la princesa e la rana

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La princesa ranaE. D. Baker

Traducción deJuan Tafur

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Este libro está dedicado a Ellie, Kimmy y Nate,por su aliento y apoyo.

Quiero también expresar mi agradecimiento a Victoria Wells Arms, Nancy Denton y Rebecca

Gardner por sus comentarios y sugerencias.7

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Uno

Desde niña supe que el pantano era un lugarmágico, donde unos nacían y otros morían; unlugar en el que te topabas con amigos o enemi-

gos insospechados y cualquier cosa podía ocurrir, aunsi eras una princesa tan torpe como yo. Pero, aunquelo he sabido siempre, no lo comprobé hasta que elpríncipe Jorge vino de visita y conocí al sapo de missueños.

Huyendo del príncipe, que era el favorito de mimadre aunque no el mío, me fui al pantano. No habíaplaneado la fuga, pero en cuanto oí que ella anunciabala visita decidí escapar y, como en el castillo nadie repa-raba en mí, conseguí escabullirme sin ser vista. Cuan-do ya estuve a salvo en mi refugio, me pregunté cómose lo habría tomado mamá. Me la imaginaba mirándo-me por encima del hombro mientras me sermoneabasobre los deberes de una princesa. Porque, aunque pro-curábamos evitarnos la una a la otra, yo conocía bienesa mirada.

Por ir pensando en mi madre, estuve a punto de pi-sar a una serpiente que se había escurrido hasta el sen-

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dero por entre el pastizal. Di un grito y me aparté de unsalto, con tal mala fortuna que se me enredó el tacón enla raíz de un viejo sauce. Abrí los brazos para no perderel equilibrio pero, al llevar una falda larga y gruesa ysiendo fiel a mi torpeza, caí redonda al suelo, empapa-do de agua de lluvia. Un hervidero de saltamontes sedispersó alrededor mientras chapaleaba para ponermede pie, pero el vestido ya se me había impregnado delpestazo del pantano. Desgraciadamente, por el hecho denacer princesa no te conviertes en una persona máselegante ni más segura de ti misma; llevo catorce añoslamentándolo.

Cuando por fin logré recogerme la falda y levantar-me, la serpiente había desaparecido otra vez en el pas-tizal. Así que caminé por el borde opuesto del sendero,buscando con qué defenderme en caso de que volvieraa aparecer.

—¡Muchas gracias! —dijo una voz ronca.Eché un vistazo, pero no vi a nadie.—¿Quién está ahí? —pregunté.Aparte de mi tía Grassina, yo era la única persona

del castillo que iba al pantano.—Yo. Estoy aquí. No eres muy observadora que di-

gamos, ¿eh?Me volví hacia donde parecía provenir la voz y miré

por todas partes. Sin embargo, no vi más que una pozade agua turbia bordeada de musgo, en uno de cuyos extremos había un macizo de juncos, en el que pulula-ban libélulas, moscas y mosquitos. Apostado en la ori-lla, un sapo me observaba; el bicho habló de nuevo y diun brinco. No me sorprendieron tanto sus palabras

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como el hecho de que fuera capaz de mover los labios.Porque, aunque estoy acostumbrada a la magia —tíaGrassina es bruja—, hasta entonces ningún animal mehabía hablado.

—Esos saltamontes eran mi almuerzo, ¡y por tuculpa no podré atraparlos! —renegó el sapo apuntán-dome con un dedo membranoso—. Siendo tan grandey tan torpe tendrías que fijarte más dónde pisas.

—Lo siento —repliqué, ofendida—. Fue sin querer.Un... un accidente.

—¡Vaya! ¡Las disculpas no quitan el hambre! Peroeso a ti te tiene sin cuidado, ¿no? ¡Apuesto a que nun-ca has pasado hambre en tu vida!

Aquel sapo empezaba a fastidiarme. Ya tenía yo su-ficiente con morderme la lengua en presencia de mamápara que ahora me cohibiera un batracio.

—Para tu información —dije mirándolo muy se-ria—, no he comido nada en todo el día. Mi madre in-vitó al príncipe Jorge y tuve que fugarme de casa; nosoporto pasar un día entero con él.

—¿Qué dices? —inquirió el animal haciendo unamueca—. ¡Saltarse una comida porque alguien no tecae bien! ¡Yo jamás haría algo así! Conozco a Jorge y nisiquiera por él… —Parpadeó y abrió los ojos como pla-tos. Luego se aproximó mientras me observaba de piesa cabeza, como si me viera por primera vez—. Esperaun momento… Si tu madre ha invitado al príncipe devisita, ¿quiere decir que eres una princesa?

—Puede ser —repuse.Sonrió de oreja a oreja, se enderezó, cuadró sus

hombros de color verde brillante e hizo una reverencia

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doblándose por la cintura, aunque, como es evidente,ésta no era tal.

—¡Disculpadme, alteza! Si hubiera sabido que eraisuna persona tan importante, no habría hecho esos co-mentarios tan atrevidos.

—No seas pesado —rezongué poniendo los ojos enblanco—. Detesto que me hablen así. Me caías mejorcuando no sabías que era princesa.

—¡Ajá! —exclamó, y saltó hacia mí sin quitarmelos ojos de encima—. Conque te caigo bien, ¿eh?Oye, ¿podrías hacerme un favor? Es una cosita denada.

—¿De qué se trata? —Me arrepentí en cuanto hubepronunciado esas palabras.

