la frontera norteña de la nueva galicia: las parroquias ... · del comportamiento de la población...

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La frontera norteña de la Nueva Galicia: las parroquias de Colotlán, 1725- 1820* Robert D. Shadow Universidad de las Américas Dado las dificultades inherentes en la enumeración de una población pre-industrial a dos o cuatro siglos de distancia, la investigación de la historia demográfica de México colonial exige la explotación de una amplia gama de fuentes para llegar a una aproximación del tamaño y comportamiento de la población novohispana. Estas fuentes incluyen las obser- vaciones de comentaristas de la época, las cifras contenidas en las relaciones compiladas por oficiales coloniales, listas de tributos y tributarios, y, más recientemente, los libros pa- rroquiales. Se ha demostrado que estos últimos constituyen un rico acervo para la identificación de tendencias demográ- ficas a mediano y largo plazo dentro de contextos geográfi- cos delimitados, y sirven para complementar las estimacio- nes obtenidas de otras fuentes. Además, para ciertas regiones periféricas o fronterizas los registros de bautismos, entierros y matrimonios contienen los únicos datos disponi- bles no sólo sobre los movimientos poblacionales de la zona, sino también acerca de las relaciones inter-étnicas y los pa - trones de organización social. En fin, los libros parroquiales, manejados con cuidado, nos proveen una herramienta va- liosa para la investigación de la estructura y la dinámica de la sociedad colonial a nivel regional o local. (Ver los estudios pioneros y/o claves de Brading 1972; Brading y Wu 1973; Calvo 1973; Carmagnani 1972; Chance 1978; Malvido 1973; Morin 1972; 1979) Nuestro propósito en este trabajo es utilizar los libros * Trad. de María de Jesús Rodríguez Valdez / Proyecto Templo Mayor INAH.

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La frontera norteña de la Nueva Galicia: las parroquias de Colotlán,

1725- 1820*

Robert D. Shadow Universidad de las Américas

Dado las dificultades inherentes en la enumeración de una población pre-industrial a dos o cuatro siglos de distancia, la investigación de la historia demográfica de México colonial exige la explotación de una amplia gama de fuentes para llegar a una aproximación del tamaño y comportamiento de la población novohispana. Estas fuentes incluyen las obser­vaciones de comentaristas de la época, las cifras contenidas en las relaciones compiladas por oficiales coloniales, listas de tributos y tributarios, y, más recientemente, los libros pa­rroquiales. Se ha demostrado que estos últimos constituyen un rico acervo para la identificación de tendencias demográ­ficas a mediano y largo plazo dentro de contextos geográfi­cos delimitados, y sirven para complementar las estimacio­nes obtenidas de otras fuentes. Adem ás, para ciertas regiones periféricas o fronterizas los registros de bautismos, entierros y matrimonios contienen los únicos datos disponi­bles no sólo sobre los movimientos poblacionales de la zona, sino también acerca de las relaciones inter-étnicas y los pa­trones de organización social. En fin, los libros parroquiales, manejados con cuidado, nos proveen una herramienta va­liosa para la investigación de la estructura y la dinámica de la sociedad colonial a nivel regional o local. (Ver los estudios pioneros y /o claves de Brading 1972; Brading y Wu 1973; Calvo 1973; Carmagnani 1972; Chance 1978; Malvido 1973; Morin 1972; 1979)

Nuestro propósito en este trabajo es utilizar los libros

* Trad. de María de Jesús Rodríguez Valdez / Proyecto Templo Mayor INAH.

parroquiales provenientes de cuatro parroquias (o vicarías) contiguas para analizar ciertos aspectos de la historia demo­gráfica y socio-étnica de una pequeña sección de la frontera septentrional de Nueva Galicia durante el último siglo de la Colonia. (1725-1820) Este fue un periodo sumamente dinámi­co en la región que produjo no sólo un incremento notable en la población global sino además una profunda transforma­ción en su composición étnica. A partir de 1750 los indígenas, que demográficamente habían sido el grupo mayoritario a lo largo de la Colonia, entra en una etapa de descomposición social que culminó a mediados del siglo XIX con su desapari­ción casi por completo de la región. Uno de los objetivos de este trabajo, por ende, es examinar la naturaleza de esta transformación, y de identificar los procesos socioeconómi­cos responsables de ella.1

