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W. EMILE DURKHEIM Las reglas del método sociológico FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

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W.

EMILE DURKHEIMLas reglas del

método sociológico

FONDO DE CULTURA ECONÓMICAMÉXICO

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CUADERNOS DE LA GACETA

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Traducción deERNESTINA DE CHAMPOURUN

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EMILE DURKHEIM

Las reglas delmétodo sociológico

XFONDO DE CULTURA ECONÓMICA

MÉXICO

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Primera edición en francés, 1895Primera edición en español, 1986

Segunda reimpresión, 2001

Se prohibe la reproducción total o parcial de esta obra—incluido el diseño tipográfico y de portada—,sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico,sin el consentimiento por escrito del editor.

Título original:Les regles de la Miihode sociologique

D. R. O 1986, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, S. A. DE C. V.D. R. CY 1997, Foz:no DE CULTURA ECONÓMICACarretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D. F.www,fce.com .rnx

ISBN 968-16-2445-9

Impreso en México

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Prólogo a la primera edición

Estamos tan poco habituados a tratar los hechos so-ciales de una manera científica que corremos el riesgode que algunas afirmaciones contenidas en este librosorprendan al lector. Sin embargo, si bien existe unaciencia de las sociedades, no hay que esperar queconsista en una simple paráfrasis de los prejuiciostradicionales, sino que nos haga ver las cosas de unmodo distinto a como aparecen al vulgo; pues todaslas ciencias tienen por objeto hacer descubrimientos,y todo descubrimiento desconcierta en mayor omenor grado las opiniones recibidas. Así pues, en loque respecta a la sociología, a menos que se preste alsentido común una autoridad que ya hace tiempodejó de tener en las otras ciencias —y que no se ve dedónde podría llegarle—, es preciso que el estudioso sedecida resueltamente a no dejarse intimidar por losresultados a que le lleven sus investigaciones, si fue-ron conducidas de acuerdo con un método. Si buscarla paradoja es propio de un sofista, esquivarlacuando los hechos la imponen es propio de un espí-ritu sin coraje o sin fe en la ciencia.

Por desgracia, es más fácil admitir esta regla en

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principio y téoricamente que aplicarla con perseve-rancia. Todavía estamos demasiado acostumbrados azanjar estas cuestiones según lo que nos sugiere elsentido común, para poder mantenerlo fácilmente adistancia de las discusiones sociológicas. Cuandomás liberados de él creemos estar, nos impone susjuicios sin que nos demos cuenta. No hay más que unprocedimiento largo y especial para prever talessituaciones de debilidad. Es lo que pedimos al lectorque no pierda de vista: que tenga siempre presenteen su cabeza que las formas de pensar a las que estámás hecho son contrarias, antes que favorables alestudio científico de los fenómenos sociales, y, enconsecuencia, que se ponga en guardia contra susprimeras impresiones. Si nos dejamos llevar por ellassin oponer resistencia, corremos el riesgo de que nosjuzgue sin habernos comprendido. Así, podría suce-der que nos acusara de haber querido absolver todoslos actos de delincuencia, valiéndose para ello comopretexto de que nosotros lo convertimos en un fenó-meno más de los que se ocupa la sociología. Laobjeción, no obstante, sería pueril, porque, si es nor-mal que en todas las sociedades se cometan delitos,no lo es menos que se castigue por ellos. La institu-ción de un sistema represivo no es un hecho menosuniversal que la existencia de la criminalidad nimenos indispensable para la salud colectiva. Paraque no hubiera delitos sería preciso un nivelamientode las conciencias individuales que, por razones queluego veremos, no es ni posible ni deseable; en cam-bio, para que no hubiera represión no tendría quehaber homogeneidad moral, lo que es inconciliablecon la existencia de una sociedad. Pero el sentido

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común, partiendo del hecho de que el delito es detes-tado y detestable, concluyó, sin razón, que éstenunca podría desaparecer por completo. Con elsimplismo que lo caracteriza, no concibe que unacosa que repugna pueda tener una razón de ser útil, y,sin embargo, no hay en ello ninguna contradicción.¿No hay, acaso, en el organismo funciones repug-nantes cuyo ejercicio regular es necesario para lasalud del individuo? ¿No detestamos el sufrimiento?Y, sin embargo, un ser que no lo conociera sería unmonstruo. Hasta puede suceder que el carácter natu-ral de una cosa y los deseos de alejamiento que ins-pira sean solidarios. Si el dolor es un hecho natural,lo es a condición de que no se le ame. Si el delito esnormal, a condición de que se le deteste.' Nuestrométodo no tiene, pues, nada de revolucionario. Esincluso, en cierto sentido, esencialmente conserva-dor, pues considera los hechos sociales como cosascuya naturaleza, por flexible y maleable que sea, nopodemos, pese a todo, modificar a voluntad. ¡Cuánpeligrosa es la doctrina que, no viendo en ellos másque el producto de combinaciones mentales, un

' Pero, se nos objeta, si la salud encierra elementos detestables, ¿cómo presen-tarla, lo que nosotros hacemos después, como el objetivo inmediato de laconducta? Hacerlo no implica ninguna contradicción. Ocurre sin cesar que unacosa, pese a ser dañina por algunas de sus consecuencias, sea, por otras, útil ohasta necesaria para la vida; ahora bien, si los malos efectos que tiene sonneutralizados regularmente por una influencia contraria, resulta que, de hecho,sirve sin perjudicar, pero siempre es detestable, porque no deja de constituir porsí misma un peligro eventual no conjurado por la acción de ninguna fuerzaantagonista. Así sucede con el delito; el daño que ocasiona a la sociedad esanulado por el castigo, si éste se aplica conforme a unas reglas. Lo cual quieredecir que, sin producir el mal que implica, mantiene con las condiciones funda-mentales de la vida social las relaciones positivas que veremos a continuación.Pero como, por así decirlo, se vuelve inofensivo a pesar suyo, los sentimientos deaversión de los que es objeto no dejan de tener fundamento.

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mero artificio dialéctico, puede, en un instante, des-quiciarlo todo por completo!

Asimismo, por estar acostumbrados a representar-nos la vida social como si fuera el desarrollo lógico deconceptos ideales, quizá se juzgue burdo un métodoque hace depender la evolución colectiva de condi-ciones objetivas, definidas en el espacio, tampoco esimposible que se nos trate de materialistas. No obs-tante, con más razón podríamos reivindicar el califi-cativo contrario. En efecto, y siguiendo en esta idea,¿acaso no afirma la esencia del espiritualismo qu'e losfenómenos psíquicos no pueden derivarse de manerainmediata de los fenómenos orgánicos? Pues bien,nuestro método, en parte, no es más que una aplica-ción de este principio a los hechos sociales. Al igualque los espiritualistas separan el reino psicológicodel reino biológico, Inosotros separamos al primerodel reino social; como ellos, no nos negamos a expli-car lo más complicado por lo más simple. A decirverdad, empero, ninguna de las dos denominacionesnos encaja con exactitud; la única que aceptamos esla de racionalista. Efectivamente, nuestro- objetivoprincipal es extender a la conducta humana el racio-nalismo científico, haciendo ver que tal como se laconsideró en el pasado, es reducible a relaciones decausa-efecto que una operación no menos racionalpuede luego transformar en reglas de acción para elfuturo. Lo que han llamado nuestro positivismo essólo una consecuencia de este racionalismo.Vólo sepuede caer en la tentación de ir más allá de loshechos, ya sea para rendir cuenta de ellos o para

Es decir, que no debe confundirsele con la metafísica positivista de Comtey de Spencer.

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dirigir su curso, en la medida en que se los considerairracionales; pues si son inteligibles, bastan tanto a laciencia como a la práctica: a la ciencia, porque nohay entonces motivo alguno para buscar fuera deellos sus razones de ser; a la práctica, porque su valorútil es una de esas razones. Por lo tanto, nos pareceque, sobre todo en esta época en que renace el misti-cismo, una empresa semejante puede y debe ser aco-gida sin inquietud, y hasta con simpatía, por todoslos que, pese a que se aparten de nosotros en algunospuntos, comparten nuestra fe en el futuro de la razón.

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Prólogo a la segunda edición

Cuando este libro salió a la luz por primera vezprovocó vivas controversias. Las ideas vigentes, unpoco desconcertadas, se resistieron al principio contanta energía que, durante algún tiempo, casi nos fueimposible hacernos oír. Acerca de los temas que noshabíamos expresado con toda claridad se nos adjudi-caron gratuitamente opiniones que nada tenían encomún con las nuestras, y se creyó que refutándolasse nos rebatía a nosotros. Cuando dijimos en repeti-das ocasiones que para nosotros la conciencia, tantoindividual como social, no era nada sustancial, sinosólo un conjunto más o menos sistematizado de fenó-menos sui generis, se nos tachó de realistas y ontolo-gistas. Cuando dijimos expresamente y repetimos demil maneras distintas que la vida social estaba hechaen su totalidad de representaciones, se nos acusó deeliminar el elemento mental de la sociología. Sellegó incluso a revivir contra nosotros procedimien-tos de discusión que se creían definitivamente des-aparecidos. En efecto, se nos imputaron opinionesque nosotros no habíamos mantenido, con el pre-texto de que "concordaban bien con nuestros princi-

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pios". La experiencia, sin embargo, ya habíamostrado todos los peligros que entraña este método,el cual, al permitir que se construyan arbitraria-mente los sistemas de discusión, permite tambiénque se les derrote sin ningún esfuerzo.

No creemos equivocarnos si decimos que, después,la oposición se fue debilitando poco a poco. No hayduda de que todavía se nos impugna más de unaproposición, pero no podríamos asombrarnos niquejarnos de esas saludables desavenencias. Cierta-mente, está muy claro que nuestras fórmulas habránde reformarse en el futuro. Resumen de una prácticapersonal y forzosamente limitada, tendrán que evo-lucionar por necesidad a medida que ampliemos yprofundicemos nuestra experiencia de la realidadsocial. Además, en lo tocante a la cuestión de losmétodos, nunca pueden hacerse más que a modoprovisional, pues los métodos cambian a medida queavanza la ciencia. Sin embargo, en los últimos arios ya pesar de todos los antagonismos, la causa de lasociología objetiva, específica y metódica ha idoganando terreno sin cesar. A ello ha contribuidomucho con toda seguridad la fundación del Annéesociologique. Por abarcar al mismo tiempo todo loque pertenece al dominio de la ciencia, el A nnée halogrado, mejor que ninguna obra especializada,comunicar el sentimiento de lo que la sociologíadebe y puede llegar a ser. Así hemos podido darnoscuenta de que no estaba condenada a seguir siendouna rama de la filosofía general, y que, por otraparte, podía entrar en contacto con los detalles de loshechos sin degenerar en mera erudición.

Nunca sería excesivo el homenaje que desde aquí

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queremos rendir a nuestros colaboradores por suentusiasmo y su dedicación; gracias a ellos pudimosintentar hacer esta demostración con hechos y gra-cias a ellos puede continuar.

No obstante, pese a todo lo reales que sean losprogresos realizados, es incuestionable que las con-fusiones y los errores pasados aún no se han disipadopor completo. Por ese motivo, querríamos aprove-char esta segunda edición para añadir algunas expli-caciones a las que ya hemos dado, responder a ciertascríticas y aportar nuevas especificaciones sobre algu-nos puntos.

La proposición según la cual debemos tratar loshechos sociales como si fueran cosas —proposiciónbásica de nuestro método— es una de las que máscontradicciones ha provocado. Algunos encuentranparadójico y escandaloso que asimilemos a las reali-dades del mundo exterior las del mundo social. Paraellos, hacerlo es equivocarse totalmente sobre el sen-tido y el alcance de esta asimilación, cuyo objeto no•s rebajar las formas superiores del ser a las formasinferiores, sino, por el contrario, reivindicar para lasprimeras un grado de realidad igual, al menos, al quetodo el mundo atribuye a las segundas. En pocaspalabras, no decimos que los hechos sociales soncosas materiales, sino que son cosas como las cosasmateriales, aunque de otra manera.

¿Qué es realmente una cosa? La cosa se opone a laidea como lo que se conoce desde fuera se opone a loque conocemos desde dentro. Cosa es todo objeto deconocimiento que no se compenetra con la in tel igen-

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cia de manera natural, todo aquello de lo que nopodemos hacernos una idea adecuada por un simpleprocedimiento de análisis mental, todo lo que elespíritu no puede llegar a comprender más que conla condición de que salga de sí mismo, por ,vía deobservaciones y experimentaciones, pasando progre-sivamente de los rasgos más exteriores y más accesi-bles de manera inmediata, a los menos visibles y másprofundos. Tratar como cosas a los hechos de uncierto orden no es, pues, clasificarlos en tal o cualcategoría de lo real; es mantener frente a ellos unaactitud mental determinada; es abordar su estudiopartiendo del principio de que ignoramos por com-pleto lo que son, y que no podemos descubrir suspropiedades características, como tampoco las cau-sas desconocidas de las que dependen, ni siquieravaliéndose de la introspección más atenta.

Definida así, en términos precisos, nuestra proposi-ción, lejos de ser una paradoja, casi podría pasar porun truismo si no fuera porque las ciencias que seocupan del hombre la ignoran con demasiada fre-cuencia, la sociología más que ninguna otra. Efecti-vamente, en este sentido puede decirse que todoobjeto de ciencia es una cosa, excepto, quizá, losobjetos matemáticos; en lo que a ellos respecta, comonosotros mismos los construimos desde los más sim-ples hasta los más complicados, para saber lo que sonbasta con mirar dentro de nosotros y analizar inte-riormente el proceso mental de que ellos son el resul-tado. Pero, cuando se trata de hechos propiamentedichÓs, en el momento en que emprendemos la tareade hacer ciencia con ellos son necesariamente paranosotros incógnitas, cosas ignoradas, pues las repre-

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sentaciones que de ellos pudimos hacernos en elcurso de la vida fueron hechas sin método y sin crítica,por lo que carecen de valor científico y debemoshacerlas a un lado. Los hechos de la psicología indi-vidual presentan este carácter y deben ser considera-dos bajo este aspecto. En efecto, aunque tales hechospertenecen a nuestro interior por definición, la con-ciencia que de ellos tenemos no nos revela ni sunaturaleza interna ni su origen. Como mucho, haceque los conozcamos hasta cierto punto, pero sólocomo las sensaciones nos hacen conocer el calor o laluz, el sonido o la electricidad; esa conciencia nos dade ellos impresiones confusas, pasajeras, subjetivas,pero no ideas claras y concretas, ni conceptos expli-cativos. Precisamente por este motivo se ha fundadoen lo que va del siglo una psicología objetiva cuyaregla fundamental es estudiar los hechos mentalesdesde fuera, es decir, como cosas. Con mucha másrazón debe ser así el estudio de los hechos sociales,pues la conciencia no podría ser más competentepara conocerlos a ellos que para conocer un poco desu propia vida.' Se objetará que, como son obranuestra, sólo tenemos que tomar conciencia de noso-tros mismos para saber lo que hemos puesto en ellosy cómo los hemos formado. Pero, para empezar, lamayor parte de las instituciones sociales nos son lega-das, ya hechas, por las generaciones anteriores; nadatuvimos que ver en su formación y, por consiguiente,no es interrogándonos sobre ellas como podremosaveriguar las causas que les dieron nacimiento. Ade-

. A la vista está que, para admitir esta proposición, no es necesario mantenerque la vida social sólo esté hecha de representaciones; basta asentar que, seanindividuales o colectivas, las representaciones no pueden estudiarse científica-mente más que a condición de que las estudiemos con objetividad.

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más, aun en los casos en que sí hemos colaborado a suformación, apenas si podemos entrever, y eso de lamanera más confusa y, a menudo, más inexacta, lasverdaderas razones que nos han movido a obrar, y lanaturaleza de nuestra acción. Ni siquiera cuandosólo se trata de nuestros asuntos privados conocemoslos móviles relativamente simples que nos guían: noscreemos desinteresados cuando actuamos conegoísmo, creemos obedecer al odio cuando cedemosal amor, a la razón cuando somos esclavos de prejui-cios irracionales, etc. ¿Cómo, pues, tendríamos lafacultad de discernir con mayor claridad las causasmucho más complejas de las que proceden los asun-tos de la colectividad? Pues, como mínimo, todos ycada uno de los individuos participamos en ellosaunque sea en una ínfima medida; tenemos una mul-titud de colaboradores, y captar lo que sucede en lasconciencias de los otros se halla fuera de nuestrasposibilidades.

Nuestra regla no implica, pues, ninguna concep-ción metafísica, ninguna especulación sobre el fondode los seres. Lo que pide es que el sociólogo se pongaen estado mental en que se encuentran los físicos, losquímicos, los fisiólogos cuando se adentran en unaregión tadairía inexplorada de su campo científico.Es preciso que, al penetrar en el mundo social, tengaconciencia de que penetra a lo desconocido; que sesienta en presencia de hechos cuyas leyes son taninsospechadas que podrían ser las de la vida, cuandola biología aún no había nacido; es preciso que seprepare para hacer descubrimientos que lo sorpren-derán y lo desconcertarán. Ahora bien, para que todoesto suceda, es preciso que la sociología halla alean-

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zado ese grado de madurez intelectual. Mientras queel estudioso de la naturaleza física siente vivamentelas resistencias que se le oponen y sobre las que tantoesfuerzo le cuesta triunfar, parece en serio que elsociólogo'se mueve entre cosas que en un momentose vuelven transparentes para el espíritu, a juzgar porla facilidad tan grande con que lo vemos resolver lascuestiones más oscuras. En el estado actual de laciencia, ni siquiera sabemos verdaderamente lo queson las principales instituciones sociales, como elEstado o la familia, el derecho a la propiedad o elcontrato, el esfuerzo y la responsabilidad; ignoramoscasi por completo las causas de las que dependen, lasfunciones que desempeñan, las leyes de su evolución;sobre ciertos puntos, apenas si empezamos a entreveralgunos chispazos. Y, sin embargo, basta hojear lasobras de sociología para darnos cuenta de lo raro quees el-sentimiento de esta ignorancia y de estas dificul-tades en sus autores, quienes no sólo se considerancomo obligados a dogmatizar sobre todos los proble-mas a la vez, sino que creen que en unas cuantaspáginas o frases pueden llegar a la esencia misma delos fenómenos más complicados. Es decir, lo quetales teorías comunican no son los hechos, que nopodrían ser tratados de modo exhaustivo con tantarápidez, sino la prenoción que de ellos tenía el autorantes de iniciar su investigación. No hay duda de quela idea que nos hacemos de las prácticas colectivas, delo que son o de lo que deben ser, es un factor quecontribuye a su desarrollo. Pero esta idea misma estambién un hecho y, para poder fijarlo conveniente-mente, debemos estudiarlo, también, desde fuera.Porque lo que importa saber no es la manera en que

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tal pensador, individualmente, se representa tal ins-titución sino el concepto que de ella tiene el grupo:sólo éste es socialmente eficaz. Pero, como no pode-mos conocerlo por simple observación interior, dadoque no está completo en ninguno de nosotros, espreciso hallar algunos signos exteriores que lo haganperceptible. Además, ese concepto no ha nacido de lanada: es un efecto de causas externas que tenemosque conocer para que podamos apreciar su valor enel futuro. Hagamos lo que hagamos, siempre, pues,hemos de regresar al mismo método.

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Otra de nuestras proposiciones también ha sido ata-cada y no con menos fuerza que la anterior: se trata dela que presenta los fenómenos sociales como exterio-res a los individuos. Hoy se nos concede de buenagana que los hechos de la vida individual y los de lavida colectiva son heterogéneos en algún grado; puedeincluso decirse que sobre este punto estamoslogrando un acuerdo, si no unánime, por lo menosmuy general. Ya casi no hay sociólogos que nieguenespecificidad a la sociología. Pero, como la sociedadse compone de individuos,2 parece de sentido comúnque la vida social no tenga otro sustrato que laconciencia individual; en otras palabras, parece per-manecer en el aire y planear en el vacío.

Sin embargo, lo que tan fácilmente se juzga inadmi-sible cuando se trata de hechos sociales, se admite sin

Proposición que, por otro lado, sólo es parcialmente exacta. Además de losindividuos, hay cosas que son elementos integrantes de la sociedad. Lo quesucede es que los individuos son los únicos elementos activos de ella.

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ningún problema en lo que respecta a otros reinos dela naturaleza. Siempre que se combinan elementosdiferentes y de ellos resultan, por el hecho mismo desu combinación, otros elementos nuevos, es precisocomprender que estos últimos pertenecen, no alámbito de los elementos, sino al del todo formadopor su unión. La célula viva no contiene nada másque partículas minerales, como la sociedad no con-tiene nada aparte de individuos; y sin embargo, es.atodas luces imposible que los fenómenos caracterís-ticos de la vida residan en los átomos de hidrógeno,oxígeno, carbono y nitrógeno. Pues así ¿cómopodrían producirse los movimientos vitales en elseno de elementos no vivos? ¿Cómo, además, serepartirían las propiedades biológicas entre estos ele-mentos? No podrían encontrarse por igual en todosellos por cuanto que no son de la misma naturaleza;el carbono no es el ázoe y, por lo tanto, no puederevestir las mismas características ni desempeñar elmismo papel. No menos inadmisible es el hecho deque cada aspecto de la vida, cada uno de sus caracte-res principales se encarna en un grupo de átomosdiferente. La vida no podría descomponerse así; esuna y, en consecuencia, no puede tener otro asientoque la sustancia viva en su totalidad. Está en el todo,no en las partes. No son las partículas no vivas de lacélula las que se alimentan, se reproducen, en unapalabra, las que viven; es la célula misma, y ella sola.Y esto que decimos de la vida podría repetirse detodas las síntesis posibles. La dureza del bronce noestá en el cobre, ni en el estaño, ni en el plomo quesirvieron para formarlo y que son cuerpos blandos oflexibles; está en su aleación. La fluidez del agua, sus

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propiedades nutritivas y demás no están en los dosgases de que se compone, sino en la sustanciacompleja que ellos forman con su asociación.

Apliquemos este principio a la sociología. Si,como se nos admite, la síntesis sui generis que consti-tuye toda sociedad produce fenómenos nuevos, dis-tintos a los que acontecen en las concienciassolitarias, es preciso admitir que tales hechos especí-ficos residen en la sociedad misma que los produce yno en sus partes, es decir, en sus miembros. En estesentido son pues exteriores a las conciencias indivi-duales consideradas como tales, lo mismo que loscaracteres distintivos de la vida son exteriores a lassustancias minerales que componen al ser vivo. Nose les puede reabsorber en los elementos sin caer enuna contradicción, ya que por definición suponenuna cosa distinta a la que estos elementos contienen.Así queda justificada, por una razón nueva, la sepa-ración que hemos establecido más adelante entre lapsicología propiamente dicha, o ciencia de la menteindividual, y la sociología. Los hechos sociales sediferencian de los hechos psíquicos no sólo en cali-dad: tienen otro sustrato, no evolucionan en elmismo medio, no dependen de las mismas condicio-nes. Esto no significa que no sean, también ellos,psíquicos de alguna manera, puesto que todos con-sisten en modos de pensar o de actuar. Pero los esta-dos de la conciencia colectiva son de una naturalezadiferente a la de los estados de la conciencia indi-vidual, son representaciones de otro tipo. Y lamentalidad de los grupos no es la de los individuos;tiene sus leyes propias. Las dos ciencias son tan neta-mente distintas como dos ciencias cualquiera pueden

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serlo, sin importar las relaciones que, por lo demás,pueda haber entre ellas

No obstante, en este punto procede hacer unadistinción que tal vez aclare el debate.

Que la materia de la vida social no pueda expli-carse por factores puramente psicológicos, es decir,por estados de la conciencia individual, es para nos-otros la evidencia misma. Efectivamente, lo que lasrepresentaciones colectivas traducen es la manera enque el grupo se piensa en sus relaciones con losobjetos que lo afectan. Ahora bien, el grupo está cons-tituido de otra manera que el individuo, y las cosasque lo afectan son de otra naturaleza. Por ello nopodrían depender de las mismas causas representa-ciones que no expresan ni los mismos temas ni losmismos objetos. Para comprender cómo la sociedadse representa a sí misma y al mundo que la rodea, esnecesario considerar la naturaleza de la sociedad y nola de los individuos particulares. Los símbolos bajolos cuales se piensa cambian según ella es. Si, porejemplo, se concibe como salida de un animal epó-nimo, forma uno de los grupos especiales que llama-mos clanes. Cuando el animal es sustituido por unantepasado humano, pero mítico también, es que elclan ha cambiado de naturaleza. Si, por encima dedivinidades locales o familiares, imagina otras de lasque cree depender, es que los grupos locales y fami-liares de los que se compone tienden a concentrarse yunirse, y el grado de unidad que presenta un panteónreligioso corresponde al grado de unidad logrado enel mismo momento por la sociedad. Si ésta condenadeterminados modos de conducta es porque ofendenalgunos de sus sentimientos fundamentales; y esos

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sentimientos son parte de su constitución, como losdel individuo lo son de su temperamento físico y desu organización mental. Así, aun cuando la psicolo-gía individual no tuviera secretos para nosotros, nopodría darnos la solución a ninguno de estos proble-mas, porque se relacionan con órdenes de hechos queella desconoce.

Pero, una vez reconocida esta heterogeneidad,podemos preguntar si, no obstante, hay algo quesemeja las representaciones individuales y las colecti-vas, ya que tanto las unas como las otras son, despuésde todo, representaciones; y también si a consecuen-cia de ese parecido no habrá ciertas leyes abstractasque sean comunes a los reinos. Los mitos, las leyen-das populares, los conceptos religiosos de todo tipo,las creencias morales, etc., expresan una realidad dife-rente a la realidad individual; pero pudiera ser que lamanera en que se atraen o se rechazan, se agregan o sedisgregan, sea independiente de su contenido y tengaque ver sólo con su calidad general de representacio-nes. Al estar hechas de una materia diferente, se com-portarían en sus relaciones mutuas como lo hacen lassensaciones, las imágenes o las ideas en el individuo.¿No es de creer, por ejemplo, que la contigüidad y elparecido, los contrastes y los antagonismos lógicos secomparten de la misma manera, sean cuales las cosasrepresentadas? Se llega así a concebir la posibilidadde que exista una psicología formal que sería unaespecie de terreno común de la psicología individualy de la sociología; y quizá sea esto lo que crea elescrúpulo que ciertos espíritus experimentan a lahora de distinguir estas dos ciencias de una manerademasiado tajante.

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Para hablar con rigurosidad, en el estado actual denuestros conocimientos no podríamos dar una res-puesta categórica a la pregunta planteada. Así es: poruna parte, todo lo que sabemos sobre la manera enque se combinan las ideas individuales se reduce aalgunas proposiciones muy generales y vagas a lasque comúnmente llamamos leyes sobre la asociaciónde ideas. Y en cuanto a las leyes por las que se rige laideación colectiva, las desconocemos todavía más. Lapsicología social, que debería tener por cometido eldeterminarlas, no pasa de ser una palabra con laque se designa toda clase de generalidades, variadas eimprecisas, sin objeto definido. Haría falta averiguar,con la comparación de los temas míticos, las leyendasy tradiciones populares, las lenguas, de qué maneralas representaciones sociales se interpelan o se exclu-yen, se fusionan unas en otras o se separan, etc.Ahora bien, aunque este problema se merece lacuriosidad de los investigadores, apenas podemosdecir que lo hayan abordado: y mientras no se hayandescubierto algunas de estas leyes, es obvio que seráimposible saber con seguridad si repiten o no lasleyes de la psicología individual.

No obstante, a falta de esa seguridad, por lo menoses probable que, si existen semejanzas entre las dosclases de leyes, las diferencias no estén menos marca-das. En efecto, parece inadmisible que la materia dela que están hechas las representaciones no actúesobre los modos en que éstas se combinan. Es verdadque los psicólogos hablan a veces sobre leyes de aso-ciación de las ideas, como si éstas fuesen las mismaspara todos los tipos de representaciones individuales;pero nada es menos verosímil: las imágenes no se

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componen entre sí como las sensaciones, ni los con-ceptos corno las imágenes. Si la psicología estuvieramás avanzada, constataría sin duda alguna que cadacategoría de estados mentales tiene sus leyes formalesque le son propias. Si es así, debemos esperar a for-tiori que las leyes correspondientes del pensamientosocial sean específicas como ese pensamiento mismo.En realidad, pese a lo poco que se ha practicado esteorden de hechos, es dificil no tener la sensación dedicha especificidad. ¿Acaso no es ella la que hace quenos parezca tan extraña la manera tan especial en quelos conceptos religiosos (que son colectivos en el másalto grado) se mezclan, o se separan, se transformanunos en otros haciendo que nazcan compuestos con-tradictorios que contrastan con los productos ordi-narios de nuestro pensamiento privado? De modoque, si, como es de suponerse, algunas leyes de lamentalidad social nos recuerdan algunas de las queestablecen los psicólogos, no es que las primeras seanun simple caso particular de las segundas sino que,además de diferencias muy importantes, entre unas yotras hay similitudes que la abstracción podrá poneral descubierto y que por el momento todavía ignora-mos. Es decir, que en ningún caso puede la sociolo-gía, simple y llanamente, tomar prestada de lapsicología tal o cual de sus proposiciones para apli-carla tal cual a los hechos sociales. El pensamientocolectivo en su totalidad, tanto en su forma como ensu materia, debe ser estudiado en si mismo y por símismo, con el sentimiento de lo que tiene de especial,y es preciso dejar que el futuro se ocupe de averiguarhasta qué punto se parece al pensamiento de losindividuos. Este es un problema que pertenece más a

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la jurisdicción de la filosofía general y de la lógicaabstracta que al estudio científico de los hechos so-ciales.'

III

'Nos queda por decir algunas palabras sobre la defi-nición de los hechos sociales que hemos dado en elprimer capítulo de nuestro libro. Para nosotros con-siten en maneras de hacer o de pensar, y se les reco-noce por la particularidad de que son susceptiblesde ejercer una influencia coercitiva sobre las concien-cias individuales (sobre este tema se ha producido-u-na confusión que merece destacarse).

Es tal la costumbre de aplicar a las cosas sociológi-cas las formas del pensamiento filosófico que, amenudo, se ha visto en esta definición preliminaruna especie de filosofía del hecho social. Se ha dichoque nosotros explicamos los fenómenos sociales porsu contrario, lo mismo que Tarde los explica porimitación. Nunca tuvimos esa ambición y ni siquierase nos había ocurrido la posibilidad de que nos laatribuyeran, tan contraria como es a todo método.Nuestro propósito no era el de anticipar por víafilosófica las cohclusiones de la ciencia, sino sólo elde indicar por cuáles signos exteriores se puedenreconocer los hechos de los que ella debe ocuparse,con el fin de que el investigador pueda advertirlosdonde estén y no los confunda con otros. Se trataba dedelimitar el campo de la investigación lo más posi-

3 Es inútil demostrar por qué, desde este punto de vista, parece todavía másevidente la necesidad de estudiar los hechos desde fuera, ya que son el resultadode síntesis que tienen lugar fuera de nosotros y de las que ni siquiera tenemos lapercepción confusa que la conciencia puede darnos de los fenómenos interiores.

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ble, no de abarcarlo con una especie de intuiciónexhaustiva. También aceptamos de buen grado elreproche que se hace a esta definición en el sentidode que no expresa todos los caracteres del hechosocial y, por lo tanto, no es la única posible. Enefecto, nada hay de inconcebible en el hecho de quepueda estar caracterizado de varias maneras distintas,pues no hay razón para que sólo tenga una solapropiedad distintiva.4 Lo importante es elegir la queparezca mejor para el fin que nos proponemos. Hastaes muy posible emplear al mismo tiempo varios crite-rios, dependiendo de las circunstancias. Y eso es algoque nosotros mismos hemos admitido que es necesa-rio a veces en la sociología, porque en algunos casosel carácter de coacción no es fácilmente reconocible(ver pp. 51-52). Lo único que hace falta es que, como setrata de una definición inicial, las características delas que se sirve sean inmediatamente discernibles ypuedan ser advertidas antes de iniciar la investiga-ción. Ahora bien, las definiciones qúe a veces se hanpropuesto para oponerse a la nuestra no cumplenesta condición. Se ha dicho, por ejemplo, que elhecho social es "todo lo que se produce en y por lasociedad", o "lo que interesa y afecta al grupo de

4 El poder coercitivo que le atribuimos es incluso una parte tan pequeña delhecho social que éste bien puede presentar el carácter opuesto. Pues, al mismotiempo que las instituciones se nos imponen, nosotros nos atenemos a ellas; nosobligan y nosotros las amarnos; nos constriñen y nosotros sacarnos provecho desu funcionamiento y de la coacción misma que ejercen sobre nosotros. Estaantítesis es la que los moralistas han señalado con frecuencia entre los dosconceptos del bien y del deber, que expresan dos aspectos diferentes, peroigualmente reales, de la vida moral. Quizá no haya prácticas colectivas que noejerzan sobre nosotros esta doble acción, la cual, por otra parte, sólo es contra-dictoria en apariencia. Si no las hemos definido tomando en cuenta esta vincu-lación especial, interesada y desinteresada a la vez, es sólo porque no semanifiesta por signos exteriores que se pueden percibir con facilidad. El bientiene algo que es más interno, más íntimo que el deber, por lo tanto, menos asible.

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alguna manera". Pero no se puede saber si la socie-dad es o no la causa de un hecho o si ese hecho tieneefectos sociales más que cuando la ciencia ya haavanzado. Tales definiciones no pueden servir,entonces, para determinar el objeto de la investiga-ción que comienza. Para poder utilizarlas, primero elestudio de los hechos sociales debe haber llegado yabastante lejos y, en consecuencia, se debe haber des-cubierto algún otro modo previo a la investigaciónque permita reconocer los hechos sociales donde-quiera que estén.

Al mismo tiempo que se ha encontrado nuestradefinición demasiado estrecha, se la acusa de serdemasiado amplia y de abarcar casi todo lo real. Enefecto, se ha dicho, todo medio físico ejerce una coac-ción sobre los seres que sufren su acción, puesto queen cierta medida están obligados a adaptarse a él.Pero entre estos dos modos de coerción hay toda ladiferencia que separa a un medio físico de un mediomoral. No podemos confundir la presión ejercidapor uno o varios cuerpos sobre otros cuerpos oincluso sobre las voluntades, con la que la concienciade un grupo ejerce sobre la conciencia de sus miem-bros. Lo extraordinario de la coacción social no sedebe a la rigidez de ciertas disposiciones molecularessino al prestigio del que están investidas ciertas repre-sentaciones. Es verdad que los hábitos, individualeso hereditarios, tienen, en ciertos aspectos, esta mismapropiedad. Nos dominan, nos imponen creencias oprácticas. Sólo que nos dominan desde dentro, puestodos están por completo dentro de cada uno denosotros. En cambio, las creencias y las prácticassociales actúan sobre nosotros desde fuera: también

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la influencia que unos y otros ejercen es, en el fondo,muy distinta.

No hay que asombrarse, por lo demás, de que losotros fenómenos de la naturaleza presenten bajo for-mas distintas el mismo carácter por el que nosotroshemos ya definido los fenómenos sociales. Estasimilitud se debe simplemente a que tanto los unoscomo los otros son cosas reales. Pues todo lo que esreal tiene una naturaleza definida que se impone, conla que es preciso contar y que, aun cuando consiga-mos neutralizarla, jamás es vencida por completo. Y,en el fondo, esto es lo que de tan singular tiene elconcepto de la coerción social, pues todo lo queimplica es que las maneras colectivas de actuar o depensar tienen una realidad fuera de los individuos,los cuales se ajustan a ella todo el tiempo. Son cosasque tienen una existencia propia. El individuo lasencuentra ya formadas y no puede hacer que no seano que sean de un modo distinto a como son; está,pues, obligado a tomarlas en cuenta, y tanto másdifícil (aunque no decimos imposible) es para élmodificarlas cuanto que, en grados diversos, partici-pan de la supremacía material y moral que la socie-dad tiene sobre sus miembros. No hay duda de que elindividuo participa en su formación. Pero, para quehaya un hecho social, es preciso que varios indivi-duos por lo menos, hayan combinado su acción yque de esta combinación resulte un producto nuevo.Y, como esa síntesis tiene lugar fuera de cada unode nosotros (puesto que en ella entra una pluralidad deconciencias), tiene necesariamente como efecto elde fijar, instituir fuera de nosotros ciertas maneras deobrar y ciertos juicios que no dependen de cada volun-

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tad particular tomada aparte. Como se ha hechonotar,5 hay una palabra que, si se utiliza extendiendoun poco su acepción común, expresa bastante bienesta manera de ser muy especial: la palabra institu-ción. En efecto, sin desnaturalizar el sentido de estetérmino, se puede llamar institución a todas lascreencias y todos los modos de conducta instituidospor la comunidad; podemos, entonces, definir lasociología como la ciencia de las instituciones, sugénesis y su funcionamiento.6

Sobre las otras controversias que esta obra ha susci-tado nos parece inútil insistir, pues no tocan ningúnpunto esencial. La orientación general del métodono depende de los procedimientos que se prefiereemplear, ya sea para clasificar los tipos sociales opara distinguir lo normal de lo patológico. Además,tales desaveniencias se deben muy a menudo a quesus autores se niegan a admitir o admiten con reser-vas nuestro principio fundamental: la realidad obje-tiva de los hechos sociales. En definitiva, sobre esteprincipio descansa de todo, y todo vuelve a él. Por ellonos ha parecido útil ponerlo en relieve una vez más,

5 Véase la voz "Sociologie" de la Grande Encyclopédie, por Fauconnet yMauss.

6 El hecho de que las creencias y las prácticas sociales penetren en nosotrosdesde fuera no quiere decir que las recibamos pasivamente y sin hacerles sufrirninguna modificación. Al pensar las instituciones colectivas, al asimilarnos aellas, las individualizamos, les imprimimos, más o menos, nuestro sello perso-nal; es así como, al pensar el mundo sensible, cada uno de nosotros lo colorea asu estilo, y por eso distintas personas se adaptan de modo diferente a un mismoentorno físico. Por esa razón cada uno de nosotros se fabrica, hasta cierto punto,su moral, su religión, su técnica. No hay conformismo social que no comportetoda una gama de matices individuales. Sin embargo, el campo de las variacio-nes permitidas es limitado. Es nulo o muy endeble en el círculo de los fenóme-nos religiosos y morales, donde la variación se convierte fácilmente en delito; esmás amplio en todo lo que concierne a la vida económica. Pero, rarde otemprano, incluso en el primer caso, nos topamos con un límite que nopodemos rebasar.

