lectura orante:tercera semana de pascua, fr julio césar gonzález carretti

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TERCERA SEMANA DE PASCUA (Ciclo B) DOMINGO Lecturas bíblicas: a.- Hch. 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó. La primera lectura, es lógica consecuencia del milagro realizado por Pedro y Juan en la vida de un tullido que en el Nombre de Jesús, es sanado, lo que da pie al apóstol para exponer el kerigma cristiano. El prodigio realizado por Pedro, causó la admiración de todos, confirmó la santidad de estos instrumentos por Dios, pero será Pedro quien descubra la clave de interpretación: hay un nuevo poder entre ellos que salva al hombre de su situación de postración. Esta nueva realidad no rompe con la tradición de los padres, la fe de Israel. El mismo Dios de Abraham, de Isaac, y Jacob, obra ahora por medio de Jesús, cumple las promesas del AT. Pedro explica que es el Nombre de Jesús, el nuevo poder salvífico. La curación del paralítico, es el paso de la muerte a la vida. Es el Nombre de Jesús, su poder salvífico, es el que mejoró al tullido; es el contacto por

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Page 1: LECTURA ORANTE:Tercera Semana de Pascua, Fr Julio César González Carretti

TERCERA SEMANA DE PASCUA

(Ciclo B)

DOMINGO

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó.

La primera lectura, es lógica consecuencia del milagro realizado por Pedro y Juan en la vida de un tullido que en el Nombre de Jesús, es sanado, lo que da pie al apóstol para exponer el kerigma cristiano. El prodigio realizado por Pedro, causó la admiración de todos, confirmó la santidad de estos instrumentos por Dios, pero será Pedro quien descubra la clave de interpretación: hay un nuevo poder entre ellos que salva al hombre de su situación de postración. Esta nueva realidad no rompe con la tradición de los padres, la fe de Israel. El mismo Dios de Abraham, de Isaac, y Jacob, obra ahora por medio de Jesús, cumple las promesas del AT. Pedro explica que es el Nombre de Jesús, el nuevo poder salvífico. La curación del paralítico, es el paso de la muerte a la vida. Es el Nombre de Jesús, su poder salvífico, es el que mejoró al tullido; es el contacto por medio de los apóstoles, que tuvo el enfermo con el Resucitado. Dios lo ha glorificado legítimamente: su pasión era necesaria en la economía del plan de Dios, anunciado por los profetas. De ahí, que ahora a Israel, no le cabe otra actitud, que la conversión, para que regresando Israel a Dios, se cumplan las promesas que hizo en el pasado a su pueblo. ÉL prometió un profeta semejante a Moisés, desconocer su voluntad sería nefasto (cfr. Dt. 18,15). Las promesas hechas por Yahvé, se han cumplido en Jesús, y es a Israel como pueblo de Dios le es ofrecida en

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primer lugar la salvación, la gracia de la conversión y del arrepentimiento de los pecados. Israel es convocado a volver a Dios, ahí en el corazón del pueblo escogido, en el templo de Jerusalén. A Jesús lo define como Autor de la vida (v.15), Jesús nos introduce en la vida. Y esto de introducir en la vida lo puede hacer porque ha vencido a la muerte, con su Resurrección, posee la vida en plenitud. Se destaca la culpa de Israel, mitigada por la ignorancia de los partícipes en la muerte de Cristo. Si se habla de culpa, se habla de la penitencia y conversión, motivo de la predicación desde Moisés hasta los profetas hasta el presente, de modo tal que el judío que no considere a Cristo, en el juicio final, no será juzgado como tal (cfr. Hch. 3, 22-26). Ellos son los primeros destinatarios de las promesas hechas a Abraham, ahora cumplidas en Cristo

b.- 1Jn. 2,1-5: ÉL es víctima de propiciación por nuestros pecados.

