lavquen, alejandro - a buen paso atraviesa la noche

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Editorial Mosquito, 2009/ poesía. RPI: Nº 180.077 – ISBN: Nº 978-956-265-195-0

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Page 1: Lavquen, Alejandro - A Buen Paso Atraviesa La Noche

Editorial Mosquito, 2009/ poesía. RPI: Nº 180.077 – ISBN: Nº 978-956-265-195-0

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La edad bajo la lluvia

Me fui Pero no para siempre,

Volveremos a encontrarnos Un día oscuro, con niebla Entre cadáveres y ruinas.

Estaremos descalzos y fríos Viejos, solos

Cubiertos de tierra Nos encontraremos...

Úrsula Starke

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ENTRE LÍNEAS Incontrolable, nocturno y encendido, tiendo a sumergirme en bulliciosos bares de mala muerte, o quizá de buena muerte. Siento la necesidad de

extraviarme en el desenfreno que chispea en los márgenes de un beso que rodó por los callejones del ensueño, de sentarme en la solapa de un cementerio y escribir poemas de amor en su rostro desfigurado, de jugar a los dados con Luzbel en el living de Dios y pasear luego por la alborada, contemplando la sonrisa de tu cuerpo desnudo recostado en una mejilla del océano. Me es inevitable escribir sin demora de ocasiones y amigos, extraviados en la memoria de esta ciudad mutilada por la bruma, de preguntar a un desconocido sobre el lugar de la puerta que me devuelva en el tiempo. Por las tardes, siento ansias de allegarme al mar, y lejos de la inclemente modernidad, correr por los tejados de un poema y abrazarte al final del último verso.

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DÍAS DE LLUVIA Tres días de aguacero, tres días de buena temperatura. Me han visitado ciertas salas de colegio, también una cantina que hace años cerró sus puertas y luego se suicidó. He podido conversar con Poe durante una pesadilla blanca y feliz. Mirarnos en silencio con una muchacha desnuda. En la hora cero, internarme por un pueblo-ciudad desgastado en su espíritu insurrecto. Un caballo galopó entre las sombras de árboles ya desaparecidos en los cuentos para niños. El agua cae, sus gotas recorren el bandejón central de Av. Portales allá en Constitución, lejana y adolescente en mi memoria. Sangro nuevamente un adiós otoñado en primavera. Desde el sur del sur escucho el canto cierto de Marcela Muñoz, la poeta natalina:

La vida a medialuz no sirve. La vida a medialuz no sirve.

Tres días de aguacero, un café licoreado en las azoteas de la noche. Un paseo por el parque y nuestra piel temperando la cabaña por doce horas en la carretera. El mediodía nos encuentra anidados en los alrededores del Mapocho. El Mercado Central calibra lo descubierto por un cochero que va despertando faroles y tranvías que se niegan a morir. Sobre el puente, una gitana dibuja profecías en mis pupilas.

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NOSOTROS, INFINITOS Hoy los muertos no me duelen como ayer. Hace mucho me han dejado sordo y frío. Los cadáveres me son tan naturales como el agua fluyendo hacia el océano. Los que ayer soñamos el sol, avanzamos también como el agua. Transformarnos en tierra bajo la tierra es inevitable. Dispersos para siempre en el infinito. Sin memoria, con los ojos ausentes de sus cuencas. Con los brazos quebrados y sin dolor. Marchita la piel y el deseo. Es la muerte sin distinción, la igualdad bajo la tierra. La muerte que nunca sabremos tras esa misma muerte porque nuestra conciencia será sólo materia agusanada. Es la muerte anunciada antes de nacer, el ciclo vital y obligatorio para la paz de nuestros huesos. Es la muerte, que me besa en el núcleo de mi Armagedón, para mañana parirme en un asteroide desconocido. Es la muerte, desnuda y hermosa, mi amiga íntima. La amante que sobrevivirá el holocausto de la existencia mientras las palabras se embarcan en el torrente de los siglos.

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RITUAL AL BORDE DE SANTIAGO Cada día en la ciudad, me sustrae un pedazo de buen humor. Me hace incomprensible entre la multitud, errante en mis amores. Añoro intensamente mis momentos más intensos, reencontrarme con risas y lágrimas del pasado. Me posee la necesidad de volver a sentir anhelos y pasiones ya mustias en ajadas

fotografías. En ocasiones, me cuelgo del atardecer y lo acompaño en su viaje que va durmiendo ciudades y comarcas remotas. Me es imposible vivir sin alegrías llenas de tristezas escalando por los anaqueles de mi memoria. Nazco y muero en un torrente con inolvidables leyendas en su biblioteca, y la cúspide de mis emociones olvida el sudario cuando me refugio en un rincón hechizado e inencontrable de Valparaíso... He ahí mi hogar verdadero. ESCUCHO UN CANTO El tiempo se despedaza como la vida contra la vida. La noche aúlla, y docenas de idiotas perforan a escondidas la nave secular. El mundo se desdicha, se derrumba en nuestra breve época. Las ciudades son vagabundas. Nada diferencia a las prostitutas de algunas damas de la alta sociedad. Ídolos nefastos saturan las comunicaciones, mas yo prefiero descifrar los secretos aún intactos en el cosmos.

