subi al trono Enrique IV siendo todava un nio. Desde su juventud se acostumbr a no tolerar frenos morales. D e su increble disolucin dan testimonio los cronistas coetneos 2 i. N o se le pueden negar ciertas buenas cualidades, actividad y talento, pero su gobierno result desastroso por el desorden

    * Estn indicados en GFBOERER., Papst Gregor und sein Zeit-lter (Schaffhausen 1850-64), cuyos siete volmenes son funda-mentales para este perodo. Cf. II, 102-103. El mismo Gfroerer dice que Enrique IV era*"un perfecto calavera", "libertino y cruel", que tena a la vez dos o tres concubinas y no haba doncella ni mujer hermosa que estuviese segura de sus concupis-cencias.

    C . l . LA REFORMA GREGORIANA " 3 6 7

    administrativo que introdujo, dando los cargos a sus cmplices, g'ente advenediza e irresponsable 22.

    De la buena voluntad del papa y de su deseo de vivir en paz con Enrique IV dan claro testimonio las primeras cartas de aqul, "videlicet, ut sacerdotium et imperium in unitate con-cordiae coniungantur", qu'e son como los dos ojos de la cris-tiandad. Y efectivamente, vivieron en armona los dos primeros aos, a pesar de las arbitrariedades y crmenes del monarca, reconocidos humildemente.por l mismo 'en carta al papa. Este repeta a sus corresponsales que "ningn emperador dirigi ja-ms palabras tan llenas de dulzura y de obediencia a un pont-fice como las que Enrique nos 'escribe a nosotros".

    Era que Enrique IV an no haba alcanzado la carona im-perial, de la cual necesitaba para presentarse ante los prncipes alemanes con suficiente prestigio y cons'eguir la sumisin de los sajones, que se haban levantado en armas contra l, obli-gndole a huir y refugiarse en la abada de Hersfeld. Grego-rio VII procur la pacificacin de los insurrectos, pero acon-sej al monarca no se dejase guiar por malos consejeros. En carta del 7 de diciembre de 1074 le testifica su sincero amor y le da cuenta de la cruzada que qui'ere emprender contra los mahometanos de Oriente, pidindole su consejo, y aadiendo que, si por fin se decidiera a marchar personalmente, dejara la Igl'esJa romana confiada a la custodia de Enrique IV (si luc ivero, posi Deum tibi Romanam ecclesiam relinquo ut eam cts~ todias).

    N o poda dajcle mayores muestras de afecto y de confianza. Con todo ello, sin embargo, no consigui nada.

    Los decretos del concilio romano de 1075 contra las inves-tiduras produj'eron una irritacin violenta en el monarca ale-mn, que crey lesionados sus derechos de patronato. Precisa-mente por entonces empieza a sentirse seguro en el trono, pues ha d'errotado a los sajones, de los cuales ha tomado cruel y sangrienta venganza. Para consolidar ms su posicin distribuye las dicesis alemanas a criaturas suyas. Por s y ante s nombra al obispo de Espira, al d'e Lieja, al de Bamberg, al de Espoleto, al de Fermo y se empea en imponer a Colonia un candidato re-chazado por el clero y por el pueblo. En la plaza de Miln cae ases :nado el jefe de los ptaros, Erlembaldo*, los milaneses ad-versarios de la reforma eclesistica se dirigen a Enrique I V Pidindole un arzobispo, pues se ni'egan a reconocer a Attn, aprobado por Roma; Enrique les da por el gusto, nombrando a Teodaldo, subdicono de aquella iglesia. Tales atropellos de

    las leyes eclesisticas no podan ser tolerados por 'el Sumo Pon-tfice, el cual, sin embargo, escribe al monarca en tonos bastan-x t e

    blandos, indicndole la posibilidad de modificar el decreto

    GFKOERER, ibd. H, 86-87.

  • 3 6 8 P. H. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    sobre las investiduras y anuncindole el envo de legados pon-tificios. Llegaron stos a Goslar el 1 de enero de 1076, y, en nombre del papa, le amonestan a que se arrepienta y cambie de conducta, emp'ezando por echar lejos de s a los excomulgados por Gregorio VII. Viendo la contumacia y deslealtad de Enri-que, lo citan a comparecer para dar cuenta de s en el concilio romano de la Cuaresma prxima. Gustbale al rey pasar tem-poradas con los cannigos de Goslar, corrompidos y disolutos como l, d'e entre los* cuales escoga frecuentemente sus obispos. All se persuadi que buena parte de} clero y aun del episco-pado estaba en su favor, con, lo que se atrevi a afrontar las amenazas de Roma.

