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Revista Mexicana de Análisis Político y Administración Pública Departamento de Gestión Pública y Departamento de Estudios Políticos y de Gobierno Volumen VII, número 1, enero-junio 2018 Pp. 159-186 Revista Mexicana de Análisis Político y Administración Pública. Universidad de Guanajuato. 159 Fecha de recibido: 24 de septiembre de 2017 . Fecha de aceptación: 15 de marzo de 2018. LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA FEDERACIÓN RUSA EN RELACIÓN CON EL CONFLICTO EN SIRIA. ¿NACIONALISMO VERSUS PRAGMATISMO? The Russian Federation's 2015-2016 Foreign Policy in the Syrian Conflict: Nationalism vs. Pragmatism? Pablo Telman Sánchez Ramírez Resumen Luego de la política de sanciones de Occi- dente contra Rusia, Siria se convirtió en una oportunidad para el gobierno ruso de demos- trar que podían enfrentar las estrategias de EEUU dentro de la convulsa región de Medio Oriente. Este artículo analiza el desenvolvi- miento de la política exterior de Rusia, los cambios en relación con su involucramiento militar en el conicto en Siria a partir del año 2015, así como el peso que desempeñan el nacionalismo y el pragmatismo dentro de su estrategia exterior actual. Siria es vista por Rusia desde una óptica diferente a partir del golpe de Estado en Ucrania. El conicto en Siria adquiere un signicado geopolítico internacional al demostrarse que se agudi- za la tradicional confrontación de intereses existentes entre Rusia y EEUU, y a su vez su interacción con las potencias regionales: Tur- quía, Irán, Israel y Arabia Saudita. Como en la Guerra Fría, Rusia y EEUU vuelven a ocu- par posiciones enfrentadas en el escenario del Medio Oriente, en este caso en Siria. Palabras clave: Rusia, nacionalismo, prag- matismo, conicto, Siria. Abstract After the Western sanction policies against Russia, Syria became an opportunity for the Russian government to demonstrate its role as a global power and its ability to confront the USA strategies in the convulsed Midd- le East region. is article analyzes the de- velopment of the Russian foreign policy, its changes regarding the Russian military in- volvement in the Syrian conict since 2015, as well as the weight of nationalism and prag- matism in the current foreign strategy. Syria is seen by Russia from a dierent perspective since the coup d' état that happened in Ukrai- ne. e Syrian conict become signicant at international geopolitics due to the traditio- nal confrontation of interests between Russia and USA and at the same time its interaction with the regional powers: Turkey, Iran, Israel and Saudi Arabia. As in the Cold War era, Russia and the United States are reoccupying confrontational positions in the Middle East. Keywords: Russia, nationalism, pragma- tism, conict, Syria. Introducción Las relaciones de Rusia con Occidente y, principalmente, con Estados Unidos sufrieron un visible y mantenido distanciamiento a partir del año 2007 cuando la OTAN desplegó

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Revista Mexicana de Análisis Político y Administración PúblicaDepartamento de Gestión Pública y Departamento de Estudios Políticos y de Gobierno

Volumen VII, número 1, enero-junio 2018Pp. 159-186

Revista Mexicana de Análisis Político y Administración Pública. Universidad de Guanajuato.

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Fecha de recibido: 24 de septiembre de 2017.Fecha de aceptación: 15 de marzo de 2018.

LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA FEDERACIÓN RUSA EN RELACIÓN CON

EL CONFLICTO EN SIRIA. ¿NACIONALISMO VERSUS PRAGMATISMO?

The Russian Federation's 2015-2016 Foreign Policy

in the Syrian Conflict: Nationalism vs. Pragmatism?

Pablo Telman Sánchez Ramírez

ResumenLuego de la política de sanciones de Occi-dente contra Rusia, Siria se convirtió en una oportunidad para el gobierno ruso de demos-trar que podían enfrentar las estrategias de EEUU dentro de la convulsa región de Medio Oriente. Este artículo analiza el desenvolvi-miento de la política exterior de Rusia, los cambios en relación con su involucramiento militar en el conflicto en Siria a partir del año 2015, así como el peso que desempeñan el nacionalismo y el pragmatismo dentro de su estrategia exterior actual. Siria es vista por Rusia desde una óptica diferente a partir del golpe de Estado en Ucrania. El conflicto en Siria adquiere un significado geopolítico internacional al demostrarse que se agudi-za la tradicional confrontación de intereses existentes entre Rusia y EEUU, y a su vez su interacción con las potencias regionales: Tur-quía, Irán, Israel y Arabia Saudita. Como en la Guerra Fría, Rusia y EEUU vuelven a ocu-par posiciones enfrentadas en el escenario del Medio Oriente, en este caso en Siria. Palabras clave: Rusia, nacionalismo, prag-matismo, conflicto, Siria.

AbstractAfter the Western sanction policies against Russia, Syria became an opportunity for the Russian government to demonstrate its role as a global power and its ability to confront the USA strategies in the convulsed Midd-le East region. This article analyzes the de-velopment of the Russian foreign policy, its changes regarding the Russian military in-volvement in the Syrian conflict since 2015, as well as the weight of nationalism and prag-matism in the current foreign strategy. Syria is seen by Russia from a different perspective since the coup d' état that happened in Ukrai-ne. The Syrian conflict become significant at international geopolitics due to the traditio-nal confrontation of interests between Russia and USA and at the same time its interaction with the regional powers: Turkey, Iran, Israel and Saudi Arabia. As in the Cold War era, Russia and the United States are reoccupying confrontational positions in the Middle East. Keywords: Russia, nationalism, pragma-tism, conflict, Syria.

Introducción

Las relaciones de Rusia con Occidente y, principalmente, con Estados Unidos sufrieron un visible y mantenido distanciamiento a partir del año 2007 cuando la OTAN desplegó

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una estrategia de cerco geopolítico frente al Estado ruso y la postura intervencionista de Occidente en relación con el conflicto en Kosovo. A pesar de que la era de la Guerra Fría finalizó desde hace tres décadas, Rusia y Estados Unidos mantienen intereses, es-trategias y ambiciones que heredaron de esa etapa y que aún hoy día no logran superar. Por el contrario, en los años más recientes la competencia entre ambas potencias por el liderazgo geopolítico en regiones claves del orbe, como Medio Oriente o el territorio llamado el cercano extranjero¹ se ha exacerbado llegando a niveles nunca antes vistos.

El caso de Siria es sólo el testimonio más reciente de una larga lista de territorios y regímenes sobre los cuales ambas potencias mantienen posturas divergentes. Algunos de estos países son Irán, Irak, Libia, Georgia, Moldova, Ucrania, Kirguistán, Uzbekis-tán, Egipto, Serbia y Corea del Norte.

La política exterior de Rusia ha mantenido una línea estratégica bastante similar desde 2007 y 2008, cuando en la praxis se delineó una estrategia mayormente nacio-nalista, que responde abiertamente a la definición del interes nacional de Rusia, pero también con marcados visos de pragmatismo. Durante el régimen de Vladimir Putin, se han adoptado cuatro leyes de política exterior que no difieren de manera significa-tiva entre sí, pero que sí presentan reacomodos y modificaciones en sus postulados y conceptos a causa de la variación de la correlación de fuerzas en el entorno regional y global.² Por ejemplo, acontecimientos desfavorables para Rusia tales como el derroca-miento del presidente ucraniano Víctor Yanúkovich; el despliegue de una política de sanciones económicas, comerciales, diplomáticas y militares por parte de Occidente contra Rusia luego de la adhesión de Crimea en 2014 y que aún se mantiene vigente; la modernización de la tecnología militar y rearme de la OTAN en los territorios vecinos para desplegar una política de contención contra Rusia y, finalmente, el intento de de-rrocar al régimen del presidente sirio Bashar Al-Assad, su principal y más fiel aliado en la región del Medio Oriente, encendieron las alarmas en el Kremlin. Todo este com-plejo escenario ha provocado que el gobierno ruso profundice y fortalezca aún más la veta nacionalista-patriótica de su política exterior. Sin embargo, el pragmatismo y la moderación se mantienen siempre como una alternativa viable dentro de la estrategia de política exterior, aunque a partir de septiembre de 2016 se percibían acciones y pos-turas menos conciliadoras hacia Washington.

En el presente artículo analizaremos el desenvolvimiento de la política exterior de Rusia y los cambios percibidos específicamente en relación con su involucramiento directo en el conflicto armado en Siria a partir del año 2015. Se analizará la impor-tancia que reviste la región del Medio Oriente —particularmente Siria— dentro de la estrategia exterior y de seguridad nacional de Rusia. Así mismo, se realizará una deta-llada referencia al estado de las relaciones de Moscú con EEUU y Europa, al conflicto

¹ El cercano extranjero es una definición geopolítica que hace referencia al territorio que comprenden los países ex soviéticos

² Estas cuatro leyes de política exterior contienen los lineamientos y postulados de la estrategia exterior del Estado ruso durante los últimos 18 años. Fueron adoptadas en 1999, 2008, 2013 y diciembre de 2016.

