la vida desenfocada / nowevolution

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    Ttulo La vida desenfocada 2009 Pilar Sarro Diseo Grco: Pilar Sarro

    Primera Edicin Septiembre 2011

    Derechos exclusivos de la edicin digital nowevolution 2011

    ISBN: 978-94-938266-5-9

    Esta obra no podr ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningn medio osoporte sico o digital, sin la expresa noticacin por escrito del editor. Todos

    los derechos reservados.

    Ms inormacin www.nowevolution.net

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    Nota de la autora

    No se qu tiene esta novela que no tengan otras, lo que s se es loque no tiene. No tiene misterios, ni bsquedas, ni amores terribles,ni secretos amiliares ocultos tras enormes apariencias; tampocotiene seres sobrenaturales, ni magia blanca o negra, ni aprendices

    imposibles. Ni pjaros que anuncian buenas nuevas, ni la guerracivil vista a travs de los ojos de un nio, ni consejos inaliblesque nos hagan ser mejores. Solo es la historia de alguien que tuvomucho recorrido para llegar a ninguna parte. Le sigue otro que nosabe a dnde va pero lo quiere hacer acompaado.Me gusta decir que es una historia de vida, de la que todospodemos tener un trocito o quiz no, pero que de una orma u

    otra, vivimos a diario. Ser esto suciente?

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    La oto era un recorte de la revista Fotogramas. Con el pasodel tiempo y a pesar de los cuidados que le dispensaba mimadre, iba amarilleando y perdiendo su antiguo esplendor.Aquel que le daban los ocos, los fases y los vestidos de no-

    che. Una multitud se vea apretujada en un lateral, con la an-siedad de los que llevan mucho tiempo esperando. En primerplano un hombre vestido de esmoquin con una pajarita exce-sivamente grande da la mano a alguien que est de espaldasmientras dedica su mejor sonrisa a la cmara.

    Mi madre haba enmarcado esta oto recortada de un n-mero muy antiguo de la revista de cine. Y lo haba hecho no

    solo porque aquel hombre vestido de etiqueta con sonrisamuy blanca uera su actor preerido, incluso su amor plat-nico de juventud, sino porque esa gura que apareca de es-paldas y le daba la mano, era ella. Una de las pocas ocasionesen que se atrevi a llegar tarde a su casa por esperar durantehoras la llegada de las estrellas a un estreno de cine en la GranVa madrilea. Nunca ms volvi a hacerlo, al principio por-

    que mis abuelos se lo prohibieron, y despus porque una mu-jer casada no andaba por ah esperando a nadie, aunque ueraun actor muy guapo y de mucho prestigio. Mi madre guar-daba ese momento en su memoria como si hubiera ocurridoayer y cada vez que ese actor sala en la televisin, siempre lededicaba las mismas palabras: Qu hombre! Qu caballero!

    Para m no haba sido ms que una imagen descoloridasobre la mesita del estudio y como siempre haba estado all,presidiendo la estancia, pensaba que era alguien de la amilia,algo as como un to lejano que se haba ido a probar ortunay demostraba que lo haba logrado con una sonrisa radiante.Cuando mi madre me cont las circunstancias de la oto, me

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    pareci que la tena all, en un lugar destacado, para recordarel nico momento de su vida en el que haba sido osada, en elque desaando todas las rdenes paternas, se haba escapado

    una noche desde el otro extremo de Madrid, para soportar lasbajas temperaturas del invierno, ser elegida entre la multitudy estrechar durante unos segundos, ya eternos despus de lainstantnea, la mano inalcanzable de su actor avorito.

    Mi madre hablaba maravillas del retratado, y segua al de-talle todas las vicisitudes de su azarosa vida. Estuvo de modauna dcada, en la que protagoniz muchas historias galantes

    donde terminaba invariablemente llevndose a la chica. Se-gn los crticos no era un buen actor, pero tena una presenciacautivadora. Para la industria era un negocio muy lucrativoya que todas sus pelculas se convertan en taquillazos equi-parables a los de las pelculas americanas. Despus su estrellaempez a declinar. Llegaron otros ms jvenes y atractivosque le robaron el papel de galn, y entre los maduros, haba

    actores con ms registros que l, que siempre ue muy limi-tado. Sigui apareciendo en los papeles, aunque por motivosmenos proesionales. Cuando mi madre me cont su historia,ya no haca pelculas pero sala de vez en cuando con unas ycon otras, amosas de toda ndole, que le mantenan en activoy sobre todo, le daban de comer.

    A m siempre me pareci un hombre also, como de cartn

    piedra. Con una pose estudiada, consciente de ser otograa-do, sin darse cuenta de a quien da la mano; con una sonrisade anuncio, mil veces ensayada, desgastada de tanto usarla.Mi madre se indignaba cuando yo le deca que ese hombreni siquiera la mir a pesar de darle la mano, y responda muydolida: qu sabrs t, si no estuviste all! Me pareca imposi-ble imaginar a mi madre como una an histrica en la puertade un cine, y cuando reponan en la televisin las imgenesde los Beatles en Madrid, a todas esas jvenes gritando ydesgarrndose la ropa, siempre le deca Como t el da delestreno!

    En esa oto haba alguien ms, en segundo plano, una -

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    gura desenocada porque el objetivo de la cmara solo quierejarse en el hombre en primer trmino. Parece empequeeci-da por lo que tiene alrededor, incluso asustada. A un lado de

    la oto las cabezas se giran hacia l, y las manos se extiendenreclamando un saludo, un beso o un simple roce. A ella se lenota impaciente, cumpliendo un trmite penoso y sabiendoque solo est all haciendo bulto. De nada sirve que actetambin en la pelcula. Es una de las actrices de reparto, ape-nas unos minutos intercalados entre los planos dominadospor la pareja protagonista. Posiblemente los nicos minutos

    que se salvan en una pelcula cursi, almibarada y llena de tpi-cos, muy al gusto de la poca. Es muy raro que aparezca en laoto junto con el actor principal, ya que la costumbre de en-tonces exiga que la pareja protagonista hiciera el pasello porla alombra roja cogidos del brazo. Le pregunt a mi madre,solo recordaba al actor, su clida mano y su sonrisa seductora.No saba precisar donde estaba la actriz a la que enamora el

    galn, por otro lado mucho mejor que l, y con una carrerams meritoria. De aquella, la que espera impaciente a que elactor termine su bao de multitudes, apenas deca nada, nisiquiera haba reparado en su presencia quin se acuerda deella! Probablemente una de tantas aspirantes a actriz que seagarra del brazo del actor amoso para contagiarse de su es-tela. Alguien con poca ortuna, pues no consigue ms que un

    segundo plano. Un nombre al nal de la lista en la cha arts-tica de una pelcula olvidada. Poco ms se sabe de ella, quizsu amante o acompaante ocasional. Me atrevera a decir quesolo es la aagaza de un atuo que no quiere ser eclipsado ypreere ir del brazo de una desconocida para acaparar todoslos ocos.

    Ella aparece hasta medio cuerpo, el resto oculto tras el es-moquin impecable. Se aprecia un vestido sencillo, de escote ala caja, encima lleva un abrigo con grandes solapas, un brazodescansa sobre su regazo sujetando con uerza un bolsito demano. El otro brazo cae con poca gracia sobre la alda. Se lave desacostumbrada a posar, posiblemente consciente de que

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    no es a ella a quien enocan. Tiene una mirada enigmtica, oquiera el desenocado devolvrnosla as, diusa, como uerade s misma, con cierta impaciencia, aunque disimulada. Lle-

    va el pelo recogido en la nuca, un fequillo oculta una renteprominente. Los ojos grandes y huidizos, la nariz muy alada,la boca es pequea y de labios nos. Da la impresin de sermuy alta, aunque el segundo plano no nos lo indique, de ex-trema delgadez, apenas se le adivinan los pechos. Todo en ellaes discrecin, y an as destaca, probablemente porque es lonico autntico de la oto. La busqu en otras pelculas pero

    pasaba inadvertida entre nombres ms sonoros. Una serie detelevisin ya olvidada cont con ella en un papel secundario.Tan solo se qued petricada en una oto casual esperando suoportunidad. Siempre esper verla rescatada de no s dnde,en una pelcula de un nuevo realizador que buscaba recuperarviejas glorias, pero tambin siempre olvidaba que ella nun-ca lo ue, que solo ue importante en mi imaginacin, en el

    oscuro deseo de un nio que miraba la vida pasar a travs deuna otograa. De un mundo de luces y oropel que nada tenaque ver con la salita de mesa camilla y brasero que rodeaba laalombra roja a la entrada de un cine de la Gran Va, con unosprotagonistas ajenos al olor rancio de la estancia.

    Cuando mi madre muri, mi padre quiso que se llevaraconsigo esa vieja oto, para que se sintiera acompaada en su

    trnsito a la otra vida. Pero pap, es solo un recorte descolo-rido! Mi padre ue siempre un sentimental, y jams mostrcelos por ese hombre de belleza intangible al que mi madreproesaba una admiracin rayana con la devocin. Por eso mipadre no tena celos, porque saba que aquel trozo de papelmustio no era ms que una ilusin, un recuerdo borroso quequera ser imborrable. Un momento vivido antes de que lconociera a mi madre. Entonces le dije que s, que le guarda-ra la oto en el bolsillo de su vestido de diunta, pero en elltimo momento, y sin saber cmo, la dobl por donde sabaque no la aectara, y la escond en el bolsillo interior de miamericana negra. Cuando el atad era descolgado con unas

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    cuerdas en el oso que sera su tumba, sent una punzadaen las sienes, como si desde el otro lado de aquella brillantecaja, mi madre me reclamase lo que era suyo por derecho,

    y un terrible remordimiento me quit el sueo de muchasnoches. Llegu a pensar que su antasma vendra del ms alla recuperar lo que yo le haba escatimado, y durante algntiempo escond la oto en el ondo del bal donde guardamossus cosas, hacindola creer que estaba all para custodiarla,querindola salvar de la consuncin de su sepultura. Pasadoel tiempo de los remordimientos, sin ningn vestigio de ver-

    genza, me apropi de la oto, a la que recort la parte queme interesaba dejando el resto otra vez en su sitio, donde seperdi para siempre, cuando mi padre entreg las ropas de mimadre en una colecta de su parroquia.

    1.Quiso el destino que viniera al mundo de orma atolondrada,sin avisar, un da de intensa lluvia all por el mes de noviem-bre, cuando ya los das son cortos y los ros estn instaladoscon sobrada comodidad en aquella provincia olvidada. Mien-tras, el padre andaba de casa en casa paliando los dolores delos parroquianos, y la matrona se haba acercado a la capital a

    reponer todos aquellos ungentos necesarios para su ocio.La madre, sola en aquel casern, inverta el tiempo en susquehaceres cotidianos sabedora de que su espera nalizaracon la llegada de la Navidad. Pero el beb, impaciente porver mundo, comenz desde temprano a mostrarse inquieto,y sus movimientos dejaban a la madre con una leve sombrade duda, que desapareca poco tiempo despus, cuando elpequeo pareca haber encontrado su acomodo y se tranqui-lizaba durante un rato.