    Mas no saba el rey alemn qute tambin se iba consolidan-do la situacin de Gregorio VII en Italia. Por lo pronto, tena de su parte, como siempre, todo el poder de la gran condesa Matilde, la Dbora de Italia, dispuesta a empl'ear todas sus fuerzas generosamente en defensa del Pontificado y especial-mente de Gregorio VIL Al sur estaba Roberto Guiscardo, so-bre el oual pesaba ciertamente una excomunin, pero temeroso del crecimiento del partido imperial en Italia, trataba por aque-llos das de reconciliarse con su seor, el pontfice de Roma. En la misma Ciudad Eterna un atentado de que fu objeto Gre-gorio VII robusteci ms la autoridad d'e ste. Aconteci que mientras celebraba el papa la misa de Navidad (1075) en Santa Mara la Mayor, un pelotn, de forajidos, capitaneados por Cenco, amigo del antipapa Cadaloo, irrumpe en el templo, llega hasta el altar, maltrata al pontfice y lo arrastra por las caires hasta encerrarlo en una torre. Inmediatamente el pueblo roma-no, lleno de indignacin, corre tras los criminales, los asedia y exige la liberacin del papa. Cenco se rinde y pide perdn. Gregorio VII, magnnimo como siempre, le perdona, imponin-dole la penitencia de ir en peregrinacin a Tierra Santa. Y, como si nada hubiera sucedido, vpelve a la baslica y contina la misa.

    Cenco, por su parte,,sale de Roma, pero no con direccin a Tierra Santa, sino a Worms, en Alemania, donde Enrique I V ha reunido una dieta en enero de 1076 con objeto de prevenir al concilio romano de la prxima Cuaresma.

    Ms que Cenco intrig y llev la voz cantante en la asam-blea de Worms, delante de numerosos obispos alemanes, el ex-comulgado cardenal Hugo Cndido, que haba desempeado va-rias legaciones pontificias en Espaa, y Guillermo, obispo de Utrecht, ardoroso partidario del rey y enemigo del papa.

    Aquel concilibulo, que se dirige a Hildebrando como a un simple obispo, "Hildebrando fratri", tiene la osada de lanzarle a la cara las ms burdas calumnias, metindose hasta en su vida privada, para notificarle que no le reconoce como verdadero papa, sino como intruso y perturbador de la Iglesia. Los obis-

    C 1. LA REFORMA GREGORIANA 3 6 9

    pos simonacos de Lombarda, movidos por Enrique IV, se adhieren a esta declaracin cismtica del concilibulo de Worms. Y el mismo soberano escribe una impudente carta, encabezada por estas palabras: "Enrique, rey no por usurpacin, sino por piadosa ordenacin de Dios, a Hildebrando, n o ya sucesor de San Pedro, sino falso monje". Y cuya conclusin es -de esta forma: "Yo, Enrique, rey por la gracia de Dios, a una con to-dos nuestros obispos, te decimos: Desciende, desciende a ser condenado por todos los siglos" 2S.

    2. Solemne anatema y deposicin de Enrique IVEstos documentos fueron presentados ante el concilio romano de la Cuaresma de 1076 por el audaz emisario Rolando de Par-ma, el cual habl as: "Mi seor el rey y los obispos de ultra-montes y de Italia te mandan bajar dte esa ctedra que has usurpado con simona y violencia". Vuelto a los Padres all reunidos, les notific que el rey los aguardaba para que en Pentecosts eligieran un papa legtimo, que fuera pastor y. no lobo rapaz como ste. Los nobles romanos all presentes se lan-zaron indignados contra el emisario real, y mal lo hubiera pa-sado si el papa con su autoridad no lo hubiera defendido. Se interrumpi la sesin,, mas al da siguiente Gregorio VII , des-pus de lanzar contra los conspiradores obispos alemanes e ita-lianos la excomunin, prorrumpi en esta solemne imprecacin y anatema contra Enrique IV.

    "Oh bienaventurado Pedro, Prncipe de los apstoles, in-clina, te nuego, tus piadosos odos hacia m y escucha a tu siervo, a quien criaste desde la infancia y libraste hasta hoy de la mano de los impos, que me han odiado y odian por mi fidelidad para contigo! Testigo eres t y mi seora la Madre de Dios y San Pablo, tu hermano entre todos los santos, de que tu santa Iglesia romana me oblig, rehusndolo yo, a go-bernarla; ni sub por codicia a esta tu sede, sino que ms bien dese acabar mi vida en un monasterio (in peregrinaiione)... Por tu favor me ha concedido Dios la potestad de atar y des-atar en el cielo y en la tierra. Animado con esta confianza, por el honor y defensa de tu Iglesia, en el nombre de Dios omni-potente, Padre, Hijo y Espritu Santo, con tu poder y tu auto-ridad, al rey Enrique, hijo del emperador Enrique, que con inaudita soberbia se alz contra tu Iglesia, le prohibo el gobier-no de todo el reino alemn y de Italia, desobligo a todos los cristianos del juramento de fidelidad que le han prestado o Prestarn, y mando que nadie le sirva como a rey... , y le cargo de' anatemas, a fin de que todas las gentes sepan y reconozcan que t eres Pedro y sobre esta piedra el Hijo de Dios vivo

    M MGH, Z,eg. sect. 4, t. 1, 110-11.1.

  • 3 7 0 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIH

    edific su Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecern contra ella" 24.

