prologo durkhein

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  • 7/24/2019 Prologo Durkhein

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    EM ILE DURKHEIM

    Las reglas del

    mtodo sociolgico

    FONDO DE CULTURA ECONM ICA

    MXICO

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    CUADERNOS DE LA GACETA

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    raduccin de

    ERNESTINA DE CHAMPOURUN

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    EMILE URKHEIM

    Las reglas del

    mtodo sociolgico

    X

    FONDO DE CULTURA ECONM ICA

    MXICO

  • 7/24/2019 Prologo Durkhein

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    Primera edicin en francs, 1895

    Primera edicin en espaol, 1986

    Segunda reimpresin,

    0 0 1

    Se prohibe la reproduccin total o parcial de esta obra

    incluido el diseo tipogrfico y de portada,

    sea cual fuere el medio, electrnico o mecnico,

    sin el consentimiento por escrito del editor.

    Ttulo original:

    es regles de la

    iihode sociologique

    D . R . O 1 986, FO N D O D E CU LTUR A ECO N MICA , S . A . D E C . V.

    D. R. CY

    1997 Foz:no DE CULTURA ECON MICA

    C arretera Picacho-Ajusco 227; 142 0 0 M xico, D . F.

    www,fce.com .rnx

    ISB N 968-16-2445-9

    Impreso en Mxico

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    rlogo a la primera edicin

    E stamos tan poco habituados a tratar los hechos so-

    ciales de una manera cientfica que corremos el riesgo

    de que algun as afirmaciones con tenidas en este libro

    sorprendan al lector. S in embargo, si bien existe un a

    ciencia de las sociedades, no hay que esperar que

    consista en una simple parfrasis de los prejuicios

    tradicionales, sin o que n os haga ver las cosas de un

    mod o distinto a como aparecen al vulgo; pues todas

    las ciencias tienen por objeto hacer descubrimientos,

    y todo descubrimiento desconcierta en mayor o

    menor grado las opiniones recibidas. As pues, en lo

    que respecta a la sociologa, a menos que se preste al

    sentido comn una autoridad que ya hace tiempo

    dej de tener en las otras ciencias y

    que

    no se ve de

    dnde podra llegarle, es preciso que el estudioso se

    decida resueltamen te a n o dejarse in timidar por los

    resultados a que le lleven sus investigaciones, si fue-

    ron con ducidas de acuerdo

    con

    un mtodo. Si buscar

    la paradoja es propio de un sofista, esquivarla

    cuan do los hechos la impon en es propio de un esp-

    ritu sin coraje o sin fe en la ciencia.

    Por desgracia, es ms fcil admitir esta regla en

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    principio y toricamen te que aplicarla con perseve-

    rancia. Todava estamos demasiado acostumbrados a

    zanjar estas cuestiones segn lo que nos sugiere el

    sentido comn, para poder mantenerlo fcilmente a

    distancia de las discusiones sociolgicas. Cuando

    ms liberados de l creemos estar, nos impone sus

    juicios sin que nos demos cuenta. No hay ms que un

    procedimiento largo y especial para prever tales

    situaciones de debilidad. E s lo que pedimos al lector

    que no pierda de vista: que tenga siempre presente

    en su cabeza que las formas de pen sar a las que est

    m s hecho son con trarias, antes que favorables al

    estudio cien tfico de los fenmenos sociales, y, en

    consecuencia, que se pon ga en guardia contra sus

    primeras impresiones. Si nos dejamos llevar por ellas

    sin opon er resistencia, corremos el riesgo de que n os

    juzgue sin habernos comprendido. As, podra suce-

    der que n os acusara de haber querido absolver todos

    los actos de delincuencia, valindose para ello como

    pretexto de que nosotros lo convertimos en un fen-

    meno ms de los que se ocupa la sociologa. La

    objecin , no obstante, sera pueril, porque, si es nor-

    mal que en todas las sociedades se cometan delitos,

    no lo es menos que se castigue por ellos. La institu-

    cin de un sistema represivo no es un hecho menos

    universal que la existencia de la criminalidad ni

    men os in dispen sable para la salud colectiva. Para

    que n o hubiera delitos sera preciso un n ivelamiento

    de las conciencias individuales que, por razones que

    luego veremos, no es ni posible ni deseable; en cam-

    bio, para que n o hubiera represin no tendra que

    haber

    homogeneidad moral, lo que es inconciliable

    con la existencia de un a sociedad . Pero el sen tido

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    comn, partiend o del hecho de que el delito es detes-

    tado y detestable, concluy, sin razn, que ste

    nunca podra desaparecer por completo. Con el

    simplismo que lo caracteriza, no concibe que una

    cosa que repugna pueda tener una razn de ser til, y,

    sin embargo, no hay en ello ningun a contradiccin .

