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La peruanidad nuestra de cada día

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Page 1: La peruanidad nuestra de cada día

La peruanidad nuestra de cada día

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Publicación de los estudiantes de la Especialidad de PeriodismoFacultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la Pontificia Universidad Católica del PerúAv. Universitaria cdra. 18 s/n, San Miguel Teléfono: 626 2000, anexo 353Año 7, n° 18, Octubre del 2006

La insoportable levedad de ser... peruano

Sexo a la peruana: cama afuera

¿Por qué marchar si podemos bailar?

El periodista que no es noticia

`24 Horas´ en vivo y en directo

Viaje al medio de la selva contado en nueve escenas

Esperando otro milagro

Los jóvenes sacan la cara por Huancavelica

El cholo en su laberinto

Con un Perú así, no hay gol

Para sufrir sí que somos buenos

¿Samiyoq kasani?

Crónica de un peruano enamorado

FOTO: LUCERO DEL CAST I L LO

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En una reciente entrevista, Antonio Brack retoma una recomen-dación que nos hace el viajero italiano Raimondi: en lugar de tramar revoluciones, conozcan su territorio. No le coloco comillas a la frase porque no la cito textualmente, pero me parece suma-mente interesante. Definitivamente, los peruanos no conocemos la diversidad de nuestro territorio ni las diferentes culturas que lo habitan se conocen entre sí. Por cierto, las diversas propuestas revolucionarias de mediados del siglo pasado naufragaron porque sus líderes desconocían ese punto de inflexión que podría lla-marse idiosincrasia. Pero Antonio Brack va más lejos aún. Él reclama un mínimo conocimiento de nuestro territorio, de sus parajes, de sus mesetas, de sus desiertos, de sus ríos, de la geografía, en fin, de nuestra rica y compleja morada.

Como sostienen varios de los colaboradores del presente número, preguntarnos por nuestra identidad se ha con-vertido en un acto peruano. Ser peruano constituye un reto: el reto de conocernos cuando con frecuencia en las escuelas se encargan de recubrir nuestro rostro en la historia. Rara vez nos citamos, nos leemos, nos vemos. No acostumbramos a revisar los textos de nuestros historiadores, a gozar con las tramas de nuestros novelistas y en contadas ocasiones acompañamos a nuestros pensadores. Quizá, últimamente, las series televisivas y algunas cintas nacionales merecen la atención de un público más amplio y generoso.

Este número pretende mostrar una gama de temas alrededor de la peruanidad. Pero no a la usanza tradicional: ¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? Me parece que los temas destacan un hecho fundamental: estamos en el camino, debe-mos avanzar, la trocha es compleja, pero las ganas de ser son aún mayores. Y, por supuesto, el sexo y el amor siempre están presentes, como corresponde a la edad dorada.

Abelardo Sánchez León

palabras

Colaboradores:Manuel Bonilla, Freddy Ruiz, Claudia Paan, Eduardo Abusada, Jorge Luis Cruz, Lizbeth Luna-Victoria, Fernando Cáceres, María Paz de la Cruz, Diana Zorrilla, María Isabel Coasaca, Pablo Timoteo, Enzo Tomatis, Christian Manrique y Lucero del Castillo.

Coordinador especialidad de periodismo: Abelardo Sánchez-León.Diseño y diagramación: Área de diseño de la FCACCarátula: Juan Carlos Linares LuqueCorrección: Diana Cornejo

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No soy menos peruano por citar a un poeta chileno en un artí-culo sobre la peruanidad. Ni soy más peruano porque pretendo escribir sobre la peruanidad en octubre. Y sí, ya sé, que es el mes morado y del cristo moreno, de lo rojo de la sangre en Acho y la desdicha negra, y muchos colores… los colores que permite el Perú. Porque los esquimales reconocen veinte tipos de blanco en el polo; pero en algunas comunidades, rodeadas de selva, se pueden diferenciar variedades del verde. ¿Hay un color peruano? Porque rojo y blanco… puede ser Indonesia, Polonia, Mónaco, o hasta Japón. ¿La tristeza tiene color? ¿El color de las fachadas tristes del centro de Lima? ¿Ese puede ser el color del Perú… quizá de Lima? ¿El color del smog, del humo de la combi, del cigarro Inka o, tal vez, Nacional?

¿Una definición del Perú? Ensayemos, impostemos la voz y célebremente digamos, como en una imberbe clase de geogra-fía: “El Perú es un país con tres regiones naturales: costa, sie-rra y selva”. Eso debería bastar. ¿Por qué cuestionarse hasta hacer de la pregunta sobre la identidad algo ya bastante perua-no? Preguntarse por ser peruano ya es peruano. Y en algunas regiones de Puno afirman que preferirían haber sido conquista-dos por Inglaterra. ¿Hasta dónde se tiene que rastrear nuestra identidad, nuestro paquete de cromosomas culturales?

La amnesia política es peruana. Fujimori es japonés, y peruano cuando le conviene, por más que sus enajenados seguidores lo arenguen: ‘chino, chino, chino, chino, chino’. Y Velasco fue

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La insoportable levedad de ser... peruano1

Patria, palabra triste,

como termómetro o ascensorPablo Neruda

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chino también, y Araka-ki también es chino. No cualquier chino: son la construcción ‘El Chino’. La tardanza es peruana, y en el lustro anterior, fue pa-trimonio de Cabana; “te llamo más tarde” es peruano; el jardín de Tarma es peruano; la laguna de Paca es peruana. ‘Los Shapis’, ‘Juaneco y su Combo’ (de la selva, su psicodelia) y Diego Flórez son pe-ruanos. Hasta Garganta Profunda fue peruano; no el informante de Woodward y Bernstein, sino el anónimo ilustre que le lanzó soberano escupitajo a Nixon en su visita al Perú mientras daba vueltas por el Parque Universitario. Y peruana es la mujer que dio a luz a sus tempraneros y salvajes cinco años de edad, caso insólito en el mundo. Los peruanos no pierden… casi ganan. Peruano es el polo del ‘Chorri’. El zumo de las cosas es que somos 28 millones de habitantes (aprox.) que compartimos el más azaroso e ínfimo de los denominadores comunes: haber nacido en el mis-mo país. Eso se traduce en la posibilidad de que el Perú albergue 28 millones de “perús”. Una variedad enorme como las que hay en los “menús” de chifa, que también son peruanos. La avenida Perú en San Martín de Porres es la avenida en Lima que tiene más restaurantes de pollo a la brasa (sin la huachafería del pollo al espiedo). El pollo a la brasa es la comida na-cional, más que el cebiche (pese a quien le pese), y todo barrio, y cualquier provincia que se jacte de tal, tiene al menos dos restaurantes de pollo a la brasa; si no, es la combinación, como el arroz con leche con mazamorra morada o el chifa con el pollo a la brasa (que ya son palabras mayores). Ollanta significa en quechua “guerrero inca”, y es peruano y tiene un polo que dice ‘Amor por el Perú’.

Dos sentencias han acompañado al ceño fruncido de Vallejo en su estatua visitada por palomas migrantes, en el autoimaginario lastimoso, resignado, que explo-ta la praxis del dolor: ‘El Perú es un mendigo sentado en una banca de oro’, y ‘¿En qué momento se jodió el Perú?’. Frases fulminantes, como una carrera de ‘Patrulla’ Barbadillo por la banda o el certero verso de Eielson. Las respuestas dependen de cómo vemos el país: ¿desde el quechuismo o desde el quechuchis-mo? A pesar de ser de oro, el mendigo peruano se ha cagado sobre la banca (como Alan se cagó en la banca y la estatizó).

***

Escribir sobre la peruanidad es riesgoso y suicida. La peruanidad es como un tema de tesis: te dicen que es muy general, que tienes que achicarlo, centrarlo más, enfocar-lo más, que no tantos libros, que concéntrate en un autor. Al final, solo se puede generalizar, y terminas haciendo la tesis de un autor, de un párrafo, de una línea. Única, pero magistral. En la peruanidad sucede lo mismo: terminas hablando de la familia, de un amigo, de lo que conoces, de lo que te gusta, de tu barrio, de lo que comes, de lo que tomas, de lo que lees, de lo que escuchas, de lo que quieres.

Daniel Titinger es peruano. También es cronista y escribe de la peruanidad (bueno, de su peruanidad). Daniel acaba de publicar, hace dos meses, el libro Dios es peruano. Historias reales para creer en un país. Se empachó de Inca Kola hasta llegar a las náu-

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1 Tengo más preguntas que certezas. La excusa peruana: “Desconozco con frecuencia mayormente” pretendió ser una sucesión de palabras e ideas ordenadas, pero es fiel reflejo del tráfico en Lima, caótico, irritable, insufrible. Pero entre semáforos rojos que no cambian, pilotos de combi que te meten el carro, niños con la mano extendida y el rostro cansino de pedir y vendedores de lo impensable; bueno, en esos momentos de propicia y forzada reflexión se generan ideas (incluso a veces se piensa el país en una esquina), unas ingeniosas y otras condenadas al olvido. Esta es una de las primeras. No toque el claxon.2 Cada una de ciertas divinidades de la mitología escandinava que en los combates designaba a los héroes que habían de morir y en el cielo servían de escanciadoras.3 Este artículo emplea 41 veces la palabra Perú o sus derivaciones, sus hijos bastardos. Eso me hace más peruano.

seas, sacó a pasear a ‘Pisco’, un perro peruano, y de un ‘hijo de puta’ bien dicho salió el cebiche. Daniel habla de los productos de nos-talgia cuando está fuera del Perú: lo ha sentido en el propio pellejo. Algún día del mes morado tuvimos un encuentro, y como peruano que escribe

en el Perú sobre peruanos, tiene bastante que decir:

Lo que nos une como peruanos es que siempre nos cuestionamos acerca de nuestra identidad. ¿Cuán cierto puede ser eso?

Nos cuestionamos porque vemos que estamos de alguna forma aislados del resto del país como lime-ños… y el serrano lo siente como serrano y el sel-vático como selvático. Un aislamiento en geografía e identidad. Imagínate cómo se puede sentir un aymara. Eso nos lleva a cuestionarnos. Con este libro he tratado de sacudirme, como en un exorcismo, de este tema que tenía clavado como una daga. Ya di mi versión del Perú.

¿Cómo se ve la peruanidad desde fuera, en el exilio?

Es una cosa más particular. Extrañas, de hecho, la Inca Kola, así no te guste (yo no tomó gaseosa casi desde la época que escribí el texto, fue un empacho brutal de Inca Kola), junto con las ganas de comerte un cebiche, que son impresionantes, así no lo suelas hacer en Lima. Porque definitivamente hay otras

cosas que cazan tu peruanidad particular. No sé cómo podría vivir sin esta ciudad techada. Es parte de nuestra manera de ver el Perú: vamos a otra provincia donde el cielo es azul y parece que estuvié-ramos en otro planeta. Empezamos a sentir nostalgia por el desorden, por el caos. Imagínate un peruano que vive en Suiza… Pobre, muere de aburrimiento.

¿Te duele el Perú?

Siempre y cuando tengas una perutonitis. El Perú te produce eso. Estamos inflamados de este país. Una cosa muy peruana es preguntarte sobre la identidad, como hacen los argentinos, los chilenos, los urugua-yos, los mexicanos, sobre su propia identidad. Nos parecemos mucho más de lo que creemos. Estantes de libros de argentinos que hablan sobre lo que sig-nifica ser argentino, el sentimiento de lo gaucho. A veces Chile busca su identidad un poco más arriba, pero siempre buscamos cosas para identificarnos como país: la manera de vestir, la manera de hablar, de sentarse en una mesa. Yo busco a mi país… ¿Qué mierda le importa el pisco a un poblador de Betania en Pucallpa?

***Es imposible hablar de peruanos. ¿Quién es más peruano? No lo sé. Decida usted, peruano. A fin de cuentas, la patria de bolsillo, esa patria errante como para los judíos, que arrastramos en los aeropuertos es todo aquello que nos sirve para recordar, para olvidar, para saber que estamos de regreso o estamos partiendo en despedida. Y, bueno, no extrañamos Machu Picchu ni Chan Chan: el país es de uno y es inventado, es lo que uno extraña y que se configura en la nebulosa de la memoria y en el corazón de la nostalgia (que tienen de ya vivido como de irrecupe-rable, que lo hace más complejo que un recuerdo) un barrio, una esquina, tus amigos, tu esposa, una comida, una bebida, tu novia, un libro o (como es mi caso) una valquiria2 que es de mi “país” y por eso, única compatriota3.

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0102Sexo a la peruana:

cama afueraEn Lima hay un hostal en cada esquina. Se han levantado en calles y avenidas, y a veces hay dos o tres compartiendo la mis-ma acera. El hostal es, básicamente, una versión económica y lujuriosa del hotel, y justamente en esa identificación con el sexo está la razón primera de su existencia y fortuna. Regla de oro: nadie entra solo. Al hostal solo se va a tirar.