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FUERA DE LUGAR Me siento ajeno a esta época de transiciones apócrifas, de rostros y cuerpos cromados, ocultándose en el silabario pueril de la uniformidad. Mi descontento es colosal, como la furia de sitiadores y sitiados en las llanuras de Troya. Desconozco las fórmulas de la convivencia cortesana y no me interesa rendir cuentas ante el comisario de la ética convencional. Sólo me reconozco dichoso cuando la lluvia me recuerda en su otoño y abundancia. Cuando septiembre regresa florecido y con un cigarrillo sin filtro en la boca. Cuando asumo que un día sabré decirte adiós sin vacilaciones, y tú comprenderás que mi viaje por la humanidad sólo fue un sueño parecido a la existencia.

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A PROPÓSITO DE POESÍA Lejos estoy de los indulgentes láricos, de los arquitectos verbales y de los esnobistas vacíos de lecturas esenciales. Lejos del que escribe chistes rimados o como si la poesía aún no perdiese la virginidad. Me escabullo del poeta que me pide no publique demasiado, con su zumbido doctoral de maestro infalible, en él, presiento el fracaso visceral del mundo. Evito, por lo tanto, al tonto grave que sólo piensa en el próximo concurso o en lograr el libro perfecto, como si la creación no fuera imperfecta en sus parámetros perfectos. El libremercado les impuso el tranco de lo vendible, y finalmente no escriben nada, nada por lo venidero, nada por el verbo auténtico desatado en las calles trágicas de la vida cotidiana, que es la vida de todos, a pesar de que algunos enarbolen los billetes de la explotación. Me escapo del marketing, del autobombo y de las autoridades influyentes. Tampoco solicito una agregaduría cultural en Europa. Sólo cargo papel, lápiz y sensibilidad alerta. Camino por las callejuelas y avenidas, me siento en un bar y escucho el rumor de la ebriedad. Visito Cartagena y Valparaíso, y una vieja estación de trenes al garete en el tiempo. Visito tu sonrisa y me duermo en el largo de tus cabellos. Dejo que la lluvia me abrace de recuerdos.

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Luego escribo..., escribo por la misma razón que vuela un ave o un volcán diluvia sus entrañas, mientras avanzo sin solemnidades hacia la muerte. LO COTIDIANO Y LO PRETÉRITO INCESANTEMENTE Irremediablemente me entristezco cuando cae la tarde, cercenada por una navaja negra y rotunda. Los buenos amigos se han ido extraviando en la institucionalidad establecida. Los más rebeldes, caen vencidos, como palitroques, por el tiempo iracundo que no cesa de marchitar el reino de la humanidad. Cada hora en las colinas

envejece antes de llegar el sol a mis órganos vitales. La ansiedad se mimetiza con los escalofríos de las ventanas y un tren de juventud me sueña lejano en su abandonada estación rural. Las calles del barrio donde descubrí que el amor es una flor en el plumaje de un pájaro no reconocen mi semblante, ajado por el orgasmo de vivirme siempre en los jardines del insomnio. En el sur de la ciudad, quedaron levitando los instantes más duraderos de mi memorial y afectos. Al norte, todo el fárrago que me vio

crecer llevando el alba en mis bolsillos.

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CANTO DE LA LLUVIA SOBRE LOS TECHOS La lluvia lloriqueó toda la noche su poesía radiante y trágica sobre la ciudad, dejando por la mañana un celeste intenso esparcido en mi ventana, frente a la cual florece un ciruelo erguido en el viento. La nueva noche llega como una capa entretejida con la tarde. Llega con ausencias y claros de luna dentro de las casas. Se prolonga a lo largo de los techos húmedos para vigilar el sueño de los derrotados por aquella melancolía inevitable tras largas horas de lluvia junto al brasero. EL DÍA QUE CONOCÍ A MAGDALENA Antesala. Madrugada. Marginalidad y tugurio. Nunca habitó las delicias del mundo mujer más eróticamente angelical, más puta y más dama a la vez. Groseramente hermosa, enfundada en un lenguaje tierno y ferviente, gracioso y obsceno. Mujer de risa sonora, simpatía religiosa y profana. Delicados gestos de monja y cadencias lascivas le recorrían las riberas del cuerpo, sostenido por dos columnas irresistibles. Pelo naranja, largo y ensortijado, acariciando sus senos erectos y desnudos.

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Durante horas, consumió con su impronta y tersura su piel contra mi piel, la extensión de su carne contra mi carne. Al abandonar la madriguera, ardiendo el mediodía, nos dijimos adiós..., y tal vez. ORILLA DEL MAR La vida me resulta inútil sin recuerdos que me sangren. He extraviado algo que desconozco, pero no cesa de gatillar sus códigos sobre mi sombrero fustigado por soles y lunas venidos desde universos moribundos. Un antiguo ritual de pueblos extintos recupera su oráculo, extraviado por años en mi frente. A lo lejos, más allá de donde los navíos lloran a sus náufragos desde el fondo del mar, te observo infinitamente anónima aunque sé eres tú la que danza entre viejas fotografías. Todo transcurre como si el profeta trashumante hubiese llovido sin clemencia sus acertijos sobre la tierra. Avanzo extraño, zamarreado por la tormenta de muertos que se avecina en la boca del camino para siempre. Al fondo de la noche, el amanecer es engendrado por la agonía profética de un pájaro azul.

