la poesÍa como un gesto de vida.todos somos poetas

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LA POESÍA COMO UN MODO, UN GESTO DE VIDA. TODOS SOMOS POETAS ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO Hace algún tiempo, tras comprobar que la poesía es necesaria para el pobre como el pan de cada día, de maldecir esa poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, esos que se lavan las manos, que se desentienden y evaden, que no toman partido porque no quieren mancharse, tal como decía Celaya y cantaba Paco Ibáñez, tras comprobar que todo esto era cierto, escribí un poema del que leo estos versos: En el principio… nació el verso nació el humo nació el fuego En el principio… cantó la alondra cantó la escarcha cantó la sombra En el principio… lloró la arena lloró la luna lloró el poeta Día tras día Tiempo sin tregua Luz de los huecos Po… Poesía Fue una iluminación. La vi, la sentí cerca de las personas, muy cerca. De sus muecas, de sus gestos, de sus movimientos, de sus dudas, de sus sonrisas. Hace poco tiempo, Juan C. Martín Ramos escribió un poemario precioso, La alfombra mágica y yo le robé unos versos: Libro cerrado, libro abierto.

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Conferencia de Antonio García Teijeiro en el I Festival de Poesía Infantil Verso en Nubes, Ciudad de León, mayo 2011

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Page 1: LA POESÍA COMO UN GESTO DE VIDA.TODOS SOMOS POETAS

LA POESÍA COMO UN MODO, UN GESTO DE VIDA.

TODOS SOMOS POETAS

ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO

Hace algún tiempo, tras comprobar que la poesía es necesaria para el pobre como el pan de cada día, de maldecir esa poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, esos que se lavan las manos, que se desentienden y evaden, que no toman partido porque no quieren mancharse, tal como decía Celaya y cantaba Paco Ibáñez, tras comprobar que todo esto era cierto, escribí un poema del que leo estos versos:

En el principio… nació el verso

nació el humo

nació el fuego

En el principio… cantó la alondra

cantó la escarcha

cantó la sombra

En el principio… lloró la arena

lloró la luna

lloró el poeta

Día tras día

Tiempo sin tregua

Luz de los huecos

Po… Poesía

Fue una iluminación. La vi, la sentí cerca de las personas, muy cerca. De sus muecas, de sus gestos, de sus movimientos, de sus dudas, de sus sonrisas.

Hace poco tiempo, Juan C. Martín Ramos escribió un poemario precioso, La alfombra mágica y yo le robé unos versos:

Libro cerrado,

libro abierto.

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Un pájaro se posa

y canta

sin miedo

en el cable de alta tensión

de un verso.

Y no tuve dudas de que, como los pájaros posándose en los cables, las flores asomando su rostro en el jardín, los alféizares esperando la brisa, las gaviotas planeando en el cielo, todos somos/ podemos ser poetas. Es una actitud positiva, recia y responsable ante la vida.

Y con José González Torices, podemos preguntarnos cuándo uno es o será poeta.

¿Que cuándo serás poeta?,

me preguntabas ayer.

Yo, vestido de jilguero

te respondí sin saber:

Serás poeta, mi niño,

cuando hables con el pez;

cuando de tu boca salgan

palabras de rosa y miel;

cuando detengas los tanques

y digas al coronel:

“No dispare a la paloma

que en su pico va el clavel”.

Entonces serás poeta.

Te llenarán de laurel.

Actitudes sencillas ante la vida. Con laurel o sin laurel, quiero afirmar que todos somos poetas, aunque no escribamos. Porque todos hacemos gestos mudos o no, tenemos una visión de nuestra vida y de la de los demás que asentamos en nuestro día a día, creamos paisajes llenos de sueños que nos permiten conocernos cada vez más, saber en donde pisamos, qué huellas dejamos y que estelas hemos de seguir. Y así vamos conformando una manera de ser. Yo mantengo que la poesía es un modo de vida. Un gesto vital.

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Huidas, voces, silencios, caminos, palabras. Escuchemos a Bergamín :

Voy huyendo de mi voz,

huyendo de mi silencio;

huyendo de las palabras

vacías con que tropiezo.

Como si no fuera yo

el que me voy persiguiendo,

me encuentro huyendo de mí

cuando conmigo me encuentro.

Recreamos las huidas y los encuentros. Nos buscamos. Pintamos de colores diversos los paisajes en función de nuestras vivencias y de las de los otros. Besamos. Reímos. Lloramos. Andamos. Se nos eriza la piel. Nos late el corazón. Queremos que prevalezca en el lienzo de nuestras vidas la belleza sobre la fealdad, lo auténtico sobre lo artificioso, lo delicado sobre lo vulgar, lo justo sobre lo injusto. Creamos y recreamos un espacio. Un espacio en el que se utilicen los besos y no las balas, en el que haya alas con versos y versos con alas y no con balas.