Su multiplicidad, sin embargo, no se debe a una repentina ce-lebración del placer, sino a un llamado de la necesidad. Para los jóvenes, por ejemplo, el training amatorio supone dos pro-blemas: tener una pareja y una habitación dispuestas. Si lo pri-mero no es inconveniente para el arte del seductor, llegar hasta la cama sí lo es. En casa, las órdenes las siguen dictando los padres: las novias y novios no pasan de la sala.

Apremiados, entonces, por las ganas de tenerse los unos a los otros, el hostal aparece como la extensión de la intimidad. Las parejas se desnudan, hacen el amor, se duermen, se levantan, vuelven a tirar y se vuelve a dormir, en la amplitud de una habi-tación que alquila la ilusión de la privacidad y la cama king size por unos cuantos mangos.

Pero en los pasadizos y las estancias de un hostal no solo se cruzan adolescentes y jóvenes de estreno. También hay hombres y muje-res, adultos y profesionales, igualados por el mismo inconveniente.

En Estados Unidos o Europa, una vez que acaban la preparato-ria, los muchachos se las empiezan a buscar solos, en un piso de la ciudad o en las habitaciones universitarias. En el Perú sucede todo lo contrario. Tener un departamento es caro, y los hijos empiezan a pensar en la posibilidad de mudarse a los treinta años o en los previos del matrimonio.

Por eso el hostal, de una u otra forma, siempre está ligado a la ausencia de otro lugar mejor. Nadie va al hostal porque quiera, sino porque no hay otra. Para los amantes, el hospedaje ama-torio es la escenografía única donde una relación es posible. No hay amantes sin sexo. Si la pareja no tuviera dónde consumar el acto, no existiría relación posible. El hostal, entonces, es el lugar donde los amantes pueden ser verdaderamente amantes.

Por su parte, algunas prostitutas incluso han construido una rela-ción cómplice con los recepcionistas del hostal y han convertido

a este en su centro de trabajo. Evitando los peligros de pararse en plena calle —a falta de una habitación propia, segura y con condiciones higiénicas— las avispadas meretrices han ligado sus servicios a uno de estos hotelitos, a fuerza de que el cliente pague el valor de la noche y de tener un techo que las guarde.

Ir a un hostal suele tener algo de falta, de travesura. Por eso las parejas en el umbral de la puerta miran a ambos lados de la calle. El pudor se queda en la recepción, junto al documento de identidad. La lógica clandestina de este negocio solo ha podido ser concebida en una sociedad puritana, que se ha visto en la necesidad de construir y alquilar una habitación para vivir el deseo con holgura.

Pero todo lo sólido se desvanece en el aire (Berman dixit), y en las recientes transformaciones de la ciudad, los hábitos y costumbres han empezado a acomodarse a la nueva medida de sus habitantes. La ciudad ha adquirido una nueva fisono-mía, donde el hostal ha perdido el hálito de intimidad. Esta Lima transfigurada, más popular, ha asumido una desfachatez que no rinde cuentas a nadie, que se achora y se las busca para so-brevivir. En la urbanización de la periferia, cientos de hostales se han edificado sobre esta nueva y progresista manera de vivir la vida, menos avergonzada y pudorosa. Ahora se anuncia en periódicos y en la televisión, se luce en grandes avenidas, con carteles gigantes y luces de neón.

Junto a las cabinas de Internet y la pollería, el negocio del hospedaje es uno de los más florecientes de la ciudad. Están donde uno vuelva la mirada: frente a colegios, institutos, univer-sidades, mercados, hospitales, clínicas y la morgue, allí donde haya clientes para sus habitaciones.

En este nuevo orden de las cosas, el sexo y la gastronomía han formado una pragmática relación, hermanados en un mismo templo del sabor y el amor: chifa en el primer piso y hostal en el segundo, tercero y cuarto.

En una vida en la que el tiempo vale oro, era de esperarse que esto sucediera. El almuerzo y el amor se han convertido en ingredientes del mismo plato: los dos para saborearse al paso, ambos marcadas por la vertiginosa velocidad de estos tiempos modernos.

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EL 28 DE JULIO DE SIEMPREPese a quien le pese, son muy pocos los acontecimientos que unen a todos los perua-nos bajo ese difuso e intangible sustantivo llamado peruanidad. A pesar de estar unida la costa, unida la sierra y unida la selva contigo, Perú, en nuestro país, la perua-nidad se vive de diferentes modos y tiene diversas manifestaciones dentro —e incluso fuera— de nuestro territorio patrio. Pero si realmente nos esforzamos en imaginar una situación en la que todos (o la mayoría de) los corazones peruanos latan al unísono, ¿cuál sería esta? Los goles de Cubillas o las Fiestas Patrias. Concentrémonos en la segunda opción.

Hay dos días en el calendario: 28 y 29 de julio, en los que los peruanos nos sentimos más peruanos que nunca y tomamos el pisco que no tomamos a lo largo de todo el año y escuchamos la música que nunca escuchamos, sintiéndonos peruanísimos y celebrando. Pero, ¿qué celebramos real-mente? La respuesta puede encontrarse en la forma de festejar nuestro aniversario patrio. Las dos fechas mencionadas tienen un acto central, un momento cumbre.

En 28 de julio, la celebración gira en torno al esperado (o desesperado, depende desde dónde se mire) mensaje presidencial, oca-sión que se da una vez al año y en la que el Presidente de la República capta la aten-ción de la gran mayoría de los peruanos.

Predominan la mención de los logros alcan-zados, la omisión de los errores, las prome-sas para el año próximo, un feliz 28 y unas palmaditas en la espalda que el mandatario espera nos duren otros 365 días, hasta el próximo mensaje presidencial. El 29 de julio es diferente: esta vez la “fiesta” se traslada a las calles al ritmo de los tambores o, mejor dicho, al redoble de los tambores.

Desde muy temprano, la Avenida de la Peruanidad se viste de rojo y blanco para ver desfilar con paso marcial y disciplina a las diversas fuerzas de nuestro Ejército Nacional. Un despliegue de poder en las calles, una manifestación de nuestro pode-río bélico; la gente aplaude y observa orgu-llosa el espectáculo de coordinación, orden y cascos brillantes. ¿A quién no le gusta un desfile? Además, no es extraño escuchar que alguien diga: “Eso es lo que necesita-mos: orden, mano dura”. La idea de que aquello proveniente del orden perpendicular y castrense es lo que nuestro desordenado país necesita está muy arraigada en nues-tra idiosincrasia. Un síntoma claro al res-pecto es la intención del actual Presidente de la República de reinstaurar el servicio militar obligatorio. Según la doctora Pepi Patrón1: “Esto tiene que ver con nuestra tradición de caudillismo, militarismo, de gol-pes dictatoriales, es decir, una tradición en la que la idea del orden no está asociada a consensos y acuerdos, sino a una autoridad vertical […] No digo con esto que la tradi-

A fuerza de costumbre, los peruanos celebramos nuestro aniversario patrio con una de las demostraciones bélicas de mayor impacto social en la historia: el desfile militar, soldados en formación, marchando, portando sus armas. El desfile nos evoca guerra, violencia, muerte. ¿Por qué celebramos así nuestras Fiestas Patrias? ¿No hay otra forma de hacerlo? ¿Por qué Alan García propone volver al servicio militar obligatorio? Propongo música, pisco y mucho baile.

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¿Por qué marchar cuando podemos bailar?

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ción del ser peruano sea ser autoritario, pero todavía tendemos a asociar orden de arriba hacia abajo y no de abajo hacia arriba, que sería el orden más durade-ro, resultado de la concertación”2.

Sobre el mismo tema, Augusto Castro3 opina que nuestra sociedad “es una sociedad que construye poco a poco su democracia, entonces estamos acostumbrados a los caudillos, los militares, a las decisiones que vengan desde afuera y desde arriba y que sean estrictas. La gente aplaude la mano dura; la pena de muerte, ese es el discurso que hay, de un simplismo extraordinario. Pero en el fondo, toda esta búsqueda de mano fuerte, mano dura, lo que hace es retroalimentar el sistema. Impide que el ciudadano sea el que decida”4.

Teniendo esto en cuenta y retomando el tema central de este artículo, el desfile cívico-militar es un ejemplo de la militarización a la que se somete la sociedad civil, bajo la consigna de que esta es la única manera de celebrar las Fiestas Patrias y que, mientras más cerca se esté del modelo militar, se es más fiel a los ideales patrióticos, es decir, más peruano. Esto se proyecta incluso hacia los menores de edad, que de pronto se ven uniformados, ejecutando marchas mili-tares alrededor de un parque, como si de pequeños soldados se tratase. Si bien es cierto que los niños no son conscientes de lo que están haciendo y que participan de estas actividades casi por inercia, no podemos negar que desde muy temprana edad se les está inculcando la idea de que la celebración de las Fiestas Patrias, de “fiesta” sólo tiene el nombre, y que el tema en torno al cual gira esta celebración es el desfile, la guerra, la marcha, el fusil… en resumen, la violencia.

UN 28 DE JULIO DIFERENTE Era una mañana gris en Los Olivos y la avenida por donde iba a transitar el pasacalle escolar estaba desierta. Poco a poco, buses llenos de estudiantes de todas las edades se iban estacionando en los alre-dedores e iban llenando el lugar de niños y jóvenes vestidos con trajes típicos, máscaras y banderas. La música se apoderó del lugar y un verdadero ambien-te de fiesta se empezó a vivir, gracias a los bailes de los participantes y la alegría de un público que había ido a alentar a sus hijos, pero principalmente, a divertirse. Aproximadamente veinte colegios parti-ciparon de aquel pasacalle en Los Olivos, donde se bailó desde las ocho de la mañana hasta la una de la tarde en plena vía pública. No hubo necesidad de un contingente de seguridad para controlar a este mar de colores, que al ritmo de diabladas, huaynos, marineras y sayas inundaba de alegría su paso frente al estrado principal.

Si bien es cierto que había unos bailarines más expe-rimentados y hábiles que otros, también es cierto que todos estaban ahí para dar lo mejor de sí. Pequeños ataviados con trajes multicolores realizaban sorpren-dentes pasos que el autor no podría ejecutar ni en su mejor momento de inspiración. Pero, sobre todo, niños y jóvenes con los ojos muy abiertos y atentos a este espectáculo que estaban espectando en primera fila: ¿Todo esto tiene el Perú? En ese momento, el primer paso hacia una conciencia social y un ejercicio pleno de la ciudadanía está dado. Sí, todo eso es el Perú.

El baile libera al ser humano; el compás de la música vuelve ligeros los pies de los jóvenes bailarines que parecen flotar sobre el pavimento. ¡Qué distinto del aporreo de las botas! Alejados de esta pesadez mili-tar, los niños se esfuerzan por danzar mejor, saltar más alto, cantar más fuerte. En ese momento están queriendo al Perú a su manera, aferrándose a su cul-tura e identificándose como peruanos. Lo variopinto de nuestro país se ve reflejado en el concepto mismo del pasacalle: diferentes manifestaciones culturales juntas en un lugar común. Estas manifestaciones no se agreden entre ellas, no tratan de aplastarse unas a otras: cada una viene a aportar lo mejor que tiene para contribuir a la belleza del pasacalle en su conjunto, hacer más grande y alegre la celebración, hacer de este un país mejor. Ese debe ser el elemen-to aglutinante que tanta falta hace en nuestra nación: conocernos y reconocernos como peruanos dentro de este gran pasacalle y dar nuestro mejor esfuerzo para lograr el bien común y hacer del Perú un mejor lugar para vivir.

De este modo, el pasacalle busca realzar los valores democráticos de tal manera que se celebren las Fiestas Patrias exaltando nuestra cultura, y no los valores militaristas y bélicos. Este tipo de esfuerzos debe ir ganando cada vez mayor protagonismo den-tro de nuestra sociedad, pues esos son los espacios que necesitamos para reconocernos como ciudada-nos —y, sobre todo, como peruanos—, rechazando manifestaciones que hagan referencia a la violencia que ha desgarrado a nuestro país en más de una ocasión.

Incentivar este tipo de actividades no significa menos-preciar el heroico sacrificio de los hombres y mujeres que han entregado su vida por la patria: se debe entender que este sacrificio no se hizo porque estas personas eran amantes de la violencia o de la guerra, sino que, por el contrario, su deseo era que no se apague el espíritu de nuestra nación y que sus com-patriotas pudieran vivir en paz y libertad. Una libertad que nos permita manifestarnos y mostrar orgullosos nuestra herencia cultural.

No hubo necesidad de un contingente de seguridad para controlar a este mar de colores, que al ritmo de diabladas, huaynos, marineras y sayas inundaba de alegría su paso frente al estrado principal.

1 Filósofa, jefa del Departamento de Humanidades en la Pontificia Universidad Católica del Perú.2 Entrevista realizada por el autor, 22 de septiembre de 2006.3 Filósofo, director del CISEPA de la Pontificia Universidad Católica del Perú.4 Entrevista realizada por el autor, 17 de septiembre de 2006.