    Esta decisin de Gregorio VII , por la que el monarca alte-rnan queda desposedo de su reino-, es un hecho trascendental en la Historia. Es la primera vez que un sucesor d'e San Pedro se atreve a enfrentarse con un monarca tan poderoso como Enrique IV para decirle: tus leyes son tirnicas, injustas, anti-cristianas; por tanto,-ningn cristiano puede en conciencia obe-decerlas. Esto es lo mismo que declarar al rey destituido. Pero ntense dos cosas: primera, que esta destitucin no es irrevo-cable; puede Enrique todava arrepentirse, volver al camino de la justicia.y recobrar sus derechos si no se opone el bien del pueblo; el mismo Gregorio, lejos de aconsejar a los alemanes la eleccin de un nuevo rey, les escribe diciendo que est dis-puesto a usar de la misericordia y benevolencia si el monarca se arrepiente. Segunda, este poder ejercido por 'el papa en las cosas temporales no es un poder directo' ni es un poder poltico. Se trata de un poder espiritual, concedido por Cristo a San Pedro como Vicario1 suyo y 'transmitido a todos sus suceso-res (Mt. 16,19; lo. 21,17), y a l apela Gregorio VII como a fuente y origen de su derecho. Pero-ese poder, que en s fes espiritual y que acta directamente sobre las conciencias, indi-rectamente puede tener repercusiones en las cosas temporales, caviles y polticas. El papa no puede deponer a un rey directa-mente, como depone a un obispo; mas cuando lo exige el fin propio de la Iglesia, que es la salvacin de las almas, pu'ede, en virtud de su poder divino de atar y desatar, y como pastor supremo de los cristianos, suspender el gobierno de un monar-ca y librar a los subditos de la obligacin de obedecerle 2S.

    Enrique IV no solamente es depuesto por el papa, sino ex-comulgado, p sea eliminado del cuerpo de la Iglesia.. Y tam-bin por este captulo perda el rey su carona, ya que la exco-munin sola incluir la prohibicin de que los cristianos comu-nicasen con el excomulgado,-lo cual le imposibilitaba a ste el ejercicio de su autoridad. Las mismas leyes civiles ordenaban

    M Registr. III, 10a, p. 270-271.

    a Tales ideas, corrientes en la Edad Media, las formul Su-

    rez en esta forma: "Quamvis temporalis princeps eiusque potes-tas in suis actibus directe non pendeat a.b alia potestate eiusdem ordinis... nihilominus fieri potest ut necesse sit ipsum dirig, adiuvri vel corrigi in sua materia, superiori potestate gubernante homines in ordine ad excellentiorem finem et aeternum; et tune illa dependentia vocatur indirecta, quia illa superior potestas cir-ca temporalia non per se aut propter se, sed quasi indirecte et propter aliud interdum versatur" (Defensio fidei 1. 3, 5,2: "Opera omnia" [ed. Vives, Pars. 1859] t. 24, 224-225). Y el captulo 23 del mismo libro va enderezado a probar "Pontificem summum potestate coercitiva ih reges uti posse, usque ad depositionem etiam a regno, si causa subsistat" (Ibid. p. 314).

    C 1. LA REFORMA GREGORIANA 371

    que, si al cabo d'e un ao el excomulgado no obtena la abso-lucin, perda oficio y beneficio' 2G.

    "Cuando el anatema pontificio lleg a odos del pueblo anota Bosom, todo el o

  • 3 7 2 V. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO Vlll

    liarse ante el bondadoso papa y arrancarle de este modo la ab-solucin antes de que vinies'e a la dieta de Augsburgo.

    N o haba tiempo que perder. Con el mayor sigilo sali de Alemania poco antes de Navidad, acompaado de su esposa Berta y de su hijito Conrado. Baj hacia Ginebra y escal los Alpes por el paso de Mont-Cenis. Crudo era el invierno y la nieve cubra todos los caminos. En una especie de trineo, he-cho con una piel de buey, fueron arrastrados el nio y la reina. El r'ey, con unos pocos de su squito, caminaban a veces rep-tando con manos y pies o deslizndose por los resbaladeros, con peligro de su vida, hasta dar vista a Turn y descender a la llanura lombarda.

    Gregorio VII , que estaba ya de viaje para Augsburgo, al saber la llegada de Enrique, se retir al castillo de Canossa, prximo a Reggio, propiedad de la condesa Matilde, All se present Enrique el 25 de enero vestido con hbito de peniten-cia, deposito omni regio cultu miserabiliter utpote discalciatts et lais indutus. Son palabras del mismo Gregorio VII, quien aade que el rey, con largo> llanto imploraba consolacin y favor del pontfice. Tres das estuvo as ante las puertas del castillo desde el amanecer hasta la puesta del sol 2T. Entre tanto, no le faltaban poderosos intercesores que negociasen con el papa. Dudaba ste en da* crdito a los propsitos de enmienda de un monarca que tantas veces haba sido infiel a. su palabra. Mas al fin, vencido por las muestras de compuncin y por las instantes splicas de la condesa Matilde y de Adelaida de Sa-boya, prima y suegra, respectivamente, de Enrique, no menos que por los ruegos del abad Hugo de Cluny, padrino de bautis-mo del rey, le abre la puerta y le perdona, recibindole en) la comunin de la Iglesia. Inmediatamente Gregorio da comienzo a la santa misa, durante la cual le administra la Eucarista al monarca arrodillado. Nos parece completamente inverosmil que el papa quisiera decidir el proceso con una ordala eucarstica, como indica Lamberto de Hersfeld, analista ms elegante y ameno que crtico y exacto.