Por eso, acudiendo a Aute escribí este poema a partir de una canción suya:

Besos como balas;

balas de cartón;

balas como besos;

besos de algodón.

Son balas de besos.

Besos de color.

Son besos de balas.

Balas de candor.

Hay quien lo hace al revés. Escribe una poesía dañina, negra, hiriente, letal…como tantas palabras utilizadas para deformar las opciones que el mundo ofrece. Esa también es poesía pero no es verdadera. No abraza, ahoga. No acaricia, golpea. Cuestión de enfoques.

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Yo defiendo la poesía de la gente sencilla. Me encantan los mercados de versos sueltos en los que lo poético crece y llama a la puerta. Porque, no lo olvidemos, la poesía se necesita más que nunca. Es el alma de las palabras. Es la capacidad de sentir lo bello, que también es útil. Quizá minoritaria, sí, pero en búsqueda, por parte de cada vez más personas, de la plenitud.

Todos nos enamoramos, en algún momento, con/de la poesía de la vida, pues, repito, la poesía es un modo de vida.

Cuando el corazón se nos encoge, sentimos la necesidad poética de expresarlo, aunque no tengamos lápiz, bolígrafo, papel, ni siquiera palabras. Aparecen los gestos, las expresiones, los deseos llamando a esas palabras. Porque sabemos que están ahí. Así que yo me permití conversar con Bergamín a través del siguiente poema, un poema-diálogo a propósito de ese paisaje que él crea con las palabras:

Palabras siempre decías

mojadas en sentimiento.

Palabras, siempre palabras,

que nunca se llevó el viento.

Palabras tristes, sombrías,

oscuros presentimientos.

Palabras llenas de sueños,

parecidas a los cuentos.

Palabras que alguien borró

para huir del sufrimiento.

Cuando rozamos la belleza, queremos tocarla, modelarla.

Cuando nuestros ojos se llenan de lágrimas, hacemos un verso. Cuando necesitamos gritar bien alto lo que nos gusta o disgusta, cuando exigimos libertad, tolerancia, transparencia, justicia, que alguien pose su mirada en nosotros, creamos imágenes en nuestro interior, en nuestra mente y, a pesar de que no lo pongamos en el papel, estamos escribiendo versos. Porque no nos gustan los árboles sin hojas, la noche sin luna, las fuentes sin agua, el cielo sin pájaros.

Mas la poesía aún da miedo. Demasiadas personas no son conscientes de que la llevan dentro. Formadas de espaldas a ella, desconocen su llamada. Por eso la admiran pero le tienen miedo. La desean pero se sienten incómodos. Terminan permitiendo que huya. Se les muestra en formas varias y se quedan en la superficie. Les falta actitud poética, esa que nace del sentimiento, del afecto, pero, sobre todo, del conocimiento. Esa poesía que

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recita la vida. Hay que abrir las puertas. No puede perder el ser humano un placer tan grande e intenso. La poesía no puede ser muralla.

Todos nos hicimos preguntas ante los hechos que nos rodean. Y nos las hicimos sin dejarlas escritas en un papel. Para hacerlo así, estaba Pablo Neruda que nos dejó todo un libro lleno de preguntas poéticas:

No te engañó la primavera

con besos que no florecieron?

o

Por qué me preguntan las olas

lo mismo que yo te pregunto?

No se cansan de repetir

su declaración a la arena?

Poesía pura, hecha preguntas. De ahí que para perder el miedo a la poesía, nada mejor que conocerla. Llevar un poemario amigo en nuestra cartera, en nuestro bolso es una buena idea. Tener un libro de poemas sobre nuestra mesilla de noche es muy aconsejable. Libro amigo que anhela que lo abramos para besarnos, acariciarnos, despertarnos, abrazarnos, acompañarnos para que sea más placentera nuestra vida de hiel y azúcar. Ese poemario que nos susurra que todos somos poetas. Ese que dice, en palabras de Juan C. Martín Ramos:

Para que vuelen las palabras,

escribo en el aire

con señales de humo.

Para decirte dónde voy,

escribo en el barro del camino

con mis huellas.

Para que encuentres mi casa,

escribo desde lejos

con bandadas de palomas (…)

Ese poemario que nos habla de la señorita del abanico que va por el puente del fresco río, que los grillos cantan por el Oeste, bajo las flores, que nos dice que el niño quiere ser de plata, de agua y su madre le responde que tendrá mucho frío. Entonces lo bordará

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en su almohada. Lorca, gran amigo de la palabra, gran amigo del color, del amor, de la vida, nos deja sus bellos versos.