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Lo encontré enfermo. Esa noche, el escritor Jorge Salazar esperaba dos visitas: la pri-mera era la mía; la segunda, la del médico. Tenía migraña. Estaba fastidiado: se movía constantemente en el sillón, hacía gestos al punto de encoger todo el rostro como una pelota desinflada. No me miraba a los ojos para nada, en ningún instante. “No ha sido un buen momento para venir”, pensé; sin embargo, la entrevista ya estaba en mar-cha. Afuera, las bocinas de los carros eran interminables. Vive en un lugar céntrico de Miraflores. “¿Qué te puedo ofrecer?”. “Un vaso de agua”. Se pierde detrás de una puerta —debe ser su cocina, imagino— con su cuerpo delgaducho.

Es un departamento pequeño, con muchos libros. Jorge Salazar ha sido editor de El Comercio, Caretas y Der Spiegel, uno de los más importantes semanarios de Europa. Ha ganado el premio ‘Casa de las Américas’ en 1980 con su obra La ópera de los fantasmas. Su último galardón fue el ‘Gourmand World Cookbook Awards 2006’, el mejor libro de literatura gastronómica en el mundo, por su obra Crónicas gastronó-micas. Tiene 66 años. Periodista. Cronista. Escritor. Cocinero. Bailarín. Catedrático.

Comentarista de fútbol. Investigador. Amante de las exquisiteces. Y ahora me trae el vaso de agua. Empezamos a conversar. Habla distante, mirando a la nada. Se ve enfermo y solo, pero quién no lo ha estado.

Veo acá en la mesa esta gigante enciclo-pedia de gastronomía. Usted ha escrito un libro de cocina que este año ha gana-do un premio internacional. ¿Cuándo nació esta afición?Mi afición viene de la época de niñez, por-que la cocina era en mi casa de la infancia, una especie de refugio a la problemática del hogar, y allí yo, en medio de la gente que trabajaba en la cocina, me encon-

traba muy a gusto entre los olores, los decires, el chisporroteo de las llamas.

Para mí era una especie de encanto. Hizo que no tuviese miedo de agarrar sartenes o de jugar con fuego. Luego lo continué practicando cuando, por razones de estu-dio, mis padres me mandaron a Europa. Entonces, extrañando la comida hogareña, traté de repetirla y aprender algunos platos nacionales de otros países: griegos, persas, chinos…

Se interesó por la cocina de otros luga-res…Claro, porque yo vivía en Gran Bretaña y mis compañeros eran otros jóvenes extranjeros como yo. Había un intercambio permanente de experiencias. Eso me permitió ofrecer lo que yo traía, conocer lo que otros traían y aficionarme, diríamos, a otras cocinas y a otras costumbres.

Y si le preguntaran cuál es la mejor coci-na, ¿dónde se come mejor?A menudo escucho que hablan de la cocina peruana, pero esas son tonterías. Hay gente desconocedora que necesita colgarse o colgar a la comida de una bandera. Creo que la cocina no tiene fronteras. Hay un par de cocinas madres sobre la tierra: la cocina italiana y la china. A partir de ellas llega el resto, y todas las cocinas, de alguna manera, son mestizas. La cocina es buena no porque sea de aquí o allá, sino por la forma en que se prepara. Esto de hablar del cebiche peruano a mí me parece de un nacionalismo al cual miro con cierta distan-cia o con un poquito de asco.

Acaba también de publicar Los papeles de Damasco. El libro se vende como una historia sobre Jesús que plantea la idea de que él no murió en la cruz. Sin embar-go, al leer el libro esto se menciona bre-vemente. ¿Cuánto hay de cierto sobre si Jesús murió o no en la cruz?La documentación que tuve hace muchos años permitía elucubrar que Jesús había vivido después de la fecha señalada de su muerte.

que no es noticiaEl periodista

POR FREDY RU IZ

Entrevista a Jorge Salazar

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A h o r a bien, yo

simplemen-te tomé la idea que me impulsó

a trabajar la novela de la manera que lo he hecho.

Creo que ha sido un trabajo de deducción racional que tiene poco que ver con

las convicciones religiosas. Es una historia que está llamada a hacer meditar, reflexionar o entretener a mis lectores, que es un poco la función del escritor. Yo no trato de entrar en una polémica religiosa.

¿Cree en Dios?Como todos: por ratos. Soy un hombre asaltado per-manentemente por dudas o a veces por tremendos momentos de fe. Un ser absolutamente normal, y además con la característica de que lo digo. Todo esto no lo puedo determinar… No sé qué soy.

Usted es un periodista de mucha trayectoria. A partir de su experiencia, ¿cómo cree que debe ser un verdadero periodista?Creo que es un aventurero, un hombre de la calle. Es un hombre con una vocación y con metas muy claras.

Tiene que ser alguien muy ambicioso, en el senti-do de que quiere llegar donde el resto no puede. Hay que tener esto muy claro. Es alguien que debe estar muy bien informado: tiene que viajar, hablar lenguas. Son diversas características que

la universidad no necesariamente da —y se lo dice alguien que es catedrático de una—. Yo no confío en el periodismo de las enseñanzas teóricas.

¿Cómo ve a los periodistas actuales?Creo que hay muy buenos periodistas jóvenes; pero hoy en día el periodista se ha convertido en noticia.Ha dejado de ser lo que debe ser; es decir, un infor-mador, un orientador de su comunidad y, además, un tipo lo suficientemente humilde como para estar detrás de la noticia. Y normalmente los periodistas son como vedettes, lo que a mí personalmente me disgusta. Él mismo no es noticia, ni la manera en que viste, ni las mujeres con quienes sale, etcétera.

Una de las cosas que más me sorprendió en su biografía es que usted es bailarín (de flamenco).He sido un joven curioso, y como a muchos jóvenes, me ha gustado la música y he sido una persona muy disciplinada que no ha tenido miedo de hacer algunas cosas. He bailado ballet y flamenco en una época de mi vida. Probé, practiqué, no estaba mal, tenía una figura adecuada. Yo no lo veo como algo extraordi-nario. El asunto está en que uno crea que lo puede hacer. Yo quisiera que ninguna actividad humana me fuese ajena. Yo soy un ser humano; entonces hay una fuerza de voluntad que me ha llevado por una serie de parajes de varios tipos.

¿Cómo fue su niñez? Usted ha hablado de una desazón familiar.Bueno, hay varios momentos. He tenido mucha cerca-nía con un personaje que todavía me acompaña, que es mi abuela. Alguien que todavía me sopla cosas, que me enseñó, que me dio todo su calor, su cariño, su palabra precisa. Luego, mi infancia ha sido atrave-

A los 66 años es periodista, cronista, cocinero, novelista, comentarista de fútbol y pocos le dan bola.Viene de publicar Los papeles de Damasco.

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sada por juegos, fútbol, muchachas, cinema, jardines, ríos. Ha habido de todo. Vengo de una familia burgue-sa donde no faltó nada.

¿Entonces…?El sufrimiento venía de otro lado, probablemente del carácter machista de mi padre —hijo de sus tiempos, ciertamente—. Mi madre padecía de asma, enferme-dad que yo heredé. Eso nos llevó a vivir en Chosica. Luego vine a vivir con mi padre en Lima, pues hubo una división de bienes entre mi padre y mi madre: a mí me tocó irme con él, y a mi hermano menor con ella. Así, como si fuésemos muebles. Se sufría mucho en medio de tanto esplendor, porque mi padre era un tipo con mucho dinero. Pero poco a poco en el colegio, con los amigos, con los juegos, los sueños, fui encon-trando compensaciones. Probablemente era un tipo un poco triste; pero siempre tuve la suerte de encontrar a alguien.

¿Su padre era autoritario?Sí, claro. Pero eso no chocaba conmigo. El p r o b l e-ma era cómo llevaba la casa. Creo haber sido una persona muy sensible, pero tuve la suerte que me acogieran en la casa de un compañero de colegio que todavía vive y a quien veo a menudo: Enrique Galia. He crecido en su casa como un hijo más. Buena parte de mi infancia la pasé en su casa, donde yo tenía todo, un lugar fijo en la mesa. Mi último libro de gastronomía se lo dediqué a esta familia, porque yo aprendí a gozar de la mesa ahí; aprendí el amor, la amistad, aprendí muchas cosas en la vida personal: que la familia no es necesariamente la gente que más te quiere o más te comprende. Aprendí que la familia es accidental y que los verdaderos hermanos, la ver-dadera familia es producto de afinidades espirituales, de coincidencias y querer.

¿Por estos días qué le divierte? ¿Qué está haciendo?Estoy trabajando. Preparando una novela. Una edito-rial española me ha pedido una autobiografía. Como gané este premio de crónicas gastronómicas, me han

pedido un libro de gastronomía. Acabo de terminar La historia de los homicidios.

Hasta hace un mes yo no sabía mucho de usted. Por ahí había escuchado su nombre, pero no lo conocía muy bien; solo a partir de sus recientes entrevistas en la televisión (‘3G’ y ‘Presencia Cultural’). Me sorprende que usted haya hecho tanto, que haya escrito varios libros: es un perio-dista que ha sido editor en los principales medios escritos, que ha ganado premios importantes, y me parece extraño que no sea tan reconocido. ¿Qué opina sobre el reconocimiento?

Yo no sé… Bueno…

Usted es perfil bajo.Lo que pasa es algo que yo le he dicho antes: yo soy periodista, no soy noticia. Mi trabajo puede ser noticia de repente. Acabo de ganar un par de premios este año, cosa que me hace muy feliz, porque es un reco-nocimiento a mi esfuerzo…

¿Fama?No me interesa en absoluto. Se me conoce fuera del país; hay un reconocimiento. Pero, vamos, no me pre-ocupo por eso. Yo estoy contento con lo que usted ve. Estoy feliz y satisfecho. Me basta con lo que tengo; no soy vedette; no me interesa la publicidad. Me interesa vender mis libros. Mis libros se venden, se agotan. Normalmente mantengo distancia con todo.

¿Es feliz, señor Salazar?Eh… no, ¿qué cosa es ser feliz…? Yo tengo lo que muchos sueñan. Vamos, yo tengo reconocimiento en mi trabajo, tengo amistades, soy catedrático, con conocimientos, he viajado mucho, tengo el cariño de mucha gente. Pero sé dónde vivo: ser peruano es también una condición de infelicidad. Yo no puedo ser insensible a lo que pasa con otros. Eso es lo que me preocupa. No tengo la capacidad de aliviar el dolor de muchísima gente.

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«Creo que hay muy buenos periodistas jóvenes; pero hoy en día el periodista se ha convertido en noticia.Ha dejado de ser lo que debe ser; es decir, un informador, un orien-tador de su comunidad y, además, un tipo lo suficientemente humilde como para estar detrás de la noticia. Y normalmente los periodistas son como vedettes, lo que a mí personalmente me disgusta. Él mismo no es noticia, ni la manera en que viste, ni las mujeres con quienes sale, etcétera».

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El edificio de la esquina de la cuadra 11 de la avenida Arequipa nunca descansa. Estático e imponente, ve salir a decenas de personas y, luego, entrar a otras que cubrirán los puestos vacíos. Hábiles hormigas, van y vienen por dentro, entre los cinco pisos del canal. Haciéndoles simplemente cosquillas, a paso inquieto, los incansables trabajadores acarician sus equi-pos, discuten, investigan, deciden y entretejen lo que en las próximas horas el país reconocerá como su realidad.

Lejos de las maravillas tecnológicas que de chicos nos dejaban pasmados, la magia de los estudios de Panamericana desapa-rece al conocer el otro lado de la misteriosa caja televisiva y los secretos que esta guardaba con recelo. Los pequeños sets, las grandes cámaras, los monitores, las luces… todos los ingredien-tes que hacen que en la mañana, al mediodía y en la noche, estemos listos para ver, en vivo y en directo, los ya consagrados noticieros del que alguna vez fuera el canal líder de la televisión.

Pero el tiempo a veces juega sucio. La juventud y el esplendor de antaño se hacen extrañar. Treinta y tres años no pasan en vano y el que ya se había convertido en el programa emblemático de esta casa televisiva continúa una línea de vejez apresurada. El rating ya no lo acompaña, y la fastuosidad de sus conductores y escenarios se fue perdiendo en los nuevos conceptos de moder-nidad. Ahora, el edificio exuda el agrio aroma del resentimiento de sus trabajadores. La vejez los ha hecho más amargados; la vejez, los rencores, las rencillas y las infaltables remuneraciones desaparecidas que, entre deudas y deudas, la empresa va olvi-dando. La vejez hace que se quejen constantemente, que griten entre los pasillos; también crea rumores. Es la vejez, aunque muchos de sus miembros aún se llamen jóvenes.

El teléfono no deja de sonar en la mesa de información. Un soplo más en la incontrolable bulla del quinto piso de la esquina de la televisión, que no deja de estar en movimiento, no se da un respiro, no concibe descansos. La radio policial pone lo suyo en la mesa de Mandujano. Los asistentes, los recepcionistas de los miles de acontecimientos y la pantalla plana gigante que tienen enfrente son la gran fuente de ‘24 horas’. Ellos, y todos los canales de cable que puedan brindarnos las noticias internacionales. Por eso nunca pueden descansar: las noticias ocurren a cada minuto, y nada las detiene.

