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LEYENDAS DEL ECUADOR HOME Editorial No te aburras Sigue la Pista Leyendas del Ecuador Que no se te pase Mundo Animal Brujas sobre Ibar Las noches eran tranquilas en la ciudad de Ibarra. La luna parecía ver a las sombras que pasaban, per que no podían ser reflejadas en la piedras. Pero ¿Quiénes miraban a Ibarra dormida? ¿Quiénes podían contemplar sus paredes blancas adornadas con los brillos de la lu ¿Quiénes pasaban en vuelo como si fueran aves nocturnas? No es fácil decirlo: unas veces eran las bruja Mira, otras las de Pimampiro y muc ocasiones las de Urcuquí. Se decía que en esa época, tal vez a inicios de siglo, viajaban abiertas los brazos, por los cielos estrellados de Imbabura. Pero, a diferencia de lo que se cree de las brujas, que van en escoba, que llevan trajes negros y tienen la nariz puntiaguda, las

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LEYENDAS DEL ECUADORHOME

Editorial

No te aburras

Sigue la Pista

Leyendas del Ecuador

Que no se te pase

Mundo Animal

Brujas sobre Ibarra

Las noches eran tranquilas en la ciudad de Ibarra. La luna parecía no ver a las sombras que pasaban, pero que no podían ser reflejadas en las piedras. Pero ¿Quiénes miraban a Ibarra dormida? ¿Quiénes podían contemplar sus paredes blancas adornadas con los brillos de la luna? ¿Quiénes pasaban en vuelo como si fueran aves nocturnas? No es fácil decirlo: unas veces eran las brujas de Mira, otras las de Pimampiro y muchas ocasiones las de Urcuquí. Se decía que en esa época, tal vez a inicios de siglo, viajaban abiertas los brazos, por los cielos estrellados de Imbabura.

Pero, a diferencia de lo que se cree de las brujas, que van en escoba, que llevan trajes negros y tienen la nariz puntiaguda, las de este sector tenían trajes blanquísimos y tan almidonados que eran tiesos. Por eso cuando las pasaban los pliegues de sus vestidos sonaban mientras cortaban el viento.

Algunos ya las conocían y cuando pasaban por encima de las casas, varios audaces se acostaban en cruz y con esta fórmula las brujas caían al suelo. Otros, en

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cambio, preferían decirles que al otro día vayan por sal y de esta manera conocían su identidad. Pero las voladoras de Mira también tenían sus hechizos.

Los que se burlaban de las brujas terminaban convertidos en mulas o gallos. Y eso, al parecer, eso le sucedió a Rafael Miranda, un conocido médico de Ibarra, de inicios de siglo.

Cuentan los abuelos que el doctor Miranda desapareció un día sin dejar rastro. Sus amigos lo buscaron por todos lados sin resultados. Sus familiares estaban desesperados. El tiempo pasó y una tarde, un conocido del doctor Miranda que recorría unas huertas por Mira vio a un hombre desaliñado con un azadón.

Creyó reconocerlo. Al acercarse comprobó que era el doctor Miranda. Lo sacó del lugar y con algunas curaciones el doctor volvió a su estado normal y nunca más se sintió gallo.

Así como esta, hubo muchas historias en las que las brujas tenían mucho que ver. Quienes las vieron dijeron que eran muy traviesas y según cuentan aún pasan por encima de algunos tejados.

LEYENDAS Y TRADICIONES DEL ECUADOR

POR UNA PIEDRA SE SALVÓ EL ALMA DE CANTUÑA

Eran los primeros años de la época colonial. Las plazas e iglesias de Quito iban tomando forma. Una de ellas era la de San Francisco cuyo atrio estaba siendo construido bajo la responsabilidad de un nativo llamado Cantuña.

El tiempo pasaba y el atrio no se concluía. Los patronos de Cantuña le amenazaron con encerrarle en prisión si no cumplía la obra en el plazo acordado.

Un día, el indio regresaba a su casa y al pasar por el sitio de la obra inconclusa, de entre un montón de piedras emergió una figura vestida todo de rojo, con una nariz puntiaguda y una espesa barba. El ambiente olía azufre y la voz ronca del personaje se identificó:- Hola Cantuña, no me reconoces? Soy Satanás. te vengo a proponer un negocio: Solo yo puedo terminar el atrio de la iglesia antes de que salga el sol... claro que en pago a este favor tú me entregarás el alma... ¿Aceptas?

Cantuña, que veía imposible terminar la obra, dijo:

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Acepto, pero si una sola piedra falta en el atrio antes de sonar las campanas del Ave María, el trato se anula.

Satanás aceptó la condición del desesperado indio y en seguida miles de diablillos ascendieron desde el infierno para colocar las piedras de la plaza. Cantuña miraba desde lejos, apesadumbrado por el miedo y el remordimiento.

Sonaron las campanas del Ave María y las primeras luces del amanecer iluminaron el atrio de San Francisco.

El diablo se frotaba las manos satisfecho mientras Cantuña paseaba por la plaza. De pronto el rostro del indio brillo de emoción. Una piedra. Una sola piedra había faltado. Una sola piedra faltante había salvado el alma de Cantuña.

Satanás desapareció enfurecido y solo dejó tras de sí un espeso olor a azufre.

EL DÍA DE LOS DIFUNTOS

Así como la Semana Santa tiene su propio sabor, el de la fanesca, el Día de Difuntos, el 2 de novimebre, tiene a la colada mordad, un plato de dulce que se acompaña de las "guaguas de pan", una herencia gastronómica española e indígena.

Las "guaguas de pan" son muñecas de masa que recuerdan el episodio bíblico en que el Rey Heroders mandó a decapitar a los niños recién nacidos con la intención de matar al Niño Dios , el infante Jesús.

Esta tradición dejada por los conquistadores se fundió rápidamente con las manifestaciones culturales indñigenas. Los nativos solían vestirse de luto y ofrecer comida y bebida a las almas de sus muertos, una práctica que todavía se mantiene vigente en pueblos aledaños a la capital donde los indígenas van hasta los cementerios para depositar alimentos en las tumbas de sus seres queridos fallecidos.

El otro plato mecionado, la colada morada, era preparada en los viejos tiempos como si fuera todo un ritual gastronómico. Además se preparaba en tal cantidad que era común invitar a toda la familia lo mismo que a los vecinos del barrio. En aquellos días una jarra grande la mazamorra dorada y una guagua hecha con mantequilla no costaba más de un sucre.

Y aunque los precios han aumentado notoriamente, no por esto la colada morada y las guaguas han perdido su sabor ni su lugar en el gusto de los quiteños. Por supuesto que a parte de esta tradición culinaria tampoco se ha borrado la costumbre de visitar ese día el cementerio y dejar algunas flores en la tumba de aquellos que se nos adelantaron en el viaje al más allá.

 

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LA HISTORIA DE CASPICARA

Los sacerdotes de la Compañía de Jesús no podían creerlo. Manuel Chili, el pequeño niño indígena que se colgaba y correteaba por los andamios y pasadizos de la iglesia mayor de los jesuitas en Quito de pronto se había convertido en un gran artista.

Sorprendidos por la habilidad del joven, los jesuitas decidieron tomar a su cargo la educación y darle vivienda, comida y un poco de dinero ya que en ese entonces los artesanos no gozaban del mismo trato que los reconocidos como verdaderos artistas.

Además del apoyo, los padres de La Compañía pulieron las aptitudes de Manuel para que mejorara su técnica en la escultura y la pintura. Así nació el gran Caspicara, uno de los mayores exponentes de la Escuela Quiteña.

Manuel, o Caspicara como empezaba a ser reconocido, trabajaba hasta 12 horas diarias siempre sobre andamios y cerca de bordes peligrosos. Este constante trabajo por lo alto le originó un intenso miedo a las alturas. Cuentan que debido a esta fobia, Caspicara permanecía varias horas en silencio y con los ojos cerrados y esto terminaba por enfurecer al capellán de la iglesia que creía que creía equivocadamente que Manuel dormía en lugar de trabajar.

La fama de artista se extendió por todo el nuevo y viejo mundo. Sus obras comenzaron a valorarse en muchos pesos de oro y sus imágenes de santos, cristos y vírgenes decoraban iglesias de todo nuestro país y también de Colombia, Perú, Venezuela y España. Es tanta la belleza de las obras de Caspicara que no han faltado quienes además les han agregado propiedades milagrosas.

Actualmente es difícil poner un precio a las obras de Manuel Chili ya que, por un lado, superarían los varios millones de dólares, mientras que por otro, son invaluables en tanto que son patrimonio cultural del Ecuador.Como sucede con muchos artistas, Caspicara murió en la miseria más triste, abandonado en la soledad de un hospicio y despreciado por sus contemporáneos.

UN SANTO ARISTÓCRATA Y SIN ZAPATOS

En el Año 1910, los vecinos de San Roque se sorprendían de ver caminando por sus calles a un caballero alto, distinguido de ojos azules y barba rubia que solía vestir humildemente y caminar descalzo. Durante muchos años ocupó una tiendita oscura y húmeda que quedaba en la calle Rocafuerte, frente a la iglesia del barrio.En aquel cuarto tan austero, este singular personaje montó una zapatería con una mesa y unas pocas hormas, planchas de machacar, suelas y otros artículos necesarios para ejercer el oficio de zapatero remendón. Dos muchachitos sanroqueños ayudaban al extraño zapatero y además de aprender el oficio, ganaban un peso diario más comida, una remuneración que era casi una fortuna para aquella época en que se compraba un huevo por un calé y una gallina ponedora por seis reales.

Toda bondad y gentileza era el "zapatero descalzo" como lo empezó a llamar la barriada. Cobraba muy barato y cuando el cliente era pobre, no le cobraba nada. Fue por eso que la gente le comenzó a conocer después como "El Santo Descalzo".

Los vecinos de Quito veían con ojos incrédulos como todos los domingos el zapatero dejaba su taller a las ocho de la mañana vestido con chaqueta, chaleco de fantasía, camisa con botones de perlas, gemelos de oro en los puños y un bastón con empuñadura de marfil y plata. Pero tanta elegancia contrastaba con sus pies siempre descalzos.Parecía que llegaba al éxtasis. Oía la santa misa con gran devoción y en muchas ocasiones lo vieron llorar.

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Llegado a su taller se encerraba y el lunes, como todos los días, abría su taller a las seis de la mañana, caminaba a la tienda realizaba las compras de la semana. Comía humildemente, pero a sus operarios siempre les brindó pastas, dulces y finas conservas.

Con los pies desnudos bajaba por la Rocafuerte hasta llegar al Arco de la Reina, en el hospital San Juan de Dios, luego tomaba la García Moreno o calle de las Siete Cruces para llegar a la iglesia del Carmen Alto en donde entraba luego de rezar un Ave María y un Padre Nuestro. Después, se dirigía a la iglesia de la Compañía para asistir a la misa de nueve. Allí tomaba su reclinatorio forrado de terciopelo rojo y escuchaba todo el servicio religioso de rodillas.

Más allá de la Leyenda

Con el tiempo se desveló el misterio del "Santo Descalzo". Incluso se descubrió su verdadero nombre, se trataba nada menos que de Miguel Araque Dávalos, hijo de una de las familias aristocráticas y de dinero de la ciudad de Riobamba. Muchas suposiciones trataban de explicar porqué una persona de tan alta alcurnia se comportaba de forma tan humilde con toda la gente y aún más con los pobresLa razón hay que buscarla en los misterios del amor. Don Miguel se había enamorado de una mujer de mala reputación y poco decente y aunque trató de olvidarla, no pudo. Para tratar de apagar las brasas de la pasión, decidió abandonar su Riobamba natal para venir a Quito donde trató de enamorarse de otra mujeres aunque nunca lo logró. Un día leyó sobre el milagro de La Dolorosa del colegio San Gabriel sucedido un 20 de abril de 1906 y desde ahí se encomendó a la Madre Dios y a cambio de que le hiciera olvidar a la mujer que le robó el corazón, Miguel se comprometió a caminar descalzo durante un año y trabajar durante ese mismo tiempo como un humilde zapatero.A la final, logró conseguir a la mujer pero porque esta se fue con un gringo que había venido a trabajar en el ferrocarril. Miguel ya no sufrió más y dicen que se curó por obra de la Dolorosa y así ha vivido en el recuerdo de los quiteños como el "Santo Descalzo".

EL CARNAVAL SE JUEGA CON AGUA

Desde siempre el juego del Carnaval fue un poco salvaje. Lanzar harina, agua, huevos a cualquier persona es parte de un juego libre que nadie ha podido reprimir, ni siquiera las amenazas de las autoridades han podido poner freno a algo que es parte de las tradiciones arraigadas de la quiteñidad.

Durante los tres días y los previos, los baldes de agua, los globos, lavacaras y mangueras son las armas que los quiteños utilizan para dar un baño carnavalesco a su prójimo. De siete a siete, desde que el sol sale hasta que se pone, las calles y plazas son los campos de acuática batalla donde la gente da rienda suelta a la alegría.Cuentan que en otros tiempos, incluso en las piletas públicas se sumergía a los carnavaleros y que en algunos barrios como San Roque o La Tola el carnaval alcanzaba las proporciones de una verdadera guerra cuando bandos de ambos barrios salían a enfrentarse con agua, muchos huevos y toneladas de harina.

LA SEMANA SANTA

Con una marca de ceniza en forma de cruz en la frente se celebra el "Miércoles de Ceniza", inicio de la cuaresma o los 40 días previos a la Semana Santa.

La llegada de la modernidad no ha hecho estragos en la religiosidad de los habitantes de Quito. Incluso hoy en día, el Domingo de Ramos se celebra con el mismo fervor que siglos atrás, El romero y el sahumerio son infaltables acompañantes de los quiteños en la tradicional misa que abre la Semana Mayor del catolicismo.

Además de la fuerte presencia de la devoción religiosa, hay otros elementos que han sobrevivido al tiempo como la tradicional fanesca, un plato que se elabora con granos y pescado seco que según algunas investigaciones es un plato que se remonta incluso a las

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primeras comunidades cristianas que escondidos de la persecución romana, los únicos alimentos que podían guardar en las catacumbas eran precisamente los granos y el pescado.

Una labor en conjunto

La tradición dice que el Jueves Santo, las abuelas madrugaban para elaborar este plato ayudadas por toda la familia. Después todos se reunían la mediodía para comer juntos este potaje que conmemora la última Cena de Jesucristo y sus apóstoles.

Las viejas matronas guardan en su memoria los recuerdos de la solemnidad que se vivía en Quito en esas fechas, especialmente durante la procesión de Viernes Santo cuando todos salían vestidos de luto y se unían a la procesión de las cinco de la tarde que visitaba siete iglesias, por las siete estaciones de la pasión de Cristo.El viernes santo se repetía la fanesca acompañada del molo, una especie de puré de papas, el arroz de leche, los duraznos con crema y alguna agua aromática con un poquito de licor. Ese día el plato se servía a las 11 de la mañana ya que era obligatorio escuchar al mediodía el "Sermón de las Tres Horas", solemne servicio litúrgico que se reproducía en cada iglesia de la ciudad.

El Sábado de Gloria la ciudad entraba en un letargo que explotaba en el alegre repicar de las campanas que anunciaban la resurrección de Cristo el día domingo de Pascua. Tradición que aún se mantiene hasta el día de hoy.

HASTA CUANDO PADRE ALMEIDA

Una mueca se desvaneció leve cuando el joven cura Manuel de Almeida divisó la altura de una de las ventanas y la mínima distancia de los muros, que a él en su primer día en el convento- le resultaron tentadores. El joven acababa de egresar del noviciado y atrás le pareció a él- había quedado las cuitas de amor doblegadas por las oraciones y los pasajes bíblicos. Ahora, entraba en la abadía franciscana de San Diego, construida como una suerte de retiro casi a las faldas del Pichincha y de amplias estancias donde el silencio era el dominante, ante el susurro de los rezos.

Hijo de Tomás de Almeida y Sebastiana Capilla, el muchacho lo primero que hizo al entrar en su oscura celda fue guardar bajo la estera sus naipes y extrajo de su hábito franciscano una carta perfumada. La abrió y releyó una caligrafía preciosa de evocadoras palabras de a un tiempo que parecía no pertenecerle más. Suspiró y tuvo la sospecha de esta aún enamorado...

Pero ese amor que antaño le había empujado a entrar al convento se había transformado en un amor a los deleites mundanos. A él le ocurrió que esa expansión amatoria le prevenía de los peligros de ciertos ojos que casi había olvidado. Pero se enfrentaba a dos realidades: ya no era novicio y ahora se encontraba en una casa de clausura y la puerta tenía unos goznes infranqueables, pero recordó el muro.

El tonsurado se paseó muchos días por los jardines del convento hecho para místicos, fundado en 1597 por fray Bartolomé Rubio con el nombre de los Descalzos de San Diego de Alcalá, para que no quedara duda de que el monasterio no era solamente de retiro sino de clausura, donde los cilicios, que lastimaban sus carnes, y penitencias eran habituales. El encapuchado iba cabizbajo, con el ceño duro, y estaba tan ensimismado que los otros religiosos se contuvieron de importunarlo por temor a distraer a un santo en ciernes.

Una noche se encontraba en sus meditaciones, en las afueras de su celda. La Luna caía grave sobre el huerto y entre el movimiento de las ramas alcanzó a divisar a un monje que trepaba el paredón. Lo siguió después de procurarse una capa. Detuvo al cura en fuga y comprobó que era fray Tadeo, quien tenía fama de taciturno y que exhalaba un olor a rosas debido a su candidez. El descubierto no tuvo más que aceptar que iría primero a la Cruz de Piedra. Mas, con los días de parranda que siguieron a esa notable noche, el fray Almeida supo que su

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conjurado acompañante tenía una manceba denominada Percherona, que vivía cerca del Sapo de Agua.

Fue en esa casa donde el padre Almeida armado de una guitarra sacó más de un suspiro a las damas de la noche, especialmente según los rumores- a Catalina:

Mujercita tan bonita,

Mujercita ciudadana,

que sales demañanita

al toque de la campana.

Mujercita tan bonita.

¿A dónde vas tan temprano?

Quién fuera el feliz curita

que te ve junto al manzano.

La animada concurrencia estaba integrada por una nutrida delegación de dominicos, agustinos y los representantes franciscanos que tenían un acto más: fray Tadeo era un interprete del arpa y con los fragores del licor sus melodías tenían la virtud de llevar a todos los religiosos y las muchachas a una apoteosis que parecía derramarse por el zaguán hasta inundar las callejuelas oscuras de Quito, la ciudad de las campanas.

Un amanecer fatal, los parranderos tardaron más de la cuenta en regresar al convento de San Diego y cuando franquearon la tapia fueron sorprendidos por el padre guardián quien puso el grito en el cielo y hasta allí acabó la fama de santo de fray Tadeo y fray Almeida fue conducido de las orejas a su celda. Después de entregarles sus respectivos látigos, los tonsurados permanecieron en sus celdas por ocho días mientras el resto de la congregación escuchaba los azotes de los curas penitentes.

Las tapias del jardín fueron levantadas al mismo tiempo que el padre Almeida colocaba masas de pan para despistar las huellas que dejaron los latigazos en las patas de su maltrecha cama. El franciscano no se avenía a la soledad, pero aún cuando recordaba los ojos de su Catita como él la llamaba-, perdidos entre los talanes de la urbe. Una tarde, mientras se entonaban las loas en la capilla el cura jaranero tuvo una inspiración: divisó el enorme Cristo y dedujo que por su cuerpo de madera podía alcanzar el alféizar de la ventana y de allí escabullirse, desde el Coro, hasta llegar a la Capilla hasta respirar la humedad de la calle.

Fray Tadeo terminó sus días de juerguista cuando le dijo que una cosa era el premio de las noches junto a la Percherona pero otra muy distinta condenarse a los infiernos por profanar la figura de Nuestro Señor Jesucristo subiéndose por sus costados y que por nada del mundo aceptaría semejante pretensión, aunque en honor a viejas noches de parranda- le prometió no abrir la boca eso sí augurándole un castigo que se cerniría sobre el cura Almeida por irse de jolgorio por el busto del Crucificado.

Fray Almeida lo tentó advirtiéndole sobre ese Dios benigno y piadoso que perdona a las pobres criaturas en sus deslices y flaquezas y que no hay oración que no pueda ablandar a Cristo, aunque tenga que servir de escalera. Fray Tadeo se quedó pensando en el sacrilegio del cura en el mismo instante en que el padre Almeida trepaba por el Cristo doliente para alcanzar el

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goce de bailar, jugar las cartas, cantar, zapatear y reír junto con los otros curas y ciertos ojos de una muchacha.

El Cristo le prestaba su hombro cada noche, aunque el fraile procuraba no mirarle a los ojos hasta llegar a sus citas clandestinas, en medio de abundante licor.

Una madrugada, el monje llegó tan borracho que se descolgó por los brazos del Cristo y estuvo a punto de caer. ¡Cristo ayúdame!, le dijo balbuceando mientras su cuerpo se abrazaba a la imagen, llena de llagas y de ojos de vidrio, que no le impedían reflejar su ternura. Cerca al hombro del Crucificado escuchó una voz trémula:

-¿Quosque tandem pater Almeida?

Quedó suspendido el cura en los brazos de madera y yeso, y supuso que se trataba de una broma de algún hermano que al descubrirle lo retaba en latín. Hubo silencio. Miró los ojos de la imagen y los labios de la figura se movieron:

-¿Quosque tandem pater Almeida?

Esas palabras en latín parecían repetirse en un eco que salía del Coro y que avanzaba sigiloso hasta contener toda la bóveda y después concentrarse en el embriagado cuerpo del cura Almeida, que logró bajarse del Crucificado para contestarle en el mismo idioma que servía no sólo para las misas.

