la princesa voladora
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LLAA PPRRIINNCCEESSAA VVOOLLAADDOORRAA
Érase una vez, hace mucho pero que mucho tiempo, en
un gran castillo, una
princesa llamada
Ana.
Era muy guapa y
tenía
un precioso pelo muy
largo. Tenía una
mascota que era un
gato. Era un gato
negro con unos ojos
naranjas muy
brillantes,
y llamado Misifú.
Era muy suave y le encantaba que le acariciaran. Un
día, Ana salió a dar un paseo al bosque, junto a
Misifú. Se lo estaba pasando muy bien, habían estado
jugando, se habían encontrado con otros amigos,
habían estado en el río…
Ya estaba atardeciendo, por lo tanto volvieron al
castillo. Cuando estaban llegando, Ana se dio cuenta
de que Misifú había desaparecido. Entonces Ana, muy
preocupada, se puso a correr hacia el castillo a la
velocidad de la luz, (según ella). En cuanto llegó al
castillo, abrió la puerta, entró y empezó a gritar:
¡¡¡Mamá, papá, Misifú ha desaparecido, hay que
encontrarle!!!
Entonces sus padres, que eran
los reyes de aquel reino,
fueron
corriendo a donde estaba
Ana, y empezaron a
preguntarla todo tipo de
cosas,
como por ejemplo qué habían
hecho, dónde había
desaparecido…
En cuanto Ana les contó todo,
mandaron a unos soldados a
buscarlo. Estuvieron toda la
noche y todo el día buscándolo.
Preguntaron por todas las casas; revisaron todos los
escondrijos que había por allí; hasta buscaron por
los alrededores del reino. También lo llenaron todo
de carteles.
Pero…No hubo rastro de Misifú.
Cuando los soldados volvieron al castillo, les
informaron a los reyes de que no lo habían
encontrado. Por lo tanto Ana, muy preocupada,
decidió que tenía que ir ella misma a buscarlo. Se
acostó muy pronto para poder levantarse
temprano al día siguiente.
Eran las 7:30 y la cocinera despertó a Ana dando
golpes con una cuchara en una cazuela. Ésta se
levantó de un sobresalto y se fue a desayunar. Al
terminar salió en su búsqueda. Antes de salir se dijo:
-nunca volveré a entrar por esta puerta sin llevar a
Misifú-
Al primer sitio al que
Ana se dirigió fue a
donde habían estado
paseando hacía unos
días, y también estuvo
en las casas de sus
amigas a
preguntarles
si le habían visto, pero
no hubo una buena
respuesta. Ana estaba
muy cansada, y tenía mucha sed y hambre.
Entonces vio una cueva en la que había un vaso de
agua, unos sándwiches y unas mantas. Se adentró
en la cueva, y como no veía a nadie, se bebió un
poco de agua, se comió un sándwich se acostó.
Cuando se levantó se sentía muy incómoda. Notaba
algo muy raro en la espalda, giró
la cabeza y vio… ¡Unas ALAS! Se
asustó mucho y pensó, -¡Oh no, que
tonta soy, nunca debería haber
tomado eso!-
Aunque más tarde, se dio cuenta
de que aprovechando que tenía
alas, podía sobrevolar todo el
reino, y así localizar a Misifú pero
mirando desde arriba. Intentó
volar. Como al principio no
conseguía elevarse, se tuvo que dar
a ella misma unas clases de vuelo.
Una vez que lo consiguió, subió
todo lo que pudo y empezó a
moverse. Llevaba mucho tiempo
volando, y de repente vio una
cosa negra con dos puntos, y que
se movía. Se acercó más y se dio
cuenta de que era… ¡¡¡Misifú!!!
De nuevo salió corriendo, o mejor
dicho volando a cogerlo. Entonces
con mucho cuidado lo cogió y le
dio un fuerte abrazo.
Se fueron volando los dos, (Ana
con Misifú en brazos), y enseguida
llegaron al palacio. Cuando Ana les contó todo, sus
padres se alegraron mucho. Pero hasta ese momento,
sus padres no se habían dado cuenta de lo que Ana
tenía en la espalda, es decir, las alas.
En cuanto su madre se percató de
aquello se asombró mucho y preguntó al instante
–¿Por qué llevas esas alas? ¿Cómo te han salido? ¿De
dónde las
has
sacado?
¿Ya sabes
volar?
Ana les
contó que
había
estado Una
cueva, que
había
bebido el
agua, y
también comido un sándwich , que había dormido
allí…
Sus padres lo comprendieron y Ana tuvo una idea.
Si bebiendo agua las alas habían aparecido,
quizás tomándolo otra vez, desaparecían.
Entonces sus padres le dejaron ir.
Le costó un poco encontrar la cueva, pero luego no
tardó mucho.
Se bebió el agua, (porque sándwiches no quedaban)
y se volvió a casa. Se acostó muy ilusionada
esperando a que fuera por la mañana para
levantarse sin alas, pero ocurrió el efecto inverso. Las
alas habían aumentado el tamaño que tenían el
día anterior. Las alas eran tan grandes que no
cabía por la puerta de su habitación, y tuvo que
salir volando por la ventana. Aunque la verdad, se
sorprendió, porque resultaba mucho más fácil volar.
Pero Ana seguía con ganas de quitarse las alas.
Salió a dar un paseo, (esta vez sin Misifú). Para ver
si encontraba algo con lo que quitarse las alas, pero
no encontró nada.
Entonces se dio la vuelta para volver al castillo.
Como Ana tenía mucha sed, y se paró en el río a
beber agua. ¡¡¡Estaban pasando muchos animalillos
y casi se traga uno!!!
De repente, pasó un banco de grandes, coloridos y
brillantes peces, y salpicaron todo lo que tenían a su
alrededor, Ana incluida. El agua también mojó sus
alas, y un pez larguirucho y feo que pasaba en ese
momento saltó hacia ellas. El pez se despellejó, se
quedó sin escamas y saltó de nuevo al agua. Las
alas se habían quedado cubiertas de escamas, y
empezaron a ponerse amarillas, luego rojas, a
continuación moradas y más tarde… ¡PUF!
Desaparecieron.
Ana estaba muy contenta y fue a contárselo a todo
el mundo. El primero en enterarse fue Misifú, que
estaba esperándola a la puerta del castillo.
Todo el mundo se quedó muy contento.
Y Ana, muy lista, fue a la cueva a coger el agua que
había hecho que aparecieran las alas, por si algún
día lo necesitaba. ¿Quién sabe? Puede pasar
cualquier cosa.
La princesa voladora Autora: Laura Rodríguez Ilustradora: Laura Rodríguez