Este texto es una invitación a caminar en la luz de Dios y el apóstol presenta las condiciones o pasos para conseguirlo; romper con el pecado; guardar los mandamientos; guardarse del mundo y finalmente, guardarse de los anticristos (cfr. 1 Jn.1,5-10- 2,1-28). Esta lectura nos introduce en la primera parte. El autor sagrado nos presenta las implicancias morales que la presencia de Dios implica en la vida del cristiano: luz y tinieblas, bueno y malo, verdad y mentira, todas realidades incompatibles en el mismo sujeto. La unión con Dios, esencia de la vida cristiana, exige ser consciente de lo que ello implica, quien se mueve en las tinieblas, es un mentiroso respecto a Dios. Juan pone su mirada en los gnósticos, que hablaban mucho del conocimiento de Dios y de la unión, pero sin implicancias morales para sus vidas que esta unión conlleva en sí. ¿Cómo hablar con Dios sin romper con el pecado? Esta postura gnóstica, es también condenable en el cristiano. Eso significa andar en tinieblas. En cambio, obrar con la verdad es vivir según la voluntad de Dios manifestada en Cristo (cfr. Jn.3, 21). Solo el pecado rompe esta comunión. ¿Cómo hacer para seguir en la luz y el pecado no rompa esta comunión? La seguridad la tenemos, además de la amarga experiencia del pecado, en la sangre

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de Cristo (cfr. 1Jn. 2,2; 4,10). Se trata de la expiación por sangre, aplicado también a la muerte de Cristo (cfr. Is. 53; Jn.1,29; Ap.7,14). El hombre tiene más bien la experiencia de la impotencia frente al pecado, la liberación del pecado les es regalada, ofrecida por el Padre en su Hijo. Vivir en comunión con Dios, en la luz, no nos hace invulnerables al pecado, el cristiano peca y tiene conciencia de ello. Es necesario confesar los propios pecados, es la actitud que Dios exige para derramar su gracia sobre el cristiano. Así se demuestra que Dios es fiel y justo a su alianza que hace a la sangre derramada por su Hijo a favor del pecador. La comunidad eclesial está hecha de pecadores, que cree que sus pecados no son un obstáculo permanente para acercarse a Dios. Todos los hombres son pecadores, y Dios reparó en Cristo (cfr. Rom.3, 20, Gál. 3,22.24). La realidad del pecado, es sólo superable por la acción de Dios en Cristo, por ello desde esa acción, nace la lucha contra el pecado, Jesucristo sigue siendo el único intercesor y defensor ante el Padre. Cristo sigue siendo el único medio de expiación por los pecados cometidos.

c.- Lc. 24,35-48: Aparición a los apóstoles y últimas instrucciones.

El evangelio nos presenta la segunda aparición del Resucitado a sus discípulos, la primera es a los discípulos de Emaús (vv.13-35), y que inaugura con un saludo de paz (v.37). Esta presencia repentina del Resucitado, causa algo de miedo, porque este nuevo modo de ser de Jesús resucitado, está más allá de la compresión humana (v.37). Este pasaje de Lucas, se podría denominar el de las pruebas de la resurrección. Creen que es un espíritu, las apariciones del Resucitado no son producto de la imaginación, fantasía o visiones internas. Pareciera que estas apariciones fueran en contra de todas la historia de la salvación del antiguo Israel o revelación bíblica. El evangelista, recurre a la Tradición de la Iglesia: “Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén” (v.46-47). El resucitado, les abre el entendimiento para que comprendieran las Escrituras (v.45). Se necesitaba esta gracia de comprender en

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profundidad las Escrituras, comprender que toda la historia de Israel culmina en el acontecimiento de la Pascua de Jesús, el Mesías, el Cristo, el Ungido; alcanza con ÉL resucitado su sentido más profundo, más humano, divino. Como Lucas escribe para griegos, que dudaban de la resurrección, insiste en la realidad física del cuerpo de Jesús, les presenta las marcas de los clavos de la crucifixión (cfr. Jn. 20, 25. 27). Su cuerpo glorioso tiene carne y huesos, es más, para probarles, que está vivo, les pide algo de comer, le trajeron algo de pescado asado y comió (v. 42). Al miedo, le siguió la alegría (v.41). La primitiva predicación apostólica, habló de las comidas que tuvo el Resucitado, con sus discípulos (cfr. Hch. 10,40ss); como cuerpo resucitado, no tiene necesidad de alimento, pero asume también, las condiciones de quien está vivo y sujeto, a estas necesidades humanas (cfr. Lc. 24,26; 1 Cor.15, 35-49). La pascua de Jesús, posee otro elemento fundamental: la misión de los apóstoles, de la naciente Iglesia, predicar la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos (v.47). Ahí donde se predica el evangelio y los hombres reciben el perdón de los pecados y los corazones se convierten al Señor Jesús, es donde mejor se comprueba el triunfo de Jesús sobre la muerte. Lucas, confirma el triunfo personal de Jesús sobre la muerte, no sólo con las apariciones del resucitado que recibió de la Tradición de la Iglesia, sino que añade el dato de la corporalidad pascual del cuerpo de Cristo y su encuentro con los discípulos, por ello deja que lo palpen y come con ellos (vv.39- 44). Es en la resurrección de Jesús, donde se funda la historia nueva de la humanidad de los redimidos y salvados. La fe en el corazón, que encendió la predicación y el perdón de los pecados, nos capacita para reconocerlo, está a la derecha del Padre, pero viene a nosotros, a confirmar su Resurrección, con su Palabra y Eucaristía; su nuevo modo de vida con el Padre, al cual nos invita vivir desde ahora por ser bautizados, fruto de su entrega en el Calvario y de su Resurrección.