-Usque ad rediveam Domine...

Manuel de Almeida amaneció en su resaca y recordó el suceso pero dedujo que no era otra cosa que el producto de su borrachera. Una y otra vez volvió a descolgarse de la cruz y escuchar las quejas del Cristo y su misma respuesta se sucedió en varias noches, porque el cura parecía pertenecer más al mundo de los goces que de las constantes penitencias que sus hermanos enclaustrados.

El Cristo tampoco desfalleció en su intento y lo retó en castellano:

-¿Hasta cuándo padre Almeida?

-Hasta la vuelta Señor, fue la contestación del fray que muy contento se dirigió a una noche más de aventuras deliciosas.

Mas, cerca de la Plaza de San Francisco encontró un cortejo fúnebre y curas encapuchados que se dirigían lentamente, con cirios en sus manos. El séquito avanzaba por la noche quiteña en medio de lamentos espectrales y el ataúd parecía deslizarse de las manos de los franciscanos, que no mostraban su rostro.

El padre Almeida se acercó a un sacerdote y le inquirió sobre el nombre del muerto. Es el padre Almeida, le replicó. No puede ser verdad, se dijo, y esperó que pasara otro encapuchado quien le contestó que era el padre Almeida quien se encontraba en el ataúd. Desconfiado aún preguntó a otro: ¿quién ha muerto?, hermano. Y la respuesta fue contundente: el padre Almeida del convento de San Diego. No quiso saber más y se acercó al féretro descubierto y levantó la capucha para comprobar con pavor que su rostro demacrado era el que tenía entre sus manos. Regresó a mirar sólo para confirmar que el cortejo fúnebre era conducido por esqueletos, con hábitos de franciscanos, que se movían con sus cirios, dejando a su paso un olor a Muerte y cipreses gastados.

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Despavorido llegó el padre Almeida hasta el Cristo de madera y le pidió perdón por todas sus faltas y corrió a encerrarse en su celda para comprobar, entre rezos, que otra vez volvía la mañana.

El día llegó y el cura arrepentido entró a un proceso de ayuno y penitencia que le duró largos años, más allá de su designación de Visitador General. Vivió, ahora sí, una vida entregada a la contemplación y rezos, a esa misma imagen que alguna vez lo transportó a los esplendores de la noche y de la parranda, cuando se deslizaba por el Crucificado convertido en escalera.

El Gallito de la Catedral

Jorge Andrade

En los tiempos en que Quito era una ciudad llena de imaginarias aventuras, de rincones secretos, de oscuros zaguanes y de cuentos de vecinas y comadres, había un hombre muy recio de carácter, fuerte, aficionado a las apuestas, a las peleas de gallos, a la buena comida y sobre todo a la bebida. Era este don Ramón Ayala, para los conocidos "un buen gallo de barrio".

Entre sus aventuras diarias estaba la de llegarse a la tienda de doña Mariana en el tradicional barrio de San Juan. Dicen las malas lenguas que doña Mariana hacía las mejores mistelas de toda la ciudad. Y cuentan también los que la conocían, que ella era una "chola" muy bonita, y que con su belleza y sus mistelas se había adueñado del corazón de todos los hombres del barrio. Y cada uno trataba de impresionarla a su manera.

Ya en la tienda, don Ramón Ayala conversaba por largas horas con sus amigos y repetía las copitas de mistela con mucho entusiasmo. Con unas cuantas copas en la cabeza, don Ramón se exaltaba más que de costumbre, sacaba pecho y con voz estruendosa enfrentaba a sus compinches: "¡Yo soy el más gallo de este barrio! ¡A mí ninguno me ningunea!" Y con ese canto y sin despedirse bajaba por las oscuras calles quiteñas hacia su casa, que quedaba a pocas cuadras de la Plaza de la Independencia.

Como bien saben los quiteños, arriba de la iglesia Mayor, reposa en armonía con el viento, desde hace muchos años, el solemne "Gallo de la Catedral". Pero a don Ramón, en el éxtasis de su ebriedad, el gallito de la Catedral le quedaba corto. Se paraba frente a la iglesia y exclamaba con extraño coraje:

- "¡Qué gallos de pelea, ni gallos de iglesia! ¡Yo soy el más gallo! ¡Ningún gallo me ningunea, ni el gallo de la Catedral!". Y seguía así su camino, tropezando y balanceándose, hablando consigo mismo, - "¡Qué tontera de gallo!"

Hay personas que pueden acabar con la paciencia de un santo, y la gente dice que los gritos de don Ramón acabaron con la santa paciencia del gallito de la Catedral. Una noche, cuando el "gallo" Ayala se acercaba al lugar de su diario griterío, sintió un golpe de aire, como si un gran pájaro volara sobre su cabeza. Por un momento pensó que solo era su imaginación, pero al no ver al gallito en su lugar habitual, le entró un poco de miedo. Pero don Ramón no era un gallo cualquiera, se puso las manos en la cintura y con aire desafiante, abrió la boca con su habitual valentía. Pero antes de que completara su primera palabra, sintió un golpe de espuela en la pierna. Don Ramón se balanceaba y a duras penas podía mantenerse en pie, cuando un picotazo en la cabeza le dejó tendido boca arriba en el suelo de la Plaza Grande. En su lamentable posición, don Ramón levantó la mirada y vio aterrorizado al gallo de la Catedral, que lo miraba con mucho rencor.

Don Ramón ya no se sintió tan gallo como antes y solo atinó a pedir perdón al gallito de la Catedral. El buen gallito, se apiadó del hombre y con una voz muy grave le preguntó:

¿Prométes que no volverás a tomar mistelas?

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Ni agua volveré a tomar, dijo el atemorizado don Ramón. ¿Prometes que no volverás a insultarme?, insistió el gallito. Ni siquiera volveré a mirarte, dijo muy serio.

- Levántate, pobre hombre, pero si vuelves a tus faltas, en este mismo lugar te quitaré la vida, sentenció muy serio el gallito antes de emprender su vuelo de regreso a su sitio de siempre.

Don Ramón no se atrevió ni a abrir los ojos por unos segundo. Por fin, cuando dejó de sentir tanto miedo, se levantó, se sacudió el polvo del piso, y sin levantar la mirada, se alejó del lugar.

Cuentan quienes vivieron en esos años, que don Ramón nunca más volvió a sus andadas, que se volvió un hombre serio y muy responsable. Dicen, aquellos a quienes les gusta descifrar todos los misterios, que en verdad el gallito nunca se movió de su sitio, sino que los propios vecinos de San Juan, el sacristán de la Catedral, y algunos de los amigos de don Ramón Ayala, cansados de su mala conducta, le prepararon una broma para quitarle el vicio de las mistelas. Se ha escuchado también que después de esas fechas, la tienda de doña Mariana dejó de ser tan popular y las famosas mistelas de a poco fueron perdiendo su encanto. Es probable que doña Mariana haya finalmente aceptado a alguno de sus admiradores y vivido la tranquila felicidad de los quiteños antiguos por muchos años.

Es posible que, como les consta a algunos vecinos, nada haya cambiado. Que don Ramón, después del gran susto, y con unas cuantas semanas de por medio, haya vuelto a sus aventuras, a sus adoradas mistelas, a la visión maravillosa de doña Mariana, la "chola" más linda de la ciudad y a las largas conversaciones con sus amigos. Lo que sí es casi indiscutible, es que ni don Ramón, ni ningún otro gallito quiteño, se haya atrevido jamás a desafiar al gallito de la Catedral, que sigue solemne, en su acostumbrada armonía con el viento, cuidando con gran celo, a los vecinos de la franciscana capital de los ecuatorianos.

LA CAJA RONCA

Había una vez, hace mucho tiempo en San Juan Calle, un chiquillo tan curioso que quería saber en qué sueñan los fantasmas. Sí queridos amigas y amigos: fantasmas, esos que atraviesan las paredes. Por eso escuchaba con atención la última novedad: unos aparecidos que merodeaban en las noches de Ibarra, sin que nadie supiera quiénes eran pero seguro no pertenecían a este Mundo.

-¡Ay Jesús!, decía Carlos, ojalá que no salgan justo la noche en que tengo que regar la chacra. Sin embargo, este muchacho de 11 años era tan preguntón que se enteró de que las almas en pena salían a medianoche para asustar hasta quienes salían a cantar los serenos.

Estos seres, según decían los mayores, penaban porque en su codicia dejaron enterrados fabulosos tesoros y hasta que alguien los encontraran no podían ir al Cielo. Estos entierros estaban en pequeños baúles de maderas recias para que resistieran la humedad de las paredes.

En esas cajas, además, estaba guardada la Avaricia.

Carlos, fácil es suponer, se moría de ganas de conocer a esas almas en pena, aunque sea de lejos. Acudió a la casa de su mejor amigo, Juan José, para que lo acompañara al regadío en el Quiche Callejón, como se denominaba el lugar en aquella época del siglo XIX. Ahora pertenece a las calles Colón y Maldonado, pero sólo imagínense cómo sería de tenebroso si no había luz eléctrica.

-¡Qué estás loco!, dijo Juan José y le recordó que él también estaba en el barrio cuando hablaron de la Caja Ronca, que era como habían denominado a esa procesión del Averno. A él no le hacían gracia los fantasmas.

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-No seas malito, le dijo Carlos, de ojos vivaces, mientras argumentaban que esas eran puras mentiras para asustar a los niños. Evitó decirle que él mismo sentía pánico de aventurarse por la noche y peor con la certeza de dormir en una cabaña vieja de su propiedad.

Porfió tanto el jovenzuelo que el otro aceptó a regañadientes, con la condición de que después del regadío le brindara un hirviente jarro con agua de naranjo con dos arepas de maíz, de esas que se hacían en el horno de leña.

Más pudo la barriga que el miedo y así los dos chiquillos caminaron pocas cuadras hasta el barrio San Felipe, como se llamaba en aquella época, en medio de higueras prodigiosas y geranios perfumados.

Antes de oscurecer llegaron al descampado donde se apreciaba las plantaciones de hortalizas y en la mitad el árbol de higos, como si sus ramas fueran inmensos dedos retorcidos y su tronco pareciera una mano recia que saliera de las entrañas de la tierra. Los jóvenes comprobaron que los canales de agua estuvieran dispuestos. Después, prendieron una fogata y esperaron que el tiempo transcurriera, eso sí evitando hablar de la temible Caja Ronca. Atraídos por la magia del fuego los amigos no tardaron en dormirse, mientras afuera un viento helado se escurrió muy cerca de los surcos, a esa hora pardos por los destellos de la Luna. Mas, un ruido imperceptible pareció entrar por ese portón del Quiche Callejón.

Los mozuelos se despertaron y el sonido se hizo cada vez más fuerte. Se levantaron. Antes de preguntarse si valía la pena acercarse al pórtico gastado ya estaban sus orejas tratando de localizar ese gran tambor que sonaba en medio de la noche. Entonces, a insistencia del indagador Carlos que no quería perderse ningún detalle, se acercaron a la hendidura y lo vieron todo:

Las lenguas de fuego parecían acariciar a ese personaje y ya no había otra explicación: era algún Diablo salido del Infierno. Eso a juzgar por sus ojos resplandecientes como carbones encendidos y sus cuernos afilados, que eran golpeados por la luz que despedía la procesión funesta.

Este Señor de las Tinieblas iba recio y parecía que de sus ojos emanaban las órdenes para sus fieles, que caminaban lentamente como arrepintiéndose. De su mano derecha sobresalían unas uñas afiladas que se confundían con su capa escarlata. Era como si estos conjurados del Miedo anunciaran la llegada de días terribles. Los curiosos estaban adheridos al portón como si fueran estatuas. Y entonces la puerta crujió. A su lado se encontraba un penitente con una caperuza que ocultaba sus ojos. Les extendió dos enormes velas aún humeantes y se esfumó como había llegado. Los encapuchados formaban dos hileras y sus trajes rozaban el suelo, aunque parecían que flotaban. Una luz mortecina golpeaba esas manos que a los ojos de los chiquillos se mostraron huesudas y deshechas, que parecían fundirse con las enormes veladoras verdes. La enorme procesión recorría acompañada de dos personajes siniestros que tocaban un flautín junto a un gran tambor. Más atrás, un carromato envuelto en llamas finalizaba este espectral séquito.

A Juan José le pareció que esa carroza contenía a la temible Caja Ronca, que no era otra cosa que algún baúl lleno de plata perdido en el tiempo y el espacio y que -desde otros laberintos- buscaba unas manos que lo liberaran de su antiguo dueño.

Ni cuenta se dieron cuando se orinaron en los calzones, peor cuando se quedaron dormidos, ni aún en el momento en que sus pies temblorosos los llevaron hasta sus casas de paredes blancas. En San Juan Calle, las primeras beatas que salieron a misa de cuatro los encontraron echando espuma por la boca y aferrados a las velas fúnebres. Cuando fueron a favorecerles comprobaron que las veladoras se habían transformado en canillas de muerto.

Fue así como de boca en boca se propagaron estos sucesos y los chicos, entonces, fueron los invitados de las noches cuando se reunían a conversar de los prodigiosos sucesos de la Caja Ronca, para regocijo de las nuevas cofradías de curiosos, que aún se preguntaban en qué

Page 12: Leyendas Del Ecuador

soñaban los fantasmas. A veces, sin embargo, había que recogerse antes de la media noche porque un tambor insistente se escuchaba a la distancia...

EL SHUAR

Un shuar iba de cacería e incrédulo imitó el canto del sapo Kuartam, que vive en los árboles. "Kuartam-tan, Kuartam-tan", lo retó en medio de la noche, pero nada pasó.

"Kuartam-tan, Kuartam-tan, a ver si me comes", dijo y rió.

No lo hagas, le había dicho su mujer, porque puede transformarse en un tigre. No le creyó. Kuartam, el sapo, se convirtió en felino y lo comió. Nada se escuchó de su ataque, pero la mitad del cuerpo del shuar había desaparecido.

Al alba, la muchacha decidió matar a Kuartam. Llegó hasta el árbol donde el batracio cantó la noche anterior. Tumbó el árbol que al caer mató a Kuartam, que se había convertido en un sapo con un estómago inmenso.

La mujer cortó rápidamente la panza de Kuartam y los pedazos del shuar rodaron por los suelos.

La venganza no le devolvió la vida al shuar pero su mujer pudo contar que nunca es bueno imitar a Kuartam.

A lo lejos de la tupida floresta se escuchó un nuevo: "kuartam-tan, kuartam-tan", sin saber si era un sapo o un shuar a la espera de un tigre.

LAS VELAS DEL AMADOR

Sin embargo el personaje se había convertido en sinónimo de buscador de aventuras amatorias y por eso no fue casual que en San Miguelito, en Tungurahua, el cazador de fragancias del pueblo sea conocido como Don Tenorio, olvidándose el de Juan, porque hasta el nombre no había podido desembarcar de España.

Este mozuelo llevaba una máxima: la empresa amatoria más ardua lo catapultaría a ser la admiración de todas las muchachas del pueblo. Por este motivo eligió a una hija de Maria, como se conocía a las doncellas que estaban con la profesión de beatas en el cuello. La joven llegaba temprano a la iglesia envuelta en una chalina negra y su cara cubierta de un velo casi imperceptible, aunque se podía intuir su cabellera larga.

Don Tenorio la esperó con paciencia. Sabia que no hay diligencia mejor que la realizada con cautela. La damisela declinó, al inició, la invitación pero ante los ruegos aceptó encontrarse en las primeras sombras de la tarde. Los jóvenes parecieron entenderse con las miradas. La mujer lo condujo hasta una casa apartada. Al cerrar la puerta una habitación mínima se develó ante la insistencia de un escaso fuego producido por siete velas.

Las siluetas se proyectaron en las paredes ásperas con olor a tierra. Las sombras parecían disiparse y cuando Don Tenorio se acercó el leve resplandor se consumió. Las palabras se quedaron flotando en el aire. El joven llamó tiernamente a su futura amada pero no obtuvo respuesta. Después a tientas intentó localizar una cerilla pero fue inútil. Palpó la pared y tampoco encontró la salida. Fue allí que comenzaron los fatigosos gritos envueltos en un eco bronco, en medio de una estancia oscura. Su cuerpo cayó al suelo sólo para comprobar que la tierra era más húmeda que antes.

Para el tercer día Don Tenorio tenia la garganta lacerada y sus leves quejidos eran cada vez más distantes. Pero no dio tregua y siguió gritando mientras sus manos arañaban la pared, con rastros de sangre.

Page 13: Leyendas Del Ecuador

Ese día el sepulturero del pueblo llegó mas temprano y escucho unas voces que salían de una tumba. Antes de que el aliento se le termine llego hasta la casa del teniente político con la inesperada noticia y la cara desencajada como un mal agüero. Cuando los dos hombres se dirigieron al cementerio ya les acompañaba una muchedumbre ansiosa por escuchar las voces que salían del cementerio.

Los Amorfinos

En las fiestas se cantan o recitan los amorfinos, es decir versos dedicados a las muchachas bonitas.  Se acompañan de una vigüela o guitarra.

Las Serenatas

Casi se ha perdido esta tradicional costumbre.  Novios, esposos o amigos contrataban tríos o dúos de artistas para que cantaran canciones románticas al pie del balcón de sus amadas.

Si el pretendiente era hábil, cantaba él mismo acompañado de una guitarra.

El número de canciones dependía del grado de amistad y relación.

Los Rodeos

Son una costumbre que se realiza en diversos pueblos de la Costa. 

Al rodeo asiste gente de toda edad y condición. Los hombres participan en la doma de potros, en el toreo y otros juegos que demandan mucha capacidad  y valentía.

Las jovencitas concursan en la elección de la muchacha más linda o de la más diestra en la confección de golosinas.

CONCLUSIONES

Este tema ha sido de gran ayuda para llegar a conocer más de nuestra historia, ha sido una experiencia bonita, ya que al leer las leyendas me entere de muchas cosas que tal vez antes al leerlas no ponía atención pero ahora he comprendido muchas de estas leyendas.

Cada ciudad debe conservar su propia identidad en sus rincones públicos, parques, avenidas que recuerdan la historia, costumbres y tradiciones de pasadas épocas alentadas por el folclore típico de cada región de la patria.

El cóndor de oro Si quieres escuchar la música, pincha aquí.

Page 14: Leyendas Del Ecuador

Corría el año 1534 cuando el joven soldado Juan Valverde se enamoró de una bella

muchacha indígena con la que huyó a la tierra natal de ella, Píllaro, en los Andes, y

durante tres años fueron muy felices, pero la felicidad no es eterna y un buen día

se presentó un destacamento de soldados españoles en el lugar y Juan aterrorizado

ante la idea de que lo apresaran y lo declararan desertor lo que supondría su

ejecución, decidió viajar a España con su esposa, quizás quería pedir la protección

del emperador.

Para pagar el viaje necesitaba dinero y fue entonces que los ancianos del lugar le

contaron que en las montañas había escondido un gran tesoro. Dicho tesoro

procedía del oro reunido para liberar a Atahualpa que había caído en la trampa

que le tendió Pizarro y al que le pedían para su liberación una cantidad de oro

capaz de llenar su celda hasta la altura de un hombre. El oro empezó a llegar

desde todas las partes de Imperio, pero los españoles no cumplieron el trato y le

dieron muerte y fue entonces cuando el general Ruminahui que todavía no había

entregado los tesoros a los españoles, decidió esconderlos y continuar la lucha.

Ruminahui que procedía de Quito hizo un llamamiento a todos los pueblos para

luchar contra los españoles, castigó cruelmente a los que no quisieron colaborar y

formó la resistencia indígena ayudado por otros jefes y estaban tan bien

organizados que estuvieron a punto de vencer a los invasores, pero la naturaleza

se le puso en contra al entrar en erupción el volcán Tungurahua y muchos indios

vieron en esto una señal de enojo de los dioses y abandonaron al general. Él

empezó su retirada y empleó la técnica de tierra quemada para que los españoles

Page 15: Leyendas Del Ecuador

no se pudieran aprovechar de ninguno de los poblados. Al llegar a Quito también la

destruyó, reunió todos los tesoros y los escondió en las montañas. Pero la suerte no

estaba con él y Benalcázar lo persiguió y lo alcanzó en su propia región de Píllaro y

lo condujo a Quito. Lo sometió a las más crueles torturas para que revelase el

lugar donde había escondido los tesoros pero él callaba o les indicaba lugares

erróneos hasta que un día los españoles cansados de tanta terquedad y de que les

tomara el pelo, lo ahorcaron.

Después de escuchada esta historia, Valverde se dirigió a las montañas y al cabo

de dos semanas regresó con una gran cantidad de tesoros entre los que se

encontraba un cóndor de oro con esmeraldas a modo de ojos y alas de plata. El jefe

del poblado le dijo que podía llevarse todo lo que trajo menos el cóndor que

debería de permanecer escondido hasta que los españoles fueran expulsados de los

Andes y el imperio inca recuperara su antiguo esplendor; así que el cóndor regresó

a su escondite.

Cuando por fin regresó a España, el emperador Carlos no se conformó con lo que

le traía (sabido es que nuestro emperador siempre andaba corto de dinero) y le

ordenó que revelara el lugar donde estaban escondidas tales riquezas o le serían

confiscados todos sus bienes. Se escribió entonces el llamado “Derrotero de

Valverde” en donde se especifica el camino que hay que seguir, con detalle de los

bosques, los caminos, los ríos y las cumbres a recorrer a partir de Píllaro para

encontrar el magnífico tesoro inca situado en las montañas de Ecuador, pero hasta

la fecha dicho tesoro sigue sin ser encontrado a pesar de las muchas expediciones

que se enviaron a la zona y el misterio aumenta cada vez que algún aventurero se

adentra en Llanganati y no regresa. Además se dice que en esa zona se dan

temperaturas polares junto con tormentas asombrosas, hay grandes inundaciones

y ruidos sobrecogedores, su vegetación es extraña con un musgo en el que casi se

puede hundir una persona ya que cubre la boca de un abismo. Verdad o

exageración, el caso es que el tesoro sigue reposando en algún lugar.

