la historia de un rio

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DANNY GARCIA WILSON YOPASA

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Page 1: La historia de un rio

DANNY GARCIA

WILSON YOPASA

Page 2: La historia de un rio

Braulio estaba sentado en una roca de la orilla; bostezaba aburrido ante la perspectiva de una pesca escasa.

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La verdad este no era un deporte muy adecuado para sus trece años. Se estaba haciendo tarde y temía volver a casa de vacío; de repente notó un fuerte tirón de la caña. -Ahora sí que he pescado algo grande. Esta vez no se me escapa.

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Clavó la caña con fuerza entre dos piedras y rápidamente cogió una red para sacar la trucha que debía de estar enganchada en el anzuelo. Tiró con mucho cuidado para que no se le escapase, pero cuando la pieza apareció de debajo del agua, se llevó una desagradable sorpresa.

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- ¡Qué asco! Ya ni siquiera se puede pescar en este río-dijo enfadado, mientras intentaba soltar del anzuelo, un zapato que se había enganchado en él.

Se indigno tanto que se salió del agua y empezó a recoger todos los útiles de pescar.

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-¡Ya está bien! No pienso perder más mi tiempo con la dichosa manía de mi madre: “Braulio ve a pescar, seguro que te distraes”. Yo no vuelvo más por aquí, cada vez hay más basura en el rio, no me explico cómo la gente no cuida lo más importante que tenemos, mira que el sitio de tirar un zapato ¡es indignante! Braulio era un chico muy concienciado con los problemas que la escasez de agua estaba generando en gran parte del planeta.

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Muchas veces pensaba que cuando fuera mayor se iba a hacer voluntario de Greenpeace para defender los derechos de la Tierra; Mientras lo guardaba todo, le pareció escuchar que alguien le llamaba.

Miró por todos lados pero no vio a nadie.

-¡Eh, Braulio Esta vez estaba seguro, lo había vuelto a oír pero… ¿de dónde salía la voz?

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-Aquí, soy yo.

-¿Quién anda ahí? -preguntó asustado sin encontrar a la persona que le estaba hablando-.

-Estará escondido detrás de los árboles, pensó-. ¡Que salga quien sea! Es de cobardes esconderse.

Por un momento estuvo a punto de echar a correr y buscar ayuda. No se podía esperar nada bueno de alguien que le llamaba y no daba la cara.

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-Aquí, soy yo, el río, ¿es que no me ves? Has estado pescando toda la tarde en mis aguas; bueno, más bien intentándolo.

El chico de repente creyó que estaba sufriendo alucinaciones, había venido sin gorra y, claro, pensó que le había dado una insolación.

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-Perdona, pero no lo estás soñando, te estoy hablando yo, el río en el que te bañabas hasta hace poco ¿Es que ya no te gustan mis aguas? Braulio seguía sorprendido, no sabía qué hacer pero, la voz que le llamaba era tan tranquilizadora que, casi sin darse cuenta, como si fuera lo más normal del mundo, se fue calmando y mirando a la corriente de agua contestó:

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Me gustaban antes cuando estaban limpias pero, ahora, ya ves lo que he pescado en ellas, un zapato viejo. Todo se está contaminando -dijo con pena.

-Pero, yo no tengo la culpa; habéis sido vosotros, los humanos los que me habéis maltratado y humillado, manchado el cauce por el que corro desde hace miles de años. ¿Te crees que me gusta? Antes los guijarros relucían cuando los rayos del sol se reflejaban en ellos, ahora casi no se ven; mi agua baja muy turbia.

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Braulio volvió a mirar a todos lados, seguía sin creer que estaba hablando con un accidente geográfico-era así cómo se llamaba a los ríos cuando los estudiaba en la escuela- sin embargo, por

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allí no había nadie que pudiese reírse de él, así que como no sabía qué hacer, se sentó encima de los juncos que había en la orilla y escuchó al rio Grande que siguió hablándole:

-Te contaré mi historia y comprenderás cómo mi deterioro se debe casi todo, al mal uso que han hecho de mí las personas -

Braulio escuchó en silencio; reconocía que el río tenía toda la razón

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-Bueno, yo sé que ese es tu nombre porque he oído a tu madre miles de veces pronunciarlo cuando te bañabas, aquí, en este remanso y, no siempre le hacías caso, Braulio por aquí, Braulio por allá; necesito que alguien me defienda, además haciéndolo, defenderás los derechos de tus hijos y de tus nietos cuando los tengas; las personas necesitan tener agua limpia en sus ríos. Escúchame con atención:

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Hace muchísimo tiempo nací en medio de dos gigantescas montañas. Desde que me asomé entre las rocas, corrí alegremente hasta la desembocadura en el mar. Siempre estaba contento porque todo lo que me rodeaba era hermoso. Durante todo el camino que hacía desde la montaña hasta el valle, me acompañaban frondosos bosques llenos de árboles corpulentos que introducían sus raíces por debajo de la tierra húmeda hasta llegar a mí.

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En el cauce superior, yo corría más rápido entre las rocas; se me antojaba que me deslizaba por toboganes esculpidos en mi lecho que, a veces, formaban grandes cascadas. Después, cuando recorría el valle, lo hacía con más tranquilidad; allí nadaban reposadamente las truchas y los barbos, haciéndome cosquillas cuando rozaban los guijarros con sus aletas y, por fin, después de muchos kilómetros avanzando, me encontraba con el mar.

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Durante los momentos en que el agua dulce salía a mi encuentro para saludarme, algunas especies marinas que habitan en los estuarios entraban en contacto conmigo; los camarones y los cangrejos, vivían allí y servían de alimento a montones de aves migratorias: aparecían los patos salvajes, y las pequeñas zancudas que encontraban su comida entre los fondos del estuario. La vida bullía por todas partes y todo era gracias a mí.

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-La verdad es que debe de ser bonito viajar desde las montañas hasta el mar entre tanta naturaleza-interrumpió Braulio.

-Antes sí, pero ahora las cosas no son lo mismo. En la época de la que te hablo, bajaban a mí los habitantes de los bosques: las hadas, las ninfas, los gnomos, los elfos y otros seres que, por estar siempre ocultos no te puedes ni imaginar que existen. Todos los días se aseaban en mi orilla y pasaban mucho tiempo bañándose y jugando conmigo.

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Después se tendían sobre el lecho de hojas que había en mis orillas hasta que se secaban bien sus alas y sus ropas de seda. Luego llegaba el momento en el que las hadas y las ninfas se peinaban sus largos cabellos. Ellas llevaban siempre peines con púas finísimas que les hacían los duendes con las acídulas de los pinos y, entonces, mirándose en mis aguas cristalinas, que eran como espejos, empezaban a cepillarse el pelo que adornaban con flores recogidas en mis orillas o arrancadas de mis entrañas, como los nenúfares.

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Así pasaban las horas, todos a mi alrededor, porque yo les surtía de agua limpia y fresca ya que el agua era imprescindible para su vida.

-Oye, me estás dejando de piedra- dijo Braulio asombrado-, ¿de verdad existen los seres mágicos del bosque? yo no me lo creía pero, si tú lo dices… Y, ahora, ¿siguen bajando a bañarse en tus aguas?

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