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en Ucrania y a su vinculación directa con el actuar proactivo y ofensivo de Rusia en el conflicto en el país del Levante. El tema de Siria será abordado no solamente desde el punto de vista del sólido, tradicional y permanente vínculo bilateral entre Mos-cú y Damasco, sino también desde una óptica geoestratégica más amplia, al tomar en cuenta los intereses de todas las partes involucradas —Rusia en primer lugar— y comprometidas en el avance y profundización del diferendo. En el análisis de esta compleja y multidimensional problemática será imprescindible realizar referencias no solamente a los intereses y posturas de Rusia, sino también de EEUU en relación al conflicto en Siria y de este último con la propia Rusia. Así mismo, analizaremos cómo este diferendo adquiere un significado geopolítico internacional que va más allá de sus fronteras al demostrar el equilibrio y confrontación de intereses y poderes existente no solamente entre Rusia y EEUU, incluidas las potencias europeas, sino también con las potencias regionales involucradas (Turquía, Irán, Israel y Arabia Saudita). Finalmente, constataremos cómo este conflicto tiene connotaciones no solamente regionales, sino también internacionales al demostrarse que la estrategia de contención contra Rusia se mantuvo como una prioridad para el presidente Obama y el conflicto en Siria se añadió como un nuevo capítulo dentro de esta estrategia. La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump abría un espacio para un posible reacomodo en los nexos Wash-ington-Moscú, pero hasta el momento esto no ha ocurrido y, por el contrario, se han recrudecido las sanciones y críticas contra Moscú.

El desenvolvimiento del conflicto en Ucrania guarda una estrecha relación con la estrategia rusa en relación con Siria. Las doctrinas de defensa y nuclear adoptadas desde el primer mandato de Putin³ ya habían contemplado casos hipotéticos de ines-tabilidad y conflicto muy similares al registrado en Ucrania a partir de diciembre de 2013, los cuales eran considerados como una flagrante amenaza a la seguridad nacional del Estado ruso. Una de las hipótesis del presente artículo es precisamente que el invo-lucramiento más directo de Rusia en el conflicto sirio fue provocado por la postura de Occidente de aislamiento, enfrentamiento y condenas hacia Moscú a causa de su apo-yo a los rebeldes ruso-ucranianos y de la incorporación de la península de Crimea a su territorio. De acuerdo con la postura oficial del Kremlin, tanto el conflicto en Ucrania como el de Siria en cierta manera fueron alentados desde el exterior y una de sus con-secuencias ha sido el avance en la política de contención de Occidente contra Rusia.4

³ El autor analiza estas leyes que han servido de marco conceptual, ideológico y práctico a la gestión exterior del gobierno ruso a partir del año 2000. Se podrían revisar: Razón y poder: Rusia, una potencia en el siglo XXI”, Miguel Ángel Porrúa, 2005 y El regreso de la eterna Rusia al orden internacional. ¿Confrontación o negociación con Occidente?, Tecnológico de Monterrey, México, 2010.

4 A partir de 2004, se empieza a diseñar una política de contención hacia el Estado ruso que llegó incluso a incitar una blanche revolution en vísperas de las elecciones presidenciales de 2008. La política de contención se tradujo en el aislamiento y enfrentamiento con Rusia. La guerra en Osetia constituyó un parteaguas clave para el diseño definitivo de esta estrategia, que alcanzó su mayor intensidad a partir de 2014, luego del involucramiento de Rusia en el conflicto en Ucrania.

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Antecedentes

Siria es vista por Rusia desde una óptica diferente a partir del golpe de Estado acaecido en Ucrania. Aunque desde el año 2007 se había mantenido una especie de equilibrio estratégico entre la tendencia realista —de corte nacionalista-patriótica— y el pragma-tismo —que se mantiene presente en la política exterior y de seguridad nacional de Rusia—, a partir del conflicto en Ucrania el Estado ruso adopta posturas más radicales en su política exterior, sobre todo en el marco del escenario euroasiático, incluido el Medio Oriente.5 De tal forma, la incursión militar rusa en Siria en septiembre de 2015 en apoyo al gobierno de Al-Assad y cuyo mayor logro fue la liberación de la estratégica ciudad de Alepo de las fuerzas extremistas (diciembre 2016) podría considerarse como la primera manifestación del mayor peso que se le empieza a otorgar a esta línea dura y nacional-patriótica dentro de la alta política de Moscú. La política de contención hacia Rusia por parte de Occidente alcanza su nivel más álgido precisamente durante el des-envolvimiento del conflicto en Ucrania y, a partir de ese momento, el Kremlin tensa su interacción con este bloque sin llegar a interrumpir los canales de diálogo básicos (Sán-chez, 2016:133-160). El pragmatismo y la política de comunicación abierta por diversas vías con las autoridades de EEUU y Europa nunca han quedado soslayadas. Aunque las posturas oficiales de Alemania se han mantenido en consonancia con la tónica europea de condenas y sanciones contra Moscú, y su gobierno confirmó la extensión del perio-do de sanciones económicas hasta finales de 2017, los canales diplomáticos de diálogo directos Merkel-Putin se han mantenido siempre abiertos. El caso de Francia es otro ejemplo: cuando los presidentes Putin y Hollande se reunieron luego de los atentados terroristas de 2016 en París, intercambiaron experiencias sobre una posible lucha global contra el terrorismo. Con la llegada de Macron a los Campos Elíseos en mayo de 2017, se mantiene esta tónica de diálogo ágil y fluido con Moscú. Italia, Hungría y Grecia son países que se manifiestan abiertamente a favor del levantamiento de las sanciones contra Moscú, pues sus economías han sido de las más afectadas. En el caso específico de Italia, su gobierno calcula las pérdidas económicas para su economía producto del bloqueo en 12 mil millones de euros (Sputnik, 2017). A pesar de que es evidente que las sanciones de Occidente han afectado a la economía rusa a partir del año 2014, ésta ha buscado vías alternativas de comercio e inversión. El gobierno ruso informó que de enero a septiembre de 2016 las exportaciones se cuadruplicaron, para quedar en 199 mil millones de dólares y las importaciones se redujeron en 4.4 puntos hasta los 135 mil 200 millones, para un superávit de casi 64 mil millones (Rondón, 2016a:16).

Luego del aislamiento de Rusia y de la política de condenas y sanciones por parte de Occidente, Siria se convirtió en una oportunidad para el Kremlin de demostrar — tanto en el plano externo como en el interno— que el país podía adoptar posturas

5 De acuerdo con la geopolítica rusa y las doctrinas de política exterior y seguridad nacional, Medio Oriente está incluido dentro de lo que definen como la región de Eurasia. De tal forma, Siria, Irán e Iraq quedan incluidos dentro de la doctrina euroasiática de la política exterior de Rusia.

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de gran potencia para enfrentar las estrategias de Occidente —en primer lugar, de EEUU— dentro de la convulsa región de Medio Oriente. La inestabilidad y el clima de conflictos imperante, no solamente en Siria sino en toda la región, luego de la ex-pansión del terrorismo y del afianzamiento del Estado islámico de Iraq y la Gran Siria (ISIS por sus siglas en inglés) se consideran como una amenaza directa a la seguridad nacional de Rusia, que cuenta en su territorio con una población de más de 16 millones de musulmanes (Sputnik, 2016b). Luego de la permisibilidad y de la anuencia del go-bierno ruso a la invasión a Libia o al desenvolvimiento del conflicto en Iraq, en el caso de Siria mantuvo una postura intransigente y, junto a China, logró vetar cualquier intento de aprobación en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU para llevar a cabo una invasión al territorio sirio para derrocar al gobierno de Damasco. Sin embargo, el involucramiento y liderazgo del ejército ruso en las operaciones militares aéreas en Siria también implicaban riesgos importantes para Moscú, pues el conflicto bélico podría extenderse por largo tiempo y aumentar el costo económico y humano para Rusia, todo lo cual podría provocar un desgaste paulatino e influir de manera negativa en la opinión pública rusa con vistas a las elecciones de 2018 (Tsygankov, 2015). Así mismo, la participación directa de Rusia en las operaciones militares contra el Estado islámico de Iraq y la Gran Siria (ISIS) y otras organizaciones islámicas podría contri-buir a la radicalización de las organizaciones y cédulas islámicas existentes dentro de la propia Rusia, fundamentalmente en el territorio del norte del Cáucaso: Daguestán, Chechenia, y Osetia, que presentan comprobados y evidentes vínculos con las fuerzas de ISIS, Al Qaeda y Jabhat Al-Nusra en Siria (Ter, 2015). Actualmente existen dos orga-nizaciones yihaidistas en el norte del Cáucaso ruso: el Imarat del Cáucaso (o Emirato del Cáucaso) y la Provincia del Cáucaso del Estado Islámico que se considera parte directa de ISIS. Una preocupación clave para el gobierno ruso es que las tendencias extremistas se extiendan dentro de sus fronteras, entre las comunidades musulma-nas rusas, sobre todo en la zona del Cáucaso Norte, donde se mantienen fuertes los anhelos separatistas. A pesar de que ISIS había anunciado su intención de adquirir armas nucleares a través de Pakistán, especialistas rusos coinciden en que ese no sería el mayor peligro, sino el empleo de armamentos químicos y biológicos de destrucción masiva que podrían llegar a amenazar incluso a la población rusa (Koshkin, 2015). Un último factor: la mayoría de la población musulmana en Rusia es sunita, mientras que las fuerzas aliadas a Moscú en la región de Medio Oriente —los gobiernos sirio e iraní, así como Hezbolláh— son de tendencia chiita, por lo que el gobierno ruso podría ser criticado por desplegar una postura pro-chiita en la región. Una estrategia pragmática de mayor coordinación con la dirigencia sunita de Egipto, Bahrein y Palestina, podría constituir una salida adecuada para lograr un balance conveniente en la estrategia rusa en la región. (Suchkov, 2015:13).