    Pas casi toda la maana con interrupciones intermiten-tes que la dejaban una opresin en el pecho, que no sabaexplicarse. Estaba ese da el nio muy vivo, pareca molesto

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    por la lluvia, que no haba dejado de caer. La madre decidiinterrumpir sus aenas casi a medioda, para descansar un ratoal amor de las mantas. Pens que con el calorcito y la quietud

    del dormitorio, la criatura se tranquilizara. A eso de las dosde la tarde, empez a sentir un dolor agudo, de lanzas ardien-tes, y supo que las cosas no iban bien. Era tarde ya para que sumarido no se hubiera acercado a almorzar, lo que signicabaque lo haba hecho en la casa de algn vecino. Andaba porah, al descuido de lo que tena en casa, seguro de que an nole tocaba.

    Ella, con las manos bajo el vientre, se asom a la ventana yllam al chiquillo de la Justa, que andaba tras la casa haciendode las suyas.

    Ton, anda, ve a buscar a mi marido que me hace mu-cha alta.

    Seora Carmela, dnde est el seor doctor?No lo s, Toete guapo, pero llgate a la cuadra y com-

    prueba si est el carro y la mula. Si los encuentras, bscalo porel pueblo, si no, tendrs que pedirle el caballo a tu padre e irtea la caada, porque de verdad que me hace mucha alta.Nobien termin la rase cuando sinti que se le inundaban laspiernas. Mir a Ton con cara de susto.

    Date mucha prisa que el beb quiere salir antes de tiem-po.

    El muchacho tir al suelo lo que tena entre manos y salicorriendo en direccin a las cuadras. Ni el carro ni la mulaestaban all, corri y volvi sobre sus pasos hacia el huerto desu padre donde, a pesar de la lluvia, andaba aenando.

    Padre, padre, que la seora Carmela est de parto y ten-go que buscar al seor doctor, djeme el caballo que me voy ala caada. El padre desenganch el arado del viejo caballotodo lo deprisa que pudo y le puso una manta medio raday una silla muy usada. Cuando el caballo estuvo aparejado,puso sus manos en orma de estribo y el hijo se encaram a loalto dando un impulso.

    Se lo has dicho a tu madre, Too?

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    No, padre sali corriendo hacia la casa a avisar a suesposa.

    La Justa prepar agua caliente y muchas sbanas limpias

    que haba encontrado dobladas en el aparador del saln. Seacerc a la cama y anim a respirar acompasadamente a lamujer del mdico mientras le aplicaba paos de agua ra enla rente. Carmela se retorca de dolor, y tena que hacer gran-des esuerzos por no empujar, tales eran las embestidas delpequeo. Su vecina le deca que no se resistiera, que el bebequera nacer y ella no poda impedirlo, que era peor.

    Empuje y no se preocupe que ya estoy yo aqule repe-ta. Carmela la miraba con gratitud y con mucho recelo, por-que no estaba segura de que supiera lo que haba que hacer.Haba accedido a ir a aquel pueblo porque su marido era m-dico y saba que con l podra tener hijos con seguridad, perolo que no esperaba era que pasara las jornadas enteras uerade casa. Las gentes del lugar no se desplazaban al dispensario,

    ya uese por alta de transporte, de dinero, o de costumbre.En esa poca, estar enermo era un lujo que los pobres nopodan permitirse. Pero l haba decidido hacer la guerra porsu cuenta, dando asistencia mdica a todos los campesinosque, entonces, acabada la civil, solo podan aanarse en dar decomer a los suyos, si es que conseguan hacer crecer algo enaquella tierra asolada!

    Tuvo que venir al mundo con el padre ausente y con la ma-dre angustiada, con la ansiedad de verse desasistida de unasmanos expertas. Ni mdico, ni comadrona. Tan solo una ve-cina voluntariosa con las manos speras y callosas de trabajarla casa y el campo, y acostumbrada, segn deca, a parir sola atodos sus hijos, que haban sido cuatro aunque solo le vivieseel Ton. La madre, hasta el atdico da en que se enamordel joven mdico, haba vivido entre algodones en la casa deuna amilia acomodada en la capital de la provincia. Nuncahaba imaginado que el dolor de nacer uera tan arduo, creaque traer hijos al mundo era una experiencia dichosa y bien-aventurada, o al menos es lo que le haban dicho sus tas y su

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    madre desde que tuviera edad de concebir. Del dolor nuncale hablaron, y vaya si dola!, aquello era peor que cuando serompi el brazo al caer del olivo del jardn con apenas diez

    aos, el dolor ms lacerante que recordaba, ahora empaadocon este dolor intermitente, ahora uerte, ahora intenso queno le daba tregua.

    A medida que avanzaba la tarde y nadie apareca, se sentapeor y se negaba a dejar salir al pequeo. La Justa le animaba.

    Empuje, empuje, que ya est uerapero la angustia detraer al mundo a su hijo en esas condiciones le impeda em-

    pujar a pesar de las sacudidas de todo su cuerpo.Si no empuja, el nio se va a asxiar. Tiene que empu-jar, maldita sea! grit. Aquella campesina, siempre educaday respetuosa, decidi olvidar los remilgos y regaar a esa ton-ta mujer que era capaz de dejar morir al nio y a ella misma,por seguir siendo una seorita hasta el ltimo momento.

    O empuja o cojo una navaja y la rajo, usted verame-

    naz. A Carmela aquello le termin de rematar y decidirendirse, ms que nada porque ya no poda aguantar ms. Seencomend a la virgen y empuj como nunca lo haba hecho,con rabia, y ue tal la uerza, que las venitas de sus mejillasrosadas explotaron y llenaron su limpio rostro de pequeasgotas de sangre.

    Es nia!grit al tiempo que agarraba por las piernas

    al beb y arrancando el cordn que le una a la madre de uncorte certero, le propinaba un sonoro sopapo que dejaba a lapequea muda. Estaba amoratada y se asust. Sigui golpean-do y la quinta vez arranc un grito ensordecedor que le hizollorar y rer al mismo tiempo.

    Est viva, est viva! clam mientras la lavaba conuna esponja. Envolvi a la criatura en sbanas blancas y unamanta. Una vez la hubo acomodado en la cuna, se volvi a lamadre que estaba muy callada. Se ha quedado muy a gusto,pens y al mirarla, le pareci que dorma. Pero entonces pudodarse cuenta del enorme charco de sangre entre las piernas yno tuvo ninguna duda. Ay seora Carmela, que se va!

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    Cuando lleg el mdico, Carmela yaca sin vida en una camade sangre y la nia dorma plcidamente en su cuna. La Justalloraba y se golpeaba el pecho.

    No he podido hacer nada. No quera parir, preera es-perarlerepeta una y otra vez.El mdico se sent a los pies de la cama y llor desconsola-

    damente hasta el amanecer. Ni un solo momento se interespor el beb, no pareca recordarlo. A media noche, la mujerdecidi llevar a la nia a casa de la joven Mara, que habaparido haca dos semanas y tena buena leche. Le pidi que

    amamantara a la pequea y acept sin decir nada.Comenzaron a pasar los das y en casa de Mara no hubonoticias del mdico, tan solo la Justa se pasaba al caer la tardey comprobaba que la nia se criaba con salud. La mujer lespeda que ueran pacientes porque el seor doctor no estababien. Mara y su marido se resignaban, hechos como estabana no discutirle al destino sus caprichos. De momento, dispo-

    na de leche suciente para los dos pequeos, y despachaba auno y a otro sin hacer distingos. Ella tena un nio sonrosadoal que haba llamado Romn, dos semanas mayor que la pe-quea del mdico, que a alta de nombre, llamaban Bebitao Beba, segn se daba.

    Mara y Pedro eran una pareja que vivan de lo que le saca-ban a una tierra maltratada por el tiempo, muy ro en invier-

    no y demasiado seco en verano. Casi todos los aos, Pedrotena que irse ms all de las ronteras espaolas, a recoger lavendimia de los ranceses y ganarse un jornal que daba de shasta bien entrado el invierno. Tambin acuda si la vendimiaera corta, al pimiento por tierras murcianas, y en primavera, ala cereza por las extremeas, lo que les permita seguir vivien-do el resto del ao. Salan adelante y criaban dos nios de unavez, a la espera de que el padre de la nia se hiciera cargo.

    Por su parte, la madre de Ton, ayudaba al doctor en laslabores domsticas porque l pasaba el da visitando a suspacientes y sin tiempo ni ganas de ocuparse de la casa, a laque solo iba a dormir. Cerr con llave la habitacin que com-

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    partiera con su amada Carmela y en la que por su descuido,encontr la muerte. En cuanto a la pequea, simplemente laapart de su mente negndole la existencia.

    La Justa ayudaba a los padres adoptivos de la nia con loque poda, unas patatas, alguna lechuga, de vez en cuandounos huevos. Resolvi que en cuanto dejara de mamar, se lallevara a su casa. De ese modo estara ms cerca de su padrey quiz si la vea, el mdico la aceptase. Un mes despus delparto, estaba limpiando la casa del mdico, y encontr dineroen un paquetito sujeto con una goma, sobre la alacena del

    saln. Le extra mucho porque desde la muerte de la seo-ra, en la casa no haba nada que delatase que all viva alguien,excepto por la pequea habitacin que ocupaba el mdico. Alvolver de su ronda, le estaba esperando y no bien hubo entra-do en la casa, se lo puso en la mano diciendo:

    Seor doctor, tiene que tener ms cuidado y no dejar lascosas en cualquier sitio y menos dinero. Tome y gurdelo en

    un sitio ms seguro.No es mo Justa, es tuyo . Replic el doctorNo seor, yo no tengo tanto dinero.Es para ti, por tu ayuda. Gracias a ti, la casa no se cae en

    pedazos.Ah seor, pero esto es demasiado por tan poca cosa.

    Y yo lo hago con gusto y agarrndole la mano derecha, le

    oblig a coger el paquete.No lo quiero. Si no lo quieres por tu trabajo, dselo aquien lo necesite, es cosa tuya y se march dejndola pen-sando en lo que haba dicho.

    Desde entonces, en cuanto el mdico reuna un poco dedinero, encontraba un paquetito igual sobre la alacena delsaln, que por la tarde dejaba en el bote de galletas de la casade Mara, sin quedarse nada, ms pendiente del bienestar desu ahijada que de las necesidades de su propia casa.

    Fue pasando el tiempo y la situacin no cambiaba. La pe-quea Beba comenz a andar de la mano de Mara y al ladode su medio hermano Romn. La Justa les visitaba todas

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    las tardes y los nios la celebraban alborotados y contentos.Hasta Mara, de carcter retrado, reciba con ganas su visita,que les traa risas y alegra. El mdico andaba ocupado con

    sus pacientes de un pueblo a otro y llegaba a su casa cuando lanoche estaba muy avanzada, tan exhausto, que se dorma encuanto se dejaba caer en la cama.