Nota: La música, como siempre, es regalo de Incondicional, que siempre

encuentra la melodía apropiada.

posted by Leodegundia | 1:00 AM  

34 Comments:

Incondicional said...

Me hace ilu ser la primera, lo he leído por encima, los ojos se niegan a

permanecer abiertos un segundo más, mañana sabes que no estaré, volveré

Page 16: Leyendas Del Ecuador

a la noche para leerte mejor.

Las ideas son tuyas amiga, mi aportación es insignificante :-)

Besos transnochadores.

octubre 20, 2006 2:33 AM  

Carlos said...

Muy interesante, seguro que algún día con los nuevos aparatos tecnológicos

y sonares para ver que hay detrás de paredes o suelo encontraran el tesoro

para exhibirlo en grandes museos. Así como hubo malos españoles hubo

buenos españoles en Michoacán no se puede negar a "tata" Vasco de

Quiroga (tata que significa padre de familia en purepecha). Es mejor vivir

con lo que el enseño en esta región del planeta pues les enseño una

profesión a cada una de las tribus.

Eso si machu pichu se me hace uno de los lugares mas asombrosos.

besos Leo, que tengas un exelente fin de semana

octubre 20, 2006 5:56 AM  

marian said...

Todas estas culturas precolombinas encierran tantos misterios aún sin

descifrar que las leyendas y tradiciones que nos llegan, están envueltas en

un halo de misterio y aventura. Tal vez, por lo exuberante de su

geografía.Un relato estupendo que no conocía, profe.

Un besín

octubre 20, 2006 9:00 AM  

Edem said...

Hay mas leyendas de esas. Por ejemplo, la capacidad de los indigenas de

seguir adorando a sus dioses en las narices de los españoles. Veras, los que

construian los edificios, eran ellos. Por ejemplo, las iglesias. Y lo que

hacian, era poner entre los muros sus estatuas. Justo detras del altar o de

las de los santos europeos. Y luego, con la gran alegria de los sacerdotes, se

ponian a adorarlos. Claro, a los suyos. Hace poco se sacó uno de sus idolos

de una de las catedrales, y hay constancia de que en el pasado, los

españoles descubrieron mas.

En cuanto al tesoro... las cronicas españolas, dicen que, despues del rescate

Page 17: Leyendas Del Ecuador

de Atahualpa, ni mucho menos estaba agotado el oro, las joyas y la plata. De

echo, hay constancia de que el Inca, le habia prometido tambien una

habitacion llena de plata a Pizarro, y que esta estaba a medio llenar cuando

sus soldados lo mataron. Y que el resto, que estaba en camino, desaparecio.

Lo del general, conocia la leyenda, pero no conocia los datos precisos.

Tambien se dice que, en realidad, el tesoro no llegó a salir de Cuzco, una de

sus capitales. Recientes pruebas, han dado a entender que, la ciudad

colonial y la española, estan situadas encima de la Inca. Y que debajo de

esta, hay una red de tuneles que riete de las catacumbas. Hay una leyenda

que dice que, el tesoro está alli.

Parte al menos. Y hay testigos de haberlo visto. Digo visto porque nadie en

500 años ha traido pruebas de ello.

Para mi... que todavia hay bastante que descubrir. Los Incas no eran tontos,

y, al ver que en campo abierto no podian vencer contra los españoles, se

retiraron a fortalezas en los andes. Machu Pichu era una de ellas, y,

recuerdo, no se "descubrio" hasta 1911.

Podria haber mas. Una cultura sorprendente.

Un saludo de Edem

octubre 20, 2006 9:15 AM  

almena said...

La naturaleza y los elementos se encargan de su custodia.

Los más fieros guardianes tiene ese tesoro.

Un beso grande, Leodegundia

octubre 20, 2006 12:20 PM  

whithe said...

Seguro que es el cóndor que sobrevuela protegiendo el tesoro.

Preciosa historia.

Besito

octubre 20, 2006 1:42 PM  

Cris said...

Me fascinan las historias de tesoros, incluso considerando la alta

probabilidad de que no sean más que eso, una historia, y que el tesoro en

cuestión ya no exista o no haya existido jamás. Siempre me gusta

conocerlas, siempre llevan detrás personajes apasionantes y leyendas que

no dejan indiferente.

Personalmente, creo que el mayor tesoro en una aventura de este tipo, se

Page 18: Leyendas Del Ecuador

obtiene con las sensaciones que te provoca embarcarte en la búsqueda:

paisajes hermosos, lugares desconocidos, civilizaciones antiguas, historia...

Un abrazo, Leo.

octubre 20, 2006 5:18 PM  

schatz67 said...

Pues inscribiremos al Cóndor dorado en la inmensa lista de tesoros

perdidos que se encuentran pendientes de ubicar en el Perú.

Este ubérrimo lugar es pródigo en historias de galerías,tesoros,secretos e

intrincados vericuetos por recorrer.Año a año se descubren nuevas

ciudadelas (Caral,con 5,000 años de antiguedad es la más reciente)y crece

la investigación y la búsqueda por parte de expediciones de nuevos

hallazgos en lugares recónditos.Lamentablemente cuando llegan los

exploradores o las misiones de antropòlogos y arqueólogos muchos de estos

sitios ya han sido saqueados por lugareños y vendedores de

antiguedades.Duele reconocer que muchas veces los peruanos somos los

peores guardianes de nuestro patrimonio.

Uno de los enigmas más tenaces de resolver es la ubicación de las momias

de los 14 incas que gobernaron el Imperio del Tahuantunsuyo.Estas momias

eran objeto de adoración por parte de los indígenas y cuando los españoles

conquistaron las ciudadelas "secuestraron" literalmente las momias y las

escondieron en algun lugar secreto en Lima.Se dice (y hay dos misiones

trabajando en eso) que estan enterradas en los claustros de un antiguo

convento ubicado en el centro histórico de la capital.Ubicar estos restos

completaría el rompecabezas del linaje exacto de los gobernantes incas el

cual esta basado en las recopilaciones de tradiciones orales recogidas por

cronistas como Cieza y Garcilaso.

Ojala algun día tengas la oportunidad de visitarnos por aquí.Te quedarías

boquiabierta de ver como en el Cusco los españoles levantaron sobre las

bases del Q´oriqancha(templo del sol cuyas paredes estaban revestidas de

oro y que fueron arrancadas de cuajo por los soldados españoles)el

Convento de Santo Domingo.Ver ese complejo arquitectónico de noche es

sobrecogedor,las inmensas piedras incas (que nunca pudieron ser

removidas)sirviendo de base a una monumental construcción cristiana.Y así

es todo el Cusco y como no, gran parte del Perú.

Page 19: Leyendas Del Ecuador

Noblesse obligue, reconocer que muchos de estos monumentos histórico-

religiosos han sido restaurados y salvados del colapso gracias al apoyo de la

Agencia Española de Cooperación Internacional.La Catedral del Cusco,el

Convento de San Francisco en Lima(con sus famosas catacumbas...con

muchos pasajes por explorar y que dicen que comunican con ...el puerto del

Callao!!!!)entre otras obras monumentales han sido pacientemente

restauradas desde hace más de 10 años y hoy lucen remozadas y hermosas

gracias al aporte de los "godos".

Bienvenida estas en el Perú,tu preocupate de llegar que casa y comida no te

faltarán.

Un abrazo

Schatz

octubre 21, 2006 6:10 AM  

TOROSALVAJE said...

Como un niño, boquiabierto como un niño, con ganas de salir a la calle a

jugar a la búsqueda del tesoro.

Me has hecho disfrutar.

Precioso.

Besos.

octubre 21, 2006 10:16 AM  

bohemiamar said...

fpDisculpa las prisas, te traigo saludos.

bohemiamar

octubre 21, 2006 1:32 PM  

Ogigia said...

Como siempre, contado de un modo interesantísimo...ya de por si el asunto

lo es...Gracias, Leo, un abrazo

octubre 21, 2006 4:31 PM  

lamima said...

Page 20: Leyendas Del Ecuador

Que delicia leer una buena historia bien contada.

Gracias, hermosa.

octubre 21, 2006 5:18 PM  

AZUL said...

Has dejado de ser maestra para convertirte en sacerdotista de historias

llenas de magia y color...que traspasa las palabras para emocionarnos...un

abrazo fuerte Leo...con mucho cariño!!

Mil bikos y buen fin de semana :)

octubre 21, 2006 10:21 PM  

reina said...

La leyenda es fascinante, pero más lo es la magnífica vista del Machu Pichu

a vista de pájaro que nos muestras en la fotografía.

Todos los imperios mueren de sus propias miserias, da igual quienes lo

formen.

Un besote Leodegundía.

octubre 22, 2006 6:50 AM  

Trini said...

Me ha gustado mucho esta historia que, no conocía. Mi deseo es que siga

enterrado ese tesoro y, si ha de encontrarlo alguién alguna vez, sea para

emplearlo en buenas cosas para el país y no para llenarse sus propios

bolsillos.

Besitos

octubre 22, 2006 1:02 PM  

Leodegundia said...

Incondicional - :-)) Las ideas puede que sean mías, pero la música siempre

te la debo a ti, seguro que esta no será la última vez que me tengas que

echar una mano.

Carlos – Yo siempre digo que en todas partes hay gente buena y mala y por

lo tanto entre los españoles que participaron en la conquista de América

había de todo aunque no puedo dejar de reconocer que quizás viajó hasta

allí demasiada gente avariciosa, el dinero, entonces y ahora, sigue teniendo

Page 21: Leyendas Del Ecuador

demasiado atractivo y por poseerlo se cometen verdaderas tropelías.

En cuanto a los tesoros, si es que existen, me gustaría que no aparecieran

nunca, prefiero que el misterio siga en el aire.

Marian – A mi me encantan las leyendas en las que el misterio y la duda

hacen soñar, creo que es bueno que sigan existiendo para que la vida no se

vuelva tan fría y material.

Edem – Gracias por contarnos lo de la construcción de las iglesias, no lo

conocía y me hace gracia porque demuestra que tenían una gran capacidad

para luchar por sus costumbres y creencias.

No, el oro no estaba agotado porque además el rescate pedido por los

españoles no se llegó a entregar al completo como en el caso de la leyenda

de hoy. Tengo que confesar que aunque Machu Pichu forma parte de esta

leyenda, en realidad la foto tendría que haber sido de la zona de Píllaro en

Ecuador, pero no encontré ninguna y tuve que conformarme con hacer el

montaje con esa bella foto de Perú.

Almena - :-)) Espero de corazón que esos guardianes sigan haciendo tan

bien su trabajo que nunca nadie pueda encontrarlos.

Whitte – Bueno, cuando hice el montaje de la foto eso quise dar a entender,

el cóndor sigue donde debe.

Cris – Bueno, me imagino que los buscadores de tesoros lo que menos

miran es el paisaje y si para hallarlo tuvieran que destruir algo no dudarían

en hacerlo, por eso yo prefiero que siga siendo una leyenda,

independientemente de que el tesoro haya existido o no.

Schazt67 – Bueno, como le dije a Edem, en realidad el montaje de la foto no

es muy exacto pues el cóndor de oro en realidad no estaría en Perú, si no en

Ecuador en la zona de Píllaro, pero como no encontré ninguna foto de ese

lugar, puse la de Machu Picu pues creo que es la más representativa de la

civilización inca.

El problema de que los lugareños no respeten ni valoren de una forma

sentimental sus riquezas no es sólo del Perú, de España salieron verdaderas

joyas del arte que nunca deberían de haber salido, no todo el mundo

respeta su patrimonio.

Page 22: Leyendas Del Ecuador

Conozco Cusco por los libros que me trajo mi hermana cuando visitó Perú,

pero me temo que para mí ya será imposible hacer ese viaje, de todas

formas agradezco tu amabilidad al ofrecerme tu casa.

Torosalvaje – Este tipo de leyendas suele convertirnos casi en niños porque

nos hacen soñar, por eso es bueno contarlas de vez en cuando.

Bohemiamar – Gracias, :-)) tómate la vida con más calma que correr tanto

no es bueno.

Ogigia – El mérito no es mío, yo sólo me limito a contar una leyenda de hace

muchos años.

Lamima – Me alegra que te haya gustado.

Azul – Hay tantas leyendas interesantes para contar, tan llenas de misterio,

que parecen hechas a propósito para relatarlas alrededor de una mesa

camilla como la mía.

Reina – Está claro que todas las civilizaciones tienen su momento de gloria

y luego lo van perdiendo hasta que algunas desaparecen y sólo quedan en el

recuero gracias a las leyendas.

Trini – Opino como tú, prefiero que siga escondido, por una parte nos hace

seguir soñando y por otra si apareciera nadie nos asegura que se quedara

en un museo para disfrute de todos, lo más seguro es que desapareciera de

nuevo para quedar escondido en alguna colección particular.

octubre 22, 2006 1:34 PM  

yahoraquebonita said...

Es una leyenda preciosa, ademas reconforta q el manirroto d carlos no

encontrara el tesoro de manera q se puede soñar con buscarlo, solo

buscarlo pq muchas veces lo importante es el camino y alcanzar el premio

final impediria q otras personas lo hicieran

Muakssssssss

octubre 22, 2006 6:09 PM  

nina said...

Page 23: Leyendas Del Ecuador

Son muchas las leyendas e historias que corren sobre la cultura andina,

leyendas de grandes riquezas, de guerras, sacrificios humanos Hasta la

desaparición de sus habitantes

Los propios aztecas habían vaticinado el fin de su civilización como lo

refleja umas líneas pesimistas escritas por el rey poeta Texcoco

Netzahualcoyotl(Coyote ayunador, mira que nombrecito ,para una

necesidad llamarlo). Este rey decía:

Hasta el jade se rompe,

hasta el oro se destruye

hasta las plumas de quetzal se hacen jirones...

Uno no vive para siempre en esta tierra:

¡Solo duramos unos instantes!

Hasta lueguin hermosa nina

octubre 22, 2006 7:09 PM  

Bohemia said...

Para empezar felicitar a Incondicional pues la música me encantó...y la

historia que nos cuenta súpoer interesante como siempre con sus leyendas

y misterios.

octubre 22, 2006 8:49 PM  

Peggy said...

La historia adornada de romanticismo y misterio , siempre se agradece..:)

octubre 23, 2006 12:13 AM  

TICTAC said...

Siempre me han encantado las leyendas y los mitos con sus tradiciones de

heroes nobles y valorosos, nos desvelan misterios de culturas antiguas

encendiendo nuestra imaginacion.

Ademas con tus textos creas la mejor atmosfera, y con el regalo de

Incondicional tambien un fondo musical de lo mas acertado..

Un abrazo!

octubre 23, 2006 5:31 PM  

Darilea said...

Que bonita historia Leo.

Le quedaría un power que ni pintada eh¡.

Muy buena la música de incondicional.

Page 24: Leyendas Del Ecuador

octubre 23, 2006 6:35 PM  

Raúl said...

Ojalá el día que encuentren ese tesoro, caiga en buenas manos, que

realmente valoren si importancia cultural más allá del valor comercial.

¿Cuántos tesoros aún estarán esperando por ser descubiertos en este

planeta y en este universo?

Saludos,

octubre 24, 2006 9:59 PM  

unjubilado said...

Leyendas, historias realidades... He buscado a Juan Valverde y he

encontrado a Amusco (médico), a Mora, a un pintor, todos ellos de la época

de 1534. he buscado "Píllaro, en los Andes", he buscado la historia de

Pizarro y Atahualpa, también el "Derrotero de Valverde" y he encontrado

varios sitios que se asemejan en lo fundamental pero no en los detalles. Así

que después de todo lo que me has hecho estudiar me quedo con tu

magnífica narración.

Un inciso, los españoles en según que ambientes no somos muy bien vistos,

lo sé ya que estuve 6 meses en Venezuela.

Un abrazo, aunque te tenía que dar un cachete cariñoso por todo lo que me

has hecho consultar.

octubre 24, 2006 10:58 PM  

xienra said...

Quería agradecerte el comentario que me has dejado en mi blog, de veras

que me hace siempre ilusión que la gente me lea, y más cuando parece que

la historia ha gustado. De veras muchas gracias, además y he visto leyendo

tu blog que somos paisanos...

Luego he estado leyendo algunos de tus post, en concreto los de este mes y

me han gustado sobre todo este de los Incas (hay secretos que es mejor

nunca se descubran) y el de los Romanos y Cartagineses con el que tambien

he disfrutado. Como veo quet tienes amplio material, ya iré

leyendo...porque veo que aqui detras hay muuuucho trabajo y eso siempre

merece la pena. Gracias por tu esfuerzo y un abrazo.

octubre 25, 2006 12:57 AM  

Niebla incondicional ;-) said...

Page 25: Leyendas Del Ecuador

Holas amiga, pasé a leer con más detenimiento tu historia y me encantó.

El tesoro seguro que está vigilado por un cuélebre ;-).

Ya veo que mi amigo pasó por aquí, biennnnnnnn, puxaaaaaaaaa.

Tú si que eres un tesoro descubierto en la red, gracias por todo lo que nos

regalas, además, me consta, siempre muy bien documentada y muy

rigurosa.

Besinos transnochadores, para variar ;-)

octubre 25, 2006 1:19 AM  

Azusa said...

Mmmm, a ver si recuerdo preguntarle a mi amiga Wendy, que es

ecuatoriana si sabe algo del tesoro, jejeje

octubre 25, 2006 7:25 PM  

unjubilado said...

Leodegundia acabo de enterarme que por fin han encontrado el oro que

faltaba,

lee esta noticia.

octubre 26, 2006 7:14 AM  

Leodegundia said...

Yahoraquebonita – Por mi no hay inconveniente en que busquen, :-)) pero

eso si, sin que destrocen el paisaje y por supuesto sin que lo encuentren.

Nina – Si, si, duramos unos instantes, pero a algunos ese tiempo tan corto

les da para hacer muchas maldades y tropelías y si hay oro por el medio

todavía ponen más entusiasmo. En cuanto a vaticinar el final de una

civilización, creo que todas lo hacen pero con la boca pequeña, en realidad

ninguna quiere desaparecer, de todas formas el mensaje de Coyote

ayunador que nos comentas está expresado de una forma muy poética. Jaja,

hasta lueguín.

Bohemia – Te doy las gracias en nombre de Incondicional, mi proveedora de

música de fondo.

Me alegra que te haya gustado la leyenda, la verdad es que el tema da para

muchas y muy variadas leyendas, demasiado oro y demasiada codicia es un

buen caldo de cultivo.

Page 26: Leyendas Del Ecuador

Peggy – Si, romanticismo y misterio, pero también crueldad que es lo que

en realidad estropea un poco la historia.

Tictac – A mi también me gustan mucho las leyendas pues a pesar de su

fantasía tienen un fondo de verdad y tienes razón, la ayuda de Incondicional

con la música mejoró mucho la puesta en escena.

Darilea – Supongo que mejoraría mucho, pero eso es desconocido para mi,

quizás algún día (no hay que perder las esperanzas) lo logre, pero de

momento lo que tu haces en tu página es imposible para mi.

Raúl – Supongo que muchos son todavía los tesoros que andan escondidos

por el mundo y deseo que no se encuentren pues eso de que caigan en

buenas manos lo veo un poco difícil, hay demasiada avaricia.

Unjubilado - ¿Cómo que un cachete?, las gracias es lo que me tenías que

dar, fíjate cuantas cosas aprendiste mientras buscabas y buscabas, jaja, así

es como se aprende, convirtiéndose en una rata de biblioteca, aunque sea

“googleando”.

Desde luego que los españoles no somos bien vistos en algunas zonas de

América porque siempre se recuerda más lo malo que lo bueno y malo hubo

mucho, pero bueno también. Por lo menos tu hablas con conocimiento de

causa, yo sólo de oídas ya que nunca estuve en América.

Xienra – Bienvenido a mi casa. No tienes nada que agradecerme, tu relato

es muy bueno y la colaboración entre tu página y la de Incondicional me

gustó mucho. Espero que sigamos en contacto.

Niebla – Jaja, se que eres mi amiga pero no te pases, yo soy sólo una más de

las que circulan por la red y no me llames tesoro no venga algún despistado

y me quiera robar, juas juas juas juas.

Azusa – ¿Si sabe que el tesoro existe o si sabe en donde puede estar? Jajaja,

si ella lo supiera no creo que lo dijera en voz alta, de todas formas

pregúntale y si te enteras de algo, infórmanos.

Unjubilado – ¡Felicitaciones! Veo que tu labor de investigación está dando

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sus frutos, ya pescaste a uno, :-))) no es precisamente el “cóndor de oro”

pero es un buen pajarraco. Sigue investigando que seguro encuentras

bastantes más, pero no vayas por los bosques y montañas, sigue el sendero

de los bancos y en sus cuevas seguro que descubres muchos tesoros. No

dejes de informar sobre los avances logrados.

octubre 26, 2006 1:01 PM  

Bohemia said...

simplemente vengo a verte para pedirte que te pases por mi blog, es por

una buena causa. GRacias de antemano.

Abrazos

octubre 26, 2006 4:38 PM  

Seilgard said...

Que más da que se encuentre el tesoro o no, la historia ya es leyenda y

como siempre tus historias nos sirven para ser siempre un poco mejores y

más felices…gracias amiga.

Un abrazo

octubre 26, 2006 7:26 PM  

caboblanco said...

Hola Leo. Dicen que el derrotero de Valverde es más un camino para

conocerse a sí mismo, una especie de camino Zen, y que seguirlo solo te

hace avanzar en el conocimiento de tí mismo...