    Quin triunf en aquella memorable ocasin? Gregorio VII o Enrique IV? N o cabe la menor duda que el triunfo moral fu del papa. Tan imponente se revela su grandeza sacerdotal y pontificia, que el rey ms pod'eroso de Europa se ve obligado a postrarse a sus pies, implorando perdn y misericordia. Y Gregorio VII, que poda con toda justicia proceder como juez y condenar a su enemigo, no quiere actuar ms que como padre y como pastor. Aqu culmina la magnanimidad, casi di-

    " Per triduum dice Gregorio VII (Registr. IV, 12, p. 313). Es probable que a la maana del tercer da lo recibi, antes de misa, con lo cual el tiempo que Enrique IV hizo penitencia queda no-tablemente reducido. Menguada penitencia para tantos crmenes. Y todava hay quien se escandaliza, d.e, \% crueldad del papa.

    C. 1. LA REFORMA GREGORIANA 3 7 3

    riamos la debilidad de su corazn. Porque Gregorio VII no sali ganando nada. Diplomticamente el triunfo fu del astuto Enrique IV. Gracias a aquel gesto teatral, Enrique gan su cetro y su corona.

    Hemos dicho "gesto teatral", y acaso esa expresin sea in-exacta, porque bien pudo ser que los sentimientos de peniten-cia de Enrique fueran sinceros, aunque superficiales. Slo que aquel rey era tan voluble, que apenas se vio rodeado de sus partidarios, qu'e le echaban en cara ' su apocamiento y humilla-cin ante Gregorio V i l , volvi a las andadas.

    Cul fu el carcter de la reconciliacin de Canossa? Pu-ramente religioso o tambin poltico? Tres aos ms tarde dir Gregorio VII que su intencin fu solamente readmitir a En-rique 'en el seno de la Iglesia, no devolverle sus funciones rea-les M . El papa, segn Arquillire, distingui entonces y separ perfectamente el aspecto religioso y el poltico del problema. A Fliche,- en cambio, no l'e parece la cosa bastante clara, por-que Gregorio VII sigui tratando a Enrique como rey, y en el documento que hizo firmar a ste en Canossa (Ego Heinricus Rex) no consta con toda la precisin que fuera de desear la obli-gacin en que estaba de abstenerse del gobierno mientras no compareciese a dar cuenta de s en la dieta de Augsburgo.

    Aqu'ella dieta no pudo celebrarse por culpa del rey y de sus partidarios los obispos simonacos de Lombarda, que in-terceptaron las rutas del pontfice. Entonces los prncipes ale-manes, disgustados del gesto absolutorio de Canossa, y en la persuasin de que seguan libres del juramento de fidelidad a Enrique IV por la decisin del concilio romano (1076), se re-nen en Forscheim, junto a Bamberg (marzo de 1077), procla-man depuesto a Enrique y eligen por rey de Alemania a Ro-dolfo de Suabia.

    4. Por la verdad y la justicia hasta la muerte,Estall la guerra civil. Al papa le disgust la nueva eleccin, no porque Rodolfo no estuviera animado de los mejores sentimiento s para con la Iglesia, sino porque l deba ser el arbitro, conforme a lo determinado por la dieta de Tribur, y porque todava tena esperanzas de que Enrique se arrepintiese de veras y conser-vase la corona. Ahora procur mantenerse neutral, y as se lo encomend a sus legados. A pesar de todo, visto el proceder antieclesistico de Enrique, el legado Bernardo de Marsella, de acuerdo con el arzobispo de Maguncia y otros prelados, lanz contra l sentencia de excomunin y reconoci la legiti-midad de Rodolfo (noviembre de 1077). Los dos monarcas ri-vales mandan sus representantes al concilio romano de la Cua-

    28 "Solunv ei communionem reddidi, non tamen n regno, a

  • 3 7 4 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    resma de 1078, en el que se dan leyes contra la simona y la investidura laica. En el de 1079 los enviados de Rodolfo acusan al partido contrario de graves ofensas a la religin. Pero el papa no quiere decidirse en pro ni en contra de ninguno hasta que el cardenal obispo de Albano y el obispo de Padua vayan a Alemania y, en un coloquio con los prncipes, se informen CI amplius iustitia faveret. Pero Enrique, con estorbos al via-je de los legados y con otras maniobras, logra impedir el suso-dicho coloquio.

    Entonces Gregorio VII convoca ero Roma el ordinario con-cilio d'e Cuaresma, y el 7 de marzo de 1080 fulmina de nuevo el anatema solemne "contra Enrique, a quien llaman rey, y con-tra todos sus fautores", le priva de toda potestad y dignidad real y manda que ningn cristiano le obedezca. Concede, en cambio, la potestad y dignidad del reino a Rodolfo.

    Desgraciadamente, no por esto se dio por concluida la gue-rra que arda en Alemania. Enrique haba recobrado muchos partidarios y, apoyado por las disciplinadas tropas de Bohemia, se haba adueado de casi toda Baviera, Franconia y el Rhin, nombrando en estas regiones los obispos a su antojo. Rodolfo tuvo que refugiarse en Sajonia y Turingia.