    Uno de esos das, le lleg aviso de la casa de Mara y Pedro,a las aueras del pueblo, porque uno de sus nios no podarespirar y tosa mucho. El umbral daba paso a una nica es-tancia. A un lado los ogones y los cacharros de cocina, con

    una mesa redonda de aldillas y cuatro sillas. Al otro extremo,haba una cama grande y dos cunas, en una de las cuales es-peraba el nio enermo. Estaban con l, Mara la madre, y unania de poca edad que le miraba con los ojos muy vivos. Elnio haba cogido ro y tena principio de pulmona. Entregunos comprimidos a la madre y recomend que lo abrigaranmucho para que no perdiera calor. Al terminar, Mara le ore-

    ci ca y le dio las gracias:Seor doctor, ahora no tenemos dinero para pagarle,pero mi marido va a volver dentro de poco del pimiento yentonces tendremos.

    No se preocupe. Cuando puedan me pagan respon-di el mdico. Entonces se volvi hacia la nia.

    Ella est bien? Puedo examinarla si quiere, no sea que

    le haya contagiado su hermano...Puede hacer lo que quiera. Es su hija dijo Mara connaturalidad.

    La hija de quin?pregunt extraado.La suya, de usted, seor doctor. Me la trajo la Justa

    cuando lo de su mujer contest desconcertada, creyendoque el doctor le tomaba el pelo. Es que acaso no saba esehombre que su nia estaba all?

    Entonces el mdico cay en la cuenta. Nunca se habapreocupado, llegando a creer que estaba en la casa de la Justay que la mantena alejada para no importunarle. Pero ahorase daba cuenta de que no hubiera podido amamantarla y por

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    eso haba buscado un ama de cra. Entonces se j ms en lapequea y crey reconocer los rasgos de Carmela.

    Cmo se llama? pregunt tmidamente.

    No tiene nombre, usted no se lo puso. Aqu la llamamosBeba y a ella parece que le gusta.La nia se acerc a la ma-dre al or su nombre y la abraz. El mdico se sinti abruma-do por la noticia y pesaroso por no haberle puesto siquiera unnombre. Haca algo ms de un ao que su mujer haba muer-to y senta el mismo dolor que si hubiera sucedido ayer.

    Gracias por todo. Tendr noticias mas muy prontoy

    acariciando apenas a la pequea, se march.Luciano volvi ese da temprano. Tena que empezar apensar en esa nia de mirada intensa que haba ignorado de-masiado tiempo. Qu equivocado estaba! Ahora esa cra erauna completa desconocida y lo peor, l era un extrao paraella. Durante toda la noche estuvo recuperando el pensa-miento, anestesiado por trabajo y huidas. Record los tiem-

    pos pasados junto a su mujer, cuando la conoci, y cmo laconvenci para acompaarle hasta el n del mundo tena een l! le deca, y crea en todas y cada una de sus ideas conrespecto a la medicina, la higiene y la prevencin. Haba queir a los pueblos e intentar inculcar en los campesinos la nece-sidad de controlar la salud y acudir a un mdico. Registrabalos nacimientos y las enermedades en pequeos cuadernos

    que iniciaba por amilias y que sustituan a los historiales m-dicos. El inconveniente era que tambin le tocaba tratar a losanimales, aunque era un precio que estaba dispuesto a pagar.Su mujer hubiera preerido que entrara a trabajar en uno delos hospitales de cualquier capital, pero acept de buen gradola propuesta de Luciano al explicarle todos los proyectos quebarajaba en su cabeza.

    Poco ms de dos aos ue el tiempo que disrut de sucompaa, hasta el parto atal. Dos aos en los que estuvoms ocupado convenciendo a la gente para que le llamaran,que atendiendo a su joven esposa. Ella, sola en la gran casaque haban comprado, aprenda a ocuparse de las labores del

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    hogar y de su marido. La sorpresa ue bienvenida despusde un ao y medio de matrimonio. Por n la elicidad se veacompletada por la llegada del primer hijo. El embarazo era

    normal y poco haca presagiar que el parto se adelantara mesy medio. Estuvo descuidado, no supo apreciar las contraccio-nes que estaba seguro su mujer habra tenido desde antes departir. Hubiera querido volver a comer ese da ms tuvo unimprevisto con un vecino que se haba cortado con el aradoy se vio obligado a darle unos puntos de sutura. Al llegar a lacasa ya ue demasiado tarde y la Justa se acusaba sin compa-

    sin. Pobre mujer, gracias a ella la nia estaba viva! Le debamucho y estaba dispuesto a compensarla. Se haba hecho in-dispensable y se senta en deuda con ella. La nia estaba bienatendida en una casa humilde, pero generosa, y pens que yaera el momento de ocuparse l mismo.

    Cuando despert, la mujer ya andaba trajinando, limpian-do y guisando, sin saber del encuentro que haba tenido lugar

    el da anterior. El mdico ue a la cocina y sin mediar palabrale dio dos sonoros besos en ambas mejillas que la pusieroncolorada:

    Pero que le pasa seor doctor?deca al tiempo quese sacuda el mandil de polvo imaginario Se ha vueltoloco?

    No mujer, es que no he podido evitarlo. Te estoy muy

    agradecido, por todo lo que has hecho y ests haciendo. Deahora en adelante me voy a ocupar personalmente de todosmis asuntos aunque necesitar de toda la ayuda que puedasdarme.

    Pues claro seor, ya sabe que puede contar conmigopara lo que quiera. Pero no s en qu ms puedo ayudarlerespondi.

    Ayer conoc a mi hija, en casa de Mara y Pedro.Dios bendito! Ha llegado la hora! Dijo la mujer al

    tiempo que se persignaba.Eectivamente ha llegado la hora. Ya est bien de lamen-

    tos, hay que ocuparse de esa nia. Sin poder evitar las l-

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    grimas, la Justa se lanz a los brazos de Luciano y le devolvilos besos que antes le diera l. A partir de entonces las cosasseran distintas.

    Las semanas siguientes estuvieron ocupados preparando lacasa para acoger a la pequea. Enjalbegaron paredes y techosy, tras muchas sacudidas, el polvo acumulado en los lugaresms recnditos, desapareci. El mdico crey que ya estabapreparado para volver a ocupar la habitacin matrimonial yas se lo hizo saber a la Justa que, diligentemente, la limpi detelaraas y sacudi el colchn de lana con toda la energa que

    pudo para volver a hacer de la cama un lecho cmodo. Des-pus, traslad la ropa del mdico al gran armario con espejosen las puertas y cuando se dispuso a colgar los trajes, com-prob que la ropa de la seora Carmela estaba todava all,algo mustia, pero an til. Luciano le dijo que escogiera deentre todos los vestidos uno para ella y otro para Mara, y queel resto los guardase en el bal de la buhardilla junto con las

    cosas de su mujer, a la espera de que un da pudiera drselas asu hija.La habitacin que ocupase el mdico durante el ltimo

    ao era perecta para la nia. Trajeron una cama nueva conmesilla y armario a juego, y en una de las esquinas, al lado dela ventana, pusieron un aguamanil de porcelana que su mujerhaba trado de regalo de bodas de su abuela paterna. Con

    cortinas de no encaje y colcha de guipur, dieron el toqueemenino a la habitacin que en adelante ocupara la pequeaBeba.

    Un domingo por la maana ueron a hablar con Maraque todava estaba sola con los nios, esperando el regresode Pedro. El mdico y la Justa le explicaron que ya no tendraque hacerse cargo de la nia, y Mara asinti. Recogi en unhatillo las pocas pertenencias de la pequea Beba y le puso sumejor atuendo, un vestidillo de fores desteidas que le es-taba un poco grande y que haba heredado de alguna vecina.Cuando la puso en brazos de su padre, no pudo reprimir elllanto y pidi entre hipos que la cuidaran mucho. El mdico

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    no haba reparado hasta ese momento en que estaba separan-do a su hija de la que hasta entonces haba sido su madre, y sele ocurri que no poda hacerlo al ver como la nia echaba los

    bracitos hacia ella. Le devolvi la chiquilla y apesadumbradoempez a dar vueltas por la casa mientras el nio, ya mejora-do, le miraba con curiosidad. Una vez ms la Justa acudi ensu ayuda y le dio la solucin al problema:

    Seor doctor, usted va a necesitar ayuda con la niay con la casa. Quin va a cuidar de ella mientras est consus enermos? Yo tengo muchas cosas que hacer en mi casa,

    echar una mano a mi marido en el campo y al Ton que estcreciendo muy deprisa. Por qu no contrata a la Mara paracuidar de la pequea y ocuparse de la casa? Cuando vuelvaPedro puede ayudarle a adecentar el jardn que est muy des-cuidado y los nios tendrn un sitio donde jugar en verano...

    No sigas. Mara Tendra usted algn inconveniente...no puedo darle mucho porque mis pacientes pagan tarde, mal

    y nunca pero podremos apaarnos... Mara le hizo un gestocon la mano para que no malgastase saliva.Si quieren pueden mudarse a vivir a la casa, hay su-

    cientes habitaciones para todos y as no tendrn que ir y venir.El nio tambin estar mejor. Aqu hay mucha humedad.

    En pocos das estaban todos instalados y la que uera caso-na solitaria y ra, se llen de calor y ruidos.

    Con todo el trajn de la mudanza y el acostumbrarse a susnuevas vidas, olvidaron ponerle nombre a la nia y siguisiendo Beba, hasta que el mdico se percat de que ni si-quiera estaba registrada y que ocialmente la nia no exista.Tampoco estaba bautizada y el cura as se lo hizo saber, no esde buen catlico tener a una nia sin recibir el santo bautis-mo, as que no tuvieron ms remedio que darle un nombreocial. Como Beba no era un nombre cristiano, tuvieron quebuscarle uno nuevo y la llamaron como la madre, Carmen.Un domingo de primavera ueron en comitiva a la iglesiadonde Carmen Corts y Romn Sancho recibieron el bautis-mo. Antes, Luciano haba inscrito a su hija en el registro civil.

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    Aunque por error del uncionario, le pusieron como echa denacimiento, el 5 de noviembre de 1945, un ao despus de laecha real.

    2.

    Llegada la primavera, Pedro prepar sus herramientas y sedispuso a ir, como todos los aos, a la recogida de la cere-za. Dos meses de intenso trabajo que permita mantener asu amilia hasta el otoo. Entretanto, en la casa del mdico,

    siempre haba cosas que hacer, ora preparar la tierra para elpequeo huerto, ora cuidar las plantas del jardincillo. O arre-glar las puertas que se descolgaban en invierno, o hacer nue-vos juguetes para los pequeos con los troncos de pino queconsegua en el bosque. Era bueno con las manos, cualquiercosa que necesitase un arreglo, l lo apaaba. No solo en casadel doctor, sino tambin en la de sus vecinos que hasta que se

    mudaron all, no supieron de su maa. En la despedida, Maray Pedro se besaban como si ueran a verse al anochecer, peroel pequeo Romn y la nia Beba, barruntando que la salidaera larga por las herramientas que el padre llevaba, represen-taban un pequeo drama que les duraba hasta el da siguiente.