Como leyenda, es muy hermosa.

Un abrazo

octubre 26, 2006 9:53 PM  

Leodegundia said...

Bohemia – Ya pasé y ya cumplí, espero que sirva de algo.

Seilgard – Si, la historia ya es leyenda, pero de todas formas me gustaría

que el tesoro quedara durmiendo para siempre porque ya causó demasiados

muertos.

Caboblanco – Bueno, en el libro que leí lo daban como mapa real para poder

encontrar el tesoro, pero no quita que el que escribió el derrotero en

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realidad lo que quisiera que se encontrara era precisamente lo que tú

apuntas, en fin, ahí queda la leyenda y que cada uno saque sus propias

conclusiones.

octubre 27, 2006 6:06 AM  

edusevi said...

Hola soy ecuatoriano, cada vez más enamorado de mi país, su geografía, su

gente, su tradición y sus leyendas, la que acabas de contar es en parte muy

cierta, tengo el gusto de conocer parte de la zona que Valverde describe, en

verdad existe un gran tesoro y es el paisaje de los andes.

mientras recorres los poblados puedes escuchar muchisimas historias de

hallazgos de figurillas o piezas de oro desde tiempos remotos.

me gusta las caminatas en alta montaña y para acceder a estos sitios debes

pasar por todos los poblados cercanos, al final llegas a descubrirte a ti

mismo al volver a tus raices.

noviembre 14, 2006 7:27 AM  

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Valores sociales y culturales

para Dr Ernesto Eduardo Briones

Las poblaciones negras del manglar y de la línea costera de Esmeraldas, tienen una cultura determinada por la relación con sus recursos naturales, estableciéndose una dependencia directa de ellos. Con manifestaciones míticas y religiosas enraizadas en el mar y la tierra.

En la Reserva Manglares Cayapas Mataje, al norte de la provincia de Esmeraldas, existe un conocimiento y manejo tradicional de la naturaleza y el medio ambiente y las poblaciones tienen una economía eficiente [1], por el alto uso múltiple de los recursos. Diariamente se emplean entre 8 y 12 especies recolectadas del mar, el bosque y/o los ríos. La pesca y cacería son la base proteica de la alimentación de los pobladores, los cultivos de ciclo corto y permanente dan sustento a la alimentación diaria, la madera, plantas, fibras, bejucos y semillas sirven de materia prima para las viviendas, energía, medicinas y utencillos de uso cotidiano. Los pescadores artesanales son reconocidos por su conocimiento sobre el ambiente natural y por su destreza en las técnicas de pesca (Mera 1999), lo mismo que las mujeres que conchean, con conocimientos de los que depende el sustento diario de la mayoría de familias del manglar.

Existen también conocimientos sobre las cualidades de muchas de las plantas de la zona, curanderos y parteras las utilizan para sanar el mal de ojo, el espanto, el mal aire, para que las mujeres sean fecundadas o no.

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Su cosmovisión interrelaciona lo natural y sobrenatural, que se materializa en las actitudes, representaciones, creencias y en la cotidianeidad. Su mundo espiritual, la forma de diagnostico y cura a las enfermedades y la concepción de la muerte son aspectos que describen la cultura negra desde su esencia (Escobar 1 990). Sin embargo la perdida del espacio de reproducción social, la intromisión de la cultura occidental y la migración de los jóvenes imposibilita la conservación y desarrollo de esta cultura.

Las ánimas, la tunda, el riviel y la sirena del mar son personajes mitológicos que habitan en la tierra o el agua y que ayudan, asustan o dañan. Generalmente, para librase o protegerse de ellas, recurren al insulto, a la astucia, o a la oración.

Las Ánimas son guardianas de los recursos naturales, pero son espíritus malosos que vuelven del infierno y rondan en los esteros, el mar o la tierra y se aparecen a los campesinos/ as, pescadores/ as y concheras, que asustados /as, regresan a la casa.

La Tunda también es un personaje que cuida del manglar, puede convertirse en hombre o mujer para acechar a niños o niñas púber que no obedecen a los padres, y las seduce con manjares del mar, llevándolos/ as al monte en donde los mantiene hechizados y sin poder regresar al hogar.

El Riviel es un personaje del agua, que recorre los estuarios, canales y el mar para conducir a los pescadores hacia remolino y corrientes para que se accidenten y ahoguen. Este ser mítico es una alma en pena que no logra encontrar el camino a la eternidad.

La Sirena del mar, personaje universal, es la que atrae a los marineros con su canto mientras se peina con un peine de oro, para llevarlos al fondo del mar.

Estos personajes han sobrevivido a nuevas creencias inculcadas por las religiones católica y evangélica, cuyos representantes son Santos y Santas Patronas, Virgenes y Jesucristo a los que se invocan y reconocen con la celebración de rituales y fiestas.

Muchas de las supersticiones que determinan acciones cotidianas, tienen que ver con el mar, como creer que una pareja de enamorados no debe meterse al mar por que este se pone celoso y los puede ahogar,; que las mujeres embarazadas que pasean por la playa embravecen al mar, lo mismo que cuando una persona se ahogan en sus aguas; que nadie debe bañarse en el mar o el río en viernes santo porque se convierten en pescados o que soñar que una persona se va en un barco es señal de que el soñado, se va ha morir (Mascheto 1995)

En la población negra las relaciones familiares giran en torno a la mujer y a su relación con los humedales de donde extrae la concha y el cangrejo azul para solventar la economía familiar. Se calcula que cada mujer tienen un promedio de 3 relaciones de pareja a lo largo de su vida reproductiva (entre 14 y 46 años), por lo que los códigos de valor occidental respecto a la responsabilidad paterna, no rigen sino mientras él, permanece en el hogar (Mera 1 999), de allí la importancia de los manglares para la reproducción cultural de los pueblos afroecuatorianos.

Estos manglares fueron cuna de culturas indígenas de las cuales quedan vestigios arqueológicos en cerámica, cobre, esmeraldas, oro, platino que reposan en museos

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nacionales e internacionales y en uno, ubicado en La Tolita al interior de la Reserva (Inefan-Gef 1998).

En la zona de central de la provincia de Esmeraldas, la tierra y el mar constituyen elementos que aseguran la supervivencia de las poblaciones locales, existiendo muchas familias que tienen actividades en los dos espacios. De manera permanente se pesca basándose en el calendario pesquero, pero en época de lluvia, parte de la familia se dedica a la finca, que se la maneja con combinación de cultivos entre permanentes y estacionales, y que ayudan a la economía de cada hogar. En costas pedregosas, como en Galera, Estero del Plátano y Quingue, las mujeres, los niños y niñas, pescan langosta y pulpo.

En todos estos humedales de playa existe un código ancestral, una solidaridad entre los pescadores, "nadie se muere de hambre", el que no tuvo suerte un día, obtiene el alimento al "fío", mañana devolverá con reciprocidad lo recibido.

Hacia la zona de Muisne, al sur de la provincia de Esmeraldas, las poblaciones de la parte alta del estuario existe una vinculación estrecha entre el mar y la tierra, muchos pescadores tienen tierras en la cordillera del Mayal, y agricultores tienen canoas o bongos con los cuales se autoabastecen de pescado, destinando los excedentes al mercado. Sin embargo la especialización de la producción avanza, y muchos ya son solo pescadores o agricultores, con productos destinados al mercado más que para el autoconsumo.

En la zona de Muisne, parte baja del estuario de manglar, hay una diferencia con el resto de la provincia y una complementariedad al mismo tiempo; por Mandatos Ancestrales entre mareños (generalmente negros y pescadores/ as extractores /as) y ribereños (generalmente agricultores, mestizos e indios) se mantiene una relación íntima y de respeto con el mar, la tierra y los recursos naturales, ellos consideran que si desaparece el manglar y el bosque, ellos desaparecen. Estos valores chocan con la lógica del mercado.

Actualmente "los usuarios ancestrales han constituido una organización con un sentido comunitario y de solidaridad, caracterizados por poseer un pensamiento mítico – simbólico relacionado con los recursos naturales del entorno al que pertenecen. Es un pueblo fundamentalmente de tradición oral, por expresar a través de los juegos y las fiestas la profunda cohesión social que tienen, por manifestar su pensamiento mítico simbólico a través de seres que son parte del humedal, por recolectar y distribuir equitativamente los recursos necesarios para la reproducción de la vida y manejar el sentido del tiempo en relación a la naturaleza y a sus ciclos" (Torres et al 1999).

Al momento el humedal y su área de influencia es el espacio que provee de recursos alimenticios, de tierra para cultivos, madera y mercancías para abastecer mercados internacionales, nacionales y locales. Además es lugar de habitación, reproducción económica y sociales de la población local. En la parte central y sur, la relación con los recursos naturales tiene tradición para el manejo y la distribución.

En la parte alta del estuario habita la comunidad Chachi. Cultivan, a orillas de ríos y esteros, huertos combinados con cacao, plátano, café, yuca y otras leguminosas para autoconsumo y el mercado, complementan su dieta con pesca y cacería. Elaboran

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canoas, herramientas y utensilios para el hogar (Medina 1992). Los Chachis cuentan con maestros bilingües (chapalachi y español) y el shaman (curandero) es un personaje importante de la comunidad que devuelve la salud física y espiritual de los enfermos (Medina 1992). En la década del 60 fue una familia ampliada la que llegó al lugar, proveniente de San Lorenzo, para 1992 existían 24 familias nucleares (Carrasco 1988) posesionarías de 9 892 has de tierra comunal.

Al norte de la provincia de Manabí se desarrollaron culturas indígenas que han dejado sus huellas en vestigios arqueológicos y en la forma en que hasta la actualidad se pesca y se manejan los recursos marino costeros. Las culturas Pedernales, Jama-Coaque, Bahía y Guangala, tuvieron un gran desarrollo textil, cerámico, alfarero y de navegación. Su comercio llegó hasta Chile y Méjico (El Diario 1 999).

Hacia el centro de la provincia la cultura Bahía (500 AC y 500 DC), con comunidades conformadas por pescadores, cazadores y recolectores de recursos silvestres. Existen vestigios de esta en museos de todo el país. En la actualidad, el humedal sigue siendo espacio de desarrollo cultural de las poblaciones costeras, sobre todo de los pescadores y agricultores de la línea de playa. Existe tradición en el manejo de los recursos, empleándose distintas artes para las diferentes pesquerías, conocimiento del calendario de pesca y el comportamiento del ambiente. Así el ciclo de mareas, de aguajes, de temporadas climáticas, son señales que se interpretan para realizar las actividades de pesca con eficacia.

Existen leyendas sobre sirenas que con su canto atraen a los pescadores para entregarles un peine con el cual se entretienen peinándolas, y cuando están encantados los arrastra hacia el fondo del mar.

Otra es la de creer que cuando se captura un caballito de mar y no se lo devuelve, se seca los bolsillos y llega la pobreza, razón por la cual, cuando son atrapados en las redes se los devuelve de inmediato al mar, tratando de no dañarlos.

Hacia el sur se desarrollaron las culturas Chorrera, Valdivia, Machalilla, Engoroy, Bahía, Guangal y Manteña. Los principales centros poblados eran el Tusco actual Puerto López, Salango, Agua Blanca, Sercapez actual Machalilla y Salaite. Con importante desarrollo urbano, agropecuaria, pesquero, naviero, comercial y cerámico. Su desarrollo comercial permitió que en el comercio se generalice el uso las conchas spóndylus y perla como moneda que representaba un equivalente general. Salango fue el centro de procesamiento de esta concha que era comercializada desde Esmeraldas hasta Tumbez en la costa y hacia el interior. En tierra Cañari y Cara, antiguas culturas andinas y en la Isla de La Plata, se han encontrado vestigios de spóndylus y en la última de cerámica y orfebrería cuzqueña.

Existe una alta concentración poblacional en esta zona, aglomerada en la línea costera. Estas dependen en gran medida del humedal por ser espacio de habitación y por la diversificación de actividades íntimamente ligadas a los recursos naturales. La pesca es la principal actividad económica, de la cual todos usufructúan directa e indirectamente, el turismo por la belleza y diversidad de paisajes y espacios, la selvicultura, agricultura y artesanía. El PNM, intenta recupera a plenitud, la memoria cultural que vincula a la población con la tierra, con la comprensión de la interdependencia entre la naturaleza y el hombre y la necesidad de conservarla para su manutención.

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Adicionalmente, en esta zona se han encontrado muchos sitios de albarradas para el manejo del agua de escorrentía, especialmente en períodos de fenómeno del Niño, manejo de la tierra con sistema de terrazas, el empleo del petróleo para impermeabilizar embarcaciones y de intervenciones quirúrgicas, que dan cuenta de un gran adelanto tecnológico que requería de la especialización del trabajo, de un sistema educativo formal y de una organización político social sofisticada. Al momento existen más de 100 sitios arqueológicos inventariados, de los cuales solo una pequeña parte esta rehabilitada y que son objeto de visitas educativas y turísticas. Los pobladores de la zona y del norte de la provincia del Guayas se reclaman descendientes de estas culturas con derechos ancestrales sobre los recursos naturales (Macias et al 1 988, Diario 1 999, Lincango 1 997, Martínez 1 996).

En las primeras épocas de la colonia no se modificó la economía de las comunidades costeras, la tierra-litoral permaneció en manos de los indígenas. La economía de la zona mantuvo sus prácticas recolectoras y de cultivo en los valles, terrazas de faldas de colinas y áreas interiores de la cordillera costera. Lo que seguramente ayudo a conservar la organización comunal, que aún ahora mantiene vigencia siendo una forma de trabajo y de vida de estas poblaciones.

En la isla de la Plata, tanto el humedal como el área de influencia tienen una gran importancia para las poblaciones pesqueras de toda la franja costera, especialmente para Salango, Puerto López, Machalilla y Puerto Cayo y en menor grado para otras hacia el norte y el sur de Manabí. El producto de la pesca en estas zonas representa el sustento para cada pescador y su familia y por ende apoya a la dinámica de la economía local y nacional.

Históricamente la Isla de La Plata y la de Salango fueron consideradas lugares sagrados, territorio de resguardado y de manera especial, la de La Plata como lugar de intercambio regional.

La Isla constituyó un importante lugar de adoración de los pueblos indígenas precolombinos, encontrándose registros del período Formativo (4000 A.C. a 1000 A.C.) en que se desarrollaron las culturas Valdivia, Machalilla y Chorrera. Restos arqueológicos de concha Spondylus, churos, cerámicas relacionados con la fertilidad, la pesca, la agricultura y en general coherentes con el entorno natural, dan cuenta de una cosmovisión centrada en la naturaleza. Las estatuillas de la Venus de Valdivia y de otros de dioses antropomorfos con deformaciones y zoomorfos, dicen del mundo de los símbolos, los rituales y la experiencia religiosa que inducían su práctica. Pueblos sobre todo pescadores, también desarrollaron una insipiente agricultura itinerante y una pulida cerámica, cuyos vestigios actualmente se exhiben en museos locales y de todo el país. Con el dominio naviero que alcanzaron, la habilidad para extraer la concha sagrada spondylus y las herramientas desarrolladas, en embarcaciones veleras construidas en balsa, lograron establecer colonias y comercializar sus productos en toda la franja costera entre Manabí y El Oro (Cuello 1993). La spondylus se constituyo en un importante equivalente regional, que se registra, aún en comunidades andinas.

La cantidad de pueblos que llegaban demuestra que existió un desarrollo en la navegación bastante grande. Embarcaciones, destrezas y conocimiento sobre las señales que permiten conocer las rutas navieras, debían haber sido sistematizados y trasmitidos en cada uno de los pueblos costeros. La ubicación geográfica de la isla permitió que las

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comunidades costeras, bajo cuya jurisdicción estaba la isla, cuenten con esta ventaja comparativa respecto de los otros pueblos, por el control que tenían sobre la navegación regional.

Más tarde en el período de Integración (500 D.C. a 1500 D.C.) la cultura Manteña desarrolla nuevas artes de pesca como redes de enmalle para captura de peces pelágicos y tiburones, y anzuelos de concha nacarada para la pesca en bajos y rocas. Se cree que es este período se desarrollaron las canoas usadas hasta la actualidad (Cuello 1993), instrumento que facilito la navegación hasta la Isla

De la época colonial existen registros de la extracción de ostras perlíferas, hasta su agotamiento (Cuello 1993). Además fue refugio e piratas y bucaneros como Sir Francis Drake, que según crónicas arribaba a la isla como a un sitio de operaciones (comp.. per. C. Zambrano 2001). El nombre de bahía Drake, lugar de desembarque hasta la actualidad, se debe a este bucanero.

Actualmente se ha constituido en lugar de visita permanente de turistas e investigadores que llegan a admirar las aves marinas que la habitan. Piqueros enmascarados, patas azules y rojas, cormoranes, fragatas, aves tropicales y a las ballenas jorobadas que llegan entre junio y julio y permanecen en la zona hasta septiembre.

Tanto hacia el sur de Manabí como en la Península de Santa Elena fue lugar de asentamiento de varias culturas a través del tiempo, desde el período Precerámico, Formativo de Desarrollo Regional hasta el de Integración, con las culturas: "Las Vegas" el 7 000 AC, ubicada a ambas márgenes del río Las Vegas; Valdivia, correspondiente al Formativo Temprano y la Fase Chorrera, del Formativo Tardío. Más tarde en el período de Desarrollo regional, se desarrolló las Fases Guagala y Manteño (500AC-1500DC) todas con una dinámica actividad naviera y comercial, las rutas se extendían hasta el Perú, Colombia y Panamá. Las Fases de estos cuatro períodos, desarrollaron sucesivas culturas con sus características propias ocupando todo el entorno de la Península con mayor o menos intensidad, especialmente en los valles y las laderas. (EGESCO – VP 1 993).

Uno de los legados más importantes de la cultura Chorrera es la ingeniería desarrollada para la recarga de acuíferos subterráneos y el control y acumulación de agua dulce por efectos del fenómeno del Niño, a través de la construcción de albarradas. Al momento se han inventariado 264 albarradas en toda la Península de Santa Elena que hasta hace 50 años eran usadas y cuidadas por las comunas locales (Álvarez et al 2001)

El marco referencial de la estructuración agraria de la península de Santa Elena lo constituyen las comunas campesinas que se caracterizan por la tenencia comunal de la tierra. Esta figura es también una forma organizativa desde tiempos ancestrales y permite la posesión de estos territorios en manos de las familias que originalmente las poseían. El valor fundamental de ésta radica en las formas tradicionales de organización de los grupos étnicos y la identidad en los lazos familiares y de cohesión interna, aspectos que desarrolla una conciencia solidaria y colectiva que impulsa las acciones para la defensa de su vida y sus recursos, y que los hace capaces de generar procesos de autogestión. La comuna esta dirigida por el Cabildo constituido por representantes de la comunidad, generalmente elegidos en asamblea general, cada año.

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Todas las poblaciones costeras son parte de la organización comunal, pero adicionalmente los pescadores se organiza en torno a cooperativas y asociaciones, para reivindican sus aspiraciones gremiales.

El todas las comunas, las tradiciones rituales están muy relacionadas con los recursos naturales y el ambiente. Así las fiestas patronales de cada población agrícola, están vinculadas a patronos católicos pero con relación a los solsticios y equinoccios, y las de los pescadores a San Pedro y San Pablo, las que se inician con una procesión nocturna de todas las embarcaciones en los humedales de cada caleta pesquera, la que presidida por imágenes de la Virgen o del Santo patrón de cada población.

En el Golfo de Guayaquil, habitaban los pueblos de la cultura Chorrera y Puna, fueron grandes navegantes y muy buenos comerciantes, establecieron intercambio de productos con los pueblos de las márgenes del río Daule y Babahoyo; ellos entregaban productos del mar por oro, plata y cobre. (Garcia 1993). Según el cronista de la colonia Cieza, para 1 581, la provincia de Guancavelicas, que abarca desde Chongón hasta la península de Santa Elena y toda la costa hasta Colonche, estaba habitada por estas culturas (Ibid p. 67).

Los Punáes, fue un pueblo seninómada, conocían la influencia lunar en las mareas y empleaban ese conocimiento para la pesca, siembras y cosechas. Sus rituales coincidían con los solsticios y equinoccios relacionados con la pesca y la agricultura. Hacían trueque con el pescado salado, practica que se mantuvo y dinamizo el comercio de la costa; pescaban y se movilizaban en balsas, técnica y destreza que fueron generalizadas por todas las tribus costeras. Este pueblo desarrollo una cultura rica en industria textil, metalúrgica, en orfebrería, agricultura, pesquería y navegación, con un intenso intercambio comercial de sal y pescado con pueblos costeros del continente. Se piensa que al momento de la llegada de los españoles, existían 8 casicasgos, forma de organización social en que se agrupaba la población, los mismos que mantenían superioridad respecto a los pobladores continentales, debido al gran avance de las fuerzas productivas alcanzadas y por la ubicación geográfica que les permitía el control de la navegación regional hacia y desde el golfo de Guayaquil y su estuario.

En 1952 fue descubierta por Pizarro y bautizada con el nombre de isla Santiago en honor al santo de ese día. Los indígenas la llamaban Zumuquella y Tenunxulla. Al parecer existía un gran desarrollo agrícola, artesanal y pesquero por el intenso intercambio de sal y pescado. Los textiles, la metalurgia, la madreperla y mullos caracterizaron al pueblo puna (Suárez 1997). El dios local era Tumbalá (Suárez 1931)

La historia contemporánea de la Isla Puná, cuenta con aproximadamente 300 años. Antecesores de algunos pobladores actuales vinieron del Perú y se radicaron en esta, cuentan leyendas de piratas que desembarcaban en Puná para descansar de sus faenas (Conv. Per. Cruz, Anastasio & Medina 1999). Todas estas historias configura a esta unidad con un gran bagaje histórico, de una trayectoria comercial y de navegación ancestral. A pesar de la cercanía al continente, las actuales poblaciones mantienen características de cultura isleña, con formas y mecanismos cerrados de relaciones y compadrazgo. La alta dependencia de los recursos naturales, las condiciones de bosque seco y la escasa agua dulce que tiene la isla, han propiciado el desarrollo de formas de producción que optimizan su el aprovechamiento. En la isla se conserva la tradición

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organizativa de la comuna, existiendo una que ha instalado camaroneras manejas con moderna tecnología pero en donde los beneficios se distribuye entre todos los socios.