Los reporteros son los grandes tejedores de las noticias. Entre veteranos y novatos, resalta su fortaleza y tolerancia: han resistido los avatares administrativos del canal, detalles por los cuales muchos ya han perecido. Pero están tan acostumbrados a sus temas que Paola Pejovés no podría ver los sangrientos

casos policiales del chino Zúñiga, y no imagino a Verónica Reyes yendo todos los días al Congreso. Y es que cada uno de ellos sabe exactamente qué tiene que hacer y cómo hacerlo. Cada uno con su propio estilo y la inconfundible gracia de su presencia auditiva en off.

Los reporteros van llegando y el material se sigue acumulando. El tiempo en el canal no perdona, y las cintas se siguen suman-do: los másters, el archivo, y las cinco islas que a veces no se dan abasto. Pero saben que tienen que hacerlo, que no pueden tomarse el mismo tiempo que para la primera nota que les llegó a las cinco, porque el noticiero tiene que salir a las diez y nadie los va a esperar. Y Marisol estará sentada en el set anunciando la nota, y la edición debe estar lista para ser lanzada por el chino multilingüe a la hora que Pepe Vargas ordene. Por eso, si la edición tiene que hacerse en quince minutos, en catorce tendrá que estar lista para que alguna inocente asistente de producción muestre sus habilidades atléticas y baje en pocos segundos la nota del cuarto al segundo piso (pobre de ella si el director ya no la quiere emitir: los editores no se caracterizan por su amabilidad).

Pero todo debe apresurarse, pues la sala de redacción tiene sus propias presiones. Las notas deben llegar para que se pueda escribir las carillas y hacer la pauta, armar el avance y, finalmente, cuidar una de las cosas que sobreviven desde antaño: los titulares. Consagrados, a diario son cantados por la figura que ni el tiempo, ni los golpes ni la inestabilidad supieron mover: no recuerdo el noticiero sin Iván Márquez y su gruesa voz detrás del escenario. Creo que no hay ninguna época de ‘24 horas’ que haya existido sin él. Siempre con una chalina en la garganta, sube a la isla cinco a grabar los textos corregidos por Alejandro Guerrero una hora antes para que Marco los tenga editados a las diez, gracias a su envidiable manejo del único Avid que maneja el programa.

El switcher es el último destino de este implacable camino que, en su recorrido, fue dejando políticos, juicios, artistas y casos humanos que por ese día no tendrán un espacio en la agenda peruana. El switcher, que mantiene la calma hasta las diez, no puede evitar subir unos grados cuando el noticiero está en pleno lanzamiento y faltan créditos, y las notas no llegan, y el director se molesta, y algunos se equivocan, y todo ocurre en ese momento, pues es el turno del estrés, porque hacer un noti-ciero diario incluye estrés y porque todas las otras secciones lo han vivido horas antes. Ahora le toca aguantar al switcher el resultado de todo ello, para poder lanzarlo al aire y que el público finalmente juzgue.

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‘24 Horas’ en vivo y en directo

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ESCENA I: LA PROPUESTAEstábamos de vacaciones en Iquitos y fantaseába-mos con la idea de internarnos en la selva a lo Jane y Tarzán. Las únicas ofertas eran unos albergues que, además de ser carísimos, no cubrían con los requisi-tos impuestos por dos almas jóvenes y aventureras: naturaleza pura, mientras más guerrera mejor.

Por suerte contábamos con un Ángel, como se llama-ba el mototaxista que nos guiaba en nuestro recorrido turístico por la ciudad de Iquitos. Él nos habló de un lugar llamado Banhuana: una comunidad en las orillas del río Amazonas que no sé si se puede ubicar en un mapa geográfico, pero que definitivamente ocupa un lugar en mi mapa mental. “Unos parientes de mi espo-sa tienen una chacra y viven ahí”, nos contó.

Según lo narrado, Banhuana era el lugar buscado: viajas cuatro horas río arriba por el Amazonas y llegas a un pueblo enquistado en la selva, donde la gente vive en malocas; comes lo que la naturaleza te da, y la tecnología no ha llegado. Toda la experiencia ama-zónica al módico precio que dicte nuestra voluntad.

Acordamos la fecha y lugar de encuentro, Ángel, la Helly (su esposa) y la Mayte (su hija) vendrían con nosotros. Hace por lo menos tres años que no iban de visita.

A las siete de la mañana del día siguiente estábamos bañados y embadurnados de repelente, esperando ansiosos en la puerta del hotel a que llegara el ángel. Por supuesto que la espera desespera, y Ángel llegó cuando estábamos a punto de entrar en pánico: eran casi las ocho de la mañana, faltaba hacer las compras de mercado y la lancha salía a las nueve.

ESCENA II: EL PUERTO DE BELÉNEl puerto quedaba en el barrio de Belén, así que ahí mismo compramos lo que nos hacía falta. Lo principal era abastecernos de líquido y víveres: agua, por favor; solo tengo con gas, señorita; qué se le va a hacer. Fideos, arroz, atún, aceite, leche, azúcar, papel higié-nico (básico) y un vuelto a mi favor. Papas, cebollas, tomates y demás. Lo último —pero no por eso menos importante— dos botellas de ‘Siete raíces’.

Viaje al medio de la selva contado en nueve escenas

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La zona de embarque era un basural sin muelle, enlo-dado y resbaladizo; y nuestro vehículo era el medio de transporte más popular entre la gente de la zona. No se vayan a imaginar una lancha con un apuesto marinero que nos extiende la mano para ayudarnos a subir. No, no, no, error. Con gran dificultad trepamos a la inmensa nave de madera que nos llevaría durante cuatro horas por el río Amazonas. Cuánto le vale, cuánto le cuesta: cinco nuevos soles.

La hora de partida programada era las nueve de la mañana, pero —como imaginarán— no se cumplió. Tras cargar la lancha con pollos, gallinas, personas y bultos, se extendieron hamacas y hubo que esperar a que se llenase de pasajeros hasta el último rincón (sin hacer discriminaciones de especies, vale decir, humanos y animales de toda clase).

ESCENA III: EL RECORRIDO POR EL AMAZONASPartimos a velocidad de tortuga hemipléjica a las diez y media de la mañana. El viaje fue largo y, en oca-siones, los niños no podían controlar su vejiga o sus esfínteres. Los hombrecitos orinaban en las rendijas del suelo, y una madre avezada no dudó en asomar el trasero de su hija por el río. Una vez más se aplicó la nula diferenciación entre especies. A la hora de cumplir con las necesidades fisiológicas no hay dis-tinciones: una gallina cagaba mientras aleteaba con desenfreno y su mierda salpicaba a todos los que la rodeábamos. ¡Qué suplicio!

Sin importar las adversidades, el pequeño motor de la inmen-sa lancha seguía en marcha.

ESCENA IV: LA CAMINATA AL PUEBLODesembarcamos en la orilla de la localidad de Banhuana a la una y media de la tarde, pero el viaje recién comenzaba. Una hora de caminata cuesta arriba, con un sol calcinante y cargando pesados bultos, era lo que nos esperaba para llegar al pueblo.

Ángel pretendió que contratáramos como cargador a una señora que pasaba de los sesenta años. Nuestra negativa fue instantánea y simultánea… después lo lamentamos. Mientras caminábamos a duras penas, el calor se hacía cada vez más insoportable y el pega-joso sudor de clima tropical complicaba aún más el viaje. Disfrutar del hermoso y majestuoso paisaje era lo último en lo que pensábamos: ¡Agua helada, por el amor de Dios! Movíamos los pies de pura inercia.

Llegamos al pueblo arrastrándonos, casi reptando, pero aún faltaba un corto trayecto para toparnos con la maloca que buscábamos. Avanzamos durante eternos minutos más hasta que finalmente tuvimos en frente a nuestros anhelados anfitriones.

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ESCENA V: LA BÚSQUEDA DEL AGUACualquier llegada es una sorpresa… ¿Cómo llamar-los? ¿Dónde escribirles? A pesar de eso, el encuentro fue efusivo.

Había llegado el momento de hidratarnos y descansar. Nuestra única fuente de abastecimiento de líquido eran las botellas de agua calientes y con gas. ¡Qué asco!

Necesitaba bañarme en alguna parte para refrescar-me, y nos hablaron de una poza cercana. Nos pusimos la ropa de baño, dejamos nuestras cosas y sacamos fuerzas de no sé dónde para emprender una nueva caminata. El premio a nuestro gran sacrificio fue un pozo enlodado en el que no me atreví a meter ni la uña del dedo gordo del pie. ¡Qué bichos y animales andarán en medio de esas aguas turbias!

Mi negativa fue tan convincente que rápidamente nos ofrecieron un nuevo lugar. Esta vez, emprendimos un viaje hacia el paraíso: una vertiente del río Amazonas con agua cristalina y abundante vegetación. El agua, además de estar deliciosamente fresca, se podía beber. Disfruté de cada segundo que pasé en aquella playa que se ha formado como un milagro de la natu-raleza. Luego de poco más de una hora, mis manos ya estaban arrugadas y mis tripas me avisaron que había pasado la hora de almuerzo. Regresamos renovados a la maloca, donde nos esperaba un plato de comida.

Después de llenar el vacío en el estómago, descan-samos en unas cómodas hamacas que nos habían preparado. Mientras dormíamos para ayudar a la digestión, llegó la hora de cenar para los mosquitos e insectos de la zona. Me devoraron íntegra y la reac-ción alérgica fue casi inmediata: ni el más poderoso repelente me pudo librar del banquete que se dieron conmigo todos los bichos de la región.

ESCENA VI: POR LA NOCHEAl despertar de la siesta, era casi de noche o empe-zaba a anochecer. Había que socializar con nuestros anfitriones, y qué mejor desinhibidor que los afrodisía-cos tragos selváticos. El ‘Siete raíces’ tuvo un efecto instantáneo. Luego de oír sobre algunas interesantes y aterradoras historias y leyendas de la zona, los chistes de borracho se hicieron presentes. Después de incesantes risas notamos que las botellas de trago estaban vacías. Se creó una comisión para que fuera en busca del preparado de la zona: un litro de mezcla de aguardiente con gaseosa por un sol.

Bebimos el económico licor y las risas se convirtieron en carcajadas. El alto grado de alcohol que corría por nuestras venas hizo que la velada (nuestra única fuente de luz eran unas velas que luchaban para que el viento no extinguiera su pequeño fuego) llegara a su fin. Nuestros agotados cuerpos reclamaban a gritos una cama, y así fue.

El principal problema durante la noche fueron mis incontrolables ganas de orinar. Había que salir a la selva a ciegas en medio de la noche y buscar un sitio cómodo. Estaba en un lugar tenebroso y desconocido: podía cruzarme con fantasmas o duendes. Si me libraba de lo sobrenatural, el encontrón con cualquier clase de insecto o animal era casi inminente, peor aún si era uno de esos que van arrastrándose por la tierra. En medio de la historia que me creaba histeria logré realizar mi cometido y, cual rayo, volví a envolverme en el mosquitero.

ESCENA VII: POR LA MAÑANALa mañana llegó; las ronchas en mi cuerpo ya pare-cían una nueva capa de piel. Soy hipocondríaca —lo acepto— pero esto no es una exageración.

Las lanchas que pasan de regreso a Iquitos tienen un horario establecido; no se trata de llegar a la orilla del río y extender la mano como si se tratara de combis que se pelean por tomar un pasajero. La una de la tarde fue la hora señalada. Había que hacer tiempo, así que Manolo y yo emprendimos nuevo viaje al para-disíaco lugar del que les he hablado. Por supuesto, el reloj biológico no consideró las variaciones, así que bienvenidas las nuevas experiencias. A buscar un arbusto, nomás. Lo bueno es que soy una muchacha precavida, y el papel higiénico no se hizo extrañar.

Luego de evacuar y chapotear un rato en el riachue-lo, volvimos por nuestras cosas para emprender el retorno.

ESCENA VIII: EL CAMINO DE REGRESOEsta vez el viaje era de bajada y sin víveres que cargar, por lo que pudimos mirar y admirar con tran-quilidad. Por supuesto que el calor se sintió, pero el camino fue mucho más llevadero.

Una vez en la orilla, hicimos señas a cuanta lancha pasó, pero ninguna se detuvo. La comezón era alte-rante: me rascaba y rascaba, no podía detenerme. Finalmente paró una nave pequeña; ‘rápido’, le dicen. El pasaje por cabeza costaba doce soles, bastante más de lo que habíamos pagado de ida a Banhuana, pero de todas maneras trepamos sin vacilar (o al menos eso intentamos). Mi pierna se hundió en el barro hasta la rodilla, y todos los que me vieron fes-tejaron mi torpeza entre burlas y aplausos. Ya no solo estaba sudada, cansada y enronchada, si no también embarrada. ¡Genial!

El ‘rápido’ avanzó rápido, y una hora más tarde desem-barcamos en suelo iquiteño.

ESCENA IX: Cuarto de hotel con aire acondicionado, refresco heladito de cocona, ducha con jabón, shampoo y acondicionador, una visita al médico, una inyección de clorotrimeton, una dosis de cortisona y listo, ¡como nueva!

