la nostalgia de los muertos 5

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Capitulo 5

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La nostalgia de los muertos is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0

Unported License.

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“Cuando llegaste al departamento no queríamos dejar de besarnos, sólo recuerdo que acomodamos todo rápido para tener espacio para hacer el amor”

Esa primera noche, un sueño comenzó a acecharme, soñaba a nuestro hijo y la terrible forma en que había muerto, recuerdo cuando lo encontré, su cuerpo había sido destrozado por el impacto de caer desde nuestro apartamento, que se encontraba en el sexto piso, en el sueño yo me acercaba a mi pequeño, pero un aro de fuego me impedía tocarlo, en mi desesperación, soportaba el dolor de las llamas para decirle que lo amaba, me desperté llorando.

Abrí los ojos lentamente, ya era de nuevo de día, todo estaba muy silencioso, bostece, tenía mucha hambre, mi estómago me dolía terri-blemente, hice mi cabeza hacia atrás y suspire, debía agradecer por el haber dormido en paz en un mundo que ya se había ido al carajo, seguí pensando en aquel sueño y en todo lo que nos dijimos cuando estába-mos en los rosarios y en el entierro.

-¡Tú nunca fuiste una madre! Sólo un pedazo de escoria que quería alejarme de mi hijo – te grité mientras mi hermano me sujetaba, lloraba amargamente.

-¡El que nunca tuvo un pedazo de valor y de padre, fuiste tú! Siempre llegando tarde a casa, nunca pudiste cuidarlo- gritaste desde tu trinchera, acompañada de mi madre y de la tuya, realmente odie verla ponerse de tu parte.

Esas conversaciones, esos reproches y todos aquellos insultos, ¿A dónde nos llevaron? sino a la amargura, a vivir el duelo de nuestro hijo separados, llorando mientras nuestras almas se descomponían en el desconsuelo, yo vivía en el hospital tratando de salvar vidas, no querien-do llegar a casa, te hiciste solitaria, dejaste de comer, y entraste en una fuerte depresión, no podía verte así, busqué otro trabajo lejos de ti y de mi familia, no le avise a nadie sobre esto, más que a mí madre un tiempo después. Me fui a vivir a Guadalajara, en donde no sabría nada de ti, que idiota fui, mi lugar era a tu lado, haciendo las pases, y rescatando ese hermoso amor de adolescentes.

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Ya Alicia estaba comenzando a despertar a causa de mis movimientos.

-Buenos días Dante. –Me dijo somnolienta.

-Buenos días, fue una noche muy tranquila. – Le dije mientras me le-vantaba.

-¿Qué vamos a hacer? –Me dijo mientras se arreglaba el cabello.

-Supongo que continuar, debemos de encontrar a alguien, que nos pueda dar alimento, encontrar comida es lo principal, si nos seguimos debilitando más, no conseguiremos llegar a ningún lado –le dije serio y tallándome los ojos para que Alicia no notará mis lágrimas.

-Tienes razón necesitamos encontrar ayuda, escuche por un amigo, que en los grandes centros comerciales del área, estaban pasando he-licópteros que se llevaban a los no infectados.

-Espera, ¿estabas viajando con alguien más? –le pregunté.

-¿Celoso? -Me dijo, pícara.

-No, nada de eso sólo que me intriga saber cómo llegaste hasta la tienda en donde te encontré, y se me hacía extraño que estuvieras sola, no porque dude de tu fuerza sino porque… –Dije apenado.

-Vale entiendo Dante, no te compliques, mira yo venía con un amigo de la escuela, es medio rarito y tenía un plan medio loco, nos separamos porque iba a ir a buscar a un familiar, yo me adelante y fue cuando te encontré.

-¿Quedaron de verse en algún sitio? – Dije.

-Si, en la tienda de auto servicio que está cerca de la primera estación del Metrobús.

- Bueno debemos de prepararnos y seguir adelante, necesitamos en-contrar comida y una ruta para llegar a donde te quedaste de ver con tu amigo para saber si hay buenas noticias.

-Muy bien en marcha –Dijo Alicia.

Nos preparamos para salir, tomamos las armas y recogimos nuestra mochila, reíamos un poco sobre nuestra situación, y nos dirigimos a la puerta de madera, ya que las otras puertas tenían cadenas desde fuera, yo seguía preguntándome quién o quienes estaban combatiendo con-tra estas cosas. La verdad tenía la esperanza de encontrar ya no sólo

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retenes de policía, sino a gente del ejército mexicano, realmente tenía la esperanza. Llegamos a la puerta y quitamos el seguro que habíamos puesto cuando entramos, las bromas que estábamos haciendo Alicia y yo se interrumpieron cuando nos dimos cuenta que la puerta de madera la habían cerrado por fuera, nos entró el pánico.