    Al anatema del papa respondi Enrique con un concilibulo en, Brixen (25 de junio de 1080), al que asistieron 30 obispos alemanes y lombardos. "Los all congregados firmaron un de-creto de deposicin contra Gregorio VII, acusndolo de here-ja, magia, simona y pacto con el demonio. Luego, en presencia de un solo cardenal, ya depuesto y excomulgado, Hugo Cn-dido, eligieron antipapa al excomulgado Guiberto, arzobispo' de Ravena, que tom el nombre de Clemente III.

    La suerte definitiva se haba de decidir en el campo de ba-talla y del modo ms imprevisto. El 15 de octubre los ejrcitos de Enrique traban dura pelea en las orillas del Elster y son derrotados por los sajones, pero entre las bajas del campo ene-migo est Rodolfo, herido de muerte.

    Ya Enrique se siente bastante poderoso para bajar a Italia. Y lo hace en la primavera del 1081, llevando consigo al anti-papa. Celebra la Pascua en Verana y se hace coronar rey de Lombarda en Miln. El 21 de mayo s'e hallaba a las puertas de Roma. ,No pudiendo entrar porque sus fuerzas eran escasas y los romanos se mantuvieron fieles a Gregorio VII, se hizo coronar emperador por el antipapa bajo un pabelln fuera de las murallas. .

    Retorn a Lombarda y movi guerra a la condesa Matilde, mientras en Alemania se alzaban sus adversarios y, con el apo-yo de los sajones, elegan rey a Hermn de Luxemburgo, elec-cin poco acertada, contra las normas que diera el papa a sus legados. Baj otra vez Enrique a Roma en la primavera si-guiente y trat de poner fuego a la baslica d'e San Pedro,

    C. 1. LA REFORMA GREGORIANA 375

    [ aunque intilmente29. La tercera vez vino con ms poderoso .i ejrcito' y logr aduearse de la baslica Vaticana y de la ciu-I dad leonina, mientras Gregorio resista en el castillo de San-

    tngelo (3 de junio 1083). Quiso el rey entrar en negocia-ciones con el pontfice, mas ste se neg a ceder en lo ms mnimo hasta tanto qu'e aqul diera pblica satisfaccin a Dios y a la Iglesia de sus delitos.

    Enrique se retir a Toscana para presentarse de nuevo, por i cuarta vez, en marzo de 1084. Ahora, a fuerza d'e armas y de " dinero, se apoder de casi toda la ciudad, no quedndole al

    papa ms que la fortaleza de Santngelo. Guiberto de Ravena, el antipapa Clemente III, entronizado ya en Ltrn, puso la

    ' corona imperial sobre la cabeza de Enrique IV y de su esposa (31 de marzo, fiesta de Pascua). Roma era suya.

    Pero Enrique no haba conseguido tener de su parte a los normandos, y el duque de stos, Roberto Guiscardo, reconci-liado ya con Gregorio VII , deja sus luchas contra los bizanti-nos en las costas lricas para venir con un fuerte ejrcito en defensa del papa. Enrique y el antipapa huyen a Toscana a combatir contra la condesa Matilde. Los normandos entran, al grito de "Guiscardo!", en la ciudad aterrorizada. Millares de romanos son hechos prisioneros o vendidos como esclavos. Los invasores se entregan al saqueo, con lo.cual no hacen sino com-

    ; prometer la autoridad del papa y malquistarlo ante el pueblo : de Roma. Gregorio VII toma posesin de su- palacio de Letrn;

    mas no juzgando prudente y oportuna su presencia en la ciudad, * se retira a Montecasino y luego a Salerno, cuyo arzobispo, San

    Alfano, antiguo monje casinatense, haba cantado en enrgicos versos su intrepidez frente a los poderes de la tierra:

    i Quanta vis anathematis! f Quidquid et Marius prius

    quodque Iulius egerant mxima nece militum

    '; voce tu mdica facis; y ahora le hosped con las mayores atenciones.

    En este tiempo dirigi Enrique un n i a ^ o r afirmando el derecho divino de los reyes y a n a d l ^ d q 1 g i o * ^ por la que se conoce que el poder del rey emana de Diosi es la heredHariedad, sancionada por el mttai

  • 3 7 6 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    Gregorio VII no se daba por vencido, ni siquiera cuandoji supo que Clemente III haba entrado en Roma y haba celebra-i do la misa en San Pedro el da de Navidad de 1084. Entonces j mismo reuna, l un concilio en Salerno para continuar la lucha ,: contra la tirana y el cisma, excomulgando de nuevo a Enrique

    f y al antipapa. Con objeto de notificar a los catlicos esta sen- [ tencia, enva sus l'egados: Pedro de Albano a Francia y Eudoj de Ostia a Alemania. Y sintiendo que el da de su muerte est-taba prximo, escribe una encclica conmovedora y solemne a

    :

    toda la cristiandad, exhortando a sus hijos fieles a amar y ve-nerar a la Iglesia de Roma, madre y maestra de todas las igle-sias, implorando para todos la bendicin de Dios y la gracia y juntamente la luz del espritu, el amor y la caridad.