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Su nombre es Rosa Cecilia Otoya Debernardis. Le dicen ‘Madre Coraje’, por su lucha por no dejar impune el atropello de su hijo. En el colegio, solía pertenecer al grupo de las rebeldes. A los 23 años estaba sola con José Miguel. De signo Virgo y con 46 años, ha pedido licencia en el MIMDES, donde trabaja, para dedicarse a la campaña. Quiere ser la nueva alcaldesa de Lince. Le gusta la música en castellano y no piensa bailar reggaetón.

Esperando otro milagro

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LA ¿Por qué quieres ser alcaldesa?

Porque quiero hacer. Nunca se me ocurrió entrar en política, pero cada día estoy más convencida de que el gran problema del país es la falta de decisión. Creo que hacer las cosas, cambiar el país, es una deci-sión, es querer decidir pensando en el bien común.

¿Y por qué no postulaste al Congreso?No sólo me ofrecieron postular al Congreso. Dos grupos maravillosos, chiquititos, me ofrecieron ser candidata a la presidencia. Fueron a ofre-cérmelo a la clínica, cuando yo no estaba en condiciones de pensar en nada. Pero ya José Miguel está de pie; le falta mucho, pero tiene que asumir su rehabilitación. Yo tengo que retomar mi vida y él la suya, de a pocos.

Vas a tener que trabajar mucho. ¿No descuidarás a José Miguel? ¿Ya es tan independiente? De todas maneras te necesita, ¿no?Hasta el día de ayer he estado trabajando en el MIMDES. Yo siempre tuve que trabajar; por eso él ha crecido conmigo, pero sin mí, y ahora está rehabilitándose conmigo, pero sin mí. A partir de enero será igual, porque yo no soy su siamesa: soy la mujer que lo sostiene, pero él tiene que caminar solo.

Y ahora, ¿él está solo en la casa?No, tiene personas que lo cuidan. No puede estar solo aún. No debe, tampoco, pero con el criterio: “No, porque José Miguel está mal”, no podría trabajar en el MIMDES y ninguna mujer podría tener hijos y a la vez ejercer una profesión.

Cecilia, ¿qué pasó con tu matrimonio? Éramos dos niños enamorados. Pensábamos que teníamos la receta mágica: nadie se había dado cuenta en el mundo de que el amor lo solucionaba todo. Pero la vida nos vino y nos dio en la cara. Uno está obligado a dar a los hijos lo mejor de uno, y si lo mejor es un divorcio, es preferible no vivir en una falsa armonía, haciendo que los chicos crezcan en medio de un ambiente de tensión innecesario. Siempre digo: a grandes problemas, grandes soluciones.

Si los vecinos de Lince te eligen, ¿qué vas a hacer durante tu pri-mera semana? ¿Cuál será tu primera obra?Voy a enviar un oficio a la Contraloría pidiendo que vengan a hacer un examen en el municipio para reconocer cuál es la situación real, porque una cosa es lo que te cuentan, la página web —que es Disneylandia—, y otra cosa es la realidad que vayamos a encontrar.

La última encuesta de Idice favorece a Gonzales y tú aún estás en “otros”. ¿Crees que te va a alcanzar el tiempo para ganar el apoyo de la gente?

Es muy fácil aparecer en encuestas con altos porcentajes cuando pasa el camión de la basura con publicidad y se invierte tanto. Yo no tengo esos recursos y voy a caminar por mi distrito. Mi opción es: “Oye, yo quiero un distrito ordenado, un distrito seguro, un municipio transparen-te y a tu servicio”. Que la gente elija.

Y si no ganas, ¿qué va a pasar?Nada, me voy al MIMDES a seguir trabajando.

¿Por quién vas a votar para la región Lima?Por Gino Costa, no porque sea de mi partido sino porque, de los candi-datos, es el mejor preparado. Y, como decía Bayly, yo me iría al cine y le dejaría mi casa para que la cuide. A otros no se la dejaría.

Y con los delitos de tránsito, con la gente que conduce en estado de ebriedad, ¿qué vas a hacer?Ah, no, por aquí no van a manejar ebrios. Aquí vamos a hacer una serie de campañas con alcoholímetro. El solo hecho de manejar ebrio ya es una falta. El peruano tiene que aprender que esta patológica conducta de “Pepe el vivo” nos está hundiendo.

¿Estás de acuerdo con la pena de muerte para los violadores de niños?No estoy de acuerdo con la pena de muerte en general. Me parece poco serio el debate: están distrayéndonos. Es la pena de muerte para los violadores de niños que además matan; entonces, no es para los violadores sino para los asesinos de niños que además violan. El delito mayor es el asesinato, no la violación.

Hablando de violencia, ¿cómo viviste las décadas de terrorismo en el Perú?Recuerdo que vivía en un edificio en el cual no coincidía el horario del agua con el de la luz. Cuando había luz, no había agua para que se lle-nara el pozo, y cuando había agua, no había luz para que esta subiera. En conclusión, no había agua jamás. Era terrible. Yo pienso que cuando uno llora por algo, esas lágrimas no pueden ser en vano: tienes que aprender algo. Y como país, lloramos mucho y no aprendemos nada: Sendero, las cosas que han pasado en las elecciones últimas, son cosas fuertes, ¿no?

Esto que me has contado sobre el agua y la luz encaja con el pri-mer gobierno de Alan. ¿Cuál fue tu experiencia?Era terrible, pero a todo nos acostumbramos, porque nosotros somos bien elásticos como sociedad. Esta nunca se rompe, se estira siempre. Y siempre podemos estar peor. La demostración es que todos los que dijimos: “Jamás por el Apra” hemos votado felices por el Apra. ¿Qué íbamos a hacer? ¿El Apra o el abismo? El Apra, compañera (risas).

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Los jóvenes sacan la cara por Huancavelica

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"Huancavelica cuenta con una población de aproximadamente 450 mil habitantes. Sería redundante decir que no dispone de las condiciones necesarias para que el Ministerio de Salud y de Desarrollo Humano abastezca de servicios elementales a toda la población, pues, como todos sabemos, esta es una de las regiones más pobres del Perú. Sin embargo es un departamento minero y alpaquero de insospechada riqueza."

Huancavelica es una de las ciudades más hermosas del sur del Perú. Si bien es cierto que ha pasado por momentos difíciles, también ha sabido mantener una belleza rural y colonial que la diferencia de otras ciudades presas de la modernidad comercial, como Huancayo y Juliaca. Si hablamos de modernidad, diremos que Huancavelica está ubicada en el último lugar de la fila; sin embargo, esto le ha permitido mantener ese espíritu ancestral y andino que muchas ciudades capitales han perdido.

A pesar de sus limitaciones, Huancavelica cuenta con tres universidades: la Universidad Nacional de Huancavelica, Alas Peruanas (Lima) y la Universidad Peruana Los Andes (Huancayo). Estas dos últimas ofrecen carreras y maestrías a distancia, dirigidas principalmente a alumnos que están haciendo una segunda carrera o que trabajan a tiempo completo.

Para el año 2006, la Universidad Nacional de Huancavelica ha crecido no solo en infraestructura, sino también en población estudiantil. Aquí estu-dian tanto los huancavelicanos como alumnos de Lima, Huancayo, Tarma, La Merced, Jauja, Ayacucho y Huanta. Como consecuencia de ello, la oferta de servicios está aumentando considerablemente:

empiezan a proliferar cabinas de Internet, fotocopia-doras, pensiones, librerías, alquileres de habitacio-nes, restaurantes, ferias y hasta lugares de diversión. Tal desarrollo económico —informal en su mayo-ría— está contribuyendo a la creación de mayores fuentes de ingresos. Este crecimiento, aún incipiente, debería convertirse en el primer paso para empezar un verdadero cambio.

Sin embargo, así como en Huancavelica los estu-diantes encuentran la oportunidad de seguir una carrera, es ella misma la que los empuja a salir apenas terminan de estudiar, en una especie de éxodo. Absolutamente todos los jóvenes que entre-visté tenían planes para salir cuando culminasen sus estudios, y si tuvieran la oportunidad de trasladarse a una universidad en Lima, no lo pensarían dos veces. Estas decisiones no son gratuitas: muchos factores influyen en ellas. Uno de las principales es el atraso en el que se encuentra Huancavelica y la falta de voluntad de las autoridades para involucrar a los jóvenes en el desarrollo de la región.

Huancavelica cuenta con una población de aproxima-damente 450 mil habitantes. Sería redundante decir que no dispone de las condiciones necesarias para

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que el Ministerio de Salud y de Desarrollo Humano abastezca de servicios elementales a toda la pobla-ción, pues, como todos sabemos, esta es una de las regiones más pobres del Perú.

Durante los últimos años, el gobierno regional ha recibido dinero del Estado y el canon minero. Este dinero debería destinarse a proyectos de desarrollo que impulsen y ayuden a elevar la calidad de vida de las comunidades; sin embargo, cuando se carece de proyectos sostenibles y bien sustentados, el dinero se devuelve al gobierno central. Tengamos en cuenta que, cada vez que los gobiernos regionales hacen estas devoluciones, muchos funcionarios se benefician eco-nómicamente, pues reciben un incentivo por ello.

Ahora, preguntémonos: ¿cuántas veces Huancavelica, la región más pobre del Perú, ha devuelto dinero? La respuesta resulta irónica y hasta insultante: en más de una oportunidad. Sorprendentemente, los proyectos de desarrollo escasean.

La mesa de concertación para la lucha contra la pobreza está trabajando desde el año 2001; sin embargo, hasta ahora los planes de desarrollo concertado y partici-pativo solo están en papeles.

Busqué información sobre proyectos que se lleven a cabo en Huancavelica, tanto por el Estado como por las ONG, pero no pude ubicar ninguno que se centrase en la información sobre planificación fami-liar o métodos anticonceptivos. Tampoco encontré programas que capacitaran a los campesinos en la elaboración de dietas alimentarias que utilicen los productos que ellos cultivan, sin afectar la nutrición óptima de los niños.

Actualmente se están promoviendo pro-yectos mediante los cuales se expande la producción agropecuaria y textil de las distintas comunidades. Sin embargo, los jóvenes universitarios no participan en estos planes.

Los alumnos de las facultades de Educación y Enfermería afirman que son capaces de entregar tiempo y conocimiento en favor de las comunidades. A modo de prácticas profesiona-les, están dispuestos a alfabetizar y a brindar apoyo en la difusión de los métodos de planificación familiar en las postas. Sin embargo, esto no será posible si el gobierno regional y las demás entidades estatales no ofrecen el apoyo logístico requerido.

La facultad de Zootecnia es quizás una de las más pri-vilegiadas. Cuenta con animales y dispone de campos en los cuales los estudiantes ponen en práctica lo que van aprendiendo. Gracias a la colaboración de alum-

nos, profesores y campesinos, se ha logrado indus-trializar una fruta llamada airampo. Esta fruta crece en gran cantidad en los cerros cercanos a la ciudad; hasta hace unos años estaba totalmente menospre-ciada, y hasta desperdiciada. Ahora, los alumnos han aprovechado este fruto para producir mermeladas, vinos, mazamorras e incluso cócteles. Otro grupo de la misma facultad se ha unido a una comunidad para que, a través de ellos, los productores puedan vender sus productos textiles.

Esto demuestra que hay voluntad entre los alumnos para ser participes y protagonistas del desarrollo de la región. Depende ahora del gobierno y de las ONG que esta iniciativa se apodere de los demás alumnos en las otras facultades.

En estos momentos, los jóvenes universitarios se han convertido en una de las oportunidades de desarrollo que tanto estaban esperando la ciudad y sus comu-nidades. Sobre ellos recae, circunstancialmente, una de las mayores responsabilidades que cualquier joven

de nuestro país puede tener. Involucrar a los alumnos en el progreso a través de la propia aplicación de sus carreras podría tener efectos favorables no solo para las comunidades, sino para los alumnos que hasta estos momentos no ven mejor solución que salir lo antes posible de Huancavelica.

Si el gobierno no da la debida importancia a esta coyuntura —y sobre todo a estos jóvenes— estaría perdiendo una de las oportunidades más importantes de cambiar, por lo menos un poco, la situación de esta región tan olvidada.

En estos momentos, los jóvenes universitarios se han convertido en una de las oportunidades de desarrollo que tanto estaban esperando la ciudad y sus comunidades.

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Uno de los puntos que abarca la problemática del racismo en el Perú es el eterno tema del ‘cholo’. En 1997 me encontraba en una clase de Letras, cuando tratamos este tema a partir de un estudio de Ana Lucía Cosamalón. A inicios de la década de 1990, ella se fue a varios colegios de Lima, de clase media en su mayoría, y pidió a los alumnos que apuntaran las cinco primeras palabras que se les venían a la mente cuando escuchaban el término ‘cholo’. El resultado: ignorante, bruto, feo, recio y maleducado.