—¿Me harías el honor de darme un beso?No pude evitarlo: se me escapó la risa, solté la car-

cajada, bramé y rebuzné; siempre me ocurre lo mismocuando algo me hace reír. Unos pájaros negros alzaronel vuelo, como si les hubiera disparado con un tirachi-nas, y una tortuga resbaló de la piedra en la que toma-ba el sol y cayó al agua. El sapo me miró con descon-fianza.

—¿De verdad eres una princesa? Las princesas nose ríen así.

—Lo sé, lo sé —dije secándome las lágrimas—.Mamá me lo ha dicho mil veces: la risa de una princesano debe sonar como el rebuzno de un burro, sino comouna campanilla. Ya le he explicado que es superior amis fuerzas; no consigo controlar la risa, sobre todocuando me río de verdad. Me sale instintivamente, sindarme ni cuenta.

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—Ya veo… ¿Y el beso, entonces? —Se puso depuntillas, alzó la barbilla y me ofreció los labios.

—Lo siento, no me interesa besar a ningún sapo.—Es muy bueno para la piel, según dicen —insis-

tió, y se acercó más.—Lo dudo. Además, yo tengo la piel estupenda.—¿No conoces aquel viejo refrán que dice: «Trae

buena suerte besar a un sapo»?—Pues no; no debe de ser tan viejo. Creo que te lo

acabas de inventar. Y prefiero no tener buena suerte aque se me queden los labios pringosos. —Retrocedí conun escalofrío—. ¡No, no y no! ¡No insistas más!

Entonces suspiró, se rascó la cabeza con una pata yse lamentó:

—Tal vez no dirías eso si supieras que soy un prín-cipe convertido en sapo. Desafortunadamente, le dije auna bruja que se vestía fatal y no se lo tomó a bien.

—¿Qué tiene que ver esa historia con el beso?—Si una princesa me besa, ¡volveré a convertirme

en príncipe!—No es precisamente un cumplido, ¿no? Lo único

que quieres es que te bese una princesa, aunque seavieja y fea. Pero a las chicas nos gusta que nuestro pri-mer beso sea algo especial… Así que ¡no pienso besar-te! Quién sabe dónde has estado, o tal vez me podríascontagiar una enfermedad terrible y... y debes de tenermal aliento a juzgar por lo que comes.

—¡Caray! —El sapo se empinó hasta donde puedeempinarse un animal de su especie—. ¡Realmente eresuna maleducada! Te he pedido un favor pequeñito y túme insultas.

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—No es un ningún favor pequeñito, y tú lo sabes.Yo sólo doy besos a otras personas. ¡Además, acabo deconocerte!

—¡Pero es importante! Es una cuestión de ser o noser, príncipe o sapo.

—Lo siento. No tengo el hábito de besar a los extra-ños, sean príncipes o sean sapos. ¿Por qué no te buscasa otra? No faltará alguna princesa que acceda a tus de-seos. Búscate alguna que no sea tan grande ni tan torpecomo yo.

No tenía intención de admitirlo, pero los comenta-rios del bicho me habían molestado. Mamá no se can-saba de decirme lo mismo y me tenía harta.

—¡Claro! ¡Si lo pediré a cualquiera de las princesasque vagan por el pantano! ¡Todas se mueren por be-sarme!

Esta vez el sapo había ido demasiado lejos. Me reco-gí la falda, dispuesta a marcharme.

—Si vas a ponerte así, me voy. Hui del castillo parano aguantar la visita del petardo del príncipe, pero tam-poco quiero hablar con un sapo que dice ser un prínci-pe y es igual de petardo.

—¡No! ¡Espera! ¡Vuelve; no puedes irte así! ¡Esuna emergencia! ¿Es que no tienes compasión? ¿Dónde está tu solidaridad? ¡Dame un besito, por favor!

Me detuve al borde del sendero y, pese a que tratéde hablar con serenidad, me temo que las palabras so-naron secas y cortantes, pues la situación no resultabanada fácil.

—Me da igual si se acaba el mundo —rezongué—.

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Tengo mejores cosas que hacer que atender a tus absur-dos ruegos. ¡Buenos días, Sapo!

Y me marché, aunque él seguía mirándome deses-perado como si estuviera en un aprieto tremendo. Y nofui capaz de quitarme de la cabeza esa mirada en todoel día.

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Dos

Pasé el día visitando mis lugares preferidos delpantano: recorrí las trochas escondidas que bor-deaban el traicionero lodazal y, ya en tierra fir-

me, busqué el bosquecillo donde había descubierto doscervatillos gemelos en la primavera; luego me tendíjunto al estanque en el que se reflejaban las nubes pe-regrinas y regordetas. Cuando empezó a hacer calor deverdad, me quité los zapatos y las medias y crucé el ria-chuelo hasta la islita, sintiendo en las plantas de los piesla caricia de los guijarros pulidos por el agua.

Era ya tarde cuando regresé al castillo, pero en vezde ir a mi habitación, subí por la larga y estrecha esca-lera que trepaba hasta los aposentos de tía Grassina,más conocida como la Bruja Verde. Es hermana demamá y vive en el castillo desde antes de que yo nacie-ra. A diferencia del resto de mi familia, no me criticacada vez que me ve.

Llegué al final de la escalera, llamé a la puerta y es-peré. Antes de abrir, mi tía siempre sabe quién va a vi-sitarla y, según me dijo en una ocasión, es un don bas-tante útil porque así no responde a la llamada si se trata

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