El estuario de Jambelí forma parte de esta zona de antigua ocupación indígena, que data de 9 000 años AC. (período Palo Indio), posteriormente en el Período del Formativo Medio hasta el Período de Integración, los fragmentos cerámicos de la cultura Chorrera, Mocha (del norte del Perú) y Jambelí con evidencias de intercambio hasta la península de Santa Elena y hacia el norte del Perú, hablan de una historia de 3 000 años (Poma 1 999). Cuando la llegada de los españoles los Punáes controlaban la navegación hacia el sur del Pacífico y los territorios actuales de la provincia del Oro eran parte de estas tribus, mientras que en las tierras altas, eran los Paltas los que habitaban (PMRC 1 987).

Según una monografía sobre la provincia, cuentan que cuando las aguas del diluvio cubrieron toda la tierra, solo dos hermanos sobrevivieron gracias a una fuerza especial que les permitió alcanzar la cumbre del Nudo del Azuay, naciendo de esta unión el pueblo Cañari que se extendió hasta Saraguro por el sur y, desde las montañas de Gualaquiza hasta las playas de Naranjal y las costas del Canal de Jambelí hacia el oeste. Los pocos estudios que existen, cuentan que los Cañari dominaban este basto territorio hasta medianos del siglo XV y fueron una nación poderosa, dominante, rebelde y progresista que aún mantiene su cultura (Monografía de Machala, s/f)

Sin embargo en el período colonial, la Tenencia de Machala fue intensamente explotada, especialmente con la extracción de oro de las minas de Zaruma y de cacao y ganado en la zona costera, en donde se introdujeron nuevas especies agrícolas para la formación de huertos, que acabaron con la distribución indígena del este pueblo. En la actualidad se mantienen en las pequeñas propiedades, huertos con tradición de cultivos, como base de la alimentación y economía de sus propietarios.

La isla Santa Clara, tanto el humedal como el área de influencia tienen una gran importancia para la poblaciones pesqueras de toda la franja costera. Puerto Bolívar, Hualtaco, Costa Rica, Bella Vista, Los Ceibos, Puerto Bolívar, Posorja y Real Alto, entre otras poblaciones de Ecuador, así como de Zorritos, Las Cruces y Puerto Pizarro del norte del Perú. El producto de la pesca en estas zonas representa el sustento para cada pescador y su familia y por ende apoya a la dinámica de la economía local y nacional.

Históricamente los indios Puna la consideraban sagrada y a la vez territorio de resguardado. Se ha encontrado un adoratorio, un lugar de sacrificio y una guaca con estatuillas zoomorfas de oro, plata y ropas que dejaban los indios de La Puna como ofrendas a sus dioses, conjuntamente con sacrificio de aves y animales. Según González Suárez (1931) se presume que indios puneños, tumbecinos y huancavilcas eran lo visitantes que llegaban a la isla con fines ceremoniales (Suárez 1997).

En 1526 los españoles que la descubrieron la bautizaron con el nombre de Santa Clara, en honor a la santa de ese día (Suárez 1997)

La historia de la isla y su actual productividad como espacio de reproducción de aves y mamíferos marinos y de pesca artesanal, pueden significar un importante justificativo para su conservación.

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Footnote: 1 Economía eficiente se entiende como el uso prudente de los recursos, la prevención del desperdicio y de la diversidad de recursos que utilizan. Lastimosamente no se contempla planificación debido a la falta de conocimientos, recursos financieros y de percepción de las poblaciones locales de las amenazas sobre su eco- cultura.

Bibliografía

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Humedales lénticos

En el humedal La Tembladera en la provincia de El Oro, existe una leyenda acerca de una sirena que cantaba a las 12 de la noche y se encontraba cautiva de una enorme

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serpiente, pero que huyeron por el río Pitajaya, cuando se iniciaron los trabajo de infraestructura para riego y agua potable.

En la laguna de Jimbura en el cantón Amaluza de la provincia de Loja, los curanderos (shamanes) indígenas y sus pacientes, llegan cada verano a curarse en sus aguas, consideradas sagradas. Ellos traen ofrendas para la laguna: flores, monedas y otras que dejan en sus aguas. Enfermedades físicas y espirituales se curan con sus agua y con las plantas que rodean a la laguna: chuquiragua, ortiga, san juan del indio son usadas para este propósito.

Las lagunas de Fierro Hurco y de Chinchillo, así como el páramo son consideradas como entes por el Pueblo Saraguro de la provincia. Son muy respetados por creer que su ira puede hacerles daño.

A la laguna de Chinchillo, llegan shamanes para hacer sus curaciones, se considera que sus aguas son mágicas y curan de males del cuerpo y del alma. Los enfermos que llegan a pedir favores de la laguna, ofrecen perfumes, flores y monedas. Los Shamanes usan montes curativos, tabaco, trago y otros amuletos para curar a los pacientes.

Los indios Shuaras, pueblo de pie de monte y de montano bajo, consideran sagradas a las cascadas. En ellas habitaba el dios poderoso y para hablar con el y pedirle favores, se toma infusión de Ayahuasca (planta sagrada) y se bañan en sus aguas. Los Shuaras son el pueblo de las Cascadas Sagradas.

Oro y leyenda del Perú

 

LA LEYENDA ÁUREA

Un mito trágico y una leyenda de opulencia mecen el destino milenario del Perú, cuna de las más viejas civilizaciones y encrucijada de todas las oleadas culturales de América. Es un sino telúrico que arranca de las entrañas de oro de los andes. Millares de años antes que el hombre apareciera sobre el suelo peruano, dice el humanista italiano Gerbi, el futuro histórico del Perú estaba escrito con caracteres indelebles de oro y plata, cobre y plomo, en las rocas eruptivas del período terciario. Los agoreros astrólogos egipcios, los shamanes indios o los sacerdotes taoístas de la China misteriosa e imperial habían establecido ya, milenios antes, la supremacía del oro sobre los demás metales; y el propio desencantado poeta del Eclesiastés reconoció la plata y el oro como "tesoro preciado de reyes y provincias". Los metales eran semejantes a seres vivos que crecían, como las raíces de los árboles bajo la tierra, y maduraban, diversamente, en las tinieblas telúricas, regidos por los astros y el cuidado de Dios. La plata crece bajo el influjo de la Luna, el cobre bajo el de Venus, el hierro bajo el de Marte, el estaño bajo el de Júpiter y el plomo, pesado y frío, bajo el de Saturno. Pero sólo el oro, que recibe del Sol sus buenas cualidades, que no se menoscaba, ni carcome, ni envejece, es el símbolo de la perfección y de la pureza y emblema de inmortalidad. El plomo y los demás metales que buscaban ser oro son como abortos, porque todos los metales hubiesen sido oro –dice Ben Johnson– si hubiesen tenido tiempo de serlo. Pero, el oro, a la par de su primacía solar y su poder de preservar del mal y de acercar a Dios, implica, en la hierofanía del Cosmos, un azaroso devenir en el que juegan los agentes de disolución y dolor y en que se retuerce un sentimiento agónico de muerte y resurrección. Es el destino azaroso de este "pueblo de mañana sin fin", de este

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"país de vicisitudes trágicas", que vislumbró el poeta español García Lorca cuando dijo : "¡Oh, Perú de metal y de melancolía!".

Todos los mitos de la antigüedad sobre riquezas fabulosas y las alucinaciones de la Edad Media sobre islas Afortunadas o regiones de Utopía y ensueño y todas las recetas arcanas y la experiencia mágico-religiosa de los alquimistas medioevales para trasmutar los metales en oro, se esfuman y languidecen en el siglo XVI, ante el hallazgo de asombro del Imperio de los Incas y de los tesoros del Coricancha. Pudo decirse que, en la imaginación de los filósofos que soñaron la Atlántida o de los cosmográfos y pilotos que buscaban el camino de Cipango, hubo, ya, una nostalgia del Perú. Pizarro es el único argonauta de la historia que le tuerce la cabeza al dragón invencible que custodia el Toisón de Oro y rompe en mil pedazos la redoma de la ciencia esotérica medioeval para obtener la Piedra Filosofal, ya innecesaria. El Perú sobrepasa, con sus tesoros, la fama de la Cólquida y de Ofir. Es el único Vellocino hallado y tangible de la conquista de América. El Inca Atahualpa, avanzando en su litera áurea por la plaza de Cajamarca, entre el rutilante cortejo de sus soldados armados de petos, diademas y hachas de oro, o llenando de planchas y vasijas de oro el cuarto del rescate, es el único auténtico Señor del Dorado.

Se explica bien, entonces, las noticias escalofriantes de los cronistas, el asombro europeo de los humanistas, portulanos y gacetas y la hipérbole de los poetas e historiadores. Las noticias que llegan del Perú, escribe desde Panamá el Licenciado Espinosa al Rey, apenas apresado el Inca en Cajamarca, "son cosa de sueño". Gonzalo Fernández de Oviedo, que ha visto y palpado durante veinte años, desde Santo Domingo y Panamá, para ponerlas en su Sumario de la natural historia de las Indias, todas las riquezas naturales halladas en el Nuevo Mundo, se admira de "estas cosas del Perú" al tocar con sus manos un tejo de oro que pesaba cuatro mil pesos y un grano de oro, que se perdió en la mar, que pesaba tres mil seiscientos pesos, o al ver pasar hacia España tinajas de oro y piezas "nunca vistas ni oídas". Y comenta, venciendo su desconfianza y escepticismo naturales: "Ya todo lo de Cortés paresce noche con la claridad que vemos cuanto a la riqueza de la Mar del Sur". El tesoro de los Incas del Cuzco excede al de todos los botines de la historia: al saco de Génova, al de Milán, al de Roma, al de la prisión del rey Francisco o al despojo de Moctezuma –dirá maravillado el cronista de los Reyes Católicos–, porque "el rey Atahualpa tan riquísimo e aquellas gentes e provincias de quien se espera y han sacado otros millones muchos de oro, hacen que parezca poco todo lo que en le mundo se ha sabido o se ha llamado rico". Francisco López de Gómara diría: "Trajeron casi todo aquel oro de Atabalipa, e hinchiron la contratación de Sevilla de dinero, y todo el mundo de fama y deseo". Y el padre Acosta, con su severidad científica y su don racionalista, nos dirá en su Historia natural y moral de las Indias: "Y entre todas las partes de Indias, los Reinos del Perú son los que más abundan de metales, especialmente de plata, oro y azogue". León Pinelo, que situaría el Paraíso en el Perú, escribe: "La riqueza mayor del Universo en minerales de plata puso el criador en las provincias del Perú". Y Sir Walter Raleigh, avizorando el Dorado español desde su frustrada cabecera de puente sajón de la Guyana, en América del Sur, escribiría: "Ipso enim facto deprehendimus Regem Hispanum, propter divitias et Opes Regni Peru omnibus totis Europae Monarchis Principibusque longue superiorem esse." –"De ello sabemos que el rey de España es superior a todos los reyes y príncipes de Europa por causa de la abundancia y las riquezas del reino del Perú"–. Por las fronteras del Imperio Español de Carlos V, quien hubiera necesitado para sus guerras riquezas seis veces mayores aún, correría la voz de los tesoros del Perú, que servirían al César español para combatir más ardidamente a Francisco I, Lutero y el Turco y se urdiría el nuevo ensalmo de la fortuna, el nuevo mito del oro peruano, que cristaliza en la mente alucinada del europeo en frases que tientan imposibles o resumen desengaños. Será el súbdito francés de Francisco I, quien después de leer en un pequeño folleto titulado Nouvelles certaines des íles du Perou, publicado en Lyon en l534, la lista de los objetos y planchas de oro traídos del Perú, gruñirá su sorpresa o su ironía en dichos como el de "gagner le Perou" que vale por una utopía o fortuna

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irrealizable, o el de "Ce n’est pas le Pérou" ante la mezquindad de un propósito defraudado. O será el epíteto de "perulero", aplicado por los pícaros de Sevilla y por el teatro del siglo de oro a los indianos enriquecidos a los que se iba a desplumar, o acuchillar la bolsa, al desembarcar en la ría; o el hiperbólico "Vale un Perú", que trasciende la euforia de un mediodía imperial en la historia del mundo y que ha recogido el poeta peruano J. S. Chocano en su estrofa altisonante:

"¡Vale un Perú! Y el oro corrió como una onda ¡Vale un Perú! Y las naves lleváronse el metal;pero quedó esta frase, magnífica y redonda, como una resonante medalla colonial."

 

PAISAJE ASCÉTICO, ENTRAÑA DEL ORO

América precolombina desconoció el hierro, pero tuvo el oro, en un mundo regido, según Doehring, por el terror y la belleza. En toda América hubo, en la época lítica y premetalúrgica, oro nativo o puro que no necesitaba fundirse ni beneficiarse con azogue, en polvo o en pepitas o granos que se recogían en los lavaderos de los ríos o en las acequias; pero se desconoció, por lo general, el arte de beneficiar las minas. "La mayor cantidad que se saca de oro en toda la América –dice el Padre Cobo– es de lavaderos". Decíase que el oro en polvo era de tierras calientes. Pero la veta estaba escondida en las tierras frías y desoladas, en las que el oro, mezclado con otros metales, necesitaba desprenderse de la piedra y "abrazarse" con el mercurio, como decían los mineros, con simbolismo nupcial. El oro y la plata encerrados en los sótanos de la tierra se guardaban, según los antiguos filósofos –según recuerda el Padre Acosta–, "en los lugares más ásperos, trabajosos, desabridos y estériles". "Todas las tierras frías y cordilleras altas del Perú, de cerros pelados y sin arboleda, de color rojo, pardo o blanquecino –dice el jesuita, Padre Cobo– están empedradas de plata y oro". Un naturalista alemán del siglo XVIII, gran buscador de minas, dirá que "las provincias de la sierra peruana son las más abundantes en minas y al mismo tiempo las más pobladas y estériles" (Helms). "Se puede considerar toda la extensión de la cordillera de los Andes, en mayor o menor grado, como un laboratorio inagotable de oro y plata". Y lo confirmará, con su estro vidente y popular, el poeta de la Emancipación al invocar en su Canto a Junín como dioses propicios y tutelares, dentro de la sacralidad proverbial del oro, "a los Andes..., las enormes, estupendas / moles sentadas sobre bases de oro, / la tierra con su peso equilibrando". Puede establecerse, así, una ecuación entre la desolación y aridez del suelo y la presencia sacra del oro. Y ninguna tierra más desamparada y de soledades sombrías, que esa vasta oleada terrestre erizada de volcanes y de picos nevados, que es la sierra del Perú y la puna inmediata –"el gran despoblado del Perú", según Squier– que parece estar, fría y sosegadamente, aislada y por encima del mundo, despreciativa y lejana, en comunión únicamente con las estrellas. De ellas brota la tristeza y el fatalismo de sus habitantes –la tristeza invencible del indio, según Wiener– y sus vidas "casi monásticas", grises y frías como la atmósfera de las altas mesetas y en las que la felicidad es hermana del hastío. Es casi el marco ascético de renunciamiento y de pureza que, en los mitos universales del oro, se exige por los astrólogos y los hiero-fantes, para el advenimiento sagrado del metal perfecto, que arranca siempre de un holocausto o inmolación primordial.

El oro argentífero y la plata, su astral compañera, abundaron en todas las regiones de la América prehispánica, aunque no se descubriera sino aquella que arrastraban los ríos o estaba a flor de tierra. El oro asomó, por primera vez, ante los ojos alucinados del Descubridor, como una materialización de sus sueños sobre el Catay y de la lectura del Il Milione en la Isla Española, ante las riquezas del Cibao, que se pudo confundir, por la obsesión de las Indias, con Cipango. Y surgió, luego, en la isla

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de San Juan, dando nombre a Puerto Rico, y en Cuba. Llegaron, entonces, los gerifaltes de la conquista, poseídos de la fiebre amarilla del oro, que, según el historiador sajón y el donaire de Lope, "so color de religión / van a buscar plata y oro / del encubierto tesoro". Surgió más tarde "la joyería" de México, que capturó Cortés, hasta dar con "la rueda grande con la figura de un monstruo en medio", que se robó, en medio del mar, el corsario francés Juan Florín. Sierras y cursos fluviales de la Nueva España estuvieron cargados de oro, por lo que dijo el cronista Herrera que en toda ella "no hay río sin oro". Y el oro surgió, en Veragua y en Caribana, custodiado no ya por toros que despedían llamas o por dientes de dragón sembrados en la tierra, que pudieran vencerse, como en el mito griego, con la ayuda de Medea, sino defendido por caribes antropófagos, con clavos de oro en las narices y con las flechas envenenadas, más mortíferas que los caballos y los arcabuces. Los espejismos dorados de Tubinama, de Dabaibe y del Cenú –donde el oro se pescaba con redes y había granos como huevos de gallina–, decidieron las razzias de Balboa y Espinosa contra los naturales de Tierra Firme, abrieron el camino de la Mar del Sur, reguero de sangre que esmaltan las perlas del golfo de San Miguel y las esmeraldas de Coaque. A las espaldas de las Barbacoas, de la región de los manglares y del Puerto del Hambre, donde los soldados de Pizarro cumplen la ascética purificación que exige el hallazgo de la piedra filosofal, según la liturgia del Medioevo, estaba el reino de los Chibchas, que dominaron la técnica del oro, lo mezclaron con el cobre y crearon el oro rojo de la tumbaga, inferior en quilates y en diafanidad al oro argentífero del Perú.

 

NO HAY RÍO SIN ORO

En el Perú primitivo hubo también el oro de los ríos y de las vetas subterráneas. Los primeros cronistas y geógrafos mencionan las minas de Zaruma en el Norte, detrás de Tumbes, y las de Pataz, que proveerían a los orfebres del Chimú; y hacia el interior, en Jaén de Bracamoros, Santiago de las Montañas, el Aguarico célebre por sus arenas de oro, el Morona, la tierra de los Jíbaros y la de los Chachapoyas. En Huánuco, a diez jornadas de Cajamarca, dice la crónica de Xerez, y en el Collao hay ríos que llevan gran cantidad de oro. En la región de Ica debieron existir yacimientos o criaderos de oro en Villacurí, en Guayurí, en Porum y en Nazca; y en la de Apurímac, los de Cotabambas, explotados más tarde. Las minas más ricas, según Xerez "las mayores", eran las de Quito y Chincha; y el cronista oficial Pedro Sancho habla, en 1534, de las minas de Huayna Cápac en el Collao, que entran cuarenta brazas en la tierra, las que estaban custodiadas por guardas del Inca. El oro más puro del Perú fue el del río San Juan del Oro, en Carabaya, que alaban el Padre Acosta, Garcilaso y Diego Dávalos y Figueroa, por ser el más acendrado y pasar de veinte y tres quilates. Carabaya es la región aurífera por excelencia del Perú, el último trofeo de su opulencia milenaria. El cuadro geográfico de Carabaya se acomoda, por su adustez y hostilidad, a la mística metalúrgica, porque una inmensa muralla de cerros nevados y ventisqueros separa la altiplanicie, en que se hallan ciudades como Crucero –donde el agua se hiela en las acequias y se recoge en canastas, según don Modesto Basadre– de la región húmeda y tropical, hacia la que descienden, casi perpendicularmente, por graderías, los ríos que van al Inambari y al Madera, afluentes del Amazonas y que llevan sus aguas cargadas de cuarzo aurífero. En los valles de Carabaya, donde las lluvias torrentosas arrastran árboles y tierra formando aluviones inmensos de agua y tierra rojiza, se hallan los lavaderos de oro Huari-Huari y de Sandia, de San Juan del Oro, de Aporoma, de San Gabán, de Challuma, Huaynatacoma, Machitacoma, Coasa, Marcapata y los cerros famosos de Cápac Orco y de Camanti, que alucinó éste último algunos espejismos republicanos. Esta región inmisericorde, azotada por el viento y las aguas y por las apariciones sorpresivas del jaguar, fue también arrasada por los indios selváticos que degollaron en 1814 a los mineros de Phara a golpes de maza, destruyeron las labores de oro de San Gabán, masacraron a los obreros de Tambopata y en el cerro de Camanti, famoso mineral de oro desde la conquista, mataron los indios

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Chunchos a un capataz inglés, asaltándole a la salida de su casa y dejándole muerto, de pie y sostenido por las flechas que le enclavaron contra la pared.

GÉNESIS DE LA METALURGIA AMERICANA

La aparición de la metalurgia fue una hazaña cultural de la América del Sur, según Paul Rivet. En México sólo aparecen los metales hacia el siglo XI. El mundo maya tuvo una industria metalúrgica muy rudimentaria y sólo los del "segundo imperio" trabajaron el oro y conocieron el cobre, pero no el bronce. La utilización del oro nativo y del cobre es, en cambio, general en la región andina de Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia y parece que se generó en el interior de la Guayana y en la costa del Perú. El oro fue utilizado en el Perú antes que el cobre. En Nazca y Chavín se da el oro en los estratos más antiguos; el cobre era, en cambio, desconocido hasta el siglo IV, a la aparición de la civilización de Tiahuanaco y en el antiguo Chimú. La técnica de la tumbaga –aleación del oro con el cobre– llamada también guanin, es típica de toda la zona del Caribe, desde el comienzo de la Era Cristiana. "En las Antillas y Tierra Firme –escribe Oviedo– los indios lo labran y lo suelen mezclar con cobre o con plata y lo abajan segund quieren". Los Chibchas son los propagadores de ella y quienes perfeccionan las técnicas de la puesta en color, laminado del oro, soldadura autógena, soldadura por aleación y modelado a la cera perdida. Esta técnica se propaga al Ecuador y a la costa peruana, según Rivet, muy afecto a una génesis caribe de la metalurgia americana.