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segregándolo de toda cuestión secundaria. Y estamosseguros de que al atribuirle tal importancia perma-necemos fieles a la tradición sociológica, pues, en elfondo, de este concepto ha salido la sociología entera.Así es: esta ciencia sólo podía nacer cuando se presin-tió que los fenómenos sociales, pese a no ser materia-les, no dejan de ser cosas reales que arneritan estudio.Para haber llegado a pensar que había motivos parainvestigar lo que son, hubo que haberse entendidoque existen de manera definida, que tienen unamanera de ser constante, una naturaleza que nodepende de lo arbitrario individual y que de elladerivan relaciones que son necesarias. Y la historiade la sociología no es, en realidad, más que el prolon-gado esfuerzo que se ha hecho con miras a precisarese sentimiento, a profundizarlo y a desentrañartodas las consecuencias que implica. Pero, a pesar delos grandes avances logrados en este sentido, luego deeste trabajo se verá que todavía sobreviven numero-sos restos del postulado antropocéntrico, que, aquícomo en todas partes, corta el camino a la ciencia. Alhombre le disgusta renunciar al poder ilimitado quedurante tanto tiempo creyó tener sobre el ordensocial y, por otra parte, le parece que, si de verdadexisten fuerzas colectivas, está condenado por necesi-dad a sufrirlas sin poder modificarlas. Esto es lo quelo lleva a negar su existencia. Las experiencias repeti-das en vano le han enseñado que esa omnipotencia,con la que se ha engañado para procurarse placer ysatisfacción en la vida, ha sido siempre para él unacausa de debilidad; que su imperio sobre las cosascomenzó en realidad en el momento en que se reco-noció que tienen una naturaleza propia y se resignó a

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aprender de ellas mismas lo que son. Desechado portodas las demás ciencias, este deplorable prejuicio semantiene con obstinación en la sociología. No hay,pues, nada más urgente que tratar de librar de éldefinitivamente a nuestra ciencia; y ése es el objetivoprincipal de nuestros esfuerzos.

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Introducción

Hasta ahora, los sociólogos no se han preocupadopor caracterizar y definir el método que aplican alestudio de los hechos sociales. Así, en toda la obra deSpencer el problema metodológico no ocupa ningúnlugar; porque la Introducción a la ciencia social,cuyo título podría llamar a engaño, está consagrada amostrar las dificultades y la posibilidad de la sociolo-gía, no a exponer los procedimientos que debe apli-car. Es verdad que Mili se ocupó del terna conbastante detalle;1 pero no hizo más que cribar en sudialéctica lo que Colme había dicho, sin añadirlenada realmente personal. Un capítulo del Curso defilosofía positiva es más o menos el único estudiooriginal e importante que poseemos sobre la mate-ria.2

Esta despreocupación aparente no tiene nada quenos sorprenda. En efecto, los grandes sociólogoscuyos nombres acabamos de recordar no salieronsiquiera de las generalizaciones sobre la naturalezade las sociedades, sobre las relaciones que median

Sistema de la lógica deductiva e inductiva, lib VI, caps ~u.2 ibid., capitulo y, 21 ed., pp. 294-336.

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entre el reino social y el reino biológico, y sobre lamarcha general del progreso; aun la voluminosasociología de Spencer no tiene más objeto que mos-trar cómo se aplica a las sociedades la ley de la evolu-ción universal. Ahora bien, para estas cuestionesfilosóficas no se necesitan procedimientos especialesy complicados. Ellos, pues, se contentaban con sope-sar los méritos comparados de la deducción y de lainducción y con investigar superfluamente los recur-sos más generales de los que dispone la investigaciónsociológica. Pero las preocupaciones que han detomarse en la observación de los hechos, la formacorrecta de plantear los principales problemas, elsentido en el que deben dirigirse las ivestigaciones,las prácticas especiales que podían permitirles llegaral final, las reglas que deben presidir la administra-ción de las pruebas, quedaron sin definir.

Un feliz concurso de circunstancias, en primera-fila de las cuales es justo colocar la iniciativa que creóen nuestro favor un curso regular de sociología en laFacultad de Letras de Burdeos, nos permitió consa-grarnos desde muy temprano al estudio de la cienciasocial y convertirla, incluso, en materia de nuestrasocupaciones profesionales; gracias a ello, hemospodido salirnos de esas cuestiones demasiado genera-les y abordar cierto número de problemas particula-res. Hemos sido llevados, por la fuerza misma de lascosas, a elaborar un método más definido, y, creemos,mejor adapatado a la naturaleza particular de losfenómenos sociales. Querríamos exponer aquí en suconjunto esos resultados de nuestra práctica y some-terlos a discusión. Sin duda, están implícitamentecontenidos en el libro que no hace mucho publica-

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mos sobre la la División del trabajo social. Pero cree-mos que presenta cierto interés el hecho de despren-derlos del conjunto, formularlos en otro ladoacompañándolos con sus pruebas e ilustrándoloscon ejemplos tomados de esta obra o de trabajostodavía inéditos. De esa manera se podrá juzgarmejor la orientación que querríamos dar a los estu-dios de la sociología.

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I.¿Qué es un hecho social?

Antes de averiguar cuál es el método que conviene alestudio de los hechos sociales, importa saber cuálesson los hechos a los que damos este nombre.

La pregunta es doblemente necesaria, porque seaplica este calificativo sin mucha precisón. Se em-plea de ordinario para designar más o menos a todoslos fenómenos que se desarrollan en el interior de lasociedad, siempre que presenten, con cierta gener-ralización, algún interés social. Pero en este sentidopuede decirse que no hay acontecimientos huma-nos que no puedan llamarse sociales. Cada individuobebe, duerme, come, razona y a la sociedad le intere-sa que dichas funciones se ejerzan en forma regular.Por lo tanto, si esos hechos fueran sociales, la socio-logía no tendría objeto propio y su campo se confun-diría con el de la biología y la psicología.

Pero, en realidad, en todas las sociedades existe ungrupo determinado de fenómenos que se distinguenmarcadamente de los que estudian las otras cienciasde la naturaleza.

Cuando desempeño mi tarea de hermano, esposo ociudadano, cuando cumplo los compromisos que he

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contraído, realizo deberes que están definidos, fuerade mí y de mis actos, en el derecho y en las costum-bres. Incluso cuando están de acuerdo con mis senti-mientos y siento interiormente su realidad, ésta nodeja de ser objetiva; porque no soy yo quien los hacreado, sino que los he recibido por medio de laeducación. Por otra parte, cuántas veces sucede quedesconocemos los pormenores de las obligacionesque nos incumben y que, para conocerlas, necesita-mos consultar el Código y sus intérpretes autoriza-dos. De igual manera, al nacer encontramos yahechas todas las creencias y las prácticas de la vidareligiosa; si existían antes es que existen fuera denosotros. El sistema de signos que utilizo para expre-sar mi pensamiento, el sistema monetario queempleo para pagar mis deudas, los instrumentos decrédito que utilizo en mis relaciones comerciales, lasprácticas seguidas en mi profesión, etc., etc., funcio-nan independientemente del uso que hago de ellos.Si tomamos uno tras otro a todos los miembros de losque se compone la sociedad, encontramos que lo queantecede puede repetirse acerca de cada uno de ellos.He aquí modos de actuar, de pensar y de sentir quepresentan la propiedad notable de que existen fuerade las conciencias individuales.

Estos tipos de conducta o de pensamiento no sonsólo exteriores al individuo, sino que están dotadosde un poder imperativo y coercitivo en virtud del cualse imponen a él, lo quiera o no. Sin duda, cuando meconformo a él plenamente, esta coacción no se sienteo se siente poco, ya que es inútil. Pero no deja de serun carácter intrínseco de esos hechos y la pruebaestriba en que se afirma en cuanto yo trato de resistir.

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Si intento infringir las reglas del derecho, éstas reac-cionan contra mí de tal manera que impiden mi actosi están a tiempo, o lo anulan y lo restablecen bajo suforma normal si ya es irreparable; o me lo hacenexpiar si ya no puede ser reparado de otra manera. ¿Setrata de máximas puramente morales? La concienciapública reprime todo acto que las ofende, mediantela vigilancia que ejerce sobre la conducta de los ciu-dadanos y las penas o castigos especiales de las quedispone. En otros casos, la coacción es menos vio-lenta, pero no deja de existir. Si yo no me someto a lasconvenciones del mundo, si al vestirme no tengo encuenta los usos vigentes dentro de mi país y de miclase, la risa que provoco, el alejamiento en el que seme mantiene, producen, aunque en forma más ate-nuada, los mismos efectos que un castigo propia-mente dicho. Además, la coacción, aunque seaindirecta, no es menos eficaz. No estoy obligado ahablar francés con mis compatriotas ni a emplear lamoneda legal; pero es imposible no hacerlo. Si tra-tara de eludir esta necesidad, mi tentativa fracasaríamiserablemente. Si fuera industrial, nada me prohi-biría trabajar con procedimientos y métodos del siglopasado; pero me arruinaría indefectiblemente. Auncuando, de hecho, puedo librarme de estas reglas einfringirlas con éxito, nunca será sin verme obligadoa luchar contra ellas. Aunque sean vencidas final-mente, hacen sentir bastante su poder coercitivo porla resistencia que oponen. No hay ningún innovadoraunque sea afortunado, cuyas empresas no tropie-cen con oposiciones de esta índole.

He aquí, pues, un orden de hechos que presentancaracterísticas muy especiales: consisten en modos de

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actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo,y están dotados de un poder de coacción en virtud delcual se imponen sobre él. Además, no pueden con-fundirse con los fenómenos orgánicos, puesto queconsisten en representaciones y en actos; ni con losfenómenos psíquicos, los cuales sólo existen dentrode la conciencia individual y por ella. Constituyen,pues, una nueva especie y a ellos debe darse y reser-varse el calificativo de sociales. Les correspondeporque está claro que, no teniendo por sustrato alindividuo, no pueden tener otro más que la sociedad,bien sea la sociedad política en su integridad, bienalguno de los grupos parciales que contiene: confe-siones religiosas, escuelas políticas, literarias, corpo-raciones profesionales, etc. Por otra parte, sólo a ellosconviene, porque la palabra social sólo tiene un sig-nificado concreto, a condición de que designe única-mente fenómenos que no corresponden a ninguna delas categorías de hechos ya constituidas y denomina-das. Constituyen, por lo tanto, el campo propio de lasociología. Es verdad que la palabra coacción, con lacual los definimos, corre el riesgo de asustar a loscelosos partidarios del individualismo absoluto.Como profesan que el individuo es perfectamenteautónomo, les parece que se le disminuye cada vezque se le hace sentir que no depende sólo de sí mismo.Pero, como hoy día es indiscutible que la mayoría denuestras ideas y de nuestras tendencias no son elabo-radas por nosotros sino que nos llegan de fuera, sólopueden penetrar en nosotros imponiéndose: y eso estodo lo que significa nuestra definición. Además, yase sabe que no todas las coacciones sociales excluyennecesariamente la personalidad individual.'

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Sin embargo, como los ejemplos que acabamos decitar (reglas jurídicas, morales, dogmas religiosos,sistemas financieros, etcétera) consisten todos encreencias y prácticas constituidas, de acuerdo con loque antecede se podría creer que sólo hay un hechosocial donde existe una organización definida. Perohay otros hechos que, sin presentar estas formas cris-talizadas, tienen la misma objetividad y el mismoascendiente sobre el individuo. Esto es lo que llama-mos las-corrientes sociales. Así, en una asamblea, losgrandes movimientos de entusiasmo, de indigna-ción, de piedad que se producen, no tienen comolugar de origen ninguna conciencia particular. Nosllegan a cada uno de nosotros desde fuera y sonsusceptibles de arrastarnos a pesar nuestro. Sin duda,puede suceder que al abandonarme a ellos sinreserva, no sienta la presión que ejercen sobre mí.Pero esa presión se agudiza en cuanto trato de lucharcontra ellos. Si un individuo intenta oponerse a unade esas manifestaciones colectivas, los sentimientosque rechaza se vuelven en su contra. Ahora bien, sieste poder de coacción externo se afirma en los casosde resistencia con esa claridad, es que existe, aunqueinconsciente, en los casos contrarios. Somos entoncesjuguetes de una ilusión que nos hace creer que hemoselaborado nosotros mismos lo que se nos imponedesde fuera. Pero, si bien la complacencia con la quenos dejamos ir enmascara el empuje sufrido, no losuprime. Es como el aire, que no deja de pesar aun-que ya no sintamos su peso. Aunque no hayamoscolaborado espontáneamente en la emoción común,

1 Por lo demás, no se trata de decir que toda coacción es normal. Volveremosmás tarde sobre este punto.

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la impresión que hemos sentido es muy distinta de laque hubiéramos experimentado estando solos. Por lotanto, cuando la asamblea se ha disgregado, esasinfluencias sociales dejan de actuar sobre nosotros y,al encontrarnos solos con nosotros mismos, los senti-mientos por los cuales hemos pasado nos hacen elefecto de algo extraño en donde ya no nos reconoce-mos. Nos damos cuenta entonces de que mucho másque experimentarlos, los hubimos de padecer.Incluso sucede que nos horrorizan por ser contrariosa nuestra naturaleza. De esta manera, individuos per-fectamente inofensivos en su mayoría, pueden,reunidos en multitud, dejarse arrastrar a hacer cosasatroces. Ahora bien, lo que decimos de estas explosio-nes transitorias se aplica también a los movimientosde opinión más duraderos, que se producen sin cesaren torno nuestro, bien en toda la extensión de lasociedad, bien en círculos más restringidos, en rela-ción con materias religiosas, políticas, literarias,artísticas, etcétera.

Además, podemos confirmar mediante una expe-riencia característica, esta definición del hechosocial: basta observar la forma en que se educa a losniños. Cuando se observan los hechos tal como son ycomo han sido siempre, salta a la vista que todaeducación consiste en un esfuerzo continuo por

Imponer al niño formas de ver, de sentir y de actuar alos cuales no llegaría espontáneamente2 Desde losprimeros momentos de su vida lo obligamos a comer,a beber, a dormir a horas regulares, lo coaccionamosa la limpieza, la tranquilidad, la obediencia; mástarde, lo obligamos a que aprenda a tener en cuentaal prójimo, a respetar los usos, las conveniencias, le

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imponemos el trabajo, etc., etc. Si con el tiempodejan de sentir esta coacción, es porque poco a pocoengendra hábitos, tendencias internas que la haceninútil, pero que la sustituyen porque derivan de ella.Es verdad, que, según Spencer, una educación racio-nal debería rechazar tales procedimientos y dejarle alniño absoluta libertad; pero, como esta teoría peda-gógica no ha sido practicada nunca por ningún pue-blo conocido, tan sólo constituye un desideratumpersonal, no un hecho que pueda oponerse a loshechos que antecedenA Ahora bien, lo que hace aestos últimos particularmente instructivos es que laeducación tiene justamente por objeto constituir alsér, social; por ellos puede verse, como en resumen, dequé modo se ha constituido dicho ser en el curso de lahistoria. La constante que el niño padece es la pre-sión misma del medio social que tiende a moderarloa su imagen y del cual los padres y maestros no sonmás que representantes e intermediarios.

Por lo tanto, no es su generalización la que puedeservir para caracterizar los fenómenos sociológicos.Un pensamiento que se encuentra en todas las con-ciencias, un movimiento que repiten todos los indi-viduos no por ello son hechos sociales. Si nos hemoscontentado con ese aspecto para definirlos, es porquese les ha confundido, con lo que podríamos llamarsus encarnaciones individuales. Lo que los consti-tuyeson las creencias, las tendencias, las prácticas delgrupo considerado colectivamente; en cuanto a lasformas que revisten los estados colectivos al refrac-tarse en los individuos, son cosas de otra especie. Loque demuestra categóricamente esta doble naturalezaes que estos dos órdenes de hechos se presentan a

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menudo disociados. En efecto, algunos de esosmodos de actuar o de pensar adquieren, mediante surepetición, una especie de consistencia que los preci-pita, por decirlo así, y los aisla de los acontecimientosparticulares que los reflejan; Adquieren de estamanera un cuerpo, una forma sensible que les espropia y constituyen una realidad sui generis, muydistinta de los hechos individuales que la manifies-tan. La costumbre colectiva no existe solamente enestado de inmanencia en los actos sucesivos quedetermina, sino que, por un privilegio del que noencontramos ejemplo en el reino biológico, seexpresa de una vez por todas en una fórmula que serepite de boca en boca, que se transmite por medio dela educación y que se fija incluso por escrito. Estosson el origen y la naturaleza de las reglas jurídicas,morales, de los aforismos y los dichos populares, delos artículos de fe en los que las sectas religiosas opolíticas condensan sus creencias, de los códigos debuen gusto que establecen las escuelas literarias, etc.Ninguno de ellos se encuentra por completo en las apli-caciones que de ellos hacen los individuos, puestoque pueden existir incluso sin ser actualmente apli-cados.

Sin duda, esta disociación no se presenta siemprecon la misma claridad. Pero basta que exista de unamanera incontestable en los casos importantes ynumerosos que acabamos de recordar, para demos-tratar que el hecho social es distinto de sus repercu-siones individuales. Por otra parte, aunque no seobserve de forma inmediata, se puede realizar amenudo con la ayuda de ciertos artificios de método;incluso es indispensable efectuar esta operación, si se

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quiere aislar el hecho social, para observarlo en todasu pureza./ Así, existen ciertas corrientes de opiniónque nos empujan, con intención desigual según lostiempos y los países, una al matrimonio, por ejem-plo, otra al suicidio o a una natalidad más o menosalta, etc. Estos son sin duda hechos sociales. A pri-mera vista, parecen inseparables de las formas queadoptan en los casos particulares. Pero la estadísticanos proporciona la manera de aislarlos. Están enefecto representados, no sin exactitud, por la tasa denatalidad, la tasa de matrimonios, la de los suici-dios, es decir, por el número que se obtiene divi-diendo la media total anual de los matrimonios, delos nacimientos, de las muertes voluntarias, por el delos hombres en edad de casarse, de procrear, de suici-darse.2 Porque como cada una de estas cifras com-prende todos los casos particulares indistintamente,las circunstancias individuales que pueden parti-cipar de algún modo en la producción del fenómenose neutralizan entre sí y, en consecuencia, no contri-buyen a determinarlo. Lo que expresa es cierto estadodel alma colectiva.

He aquí, pues, lo que son los fenómenos sociales,despojados de todo elemento extraño. En cuanto asus manifestaciones privadas, éstas tienen algosocial, puesto que reproducen en parte un modelocolectivo; pero cada una de ellas depende también, yen gran parte, de la constitución orgánico-psíquicadel individuo, de las circunstancias particulares enlas que se encuentra. No son fenómenos sociológicospropiamente dichos. Participan a la vez de los dos

gente no se suicida a cualquier edad, ni en todas las edades, con la mismaintensidad.

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reinos; se las podría denominar socio-psíquicas. Inte-resan al sociológo sin constituir la materia inmediatade la sociología. Se encuentran también en el interiordel organismo fenómenos de naturaleza mixta queestudian las ciencias combinadas, como la químicabiológica

Pero se nos dirá que un fenómeno sólo puede sercolectivo si es común a todos los miembros de lasociedad o, por lo menos a la mayoría, si es unfenómeno general.

Sin duda, pero si es general será porque es colec-tivo (es decir, más o menos obligatorio), pero no escolectivo por ser general. Se trata de un estado delgrupo, que se repite entre los individuos porque seimpone a ellos. Está en cada parte porque está en eltodo, pero no está en el todo porque esté en las partes.Se hace evidente, sobre todo, en las creencias y prácti-cas que nos son transmitidas ya hechas por las gene-raciones anteriores; las recibimos y las adoptamosporque, siendo a la vez una obra colectiva y una obrasecular, están investidas de una autoridad particularque la educación nos ha enseñado a reconocer y arespetar. Pero debe señalarse que la inmensa mayoríade los fenómenos sociales nos llega por esta vía. Y,aunque el hecho social se debe, en parte, a nuestracolaboración directa, no es de otra naturaleza. Unsentimiento colectivo, que estalle en una asamblea,no manifiesta simplemente lo que había en comúnentre todos los sentimientos individuales. Es algomuy distinto, como hemos demostrado. Es resultantede la vida común, un producto de los actos y lasreacciones que se efectúan entre las conciencias indi-viduales; y si resuena en cada una de ellas, es en

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virtud de la energía especial que debe precisamente asu origen colectivo. Si todos los corazones vibran alunísono, no es debido a una concordancia espontá-nea y preestablecida; es que una misma fuerza lasmueve en el mismo sentido. Cada uno es arrastradopor todos.

Llegamos pues a representarnos en forma precisael campo de la sociología. Sólo abarca un grupodeterminado de fenómenos. Un hecho social se reco-noce gracias al poder de coacción exterior que ejerceo que es susceptible de ejercer sobre los individuos; yla presencia de dicho poder es reconocida a su vez,bien por la existencia de alguna sanción determi-nada, o bien por la resistencia que le lleva a oponersea toda empresa individual que tienda a violentarlo.Sin embargo, le puede definir también por la difu-sión que presenta en el interior del grupo, con talque, de acuerdo con las observaciones que anteceden,se tenga cuidado de añadir como segunda y esencialcaracterística aquella que existe independiente-

, mente de las formas individuales que adopta aldifundirse. Este último criterio es incluso, en ciertoscasos, más fácil de aplicar que el anterior. En efecto,la coacción es fácil de comprobar cuando se traduceen el exterior por alguna reacción directa de la socie-dad, como en el caso del derecho, la moral, las creen-cias, los usos, las modas mismas. Pero cuando essólo indirecta, como la que ejerce una organizacióneconómica, no se deja percibir siempre con tantaclaridad. Entonces puede ser más fácil establecer lageneralización combinada con la objetividad. Porotra parte, esta segunda definición es sólo otra formade la primera; porque, sólo por imposición puede

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generalizarse una manera de actuar que es exterior alas conciencias individuales.5

Sin embargo, podríamos preguntarnos si esta defi-nición es completa. En efecto, los hechos que nos hanproporcionado su base son siempre modos de hacer;son de orden sociológico. Pero también hay modosde ser colectivos, es decir, hechos sociales de ordenanatómico o morfológico. La sociología no puededesinteresarse de lo que concierne al sustrato de lavida colectiva. Sin embargo, el número y la natura-leza de las partes elementales que componen a lasociedad, la manera en que están dispuestas, el gradode coalescencia a que han llegado, la distribución dela población sobre la superficie del territorio, elnúmero y la naturaleza de las vías de comunicación,la forma de las viviendas, etc., no pueden a primeravista relacionarse con maneras de sentir o de pensar.

Pero, en primer lugar, estos diversos fenómenospresentan la misma característica que nos ha servidopara definir a los demás. Estos modos de ser se impo-

3 Vemos hasta qué punto se aleja esta definición del hecho social, de la quesirve de base al ingenioso sistema de M. Tarde. Primero debemos declarar quenuestras investigaciones no nos han hecho comprobar en ningún lado estainfluencia preponderante que M. Tarde atribuye a la imitación en la génesis delos hechos colectivos. Además, parece que de la definición anterior, que no esuna teoría sino un simple resumen de datos inmediatos de la observación,resulta que la imitación, no sólo no expresa siempre, sino nunca, lo esencial ycaracterístico de/ hecho soda!. Sin duda, todo hecho social es imitado, tiene,como acabamos de mostrar, una tendencia a generalizarse, pero porque essocial, es decir, obligatorio. Su poder de expansión es, no la causa, sino laconsecuencia de su carácter sociológico. Si los hechos sociales fueran Im únicosque producen dicha consecuencia, la imitación podía servir, si no para explicar-los, al menos para definirlos. Pero un estado individual que tiene repercuciones nodeja por eso de ser individual. Además, podemos preguntarnos si la palabraimitación es la que conviene para designar la propagación debida a unainfluencia coercitiva, Bajo esta única expresión se confunden fenómenos muydiferentes y que necesitarían ser distinguidos.

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nen al individuo como los modos de hacer de los queya hemos hablado. En efecto, cuando se quiere cono-cer la manera en que una sociedad está divididapolíticamente, cómo se componen dichas divisiones,la fusión más o menos completa que existe entreellas, nada de esto se puede averiguar sin la ayuda deuna inspección material y mediante observacionesgeográficas: porque estas divisiones son moralesaunque tengan cierta base en la naturaleza física.Sólo a través del derecho público es posible estudiaresta organización, porque es este derecho lo que ladetermina, lo mismo que determina nuestras relacio-nes domésticas y cívicas. Pero no por esto deja de serobligatoria. Si la población se aglomera en nuestrasciudades en vez de dispersarse por el campo, es por-que existe una corriente de opinión, un empujecolectivo que impone a los individuos dicha concen-tración. No podemos escoger la forma de nuestrasviviendas ni la de nuestra ropa; por lo menos, una esobligatoria en la misma medida que la otra. Las víasde comunicación determinan de forma imperiosa elsentido en el cual se realizan las emigraciones inte-riores y los intercambios, e incluso la intensidad deesos intercambios y de esas emigraciones, etc. Porconsiguiente, a lo sumo podríamos añadir otra cate-goría a la lista de los fenómenos que hemos enume-rado y que presentan el signo distintivo del hechosocial; y como esta enumeración no era rigurosamenteexhaustiva, la adición no sería indispensable.

Y ni siquiera es útil; porque estas maneras de serson únicamente maneras de hacer consolidadas. La-estructura política de una sociedad es sólo la maneraen que los diferentes segmentos que la componen se

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han habituado a vivir unos con otros. Si sus relacio-nes son tradicionalmente estrechas, los segmentostienden a confundirse, o a distinguirse en caso con-trario. El tipo de vivienda que se nos impone no esmás que la forma en que todo el mundo que nosrodea y, en parte, las generaciones anteriores, se hanacostumbrado a construir sus casas. Las vías decomunicación no son más que el cauce que se haabierto a sí mismo, encaminando en el mismo sen-tido la corriente regular de los intercambios, de lasemigraciones, etc. Sin duda, si los fenómenos deorden morfológico. fueran los únicos que presentanesta estabilidad, se podría creer que constituyen unaespecie aparte. Pero una regla jurídica es un arreglono menos permanente que un tipo de arquitectura y,sin embargo, es un hecho fisiológico. Una simplemáxima moral es sin duda más maleable; pero tieneformas mucho más rígidas que un simple uso profe-sional o una moda. Existe así toda una gama dematices que, sin solución de continuidad, relacionalos hechos de estructura más caracterizados con esascorrientes libres de la vida social que no están aúnvolcadas en ningún molde concreto. Y es porque nohay entre ellos más que diferencias en el grado deconsolidación que presentan. Unas y otras no sonmás que vida más o menos cristalizada. Sin duda,quizá interese el nombre de morfológicos para loshechos sociales que conciernen al sustrato social,pero a condición de no perder de vista que son deigual naturaleza que los otros. Nuestra definiciónabarcará, pues, todo lo definido si decimos: unhecho social es toda manera de hacer, establecida ono, susceptible de ejercer sobre el individuo una

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coacción exterior; o también, el que es general en laextensión de una sociedad determinada teniendo almismo tiempo una existencia propia, independientede sus manifestaciones individuales,4

Este estrecho parentesco entre la vida y la estructura, el órgano y su función,puede ser fácilmente establecido en sociología porque, entre estos dos términosextremos, existen toda una serie de intermediarios inmediatamente observablesy que demuestran el lazo entre ellos. La biología no tiene el mismo recurso. Peroestá permitido creer que las inducciones de la primera de estas ciencias sobredicho tema son aplicables al otro y que, en los organismos como en las socieda-des, sólo hay entre esos dos órdenes de hechos diferencias de grado.

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II. Reglas relativas a la observaciónde los hechos sociales

La primera regla y la más fundamental consiste enconsiderar los hechos sociales corno cosas.

Desde el momento en que un nuevo orden de fenóme-nos se convierte en objeto de la ciencia, éstos seencuentran ya representados en el espíritu, no sólopor imágenes sensibles, sino por conceptos burda-mente formados. Antes de que aparecieran los prime-ros rudimentos de la física y de la química, loshombres tenían ya nociones de los fenómenos físico-químicos que rebasaban la percepción pura, talescomo las que encontramos mezcladas con todas lasreligiones. Y es que, en efecto, la reflexión es anteriora la ciencia, que no hace más que servirse de ella conmás método. El hombre no puede vivir en medio (je'las cosas sin hacerse de ellas ideas según las cualgreglamenta su conducta. Como estas nociones estánmás cerca de nosotros y más a nuestro alcance que lasrealidades a las cuales corresponden, tendemos natu-ralmente a suprimir a estas últimas ya hacer de aquéllas

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la materia misma de nuestras especulaciones. En vezde observar las cosas, describirlas, compararlas,nos contentamos con tomar conciencia de nuestrasideas, analizarlas y combinarlas. En vez de una cien-cia de realidades sólo elaboramos un análisis ideoló-gico. Claro esta que dicho análisis no excluyenecesariamente toda observación. Podemos apelar alos hechos para confirmar estas ideas o las conclusio-nes que se deducen de ellas. Pero los hechos sólointervienen entonces secundariamente, a título deejemplos o de pruebas confirmatorias; no son elobjeto de la ciencia. Ésta va de las ideas a las cosas, node las cosas a las ideas.

Está claro que este método no puede dar resultadosobjetivos. En efecto, estas nociones o conceptos, llá-mense como se quiera, rio son sustitutivos legítimosde las cosas. Productos de la experiencia vulgar, tie-nen por objeto, ante todo, situar a nuestros actos enarmonía con el mundo que nos rodea; están forma-dos por la práctica y para ella. Ahora bien, unarepresentación puede desempeñar útilmente estepapel aunque sea teóricamente falsa. Copérnico di-sipó hace muchos siglos las ilusiones de nuestrossentidos respecto a los movimientos de los astros; y,sin emabrgo, aún por lo general reglamentamos ladistribución de nuestro tiempo de acuerdo con estasilusiones. Para que una idea suscite los movimientosque exige la naturaleza de una cosa, no es necesarioque exprese fielmente dicha naturaleza, sino quebasta con que nos haga sentir la utilidad o el inconve-niente de la cosa, es decir cómo puede servirnos ocontrariarnos. Pero las nociones así formadas nopresentan esa exactitud práctica más que en forma

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aproximativa y sólo en la generalidad de los casos.¡Cuántas veces resultan tan peligrosas como inade-cuadas! Por lo tanto, al elaborarlas como se pueda nose llegará nunca a descubrir las leyes de la realidad.Son, al contrario, como un velo que se interponeentre las cosas y nosotros y las enmascara tanto mejorcuanto más transparentes nos parezcan.

Esta ciencia no sólo tiene que resultar truncadasino que le falta materia de dónde poder alimentarse.Apenas existe desaparece, por decirlo así, y se trans-forma en arte. En efecto, estas nociones deben conte-ner toda la esencia de lo real, puesto que se lasconfunde con la realidad misma. Desde ese momentoparecen poseer todo lo necesario para ponernos ensituación no sólo de comprender lo que es, sino deprescribir lo que debe ser y los medios para ejecu-tarlo. porque lo bueno es lo conforme a la naturalezade las cosas, lo contrario es malo, y los medios paraalcanzar lo primero y huir de lo segundo proceden dela misma naturaleza. Si la obtenemos de golpe, elestudio de la realidad presente carece de interés prác-tico y, como dicho interés es la razón de ser de esteestudio, en adelante éste carece de finalidad. pa refle-xión se ve así incitada a alejarse del objeto mismo dela ciencia, a saber, del presente y del pasado, paralanzarse de un sólo brinco hacia el porvenir. En vezde intentar comprender los hechos adquiridos yrealizados, se dedica inmediatamente a realizar otrosnuevos, más conformes a los fines perseguidos porlos hombres. Cuando se cree saber en qué consiste laesencia de la materia, nos ponemos en seguida a bus-car la piedra filosofal. Esta intrusión del arte en laciencia, que impide que ésta se desarrolle, es además

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facilitada por las circunstancias mismas que deter-minan el despertar de la reflexión científica; Porque,como sólo nace para satisfacer necesidades vitales, seencuentra naturalmente orientada hacia la práctica.Las necesidades que están llamadas a aliviar sonsiempre urgentes y por lo tanto la urgen para encon-trar la solución: no reclaman explicaciones, sinoremedios.

Este modo de proceder está tan de acuerdo con latendencia natural de nuestro espíritu que se laencuentra incluso en el origen de las ciencias físicas.Ella es la que diferencia la alquimia de la química, yla astrología de la astronomía. Bacon caracteriza conella el método que seguían los sabios de su tiempo yque él combate. Las nociones de las que acabamos dehablar son esas nociones vulgares o prenociones1que él señala en la base de todas las ciencias 2 en las queocupan el lugar de los hechos.' Son esos idola,espe-cie -de fantasmas que nos desfiguran el verdaderoaspecto de las cosas y que, sin embargo, tomamos porlas cosas mismas. Y como ese medio imaginario noofrece al espíritu ninguna resistencia, éste, que no sesiente contenido por nada, se abandona a ambicionessin límite y cree posible construir o más bien recons-truir el mundo sólo con sus fuerzas y a tenor de susdeseos.

Si esto ha sucedido en las ciencias naturales, conmás razón habría de suceder en la sociología. Loshombres no han esperado el advenimiento de la cien-cia social para hacerse ideas sobre el derecho, la

' Novum arganum, I, 26.2 17.9 ¡bid., I, 36.

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moral, la familia, el Estado, la sociedad misma, por-que no podían vivir sin ellas. Ahora bien, es sobretodo en la sociología donde estas prenociones, segúnla expresión de Bacon, están en situación de dominarlos espíritus y sustituir las cosas. En efecto, las cosassociales sólo son realizadas por los hombres; son unproducto de la actividad humana. No parecen sermás que la puesta en obra de ideas, innatas o no, quellevamos en nosotros, la aplicación a las diversascircunstancias que acompañan las relaciones de loshombres entre sí. La organización de la familia, delcontrato, de la represión, del Estado, de la sociedad,aparece así como un simple desarrollo de las ideasque tenemos sobre la sociedad, el Estado, la justicia,etc. Por consiguiente, esos hechos y sus análogosparecen no tener realidad más que en y por las ideasque son su germen y que se convierten entonces en lamateria propia de la sociología.

Lo que acaba de acreditar esta manera de ver, esque el pormenor de la vida social desborda por todaspartes a la conciencia, ésta no tiene de ella unapercepción lo suficientemente fuerte para sentir surealidad. Como no tenemos entre nosotros lazos bas-tante sólidos ni bastante cercanos, todo esto nos hacefácilmente el efecto de no adherirse a nada y de flotaren el vacío como una materia medio irreal e indefini-damente plástica. Por eso tantos pensadores sólo hanvisto en los arreglos sociales combinaciones artificia-les y más o menos arbitrarias. Pero si el pormenor, silas formas concretas y particulares se nos escapan,por lo menos nos representamos, de bulto y demanera más o menos aproximada, los aspectos másgenerales de la existencia colectiva y son precisa-

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mente dichas representaciones esquemáticas y suma-rias las que constituyen esas prenociones queutilizamos para los usos corrientes de la vida. Por lotanto, no podemos pensar en poner en duda su exis-tencia, puesto que la percibimos al mismo tiempoque la nuestra. No sólo están en nosotros, sino que,como somos producto de experiencias reiteradas,admiten la repetición y reciben del hábito resultanteuna especie de ascendiente y de autoridad. Sentimosque se nos resisten cuando pretendemos liberarnos deellas. Pero no podemos no considerar como real loque se opone a nosotros'. Todo contribuye, pues, ahacernos ver la verdadera realidad social.

Y en efecto, hasta ahora, la sociología ha tratado máso menos exclusivamente no de cosas, sino de concep-tos. Es cierto que Comte proclamó que los fenóme-nos sociales son hechos naturales, sometidos a leyesnaturales. Y así, ha reconocido implícitamente sucarácter de cosas: porque sólo hay cosas en la natura-leza. Pero cuando, saliendo de esas generalidadesfilosóficas, intenta aplicar su principio y deducir deél la ciencia que estaba ahí contenida, toma las ideascomo objetos de estudio. En efecto, la materia princi-pal de su sociología es el progreso de la humanidaden el tiempo. Parte de la idea de que hay una evolu-ción continua del género humano que consiste enuna realización siempre más completa de la natura-leza humana, y el problema que trata consiste enencontrar de nuevo el orden de dicha evolución.Ahora bien, suponiendo que esa evolución exista, surealidad sólo puede establecerse cuando la ciencia yase ha elaborado; por lo tanto, sólo se puede constituir

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en objeto mismo de la investigación si se planteacomo una concepción del espíritu, no como unacosa. Y en efecto, se trata de una representación tancompletamente subjetiva que, de hecho, ese progresode la humanidad no existe. Lo que existe, lo únicoque se presenta a la observación, son sociedades par-ticulares que nacen, se desarrollan, y mueren inde-pendientemente unas de otras. Si por lo menos lasmás recientes fueran una continuación de las que lesprecedieron, cada tipo superior podría ser conside-rado como la simple repetición del tipo inmediata-mente inferior junto con algo más; por lo tanto, se laspodría colocar una tras otra, por decirlo así, confun-diendo a las que se encuentran en el mismo grado dedesarrollo, y la serie formada de esta manera podríaconsiderarse como representativa de la humanidad.Pero los hechos no se presentan con esa simplicidadextrema. Un pueblo que sustituye a otro no es sim-plemente una prolongación de este último con algu-nos caracteres nuevos; es otro, que tiene algunaspropiedades de más, y otras de menos. Constituyeuna individualidad nueva y todas estas individuali-dades distintas, como son heterogéneas, no puedenfundirse en la misma serie continua, ni sobre todoen una serie única. Porque la sucesión de las socieda--les no podría representarse mediante una línea geó-métrica; se asemeja más bien a un árbol cuyas ramasapuntan en sentidos divergentes. En resumen, Comtetomó por desarrollo histórico la noción que él tenía yque no difiere mucho de la que se hace el vulgo. Enefecto, vista de lejos, la historia adquiere bastantebien ese aspecto simple y de serie. Sólo se adviertenindividuos que se suceden unos a otros y marchan

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todos en la misma dirección porque tienen la mismanaturaleza. Como, por otra parte, no se concibe que laevolución social pueda ser otra cosa que el desarrollode alguna idea humana, parece muy natural defi-nirla mediante la idea que de ella se hacen los hom-bres. Ahora bien, procediendo así no sólo per-maneceremos en la ideología, sino que damos comoobjeto de la sociología un concepto que no tienenada propi-amente sociológico.

