la poesía: sorbos y significaciones

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La poesía: sorbos y significacione s Aníbal Tobón Director y actor de teatro. También periodista, titiritero, escritor y narrador oral. Ha sido director del Teatro Estudio de la Universidad del Atlántico (1970-72) y del GrupoTeatro de Bellas Artes (76-78). Estudios de teatro en la Universidad de Vincennes, París, Francia (73- 74). Miembro del Grupo Experimental El Sindicato de Barranquilla con quien fue ganador en 1978 del Premio Nacional de Artes Visuales. Vivió más de 20 años en diversos países de Europa y África con diversas actividades artísticas. Recibió dos veces Bolsa Trabajo Artístico del Consejo de 1

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Diferentes formas de ver la poesía

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La poesía: sor-bos y significa-

cionesAníbal Tobón

a poesía es una de las cosas más misteriosas “de este mundo historial”, diría el poeta Juancho Polo Valencia. Es por eso que siempre resultan generales, infinitas y siempre insuficientes las

definiciones de lo que ella pueda significar. Desde la más simplista que L

Director y actor de teatro. También periodista, titiritero, escritor y narrador oral. Ha sido director del Teatro Estudio de la Universidad del Atlántico (1970-72) y del GrupoTeatro de Bellas Artes (76-78). Estudios de teatro en la Universidad de Vincen-nes, París, Francia (73-74). Miembro del Grupo Experimental El Sindicato de Barran-quilla con quien fue ganador en 1978 del Premio Nacional de Artes Visuales. Vivió más de 20 años en diversos países de Europa y África con diversas actividades artísti-cas. Recibió dos veces Bolsa Trabajo Artístico del Consejo de Artistas de Estocolmo, Suecia. (1984 y 88). Ha publicado tres libros: Pandemonium (Francia, 1974), Testimo-nios de Naufragios (Suecia, 1990) y Ocios del Oficio (Venezuela 2005).

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hace la academia en su diccionario como la “Expresión artística por me-dio de la palabra, sujeta a medida y cadencia de verso”, pasando por la tan publicitada “Poesía eres tú” (¿Poesía soy yo?) del romántico moder-nista Gustavo Adolfo Bécquer, hasta “La poesía es peligrosa, como una serpiente junto al teléfono” del nadaísta colombiano Jaime Jaramillo Es-cobar, ex X-504.

No debemos dejar por fuera del tintero la famosa y explosiva frase de Isidore Ducasse, dicho Conde de Lautreamont: “La poesía es el encuen-tro fortuito de un paraguas y una máquina de coser, en una mesa de di-sección”. Ni podemos olvidar la cita, tomada de Santa Teresa de Jesús “La imaginación es la loca de la casa”, trastrocada más tarde en “La poesía es la loca de la casa”.

Las definiciones pueden ser de todo tipo, líricas como la de José Mar-tí: “Un grano de poesía es suficiente para perfumar un siglo”, excéntri-cas como “Yo sé que la poesía es imprescindible, pero no sé para qué”, de Jean Cocteau o platónicas como “Al contacto del amor todo el mundo se vuelve poeta” de Platón.

Y es que casi todo el mundo ha hecho algún intento de poema de amor en su vida. O en alguna bajada. Es por eso que muchas literaturas del mundo han visto la poesía encarnada en el cuerpo de una mujer o un hombre. La han mirado también en los estados de la naturaleza, so-bre todo en atardeceres marinos, o en algún jardín florecido.

Eso sin hablar de los poemas cantados, en los que la música lleva de la mano a la palabra corroborando aquello de que “todo poema está siempre a punto de resolverse en canción”. O de las posibilidades de sensibilización que ejerce sobre muchos espíritus atormentados o agre-sivos. Por algo la primera versión del Festival PoeMaRío en Barranqui-lla se hizo bajo el lema de “A más poesía menos policía”, poniendo el

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dedo sobre las heridas de la violencia y metiéndolo en la ausencia de cultura cívica y de respeto ciudadano, tan imperantes hoy en día.

