la moneda del soldado

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LA MONEDA DEL SOLDADO Autor: M. Roberto Pérez Rosales [email protected] LA PROMOCIÓN DE LA LECTOESCRITURA SECTOR EDUCATIVO No. 6 GOBIERNO DEL ESTADO DE DURANGO SECRETARÍA DE EDUCACIÓN SISTEMA ESTATAL DE TELESECUNDARIA 16 de Enero de 2012

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Page 1: La moneda del soldado

LA MONEDADEL SOLDADO

Autor: M. Roberto Pérez Rosales

[email protected]

LA PROMOCIÓN DE LA LECTOESCRITURA

SECTOR EDUCATIVO No. 6

GOBIERNO DEL ESTADO DE DURANGOSECRETARÍA DE EDUCACIÓN

SISTEMA ESTATAL DE TELESECUNDARIA

16 de Enero de 2012

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LA MONEDA DEL SOLDADO Como nunca, esa mañana de

domingo, las campanas del templo de “Jesús María” repicaban lastimosamente presagiando un desenlace fatal. Las devotas mujeres del pueblo, enfundadas en sobrio atuendo negro, avanzaban rompiendo el silencio con un incesante taconeo, quienes con pasitos apurados, se aproximaban al viejo portón de la capilla, el cual, visiblemente roído, amenazaba con ceder por las interminables y desgarradoras plegarias de los pecadores, que buscando la salvación, la consumían como hostia de la redención.

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En el rincón más sombrío de la entrada del sagrado recinto, se encontraba una anciana de cuerpo tan menudo, que el negro reboso la hacía casi desaparecer. Nadie imaginaba que bajo esa vestimenta quedaban los recuerdos de una bella mujer, que por momentos, dejaba entrever unos ojos tan negros como las penas que habían cincelado sin piedad su rostro, hasta dejarlo irreconocible.

Las huesudas manos de la anciana salían como garfios al paso de las beatas para pedir limosna, quienes con altanería sacaban relucientes monederos para depositar una pequeña limosna mientras con voz protectora decían - toma viejita, espero te sirva- y uniendo la palabra a la acción sacó un par de centavos y, justo en el momento que iba de entregarlos a la indigente, descubrió que ésta portaba una reluciente moneda de plata colgada al cuello. –¡Pero qué descaro!- y guardando sus centavos refunfuñando la mujer continuo su singular andar al interior del templo.

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La mirada de la anciana se perdió entre los escombros de su pasado. Poco a poco, su rostro fue perdiendo lucidez, mientras su agobiado espíritu revivía aquellos siniestros días durante la etapa más cruenta de los enfrentamientos entre las fuerzas revolucionarias Villistas y el gobierno federal. La octogenaria, como si saliera de las entrañas del pasado, fue reviviendo el momento en que su esposo se despidiera de ella y sus tres pequeños hijos, para ir en busca de alimento, pues por las violentas trifulcas entre bandos rivales, todo escaseaba. Sin más que decir, lo vio alejarse hasta que se perdió entre las sombras de la noche las que parecían regocijarse mientras lo devoraban lentamente.

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Los días de espera fueron un martirio, las escasas provisiones se terminaron finalmente y el esposo no daba señales de vida. El llanto de los niños por el hambre había cesado, sus cuerpos flácidos reposaban inertes en la cama presos de un sueño permanente. La afligida madre, quien inútilmente había buscado trabajo a pesar del gran peligro, no pudo más y envolviéndose en su negro reboso se enfrento al peligro de la batalla, pues afuera seguían los gritos de guerra, lamentos de heridos, estruendosa artillería y un hiriente hedor de muerte.

Nunca esperó encarar de un sólo golpe a la muerte; ya que a medida que avanzaba, escenas dantescas aparecían a su paso: cuerpos destrozados, sangrantes y moribundos; algunos parecían dormir con una mueca de horror en el rostro. Como alma en pena, la mujer se fue adentrando entre las malolientes calles saturadas de ponzoña, por lo que en más de una ocasión sintió desfallecer, pero el recuerdo de sus hijos agónicos le daba fuerzas para seguir.