Spencer rechaza este concepto, pero para susti-tuirlo por otro que no está formado de otra manera.Convierte a las sociedades, no a la humanidad, enobjetos de la ciencia; pero ofrece en seguida una defi-nición de las primeras que desvanece la cosa de la quehabla para colocar en su lugar la prenoción que tienede ella. Plantea en efecto, comb proposición evi-dente, que "una sociedad existe sólo cuando a layuxtaposición se añade la cooperación", y que sola-mente así la unión de los individuos se convierte enuna sociedad propiamente dicha.4 Partiendo del prin-cipio según el cual la cooperación es la esencia de lavida social, distingue las sociedades en dos clasessegún la naturaleza de la cooperación que domina enellas. "Hay una cooperación espontánea que se efec-túa sin premeditación durante la prosecución defines de carácter privado; y hay también una coopera-ción conscientemente instituida que supone fines deinterés público, claramente reconocidos."5 Da a lasprimeras el nombre de sociedades industriales, a lassegundas el de sociedades militares, y puede decirse

' Socio/., trad. francesa. III, 331-332.SOCi01., III, 332.

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que esta distinción constituye la idea madre de susociología.

Pero esta definición inicial enuncia como cosa loque es sólo una visión del espíritu. Se presenta, enefecto, como la expresión de un hecho inmediata-mente visible y que puede comprobarse por medio dela observación, puesto que queda formulada desde elnacimiento de la ciencia como un axioma. Y sinembargo, es imposible saber por una simple inspec-ción si realmente la cooperación es el todo de la vidasocial. Dicha afirmación sólo es científicamente legí-tima si se ha empezado por pasar revista a todas lasmanifestaciones de la existencia colectiva y si se hahecho ver que son todas diversas formas de la coope-ración. Se trata pues de cierta manera de concebir larealidad social y que sustituye a dicha realidad.6 Loque queda así defiftide-no es la sociedad sino la ideaque Spencer se hace de ella. Y no siente ningúnescrúpulo en proceder así, porque para él también lasociedad no es y no puede ser más que la realizaciónde una idea, a saber, de esta idea misma de coopera-ción por - la cual la define.7 Sería fácil demostrarque en cada uno de los problemas particulares queaborda, su método sigue siendo el mismo. Y, aun-que en apariencia proceda empíricamente, como utilizalos hechos acumulados en su sociología para ilustraranálisis de nociones, más que para describir y expli-car cosas, parece que sólo están allí en calidad deargumentos. Realmente todo lo esencial de su doc-

6 Concepción, por otra parte, controvertible. (Véase División del trabajo

social, II, 2, § 4.)7 "Por lo tanto, la cooperación no podría existir sin sociedad, y ese es el objeto

por el cual una sociedad existe." (Principios de Socio!.; 111, 332.)

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trina puede deducirse en forma inmediata de su defi-nición de la sociedad y de las diferentes formas decooperación. Porque si sólo podemos elegir entreuna cooperación tiránicamente impuesta y unacooperación libre y espontánea, es evidente que estaúltima es el ideal hacia el cual la humanidad tiende ydebe tender.

Estas nociones vulgares no se encuentran sólo en labase de la ciencia, sino que volvemos a hallarlas acada instante en la trama de los razonamientos. En elestado actual de nuestros conocimientos, no sabemoscon certeza qué cosas son el Estado, la soberanía, lalibertad política, la democracia, el socialismo, elcomunismo, etc.; por lo tanto, el método querría quenos prohibiéramos todo uso de estos conceptos,mientras no estén científicamente constituidos. Y sinembargo, las palabras que los expresan vuelven sincesar en las discusiones de los sociólogos. Se empleanen forma corriente y con aplomo como si correspon-dieran a cosas bien conocidas y definidas, cuandosólo despiertan en nosotros nociones confusas, ymezclas poco claras de impresiones vagas, prejuiciosy pasiones. Nos burlamos hoy de aquellos razona-mientos singulares que los médicos de la Edad Mediaconstruían en torno a las nociones de caliente, frío,húmedo, seco, etc., y no nos damos cuenta de queseguimos aplicando ese mismo método al orden defenómenos que las incluyen menos que cualquierotro, a causa de su extrema complejidad.

En las ramas especiales de la sociología, ese carác-ter ideológico está aún más acusado.

Y esto sucede sobre todo con la moral. En efecto,puede decirse que no existe un sólo sistema donde no

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se la represente como el simple desarrollo de una ideainicial que la contendría entera en potencia. Estaidea, unos creen que el hombre la encuentra hechadentro de sí desde su nacimiento; otros, al contrario,opinan que se forma más o menos lentamente en elcurso de la historia. Pero, lo mismo para unos quepara otros, para los empíricos como para los raciona-listas, ella es todo lo verdaderamente real que hay enla moral. En cuanto al pormenor de las reglas jurídi-cas y morales, no tendrían existencia por si mismas, yserían únicamente esta noción fundamental aplicadaa las circunstancias particulares de la vida diversifi-cada según los casos. Por consiguiente, el objeto de lamoral no podría ser ese sistema de preceptos sinrealidad, sino la idea de la cual brotan y de la que noson más que aplicaciones variadas. Así, todas laspreguntas .que se plantea generalmente la ética, serefieren, no a cosas, sino a ideas; lo que se trata desaber, es en qué consiste la idea de derecho, la idea dela moral, no cuál es la naturaleza de la moral y delderecho vistos en sí mismos. Los moralistas no hanllegado aún a esta concepción tan simple según lacual, como nuestra representación de las cosas sensi-bles procede de las cosas mismas y las expresa conmayor o menor exactitud,'nuestra representación dela moral viene del espectáculo mismo de las reglasque funcionan bajo nuestros ojos y las figura esque-máticamente; que, por lo tanto, son esas reglas y nola visión sumaria que tenemos de ellas, lo que consti-tuye la materia de la ciencia, lo mismo que la físicatiene por objeto a los cuerpos tal y como existen, y nola idea que de ella se hace el vulgu Entonces resultaque se toma como base de la moral lo que única-

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mente es la cima, a saber, la manera en que se pro-longa en las conciencias individuales y resuena enellas. Y este método no se aplica sólo en los proble-mas más generales de la ciencia, sino también enlas cuestiones especiales. De las ideas esencialesque estudia al principio, el moralista pasa a las ideas se-cundarias de familia , patria, responsabilidad, caridad,justicia; pero su reflexión sigue aplicándose a ideas.

Lo mismo sucede con la economía política. SegúnStuart Mill, esta ciencia tiene por objeto los hechossociales que se producen principal o exclusivamentecon miras a la adquisición de riquezas.8 Pero, paraque los hechos así definidos puedan ser asignados,como cosas, a la observación del sabio, sería precisoal menos indicar por qué signo es posible reconocerlos que responden a esta conaición. Ahora bien,cuando nace la ciencia, ni siquiera se está en situa-ción de afirmar que dichos signos existen, y menosaún de saber cuáles son. En toda clase de investiga-ciones, sólo cuando la explicación de los hechos estábastante adelantada, es posible establecer que tienenun fin y cuál es. No existe ningún problema máscomplejo ni menos susceptible de ser resuelto degolpe. Por tanto, nada nos asegura por adelantadoque exista una esfera de la actividad social en la queel deseo de riqueza desempeñe realmente ese papelpreponderante. En consecuencia, la materia de laeconomía política, así comprendida, está hecha node realidades que puedan señalarse con el dedo, sinode simples posibilidades, de puras concepciones delespíritu: a saber, de los hechos que el economista

Sistema de la lógica, 11I.

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concibe en relación con el fin considerado, y tal comoél los concibe. Por ejemplo, ¿se propone estudiar loque llama producción? De pronto, cree que puedeenumerar los principales agentes con la ayuda de loscuales tiene lugar dicha producción y pasarlesrevista. Entonces es que no ha reconocido su existen-cia al obsevar de qué condiciones dependía la cosaque estudia; porque en ese caso hubiera empezadopor exponer las experiencias de las que ha deducidodicha conclusión. Si al empezar la investigación seprocede a dicha clasificación en pocas palabras, seráporque la ha obtenido por un simple análisis lógico.Parte de la idea de producción: y al descomponerlaadvierte que implica lógicamente las ideas de fuerzasnaturales, de trabajo, de instrumento o de capital ytrata después de la misma manera estas ideasderivadas.9

La más fundamental de todas las teorías económi-cas, la del valor, está manifiestamente construida deacuerdo con este mismo método. Si el valor fueraestudiado como una realidad ha de serlo, se vería aleconomista indicar cómo se puede reconocer la cosallamada con ese nombre, y clasificar después susespecies, buscar mediante inducciones metódicas enfunción de qué causas varían; comparar en fin esosdiversos resultados para extraer de ellos una fórmulageneral. La teoría no puede pues aparecer más quecuando la ciencia ha sido llevada bastante lejos. Encambio, la solemos encontrar desde el principio. Y esque para elaborarla, el economista se contenta con

' Este carácter se deduce de las expresiones mismas empleadas por los econo-mistas. Se habla sin cesar de ideas, de la idea de lo útil, de la idea de ahorro, decolocación, de gasto. (Véase Gide, Principias de economía poiítica, libro III,cap. I § 1; cap. II, § ); cap. III, 51.).

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concentrarse, con tomar conciencia de la idea que sehace del valor, es decir, de un objeto susceptible deintercambiarse; advierte que implica la idea de loútil, la de lo raro, etcétera, y con esos productos de suanálisis construye su definición. Sin duda, la con-firma con algunos ejemplos. Pero cuando se piensaen los hechos innumerables de los cuales debe rendircuenta semejante teoría, ¿cómo prestar el menorvalor demostrativo a los hechos, necesariamente muyraros, que son así citados al azar de la sugestión?

También, lo mismo en la economía política queen la moral, la parte que desempeña la investigacióncientífica es muy restringida y la del arte es prepon-derante. En moral, la parte teórica se reduce a algu-nas discusiones sobre la idea del deber, del bien y delderecho. Pero estas especulaciones abstractas noconstituyen, hablando con exactitud, una ciencia,puesto que tienen por objeto determinar no lo que esde hecho la regla suprema de la moralidad, sino loque debe ser. Igualmente, lo que ocupa mayor lugaren las investigaciones de los economistas, es la cues-tión de saber, por ejemplo, si la sociedad debe serorganizada de acuerdo con las concepciones de losindividualistas o las de los socialistas; si es mejor queel Estado intervenga en las relaciones industriales ycomerciales o las abandone por completo a la inicia-tiva privada; si el sistema monetario debe ser elmonometalismo o el bimetalismo, etc., etc. Las leyespropiamente dichas son pocas: incluso las que acos-tumbramos llamar así no merecen generalmente estadenominación, pues no son más que máximas deacción, preceptos prácticos disfrazados. Tenemos,'por ejemplo, la famosa ley de la oferta y la demanda.

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Nunca se ha establecido inductivamente, comoexpresión de la realidad económica. Jamás ningunaexperiencia, ninguna comparación metódica ha sidoinstituida para establecer que, de hecho, las relacio-nes económicas proceden de acuerdo con esta ley. Loúnico que se ha podido hacer y todo lo que se hahecho es demostrar dialécticamente que los indivi-duos deben proceder así, si entienden bien sus inte-reses; que cualquier otro modo de proceder losperjudicaría e implicaría, de parte de los que se pres-taran a ello, una verdadera aberración lógica. Eslógico que las industrias más productivas sean lasmás aceptadas; que los detentores de los produc-tos más solicitados y más raros los vendan a más altoprecio. Pero esta necesidad lógica no se parece ennada a las que presentan las verdaderas leyes de lanaturaleza. Éstas expresan las relaciones según lascuales los hechos se encadenan realmente, no lamanera en que es conveniente que se encadenen

Lo que decimos de esta ley puede repetirse a propó-sito de todas las leyes que la escuela económica orto-doxa califica de naturales y que, por otra parte, noson más que casos particulares de la que precede. Sonnaturales, si se quiere, en el sentido en que se enun-cian los medios que es natural o puede parecer natu-ral aplicar para llegar al fin supuesto; pero no debenrecibir ese nombre, si por la ley natural se entiendetodo modo de ser de la naturaleza inductivamentecomprobado. En resumen, sólo se trata de consejos deprudencia práctica y, si se los ha presentado más omenos especiosamente como la expresión misma dela realidad, es porque con razón o sin ella se ha creídopoder suponer que dichos consejos eran efectiva-

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mente seguidos por la generalidad de los hombres yen la generalidad de los casos.

Y, sin embargo, los fenómenos sociales son cosas ydeben ser tratados como cosas. Para demostrar estaproposición, no es necesario filosofar sobre su natu-raleza ni discutir las analogías que presentan con losfenómenos de los reinos inferiores. Basta comprobarque son el único datum ofrecido al sociólogo. Enefecto, es cosa todo lo que está dado, todo lo que seofrece o, más bien, se impone a la observación. Tratara los fenómenos como cosas, es tratarlos en calidad dedata que constituyen el punto de partida de la cien-cia. Los fenómenos sociales presentan indiscutible-mente ese carácter. Lo que se nos da no es la idea quelos hombres se hacen del valor, porque ésta es inacce-sible; se trata de los valores que se intercambianrealmente en el curso de las relaciones económicas.No es tal o cual concepción del ideal moral; es elconjunto de las reglas que determinan efectivamenteel comportamiento. No es la idea de lo útil o de lariqueza, son todos los pormenores de la organizacióneconómica. Es posible que la vida social no sea másque el desarrollo de ciertas nociones; pero, supo-niendo que así sea, dichas nociones no son 'dadasinmediatamente. No se las puede alcanzar en formadirecta, sino únicamente a través de la realidad feno-ménica que las expresa. No sabemos a priori qué ideasse encuentran en el origen de las diversas corrientesentre las cuales se reparte la vida social, ni si esasideas existen; sólo después de haberlas seguido hastasus fuentes sabremos de dónde proceden.)

Por lo tanto, debemos considerar los fenómenos

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sociales en sí mismos, desprendidos de los sujetosconscientes que se los representan; es preciso estu-diarlos desde fuera como cosas exteriores, porque asíse nos presentan. Si esta externalidad es sólo apa-rente, la ilusión se desvanecerá a medida que la cien-cia avance y, por decirlo así, veremos que lo de fuerase vuelve hacia adentro. Pero la solución no puede serprejuzgada y, aunque finalmente no tendrían todoslos caracteres intrínsecos de la cosa, primero hay quetratarlos como si los tuvieran. Esta regla se aplicapues a la realidad social entera, sin que haya lugarpara ninguna excepción. Hasta los fenómenos quemás parecen consistir en arreglos artificiales debenser considerados desde ese punto de vista. El carácterconvencional de una prcíctica o de una institución nodebe presumirse nunca. Por lo demás, si se nos permiteinvocar nuestra experiencia personal, creemos poderasegurar que, al proceder de esta manera, se tendrá amenudo la satisfacción de ver que los hechos másarbitrarios en apariencia presentan después al obser-vador atento, rasgos de constancia y de regularidad,síntomas de su objetividad.

Además, y de manera general, lo que se ha dichoanteriormente sobre los rasgos distintivos del hechosocial basta para tranquilizarnos respecto a la natu-raleza de esa objetividad y para demostrar que no esilusoria. En efecto, una cosa se reconoce principal-mente por el signo de que no puede ser modificadapor un simple decreto de la voluntad. Y no porquesea refractaria a toda modificación. Pero para produ-cir un cambio en ella, no basta quererlo, hay quehacer un esfuerzo más o menos laborioso, debido a laresistencia que nos opone y que, por otro lado, no

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siempre puede ser vencida. Ahora bien, ya hemosvisto que los hechos sociales tienen esta propiedad.En vez de ser un producto de nuestra voluntad, ladeterminan desde fuera; son como moldes en loscuales nos vemos obligados a verter nuestros actos.Incluso con frecuencia esta necesidad es tan grandeque no podemos eludirla. Pero aun cuando logremostriunfar, la oposición que encontramos basta paraadvertirnos que estamos en presencia de algo que nodepende de nosotros. Por consiguiente, al considerarlos fenómenos sociales como cosas, no haremos másque conformarnos a su naturaleza.

En definitiva, la reforma que se trata de introduciren sociología es idéntica en todos sus puntos a la queha transformado la psicología durante los últimostreinta arios. Lo mismo que Co‘mte y Spencer decla-ran que los hechos sociales son hechos naturales,.sintratarlos, no obstante, como cosas, las distintas escue-las empíricas habían reconocido desde hacía muchotiempo el carácter natural de los fenómenos psicoló-gicos y sin embargo continuaban aplicándoles unmétodo puramente ideológico. En efecto, los empi-ristas no menos que sus adversarios procedían exclu-sivamente por introspección. Pero los hechos queobservamos sólo en nosotros mismos son demasiadoraros, demasiado huidizos, demasiado maleablespara poder imponerse a las nociones correspondien-tes que la costumbre ha fijado en nosotros y darlesuna ley. Cuando estas últimas no están sometidas aotro control, nada les sirve de contrapeso; en conse-cuencia, ocupan el lugar de los hechos y constituyenla materia de la ciencia. Por eso, ni Locke ni Condi-llac consideraron los fenómenos psíquicos objetiva-

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mente. No estudiaron la sensación, sino cierta idea dela sensación. Por esto, aunque en ciertos aspectoshayan preparado el advenimiento de la psicologíacientífica, ésta sólo ha nacido de verdad mucho mástarde, cuando se llegó por fin a la concepción de quelos estados de la conciencia pueden y deben ser consi-derados desde fuera, y no desde el punto de vista de laconciencia que los experimenta. Esta es la gran revo-lución que se ha realizado en este género de estudios.Todos los procedimientos particulares, todos losmétodos nuevos que han enriquecido esta ciencia, noson más que medios diversos para realizar de modomás completo esta idea fundamental. A la sociologíale falta efectuar este mismo progreso. Es preciso quesupere la fase subjetiva, de la que no ha pasado aún, yque llegue a la fase objetiva.

Este tránsito es menos difícil de efectuar que enpsicología. En efecto, los hechos psíquicos son natu-ralmente considerados como estados del sujeto, delcual ni siquiera parecen separables. Interiores pordefinición, nos parece que no pueden tratarse comoexteriores más que violentando su naturaleza. Hacefalta no sólo un esfuerzo de abstracción sino todo unconjunto de procedimientos y artificios para llegar aconsiderarlos bajo ese aspecto. En cambio, los hechossociales contienen en forma mucho más natural einmediata todos los caracteres de la cosa. El derechoexiste en los códigos, los movimientos de la vidacotidiana se inscriben en las cifras de la estadística, enlos monumentos históricos, las modas en la indu-mentaria, los gustos en las obras de arte. En virtud desu naturaleza misma tienden a constituirse fuera delas conciencias individuales, puesto que las domi-

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nan. Para verlas bajo su aspecto de cosas, no es puesnecesario torturarlas ingeniosamente. Desde esepunto de vista, la sociología posee una seria ventajasobre la psicología, que no ha sido advertida hastaaquí y cuyo desarrollo debe precipitarse. Los hechosson quizá más difíciles de interpretar porque son máspomplejos, pero resulta más fácil alcanzarlos. Encambio, la psicología no sólo tiene dificultad paraelaborarlos, sino también para captarlos. Por lotanto, se puede creer que desde el día en que esteprincipio del método sociológico sea reconocido ypracticado unánimemente, la sociología progresarácon una rapidez que la lentitud actual de su desarro-llo no permite suponer, y superará incluso el ade-lanto que la psicología debe únicamente a sumayoría de edad histórica."

II

Pero la experiencia de nuestros antecesores nos hademostrado que para consolidar la realización prác-tica de la verdad que acaba de establecerse no basta unademostración teórica ni siquiera penetrándose deella. El espíritu está tan naturalmente inclinado adesconocerla que se volverá a caer en forma inevita-ble en los antiguos yerros si no se somete a unadisciplina rigurosa, cuyas reglas principales, corola-rios de la anterior, vamos a formular.

1° Es cierto que la mayor complejidad de los hechos sociales hace que suciencia sea más difícil. Pero, en compensación, precisamente porque la sociolo-gía es la recién llegada, tiene la posibilidad de aprovechar los progresos realiza-dos por las ciencias inferiores y de aprender en su escuela. Esta utilización de lasexperiencias realizadas no dejará de acelerar su desarrollo.

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/ . El primero de estos corolarios es que hay quealejar sistemáticamente indas las prenociones. No esnecesaria una demostración especial de esta regla,pues se deduce de todo lo que hemos dicho antes. Porotra parte, constituye la base de todo método cientí-fico. La duda metódica de Descartes no es, en elfondo, más que una aplicación de ella. Si, en el mo-mento de fundar la ciencia, Descartes^ se imponecomo ley la puesta en duda de todas las ideas que harecibido anteriormente, es porque no quiere emplearmás que conceptos científicamente elaborados, esdecir, construidos de acuerdo con el método queinstituye; todos los que ha recibido de otro origendeben ser rechazados por lo menos provisionalmente.Ya hemos visto que la teoría de los ídolos en Baconno tiene otro sentido. Las dos grandes doctrinas quese han opuesto con tanta frecuencia una a otra estánde acuerdo en ese punto esencial. Es preciso pues queel sociólogo, en el momento en que determina elobjeto de sus investigaciones, o bien en el curso dedichas demostraciones, se prohiba resueltamente elempleo de los conceptos formados fuera de la cienciapara satisfacer necesidades que no tienen nada decientíficas. Tiene que liberarse de las falsas eviden-cias que dominan el espíritu del vulgo; que sacuda deuna vez por todas el yugo de las categorías empíricasque una larga costumbre acaba a menudo por volvertiránicas. Por lo menos, si alguna vez la necesidad leobliga a recurrir a ellas, que lo haga teniendo con-ciencia de su escaso valor, a fin de no hacerles desem-peñar en la doctrina un papel del que no son dignas.

Lo que hace particularmente difícil esta liberaciónen la sociología es que el sentimiento reclama a

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menudo su parte. En efecto, nos apasionamos pornuestras creencias políticas y religiosas, por nuestrasprácticas morales, mucho más que por las cosas delmundo físico; después, este carácter pasional secomunica a la manera en que concebimos y nosexplicamos las primeras. Las ideas que nos hacemosnos dominan, lo mismo que sus objetos, y adquierenasí tal autoridad que no soportan la contradicción.Toda opinión que las estorba es tratada como ene-miga. ¿No está de acuerdo una proposición con laidea que nos hacemos del patriotismo, o de la digni-dad individual? La rechazamos sean cuales fueren laspruebas en las que se funda. No podemos admitirque sea verdadera; se le opone una negativa categó-rica, y la pasión, para justificarsl, no tiene dificultaden sugerir razones que nos parecen fácilmente decisi-vas. Estas nociones pueden tener incluso tanto presti-gio que ni siquiera toleran el examen científico. Elsolo hecho de someterlas a un análisis frío y seco, asícomo a los fenómenos que expresan, repugna a ciertosespíritus. Quien se propone estudiar la moral desdefuera y como una realidad exterior, se antoja a estosescrupulosos corno alguien carente de sentido moral,como el viviseccionista se presenta ante el vulgocomo despojado de la sensibilidad común. Lejos deadmitir que estos sentimientos competen a la ciencia,se cree que hay que dirigirse a ellos para elaborar laciencia de las cosas con las cuales se relacionan. Unelocuente historiador de las religiones escribe:"¡Maldito sea el sabio que se aproxima a las cosas deDios sin tener en el fondo de su conciencia, en laúltima capa indestructible de su ser, allí dondeduerme el alma de los antepasados, un santuario

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desconocido del que se eleva por instantes un aromade incienso, un verso de un salmo, un grito dolorosoo triunfal que de niño lanzó al cielo tras sus herma-nos y que lo vuelve a.poner en súbita comunión conlos profetas de antaño!" "

No nos alzaremos nunca con demasiada fuerzacontra esta doctrina mística que —como todo misti-cismo— no es en el fondo más que un empirismodisfrazado, negador de toda ciencia. Los sentimien-tos que tienen como objeto las cosas sociales noposeen privilegios sobre los otros, porque no tienenun origen distinto. También ellos están formadoshistóricamente; son un producto de la experienciahumana, pero de una experiencia confusa y desorga-nizada. No se deben a yo no sé qué anticipacióntrascendental de la realidad, sino al resultante de todaclase de impresiones y emociones acumuladas sinorden, al azar de las circunstancias, sin interpreta-ción metódica. En vez de aportarnos claridades supe-riores a las claridades racionales, están hechosexclusivamente de estados de ánimo fuertes, es ver-dad, pero turbios. Concederles semejante preponde-rancia, es prestar a las facultades inferiores de lainteligencia supremacía sobre las más elevadas, escondenarse a una logomaquia más o menos oratoria.Una ciencia elaborada en esta forma no puede satis-facer más que a los espíritus que prefieren pensar consu sensibilidad más que con su entendimiento, queprefieren las síntesis inmediatas y confusas de la sen-sación a los análisis pacientes y luminosos de larazón. El sentimiento es objeto de la ciencia, perono el criterio de la verdad científica. por otra parte, no

" J. Darmesteter, Les pro phétes d'Israel, p. 9.

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hay ciencia que no haya encontrado en sus princi-pios resistencias análogas. Hubo un tiempo en que lossentimientos relativos a las cosas del mundo físico,que tenían ellos mismos un carácter religioso omoral, se oponían con no menos fuerza al estableci-miento de las ciencias físicas. Por lo tanto, podemoscreer que, perseguido de ciencia en ciencia, este pre-juicio acabará por desaparecer de la sociologíamisma, su último reducto, para dejar el terreno libreal sabio científico.

2. Pero la regla anterior es totalmente negativa.Enseña al sociólogo a escapar del-imperio de lasnociones vulgares, para hacerle volver su atenciónhacia los hechos; pero no dice de qué manera debecaptar estos últimos para estudiarlos objetivamente.

Toda investigación científica se concentra en ungrupo determinado de fenómenos que responden auna misma definición. La primera gestión del soció-logo debe ser la de definir las cosas de las que trata, afin de que se sepa y de que él sepa bien a qué se refiere.Es la condición primera y más indispensable de todaprueba y de toda verificación; en efecto, una teoríasólo puede ser controlada si se saben reconocer loshechos de los que debe dar cuenta. Además, puestoque esta definición inicial constituye el objetomismo de la ciencia, éste será una cosa o no según laforma en que se haga la definición.

Para que sea objetiva, es evidente que debe expre-sar los fenómenos en función, no de una idea delespíritu, sino de propiedades que le son inherentes.Es preciso que las caracterice por un elemento inte-grante de su naturaleza, no por su conformidad con

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una noción más o menos ideal. Ahora bien, en elmomento en que se inicia la investigación, cuandolos hechos no han sido sometidos todavía a ningunaelaboración, los únicos caracteres que pueden serdescubiertos son aquellos lo bastante exteriores paraser inmediatamente visibles. Los que están situados aun nivel más profundo son, sin duda, más esenciales;su valor explicativo es más alto, pero son desconoci-dos en esta fase de la ciencia y no pueden ser anticipa-dos más cuando se sustituye la realidad por algunaconcepción del espíritu. Por tanto, es entre losprimeros donde debe buscarse la materia de estadefinición fundamental. Por otra parte, está claroque esta definición debe comprender, sin excepciónni distinción, todos los fenómenos que presentanigualmente esos mismos caracteres; porque no tene-mos ningún motivo, ningún medio, para escogerentre ellos. Estas propiedades son entonces todo loque sabemos de la realidad; por consiguiente debendeterminar en forma soberana cómo se deben agru-par los hechos. No poseemos ningún otro criterioque pueda suspender aunque sea parcialmente losefectos del anterior. De aquí deducimos la reglasiguiente: no tomar nunca como objeto de las inves-tigaciones más que un grupo de fenómenos previa-mente definidos por ciertas características exterioresque les son comunes, e incluir en la misma investiga-ción todos los que responden a dicha definición. Porejemplo, comprobamos la existencia de un ciertonúmero de actos de los cuales todos presentan esecarácter exterior que, una vez realizados, determinapor parte de la sociedad esta reacción particular quese llama sanción. Hacemos de él un grupo sui generis

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al cual imponemos una rúbrica común; llamamoscrimen todo acto castigado y hacernos del crimen asídefinido el objeto de una ciencia especial, la crimino-logía. Igualmente, observamos en el interior de todaslas sociedades conocidas la existencia de una socie-dad parcial, reconocible por el signo exterior de queestá constituida por individuos consanguíneos, en sumayoría, y unidos después por lazos jurídicos.Reunimos los hechos que se relacionan con ello enun grupo particular, al cual damos un nombre parti-cular: son los fenómenos de la vida doméstica. Lla-mamos familia a todo conglomerado de ese género yconvertimos a la familia así definida én objeto de unainvestigación especial que no ha recibido aún deno-minación determinada en la terminología socioló-gica. Cuando pasemos, más tarde, de la familia engeneral a los diferentes tipos familiares se aplicará lamisma regla. Cuando se aborde, por ejemplo, el estu-dio del clan o de la familia matriarcal, o de la familiapatriarcal, se empezará por definirla de acuerdo conel mismo método. El objeto de cada problema, gene-ral o particular, debe ser constituido según el mismoprincipio.

Procediendo de esta manera, el sociólogo desde suprimera gestión está en contacto con la realidad. Enefecto, la manera en que clasifica los hechos nodepende de él, de la tendencia particular de su espí-ritu, sino de la naturaleza de las cosas. El signo quelas hace pertenecer a tal o cual categoría puede sermostrado a todo el mundo, reconocido por todos, ylas afirmaciones de un observador pueden ser contro-ladas por los otros. Es cierto que la noción así consti-tuida no encaja siempre, ni siquiera generalmente

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con la noción común. Por ejemplo, es evidente quepara el sentido común los actos de libre pensamientoo las faltas contra la etiqueta, tan regular y severa-mente castigados en una multitud de sociedades, noson delitos, ni siquiera en relación con esas socieda-des. Igualmente, un clan no es una familia en laacepción usual de la palabra. Pero no importa, por-que no se trata simplemente de descubrir un medioque nos permita volver a encontrar con bastanteseguridad los hechos a los cuales se aplican las pala-bras de la lengua corriente y las ideas que traducen.Lo que hace falta es constituir en todas sus piezasconceptos nuevos, adecuados a las necesidades de laciencia y expresados con ayuda de una terminologíaespecial. No se trata, claro, que el concepto vulgar seainútil para el sabio; sirve de indicador. Por medio de élsomos informados de que existe en algún lugar unconjunto de fenómenos reunidos bajo una mismaapelación y que, por lo tanto, es verosímil que ten-gan caracteres comunes; incluso, como siempre hatenido algún contacto con los fenómenos, nos indicaa veces, pero de manera general, en qué direccióndeben hacerse las investigaciones. Pero, como estáconstituido de manera burda, es natural que coin-cida exactamente con el concepto científico, insti-tuido a su propósito.12

2 En la práctica, siempre se parre del concepto vulgar y de la palabra vulgar.Se busca si, entre las cosas que connota confusamente esa palabra,las hay quepresentan caracteres exteriores comunes. Si las hay y si el concepto formado porla agrupación de los hechos aproximados de esta manera coinciden, si no total-mente (lo cual es raro), por lo menos en su mayor parte, con el concepto vulgar,podernos seguir designando al primero con la misma palabra que al segundo yconservar en la ciencia la expresión empleada en el lenguaje corriente. Pero si la Idesviación es demasiado considerable, si la noción común confunde una plu-ralidad de nociones distintas, se impone la creación de términos especiales.

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Por muy evidente e importante que sea esta regla,apenas se cumple en sociología. Precisamente por-que en ella se trata de cosas de las que hablamos todoel tiempo, como la familia, la propiedad, el crimen,etc., al sociólogo le parece muy a menudo inútilhacer de estas cosas una definción previa y rigurosa.Estamos tan acostumbrados a usar estas palabras enel curso de las conversaciones, que parece inútil pre-cisar el sentido en el cual las tomamos. Nos referimossimplemente a la noción común. Y ésta es con muchafrecuencia ambigua. Dicha ambigüedad hace que sereúnan bajo el mismo nombre y en la misma explica-ción cosas en realidad muy diferenies. De ahí proce-den confusiones inextricables. Así, existen dos clasesde uniones monogámicas: unas son de hecho y otrasde derecho. En las primeras, el marido no tiene másque una sola mujer aunque jurídicamente puedatener varias; en las segundas le está legalmente prohi-bido ser polígamo. La monogamia de hecho seencuentra entre varias especies animales y en ciertassociedades inferiores, no en estado esporádico, sinocon la misma generalización que si fuera impuestapor la ley. Cuando la población se encuentra dispersaen una vasta superficie la trama social es muy floja y,por consiguiente, los individuos viven aislados unosde otros. Entonces cada hombre busca naturalmenteprocurarse una mujer y una sola, porque en eseestado de aislamiento le es difícil tener varias. Alcontrario, la monogamia obligatoria sólo se observaen las sociedades más elevadas. Estas dos clases desociedad conyugal tienen pues un significado muydiferente y sin embargo se definen con la mismapalabra; porque decimos por lo general de ciertos

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animales que son monógamos, aunque no hayaentre ellos nada semejante a una obligación jurídica.Ahora bien, Spencer, al abordar el estudio del matri-monio, emplea la palabra monogamia sin definirla,con su sentido usual y equívoco. De ahí resulta que leparezca que la evolución del matrimonio presentauna anomalía incomprensible, porque cree observarla forma superior de la unión sexual desde las prime-ras fases del desarrollo histórico, mientras tiende másbien a desaparecer en el periodo intermedio parareaparecer más tarde. Concluye que no existe unarelación regular entre el progreso social en general yel adelanto progresivo hacia un tipo perfecto de vidafamiliar. Una definición oportuna hubiera evitadoeste error."

En otros casos se pone mucho cuidado al definir elobjeto de la investigación; pero en vez de incluir en ladefinición y agrupar bajo la misma rúbrica todos losfenómenos que poseen las mismas propiedades exte-riores, se hace una selección. Se eligen algunos, unaespecie de élite que se considera como la única conderecho a presentar esos caracteres. En cuanto a losotros, se supone que han usurpado esos signos distin-tivos y no se les tiene en cuenta. Pero es fácil prever quede esta manera sólo se puede obtener una nociónsubjetiva y truncada. Esta eliminación, en efecto,sólo puede ser hecha de acuerdo con una idea precon-cebida, porque desde los comienzos de la ciencia, nin-guna investigación ha podido todavía establecer larealidad de esta usurpación, suponiendo que sea

" Esta misma ausencia de definición ha hecho decir a vet_es que la democraciase encontraba igualmente al comienzo y al final de la historia. La verdad es quela democracia primitiva y la de hoy difieren mucho una de otra,

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posible. Los fenómenos escogidos sólo puedenhaberse retenido porque eran en mayor grado que losotros, conformes a la concepción ideal que nos hacía-mos de esa clase de realidad. Por ejemplo, Garofaloen el comienzo de su Criminología demuestra muybien que el punto de partida de esta ciencia debe ser"la noción sociológica del crimen"."

Pero para constituir esta noción, él no comparaindistintamente todos los actos que, en los diferentestipos sociales, han sido reprimidos con castigos habi-tuales, sino solamente algunos, los que ofenden laparte central e inmutable del sentido moral. En cuantoa los sentimientos morales que han desaparecidodurante la evolución, no le parece que estuvieranfundados en la naturaleza de las cosas, ya que no logra-ron mantenerse; por consiguiente, cree que los actoscalificados de criminales porque violaban esos senti-mientos deben esta denominación a circunstanciasaccidentales y más o menos patológicas. Pero procedea esta eliminación en virtud de una concepción de lamoralidad absolutamente personal. Parte de la idea deque la evolución moral, tomada en su fuente misma oen sus proximidades, arrastra toda clase de escorias y deimpurezas que elimina después progresivamente, yque sólo hoy día ha conseguido liberarse de todos loselementos adventicios que enturbiaban en loscomienzos su curso. Pero este principio no es ni unaxioma evidente ni una verdad demostrada; no esmás que una hipótesis sin justificación. Las partesvariables del sentido moral no están menos fundadasen la naturaleza de las cosas que las partes inmuta-

Criminologie, p. 2.

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bles; las variaciones por las que han pasado las pri-meras manifiestan sólo que las cosas mismas hanvariado. En zoología, las formas especiales de lasespecies inferiores no son consideradas menos natu-rales que las que se repiten en todos los grados de laescala animal. Igualmente, los actos calificados dedelitos por las sociedades primitivas, y que han per-dido esa calificación, son realmente criminales enrelación con dichas sociedades, lo mismo que los queseguimos reprimiendo hoy. Los primeros correspon-den a las condiciones mutables de la vida social, lossegundos a las condiciones constantes; pero los unosno son artificiales que los otros.