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CLAVES VESPERTINAS Sentado a la mesa de un hechicero, conocí el menú de las constelaciones. Yo era una música recluida en el sótano de una mirada. Desde aquella revelación, enarbolo mi travesía más allá del tiempo extendido a lo largo de la eternidad... Un secreto bien guardado en su actitud. Demasiados silencios y distancias. PAILLALEF Cada año que envejece, trae muerte en los cabellos. La muerte que llega de tanto naufragio, de tantas sombras. Del horror social estrangulando brújulas y antorchas de nuestra música íntima y desoída. La muerte desatando su imaginación sobre la tierra, su lógica de musgo y arena. Su sed inagotable e invencible. La muerte y la vida, tomadas de la mano y sin fin.

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MAÑANA SERÁ AZUL Mañana he de vivirme en las terrazas babilónicas de un pueblo azul, un pueblo azul como el que cantara el poeta Omar Cáceres al llegar revestido de distancias. Mañana estrecharé las manos ajenas al desvarío de la formalidad. Podré reencontrarme, en la hora torrencial y su conjuro, con una sonrisa sentada al borde de la lujuria. OJOS DEL ALBA Se escurren los días por los ojos vaciados de los muertos

que me enlutan. La luna brinca y un alquimista explica los desvelos de un pájaro sin luz. Se crispan los sueños cerca de la frontera de los planetas

enésimos. Canciones pasadas y futuras sobrevuelan a los múltiples pasajeros en los horizontes que se avecinan y el infinito baila con un navegante que pretende

el sol en su voz. Entonces, comprendo que todo llanto es inútil y la ausencia más inmensa en los agujeros del alba. En ellos, escapan agónicas las horas y la muerte me cuenta del amor que va empadronando la secuela de su paso por el mundo.

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MAESTRANZA Amando tanto la libertad presiento que moriré prisionero de mis propias cárceles. Podrido es el mañana cuando la memoria no encuentra las imágenes

otoñales de los más exuberantes momentos. Desolador el camino. La nostalgia se deslava y no existe intensidad en el rostro de la ausencia. PLAYA ANCHA EN EL VIENTO... Playa Ancha en el viento, luz y canto en sus calles amables. El Roma, con su garganta pintada de amarillo, transportándonos como un túnel encantado de siglos hasta su llanura de madera, vigas añosas y multitud de mesas brindando triunfos y desconsuelos. Brindando amores y desamores, anclados en los muros amanecidos. El Roma y su amplia llanura o bodega habitual o balaustrada bulliciosa, maestranza incrustada en el cerro. Estación de trenes y estudiantes. Delirio o equilibrio en la sensibilidad de los transeúntes. Más allá, su hermano bar Sirena, porteño

y republicano, oleaje de estanterías como un emporio pretérito y bellas alumnas cual cadencia de los amantes en el lecho clandestino. Playa Ancha en el viento, en el océano, en la universidad, en las cantinas descomunales y marineras.

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En las historias inolvidables extraídas de las páginas del vino y espumosas cervezas. Playa Ancha, con su ropaje de casonas imbatibles en el tiempo. Signos deslizándose. Desbordes empedrados. DE TRIUNFOS Y DECADENCIA La ciudad estalla en los suburbios su sombría sonrisa de Mall, símbolo del éxito al marchitar el tiempo un siglo más. La ciudad florece en armaduras

de metal cubiertas por espejos de oropel. El hombre va por subterráneos, tenso y sin buscar su mirada nada que no sea el triunfo de un paraíso cualquiera sobre la tierra. Nada que no sea el sueño de saberse entre los triunfadores con derecho a celebrar su cumpleaños en un set de televisión. El sueño más oculto entre los miles de rebaños con celular, marchando derecho al Matadero.

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TRASNOCHANDO Amo las cantinas más que el aprendizaje académico

de toda mi vida. En ellas se diluye la moral híbrida e inconsecuente de nuestros antepasados. Entre la humareda ajada y borracha que recorre las mesas chorreadas de licor, vienen a visitarnos los fantasmas asilados en los extramuros de los antiguos bares. Me embriagan más que el vino de estas copas amanecidas, las prostitutas que derraman su amor ancestral entre las piernas. Me recorren el cuerpo las migajas abandonadas por el poeta que murió lejos del hogar. Y al mirar por la ventana el terror que asola el mundo, reenciendo las barricadas que derrumbó la historia. No puedo ser la escritura absoluta de los acontecimientos, lo sé, pero tengo claro que mi palabra

es mayor que el efímero arte por el arte. En la distancia, sin pedir su auxilio, lo dionisíaco y prometeico, que aún queda sobre la tierra, me guiña un ojo.

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MAREA INFINITA El invierno desató sus últimos rugidos, llevado en su agonía por el saldo de las prohibiciones. Lejos quedó cuando nos sentábamos en cualquier recodo de la tarde a fumarnos historias de guerrilleros y el recuerdo del primer amor. Solamente sobreviven algunas sombras desangrándose en las arrugas del camino. A lo lejos un ascensor se desbarranca por un desfiladero nevado y silencioso. Época de colisiones ideológicas, de asesinos pretendiendo juzgar a sus víctimas, desaparecidas en los abismos de la traición. Vamos llevados por una marea asquerosa que vomita sobre su lecho moribundo, desnudos de inmortalidad. SIGNOS AMANECIENDO El calor y la humedad de la noche ahuyentaron la osadía del flujo vital. El rumor que embriagó civilizaciones se ha ido de viaje por la Vía Láctea. La geografía de la ciudad agoniza en los brazos desangrados de las luces. Más allá, sólo el silencio esperando su sentencia. Debimos saberlo, la tristeza no tiene eco en la felicidad.