    Fue por aquella estacin, cuando el doctor decidi queya era hora de aprender a leer y escribir. Los dos medio her-

    manos vivan al desgaire de los mayores, ajenos a cualquierorma de disciplina, sin otra cosa que hacer que inventar nue-vos juegos. La decisin del mdico les lleg con los tres aoscumplidos y la ansiedad de saberlo todo intacta, as que cuan-do de anochecido, Luciano les sent alrededor de la mesa dela cocina y les puso un cuaderno y un lpiz a cada uno, deci-dieron aplicarse en averiguar qu les deparaba ese hombre tan

    serio que apenas vean al caer el sol. Mientras Mara prepara-ba la cena, dibujaban extraos signos que ella intentaba jaren su memoria con el propsito de reproducirlos. No sabaleer ni escribir, pero siempre quiso aprender. Hubiera queridosentarse con ellos, pero no se atrevi a decir nada por miedo a

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    ser rechazada, como ya hiciera su padre: las mujeres no ne-cesitan saber de letras, y las pobres menos todava. Decidicoger a hurtadillas un cuaderno de los que el doctor guardaba

    para los historiales mdicos y uno de los toscos lapiceros queusaba Pedro para la madera. Se propuso aprender copiandolos signos de los cuadernos de los nios y prestando muchaatencin cuando los repetan una y otra vez sentados a lamesa de la cocina. Procuraba no ser descubierta y segn hacasus labores, estaba muy pendiente de retener el sonido con susigno correspondiente.

    Ajeno a sus inquietudes, Luciano se aplicaba todos los dasen ensear a los nios. No tena experiencia como maestro,pero estaba acostumbrado a hacerse entender por sus pacien-tes. Beba y Romn aprendan con premura y hacan padecer aMara ms de lo que haba imaginado. No tuvo ms remedioque esmerarse ms y escatimar tiempo a sus quehaceres do-msticos. Nadie en la casa lo notaba, excepto la Justa, que ms

    de una vez descubri el rubor en sus mejillas y la respiracinentrecortada por alguna prisa que no supo descirar, al pre-sentarse de visita entrando sin avisar.

    T me ocultas algo, Mara. Te lo noto en la cara. Dimelo que pasa mujer o es que no conas en m?le dijo un daque la not ms inquieta.

    Nada, qu va a pasar? Me asustaste, es que siempre

    apareces de sopetn y por la espalda podas darme una vozpara avisar!A nales de mayo Pedro regres. Con su regreso, las cosas

    se pusieron ms diciles ya que no solo deba cuidarse de laJusta, sino tambin de su marido que entraba y sala de la casatantas veces como lo necesitaba. De este modo comenz adescuidar sus tareas hasta que se hizo evidente para el mdi-co. Ella se excusaba diciendo que se senta muy cansada, quelos nios eran muy traviesos, que le dola la espalda, y todoaquello que se le vena a la cabeza. Uno de esos das en losque apenas si haba conseguido tener la comida preparada,Luciano decidi poner n a la incertidumbre y la oblig a

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    someterse a un reconocimiento mdico. Desoy los ruegosde Mara para que la dejara marchar, insistiendo en que noera nada, que estaba bien, pero el mdico suspicaz, no la es-

    cuch. Entre las pruebas, haba una extraccin de sangre queenvi a la ciudad para que la analizaran. Una semana despusllegaron los resultados. Llam a la pareja y acudieron los dospreocupados pensando que por el descuido de ella, iban a seramonestados. Cuando los hubo sentado en el so, les dijocon una gran sonrisa:

    No pasa nada, es normal que ests cansada. Han llega-

    do los resultados del anlisis y ests embarazada!Ella no recibi bien la noticia. No quera otro nio, an erademasiado joven. Don Luciano le haba dicho que estaba decuatro meses, as que le quedaban cinco para aprender a leery escribir si no quera quedarse a medias. Determin emplearms tiempo en el cuaderno. Beba y Romn ya eran capacesde leer rases cortas y escribir sus nombres, y ella an peleaba

    con las consonantes, que eran muchas y muy complicadas.Pronto la descubri la Justa, que se convirti en una inespera-da aliada.

    Durante unas semanas pudo aplicarse en el aprendizajemientras su amiga se ocupaba de que los hombres no notarannada. Ms ambos se dieron cuenta de que las mujeres trama-ban algo. Pedro comenz a acosar a su mujer con preguntas

    que solo obtenan evasivas. Empez a imaginar traiciones, laacus de engaarle y de que el hijo que esperaba no era suyo.Ella entre lgrimas, se vio obligada a conesar y tuvo que sa-car el cuaderno y el lpiz de su escondite para demostrarleque era cierto todo cuanto le deca. El hombre mir perplejoambas cosas y, sin decir palabra, cogi el cuaderno y lo echal ogn. El lpiz, al ver que era de los suyos, lo parti por lamitad y lo arroj al suelo.

    T no tienes nada que aprender que yo no te enseeMe oyes? O es que quieres saber ms que tu marido?

    Mara se qued en la cocina mirando el lpiz roto, quesegua tirado en el suelo dejndole claro que su aventura con

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    las letras haba terminado. Recogi las piezas rotas del gruesolapicero y se las guard en el bolsillo del mandil. La nia Bebaapareci de repente en el quicio de la puerta de la cocina,

    mirando a la desconsolada madre con los ojos muy abiertos.No pasa nada, se lo decimos al doctor y vers como te daotro cuaderno.

    No tard el mdico en saber lo que haba sucedido porBeba, que no era amiga de guardar secretos. Quiso que sesentara con los nios a la mesa de la cocina, pero Mara le ex-

    plic que no estaba bien desobedecer a su marido.Usted no lo entiende, pero debo hacer lo que mi maridodisponga. Luciano se qued conorme, al menos mientraspensaba la manera de convencer a Pedro.

    Como sabes, estoy enseando a leer y escribir a los nios.Romn es dcil y obediente y hace los ejercicios sin rechistar.Pero la nia... la nia me tiene loco, es muy rebelde y siempre

    est protestando. Necesito que me ayudes.Usted dir doctor.La nia solo obedece a Mara, ya lo sabes t. He pen-

    sado que si ella se sienta con los nios a practicar con el cua-derno, conseguir que Beba sea ms obediente porque querrimitarla lo entiendes? Pedro le mir con suspicacia.

    De verdad cree eso?

    Seguro, tienes que permitir que Mara me ayude, si noqu voy a hacer con esta nia?Y no cree que Mara descuidar sus aenas?, ya vio lo

    que pas antes intent argumentar Pedro.Por eso no te preocupes. He llamado a la Justa para que

    nos ayude. Mara tiene el embarazo muy avanzado y no quie-ro que haga esuerzos. Hasta que nazca el nio, solo se ocupa-r de la comida y por las noches me ayudar con esta cra queno da ms que disgustoscontraatac el doctor.

    Si usted lo quiere as... no pareca muy convencido.Pues no se hable ms. Gracias, no s que sera de m sin

    tu ayuda! dijo Luciano muy aliviado. Hoy mismo empe-

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    zamos.Desde aquel da ueron cuatro a la mesa con sus cuadernos

    y sus lapiceros. Cuando el mdico le dio a Mara un cuaderno

    nuevo, esta sac del mandil una de las piezas de su basto lpizy con una navaja lo al, dispuesta a escribir todas las letras.

    3.Me acababa de licenciar en psicologa y tena todo el tiempo

    por delante para pensar en mi uturo, para hacerlo realidad, ypara sentirme satisecho en la medida en que yo esperaba queuera as. Lanzarme al mundo laboral despus de pasar msde veinte aos encerrado en mi particular burbuja estudiantil,no es lo que ms me apeteca en el mundo; por lo que decidprolongar un poco ms mi tiempo de aprendiz completandola licenciatura con cuanto curso de especializacin encontr.

    Sin apenas darme cuenta se me ue pasando otro ao y, aun-que enviaba mi currculo all donde me pareca que se mo-lestaran en leerlo, no mostraba la ms mnima intencin decontribuir a la economa amiliar yendo demasiado tempranoa algn sitio muy distante a cumplir con unas obligaciones acambio de un sueldo, que sin importar la cantidad, sera deltodo insuciente. En tanto esperaba el trabajo de mis sueos,

    decid orecerme como voluntario en cualquier ong que de-dicase sus esuerzos a ayudar a quien lo necesitase ms queyo, pensando que mis conocimientos tericos de psicologaseran los ms adecuados para tal n. Como no saba exacta-mente qu clase de voluntariado quera hacer, me acerqu auna de esas erias donde se presentan multitud de entidadespara captar jvenes entusiastas y llenos de proyectos quequieran dedicar unas horas de sus vidas a ayudar a los dems,ya sea pegando sellos, o vocierando en la calle para sensibili-zar a la sociedad.

    A punto estaba de abandonar aquel mercado del oportu-nismo cuando me top con una ong en un stand pequeito

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    en la que dos jvenes, algo ms mayores que yo, charlabananimadamente tras un atril. A sus espaldas se desplegaba uncartel de tamao medio con una rase y una otograa. Era un

    hombre enjuto, con ropas holgadas y no muy limpias; barbade muchos meses y pelo alborotado. Estaba sentado bajo unarco de la plaza Mayor con una maleta desvencijada y una pilade cartones. La rase era una pregunta: Puedes hacer algopor l? Darle dinero, pens,para que se lo gaste en el primerbar que encuentre y vuelva a dormir bajo los cartones. No tuvems remedio que llevarme la contraria y empujado por una

    inercia hipntica me plant delante del mostrador y preguntintrigado:Qu puedo hacer yo? A lo que respondieron con

    otra pregunta: Tienes tiempo?Se dedicaban a la accin social con personas olvidadas,

    aquellas que lo han perdido todo, amilia, salud o una casadonde vivir. Gente que poblaba las calles de las ciudades

    arrastrando sus pocas posesiones, su soledad y su mugre, pa-rapetados bajo los cartones al caer la noche. Trabajaban consubvenciones y donaciones para llevarles un poco de calor,con termos de ca caliente y galletas, conversacin o tan solocompaa. A veces, si ellos les dejaban, les ayudaban a actua-lizar su documentacin, les convencan para ver a un mdicoo les indicaban el lugar ms idneo para darse una ducha, co-

    mer algo caliente, o conseguir una cama. La gran mayora delos asociados eran voluntarios, el poco dinero que tenan seinverta en bebidas calientes, comida y un pequeo local don-de reunirse. Me dijeron que necesitaban todas las manos quepudieran encontrar y que sera bien recibido, mi licenciaturaque hasta entonces se haba revelado intil, les pareci unaventaja en su labor. Despus de una prolongada charla, supeque no tendra que desempear unciones administrativaspara colaborar, sino que ira en un grupo de calle para acom-paar a las personas que se encontraban bajo los cartones,hablar, inormar y ayudar en cuantos trmites ueran necesa-rios, y en denitiva, intentar devolverles a la vida en sociedad,

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    la misma que haba tenido a bien su expulsin.Una semana despus comenzaba mi entrenamiento, con-

    sistente en unas reuniones en las que se nos peda que ha-

    blramos de nosotros, de nuestras motivaciones, del porqude ir all y de cualquier detalle que pudiera infuir en nuestramisin. Queran personas sin grandes problemas, que pudie-ran reaccionar ante los imprevistos que los inquilinos de lacalle planteaban. Eran jvenes con ilusin, dispuestos a darsin recibir nada a cambio, al menos eso era lo que armaban.No estaban adscritos a ninguna religin, pero sus principios

    tenan una base tica muy cercana al cristianismo. No se -jaban objetivos ambiciosos, hacer compaa y dar un pocode calor eran sus propsitos, si a lo largo del tiempo conse-guan la conanza de alguno de ellos, probaban a dar un pasoms, apuntndole en un albergue, socializndole mediantela relacin con otras personas y orecindole ormacin paraconseguir un trabajo. La mayora no pasaba del albergue, que

    solan abandonar cuando los horarios y las normas ahogabansu preciada libertad. Solo una vez consiguieron el n ltimo,la reinsercin social. Un hombre que haba vivido en la calledurante aos atado a una botella y que, gracias a su esuerzoy un poco de ayuda de la asociacin, la haba dejado, recu-perando su ocio y alquilando una casa. Su oto colgaba delas paredes como ejemplo vivo de lo que se poda conseguir

    con paciencia y buena voluntad. Ms adelante me enter deque aquel hombre haba rehecho su vida pero que cuando lepropusieron colaborar desde su propia experiencia, no quisosaber nada de los que haban sido su nica compaa duranteaos.