Las parroquias que estudiamos son las de San Luis de Colotlán, Santiago de Totatiche, San Francisco de Asís de Huejúcar y Santa María de los Angeles. Las cuatro se en­cuentran ubicadas en lo que hoy es la Zona Norte del estado de Jalisco, en las franjas orientales de la Sierra Madre Occi­dental. Originalmente formaban parte de una sola parro­quia con sede en Colotlán. En la segunda mitad del siglo XVIII, empero, las autoridades eclesiásticas, respondiendo al aumento en el número de feligreses y a la necesidad de ha­cer más accesible y eficiente la tarea pastoral, dividieron esta extensa parroquia en cuatro partes. La primera feligre­sía separada de Colotlán fue la de Totatiche en 1755. Un año después se creó la vicaría de Huejúcar, y finalmente, en 1785, se estableció la de Santa María. Optamos por el estudio de las cuatro en conjunto para no romper con la unidad origi­nal y para obtener una visión más amplia de los cambios de­mográficos a nivel regional.2

A la llegada de los españoles los principales habitantes de esta región fueron los tepehuan-tepecanos, gente dedica­da a la agricultura, quienes vivían en rancherías dispersas alrededor de varios “centros ceremoniales”. Como todos los indios al norte del Río Grande de Santiago estos pueblos re­sistieron ferozmente las primeras olas de la invasión euro­pea. Pero a finales del S. XVI los tepecanos que habían sobre­vivido la Guerra de Mixtón y las pestes introducidas por los

españoles no sólo habían sido “pacificados” sino también or­ganizados, junto con algunas comunidades huicholes y cien­tos de colonos tlaxcaltecas, como milicianos dentro de una jurisdicción militar-administrativa conocida como el Go­bierno de las Fronteras de San Luis de Colotlán. La función primordial de este Gobierno, que abarcaba unos 25 pueblos indígenas situados entre Chichihuitas (Zacatecas) en el nor­te hasta Chimaltitán (Jalisco) en el sur, era de defender las minas, los caminos y los asentamientos fronterizos contra los ataques de los indios “bárbaros’’, o sea los nayaritas y chichimecas, que quedaron impunes de la dominación espa­ñola. (Para mayor información sobre Colotlán ver Veláz­quez, 1961 y Shadow, 1984)

Colectivamente, los milicianos de Colotlán —los tepeca- nos, los huicholes y los tlaxcaltecas— se conocían como “colotecos”. A raíz de su cooperación con las autoridades co­loniales se les concedió una serie de privilegios y concesiones pocas veces otorgadas a la gente indígena. Estas incluían: exención de pago de tributo, permiso para portar armas, montar a caballo, y criar ganado mayor. Además, estaban libres de la autoridad de los oficiales civiles locales, los alcal­des mayores. En lo secular, respondieron sólo a los gober­nantes militares de Colotlán, quienes, a su vez, fueron nom­brados por el Virrey.

En cambio, los residentes hispanos cayeron bajo la au­toridad de los alcaldes, los cuales, en turno, estaban sujetos a los oidores de la Audiencia de Guadalajara. Así pues, los pue­blos colotecos formaban una isla jurisdiccional, vinculada, para asuntos seglares, al gobierno central. La autonomía de los colotecos respecto a la injerencia de los oficiales provin­cianos perduró hasta terminar la Colonia, pese a que la ame­naza militar que generó la creación de Colotlán ya había de­saparecido a principios del siglo XVIII. Esto nos evidencia que la función de Colotlón no se limitaba sólo a las necesida­des castrenses. Al contrario, es obvio que, dentro de la estra­tegia virreinal, cumplía también con una función político- administrativa significativa. Esto es, operaba como un mecanismo institucional a través del cual el gobierno real in­tentó consolidar y centralizar su control sobre los asuntos de la frontera. Visto desde la perspectiva de la política colonial

global, Colotlán representó un esfuerzo para crear una alian­za directa entre la administración central y las comunidades indígenas locales, con el objeto de minimizar el poder de los colonos y las autoridades regionales. En fin, el Gobierno de Colotlán era una expresión del sistema de las “repúblicas duales”, implementada dentro del contexto fronterizo. (Sha- dow 1984)

Las cuatro parroquias que analizaremos constituían la zona central del gobierno de Colotlán y, a diferencia de la se­gregación de indios y españoles que caracterizaba el gobier­no civil-militar, la administración eclesiástica del S. XVIII agrupaba a los indios y no-indios dentro de las mismas divisiones parroquiales. Las misiones franciscanas, funda­das originalmente para administrar a la población indíge­na, fueron secularizadas en el segundo cuarto del siglo, con el resultado de que la membresía en uno u otro curato se deter­minaba territorialmente, independiente de la condición so- cio-étnica de los moradores. Por ende, el estudio de los libros parroquiales nos proporciona una manera para estudiar la totalidad de la población regional aún cuando ésta se encon­traba sujeta a diferentes autoridades civiles.