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PAISAJE PORTEÑO El viento se recoge a sus aposentos por calle Cajilla hacia las alturas. Alegres y familiares las piedras a las siete treinta atardeciendo, veraniegos los niños y serenas las madres. Apretujados latidos escalan los gestos desatados, a diestra y siniestra, por las fachadas que mecen los últimos bostezos del día. Un pelícano, errante de bohemia, se enhebra en la curva final de avenida Márquez, zambulléndose hacia Pascal, con sus edificios enfajados por corredores verde piscina y lila enamorado a los dieciséis años. Una lluvia de serpentinas nos muestra su cotidianidad. La bóveda sobre la bahía se desposa con la juventud del océano y miles de luces anclan sobre los cerros, semejando constelaciones en la geometría de este puerto hereje y angelical. Desde los Miradores se desbarrancan amores adolescentes. Los borrachos y aventureros de calle Clave beben la antepenúltima copa en los sentimientos del vino. VERBO Canto hoy y cantaré mañana. Cantaré como ayer y sin olvido. Voy presente y pasado, también futuro. Rehúyo detener mi marcha como ciertos poetas de mi generación, o de la anterior y las futuras. Me oculto de quienes escriben versos y luego los exilian en un cajón. Me escabullo de quienes temen, no así de los tripulantes del Argo. Mientras viva cantaré, mientras muerto mi canción trepará por las raíces de mis huesos.

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TIBIO MÁRMOL

A R. T. Fueron mis manos y tus hombros el primer enlace sobre la luz. Tu espalda y tu cintura estremecida. Tus senos erguidos como tibio mármol y dos diademas coronando sus cumbres, dos planetas orbitando el deseo. Tus dedos, leve brisa transitando el mástil de mi sangre.

Un beso de madrugada y el arrebato de la piel. CIUDAD A TRASLUZ Me lastima con su eco el gemido subterráneo de los habitantes de esta ciudad clínica. Me devasta la sonrisa el péndulo que oscila entre los ojos desesperados de los mendigos. Las promesas no son más que ilusiones, arrinconadas en los harapos que cuelgan de los edificios. Una suciedad de medioevo, sacude su alfombra sobre los vestigios de las promesas desechadas por el monarca del prostíbulo neoliberal.

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Esquinas de ciudad

Yo sé que hay muertos

sin palabras esperando en las esquinas

(...) Las habituales sombras me recogen

Abren el silencio inmortalizan las veredas

Isabel Gómez

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ATARDECIENDO Un hombre cava una tumba a los pies de su memoria, donde hace años corriera sangre hoy naufraga un grito con las vértebras destrozadas. Las ciudades han remozado sus rostros mientras una anciana se dormía al vaivén de su silla mecedora. Ya no existen viejas peluquerías ni boticas con anaqueles de caoba en los ojos de mis padres. La luz borda sueños en mi ventana y el ocaso lame sus heridas. A las siete y treinta bebo vino y escribo un poema con mis cicatrices. JORNADA Algunos obreros se emborrachan en los bares que circundan las riberas del río, vuelven a su casas como sonámbulos embriagados de antiguas canciones, mendigando un boleto

de bus. Las fábricas se encienden en la hora que muere antes del primer mordisco de pan. Todo es tardío en los estómagos de los obreros, todo es plenitud en la caja fuerte del cabrón que los explota. El día avanza, y un murmullo de miseria lapida los intestinos de la ciudad.

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HÍPICA La pobreza y una jugada, la fusta un remolino desquiciado y agónico en la mano del jinete. Se acerca la meta: gritan, sangran, aúllan, los ojos pierden su órbita. El frío anochece y especula, los apostadores vuelven a sus casas más hambrientos que al amanecer. EL MISMO ASIENTO... El mismo asiento, la misma plaza, el mismo domingo y otro tiempo, solitario en el asilo y en la muerte. Las casas del barrio se han despoblado en los otoños y otros niños juegan con otras palomas. Un señor de bastón y sombrero del ‘20 se ha dormido sin saberlo, cuando era el mismo domingo y otro tiempo. MATICES Mi sombra cambió de color, el río, el trasegar de las calles, una copa sumergida al pie del triste caudal, nuestra bitácora, el cerro dormido en el hielo de la estación, las antenas enrostrándonos esta noche clavada en los huesos de la eternidad, el silabario del universo emergiendo de las catacumbas como un sonido de saxo en el óvulo que dejó una voz antigua.

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SIEMPRE ESTÁ ALLÍ...

A Patricia Ella está allí, siempre está allí, con la amistad extendida en el castaño intenso de su cabellera, en el recorrido de sus manos trigo/claro por el tiempo, en su silueta con piernas de perfecta geometría bajo la minifalda roja cuando la viera por primera vez. Siempre está allí, en el acorde de un tango

o la llovizna de Valparaíso, en un sueño de piel sobre piel consumado en el ir y venir de dos imágenes desnudas al amanecer. Ella está allí, más allá del océano y en las palabras recónditas y sin eco, en la calidez de su mirada y el rigor de su templanza. Siempre está allí, mi amiga intensa sobre la tierra.