Cuando leemos estos poemarios amigos, nacidos de la vida, como debe ser, nos convertimos en creadores/protagonistas de cada uno de esas líneas mágicas. Porque cuando las lágrimas de alegría y tristeza se asoman a nuestros ojos, los acompaña un verso, largo o corto, blanco o gris, rugoso o liso, liviano o pesado, altivo o sereno, desafiante o cauto, serio o juguetón, como estos de Carmen Gil:

La sirena en una ola,

del derecho o del revés,

no pega nunca un traspiés,

lo que da es una trascola.

Sorprendente e incisiva la frase poética de Natalia, una niña colombiana de 5 años que creó cuando le pidieron que definiese la palabra Iglesia. Escribió: Donde uno va a perdonar a Dios.

Versos, pues, enigma.

Verso-apoyo

Verso-luz

Verso-agua

Verso-beso

Verso nuestro, verso que adoptamos.

Leemos, entramos en sus recovecos y nos convertimos en poetas. Todos sentimos la necesidad de escribir, trazar, garabatear, descubrir unos versos a lo largo de nuestra vida. Y fue esta misma vida, llena de murallas, de charcos, de trampas, lo que nos empujó a hacerlo. Impidió, tal vez, dar el paso, pero no nos impidió sentir. Siempre existió, pienso, una escondida admiración por el hacedor de versos. A muchos poetas les robaron sus versos, para convertirlos en voz común, cuando quisimos romper barreras.

Entonces se necesitaba la voz de los poetas y ahí estaba.

Voz acusadora/Voz amiga o enemiga. Voz lacerante, amarga/ Voz dulce, incorruptible. Voz esperanza. Voz que quema, que muerde, asusta, incomoda. Voz placentera, amable, que nunca calla Era , es la voz de los poetas. Es nuestra voz, porque todos somos poetas.

Y oyendo cantar a los pájaros, nos preguntábamos fascinados, como JRJ, ¿dónde cantan los pájaros que cantan? Hacemos poesía al preguntar. Y volvemos a Neruda y nos preguntamos con él: Y cómo se llama ese mes/ que está entre Diciembre y Enero? Y

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queremos responderle: tal vez TRISTEZA, AMOR, LUZ; SONRISA, LÁGRIMAS o simplemente TÚ.

Y cuando, siguiendo los versos de Alberti, queremos cantar con las aguas del río - ¿quién no se ha parado a seguir la marcha de un río alguna vez?- y decimos, como el poeta gaditano, que nunca seremos de piedra y que gritaremos, reiremos, cantaremos, lloraremos cuando haga falta y, haciendo poesía, llenaremos las lágrimas de versos.

Y al sentir el jardín y la tarde tranquila, escuchando a Machado decir que suena el agua en la fuente de mármol, nosotros, como don Antonio, veremos posarse una blanca paloma en el alto ciprés centenario. Y todo ello, porque lo vemos con ojos de poeta.

Por todo esto, ¿podemos dejar a los niños fuera del espacio poético? Evidentemente no. Nuestro compromiso con ellos es indiscutible. No podemos retroceder. No podemos consentir que vivan de espaldas a la poesía.

Tendremos que conjugar con ellos los verbos contagiar, seducir, filtrar, emocionar.

Lejos de obsesionarnos con enseñar poesía, o sea, desentrañarla, medirla, despedazarla, enfriarla, tendremos que dejarla que se filtre a través de la piel para que llegue al corazón. Ayudemos a que los niños hagan suyos los poemas.

Hay un gato en Galicia que maúlla afirmaciones poéticas muy originales y dice que los poemas sirven para tocarlos y sobarlos, para olerlos, para guardarlos en un armario, para ensuciarlos, para recortarlos, para comerlos ( a besos ) o escupirlos. Dice ese gato poeta que la poesía cura los enfados, los nervios del estómago, los dolores de cabeza, los desengaños del amor, los pies planos, casi todas las indigestiones, los ataques de ansiedad y dice Fran Alonso, el dueño del gato o el gato en sí mismo, que hay que poetizarse y que lo fundamental en la poesía no es comprender lo que se nos dice sino sentir el ritmo del poema, su sonoridad, los juegos de palabras que a veces nos deslumbran, las fascinantes imágenes que nos ofrece, además de su enigma.

Y es cierto. A ver qué sienten al escuchar este poema escrito por mí en gallego.

Cando chove

e non me mollo

¿é que chove

ou que non chove?