Hay más: aunque estos actos hubieran revestidoindebidamente el carácter criminólogico, no debe-rían estar radicalmente separados de los otros; por-que las formas mórbidas de un fenómeno no son deuna naturaleza distinta que las formas normales y, porconsiguiente, es necesario observar tanto las prime-ras como las segundas para determinar su naturaleza.La enfermedad no se opone a la salud; son dos varie-dades del mismo género que se iluminan mutua-mente. Es una regla reconocida y practicada hacemucho tiempo tanto en la biología como en la psico-logía, y que el sociólogo debe también respetar. Amenos de admitir que un mismo fenómeno puedadeberse a veces a una causa y a veces a otra, es decir,siempre que no se niegue el principio de la causali-dad, las causas que imprimen en un acto, pero demanera anormal, el signo distintivo del crimen nopodrían diferir de las que producen normalmente elmismo efecto; sólo se distinguen en grado o porqueno actúan en el mismo conjunto de circunstancias.,

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El delito anormal es pues, todavía, un delito y debe,por lo tanto, entrar en la definición general. Entonces¿qué sucede? Es que Garofalo toma por género loque solamente es la especie, o incluso una simplevariedad. Los hechos a los cuales se aplica su fórmulade la criminalidad no representan más que unaminoría ínfima y en ella debería incluirse su fórmulamisma, porque no conviene a los delitos religiosos,ni a las faltas contra la etiqueta, el rito, la tradición,etc.; que aunque ya desaparecieron de nuestros códi-gos modernos, llenan en cambio casi todo el derechopenal de las sociedades anteriores;

Esta misma falta de método hace que algunosobservadores nieguen a los salvajes toda clase demoralidad." Parten de la idea de que nuestra morales la moral, pero es obvio que los pueblos primitivosla desconocen o sólo existe entre ellos en estado rudi-mentario. Esta definición es arbitraria. Si aplicamosnuestra regla todo cambia. Para decidir si un pre-cepto es moral o no debemos examinar si presenta ono el signo externo de la moralidad; este signo con-siste en una sanción represiva difusa, es decir, en unacensura de la opinión pública que venga toda viola-ción del precepto. Cuando estemos en presencia de unhecho que muestre este carácter, no tendremos dere-cho a negarle el calificativo de moral; porque es laprueba de que comparte la misma naturaleza de losotros hechos morales. Ahora bien, las reglas de estegénero no sólo se encuentran en las sociedades infe-riores sino que son en ellas más numerosas que entre

" Véase. Lubbock, /os orígenes de la civílización, cap. VIII. En forma más geneialaún se dice, con menos falsedad, que las religiones antiguas son amorales oinmorales. La verdad es que tienen su moral propia.

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las sociedades civilizadas. Una multitud de actos queactualmente se dejan a la libre apreciación de losindividuos, se imponen entonces obligatoriamente.Vemos a qué errores se nos arrastra cuando no sedefine, o se define mal.

Pero, se nos dirá ¿definir los fenómenos por suscaracterísticas aparentes no es atribuir a las propie-dades superficiales una especie de predominio sobrelos atributos fundamentales? ¿No es mediante unaverdadera inversión del orden lógico, apoyar lascosas sobre sus cimas, y no sobre sus bases? Así,cuando definimos el delito por el castigo, nos expo-nemos casi inevitablemente a que nos acusen de que-rer derivar el primero del segundo o, según una frasebien conocida, de ver en el cadalso la fuente de lavergüenza, no en el acto expiado. Pero el reproche seapoya sobre una conclusión. Puesto que la defini-ción cuya regla acabamos de dar se sitúa en los prin-cipios de la ciencia, no puede tener por objetoexpresar la esencia de la realidad; debe solamenteponernos en situación de llegar a ella ulteriormente.Su única función consiste en ponernos en contactocon las cosas y, como éstas no pueden ser alcanzadaspor el espíritu más que desde fuera, las expresa desdeahí. Pero no las explica; proporciona solamente elprimer punto de apoyo necesario para nuestrasexplicaciones. No es el castigo lo que hace el delito,sino que se revela por él exteriormente y es de él, porconsiguiente, de donde hay que partir si queremosllegar a comprenderlo.

Esta objeción sólo sería fundada si estos caracteresexteriores fueran al mismo tiempo accidentales, esdecir, si no estuvieran enlazados con las propiedades

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fundamentales. En efecto, en estas condiciones laciencia después de haberlos señalado no tendríamanera alguna de ir más lejos; no podría descendermás bajo en la realidad, puesto que no habría nin-guna- relación entre la superficie y el fondo. Pero, amenos que el principio de causalidad no sea unapalabra vana, cuando unos caracteres determinadosse vuelven a encontrar idénticamente y sin excepciónalguna en todos los fenómenos de cierto orden, pode-mos estar seguros de que pertenecen íntimamente ala naturaleza de estos últimos y que'son solidarios deellos. Si un grupo determinado de actos presentatambién la particularidad de que le corresponde unasanción penal, es porque existe un lazo íntimo entreel castigo y los atributos constitutivos de dichosactos.

Por consiguiente, estas propiedades, por muysuperficiales que sean, con tal de que hayan sidoobservadas metódicamente, muestran bien al cientí-fico la vía que debe seguir para penetrar más al fondode las cosas; son el eslabón primero e indispensablede la cadena que la ciencia desenrollará después enel curso de sus explicaciones.

Como el exterior de las cosas se nos ofrece pormedio de la sensación, podemos decir, en resumen;para ser objetiva, la ciencia debe partir, no de conceptosformados sin ella, sino de la sensación. Debe tomardirectamente de los datos sensibles los elementos desus definiciones inicialesit Y, en efecto, basta repre-sentarse en qué consiste la obra de la ciencia, paracomprender que no puede proceder de otro modo.Necesita conceptos que expresen en forma adecuadalas cosas tal como son, no tal como resulta útil conce-

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birlas en la práctica. Pero los que se han constituidofuera de su acto no responden a esta condición. Espreciso pues que cree otros nuevos y, para ello, que,apartando las ideas comunes y las palabras que lasexpresan, se vuelvan a la sensación, materia prima ynecesaria de todos los conceptos. De la sensación sedesprenden todas las ideas generales, verdaderas ofalsas, científicas o no. El punto de partida de laciencia o conocimiento especulativo no podía serotro que el dél conocimiento vulgar o práctico. Essólo más allá, en forma en que esta materia comúnes elaborada después, cuando empiezan las diver-gencias.

3. Pero la sensación es fácilmente subjetiva. Por esoen las ciencias naturales la regla exige que se apartenlos datos sensibles que pueden ser demasiado perso-nales en el observador, para retener exclusivamentelos que presentan un grado suficiente de objetividad.Así, el físico sustituye las impresiones vagas queproducen la temperatura o la electricidad por larepresentación visual de las oscilaciones del termó-metro o del electrómetro. El sociólogo debe tomar lasmismas precauciones. Los caracteres exteriores enfunción de los cuales define el objeto de sus investiga-ciones deben ser lo más objetivos posible.

Podemos plantear en principio que los hechossociales son tanto más susceptibles de ser objetiva-mente representados cuanto estén más completamentedesprendidos de los hechos individuales que losmanifiestan.

En efecto, una sensación es más objetiva cuantomás fijo es el objeto con el cual se relaciona; porque

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la condición de todo objeto es la existencia de unpunto de apoyo, constante e idéntico, con el cual larepresentación pueda relacionarse y que le permitaeliminar todo lo variable, partiendo de lo subjetivo.Si los únicos puntos de referencia dados son varia-bles, si son perpetuamente diversos respecto a sí mis-mos, falta una medida común y no nos queda otromodo de distinguir en nuestras impresiones lo quedepende del exterior y lo que procede de nosotros.Pero la vida social, mientras no llegue a aislarse delos sucesos particulares que la encarnan para consti-tuirse aparte, tiene justamente esta propiedad porque,como dichos sucesos no tienen la misma fisonomía deuna ocasión a otra, de un instante a otro, y la vida esinseparable de ellos, le comunica su movilidad. Con-siste entonces en corrientes libres siempre en vía detransformación y que la mirada del observador noconsigue fijar. Es decir, que ese aspecto no le sirve alcientífico para abordar el estudio de la realidadsocial. Pero sabemos que presenta la particularidadde que, sin cesar de ser ella misma, puede ser suscepti-ble de cristalizarse. Fuera de los actos individualesque suscitan, los hábitos colectivos se manifiestanbajo formas definidas, reglas jurídicas, morales,dichos populares, hechos de estructura social, etc.Como estas formas existen de una manera perma-nente, como no cambian con las diversas aplicacio-nes que se hacen de ellas, constituyen un objeto fijo,una norma constante, siempre al alcance del observa-dor y que no deja lugar a las impresiones subjetivas ya las observaciones personales. Una regla del derechoes lo que es y no existen dos maneras de percibirla.Puesto que, por otro lado, estas prácticas son única-

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mente vida social consolidada, es legítimo, salvoindicaciones contrarias,16 estudiar éstas a través deaquéllas.

Por lo tanto, cuando el sociólogo se proponeexplorar un orden cualquiera de hechos sociales,debe esforzarse por considerarlos bajo un aspecto enel que se presenten aislados de sus manifestacionesindividuales.

En virtud de este principio hemos estudiado lasolidaridad social, sus diversas formas y su evolucióna través del sistema de reglas jurídicas que las expre-san." Igualmente, si se trata de distinguir y clasificarlos diferentes tipos de familias de acuerdo con lasdescripciones literarias que nos dan los viajeros y, aveces, los historiadores, nos exponemos a confundirlas especies más diferentes y a aproximar los tiposmás alejados. Si por el contrario se toma por base deesta clasificación la constitución jurídica de la fami-lia y, más especialemente, el derecho de sucesión, setendrá un criterio objetivo que, sin ser infalible, evi-tará muchos errores.18 .¿Queremos clasificar las dife-rentes clases de delitos? Entonces nos esforzaremospara reconstruir las maneras de vivir, las costumbresprofesionales vigentes en los distintos mundos delcrimen, y se reconocerán tantos tipos criminológicoscomo formas diferentes presente esta organización.Para llegar a las costumbres y las creencias populareshabrá que dirigirse a los refranes, a los dichos que las

16 Habría que tener, por ejemplo, razones para creer que en un momento dadoel derecho no expresa ya el verdadero estado de las relaciones sociales, a fin deque dicha sustitución no fuera legitima.

ti Véase División del trabalo social, 1,1.1A Véase nuestra "Introducción a la sociología de la familia", en Anales de la

facultad de Letras de Burdeos, 1889.

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expresan. Sin duda, al proceder así se deja provisio-nalmente fuera de la ciencia la materia concreta de lavida colectiva y, sin embargo, por muy mudable quesea, no tenemos el derecho de postular a priori laininteligibilidad. Pero si queremos seguir una víametódica es preciso establecer los primeros cimientosde la ciencia sobre un terreno firme y no sobre arenamovediza. Hay que abordar el reino social desde loslugares donde ofrece mejor campo a la investigaciónOentifica. Sólo después será posible llevar más lejosla investigación y aprisionar poco a Poco, por mediode trabajos de aproximación progresiva, esta reali-dad huidiza que el espíritu humano no podrá tal vezjamás captar por completo.

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III. Reglas relativas a la distinciónentre lo normal y lo patológico

La observación realizada de acuerdo con las reglasanteriores confunde dos órdenes de hechos, muydiferentes en ciertos aspectos: los que son todo loque deben ser y los que deberían ser diferentes de lo queson, los fenómenos normales y los patológicos.Incluso hemos visto que era necesario incluirlos porigual en la definción con la que deben iniciarse todaslas investigaciones. Pero si en ciertos aspectos poseenla misma naturaleza, no dejan de constituir dos varie-dades diferentes y que importa distinguir. ¿Disponela ciencia de medios que permitan establecer dichadistinción?

Esta pregunta es de la mayor importancia porque dela solución que se le dé depende la idea que noshacemos del papel que corresponde a la ciencia,sobre todo a la ciencia del hombre. De acuerdo conuna teoría cuyos partidarios pertenecen a las escuelasmás diversas, la ciencia no nos enseñaría nada acercade lo que debemos creer. Se dice que sólo conocehechos que tienen el mismo valor y el mismo interés;los observa, los explica, pero no los juzga; para ellano hay ninguno censurable. Ante sus ojos el bien y el

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mal no existen. Puede decirnos de qué modo produ-cen las causas sus efectos, pero no con qué fines. Parasaber, no lo que es, sino lo que es deseable, hay querecurrir a las sugerencias del inconsciente, llámesecomo se llame, sentimiento, instinto, impulso vital,etc. Un escritor que ya hemos citado dice que laciencia puede iluminar el mundo, pero permite a lanoche reinar en los corazones; el corazón mismo debecrear su propia luz. La ciencia se encuentra así despo-jada, o casi, de toda eficacia práctica y, por consi-guiente, sin mucha razón de ser; ¿por qué esforzarnosen conocer lo real, si el conocimiento que adquiri-mos no puede servirnos en la vida? ¿Se nos dirá que alrevelarnos las causas de los fenómenos, nos propor-ciona los medios de producirlos a nuestro antojo y,por lo tanto, de realizar los fines que nuestra volun-tad persigue por razones supracientíficas? Pero todomedio es en sí mismo un fin, por un lado; porquepara aplicarlo es preciso quererlo lo mismo que el fincuya realización prepara. Hay siempre varios cami-nos que llevan una meta determinada, y es precisoescoger entre ellos. Ahora bien, si la ciencia nopuede ayudarnos en la elección del fin mejor,¿cómo podría enseñarnos cuál es la mejor vía parallegar? ¿Por qué nos recomendaría la más rápida depreferencia a la más económica, la más segura antesque la más sencilla, o a la inversa? Si no puedeguiarnos en la determinación de los fines superiores,no es por ello menos impotente cuando se trata deesos fines secundarios y subordinados que se llamanmedios.

Es verdad que el método ideológico permite esca-par de ese misticismo y es, por otra parte, el deseo de

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escapar lo que ha constituido, en parte, la persisten-cia de este método.

En efecto, los que lo han aplicado eran demasiadoracionalistas para admitir que la conducta humanano necesita ser dirigida por la reflexión: y sinembargo no veían en los fenómenos, considerados ensí mismos, independientemente de todo dato subje-tivo, nada que permita clasificarlos de acuerdo consu valor práctico. Parecía, pues, que el único mediode juzgarlos fuera referirlos para dirigir a algún con-cepto que los dominara; en adelante, la aplicación denociones para dirigir la comparación de los hechos,en vez de derivarlas de ellos, se hacía indispensable entoda sociología racional. Pero sabemos que, si en esascondiciones la práctica se hace reflexiva, la reflexiónasí utilizada no es científica.

El problema que acabamos de plantear va a permi-tirnos reivindicar los derechos de la razón sin recaeren la ideología. En efecto, tanto para las sociedadescorno par los individuos, la salud es buena y deseable;la enfermedad, al contrario, es lo malo y lo que debeser evitado. Entonces, si encontramos un criterioobjetivo inherente a los hechos mismos y que nospermita distinguir científicamente la salud de laenfermedad, en los diversos órdenes de los fenómenossociales, la ciencia se encontrará en situación de ilu-minar la práctica permaneciendo fiel a su propiométodo. Sin duda, como hoy no consigue llegar alindividuo, sólo puede suministrarnos indicacionesgenerales que no pueden ser diversificadas de modoconveniente, más que si se entra directamente encontacto con lo particular, por medio de la sensa-ción. El estado de salud, tal como puede definirlo, no

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convendría exactamente a ningún sujeto individual,ya que sólo puede ser establecido en relación con lascircunstancias más comunes, de las que todo elmundo se desvía más o menos: sin embargo, no dejade ser un punto de referencia preciso para orientarla conducta. Aunque pueda ajustarse después a cadacaso especial, no se deduce que no sea interesanteconocerlo. Al contrario, es la norma que debe servirde base a todos nuestros razonamientos prácticos. Enesas condiciones, ya no se tiene derecho a decir que elpensamiento no es útil a la acción. Éntre la ciencia yel arte ya no existe un abismo; pero se pasa de una aotro sin solución de continuidad. Es cierto que laciencia sólo puede descender a los hechos por inter-medio del arte, pero el arte es sólo la prolongación dela ciencia. Y podemos preguntarnos si la insuficien-cia práctica de esta última no puede ir disminuyendoa medida que las leyes que establece expresan enforma cada vez más completa la realidad individual.

Vulgarmente se considera el sufrimiento como sín-toma de enfermedad y es cierto que, en general, existeentre estos dos hechos una relación, pero a la que lefalta precisión y constancia. Hay graves diátesis queson indoloras, mientras que algunos trastornos sinimportancia, como los que ocasiona una basurita enel ojo, causan verdadero suplicio. Es más, en ciertoscasos, la falta de dolor, o hasta el placer, son síntomasde enfermedad. Hay cierta invulnerabilidad patoló-gica. En circunstancias en las que un hombre sanosufriría, el neurasténico puede experimentar una

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sensación de gozo cuya naturaleza mórbida es indis-cutible. A la inversa, el dolor acompaña muchosestados, como el hambre, la fatiga, el parto, que sonfenómenos puramente fisiológicos.

¿Diremos que la salud, que consiste en un felizdesarrollo de las fuerzas vitales, se reconoce por laperfecta adaptación del organismo a su medio, yllamaremos, al contrario, enfermedad a todo lo queturba esta adaptación? Pero —volveremos más tardesobre este punto— no está demostrado que cadaestado del organismo corresponda a algún estadoexterior. Además, y aunque dicho criterio fuera real-mente propio del estado de salud, necesitaría otrocriterio para poder ser reconocido; porque, en todocaso, tendríamos que saber de acuerdo con qué prin-cipio puede afirmarse que tal forma de adaptarse esmás perfecta que otra.

¿Se trata de la forma en que uno y otro afectannuestras oportunidades de supervivencia? La saludsería el estado de un organismo en que esas oportuni-dades se encuentran al máximo, y la enfermedad, porel contrario, todo lo que las disminuye. Es indudableque, en general, la enfermedad tiene realmente porconsecuencia una debilitación del organismo. Perono es la única que produce este resultado. Las funcio-nes de reproducción en ciertas especies inferioresarrastran fatalmente la muerte e, incluso en especiesmás elevadas, crean riesgos. Sin embargo, son nor-males. La ancianidad y la infancia tienen los mismosefectos; porque el anciano y el niño son más accesi-bles a las causas de destrucción. ¿Son entonces enfer-mos y es preciso no admitir más tipo sano que el deladulto? ¡He aquí que el campo de la salud y el de la

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fisiología quedan singularmente reducidos! Si, porotra parte, la ancianidad es ya por sí misma unaenfermedad, ¿cómo distinguir al anciano sano delanciano enfermizo? Desde el mismo punto de vistahabrá que clasificar la menstruación entre los fenó-menos mórbidos; porque con los trastornos que pro-voca aumenta la receptividad de la mujer a laenfermedad. Sin embargo ¿cómo calificar de enfer-mizo un estado cuya ausencia o desaparición prema-tura constituye indiscutiblemente un fenómenopatológico? Se razona sobre esa cueltión como si enun organismo sano cada pormenor tuviera un papelútil que desempeñar; como si cada estado internorespondiera exactamente a alguna condición externay, por lo tanto, contribuyera a garantizar, por suparte, el equilibrio vital y a reducir las posibilidadesde muerte. Es, al contrario, legítimo suponer queciertas disposiciones anatómicas o funcionales nosirven directamente para nada, sino que son simple-mente porque son, porque no pueden no ser, dadas lascondiciones generales de la vida. No podríamos cali-ficar de mórbidas, porque la enfermedad es, antetodo, algo evitable que no está implicado en la cons-titución normal del ser vivo. Pero puede suceder que,en vez de fortalecer el organismo, disminuyan sucapacidad de resistencia y, por consiguiente, aumen-ten los riesgos mortales.

Por otro lado, no es seguro que la enfermedadtenga siempre el resultado en función del cual se laquiere definir. ¿No hay muchos males demasiadoleves para que podamos atribuirles una influenciasensible sobre las bases vitales del organismo?Incluso entre los más graves, hay algunos cuyas con-

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secuencias no son nada molestas, si sabemos lucharcontra ellas con los medios de que disponemos. Elenfermo gástrico que practica una buena higienepuede vivir tantos arios como el hombre sano. Claroque está obligado a cuidarse, pero ¿no estamos todosigualmente obligados a cuidarnos? ¿No puede con-servarse la vida de otra manera? Cada uno de nosotrostiene su higiene propia; la del enfermo no se parece ala que practica el promedio de los hombres de sutiempo y de su ambiente; pero ésta es la única diferen-cia que existe entre ellos en ese aspecto. La enferme-dad no nos deja siempre desamparados y en un estadode inadaptación irremediable; nos obliga sólo a adap-tarnos de una manera distinta a la de la mayoría denuestros semejantes. ¿Quién nos dice, incluso, queno hay enfermedades útiles? La viruela que nos ino-culamos por medio de la vacuna es una verdaderaenfermedad que aceptamos voluntariamente y sinembargo aumenta nuestras oportunidades de super-vivencia. Y tal vez existen otros muchos casos en quela molestia causada por la enfermedad es insignifi-cante al lado de las inmunidades que nos confiere.

En fin, y sobre todo, este criterio es con muchafrecuencia inaplicable. En rigor, es posible establecerque la mortalidad más baja que se conoce se encuen-tra en tal grupo determinado de individuos; pero nose puede demostrar que no existe otra inferior.¿Quién nos dice que no son posibles otras medidasque tendrían como efecto disminuir todavía dichaLasa? Ese minimum no es la prueba de una perfectaadaptación, ni tampoco el índice seguro del estado desalud si nos referimos a la definición anterior. Ade-más, un grupo de esta naturaleza es muy difícil de

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constituir y aislar de todos los otros como sería nece-sario para que se pudiera observar la constituciónorgánica cuyo privilegio posee y que es la causasupuesta de dicha superioridad. A la inversa, si setrata de una enfermedad cuyo desenlace es general-mente mortal, es evidente que las probabilidades quetiene el ser de sobrevivir quedan disminuidas yentonces la prueba resulta singularmente difícil,cuando la enfermedad no es de las que traen directa-mente la muerte. No hay en efecto más que unamanera objetiva de comprobar que algunos seres,situados en condiciones determinadas, tienen menosprobabilidades de sobrevivir que otros, o sea, dehacer ver que, de hecho, la mayoría de ellos vivenmenos tiempo. Pero, si en el caso de enfermedadespuramente individuales esta demostración es amenudo posible, resulta totalmente impracticable ensociología. Carecemos aquí del punto de referenciade que dispone el biólogo, o sea, la cifra de la mortali-dad media. Ni siquiera podemos distinguir con exac-titud aproximada en qué momento nace unasociedad y en qué momento muere. Todos estos pro-blemas, que hasta en la biología están lejos de serclaramente resueltos, siguen aún para el sociólogoenvueltos en el misterio. Por otra parte, los aconteci-mientos que se producen en el curso de la vida socialy se repiten de manera casi idéntica en todas lassociedades del mismo tipo son demasiado variadospara que sea posible determinar en qué medida unode ellos puede haber contribuido a precipitar el des-enlace final. Cuando se trata de individuos, como sonmuchos, se pueden escoger, para compararlos, aque-llos que sólo tengan en común una misma anomalía:

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así, ésta queda aislada de todos los fenómenos conco-mitantes y se puede estudiar la naturaleza de suinfluencia sobre el organismo. Si, por ejemplo, unmillar de reumáticos, escogidos al azar, presentanuna mortalidad sensible superior a la media,tenemos buenas razones para atribuir este resultado ala diátesis reumática. Pero en sociología, como cadaespecie social cuenta sólo con un pequeño número deindividuos, el campo de las comparaciones es dema-siado restringido para que las agrupaciones de estegénero resulten demostrativas.

Entonces a falta de esta prueba de hecho, no quedaotra posibilidad que la de recurrir a razonamientosdeductivos cuyas conclusiones no pueden tener otrovalor que el de presunciones subjetivas. Se demos-trará no que tal acontecimiento debilita efectiva-mente el organismo social, sino que debe producirdicho efecto. Para lo cual se hará ver que no puededejar de tener tal o cual consecuencia que se juzgamolesta para la sociedad y, con esa base, se declararámórbida. Pero, incluso suponiendo que engendre enefecto esta consecuencia, puede suceder que losinconvenientes que presenta se vean más que com-pensados por ventajas que no se advierten. Además,sólo existe una razón que permita calificarla defunesta, y es que transtorna el juego normal de lasfunciones. Pero dicha prueba supone el problema yaresuelto; pues sólo es posible cuando se ha determi-nado previamente en qué consiste el estado normal ypor consiguiente si se sabe con qué signo puede serreconocido. ¿Trataremos de construirlo totalmente apriori? No hace falta demostrar el valor que puedetener semejante construcción. Por eso en sociología,

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como en la historia, los mismos hechos son califica-dos de acuerdo con los sentimientos personales delcientífico, como saludables o desastrosos. Así, sucedesin cesar que para un teórico incrédulo los restos de feque sobreviven en medio del quebrantamiento gene-ral de las creencias religiosas sean un fenómeno mór-bido, mientras que para el creyente la incredulidadmisma es hoy la gran enfermedad social. Igualmentepara el socialista la organización económica actual esun hecho de teratología social, mientras que, para eleconomista ortodoxo, las tendencias socialistas sonpatalógicas por excelencia. Y cada uno de ellosencuentra silogismos que juzga bien hechos paraapoyar su opinión.

El defecto común de estas definiciones es el de quererencontrar prematuramente la esencia de los fenóme-nos. Entonces suponen ya adquiridas proposicionesque, verdaderas o no, sólo pueden ser comprobadas sila ciencia ha progresado lo suficiente. Sin embargo,se trata de conformarnos con la regla que hemosestablecido antes. En vez de pretender determinar degolpe las relaciones de estado normal y de su contra-rio con las fuerzas vitales, busquemos simplementealgún signo exterior inmediatamente perceptible,pero objetivo, que nos permita distinguir uno de otroesos dos órdenes de hechos.

Todo fenómeno sociológico, como, por otra parte,todo fenómeno biológico, es susceptible, aun perma-neciendo esencialmente él mismo, de revestir formasdiferentes según los casos. Ahora bien, entre esasformas las hay de dos clases. Unas son generales entoda la extensión de la especie; otras se vuelven a

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encontrar, si no entre todos los individuos, por lomenos en la mayor parte, y, aunque no se repitanidénticamente en todos los casos en donde se obser-van sino que varían de un sujeto a otro, estas varia-ciones están comprendidas entre límites muyaproximados. Otras, en cambio, son excepcionales; nosólo se encuentran únicamente en una minoría, sinoque sucede con frecuencia que incluso donde se repro-ducen no duren toda la vida del individuo. Constituyenuna excepción lo mismo en el tiempo que en el espacio.'Estamos pues en presencia de dos variedades de fenó-menos que deben ser designadas con términos dife-rentes. Llamaremos normales a los hechos queprejuzgan las formas más generales y daremos a lasotras el nombre de mórbidas o patológicas. Si conve-nimos en denominar tipo medio al ser esquemáticoque reúne en un mismo todo, en una especie deindividualidad abstracta, los caracteres más fre-cuentes de la especie, con sus formas más frecuentestambién, podemos decir que el tipo normal se con-funde con el tipo medio y que toda desviación res-pecto a este patrón de la salud es un fenómenomórbido. Es verdad que el tipo medio no podría deter-minarse con la misma claridad que un tipo indivi-dual, puesto que sus atributos constitutivos no son

Podemos distinguir así lo patológico de lo teratológico. Lo segundo es sólouna excepción en el espacio; no se encuentra en el promedio de la especie, perodura toda la vida de los individuos donde se encuentra. Se ve, por lo demás, queestos dos órdenes de hechos sólo difieren en grado y son en el fondo de igualnaturaleza; los límites entre ellos son muy borrosos, porque la enfermedadpuede hacerse crónica y la monstruosidad avanzar. Por lo tanto, no es posiblesepararlas radicalmente cuando se las define. La distinción entre ellas no puedeser más categórica entre lo morfológico y lo fisiológico, puesto que en suma lomórbido es lo anormal en el orden fisiológico, corno lo teratológico es loanormal en el orden anatómico.

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absolutamente fijos, sino susceptibles de variación.Pero no podemos poner en duda la posibilidad deconstituirlo, puesto que es la materia inmediata de laciencia, porque no se confunde con el tipo genérico.Lo que el fisiólogo estudia son las funciones delorganismo medio y sucede lo mismo con el soció-logo. Cuando podamos diferenciar las distintas espe-cies sociales —trataremos esta cuestión mas adelante—será posible entonces descubrir la forma más generalque presenta un fenómeno dentro de una espe-cie determinada.

Vemos que sólo puede calificarse como patológicoun hecho en relación con una especie determinada.Las condiciones de la salud y de la enfermedad nopueden ser definidas in abstracto y de una maneraabsoluta. Esta regla no se discute en biología; nuncase le ha ocurrido a nadie que lo que es normal en unmolusco lo sea también en un vertebrado. Cada espe-cie tiene su salud peculiar, porque hay un tipo medioque le es propio, y la salud de las especies más inferio-res no es menor que la de las más elevadas. El mismoprincipio se aplica a la sociología, aunque a menudose le desconoce. Hay que renunciar a la costumbre,todavía muy difundida, de juzgar una institución,una práctica, una máxima moral, como si fueranbuenas o malas en sí mismas y por sí mismas, paratodos los tipos sociales indistintamente.

Puesto que el punto de referencia en relación conel cual se puede juzgar el estado de salud o de enfer-medad varía con las especies, puede variar tambiénpara una sola y misma especie si ésta llega a cambiar.Así, desde el punto de vista puramente biológico, loque es normal para el salvaje no lo es siempre para el

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hombre civilizado, y a la inversa.2 Existe sobre todoun orden de variaciones que importa tener en cuentaporque se producen regularmente en todas las espe-cies: son las que se refieren a la edad. La salud delanciano no es la del adulto, lo mismo que esta no es ladel niño y lo mismo sucede en las sociedades.3 Por lotanto, no puede calificarse un hecho social comonormal para una especie social determinada más queen relación con una fase, determinada igualmente, desu desarrollo; por consiguiente, para saber si tienederecho a esta denominación no basta observar bajoqué forma se presenta en la generalidad de las socie-dades que pertenecen a dicha especie, hay que cuidartambién de considerarla en la fase correspondiente desu evolución.

Parece que acabamos de proceder simplemente ahacer una definición de palabras; porque sólo hemosagrupado los fenómenos según sus semejanzas y susdiferencias imponiendo nombres a los grupos asíformados. Pero en realidad, los conceptos que hemosconstituido así, aunque poseen la gran ventaja de serreconocibles por caracteres objetivos y fácilmenteperceptibles, no se alejan de la noción común de lasalud y enfermedad. En efecto ¿La enfermedad no esconcebida por todo el mundo como un accidente,que la naturaleza del ser vivo contiene sin duda, perono engendra de ordinario? Es lo que los antiguos filó-

2 por ejemplo, el salvaje que tuviera el aparato digestivo reducido y el sistemanervioso desarrollado que tiene el hombre civilizado sano, sería un enfermo enrelación con su medio.

Abreviarnos esta parte de nuestra explicación porque sólo podríamos repe-tir, a propósito de los hechos sociales en general, lo que hemos dicho en otrolado a pt °pósito de la distinción de los hechos morales en normales y anorma-les, (Véase Divisón del trabajo social, p. 33-39).

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sofos expresan al decir que no procede de la natura-leza de las cosas, que es producto de una especie decontingencia inmanente a los organismos. Dichaconcepción es, seguramente, la negación de todaciencia; porque la enfermedad no es más milagrosaque la salud, está igualemnte fundada en la natura-leza de los seres. Pero no se funda en la naturalezanormal; no está implicada en su temperamento ordi-nario ni ligada a las condiciones de existencia de lasque depende generalmente. A la inversa, para todo elmundo el tipo de salud se confunde con el de laespecie. Incluso no se puede concebir sin contradic-ción una especie que, por sí misma y en virtud de suconstitución fundamental, esté irremediablementeenferma. Es la norma por excelencia y por lo tanto nopodría contener nada anormal.

Es cierto que, corrientemente, se entiende tambiénpor salud un estado generalmente preferible a laenfermedad. Pero esta definción se halla contenidaen la anterior. Si los caracteres cuya reunión forma eltipo normal, han podido generalizarse en una espe-cie, no es sin motivo. Esta generalidad es en sí mismaun hecho que necesita ser explicado y que por esoreclama una causa. Sería inexplicable que las formasde organización más difundidas no fueran también,por lo menos en conjunto, las más ventajosas. ¿Cómohubieran podido mantenerse en tan gran variedad decircunstancias si no pusieran a los individuos ensituación de resistir mejor a las causas de destruc-ción? Y a la inversa, si las otras son más raras esevidente que en el promedio de los casos los sujetosque las presentan tienen más dificultad para sobre-vivir.

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La mayor frecuencia de las primeras es pues laprueba de su superioridad.4

II

Esta última observación proporciona incluso unmedio para controlar los resultados del método queantecede.

Puesto que la generalización que caracteriza exte-riormente los fenómenos normales es un fenómenoexplicable, después de haber sido directamente esta-blecida por la observación, se puede tratar de expli-carla. Sin duda, podemos asegurarnos por an-ticipado que no carece de causa, pero es preferiblesaber con exactitud cuál es dicha causa. El carácternormal del fenómeno será, en efecto, más indis-cutible si se demuestra que el signo exterior quelo había revelado primero no es puramente aparente,sino que se funda en la naturaleza de las cosas; en unapalabra, si se puede erigir dicha normalidad de hechoen una normalidad de derecho. Por otra parte, esta

Es cierto que Garofalo ha tratado de distinguir entre lo mórbido y loanormal (Criminología, pp. 109, 110). Pero los únicos argumentos sobre loscuales apoya esta distinción son los siguientes: I La palabra enfermedadsignifica siempre algo que tiende a la desrmeción total o parcial del organismo;si no hay destrucción, hay curación, nunca estabilidad como en varias anoma-lías. Pero acabamos de ver que lo anormal, también, es una amenaza para el servivo en el promedio de los casos. Es cierto que no sucede siempre así; pero lospeligros que implica la enfermedad sólo existen en la generalidad de las circuns-tancias. En cuanto a la falta de estabilidad que distinguiría lo mórbido, equi-vale a olvidar las enfermedades crónicas y separar radicalmente lo teratológicode lo patológico. Las monstruosidades son fijas. 2)Lo normal y lo anormal, segúndice, varían con las razas, mientras que la distinción de lo fisiológico y lopatológico es valida para todo el genus horno. Por el contrario, acabamos dedemostrar que, con frecuencia, lo que es mórbido en el salvaje no lo es en elcivilizado. Las condiciones de la salud física varían con los ambientes.

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demostración no consistirá siempre en hacer ver queel fenómeno es útil al organismo, aunque este sea elcaso más frecuente por las razones que acabamos deexponer; pero puede suceder también, como hemosobservado antes, que exista una disposición normalque no sirva para nada, simplemente porque estánecesariamente implicada en la naturaleza del ser. Asísería tal vez útil que el parto no determinara molestiastan violentas en el organismo femenino; pero eso esimposible. Por consiguiente, la normalidad del fenó-meno se explicará sólo porque se relaciona con lascondiciones de la especie considerada; bien como unefecto mecánicamente necesario de esas condiciones,bien como un medio que permita a los organismosadaptarse.5

Esta prueba no es simplemente útil a título decontrol. En efecto, no hay que olvidar que, si interesadistinguir lo normal de lo anormal, es sobre todo conmiras a iluminar la práctica. Ahora bien, para actuarcon conocimiento de causa no basta saber lo quedebemos desear, sino por qué debemos desearlo. Lasproposiciones científicas relativas al estado normalserán más inmediatamente aplicables en los casosparticulares cuando aparezcan acompañadas de susrazones; porque entonces será más fácil reconoceren qué caso conviene modificarlas al aplicarlas y enqué sentido.

Hay incluso circunstancias en que esta comproba-ción es rigurosamente necesaria, porque si se apli-

Claro que podemos preguntar si, cuando un Fenómeno procede necesaria-mente de las condiciones generales de la vida, no resulta por eso mismo írtil. Nopodernos tratar esta cuestión filosófica, Sin embargo, nos ocupamos de ella unPoco más adelante.

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cara solo, el primer método, podría inducir a error.Esto es lo que sucede durante los periodos de transi-ción en que la especie entera está evolucionando, sinencontrarse aún fijada definitivamente en una formanueva. En este caso, el único tipo normal realizado enla actualidad y dado en los hechos es el del pasado ysin embargo ya no está en relación con las nuevascondiciones de existencia. Un hecho puede así persis-tir en toda la extensión de una especie, aunque noresponda ya a las exigencias de la situación. Entoncesya sólo posee las apariencias de la normalidad; por-que la generalización que presenta no es más que unaetiqueta engañosa, puesto que sólo se mantiene por lafuerza ciega de la costumbre, y ya no es el índice deque el fenómeno observado está estrechamenteligado a las condiciones generales de la existenciacolectiva. Esta deficultad es, por otra parte, peculiar ala sociología. No existe, por decirlo así, para el bió-logo. Es, en efecto, muy raro que las especies anima-les tengan que adoptar formas imprevistas. Lasúnicas modificaciones. normales por las que pasanson aquéllas que se reproducen regularmente en cadaindividuo, principalemente bajo la influencia de laedad. Son pues conocidas, o pueden serlo, porque yaestán realizadas en una multitud de casos; por consi-guiente, en cada momento del desarrollo del animal,e incluso en los periodos de crisis, se puede saber enqué consiste el estado normal. Lo mismo ocurre ensociología para las sociedades que pertenecen a lasespecies inferiores. Porque, como muchas de ellas yahan realizado toda su carrera, la ley de su evoluciónnormal es, o por lo menos puede ser, establecida.Pero cuando se trata de las sociedades más elevadas y

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más recientes, esta ley es desconocida por definición,puesto que todavía no han recorrido toda su historia.El sociólogo puede encontrarse preocupado porsaber si un fenómeno es normal o no, ya que le faltatodo punto de referencia.