Comencé a golpear la puerta, si alguien había cerrado la puerta eso significaba que era un humano, esperaba que los golpes y los gritos de Alicia fueran escuchados para que nos dejaran salir, paso algún tiempo cuando escuchamos vocecillas del otro lado de la puerta, murmuraban algo, comenzaron a alejarse

-¡Esperen! Sácanos de aquí, no estamos infectados, tenemos hambre –grité.

Se alejaron, después de un tiempo en donde Alicia y yo nos estábamos desesperando, llegaron un grupo de personas al otro lado de la puerta, se veían sus sombras por las ventanas de la iglesia, parecía que ellos habían sido los que nos encerraron, por lo que pude ver sólo eran cinco personas, que hablaban entre sí.

-¿Hola? No estamos infectados, entramos aquí para protegernos de unos infectados que nos perseguían, escuchen necesitamos comida, nos sentimos realmente muy mal, por favor ayúdennos.

Se escuchó como quitaban las cadenas, mientras una de las voces recriminaba a los demás por dejarnos salir, las puertas se abrieron y revelaron a un grupo de personas todas armadas con picos, palas y demás, todos nos veían desconfiados, pero al notar que no estábamos infectados, se tranquilizaron, hablé primero.

-Muchas gracias –Sólo atiné a decir eso.

El grupo que nos había abierto las puertas eran personas de unos 35 o 40 años, eran 5 en total, 3 mujeres de mediana edad y dos hombres, los cuales se veían enojados, una de las mujeres la que parecía ser la mayor de entre el grupo de mujeres, vestía modestamente con un vestido suelto y zapatos sin tacón, parecía ser una mesera de algún restaurante, nos ofreció una botella de agua.

-Tomen esto, deben de beber agua, tienen mucha suerte de que ha-yamos pasado por aquí, esta es una zona de mucha muerte, me llamo

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Alejandra, ella es Karen –dijo señalando a la mujer que se encontraba a su lado, que vestía de sastre, parecía que era una secretaria- la más pequeña es Elena –la más joven tenía síndrome de Down y le sonreía a Alicia, ella le devolvió la sonrisa- y ellos son Miguel y Ramón.- Finalizó.

Los dos hombres nos vieron de arriba abajo, y fue hasta que se cercio-raron de que no había nadie más dentro de la iglesia que se relajaron y se presentaron, después de esto, Alicia y yo bebimos un poco de agua, yo bebía mientras Alicia le preguntaba a Alejandra:

-Disculpen, ¿pero tienen algo de comida? Tenemos mucha hambre, nuestra comida se convirtió en algo extraño cuando la sacamos de la lata.

Ellos se miraron con tristeza.

-No mi niña –dijo Alejandra- no hay comida que puedas comer en esta ciudad, toda se ha vuelto un peligro para la vida, todo el que come algo se vuelve un zombie que ansia carne, a nosotros también nos pasó eso de que la comida se volvía verde, tristemente nos sucedió cuando éramos 8, los padres de Elena, fueron los que se infectaron.

Miguel interrumpió.

-Debemos de movernos de aquí, no podemos estar mucho en las calles, recuerden que los zombies y los “otros” tienen su zona de cacería aquí, ne-cesitamos encontrar lo que venimos a buscar. –Dijo firme.

-Miguel tiene razón, vengan con nosotros esta zona es de mucha y mala muerte, además de que es bueno tener nuevos compañeros –Finalizó Alejandra.

Comenzamos a movernos, todos estábamos en estado de alerta por po-sibilidad tan alta de que nos encontráramos con algunos infectados, Alicia se mantuvo cercana a mí, parecía que ya nos estábamos acostumbrando a tenernos cerca, era como una hermana pequeña a la que tenía que proteger; el grupo se movía lo más rápido que Elena nos permitía, cruzamos varias calles en dirección a la Joya, no sabía que era lo que estábamos buscando. Pasábamos las tiendas, pero a ellos no parecía interesarle, un par de veces evadimos a algún solitario infectado, si entrabamos en combate con alguna de esas cosas podríamos avisar a los demás zombies. Miguel habló casi en un susurro.

-Creo que vino corriendo hasta aquí, no hay otra manera de salir, más que por las calles en donde está el campamento.