LUNES

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Lecturas

a.- Hch. 6, 8-15: Prisión del diácono Esteban.

El autor de los Hechos, fija su atención en Esteban, uno de los siete diáconos. Es acusado de predicar contra Moisés y Yahvé, contra el lugar santo y la Ley, que Jesús destruiría el templo (cfr. Mc. 14, 58; Jn. 2, 19ss); cambiaría las costumbres que les había transmitido Moisés (vv.11.13-14). La acusación, viene de los miembros de la sinagoga de los Libertos ante el Sanedrín; Esteban, en cierto modo, revive la pasión de Cristo en su vida, con incluso, el mismo procedimiento que usaron los judíos contra Jesús: falsos testimonios, calumnias, el pueblo que se levanta contra él. Terminada la acusación, la mirada airada de los miembros del Sanedrín, esperaban una respuesta, de aquel que ponía en duda, lo que ellos consideraban más sagrado. Esteban se había convertido, como Jesús, en un peligro de la identidad judía. Los miembros del Sanedrín contemplaron la gloria de Dios reflejada en el rostro de Esteban, favor concedido a los testigos escogidos, para anunciar la obra de Dios, la resurrección de su Hijo Jesús (cfr. Mt. 17, 2; Ex. 34, 29ss).

b.- Jn. 6, 22-29: La obra que Dios quiere: creer en su enviado.

El evangelista Juan, nos quiere comunicar cómo luego de la multiplicación de los panes, la gente busca a Jesús irresistiblemente, pero no porque crean en ÉL, sino por hambre; en todo caso, no es el seguimiento que exige Jesús de ellos (v. 24-26). El signo, apuntaba hacia una realidad más profunda, que la muchedumbre no comprendió. La muchedumbre no comprendió el signo mesiánico realizado por el Profeta ni su significado espiritual. Dieron más importancia al pan, que a Aquel que se los dio. Jesús proclama la diferencia entre el pan perecedero y el pan imperecedero, la Eucaristía, que ÉL les dará (v. 27). El que coma de ese alimento tendrá un juicio favorable en el último día y la vida eterna, que dará el Hijo del Hombre, enviado sellado por Dios, es decir, legitimado por Dios (cfr. Dn. 7). Es el alimento que produce vida eterna y que ÉL les ofrece, anunciado por el maná del Éxodo, pan bajado del cielo, que es

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Cristo, don del Padre, Eucaristía para la humanidad. La promesa de un alimento que da vida corresponde a la fe de Israel en que la Ley daba vida a quien vivía según ella (cfr. Eclo.17,11; 45,5). La gente pregunta: ¿Qué obra de Dios, han de realizar? Sólo una cosa: Creer en Aquel que el Padre ha enviado (v. 29). Si el Hijo ha venido con el sello divino, la obra salvífica de Dios, exige al hombre creer, la fe. Aceptar la obra realizada por Dios en Cristo Jesús, eso es lo que hay que reconocer. Se llega a Jesús, por la fuerza de atracción que realiza el Padre en el interior de cada hombre, y la adhesión que provoca en quien contemple a Cristo, obra de su amoroso poder. Quien se une a Cristo Jesús, no conocerá la muerte, sino la vida eterna.

MARTES

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 7, 51-59; 8,1: Martirio de San Esteban.