Miré a mi alrededor, y vi que muchos de mis compañeros de clase —en ese tiempo no había primera opción en la PUCP y, por tanto, menos cachimbas rubias— reunían tales características, pero tres detalles saltaban a la vista. Primero, que para ser cholo no hacía falta cargar con una pigmentación cobriza, canela o trigueña —como dice el cholo que no se siente cholo— o ser un poqui-to ‘brown’, como dirían los blanquitos de Miraflores, a decir de la ex Primera Dama. Segundo, que ser cholo no significaba necesariamente ser andino o serrano. Tercero, que lo único positivo que se podía rescatar de esos adjetivos era el ser recio, es decir, el cholo ‘huaso’, del cual hablaremos líneas después.

Luego de un tiempo, una jocosa cadena de e-mail empezó a recorrer los distintos círculos sociales lime-ños: el ‘cholómetro’. Debo confesar —a mucha honra— que esta prueba me clasificó como ‘cholo típico’. A pesar de la hilaridad del asunto, el ‘cholómetro’ nos dice que ser cholo no es simplemente una cuestión racial, sino de actitud y estilo, como aplaudir al reírse o ir con zapatillas a la playa… ¡Dios mío, qué cholo!, y encima con medias… Cholazo, ni modo. Y ni qué decir del que come pollo a la brasa en Navidad… Eso, ni Ollanta. Como diría el padre Maritín, ‘¡horroooor!’.

Así las cosas, emergió con fuerza en la escena públi-ca el hijo dilecto de Cabana, el referente máximo del cholo moderno y de éxito: Alejandro Toledo Manrique. Aunque es probable que haya sacado 20 en el ‘cho-lómetro’, Toledo representa una especie más: la del cholo con poder. Por tanto, como todo en la vida, una tendencia aristotélica nos insta a clasificar las cosas y/o a las personas, en este caso los cholos (ojo, que a la llegada de los españoles el indio —antecedente del cholo— no era considerado persona del todo). Así, tenemos:

CHOLO RECIOEste ya se mencionó. También es conocido como el cholo ‘huaso’. Es uno de los pocos valores que podrían llamarse positivos dentro de lo que se asocia al cholo. Por lo general anda descalzo, pero un grue-so callo hace las veces de suela. No siente el frío ni el calor, ¡no suda!, es imberbe y no tiene canas. Cuando se juega fulbito con él, se le puede patear a antojo y no dice ni pío, a veces un ‘achachau’. Debe notarse que muchos de esta especie carecen de dientes, y algunos, en su defecto, exhiben brillantes sonrisas doradas de 14 kilates.

CHOLO CON PLATADícese del cholo que ha acumulado cierta fortuna, lo que le permite sentirse un poquito menos aunque, pero no deja de serlo. Por lo general, ha logrado la holgura económica trabajando de sol a sol en activi-dades manuales, pero pocas veces lo reconoce.

El cholo en su laberinto

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Lo primero que hace el cholo con plata es comprarse un moderno auto blanco con lunas polarizadas y poner un perrito de plástico con cabeza oscilante en el tablero. Luego, adquiere estentóreas zapatillas blancas con lucecitas titilantes y se corta el pelo chiquito, aunque deja crecer la parte posterior de su cabellera, al mejor estilo de faite del Callao.

El cholo con plata gusta mucho de alternar palabras en inglés en su habla cotidiana, aunque no las entien-da ni las pronuncie bien. Es mirado con cierto recelo entre los círculos altos de la sociedad, donde suelen compararlo con la ‘burguesía de la caca’, aquella que se hizo rica súbitamente con la venta del guano de las islas en la época de Piérola. A veces, a fuerza de pujanza y dinero, logra ser admitido en algún club social de la capital, como el Regatas, pero cuando los socios más longevos lo ven tomar cerveza de un solo vaso con su familia —otros cholos con menos plata—, dicen: “Ajjj, la clase no se compra”.

CHOLO BLANCOEste no es un cholo de tez cobriza o color tierra, pero su actitud lo delata. No es tan recio como los otros, pero no le avergüenza mucho ser cholo. En la sierra norte del Perú abundan; sobre todo en Cajamarca. De pequeñitos son unos bebés hermosos, unos querubines, pero con el tiempo empiezan a afearse. Hay incluso algunos que son albinos, pero al hablar, el mote andino los pone al descubierto.

Existe un caso peculiar en el distrito de Pozuzo, en la provincia de Oxapampa, donde habitan hermosas criaturas de dorados cabellos y ojos tan azules como el cielo despejado. Son descendientes de antiguas colonias de alemanes y holandeses. Tiene un acento muy marcado que se podría considerar como de cholo, por lo que aún hay debate sobre si son cholos o no.

CHOLO ‘POWER’Este es un cholo bien plantado. Se diferencia de sus pares porque no tiene el pelo tan chuto y muestra algo de barba. Por lo general, se viste a la moda, es educado y habla bien. Quizá Frieda Holler podría aceptarlo en su academia. Es más alto que el pro-medio y espigado, y no chato y cilíndrico como sus ancestros. Es lo que algunos llaman ‘canela fina’, y por si fuera poco le gusta ser galán. Prefiere a las mujeres blancas, entraditas en años y con dinero. Algunos son gigolós. Pasa piola en cualquier reunión de alta sociedad. Su lastre es no llevar un apellido de alcurnia y habitualmente vivir en el cono norte o en el cono sur, nunca en San Isidro o Miraflores; aunque ya están llegando.

Para ‘superarse’ buscan enamorar a una ‘pituquita’, aunque el suegro no los acepte. Por eso se les ve en cuanta reunión social exista y merodeando por las

discotecas de Larcomar. Algunos hasta logran salir en Cosas o en “Circo Beat” de la revista Somos. Hay algu-nos que miran más allá y prefieren ser ‘bricheros’.

CHOLO CON PODEREste probablemente sea el cholo más peligroso. Suele ser vengativo, pues una vez que tiene poder, actúa con ánimo de revancha. El paradigma de esta especie podría ser el ex presidente Toledo; sin embargo, cabe recordar que este estudió en Stanford y siempre llevó la vida de un hombre moderno, no tan cholo; además, hablaba inglés y se casó con una gringa, y judía, por si fuera poco.El cholo con poder es extraordinariamente terco. Gusta de imponer su voluntad aunque sepa que está equivocado. Cuando adquiere mucho poder desprecia al blanco —e incluso al cholo con menos poder— y al negro ni lo mira.

CHOLO SERRANOEsta categoría no necesita mayor explicación. Habita en cualquier parte de la serranía peruana. Come yuca, olluco, oca, habas, mote, chuño y cosas por el estilo. Prepara mazamorra de chancaca y hace sus casas de quincha. Su principal actividad es la agricultura. Hace sus necesidades donde puede. La especie femenina lleva gruesas trenzas y un bebé atado a la espalda.

CHOLO RACISTAEste es el más contradictorio. Es el cholo que ‘cholea’ a sus pares. Es un grado menos oscurito que sus familiares, lo que, sumado a su inseguridad, lo hace sentirse menos cholo. Es más, detesta que le digan ‘cholo’. Cuando se describe a sí mismo dice que es ‘trigueño claro’ y que tiene ‘ojos pardos’; a veces incluso llega a decir ‘ojos miel’, como si la miel fuese un color. Este sujeto compra su ropa en Gamarra, pero dice que es de Ripley. Sabe contar hasta 20 en inglés, y lleva de paseo a su enamorada al Parque de las Leyendas o a ‘jironear’ al centro de Lima. Al cholo racista le encantan las vedettes voluminosas y, aunque lo niegue, es un cholo a carta cabal.

Hay aún infinidad de subcategorías por mencionar, pero considero que estas son las principales; ade-más, no tengo ningún afán académico. La lista no es taxativa y un cholo puede encajar en más de una especie. Se debe notar también —como ya se dijo al inicio— que poco tiene que ver el color de la piel o el lugar de nacimiento, salvo en el caso del cholo serra-no. Ser cholo, es pues, una cuestión de actitud. Ser cholo es, a fin de cuentas —aunque le arda a la doc-tora Martha Hildebrandt— ser peruano. Pluralicemos la canción: ¡cholos somos y no nos compadezcan!

Advertencia: No se ha querido herir ni maltratar a nin-gún cholo durante la elaboración de este artículo.

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POR PABLO T IMOTEO

Con un Perú así, no hay gol

Se fue otro Mundial sin que los peruanos hayamos visto a la desgastada camiseta blanquirroja batirse a duelo con las mejores selecciones del mundo. Otra vez tuvimos que vibrar agenciándonos una naciona-lidad prestada. ¿Italianos fuimos esta vez? ¿O quizá franceses?

¿Hasta cuándo?, nos preguntamos muchos. ¿Tan difícil es encontrar once jugadores que hagan realidad el viejo sueño? Lo único cierto es que la crisis que vive el país se ha extendido al corazón del deporte nacional, al cual ya no nos podemos acoger —como antes— para olvidar las penurias del día a día.

Alberto Beingolea, periodista insignia de Cable Mágico Deportes, nos ofreció una entrevista en la cual se desnudaron profundas cicatrices y las circunstancias sociales por las cuales atraviesa nuestro deporte rey. A continuación, el conductor de ‘Versus’ y ‘Crónicas’ de Balón nos acerca una apreciación personal del dilema peruano llamado fútbol:

Señor Beingolea, ¿por qué Perú se quedó fuera de Alemania 2006 si, sobre el papel, tenemos figuras y nombres para clasificar?Primero, porque no debemos contarnos el cuento de que tenemos figuras para estar. El hecho de que haya dos o tres jugadores peruanos brillando en Europa —tampoco en el primer nivel, digámoslo en su justa medida— no es un referente para decir: “Perú tiene que estar en el Mundial”. Tres jugadores no te hacen un equipo mundialista.

La respuesta principal es que no tenemos nivel futbo-lístico para estar en un Mundial, a pesar de los juga-dores que puedas mencionar. Esta es nuestra reali-dad: el nivel del campeonato es pésimo y no tenemos una cantidad importante de figuras jugando fuera, con lo cual el nivel de fútbol peruano —quitémonos la venda de una vez— es el que dicen las estadísticas. En el Mundial siempre están los mejores, y Perú no está entre los mejores.

Entonces, ¿cuán superior es Ecuador a nosotros, que ha clasificado a dos mundiales consecutiva-mente?Yo creo que quienes siguen mi carrera saben cuánto quiero a mi país —me han acusado de chauvinista

más de una vez—, pero Ecuador tiene un mejor nivel futbolístico que Perú hace mucho tiempo.

Ahora, si no queremos aceptar eso, tenemos un problema. Decir que Ecuador tiene un fútbol como el nuestro es no aceptar la realidad. Ecuador tiene equipos de fútbol que pelean la Copa Libertadores en instancias con las que nosotros ni soñamos, tiene un campeonato mucho más competitivo que el nuestro, clasifica a mundiales con una regularidad que noso-tros no logramos, y cuando nos enfrentamos, nos ganan más veces. Me duele decirlo, pero Ecuador tiene mejor fútbol que nosotros.

Mirando hacia el próximo Mundial, ¿cree que Perú tiene oportunidad de llegar?Es muy difícil. Los problemas futbolísticos son muy grandes, muy profundos, muy serios, y no veo por qué en cuatro años deban solucionarse. A menos que en los próximos años tengamos algunas apariciones explosivas, espontáneas, maravillosas, y a partir de allí podamos decir: “ahora sí”. Pero no creo que suceda, pues para ello deberíamos tener una realidad infantil distinta.

Hoy, más de treinta por ciento de los niños peruanos vive en extrema pobreza y tiene una pésima educa-ción escolar. Une factores educativos, emocionales y familiares. Las familias peruanas no son estables; lo que hay es una masa de la cual es muy difícil que salgan deportistas de élite. Es difícil imaginar que, de una manera mágica, aparecerán los jugadores que nos llevarán al Mundial. No tengo ninguna razón para mirar con optimismo las próximas eliminatorias.

Entonces, ¿qué es lo que se tiene que cambiar para poder ver a Perú en un Mundial nuevamente?Hay dos fórmulas. La primera —que es la fácil— sería organizar un plan inteligente para trabajar con un grupo de jóvenes que puedan destacar. Necesitaríamos gente con una buena formación edu-cativa y psicológica que dé el perfil de alguien que, cuando tenga que ir a mecharse fuera, no se orine de miedo.

Voy a ponerte un ejemplo de algo que debemos cambiar radicalmente: los dirigentes se quejan cons-tantemente de la Agremiación y dicen: “Qué barba-

Entrevista a Alberto Beingolea

REUTERS

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ridad, ¿estas personas qué reclaman?”. Imagínate, ¡reclaman sus derechos! ¿Qué tipo de deportistas quieren nuestros dirigentes? ¿Personas que agachen la cabeza, que digan “sí, señor”, que no sean capa-ces siquiera de exigir sus derechos? ¿Una persona de esa naturaleza va a ir después a enfrentar a un argentino y ganarle? Ni hablar, porque en la primera pelota el argentino lo para por una cuestión elemen-tal: esa persona está bien alimentada, bien formada, pero además psicológicamente es capaz de pararse ante cualquiera y decirle: “Yo soy mejor que tú”. Se va a enfrentar a alguien a quien todos los días cacheteamos diciéndole: “Cállate la boca, no cobres tu sueldo, y no te atrevas a reclamar, además, porque te boto”. Hay un sinsentido: yo preparo un ganador para enfrentar a un ganador; si preparo a un perdedor —como solemos hacer— pues voy a perder.