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-Sólo nos queda esperar que sea uno grande para que podamos co-mer todos. –Dijo Karen.

-Esperen ¿Qué estamos buscando? –Dijo Alicia, agradecí su interven-ción.

-Lo último que queda de comida en la ciudad, y tendremos que esperar a saber que no ha comido nada que pudiera infectarle –Dijo Alejandra bastante seria.

De repente de entre el montón de cartón y basura salió un perro ca-llejero, comencé a suponer lo peor, no podía creer lo que está gente pensaba, pero mantenía la esperanza de que fuera una estupidez mía y no fuéramos detrás del perro, Alicia creo que pensó lo mismo que yo, me miraba con ojos de incredulidad, ¿Realmente esas gentes habían hecho esto antes?

-Bueno parece que tampoco ha encontrado algo para comer, eso sig-nifica que está limpio –Decía Ramón mientras sacaba un bate de béisbol.

Comenzó a chiflarle al perro, el animal alegre de que había encontra-do a alguien que se veía amistoso en una vida donde sólo encontraba malos tratos y gente mezquina, se acercó a Ramón, éste lo acarició en la cabeza, le decía -buen chico, gracias por dejarnos vivir un poco más- mientras alzaba el bate,; Alicia estaba llorando, yo me sentí horrorizado, el animal chillo durante un buen rato, Ramón trato de atinarle en la nuca, para que fuera rápido, un golpe brusco calló al animal.

-Hay que sobrevivir amigos, en este mundo es lo que nos ha tocado hacer, sólo era un perro y por el esta tarde comeremos 5 familias, tran-quiliza a tu amiga, llevaremos esto al campamento en donde podrán co-mer, lo hacemos de buena fe, si después ustedes quieren irse están en su pleno derecho, pero no sobrevivirán, hay muchos rumores que dicen que la ciudad está cercada y que esto no sólo está pasando aquí, sino en muchas partes del país, así que es mejor no arriesgarse y esperar que alguien venga a ayudarnos, mientras sobreviviré –me dijo Alejandra.

No pude decir nada, asentí con la cabeza y fui a abrazar a Alicia, ¿Qué estaba pasando en el mundo? De nuevo me pregunté qué habíamos hecho mal para vivir en este infierno.

Miguel y Ramón amarraron al perro y lo cargaron, Karen que llevaba

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de la mano a Elena, ya estaba caminando, rumbo al caminero, mantuve a Alicia cerca de mí, en el camino retomamos la conversación.

-Entonces, son supervivientes, ¿en dónde se resguardan? –Dije

-Estamos en la estación del Caminero, ahí pudimos cercar la puerta de acceso y también está bloqueado por unidades, una que no salió de ese lugar, y otra que tuvimos que traer de una estación cercana, y mira realmente sé que lo que vieron es espantoso, pero piensen que tenemos que sobrevivir, hasta que alguien venga a ayudarnos, o ustedes ¿deja-rían a sus seres queridos? No, nos juzguen, sino saben por todo lo que hemos pasado- Dijo Alejandra.

-Entiendo eso, y no lo juzgo, pero debo decirles antes de que ustedes llegarán ¿alguien les aviso que estábamos ahí? Es que escuchamos unas vocecillas de unos niños que estaban en la puerta.

Ellos se miraron entre sí.

-Hay una razón, por la cual esa iglesia está vacía –comenzó a hablar Miguel- y es porque es una trampa, como siempre en los momentos de dificultad buscamos a un dios que durante mucho tiempo pisoteamos, los malditos pensaron que era un buena manera de atraer a sus alimentos.

-Espera, ¿quieres decir que los zombies se están organizando? –Dije incrédulo.

-No seas estúpido hijo, el hombre es el lobo del hombre, algunos ma-niáticos encontraron su paraíso en este apocalipsis, se dice que son los que recibieron las primeras olas de infectados que llegaron de la frontera norte, esos desgraciados comenzaron a consumir carne humana, puesto que fue lo último que encontraron en la desesperación, y los niños que escuchaste son sus espías, aprendieron a moverse entre los caídos y buscan gente ingenua –dijo Miguel mientras escupía.

-Pero eso no puede ser, han pasado dos días desde que comenzó la infección, ¿Cómo todo esto se fue al carajo tan rápido? –Dije espantado, mientras sentía como Alicia se estremecía en mi pecho.