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TODO Todo, menos la pausa,

la quietud. No te detengas, jamás te detengas en las esquinas que has bebido demasiado, en las esquinas que has acariciado hasta sangrar dentro de la muerte de los que abandonaron la vereda. 1973 Fue el setenta y tres un día arrebatado a la adolescencia. Calle El Roble encadenada con avenida Guanaco y militares. La cantina Gato Blanco y sus licores dando paso a cretinos con bayonetas suplantando peluqueros. El pelo largo era un don de la libertad, debía perecer, lo mismo que La Moneda entre las llamas.

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PERVIVE

A M. P. Una llaga cautiva dormitaba en la penumbra. Quiso partir y una caricia contuvo el gesto de su mano, frente al mar derrotó a la muerte, un lecho de arena

lubricó su piel. Quiso partir y la vida le contagió su honda sonrisa, los enigmas retuvieron su pasión. Hoy pervive, sin oscuridad que le duela en la piel. LA GOTA DE AGUA Una gota de agua tiene sed en la boca de un obrero. Una gota de agua sangra en la tierra de los pehuenches. Una gota de agua rueda por el mundo, huyendo del fuego despiadado del Banco Mundial. La humanidad sucumbe sedienta, una gota de agua es asesinada diariamente en el descriterio del poder.

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CIUDAD ADULTA La soberbia de la urbanidad va sepultando los barrios de la infancia. Junto a ellos, se observan las tumbas de los amigos extraviados en el silencio de la adultez. Un reloj cubre de años cada sonrisa que nace desde las calles que antes fueron un jardín de voces llenas de esperanza. La ciudad es gris y amarga cuando Junio la abraza con su aguacero de hielo y recuerdos, los tejados están húmedos y tristes como un beso que no fue. POEMA DE INVIERNO En la sombraluz la ciudad es una grieta insalubre que va tragando la miseria urbana, tal cual lo haría un siniestro buque factoría. La breve luz de un farol equivocado de era no es suficiente para encontrar el rostro de una puerta amiga. La tiniebla y el pordiosero yacen moribundos en la indiferencia de los transeúntes que van huyendo de sus propias desgracias.

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DOMINGO 23 DE JUNIO Sol y mediodía estallaban en el semblante de los automóviles cuando era la tarde, rota la rutina en los cabellos y la faz. Caos en los minutos, indiferencia y lejanías orbitando la palabra y el leve anochecer. Entró la niebla en mi habitación tras la incertidumbre de un rostro desconocido o tal vez por conocer (conociéndolo),

las campanadas del acaso turbaron el silencio en cada sorbo de ausencia. SÍNTOMAS DE INVIERNO La lluvia es un reto, el cielo gris una mujer que permanece. El ruido del agua

una melancolía, erráticas nubes que se encienden. Hay distancia y promesas en el aire, niños jugando con el barro

más allá de sus edades. Tiemblan mis entrañas cuando camino

por los suburbios, el mundo me es ajeno en su actual cataclismo. Aquella mujer, estertores esparcidos en una atmósfera inusual.

Page 28: Lavquen, Alejandro - A Buen Paso Atraviesa La Noche

MAREJADAS Hoy, comienza

quizá sin razones. No es lo mismo una escalera desvencijada que llega a una lúgubre habitación, que la intensidad de un ventanal en el piso treinta de una radiante mañana. Un barrio de adoquines lleva en su cartera un cúmulo de escombros ante la mirada extraviada de un perro callejero. La antigua alcurnia vertida en las veredas se ha secado

en las posibilidades de la memoria. Un niño ha envejecido antes de nacer, reflejando en sus ojos los portentos de su madre. Ya no nos seducen aquellos bailes que fueron lujuria

en la madrugada. El tiempo se va de viaje cada tanto, y yo voy tras él con mis maletas repletas de un equipaje incierto. GOLPES DE CIUDAD En tres lugares posibles no fue habido el adjetivo nocturno, la noche teje misterios en los matices de cualquier espera. Alguien guarda un secreto en su tránsito por la ciudad. El clima se escurre complaciente en la mísera arboladura del alumbrado público, y los grados bajo cero entristecen el maquillaje de las frases que una voz tramará al amanecer.

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EL FAROL Poco queda de aquel farol mortecino sobre la puerta del viejo Bar de la calle sin brújula. Los otoños y las primaveras se han conjurado para derruir los sueños de otro siglo. Bebo una copa de vino y fumo un cigarrillo,

sentado en el recuerdo de aquella luz que en días remotos sonreía al escuchar mis pasos. ANTIGUO El polvo navega en el devenir descolorido de las azoteas, el barrio antiguo huele a muerte en sus maderas y augustos vitrales. El cité de la cuadra adoquinada ya no tiñe su pelo y asume a los ancianos muertos

bajo los dinteles vacíos. El polvo, regresa cabizbajo al útero de la tierra.