El encendido discurso de Esteban, destaca las infidelidades del pueblo de Israel para con Dios, rechazo de su palabra. Persiguieron a los profetas hasta morir mártires, y ahora, cargan con la culpa de la muerte de Jesucristo, el Justo (cfr. Jn. 3, 14: Sap. 2,10ss), es decir, al Mesías, el Siervo sufriente (cfr. Jn. 3, 14; Sab. 2,10ss). La Ley había sido dada por Yahvé a Moisés, pero Israel, la rechazó con su infidelidad, por lo mismo rechazó al Mesías, a quien conducía esta expresión de la voluntad divina. Por lo que venía a decir que la Ley y el templo, habían sido superados. Las palabras de Esteban, en contra del Sanedrín era una crítica muy dura para sus oídos, para sus conciencias, rechinaban sus dientes de ira (v. 54). El colmo fue, cuando dice ver al Hijo del Hombre, sentado a la derecha de Dios (v. 56), palabras insoportables a sus oídos. Era como si Esteban afirmara, que había tenido una epifanía, Dios aprobaba sus palabras, que los cristianos, sus hermanos, estaban en vías de salvación, mientras ellos permanecían resistiendo a la voluntad de Dios. El Sanedrín, escucha las palabras de Esteban como una blasfemia, el acusado, se convierte

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en un acusador de los mismos, que habían condenado de Jesús. Lo sacan fuera de la ciudad, y Esteban muere lapidado, como testigo de Jesús. Saulo, cuida los vestidos de aquellos que lanzan las piedras o sea ejecutan la sentencia. Esteban ora con la sabiduría de los salmos y la dirige a Jesús, como centro gravitacional del creyente en el momento de la muerte, con la certeza de saber, que Jesús ha sido exaltado a la diestra del Padre. Si la semejanza, no fuera poca con la Pasión de Jesucristo, el diácono Esteban, entrega su espíritu perdonando a sus enemigos (v. 60). Se cumplen las palabras de Jesús pronunciadas durante su Pasión, que desde ese momento estará sentado a la derecha del poder de Dios. (cfr. Lc. 22,69).

b.- Jn. 6, 30-35: Mi Padre os da el verdadero pan del cielo.

Juan, nos presenta en el evangelio, la reacción de la gente: la obra que Dios quiere es que crean en su Enviado, esto quiere decir, aceptar su Persona, su Palabra, fe. ¿Qué estaría justificando estas exigencias de Jesús? Si se presenta como un profeta al estilo de Moisés, debe realizar signos parecidos a los que él realizó. Pide garantías para creer en ÉL (v.30). Le señalan el maná que sus padres comieron, obra de Moisés, como un signo venido del cielo, por ello debe realizar un signo mayor que lo hecho por Moisés. Como si todo lo hecho hasta el momento no fuera testimoniada en signos. El maná que bajaba del cielo no era el pan del cielo, ni lo había dado Moisés, imperfecta imagen del verdadero pan que dará el Padre en Jesús, expresión de su infinito amor (v.32). Todo eso ya está cumplido: ÉL es el pan de Dios bajado del cielo. Pero atentos, que no fue Moisés, quien les dio el pan del cielo, sino su Padre, que está en los cielos. Moisés, les dio un pan perecedero, pan sobrenatural, si se quiere, pero que saciaba sólo el hambre natural. Jesús ofrece algo más, satisfacer todas las apetencias y exigencias existenciales del hombre. Jesús, ofrece pan de vida eterna, que quita toda hambre. Venir a ÉL para saciarse, está muy ligado al tema de la fe, venir a ÉL es signo de creer en ÉL; fuente de vida (cfr. Jn.1, 11. 14; 3,16; 5, 26). La gente comprendió que ese pan era el verdadero, el que necesitaban, de ahí la exclamación: “Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de

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la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.” (vv. 34-35). Este es el pan de Dios, venido del cielo para sostener al nuevo pueblo de Dios. Don del Padre para que cada uno de sus hijos, peregrinos en el desierto de la esta vida. Acercarse en la liturgia eucarística a recibir este Pan de vida eterna, es para crecer, en comunión con Dios Padre, y con el prójimo que tenemos ahí a nuestro lado, compartiendo el mismo banquete preparado por el Señor Resucitado.

MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 8,1-8: Persecución contra la Iglesia y predicación de Felipe

A la muerte de Esteban, siguió una persecución contra la Iglesia, sólo los apóstoles permanecieron en Jerusalén, mientras que todos los demás, huyeron dispersándose por las regiones de Judea y Samaría (v. 1). Esta persecución debió afectar mayormente a los dirigentes de la sinagoga de los Libertos, los helenistas, grupo más radical, que el de los hebreos de la Diáspora, que querían una ruptura con el judaísmo del templo. El martirio de Esteban, abrió las puertas a los paganos, y es Felipe, uno de los siete diáconos que comienza su trabajo misional entre los paganos. Tiene los mismos atributos que los apóstoles: predica y hace milagros en Samaría. Este pueblo, que era considerado apóstata y lejos de la salvación, acoge la predicación de Felipe, realiza exorcismos, sana a los enfermos. El texto, señala la alegría que llevó Felipe con su predicación y milagros a aquellas gentes; alegría y gozo, frutos de la acción del Espíritu Santo. Samaría, como otras ciudades, se agrega a la lista de pueblos convertidos al evangelio, que en Roma encontrará su cénit, en la mentalidad de Lucas.

b.- Jn. 6, 35-40: El que cree tiene vida eterna.

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Juan, continúa presentando el discurso de Jesús sobre el Pan de vida, que se refiere a la revelación de su Persona y la revelación que el Padre le mandó comunicarnos. Hay cuatro ideas, o temas fundamentales, que hay que considerar: Jesús es Pan de vida, todo los que le ha entregado el Padre vendrán a ÉL; como Enviado, viene a hacer la voluntad de su Padre, y ésta es, que todos los que le ha entregado, alcancen la resurrección en el día final: quien crea en el Hijo, tiene vida eterna. La iniciativa es del Padre, viene al hombre en Jesús de Nazaret, su respuesta es la fe en su Hijo. Es el Padre quien le entrega todo al Hijo, los hombres y mujeres a salvar, recibirán la vida eterna, porque han creído en Jesús, resucitarán en el último día. La fe, es don y compromiso, tarea del hombre que debe decidir: acepta o no acepta a Jesucristo, cree o no cree en ÉL. “Yo soy el pan de vida” (v.35). Jesús, se presenta como el alimento para la vida de los hombres. Es el la revelación del Padre, pan de vida, que comemos en la Eucaristía, eternidad aquí y ahora, vida eterna y resurrección, vivida en el hoy de nuestro caminar.

JUEVES

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 8,26-40: Felipe y el etíope.

Los Hechos nos presentan, cómo el evangelio se iba expandiendo más y más, conquistando terrenos vedados, hasta hacía poco tiempo. El etíope era un pagano, además por ser eunuco, excluido de la asamblea litúrgica judía por su condición (cfr. Dt. 23, 1). Quizás era simpatizante de la religión judía, de sus principios religiosos, pero no partícipe de la comunidad judía por su condición, sería el primer pagano admitido en el seno de la Iglesia. Felipe, uno de los siete diáconos, es presentado como evangelista (cfr. Hch. 21,8), predica y obra prodigios. Evangeliza Samaría, muy cercanos a los judíos, por lengua y religión, aunque eran considerados por éstos, como cismáticos, y fuera de la salvación judía. La obra es del Señor, que

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manda a Felipe a ir hacia el etíope y ponerse en camino. Se ve que el etíope hacía la lectura griega de la Biblia, en concreto, un pasaje de Isaías (cfr. Is. 53, 7-8); lo hace en alta voz. Texto difícil, que buscaba comprender quien era la persona dispuesta a realizar a favor del pueblo, todo lo que decía la profecía. La Iglesia, aplicó el pasaje a Jesucristo, el Señor. Para Felipe, en cambio, es el punto de partida de su trabajo apostólico. Luego de su catequesis y de anunciarle la Buena Nueva de Jesús, en el etíope germina la pregunta: “¿Qué impide que yo sea bautizado?” (v. 36). Hecha la profesión de fe, es decir, creer en Jesucristo, fue bautizado. Felipe, continuó predicando el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo.

b.- Jn. 6, 44-51: Yo soy el pan vivo.