II

Antes de presentar los datos hemos de advertir que el uso de los libros parroquiales para fines demográficos trae consigo varios problemas metodológicos. Tanto Brading (1978) como Morin (1972) y Calvo (1973) han examinado con detalle las deficiencias, escollos y defectos contenidos en estas fuentes, y no tenemos que repetir aquí todas sus observaciones y crí­ticas. Sólo queremos recalcar dos puntos. Primero, que el uso de los libros de bautismos y entierros es un mecanismo indi­recto para determinar la magnitud de los altibajos en la po­blación. Los registros no son censos o conteos de todos los ha­bitantes de los curatos, y por lo tanto, no se puede medir directamente el tamaño absoluto de la población. Pero en la ausencia de enumeraciones más precisos estos archivos, es­pecialmente los bautismales, sí nos proporcionan un indicio excelente sobre los movimientos relativos en el número de habitantes. Nuestra premisa básica es sencilla: un aumento

o descenso en el número de bautismos nos habla de un auge o una declinación, respectivamente, en la población de base.

La segunda limitación de los libros, y ésta es la más seria para nuestros propósitos, deriva del hecho de que los bautis­mos y entierros registrados por los párrocos no son equiva­lentes al número de nacimientos y muertes que sucedieron entre la población. Es decir, que no todos los que nacieron o murieron recibieron el sacramento del bautismo o un entie­rro atestiguado por el sacerdote. Sea por negligencia, escasez de ministros, aislamiento geográfico, o evasión (uno tenía que pagar por los servicios del sacerdote, y muchos no que­rían o no podrían sufragar este gasto, particularmente en el caso de un entierro), el sistema de registro sacramental no era muy riguroso ni semejante al registro civil moderno. Algunos nacimientos y muchos fallecimientos escaparon de la vigilancia del clero; por consiguiente, los libros subesti­man, en magnitudes variables, el número de nacimientos y muertes.3

Los libros de entierros son muy limitados en este aspecto y, por ende, no se pueden calcular ciertas tasas demográfi­cas, tales como la de mortalidad o de incremento natural. Pero a pesar de ello, dichos registros no carecen de todo valor histórico. Entre otras cosas, sirven para identificar los perío­dos de crisis demográficas y para mostrar, con claridad, la importancia de la muerte como el regulador básico, la varia­ble más móvil para controlar el ritmo del crecimiento de la población local, cuando la migración tiende a ser estable.

En cuanto a los libros de bautismos, el sub-registro es menor, y constituyen la fuente básica para la reconstrucción del comportamiento de la población a través del tiempo. Además, las actas de bautismo contienen mucha informa­ción valiosa de tipo étnico y geográfico, y es mediante su aná­lisis que podemos estudiar no sólo los cambios globales en el tamaño de la población, sino también las transformaciones en la composición étnica y en la distribución espacial de los habitantes.

III

Como se mencionó, los libros parroquiales no nos permiten

determinar a ciencia cierta el tamaño absoluto de la pobla­ción de Colotlán. Sin embargo, existen otros datos que sinos dan una idea general del número de gente que vive en la re­gión en momentos determinados durante el S. XVIII, y será conveniente empezar la discusión resumiendo esta informa­ción.

Los datos provienen de los padrones eclesiásticos que pe­riódicamente llevaron a cabo los curas locales, usualmente en ocasión de una visita pastoral del obispo de Guadalajara. Lamentablemente, estas cifras poseen ciertas limitaciones. En primer lugar, no hemos podido localizar las listas origi­nales en las cuales los sacerdotes enumeraron a las familias de cada parroquia; sólo contamos con los números totales anotados en los márgenes de los libros de bautismos. Estos no especifican la edad, ni el sexo ni el grupo social de los cen­sados. Segundo, las cifras, aparentemente, no incluyen a los niños menores de 7 ó 10 años, puesto que los padrones se rea­lizaron con el fin de conocer el número de feligreses obliga­dos a cumplir con el deber religioso de confesar o comulgar anualmente. Esta deficiencia se puede corregir, según varios investigadores (ver Brading 1978:41), aumentando las cifras básicas en un 23%, la cual es una estimación de la proporción de los niños no enumerados dentro de la población.