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RUTA En ocasiones, arribo a lejanos pueblos sólo posibles en aquellos cuentos escuchados junto al fogón

un día de lluvia. La nostalgia me acompaña lo mismo que el sonido del mar desde un verano remoto. También calle El Roble y el callejón junto a la Iglesia del barrio, allí la muerte no olvida aquel septiembre de humo negro y la voz del presidente enarbolada en la dignidad. Mi memoria sangra en la ausencia de los años marchitos en la frontera de un sortilegio, en tantos besos que fueron sólo eso, simples besos sin rostros que recordar. Presiento versos tristes cuando camino por el cementerio y las calles de otro siglo, cuando mis amigos muertos y mi padre me saludan desde algún lugar que desconozco. ESTRUENDO DEL SILENCIO Doce de la noche: Algarabía en algún rincón de la ciudad. Una llamada que no fue. Dos de la madrugada: El humo y el tabaco arden en la lluvia que tampoco fue. Tres de la madrugada: La noche es negra, y el licor, y el estruendo del silencio. Cuatro de la madrugada: Un hombre camina sin rumbo cerca de la morgue, luego se sienta en una plaza. Cinco de la madrugada: Da lo mismo. Siete de la madrugada: Amanece, las aceras se llenan de gente, huelen a trabajo y poca alegría.

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PENUMBRAS Todo es gris, la llovizna, la sangre, la borrascosa madrugada y los burgueses que un día fueron juventud. Los deseos son sólo inercia, triste inercia, la mudez de la noche, la luz, el mar, la ventana que existe tan sólo por existir. Todo es gris, menos

lo insobornable en la historia y la dialéctica. El ateísmo luminoso y un amor

que no zozobre cuando no cuadran los olvidos. FUEGO MORTAL

A Eduardo Miño El mediodía y el desgarro mortal, el fuego y la indiferencia. Muchas muertes dentro de una sola muerte. Ardió como un hombre sin identidad frente al Palacio de Gobierno, sin sombra ni pan en los bolsillos. Su alma inmensa de humanidad, se fue de viaje hacia donde otros hombres murieron antes. Ardió como la erupción de la tristeza en los vestigios del que nunca tuvo nada. Se marchó solitario de soledad y con los dientes apretados de rabia e impotencia, con la esperanza y la tragedia entre sus manos.

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HORIZONTE DE UNA GUITARRA Lentamente los versos de un poeta se fueron esfumando en los acordes

de una guitarra. Septiembre se llevó en su noche más turbia

el sol de las palabras. Una melodía y un baile de madrugada sangraron los verbos

y sustantivos sobre el papel. Un concierto destrozó el alfabeto, diluyéndolo en un beso. Todos los minutos posibles se extraviaron en el no ser del supermercado, la academia, la sala de arte y el bullicio de una ciudad

que ya no era la ciudad del poeta. Él, escribió sus últimos versos un día que la primavera era fría y trajo hasta su ventana

una voz que no logró descifrar. Luego, arrojó sus libros a la pureza de las llamas

y emprendió la marcha en busca de las estrellas que quizá

jamás encontraría. EL OASIS Cuentan que en un remoto Oasis la tierra es azul y lleva una gaviota en su torrente, que el trigo tiene forma de estrella cuando germina en las manos de un sombrero gentil como el estío. El cielo es calmo y su voz se mece en una canción exiliada por el trastorno de una ciudad marchita en su belicoso devenir. No existe en sus caseríos el llanto de la pobreza ni el grito de la muerte, tampoco el infierno de los esclavos de toda sociedad. Cuentan que aquel Oasis no es el paraíso, sino la lucha transformada en victoria cuando triunfa un sueño entre los hombres.

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ALGO Las puertas de la ciudad están oxidadas por el hálito de los submundos que la habitan. Nadie siente el dolor del prójimo en su loca carrera tras la obligación de sobrevivir. Los edificios se multiplican en las alturas y el tren subterráneo es un autómata. Nadie reconoce el rostro de las estatuas y los ciudadanos decentes huyen de la promiscuidad de los niños que se venden por un trozo de pan. En la escalera de la Catedral un ciego tropieza con el Alcalde, que se persigna tembloroso. 18 DE OCTUBRE Afuera de mi habitación la urbe baila en sus candilejas, los bares no cesan de entrechocar copas mientras ríen a carcajadas los garzones. Algo que desconozco ronda

el silencio. En una calle pecaminosa un motel le hace señas a los enamorados de ocasión, los vagabundos se acurrucan sin esperanza entre cartones y el hielo de las veredas. A las doce en punto, una Iglesia tañe sus campanas misericordiosas.

Page 34: Lavquen, Alejandro - A Buen Paso Atraviesa La Noche

EN ESTA HORA DE LA TARDE El cementerio es textual en esta hora de la tarde, los deudos sacan lustre a las lápidas. Los más acaudalados yacen en insignes mausoleos, lejos de la tierra que cubre los huesos de la fosa común. El Patio 29 es más triste al anochecer, posee una extraña escenografía. Quizá sea la levedad de los difuntos que comienzan a desperezarse. ENCONTRÓ NADA El hombre salió del Bar, buscó en sus bolsillos.

Encontró nada. Caminó sin dirección alguna en su rostro, titubeó al cruzar el puente que conducía al silencio de su habitación, se durmió cinco veces antes de fumarse

el amanecer, levantó el auricular y quiso discar un número que no encontró en su memoria. Desconsolado, recorrió las calles hasta vislumbrar la noche. El hombre salió del Bar, buscó en sus bolsillos.

Encontró nada.