    En la calle no hay amigos, solo compaeros ocasionalesdijo y respetaron su decisin.

    Debo reconocer que mis motivaciones no eran del todoaltruistas, senta una curiosidad morbosa por los vagabundos,me intrigaba saber qu les haba llevado hasta all. Estabaconvencido de que el que viva en la calle lo haca por algunaadiccin o un desengao, que en cierta orma se lo haba bus-

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    cado, o incluso lo tena merecido. Esperaba encontrar alcohol,drogas, delincuencia, y por eso senta la excitacin del nioque va a hacer algo prohibido. Por supuesto en las charlas de

    preparacin, omit prudentemente estos detalles de mi ni-mo, y repet como una cantinela, todos los motivos que ellosmismos enumeraban en su declaracin de intenciones, con-venientemente adaptados a mis propias expresiones. No s siles convenc o me aceptaron porque me necesitaban, pero unmes despus sala a la calle por primera vez.

    4.Se avecinaba el otoo cuando Beba y Romn ueron porprimera vez al colegio. An le quedaba la mitad al mes deseptiembre, pero el cierzo adelantado vino a anunciarles elnal del esto. Haba sido su ltimo verano en libertad y bienpodra haber sido el penltimo de no haberse empeado elmdico en llevarlos a la escuela. Ellos ya saban leer y escribir

    y probablemente el primer ao les sobraba, pero nadie seatrevi a contradecir al que ms saba de todos ellos. Lucianohaba acudido al nal del curso anterior para apuntar a lospequeos, y tuvo que hacer valer su palabra para que admi-tieran a Beba, ya que segn el registro, era un ao menor queRomn. El director del colegio, un hombre de mediana edadcon un estricto sentido de la disciplina, puso todo su empeo

    en rechazar sus argumentos, pero cedi a la amenaza veladade no ser atendido en una urgencia mdica. El chantaje noera una prctica habitual del mdico, pero la educacin de suhija estaba en juego y ue necesario cuando las explicacionesse hicieron insucientes. Hay personas que no saben razonar,solo les convence el deber sin discusin y la obediencia, sindarse ninguna oportunidad de pensar por s mismos. Eso ledeca Luciano a Mara, mientras le contaba su discusin conel director. Ella no entenda bien qu quera decir pero ledaba la razn en todo, sin darse cuenta de que con su actitudconrmaba sus palabras.

    A los pocos das de comenzar las clases, Romn estaba

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    disrutando de los amigos que haba hecho, pero Beba noconsegua adaptarse a la nueva rutina, porque echaba muchode menos a Mara. Despus de un mes los nios se aburran

    tanto que pidieron al doctor volver a las clases de la cocina,donde podan leer las historias que ms les gustaban. Lucianono haba calculado la repercusin que tendra ensear a losnios demasiado pronto y se daba cuenta que quiz no habasido una buena idea. Una maana antes de comenzar sus visi-tas, se acerc al colegio a hablar con el maestro, seguro de queel director no aceptara otra de sus peticiones que perturba-

    ran el uncionamiento normal del colegio. El maestro resultser una persona amable y bien intencionada que crea en elpoder de la educacin para salir del abismo de la posguerra.Estuvo de acuerdo desde el primer momento con el mdico yacordaron adelantar dos cursos a los nios para ponerlos a sunivel, aunque necesitaran reuerzo en matemticas. Lucianose comprometi a aadir esta disciplina a la escuela impro-

    visada que montaba todas las noches en su casa, y prometique en pocos meses los nios estaran a la altura.Al da siguiente, los cambiaron de curso. Seguan teniendo

    el mismo maestro pero lo compaeros eran ms mayores ytuvieron que soportar sus burlas ignorantes. Romn no enca-j bien el cambio, ya haba hecho buenos amigos y se sentasu igual, mientras que en su nueva clase, la mayora le sacaban

    media cabeza y abusaban de su uerza. Al menos no se abu-rra con las explicaciones del maestro y junto a Beba, eran losalumnos ms aplicados. La mayora de la poblacin era anal-abeta, casi todos se ganaban la vida en el campo o con ociosartesanos que aprendan de padres a hijos, enviando a losnios al colegio ms por obligacin que por considerarlo ne-cesario. Cuando acababan la enseanza obligatoria, los chicosabandonaban la escuela y comenzaban a trabajar en el campo,y las nias se quedaban en sus casas ayudando a sus madres.De no haber sido por el mdico, Romn hubiera tenido elmismo destino, pero el hombre era un deensor riguroso de laeducacin y juzg necesario tratar al nio igual que a Beba.

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    En la mesa de la cocina cambiaron las letras por los nme-ros y pronto sumas y restas lo invadieron todo. Mara seguaaplicndose en su particular batalla con las palabras, al tiem-

    po que preparaba la cena y se ocupaba del pequeo Luisito.Beba siempre se oreca a ayudarla y todo el tiempo que tenalibre lo dedicaba a ir detrs de ella recitando el abecedarioy hacindole preguntas sobre las letras y sus signos. No eramuy popular en el colegio, las nias la miraban como a unbicho raro, tan pequea y lista que les daba miedo. Donde seencontraba ms a gusto era con su madre, tan joven todava

    que cuando estudiaban parecan hermanas. La Justa acudaa la casa muy a menudo y pona la nota de color, divirtiendoy haciendo bromas a los nios y descargando a Mara de al-guna de sus tareas para que le leyera un libro de la bibliotecadel doctor. Le ascinaban las aventuras de Julio Verne, tanalejadas de cualquier cosa que ella pudiera conocer y se habaacionado a la lectura desde que le haba pedido a Mara que

    le mostrase sus progresos.T podras aprender tambin, a m no me importa ense-arte le deca Beba al verla tan entusiasmada.

    Yo ya soy muy mayor y muy burra para aprender estossignos tan diciles. Me conormo con que vosotras me leisun poquito cada da. sola decir la mujer con modestia. Legustaba ms que leyera la nia pues a su ritmo, las historias

    tenan ms emocin. Pero tambin se lo peda a Mara, y aveces se atascaba tanto que no poda evitar adelantarse a suspalabras.

    Ele, ele, eleante! Yo creo que quiere decir eleante, esoes!

    Y que pinta un eleante en esta historia?No s chica, pasan cosas muy raras, la verdad.Elegante, eso es. El caballero estaba muy elegante. Esto

    est mejor. Justa a ver si tienes ms paciencia que no lo puedohacer ms rpido. Si quieres lo lee Beba...

    No, hija no. Sigue t que cada vez lo haces mejor, es quesoy muy ansiosa y me muero de ganas de ver que pasa con el

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    to ingls y su criado...Vale, pero djame leer tranquila.Fue cil para los nios destacar entre sus compaeros,

    pues maniestaban un inters continuo por cualquier cosanueva, mientras que el resto de la clase se resista a avanzaralegando argumentos heredados. Dice mi padre que leer noayuda a saber si la tierra est preparada para sembrar o si lospimientos estn maduros. Igual de cil ue para el maestroacoger a los dos hermanos bajo su proteccin dejndoleslecturas vedadas, y salindose del programa impuesto por el

    nacional catolicismo. Gracias a eso, mdico y maestro esta-blecieron una buena amistad, luchando para que la educacinde los dos nios se alejara del oscurantismo de la poca.Ambos crean en el progreso, en la libertad de eleccin y enla educacin laica, y tenan en la vecina Francia su modelo aseguir. Reciban de un exiliado amigo del maestro, libros enespaol de autores prohibidos que camufaban con cubiertas

    religiosas para pasar la rontera. Estas lecturas les servan paraenriquecer sus conversaciones y pronto las visitas del maes-tro a la casona de Luciano Corts se hicieron indispensables,quedndose en ms de una ocasin a compartir la mesa de lacocina con los nios y Mara.

    Fue uno de esos das de invierno cubierto de nieve cuandoBeba supo algo que no saba. Haba nevado durante toda la

    noche y el termmetro estaba bajo cero, el director decidique los nios no saldran al patio a pesar de la ansiedad portirarse bolas y hacer un mueco. El suelo estaba helado y noquiso arriesgarse a las cadas de los cros, ms que nada porno avisar al mdico, al que no quera llamar a no ser que uerade urgencia. Los nios se quedaron resignados en la clase.Unos mirando por las ventanas lamentndose de lo que seperdan, otros jugando a tirarse pelotas de papel, los ms tran-quilos pintando y Beba leyendo. Una de sus compaeras seacerc a la nia.

    Vaya, Beba no quiere jugar con nosotras. No somos losucientemente buenas para ella.

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    Desde cuando queris jugar conmigo?No te pases de lista, guapa.Haca tiempo que aquella nia larguirucha le andaba

    buscando las vueltas. Hasta entonces Beba haba logrado za-arse gracias a la inestimable ayuda del maestro, pero en esemomento no estaba para ponerse de su parte y no supo qudecir, lo que envalenton ms a su contrincante.

    No dices nada? Chicas, se ha quedado muda. No s dequ le sirven tantos libros si luego no sabe hablar.Beba bus-c con la mirada a su hermano, pero no le vio.

    Oye, djame en paz! No quiero los a la nia morenade trenzas desiguales le brillaron los ojos, segura de apuntarseuna victoria sobre aquella advenediza. Ella era la protagonistaabsoluta de la clase hasta que llegaron los dos hermanos y leusurparon el trono, con su saberlo todo. Haba odo que elmaestro recuentaba su casa y estaba segura de que era su pro-tegida. As que estuvo maquinando para saber cmo atacarla,

    hasta que el da anterior oy a su madre cotillear con la vecinasobre lo mal que estaba que Mara se quedara durante mesessola en la casa con el mdico, mientras su marido iba a ganar-se la vida, cuidando de la hija del doctor como si uese suya.

    Perdone que le haya molestado seoritinga, pero quse puede esperar de una pobre hueranita, con una madre yun hermano de mentira solt a bocajarro. Beba se qued

    inmvil, sin pestaear, la piel blanca se torn rosada en lasmejillas y los labios le empezaron a temblar.No es verdad, Mara es mi madre! hizo un esuerzo

    por aguantar las lgrimas. En ese momento regres el maestroy puso orden en la clase. Se haba librado por poco pero eldao estaba hecho. La nia de las trenzas se sinti poderosa.A partir de ese momento, Beba no escuch nada de lo que elmaestro dijo. Cuando el mdico ue a recogerlos para volver acasa, encontr a la nia muy arisca y se neg a darle la mano.Pregunt a Romn.