Pero la poesía también se ha expresado en versos coléricos y terri-bles, como los que nos muestran a la Humanidad doliente en “El sueño de las escalinatas” de Jorge Zalamea; o en el sino de las personas comu-nes en “La gran miseria humana” del soledeño Escorcia Gravini; ade-más de las odas épicas o militantes, desde Aristófanes hasta Brecht, que nos dan una dimensión política de los sentimientos, sean ellos co-lectivos o individuales.

Poesías extrañas como las de Nerval, inquietantes como los poemas de Baudelaire, agresivos como los versos de Rimbaud, humorosas como las visiones de Quevedo, terribles como las de Blake. Y, ya entre noso-tros, pareciera que es llover sobre mojado mentar la “poesía de alcanta-rilla” de Gonzalo Arango, u olvidar la herida sangrante de Gómez Jattin, o la turbadora sinceridad de Barba Jacob. En fin, todos esos visionarios que se sumergieron en las tinieblas, para mostrarnos los infiernos del hombre. Porque de todo se encuentra en la viña de la poesía.

La poesía, pues, parece que también anda por todas partes, incluso Federico García Lorca lo dijo: “La poesía es algo que anda en la calle”. Numerosas personas en la historia la han acariciado; otros la han perse-guido para castigarla; muchos la han buscado sin encontrarla; los más la han leído, sintiéndola pero sin entenderla; hay incluso los que no la conocen, los que no la han sentido, ni le han dado la mano, ni la han vis-to o por lo menos la han olido.

El caso es que también a muchos les ha llegado al compás de unas cervezas, al ritmo de algún roncito, en la buena compañía de un vino o en el éxtasis de alguna sustancia sicotrópica, que les resucita la poesía. Argumento que me tropezó en un concervezatorio y me refrendó un ar-tículo del escritor barranquillero Jaime Cabrera.

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Dice Jaime que “La poesía tuvo que haber llegado a mi casa después de una noche en que mi papá se tomó unos tragos. Y es que así sucedía siempre: abría la puerta y comenzaba con “Una noche, una noche toda llena de perfumes, de murmullos y música de alas…” y seguía con “Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar”… para continuar con, “Juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida…”.

Cuestión que también pasaba con el papá de Miguel, el abuelo de Ya-dira, el hermano mayor de Rosalía, el primo de Iván y con mi tío Alfon-so. Claro que varía un poco el repertorio. Mi tío Alfonso, cuando llegaba borracho siempre comenzaba con “Yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marío”. Y ya se sabía que llegaba ebrio y que venían más versos.

Algunas encuestas dicen que los poemas más recordados de los co-lombianos son: el Nocturno de José Asunción Silva, Canción de la vida profunda de Porfirio Barba Jacob, la Canción de Sergio Stepanski de León de Greiff y la Casada infiel de García Lorca. Y también están en la lista, Todo nos llega tarde, hasta la muerte, del bardo Julio Flórez y el Brindis del bohemio del mejicano Guillermo Aguirre. Poemas todos re-citados por alguien que había estado tomándose sus alcoholes en cual-quiera de sus presentaciones.

Así que, si cada uno de nosotros hace su propio ejercicio de recuer-dos y memorias, va a encontrarse con que esa etílica influencia aparece en el hecho de recitar poesías. Y eso sin contemplar que muchos de los poetas, y poetisas, las hicieron influenciados por los efectos del alcohol, o de otras sustancias non sanctas, más allá de su sola sensibilidad artís-tica.

Es que el trago también sensibiliza y desinhibe a las personas, y la poesía viene siendo, en ese momento, algo así como los derechos huma-

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nos de un corazón feliz, o despechado. E incluso un remedio infalible, como la risa de Selecciones, para algunos tipos de problemas cardíacos.

Total y en fin, que la poesía puede justificar los medios y significar siempre mucho más de lo imaginable.

Aníbal Tobón, en el mar de Salgar 2009

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