Desde el fracaso de las primaveras árabes, Rusia se acercó más a sus aliados en esta zona: Siria e Irán y, más reciente, Egipto. Precisamente una consecuencia de la estra-tegia aislacionista y de contención de EEUU contra Rusia ha sido el mayor acercamien-to de Moscú a China e Irán, coordinando y estrechando sus vínculos económicos,

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financieros,6 comerciales, energéticos, políticos y militares. Esta alianza con China e Irán ha sido también utilizada para crear un frente común de coordinación diplomá-tica en relación con el conflicto en Siria. Como ya dijimos, en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU, desde 2012, Moscú contó con la colaboración de Beijing para bloquear los intentos de aprobar resoluciones de condena al gobierno de Al-Assad y lograr así una legitimidad internacional para llevar a cabo una incursión militar en el territorio de Levante. En septiembre de 2013 Rusia logró la aprobación de un acuerdo respecto a las armas químicas en Siria que facilitó la disminución de la tensión entre Washington y Damasco (Zisser, 2015:26). Sin embargo, las condiciones de Washing-ton para establecer una negociación de paz con Damasco se mantenían: la dimisión del gobernante sirio. En 2016 se acordó el establecimiento de un gobierno de transi-ción que se extendería por un período máximo de dos años, lo cual fue aceptado por Moscú, pero nuevamente fue violado el alto al fuego por parte de Washington en sep-tiembre del propio año y se regresó a la confrontación militar y diplomática anterior.

Concepto de Política Exterior rusa

La política exterior de Rusia ha mantenido una línea estratégica bastante similar desde 2007 y 2008, cuando en la praxis se delineó una estrategia mayormente nacionalista que responde abiertamente a la definición del interes nacional de Rusia pero también con marcados visos de pragmatismo. Durante el régimen de Vladimir Putin se han adoptado cuatro leyes de política exterior que no difieren de manera significativa entre sí, pero que sí presentan reacomodos y modificaciones en sus postulados y conceptos a causa de la variación de la correlación de fuerzas en el entorno regional y global.7 Por ejemplo, acontecimientos desfavorables para Rusia tales como el derrocamiento del presidente ucraniano Víctor Yanúkovich; el despliegue de una política de sancio-nes económicas, comerciales, diplomáticas y militares por parte de Occidente contra Rusia luego de la adhesión de Crimea en 2014 y que aún se mantiene vigente; la mo-dernización de la tecnología militar y rearme de la OTAN en los territorios vecinos para desplegar una política de contención contra Rusia; y finalmente el intento de derrocar al régimen del presidente sirio Bashar Al-Assad, su principal y más fiel aliado en la región del Medio Oriente, encendieron las alarmas en el Kremlin. Todo este complejo escenario ha provocado que el gobierno ruso profundice y fortalezca aún más la veta nacionalista-patriótica de su política exterior. Sin embargo, el pragmatismo y la mo-deración se mantienen siempre como una alternativa viable dentro de la estrategia de política exterior, aunque a partir de septiembre de 2016 se percibían acciones y postu-ras menos conciliadoras hacia Washington.

De acuerdo al Concepto de Política Exterior de la Federación Rusa aprobado en

6 En 2015 se inició el comercio bilateral entre Rusia y China utilizando sus monedas nacionales.7 Estas cuatro leyes de política exterior contienen los lineamientos y postulados de la estrategia exterior

del Estado ruso durante los últimos 18 años. Fueron adoptadas en 1999, 2008, 2013 y 2016.

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noviembre de 2016, se mantienen la prioridad de la defensa de la integridad y soberanía del territorio cercano a sus fronteras, y mayormente del cercano extranjero y, en segundo lugar, la profundización de los vínculos políticos, económicos, comerciales y militares con una larga lista de países ubicados en la región de Eurasia, incluyendo la estratégica zona de Medio Oriente (Ministerio de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa, 2016). Precisamente en esta región se comienzan a priorizar los vínculos bilaterales en lugar de nexos de índole multilateral con la región en su conjunto, la misma estrategia empleada por el Kremlin en Europa desde la década pasada, cuando los vínculos bi-laterales y la firma de acuerdos de Moscú con países como Italia, Alemania, Austria, Francia tomaron fuerza, en lugar de las ríspidas relaciones con la Unión Europea en su conjunto. Esto fue debido a la reticencia de varios estados europeos a estrechar nexos con Moscú.8 Todo ello llevó a la profundización de una diplomacia dual de naturaleza nacionalista-pragmática que combinaba la desconfianza y crítica abierta por parte del Kremlin ante las posturas de Occidente con las negociaciones bilaterales directas y, en ocasiones secretas, con algunas capitales europeas. Esta estrategia resultó efectiva para los intereses geopolíticos de Rusia en Europa.

Uno de los documentos más importantes de la política exterior rusa de la última década ha sido el que se refiere a los cinco principios de la “nueva política exterior rusa”, que fue dado a conocer poco tiempo después del reconocimiento unilateral de la independencia de Abjazia y Osetia del Sur (Sánchez, 2010:47-69). Rusia mantiene in-tereses claves en sus territorios fronterizos que considera su esfera directa de influencia geopolítica. Sin embargo, también prioriza a otros países del espacio euroasiático que no colindan con su territorio, pero con los que construye intereses comunes. Tal es el caso de países como India, Vietnam, Pakistán, Irán, Iraq, Egipto, Singapur, Mongolia, Serbia y lógicamente Siria. Por ejemplo, durante la visita del Primer Ministro de la India Narendra Modi a Moscú (diciembre 2015), la atención se centró en la firma de acuerdos comerciales, de colaboración económica y energética. En la esfera de seguri-dad, se ratificó la venta de cinco sistemas de misiles S-400 para la defensa antiaérea por un valor de 6 mil millones de dólares y la construcción de varios reactores nucleares por parte de la empresa rusa Rosatom en varios estados de India (Gunieyev, 2015).

Las cercanas y amistosas relaciones de Moscú con los gobiernos de Siria, Iraq e Irán (incluso luego de las negociaciones de Teherán con el presidente Obama en 2016) constatan que el Kremlin ha colocado al Medio Oriente como su segundo escenario de influencia, luego de la región de Asia (donde destacan Asia Central, China e In-dochina). Rusia ha mantenido una larga tradición de interacción política, económica y militar con varios gobiernos del Medio Oriente, algunos de los cuales resultaron derrocados como consecuencia de las revoluciones de la Primavera Árabe o, en el caso

8 En la década pasada esta estrategia que fusionaba el nacionalismo y pragmatismo en relación con sus vecinos del oeste de Europa fue conocida como Divide y vencerás. El factor de la presión política por medio del comercio energético se mantiene como un aspecto clave y estratégico para Rusia en su política hacia Europa.

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de Iraq, por la invasión de una coalición internacional liderada por EEUU Si bien la consolidación de vínculos de confianza y ventaja mutua con Europa y EEUU se había mantenido como una prioridad en la política exterior de Rusia, a partir del conflicto en Ucrania estos objetivos pasan a ocupar un lugar secundario. El clima de descon-fianza mutua, acusaciones recíprocas, distanciamiento diplomático, expulsión de Ru-sia del G-8, rearme militar, así como las sanciones comerciales y financieras colocaron los nexos bilaterales en su nivel más crítico desde la desaparición de la Unión Soviética. Sin embargo, la comunidad internacional nuevamente se ha comenzado a polarizar y a tomar partido por uno u otro bando. Rusia incursiona cada vez con mayor fuerza y liderazgo en las regiones de Asia, Medio Oriente y América Latina.

El presidente Putin ha reiterado que “Rusia es uno de los polos actuales de poder en el mundo cuyos intereses nacionales van más allá de los límites de sus propias fronteras nacionales” (Zharijin, 2008:2). Con este principio —que se ha convertido en una consigna permanente en sus discursos y negociaciones— el Kremlin confirma que no acepta la injerencia de EEUU en lo que considera su cercano extranjero, pero tampoco en el más amplio espacio euroasiático sobre todo en relación a sus aliados o socios tradicionales. Éstos son precisamente los casos de Ucrania y Siria, cada uno con sus particularidades e incluso diferencias de índole geopolítica, ideológica, histórica y cultural en relación con Rusia, pero que siguen siendo considerados países claves para Moscú. A pesar del final de la Guerra Fría, la importancia estratégica de estos territo-rios se mantienen de alta prioridad para Moscú.

Gestión diplomática de Rusia en el marco del conflicto en Siria

Es importante remarcar el papel de liderazgo que ha desempeñado Rusia tanto en el plano multilateral —en el marco de la ONU, pero también con países claves de la región como Turquía, Irán e Iraq— como bilateral (con EEUU) para impedir que se invadiera el territorio de Siria, así como su propia intervención militar aérea en el país de Levan-te. Esta estrategia dual de la diplomacia rusa se ha sostenido durante varios años, pues desde 2011 el gobierno de Obama desplegó sus planes de intento de derrocamiento del régimen de Bashar Al-Assad, tanto por la vía diplomática como militar; por su parte Rusia desde un inicio ejerció un respaldo contundente de índole diplomática, económica y militar al gobierno de Damasco. Sin embargo, a partir de 2015 el Kremlin adoptó una estrategia más agresiva y proactiva por medio de la participación militar de sus fuerzas armadas en el conflicto, cumpliendo una petición formal del gobierno sirio (Expansión, 2015).

En septiembre de 2015, después de un encuentro entre los presidentes Obama y Pu-tin, en el marco de la 70a. Asamblea General de la ONU, Rusia anunció el despliegue de una estrategia de apoyo militar al gobierno de Al-Assad dentro del territorio de Siria. (Lynch, 2015). Los repentinos y efectivos ataques aéreos rusos estuvieron encaminados a combatir a ISIS y a otros grupos de oposición al gobierno sirio, que habían estado siendo apoyados por EEUU desde hacía varios años. Rusia logró en pocas semanas des-

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truir instalaciones, tanques, vehículos, y efectivos militares de ISIS con una efectividad superior a la de EEUU en un año de operaciones aéreas, al emplear sus misiles de largo alcance (de cerca de 1500 kilómetros). Estos ataques rusos fueron apoyados por los gobiernos de Iraq e Irán.