[…] Como te decía, la primera fórmula sería buscar un grupo de gente con formación positiva, con una mentalidad ganadora y que, además, en la medida de lo posible, tenga buena educación y preparación física. Con esa gente deberíamos hacer una clínica de cuatro años para organizar una competencia Sub-17 inteligente y, sobre eso, proyectarnos a una escala mundial. Como se hizo con el vóleibol en la década de 1970, y fíjate que nos costó más de diez años llegar a ese nivel. ¿Cuál es la desventaja de ese trabajo? Pues que cuando esa generación termina, todo ter-mina, pero el problema más serio es que no se habrá hecho el trabajo correcto.

¿Y cuál es el trabajo que se debería hacer (la segunda fórmula)?Se debería ir a la infancia peruana y darle las posi-bilidades de desarrollo que necesita, porque si eli-minamos ese treinta por ciento que vive en extrema

pobreza para que nuestros niños no tengan que hacer malabares para comprar un mendrugo o para que les regalen cincuenta céntimos, entonces sí, vamos a tener una juventud bien alimentada, bien preparada y bien educada, física y psicológicamente. En conse-cuencia, vamos a tener una masa de donde natural-mente van a surgir deportistas de primer nivel.

Ese trabajo demorará veinte, treinta o más años, pero no vamos a tener un país en el Mundial: vamos a tener un país mejor y, como consecuencia, estaremos en el Mundial, que es lo menos importante.

¿Entonces tenemos que esperar porque tenemos dirigentes amarrados a la silla que no quieren trabajar a largo plazo?No es un problema solo de dirigencia deportiva; saca a todos estos dirigentes deportivos y ¿a quiénes pones? Somos un país que no tiene siquiera congre-sistas de calidad. El fútbol es una tontería, es “lo más importante de las cosas que menos importan”, porque si mañana dejamos de jugar fútbol, no interesa. A mí me importa que podamos comer, que podamos crecer en educación, en salud.

Si no tenemos dirigentes capaces de conducir al país —y mira lo que hemos tenido en el último gobierno—, pues somos capaces de agacharle la cabeza a un dictador como Fujimori y a un montón de corruptos que se roban la plata. Si eso es lo que tenemos en la política, ¿cómo diablos esperamos tener buenos dirigentes deportivos?, pregunto yo. ¿En el Perú tene-mos buenos dirigentes de algo?

Hay un problema serio de liderazgo, dirigencial, social; eso es lo que se debe cambiar. Para que cambie el fútbol tiene que cambiar el país.

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Para muchos, el amor es una gran fuerza motivadora, capaz de cambiarlo todo. Es algo divino, de donde proviene la esencia de la vida. Es el zumo inspirador de los poetas y trovadores. Y lo es mucho más cuando se es correspondido. Es el momento en que muchas personas dicen sentir “ma-riposas en el estómago”.Es vox pópuli que gran parte del enamoramiento radica en la idealización de la pareja como un ser perfecto. El enamorado siente que el ser amado es el fundamento de su vida, y todas las emociones que vive a su lado se intensifican y subliman. Podría decirse que el amor es el sentimiento más puro que se puede experimentar.

Las consecuencias del amorSin embargo, como canta Héctor Lavoe: “Todo tiene su final; nada dura para siempre”… La ruptura llega en casi todas las relaciones. Cuando nuestra pareja se va, vemos que nuestros deseos, sueños, experiencias conjuntas y expectativas se escurren por el caño del desprecio y el olvi-do, quizá como producto del desgaste de la relación, de los años o de la convivencia emocional. Sin embargo, las relaciones intensas siempre generan en nosotros un sentimiento de identificación con el otro, e incluso hasta de pertenencia. Cuando un amor acaba, es muy común hundirse en la depresión. “Esa es la más terrible de las comprobaciones [cuando se termina]: saber que todo aquello que una creía controlado y conocido era una ficción”1. Quedamos atrapados en un momento que parece eterno. Este tiempo, pues, es el germen de la depresión.La depresión es, entonces, un estado mental. Es un malestar que afecta todo el cuerpo, el estado de ánimo y, sobre todo, los pensamientos de las personas. Muchos sienten que han perdido toda posibilidad de animarse. Afecta directamente al rendimiento vital de las personas, dejándolas aisla-das, sumidas en una tristeza tan grande que se desata ante cualquier es-tímulo que recuerde aquel tiempo en el cual uno fue efímeramente feliz2. En la mayoría de los casos, el primer paso para el que este proceso se desencadene es la pérdida del amor del compañero o compañera. El proceso depresivo se activa por esta herida que deja la pareja al irse. Muchas personas se obsesionan con la autocrítica, y se echan la culpa

de los errores que llevaron a la ruptura. Se desprecian y se degradan con acciones en las que hacen un intercambio simbólico de placer pasajero por un grave sentimiento de culpa posterior. Las reacciones más usuales son intentar olvidar a la pareja entrando lo más velozmente posible en otra relación, o saboteando los intentos del otro por recuperarse. Esto les causa cierta satisfacción, pues alimenta su ego. Los amigos sobones intentan por todos los medios hacer saber a alguno de los miembros de la pareja rota lo bien que le está yendo al otro. Otros le cuentan lo mucho que está sufriendo su ex pareja por la ruptura, novedad que suele resultar grata a los oídos de quien la escucha. Es aquí donde el proceso depresivo se activa. Por ende, la depresión es una herida narcisista3.

El problema puede ser de fábrica…En la sociedad peruana, la depresión se vive muy a menudo entre no-sotros, los jóvenes, pues después de una ruptura la pena nos invade. Nuestras formas de reaccionar son un calco de las costumbres de la so-ciedad, que nos son inculcadas a través de nuestros padres. Esto explica por qué, incluso desde antes de nacer, nuestras mentes se ubican en dos grandes moldes: la masculinidad y la feminidad. En las maternidades nos encasillan bajo dos colores: celeste y rosado. Estos determinan el tipo de comportamiento que nos será inculcado durante el periodo de crianza. De niños escuchamos frases que sin querer nos marcan la vida, como: “Los hombres no lloran” o “Las niñas no deben jugar fuera”. Con este tipo de influencias, los niños aprenden diferentes patrones vagos de comporta-miento. Son, simplemente, comportamientos socialmente aprendidos4.Posteriormente, vemos que los niños andan en grupos grandes, jugando a molestarse entre ellos, mientras que las niñas siempre están al lado de su mejor amiga. Así, en nuestro inconsciente anclan dos grandes ideas: los hombres se privan de expresar sus sentimientos (se hacen los fuertes) y las mujeres dan gran importancia a la intimidad y a la conexión emocional con los demás.

Esto se acentúa cuando crecemos y entramos a la secundaria. En los bailes había algo que se llamaba la “tela de la vergüenza”, que era aquel

Para sufrir sí que somos buenos

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manto invisible que separaba todas las fiestas en dos bandos antagónicos. Las mujeres iban en grupos de a cinco, siempre moviéndose en círculos, cuchicheando en un idioma ininteli-gible, al unísono de las risas coquetas y las miradas furtivas. Los hombres las mirábamos, haciéndoles señas o saludos y, eventualmente —actuando como pingüinos— empujábamos al más ‘lorna’ hacia el grupo de las féminas, a ver si lo destroza-ban o no.En el momento del baile todo era sublime: la música lenta, los dos metros de distancia que separaban a las parejas (lo único malo para ellos), mientras que ambos se movían al son del rit-mo. Ellas miraban con cautela cómo bailaban sus amigas, y los machos se reían de los intentos masculinos por demostrar valía ante el sexo opuesto.Después del baile, y una vez roto el tremendo témpano que se había formado, los grupos se integraban. Cinco o siete danzas después, esa ‘tela’ ya se había esfumado. La amistad y los posi-bles prospectos de ‘enamorada(o)’ nacían5.Como vemos, en lo que respecta a las relaciones, el hombre nunca elige. Todo lo que podemos hacer es presentarle a ella la oportunidad de que conozca, de que elija6. Este tipo de edu-cación que hemos recibido nos limita a dos grandes roles: el hombre activo y la mujer pasiva, pero expectante: la esencia de la masculinidad y la feminidad.Poco tiempo después, nacen las primeras parejas, con las que vivimos nuestras ilusiones juveniles. Ya en la universidad, pen-samos en un futuro conjunto en el cual, muchas veces, incluso se considera como opción el matrimonio. La ilusión crece de ma-nera exponencial, pues el hombre protege a la mujer y se con-vierte implícitamente en un padre sustituto, a quien ella da una importancia similar. La intimidad se convierte en algo importante para ella y en un logro para él.

Al parecer, todo es muy lógico…La pareja —en especial la mujer— exige expresiones verbales de amor. Desea la demostración física del afecto, expresiones sexuales, o bien obsequios y detalles, incluido el dinero.Además, durante la infancia, a las niñas se les enseña a actuar subordinadamente ante la figura autoritaria del padre: lo ven como al rey de sus vidas. Por imitación, en muchos casos actúan como su referente femenino (la madre u otras) lo haría: está a su servicio cuando él llega de ese extraño mundo que es el ‘afuera’. Si esa influencia ha sido demasiado fuerte, estas niñas podrían crecer sintiéndose psicológicamente inferiores, degradándose constantemente ante un hombre y dejándose manipular por él.

Por eso, antropológicamente hablando, en una relación se da un intercambio de bienes simbólicos. El hombre entrega su atención, intenciones, sentimientos y demuestra su valía ante el círculo social más cercano de la mujer. Cuando es aceptado, la mujer entrega su cuerpo y sentimientos como premio. Como hombres, nos sentimos bien. Ellas, también. En cambio, cuando esto se acaba, sentimos que nos falta algo. Nos sentimos mal.

¿Por qué lloramos, entonces?Porque, para muchos, voltear la página siempre es difícil. Según Mortimer Ostow, para superar este dolor es preciso tomar la de-cisión de ser autosuficientes. Sin embargo, la mayor parte de las personas son incapaces de esta maniobra, porque no pueden vivir sin un contacto permanente y afectivo con otro individuo. No debemos avergonzarnos. Sentirnos mal después de terminar una relación es lo más común: la decepción siempre es muy grande. ¡Cómo no va a serlo! Pero siempre tenemos que estar con la vista en nuestro objetivo más inmediato. En nuestro caso, como estudiantes universitarios, debemos terminar nuestra ca-rrera. No sería justo para nuestros padres que echáramos por la borda todos sus esfuerzos por un(a) chico(a) que nos decep-ciona. Nos duele porque, en la ruptura, hemos destrozado la idea de que podemos encontrar a la reina o al príncipe azul. Ellos repre-sentan los paradigmas personales de los estereotipos de mas-culinidad y feminidad que buscamos en otras personas, por lo que, en nuestra vida amorosa, sentimos que hemos fracasado. Entonces, nos deprimimos cuando recordamos esos momentos en los que era posible apropiarnos de dichos paradigmas.Existen aquellas mujeres y hombres de software, que actúan según los modelos que han aprendido por los medios de comu-nicación7. Las influencias de los culebrones mexicanos, la músi-ca romántica, y nuestros ideales, manifestados en la reina o el príncipe azul (los estereotipos de la masculinidad y la feminidad), crean en nuestro inconsciente el deber de encontrarlos. En con-clusión, lloramos porque nos duele. Pero no es un dolor natural, sino un dolor aprendido.

Como bien dice Sigmund Freud, el sufrimiento por la ruptura es un duelo8. Cada vez que lloramos, recordamos la pérdida. Re-cordando, perdemos la oportunidad de tomar la decisión de se-guir adelante e intentar volver a ser felices. Porque eso es exac-tamente lo que es la depresión: un impedimento. Es un arma que va en contra de nosotros mismos, de nuestra superación, de nuestra felicidad.

1 ESPINOZA, Maritza. Libro de autoayuda para tres. Guía para la esposa, la amante y el infiel. Buenos Aires: Grupo Norma, 2006, pp. 43 - 60.2 BLEICHMAR, Emilce Dio. La depresión en la mujer. Madrid: Temas de Hoy, 1991, pp. 23 – 37.3 OSTOW, Mortimer. Psicología de la melancolía. Madrid: Alianza Editorial, 1985, pp. 25 – 89.4 STRAUSS, Neil. El método. Nueva York: Planeta Internacional, 2005, pp. 469 y BLEICHMAR, Emilce Dio. La depresión en la mujer. Madrid: Temas de Hoy, 1991, pp. 54 – 60. 5 MANRIQUE, Christian. “Pensamientos desde el fondo de un vaso - El último pío al son del reggaetón”. Dirección: http://elfondodelvaso.blogspot.com/ 2006/09/el-ltimo-po-al-son-del-reggaetn.html. Consultado el día 20/09/06.6 STRAUSS, Neil. El método. Nueva York: Planeta Internacional, 2005, p. 510.7 ESPINOZA, Maritza. Libro de autoayuda para tres. Guía para la esposa, la amante y el infiel. Buenos Aires: Grupo Norma, 2006, pp. 78 – 83. 8 FREUD, Sigmund. Duelo y melancolía, tomo 14. Buenos Aires: Amorrortu, 1979.9 BLEICHMAR, Emilce Dio. La depresión en la mujer. Madrid: Temas de Hoy, 1991, pp. 23 – 120 y EHRHARDT, Ute. Las chicas buenas van al cielo, y las malas a donde las lleves. Barcelona: Paidós, 1998. Citado en ESPINOZA, Maritza, pp. 62 - 64.