Saldrá de dudas si procede como acabarnos dedecir. Después de haber establecido mediante laobservación el hecho en general, se remontará a lascondiciones que han determiando esta generalidaden el pasado y buscará después si esas condiciones seencuentran todavía en el presente o si, al contrario,han cambiado. En el primer caso tendrá derecho atratar el fenómeno como normal y, en el segundo, anegarle dicho carácter. Por ejemplo, para saber si elestado económico actual de los pueblos europeos,con la desorganización6 que les es característica, esnormal o no, se buscará lo que lo ha producido en elpasado. Si esas condiciones son aún las que actual-mente se encuentran en nuestras sociedades, es queesta situación es normal pese a las protestas quesuscitan. Pero si se descubre, por el contrario, queestá ligada a la vieja estructura social que hemoscalificado en otra parte de segmentaria7 y que, des-pués de haber sido la osamenta esencial de las socieda-des, va borrandose cada vez más, se deberá concluirque constituye en el presente un estado mórbido, pormuy universal que sea. De acuerdo con el mismométodo deberán resolverse todas las cuestiones con-

6 Véase, sobre este punto, una nota que publicamos en la Revista Filosófica(noviembre, 1893) sobre "La definición del socialismo".

7 Las sociedades segmentarias, y especialmente las sociedades segmentariascon base territorial, son aquellas cuyas articulaciones esenciales corresponden alas divisiones territoriales. (Véase División del trabajo social, pp. 189-210).

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trovertidas de este género, como las de saber si eldebilitamiento de las creencias religiosas o el des-arrollo de los poderes del Estado son fenómenos nor-males o no.8

De todas maneras, este método no podría en nin-gún caso ser sustituido por el anterior, ni siquieraaplicarse al primero. En primer lugar, plantea cues-tiones de las que hablaremos más tarde y que sólopueden ser abordadas cuando ya hemos profundi-zado bastante en la ciencia; porque ésta implica, enresumen, una explicación casi completa de los fenó-menos que supone determinados, o sus causas o susfunciones. Importa pues que, desde el comienzo dela investigación, se puedan clasificar los hechos ennormales y anormales, con la reserva de algunoscasos excepcionales, a fin de poder asignar a la fisio-

En ciertos casos, se puede proceder de manera un poco distinta y demostrarque un hecho cuyo carácter normal se pone en duda merece o no esta reflexión,haciendo ver que se reía( iona estrechamente con el desarrollo anterior del tiposocial considerado, e incluso con el conjunto de la evolución social en general, obien, al contrario, que contradice al uno y al otro. En esta forma hemos podidodemostrar que la debilitación actual de las creencias religiosas, y más general-mente de los sentimientos c ()lectivos hacia objetos colectivos, es completamentenormal; y hemos probado que este debilitamiento se hace más acusado a medidaque las sociedades se aproximan a nuestro tipo actual y que éste, a su vez, estámás desarrollado (Divisón del trabajo social, pp. 73-182). Pero, en el fondo, estemétodo no es más que un caso particular del anterior. Pues si la normalidadde este fenómeno ha podido ser establecida de esta manera, es porque al mismotiempo se ha relacionado con las condiciones más generales de nuestra existen-cia colectiva. En efecto, por una parte, si esta regresión de la conciencia religiosaes tanto más señalada cuanto que la estructura de nuestras sociedades está másdeterminada, se debe, no a alguna causa accidental, sino a la constituciónmisma de nuestro medio social; y como, por otra parte, las particularidadescaracterísticas de la estructura social están sin duda más desarrolladas hoy queantaño, es normal que los fenómenos que dependen de ella estén amplificados.Este método difiere sólo del anterior en que las condiciones que explican yjustifican la generalidad del fenómeno están inducidas y no directamenteobservadas. Se sabe que pertenecen a la naturaleza del medio social sin que sesepa en qué ni cómo,

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logia su campo y a la patología el suyo. Luego, enrelación con el tipo normal, hay que descubrir si unhecho es útil o necesario para poder calificarlo denormal. De otra manera, se podría demostrar que laenfermedad se confunde con la salud, puesto queprocede necesariamente del organismo que lapadece; sólo cuando se trata del organismo medio nosostiene la misma relación. Igualmente, la aplica-ción de un remedio útil al enfermo podría pasar porun fenómeno normal, cuando es evidentementeanormal puesto que sólo presenta dicha utilidad encondiciones anormales. Por lo tanto, sólo podemosaplicar este método cuando el tipo normal ha sidoconstituido anteriormente y que sólo puede haberlosido por otro procedimiento. En fin, y sobre todo, sies verdad que todo lo normal es útil, es falso que, amenos que resulte necesario, todo lo que es útil esnormal. Podemos estar seguros de que los estadosgeneralizados en la especie son más útiles que los quesiguen siendo excepcionales; y no porque sean losmás útiles que existen o que puedan existir. Notenemos ninguna razón para creer que todas las com-binaciones posibles han sido probadas en el curso dela experiencia y, entre las que no han sido nuncarealizadas pero concebibles, hay quizá algunasmucho más ventajosas que las que conocemos. Lanoción de lo útil desborda la de lo normal, y es a éstalo que el género es a la especie. Ahora bien, es imposi-ble deducir lo más de lo menos, la especie del género.Pero podemos volver a encontrar el género dentro dela especie puesto que ella lo contiene. Por eso, una vezcomprobada la generalización del fenómeno, es posi-ble, demostrando de qué manera sirve, confirmar los

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resultados del primer método.9 Podemos pues for-mular las tres reglas siguientes:

1. Un hecho social es normal para un tipo socialdeterminado, considerado en una fase determinadade su desarrollo, cuando se produce en el promediode las sociedades de esta especie, consideradas en lafase correspondiente de su evolución.

2. Se pueden comprobar los resultados del métodoanterior mostrando que la generalización del fenó-meno depende de las condiciones generales de la vidacolectiva en el tipo social considerado.

3. Esta comprobación es necesaria cuando esehecho se relaciona con una especie social que no haefectuado aún su evolución integral.

III

Estamos tan acostumbrados a resolver de un tajoestas cuestiones difíciles y a decidir rápidamente siun hecho social es normal o no, guiándonos porobservaciones sumarias y a golpe de silogismos, quetal vez se juzgue este procedimiento inútilmentecomplicado. No parece necesario hacer tantas histo-

Pero se nos dirá que entonces la realización del tipo normal no es el objetomás elevado que podamos proponernos, y para superarlo hay que superartambién la ciencia. No tenemos por qué tratar aquí esta cuestión ex pro fesso;contestamos únicamente: /; que es completamente teórica, porque de hecho eltipo normal, el estado de salud, es ya bastante difícil de conseguir y se lograbastante raramente como para que nos estrujemos la imaginación buscandoalgo mejor; 2) que esas mejoras, objetivamente más ventajosas, no son objeti-vamente deseables; porque si no responden a ninguna tendencia latente o enacto no aumentarán en nada la felicidad, y si responden a alguna tendencia, esque el tipo noi mal no está realizado; 3)en fin, que, para mejorar el tipo normales preciso conocerlo. Por lo tanto, en todo caso, sólo se puede superar la cienciaapoyándose en ella.

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rias para distinguir la enfermedad de la salud. ¿Nohacemos todos los días distinciones así? Cierto, peronos queda saber si las hacemos oportunamente. Loque nos oculta las dificultades de estos problemas esque vemos que el biólogo las resuelve con una facili-dad relativa. Pero olvidamos que le es mucho másfácil que al sociólogo percibir la manera en que cadafenómeno afecta la fuerza de resistencia del orga-nismo, determinando así el carácter normal o anor-mal con la suficiente exactitud. En‘la sociología, lacomplejidad y la movilidad mayores de los hechosobligan a tomar muchas más precauciones, como lodemuestran los juicios contradictorios de los que elmismo fenómeno es objeto entre los diferentes parti-dos. Para demostrar la necesidad de esta circunspec-ción hagamos ver mediante algunos ejemplos a quéerrores nos exponemos cuando no nos restringimos aello y bajo qué nuevo aspecto aparecen los fenóme-nos más esenciales, en el momento en que se les tratametódicamente.

Si hay un hecho cuyo carácter patológico pareceindiscutible es el crimen. Todos los criminólogosestán de acuerdo en este punto. Aunque explican estamorbidez en formas diferentes, la reconocen por una-nimidad. Sin embargo, el problema exige un trata-miento menos precipitado.

Empecemos por aplicar las reglas anteriores. Elcrimen no se observa sólo en la mayoría de las socie-dades de tal o cual especie, sino en todas las socieda-des de todos los tipos. No hay ninguna donde noexista criminalidad. Cambia de forma, los actos asícalificados no son en todas partes los mismos; perosiempre y en todos lados ha habido hombres que se

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comportaban de forma que merecían represiónpenal. Si por lo menos, a medida que las sociedadespasan de los tipos inferiores a los más elevados, latasa de criminalidad, es decir, la relación entre lacifra anual de delitos graves y la de la poblacióntendiera a bajar, se podría creer que aun siendo unfenómeno normal, el crimen tiende a perder esecarácter. Pero no tenemos ningún motivo para creeren la realidad de esta regresión. Al contrario, muchoshechos parecen demostrar la existencia de un movi-miento en sentido inverso. Desde principios de siglo,las estadísticas nos proporcionan el medio de seguirla marcha de la criminalidad. Pues bien, ha aumen-tado en todas partes. En Francia, el aumento es caside 300%. No hay, pues, ningún fenómeno que pre-sente de manera más irrecusable todos los síntomasde la normalidad, puesto que aparece estrechamenteligado a las condiciones de toda vida colectiva. Con-vertir el crimen en una enfermedad social sería admi-tir que la enfermedad no es algo accidental, sino queal contrario deriva en ciertos casos de la constituciónfundamental del ser vivo; esto sería borrar toda dis-tinción entre lo fisiológico y lo patalógico. Sin duda,puede suceder que el crimen mismo tenga formasanormales; esto es lo que ocurre cuando por ejemplollega a una tasa exagerada. No es dudoso, en efecto,que este exceso sea de naturaleza mórbida. Lo normales simplemente una criminalidad con tal de quealcance y no supere, por cada tipo social, cierto nivelque tal vez no es imposible fijar de acuerdo con lasreglas anteriores."

Aunque el crimen sea un fenómeno de la sociología normal, no se deduceque el criminal sea un individuo normalmente constituido desde el punto de

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Henos aquí en presencia de una conclusión queparece bastante paradójica. Porque no hay que con-fundir. Clasificar el crimen entre los fenómenos de lasociología normal no equivale sólo a decir que es unfenómeno inevitable, aunque lamentable debido a laincorregible maldad de los hombres; es también afir-mar que se trata de un factor de la salud pública, unaparte integrante de toda sociedad sana. Este resultadoes a primera vista bastante sorprendente, tanto queincluso a nosotros mismos nos ha desconcertado ydurante largo tiempo. Pero, una vez que se ha domi-nado esta primera impresión de sorpresa no es difícilencontrar las razones que explican esta normalidad ya un tiempo la confirman.

En primer lugar, el crimen es normal porque unasociedad exenta de él sería absolutamente imposible.

El crimen, lo hemos demostrado en otro lugar,consiste en un acto que ofende ciertos sentimientoscolectivos dotados de una energía y de una claridadparticulares. Para que en una sociedad determinadase dejen de cometer actos considerados criminalessería preciso que los sentimientos que hieren seencontraran en todas las conciencias individuales sinexcepción y con el grado de fuerza necesaria paracontener los sentimientos contrarios. Ahora bien,suponiendo que dicha condición pudiera existir efec-tivamente, el crimen no desaparecería, cambiaríasolamente de forma; porque la causa misma quesecaría así las fuentes de la criminalidad abriríainmediatamente otras nuevas.

vista biológico y psicológico. Ambas cuestiones son independientes una de otra.Se comprenderá mejor esta independencia cuando hayamos demostrado másadelante la diferencia entre los hechos psíquicos y los hechos sociológicos.

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En efecto, para que los sentimientos colectivos queprotege el derecho penal de un pueblo, en unmomento determinado de su historia, consiganpenetrar en las conciencias que les estaban hastaentonces cerradas, o ejercer un mayor imperio dondeno lo tenían suficiente, es preciso que adquieran unaintensidad superior a la que tenían hasta entonces.Es necesario que la comunidad en su conjunto losexperimente con mayor fuerza; porque no puedenencontrar en otra fuente el máximo vigor que les per-mita imponerse a los individuos que, antaño, leseran más refractarios. Para que los asesinos desapa-rezcan es preciso que el horror de la sangre derra-mada aumente en esas capas de la sociedad dondesurgen los criminales; pero para esto es necesario quese extienda a toda la sociedad. Además, la ausenciamisma del crimen contribuiría directamente a pro-ducir ese resultado; porque un sentimiento aparecemucho más estable cuando es siempre y uniforme-mente respetado. Pero no se advierte que esos estadosde conciencia fuertes no pueden ser reforzados sinque los estados más débiles cuya violación sóloengendraba faltas puramente morales, sean reforza-dos al mismo tiempo; porque los segundos no sonmás que la prolongación, la forma atenuada, de losprimeros. Así, el robo y la simple falta de delicadezano hieren más que un único sentimiento altruista, elrespeto a la propiedad ajena. Pero este mismo senti-miento resulta ofendido con mayor o menor fuerzapor uno de esos actos que por el otro; y como, por otraparte, no existe en el promedio de las conciencias unaintensidad suficiente para sentir con viveza la másleve de esas dos ofensas, ésta es objeto de una mayor

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tolerancia. Por este motivo se censura simplementeal individuo poco delicado mientras que se castiga alladrón. Pero si ese mismo sentimiento se hace másfuerte, hasta el punto de apagar en todas las concien-cias la tendencia que inclina al hombre hacia el robo,se hará más sensible a las lesiones que hasta entoncessólo le harían levemente; entonces reaccionará con-tra ellas con mayor vivacidad; serán objeto de unareprobación más enérgica que hará pasar a algunasde ellas de simples hechos morales la categoría decrímenes. Por ejemplo, los contratos incorrectos oincorrectamente aplicados, que sólo traen consigouna censura pública o reparaciones civiles, se conver-tirán en delitos. Imaginemos una sociedad de santos,un claustro ejemplar y perfecto. Allí los crímenespropiamente dichos serán desconocidos, pero las fal-tas que parecen veniales al vulgo provocarán elmismo escándalo que un 'delito común en las con-ciencias ordinarias. Si esta sociedad posee el poder dejuzgar y castigar, calificará esos actos de criminales ylos tratará en consecuencia. Por la misma razón, elhombre perfectamente honrado juzga sus menoresdesfallecimientos morales con su severidad que lamultitud reserva a los actos verdaderamente delicti-vos. Antes, los actos de violencia contra las personaseran más frecuentes que hoy porque el respeto haciala dignidad individual era más débil. Como haaumentado, estos crímenes se han hecho más raros;pero también muchos actos que herían ese senti-miento han penetrado en el derecho penal al que nopertenecían primitivamente."

" Calumnias, injurias, difamación, dolo, etc.

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Tal vez nos preguntemos, para agotar todas lashipótesis lógicamente posibles, por qué esta unani-midad no se extendería a todos los sentimientoscolectivos sin excepción; por qué incluso los másdébiles no adquirirían la energía suficiente para evi-tar toda disidencia. La conciencia moral de la socie-dad se encontraría entonces completa en todos losindividuos y con una vitalidad suficiente para impe-dir todo acto que la ofenda, tanto las faltas pura-mente morales como los crímenes. Pero unauniformidad tan universal y tan absoluta es radical-mente imposible, porque el medio físico inmediatoen el que vivimos, los antecedentes hereditarios, lasinfluencias sociales de las que dependemos varían deun individuo a otro y, en consecuencia, diversificanlas conciencias. No es posible que todo el mundo separezca hasta este punto, por la única razón de quecada uno tiene su organismo propio y estos organis-mos ocupan porciones diferentes del espacio. Poreso, incluso entre los pueblos inferiores, en los que laoriginalidad individual está muy poco desarrollada,no es sin embargo nula. Así pues, como no puedeexistir una sociedad donde los individuos no se des-víen más o menos del tipo colectivo, es inevitableque, entre esas divergencias, haya algunas que pre-senten un carácter criminal. Porque lo que les con-fiere ese carácter no es su importancia intrínseca, sinola que les presta la conciencia común. Si ésta es másfuerte, si tiene bastante autoridad para hacer queestas divergencias tengan muy poco valor absoluto,será también más sensible, más exigente, y, reaccio-nando contra desviaciones nimias con la energía queen otros lugares sólo despliega frente a disidencias

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más considerables, les atribuirá la misma gravedad,es decir, las marcará como criminales.

El crimen es, pues, necesario; está ligado a lascondiciones fundamentales de toda vida social, pero,por eso mismo, resulta útil; porque estas condicionesde las que es solidario son indispensables para laevolución normal de la moral y del derecho.

En efecto, ya no es posible hoy discutir que no sóloel derecho y la moral varían de un tipo social a otro,sino también que cambian dentro de un mismo tiposi las condiciones de la existencia colectiva se modifi-can. Pero, para que estas transformaciones sean posi-bles es preciso que los sentimientos colectivos que seencuentren en la base de la moral no sean refractariosal cambio, y por consiguiente que no tengan más queuna energía moderada. Si fueran demasiado fuertesya no serían flexibles. Toda combinación, en efecto,es un obstáculo a la recomposición, y tanto máscuanto que sea más sólida la disposición primi-tiva. Cuanto más fuertemente acusada es una estruc-tura, más resistencia opone a toda modificación, ycon las combinaciones funcionales sucede lo mismoque con las anatómicas. Ahora bien, si no hubieracrímenes, esta condición no se cumpliría, porquedicha hipótesis supone que los sentimientos colecti-vos habrían llegado a un grado de intensidad sinejemplo en la historia. Nada es bueno indefinida-mente y sin medida. Es preciso que la autoridad de laque goza la conciencia moral no sea excesiva; de otraforma, nadie se atrevería a tocarla y cuajaría dema-siado fácilmente bajo una forma inmutable. Paraque pueda evolucionar, hace falta que la originali-dad individual pueda salir a la luz; para que la del

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idealista que sueña con superar su siglo pueda maní- .festarse, es necesario que la del criminal, que seencuentra por debajo de su tiempo, sea posible. Launa no existe sin la otra.

Pero esto no es todo. Además de esta utilidad indi-recta, sucede que el crimen desempeña un papel útilen dicha evolución. No implica únicamente que elcamino queda abierto a los cambios necesarios, sino.que también, en ciertos casos, prepara directamenteestos cambios. Allí donde existe, no sólo los senti-mientos colectivos tienen la maleabilidad necesariapara adoptar formas nuevas, sino que también élcontribuye a veces a predeterminar la forma quetomarán. En efecto, ¡cuántas veces es sólo una antici-pación de la moral futura, un encaminamiento hacialo venidero! Según el derecho ateniense, Sócrates eraun criminal y su condena no dejaba de ser justa. Sinembargo, su delito, o sea, la independencia de supensamiento, era útil, no sólo a la humanidad, sino asu patria. Porque servía para preparar una moral yuna fe nuevas, que los atenienses necesitaban enton-ces porque las tradiciones de las que habían vividohasta aquel momento ya no estaban en armonía consus condiciones de existencia. Y el caso de Sócrates noes un caso aislado, se repite periódicamente en lahistoria. La libertad de pensamiento de la que goza-mos actualmente no hubiera podido ser proclamadanunca si las reglas que la prohibían no hubieran sidovioladas antes de ser derogadas con solemnidad. Sinembargo, en ese momento, aquella violación era uncrimen, puesto que se trataba de una ofensa a senti-mientos aún muy vivos entre la generalidad de lasconciencias. Pero este crimen era útil porque prece-

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día a unas transformaciones que de día en día sehacían más necesarias. La filosofía libre ha tenidocomo precursores a herejes de todas clases que elbrazo secular ha golpeado justamente durante toda laEdad Media y hasta la víspera de la época contempo-ránea.

Desde ese punto de vista, los hechos fundamentalesde la criminología se presentan bajo un aspecto ente-ramente nuevo. Contrariamente a las ideas en curso,el criminal ya no aparece como un ser radicalmenteinsociable, como una especie de elelmento parasita-rio, de cuerpo extraño e inasimilable, introducido enel seno de la sociedad;'2 es un agente regular de lavida social. Por su parte, el crimen ya no debe serconcebido como un mal al que hay que contenerdentro de los límites más estrechos; antes bien lejosde felicitarnos cuando descienda muy sensiblementepor debajo del nivel ordinario, podemos estar segu-ros de que ese progreso aparente es a la vez contempo-ráneo y solidario de alguna perturbación social. Poreste motivo, la cifra de los golpes y las heridas no caenunca tan bajo como en periodos de hambre." Almismo tiempo y por carambola, la teoría del castigo serenueva o, mejor, hay que renovarla. Si, en efecto,

12 Nosotros mismos hemos cometido el error de hablar así del criminal por nohaber aplicado nuestra regla (Divisón del trabajo social, pp. 395,396).

15 No porque el crimen sea un hecho normal de la sociología hay que dejar deodiarlo. El dolor tampoco es nada deseable; el individuo odia como la sociedadodia el crimen, y sin embargo, tiene que ver con la fisiología normal. No sóloprocede directamente de la constitución misma de todo ser vivo, sino quedesempeña un papel útil en la vida por lo que no puede ser sustituido. Por eso,presentar nuestro pensamiento como una apología del crimen sería desnatura-lizarlo singularmente. Ni siquiera soñaríamos con protestar contra dicha inter-pretación, pues ya sabemos a qué extrañas acusaciones y a qué malentendidosse expone quien intenta estudiar los hechos morales objetivamente y hablar deellos en un lenguaje que no es el del vulgo.

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el crimen es una enfermedad, el castigo es su re-medio y no puede ser concebido de otra manera;también todas las discusiones que provoca se refierena la cuestión de saber cómo debe ser para desempeñarsu papel de remedio. Pero si el crimen no tiene nadade mórbido, el castigo no puede tener por objetocurarlo y su verdadera función debe buscarse en otrolado.

Falta mucho, pues, para que las reglas previa-mente enunciadas no tengan otra razón de ser que lade satisfacer un formalismo lógico sin gran utilidad,puesto que, al contrajo, según se apliquen o no, loshechos sociales más esenciales cambian totalmentede carácter. Si, por otra parte, este ejemplo es particu-larmente demostrativo —y por eso nos hemos creídoen el deber de tratarlo despacio— hay muchos otrosque podrían citarse con eficacia. No existe ningunasociedad en la que no sea de rigor que el castigo debeser proporcional al delito; no obstante, según laescuela italiana, este principio es sólo un invento delos juristas, desprovisto de toda solidez." Para estoscriminólogos, la institución penal misma, tal y comoha funcionado hasta ahora entre todos los pueblosconocidos, es un fenómeno contranatural. Ya hemosvisto que, para Garofalo la criminalidad peculiar delas sociedades inferiores no tiene nada de natural.Para los socialistas, la organización capitalista, pesea su generalización, constituye una desviación delestado normal, producida por la violencia y el artifi-cio. Para Spencer, en cambio, nuestra centralizaciónadministrativa, la extensión de los poderes guberna-mentales, constituyen el vicio radical de nuestras

" Véase Garofalo, Criminolope, p. 299-

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sociedades, y esto aunque una y otra progresen delmodo más regular y universal a medida que avanza-mos en la historia. No creemos que nos hayamos obli-gado nunca sistemáticamente a proclamar el carácternormal o anormal de los hechos sociales de acuerdocon el grado de generalización. Esas cuestiones sehan resuelto siempre a golpes de dialéctica.

Sin embargo, dejando de lado este criterio, no sólonos exponemos a confusiones y errores parcialescomo los que acabamos de recordar, sino que hace-mos imposible la ciencia misma. En efecto, ésta tienepor objeto inmediato el estudio del tipo normal;ahora bien, si los hechos más generales pueden sermórbidos, puede suceder que el tipo normal jamáshaya existido en los hechos. Entonces, ¿de qué sirveestudiarlos? Sólo pueden confirmar nuestros prejui-cios y enraizar nuestros errores puesto que procedende ellos. Si el castigo, si la responsabilidad tal y comoexisten en la historia, no son más que un producto dela ignorancia y de la barbarie ¿de qué sirve empeñarseen conocerlos para determinar sus formas normales?Así, el espíritu se siente impulsado a desviarse de unarealidad que pierde interés, para replegarse sobre símismo y buscar en su interior los materiales necesa-rios para reconstruirla. Para que la sociología tratelos hechos como si fueran cosas, es preciso que elsociólogo sienta la necesidad de alistarse en esaescuela. Como el objeto principal de toda ciencia dela vida, individual o social, es, en suma, definir elestado normal, de explicarlo y distinguirlo de sucontrario, si la normalidad no se nos da en las cosasmismas sino que un carácter que les imprimimosdesde fuera o que les negamos por cualquier razón,

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desaparece esta saludable subordinación. El espírituse encuentra a gusto frente a una realidad que notiene gran cosa que enseñarle; ya no está limitado porla materia a la cual se dedica, puesto que es él, dealgún modo, quien la determina. Las distintas reglasque hemos establecido hasta ahora son pues estrecha-mente solidarias. Para que la sociología sea verdade-ramente una ciencia de las cosas es preciso que lageneralidad de los fenómenos sea considerada comocriterio de su normalidad.

Además, nuestro método presenta la ventaja dereglamentar la acción a la vez que el pensamiento. Silo deseable no es objeto de observación, sino quepuede y debe ser determinado por una especie decálculo mental, no puede asignarse ningún límite,por decirlo así, a las libres invenciones de la imagina-ción que busca lo mejor. Porque ¿cómo asignar a laperfección un límite que no pueda rebasar? Escapa,por definición, a una limitación cualquiera. Elobjeto de la humanidad retrocede pues hasta lo infi-nito, desalentando a unos por su alejamiento, y esti-mulando a otros que, para aproximarse al fin unpoco, apresuran el paso y se precipitan en las revolu-ciones. Se elude de esta manera el dilema prácticorespecto a si lo deseable es la salud y si la salud es algodefinido e inherente a las cosas, porque el términodel esfuerzo se presenta y define a la vez. No se trata yade perseguir desesperadamente una meta que huye amedida que se adelanta, sino de trabajar con unaperseverancia regular para conservar el estado nor-mal, restablecerlo si es trastornado, volver a encon-trar sus condiciones si llegan a cambiar. El deber delhombre de Estado ya no es empujar violentamente a

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las sociedades hacia un ideal que les parece seductor;su papel es el del médico: evita la eclosión de las enfer-medade,s mediante una buena higiene y, cuando sehan declarado, intenta curarlas»

15 De la teoría desarrollada en este capítulo se ha deducido alguna vez que, deacuerdo con nosotros, la marcha ascendente de la criminalidad en el curso delsiglo xix era un fenómeno normal. Nada más lejos de nuestro pensamiento.Varios hechos que habíamos indicado a propósito del suicidio (véase El suici-dio, pp. 420 y s) tienden, por el contrario, a hacernos creer que este desarrolloes, en general, mórbido. De todas maneras, podría suceder que cierto aumento dealgunas formas de la aiminalidad sea normal, porque cada estado de civilizaciónposee su criminalidad propia. Pero acerca de esto sólo es posible hacer hipótesis.

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IV. Reglas relativas a la constituciónde los tipos sociales

Puesto que un hecho social sólo puede ser calificadode normal o anormal en relación con una especiesocial determinada, lo que antecede implica que unarama de la sociología está consagrada a la constitu-ción de esas especies y a su clasificación.

Esta noción de la especie social presenta, por otrolado, la enorme ventaja de proporcionarnos un tér-mino medio entre las dos concepciones contrarias dela vida colectiva que se han repartido durante muchotiempo los espíritus; me refiero al nominalismo delos historiadores' y al realismo extremado de losfilósofos. Para el historiador, las sociedades constitu-yen otras tantas individualidades heterogéneas que nopueden compararse entre sí. Cada pueblo tiene sufisonomía propia, su constitución especial, su dere-cho, su moral, su organización económica que sólo leconvienen a él, y cualquier -generalización resultacasi imposible. En cambio, para el filósofo, todasesas agrupaciones particulares a las que llamamostribus, ciudades, naciones, no son más que combina-

La llamo así porque entre los historiadores es algo frecuente, pero no quierodecir que se encuentre en todos.

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ciones contingentes y provisionales sin realidad pro-pia. Sólo la humanidad es real y de los atributosgenerales de la naturaleza humana procede toda laevolución social. Por consiguiente, para los prime-ros la historia no es más que una sucesión de aconte-cimientos que se encadenan sin reproducirse; paralos segundos, esos mismos acontecimientos sólo tie-nen valor e interés como ilustración de las leyes gene-rales inscritas en la constitución del hombre, quedominan todo el desarrollo histórico. Para éstos, loque resulta bueno en una sociedad no podría apli-carse a las otras. Las condiciones del estado de saludvarían de un pueblo a otro y no pueden ser determi-nadas teóricamente; es cuestión de práctica, de expe-riencia, de tanteos. En cuanto a las otras, pueden sercalculadas una vez por todas y para el génerohumano en su totalidad. Parecía, pues, que la reali-dad social no podía ser objeto más que de una filoso-fía abstracta y vaga o de monografías puramentedescriptivas. Pero eludimos esta alternativa cuandose reconoce que entre la multitud confusa de lassociedades históricas y el concepto único, pero ideal,de la humanidad, hay unos intermediarios: las espe-cies sociales. En efecto, en la idea de especie seencuentran reunidas la unidad que exige toda inves-tigación verdaderamente científica y la diversidadpresentada en los hechos, puesto que la especie essiempre la misma entre todos los individuos queforman parte de ella y que, por otro lado, las especiesdifieren entre sí. Sigue siendo verdad que las institu-ciones morales, jurídicas, económicas, etc., son infi-nitamente variables, pero dichas variaciones brindanmateria al pensamiento científico.

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Por haber desconocido la existencia de especiessociales, Comte ha creído poder representar el pro-greso de las sociedades humanas corno idéntico al deun pueblo único "con el que se relacionarían ideal-mente todas las modificaciones consecutivas obser-vadas entre las distintas poblariones".2 En efecto, sino existe más que una sola especie social, las socieda-des particulares sólo pueden diferir entre ellas porgrados, según presenten de manera más o menoscompleta los rasgos constitutivos de esta especieúnica y según expresen en más o menos perfecta-mente a la humanidad. Si por el contrario, existentipos sociales cualitativamente distintos unos deotros, por mucho que se les aproxime no podrá con-seguirse que se reúnan exactamente como las seccio-nes homogéneas de una recta geométrica. Eldesarrollo histórico pierde también la unidad ideal ysimplista que se le atribuía; se fragmenta, por decirloasí, en una multitud de trozos que, porque difierenespecíficamente unos de otros, no podrían religarsede una manera continua. La famosa metáfora dePascal, adoptada por Comte, se queda despojada detoda veracidad.

Pero ¿cómo hacer para constituir estas especies?

A primera vista, puede parecer que no hay otra formade proceder más que la de estudiar cada sociedad enparticular, hacer sobre ella una monografía lo másexacta y completa posible, y comparar todas esasmonografías entre sí, ver en qué concuerdan o diver-

2 Curso de filosofía, IV, 263.

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gen, y entonces, según la importancia relativa de esassimilitudes y de esas divergencias, clasificar los pue-blos en grupos semejantes o diferentes. En apoyo deeste método, se señala que es el único aceptable enuna ciencia de la observación. En efecto, la especie noes más que el resumen de los individuos; entonces¿cómo constituirlos, si no se empieza por describircada uno de ellos y describirlos enteros? ¿No existeuna regla según la cual no podemos elevarnos hastalo general sin haber observado lo particular y todo loparticular? Por este motivo se ha intentado a vecesaplazar el estudio de la sociología hasta la épocaindefinidamente alejada en que la historia, al estu-diar las sociedades particulares, pueda conseguirresultados suficientemente objetivos y definidos paraque puedan ser comparados útilmente.

Pero en realidad, esta circunspección sólo tieneuna apariencia científica. En efecto, es inexacto quela ciencia no pueda instituir leyes sin haber pasadorevista a todos los hechos que expresan, ni formargéneros más que después de haber descrito, en toda suintegridad, los individuos que abarcan. El verdaderométodo experimental tiende más bien a sustituir loshechos vulgares que sólo son demostrativos bajo lacondición de que sean muchos y que, por consi-guiente, no permitan más que conclusiones siem-pre sospechosas por hechos decisivos o cruciales,como decía Bacon,3 que, por sí mismos e indepen-dientemente de su número, poseen un valor y uninterés científicos. Sobre todo, es necesario procederasí cuando se trata de constituir géneros y especies.

Novum organum, 11, 36.

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Porque hacer el inventario de todos los caracteres quecorresponden a un individuo es un problema insolu-ble. Todo individuo es un infinito y el infinito nopuede ser agotado. ¿Nos reduciremos a las propieda-des más esenciales? Pero ¿de acuerdo con qué princi-pio haremos la selección? Para ello necesitamos uncriterio que supere al individuo y que las monogra-fías mejor elaboradas no podrían proporcionarnos.Sin llevar las cosas hasta este extremo, podemos pre-ver que, cuanto más numerosos sean los caracteresque sirvan de base a esta clasificación, más difícilresultará también que las diversas maneras en que secombinan en los casos particulares, presenten seme-janzas suficientemente claras y diferencias bastanteseñaladas para permitir la constitución de grupos yde subgrupos definidos.

Pero, aun cuando fuera posible una clasificaciónde acuerdo con este método, tendría el enormedefecto de no prestar los servicios que son su razón deser. En efecto, ante todo debe tener por objeto abre-viar el trabajo científico sustituyendo la multiplici-dad indefinida de los individuos por un númerorestringido de tipos. Pero pierde esta ventaja si esostipos sólo han sido constituidos después de que sehaya pasado revista a todos los individuos analizán-dolos completos. Esto no facilitará la investigación sisólo resume las investigaciones ya hechas. Sólo seráverdaderamente útil si nos permite clasificar otroscaracteres que los que le sirven de base, y si nosprocura marcos para los hechos futuros. Su papelconsiste en ofrecernos puntos de referencia a los cualespodamos unir otras observaciones distintas de lasque nos han proporcionado esos mismos puntos.

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Pero para esto es preciso que se haga; no de acuerdocon un inventario completo de todos los caracteresindividuales, sino según un pequeño número deellos, cuidadosamente elegidos. En estas condicio-nes, no sólo servirá para ordenar un poco los conoci-mientos ya dados sino también para elaborar otros.Le ahorrará al observador muchas gestiones porquele guiará. Por lo tanto, una vez establecida la clasifi-cación sobre este principio, para saber si un hecho esgeneral dentro de una especie no será necesario haberobservado todas las sociedades de dicha especie; bas-tará con algunas. Y aun en muchos casos será sufi-ciente una observación bien hecha, lo mismo que amenudo una experiencia bien llevada a cabo bastapara el establecimiento de una regla.

Por consiguiente, debemos escoger para nuestraclasificación caracteres particularmente esenciales.Es verdad que no podemos conocerlos más que si laexplicación de los hechos está suficientemente ade-lantada. Estas dos partes de la ciencia son solidarías yprogresan una por medio de la otra. Sin embargo, sinentrar muy a fondo en el estudio de los hechos, no esdifícil conjeturar de qué lado hay que buscar laspropiedades características de los tipos sociales. Enefecto, sabemos que las sociedades se componen departes superpuestas las unas a las otras. Como lanaturaleza de toda resultante depende necesaria-mente de la naturaleza y del número de los elementoscomponentes y de la forma de su combinación,dichos caracteres son sin duda los que debemostomar como base, y se verá, en efecto, después, que deellos dependen los hechos generales de la vida social.Por otra parte, como son de orden morfológico,

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podríamos llamar morfología social a la parte de lasociología que tiene como misión constituir y clasifi-car los tipos sociales.

Se puede incluso precisar más el principio de estaclasificación. En efecto, se sabe que las partes consti-tutivas de toda sociedad son otras sociedades mássimples que ellas. Un pueblo se compone de lareunión de dos 'o varios pueblos que le han prece-dido. Si conociéramos la sociedad más simple que haexistido, para hacer nuestra clasificación sólo ten-dríamos que seguir la forma en que en sí misma dichasociedad se compone y en que sus componentes seintegran entre sí.

IISpencer comprendió muy bien que la clasificaciónmetódica de los tipos sociales no podía tener otrofundamento.

"Hemos visto —dice— que la evolución socialempieza por pequeños conglomerados simples; queprogresa por la unión de algunos de éstos formandootros mayores, y que después de haberse consolidadodichos grupos se unen con otros semejantes a ellospara formar conglomerados aún más grandes. Nues-tra clasificación debe pues empezar por sociedadesdel primer orden, es decir, del más simple."4

Por desgracia, para aplicar en la práctica este prin-cipio, habría que definir con precisión lo que seentiende por sociedad simple. Ahora bien, Spencerno sólo no da esta definición, sino que la juzga casiimposible.5 Y es que, en efecto, la simplicidad como

Soctoiogía, I I, 135.5 " No podernos decir siempre con precisión qué es lo que constituye una

sociedad simple" (ibid 135, 136).

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él la entiende, consiste esencialmente en cierta ele-mentalidad de la organización. Pero no es fácil decircon exactitud en qué momento la organizaciónsocial es lo suficientemente rudimentaria para califi-carla de simple: es cuestión de criterio. Así, la fór-mula que da es tan sumamente vaga que conviene atoda clase de sociedades. "Dice que no tenemos nadamejor que hacer que considerar como sociedad sim-ple la que forma un todo no sujeto a otro y cuyaspartes cooperan con o sin centro regulador, en vistade ciertos fines de interés público."6 Pero haymuchos pueblos que satisfacen esta condición. Deahí resulta que confunde, un poco al azar, bajo estamisma rúbrica, todas las sociedades menos civiliza-das. Nos imaginamos lo que puede ser, con seme-jante punto de partida, todo el resto de suclasificación. En ella vemos aproximadas, en la másasombrosa confusión, las sociedades más dispares,los griegos homéricos junto a los feudos del siglo xy por debajo de los bechuanes, los zulúes y los fid-jianos, la confederación ateniense junto a los feudosde la Francia del siglo xvin y por debajo de los iroque-ses y los araucanos.