Es un hecho que Putin había brindado apoyo logístico, en armamentos y finan-ciero al gobierno de Al-Assad desde el inicio de la guerra civil en 2011; sin embargo, su involucramiento militar directo en el conflicto se convierte en un desafío directo hacia Occidente (Hill, 2013). En 2014, después de que el gobierno sirio fue acusado por Washington de utilizar armas biológicas contra una población donde presunta-mente operaban grupos rebeldes, no se logró avanzar en el proceso acusatorio, pues el Kremlin contó con el respaldo de China en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU para proteger al gobierno sirio de una posible invasión. Precisamente en estos meses el conflicto en Ucrania se encontraba en su punto más álgido; Rusia resultaba expulsada del G-8 y era objeto de las primeras sanciones comerciales, financieras, tec-nológicas, militares y energéticas. Sin embargo, en la batalla diplomática en relación con el conflicto en Siria, Washington queda en desventaja frente al Kremlin. A menos de un mes de abandonar la Casa Blanca, el presidente Obama expulsó a 35 diplomá-ticos rusos y confirmó la prórroga de sanciones contra Rusia por un plazo de un año con el argumento de que el Kremlin influenció en los resultados de las elecciones presidenciales en EEUU por medio del empleo de hackers que penetraron el sistema del Partido Demócrata (The Guardian, 2016). Putin respondió en un comunicado oficial con un enfoque pragmático al declarar que “Rusia no expulsaría a ningún diplomático estadounidense en respuesta a las acciones de EEUU”. En la propia declaración oficial, el presidente ruso señalaba que “las medidas hostiles de la administración norteameri-cana son una provocación dirigida a socavar aún más las relaciones entre Rusia y EEUU, ya que ambos países comparten la responsabilidad de preservar la seguridad mundial” (Russia Today, 2016a:2).

Entre los años 2011 y 2016, Moscú había desplegado una exitosa gestión diplomá-tica en el marco de la ONU, así como de manera bilateral y multilateral con los países involucrados e interesados en este proceso, que logró evitar la invasión al país árabe. Como ya dijimos, China se convirtió en su aliado principal para este propósito, lo que propició un acercamiento político, económico y comercial entre ambas partes. Putin visitó China en junio del 2016 y fueron firmados una treintena de acuerdos de coope-ración bilateral en sectores claves como aeronáutica, energía, comunicaciones, finanzas y transporte encaminados a estrechar aún más los nexos entre Moscú y Beijing, luego del aislamiento de Rusia desde Occidente (Vidal, 2016).

Una prioridad diplomática para Moscú a partir de 2014 ha sido la consolidación de la Unión Económica Euroasiática, que tiene como objetivo primordial no sólo un uso más efectivo y racional de los nexos económicos mutuamente ventajosos dentro del espacio postsoviético, sino también convertirla en un modelo de asociación más amplia, abierta a otros estados que incluso no se encuentren ubicados cerca de sus fronteras. De tal forma, países del Medio Oriente podrían ingresar a este foro que

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aspira a convertirse en una alternativa desde el escenario de Eurasia a los mecanismos de integración occidentales. Luego del fracaso de la Comunidad de Estados Indepen-dientes, Rusia activó otros modelos de cooperación multilateral en el que participan países del Medio Oriente, Indochina y Asia a la par de los ex-soviéticos.

Nexos bilaterales entre Moscú y Washigton

La estrategia de política exterior del Kremlin analiza de manera detallada y profunda todo el complejo entramado de sus vínculos con Washington, aunque en la práctica estos nexos han tenido un desenvolvimiento pleno de distanciamientos y confronta-ciones. Desde mediados del 2013 el caso Snowden y la concesión de asilo político en Moscú, tensó el nivel de las relaciones bilaterales. La profundización del abismo diplo-mático entre ambos estados se hizo patente luego de la repentina cancelación por parte del presidente Obama de la Cumbre EEUU-Rusia que debía llevarse a cabo en Moscú a inicios de septiembre de 2013. El 2014 marcó un nivel aún más bajo en las relaciones bilaterales luego del surgimiento de la crisis en Ucrania. A partir de ese año surgieron las sanciones del bloque occidental a Rusia. Ya desde el año 2013, antes de la entrada en vigor de las sanciones comerciales de Occidente, Rusia ocupaba apenas el 1% del comercio exterior de EEUU (Zhuravliova, 2015:13).

Sin embargo, con independencia de la tensión mantenida en el escenario diplomáti-co ruso-estadounidense —que ha colocado a los nexos bilaterales en su peor momento de la posguerra fría precisamente a partir de 2016—, no es posible considerar a estos países como enemigos. Un ejemplo de ello fue precisamente la moderación de la po-lítica estadounidense en relación con el conflicto en Siria, al transigir ante la postura del Kremlin, que mantenía la exigencia de establecer una negociación multilateral y no permitir una invasión. Finalmente se creó un comité conformado por EEUU, Rusia, China, Alemania, Francia y Gran Bretaña, quienes participarían en el proceso de negociación para lograr un cese al fuego en el territorio sirio, que apenas a inicios de septiembre de 2016 había empezado a rendir algún resultado, luego de la firma del acuerdo bilateral entre Rusia y EEUU, que logró establecer el alto al fuego en más de 665 localidades del país, el involucramiento de gran parte de las fuerzas de la oposición en el proceso de negociación y, finalmente acordar la ayuda humanitaria a las víctimas civiles. Apenas una semana después (septiembre 17, 2016), el gobierno de Obama violó la tregua acordada con Rusia al atacar al ejército árabe de Siria en la zona de Jabal Thardah en los alrededores del aeropuerto de Deir Ezzor, en una acción premeditada que causó 60 muertos entre los militares sirios y tampoco cumplió los otros dos con-dicionamientos del acuerdo (EFE, 2016). Rusia solicitó una investigación internacional en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU y acusó oficialmente al gobierno de EEUU de sabotear el acuerdo de Ginebra logrado por ambas partes el 9 de septiembre. El 28 de septiembre, el viceministro de Defensa ruso acusó del empleo de armas quí-micas en la ciudad de Alepo como un intento de involucrar al gobierno de Damasco y del suministro de armas por parte de EEUU a la organización radical de oposición

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Al-Nusra que se identifica plenamente con Al Qaeda. Por su parte, el gobierno de Obama acusó a Moscú de alentar el conflicto e interrumpió las negociaciones de paz. De tal forma, la estratégica ciudad de Alepo se convirtió en el escenario del enfrenta-miento entre Moscú y Washington, un escenario mucho más crítico e inestable que en los tiempos de la Guerra Fría. Pocos días después, un artículo de The Washington Post anunciaba una posible invasión de EEUU a Siria, y Rusia amenazaba seguidamente con la colocación de misiles nucleares en su base militar de Tartus, que es la única base militar ubicada fuera del territorio de la CEI y la instalación más importante de aprovisionamiento de la Flota rusa del mar Negro (RT, 2016). Durante la Guerra Fría la Unión Soviética creó la quinta escuadrilla —compuesta por una veintena de buques, incluidos varios submarinos nucleares, que patrullaban el mar Mediterráneo frente a la presencia de la VI Flota estadounidense—. Después de más de una década, Rusia retomó su presencia militar permanente en el Mediterráneo a partir del año 2013 y vuelve a utilizar el puerto de Tartus para el aprovisionamiento de sus buques militares. En los planes geopolíticos de Rusia a mediano plazo, se incluía la apertura de dos bases militares en la isla yemenita de Socotra y en el puerto libio de Trípoli, cuyos proyectos resultaron cancelados luego del derrocamiento de ambos regímenes por parte de coa-liciones lideradas por EEUU. El ministro de finanzas ruso Antón Siluanov señaló que la modernización de las fuerzas armadas es la tarea priorizada dentro del presupuesto militar para los años 2017-2019. Siluanov señalaba que “en el año 2017, a pesar de todas las complejidades, se continuará modernizando nuestras fuerzas armadas; es una tarea geopolítica y uno de nuestros objetivos priorizados. El presidente Putin nos dio la tarea de garantizar que el 70% del armamento de nuestro ejército esté modernizado para el año 2020” (Bonet, 2016).

Todas las acciones militaristas y de confrontación anunciadas tanto por Moscú como por Washington luego del fallido acuerdo de paz, avizoraban un clima de mayor ten-sión, incluida la amenaza de empleo de armamento nuclear, en el que Siria se convertía nuevamente en el terreno de la discordia. En octubre de 2016, el jefe del Pentágono Ashton Carter no descartaba que EEUU podría usar armas nucleares y dejó entrever que el objetivo más probable para las armas nucleares sería Rusia. A su vez, el jefe supremo de las tropas de la OTAN en Europa, el estadounidense Curtis Scaparotti, señalaba que la OTAN continuará la política de contención contra Moscú, incluida la intensificación de maniobras militares cerca de sus fronteras (RT, 2016). Por su parte, el viceministro de defensa ruso señalaba que “Rusia puede dar una respuesta asimétrica y dolorosa ante las sanciones de EEUU” (Blinov, 2016). Sin embargo, no coincidimos con los tambores de guerra de analistas y algunos políticos como el propio presidente sirio o el jefe del Estado Mayor del Ejército de EEUU, general Mark Milley, quienes avizoran una posible Tercera Guerra Mundial en un futuro cercano, aunque es evidente que la situación imperante en la región sí mantiene los máximos niveles de tensión desde el final de la Guerra Fría. Quizás resulte más realista la declaración del primer ministro Medvédev en la Conferencia de Seguridad de Munich, que señalaba que “ya estamos en una nueva Guerra Fría” (Medvédev, 2016:1). Sin embargo, luego de la victoria de Donald Trump y

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tomando en cuenta sus promesas electorales en relación con Rusia, el actual escenario geopolítico en el Medio Oriente debería propiciar un clima de cierto entendimiento entre la Casa Blanca y el Kremlin sobre la base del establecimiento de una coalición binacional antiterrorista en la región, que había sido precisamente la propuesta de Putin desde la etapa de Obama. Sin embargo, los hechos demuestran lo contrario, aunque el tratado de alto al fuego firmado entre Rusia, EEUU y Jordania en julio de 2017 se con-virtió en el acuerdo más importante alcanzado desde el inicio del conflicto.