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PERMANENCIA Sentado a orilla del mar, espera que la luna retorne a su comarca, que el amarillo de aquel cuerpo vuelva a posarse en sus manos deshabitadas. Hoy la ciudad es oscura y sin música en su garganta, desdichada, lejana, han envejecido los parques y las calles han cambiado sus nombres, la rutina va y viene, enloquecida por el desenfreno y el arte de sobrevivir. Él, sólo espera, sentado a orilla del mar escribe poemas para liberar sus anhelos, besa una fotografía y se duerme

sobre las olas. EPIFANÍA A Juan E. Becker B. Hubo un domingo que nunca despertó tras el estallido de la noche en las arterias. El destino volcó su copa, derramando los años en una mueca sin definición, quedó trunco un viaje a los orígenes y la sonrisa de un niño. Por mi parte, aún tengo mi vaso lleno y veo venir gente amistosa a beber de él. Hubo un domingo del cual un día hablamos, sin saber cuándo cerraría sus ojos anegados de quebranto. ¿Te acuerdas de los epitafios que dejamos sobre las servilletas de algún Bar? ¿De nuestro breve paso entre las risas de la juventud? Hubo un domingo en que enmudeció mi palabra y una voz cansada me dijo adiós con su silencio.

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TRAVESÍA Nací lejos del mar, pero cada mañana una ola humedece mi frente. Lo cotidiano me enseñó sus rostros

y fui escogiéndolos al azar, algunos todavía divagan en mi temperamento.

El resto, ha muerto en la incertidumbre. Una noche que siempre es hoy, la luna se estacionó frente a mi ventana, su voz era hermosa y levitaba como una caricia

a los lejos. Detuve mis pasos muchas veces ante el misterio de la oscuridad, pero una sentencia

clavada en mi filosofía me impulsaba a continuar el camino. SOMBRAS... Sombras de casas y edificios se extienden cada tarde más allá de lo trágico del ser. En ellas no hay sintaxis ni un códice donde encontrar

su verdadera revelación, están desnudas y poseen formas

exóticas en su continuidad. Un aforismo las conduce por las calles y esquinas que se van durmiendo en espera del alba.

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EPINICIO La gran revolución continúa esperando

su oportunidad, los errores de unos pocos no detendrán

la victoria de todos, la globalización imperial caerá ajusticiada en su propia injusticia, los pueblos alzarán sus banderas en el mástil de cada cultura, vendrá el hombre nuevo,

el verdadero, con brotes y luz en sus bolsillos. Sin dioses ni gendarmes, solamente con una sonrisa ancha y democrática. AMNESIA Camino fugaz y trunco entre la multitud. Entro a un viejo territorio que habité y nadie me reconoce, la luz se ha evaporado de mi rostro. Cabizbajo retrocedo, y a la distancia, un cadalso me amenaza con su horrible mirada. Muchos me hablan, pero al escucharlos

no comprendo el idioma que un día fue mi idioma. TRISTE Esqueletos de cités y conventillos se duermen con pereza en la sensibilidad que se refugia

en un abrazo sin rostro. En ese momento, estalla una ola en la longitud de los acantilados.

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CERCANÍA DEL OTOÑO Desde mi ventana se escuchan breves hojarascas y el lamento de un fuego que se extingue, las multitudes y los edificios evocan su dialecto a lo largo

de una palabra que se ha incorporado al diccionario. TRANSCRIPCIÓN He aquí un rincón del mundo de cielo gris y humedad, sensaciones extrañas muerden cada sílaba que perdura girando sobre un beso. Se ha embriagado de balas el timonel de los acontecimientos,

marca la batalla y los intestinos. Ha dejado de existir un ángulo de la tierra. Abandono el rincón que me corresponde y transito sin itinerario ni alimento esencial. Abjuradores profesionales beben en los áticos del inconsciente colectivo y seres de cabello agrio justifican sus cópulas en la autodemagogia para que coincidan con su discurso moral. Es estricto el afán e incoloro el denuesto

que trae hambre y pobreza. Entro en un Bar que destila miseria

en los ojos de las botellas, allí reflexiono y escucho a la vida en cada rostro que extiende su crudeza e impotencia. Un obrero se suicida con un trozo de pan

entre sus manos y una prostituta, desteñida en sus gestos, me cuenta que un día fue reina. He aquí un rincón del mundo de cielo gris y humedad.

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RECODOS DE CIUDAD Recorrí la ciudad desnuda, cada paso, cada sonido, cada paisaje. Vi edades descoloridas en los umbrales de antiguas casas, en antiguas calles de adoquines..., la historia del nacimiento y el ocaso. Me detuve, ante conventillos, donde la miseria se mostraba alegre, tierna, triste. Navegué aguas estancadas, espejo pestilente de la injusticia social. Caminé calles solitarias de algazara y visité tabernas de madera abigarradas en penumbras de humo. Escuché hombres deleznables, lúbricos, desgreñados y morbosos, detrimentos de la sociedad burguesa. Me interné en plazas menesterosas de niños jugando. Vi vestigios de bancas y árboles, que mostraban epígrafes de algunos amores, hoy, tal vez olvidados o quizá sin fin en la memoria. Recorrí la noche cruzando puentes inevitables. Busqué reposo en un parque ingente bajo árboles también ingentes. Subí por escaleras misteriosas, anticipo de la pronta buhardilla. Allí estaba ella, como una fotografía, con su cabellera dispuesta a las caricias y el cuerpo en bandolera. El amanecer marcó mis pasos tras la madrugada en el desván. Atrás..., quedó el cerro, que comenzaba a despertar, los residuos de algarabía de algunas fiestas rezagadas, humedades y sueños.