    Con todo, la- impresin de sus ltimos das parete ser de soledad y, como l dijo, de destierro. Sus ltimas palabras, si hemos de creer a Pablo de Bernried, fueron: "Am la justicia y odi la iniquidad; por eso muero en el destierro". Era el 25 de l mayo de 1085 cuando el gran luchador entr en la Jerusaln.-celeste a recibir el premio de sais fatigas. Aquel mismo da el rey. Alfonso VI de Castilla haca su entrada en la ciudad de Toledo.v

    IV. "DICTATUS PAPAE"

    1. Ideario poltico-eclesistico de Gregorio V . Se l e ' acusa frecuentemente a Gregorio VII de haber procurado con todas sus fuerzas un imperialismo hiferocrtico, con aspirado- ' nes a dominar en todo el mundo y a fundar una monarqua universal de los papas, en que los reyes fuesen vasallos de Roma. Nada ms ajeno a su pensamiento, profundamente fes-piritualista y siempre remontado a la esfera de lo sobrenatural. Admita la donacin de Constantino, pero no crea poder va-lerse de ella sino en caso de reconquista contra los infieles o cuando lo exigiese el bien espiritual de la cristiandad. Mil ve- , ees repiti que "lo nico que queremos es que los impos se conviertan y vuelvan a su Creador; lo nico que deseamos es que la santa Iglesia, conculcada y turbada en todo el mundo, y en muchas partes desgarrada, recobre su prstino decoro e integridad; lo nico que ambicionamos es que Dios sea glori-ficado en nosotros, y que todos, sin excluir a los que nos per-siguen, merezcamos llegar a la vida eterna" s o .

    Motivos de orden sobrenatural le impulsaron siempre en su 453. Cf. MIRBT, Die Publisistik in Zeitalter Gregors VII (Leipzig " 1894) y R, W.-A. J. CARLYLE, A history of mediaeval theory in the West (Edimburgo-Londres 1930-1936) t. 4, 222 s.

    " Begistr. IX, 21, p. 602. Para mejor entender la ideologa poltico-eclesistica de Greg. VII, vase G; LADNER, The concepts of Ecclesia and Christianitas and their relations to the idea of . papal Plenitudo potestatis from Greg. VII to Bonif. VIII: "Mis- \ cell. Hist. Pont." (Roma 1954) 18,49-77.

    C. 1. LA REFORMA GREGORIANA 3 7 7

    conducta con los reyes, y si diplomtica y polticamente fra-cas, fu porque no tena corazn de rey temporal y de poltico ambicioso, sino de padre que perdona y de sacerdote que ab-suelve.

    Insisti muchas veces en que sus ideas no eran inventadas por l, sino tomadas de la tradicin eclesistica. Y esto vale tanto para su programa reformista como para sus teoras sobre las -relaciones de la Iglesia y el Estado, si bien es cierto que l supo darles un perfil neto y preciso, y l sobre todo se esforz ms que nadie por llevarlas a la prctica.

    ' Las doctrinas ms llamativas, las que ms han encandaliza-do a los que no las entendieron debidamente, estn contenidas en la famosa carta al obispo H'erman d Metz (15 marzo 1081) y en los Dictatus papae.

    Aun algunos catlicos le han acusado de teocracia, de ab-sorber los derechos y poderes del Estado, en su concepcin eclesistica, de arrogarse el poder directo aun en cosas tempo-rales. Ya indicamos cmo esto ltimo es falso al tratar de la deposicin de Enrique IV.

    Que Gregorio no admite ms que una sociedad, la cristiana? Transeat! Esa absorcin del derecho natural en la justicia so-brenatural, del derecho del Estado en el derecho de la Iglesia, fes lo que se ha llamado, con Arquillire, el agustinismo poltico. En consecuencia, debe haber una suprema autoridad y sa ser necesariamente la espiritual. Tal era la concepcin ms tpica del medievo antes de Santo Toms. Pero Gregorio VII no anula ni suprime la autoridad temporal, ni siquiera le merma sus prerrogativas. Ambas vienen de Dios. Haciendo suyas unas palabras que el libro de la Sabidura (6, 4) dirige a los reyes, escribe el papa a los monarcas de Espaa: "Data est a Domi-no potestas vobis et virtus ab Altissimo". Casi lo mismo haba recordado antes a Adelaida de Saboya y lo repetir a Guiller-mo el Conquistador, a Haroldo de Dinamarca, a Alfonso VI de Castilla y al mismo Enrique IV, "quera Deus in summo rerum posuit culmine". Nunca dice que las dos espadas, en el sentido de las dos potestades, estn en manos del papa; esa teo-ra se formar ms tarde entre los canonistas. Jams defendi que la Iglesia pudiese a su arbitrio quitar o repartir coronas, * que la potestad del Estado proceda de Satans. Una frase de la carta a Hermn de Metz debe entenderse en su recto sentido. Dice all que la dignidad real "ha sido inventada por hombres del mundo que a veces hasta ignoraban a Dios", y Pregunta luego: "Quin no sabe que los reyes y prncipes tuvieron origen de hombres que ignoraban a Dios y que con soberbia, latrocinios, perfidia, homicidios y toda clase de cr-menes, bajo la inspiracin de Satans, prncipe d'e este mundo, ^tentaron dominar ambiciosamente y con intolerable presun-

    c*n sobre sus iguales?"