Queda claro que la prioridad del gobierno de EEUU desde 2011 ha sido derrocar al gobierno de Al-Assad a cualquier precio, incluido el apoyo a grupos radicalistas abiertamente terroristas que se enfrentan al régimen de Damasco en un conflicto que ya cuenta con más de 250 mil muertos, 4 millones de emigrados y más de 7 millones de desplazados internos (Ontikov, 2016:2). Desde un inicio los grupos extremistas fundamentalistas recibieron apoyo logístico y financiero de EEUU. El objetivo de esta ayuda era pertrechar a las fuerzas opositoras al gobierno sirio para provocar una situa-ción de inestabilidad y anarquía en el país, una nueva Primavera Árabe que no había tenido éxito en Siria anteriormente. El gradual fortalecimiento de las fuerzas de ISIS en el territorio de Iraq y después en Siria, tiene una base real en el respaldo militar y fi-nanciero recibido desde el exterior, incluidos países de la región como Arabia Saudita, Qatar y Turquía. En los correos electrónicos escritos por Hillary Clinton y destapados por WikiLeaks, la entonces secretaria de estado aseguraba que “Arabia Saudita y Qatar apoyan financieramente a ISIS” (La Jornada, 2016). Pocos días antes de las elecciones en EEUU, WikiLeaks dio a conocer un segundo paquete de información clasificada relacionada con Clinton que afectó seriamente su credibilidad.

Las Potencias Regionales y el diferendo sirio

Desde noviembre de 2011 el gobierno turco de Recep Tayyip Erdogán apoyó el derro-camiento del gobierno de Damasco. La estrategia de política exterior llevada a cabo por Turquía y creada por el entonces canciller y actual primer ministro Ahmed Davu-toglu consistía en la expansión de su influencia política y económica en el espacio post-otomano —especialmente en el Medio Oriente y Norte de África— lo cual entraba en contradicción con los intereses de Moscú, pues apoyaba los cambios de regímenes en Túnez, Yemen, Libia y Egipto (Sotnichenko, 2015). El gobierno turco fue acusado por el Kremlin de negociar con ISIS y otros grupos rebeldes la venta de armas para derro-car al presidente sirio, la compra ilegal de petróleo a través de su frontera con Siria e inicialmente, por medio de agrupaciones no gubernamentales, de financiar, armar y reclutar fuerzas para las filas de ISIS y el Frente Al Nusra, (García, 2016:3)9 todo lo cual

9 A través de la frontera turco-siria, que tiene una extensión de más de 400 kilómetros, se llevó a cabo el trasiego ilegal de petróleo hacia Turquía robado en al menos siete puntos de producción del territorio sirio, controlado por los grupos terroristas. Se calcula que estas operaciones ilegales representan el 10% de sus ingresos.

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unido al derribo intencional de un caza ruso en territorio sirio en noviembre de 2015 conllevó al enfriamiento de los nexos de Moscú con el gobierno de Ankara. El gobier-no ruso aplicó sanciones económicas a Turquía, redujo en un 60% las exportaciones que ocasionaron pérdidas económicas a ese país por 22 mil millones de dólares y la cifra de turistas rusos a esa nación se redujo de 3.5 millones en 2015 a menos de 200 mil en el primer semestre de 2016 (Rondón, 2016b:5). Sin embargo, el fallido golpe de Estado contra el presidente turco de julio de 2016 y la cautela demostrada por Europa, conllevó un reacercamiento de Ankara con el Kremlin. En una Cumbre Tripartita en Bakú (agosto de 2016), Erdogán propuso a sus homólogos de Rusia e Irán conformar una alianza para resolver la crisis en Siria y garantizar su integridad territorial. La principal preocupación de Turquía radicaba en el fortalecimiento de los kurdos en el norte de Siria y el temor a la formación de un ente kurdo independiente que atrajera a la etnia kurda que reside en Turquía y que se opone al gobierno de Ankara.¹0 Este gobierno mantiene una lucha permanente contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) para alejarlo de la esfera de influencia política nacional y contra las milicias kurdas del Partido de la Unión Democrática (PYD) en la frontera turco-siria. La nueva política exterior turca también implicó un rápido deterioro de los nexos con la Unión Europea, provocado por el poco respaldo recibido durante el golpe de Esta-do, por el incumplimiento de acuerdos en relación con la crisis migratoria (Turquía alberga más de 3 millones de refugiados sirios), así como la negativa de Bruselas a concederle el acceso automático al espacio Schengen y una entrada acelerada al bloque europeo. Todo esto favoreció a Moscú y a su aspiración de recuperar a Turquía como un aliado regional en momentos que su flota del Mar Negro estaba siendo renovada y fortalecida. Los atentados terroristas en el territorio turco y el asesinato del embajador ruso agilizaron el proceso de normalización de los nexos entre ambos países, así como el establecimiento de una coalición bilateral antiterrorista a partir del otoño de 2016.

Arabia Saudita ha sido otro Estado que desde 2011 ha adoptado posturas favorables al derrocamiento del gobierno de Al-Assad y, por tanto, enfrentadas a Moscú. A di-ferencia de otras rebeliones en la zona, el hecho de que en Siria la población rebelde sea de origen sunita, y el apoyo a Damasco por parte de Irán y Hezbolláh —a los que considera sus enemigos en la región y sus propios intereses energéticos—, determinan la postura de Riad. El temor de la monarquía saudita al fortalecimiento económico y político de Irán luego de la firma del acuerdo nuclear y del reconocimiento internacio-nal a su liderazgo influye también en esta postura anti-siria. El gobierno de Riad ha cuestionado en los foros multilaterales el apoyo de Moscú y Teherán a Damasco y ha puesto en entredicho las verdaderas intenciones de su lucha contra ISIS. Riad ha sabo-teado las planeadas negociaciones de paz promovidas por la ONU y ha acusado a la avia-ción militar rusa de presuntos excesos. El canciller saudí Adel Al-Jubeir señalaba en la ONU que “no hay futuro para Al-Assad en Siria, con todo nuestro respeto para Rusia y

¹0 De unos 40 millones de kurdos en el mundo, entre 13 y 20 millones habitan en Turquía, 8 millones en Iraq, y algo más de 2 millones en Siria.

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cualquier otro país que lo apoye” (Espinosa, 2015). Rusia y Arabia Saudita presentan in-tereses contrapuestos en Yemen, Bahréin, Iraq, Líbano, Libia y, lógicamente, en Siria.

Por su parte, el gobierno de Israel ha preferido priorizar sus relaciones con Rusia — que son calificadas como cercanas— y ha mantenido una postura moderada y discre-ta en relación con el conflicto en Siria. Tres factores influyen en la estrategia concilia-dora en relación con Rusia del primer ministro Benjamín Netanyahu: en Israel reside la mayor comunidad ruso-parlante, fuera del teritorio de la ex Unión Soviética, el te-mor al auge de las fuerzas de ISIS en la vecina Siria e Iraq y la frialdad prevaleciente en las relaciones entre Netanyahu y Obama (Zisser, 2015:28). Israel también se distanció de Occidente al no criticar a Rusia por la anexión de Crimea o por su postura de apo-yo a los rebeldes en el Este de Ucrania. Tampoco se unió a las sanciones comerciales y económicas contra Moscú. Sin embargo, ha manifestado su preocupación a Putin ante el posible traspaso de armas rusas empleadas en el conflicto sirio hacia Irán y a las fuerzas de Hezbolláh, sus principales enemigos en la región. Si bien durante más de 40 años Siria ha sido considerado un enemigo para Israel, el gobierno de Damasco siem-pre mantuvo estabilidad en las fronteras compartidas; sin embargo, el caos que podría provocar la expansión de ISIS hasta sus propias fronteras sería un fenómeno mucho más peligroso para Israel. La garantía que implica Rusia para Israel es que además de mantener buenas relaciones con este Estado, es la potencia que negocia con todas las fuerzas regionales implicadas en el conflicto en Siria que no comparten los intereses geopolíticos de Israel. Putin y Netanyahu se han reunido en varias ocasiones desde la entrada de Rusia al conflicto en 2015. Netahyahu ha comprendido que, a diferencia de la etapa de la Guerra Fría, actualmente Rusia no es un rival para su país y tampoco busca apoyar a Damasco para desestabilizar a Israel. El mayor temor de Israel es el posible traspaso hacia Irán y Hezbolláh de parte del armamento de alta tecnología que Rusia ha facilitado al gobierno de Al-Assad durante los años recientes. A pesar de que Israel considera al gobierno de Al-Assad como su enemigo tradicional no se ha involu-crado en el conflicto y ha mantenido una postura cautelosa. La causa principal de esta pragmática postura es que Israel prefiere la estabilidad de un conocido enemigo vecino —quien por más de 40 años ha mantenido su frontera común segura y pacífica— que el peligro que implica la expansión de ISIS hasta esa zona.

En cuanto a las relaciones de Rusia con Irán, se mantienen en un nivel estable y satisfactorio con plena coincidencia en relación con el apoyo al gobierno sirio. A partir del mejoramiento de las relaciones con Turquía, Moscú ha mantenido una política de coordinación con Teherán y Ankara en relación con la necesidad de consolidar una coalición antiterrorista en la región y, específicamente en el caso de la guerra en Siria, asegurar la definitiva expulsión de las fuerzas extremistas del país.