Para muchos hombres, la reina de nuestras vidas debe tener las siguientes características: sensibilidad, complacencia, dulzura, obediencia, necesidad de contacto afectivo y fragilidad. Por su parte, ellas buscan en el príncipe azul firmeza, capacidad para afrontar riesgos, autonomía, decisión, autoconfianza, fuerza, actividad, autonomía, asertividad y competencia. Para muchos psicólogos, lo que buscan son los “estereotipos de feminidad y masculinidad” 9.

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La famosa globalización ha dado pie a una compe-tencia desigual entre los países desarrollados y los que aún se encuentran en desarrollo. Una posibilidad para acortar las diferencias entre uno y otro grupo es hacer que los últimos “puedan tener acceso a la información, y, en última instancia, al conocimiento, ya que las tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC), en particular los servicios de telecomunicaciones e información, son claves para la reducción de la pobreza”1.

El Perú no es ajeno a este deseo de convertirse en una sociedad de la información, pero —al igual que otros países— enfrenta problemas para lograrlo. El principal es que, como vivimos en un país multilingüe, es muy difícil poner las TIC a disposición de toda la población. Y es que, a pesar de que hoy en día la mayoría de la población habla castellano, también hay un número considerable de hablantes de lenguas nativas, muchas de las cuales son ágrafas2.

Sin embargo, en estos dos últimos años la presencia de las lenguas aborígenes —en especial el que-chua— se ha vuelto frecuente en la web. Algunos ejemplos son el buscador Google (cuya versión en

esta lengua apareció a mediados del año pasado) y la enciclopedia en línea Wikipedia. Además, la empresa Microsoft Corporation —con el apoyo del Ministerio de Educación y de profesores quechuaha-blantes de las universidades nacionales San Antonio de Abad del Cusco y San Cristóbal de Huamanga de Ayacucho— ha traducido al quechua los programas Office y Windows para que los hablantes de este idioma puedan manejar las computadoras y navegar por la web.

Si bien es cierto que este interés por acercar a los pueblos indígenas al mundo de la informática repre-senta un gran paso, no debemos pasar por alto un obstáculo: nuestras lenguas nativas no tienen escri-tura. Ni siquiera el quechua y el aimara tienen una grafía propia, pues su escritura no es más que un intento de los hablantes del castellano por registrar-las. Además, hay familias lingüísticas que se dividen en dos o más grupos diferentes, lo que dificulta la tarea de establecer una escritura única para ellas.

Así, la pregunta que debemos hacernos es: ¿Cuán útil puede resultar colgar los contenidos de la web en lenguas vernáculas? O, en caso de que esta sea una tarea inútil, ¿cómo podemos acercar a estas comuni-dades a las TIC?

LOS HABLANTES DE LENGUAS VERNÁCULAS Y LA EDUCACIÓN BILINGÜE EN EL PERÚCulturalmente hablando, el Perú es un país muy rico y diverso. Cada cultura aporta no solo sus creencias y estilos de vida, sino también su idioma, por lo que se puede decir que vivimos en un país multilingüe. Sin embargo, la discriminación lingüística hacia los idio-mas nativos (ya sea por los hablantes de castellano o por los que se comunican en estas mismas lenguas) provoca que muchas se hayan extinguido o estén a punto de desaparecer.

Si observamos el escenario en el que este grupo se desarrolla, veremos que tiene muchas carencias y recibe poca atención de las autoridades. Pruebas de ello son el alto índice de pobreza (43 por ciento de la pobreza del Perú se encuentra en las zonas rurales), así como la falta de acceso y pobre calidad de los servicios básicos de salud, saneamiento y educación.

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¿Samiyoq Kasani?Culturalmente hablando, el Perú es un país muy rico y diverso. Cada cultura aporta no solo sus creencias y estilos de vida, sino también su idioma, por lo que se puede decir que vivimos en un país multilingüe. Sin embargo, la discriminación lingüística hacia los idiomas nativos (ya sea por los hablantes de castellano o por los que se comunican en estas mismas lenguas) provoca que muchas se hayan extinguido o estén a punto de desaparecer.

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A pesar de los intentos del gobierno y de organismos no gubernamentales por revertir esta situación, el campo de la educación ha sido —y sigue siendo— uno de los más olvidados. Los innumerables esfuer-zos por educar a las comunidades indígenas comen-zaron en la época del Virreinato. Luego vinieron los intentos por reivindicar a los indígenas a finales del siglo XIX y mediados del XX, mediante la educación especial rural y la Ley General de Educación, promul-gada durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado. Finalmente se llegó a lo que actualmente se conoce como Educación Bilingüe Intercultural (EBI). Durante este largo camino se replantearon la metodología, los objetivos y la visión hacia los pueblos indígenas, pero siguen presentándose tres problemas fundamenta-les: el rechazo de los habitantes de las zonas rurales, la falta de capacitación de los profesores y la visión unidireccional de la EBI. Es decir, se ha obligado a los hablantes de lenguas nativas a ingresar al mundo occidental (el de los hablantes de castellano), en lugar de hacerlo a la inversa.

POSIBLES SOLUCIONESEs importante que los pueblos indígenas se acerquen a las TIC, pues esto podría impulsarlos —mediante la aplicación en sus actividades de los conocimientos obtenidos— a salir de las penosas condiciones en las que se encuentran. Sin embargo, aún es un reto poner los contenidos de la web en sus lenguas, pues, como señala la UNESCO, para que una lengua pueda transmitir información por la web es fundamental que tenga escritura. Si las lenguas nativas no tienen escritura, la pregunta que surge es: ¿Qué hacer para resolver este problema? Una respuesta inmediata y poco descabellada sería crear una escritura para estas lenguas, lo que ya se hizo con idiomas como el quechua y el aimara.

Se podría crear una escritura para cada lengua si esta fuese una práctica social que formara parte de sus propias vidas; sin embargo, encontramos nuevos obstáculos, como la eterna disputa entre aquellos que defienden el pentavocalismo del quechua y los que creen en su trivocalismo, o entre los que defien-den los alfabetos del Instituto Lingüístico de Verano y quienes los atacan crudamente en el caso de las lenguas amazónicas.

Esta situación solo produce confusión entre los hablantes de lenguas vernáculas, quienes no saben cómo escribir en su propia lengua. Además, los con-flictos que surgen al momento de ponerse de acuerdo para establecer una forma de escribirla generan división. Si tenemos (eternos) problemas para instituir una única escritura para cada idioma, ¿cómo lograre-mos que puedan acceder a las TIC?

Una posible solución sería seguir los consejos de la UNESCO3 y emplear al castellano como lengua vehicular, es decir, como un instrumento que permita llegar a los contenidos de las TIC, pues su escritura ya está establecida y difundida. Por otra parte, es un idioma compatible con los programas de la compu-tadora y de la web. El castellano cumple con esos requisitos; solo falta que los hablantes de las lenguas nativas lo aprendan como segunda lengua. Por ello debemos fortalecer a la EBI, que —como ya se seña-ló— enfrenta serios problemas. Además, el cambio no debería ser solo de la EBI, sino también de los propios hablantes de estas lenguas, quienes sufren una discriminación lingüística. Si esto no se supera, se seguirá prefiriendo el aprendizaje y la educación en castellano antes que la EBI.

LA OTRA CARA DE LA MONEDAMientras que muchas organizaciones siguen enfren-tando un dilema para incluir a las comunidades indíge-nas dentro de la sociedad de la información, algunos grupos nativos utilizan la web para transmitir al mundo las noticias que ocurren en sus comunidades, pues no reciben apoyo de los medios de comunicación del país. Prueba de ello es la página de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana, en la que se presentan noticias y opiniones sobre temas de actualidad de los pueblos amazónicos.

Por el momento, debemos preguntarnos si no resulta necesario satisfacer las carencias de estos pueblos (brindarles mejores servicios públicos, especialmente en lo que se refiere a la salud y la educación) antes de querer acercarlas a un mundo tan distinto para ellos como el occidental.

1 Banco Mundial. Servicios de telecomunicaciones e información para los pobres.2 Según el censo de 1993, solo ochenta por ciento de la población del país habla castellano.3 UNESCO. Hacia las sociedades del conocimiento.

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Crónica de un peruano enamoradoen un país machista donde las mujeres se aterran cuando contemplan a un hombre desfallecer de amor

Este es otro enamorado que escribe y habla. Tengo veinticuatro años, y la última mujer parecida a un canto corrió aterrada. Así es que, antes de que me dé otro shock alérgico por tantos rechazos y ‘nos’ consecutivos, escri-biré esto para, de una vez, entender qué sucede con las mujeres y los hombres en Lima, o en el Perú, o en todo en el mundo, porque he llegado a la conclusión de que este es un problema mundial.

Me confieso como un hombre que realmente se ena-mora: vive soñando y construye —sin piedad de sí mismo— Octavias, grandes monumentos de cristal para mujeres que no existen, pero tienen cara y voz propia. Lo hago para sentirme menos solo y querer un poco más, y para ver si estadísticamente algo me liga. No es fácil ser un hombre que tiene toda la intención de enamorarse. ¿Por qué? Lean el título de esta crónica: es cierto. LAS MUJERES SE ATERRAN, está confirmado. ¿Por quién? Pues por mí.

Llega un momento en la vida de un solitario en el que desea estar bien acompañado, y se hace necesario eso de enamorarse cada cierto tiempo, construirse Octavias, hacer de las mujeres unas quimeras, unos monstruos fantásticos, lo que es realmente agotador. De la misma forma que uno las construye, se diluyen en el olvido o el rechazo. Peor aún si son esas mujeres que conoces, y te das cuenta de que eres una bestia por hacerlas parecer tan lindas cuando, realmente, no lo son. Pero, definitiva-mente, las que más joden son aquellas que finalmente conoces y son exactamente como tú pensabas, y encajan en su cristalina perfección. Como que las guardas en crisálidas para luego crearles mariposas, de esas que revolotean en tu estómago. Lindo, ¿no? ¡Ja! Pues no, esas son las peores, las que huyen, las que corren, las que te dejaron sin mariposas, sin castillos, y tanta absurda revelación de ‘mujer de mi vida’ tirada por la borda. Qué le queda a uno más que tirarse al mar también, y ahogarse con ella y sin ella.

Siento que hay cierta desconfianza en las mujeres. Es que un hombre con las mejores intenciones del mundo no se les acerca todos los días. Bueno, hay que ser sincero,

nos gustan todas: las más lindas y las no tan lindas. Y las chicas acostumbradísimas a arreglarse, a ponerse bonitas y a entrar en este círculo vicioso machista de ser la más buenota de la noche (minifalda, escote, espalda calata, cara pintada, etcétera). Realismo, muchachos y muchachas, ¡qué lindas se ven! Sin embargo, ¿no son ellas las que también alimentan este concepto de sexo por una noche, ponme el trago?

Dejando de lado las olvidadas letras que se refieren al amor como algo doloroso e inexpugnable, como una conmoción (Werther), como duelo anticipado (Barthes y yo), como amargo ejercicio (Gabriela Mistral), como terror/ansiedad (Winicott), como enfermedad (Platón), como tristeza placentera (Campoamor) o como ímpetu ciego (Marañón), para que finalmente el hombre enamorado no reciba nada. Solo un “qué abrumador todo lo que me dices”, “no te creo nada”, o “ya, huevón, no seas floro”.

A lo hecho, pecho: las hemos acostumbrado a que las cosas sean así. No podemos llorar sobre la leche derramada (tómese la frase como se quiera: en los dos casos funciona). Cuando ellas quieren algo en serio, son ellas las que te dan el sí, y tenemos que esperar. Pero si nosotros queremos algo en serio, bueno, o las amarra-mos para que no huyan o, simplemente, a bancarse la paciencia y a controlarse a pajazos, aunque sea tanta la emoción de haber conocido a una chica que realmente valió la pena. Yo lo hice. Tuve suerte, me di por completo, sin miedos y me aceptó.

Evidentemente hablo por experiencia propia: esta crónica de no-amor se basa en la experiencia de alguien que sí se enamoró más de tres veces en una semana, que dio todo a una mujer a los dos días de haberla conocido, y que no se arrepiente. Esta crónica no tiene nada de teoría: es mera suposición.Y para terminar, citando a Sor Juana Inés de la Cruz para que me odien más las feministas y quienes no lo son: aquel que tuviera amor entenderá lo que digo.

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