    Se habr enadado con alguna compaera, ya sabescomo son la chicas! respondi.

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    No qued muy conorme y avis a Mara para que obser-vara a la nia. Estaba convencido de que le suceda algo grave.

    Pasaron algunos das hasta que Beba no pudo aguantar la

    incertidumbre y una maana que Mara la ayudaba a vestirse,le pregunt:Es verdad que no eres mi madre?De dnde has sacado eso mi nia?Me lo han dicho en el colegio, y que Romn no es mi

    hermanovacil.Es una historia muy larga, mi bebita. Ya es hora de que

    te la cuente tu padre.Esa tarde al volver de su trabajo, Mara avis al doctor. Elhombre dej el caballo en la cuadra y se ue a la cocina comoacostumbraban. All sent a todos los miembros de la amiliaalrededor de la mesa, Beba, Romn, Mara y Pedro. Mientras,el pequeo, Luisn, se entretena mordisqueando y llenandode babas un trozo de pan duro, ajeno a la conversacin.

    Vers Beba comenz el doctor Mara, aunque te hacriado y te quiere como si lo uera, no es tu madre. Tu verda-dera madre se llamaba Carmela y muri cuando t naciste...

    Al terminar su pormenorizada explicacin, call un mo-mento para dejar que la nia lo asimilara y al ver que no eracapaz de decir nada, sinti la necesidad de abrazarla, perono lo hizo. Mara notando que la pequea estaba a punto de

    echarse a llorar, con una mano la atrajo y con la otra le acari-ci el pelo al tiempo que le deca: T siempre sers mi beba,mi bebita querida.

    A partir de entonces Beba y Romn, otrora inseparables,se distanciaron. Beba se sinti traicionada y sola. Ya no tenamadre, ni hermanos, y su padre, aunque le apreciaba por susenseanzas y atencin, era un hombre distante y poco dadoa maniestaciones sentimentales. Por otro lado, Romn quehasta entonces se haba sentido en la obligacin de protegerla,crey que ya no le corresponda y la dio de lado, mucho msinteresado en tratar con los chicos de su edad que con Beba.Segua teniendo el amor incondicional de Mara, pero ya no

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    pudo verla ms como una madre, sobre todo despus de quesu padre le enseara algunas otos de Carmela y parte de suspertenencias. Beba sinti que algo se rompa en su interior,

    algo que jams podra ser reparado y que la dejaba indeensa.Se volvi ms solitaria, con Romn solo coincida en la mesade la cocina y con los otros nios no hizo mucha amistad. Pa-saba el tiempo con un libro entre las manos, viviendo aventu-ras en el ondo del mar o buscando tesoros en islas misterio-sas, todo el da ensimismada adoptando un personaje en cadahistoria, queriendo vivir otras vidas que le hiciesen olvidar la

    suya. Haba desarrollado una intensa relacin con la que hastaentonces consider su madre, y de pronto se vea privada delnico vnculo que la una con la realidad. Mara no la perdade vista y, a excepcin del tiempo que pasaba en el colegio,estaba siempre pendiente de ella. Not el distanciamiento dela pequea e hizo todo lo que estuvo en su mano para paliarlas consecuencias. Le peda que leyera en alto mientras ella

    se aplicaba en las labores domsticas. Durante esas horasde lectura, Beba senta que el vnculo no se haba roto, queseguan siendo tan cmplices como lo haban sido hasta en-tonces, pero luego en su cama, cuando apagaba la luz y Maraiba a darle un beso de buenas noches, se quedaba absorta,como suspendida en el vaco, echaba un vistazo rpido a lanica oto que tena de su madre, y un sentimiento de prdida

    inexplicable le inundaba el nimo. La distancia qued estable-cida cuando Beba decidi que deba aceptar la situacin tal ycomo era y dejar de utilizar nombres para su amilia que noeran acertados. As, una maana en el desayuno, anunci queMara ya no sera mam, y al doctor le llamara padre. El m-dico se mostr satisecho de la decisin de su hija. Mara nodijo nada, pero le parti el corazn. A pesar de que tena doshijos que la seguiran llamando mam, le doli ms por serBeba, la nia de sus ojos, con la que mejor se entenda.

    Recuerda que aunque me llames Mara, siempre sersmi nia, mi bebita, mi hija.Le dijo despus de darle lasbuenas noches, Beba la abraz y llor, hasta que el cansancio

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    la venci y se qued dormida.

    5.

    Las salidas se organizaban en n de semana, a partir de lasocho y media de la noche y se podan prolongar hasta la unao las dos de la madrugada, dependiendo de las personas queencontrsemos y de lo que nos permitieran estar con ellas.Formbamos grupos de tres y nos distribuan por zonas dela ciudad. Nunca sabas lo que ibas a encontrar y muchasnoches volvamos de vaco, con nuestros termos intactos y

    los bocadillos sin desenvolver. Otras en cambio, encontrba-mos las calles singularmente llenas de desheredados, con susabrigos deshilachados y sus manchas perennes. Casi todoscargaban a sus espaldas con bultos donde llevaban unas pocaspertenencias, mantas viejas, colchones de espuma desporti-llados, bolsas de plstico, peridicos viejos y cualquier cosaque sirviera para abrigar las ras noches de invierno.

    Yo acompaaba a Laura, que diriga los grupos y a Anto-nio, que era voluntario desde haca seis meses. Las primerasveces solo vas de observador: or, ver y callar son tus uncio-nes, tus compaeros hacen el trabajo duro. Las rutas suelenestar asignadas de antemano y siempre van los mismos paracrear un clima de conanza, me explicaron. Yo me dispuse a

    aprender cmo hablar con alguien desconocido y descona-do.Hola Mariano, cmo ests hoy?Regular, me duele mucho la pierna.Quieres un ca caliente? Con el ro que hace seguro

    que te sienta bienS, claro.Te apetece algo de comer? Tenemos galletas y bocadi-

    llosSolo ca.Si te duele la pierna, podramos buscar una cama calen-

    tita para esta noche y maana nos acercbamos a ver al mdi-

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    co...No, no, no, el mdico no, que seguro que me corta la

    pierna...

    Pero hombre Mariano Cmo te va a cortar la pierna?Solo te la va a curar y te dar medicinas para que no te duela.Que sabrs t! Los mdicos son unos sdicos! Me cor-

    tar la pierna para que no pueda valerme por m mismo, paraencerrarme!

    Nadie quiere encerrarte, solo haba pensado que estarasms calentito en una cama. Maana cuando te levantes, te

    puedes ir a donde quieras.Haba que tener paciencia y mucho tacto. Intentar llevarlesa tu terreno pero a su ritmo, sin prisas. Unos tardaban das enaceptar una cama, otros preeran los cartones. La asistenciasanitaria era lo ms dicil, no les gustan los mdicos. A veceslos encontrbamos con hipotermia o con un coma etlico yllamamos al Samur social, pero al da siguiente estaban otra

    vez en la calle. Laura hablaba a borbotones, no quera dejarnada en el tintero, le preocupaba que no entendiera lo im-portante y dicil que era nuestro trabajo. Hay que intentarque no se aparten, que hablen, que te cuenten su vida, suscosas, lo que han hecho ese da, hablar les ayuda a no aislarse.A Algunos es casi imposible arrancarles una palabra, otrosestn deseando verte para hablar con alguien, a todos hay

    que darles mucha atencin, los gestos, las miradas son muyimportantes. Procura tener mucho cuidado con tu expresinno verbal, es lo que menos controlamos y es cil que se nosescape algn gesto de disgusto. Al principio es natural, cuestaacostumbrarse a verlos de otra manera, como a personas nor-males, olvidarnos de que huelen mal o de que estn bajo loseectos del alcohol. Son muy observadores y extremadamentesensibles, si notan el rechazo en ti, te cierran la puerta parasiempre. Yo anotaba mentalmente todas las indicaciones deLaura, me conmova su entusiasmo y sus ganas de agradar.No tena una mala palabra para nadie y su sonrisa era sincera.Vesta siempre con ropa de segunda mano y se abrigaba con

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    una pelliza de corte masculino que no tena ningn inconve-niente en quitarse si encontraba a alguien aterido de ro. Notena atractivo sico, los ojillos pequeos, la nariz chata y la

    boca en una lnea. Llevaba el pelo muy corto y cuando hacamucho ro se cubra con un gorro andino, de esos que llevanorejeras y una borla en la coronilla. Pero todos la recibancomo a una novia y la llamaban por su nombre o su diminuti-vo.

    Ya est aqu Laurita, ya ha venido mi novia a mimarmeun poquito, eran las rases ms comunes para saludarla. No

    era muy alta pero se creca entre los desheredados. Luego enel local callaba ms que hablaba, le gustaba escuchar las opi-niones de todos, para despus tomar la decisin ms acertada.

    Sigue as, no le uerces, cuntale cosas tuyas a ver si seanima a contarte algo de las suyas, pero que vea que ests dis-puesto a un intercambio.

    Pero Laura, quedamos en que no tenamos que hablar

    de nosotros...S, claro, pero a veces hay que dar para recibir. Si noquieres contarle tu vida, invntatela, pero que no se note. Sa-bes que tienen un sentido muy desarrollado para advertir lamentira...

    No s, qu dicil me lo pones...Pues cuntale la verdad, qu ms te da! No hace alta

    que te desnudes, pero dales algunos detalles. Si ven que tienesconanza en ellos, se relajarn y te la devolvern...Ella acuda a la asociacin cada da, a elaborar inormes, a

    planicar, a ver las chas de cada persona, o a dar indicacio-nes. Lo haca voluntariamente, ue de las primeras en llegary era el alma de la organizacin. Mientras la directora se de-dicaba a conseguir donaciones y tramitar subvenciones, ellagestionaba el dinero y organizaba al personal. Era para lo ni-co que no serva, conseguir nanciacin, ni con las empresasni con los particulares, la diplomacia no era su uerte. Todoel tacto y el buen hacer que tena con la gente de la calle, se leolvidaba con los dems.

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    No solo estn podridos de dinero sino que encima quie-ren que les regalemos la oreja sola decir.

    Ms de una vez Marisa, la directora, le pidi que acudiera a

    alguna reunin a explicarles a los donantes qu es lo que ha-camos, con detalles, con nombres, que les contagiaran de suentusiasmo, pero Laura se negaba.

    Eso te lo dejo a ti Marisa. T te mueves como pez en elagua entre esa gente y a m se me agarrotan los msculos. Yome dedico a mis desarrapados y t te encargas de los genero-sos; as, todos contentos.

    Durante las primeras semanas ui un mero acompaante.Solo si me preguntaban directamente, contestaba. Normal-mente las conversaciones las iniciaba Laura o Antonio, el otrovoluntario, y yo me limitaba a repartir las viandas. Los calleje-ros saludaban cuando nos vean llegar, pero despus nosotrosabramos la charla. A veces preguntando por su salud, otrasechando mano del tiempo, siempre tan socorrido, o hablando

    de las noticias, o de alguna ancdota. Laura siempre estabapreparada para iniciar cualquier conversacin y con su ama-bilidad y comprensin, animaba a participar. Era muy comnque estuviramos con algn amigo y ueran llegando otrosque se acoplaban en calidad de oyentes. Para convencerlesde que vengan al albergue es mejor hablar a solas, cuando serenen en grupos, se animan los unos a los otros para no ir.