La postura de Rusia al justificar su involucramiento militar en Siria es combatir al terrorismo internacional por medio del combate directo a ISIS, proteger la integridad del Estado sirio, la conservación del liderazgo de Al-Assad y lograr la solución política del conflicto, pero sin renunciar al aniquilamiento de las fuerzas fundamentalistas in-volucradas, calificadas por ellos como un peligro a la seguridad de sus propias fronteras.

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Nacionalismo vs. Pragmatismo en la política exterior de Rusia

Desde un inicio, el gobierno ruso había demostrado su pragmatismo característico al dejar abierta la posibilidad de construir un clima de diálogo y negociación, tanto con Europa, como con EEUU en el marco del conflicto sirio, aunque sin llegar a variar los lineamientos y postulados fundamentales de su política exterior. Sin embargo, desde noviembre de 2014, las potencias occidentales rechazaron la propuesta de Moscú de coordinar acciones conjuntas de lucha antiterrorista para enfrentar a las fuerzas de ISIS.

A lo largo de más de una década no se ha variado el curso ni la esencia de la polí-tica exterior rusa, que en definitiva ha resultado una de las ramas que más éxitos le ha aportado a la gestión del Kremlin. En la actual concepción exterior rusa adoptada en diciembre de 2016, se mantiene invariable el principio que surgió desde la etapa de la perestroika, cuando M. Gorbachov afirmaba que la política exterior del país debía responder en primer lugar a las necesidades de las reformas económicas, para de tal forma llegar a convertirse en un instrumento para la realización de la política inter-na (Sánchez, 2007:245-268). Este principio ha sido el mayor reto incumplido para la diplomacia rusa durante los últimos 35 años, en primer lugar, a causa de la descon-fianza de Occidente y de su estrategia de contención hacia Rusia. El caso de Siria es el ejemplo más reciente de esta política encaminada a intentar aislar a Rusia dentro de su entorno geopolítico —no sólo en relación con los países postsoviéticos, Ucrania en primer lugar—, sino también dentro del marco europeo y del Medio Oriente. El distanciamiento de aliados tradicionales en regiones cercanas o incluso limítrofes con este país euroasiático por medio de la exacerbación de conflictos internos para derro-car gobiernos autoritarios, como han sido los casos de Afganistán, Iraq, Libia, Egipto, Yemen, y actualmente Siria y Ucrania, han sido claros ejemplos del interés de EEUU por contener el avance y el resurgimiento de Rusia como potencia internacional, sobre todo dentro de Eurasia, que incluye la estratégica zona del Medio Oriente.

La estrategia de política exterior nacionalista y pragmática le ha servido al Kre-mlin para ganar apoyo en la sociedad rusa. Luego de la firme postura de Moscú en relación con el conflicto en Ucrania, el tema de la adhesión de Crimea y las sanciones de Occidente, las encuestas internas arrojaron un incremento del apoyo al presidente ruso, que llegó a contar con el 85 % de la aprobación nacional (Ivanov, 2014:2). Tam-bién se recrudeció el rechazo de buena parte de la sociedad a las políticas de EEUU. En noviembre de 2014, el 74% de la población rusa manifestaba posturas o actitudes antiestadounidenses (Zhuravliova, 2015:7). En abril de 2015, el 84% de la población estaba satisfecha con su vida y con su país (Spinella, 2015:2). En otra encuesta realizada en junio de 2015, el 90% de los encuestados consideraban “que Putin estaba actuando correctamente en la arena internacional” (Sputnik, 2015). En relación con la interven-ción militar de Rusia en Siria, el apoyo de los ciudadanos se ha mantenido invariable desde el inicio (55%) y la mayoría aprueba el retorno de su país como gran potencia en los asuntos mundiales. A finales de 2016 el 48% de los encuestados consideraban que el conflicto en Siria podría llegar a provocar una Tercera Guerra Mundial, una cifra

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que aumentó en pocos meses, pues en julio de 2016 este temor era compartido por el 29% de los encuestados (Cichowlas, 2016:3). A partir de este momento, el espíritu del nacionalismo-patriotismo y del rechazo a EEUU por parte de la población se coloca en el nivel más alto desde el final de la Guerra Fría. El gobernante partido Rusia Unida obtuvo una mayoría del 54.19% en las elecciones parlamentarias (septiembre de 2016), lo que lo mantiene como el único vencedor de las últimas 4 elecciones legislativas (desde el año 2003). A partir de esta nueva legislatura, el partido de Putin controla la mayoría de los escaños de la Duma (343 de un total de 450), una victoria que parece ser un adelanto del apoyo que tendría el mandatario en las elecciones presidenciales de 2018. Esta coyuntura es tomada en cuenta por el gobierno ruso para mantener su discurso apegado al marco patriótico-nacionalista.

En cada uno de los conceptos de política exterior adoptadas durante las últimas dos décadas se han introducido matices y se han reacomodado prioridades de la estrategia exterior, todo ello sobre la base del reacomodo de los propios intereses nacionales del Estado ruso, así como de los diferentes acontecimientos internacionales que se han ido sucediendo y de las reacciones de Washington y Occidente ante los mismos, pero sin llegar a variaciones significativas de principios o de orientación. Otro factor a tomar en cuenta es que tanto Putin como su primer ministro siempre habían proyectado una imagen personalizada, contrastante, sin llegar a contradecirse entre sí. Medvédev siempre se había comunicado de manera más formal y diplomática. Sin embargo en el momento actual, los mensajes del primer ministro se asemejan mucho a los del pre-sidente. Los discursos de ambos en cumbres internacionales y eventos multilaterales — por ejemplo, en la Cumbre de Seguridad de Munich de 2016— son más enfáticos, con advertencias y reclamaciones a Occidente que reflejan las conocidas posturas rea-listas y nacionalistas de la política exterior rusa. Por lo tanto, la tradicional tendencia liberal de Medvédev y las posturas patrióticas y nacionalistas de Putin confluyen en una única postura en la que gana espacio y mayor peso la segunda tendencia. Aunque se mantiene el doble rasero y la dualidad sin confrontación entre el discurso y la praxis, entre el nacionalismo y el pragmatismo en el quehacer de la política exterior rusa, el primero ha ganado terreno, sobre todo, en el caso del conflicto en Siria y de la política de rearme de la OTAN en Europa del Este.

Desde el año 2007 el Kremlin intensificó su línea nacionalista —reconocida como patriótica en el discurso oficialista— luego del rechazo al reconocimiento de la inde-pendencia de Kosovo, lo cual para Moscú implicó una flagrante violación a la sobera-nía e integridad territorial de Serbia, su aliado en los Balcanes. La invasión de Georgia a Osetia del Sur en 2008 —que provocó la Guerra de los Tres Días entre Moscú y Ti-flis— tensó más las relaciones con Occidente. Precisamente luego de su victoria sobre Georgia en la guerra en Osetia, Rusia salió fortalecida y demostró que retomaría sus ambiciones y proyectos de gran potencia, en primer lugar dentro de Eurasia. A partir de 2008 Rusia confirmó que llevaría adelante sus proyectos de rearme (incluido el nuclear) y defensa de su seguridad nacional fuera de sus fronteras.

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A partir de 2014 Rusia despliega con mayor énfasis una política exterior global y diversificada que prioriza los vínculos bilaterales directos de ventaja mutua, sobre todo en la esfera económica, comercial, energética y militar. Países como Brasil, Venezuela, Sudáfrica, Hungría, Argentina, Cuba, Uruguay, Bolivia, Paraguay, Serbia, Grecia, Eslovaquia, Yemen, Ecuador, Corea del Sur, India, Irán, Egipto, Siria, Pakistán e in-cluso Israel incrementan sus vínculos con Moscú. A causa de las sanciones económicas y comerciales de Occidente, Moscú reorientó su política exterior hacia las regiones de Asia, Medio Oriente y América Latina. El XX Foro Económico de San Petersburgo (junio de 2016), contó con la asistencia de 1 300 empresas extranjeras y logró la firma de 332 acuerdos por un valor superior a los 15 mil 440 millones de dólares. (Buscarón, 2016:6) Rusia intenta hacer más efectivo su comercio con estos países en el marco de estructuras poco formales y mantiene su papel de fuerza líder y rectora en buena parte de los procesos de integración en Eurasia. Por ejemplo, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), la Unión Económica Euroasiática (UEE) e incluso el bloque BRICS agrupan a los aliados actuales de Rusia en el entorno regional y global (Karaganov, 2015; Yakovenko, 2015).¹¹ En el caso BRICS, se logró la creación de un banco de desarrollo y el incremento de los pagos internos en las monedas nacionales de sus miembros, como en los casos de sistema ruso Mir y el chino UnionPay. Rusia mantiene también como prioridad de su política exterior la búsqueda de elementos de integración entre la UEE y el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda, impulsado por Beijing (Rafiq, 2015). La incorpora-ción de países como China, India, Pakistán, Vietnam e Irán a sus mecanismos de inte-gración regionales demuestra la importancia que le concede Moscú al espacio asiático dentro de su política exterior actual.

El conflicto en Siria se inicia en 2011 cuando el gobierno del presidente Obama ini-cia una campaña mediática, militar y económica para derrocar al presidente Al-Assad por medio del financiamiento y apoyo a fuerzas radicales de oposición. Las posturas de los gobiernos de Rusia y EEUU en relación con el régimen de Siria siempre han es-tado enfrentadas, pero luego de las fallidas revoluciones de la Primavera Árabe —que propiciaron el surgimiento de movimientos islámicos radicales como el de ISIS—¹² y del hecho de que el gobierno de Siria lograse evitar un proceso similar en su territorio, la

¹¹ La OCS incluye a China, Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán y Bielorrusia, e Irán, Mon-golia, Afganistán y Pakistán como países observadores. Pakistán e India se convirtieron en miembros plenos a inicios de 2016. Los nuevos Estados observadores que fueron aceptados en la Cumbre de Ufá fueron: Azerbaiyán, Armenia, Camboya, y Nepal. Sri Lanka y Turquía se mantienen en el rango de socios de diálogo. Corea del Norte, Serbia y Myanmar mantienen su interés de ingresar a la OCS. La OTSC incluye además de Rusia, a los países centroasiáticos, Armenia y Bielorrusia. China participa como miembro no oficial al igual que Irán, que mantiene su interés en participar como miembro pleno. Los miembros de la UEE son Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Rusia.