-Han pasado sólo dos días desde que lo que sea que esté infectando a las personas comenzó a matar gente aquí, pero eso no significa que comenzará aquí, comenzó desde los yankees, esos malditos fueron los que comenzaron con todo esto, querían debilitar al país y parece que lo

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han conseguido, el presidente desapareció, los soldados están muertos, hemos vuelto a un mundo donde dios no pone el ojo -Finalizó Miguel.

Me mantuve en silencio, parecía que si le daba una respuesta, que no siguiera sus principios yo sería el siguiente en estar atado a su espalda, Alicia se separó un poco de mí, Elena que estaba cerca de ella, la tomo de la mano, se sonrieron, me sentí aliviado al ver a Alicia un poco más tranquila.

-Perdón por preguntar, pero ¿Por qué en una búsqueda de este tipo, viene una chica como Elena? –Dije pretendiendo que ni el tono de mi voz molestara a los demás, la pregunta era muy delicada.

-Ella es una chica, que no tiene padres, y la dejarla en el refugio no es una opción, porque una vez que salimos los cuatro a buscar alimentos, unos muchachos la estaban convenciendo para que saliera y avisara si había infectados, fue bastante horrible, por suerte esa gente desapareció del campamento, pero como llegan y van tantas personas, no arriesga-mos –Dijo Karen.

-De verdad que el mundo se ha ido al carajo, no puedo ni pensar en gente que haga ese tipo de cosas –Dije.

-Y ¿crees que andar por ahí corriendo con armas destazando cadáveres sea sano? –Dijo Miguel en tono de burla.

Llegamos al campamento después de una larga caminata, en donde Alicia y Elena caminaban de la mano, yo seguí platicando con Alejandra, pero resultó que lo que nos había dicho, era lo único que sabían, no sa-lían del campamento más que por alimento, me contó que algunas veces intentaron hacer excursiones hacia el Estadio Azteca, pero ninguno había vuelto, y cuando comenzaron los rumores de los otros, ya no pensaron en moverse.

Al entrar todos se nos quedaron viendo a Alicia y a mí, éramos extraños, había muchos niños y mujeres, pero noté que había pocos hombres, como nos dijo Alejandra estaban perfectamente protegidos por las unidades de transporte público, Ramón dejo al perro en el suelo y un grupo de mujeres lo llevo para que lo cocinaran, Alicia y yo nos sentamos en una esquina, un hombre se acercó a Alejandra.

-Oye, has traído a otros dos, y la comida no nos alcanza ni para los

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que ya estamos aquí ¿Esperas que un solo animal nos alimente a todos? –Dijo serio.

-Estaban a punto de ser comidos por los enfermos de los otros, y quieres que los abandone, recuerdo mucho a un tipejo que lloró por no querer ir a la segunda excursión de comida. –Respondió Alejandra.

-Haz lo que quieras, pero no son los primeros nuevos que llegan hoy, un viejo llegó cuando estaban fuera buscando alimento, parece ser que sabe que en el Estadio de fútbol hay centros de rescate y que está la marina resguardando el lugar, dice que sabe cómo evadir a los muertos.- Dijo el hombre.

La conversación despertó mi curiosidad sobre ese viejo, así que le dije a Alicia que me esperara, que iría con Alejandra y los demás a ver a ese hombre, pero ella no quiso se levantó y camino junto conmigo, caminamos al final de la estación, en una esquina estaba aquel hombre con la cabeza baja, era un viejo flaco, le faltaban algunos dientes, seguramente era un vagabundo, ahí comencé a desconfiar de él, nos dijo que efectivamente habían centros de rescate, y todo lo que anteriormente nos había dicho el hombre, al finalizar su relato, me miró, sonrió de una manera grotesca.

Al llegar la tarde, la comida estaba lista, cenamos de manera muy ex-traña, en una fila, cada uno de nosotros se acercaba a la cacerola, metía la cabeza en una bolsa protectora, y dentro tomaba un poco de carne, y algo de caldo, y lo comía ahí mismo, supuse que era para proteger la comida de lo que fuera que estuviera en el aire, reí un poco, Alicia estaba asqueada, pero tenía mucha hambre, se acercó con una pena casi de niña, volteó a verme y le sonreí, ella comía mientras lloraba.

-Sé que es ridículo, pero nos ha funcionado para proteger el alimento. –Dijo Alejandra.

Sólo pensé que a pesar de hacer eso, la comida entraba en contacto con el aire, entonces lo que infectaba la comida no estaba en el aire, pero ¿Qué demonios era? No tenía lógica, el atún que queríamos comer Alicia y yo se había podrido, pero a esta gente les estaba funcionando ese ridículo e inútil habito.