    Las normas y el horario les hacen pensar en una crcel, hayque ir poco a poco. Y nosotros bamos muy despacio, al rit-mo que Laura impona, sin prisas. Anotando todo lo que noscontaban mentalmente para transcribirlo a la cha de cadapersona. Eran muchos y de condiciones variadas, ancianos,jvenes, maduros... Algunos ni siquiera se acordaban de losaos que tenan y mucho menos de la echa de su cumplea-os, calculbamos su edad por el aspecto, pero seguros de queerrbamos. Las mujeres eran minora, algunas muy jvenes.Droga, bebida o embarazos no deseados eran causas comunespara convertirse en inquilino de la calle. Repudiadas por susamilias, se haban visto incapaces de rehacer sus vidas. Ellas

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    se mostraban menos reacias a acudir a los albergues, los ho-rarios y las condiciones higinicas las aceptaban con mejordisposicin que los hombres. A medida que cumplan aos a

    la intemperie, el rechazo creca.Quiz por ser ms escasas, me jaba ms en ellas. Tambinporque eran ms ciles de abordar, o al menos eso pareca.Laura tena contacto con algunas y su disposicin a la con-versacin nos permita averiguar cosas de s mismas y de losotros. Comenc a hablar gracias a una mujer de unos treintay cinco aos. Llevaba mucho tiempo en la calle, desde que

    saliera de la crcel por trco de drogas. Haba estado engan-chada y su amilia la ech de casa. Opt por un programa derehabilitacin para conmutar parte de la pena y logr dejar laherona. Para entonces sus padres haban muerto y su nicahermana se haba ido de la ciudad sin dejar rastro. Desde queviva en la calle no haba vuelto a la droga, pero la botella erasu compaera de atigas. La mejor manera de combatir el ro

    es con un buen trago de algo uerte. Laura haba conseguidoque uera a vivir a un albergue pero despus de una broncadecidi abandonarlo. Llegas a acostumbrarte a vivir en la ca-lle. Aqu nadie te controla ni dirige tu vida. No tienes horariosy puedes ir a donde quieras. Los meses de ro son duros perosiempre encuentras algn lugar resguardado donde acoplarte.Eso era lo que deca Frida, cuando le preguntabas por qu

    haba vuelto a la cama de cartones. Solo deba preocuparsepor cuidar de su manta y su libertad, que ejerca en una zonalimitada de la ciudad.

    Y t quin eres? Hace tiempo que vienes con Lauritapero nunca dices nada Te ha comido la lengua el gato?

    No. Intento escuchar lo que vosotros decs. Acabo deempezar y no quiero precipitarme.

    S, Frida. Perdona por no presentarte. Se llama Mateo yse ha venido con nosotros para ver de qu va todo esto.

    Pues bienvenido al club de los colgados chaval! Aqute lo vas a pasar en grande. Estn todos medio locos o medioborrachos. Bueno, todos menos yo, claro.

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    A partir de esa mnima conversacin, ui perdiendo el mie-do y empec a sentirme ms cmodo. Aunque tena a Laura ami lado en todo momento, marcando mis pasos.

    Lo que empez como una orma de satisacer mi curio-sidad, se convirti poco a poco en una necesidad. Mientrasmis amigos esperaban el n de semana con ansiedad para irsede esta, yo lo haca para buscar inquilinos de la calle, paraescuchar historias mil veces odas que parecan nuevas cadanoche. Un matiz, un detalle, un dato, y lo contado adquira lacaracterstica de lo nuevo. Intentaba memorizar todo lo que

    me decan, pero las interrupciones, los cambios en el tiempo,los recuerdos desordenados, hacan que perdiese parte de lashistorias. As que decid incorporar la tecnologa en mi tra-bajo y me hice con una grabadora digital diminuta con auto-noma para diez horas. No quise decirle nada a Laura porquemi intuicin me avis de que quiz no le gustase. La llevabacamufada en un bolsillo de rejilla de mi bandolera que me

    colgaba muy alto para controlar la direccin del microno. Elinvento uncion muy bien y gracias a l, mis chas persona-les estaban llenas de pormenores. Tambin me permiti estaratento a los gestos, las miradas, los sobrentendidos que mehaban pasado desapercibidos hasta entonces.

    Me gustaba estar entre los que no poseen nada, me parecaque no eran esclavos del consumo, que de alguna manera su

    libertad era mayor que la nuestra, y comprenda, con bas-tantes dosis de inconsciencia, que no quisieran socializarse,volver a entrar en una maquinaria engrasada para trabajar porel conjunto olvidndose del individuo. Creo que en algnmomento de mi proceso de cambio, Laura advirti mis in-tenciones. Yo no perda el tiempo en hablarles de albergues,ni de ormacin ni de tener una casa; por el contrario, medejaba engatusar por sus palabras, y cuantas ms ancdotasme contaban, ms ganas tena de ellas. A pesar de mis ideasrecin adquiridas, segua viviendo con mi padre, comiendo sucomida y holgazaneando el resto de la semana, pensando quede esa orma, me acercaba ms a mi ideal, sin tener arrestos

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    sucientes para reemplazar la mullida proteccin paterna porla dureza ra del asalto.

    Un sbado que estbamos preparando el ca y los bocadi-

    llos, Laura me apart a un rincn:Oye Mateo, hoy he hecho algunos cambios en los gru-pos, as t y yo podremos quedarnos en el local.

    Por qu? Ocurre algo?Nada preocupante, pero tenemos mucho retraso en las

    chas y necesito que me ayudes a organizarlo todo.Mientras que los dems se preparaban para salir, yo tem-

    blaba. Estaba seguro de que haba descubierto la grabadoray que me jugaba la expulsin, justo en el momento en el queempezaba a sentirme ms a gusto. Cuando todos se ueron,me indic que me sentara alrededor de la nica mesa que ha-ba en el centro.

    No vamos a ordenar las chas?No, era una excusa. Tenemos que hablar de lo que ests

    haciendo.Bueno, yo... no creo que sea para tanto.S lo es, Mateo. Creo que ests siendo vctima de tu pro-

    pio entusiasmo y eso no es bueno.A qu te reeres?A lo que ests haciendo con los sin techo. Nuestra mi-

    sin es clara: les hablamos, les orecemos ca y compaa,

    nuestra ayuda y, si hay suerte, los sacamos de la calle. Ese esnuestro cometido y creo que t no lo tienes claro.Pero si yo hago lo que me has enseado...Eso crees, pero no es as. Me atrevera a decir que tienes

    una especie de sndrome de Estocolmo. En lugar de ayudara las vctimas a abandonar su situacin de exclusin, te hasidenticado con ellas. Y eso es muy peligroso.

    Yo no creo que...Djame seguir. Es muy cil caer en esa situacin, pero

    debes refexionar. Para m tambin ue una catarsis conocer-les, hablar con ellos, echar por tierra todas las ideas precon-cebidas que tenemos, pero debemos establecer una distancia.

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    Hay que tener claro donde estn ellos y donde estamos noso-tros. Entiendes lo que quiero decir?

    La entenda muy bien, demasiado bien. En aquella con-

    versacin me arranc la promesa de un esuerzo mayor, tenaque establecer la debida distancia. Escuchar, comprender,acompaar, y estar con ellos, de ninguna manera conun-dirme con ellos. No me habl de la grabadora, pero en suspalabras me pareci advertir que lo saba aunque me permitaseguir usndola, al n y al cabo se trataba de una memoria au-xiliar. Me recomend que tuviera cuidado y me record que

    estara a mi lado. Durante algunos meses segu sus consejos,establec distancias y volv a hablar de los albergues. Dej detomrmelo como algo personal hasta que una de esas nochesla encontr, y todos mis esquemas se desbarataron.

    6.Lleg a media maana con un vestido de paleta y la maleta

    de madera. Haba ido a recogerla a la estacin un hombretaciturno que una vez conrmado quien era, ya no habl msen todo el camino. Lo agradeci, llegaba cansada y nerviosa,y preri no tener que dar explicaciones. El conductor ladej sola al pie de una escalinata pretenciosa a la que le nacaverdn entre las grietas. Pasaron unos minutos sin que salieranadie a recibirla y cuando ya haba decidido subir y llamar a

    la puerta, se abri con estrpito una de sus hojas. Un hombrebajito y rechoncho, murmur lo que interpret que eran dis-culpas y cogiendo su equipaje, le indic que le siguiera dentrodel edicio.

    Despus de recorrer interminables pasillos, llegaron a loque supuso que sera el despacho del director del Liceo, queas es como llaman los ranceses a los colegios. El gordito quele acompaaba volvi a murmurar, y la dej otra vez sola. Alpoco sali una mujer muy alta y estirada que se identiccomo Madame Lallite, directora del liceo y que pregunt sientenda su rancs o tena que hablar ms despacio. Le agra-deci que as lo hiciera y accedi advirtindola de que deba

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    acostumbrarse pronto al idioma, pues los proesores y com-paeros no tendran la misma deerencia. Lo dijo con muchaeducacin y con una media sonrisa que le result pedante y

    aectada, quiz porque hasta entonces su trato con personasse limitaba a su amilia en un pueblo aragons, y un par devisitas a la capital para conocer a los abuelos maternos.

    Madame Lallite le explic con todo detalle los horariosque regan la vida del colegio y que deba respetar por encimade cualquier cosa.

    Espero que no tengas esa costumbre tan espaola de la

    impuntualidad y que adoptes pronto nuestras rutinas, as notendremos problemas, y sigui enumerando las interminablesnormas que dominaran su vida en adelante.

    No estaba muy convencida de que aquel lugar uese unabuena eleccin pero su padre se haba empeado, harto deque desperdiciara su talento, como l lo llamaba, en un cole-gio de provincias dirigido por monjas. No par hasta conse-

    guir que les recibieran sus abuelos maternos, ignorantes de suexistencia hasta ese momento.Su padre era un mdico rural que no poda costear un

    colegio rancs de seoritas, en Francia, al que una buena es-tudiante como ella, no poda dejar de ir. En Espaa la educa-cin est dominada por los curas y las monjas y las mujeres lotenis muy dicil si queris hacer una carrera cientca.

    Francia es un pas moderno que te dar ms oportuni-dades, sentenciaba. Ya es hora de que tus abuelos haganalgo por ti, aunque no quieran saber nada de m. Har guardiaen su casa si es necesario.

    Y as lo hizo durante tres das con sus noches hasta que leabrieron la puerta y accedieron a conocerla.

    Madame Lallite la acompa por ms pasillos hasta suhabitacin, que compartira con otras tres alumnas. El cursoya haba empezado pero gracias a un amigo de su abuelo, laadmitieron. Sobre la cama haba dos uniormes iguales quedeba llevar en todo momento, y que solo mudara en las sa-lidas dominicales. Su padre hubiera preerido un colegio ms

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    liberal, pero el abuelo dijo que solo pagara uno donde ense-aran disciplina y moral y eligi el Liceo de Carcasonne, villamedieval cercana a la rontera. Saba del lugar por un buen

    amigo que daba clases all. La directora dijo que tena unahora para instalarse y ponerse un uniorme, y despus ira abuscarla para llevarla a la primera clase. Haba hecho un viajede doce horas en tren sin dormir, pero a aquella seora no leimport.