¹² Solamente la revolución de primavera acaecida en Túnez podría ser calificada como exitosa. En el resto de los casos, se destruyen los Estados de manera violenta, pero no se logra establecer un orden democrático y en algunos casos se fomentan las invasiones foráneas.

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situación de desacuerdos bilaterales se tornó más crítica. Ambas potencias continúan persiguiendo objetivos y ambiciones geopolíticas contrapuestas en esta región y preci-samente el conflicto en Siria se ha convertido en el centro de las rivalidades.

Es importante resaltar que la región del Medio Oriente ha sido la única en la que se ha mantenido un escenario geopolítico y militar similar al de la Guerra Fría. A pesar de que la URSS se desmembró en 15 estados independientes; de la desaparición del Pacto de Varsovia; y del desinterés inicial de Moscú en conservar su control en las tradicio-nales zonas de influencia;¹³ Rusia nunca dejó de prestar atención a sus aliados árabes, principalmente al gobierno de Damasco, que se caracterizó siempre por su lealtad al Kremlin. Dentro de los disímiles y controvertidos procesos socialistas llevados a cabo en la región de Medio Oriente a partir de la década de los cincuenta, el modelo de so-cialismo sirio se caracterizó por ser el más próximo al soviético, tanto por su estructura socio-económica y política, como por su tendencia moderada en relación con el islam y el manejo del nacionalismo árabe. Así mismo, las relaciones entre Moscú y Damasco tuvieron —y aún tienen— una tónica de estrecha colaboración no sólo diplomática, sino también económica, comercial y militar.

Nueva estrategia de seguridad de Rusia

En octubre de 2014 se firmó el documento que ratificaba la nueva estrategia de segu-ridad nacional de Rusia que estará vigente hasta el año 2020. Entre los componentes fundamentales de la actual concepción de seguridad nacional se especifica el objetivo de que Rusia se sitúe entre las cinco economías más importantes del mundo para el año 2020, lo cual ya estaba contemplado en la doctrina anterior (2009), pero se eli-mina el párrafo implícito que permitía la posibilidad de realizar un ataque nuclear preventivo en caso de amenaza a la seguridad nacional, sin descartarse el derecho a poseer y llegar a emplear armas nucleares. En esta nueva doctrina militar, se prioriza la construcción de armamentos nucleares de nueva generación en la flota marítima y aérea —por ejemplo, submarinos nucleares equipados con misiles balísticos serie 955 o los bombarderos TU-160 o TU-95 equipados con misiles más modernos (Litovkin, 2014)—. Esto es tan importante como el volumen y alto nivel de desarrollo del ejército o el despliegue de una estrategia socioeconómica que aproveche al máximo su poten-cial interno, factores priorizados en la doctrina previa (Lukianov, 2009:3; Portyakova, 2009:1). Actualmente las prioridades son la defensa y la seguridad socioeconómica. Como en el documento de 2009, se critica la hegemonía de cualquier potencia en el escenario internacional, sin mencionar directamente a EEUU. Desde finales de 2014, Rusia ha acelerado la renovación y modernización de sus capacidades de disuasión nu-

¹³ Durante los últimos años de la perestroika y los primeros del gobierno de Yeltsin (1988-1995), la política exterior priorizó las relaciones con EEUU y Europa Occidental en detrimento de sus aliados tradicio-nales. El canciller Kozyriev se doblegó a los intereses y reclamos de la OTAN, lo que llevó a su renuncia en 1995 y a su sustitución por Yevgueni Primakov, quien reformuló toda la estrategia exterior del país.

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clear luego del avance del emplazamiento de los escudos antimisiles estadounidenses en Polonia, Rumania y posiblemente en los países bálticos, lo cual permitiría que un misil guiado Pershing II llegase a Moscú en la mitad del tiempo que si fuese lanzado desde Alemania, esto es, en 4 a 5 minutos. A mediados de mayo de 2016 entró en dis-posición combativa el sistema estadounidense Aegis Ashore en la base rumana de De-veselu a 600 kilómetros de Crimea y se inició la construcción de una base similar de radares y cohetes interceptores en la base polaca de Redzikowo a sólo 180 kilómetros de Kaliningrado. Ante esta realidad, el presidente Putin rechazó en su discurso en el XX Foro Económico Internacional de San Petersburgo (junio de 2016) las pretensio-nes de Washington de impedir a la UE construir relaciones sólidas con Rusia, así como el problema de la ampliación de la OTAN.

En respuesta a la militarización de la OTAN en las fronteras con Rusia, este país ha emplazado estaciones de radares que monitorean el espacio aéreo y ultraterrestre en un radio de más de 2 mil 500 millas para la detección de lanzamientos de misiles contra su territorio en zonas fronterizas estratégicas como San Petersburgo, Krasno-dar, Kaliningrado y en la región de Irkutsk, que podrían llegar a penetrar el espacio aéreo y cósmico de la costa Este y Oeste de EEUU. También el exitoso disparo de un misil de corto alcance del sistema de defensa aeroespacial de Rusia fue la respuesta más reciente del Kremlin a las posturas ofensivas de EEUU y la OTAN cerca de sus fronteras (Petinaud, 2016:4). Por su parte, el jefe de las Fuerzas de Misiles Estratégicos, Serguei Karakayev, anunciaba que su país está desarrollando un nuevo misil balístico intercontinental capaz de penetrar el escudo de la OTAN (Valero, 2016). Aunque ambas potencias reconocen el peligro y responsabilidad por la posesión y uso del armamento nuclear, continúan adelante con su estrategia de rearme estratégico. EEUU anunció en la reunión del Consejo Atlántico de la OTAN (septiembre de 2016) su plan de organi-zar una coalición internacional para combatir al Estado Islámico, lo cual implicaría también el lanzamiento de misiles crucero contra el ejército Árabe Sirio en Damasco y Latakia. Rusia reaccionó con el envío e instalación en Siria de nuevas baterías de mi-siles antiaéreos defensivos (SAM) S-300 y S-400, que podrían destruir en el aire no sólo cualquier bombardero, sino también los misiles balísticos estadounidenses Crucero (Izvestia, 2016:2). En agosto de 2016, Rusia también entregó a Irán un paquete com-pleto de sistemas de misiles S-300, luego de haber congelado el envío desde el año 2010, en cumplimiento de resoluciones de la ONU que habían aprobado sanciones interna-cionales contra Teherán (Sputnik, 2016a). Por otra parte, el Consejo de la Federación de Rusia aprobó una ley que suspende el acuerdo con EEUU para la destrucción del plutonio militar y reclamó que dejen a un lado su política hostil contra Rusia, levanten las sanciones unilaterales y entreguen una indemnización por los daños causados por las restricciones (RBTH, 2016).ç

El presupuesto de defensa ruso ha registrado un incremento importante a partir del año 2014 cuando creció un 8.1% en comparación con el año anterior y equivalió al 4.5% de su PNB (84.5 millardos de dólares) (Lossan, 2015). En 2015 alcanzó la cifra de 3.3 billones de rublos (81 millardos de dólares), equivalente al 4.2% de su presupues-

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to anual. De acuerdo con el Instituto de Investigaciones de la Paz Internacional de Estocolmo (SIPRI), desde el año 2000 Rusia ha destinado entre el 3.3 y el 4.1% de su presupuesto anual para gastos militares (Hille, 2014).

En febrero de 2009 Medvédev lanzó a EEUU quizás la propuesta más trascendental por su connotación conciliadora de todo el periodo de la Posguerra Fría. En el marco de una sesión del Consejo de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), el entonces presidente ruso señaló que “Rusia y los miembros centroasiáticos de la OTSC estaban dispuestos a llevar a cabo una cooperación completa, madura y comprensiva con EEUU y otros miembros de la coalición antiterrorista occidental en Afganistán” (Izvestia, 2009:2). Una situación similar se repitió con la propuesta de Rusia de participar en una coalición conjunta con Occidente en la lucha contra el terrorismo islámico de ISIS en Iraq y Siria. Los aciertos del paradigma euroasiático en la política exterior radican en el reconocimiento de las peculiaridades del Estado ruso — ubicación geográfica, especificidad histórica, realidades geopolíticas, mentalidad—, que deben ser tomados en cuenta para diseñar una estrategia de política exterior aser-tiva. La línea fundamental de la política exterior de acuerdo con esta teoría, debe ser el establecimiento de vínculos estrechos y multifacéticos con los países europeos y asiáti-cos que mantengan un interés en fomentar relaciones convenientes y de ventaja mutua con Rusia. El ideólogo principal de la tendencia euroasiática es Alexander Duguin, quien es el autor del libro Las bases de la geopolítica: el futuro geopolítico de Rusia, con-siderado el texto más influyente dentro la geopolítica rusa contemporánea (Duguin, 1999). La corriente euroasiática propone construir un bloque de estados aliados que se convierta en una alternativa a los intentos de EEUU por mantener un liderazgo unipo-lar en el escenario mundial. El gobierno ruso mantiene las prioridades de su Estado in-variables: la defensa de la seguridad nacional y el restablecimiento del protagonismo de Rusia como gran potencia, tanto en su espacio geopolítico natural (Eurasia), como en el orden global. En una entrevista a la cadena de noticias Rossiya 1, Putin reiteraba que “si miramos al mapa político del mundo, no es difícil entender lo que representa Rusia y será evidente que el país no necesita ni los territorios ajenos ni las riquezas naturales, […] pero sí necesita defender su independencia y soberanía” (Izvestia, 2015:2). Rusia continúa adelante con su estrategia exterior encaminada a recuperar su condición de gran potencia mundial, en primer lugar, en el marco geopolítico de Eurasia.