El resto de la tarde, pasó de manera rápida, muchos discutían si era una opción ir hacia el Estadio, muchos supusieron que los que habían ido en excursión habían logrado llegar al centro de rescate y por eso ya

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no volvieron, otros estaban convencidos de intentar la huida, y otros tantos como yo no creíamos en las palabras de un viejo que bien mostraba rasgos de demencia senil, miraba a Alicia, no dejaría que nada le pasara. Mucho se discutió esa tarde, y se llegó a la conclusión de quien quisiera irse era libre de hacerlo, pero si llegase a encontrar ayuda haría todo lo posible por regresar por lo demás, nunca he creído en las promesas de ese tipo.

Al caer la noche, nos acomodamos en un pequeño rincón, realmente tenía mucho sueño, la comida me había caído de maravilla, cuando termine de acomodar la cobija Alicia ya estaba profundamente dormida, le quite el cabello de la frente, había con-ciliado el sueño preocupada, puesto que nada sabíamos de su amigo, la miré con ternura, pero Elena que todavía estaba despierta fue a darme un abrazo e interrumpió mi acción.

-Elena quiere a todos por aquí. –Dijo Alejandra sonriendo.

Estaba por acomodarme, cuando noté que el viejo caminaba de un lado a otro, repitiendo –tienen hambre, hacen lo que hacen, sólo es matar a un animal- mientras reía, algo que me puso nervioso, traté de calmarme, era un loco, me terminé de aco-modar, en el suelo, y me quede dormido.

Después de unas horas desperté por el frío que se sentía trate de jalar cobija, pero noté que algo no me lo permitía, creí que era Alicia, voltee un poco, pero no era ella, era el viejo que me miraba fijamente con su sonrisa podrida y con un pie en la cobija, un escalofrío recorrió mi cuerpo, me levanté un poco.

-Apestas a muerto, de verdad que los muertos te quieren más a ti que a nadie, sólo de verte se nota que le debes algo a la muerte, y ella mandó a sus ejércitos a llevarte ¿Quién sabe? Tal vez tú trajiste la muerte a todos. –Dijo el viejo diabólicamente.

-¿Qué estás diciendo? ¡Vete a la mierda viejo! –Dije en tono amenazante.

-Observa a la muerte hijo, observa mientras se alimenta de tus hermanos –el viejo al decir esto tiro un encendedor prendido al suelo, el fuego se avivó rápi-damente, el suelo de la estación estaba empapado de gasolina.

Levanté a Alicia, que aun adormilada se dio cuenta de la situación, nos pega-mos a la pared, el fuego alcanzó a algunos que estaban dormidos y que grita-ron con agonía, el viejo reía de forma lunática, mientras también era alcanzado por las llamas, los que estaban cerca de la entrada principal, ya comenzaban a quitar las llantas y madera que cerraban el paso, Alicia y yo pudimos llegar a este punto, volteé a ver al viejo.

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-Recuerda que los muertos vienen por los que se quedan en la tierra, cuando sienten nostalgia de la vida, quieren que compartas su pena, su amargura, piensan que así calmaran su pena –el viejo dio un grito es-pantoso, mientras se terminaba de quemar.

Cuando terminaron de quitar las cosas que nos impedían el paso para escapar, muchos se habían quedado del otro lado de las llamas, entre ellos, Alejandra y Elena, miraba para todos lados buscando una forma de pasar esas llamas, solté a Alicia, que gritó que no me fuera, me pegué a la pared, y abrí una de las puertas del Metrobús con un ladrillo, entré y corrí para llegar al lado donde se encontraban los demás, ellos al verme, entraron a la unidad, y siguieron la ruta que había abierto, cuando me asegure que no faltaba nadie me fui hacia la puerta.

-¡Dante! ¡Corre! –Gritó Alicia.

Al salir con ella, encontramos una escena aterradora, entre el fuego y los gritos, personas a caballo perseguían con redes a los que antes se refugiaban en la estación, traté de regresar por las armas pero el fuego me impedía el paso, tomé a Alicia de la mano, y comenzamos a correr, sabía que eran los otros, los que habían llegado por nosotros, ya no de-bíamos de regresar, nos dirigimos hacia el Estadio, por ingenuo tal vez, ella apretaba fuertemente mi mano, mientras corríamos le grité:

-¡No te preocupes amor, no dejaré que te pase nada!

Alicia guardó silencio.

Continuará…

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