El evangelista Juan, nos presenta la reacción de los judíos ante la frase de Jesús: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (Jn. 6,41). Todos conocen el origen de Jesús. La murmuración del pueblo, recuerda la de los israelitas en el desierto contra Yahvé y su servidor Moisés. Mantiene en el trasfondo el evangelista, el tema del maná, el milagro de la multiplicación de los panes, y el nuevo tema del pan de vida. La respuesta al origen de Jesús, la encontramos cuando nos enseña que es el Enviado y Revelador del Padre, está en Dios, y desde Dios, baja para alimentar al hombre (vv. 44-46). El mejor camino para conocer a Jesús y su origen es la fe, atraído por el Padre, a dar una respuesta manifestada en la Palabra. Es en la Escritura, donde encontramos el comienzo del camino, para ser guiados por el Padre hacia su Hijo. Así han hecho, los que escudriñan las Escrituras rectamente, escuchan al Padre, son adoctrinados por ÉL. Hay que sentir la atracción de Dios hacia Jesús en la propia existencia, para que cese la murmuración. Dios obra y enseña por medio de su Hijo, y en lo interior, en el tiempo anunciado por el profeta (cfr. Is. 54,13). Comer el pan de Dios preparado para el hombre, es la etapa final de la historia de la salvación por la venida de Jesús, y creer en ÉL, es entrar en esta dinámica de vida nueva, que prepara el juicio. Sólo en este pan de vida, Jesús, se realiza el proyecto de salvación que Dios tiene para el hombre: sólo ÉL vence la muerte, lo que no hizo el maná; sólo

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ÉL, es el pan vivo que baja del cielo, no el maná, sólo Él, comunica vida eterna. Se acentúa el hecho de comer, asimilar la plenitud de vida de Jesús, para aquellos se acerca a escucharle. Hoy más que nunca, los cristianos, necesitamos escuchar a Dios, para aprender, reconocer a su Hijo en su evangelio y en la Eucaristía como alimento, que nutre el hambre de vida, de Dios, de dignidad humana robada, de verdad y de justicia, de paz y amor, que existe como vacío en nuestra sociedad. Muchos creyentes absorbidos por sus ocupaciones, al reflexionar un poco, ven que sus fundamentos de fe han sido, sino del todo, corroídos por el materialismo. Unos reaccionan positivamente, y vuelven a la fe, otros la abandonan, sin embargo, Dios quiere enseñarnos, el camino hacia su Hijo, desde la Escritura.

VIERNES

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 9, 1-20: Conversión de San Pablo.

La primera lectura, nos presenta la conversión de Saulo. Tres veces narra Pablo este encuentro con Cristo Resucitado, lo que habla de su importancia, pero hay que destacar además, que él no sólo lo narra, sino que lo afirma: ha visto el Señor (cfr. Hch. 9, 1; 15,8; Gál. 1,15). Para Pablo, su conversión y vocación, fue algo inmediato, en cambio, sabemos que hubo personas que mediaron en este proceso de hacerse cristiano (cfr. Gál. 1, 1. 11-12; 9,10). El diálogo que encontramos al comienzo, presenta a Jesucristo con la iniciativa, como siempre, llamando al hombre, éste responde, pero es Cristo quien tiene la última palabra. Comunica su voluntad y la misión que le encomienda, Pablo la recibe y la acepta en su vida (cfr. Hch. 9, 4-6; 22,7-10; 26,14-16). La misión que le encomienda al Señor, recreado por Lucas, tiene elementos que describen la vocación y la misión de los grandes profetas de Israel (cfr. Ez.1-2; Jer.1; Is.6), y Jesús se dirige a Pablo, como si Yahvé llamara a uno de los antiguos profetas, y tenemos la llamada vocacional. La visión de Pablo y Ananías, hablan

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que es Dios quien dirige esta historia de salvación, para este instrumento elegido del Resucitado (cfr. Hch. 9, 10-16). La aparición de Cristo a Pablo, transformó toda su existencia, lo encaminó hacia una misión, que le fue encomendada por Dios: la conversión de los gentiles.

b.- Jn. 6, 51-59: Mi carne es verdadera comida.