Conclusión

El conflicto en Siria coloca a la comunidad internacional y, en primer lugar, a Rusia y EEUU, en la disyuntiva de actuar en conjunto y de manera coordinada frente a la amenaza global del terrorismo islámico en la figura de ISIS o continuar priorizando sus propios y enfrentados intereses geoestratégicos. En el discurso de Putin en la Cumbre internacional de Valdai (octubre de 2016) se hizo referencia a que los acuerdos sobre Siria con EEUU no funcionaron y denunció el rechazo de Occidente a una alianza con Rusia para luchar contra el terrorismo en Siria, así como el entrenamiento y aprovisio-

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namiento militar que prestan a las fuerzas terroristas para lograr sus propios intereses políticos (Putin, 2016). Antes de iniciarse el conflicto, Siria era un país sin deuda ex-terna, con cierta estabilidad socioeconómica y autosuficiente en la producción de ali-mentos y energía. De acuerdo con datos de UNICEF, 8 de cada 10 niños sirios, unos 8.4 millones, se han visto afectados por la guerra y necesitan ayuda humanitaria. Cuando finalice el conflicto, el país quedará totalmente devastado, sin infraestructura ni tecno-logía adecuada en la agricultura; industrias minera y cementera; y petróleo y turismo, sus renglones más destacados (Sinha, 2016).

En ocasión de la Conferencia de Seguridad de Munich (febrero de 2016), Med-védev advertía a Occidente sobre la doctrina de contención contra Rusia al señalar que “los terroristas logran extender su influencia gracias a que Rusia y Occidente no logran unirse, […] y sin una normalización de la situación en Siria y otras zonas de tensión, el terrorismo se convertirá en un nuevo tipo de guerra”, por lo que llamaba a esos países para que unieran sus fuerzas con Moscú para resolver esos problemas (Medvédev, 2016). Por el contrario, estamos siendo testigos del renacer de una carrera militar y armamentista desenfrenada en la que EEUU y la OTAN avanzan de conjunto, con el propósito de lograr el aislamiento y la neutralización de Rusia como potencia política, militar y económica. Ése es al parecer el objetivo principal e inmediato. Países y regiones —como Ucrania o Siria— desempeñan un papel secundario dentro de este tablero de ajedrez geopolítico y geoeconómico que actualmente se configura alrededor de Eurasia y en el que Rusia se mantiene como el contrabalance frente a Occidente. Una vez más Moscú se enfrenta a Washington y aunque aún es prematuro apostar por su preeminencia en el escenario de Eurasia, el Kremlin está llevando a cabo una estra-tegia de política exterior pragmática y realista a la vez, caracterizada por un balance y equilibrio favorable a sus propios intereses. No es probable que avizoremos una Tercera Guerra Mundial en el futuro cercano o mediano, pero sí estamos presenciando los albores de una nueva Guerra Fría, donde Rusia y EEUU ocupan papeles protagónicos. Ambas potencias mantienen puntos divergentes sobre cómo enfrentar la crisis en Siria, que también mantiene en vilo a Europa por la crisis humanitaria provocada por la ava-lancha de refugiados ante sus fronteras. Europa se encuentra nuevamente embarcada y comprometida en un conflicto armado y podría llegar a ser la más afectada de man-tenerse la confrontación bilateral Moscú-Washington. Su dependencia del gas ruso, su cercanía con la enorme e inestable frontera rusa y la fuerte interdependencia comercial con Moscú la hacen altamente vulnerable. En el caso de Siria, Europa se encuentra en una situación de incertidumbre, tomando en cuenta su cercanía con la zona de con-flicto y el alto porcentaje de población de origen musulmán que ya se encuentra dentro de sus fronteras, lo que la coloca como un blanco seguro de ataques terroristas, lo cual ya están ocurriendo. La solución del conflicto en Siria es compleja y de connotación multipolar, pues no depende solamente de la anuencia, negociación y acuerdos que se logren entre Rusia y Occidente, sino también de los intereses de las potencias regio-nales: Turquía, Arabia Saudita, Irán e Israel que como analizamos arriba, enarbolan intereses geopolíticos particulares y contradictorios entre sí.

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El conflicto en Siria ha permitido a Rusia demostrar una clara determinación políti-ca, una mayor influencia internacional a pesar de las campañas mediáticas en su contra y una evidente capacidad de liderazgo militar, tanto a nivel regional como global, al interactuar con fuerzas disímiles y complejas: Turquía, Irán, Iraq, Hezbollah, Egipto, Israel, el gobierno sirio e incluso EEUU (Zvyagelskaya, 2015:6). Rusia es la única poten-cia que ha podido interactuar con todas las fuerzas involucradas, excepto las organiza-ciones terroristas. El Kremlin también ha desplegado una estrategia mediática asertiva al justificar su participación militar en Siria para luchar contra el terrorismo internacio-nal, la garantía de la integridad territorial de Siria, el logro de una paz negociada y la propia seguridad de sus fronteras nacionales. En el caso de Siria, Rusia ha tratado de evitar que se repita el escenario de caos y destrucción que se promovieron en Afganis-tán e Iraq y que no se han superado. En Siria —que cuenta con 11 millones de despla-zados internos y refugiados—, se han destruido parcial o totalmente 94 hospitales, más de 200 centros de asistencia primaria del sector de la salud, más de 3 mil escuelas de diversos niveles de enseñanza y las pérdidas totales se calculan en más de 102 mil mi-llones de dólares desde 2011 (El País, 2017:1). La oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) comienza a asegurar que en Siria se ha generado la mayor crisis humanitaria desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.

La presidencia de Trump difícilmente llegará a cambiar el orden geopolítico en Medio Oriente y en particular en Siria. Resulta improbable que Trump cumpla sus promesas electorales de cambiar la política exterior militarista e injerencista en el Me-dio Oriente y de llevar a cabo un mejoramiento en sus relaciones con Rusia. Ambas promesas se nos figuran ilusorias y no se han cumplido. En las altas esferas militares de Washington se mantienen fuerzas con un vasto poder económico y político que difícilmente permitirán un acercamiento real con el Kremlin. Sin embargo, la selec-ción de Rex Tillerson, ejecutivo principal de la compañía petrolera Exxon-Mobil para dirigir el Departamento de Estado apuntaba a la posibilidad del mejoramiento de las relaciones con Rusia. Desde su privilegiada posición en la transnacional petrolera, Ti-llerson concertó importantes acuerdos con Rusia y estableció relaciones cercanas con su Presidente. Sin embargo, la agenda de Trump acabará siendo fijada por el Congreso y los intereses de las grandes corporaciones. Hasta el momento, Trump ha mantenido la estrategia de contención y confrontación de Obama contra Rusia.

Como ya dijimos, no consideramos posible un escenario catastrofista como el de una nueva guerra mundial, pero tampoco el de una nueva alianza estrecha y efectiva entre Washington y Moscú. Existen innumerables intereses dispares y ambiciones en-frentadas entre ambas partes. Siria es quizás el único escenario de conflicto con visos de Guerra Fría que se mantiene, pues desde 2011 enfrentó una conspiración orquestada bajo el manto protector del gobierno de Obama en la que participaron las monar-quías del golfo —de tendencia sunita—, Turquía y Europa. Por su parte, el régimen de Damasco acudió a Moscú y Teherán, sus aliados tradicionales, en busca de ayuda. Nuevamente, como en la etapa de la Guerra Fría, Rusia y EEUU ocupan posiciones

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protagónicas y enfrentadas en el escenario del Medio Oriente. De una política coor-dinada por ambas potencias depende que se logre la derrota definitiva de las fuerzas extremistas de ISIS en la estratégica región y evitar una mayor dilación del conflicto que conllevaría un mayor número de muertes y destrucción del valioso patrimonio sirio, así como el incremento del alud de migrantes y refugiados sirios hacia los países vecinos. La segunda posible salida al actual conflicto sería la división territorial de Siria en dos estados independientes, uno de ellos gobernado por ISIS y el otro por el régimen de Al-Assad, alternativa menos conveniente para Rusia, Europa, Israel, Irán, Iraq y la mayoría de los estados árabes cercanos, que quedarían vulnerables a una posible incursión militar de esta fuerza en sus territorios. En su rueda de prensa de Navidad, Putin señalaba que su “objetivo para 2017 es acabar con la guerra en Siria y entablar negociaciones de paz entre Damasco y todas las fuerzas de oposición bajo los auspicios de Rusia, Turquía e Irán” (Yegorov, 2016). Hasta el momento, la paz se mantiene como un objetivo inalcanzable.

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PABLO TELMAN SÁNCHEZ RAMÍREZ. Maestro en Relaciones Internacionales y Doctor en Ciencias Políticas y Sociales con especialización en relaciones internacionales por la UNAM. En ambos casos le fue otorgada la medalla “Alfonso Caso”. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (S. N. I.), Nivel I. Su actividad profesional la ha desempeñado tanto en la academia como en la diplomacia. Ha participado en semi-

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narios sobre temas de relaciones internacionales en países como Austria, Rusia, Gran Bretaña, Francia, EEUU, Cuba y México. Ha publicado varios libros y más de sesenta artículos sobre política internacional en revistas arbitradas especializadas nacionales e internacionales. Se desempeña como Profesor-Investigador del Tec de Monterrey, campus Ciudad de México. Ha impartido clases en el área de relaciones internaciona-les en la UNAM y el Colegio de México. Correo electrónico: [email protected]

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