La palabra simplicidad sólo tiene un sentido defi-nido cuando significa una ausencia completa de par-tes. Por sociedad simple hay que entender todasociedad que no comprende a otras más simples queella; que no sólo está actualmente reducida a unsegmento único, sino que tampoco presenta nin-guna huella de una segmentación anterior. Lahorda, tal como la hemos definido en otro lugar,7

6 ibid., 136.7 Dirnsiin del trabjo social, p. 189.

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responde exactamente a esta definición. Es un con-glomerado social que no comprende y no ha com-prendido nunca en su seno ningún otro grupo máselemental, pero que se resuelve inmediatamente enindividuos. Éstos no forman, en el interior del grupototal, grupos especiales ni diferentes del anterior;están yuxtapuestos atómicamente. Se concibe que nopueda haber una sociedad más simple; es el proto-plasma del reino social y, por consiguiente, la basenatural de toda clasificación.

Es posible que no exista una sociedad históricaque responda exactamente a este señalamiento;pero, como ya hemos demostrado en el libro antescitado, conocemos una multitud formada, inmedia-tamente y sin otro intermediario, por una repeticiónde hordas. Cuando la horda se convierte así en unsegmento social, en vez de ser la sociedad entera,cambia de nombre y se denomina clan, pero conservalos mismos rasgos constitutivos. En efecto, el clan esun conglomerado social que no se resuelve en nin-gún otro más restringido. Tal vez se observe que, gene-ralmente donde lo observamos hoy, comprende unapluralidad de familias particulares. Pero primero,por razones que no podemos desarrollar aquí, cree-mos que la formación de estos pequeños gruposfamiliares es posterior al clan; no constituyen,hablando con exactitud, segmentos sociales porqueno son divisiones políticas. Donde se le encuentra, elclan constituye la última división de este género. Porconsiguiente, aunque no dispongamos de otroshechos para postular la existencia de la horda —yhay algunos que tendremos un día oportunidad deexponer— la existencia del clan, es decir, de socieda-

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des formadas por una reunión de hordas, nos auto-riza a suponer que ha habido primero sociedades mássimples que se reducían a la horda propiamentedicha, y hacen de ésta el tronco del que han brotadotodas las especies sociales.

Ya planteada esta noción de la horda o sociedad desegmento único —concebida como una realidadhistórica o como un postulado de la ciencia— tene-mos el punto de apoyo necesario para construir laescala completa de los tipos sociales. Se distinguirántantos tipos fundamentales como manera tenga lahorda de combinarse consigo misma, engendrandosociedades nuevas 'y éstas a su vez combinándoseentre sí. Encontraremos primero conglomerados for-mados por una simple repetición de hordas o declanes (por darles su nuevo nombre), sin que es-tos clanes estén asociados entre sí de modo queformen grupos intermedios entre el grupo totalque los abarca a todos y cada uno. Están simplementeyuxtapuestos como individuos de la horda. Encon-tramos ejemplos de estas sociedades a las que podría-mos llamar polisegmentarias simples en ciertastribus iroquesas y australianas. El arch o tribu kabilatiene el mismo carácter; es una reunión de clanesestablecidos en forma de aldeas. Lo más verosímil esque hubo en la historia un momento en que la curiaromana y la fatria ateniense fueron sociedades de esegénero. Por encima, vendrían las sociedades forma-das por un ensamblaje de sociedades de la especieanterior, es decir, las sociedades polisegmentariascompuestas simplemente. Por ejemplo, la ciudad,reunión de tribus, ellas mismas conglomerados decurias, las cuales, a su vez, se resuelven en gentes

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o clanes, y la tribu germánica, con sus condados,que se subdividen en "centenas", que a su vez tienencomo unidad última el clan convertido en aldea.

No tenemos que desarrollar más ni llevar más lejosestas pocas indicaciones, porque no se trata de efec-tuar aquí una clasificación de las sociedades. Es unproblema demasiado complejo para tratarlo de paso;al contrario, supone todo un conjunto de investiga-ciones largas y especiales. Hemos querido solamenteconcretar las ideas con algunos ejemplos, y demos-trar cómo debe aplicarse el principio del método. Nodeberíamos considerar lo que antecede como unaclasificación concreta de las sociedades inferiores.Hemos simplificado un poco las cosas para mayorclaridad. En efecto, hemos supuesto que cada tiposuperior estaba formado por una repetición de socie-dades de un mismo tipo, del tipo inmediatamenteinferior. Ahora bien, no es imposible que unas socie-dades de especies diferentes, situadas a distintas altu-ras en el árbol genealógico de los tipos sociales, sereúnan para constituir una especie nueva. Conoce-mos al menos un caso; el Imperio romano, queincluía en su seno pueblos de las naturalezas másdiversas. 8

Pero, una vez constituidos dichos tipos, se podrándistinguir en cada uno de ellos variedades diferentesdependiendo de que las sociedades segmentarias, quesirven para integrar la sociedad resultante, conservencierta individualidad o por, el contrario, sean absor-bidas en la masa total. Se comprende que los fenóme-

Sin embargo, es verosímil que, en general, la distancia entre las sociedadescompetentes no sea muy grande; de otra manera, no podría haber entre ellasninguna comunidad moral.

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nos sociales deben variar, no sólo de acuerdo con lanaturaleza de los elementos componentes, sino segúnel modo de su composición; sobre todo, se diferen-cian si cada uno de los grupos parciales conserva suvida local o si son todos arrastrados en la vida general,es decir, según estén concentrados más o menos estre-chamente. Por tanto, se deberá investigar si en unmomento cualquiera se produce una coalescenciacompleta de dichos segmentos. Se reconocerá queésta existe cuando la composición original de lasociedad ya no afecta su organización administrativay política. Desde ese punto de vista, la ciudad sedistingue claramente de las tribus germánicas. En estasúltimas, la organización basada en los clanes se haconservado, aunque borrosa, hasta el final de su his-toria; mientras que en Roma, en Atenas, las gentes ylos yévl dejaron muy pronto de ser divisiones políti-cas para convertirse en grupos privados.

En el interior de las divisiones así constituidastratará de introducir nuevas distinciones de acuerdocon caracteres morfológicos secundarios. Sinembargo, por razones que daremos más adelante, nocreemos posible superar últimamente las divisionesgenerales que acabamos de indicar. Además, no tene-mos por qué meternos en esos pormenores, nos bastahaber expuesto el principio de clasificación quepodemos enunciar así: empezaremos por clasificarlas sociedades de acuerdo con el grado de composi-ción que presentan, tomando por base la sociedadperfectamente simple o de segmento único; en elinterior de estas clases, se distinguirán variedadesdiferentes según se produzca o no una coalescenciacompleta de los segmentos iniciales.

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III

Estas reglas responden implícitamente a una cues-tión que el lector puede haberse planteado al vernoshablar de especies sociales como si existieran, sinhaber establecido directamente su existencia. Dichaprueba se encuentra en el principio mismo delmétodo que acabamos de exponer.

En efecto, acabamos de ver que las sociedades eransólo diferentes combinaciones de la única y mismasociedad original. Pero un mismo elemento nopuede componerse consigo mismo, y los componen-tes que resultan no pueden a su vez componerse entreellos más que a través de un número de modos limita-dos, sobre todo cuando los elementos componentesson poco numerosos, como es el caso de los segmen-tos sociales. La gama de las combinaciones posiblesestá, pues, limitada y, por lo tanto, la mayoría deellas, por lo menos, tienen que repetirse. Por eso hayespecies sociales. Además, es posible que algunas deesas combinaciones sólo se produzcan una vez. Estono impide que haya especies. Únicamente se dirá enlos casos de este género que la especie no comprendemás que un individuo.9

Hay, pues, especies sociales por el mismo motivoque existe especies biológicas. En efecto, estas últi-mas se deben a que los organismos no son más quecombinaciones variadas de una sola y misma unidadanatómica. Sin embargo, desde ese punto de vista,hay una gran diferencia entre los dos reinos. Entre losanimales, un factor especial da a los caracteres especí-

9 ¿No es este el caso del Imperio romano que parece no tener parangón en lahistoria?

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ficos una fuerza de resistencia que no tienen los otros;es la generalización. Los primeros, porque soncomunes a todo el linaje de ascendientes, y estánarraigados con más fuerza dentro del organismo. Nose dejan fácilmente influir por la acción de losmedios individuales, sino que se mantienen idénti-cos a sí mismos, pese a la diversidad de las circunstan-cias exteriores. Hay una fuerza interna que los fijapese a las tentaciones para modificarse que puedenllegarles de fuera; es la fuerza de los hábitos heredita-rios. Por eso están claramente definidos y pueden serdeterminados con precisión. En el reino social, faltaesta causa interna. No pueden ser reforzados por lageneración porque sólo duran una generación. Enefecto, es normal que las sociedades engendradaspertenezcan a una especie distinta que las sociedadesgeneradoras, porque estas últimas al combinarse ori-ginan disposiciones completamente nuevas. Sólo lacolonización podría ser comparada a una generaciónpor germinación; pero, para que la asimilación seaexacta, es preciso que el grupo de los colonos no semezcle con ninguna sociedad de otra especie o de otravariedad. Los atributos distintivos de la especie noreciben de la herencia un aumento de fuerza que lespermita resistir a las variaciones individuales. Perose modifican y matizan hasta el infinito bajo laacción de las circunstancias; por eso, cuando se lasquiere captar, una vez alejadas todas las variantesque las ocultan, a menudo no se obtiene más que unresiduo bastante indeterminado. Esta indetermina-ción crece naturalmente tanto más cuanto que lacomplejidad de los caracteres es mayor; porque,cuanto i_rás compleja es una cosa, es más fácil que las

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partes que la componen puedan formar combinacio-nes diferentes. De ahí resulta que el tipo específico,más allá de los caracteres más generales y más sim-ples, no presenta contornos tan definidos como enbiología. 1°

10 Al redactar este capítulo para la primera edición de esta obra, no dijimosnada del método que consiste en clasificar las sociedades de acuerdo con sugrado de civilización. En efecto, en ese momento no existían clasificaciones deese género propuestas por sociólogos autorizados, salvo tal vez la de Cúrate,evidentemente arcaica. Desde entonces, se han hecho diversos ensayos en estesentido, especialmente los de Vierkandt ('Die Kulturtypen der Menscheit, enArchiv. F. Antropologie, 1898), los de Sutherland (The Origin and Growth of theMoral Instinct), y los de Steinmetz "Classification des types sociaux", en Annéesociologique, III, pp. 43-147). Sin embargo, no nos detendremos en discutirlos,porque no responden al problema planteado en este capítulo. Encontramos enél clasificadas, no las especies sociales, sino algo muy diferente, fases históricas.Francia ha pasado desde sus orígenes por formas de civilización muy diferentes;ha empezado por ser agrícola, para pasar luego a la industria de las artes yoficios y al pequeño comercio, después a la manufactura, y por fin a la granindustria. Pero es imposible admitir que una misma individualidad colectivapueda cambiar de especie tres o cuatro veces. Una especie debe definirse porcaracteres más constantes. E/ estado económico, tecnológico, etc. presenta fenó-menos demasiado inestables y demasiado complejos para proporcionar la basede una daisifcación. Es incluso muy posible que una misma civilizaciónindustrial, científica, artística pueda encontrarse en sociedades cuya constitu-ción congénita es muy diferente. El Japón podrá tomarnos en préstamo nues-tras artes, nuestra industria, incluso nuestra organización política; no dejarápor eso pertenecer a otra especie social distinta que la de Francia y Alemania.Añadiremos que estas tentativas, aunque llevadas a cabo por sociólogos emi-nentes, sólo han producido resultados vagos, discutibles y de poca utilidad.

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V. Reglas relativas a laexplicación de los hechos sociales

Pero la constitución de las especies es ante todo unmedio de agrupar los hechos para facilitar su inter-pretación; la morfología social es un camino hacia laparte verdaderamente explicativa de la ciencia. ¿Cuáles el método propio de esta última?

La mayoría de los sociólogos cree haber dado cuentade los fenómenos una vez que ha hecho ver para quésirven y qué papel desempeñan. Se razona como si noexistieran más que con el objeto de representar dichopapel y no tuvieran otra causa determinante que elsentimiento, claro o confuso, de los servicios queestán llamados a prestar. Por ese motivo se cree haberdicho todo lo necesario para hacerlos inteligibles,cuando se ha establecido la realidad de esos serviciosy demostrado qué necesidad social satisfacen. Así,Comte reduce toda la fuerza progresiva de la especiehumana a la tendencia fundamental "que empujadirectamente al hombre a mejorar sin cesar en todoslos aspectos su condición, sea la que fuere",1 y según

Curso de filosofía, IV, 262,

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Spencer a la necesidad de conseguir una felicidadmayor. En virtud de ese principio, explica la forma-ción de la sociedad por las ventajas que produce lacooperación, la institución del gobierno por lo útilque resulta regularizar la cooperación rnilitar,2 lastransformaciones por las que ha pasado la familia,por la necesidad de conciliar cada vez con mayorperfección los intereses de los padres, de los hijos y dela sociedad.

Pero este método confunde dos cuestiones muydiferentes. Hacer ver hasta qué punto un hecho esútil no es explicar cómo ha nacido ni cómo es lo quees. Porque las aplicaciones a las que se sirve suponenlas propiedades específicas que lo caracterizan, perono lo crean. La necesidad que tenemos de las cosas nopuede ser que sean tales o cuales y, por consiguiente,no es esa necesidad la que puede sacarlas de la nada yconferirles el ser. Su existencia procede de causas deotro género. Nuestros sentimientos respecto a la uti-lidad que presentan pueden incitarnos a poner estascausas en marcha y a producir los efectos que impli-can, pero no a suscitar estos efectos de la nada. Estaproposición es evidente mientras no se trata de fenó-menos materiales o incluso psicológicos. Ni seríadiscutida en sociología si los hechos sociales, a causade su extrema inmaterialidad, no nos parecieran,erróneamente, destituidos de toda realidad intrín-seca. Como no se ve en ellos más que combinacionespuramente mentales, parece que deben producirse porsí mismos en cuanto los ideamos, si por lo menos nosparecen útiles. Pero, como cada uno de ellos es una

2 Sociología, III, 336,

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fuerza que domina la nuestra, puesto que posee unanaturaleza propia, no podría bastar para darle el ser,desearlo ni quererlo. Y todavía es preciso que existanfuerzas capaces de producir esta fuerza determinada,naturalezas capaces de producir esta naturaleza espe-cial. Y esto será posible sólo con esa condición. Parareavivar el espíritu de familia cuando se ha debili-tado, no basta que todo el mundo comprenda susventajas; hay que hacer actuar directamente las únicascausas que son susceptibles de engendrarlo. Paradevolver a un gobierno la autoridad que le es necesa-ria no basta sentir su necesidad; hay que dirigirse alas únicas fuerzas de donde procede toda autoridad,es decir, constituir tradiciones, un espíritu común,etc., etc.; para ello, hay que remontar más alto elencadenamiento de causas y efectos, hasta encontrarun punto donde la acción del hombre pueda inser-tarse eficazmente.

Lo que muestra bien la dualidad de estos órdenes deinvestigación es que un hecho puede existir sin servirpara nada, sin que haya sido nunca ajustado a nin-gún fin vital, porque después de haber sido útil hayaperdido toda utilidad y continúe existiendo por laúnica fuerza de la costumbre. En efecto, hay todavíamás supervivencia en la sociedad que en el orga-nismo. Hay incluso casos en los que una práctica ouna institución social cambian de funciones sin cam-biar por eso de naturaleza. La regla is pater est quemjustae nuptiae declarant ha permanecido material-mente en nuestro código lo mismo que estuvo en elviejo derecho romano. Pero mientras entonces teníapor objeto salvaguardar los derechos de la patriapotestad sobre los hijos tenidos con la mujer legí-

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tima, hoy protege más bien los derehos de los niños.El juramento ha empezado por ser una especie deprueba judicial para convenirse simplemente en unaforma de testimonio solemne e imponente. Los dog-mas religiosos del cristianismo no han cambiadodesde hace siglos; pero el papel que desempeñan ennuestras sociedades modernas no es el mismo que enla Edad Media. Así, las palabras sirven para expresarideas nuevas sin que su contextura cambie. Además,en sociología como en biología es verdadera la pro-posición según la cual el órgano es independientede su función, es decir que, siendo el mismo, puedeservir a fines diferentes. Por lo tanto, las causasque le dan el ser son independientes de los fines alos que sirve.

Además, oímos decir que las tendencias, las necesi-dades y los deseos de los hombres no intervienennunca en forma activa en la evolución social. Alcontrario, es cierto que pueden, según la manera enque influyen sobre las condiciones de las quedepende un hecho, precipitar o contener su desarro-llo. Pero, además de que no pueden, en ningún caso,crear algo de la nada, su intervención misma, fuerancuales fuesen sus efectos, sólo puede realizarse envirtud de causas eficientes. En efecto, una tendenciano puede concurrir, ni siquiera en esta medida res-tringida, a la producción de un fenómeno nuevo másque si es nueva ella misma, si está constituida entodas sus piezas o si es debida a alguna transforma-ción de una tendencia anterior. Porque, a menos quese postule una armonía preestablecida verdadera-mente providencial, no se podría admitir que elhombre llevara en sí desde el origen, en estado virtual

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pero dispuestas a despertar ante la llamada de lascircunstancias, todas las tendencias cuya oportuni-dad debería hacerse sentir en el curso de la evolución.Pero también una tendencia es una cosa; no puedepor lo tanto ni constituirse ni modificarse por elúnico hecho de que la juzgamos útil. Es una fuerza queposee su naturaleza propia; para que dicha natura-leza sea suscitada o alterada, no basta que le reconoz-camos alguna ventaja. Para determinar tales cambioses necesaria la intervención de causas que los impli-can físicamente.

Por ejemplo, hemos explicado los progresos cons-tantes de la división del trabajo social, demostrandoque son necesarios para que el hombre pueda mante-nerse en las nuevas condiciones de existencia en quese encuentra situado a medida que avanza en la histo-ria; por lo tanto, hemos atribuido a esta tendenciaque llamamos bastante inadecuadamente instintode conservación, un papel importante en nuestraexplicación. Pero, en primer lugar, no podría darcuenta ella sola de la especialización misma másrudimentaria. Porque no puede nada si las condicio-nes de las que depende dicho fenómeno no estánrealizadas ya, es decir, si las diferencias individualesno han aumentado suficientemente debido a la inde-terminación progresiva de la conciencia común y delas influencias hereditarias.3 Incluso sería precisoque la división del trabajo hubiera empezado ya aexistir para que su utilidad se advirtiera y se sintiera;y sólo el desarrollo de las divergencias individuales,implicando una mayor diversidad de gustos y actitu-

Dikiisión del trabajo, 1, 11, caps. in y Ev.

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des, debería necesariamente producir este primerresultado. Pero además, el instinto de conservaciónno fecunda, por sí mismo y sin causa, ese primergermen de especialización. Si se ha orientado y nosha orientado hacia esta vía nueva es, en primer lugar,porque la vía que seguía y que nos hacía seguiranteriormente apareció como obstaculizada, porquela intensidad más grande de la lucha, debida a lacondensación mayor de las sociedades, ha hecho cadavez más difícil la supervivencia de los individuos queseguían dedicados a tareas generales. Y así, fue nece-sario cambiar de dirección. Por otra parte, si se hadirigido y ha dirigido de preferencia nuestra activi-dad en el sentido de una división del trabajo cada vezmás desarrollada, se debe a que era también el sentidode la menor resistencia. Las demás soluciones posi-bles eran la emigración, el suicidio, la delincuencia;ahora bien, en el promedio de los casos, los lazos quenos ligan a nuestro país, a la vida, la simpatía hacianuestros semejantes son sentimientos más fuertes ymás resistentes que las costumbres que pueden des-viarnos de una especialización más estrecha. Sonestas últimas las que debían inevitablemente ceder acada impulso producido. No se vuelve, ni siquieraparcialmente, al finalismo porque no nos negamos ahacerle un lugar a las necesidades humanas en lasexplicaciones sociológicas. Porque no pueden ejer-cer una influencia sobre la evolución social más quea condición de evolucionar ellas mismas y los cam-bios por los cuales pasan no pueden ser explicadosmás que por causas que no son finales.

Pero, más convincente aún que las consideracio-nes anteriores es la práctica misma de los hechos

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sociales. Allí donde reina el finalismo, reina tam-bién una contingencia más o menos amplia; porqueno hay fines, y mucho menos medios, que se impon-gan necesariamente a todos los hombres, ni siquieracuando se les supone situados en las mismas circuns-tancias. Dado el mismo medio, cada individuo;según su humor, se adapta a él según el modo pecu-liar que prefiere a cualquier otro. Uno intentarácambiarlo para ponerlo en armonía con sus necesi-dades; otro preferirá cambiar él mismo y moderar susdeseos, y, para llegar al mismo fin, ¡cuántos caminosdiferentes pueden existir y ser efectivamente segui-dos! Por lo tanto, si fuera verdad que el desarrollohistórico se realiza en vista de fines claramente uoscuramente percibidos, los hechos sociales deber-rían presentar la diversidad más infinita y toda com-paración debería resultar casi imposible. Pero laverdad es lo contrario. Sin duda, los acontecimientosexteriores cuya trama constituye la parte superficialde la vida social varían de un pueblo a otro. Por esocada individuo tiene su historia, aunque las bases dela organización física y moral sean las mismas entodos. De hecho, cuando se ha entrado siquiera unpoco en contacto con los fenómenos sociales, sor-prende la asombrosa regularidad con la cual se repro-ducen en las mismas circunstancias. Incluso laspracticas más minuciosas en apariencia, las más pue-riles, se repiten con la más sorprendente uniformi-dad. Una ceremonia nupcial, puramente simbólicasegún parece, como el rapto de la novia, se vuelve aencontrar exactamente en todos los lugares dondeexiste cierto tipo familiar, ligado a toda una organi-zación política. Las costumbres más extrañas, como

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la cobada, el levirato, la exogomia, etc., se observanentre los pueblos más diversos y son sintomáticos decierto estado social. El derecho de testar aparece enuna fase determinada de la historia y según las res-tricciones más o menos importantes que lo limitan,se puede decir en qué momento de la evolución socialnos encontramos. Sería fácil multiplicar los ejem-plos. Pero esta generalización de las formas colecti-vas sería inexplicable si las causas finales tuvieran ensociología la preponderancia que se les atribuye.

Cuando se trata, pues, de explicar un fenómenosocial, es preciso buscar por separado la causa efi-ciente que lo produce y la función que cumple. Utili-zamos la palabra función de preferencia a la de fin ometa, precisamente porque los fenómenos socialesno existen por lo general en vista de los resultadosútiles que producen. Lo que hay que determinar es siexiste correspondencia entre el hecho considerado ylas necesidades generales del organismo social y enqué consiste dicha correspondencia, sin preocuparsepor saber si ha sido intencional o no. Todas estascuestiones de intención son, por otra parte, dema-siado subjetivas para poder tratarlas científicamente.

No sólo es preciso desunir estos dos órdenes deproblemas, sino que conviene, en general, tratar elprimero antes del segundo. En efecto, este ordencorresponde al de los hechos. Es natural buscar lacausa de un fenómeno antes que tratar de determinarsus efectos. Este método es tanto más lógico cuantoque la primera cuestión, una vez resuelta, ayudarácon frecuencia a resolver la segunda. En efecto, ellazo de solidaridad que une la causa al efecto presentaun carácter de reciprocidad que no se ha reconocido

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bastante.Sin duda, el efecto no puede existir sin sucausa, pero ésta, a su vez, necesita su efecto. De ellaextrae su energía, pero también la restituye en ciertoscasos y, por consiguiente, no puede desaparecer sinque la causa se resienta.4 Por ejemplo, la reacciónsocial que constituye el castigo se debe a la intensidadde los sentimientos colectivos ofendidos por el cri-men; pero, por otra parte, su función útil consiste enmantener dichos sentimientos en el mismo grado deintensidad, porque no tardarían en debilitarse si lasofensas que padecen no fueran castigadas.5 Igual-mente, a medida que el medio social se hace máscomplejo y móvil, las tradiciones, las creencias yahechas se quebrantan y se vuelven más indetermina-das y más flexibles y las facultades de reflexión sedesarrollan; pero estas mismas facultades son indis-pensables a las sociedades y a los individuos paraadaptarse a un medio más móvil y más complejo.6 Amedida que los hombres se ven obligados a realizarun trabajo más intenso, los productos de ese trabajose hacen más numerosos y de mejor calidad; pero esosproductos más abundantes y mejores son necesariospara reparar los gastos que lleva consigo ese trabajomás considerable.7 Así, la causa de los fenómenossociales no consiste en una anticipación mental de lafunción que están llamados a ejercer; al contrario,esta función consiste, por lo menos en muchos casos,

4 No queremos plantear aquí cuestiones de filosofía general que no estaríanen su lugar. Sin embargo, observemos que, mejor estudiada, esta reciprocidadde causa y efecto podría suministrar una manera de reconciliar el mecanismocientífico con el finalismo que implican la existencia y, sobretodo., la persisten-cia de la vida.

División del trabajo social, 1 II, cap. xi. y especialmente pp. 105 ss.División del trabajo social, 52, 53.Ibid., 301 ss.

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en conservar la causa preexistente de la que proce-den; por lo tanto, si la segunda causa ya es conocida,se encuentra con más facilidad la primera.

Pero, aunque debamos proceder en segundo lugara la determinación de la función, ésta no deja de sernecesaria para que la explicación del fenómeno seacompleta. En efecto, si la utilidad del hecho no es laque lo produce, generalmente es preciso que sea útilpara poder sostenerse. Porque basta que no sirvapara nada para que sea perjudicial por el mismomotivo, porque, en ese caso, cuesta sin rendir nada.Por lo tanto, si la generalidad de los fenómenossociales tuviera ese carácter parasitario, el presu-puesto del organismo estaría en déficit, y la vidasocial resultaría imposible. Por consiguiente, paraentender ésta de modo satisfactorio es preciso demos-trar cómo los fenómenos que constituyen su materiaconcurren entre ellos para poner a la sociedad enarmonía consigo misma y con el exterior. Sin duda,la fórmula corriente, que define la vida como unacorrespondencia entre el medio interno y el medioexterno, es sólo aproximada; sin embargo, es verda-dera en general y en consecuencia, para explicar unhecho de orden vital, no basta demostrar la causa de laque depende; es preciso también, por lo menos en lamayoría de los casos, encontrar la parte que le corres-ponde en el establecimiento de esa armonía general.

Una vez separadas estas dos cuestiones, debemosdeterminar ya el método según el cual hay queresolverlas.

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Siendo a la vez "finalista", el método de explica-ción generalmente seguido por los sociólogos esesencialmente psicológico. Estas dos tendencias sonsolidarias una de otra. En efecto, si la sociedad no esmás que un sistema de medios instituidos por loshombres en vista de ciertos fines, dichos fines sólopueden ser individuales; porque antes de que exis-tiera la sociedad, sólo podían existir individuos. Porlo tanto, del individuo emanan las ideas y las necesi-dades que han determinado la formación de las socie-dades y, si de él procede todo, necesariamente tododebe explicarse por él. Además, no hay en la sociedadmás que conciencias particulares; es pues en estasúltimas donde se encuentra la fuente de toda la evolu-ción social. En consecuencia, las leyes sociológicasno podrán ser más que un corolario de las leyes másgenerales de la psicología; la explicación suprema dela vida colectiva consistirá en hacer ver cómo procedede la naturaleza humana en general, bien se ladeduzca directamente y sin observación previa, obien que se la religue después de haberla observado.

Estos términos son más o menos textualmente losmismos de los que se sirvió Comte para caracterizarsu método. "Puesto que el fenómeno social, conce-bido en su totalidad, no es en el fondo más que unsimple desarrollo de la humanidad, sin ningunacreación de cualesquiera facultades, como yo he esta-blecido antes, todas las disposiciones efectivas que laobservación sociológica pueda develar sucesiva-mente, deberán encontrarse por lo menos en germenen ese tipo primordial que la biología ha construidopor anticipado para la sociología."' Y es que según

Curso de fzlosofía, IV, 331

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Com te el hecho dominante de la vida social es elprogreso y, por otra parte, el progreso depende de unfactor exclusivamente psíquico, a saber, la tendenciaque empuja al hombre a desarrollar cada vez más sunaturaleza. Los hechos sociales podrían derivar enformas tan inmediatas de la naturaleza humana que,durante las primeras fases de la historia, podríandeducirse directamente sin que fuera necesario recu-rrir a la observación.g Es cierto que, según confiesaCornte, es imposible aplicar este método deductivo alos periodos más avanzados de la evolución. Pero estaimposibilidad es puramente práctica. Se debe a quela distancia entre el punto de partida y el de llegada sehace demasiado considerable y el espíritu humano seexpone a extraviarse" si se propusiera recorrerla singuía. Pero la relación entre las leyes fundamentalesde la naturaleza humana y los resultados definitivosdel progreso no deja de ser analítica. Las formas máscomplejas de la civilización no son más que vidapsíquica desarrollada. También, aunque las teoríasde la psicología no pueden bastar como premisaspara el razonamiento sociológico, son la piedra detoque que permite experimentar la validez de lasproposiciones establecidas inductivamente. DiceComte que "ninguna ley de sucesión social indicada,incluso con toda la autoridad posible, por el métodohistórico, podrá ser finalmente admitida si no hasido racionalmente deducida, en forma directa o indi-recta, pero siempre indiscutible, con la teoría posi-tiva de la naturaleza humana." Por lo tanto, lapsicología tiene siempre la última palabra.

9 Ibid.. 345.I) Curso de filosofía, 346.Ii

335.

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Este es asimismo el método seguido por Spencer.En efecto, según él, los dos factores primarios de losfenómenos sociales son el medio cósmico y la consti-tución física y moral del individuo.12 Ahora bien, elprimero sólo puede influir en la sociedad a través delsegundo, que es, así, el motor esencial de la evoluciónsocial. Si la sociedad se forma, lo hace para permitiral individuo realizar su naturaleza, y todas las trans-formaciones por las cuales ha pasado no tienen másobjeto que el de hacer esta realización más fácil y máscompleta. En virtud de este principio, Spencer, antesde proceder a investigar la organización social, creyósu deber consagrar casi todo el primer tomo de susPrincipios de sociología al estudio del hombre pri-mitivo, físico, emocional e intelectual. "La cienciade la sociología parte de las unidades sociales some-tidas a las condiciones que hemos estudiado, consti-tuidas física, emocional e intelectualmente, y enposesión de ciertas ideas adquiridas muy temprano yde los sentimientos correspondientes." 3 Y en dos deestos sentimientos, el temor de los vivas y el temor delos muertos, encuentra el origen del gobierno polí-tico y del gobierno religioso.14 Admite, es verdad, queuna vez formada, la sociedad reacciona sobre losindividuos." Pero no se deduce de esto que tenga elpoder de engendrar directamente el menor hechosocial; sólo tiene una eficacia casual desde ese puntode vista por intermedio de los cambios que determinaen el individuo. Por lo tanto, todo procede de la

12 Principio de sociología, 1, 14, 14.15 op. cii., 1, 583.

Ibid., 582.I bid.. 18.

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naturaleza humana, sea primitiva o derivada. Ade-más, la acción que el cuerpo social ejerce sobre susmiembros no puede tener nada que sea especifico,puesto que los fines políticos no son en sí mismosmás que una simple expresión abreviada de los finesindividuales.16 Sólo puede ser una especie de retornode la actividad privada sobre sí misma. Sobre todo,no vemos en qué puede consistir en las sociedadesindustriales, cuyo objeto es precisamente devolver alindividuo a sí mismo y a sus impulsos naturales,librándolo de toda coacción social.

Este principio no se encuentra solamente en labase de esas grandes doctrinas de sociología general;inspira igualmente a un gran número de teorías par-ticulares. Así se explica la organización domésticapor los sentimientos que los padres experimentanhacia sus hijos y éstos hacia los primeros; la institu-ción del matrimonio, por las ventajas que represen-tan para los esposos y su descendencia; el castigo, porla ira que determina en el individuo toda lesión gravede sus intereses. Toda la vida económica, como laconciben y explican los economistas, sobre todo losde la escuela ortodoxa, está en definitiva suspendidade ese factor puramente individual: el deseo de rique-zas. ¿Se trata de la moral? Los deberes del individuoconsigo mismo se convierten en la base de la ética. ¿Setrata de religión? Se ve en ella un producto de lasimpresiones que las grandes fuerzas de la naturalezao ciertas personalidades eminentes despiertan en elhombre, etcétera.

-La sociedad existe para beneficio de sus miembros, los miembros noexisten para beneficio de la sociedad...; los derechos de cuerpo político no sonnada en sí mismos, sólo pasan a ser algo a condición de que encarnen losderechos de los individuos que lo componen." (op. cit. II, 20.)

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Pero dicho método sólo es aplicable a los fenó-menos sociológicos con la condición de desnatura-lizarlos. Para demostrarlo, basta referirse a ladefinición que hemos dado. Como su característicaesencial consiste en el poder que tienen para ejercerdesde fuera una presión sobre las conciencias indivi-duales, eso significa que no proceden de ellas y que,por lo tanto, la sociología no es un corolario de lapsicología. Pues este poder restrictivo demuestra queexpresan una naturaleza diferente a la nuestra, yaque sólo penetran en nosotros a la fuerza o, por lomenos, pesando sobre nosotros con una cierta energía.Si la vida social no fuera más que una prolongacióndel ser individual, no se la vería remontar así hacia sufuente e invadirla con la autoridad ante la cual seinclina el individuo cuando actúa, siente o piensasocialmente, lo domina hasta ese punto, es porque setrata de un producto de fuerzas que lo rebasan y de lascuales no sabría dar cuenta. Ese empuje exterior quepadece no puede venir de él; por lo tanto, lo quesucede dentro de él no puede explicarlo. Es ciertoque no somos incapaces de dominarnos a nosotrosmismos; podemos reprimir nuestras tendencias,nuestras costumbres, nuestros instintos mismos ydetener su desarrollo por un acto de inhibición. Perolos movimientos inhibidores no pueden confundirsecon los que constituyen la coacción social. El troces-sus de los primeros es centrífugo, el de los segundos,centrípeto. Unos se elaboran en la conciencia indivi-dual y tienden después a exteriorizarse; los otros sonprimero exteriores al individuo, al que tienden des-pués a moldear desde fuera. La inhibición es, si sequiere, el medio a través del cual la coacción

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social produce esos efectos psíquicos; no es dichacoacción.

Ahora bien, dejando de lado al individuo, sóloqueda la sociedad; por lo tanto, en la naturaleza dela sociedad misma hay que buscar la explicación a lavida social. En efecto, se concibe que, puesto querebasa infinitamente al individuo, lo mismo en eltiempo que en el espacio, se encuentra en situaciónde imponerle las maneras de actuar y de pensar queha consagrado con autoridad. Esta presión, que es elsigno distintivo de los hechos sociales, es la que todosejercen sobre cada uno.

Pero se nos dirá que, puesto que los únicos elemen-tos que forman la sociedad son individuos, el origenprimero de los fenómenos sociológicos sólo puedeser psicológico. Al razonar así, se puede tambiénestablecer fácilmente que los fenómenos biológicosse explican analíticamente por los fenómenos inor-gánicos. En efecto, es bien cierto que en la célula vivano hay más que moléculas de materia en bruto. Peroestán de ahí asociadas y esta asociación es la causa delos fenómenos nuevos que caracterizan la vida y cuyogermen es imposible reencontrar en ninguno de loselementos asociados. Y es que un todo no es idénticoa la suma de sus partes, es otra cosa cuyas propieda-des difieren de las que presentan las partes que locomponen. La asociación no es, como se ha creídoalgunas veces, un fenómeno estéril en sí mismo, queconsiste simplemente en poner en relación exteriorhechos adquiridos y propiedades constituidas. ¿Noes, por el contrario, la fuente de todas las novedadesque se han producido sucesivamente en el curso de laevolución general de las cosas? ¿Qué diferencias hay

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entre los organismos inferiores y los otros, entre lovivo organizado y la simple plastídula, entre ésta y lasmoléculas inorgánicas que la componen, sino dife-rencias de asociación? Todos estos seres, en últimainstancia, se resuelven en elementos de la mismanaturaleza; pero estos elementos están aquí yuxta-puestos, y allá asociados. Aquí asociados de unamanera, y allá de otra. Incluso tenemos el derecho depreguntarnos si esta ley no penetra hasta el mundomineral y si las diferencias que separan a los cuerposinorgánicos no tienen el mismo origen.

En virtud de este principio, la sociedad no es unasimple suma de individuos, sino que el sistema for-mado por su asociación representa una realidad espe-cífica que tiene caracteres propios. Sin duda, nadacolectivo puede producirse si no se dan concienciasparticulares; pero esta condición necesaria no es sufi-ciente. Es preciso también que dichas concienciasestén asociadas, combinadas, y combinadas de ciertamanera; de esta combinación resulta la vida social y,por consiguiente, dicha combinación es la que laexplica. Al aglomerarse, al penetrarse, al fusionarse,las almas individuales engendran un ser, psíquico sise quiere, pero que constituye una individualidadpsíquica de un género nuevo.17 Así pues, la natura-

17 He aquí en qué sentido y por qué razones se puede y se debe hablar de unaconciencia colectiva distinta de las conciencias individuales. Para justificar estadistinción, no es necesario hipos tasiar la primera; es algo especial y debedesignarse con un término especial, simplemente porque los estados que laconstituyen difieren específicamente de los que constituyen las concienciasparticulares. Esta especificidad se debe a que no están formadas por los mismoselementos. Unas, en efecto, resultan de la naturaleza del ser organicopsíquicoconsiderando aisladamente, las otras de la combinación de una pluralidad deseres de ese género. Las resultantes tienen que diferir, puesto que las componen-tes difieren hasta ese punto. Nuestra definición del hecho social sólo marcaba deotra manera esta línea de demarcación.