  • 378 P. II. DE GREGORIO VII A BONIFACIO VIII

    Para interpretar este pasaje hay que tener en cuenta que las palabras "tuvieron origen" (principium habuisse) deberan tra- ' ducirse "descienden", dndoles un sentido puramente histrico. N o habla Gregorio VII del principio trascendente de la autori-" dad, que supone ser Dios, sino de los primeros fundadores d'e los imperios, que muchas veces fueron tirnicos, injustos y crueles, segn haba escrito antes San Agustn en La Ciudad de Dios.

    Comparando 'este origen histrico de la potestad real con el origen tambin histcirico de la potestad pontificia, quiere rea-lizar la superioridad de esta ltima, pues mientras aqulla fu _ fundada por hombres, sta lo fu por el mismo HijO' de Dios, que dio a San Pedro el podfer de atar y desatar y le hizo pas-tor universal de los cristianos. Comparando luego la naturaleza del Imperio con la del sacerdocio, hace ver cmo la dignidad temporal debe someterse a la espiritual, que es ms alta.

    Gregorio VII desea que los reyes se le sometan en las cosas que ataen al bien d'e las almas y provecho de la cristiandad. Si les exige cuenta de su gobierno y de sus leyes, la razn es porque son cristianos, y como tales deben obedecer al Vicario de Cristo lo mismo que los dems fieles. El tiene la obligacin de amonestarlos, para que obren conforme a la ley d'e Dios, y deber dar cuenta a Dios de ellos en el da del juicio. Inter-viene, pues, en sus asuntos por un imperativo de conciencia y desde un punto de vista puramente sobrenatural.

    Hay un documento singularsimo, en el que pretendi Gre-gorio VII compendiar todos sus derechos y prerrogativas pon-tificales. M e refiero al titulado Dictatus papae. Su forma rgi-damente lapidaria se explica bien en la teora propuesta por K. Hoffmann, G. B. Borino y otros, segn la cual esos veinti-siete dictados del papa seran los ttulos o epgrafes de otros tantos captulos, que no se conservan, y que formaran toda una coleccin cannica, sacada de la Escritura, de los Padres, de los antiguos cnones y de las Decretales, en confirmacin de las ideas gregorianas.

    Por lo pronto, hay que admitir la autenticidad del docu-mento, despus de los estudios del P. W . Peitz, el cual de-mostr que no era obra del cardenal Deusdedit o de algn otro personaje coetneo, sino del mismo Gregorio VII, que lo incluy en el libro II, 55a de su Registro. Lo traducimos lite-ralmente :

    "Dictados del papa. 1. Que la Iglesia romana ha sido fundada solamente por el

    Seor. 2. Que slo el Romano Pontfice debe ser llamado universal. 3. Que slo l puede deponer o absolver a los obispos. 4. Que su legado preside a todos los obispos n concilio y

    puede dar sentencia contra ellos, aun cuando sea de grado in-ferior.

    C . l . LA REFORMA GREGORIANA f2_

    5. Que el papa puede deponer a los ausentes. 6. Que no debemos permanecer en la misma casa con- los

    que han sido excomulgados por l. 7. Que slo l puede, segn las circunstancias, establecer

    nueva3 leyes, reunir nuevos pueblos o parroquias {novas plebes), hacer de una colegiata una abada o viceversa, dividir un obis-pado rico y juntar obispados pobres.

    8. Qu slo l puede usar de insignias imperiales. 9. Que el papa es el nico cuyos pies besan todos los prn-

    cipes, J-10. Que su nombre es el nico que se recita en las iglesias. 11. Que su nombre (de papa) es nico en el mundo. 12. Que tiene facultad para deponer a los emperadores. 13. Qu tiene facultad para trasladar a los obispos cuando la

    necesidad lo reclama. 14. Que puede ordenar a un clrigo de cualquier iglesia. 15. Que el ordenado por l puede gobernar otra iglesia, mas

    no tomar las armas; y que no debe recibir de otro obispo un grado superior.

    16. Que ningn snodo, sin su mandato, puede llamarse ge-neral.

    17. Que ningn captulo ni libro cannico sea recibido sin su autoridad.

    18. Que nadie debe reprobar la sentencia del papa, y que slo l puede reprobar las de todos.

    19. Que por nadie puede ser juzgado. 20. Que nadie ose condenar a quien apel a la Sede Apos-

    tlica. 21. Que las causas mayores de cualquier iglesia deben remi-

    tirse a la Sede Apostlica. 22. Que la Iglesia romana no err nunca, ni errar en lo por

    venir, segn consta por la Escritura. 23. Que el Romano Pontfice, si ha sido ordenado cannica-

    mente, se hace indudablemente santo, como lo testifica San En-nodio, obispo de Pava, de acuerdo en esto con muchos Santos Padres, segn consta en los decretos del papa San Smaco.