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Pasaron los minutos, que se fueron haciendo horas y al filo de la noche la mujer regresó a su casa sin haber conseguido más que unos mendrugos de pan y fruta echada a perder entre la basura de un puñado de soldados que se habían situado en las afueras del poblado, por lo que esa noche sus hijos le arrebataron unas cuantas horas mas a la murete. Al día siguiente, en cuanto el manto de la noche hizo su aparición, la valiente mujer regresó a hurgar entre la basura de los soldados y rescatar lo que podía ser alimento.

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Pero su suerte terminó tan pronto como llegó, pues las fuerzas militares habían recibido órdenes de cuidar al máximo sus reservas de parque y alimentos, ya que la lucha se había recrudecido. Así pues, cuando la mujer volvió al basurero, ya no encontró mas desperdicios. Desesperada, decidió ir directamente con los soldados para suplicar un poco de comida. Más nadie se apiado de ella; derrotada, se encaminó a su casa; intempestivamente fue alcanzada por un joven soldado, quien mostrándole una moneda de plata, le dijo con voz nerviosa -no quiero morir sin haber probado los placeres de la carne- La mujer indignada lo abofeteo con rabia, y dando media vuelta se marchó llorando desconsoladamente.

Al llegar a casa, vio que sus hijos parecían haber perdido las líneas del rostro, lentamente se acercó cuidando de no despertarlos pues bien sabia que ya no tenían fuerzas ni para moverse; trató de reanimarlos, pero sólo obtuvo leves quejidos cual preámbulo a la inevitable muerte; Así que sin pensarlo un segundo, se enfundó nuevamente en su negro reboso y salió en busca del soldado.

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Pasado algunos minutos la mujer regresó con una gran moneda de plata que a pesar de que le quemaba en la mano, la sostenía como único recurso para salvar a sus pequeños. Apresuró el paso y de grandes zancadas llegó a su casa, ansiosa de llevar buenas noticias; más al entrar a su habitación, la sangre se le congelo en las venas al ver a su marido al pie de la cama de sus hijos, quien los alimentaba con gran amor y cuidado, pues apenas tenían fuerza para pasar la comida.

Se acercó lentamente hasta posar las manos sobre el pelo de su marido, el cual se levantó y la abrazó tan fuerte, que le hizo soltar la moneda de plata, la cual rodo lentamente hasta caer a los pies del azorado hombre.

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Por unos segundos el hombre clavó la mirada en el angustiado rostro de la mujer, quien no podía articular palabra alguna ante los inquisidores ojos de su marido, por lo que no tuvo mas remedio que contarle la terrible experiencia que había vivido desde que él se marchara y como consiguió aquella noche, la moneda de plata con el joven soldado.

Se hizo un sepulcral silencio. El hombre no movió un sólo músculo, luego tomó la moneda y su pistola; la mujer, consciente de su destino, volvió el rostro hacia sus hijos: quería llevarse a la eternidad su dulce imagen.

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El sepulcral silencio fue interrumpido por un disparo; la mujer se estremeció y corrió donde sus hijos, desde la cama se percató que el impacto había sido contra la moneda, haciéndole un orificio en el centro, después con mano temblorosa, arrancó de violentos jirones, varias tiras del rebozo negro de su esposa, tejiendo una fina cuerda de mentiras, traición y vergüenza, para finalmente hacerla pasar a través del orificio y quitando de la pared el cuadro de sus hijos, colgó la moneda del soldado.

La vida familiar siguió su curso, pero el dolido hombre le tenía una infame sorpresa a la desdichada mujer, ya que días después, al terminar de cenar, pidió a sus hijos que lo acompañaran a dar gracias por los alimentos y que a partir de este día y para siempre, rezarían la siguiente oración: ¡ya almorzamos!, ¡ya comimos!, ¡ya cenamos! y a la moneda del soldado ¡no llegamos!

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Y así, al llegar la noche, la aterradora letanía era repetida al unísono por los miembros de la familia. Hasta que finalmente, la razón salió huyendo de la mente de la atormentada mujer, cuyo pecado había sido marcado para la eternidad; hasta que una noche tormentosa, la aterrada mujer, al terminar la fatídica letanía, tomó la moneda del soldado y, como alma en pena atizada por el diablo, se perdió en la oscuridad de las empedradas callejuelas del pueblo, para nunca más volver.

FIN

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