El evangelista Juan, nos presenta un avance respecto a lo que nos viene diciendo sobre el pan de vida. Un primer paso, será creer en Jesús para tener vida eterna, ahora se agrega el hecho, que debemos comer su carne (v. 51), para tener el mismo efecto. El protagonismo que hasta ahora tiene como dador del pan de vida, pasa al Hijo, que da a comer su Carne y su Sangre. Comer, en este contexto, se refiere a la institución de la Eucaristía; la palabra carne nos relaciona más al momento de la institución, que la palabra cuerpo. Su misma carne, es el pan de vida, Jesús habla en futuro, de su muerte, alusión a la Encarnación y la Eucaristía. Queda unido el significado eucarístico con el aspecto sacrificial (cfr. 1 Cor. 11,24; 3, 15-16). Comer y beber, el cuerpo y la sangre de Cristo, nos habla de un Cristo Dios y Hombre verdadero. La Eucaristía, perpetúa el misterio de la Encarnación y el misterio pascual de Cristo. La vida eterna, nos viene de la participación activa, creyente en el Sacramento de la Eucaristía: sin fe, no hay Eucaristía. Vida eterna y resurrección en el último día (v. 54) nos hablan de una escatología futura y otra presente, la misma, que nos viene, por la unión al Hijo del Hombre, por la Eucaristía (cfr. 1 Cor. 11, 26; Mc. 14, 25; Lc. 22, 18). Esta vida eterna se obtiene viviendo la comunión con Jesús, la misma, que existe entre el Padre y el Hijo, es decir, comer y beber, su Cuerpo y Sangre, nos da vida eterna, comunión de amor y conocimiento.

SABADO

Lecturas bíblicas

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a.- Hch. 9, 31-42: Pedro en sana a un paralítico y resucita a una mujer.

La primera lectura nos presenta otro de los sumarios, síntesis que usa Lucas, para hablarnos de la paz que gozaba la Iglesia en ese momento. Las iglesias se iban multiplicando por el territorio de Judea, Samaria y Galilea, más importante, era su crecimiento interior, el servicio que prestaban los creyentes al Señor Jesús, Juez de vivos y muertos, como algo esencial de la vida cristiana (cfr. Hch. 10, 42; 17, 31). Esa paz y tranquilidad, daba paso a la persecución, pero al mismo tiempo a una mayor expansión del Evangelio, espacio para la predicación, y las obras, fruto de la fe de los creyentes. Las dos visitas que hace Pedro a las ciudades de Lida y Jope, en Galilea, ya habían sido evangelizadas por el diácono Felipe. El autor, al narrar estos milagros realizados por Pedro y Pablo, deja en claro, que es Jesús, quien actúa por medio de su Espíritu, en ellos por la semejanza, que encontramos con los milagros realizados por Cristo en los Sinópticos. Pedro sana al paralítico, de la misma forma, como al comienzo de la narración de los Hechos (cfr. Lc. 5, 17ss). La resurrección de Tabitá, evoca otros milagros realizados por Jesús (cfr. Lc. 8, 40). En ambos casos, la reacción de la gente fue una gran adhesión a Jesucristo y a su evangelio.

b.- Jn. 6, 60-69: Reacciones al discurso del Pan de vida.

El evangelio nos narra las reacciones al discurso de Jesús, que no se hacen esperar: decepción para unos, escándalo para otros, porque lo entendieron en forma literal. Aparece una vez más, la incomprensión, tan propia del evangelio de Juan, ante el discurso de Jesús: habla de comer su carne. Pero la reacción y comentarios de la gente acerca de lo duro de su lenguaje (v. 60), conociendo su interior, afirma: “¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.” (vv. 61-63). Jesús, es el Hijo del Hombre, pan de vida, carne y sangre que comunican vida eterna. Si hace esta entrega es porque es el Hijo del

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Hombre. Para quien crea, esto no va a ser causa de escándalo, sino que acepta la Palabra de Jesús; se escandaliza quien no conoce realmente a Jesús. El Espíritu, es el que da vida, sólo quien posee la plenitud del Espíritu, puede entregar su carne y sangre como alimento y principio de vida eterna. La pregunta a sus propios discípulos es comprensible: “¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (vv. 67-69). Pedro en nombre de todos los discípulos confirma su adhesión a Jesús, como el Santo de Dios. Las palabras de Pedro son una clara profesión de fe (cfr. Mt. 16, 16). Juan, quiere recalcar, que sólo después de la Ascensión del Hijo del Hombre a la diestra del Padre, es posible recibir el don de la Eucaristía y la mención del Espíritu Santo, se refiere a la fe que se necesita para vislumbrar en la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, Hijo del Hombre. Sólo la acción del Espíritu Santo, hace de la Eucaristía, un don del Resucitado para su Iglesia.

P. Julio González C.