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ENIGMAS Un viento inusitado zamarreó mi puerta, los muertos de antaño anunciaban

que debía levantarme y poner balas en mi dicción,

olvidarme de los crepúsculos y aferrar mis manos al arado, escuchar a la tierra agitar sus enciclopedias en el núcleo de lo imposible, reconfigurar la antigua ciudad

entre los sollozos del agua y el rumor de plazas y subterráneos, pues la brevedad de las palabras se había ido de viaje hacia el insomnio de la muerte. LUMINOSIDADES En días como hoy, los huesos de la tierra asombran nuestro paisaje. He salido a vagabundear con la partitura de otro tiempo rescribiéndose en mis pasos. Unos niños golpean una pelota que se detiene junto al bastón

de un viejo obrero que los observa con nostalgia. La plaza del barrio aún contiene sonrisas

en el follaje de los árboles, pero mi corazón posee ojeras y extravío mis pupilas.

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ALTURAS Desde una buhardilla observo algo que la altura retuerce

en un sin fin de fulgores tristes, algo que alguna vez me perteneció aunque hoy desconozco el sabor de la bilis que me dejó en cada frase inconclusa o intermitente. Bebo un vaso de vino y las luces se marchitan. 11 DE SEPTIEMBRE Todo fue cero, la bruma cubrió la enorme ciudad. Las ventanas caían al vacío como un grito mudo. VERSOS Una palabra vuela y no encuentra

nido en el alfabeto, las poblaciones sucumben vertiginosas. Una peregrinación avanza con sus antorchas, creen que la salvación se llama Dios. Una mirada rehúye los periódicos, tiene miedo de los índices de contaminación y de ser sólo un hombre. Amanece y un anciano es miseria y un niño hambre en las avenidas. Suenan las campanas

llamando a misa. En la Casa de Gobierno se discute si mañana lloverá o saldrá el sol.

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LUZ Y SOMBRA Elegí el canto y la flor

como lenguaje y percibo que fue certera la elección. Ataviados de luz y sombra, experimentamos desde la cuna el rocío y la tormenta, aplicamos teoremas al entorno y no sabemos dónde concluye el universo. El cemento y las pócimas tienen al mundo bailando sobre un carrusel. La luna se desorienta en su romance y sólo es válido el decoro cuando suenan las trompetas de la Iglesia o el desvarío del poder se viste de gala. Pero al fondo de la luz,

-entre la oscuridad- todavía existen

el agua y la semilla. DOMINGO 23:59 HRS Podría entrar alguien más, exclamó el dueño del restorán. Los rostros de las garzonas se torcieron

de impotencia y un murmullo creció en la espuma de las cervezas.

Afuera, el río Mapocho continuaba su rutina mientras niños dormidos y abrazados a sus padres atiborraban los últimos buses camino a las poblaciones. Es triste la melodía de los domingos cuando en el filo de la medianoche algunos recaudan la plusvalía y los pobres se duermen en su pobreza.

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TRAS LOS AÑOS Volví a las calles del vecindario

un domingo al atardecer. Sin saber porqué, me detuve en aquellas esquinas llenas de sombras. Me pareció ver a mi bisabuela en su mecedora mientras una pelota rodaba hacia el poniente, pero han crecido otros jardines y otras ventanas

en las casas que contemplaron mi niñez. De los Esquivel y los Bravo sólo queda

un murmullo de adobe. La señora Mercedes se cansó de la soledad y Don Diego regresó de la fosa común

tras veinticinco años desaparecido en una bala del Ejército de Chile. Entre Av. Einstein y El Roble, calle Guanaco me muestra sus fantasmas. Sólo entonces

comprendo que existo. SÓLO ESTA NOCHE Ven esta noche, y sin mediar palabra, abre mi pecho con un beso para que de él salgan ciudades antiguas y el rostro de mi padre muerto. Arranca mi corazón y ponlo entre una camelia y la lluvia. Sólo esta noche, cuando desnuda y lenta, la sonrisa del otoño se extravíe en mis temores. Cuando una puerta encuentre su llave en el intervalo de mi sed. Cuando la luz y las tinieblas se reconcilien.

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HIGUERILLAS Observo el mar cuando ya la noche cubre su extensión. En mis labios, un cigarrillo quema sordas cenizas por la ausencia. Como un vuelo, los mástiles de los botes en la bahía hieren la noche. La cama y la ventana son las mismas. Un recuerdo

cae lentamente hasta hacerse invisible en la oscuridad. Mañana, brillará otro sol…

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Alejandro Lavquén (Santiago/ Chile, 1959). Escritor. Sus trabajos se encuentran en libros, cuadernillos, revistas, diarios y antologías. Algunas de sus publicaciones son: Canto a una década (1981), Atardeceres y alboradas (1994), El hombre interior (1997), Postales para no olvidar (1998), Respirando (1999), Sacros iconoclastas (Editorial Mosquito, 2004), A buen paso atraviesa la noche (Editorial. Mosquito, 2009), Bitácora extraviada (Ediciones Tinta Roja, 2011/ ediciones digitales para Internet), Valparaíso (Bauhaus Editorial, 2011/ ediciones de libros artesanales en miniatura). Es redactor en revista Punto Final y colabora en distintos medios de comunicación impresos y digitales. Entre los años 2000 y 2005 condujo en radio Nuevo Mundo el programa literario De puño y letra. http://alavquen.blogspot.com