    24. Que por orden, suya y con su licencia es lcito a los (cl-rigos) inferiores acusar (a sus superiores).

    25. Que tiene poder para deponer y absolver a los obispos, sin reunir asamblea sinodal.

    26. Que no es tenido por catlico quien no siente con la Iglesia romana.

    27. Que puede desligar a los subditos del juramento de fide-lidad prestado a los inicuos" sl.

    2. Vasallos y tributarios de la Santa Sede,A la interpre-tacin espiritualista de la poltica de Gregorio VII suele opo-nerse frecuentemente el hecho de que aquel papa reclamase con

    ,ai El texto latino vase en Registr. II. 55a, p. 202-208, donde

    Eric Caspar ha ido anotando cada dictado con las citas de los autores contemporneos de Gregorio y con. los textos de los an-tiguos cnones, especialmente de las Decretales del Pseudo-Isi-uoro. El n. 8 depende de ,1a falsa Constitutio Constantino que en e l

    siglo xi se cres. autntica. El 23 se ha de entender no de la santidad personal, pues Gregorio VII, al igual que todos los pa-pas, se reconoce constantemente pecador, sino de la santidad del ficio o dignidad, por lo cual aun el da de hoy todos hablamos a e l "Santo Padre" o de "Su Santidad". Los nn. 12 y 27 quedan aclarados en pginas anteriores.

  • 8 P. II. DE GREGORIO Vil A BONIFACIO VIII

    insistencia sus derechos de propiedad y soberana sobre nacio-nes que de ningn modo le pertenecan.

    A fin de aclarar esta cuestin, es preciso recorrer breve-mente los principales documentos que a ella se refieren.

    Por lo pronto, no hay duda que cuando Gregorio VII subi al trono pontificio se encontr con que varios estados eran vasallos de la Santa Sede, y naturalmente les exigi a sus de-bidos tiempos le diesen algunas muestras de su vasallaje. Ya vimos cmo en el pontificado de Nicols II se hicieron feudos de Roma los estados normandos de la Italia meridional. Sabido es tambin que la gran condesa Matilde, tan fiel y devota de la Iglesia, le hizo donacin plena y absoluta de todas sus tie-rras y posesiones de Toscana3 2 .

    A los jueces de Cerdea les escriba Gregorio VII el 14 de octubre de 1073, amonestndoles por su olvido de las relacio-nes con Roma, con el consiguiente dao de la religin, de la cual l se declara solcito, as como de ".la salvacin de vues-tra patria".

    A los nobles y obispos de Crcega les recuerda que no han dado ninguna s'eal de servicio, fidelidad, sujecin y obedien-cia a San Pedro, por ms que sean propiedad de la sede ro-mana3 3 . Qu menos poda exigir un soberano feudal a sus feudatarios? Gregorio VII, aqu como en otras partes, se con-tenta con cualquier cosa, con un mero smbolo d'e sumisin San Pedro, y es que nunca pretende ventajas materiales ni aumento de podero, sino que todos los pueblos estrechen sus lazos de unin con el centro de la cristiandad, a fin de que la Iglesia pueda ms fcilmente realizar"su divina misin.

    Del reino de Hungra nadie dudaba en el siglo XI que era feudo de la Santa Sede. Y el emperador Enrique III y los mis-mos reyes hngaros lo proclaman paladinamente, si bien hoy da se duda de la- autenticidad del documentp atribuido al rey San Esteban. Por eso, con razn, se queja Gregorio VII al rey Salomn (28 octubre 1074) de que preste vasallaje al rey de Alemania, y cuando Geisa se apodera del trono, el papa se apresura a reconocerle, pero ni a ste ni a su hermano y suce-sor Ladislao I les exige ms que subiectionem et fidelitaem, devocin a San Pedro y proteccin a la Iglesia.

    Zwonimiro, duque de Croacia-Dalmacia, puso sus estados bajo la proteccin apostlica, a cambio de lo cual Gregorio VII lo hizo coronar rey, de donde no result sino provecho para la paz de aquellos pases. Lo mismo se diga del rey de los ru-sos, Dmitri, que envi a Roma a su hijo Jaropolk con objeto

    B MGH, Const. et Acta I, 654-655.

    " "Non solum vobis sed et multis gentibus manifestum est insulam, quam inhabitatis, nulli mortalium nullique potestati nlsi sanctae Romanae Ecclesiae ex debito iuris proprietate pertinere" (16 sept. 1077) (Registr. V, p. 351).

    C . 1 . LA REFORMA GREGORIANA 361

    de entregar su reino al apstol San Pedro, siendo aceptado por el papa, "ut beatus Petrus vos et regnum vestrum omniaque vestra bona sua apud Deum intercessione custodiat".

    En estos casos ni siquiera se hace mencin de pagar un censo anual, en seal de sumisin, como era costumbre en otros anlogos. Tampoco se habla de ello en la carta que escribe a Sven II de Dinamarca (17 abril 1075) recordndole la peticin hecha anteriormente de obtener el ..noble patrocinio de San Pe-dro. Gregorio VII le dirige palabras de aniucho afecto y estima para l y para su fottsima nacin, y una vez muerto el rey, escribe a su hijo Harald Hein, suplicndole proteja al cristia-nismo en su pas y muestre la misma fidelidad y amor que su padre a la Sede Apostlica. N o exige otra cosa. De Noruega no desea sino que Olaf III enve, jvenes nobles a Roma, don-de podrn educarse e instruirse, de modo qu