    No hay, acaso, en el organismo funciones repug-

    nantes cuyo ejercicio regular es necesario para la

    salud del in dividuo? N o detestamos el sufrimien to?

    Y , sin emb argo, un ser que n o lo con ociera sera un

    mon struo. Hasta puede suceder que el carcter natu-

    ral de una cosa y los deseos de alejamien to que ins-

    pira sean solidarios. S i el dolor es un hecho n atural,

    lo es a con dicin de qu e no se le ame. Si el delito es

    normal, a condicin de que se le deteste.' Nuestro

    mtodo no tiene, pues, nada de revolucionario. Es

    incluso en cierto sentido esencialmente conserva-

    dor, pues con sidera los hechos sociales como cosas

    cuya n aturaleza, por flexible y m aleable que sea, no

    podemos pese a todo modificar a voluntad. Cun

    peligrosa es la doctrin a que, no vien do en ellos m s

    que el producto de combinaciones mentales, un

    Pero, se nos objeta, si la salud encierra

    elementos

    detestables, cmo presen-

    tarla, lo que nosotros hacemos despus, como el objetivo inmediato de la

    conducta? Hacerlo no implica ninguna contradiccin. Ocurre sin cesar que una

    cosa, pese a ser daina por algun as de sus con secuencias, sea, por otras, til o

    hasta necesaria para la vida; ahora bien si los malos efectos que tiene son

    neutralizados regularmente por una influencia contraria, resulta que, de hecho,

    sirve sin perjudicar, pero siempre es detestable, porque no deja de constituir por

    s misma un peligro eventual no conjurado por la accin de ninguna fuerza

    antagonista. As sucede con el delito; el dao que ocasiona a la sociedad es

    an ulado por el castigo, si ste se aplica conforme a un as reglas. Lo cual q uiere

    decir que, sin producir el mal que implica, mantiene con las condiciones funda-

    mentales de la vida social las relaciones positivas que veremos a continuacin.

    Pero como, por as decirlo, se vuelve inofensivo a pesar suyo, los sentimientos de

    aversin d e los que es objeto no dejan d e tener fundamen to.

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    mero artificio dialctico, puede, en un instan te, des-

    quiciarlo todo por completo

    Asimismo, por estar acostumbrados a representar-

    nos la vida social como si fuera el desarrollo lgico de

    conceptos ideales, quiz se juzgue burdo un mtodo

    que hace depender la evolucin colectiva de condi-

    ciones objetivas, definidas en el espacio, tampoco es

    imposible que se nos trate de materialistas. No obs-

    tante, con ms razn podramos reivindicar el califi-

    cativo contrario. En efecto, y siguiendo en esta idea,

    acaso n o afirma la esencia del espiritualismo qu e los

    fenm enos psquicos n o pueden derivarse de m anera

    inmediata de los fenmenos orgnicos? Pues bien,

    nuestro mtodo, en parte, no es ms que una aplica-

    cin de este principio a los hechos sociales. A l igual

    que los espiritualistas separan el reino psicolgico

    del reino biolgico Inosotros separamos al primero

    del reino social; como ellos, no nos negamos a expli-

    car lo ms complicado por lo ms simple. A

    decir

    verdad, empero, ninguna de las dos denominaciones

    n os encaja con exactitud; la n ica que aceptamos es

    la de racionalista Efectivamente, nuestro- objetivo

    principal es extend er a la conducta hum ana el racio-

    nalismo cientfico, haciendo ver que tal como se la

    con sider en el pasado, es reducible a relaciones de

    causa-efecto que una operacin no menos racional

    puede luego transformar en reglas de accin para el

    futuro. Lo que han llamado nuestro positivismo es

    slo un a consecuencia de este racion alismo.V lo se

    puede caer en la tentacin de ir ms all

    de

    los

    hechos, ya sea para rendir cuenta de ellos o para

    Es decir que no debe confundirsele con la metafsica positivista de Comte

    y de Spencer.

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    dirigir su curso, en la medida en que se los considera

    irracionales; pues si son inteligibles, bastan tanto a la

    ciencia como a la prctica: a la ciencia, porque no

    hay entonces motivo alguno para buscar fuera de

    ellos sus razones de ser; a la prctica, porque su valor

    til es un a de esas razones. Por lo tan to, n os parece

    que, sobre todo en esta poca en que ren ace el misti-

    cismo, un a empresa semejante puede y debe ser aco-

    gida sin inquietud y hasta con simpata por todos

    los que, pese a que se aparten de n osotros en algunos

    pun tos, comparten n uestra fe en el futuro de la razn .