    Desde el primer momento en que hablara con MadameLallite puso toda la atencin de que ue capaz para entender

    ese rancs tan de Francia que hablan los ranceses. Los abue-los le haban puesto un proesor particular nativo durante losmeses de verano del que no se separaba ms que para dormir.Segn Germaine, se desenvolva muy bien con el idioma deVoltaire, Rimbaud o Molire aunque la primera semana noue capaz de entender una sola palabra. El octavo da de suestancia se abrieron sus odos al nuevo sonido y empez a

    comprender, y aunque parezca mentira, tambin la entendie-ron a ella. No todo ue mrito suyo, pues el proesor Moreno,amigo de su abuelo, la ayud en esos das, que hubieran sidopenosos de haber estado sola.

    Estaba a punto de cumplir doce aos y haba dejado atrsa su padre con el deseo de que le devolvieran una utura suce-sora de su proesin. A Mara, que ejerca de madre pero que

    no lo era, y a Pedro, su callado marido. A Romn, su hermanoinseparable hasta que conoci a otros chavales, y Luisito, unnio llorn y mocoso al que no poda soportar. Tambin de-jaba a sus abuelos maternos recin conocidos en la capital, alos que deba agradecer la oportunidad que le daban, pero alos que todava no apreciaba.

    Con ese panorama, su inmersin en la educacin rancesano ue dicil, apenas tena amigas que echar de menos y susnuevas compaeras resultaron ser mucho ms interesantes.Por primera vez desde que le dieron la noticia de su orandadmaterna, no se sinti sola, porque all todas estaban en lasmismas condiciones, se tenan las unas a las otras y las ami-

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    lias, si las haba, quedaban muy lejos.En el Liceo haba clases dedicadas a todas las disciplinas

    imaginables, matemticas, sica, qumica, lengua, literatura

    y cada una de ellas la imparta un proesor distinto, as quetenan un trasiego continuo de entradas y salidas marcadaspor la campana. Despus de las clases, a eso de las cuatro ymedia, comenzaban los talleres complementarios a los queestaban obligadas a acudir. El primer mes podan probarlostodos, para llegar al segundo con dos de ellos escogidos hastanal de curso. Haba de muchos tipos, de deportes, de artes,

    de ciencias... ue un mes muy intenso yendo de un sitio a otro,y oyendo hablar de cosas curiosas para alguien como ella, queapenas haba salido del pueblo.

    Cuando empez el segundo mes no tuvo ninguna duda, seapunt al taller de literatura, rancesa por supuesto, y a otroque le atrajo poderosamente y que no saba que se pudieraensear, se llamaba Arte Dramtico, lo imparta el proesor

    Moreno y desde el primer momento quiso ser su mejor alum-na.La vida en el colegio transcurra con una rutina montona

    que lejos de desanimarla, le gustaba. Siempre haba sido me-ticulosa y apreciaba la limpia organizacin que estructurabaMadamme Lallite en aquel pulcro colegio de chicas. Las cla-ses comenzaban a las ocho de la maana y se interrumpan a

    las doce para el almuerzo. A la una se retomaban y nalizabana las cuatro. Las alumnas que iban al Liceo de Carcassoneeran hijas de amilias burguesas que podan permitirse dar asus hijas una educacin de pago que las hiciera ms casaderas.Pocas eran las que queran seguir estudiando y obtener unttulo universitario y entre ellas se encontraba Beba, la nicania extranjera admitida ese curso. Eran los ltimos aos dela dcada de los cincuenta, y por entonces la gran mayora delas mujeres, aun rancesas, se preparaba para ser buena esposay madre.

    Los talleres comenzaban a las cuatro y media y se prolon-gaban hasta las seis. Media hora despus se serva la cena y a

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    las nueve se apagaban las luces.Los sbados los dedicaban al estudio en la biblioteca y

    ocasionalmente a hacer alguna excursin cultural por los

    alrededores. Solo los domingos eran por completo de las es-tudiantes. Las que vivan cerca, iban a visitar a su amilia, lasque llegaban de ms lejos solan recibirlas, y Beba, a la que suamilia le quedaba al otro lado del mundo, aprovechaba paraleer, pasear, o ensayar un papel en alguna obra de teatro.

    El proesor Moreno, que viva solo en una casa del pueblo,le haca compaa muy a menudo y as aprovechaban para

    hablar en su idioma o conocerse mejor. Juan Moreno tenacuarenta aos y haba llegado a Francia exiliado tras la guerracivil. No haba luchado en el rente, y recin licenciado enmagisterio, estuvo dando clases, mientras desde una pequeaimprenta se encargaba de la propaganda de izquierdas. Cuan-do el rente nacional ocup Barcelona, tuvo que huir por larontera de Portbou hacia Francia donde encontr trabajo

    en Carcasonne, primero de panadero y gracias a su dominiodel rancs, de proesor en el Liceo. Como no haba estadodetenido, de vez en cuando volva a Espaa a visitar a su a-milia sin correr riesgos, y aunque echaba mucho de menos supas, no contemplaba la posibilidad de volver en tanto Francosiguiera al rente del Estado. Su amilia eran unos burguesesque desde el principio mostraron su adhesin al Frente Na-

    cional, eran vecinos y amigos ntimos de los abuelos de Bebay preeran ignorar su pasado poltico, al que le haban inven-tado una biograa llena de aventuras y ganas de ver mundoque a todos gustaba ms que la realidad, temerosos de quepudiera salpicarlos.

    Juan Moreno contribua a la leyenda, contndoles loque queran or. A los ojos de los conservadores abuelosde Beba, era la persona indicada para cuidar y supervisar laeducacin de su nieta. Entre los dos exiliados se estableciuna gran amistad. Beba escuchaba absorta todo lo que Juandeca como si de enseanzas transcendentales se tratase. Fuel quien la introdujo en la lectura de obras teatrales, el que la

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    contagi de su entusiasmo por la escena. En la villa medievalde Carcasonne haba un teatro al aire libre donde se represen-taban obras de ccin, danza y msica cuando comenzaba la

    primavera y hasta pasado el verano y Beba aprovechaba los l-timos meses de curso para ir con el proesor Moreno a todaslas representaciones que podan. Lo que ms le gustaba erael teatro, su uerza expresiva, su declamar concentrado quela hacan imaginarse otras vidas, al igual que le suceda con laliteratura. Empez a apreciar el ocio de actor como el msascinante de todo cuanto haba conocido hasta ese momento

    y, con solo trece aos quiso verse libre de los deseos paternos,para enocar su uturo hacia donde realmente quera.Cuando lo hablaba con su proesor, este la animaba a mate-

    rializar sus deseos, pero tambin le adverta de lo dura que erala actuacin y los grandes sacricios que exiga. Beba se entu-siasma para luego caer en la cuenta que con su retraimiento lesera muy dicil salir a escena y, al pensarlo ramente, optaba

    por seguir el plan jado de estudiar medicina.Debes seguir tus impulsos, Beba. Haz caso a lo que tediga tu corazn.

    Es muy cil decir eso cuando no se tiene un padrecomo el mo.

    No ser peor que el de otros.Siempre ha querido que siga sus pasos. Ha puesto todas

    sus ilusiones en m y no puedo decepcionarlo.Pero a cambio puedes decepcionarte a ti misma.De todas maneras soy muy cobarde para subirme a un

    escenario.Todava no lo has probado. El prximo ao, si sigues en

    el taller, prepararemos una uncin y te pondrs a prueba.Veremos a ver qu pasa, mientras tanto la idea de ser

    mdico no me desagrada.Las conversaciones entre proesor y alumna podan no te-

    ner n, cuando se enzarzaban en una discusin sobre algunaccin teatral o literaria se olvidaban hasta de comer y termi-naban por dejarlas aplazadas hasta el domingo siguiente, pues

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    el resto de la semana era imposible tener un momento libre.Sobre todo Beba, aunque Juan tampoco se quedaba atrs.Adems del taller de arte dramtico, tena uno de cultura y

    lengua espaolas y por las maanas daba clases de historia delarte y literatura rancesa.Al llegar el verano, Beba volva al pueblecito de donde

    haba salido y recuperaba el sabor de la casa y de su amiliaadoptiva. Su madre Mara le daba todos los caprichos y Ro-mn se meta con ella porque deca que se haba vuelto muyna.

    El que uera su hermano tambin era buen estudiante yhaba empezado a acompaar a su padre en las visitas. Le ad-miraba y estaba dispuesto a ser mdico como l, a pesar de lainsistencia de Pedro para que empezara a trabajar en algo deprovecho.

    Una vez ms intercedi el doctor y consigui que su padrele permitiera acompaarlo con la promesa de trabajar con l

    los veranos. Romn era un chico sencillo al que le ascinabala medicina, sus mejores momentos eran los que pasaba juntoa Luciano visitando pacientes y actuando como su ayudante.El mdico le explicaba los sntomas de las enermedades y elchico lo absorba todo como una esponja, incluso le permitahacer algunos reconocimientos para que intentara diagnosti-car la enermedad. A Romn no le podan costear una educa-

    cin en Francia, pero estaba dispuesto a enviarlo a la acultadde medicina de Zaragoza, respaldado por las buenas notas delmuchacho.

    Mara estaba acostumbrada a apoyar cualquier cosa quedijera el doctor, pero en este caso, se mostraba especialmenteorgullosa de que un hijo suyo pudiera llegar a ser mdico, queen aquellos aos en un pueblo, era algo impensable. A Pedrono le pareca tan buena la posibilidad de que su hijo tuvieraque irse. l era un hombre humilde y trabajador sin ms am-bicin que sacar a su amilia adelante, le pareca que por sucondicin, ellos no estaban destinados a metas tan inalcanza-bles y que su hijo deba tener los pies en el suelo. Romn solo

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    escuchaba al doctor, al que proesaba una admiracin incon-dicional, hasta el punto de que se lo hubiera cambiado a Bebacomo padre sin pestaear. Al suyo no le entenda, ese terco

    empeo en apartarlo de su oportunidad, de condenarlo altrabajo de la tierra, le rebelaba. Por eso padre e hijo discutancontinuamente ante la mirada triste de Mara que no sabacomo acercarlos. Cuando eso ocurra, siempre era el mdicoel que pona paz y, sin pretenderlo, abra un abismo ms gran-de entre ambos.

    Cuando Beba regresaba, Luciano volcaba toda su atencin

    en ella y Romn se mora de envidia, mientras se vea obliga-do a ir con su padre a trabajar la tierra. Beba disrutaba sien-do el centro de atencin durante algunos meses al ao y lescontaba una y otra vez sus experiencias en el liceo, las clases,los proesores, las alumnas, la rutina. Cualquier detalle eraprecioso a los odos de su amilia, sobre todo Luciano, Maray la Justa que al caer el sol se reunan en la mesa de la cocina

    como antao y escuchaban ensimismados los relatos de Beba.Pedro se acostaba temprano desinteresado por l