Los Chimús desarrollaron una de las más avanzadas técnicas del oro, el que trataron por fundición, al martillo, soldadura, remache y repujado. En la costa del Perú se desarrolló, esencial y originariamente, la metalurgia de la plata, desde la época de Paracas, la que sólo se conoce en la alta meseta perú-boliviana en el segundo período de Tiahuanaco y en el Ecuador de la época incaica. El bronce, por último, proviene, según Rivet, del segundo período de Tiahuanaco y sólo aparece en la costa en el último Chimú y en el Ecuador en la época incaica. Los principales propagadores del bronce, son los Incas, que lo llevan a todas las provincias sometidas a su imperio.

LOS MOCHICAS Y EL ORO LUNAR

Los Mochicas de la costa del Perú, radicados en los valles centrales de ésta, teniendo como centro las pirámides del Sol y de la Luna en Moche, desarrollaron antes que los demás pueblos del Perú el arte de la metalurgia. Dominaron las técnicas de la soldadura, el martillado, fundido, repujado, dorado, esmaltado y la técnica de la cera perdida. Al mismo tiempo que decoraban su cerámica en dos colores, ocre y crema, con dibujos ágiles y finos con escenas de cetrería o de guerra, de frutos y plantas, como también de seres monstruosos idealizados, perfeccionaron la orfebrería áurea forjando ídolos y máscaras, adornos e instrumentos, armas, vasos repujados, collares y tupus, brazaletes y ojotas, orejeras y aretes, tiranas para depilar, cetros, porras, cascos, tumis o cuchillos ceremoniales incrustados de turquesas y esmeraldas, vasos retratos de oro puro, rodelas de oro con estilizaciones zoomorfas e ídolos grotescos coronados con una diadema semilunar. En todos ellos parece que el oro argentado del Perú recibe el pálido reflejo lunar; y la imagen de la luna, diosa nocturna del arenal y del mar, inspira a los artífices chimús formas decorativas y homenajes litúrgicos, que se materializan en la diadema semilunar de los ídolos o héroes civilizadores y en la predilección por los símbolos de la araña y el zorro. Esta metalurgia ceremonial, religiosa o civil, reviste las formas más caprichosas y gráciles, con laminillas de oro en forma de rayos, campanillas o cascabeles en que el oro es hueco, o pesados objetos en los que se imita el arte lítico o la cerámica: vasos de oro y turquesas, huacos de oro como el ejemplar único exhibido por Mujica en los grabados de esta Colección. Toda esta feérica bisutería dorada de los imagineros mochicas, como más tarde de sus

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sucesores los Chimús –que acaso recibieran ya el influjo quimbaya– fue asimilada, en parte, en lo técnico, por el arte sobrio de los Incas, pero se perdió el estilo y el alma de los orfebres de Moche, Lambayeque y Chanchán. Los Incas, al conquistar el señorío de Chimú y su capital Chanchán, con Túpac Inca Yupanqui, por cuanto los yungas de la región –dice Cieza–"son hábiles para labrar metales, muchos dellos fueron llevados al Cuzco y a las cabeceras de las provincias donde labraban plata y oro en joyas, vasijas y vasos y lo que mas mandado les era".

PROFANIDAD DE LOS HUAQUEROS

Si los Incas borraron de sus anales la destreza y el adelanto del arte metalúrgico de los vencidos yungas, éste quedó encerrado en las tumbas más tarde violadas por conquistadores, huaqueros y arqueólogos. Entonces empezó a resurgir para la historia cultural la maravillosa orfebrería Chimú.

La primera revelación de los tesoros enterrados del Chimú la dio el cacique de este pueblo Sachas Guamán, en l535, cuando obsequió al Teniente de Trujillo, Martín de Estete, con un deslumbrante e irisado tesoro de objetos de oro, de plumas y de perlas, que fue extraído de la casa de ídolos o huaca de Chimú-Guamán, junto a la mar. Figuraban en el lote miliunanochesco, una almohada cubierta de perlas, una mitra de perlas, un collar de oro y perlas y un asiento en cuyo espaldar había borlas de perlas que ceñían cabezas esculpidas de pájaros. Equipo marfileño que acaso perteneciera a algún sacerdote del culto lunar, que era, según el cronista Calancha, el privativo de los yungas, en contraste con el andino culto solar. Se repitió después el áureo donativo hecho legendario de la huaca del Peje Chico a García de Toledo, que le dio 427,735 castellanos en 1566 y 278,134 en 1578, y volvió a rendir 235,000 castellanos en l592. De las huacas de la gran ciudad de Chanchán –llamadas popularmente de Toledo o del Peje Grande y Chico, del Obispo, de las Conchas, de la Misa, de la Esperanza– surgieron en la época colonial tesoros que se fundieron y dieron ríos de onzas deslumbrantes. De la huaca del Sol de Moche se extrajo, según Calancha, como 800,000 pesos. Y el desvalijo continuó por los huaqueros de la época republicana, como aquel empírico coronel La Rosa, que repartió sus trofeos arqueológicos con el viajero Squier y confesó a Wiener que había hecho fundir más de cinco mil mariposas de oro, de apenas un miligramo de espesor, lindos juguetes con alas de filigrana, a los que se podía, por su levedad, lanzar al aire y ver revolotear alegremente venciendo la pesantez hasta caer en tierra. La mayoría de los objetos de oro encontrados en Chanchán y en otros lugares, fue fundida o emigró a los museos extranjeros, para constituir las innúmeras colecciones que poseen ejemplares y muestras que no tienen los escasos museos peruanos y las colecciones particulares peruanas, torpemente prohibidas.

JOYELES ANTIGUOS PERUANOS

El desfile del oro peruano continuó hacia Europa después de la independencia, enriqueciendo joyeles y colecciones del Viejo Mundo. La Colección Macedo, peruana, fue vendida y forma parte de un museo alemán. Los excepcionales objetos de oro del Cuzco, que Markham y Bollaert vieron en manos del General Echenique, Presidente de la República, antes de 1853 –frutos y hojas vegetales de oro, llautu tejido de oro, tupu o prendedor ricamente ornamentado, con cruz de Malta, estrellas y animales en círculos, y por último la tincuya de oro o disco con 34 compartimientos a modo de zodíaco, con círculos, facciones humanas, ojos, boca y ocho agudos caninos y las caras del Inca y la Coya– se han repartido entre el Museo Indiano de Nueva York y don Matías Errázuriz en Chile. En Alemania existen las mejores colecciones de cerámica y metalurgia peruanas, no bien identificadas e inventariadas. Se mencionan en ella como depositarias de objetos de oro: la

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Colección Gaffron, en el Museo Etnográfico de Munich, con vasos de oro repujado de Lambayeque, adornos femeninos de oro para el pecho, parejas de colibríes de oro, pájaros de oro para coserlos a la vestidura; la Colección Schmidt, con tiranas de oro para depilar; la Colección Alfredo Hirsch de vasos retratos de oro; la Colección Ricardo W. Staudt, con vasos retratos de plata; la Colección Gretzer, con vasos retratos de oro puro, repujados, de 17 cm. de alto, provenientes de Ica, mascarillas de oro, etc.; y la Colección Suttorius, de Stuttgart, con puñetes, pinzas depilatorias, máscaras con liga de oro y cobre. Cítanse en el extranjero también las colecciones de Herget, con el disco del sol en oro purísimo, grandes vasos de oro, puños, brazaletes incrustados de turquesas y esmeraldas, tupus de gran tamaño con el sol flamígero, orejeras, etc.; la Colección Allchurch, con un disco solar y cara humana ensangrentada; la Colección Ferris, que Squier vio en Londres y fue a parar al Museo Británico; la George Folsom, en la Historical Society of New York; la colección de Bliss, en Nueva York; la propia Colección Squier, con ricos ejemplares; la Colección Bandelier, en el Museo de Historia Natural de Nueva York; y el archivo Baessler, con sus trofeos del cerro de Zapame, en Lambayeque, y sus chapas de oro con representaciones de peces y búhos. Se citan, también, la colección del poeta argentino Oliverio Girondo, con objetos de oro de Nazca, máscaras funerarias, puños o brazaletes de oro laminado y estilizaciones fito-zoomorfas, y la del Museo Histórico de Rosario, en Argentina, con dos rodelas de oro con estilizaciones zoomorfas y adornos de turquesas. Charles Wiener menciona, como ejemplares que vio en el Perú y llevó a París, brazaletes, orejeras, sortijas y collares, y como ejemplares sugestivos, un pájaro de oro martillado llevando una hoja o fruto en el pico, procedente de Pachacamac, una figurilla de oro encontrada en Chancay y un tupu de oro macizo de Recuay. Wiener confiesa que llevó de la región de Trujillo –antiguo Chimú– tres cajones conteniendo 652 números, entre los que figuraban collares, sortijas, brazaletes, aretes y otros adornos. Por último, se citan las magníficas colecciones del Museo Rafael Larco Herrera, de Chiclín, del coleccionista don Hugo Cohen y de Miguel Mujica, el autor de este libro.

ORFEBRERÍA CHIMÚ

Los más sensacionales y reveladores hallazgos de oro precolombino en el Perú han sido en el presente siglo los del alemán E. Brüning, en el cerro de Zapame y los de Batán Grande e Illimo en 1937, ambos cerca de Lambayeque. Los hallazgos de Brüning comprueban un arte metalúrgico refinado y primoroso. Al lado de los vasos negros, de la etapa Chimú, que revelan una decadencia de la cerámica, surgieron joyas como la araña de oro con huevos de perlas, con adorno emplumado de cabeza, que recuerda, según Doehring, figuras toltecas; chapas de oro con figuras humanas o cabezas humanas que salen de cabezas de animales, como los dioses Anahualli mexicanos, y figuras de peces y otros animales. En la huaca de la Luna, en Moche, halló don Manuel Pío Portugal otro tesoro, con tupus, pectorales, collares, campanillas, estólicas, flautas, máscaras de zorro y coronas con laminillas colgantes, que han integrado diversas colecciones. Los hallazgos de Batán Grande se incorporaron en parte al Museo de la Cultura, en Lima, y en ellos figura, como pieza del mayor valor artístico representativo del arte Chimú, el tumi o cuchillo ceremonial de oro laminado, de 43 cm y 1 kg de peso, engastado con turquesas, que se exhibe en dos ejemplares extraordinarios: uno existente en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología, y otro, que se reproduce por primera vez en este libro, con brazos abiertos y ligeramente trunco. Es, posiblemente, el dios o señor principal de la región, con sus atributos jerárquicos. Algunos han querido ver en él al legendario caudillo Naym-Lap, que insurgió en la costa de Lambayeque, con un séquito oriental, en la época pre-inca, según el novelesco relato del clérigo trashumante.

Ciertas joyas revelan la excepcional pericia y el gusto artístico finísimo de los orfebres del Chimú. Squier describe un grupo argentífero formado por un hombre y dos mujeres, en un bosque representado con gracia y discreción y sentido de la

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armonía, en el que la representación de un retorcido tronco de algarrobo, descubre el sentimiento del paisaje en el artífice indio. Otro grupo escultórico, en plata, visto por el mismo viajero, fue el de un niño meciéndose plácidamente en una hamaca, junto a un árbol, por el que sube, sigilosamente, una serpiente, mientras que al lado, arde una hoguera. Estos grupos, dice Squier, revelan pericia en el diseño, en el modelado y fundido y acaso el conocimiento del molde de cera. La araña de oro del cerro de Zapame, las chapas de oro, con figuras zoomorfas, las mariposas alígeras de Wiener y los tumis ceremoniales de Illimo, representan el ápice de la joyería estilizada y barroca del arte aurífero peruano.

Todo el esplendor de la industria metalúrgica costeña fue anterior a los Incas. Es ya axioma arqueológico que los descubrimientos técnicos de los aurífices yungas –como la aleación del oro nativo y de la plata bruta y las aleaciones cuproargentíferas–, así como los primores de la orfebrería costeña, fueron asimilados tardíamente por los Incas, en el siglo XV, al conquistar el litoral. Arriesgados etnólogos y arqueólogos sostienen aún que el arte metalúrgico del Chimú se propagó a la región del Ecuador y alcanzó a Guatemala y a México, donde Lothrop ha hallado discos de oro del estilo Chimú medio y reciente en Zacualpa y una corona de oro emplumada con decoración Chimú y discos del último período de esta cultura.

EL ORO: MITO INCAICO

Los Incas no inventaron las técnicas del oro; pero el oro fulgura, desde el primer momento de su aparición, en el valle de Vilcanota en los mitos de Tamputocco y Pacarictampu, como atributo esencial de su realeza, de su procedencia solar por la identificación de sol y oro en la mítica universal y de su mandato divino. Una fábula costeña, adaptada en la dominación incaica, relataba que del cielo cayeron tres huevos, uno de oro, otro de plata y otro de cobre, y que de ellos salieron los curacas, las ñustas y la gente común. El oro es, pues, señal de preeminencia y de señorío, de alteza discernida por voluntad celeste. Los fundadores del Imperio, las cuatro parejas paradigmáticas presididas por Manco Cápac, usan todavía la honda de piedra para derribar cerros, pero traen ya, como pasaporte divino, sus arreos de oro para deslumbrar a la multitud agrícola en trance de renovación. Los cuatro hermanos Ayar portan alabardas de oro, sus mujeres llevan tupus resplandecientes y en las manos auquillas o vasos de oro para ofrecer la chicha nutricia de la grandeza del Imperio. La figura de Manco, el fundador del Cuzco y de la dinastía imperial incaica, fulge de oro mágico solar y sobrenatural. Una fábula cuzqueña refiere que la madre de Manco colocó en el pecho de éste unos petos dorados y en la frente una diadema y que con ellos le hizo aparecer en la cumbre de un cerro, donde la reverberación solar le convirtió ante la multitud en ascua refulgente y le consagró como hijo del sol. En los cantares incaicos el dios Tonapa, que pasa fugitivo y miserable por la tierra, deja en manos de Manco un palo que se transforma luego en el tupayauri o cetro de oro, insignia imperial de los Incas. Manco sale en la leyenda de Tamputocco de una ventana, la Capactocco, enmarcada de oro, y marcha llevando en la mano el tupayauri o la barreta de oro que ha de hundirse en la tierra fértil y que le ha de defender de los poderes de destrucción y del mal. Mientras sus hermanos son convertidos en piedra, él detiene el furor demoníaco de las huacas que le amenazan y fulmina con el tupayauri a los espíritus del mal que se atraviesan en su camino. En retorno, cuando Manco manda construir la casa del Sol –el Inticancha–, ordena hacer a los "plateros" una plancha de oro fino, que significa "que hay Hacedor del cielo y tierra" y la manda poner en el templo del Sol y en el jardín inmediato a éste, a la vez que hace calzar de oro las raíces de los árboles y colgar frutos de oro de sus ramas.

El oro se convierte para los Incas en símbolo religioso, señal de poderío y blasón de nobleza. El oro, escaso en la primera dinastía, obtenido penosamente de los lavaderos lejanos de Carabaya, brilla con poder sobrenatural en los arreos del Inca –

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en el tupayauri, los llanquis u ojotas de oro, la chipana o escudo y la parapura o pectoral áureo– y se reserva para las vasijas del templo y la lámina de oro que sirve de imagen del sol colocada hacia el Oriente, que debe recibir diariamente los primeros rayos del astro divino y protector. La mayor distinción y favor de la realeza incaica a los curacas aliados y sometidos, será iniciarles en el rito del oro, calzándoles las ojotas de oro y dándoles el título de apu. Y los sacerdotes oraban en los templos para que las semillas germinasen en la tierra, para que los cerros sagrados echasen oro en las canteras y los Incas triunfasen de sus enemigos.

Los triunfos guerreros de los Incas encarecen el valor mítico del oro y su prestancia ornamental. El Inca vencedor exige de los pueblos vencidos el tributo primordial de los metales y el oro que ha de enriquecer los palacios del Cuzco y el templo de Coricancha. Todo el oro del Collao, de los Aymaraes y de Arequipa, y por último del Chimú, de Quito y de Chile, afluye al Cuzco imperial. Los ejércitos de Pachacútec vuelven cargados de oro, plata, umiña o esmeraldas, mulli o conchas de mar, chaquira de los yungas, oro finísimo del Tucumán y los Guarmeaucas, tejuelos de oro de Chile y oro en polvo y pepitas de los antis. El mayor botín dorado fue, sin embargo, el que se obtuvo después del vencimiento del señor del Gran Chimú, en tiempo de Pachacútec. El general Cápac Yupanque, hermano del Inca y vencedor de los yungas de Chimú, reúne en el suelo de la plaza de Cajamarca –donde más tarde habría de ponerse el sol de los Incas, con otro trágico reparto– el botín arrebatado a la ciudad de Chanchán y a los régulos sometidos al Gran Chimú y a su corte enjoyada y sensual, en el que contaban innumerables riquezas de oro y plata y sobre todo de "piedras preciosas y conchas coloradas que estos naturales entonces estimaban más que la plata y el oro".

EL CORICANCHA: CERCO DE ORO

De la época de Pachacútec y sus sucesores proviene el esplendor áureo del Cuzco que deslumbró a los españoles. El templo del Sol se reviste de una franja de oro de anchor de dos palmos y cuatro dedos de altor, que destella sobre la traquita azul de la piedra severa. El disco del Sol era, según el inédito Felipe de Pamanes, "de oro macizo, como una rueda de carro". La estatua del Sol, llamada Punchao, con figura humana y tamaño de un hombre, obrada toda de oro finísimo con exquisita riqueza de pedrería, su figura de rostro humano, rodeada de rayos, era también maciza. De oro se hacen los ídolos pares del Sol, Viracocha y Chuqui-Illa, el relámpago, y las dos llamas o auquénidos de oro –corinapa–, que con las dos de plata –colquinapa– recordaban la entrada de los Ayar al Cuzco. De chapería de oro profusa –llamada llaucapata, colcapata y paucar unco– estaban cubiertas las imágenes áureas de las divinidades femeninas Palpasillo e Incaollo y las momias de los Incas, desde Manco a Viracocha, puestas en hilera frente al disco del Sol. Pachacútec manda guarnecerlas también con el metal divino: cúbreselas con máscaras de oro, medalla de oro o canipa, chucos, patenas, brazaletes, cetros a los que llaman yauris o chambis, ajorcas o chipanas y otras joyas y ornatos de oro.

Las paredes del templo del Sol, que según algunos cronistas tenían en las junturas de sus piedras oro derretido, se revisten enteramente como de tapicería, de planchas de oro y el Inca, todopoderoso, manda que los queros o vasos sagrados, los grandes cántaros o urpus, los platos en que comía el sol o carasso y los wamporos o grandes odres o trojes de oro y plata para la chicha solar, se funden en oro. La feería mayor del templo –que pareciera relato de las mil y una noches, si la contaran únicamente cronistas tan parcos como Cieza y Cobo y no constase por inventarios del botín de Cajamarca–, era el jardín del Sol, en el que todo era de oro: los terrones del suelo, sutilmente imitados; los caracoles y lagartijas que se arrastraban por la tierra; las yerbas y las plantas; los árboles con sus frutos de oro y plata; las mariposas de leve y calada orfebrería, puestas en las ramas, y los pájaros en árboles, que parecía –dice Garcilaso– como que cantaban o que estaban volando y chupando la miel de las flores; el gran maizal simbólico con sus hojas, espigas y

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mazorcas que parecían naturales; la raíz sagrada de la quinua y, para completar el ilusorio cuadro, veinte llamas de oro con sus recentales y sus pastores y cayados, todos vaciados en oro. El metal solar es, para los Incas, el mayor tributo que puede ofrecerse a los dioses; y, "como en las divinas letras, dice el padre Acosta, la caridad se semeja al oro", esta costumbre elimina la de los sacrificios humanos o la reduce a mínimo por el destino redentor del oro.

En el Cuzco se cumple también el doble sino del oro que purifica y salva, pero que, a la vez, precipita el ritmo del tiempo, acorta el placer y la efusión de la vida y acelera el momento de la catástrofe liberadora. La canción del oro relaja las fuerzas vitales del Incario y enerva su energía guerrera. Rompe también la solidaridad social, porque el goce del oro, siempre esquivo, constriñe a crear restricciones y diferencias jerarquizantes. El oro, que fue, en los primeros tiempos, atributo mítico y divino de los Incas y de los homenajes al Sol, se convierte en un privilegio de la casta militar y sacerdotal. El oro es requisado celosamente por el Estado, como perteneciente al Inca y al Sol, y Túpac Yupanqui ordena prender a los mercaderes que traían oro, plata o piedras preciosas y otras cosas exquisitas, para inquirir de dónde las habían sacado y descubrir así grandísima cantidad de minas de oro y plata. Y, en pleno apogeo incaico, se dicta la ley que ordenaba "que ningún oro ni plata que entrase en la ciudad del Cuzco della pudiese salir, so pena de muerte". El Cuzco, con su templo refulgente y sus palacios repletos de oro, recibiendo cada año de las minas y lavaderos 15 mil arrobas de oro y 50 mil de plata y las cargas de oro y piedras preciosas de todos los ángulos del Imperio, vino a ser, por obra del tabú imperial como un intangible Banco de Reserva de la América del Sur.