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leza de esta individualidad, no en la de las unidadescomponentes, hay que buscar las causas próximas ydeterminantes de los hechos que se producen. Elgrupo piensa, siente, actúa de forma distinta como loharían sus miembros si éstos estuvieran aislados. Porlo tanto, si se parte de estos últimos no se podrácomprender nada de lo que sucede dentro del grupo.En una palabra, entre la psicología y la sociologíaexiste la misma solución de continuidad que entre labiología y las ciencias fisicoquímicas. Por consi-guiente, todas las veces que un fenómeno social estédirectamente explicado por un fenómeno psíquico,podemos tener la seguridad de que la explicación esfalsa.

Tal vez se nos conteste que si la sociedad, una vezformada, es en efecto la causa próxima de los fenóme-nos sociales, las causas que han determinado su forma-ción son de naturaleza psicológica. Se concede que,cuando los individuos están asociados, su asociaciónpuede dar paso a una vida nueva, pero se pretendeque ésta sólo pueda suceder por razones individuales.Pero en realidad, por muy lejos que nos remontemosen la historia, el hecho de la asociación es el másobligatorio de todos; porque es la fuente de todas lasdemás obligaciones. Debido a mi nacimiento, estoyobligatoriamente ligado a determinado pueblo. Sedice que después, ya adulto, acepto dicha obligaciónporque sigo viviendo en mi país. Pero ¿qué importa?Esta aceptación no le quita su carácter imperativo.Una presión aceptada y padecida de buen grado nodeja de ser una presión. Por otra parte, ¿cuál puedeser el alcance de esta adhesión? Primero, es forzada,porque en la inmensa mayoría de los casos no es

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nvaterial y moralmente imposible despojarnos denuestra nacionalidad; semejante cambio se calificapor lo general de apostasía. Después, no puede refe-rirse al pasado, que no ha sido consentido y que porlo tanto determina el presente: no he deseado la edu-cación que he recibido; pero es ella más que toda otracausa lo que me fija al suelo natal. En fin, no puedetener un valor moral para el porvenir, en la medidaen que éste es desconocido. Tampoco conozco todoslos deberes que pueden corresponderme un día u otroen mi calidad de ciudadano; ¿cómo podría aceptarlospor anticipado? Y todo lo que es obligatorio, lohemos demostrado ya, tiene su origen fuera del indi-viduo. Por lo tanto, mientras no se salga de la histo-ria, el hecho de la asociación presenta el mismocarácter que los otros y, por consiguiente, se explicade la misma manera. Por otra parte, como todas lassociedades han nacido de otras sociedades sin solu-ción de continuidad, podemos estar seguros de que,en todo el curso de la evolución social no ha habidoun momento en que los individuos hayan tenidorealmente que deliberar para saber si entrarían o noen la vida colectiva y en una de ellas antes que en otra.Para poder plantear la cuestión habría que remon-tarse hasta los orígenes primeros de toda sociedad.Pero las soluciones siempre dudosas que se puedendar a dichos problemas no podrían en ningún casoafectar al método según el cual deben ser tratados porhechos dados en la historia. Por lo tanto, no tenemosque discutirlo.

Pero se confundiría extrañamente nuestro pensa-miento si, de lo que antecede, se dedujera a modo deconclusión que según nosotros la sociología debe, o

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incluso puede, hacer abstracción del hombre y de susfacultades. Al contrario, está claro que los caracteresgenerales de la naturaleza humana participan en eltrabajo de elaboración del que surge la vida social.Pero no son ellos quienes la suscitan, ni los que ledan su forma especial; sólo la hacen posible. Lasrepresentaciones, las emociones, las tendencias colec-tivas no tienen por causas generadoras ciertos estadosde las conciencias particulares, sino las condicionesen que se encuentra el cuerpo social en su conjunto.Sin duda, sólo pueden realizarse si las naturalezasindividuales no le son refractarias; pero ésas no sonmás que la materia indeterminada que el factorsocial determina y transforma. Su aportación con-siste exclusivamente en estados muy generales, enpredisposiciones vagas y, por consiguiente, flexiblesque, por sí mismas, no podrían tomar las formasdefinidas y complejas que caracterizan los fenóme-nos sociales, si no intervinieran otros agentes.

Por ejemplo iqué abismo hay entre los sentimien-tos que experimenta el hombre frente a fuerzas supe-riores a las suyas y frente a la institución religiosa consus creencias, sus prácticas tan multiplicadas y com-plicadas, su organización material y moral; entre lascondiciones psíquicas de la simpatía que dos seres dela misma sangre experimentan el uno hacia el otro,"y ese conjunto tupido de reglas jurídicas y moralesque determinan la estructura de la familia, de lasrelaciones de las personas entre sí, de las cosas con laspersonas!

Hemos visto que incluso cuando la sociedad se

" Si es que existe antes de toda vida social. Véase sobre este punto Espinas,Sociedades animales, 474.

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incluso puede, hacer abstracción del hombre y de susfacultades. Al contrario, está claro que los caracteresgenerales de la naturaleza humana participan en eltrabajo de elaboración del que surge la vida social.Pero no son ellos quienes la suscitan, ni los que ledan su forma especial; sólo la hacen posible. Lasrepresentaciones, las emociones, las tendencias colec-tivas no tienen por causas generadoras ciertos estadosde las conciencias particulares, sino las condicionesen que se encuentra el cuerpo social en su conjunto.Sin duda, sólo pueden realizarse si las naturalezasindividuales no le son refractarias; pero ésas no sonmás que la materia indeterminada que el factorsocial determina y transforma. Su aportación con-siste exclusivamente en estados muy generales, enpredisposiciones vagas y, por consiguiente, flexiblesque, por sí mismas, no podrían tomar las formasdefinidas y complejas que caracterizan los fenóme-nos sociales, si no intervinieran otros agentes.

Por ejemplo iqué abismo hay entre los sentimien-tos que experimenta el hombre frente a fuerzas supe-riores a las suyas y frente a la institución religiosa consus creencias, sus prácticas tan multiplicadas y com-plicadas, su organización material y moral; entre lascondiciones psíquicas de la simpatía que dos seres dela misma sangre experimentan el uno hacia el otro,"y ese conjunto tupido de reglas jurídicas y moralesque determinan la estructura de la familia, de lasrelaciones de las personas entre sí, de las cosas con laspersonas!

Hemos visto que incluso cuando la sociedad se

" Si es que existe antes de toda vida social. Véase sobre este punto Espinas,Sociedades animales, 474.

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que la tendencia a la sociablidad haya sido desde suorigen un instinto congénito del género humano. Esmucho más natural ver en ello un producto de la vidasocial, que se ha organizado lentamente en nosotros;porque es un hecho observado que los animales sonsociables o no según que las disposiciones de suhábitat los obliguen a la vida común o los alejen deella. Y hay que añadir que, incluso entre esas inclina-ciones más determinadas y la realidad social, el des-vío sigue siendo considerable.

Pero existe una manera de aislar casi por completoel factor psicológico para poder precisar el alcance desu acción, buscando de qué modo afecta la raza a laevolución social. En efecto, los caracteres étnicos sonde orden organicopsíquico. La vida social debe,pues, variar cuando ellos varían, si los fenómenospsicológicos ejercen sobre la sociedad la eficacia cau-sal que se les atribuye. Pero no conocemos ningúnfenómeno social situado bajo la dependencia incon-testada de la raza. Sin duda, no podríamos atribuir aesta proposición el valor de una ley; podemos almenos afirmada como un hecho constante de nues-tra práctica. Las formas de organización más diversasse reencuentran en sociedades de la misma raza, mien-tras que hay similitudes notables que se observanentre sociedades de razas diferentes. La ciudad haexistido entre los fenicios, como entre los romanos ylos griegos; se la encuentra en vías de formación entrelos kabilas. La familia patriarcal estaba casi tan desarro-llada entre los judíos como entre los hindúes, pero nose vuelve a encontrar entre los esclavos, que son sinembargo de raza aria. En cambio, el tipo familiar queahí encontramos existe también entre los árabes. La

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familia matriarcal y el clan se observan en todaspartes. El pormenor de las pruebas judiciales, de lasceremonias nupciales es el mismo en los pueblos másdiferentes desde el punto de vista étnico. Y estosucede porque la aportación psíquica es demasiadogeneral para predeterminar el curso de los fenóme-nos sociales. Puesto que no implica una forma socialmás que otra, no puede explicar ninguna. Hay, esverdad, un cierto número de hechos que se acostum-bra atribuir a la influencia de la raza. Así también seexplica que el desarrollo de las letras y de las artesfuese tan rápido y tan intenso en Atenas, tan lento ymediocre en Roma. Pero esta interpretación de loshechos, aunque es clásica, no ha sido nunca demos-trada metódicamente; parece que deduce más omenos su autoridad de la tradición. Ni siquiera se hacomprobado si una explicación sociológica de losmismos fenómenos fuera posible, y estamos conven-cidos de que se podría intentar con éxito. En resu-men, cuando se atribuye con rapidez a facultadesestéticas conjuntas el carácter artístico de la civiliza-ción ateniense, se procede más o menos como enla Edad Media cuando se explicaba el fuego por laflogística y los efectos del opio por su virtudsomnífera. •

En fin, si verdaderamente la evolución socialtuviera su origen en la constitución psicológica delhombre, no vemos cómo se hubiera podido producir.Porque entonces habría que admitir que tiene pormotor algún resorte interior en la naturalezahumana. Pero ¿cuál podría ser ese resorte? ¿Sería esaclase de instinto del que habla Comte y que impulsaal hombre a realizar cada vez más su naturaleza? Pero

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esto es responder a la cuestión por la cuestión mismay explicar el progreso por una tendencia innata almismo, verdadera entidad metafísica cuya existenciano se demuestra con nada; porque las especies ani-males, ni siquiera las más elevadas, están movidas deningún modo por la necesidad de progresar, eincluso entre las sociedades humanas hay muchasque se complacen permaneciendo estacionarias inde-finidamente. ¿Sería, como parece creer Spencer, lanecesidad de una felicidad más grande, que las for-mas cada vez más complejas de la civilización esta-rían destinadas a realizar cada vez de una manera máscompleta? En ese caso, sería preciso establecer que lafelicidad aumenta con la civilización y hemosexpuesto en otro lugar todas las dificultades queplantea esta hipótesis.19 Pero hay algo más; aunqueadmitiéramos uno u otro de estos dos postulados, eldesarrollo histórico no resultaría por ello más inteli-gible; porque la explicación resultante sería pura-mente finalista y hemos demostrado antes que loshechos sociales, como todos los fenómenos natura-les, no quedan explicados sólo porque se hayademostrado que sirven a algún fin. Aunque se hademostrado que las organizaciones sociales cada vezmás complicadas que se han sucedido a lo largo de lahistoria han tenido como efecto la satisfacción siem-pre mayor de tal o cual inclinación fundamental, sinembargo no se ha podido comprender cómo se pro-dujeron dichas organizaciones. El hecho de quefueron útiles no nos dice qué es lo que les ha dado elser. Aonque nos explicarámos cómo hemos llegado a

19 División del trabajo social, 1. II, cap.

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imaginarlas, a trazar su plan por anticipado pararepresentarnos los servicios que podríamos esperarde ellas —y el problema ya es difícil— los deseos delos que podían ser objeto, no tenían la virtud desacarlas de la nada. En pocas palabras, admitiendoque sean los medios necesarios para alcanzar la metaperseguida, la cuestión sigue intacta; ¿cómo, es decir,de qué y por qué han sido constituidos esos medios?

Llegamos por lo tanto a la regla siguiente: lacausa determinante de un hecho social debe ser bus-cada entre los hechos sociales antecedentes, y no entrelos estados de la conciencia individual. Por otraparte, se concibe fácilmente que todo lo anterior seaplica a la determinación de la función, tanto como ala de la causa. La función de un hecho social nopuede ser más que social, es decir, que consiste en laproducción de efectos sociales útiles. Sin duda, puedesuceder, y sucede en efecto, que por carambola sirvatambién al individuo. Pero ese resultado feliz no es surazón de ser inmediata. Podemos, pues, completar laproposición anterior diciendo: La función de unhecho social debe buscarse siempre en la relación quesostiene con algún fin social.

Como los sociólogos han ignorado con frecuenciaesta regla y han considerado los fenómenos socialesdesde un punto de vista demasiado psicológico, susteorías les parecen a muchos espíritus demasiadovagas, demasiado flotantes, demasiado alejadas de lanaturaleza especial de las cosas que creen explicar.Singularmente el historiador, que vive en la intimi-dad de la realidad social, no puede dejar de sentir confuerza hasta qué punto estas interpretacionesdemasiado generales son impotentes para llegar a los

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hechos; y sin duda esto es lo que ha producido enparte la desconfianza que la historia ha manifestadocon frecuencia respecto a la sociología. No es que elestudio de los hechos psíquicos no sea indispensablepara el sociólogo. Si la vida colectiva no procede de lavida individual, de cualquier forma una y otra estáníntimamente relacionadas; si la segunda no puedeexplicar la primera, puede por lo menos facilitar esaexplicación. En primer lugar y como hemos demos-trado, es indiscutible que los hechos sociales estánproducidos por una elaboración sui generis dehechos psíquicos. Pero además esta elaboraciónmisma no carece de analogías con la que se produceen cada conciencia individual y que transforma pro-gresivamente los elementos primarios (sensaciones,reflejos, instintos) que la constituyen originalmente.Se ha podido decir, no sin razón, hablando del yo, queera en sí mismo una sociedad, lo mismo que el orga-nismo, aunque de otra manera; y hace ya muchotiempo que los psicólogos han demostrado toda laimportancia del factor asociación para explicar lavida del espíritu. Una cultura psicológica, muchomás que una cultura biológica, constituye pues parael sociólogo una propedéutica necesaria. Pero sólo leserá útil a condición de que se libere de ella despuésde haberla recibido y que la rebase completándolapor medio de una cultura especialmente sociológica.Es preciso que renuncie a hacer de la psicología, dealgún modo, el centro de sus operaciones, el punto dedonde deben partir y adonde le deben llevar las incur-siones a las que se arriesga dentro del mundo social, yque se establezca en el corazón mismo de los hechossociales, para observarlos de frente y sin intermedia-

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ríos; pidiendo únicamente a la ciencia del individuouna preparación general, y en caso necesario, suge-rencias útiles."

III

Puesto que los hechos de la morfología social son deigual naturaleza que los fenómenos fisiológicos,deben explicarse de acuerdo con la misma regla queacabamos de enunciar. Sin embargo, de todo lo queantecede resulta que desempeñan en la vida colectivay, por consiguiente, en las explicaciones sociológicasun papel preponderante.

En efecto, si la condición determinante de los fenó-menos sociales consiste, como hemos demostrado, enel hecho mismo de la asociación, deben variar con lasformas de ésta, es decir, según las maneras en queestén agrupadas las partes constituyentes de la socie-dad. Puesto que, por otra parte, el conjunto determi-nado que forman con su reunión los elementos detoda índole que entran en la composición de unasociedad, constituyen su medio interno, lo mismo

25 Los fenómenos psíquicos sólo pueden tener consecuencias sociales cuandoestán tan íntimamente unidos a fenómenos sociales que la acción de unos yotros queda necesariamente confundida. Ese es el caso de ciertos hechossociopsíquicos. Así, un funcionario es una fuerza social, pero es al mismotiempo un individuo. De ahí resulta que puede utilizar la energía social quedetenta en un sentido determinado por su naturaleza individual, y así puedeejercer una influencia sobre la constitución de la sociedad. Esto es lo que sucedea los hombres de Estado y, más generalmente, a los hombres geniales. Éstos,

aunque no ejerzan una función social, deducen de los sentimientos colectivosque suscitan una autoridad que es también una fuerza social, a la que puedenponer, en cierta medida, al servicio de ideas personales. Pero vemos que estoscasos se deben a accidentes individuales y por consiguiente no pueden afectarlos rasgos constitutivos de la especie social, que es sólo objeto de la ciencia. Larestricción al principio enunciado anteriormente no es pues de gran importan-cia para el sociólogo.

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que el conjunto de los elementos anatómicos con elmodo en que están dispuestos en el espacio, consti-tuye el medio interno de los organismos, podremosdecir: el origen primero de todo proceso social decierta importancia debe ser buscado en la constitu-ción del medio social interno.

Incluso es posible concretar más. Los elementosque componen ese medio son de dos clases: las cosas ylas personas. Entre las cosas hay que incluir, ademásde los objetos materiales incorporados a la sociedad,los productos de la actividad social anterior, el dere-cho constituido, los usos establecidos, los monumen-tos literarios, artísticos, etc. Está claro que ni de losunos ni de los otros puede proceder el impulso quedetermina las transformaciones sociales, pues nocontienen ninguna potencia motriz. Claro que se laspuede tener en cuenta en las explicaciones que inten-tamos. Pasan, en efecto, con un cierto peso en laevolución social cuya velocidad y cuya direcciónmisma varían de acuerdo con lo que son; pero noposeen nada de lo que es necesario para ponerla enmovimiento. Constituyen la materia a la que se apli-can las fuerzas vivas de la sociedad, pero no despren-den por sí mismos ninguna de estas fuerzas. Por lotanto queda como factor activo el medio propia-mente humano.

El esfuerzo principal del sociólogo deberá, pues,tender a descubrir las diferentes propiedades de esemedio, que son susceptibles de ejercer una acciónsobre el curso de los fenómenos sociales. Hasta ahorahemos encontrado dos series de caracteres que res-ponden en forma eminente a esta condición: elnúmero de las unidades sociales o, como hemos

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dicho también, el volumen de la sociedad, y el gradode concentración de la masa, o lo que hemos llamadodensidad dinámica. Por esta última palabra debe-mos entender, no el estrechamiento puramente mate-rial del conglomerado que no puede producirse si losindividuos o más bien los grupos de individuos per-manecen separados por vacíos morales, sino el estre-chamiento moral del que lo anterior no es más que elauxiliar y, bastante generalmente, la consecuencia.La densidad dinámica puede definirse, en igual volu-men, en función del número de individuos que seencuentran efectivamente en relación no sólo comer-cial, sino incluso moral; es decir, que no sólo inter-cambian servicios o se hacen la competencia, sinoque viven una vida común. Porque, como las relacio-nes puramente económicas dejan a los hombres sepa-rados unos de otros, dichas relaciones pueden sermuy seguidas sin que participen por eso en la mismaexistencia colectiva. Los negocios que se realizancruzando las fronteras que separan a los pueblos nohacen que dichas fronteras no existan. Pero la vidacomún sólo puede ser afectada por el número de losque colaboran en ella eficazmente. Por eso, lo queexpresa mejor la densidad dinámica de un pueblo esel grado de coalescencia de los segmentos sociales.Porque, si cada conglomerado parcial forma untodo, una individualidad distinta, separada de lasotras por una barrera, esto se debe a que la acción desus miembros en general queda allí localizada; y, alcontrario, si esas sociedades parciales están todasconfundidas en el seno de la sociedad total o tiendena confundirse en ella es porque en la misma medidael círculo de la vida social se ha extendido.

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En cuanto a la densidad material —si al menos seentiende por esto no sólo el número de los fabricantespor unidad de superficie, sino el desarrollo de las víasde comunicación y de transmisión— marcha de ordi-nario al mismo paso que la densidad dinámica y, engeneral, puede servir para medirla. Porque si lasdiferentes partes de la población tienden a aproxi-marse, es inevitable que se abran caminos que permi-tan dicha aproximación y, por otro lado, sólo podránestablecerse relaciones entre puntos distantes de lamasa social cuando esta distancia no sea un obs-táculo, es decir, cuando sea de hecho suprimida. Sinembargo, hay excepciones21 y nos expondríamos aerrores muy graves si juzgáramos siempre la concen-tración moral de una sociedad de acuerdo con elgrado de concentración material que presenta. Lascarreteras, las líneas férreas, etc., pueden servir más almovimiento de los negocios que a la fusión de lospueblos, a la que entonces sólo expresan en formamuy deficiente. Este es el caso de Inglaterra, cuyadensidad material es superior a la de Francia y, por lotanto, donde la coalescencia de los segmentos estámucho más adelantada, como lo demuestra la persis-tencia del espíritu local y de la vida regional.

Hemos demostrado en otro lugar que todo creci-miento en el volumen y la densidad dinámica de lassociedades, al hacer más intensa la vida social, alextender el horizonte que cada individuo abarca consu pensamiento y llena con su acción, modifica pro-

21 En nuestra Divzsón del trabajo hemos cometido el error de insistir

demasiado en la densidad material corno expresión exacta de la densidaddinámica. De todos modos, la sustitución de la primera por la segunda esabsolutamente legítima para todo lo que concierne a los efectos económicos deésta, por ejemplo, la división del trabajo como hecho puramente económico.

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lindamente las condiciones fundamentales de laexistencia colectiva. No tenemos que volver sobre laaplicación que hicimos entonces de ese principio.Añadiremos solamente que nos ha servido para tratarno únicamente la cuestión todavía muy general, queera el objeto de este estudio, sino muchos otros pro-blemas más específicos, y que así hemos podido com-probar también su exactitud mediante un número yarespetable de experiencias. Sin embargo, falta muchopara que creamos haber encontrado todas las parti-cularidades del medio social que son susceptibles dedesempeñar un papel en la explicación de los hechossociales. Todo lo que podemos afirmar es que son lasúnicas que hemos advertido y que no nos hemos vistollevados a buscar otras.

Pero esta especie de preponderancia que atribui-rnos al medio social y, más particularmente, al mediohumano, no implica que debamos ver en ella algo asícomo un hecho último y absoluto más allá del cualno nos podamos remontar. Al contrario, es evidenteque el estado en que se encuentra a cada momento dela historia depende de causas sociales, de las cualesunas son inherentes a la sociedad misma, mientrasque las otras dependen de las acciones y las reaccio-nes que se producen entre esa sociedad y sus vecinas.Por otra parte, la ciencia no conoce causas primerasen el sentido absoluto de la palabra. Para ella unhecho es primario simplemente cuando es bastantegeneral para explicar un gran número de otroshechos.

Ahora bien, el medio social es ciertamente unfactor de ese género; porque los cambios que se pro-ducen en él, sean cuales fueren sus causas, repercuten

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en todas las direcciones del organismo social y nodejan de afectar más o menos a todas las [unciones.

Lo que acabamos de decir respecto al medio gene-ral de la sociedad puede repetirse acerca de los mediosespeciales para cada uno de los grupos particularesque encierra. Por ejemplo, la vida doméstica serámuy distinta si la familia es más o menos numerosa,más o menos replegada sobre sí misma. Igualmente,si los gremios profesionales se reconstituyen deforma que cada uno de ellos se ramifique por toda laextensión del territorio en vez de quedar encerrados,como antaño, en los límites de una ciudad, la acciónque ejercerán será muy diferente de la que ejercíanantes. De manera más general, la vida profesionalserá muy distinta si el medio propio de cada profe-sión queda constituido o si su trama es floja como loes hoy. Sin embargo, la acción de esos medios parti-culares no podrá tener la importancia del mediogeneral; porque también ellos están sometidos a lainfluencia de este último. Hay que volver siempre aesto. La presión que ejerce sobre esos grupos parcia-les es la que hace variar su constitución.

Esta concepción del medio social como factordeterminante de la evolución colectiva tiene la mayorimportancia. Porque si se le rechaza, la sociología nopodrá establecer ninguna relación de causalidad.

En efecto, prescindiendo de este orden de causas,no hay condiciones concomitantes de las que puedandepender los fenómenos sociales; porque si el mediosocial exterior, es decir el que está formado por lassociedades ambientes, es susceptible de ejerceralguna acción, será sólo sobre las funciones que tie-nen por objeto el ataque y la defensa, y además sólo

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puede hacer sentir su influencia por medio delmedio social interno. Por lo tanto, las principalescausas del desarrollo histórico no se encontraríanentre los circonfusa; estarían en el pasado. For-marían parte ellas mismas de ese desarrollo del queconstituirían simplemente fases más antiguas. Losacontecimientos actuales de la vida social no deriva-rían del estado actual de la sociedad sino de aconteci-mientos anteriores, de los antecedentes históricos, ylas explicaciones sociológicas consistirían exclusiva-mente en relacionar el presente con el pasado.

Esto puede ser suficiente. ¿No se dice, por lo gene-ral, que la historia tiene precisamente por objetoencadenar los acontecimientos de acuerdo con elorden de su sucesión? Pero es imposible concebircómo el estado al que la civilización ha llegado en unmomento dado podría ser la causa determinante delestado siguiente. Las etapas que recorre sucesiva-mente la humanidad no se engendran unas a otras. Secomprende bien que los progresos realizados en unaépoca determinada en el orden jurídico, económico,político, etc., hacen posibles nuevos progresos, pero¿en qué los predeterminan? Son un punto de partidaque permite ir más lejos, pero ¿qué es lo que nosincita a ir más lejos? Habría que admitir entoncesuna tendencia interna que impulsa a la humanidad arebasar sin cesar los resultados adquiridos, bien pararealizarse por completo, bien para aumentar su feli-cidad, y el objeto de la sociología sería volver aencontrar el orden de acuerdo con el cual se ha de-sarrollado esta tendencia. Pero, sin volver sobre lasdificultades que implica semejante hipótesis, en todocaso, la ley que expresa ese desarrollo no podría tener

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nada causal. En efecto, una relación de causalidadsólo puede establecerse entre dos hechos dados; peroesta tendencia, a la que se supone causa de dichodesarrollo, no está dada; es sólo postulada y cons-truida por el espíritu de acuerdo con los efectos que sele atribuyen. Es una especie de facultad motriz queimaginamos bajo el movimiento para explicarlo;pero la causa eficiente de un movimiento sólo puedeser otro movimiento, no una virtualidad de esegénero. Por lo tanto, todo lo que logramos experi-mentalmente en la especie es una sucesión de cam-bios entre los cuales no existe ningún lazo causal. Elestado antecedente no produce el consecuente, sinoque la relación entre ellos es exclusivamente cronoló-gica. Así, en estas condiciones, toda previsión cientí-fica resulta imposible. Podemos decir cómo se hansucedido las cosas hasta ahora, pero no en qué ordense sucederán en adelante, porque la causa de la que sesupone que dependen no está científicamente deter-minada ni es determinable. Es cierto que, por logeneral, se admite que la evolución proseguirá en elmismo sentido que en el pasado, pero en virtud de unsimple postulado. Nada nos asegura que los hechosrealizados expresen de manera bastante concreta lanaturaleza de esta tendencia, para que podamos pre-juzgar el término al cual aspira de acuerdo con aque-llos por los que ha pasado sucesivamente. ¿Por qué ladirección que sigue y que imprime sería rectilínea?

He aquí por qué, de hecho, resulta tan restringidoel número de las relaciones causales establecidas porlos sociólogos. Salvo algunas excepciones de las cua-les Montesquieu es el ejemplo más ilustre, la antiguafilosofía de la historia se ha dedicado únicamente a

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descubrir el sentido general en el que se orienta lahumanidad, sin tratar de eslabonar las fases de estaevolución con ninguna condición concomitante.Aunque Com te haya prestado algún gran servicio ala filosofía social, los términos en los cuales planteael problema sociológico no difieren de los anteriores.Así, su famosa ley de los tres estados no es una rela-ción de causalidad; aunque fuera exacta, no es y nopuede ser más que empírica. Se trata de un vistazosumario sobre la historia pasada del género humano.Comte considera arbitrariamente el tercer estadocomo el estado definitivo de la humanidad. ¿Quiénnos dice que no surgirá otro en el porvenir? En fin, laley que domina la sociología de Spencer no parece serde otra naturaleza. Aunque fuera cierto que actual-mente tendemos a buscar nuestra felicidad en unacivilización industrial, nada asegura que en el futurono la busquemos en otro lugar. La generalización yla persistencia de este método se deben a que se havisto con mayor frecuencia en el medio social elmodo por el cual se realiza el progreso, y no la causaque lo determina.

Por otro lado, también en relación con ese mismomedio se dele medir el valor útil o, como hemosdicho, la función de los fenómenos sociales. Entre loscambios de los que es la causa, sirven aquellos queestán en relación con el estado en que se encuentra,puesto que es la condición esencial de la existenciacolectiva. También desde este punto de vista, la con-cepción que acabamos de exponer es, creemos, fun-damental; porque es la única que permite explicarcómo el carácter útil de los fenómenos sociales puedevariar sin depender de arreglos arbitrarios. Si, en

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efecto, nos rvpresentamos la evolución históricacomo movida por una especie de vis a tergo queempuja a los hombres hacia adelante, puesto queuna tendencia motriz sólo puede tener una meta yuna sola, sólo puede haber un punto de referencia enrelación con el cual se calcula la utilidad o la nocivi-dad de los fenómenos sociales. De ahí resulta que noexiste ni puede existir más que un solo tipo de orga-nización social que convenga perfectamente a lahumanidad, y que las diferentes sociedades históricasno son más que aproximaciones sucesivas a ese únicomodelo. No es necesario demostrar hasta qué puntosemejante simplisimo es hoy irreconciliable con lavariedad y la complejidad reconocidas de las formassociales. Si, en cambio, la conveniencia o inconve-niencia de las instituciones sólo puede establecerseen relación con un medio determinado, como esosmedios son diversos, hay una diversidad de puntos dereferencia y, por consiguiente, de tipos que, siendocualitativamente distintos unos de otros, se fundantodos igualmente en la naturaleza de los mediossociales.

La cuestión que acabarnos de tratar está pues estre-chamente conectada con la que se refiere a la consti-tución de los tipos sociales. Si hay especies sociales esporque la vida colectiva depende ante todo de condi-ciones concomitantes que presentan cierta diversi-dad. Si, por el contrario, las principales causas de losacontecimientos sociales estuvieran todas en elpasado, cada pueblo no sería más que la prolonga-ción del anterior y las diferentes sociedades perderíansu individualidad para no ser más que momentosdiversos de un soló' y mismo desarrollo. Como, por

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otra parte, la constitución del medio social resultadel modo de composición de los conglomeradossociales, e incluso estas dos expresiones son en elfondo sinónimos, tenemos ahora la prueba de que nohay caracteres más esenciales que los que hemosasigando como base de la clasificación sociológica.

En fin, ahora ya debemos comprender mejor queantes qué injusto sería apoyarse en las palabras "con-diciones exteriores" y "medio", para acusar a nuestrométodo y buscar las fuentes de la vida fuera de lo vivo.Al contrario, las consideraciones que acabamos dever vuelven a la idea de que las causas de los fenóme-nos sociales son internas a la sociedad. A la teoría quehace derivar la sociedad del individuo podría repro-charsele con justicia que intente sacar lo interior delo exterior, puesto que explica el ser social por otracosa que él mismo, y lo más por lo menos, puesto quese dedica a deducir el todo de la parte. Estos princi-pios apenas desconocen el carácter espontáneo detodo viviente de modo que, si se les aplica a la biolo-gía y a la psicología, deberemos admitir que la vidaindividual se elabora también entera en el interiordel individuo.

INT

Del grupo de reglas que acabamos de establecer sedesprende cierta concepción de la sociedad y de lavida colectiva.

En este punto hay dos teorías contrarias que tienensus prosélitos.

Para unos, como Hobbes y Rousseau, hay unasolución de continuidad entre el individuo y lasociedad. El hombre es, pues, naturalmente refracta-

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rio a la vida común, sólo se resigna a ella por lafuerza. Los fines sociales ya no son simplemente elpunto de encuentro de los fines individuales; les sonmás bien contrarios. Para hacer que el individuo lospersiga es necesario ejercer sobre él una coacción, yen instituirla y organizarla consiste por excelencia laobra social. Pero como el individuo está consideradola sola y única realidad del reino humano, esta orga-nización que tiene por objeto reprimirlo y contenerlono puede concebirse más que como algo artificial.No se funda en la naturaleza, puesto que está desti-nada a violentarla impidiéndole producir conse-cuencias antisociales. Es una obra de arte, o unamaquinaria construida en su totalidad por la manode los hombres y que, como todos los productos deese género, sólo es lo que es porque los hombres lohan querido así. Un decreto de la voluntad la hacreado, otro decreto puede transformarla. Ni Hobbesni Rousseau parecen haber advertido lo contradicto-rio que resulta admitir que el individuo sea el propioautor de una maquinaria que tiene por papel esen-cial dominarlo y constreñirlo, o por lo menos les haparecido que, para hacer desaparecer esa contradic-ción bastaba disminuirla a los ojos de los que son susvíctimas mediante el hábil artificio del pacto social.

Los teóricos del derecho natural, los economistas,y más recientemente Spencer 22 se ha inspirado en laidea contraria. Para ellos, la vida social es esencial-mente espontánea y la sociedad una cosa natural.Pero, aunque le confieren ese carácter no es porquereconozcan una naturaleza específica; es porque le

22 La posición de Comte sobre este tema es de un eclecticismo bastanteambiguo.

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encuentran una base en la naturaleza del individuo.Como los pensadores que les anteceden, no ven enella un sistema de cosas que existe por sí mismo, envirtud de causas que les son peculiares. Pero, mien-tras que aquéllos la concebían como una dispo-sición convencional sin ningún lazo que la uniera a larealidad, como flotando en el aire, por decirlo así,éstos le dan por cimientos los instintos fundamenta-les del corazón humano. El hombre tiende natural-mente a la vida política, deméstica, religiosa, a losintercambios, etc., y de esas inclinaciones naturalesprocede la organización social. Por consiguiente,mientras sea normal no tiene necesidad de impo-nerse. Cuando recurre a la coacción es porque no eSlo que debe ser o porque las circunstancias son anor-males. En principio, basta dejar que las fuerzas indi-viduales se desarrollen en libertad para que seorganicen socialmente.

Pero ninguna de estas doctrinas es la nuestra.Sin duda, hacemos de la coacción la característica

de todo hecho social. Pero esta coacción no procedede una maquinaria más o menos complicada, desti-nada a disfrazar ante los hombres los cepos en loscuales se han atrapado ellos mismos. Se debe simple-mente a que el individuo se encuentra en presencia deuna fuerza que lo domina y ante la cual se inclina;pero esta fuerza es natural. No procede de una dispo-sición convencional que la voluntad humana hasuperpuesto a lo real; procede de las entrañas mismasde la realidad, y es el producto necesario de las causasdadas. Así, para que el individuo se someta de buengrado no es necesario recurrir a ningún artificio,basta hacerle tomar conciencia de su estado de subor-

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dinación y de inferioridad naturales; que por mediode la religión se haga una representación sensible ysimbólica de ellas o que llegue por la ciencia a for-marse una noción adecuada y definida. Como lasuperioridad que la sociedad tiene sobre él no essimplemente física, sino intelectual y moral, no tienenada que temer del libre examen, con tal de que éstese aplique con justicia. La reflexión, al hacer enten-der al hombre hasta qué punto el ser social es másrico, más complejo y más duradero que el ser indivi-dual, debe revelarle las razones inteligibles de lasubordinación que se le exige y de los sentimientos deadhesión y de respeto que la costumbre ha fijado ensu corazón.23

Por lo tanto, sólo hay una crítica singularmentesuperficial que podría reprochar a nuestro conceptode la coacción social el que repita las teorías deHobbes y de Maquiavelo. Pero si, contrariamente aestos filósofos, decimos que la vida social es natural,no es porque encontremos su fuente en la naturálezadel indiviudo; es porque procede directamente del sercolectivo que es, por sí mismo, una naturaleza suigeneris; y es que resulta de la elaboración especial a laque están sometidas las conciencias particulares porel hecho de su asociación y de la que se desprende unanueva forma de existencia.24 Si reconocemos con

" He aquí por qué no toda coacción es siempre normal. Sólo merece estenombre la que corresponde a alguna superioridad social, es decir, intelectual omoral. Pero la que un individuo ejetce sobre otro porque es más fuerte o rico,sobre todo si esta riqueza no expresa su valor social, es anormal y sólo puedesostenerse por medio de la violencia.

" Nuestra teoría es incluso más contraria a la de Hobbes que la del derechonatural. En efecto, para los partidarios de esta última doctrina, la vida colectivasólo es natural en la medida en que puede ser deducida de la naturalezaindividual. Ahora bien, en rigor, sólo las formas más generales de la organiza-

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unos que se presenta al individuo bajo el aspecto dela coacción, admitimos con otros que es un productoespontáneo de la realidad; y lo que reúne lógica-mente a estos dos elementos en apariencia contradic-torios es que la realidad de la que emana rebasa alindividuo. Es decir, que las palabras coacción yespontaneidad no tienen en nuestra terminología elsentido que Hobbes da a la primera y Spencer a lasegunda.

En resumen, a la mayor parte de las tentativas quese han hecho para explicar racionalmente los hechossociales se ha podido objetar o que borraban todaidea de disciplina social, o que sólo llegaban a soste-nerla con ayuda de subterfugios mentirosos. Lasreglas que acabamos de exponer permitirían, por elcontrario, elaborar una sociología que vería en elespíritu de su disciplina la condición esencial de todavida en común, fundada sobre la razón y la verdad.

ción social pueden derivarse de este origen. En cuanto a los pormenores, estádemasiado alejado de la extrema generalidad de las propiedades psíquicas parapoder relacionarse con ellas; a los discípulos de esta escuela les parece tanartificial como a sus adversarios. Al contrario, para nosotros, todo resultanatural, incluso las disposiciones más especiales, porque todo se funda en lanaturaleza de la sociedad.

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VI. Reglas relativas a la administraciónde la prueba

,.