Choven choven

catro pingas

Choven choven

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Oito ou nove

unhas pingas

que recollo

Chove chove

non me mollo

Uns que baixan

Outros soben

Dezasete

vinte e nove

poño verbas

a remollo

Non me colles

Non te collo

Chove chove

e non me mollo.

Y llegado a este punto, no nos quedará más remedio que conjugar el verbo compartir. Me encanta que compartan conmigo la sonoridad del poema. Conjuguemos este verbo que se ha ido conjugando de escuela en escuela, de biblioteca en biblioteca, de pueblo en pueblo con personas que trabajan la poesía en silencio, sin reconocimientos oficiales, pero con la satisfacción de ser honestos, generosos y de sentirse felices por el trabajo bien hecho. Ellos saben perfectamente que a los niños les encanta la poesía, si alguien se la pone cerca, se la dice en voz alta y los contagia con su entusiasmo. El embrujo de la poesía los habrá envuelto en una niebla lírica que los acaricia con su palabra.

La poesía como diálogo-deseo, por ejemplo, si nos decidimos a hablar con la Luna.

¿Quién no ha hablado alguna vez con ella? Todos lo hemos hecho porque todos somos poetas.

Leidy, otra niña colombiana de 8 años, dice en el interesantísimo libro, Casa de las estrellas que escribió y motivó Javier Naranjo, que Luna es lo que nos da noche.

Los niños son auténticos poetas. Escuchen, sacadas de este mismo libro, las siguientes definiciones:

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Para Juliana, 10 años. HOGAR es algo que de repente se separa y para Juan Esteban es una casa en donde te obligan a comer vegetales. MADRE es para Ana Milena, de 5 años, la piel de uno.

Este debe ser el camino. Los niños tocando versos, dejándose acariciar por ellos, perderse por las sendas que van abriendo en su imaginación. Leer, escribir, escribir, leer, ¡VIVIR!

Palabras para provocar emociones.

Busquemos esas emociones y cuando las encontremos, podemos guardarlas en una caja de sueños como esta. La llevaremos con nosotros. La llevarán con ellos. La abriremos. La abrirán y podrán emocionarse con las ilusiones guardadas en ella.

…………………………………………………………………………………………..

(Abro la caja y voy sacando de ella poemas que voy leyendo. Algunos de ellos se encuentran en un apéndice al final de este texto.)

……………………………………………………………………………………………

Todos somos poetas. Hemos de convencernos. Porque quien lee poesía recrea, reescribe, relee, es decir, la hace suya desde su sentimiento personal y de su curiosidad por elegir las posibilidades que la vida ofrece. Como dice Clara Janés, “la curiosidad te empuja a descubrir horizontes y a comunicarlos. La inocencia para un poeta es muy importante, porque muestra una visión nueva siempre”. Podemos afirmar que esa visión se convierte en visiones desde la inocencia, desde el descubrimiento, desde la comunicación de esas vivencias. Eso es poesía, nuestra manera de ser poetas, ya que la palabra no es ajena a nuestras sensaciones. Leemos poemas, los interiorizamos y nos los apropiamos. Todos somos, pues, poetas.

El filósofo Emilio Lledó afirma que “en las letras de la literatura entra en nosotros un mundo que , sin su compañía, jamás habríamos llegado a descubrir”.

Y yo apunto. Lo descubrimos, vivimos en él, lo llenamos de palabras y seguimos caminos que la poesía nos fue abriendo.

Y leemos, leemos poemas como este de Machado, en el que nos acercamos al jardín, sentimos el rumor del agua y comprendemos sus imágenes del sol y la luna:

El sol es un globo de fuego,

la luna es disco morado.

Una blanca paloma se posa

en el alto ciprés centenario.

Los cuadros de mirtos parecen

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de marchito velludo empolvado.

¡El jardín y la tarde tranquila!...

Suena el agua en la fuente de mármol.

Y celebrando las palabras del poeta caminante, soñamos caminos, nos convertimos en viajeros como él y, casi sin darnos cuenta, escribimos siguiendo los pasos del maestro:

Yo voy soñando caminos

de la tarde…

y me siento un viajero

entre chopos y palabras

entre voces y senderos

entre pinos y encinares

entre aromas y poemas

entre peñas y cantares

y caminante incansable

conmigo llevo un arado

para dejar en los surcos

muchos versos de Machado.

Pronunciado este último verso, tomamos los surcos de las palabras para escribir en el aire nuestros poemas, porque, no lo olvidemos, todos somos poetas.

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APÉNDICE POÉTICO

Algunos de los poemas que están guardados en la CAJA de los SUEÑOS, escaneados en las páginas siguientes.

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