PALACIOS Y TESOROS INCAICOS

Tanto como el esplendor del Coricancha fue, a medida que crecía el poderío incaico, el fausto y el derroche en los palacios incaicos. El Inca y sus servidores resplandecen de oro y pedrerías. El Inca y su corte visten con camisetas bordadas de oro, purapuras, diademas y ojotas de oro. La vajilla del Inca y de los nobles es toda de oro. "Todo el servicio de la casa del rey –dice Cieza–, así de cántaros para su uso como de cocina, todo era de oro y plata". Beber en vaso de oro era hidalguía de señores y signo de paz. De oro eran los atambores y los instrumentos de música, engastados en pedrería. El Inca Pachacútec dio en usar, después de su triunfo, en vez de la borla de lana encarnada de sus antepasados, una mascapaicha cuajada de oro y de esmeraldas. El asiento del Inca o tiana, escaño o silla baja, que era de oro macizo de 16 quilates "guarnecido de muchas esmeraldas y otras piedras preciosas" y fue el trofeo de Pizarro en Cajamarca, valió 25 mil ducados de buen oro, según Garcilaso. La litera del Inca o andas cargadas por 25 hombres eran –según los cargadores del Inca, con quienes Cieza habló– tan ricas, "que no tuvieran precio las piedras preciosas tan grandes y muchas que iban en ellas, sin el oro de que eran hechas".

La opulencia de los palacios incaicos tendía, además, a ser eterna. No perece, y se dispersa como la de los monarcas occidentales, con la muerte. Cada Inca al morir deja intacto su palacio, con su vajilla y joyas que su sucesor no podrá tocar. El nuevo Inca deberá edificar nuevo palacio y mandar a los orfebres de todo el reino que le fabriquen nuevos cántaros y tupus y diademas. Cada palacio incaico queda, así, como un museo o joyel de los antiguos Incas: en él se custodia, además, por su clan o panaca, su busto o quaoqui fundido en oro, mientras su momia hace guardia junto a sus antecesores en la capilla del Sol del Coricancha. En Písac, en "una bóveda de tres salas", estaba el tesoro fabuloso de Pachacútec; en Chincheros el de Túpac Yupanqui y los de Huayna Cápac, en Caxana y en Yucay. El oro del triunfo se convierte, así, en oro ritual y en prisionero del fatum incaico; por ello, según el cronista Pedro Pizarro, "la mayor parte de la gente y tesoros y gastos y vicios estaba en poder de los muertos", al punto de que el Inca Huáscar, poseído de un

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demoníaco y fatídico propósito, anunció que habría de mandar enterrar a todos los bultos de los Incas, porque los muertos y no los vivos "tenían lo mejor de su reino".

EL IMPERIO DE HUAYNA CÁPAC Y SUS HITOS DE ORO

El gran instante jubilar del Imperio, en orden a la riqueza y el despliegue de un lujo oriental, es el del Inca Huayna Cápac. La plaza del Aucaypata, en el Cuzco, resplandece de oro, plata, sederías de cumbi y de plumas y de piedras preciosas. Los palacios desnudos de los Incas antiguos y patriarcales se llenan de decoraciones imprevistas, cercos de oro, puertas de jaspe y de mármol de colores, y motivos escultóricos de lagartijas y mariposas y culebras grandes y chicas que parecían "andar subiendo y bajando por ellas". El ejército incaico presenta sus cincuenta mil hombres armados de oro y plata. En el centro de la plaza se levanta un dosel o teatro "cubierto de paños de plumas llenos de chaquira y mantas grandes de tan fina lana, sembrados de argentería de oro y pedrería". Allí va a posarse, sobre un escaño de oro, la imagen del sol. "Tenemos por muy cierto –dice el cronista Cieza– que ni en Jerusalén, ni en Roma, ni en Persia, ni en ninguna parte del mundo, por ninguna república ni rey del se juntaba en un lugar tanta riqueza de metales de oro y plata y pedrería como en esta plaza del Cuzco". Para rematar y circuir la gloria áurea de la plaza y del Imperio, el Inca Huayna Cápac manda forjar una maroma o cadena de oro de trescientos cincuenta pasos de largo, para que los indios bailen asidos de ella alrededor de la gran plaza del Cuzco, al cantarse las hazañas y glorias de sus antepasados. Y, en los remotos confines del Imperio mandó colocar dos "porras de oro y plata" en la raya de Vilcanota, como reto y defensa mágica contra los Collas, y en el Ancasmayo, en la frontera indómita de los Pastos, "ciertas estacas de oro", como alarde de soberbia y señorío.

Acaso si toda la lucha del mundo y de la historia, el surgir y caer de los Imperios, no sea, como dijo el inglés Carlyle, sino una etapa de la interminable y gigantesca lucha de la fe contra la incredulidad. Parece que el Incario se incorporara dentro de esta norma, porque su grandeza y poderío comienza con un acto de fe, en el momento en que la barreta de oro de Manco Cápac se hunde en la tierra fértil y promisoria del Cuzco, donde habrían de surgir la urbe y el estado imperial; y su estrella se nubla y declina cuando los dos hijos bastardos del Inca, Huáscar y Atahualpa, mandan, el uno destruir las huacas y las momias del Cuzco, y el otro golpea y azota con una alabarda de oro al sacerdote de la huaca de Huamachuco, que le previene una catástrofe inevitable y cercana.

EL BOTÍN DE ORO DE PIZARRO

La cruzada de sangre y oro de la conquista llegó con Pizarro a Cajamarca y desbarató, en el espacio de cincuenta minutos, con ciento sesenta y ocho aventureros haraposos, al invicto ejército incaico de treinta mil hombres, que había conquistado toda la América del Sur, como tres siglos más tarde el Imperio español, en que no se ponía el sol, sería desbaratado en cincuenta y cinco minutos de combate por ochocientos peruanos, en el campo de Junín. De la captura del Inca, en medio de su corte enjoyada en lo alto de su litera impasible, cargada por los estoicos Lucanas, arranca el río de oro alucinante que lleva el nombre del Perú a los confines del mundo occidental. Y no fue mentira el relato fabuloso de los cronistas, ni de los humanistas europeos o los comerciantes genoveses o venecianos que en Sevilla vieron el desfile del fantástico botín y lo divulgaron por Europa con cifras de envidia. Aquel día, en aquel rincón andino del Perú, la historia del mundo había dado un salto o un viraje: el oro americano, principalmente el del Perú, iba a transformar la economía europea, porque al aumentar el circulante y producir la repentina alza de los precios, iba a surgir el auge incontrolado del dinero y del capitalismo.

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Jerez y Pedro Sancho, secretarios de Pizarro, describieron en sus crónicas –que se tradujeron y adaptaron en publicaciones europeas– el botín obtenido por Pizarro en Cajamarca y el Cuzco. El primer botín de la cabalgata sudorosa y jadeante, que recorre el campo de Cajamarca y saquea el campamento del Inca, es de 80 mil pesos de oro y siete mil marcos de plata y 14 esmeraldas. "El oro y plata se hubo –dice, maravillado, el escribano Xerez, Secretario de Pizarro, informando oficialmente al Rey– en piezas monstruosas y platos grandes y pequeños y cántaros y ollas y braceros y copones grandes y otras piezas diversas". Atabalipa –el Inca preso– dijo a los españoles que todo esto y mucho más que se llevaron los indios fugitivos "era vajilla de su servicio".

El Inca, astuto y sutil, en quien los españoles se espantarían "de ver en hombre bárbaro tanta prudencia", comprendió que el oro, buscado ansiosamente por la soldadesca era el precio y el talismán de su vida e hizo espectacularmente, el ofrecimiento fabuloso que llenó de asombro a su siglo y a la historia: llenar la sala de su prisión, de 22 pies de largo por 17 de ancho, de cántaros, ollas, tejuelos y otras piezas de oro y dos veces la misma extensión de plata, hasta la altura de "estado y medio". Del Cuzco, de donde debía, traerse el oro a Cajamarca había, por lo menos, cuarenta días de ida y vuelta, con los que el Inca había ganado una prórroga efectiva de su vida, plazo dentro del que sus generales de Quito y del Cuzco podrían reaccionar y aplastar a aquella cohorte andrajosa de jinetes que, para custodiar al Inca y el precario botín del día de su captura, tenían que velar todas las noches, con armaduras y sobre el caballo, en atisbo de la emboscada india.

El resplandor del oro alumbra, al par que los hachones nocturnos, a los actores de ambos bandos de aquella dramática pugna y zozobra. Por los caminos incaicos empiezan a llegar las acémilas humanas cargadas de oro y plata. Cada día llegan cargas de treinta, cuarenta y cincuenta mil pesos de oro y algunos de sesenta mil. Los tres comisionados de Pizarro que llegan al Cuzco, ordenan deschapar las paredes del Templo del Sol y los palacios incaicos de sus láminas de oro. Y parten para Cajamarca la primera vez 600 planchas de oro de 3 a 4 palmos de largo, en doscientas cargas que pesaron ciento treinta quintales y, luego, llegaron sesenta cargas de oro más bajo, que no se recibió por ser de 7 u 8 quilates el peso. Más tarde llegó todo el oro recogido por Hernando en la "mezquita" de Pachacamac.

EL RESCATE DE ORO DE ATAHUALPA

La mayor parte del oro fue fundido por los indios, "grandes plateros y fundidores que fundían con nueve forjas". El incentivo trágico del oro dividía ya, no sólo a indios y españoles, sino a éstos mismos, porque los soldados de Almagro, llegados después de la captura del Inca, no tenían derecho al enorme y resplandeciente botín que ingresaba todos los días a Cajamarca y que ellos ayudaban a custodiar. Hubo que apresurar el reparto, sin que la estancia aladinesca estuviera totalmente llena, porque Almagro y sus soldados y otros cuervos adiestrados y ansiosos de partir, exigían se terminase de una vez la comedia del rescate para que el oro fuera de todos. Para interrumpir la trágica espera no había solución más llana y segura, según los almagristas, que la muerte del Inca. Para impedir la contienda y la explosión de la codicia de los doscientos advenedizos de Almagro hubo, a la vez, que eliminar al Inca y cerrar la cuenta del botín de su prisión. Muerto el Inca, el oro era ya no únicamente de sus captores, sino de todos. El oro había sido el can Cerbero de su vida y a la postre fue su talón de Aquiles. Llegaron juntos la condenación del Inca y el reparto del oro del Coricancha, cuyo dueño legítimo –el Inca Huáscar– acababa de perecer por una orden de Atahualpa, en otro rincón hasta entonces incógnito del Imperio.

EL REPARTO DEL BOTÍN

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En el fabuloso botín del Inca en Cajamarca llaman la atención la extraordinaria suma de oro recogida y la calidad artística del oro pulido y exornado. La cantidad recogida fue, según el acta oficial del reparto, 1´326,539 pesos de buen oro, cada peso de cuatrocientos cincuenta maravedís. De éstos se sacó para el Rey el quinto, ascendiente a 264,859 pesos y 2,245 por los derechos de fundición. Para "la compañía" de soldados quedaron líquidos, 1´059,435 pesos. A Pizarro, que tenía compañía universal de sus bienes con Almagro, le tocó 57,220 pesos de oro y 2,350 marcos de plata. A Hernando Pizarro, 31,080 de oro y 1,267 de plata; a Hernando de Soto, 17,740 de oro y 724 de plata; a Juan Pizarro 11,100 de oro y 407,2 de plata; a Pedro de Candia, 9,909 de oro y 407,2 de plata. A los capitanes inmediatos les correspondió alrededor de 9 mil pesos de oro. A los cronistas soldados Cristóbal de Mena, Miguel de Estete y Francisco de Xerez, les tocaron sumas iguales: 8,800 pesos de oro y 362 marcos de plata. A los 48 restantes hombres de a caballo, les entregaron entre 9 mil y 8 mil pesos de oro y 362 marcos de plata. Los de infantería recibieron un promedio de 4,500 a 2,200 pesos de oro y 180 a 90 marcos de plata. Aun la cuota otorgada al último peón era fortuna apreciable, porque con lo ganado por un hombre de a caballo, como Juan Ruiz de Albuquerque, pudo éste regresar a España para ayudar al Rey con sus donativos, fincar 600 ducados de renta en juros perpetuos en Jerez en Sevilla, gastar tren de escuderos y esclavos negros, fundar mayorazgos y dedicarse a la montería de perros y volatería de azores en su pueblo natal y en su casa solar con un escudo de piedra en el frontis. Otros volvían "de ciudadanos labradores, de pobres, hechos señores" y, como Rodrigo Orgóñez, mandaban fundar capellanías y entierros en San Juan de los Reyes en Toledo; o como Pedro Sancho se casaban con damas de la aristocracia, o como Francisco de Xerez, era elogiado en coplas porque "tiene en limosnas gastados / mil y quinientos ducados / sin los más que da escondido".

Es posible que la suma de oro reunida fuese mayor que la que da el acta oficial del reparto. Sumando la plata al oro lo recogido en Cajamarca fue, según León Pinelo, 3,130,485 pesos. Pero, dada la abundancia de metal, los repartidores veedores tuvieron mano larga para el peso y el "oro de catorce quilates lo ponían a siete y lo de veinte a catorce". No todo el oro fue registrado y mucho se evadió de la cuenta. En el hartazgo de oro de Cajamarca nadie reparaba en peso de más y de menos, y "era tenido en tan poco el oro y la plata así de los españoles como de los indios", que algunos conquistadores ambulaban por las calles de Cajamarca con un indio cargado de oro, buscando a sus acreedores para pagarles, y entregaban por cualquier cosa un pedazo de oro en bulto, sin pesar. Otros, pordioseros de la víspera, jugaban en una apuesta a los bolos o en una carta del naipe, miles de ducados. Los precios subieron fantásticamente: por un caballo se pagaba de 2 mil a 3 mil pesos, 40 pesos por un par de borceguíes, 100 pesos por una capa y 10 pesos de oro una mano de papel.

EL ORO PERULERO EN SEVILLA

La crónica de Xerez explica, con su fría parsimonia y exactitud notarial, los objetos más notables del botín de Cajamarca que se salvaron de la fundición. Dice el cronista que, "aparte de los cántaros grandes y ollas de dos y tres arrobas, fueron enviados al Rey, una fuente de oro grande con sus caños corriendo agua"; otra fuente donde hay muchas aves hechas de diversas maneras y hombres sacando agua de la fuente, todo hecho de oro; llamas con sus pastores de tamaño natural de oro; un águila o cóndor de plata, "que cabía en su cuerpo dos cántaros de agua"; ollas de plata y de oro en las que cabía una vaca despedazada; un ídolo del tamaño de un niño de cuatro años, de oro macizo; dos tambores de oro, y "dos costales de oro, que cabrá en cada uno dos hanegas de trigo". Pedro Sancho habla de que se fundieron "piezas pequeñas y muy finas", que se contaron más de 500 planchas de oro del templo del Cuzco, que pesaban desde cuatro y cinco libras hasta diez y doce libras y que entre las joyas había "una fuente de oro toda muy sutilmente labrada que era muy de ver, así por el artificio de su trabajo como por la finura con que era

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hecha, y un asiento de oro muy fino –la tiana del Inca o del sol– labrado en figura de escabel que pesó diez y ocho mil pesos".

La hipérbole aparente de los cronistas se halla, esta vez, respaldada por los documentos fehacientes que obran en el Archivo de Indias. Toda la ciudad de Sevilla presenció la descarga del tesoro de los Incas cuando se llevaron de la nao Santa María del Campo a la Casa de Contratación las vasijas y grandes cántaros del Templo del Sol a lomo de mulas y el resto en cajas conducidas por lentas carretas de bueyes, en veintisiete cargas. Pero los funcionarios del Consejo de Indias tomaron inventario minucioso de todo el oro y la plata llegados del Perú, el que coincide absolutamente con la relación sumaria y asombrada de los cronistas.

De la relación del oro y plata tomada en Sevilla, en el mes de febrero de 1534, por Luis Fernández Alfaro, tesorero de la Casa de Contratación, y publicada por José Toribio Medina, aparece, en la lista del oro del Perú, llevado por Hernando Pizarro, lo siguiente: 38 tinajas de oro de un peso medio de 60 a 25 libras; una figura de medio cuerpo de indio, metida en un retablico de plata y oro; dos atabales de oro; dos fuentes que pesaron 17 libras; un ídolo a manera de hombre, que pesó 11 libras; y en otro inventario una de las cañas de maíz de oro con tres hojas o mazorcas de oro, descritas por Xerez y por Garcilaso; una figura de indio, de veinte quilates; una alcarraza de oro de 27 libras y un atabal de oro de 21 quilates y peso de cuatro marcos. En el inventario de la plata aparece, poco más o menos, el mismo arte orfebreril en 12 figuras de mujer, pequeñas y grandes, que pesaron 937 marcos, un "carnero y cordero de plata" –léase llamas–, que pesaron 347 marcos; y una tinaja con dos asas y una cabeza de perro y su pico, de 27 libras. Mujeres de oro, un hombre enano, de oro, con su bonete y una corona y 3 carneros de oro, aparecen en otro envío al Rey, entregado por Diego de Fuentemayor, en 1538. En el Perú, la historia supera en asombros a la leyenda.

EL BOTÍN DEL CUZCO

El cronista Agustín de Zárate dice que en el Cuzco se halló tanto como en Caxamalca. Gómara dice "que fue mas, aunque como se repartió entre más gente no pareció tanto". Pero Garcilaso afirma que en el Cuzco "ovo mas". De las publicaciones hechas por el historiador peruano don Rafael Loredo sobre el acta inédita del reparto del Cuzco, se deduce que el botín de esta ciudad ascendió a 588,226 pesos de oro de 450 maravedís, y a 164,558 marcos de plata buena a 2,110 maravedís y 63,752 marcos de plata mala a 1,125 maravedís, lo cual da un total de 793,140,080. En Cajamarca, según el mismo documento, se obtuvo 1’326’539 pesos de oro de 450 maravedís y 51’610 marcos de plata a su verdadera ley de 1’958 maravedís, lo que da un total de 697’994 930. Esto confiere, evidentemente, una ligera ventaja, en las cifras oficiales, al tesoro del Cuzco sobre el de Cajamarca, aunque bien sabemos que en esta villa mucho no fue quintado ni fundido y hubo múltiples evasiones. Únicamente el escaño de Pizarro –que pesó 83 kilos de oro de 15 quilates y no fue contado– restablece la balanza a favor del botín cajamarquino. Por de pronto, el oro habido en Cajamarca fue más del doble del que se hubo en el Cuzco. Es la plata la que predomina en este último reparto. La cuota asignada en el Cuzco a cada soldado tuvo que ser menor, ya que era mayor el número de participantes. Se hicieron 480 partes, sobre las 168 de Cajamarca, y a cada soldado le tocó, según unos, 4’000 pesos y 700 marcos de plata. De las pocas cifras dadas por Loredo, se percibe que un soldado común, como Juan Pérez de Tudela, recibió 1’023 marcos de plata de diversa ley. Los de a caballo parecen haber recibido 1’126 pesos de buen oro y 2’553 pesos de oro de 22 1/2 quilates. En el quinto del Rey, se mencionan algunos objetos que no fueron fundidos, como "una mujer de 18 quilates que pesó 128 marcos de oro" o sea 29 kilos 440 gramos, lo que, según Loredo, corresponde a la suma actual de 736’000 soles oro; también figura, como en Cajamarca, "una oveja de oro de 18 quilates que pesó 5 750 pesos o sea 26 kilos 450 gramos, lo que equivaldría, según el mismo cálculo, a 661’000

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soles. En el quinto hubo 11 mujeres de oro y 4 ovejas o llamas del mismo metal". Pizarro recibió lo que le correspondía "en piezas labradas de indios y en ciertas mujeres de oro". La pieza más extraordinaria del botín del Cuzco fue, según el documento glosado por Loredo, una "plancha de oro blanco que no ovo con que pesalla", y que se presume fuera la imagen de la luna arrancada al Templo del Sol.

 

EL ORO NECRÓFILO

El oro recogido por los españoles en Cajamarca y el Cuzco, no obstante su caudalosidad, no fue sino una mínima parte de la riqueza incaica. "No fue sino muy pequeña parte de lo que de estos tesoros vino en poder de los españoles", afirma el padre Cobo. "La mayor parte de sus riquezas –dice Garcilaso– la hundieron los indios, ocultándola y enterrándola de manera que nunca más ha parecido". Y Cieza refería que Paullo Inca le dijo en el Cuzco que, "si todo el tesoro de huacas, templos y enterramientos se juntase, lo sacado por los españoles haría tan poca mella, como se haría sacando de una gran vasija de agua una gota della", o de una medida de maíz un puñado de granos. Los españoles se llevaron el oro de los templos y palacios que los indios no alcanzaron a esconder, pero no vislumbraron la enorme riqueza sepultada en las tumbas. El hombre del Incario se preocupó tanto o más de la morada eterna que de la provisoria de la vida. En el Perú antiguo hubo más necrópolis que ciudades y estas ciudades estaban plenas de tesoros maravillosos. Los señores y caudillos se enterraban con todo su atuendo de mantas lujosas, vajilla de oro y plata, joyería de perlas, turquesas y esmeraldas, ollas y cántaros de barro y de oro. Se creía que quien no llevaba mucho a la otra vida, lo pasaría muy pobre y desabridamente. Había que pagar, como en el mundo clásico europeo, el pasaje a Carón, el barquero de las tinieblas.

Desde el día siguiente de la conquista surgen las leyendas de tesoros ocultos que alucinan a tesauristas empeñosos y a aventureros de la imaginación. Tras del resonante desentierro del tesoro del cacique de Chimú y de la huaca de Toledo, crece la fiebre funeraria de los conquistadores vacantes. Se habla de los tesoros enterrados en Pachacamac, del tesoro de Huayna Cápac enterrado en el templo del Sol, de los de Curamba y de Vilcas, de los tesoros de doña María de Esquivel y de la cacica Catalina Huanca en el cerro del Agustino, veinte veces perforado inútilmente por los huaqueros.