I

Sólo tenemos una manera de demostrar que un fenó-meno es causa de otro, y consiste en comparar loscasos en los que están presentes o ausentes al mismotiempo y buscar si las variaciones que presentan enlas diferentes combinaciones de circunstancias testi-monian que uno depende del otro. Cuando puedenser artificialmente producidos a juicio del observa-dor, el método es la experimentación propiamentedicha. Cuando, al contrario, la producción de loshechos no está a nuestra disposición y sólo podemosaproximarlos tal y como se producen espontánea-mente, el método que se aplica es el de la experimen-tación indirecta o método comparativo.

Ya hemos visto que la explicación sociológica con-siste exclusivamente en establecer relaciones de cau-salidad, lo mismo cuando se trata de religar unfenómeno a causa o, al contrario, de religar unacausa a sus efectos últimos. Puesto que, por otraparte, los fenómenos sociales escapan evidentementea la acción del que opera, el método comparativo es elúnico que conviene a la sociología. Es verdad que

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Comte no lo ha juzgado suficiente; ha creído necesa-rio completarlo con lo que llama método histórico;pero la causa está en su concepción particular de lasleyes sociológicas. Según él, dichas leyes debenexpresar principalmente, no relaciones definidas decausalidad, sino el sentido en el cual se orienta laevolución humana general; por lo tanto, no puedenser descubiertas con ayuda de comparaciones, por-que para poder comparar las diferentes formas queadopta un fenómeno social entre diferentes pueblos,es preciso haberlo separado de las series temporales alas cuales pertenece. Ahora bien, si se empieza porfragmentar así el desarrollo humano, se llega a laimposibilidad de encontrar su continuación. Paraconseguirlo no conviene proceder por análisis, sinopor grandes síntesis. Hay que aproximarlos unos aotros y reunir en una misma intuición, de algunaespecie, lciS estados sucesivos de la humanidad a finde percibir "el crecimiento continuo de cada disposi-ción física, intelectual, moral y política". Esta es larazón de ser de este método que Comte denominahistórico y que después queda desprovisto de todoobjeto en cuanto se ha rechazado la concepción fun-damental de la sociología conntista.

Es cierto que Mill declara inaplicable a la sociolo-gía la experimentación aunque sea indirecta. Pero loque basta para quitar a su argumentación una granparte de su autoridad es que la aplica igual-mente a los fenómenos biológicos, e incluso a loshechos fisicoquímicos más complejos;2 pero hoy yano hay que demostrar que la química y la biología

' Curso de filosofía positiva, IV, 328.2 Sistema de /a lógica, II, 478.

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sólo pueden ser ciencias experimentales. No existepues ninguna razón para que sus críticas estén másfundadas en lo que concierne a la sociología; porquelos fenómenos sociales sólo se distinguen de los ante-riores por una complejidad mayor. Esta diferenciapuede implicar que el empleo del razonamientoexperimental en sociología ofrece todavía más difi-cultades que en las otras ciencias; pero no vemos por-qué sería radicalmente imposible.

Además, toda esta teoría de Mill se apoya en unpostulado que está ligado sin duda a los principiosfundamentales de la lógica, pero en contradiccióncon todos los resultados de la ciencia. En efecto,admite que un mismo consecuente no resulta siem-pre de un mismo antecedente, pero puede ser debidoa veces a una causa y a veces a otra. Esta concepcióndel lazo causal, al quitarle toda determinación, lohace casi inaccesible al análisis científico; cuandointroduce una tal complicación en el enmaraña-miento de las causas y de los efectos, el espíritu sepierde en ellos sin remedio. Si un efecto puede deri-var de causas diferentes, para saber lo que lo deter-mina es un conjunto de circunstancias dadas, seríapreciso que la experiencia se hiciera en condicionesde aislamiento prácticamente irrealizables, sobretodo en sociología.

Pero este pretendido axioma de la pluralidad de lascausas es una negación del principio de causalidad.Sin duda, si se cree con Mill que la causa y el efectoson absolutamente heterogéneos, que no hay entreellos ninguna relación lógica, no es nada contradic-torio admitir que un efecto pueda seguir a veces a unacausa y a veces a otra. Si la relación que une a C con A

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es puramente cronológica, no excluye otra relacióndel mismo género que uniría por ejemplo a C con B.Pero si, al contrario, el lazo causal tiene algo inteligi-ble, no puede ser indeterminado hasta ese punto. Siconsiste en una relación que procede de la naturalezade las cosas, un mismo efecto no puede sostener esarelación más que como una sola causa, porque sólopuede expresar una naturaleza. Únicamente los filó-sofos han puesto alguna vez en duda la inteligibili-dad de la relación causal. Para el científico no haydudas; está supuesta por el método de la ciencia.¿Cómo explicar de otra manera el papel tan impor-tante que desempeña la deducción en el razona-miento fundamental y el principio fundamental dela proporcionalidad entre la causa y el efecto? Encuanto a los casos que se citan y en los que se pretendeobservar una pluralidad de causas, para que fuerandemostrativos sería preciso haber establecido previa-mente, o bien que esta pluralidad no es sólo aparente,o bien que la unidad exterior del efecto no se super-pone a una pluralidad real. ¡Cuántas veces ha redu-cido la ciencia a la unidad causas cuya diversidadparecía a primera vista irreductible! El propio StuartMill da un ejemplo de ello al recordar que, de acuer-do con las teorías modernas, la producción decalor por frotamiento, por pecución, o acción quí-mica, etc., derivan de una sola y misma causa. A lainversa, cuando se trata del efecto, el científico distin-gue a menudo lo que el vulgo confunde. Para elsentido común, la palabra fiebre designa una solaentidad mórbida; para la ciencia hay una multitud defiebres específicamente diferentes y la pluralidad delas causas se encuentra en relación con la de los

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efectos; y si entre todas esas especies nosológicas hayalgo en común es que esas causas, igualmente, seconfunden por algunos de sus caracteres.

Importa tanto más exorcizar ese principio de lasociología cuanto que muchos sociólogos padecenaún su influencia, y esto aun cuando no lo conviertenen una objeción contra el empleo del método compa-rativo. Así, es corriente decir que el delito puede serproducido por causas muy diferentes; y que sucede lomismo con el suicidio, la aflicción, etc. Aplicando coneste espíritu el razonamiento experimental, pormucho que se reúna un número considerable dehechos no se podrá nunca obtener leyes precisas yrelaciones de causalidades determinadas. Si se quiereaplicar el método comparativo de una manera cientí-fica, es decir, conformándonos al principio de causa-lidad tal y como se desprende de la misma ciencia, sedeberá tomar como base de las comparaciones laproposición siguiente: a un mismo efecto corres-ponde siempre una misma causa. Volviendo a losejemplos citados antes, si el suicido depende de másde una causa es que en realidad hay varias especies desuicidios. Lo mismo ocurre con el crimen. Por elcontrario, para la aficción si se ha creído que seexplicaba igualmente bien por causas diferentes, esporque no se ha advertido el elemento común que sevuelve a encontrar en todos los antecedentes y envirtud del cual producen su efecto común.3

3 División del trabajo social, p. 87.

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II

Sin embargo, si bien los diversos procedimientos delmétodo comparativo no son inaplicables a la socio-logía, no todos tienen la misma fuerza demostrativa.

El método denominado de los residuos, si es queconstituye una forma de razonamiento experimen-tal, no es, por decirlo así, de ninguna utilidad en elestudio de los fenómenos sociales. Además de quesólo puede servir en las ciencias bastante adelanta-das, puesto que supone ya conocidas un númeroimportante de leyes. Los fenómenos sociales sondemasiado complejos para que, en caso dado, sepueda suprimir con exactitud el efecto de todas lascausas menos una.

Esta misma razón dificulta la utilización delmétodo de concordancia y el de diferencia. En efecto,suponen-que los casos comparados o concuerdan enun solo punto o difieren en uno sólo. Sin duda, nohay ninguna ciencia que haya podido jamás instituirexperiencias en que el carácter rigurosamente únicode una concordancia o de una diferencia quedaraestablecido de forma irrefutable. No se está nuncaseguro de no haber dejado escapar algún antecedenteque concuerde o que difiera como el consecuente, a lavez y de igual manera que el único antecedente cono-cido. Sin embargo, aunque la eliminación absolutade todo elemento adventicio sea un límite ideal queno puede ser realmente alcanzado, de hecho las cien-cias fisicoquírnicas e incluso las ciencias biológicasse aproximan bastante para que, en un gran númerode casos, la demostración pueda ser consideradacomo prácticamente suficiente. Pero no sucede lo

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mismo en sociología por la complejidad demasiadogrande de los fenómenos, unida a la imposibilidad detoda experiencia artificial. Corno no podría hacerseun inventario, ni siquiera casi completo, de todos loshechos que coexisten en el seno de una misma socie-dad o que se han sucedido en el curso de su historia,no se puede nunca estar seguro, ni en forma aproxi-mativa, que dos pueblos concuerdan o difierenbajo todos los aspectos menos uno. Las posibilidadesde permitir que un fenómeno se nos escape son muysuperiores a las de no descuidar ninguno. Por lotanto, semejante método de demostración no puedeengendrar más que conjeturas que, reducidas a símismas, están casi desprovistas de todo caráctercientífico.

Pero ocurre todo lo contrario con el método de lasvariaciones concomitantes. En efecto, para que seademostrativo, no es necesario que todas las variacio-nes diferentes a las que se comparan hayan sidorigurosamente excluidas. El simple paralelismo delos valores por los cuales pasan los dos fenómenos,con tal de que haya sido establecido en un númerode casos suficientemente variados, es prueba de queexiste una relación entre ellos. Este método de-be ese privilegio a que llega a la relación causal, no de-fuera, como los anteriores, sino por dentro. No noshace ver simplemente dos hechos que se acompañano que se excluyen exteriormente, 4 de suerte que nadaprueba directamente que estén unidos por un lazointerno; al contrario, nos los presenta participandoel uno del otro y de una manera continua, por lo

En el caso del método de diferencia, la ausencia de la causa excluye lapresencia del efecto.

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menos en lo que respecta a su cantidad. Esta partici-pación basta por sí sola para demostrar que no sonextraños el uno al otro. La forma en que un fenó-meno se desarrolla expresa su naturaleza; para quedos desarrollos se correspondan es preciso que existatambién una correspondencia en las naturalezas quemanifiestan. La concomitancia constante es puespor sí misma una ley fuera el que fuere el estado delos fenómenos que quedaron fuera de la compara-ción. Así, para degradarla no basta demostrar que espuesta en duda por algunas aplicaciones particularesdel método de concordancia o diferencia; esto seríaatribuir a ese género de pruebas una autoridad queno puede tener en sociología. Cuando dos fenómenosvarían regularmente, hay que mantener esa relaciónaunque en ciertos casos uno de esos fenómenos sepresenten' sin el otro. Porque puede suceder, o bienque la causa no haya podido producir su efecto por laacción de alguna causa contraria, o bien que seencuentre presente, pero bajo una forma distinta dela que se ha observado antes. Sin duda, se puedenexaminar de nuevo los hechos, pero no abandonarresultados de una demostración bien realizada.

Es cierto que las leyes establecidas por dicho proce-dimiento no se presentan siempre de golpe bajo laforma de relaciones de causalidad. La concomitanciapuede ser debida no a que uno de los fenómenos seala causa del otro, sino a que son ambos efectos de unamisma causa, o bien a que existe entre ellos un tercerfenómeno, intercalado pero inadvertido, que esefecto del primero y causa del segundo. Los resulta-dos a los que conduce este método necesitan ser inter-pretados. Pero ¿cuál es el método experimental que

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permite obtener mecánicamente una relación de cau-salidad sin que los hechos que establece tengan queser elaborados por el espíritu? Lo que importa es queesta elaboración sea conducida metódicamente y heaquí la manera en que podremos proceder. Se buscaráprimero, con ayuda de la deducción, cómo uno de losdos términos ha podido producir el otro; luego nosesforzaremos en comprobar el resultado de estadeducción con ayuda de experiencias, es decir, denuevas comparaciones. Si la deducción es posible y sila verificación tiene éxito, se podrá considerar que laprueba ha sido hecha. Si, por el contrario, no seadvierte entre estos hechos ningún lazo directo, sobretodo si la hipótesis de dicho lazo contradice las leyesya demostradas, habrá que buscar un tercer fenó-meno del cual dependan igualmente los otros dos, ohaya podido servir de intermediario entre ellos. Porejemplo, se puede establecer de la manera más seguraque la tendencia al suicidio varía como la tendencia ala instrucción. Pero es imposible comprender cómola instrucción puede conducir al suicidio; esta expli-cación contradice las leyes de la psicología. La ins-trucción, sobre todo reducida a los conocimientoselementales, sólo llega a las regiones más superficia-les de la conciencia; en cambio, el instinto de conser-vación es una de nuestras tendencias fundamentales.Por lo tanto, no podría ser afectado sensiblementepor un fenómeno tan distante y de una resonanciatan débil. Llegamos así a preguntarnos si uno y otrohecho no serían consecuencia del mismo estado. Estacausa común es el debilitamiento del tradiciona-lismo religioso, que refuerza a la vez la necesidad desaber y la inclinación al suicidio.

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Pero hay otra razón que hace del método de lasvariaciones concomitantes el instrumento por exce-lencia de las investigaciones sociológicas. En efecto,incluso cuando las circunstancias les son más favora-bles, los otros métodos sólo pueden ser aplicadosútilmente cuando el número de los hechos compara-dos es muy considerable. Si no se pueden encontrardos sociedades que no difieren o que no se parecenmás que en un sólo punto, por lo menos se puedecomprobar que dos hechos o se acompañan o seexcluyen de modo muy general. Pero para que estacomparación tenga un valor científico es preciso quehaya sidb hecha muchas veces; sería casi necesarioestar seguro de que todos los hechos han sido pasadosen revista. Ahora bien, no es posible un inventariotan completo, pero además los hechos acumuladosasí no pueden nunca quedar establecidos con unaprecisión suficiente porque son demasiados. No sólocorremos el riesgo de omitir algunos esenciales quecontradicen a los ya conocidos, sino que también notenemos la seguridad de conocer a fondo estos últi-mos. En realidad, lo que ha desacreditado a menudolos razonamientos de los sociólogos es que, como hanaplicado de preferencia el método de concordancia oel de diferencia y sobre todo el primero, se han preo-cupado más de recopilar documentos que de criti-carlos y seleccionarlos. Así, colocan en el mismoplano las observaciones confusas y precipitadas delos viajeros y los textos concretos de la historia. Al verestas demostraciones no podemos menos que decirque un sólo hecho podría bastar para degradarlas,pero los hechos mismos sobre los que quedan esta-blecidas no siempre inspiran confianza.

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El método de las variaciones concomitantes no nosobliga ni a esas enumeraciones incompletas ni a esasobservaciones superficiales. Para que den resultadobastan algunos hechos. En' cuanto se ha probado queen cierto número de casos dos fenómenos varían, unocomo otro, podemos tener la certeza de que nosencontramos en presencia de una ley. Como no hacefalta que sean muchos, los documentos pueden serescogidos y además estudiados de cerca por el soció-logo que los utiliza. Podrá y deberá después tomarcomo materia principal de sus inducciones las socie-dades cuyas creencias, tradiciones, usos y derechohan tomado cuerpo en monumentos escritos y autén-ticos. Sin duda, no desdeñará las informaciones de laetnografía (no hay hechos que puedan ser desdeña-dos por el científico), pero las situará en su verdaderolugar. En vez de convertirlas en el centro de gravedadde sus investigaciones, sólo las utilizará en generalcomo complemento de aquello que debe a la historiao, por lo menos, procurará confirmarlas por mediode esta última. De esta manera, no sólo circunscribirácon más discernimiento la extensión de sus compara-ciones, sino que las conducirá con más espíritu crí-tico; porque, por lo mismo que se reducirá a unorden restringido de hechos, podrá controlarlos conmás cuidado. Sin duda, no tiene que rehacer la obrade los historiadores; pero no puede tampoco recibirpasivamente y de cualquier mano las informacionesque utiliza.

Pero no debemos creer que la sociología se encuen-tra en una situación de inferioridad sensible frente alas demás ciencias, porque sólo puede utilizar unprocedimiento experimental. Este inconveniente es,

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en efecto, compensado por la riqueza de las variacio-nes que se ofrecen espontáneamente a las compara-ciones del sociólogo y de las que no se encuentraningún ejemplo en otros reinos de la naturaleza. Loscambios que tienen lugar en un organismo en elcurso de una existencia individual son poco numero-sos y muy restringidos; los que se pueden provocarartificialmente sin destruir la vida están confinados alímites estrechos. Es verdad que en la sucesión de laevolución zoológica se han producido cambios másimportantes, pero sólo han dejado vestigios raros yoscuros, y es aún más difícil encontrar las condicio-nes que los determinaron. La vida social, por elcontrario, es una sucesión ininterrumpida de trans-formaciones paralelas a otras transformaciones enlas condiciones de la existencia colectiva; y no tene-mos sólo a nuestra disposición las que se relacionancon una época reciente, sino un gran número deaquellas por las que han pasado los pueblos desapa-recidos y que han llegado hasta nosotros. A pesar deestas lagunas, la historia de la humanidad es muchomás clara y completa que la de las especies animales.Además, existe una multitud de fenómenos socialesque se producen en toda la extensión de la sociedad,pero que adoptan formas diversas según las regiones,las profesiones, las confesiones, etc. Citemos, porejemplo, el crimen, el suicidio, la natalidad, la nup-cialidad, el ahorro, etc. De la diversidad de esosmedios especiales resultan, para cada uno de esosórdenes de hechos, nuevas series de variaciones, fuerade las que produce la evolución histórica. Si el soció-logo no puede aplicar con la misma eficacia todos losprocedimientos de la investigación experimental, el

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único método del que debe servirse, casi con exclu-sión de los demás, puede ser en sus manos fecundoporque posee, a fin de ponerlo en obra, recursosincomparables.

Pero sólo produce sus resultados si se practica conrigor. No se prueba nada cuando, como sutede contanta frecuencia, nos contentamos con mostrar cier-tos ejemplos de casos aislados en que los hechos hanvariado, como sugiere la hipótesis. De estas concor-dancias esporádicas y fragmentarias no se puedesacar ninguna conclusión general. Ilustrar una ideano equivale a demostrarla. Lo que hace falta no escomparar variaciones aisladas, sino series de varia-ciones regularmente constituidas cuyos términos seenlazan unos a otros mediante una gradación lo máscontinua posible y cuya extensión sea suficiente.Porque las variaciones de un fenómeno sólo nospermiten inducir de ellas la ley si expresan claramentela forma en la que el fenómeno se desarrolla encircunstancias determinadas. Para esto es preciso quehaya entre ellas la misma sucesión que entre losdiversos momentos de una misma evolución natural,y, además, que esta evolución que representan seabastante prolongada para que su sentido no resultedudoso.

III

Pero la forma en que deben ser formadas estas se-ries difiere según los casos. Pueden abarcar hechostomados en una sola y única sociedad, o en va-rias sociedades de la misma especie, o en varias especiessociales distintas.

El primer procedimiento puede bastar, en rigor,

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cuando se trata de hechos muy generales y sobre loscuales poseemos informaciones estadísticas bastanteextensas y variadas. Por ejemplo, al observar la curvade suicidios que expresa durante un periodo detiempo suficientemente largo las variaciones quepresenta dicho fenómeno por provincias, clases,comarcas rurales o urbanas, sexos, edades, estadocivil, etc., se puede llegar, incluso sin extender lasinvestigaciones fuera de un solo país, a establecerverdaderas leyes, aunque sea siempre preferible con-firmar estos resultados mediante otras observacionesrealizadas sobre otros pueblos de la misma especie.Pero no nos podemos contentar con comparacionestan limitadas más que cuando se estudia alguna deesas corrientes sociales difundidas en toda la socie-dad, aunque varíen de un punto a otro. Cuando. porel contrario, se trata de una institución, una reglajurídica o moral, una costumbre organizada quees la misma y funciona del mismo modo en toda laextensión del país y sólo cambia en el tiempo, no nospodemos encerrar en el estudio de un solo pueblo;porque entonces no tendríamos como materia de laprueba más que una sola pareja de curvas paralelas, osea, las que expresan la marcha histórica del fenó-meno considerado y de la causa conjeturada, pero enesta sola y única sociedad. Sin duda, incluso esteparalelismo único, si es constante, es ya un hechoconsiderable, pero no podría constituir él solo unademostración.

Abarcando a varios pueblos de la misma especie sedispone ya de un campo de comparación másamplio. Primero, se puede confrontar la historia deuno por medio de la de los otros y ver si, en cada uno

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de ellos, observado aparte, el mismo fenómeno evolu-ciona en el tiempo en función de las mismas condi-ciones. Luego se pueden establecer comparacionesentre esos diversos desarrollos. Por ejemplo, se deter-minará la forma que el hecho estudiado adopta enesas diferentes sociedades en el momento en que llegaa su apogeo. Como, aunque pertenecientes al mismotipo son sin embargo individualidades distintas,dicha forma no es la misma en todos lados; está más omenos acusada, según los casos. Tendremos así unanueva serie de variaciones que aproximaremos a lasque presenta, en el mismo momento y en cada uno deesos países, la condición supuesta. Así que, despuésde haber seguido la evolución de la familia patriar-cal a través de la historia de Roma, de Atenas, deEsparta, se clasificarán esas mismas ciudades segúnel grado máximo de desarrollo que alcanza en cadauna de ellas ese tipo familiar y se verá después si, enrelación con el estado del medio social del que parecedepender después de la primera experiencia, se clasi-fican todavía de la misma manera.

Pero incluso este método no puede bastar. Enefecto, sólo se aplica a los fenómenos que han nacidodurante la vida de los pueblos que se comparan.Ahora bien, una sociedad no crea totalmente su orga-nización; la recibe, en parte, ya hecha, de las que lahan precedido. Lo que se le transmite no es, en elcurso de la historia, el producto de ningún desarro-llo, por consiguiente no puede ser explicado si nosalimos de los límites de la especie de la que formaparte. Sólo pueden tratarse de esa manera las adicio-nes que superponen a ese fondo primitivo y lo trans-forman. Pero cuanto más ascendemos en la escala

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social, menos importancia tienen los caracteres ad-quiridos por cada pueblo al lado de los caracterestransmitidos. Sin embargo, esa es la condición detodo progreso. Así, los elementos nuevos que hemosintroducido en el derecho deméstico, el derecho depropiedad, la moral, desde el comienzo de nuestrahistoria, son relativamente pocos y de poca impor-tancia si los comparamos con los que el pasado noslegó. Las novedades que se producen de esta manerano podrían entenderse si no se ha estudiado primerolos fenómenos más fundamentales que constituyensus raíces y sólo pueden ser estudiados con ayuda decomparaciones mucho más amplias. Para poderexplicar el estado actual de la familia, del matrimo-nio, de la propiedad, etc., habría que conocer cuálesson sus orígenes, cuáles son los elementos simplesque componen dichas instituciones; y respecto aestos puntos la historia comparada de las grandessociedades europeas no podría traernos grandesluces. Es preciso remontarnos más atrás.

Por consiguiente, para dar cuenta de una institu-ción social que pertenezca a una especie determi-nada, se compararán las distintas formas quepresenta, no únicamente entre los pueblos de su espe-cie, sino en todas las especies anteriores. ¿Se trata, porejemplo, de la organización doméstica? Se consti-tuirá primero el tipo más rudimentario que hayaexistido, para seguir después paso a paso la maneraen que se ha complicado progresivamente. Estemétodo, al que podríamos denominar genético, nosdaría de una vez el análisis y la síntesis del fenómeno.Porque, por otra parte, nos presentaría disociados loselementos que la componen, ya que nos los haría ver

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superponiéndose sucesivamente unos a otros y, almismo tiempo, gracias a ese vasto campo de campa-ración, estaría más en situación de determinar lascondiciones de las que dependen su formación y suasociación. Por consiguiente, no se puede explicarun hecho social de cierta complejidad más que acondición de seguir su desarrollo integral a través detodas las especies sociales. La sociología comparadano es una rama particular de esa ciencia; es la sociolo-gía misma, puesto que deja de ser puramente descrip-tiva y aspira a dar cuenta de los hechos.

En el curso de estas vastas comparaciones, secomete a menudo un error que falsea sus resultados.A veces, para juzgar sobre el sentido en el cual sedesarrollan los acontecimientos sociales, se ha com-parado simplemente lo que sucede durante la deca-dencia de cada especie con lo que se produce en loscomienzos de la especie siguiente. Procediendo así seha creído poder decir, por ejemplo, que el debilita-miento de las creencias religiosas y de todo tradicio-nalismo sólo podía ser un fenómeno transitorio en lavida de los pueblos porque sólo aparece durante elúltimo periodo de su existencia para extinguirse encuanto una nueva evolución empieza. Pero consemejante método estamos expuestos a confundir lamarcha regular y necesaria del progreso con lo que esefecto de una causa muy distinta. El estado en que seencuentra una sociedad joven no es la simple prolon-gación del estado al que habían llegado al final de sucarrera las sociedades que sustituye, sino que procedeen parte de esa juventud misma que impide que losproductos de las experiencias hechas por los pueblosanteriores sean todas inmediatamente asimilables y

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utilizables. De esta manera, el niño recibe de suspadres facultades y predisposiciones que sólo entranen juego en su vida tardíamente. Continuando con elmismo ejemplo, diremos que es posible que eseretorno del tradicionalismo que se observa en loscomienzos de cada historia no se deba al hecho de queun retroceso del mismo fenómeno sólo puede sertransitorio, sino a las condiciones especiales en quese encuentra toda sociedad naciente. La comparaciónsólo puede ser demostrativa si se elimina el factoredad, que la enturbia: para llegar a ello, bastaráconsiderar las sociedades que se comparan en elmismo periodo de su desarrollo. De este modo, parasaber en qué sentido evoluciona un fenómeno socialse comparará lo que es durante la juventud de cadaespecie, con lo que llega a ser durante la j uventud dela especie siguiente, y según presente, de una de esasetapas a la otra, mayor o menor intensidad, se diráque progresa, retrocede o se mantiene.

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Conclusión

En resumen, los caracteres de este método son lossiguientes:

En primer lugar, es independiente de toda filoso-fía. Como la sociología ha nacido de todas las gran-des doctrinas filosóficas, ha conservado el hábito deapoyarse en algún sistema del que se ha hecho soli-daria. De este modo, ha sido sucesivamente positi-vista, evolucionista, espiritualista, cuando debecontentarse con ser sociología y nada más. Inclusovacilaríamos en calificarla de naturalista, a menosque no se quiera indicar solamente con esto queconsidera los hechos sociales como explicables natu-ralmente, y, en ese caso, el epíteto resulta bastanteinútil, puesto que significa simplemente que elsociólogo elabora una ciencia y no es un místico.Pero rechazamos esa palabra si se le da un sentidodoctrinal respecto a la esencia de las cosas sociales si,por ejemplo, se pretende afirmar que son reducibles alas demás fuerzas cósmicas. La sociología no tienepor qué tomar partido entre las grandes hipótesisque dividen a los metafísicos. Como el determi-nismo, tampoco tiene que afirmar la libertad. Todo

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lo que pide es que se le conceda que el principio decausalidad se aplique a los fenómenos sociales. Yaun plantea este principio, no como una necesidadracional, sino únicamente como un postulado empí-rico, producto de una inducción legítima. Puestoque la ley de causalidad ha sido verificada en los otrosreinos de la naturaleza, y progresivamente ha exten-dido su imperio del mundo fisicoquímico al mundobiológico, y de éste al mundo psicológico, estamos enel derecho de admitir que esta ley es igualmente ciertaen el mundo social; y es posible añadir hoy que lasinvestigaciones emprendidas sobre la base de estepostulado tienden a confirmarla. Pero la cuestión desaber si la naturaleza del lazo causal excluye todacontingencia no está resuelta por eso.

Por lo demás, la propia filosofía está interesada enesta emancipación de la sociología: mientras elsociólogo no renuncie al filósofo, seguirá conside-rando las cosas sociales en su aspecto más general,aquel en el que se parecen más a las otras cosas deluniverso. Ahora bien, aunque la sociología conce-bida de esta manera puede ilustrar con hechos curio-sos una filosofía, no podría enriquecerla con visionesnuevas puesto que no señala nada nuevo en el objetoque estudia. En realidad, si los hechos fundamenta-les de los otros reinos vuelven a encontrarse en elreino social, es bajo formas especiales que hacencomprender mejor su naturaleza porque son suexpresión más elevada. Pero para percibirlas bajo esteaspecto es preciso abandonar las generalizaciones ypenetrar en el pormenor de los hechos. Así, la socio-logía, a medida que se especialice, proporcionarámateriales más originales a la reflexión filosófica.

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Ya lo que antecede ha podido hacernos entrevercómo unas nociones esenciales, como las de especie,órgano, función, salud y enfermedad, causa y fin, sepresentan bajo aspectos completamente inéditos.Por otra parte, ¿no es la sociología la ciencia desti-nada a presentar con todo su relieve una idea quepodría ser la base, no sólo de una psicología, sino detoda una filosofía: la idea de asociación?

Frente a unas doctrinas prácticas, nuestro métodopermite y exige la misma independencia. La sociolo-gía entendida de esta manera no será ni individua-lista, ni comunista, ni socialista en el sentido que seda vulgarmente a estos términos. Por principio, igno-rará las teorías a las cuales no podría reconocerlesningún valor científico, puesto que tiendendirectamente, no a expresar los hechos, sino a refor-marlos. Como mucho, si se interesa en ellos es enla medida en que los considera hechos sociales quepueden ayudarla a comprender la realidad social,manifestando las necesidades que operan en la socie-dad. No se trata, sin embargo, de que se desinterese delas cuestiones prácticas. Al contrario, se ha podidover que nuestra preocupación constante ha sidoorientarla de forma que pueda llegar al terreno prác-tico. Encuentra necesariamente esos problemas alfinal de sus investigaciones. Pero como sólo se pre-sentan en ese momento, y después se desembaraza delos hechos y no de las pasiones, se puede prever quepara el sociólogo se deben plantear en términos muydistintos a aquellos en los que se los plantea la multi-tud: sus soluciones, parciales, no pueden coincidirexactamente con ninguna de aquellas a las que lle-gan los partidos. Pero el papel de la sociología desde

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ese punto de vista debe justamente consistir en libe-rarnos de todos los partidos, no tanto oponiendo unadoctrina a las demás doctrinas, como haciendo adop-tar a los espíritus, frente a esas cuestiones, una acti-tud especial que sólo la ciencia puede dar mediante elcontacto directo con las cosas. En efecto, sólo laciencia puede enseñar a tratar con respeto, pero sinfetichismo, las instituciones históricas, sean cualesfueren, haciéndonos sentir a la vez lo que tienen denecesario y de provisional, su fuerza de resistencia ysu variabilidad infinita.

En segundo lugar, nuestro método es objetivo.Está dominando completamente por la idea de quelos hechos sociales son cosas y deben ser tratadoscomo tales. Sin duda, este principio vuelve a encon-trarse bajo una forma un poco diferente en la base delas doctrinas de Comte y de Spencer. Pero estos gran-des pensadores nos han dado su fórmula teórica, nola pusieron en práctica. Para que no siguiera siendoletra muerta no bastaba promulgarla; era precisoconvertirla en base de toda una disciplina que lellegara al científico en el momento mismo en queaborda el objeto de sus investigaciones y que lo acom-pañara paso a paso en todas sus gestiones. Nosotros noshemos dedicado a instituir esa disciplina. Hemosdemostrado de qué manera el sociólogo debía apar-tax-se de su nociones anticipadas acerca de los hechospara colocarse frente a los hechos mismos; cómodebería pedirles el medio de clasificarlos en hechossanos y hechos mórbidos; cómo, en fin, debería inspi-rarse en el mismo principio para elaborar sus expli-caciones y para buscar la manera de comprobarlas.Porque cuando se tiene la sensación de encontrarse

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en presencia de cosas, no se piensa siquiera en expli-carlas con cálculos utilitarios ni razonamientos deotra clase. Se comprende demasiado la distancia quehay entre dichas causas y dichos efectos. Una cosa esuna fuerza que no puede ser engendrada más que porotra fuerza. Por lo tanto, para dar cuenta de loshechos sociales se buscan energías capaces de produ-cirlos. Las explicaciones no son sólo distintas, sinoque se demuestran de otra manera, o más bien es sóloentonces cuando se experimenta la necesidad dedemostrarlas. Si los fenómenos sociológicos no sonmás que sistemas de ideas objetivas, las explicacionesconsisten en pensarlas de nuevo en su orden lógico yesta explicación es en sí misma su prueba; todo lodemás se puede confirmar con algunos ejemplos. Encambio, únicamente las experiencias metódicas pue-den arrancar su secreto a las cosas.

Pero si consideramos los hechos sociales comocosas, es como cosas sociales. Es el terecer rasgo caracte-rístico de nuestro método consite en ser exclusiva-mente sociológico. Ha parecido con frecuencia queestos fenómenos, a causa de su extrema complejidad,o bien eran refractarios a la ciencia, o bien sólopodían penetrar en ella reducidos a sus condicioneselementales, psíquicas u orgánicas, es decir, despoja-dos de su naturaleza propia. Nosotros, al contrario,nos hemos propuesto establecer que es posible tratar-los científicamente, sin quitarles nada de sus carac-teres específicos. Incluso nos hemos negado arelacionar esa inmaterialidad sui generis que loscaracteriza con la inmaterialidad, tan compleja, sinembargo, de los fenómenos psicológicos; con mayorrazón, nos hemos prohibido reabsorberla, a imita-

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ción de la escuela italiana, en las propiedades genera-les de la materia organizada.' Hemos hecho ver queun hecho social sólo puede ser explicado por otrohecho social, y al mismo tiempo hemos demostradocómo esta especie de explicación es posible seña-lando en el medio social interno el motor principalde la evolución colectiva. La sociología no es pues elanexo de ninguna otra ciencia; es por sí misma unaciencia separada y autónoma, y el sentimiento de loque tiene de especial la realidad social es incluso tannecesario al sociólogo que, únicamente una culturaespecialmente sociológica puede prepararlo paraentender los hechos sociales.

Nosotros estimamos que este progreso es el másimportante de los que le quedan por efectuar a lasociología. Sin duda, cuando una ciencia estánaciendo, para hacerla tenemos que referirnos a losúnicos modelos que existen, es decir, a las ciencias yaformadas. En ellas hay un tesoro de experiencias yahechas que sería insensato no aprovechar. Sinembargo, ninguna ciencia puede considerarse defini-tivamente constituida más que cuando ha llegado ahacerse una personalidad independiente. Porque notiene razón de ser más que cuando su materia consisteen un orden de hechos que las demás ciencias noestudian. Pero es imposible que las mismas nocionespuedan convenir de idéntica manera a cosas de natu-raleza distinta.

Estos nos parecen ser los principios del métodosociológico.

Este conjuto de reglas se nos puede antojar inútil-

' No es justo, pues, calificar de materialista nuestro método.

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mente complicado si se le compara con los procedi-miéntos en uso. Todo este aparato de precaucionespuede parecer muy laborioso para una ciencia quehasta ahora sólo exigía de los que se consagraban aella una cultura general y filosófica; y en efecto, esindudable que la puesta en práctica de dicho métodosólo puede tener por efecto difundir la curiosidad delas cosas sociológicas. Cuando se exige a las personascomo condición de iniciación previa que se despojende los conceptos que tienen la costumbre de aplicar aun orden de cosas para volver a pensar en él denuevo, no se puede esperar que se reclute una nume-rosa clientela. Pero este no es el fin al que tendemos.Al contrario, creemos que ha llegado el momento deque la sociología renuncie a los éxitos mundanos,por decirlo así, y de que adquiera el carácter esotéricoque le conviene a toda ciencia. Ganará así en digni-dad y autoridad lo que tal vez pierda en popularidad.Porque mientras permanezca mezclada en las luchaspartidistas, mientras se contente con elaborar, conmás lógica que el vulgo, las ideas comunes y que, enconsecuencia, no suponga ninguna competenciaespecial, no tendrá derecho a hablar lo suficiente-mente alto para hacer callar las pasiones y los prejui-cios. Sin duda, todavía está lejos la época en quepueda desempeñar con eficacia este papel; pero hayque ponerla en situación de desempeñarlo un días,por lo que desde este momento debemos trabajar.

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Índice

Prólogo a la primera edición 7Prólogo a la segunda edición 13Introducción 35

I. ¿Qué es un hecho social? 38II. Reglas relativas a la observación de los hechos

sociales 53III. Reglas relativas a la distinción entre lo

normal y lo patológico 91IV. Reglas relativas a la constitución de los tipos

sociales 125

V. Reglas relativas a la explicación de los hechossociales 140

VI. Reglas relativas a la administración de laprueba 181

Conclusión 199

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Este libro se terminó de imprimir y encuader-nar en el mes de junio de 2001 en Impreso-ra y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.(1EPsA), Calz. de San Lorenzo, 244; 09830

México, D. F. Se tiraron 1 000 ejemplares.

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La teoría sociológica moderna opera, en buenamedida, a partir de un principie capital de lateoría de Durkheirn: p:ir su naturaleza, lasociedad es una realidad específica, distinta de!as realidades indixiduales, y ,odo hecho social

enc ..011k0. t.a1SYli CtIrfi hecho social y nunca untecho individual.

Es p:s.vilegio de unas pocas ohms que su1.eiebridad criincida con una genuina ascendenciaentre los primeros inteiesados por las materias9.!e trua, :gtimifileilte, son pocas las obras que hanStit:Likdo bases duraderas para el desarrollo de sudisciplina al ir,isino tiempo que sirven de fuenteiwyniUtia para NO desempeño. Este e: el casodel lttw e Duilheini Las reglas del rnétenr,,yorioly57.:co y !a so•lologni mochrna. Peri nosólo y #.1..:e 4.4 botrabtv y la mujer de hoy.sin requerir de una especialización científico-social, seguirán encontrando en este ensayopuntos de reflexión asequibles que lestransmitirán la cordialidad tle un pensamtno1-spo;ittinteo en unión de una lógica pulcra yprecisa.

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