El poder moral de los frailes reacciona contra la profanación de tumbas y aparece la admonición de fray Bartolomé de las Casas, que defiende los cuerpos y las almas de los indios en De Thesauris qui reperientur in sepulchrum Indorum, y el implacable papel Duda sobre los tesoros de Caxamalca que incita a los encomenderos y dueños de tesoros, minas y heredades, a recibir la ceniza sobre la frente y devolver lo arrebatado a los indios so pretexto de idólatras y enemigos de Dios. Está próximo el arrepentimiento y la baladronada póstuma del testamento de Mancio Serra de Leguísamo y las mandas contritas de Francisco de Fuentes en Trujillo, azuzado por su confesor, para devolver todo el oro manchado con la sangre de Atahualpa. Va llegando la hora prevista por Gómara para los que mataron al Inca, en que, castigados por el tiempo y sus pecados, acaben mal.

Ninguno de los tesoros famosos clamoreados en el siglo XVI apareció ante sus pesquisadores. No hallaron el tesoro de Huayna Cápac el tesorero de Arequipa, ni sus socios fray Agustín Martínez y Juan Serra de Leguísamo, autorizados por cédulas reales de 1607, 1608 y 1618, para excavar en el templo del Sol en pos de sus ilusos derroteros. Tampoco pudo nadie llegar a la cumbre nevada del Pachatusan, donde 300 cargas de indios Antis, portadores de oro en polvo y en pepitas, fueron enterrados por orden de Túpac Yupanqui. Ni la plata y el oro sepultados por los indios de Chachapoyas o los de Lampa, que escondieron los caudales que

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conducían 10 mil llamas y que buscaba aún en la hacienda Urcunimuri, en 1764, un soñador autorizado por el Virrey. Hay una estampa de la época que podría iluminarse con la luz dudosa de un candil, en la que un individuo vendado es conducido a una cueva en que el oro está tirado por los suelos en tinajas, cántaros y alhajas de todo género, que un cacique generoso pone a su disposición.

LAS MINAS COLONIALES

Pasado el deslumbramiento de los botines del oro de Cajamarca y del Cuzco y de los entierros famosos, los economistas modernos tratan de enfriar aquella emoción única. Garcilaso y León Pinelo habían ya reaccionado, enunciando la tesis de que las minas del Perú y el trabajo sistematizado de ellas habían dado a España más riquezas que las de la conquista. El Inca Garcilaso asegura que todos los años se sacan, para enviarlos a España, "doce o trece millones de plata y oro y cada millón monta diez veces cien mil ducados".

En 1595, dice el mismo Inca, entraron por la barra de San Lúcar treinta y cinco millones de plata y oro del Perú. Y León Pinelo, con los libros del Consejo de Indias en la mano, dice que en el Perú se labraban, a principios del siglo XVII, cien minerales de oro y que en ellos se habían descubierto dos minas de cincuenta varas, de otros metales. Es el momento del apogeo de la plata. Las minas de Potosí dieron de 1545 a 1647, según León Pinelo, 1’674 millones de pesos ensayados de ocho reales. Cada sábado daban 150 ó 200 mil pesos, dice el padre Acosta. El padre Cobo escribía hacia 1650: "Hoy se saca cuatro veces más plata que en la grande estampida de la conquista". Las minas del Perú y Nuevo Reino dieron, en el mismo lapso, 250’000 000 pesos. La mina de Porco daba un millón cada año, la de Choclococha y Castrovirreyna 900 mil pesos ensayados, la de Cailloma 650 mil y la de Vilcabamba 600 mil. El oro prevaleció, en los primeros años, hasta 1532, en que se descubrieron las primeras minas de plata en Nueva España y, en 1545, las de Potosí. León Pinelo calcula que las minas de oro del Perú, Nueva Granada y Nueva España daban al Rey un millón de pesos anuales. Desde la conquista hasta 1650 el oro indiano dio 154 millones de castellanos, o sea 308 millones de pesos de ocho reales, o sea quince mil cuatrocientos quintales de oro de pura ley. Según el economista Hamilton, el tesoro dramáticamente obtenido por los conquistadores fue "una bagatela" en comparación con los productos de las minas posteriores. Hasta el cuarto decenio del siglo XVII, el tesoro de las Indias se vertió en la metrópoli con caudal abundancia. La corriente de oro y plata disminuyó considerablemente, pero no cesó por completo.

PLATEROS COLONIALES

El Incario fue, según Gerbi, la época del auge del oro, la Colonia la de la plata y la República la del guano. No cabe, en este estudio sobre el oro precolombino, seguir la trayectoria del oro en estas últimas épocas. En la época colonial el oro sigue siendo, sin embargo, como en el Incario, símbolo de majestad y de señorío. Se prodiga principalmente en los retablos barrocos, verdaderas ascuas de oro retorcido y flamígero –"galimatías dorados"–, en los cálices y en las custodias cuajadas de pedrería, en las coronas y en las joyas de oro de las vírgenes, en tanto que la plata abunda en los frontales, sagrarios y tabernáculos de los altares, los blandones y candeleros, andas y urnas de plata, pebeteros e incensarios, hisopos, azafates, palanganas y bandejas, hacheros y lámparas de los templos.

En los vestidos masculinos predomina el oro en los galones, bordados, trencillas y pasamanerías; abundan las joyas de oro y pedrería, las cadenas y las abotonaduras de oro, las sillas de filigrana de oro y los estribos y jaeces de oro y plata. Los negros

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y los zambos usan capas bordadas, sillas de montar de plata, reloj y sortijas de oro, vestidos de tisú, lana y terciopelo.

La indumentaria femenina también incide en el amor ceremonial del oro; las mujeres de Lima, según Frezier, gustan de los encajes de oro, las cintas y los tisús de oro, los brocados y briscados y los adornos extraordinarios de alhajas, pulseras, collares, pendientes o sortijas de oro, perlas y pedrerías. Frezier dice haber visto bellísimas damas que llevaban sobre el cuerpo como 60’000 piastras, o sea 240’000 libras. Concolorcorvo apunta la riqueza de las camas, con colgaduras de damasco carmesí y galones y flecaduras de oro; y Terralla habla de cortinas imperiales, con catres de dos mil pesos. La vajilla de las casas es, en cambio, casi íntegramente de plata labrada, que trabaja con originalidad y maestría el gremio de plateros, tradicional en Lima y en el Cuzco, en las calles que llevan sus nombres. Y como es el apogeo de la plata potosina, las calles de la ciudad virreinal se pavimentan para el paso de la procesiones o para la entrada del Virrey con lingotes de plata. Para la entrada del duque de la Palata los comerciantes de Lima alfombraron de barras de plata de 200 marcos, de 15 pulgadas de largo, cinco de ancho y 2 a 3 de espesor, las calles de La Merced y Mercaderes, echando por los suelos una suma que representaban 320 millones de libras. Lima, era, entonces, el núcleo del comercio sudamericano y el depósito de todos los tesoros del Perú.

La decadencia económica del Virreinato a fines del siglo XVIII se produce por la segregación de Nueva Granada y Buenos Aires y la apertura del comercio por el Río de la Plata. Las minas decaen por las sublevaciones de los indios y la inseguridad económica y social. El vendaval revolucionario arrasa con la riqueza privada y la de los templos, cuyos joyeles desaparecen o son fundidos para necesidades de la guerra. Instaurada la República, se pospone la industria minera por falta de capitales. Abandonados minas y lavaderos de oro, la producción llegó al mínimo, según Gerbi, entre 1885 y 1895. El oro se explotaba en las primeras décadas del siglo XX como un subproducto del cobre. Se extraía de los lingotes de cobre que se exportaban de Cerro de Pasco. Hacia 1920 se exportaba un promedio de 840 kilos por año. En 1938 y 1939, reiniciada la extracción directa del oro, éste alcanzó a casi 8’000 kilos y a cuarenta y cincuenta millones de soles. Elevado el precio del oro, revivieron los lavaderos de oro de Carabaya y adquirieron repentino auge las minas de Parcoy y de Buldibuyo, acaparadas por la Northern Peru, las de Nazca, de prestigio precolombino, la de Cotabambas, ruidosamente frustrada, y la de Santo Domingo, de la Inca Mining Company.

EL FATUM DEL ORO

Otras riquezas sustituyen al oro en el siglo XIX, caudillesco y republicano. Como en el Incario o en la Colonia, el Perú volvió a disfrutar de una riqueza fácil, corruptora de su disciplina social y política y extinguible a corto plazo. Como los conquistadores derrocharon el oro indio del botín y lo despilfarraron en el juego, en la rivalidad enconada y sangrienta, en la inercia destructora o en el boato imprevisor y ostentivo, los caudillos republicanos jugaron también el destino de la República en el tapete verde de las salas de Rocambor, en la estulticia y falta de plan gubernativo, en la guerra civil implacable y anarquizadora, en los derroches presu-puestales y suntuarios de la Consolidación y en la megalomanía de los empréstitos y de las obras públicas, mientras en el horizonte se acentuaba una amenaza internacional. Llegamos incluso, en el país proverbial del oro y la plata, al absurdo paradojal del papel moneda. El guano, decía don Luciano Benjamín Cisneros, ha sido acaso la maldición del Perú. "Sin esa riqueza fácil habríamos sido sobrios, laboriosos y fecundos, en vez de pródigos e imprevisores". Del guano provinieron, como del oro incaico o la plata virreinal, la fiebre del dinero y la hidropesía de la opulencia burguesa.

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Pero, no obstante estas vicisitudes y contrastes, el oro no dejó tan sólo desconcierto y corrupción. El oro tiene, entre sus virtudes míticas, la de buscar la perfección y desarrollar un sentimiento de confianza y orgullo en el que se esconde un propósito egregio de prevalecer contra el tiempo y las fuerzas de destrucción.

El oro tuvo en el Perú, desde los tiempos más remotos, una función altruista y una virtualidad estética. En el Incario el oro libertó al pueblo creyente y dúctil de la barbarie de los sacrificios humanos y elevó el nivel moral de las castas, ofreciendo a los dioses, en vez de la dádiva sangrienta, el cántaro o la imagen de oro estilizados, fruto de una contemplación libre y bienhechora, con ánimo de belleza. El oro tuvo, también, una virtud mítica fecundadora y preservadora de la destrucción y la muerte. En la boca de los cadáveres y en las heridas de las trepanaciones colocaban los indios discos de oro para librarlos de la corrupción. El oro acumulado durante cuatro siglos en las cajas de piedra de seguridad del Coricancha, con un propósito reverencial y suntuario, fue a parar, a través de las manos avezadas al hierro, de soldados que se jugaban en una noche el sol de los Incas antes de que amaneciese, a los bancos de Amsterdam, de Amberes, de Lisboa y de Londres. No fue nunca el dinero, el oro acumulado, inhumano, utilitario y cruel. Fue "el tesoro", conjunto mágico, cosa soñada e innumerable, suscitadora de aventuras y hazañas. En el Virreinato español la plata no se convirtió, tampoco, en negocio y dividendo, sino que afloró en el altar, en el decoro doméstico o en el alarde momentáneo de la procesión, en la cabalgata o el séquito barroco del Virrey o del Santísimo Sacramento. Por imposición de su medio, el Perú tuvo oro y esclavos –como denostó Bolívar, en su carta de Jamaica–, que produjeron anarquía y servidumbre y el peruano de la República, como el indio fatalista y agorero y como el conquistador ávido y heroico, no tuvo cuenta del mañana y se entregó al azar y a la voluntad de los dioses, con espíritu de jugador, hasta que la fortuna se cansó de sonreírle. Surgió entonces la comparación del humanista europeo, que llamó al Perú, un "mendigo sentado en un banco de oro".

El recuerdo legendario de su arcaica grandeza, que se trasunta en la imagen del cerco y los jardines de oro del Coricancha, o en las calles pavimentadas con lingotes de plata de la Lima virreinal, dejó en el ser del Perú, junto con la conciencia de una jerarquía del espíritu que, como el oro, no se gasta ni perece, una norma de comprensión y amistad que brota de la índole generosa del metal y es el quilate-rey de su personalidad y señorío.

Loma de Guayabillas

LA LEYENDA DE LA GUAYABILLA DORADA

Recuerdo que cuando mi abuelito quería contarnos las leyendas de nuestra tierra, comenzaba: “Queridos hijos hoy les voy a contar la Leyenda de la Guayabilla Dorada ”, nos

hacía sentar alrededor de él, junto a la tulpa y decía: “Pongan mucha atención y cuidado con dormirse porque a los dormilones el diablo es jala la plata” e iniciaba el relato:

“Érase una vez un campesino rico y poderoso, caprichoso y avaro que se llamaba Simón; tenía una mujer llamada Gertrudis y tres hijos estudiando en el exterior, había heredado una gran

fortuna, vivía junto a una laguna encantada llamada “Yahuarcocha”, llena de misterio, tenebrosa, que siempre estaba envuelta en jirones de niebla, en la que se oía extraños

gemidos y ruidos de todo tipo que producían escalofríos a los que se aventuraban a pasar por aquellos lugares; se dice que jinetes sobre sus caballos pasaban como almas que lleva el

diablo y sin regresar a ver.

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Este tenía un hermano de padre de condición muy humilde, al que debía entregar la mitad de lo heredado, que vivía al otro lado de la loma del alto de Reyes, junto a la Loma de Guayabillas, en una explanada en una chocita de paja y bareque, que respondía a nombre de José Manuel, que tenía una mujer regañona, vigente y fregona, llamada Rosa la Bondadosa y trece hijos, tan desafortunados, que estaban pasando mucha hambre y a los que visitaban en muy pocas ocasiones.

Un día José Manuel llegaba del campo y encontró a su mujer echa un mar de lágrimas, toda desgreñada y sucia.

-  “¿Por que lloras?”, le preguntó con ternura sentándose sobre el poyo junto a ella.

-  “¿Quieres que nos muramos?”, dijo ella entre sollozos.

-  “No tenemos que comer, nos hace falta de todo”, aseveró.

-  Y continuó: “La vieja vaca ya no da leche. Está tan flaca que perece costal de huesos, no sirve ni para comérnosla. El terreno está limpio no crece ni la mala hierba. La mala suerte

nos persigue”.

José Manuel trató de consolar a la mujer, pero no pudo calmarla, sus estómagos gruñían solicitando algo para calmarlos.

-“¿Por qué no vas a ver a Simón, tu hermano?

Puedes pedirle dinero, es muy rico y puede dártelo fácilmente; así podrás comprarnos algo de comer”, dijo la esposa. A lo que José Manuel respondió:

-  “Simón es tacaño y a lo mejor no nos presta y si nos presta, no le podremos pagar”.

-  “Inténtalo”, dijo la mujer llorando, “es tu hermano, quizá te dé algo de dinero; de lo contrario moriremos de hambre”.

José Manuel, en un momento de desesperación, pensó en vender todos sus bienes, pero nadie le daba un centavo por ellos, Acordándose de su hermano, aquella misma madrugada

salió para hacerle visita, para lo que anduvo por los bosque, llenos de senderos, chaquiñanes, cruzando acequias y puentes de palos, bordeando pantanos, hasta llegar a la

casa de su hermano, que se encontraba al otro lado de la Laguna encantada; al amanecer, le encontró sentado contemplando su magnífico rejo de vacas lecheras. Cuando Simón vio a su

hermano José Manuel, le dijo:

-  “¿Qué haces aquí?” Este le contestó:

-  “Necesito tu ayuda, lo que hemos sembrado no ha nacido y la lancha ha acabado la cosecha de maíz y fréjol, que ansiosamente esperábamos para este año. No tengo dinero para comprar alimentos, para mi esposa y mis trece hijos que se mueren de hambre, ¡por

favor! Préstame dinero y te lo devolveré en cuanto pueda”.

Simón, riéndose, le contestó:

-  “Te voy a dar el préstamo que me solicitas, pero tienes que dejarme a tu hijo mayor para que sea mi hombre de confianza y sirviente durante un año y sin paga”.

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A lo que José Manuel accedió, dando su palabra de honor, diciendo que pagaría a cantidad de diez reales y ocho cales a su hermano Simón, entregándole también a su hijo mayor Pedro durante un año. A partir de ese momento, se ofreció a trabajar incansablemente. U cuando

había ahorrado nueve reales, se enfermaron su mujer y sus hijos, gastándose en las curaciones el dinero reunido. El avaro hermano le informó que le aquejaba una extraña

enfermedad y l recordó que solo le quedaban cinco días para cumplir con lo pactado. Triste y preocupado subió al Alto de reyes y se sentó bajo un frondoso árbol y deseó la muerte de su hermano para no pagar la deuda. Al otro día volvió a la loma al mismo lugar, levaba en una canasta su almuerzo que consistía en unas tortillas de maíz, y un poco de agua. Transcurrió el tiempo sin sentir, ya se acercaba el ocaso, mira al cielo y observa una bandada de garzas que pasa en perfecta formación que se dirigía a la Laguna Yahuarcocha , cuando sintió que

se acercaba un anciano de mirada profunda y noble, barba blanca, que vestía como un campesino. Llevaba un poncho y un cayado en la mano derecha, y le preguntó:

-“¿Qué tienes?”… Contestó: “Unas tortillas de maíz!, y lo invitó a comer.

Mientras le explicó que había deseado la muerte de su hermano, que estaba muy enfermo. A lo que el anciano con voz severa le increpó: “¿tú crees que un castillo de oro vale la vida de

una persona?”

José Manuel contestó: “Estoy arrepentido de ello”, y dando rienda suelta a su tristeza, lloró como un niño.

¡Cuando de pronto! Entre el follaje atravesó un rayo de luz que iluminó al anciano que se transformó en un joven bello y hermoso, ataviado con ropajes refulgentes de guerrero, con

una espada al cinto y unas hermosas alas plegadas junto al cuerpo, con voz profunda le dijo:

-“Soy el Arcángel San Miguel, eres un hombre bueno y generoso por ello mereces un premio”.

Señaló la Loma de Guayabillas y dijo: “Ve allí y en el centro encontrarás un árbol que tiene una hermosa Guayabilla Dorada, la deberás color en un cofre que se encuentra en el suelo junto al

tronco. Puedes pedirle toda clase de deseos razonables”, y desplegó sus alas y desapareció en el infinito.

José Manuel gritó dando las gracias y su corazón se llenó de alegría, y con gozo corrió a su casa, en donde su esposa e hijos l esperaban, rápidamente les contó el milagroso

acontecimiento, subió a la loma de Guayabillas a buscar el tesoro, el mismo que encontró justo donde el Arcángel San Miguel le había dicho, tomó la Guayabilla Dorada y la colocó en

el cofre, regresó luego de llenar una canasta con tan rico fruto que degustó con su familia. Sintió que una luz iluminaba los corazones de su esposa e hijos llenándolos de bondad.

Abrió el cofre, apareció la Guayabilla Dorada la que pidió les diera lo que su familia y vecinos necesitaban, al momento, se llenó de alimentos la cocina, las tierras se cubrieron de árboles,

frutales, maíz, fréjol, cerdos, gallinas, pavos, patos y gran variedad de aves silvestres, en la Loma de Guayabillas abundó la deliciosa fruta que fue recogida para llevar a su hermano el

último día n que debía pagar la deuda.

Así fue como viajó muy en la mañana a visitar a su hermano Simón, que pese a la enfermedad estaba alegre, y le preguntó:

- “¿Me vienes a pagar la deuda?”

José Manuel contestó, “No es el motivo de mi visita. Vengo a dejarte estas guayabillas.

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El enfermo casi se muere de la rabia increpándole de mala manera, por no pagarle los diez reales y ocho cales. Pese a los insultos José Manuel le extendió un manojo de deliciosas guayabillas diciéndole que tenían poderes curativos, procediendo de inmediato Simón a comerse el rico fruto bendito, sintiendo pronto que mejoraba.

Pidió ayuda a su hermano diciéndole que le trajera más frutos para sanarse de la enfermedad que le aquejaba y que a cambio le perdonaba la deuda, le entregaba la mitad de la herencia

y le devolvía a su hijo mayor. En este entonces la palabra valía más que cualquier papel firmado.

José Manuel sacó un cofre con la Guayabilla Dorada y le pidió al fruto mágico que sanara a su hermano Simón, lo que aconteció al instante.

Se proyectó una luz llena de colores que cobijó toda la zona, la laguna, las lomas, el valle, en una sinfonía de color de canto y amor, en la que participaron el trino de los pajarillos, el

susurro del viento y el agua que tintineando juguetona se deslizaba por el lecho del Tahuando, inundando el ambiente, llenando de bondad y prosperidad a todos los que habitan

estos lugares.

Sintiéndose feliz a partir de ese momento, compartió con su familia, amigos y vecinos su gran fortuna.

Después de muchos años de felicidad, cuando ya era viejito y se acercaba su fin, José Manuel, para que e preciado cofre con la Guayabilla Dorada no cayera en malas manos, fue a

la Loma de Guayabillas y lo enterró en un lugar desconocido, no siendo encontrado hasta nuestros días.

Cuenta la leyenda que la familia de José Manuel vivió feliz el resto de sus días. Que todos los vecinos que hoy habitan el barrio La Victoria y las personas que visiten la Loma de

Guayabillas tendrán la oportunidad de encontrar aquella planta que tiene la Guayabilla dorada que, al ser comida, dará una fuente inagotable de sabiduría.

COLORIN COLORADA, LA GUAYABILLA DORADA SIEMPRE SERÁ RECORDADA

MORALEJA:

Los valores espirituales como la solidaridad, generosidad, bondad reciben el tesoro de la felicidad.

Por: Wilson Navarrete