En el cuadro 1 presentamos las sumas padronales, junto con las estimaciones derivadas de ellas.

De estos datos, por limitados que sean, obtenemos el primer acercamiento al carácter demográfico de Colotlán du­rante el S. XVIII. Observamos que durante los 57 años cu­biertos por los padrones, la zona experimentó un patrón de crecimiento muy irregular. Entre 1726 y 1742 la población parece haber declinado en casi un 50%, resultado, sin lugar a dudas, de las epidemias y las malas cosechas que azotaban a todo el virreinato. Hay que apuntar también que Colotlán po­seyó pocos recursos que hubieran atraído muchos inmigran­tes, y esto explica, en gran medida, el relativamente pequeño número de habitantes. Aún cuando las condiciones climato­lógicas permiten una agricultura de temporal y una ganade­ría extensiva, el área carece de los medios naturales y de la ubicación geográfica que la hubiera convertido en un centro agrícola o comercial de primera importancia. Hasta media-

CUADRO 1

Población de Colotlán y Totatiche, 1726-1783

Año ComulgantesEstimación de la Población total*

1726 8,774 10,7921742 4,679 5,7551754 6,171 7,5901776 9,915 12,1951783 14,136

Fuentes: Las cifras de los comulgantes provienen de las anotaciones en los Libros de Bautismos, Parroquia de Colotlán, excepto la de 1783, que viene de Velázquez. (1961:13,56)

dos del S. XVIII la economía de la zona quedó orientada prin­cipalmente a la satisfacción de necesidades internas, y no existieron fuertes incentivos para atraer gente, ya fueran in­dios o españoles, de otras regiones. Por otra parte, los naya- ritas de la Sierra Madre representaban una amenaza militar al flanco occidental de la provincia hasta la década de los treinta, y hasta que éstos ya habían sido “pacificados” la co­lonización de esa zona no fue factible. Por todas estas limita­ciones la densidad de población en toda la jurisdicción, que abarcaba casi 3 000 km2, no superaba 3.5 personas por km2 al iniciar nuestra serie.

A partir de los años cincuenta, sin embargo, la situación cambió radicalmente y el distrito experimentó una impor­tante reordenación en sus relaciones económicas, la que pu­so en marcha una profunda transformación de su estructura demográfica. Los datos del Cuadro 1, por ejemplo, sugieren que entre 1754 y 1783 la población casi se duplicó. Lo impor­tante de este crecimiento, empero, es que no se debía ni a la disminución de la virulencia de las pestes ni al desarrollo au­

*Se determinó la “Estim ación” agregando el 23% al número de comulgan­tes, con la excepción de la cifra de 1783 que ya incluye los párvulos.

tónomo de la agricultura o comercio local, sino a una fuerte ola inmigratoria de gente no-indígena atraída por la bonan­za piinera que ocurrió en el Real de Bolaños ubicado unos 70 kms. al suroeste de Colotán.

En resumen, los padrones eclesiásticos nos demuestran una región escasamente poblada cuyo ritmo de crecimiento parece haber sido inferior al de las áreas claves del resto de la colonia. En los 57 años comprendidos entre 1726 y 1783 la po­blación aumentó solamente en un 32% y la mayor parte de esto tuvo lugar después de 1750.

Ahora bien, para considerar la composición étnica de la población, sus cambios longitudinales y la naturaleza de los eventos que sucedieron después de mediados del siglo, pasa­mos al análisis de los libros parroquiales.

IV

En las cuatro parroquias que investigamos los libros de bautismos y entierros son bastantes completos; la serie se ex­tiende desde 1726 (fecha de la secularización de la parroquia de Colotlán) hasta la Independencia y más allá, pero aquí consideramos sólo la época final de la colonia. En el cuadro 2 se presenta, por quinquenio, el numerado total de bautis­mos y entierros efectuados en las cuatro parroquias, en con­junto, durante este período.

Empezamos el análisis con los entierros, donde se obser­vará que el húmero de muertes registradas quinquenalmente aumentó de 146 hasta casi 2 000 durante la centuria cubierta por nuestros datos. Este incremento nos da una idea de la magnitud de la expansión demográfica que ocurrió en la región a lo largo del siglo, pero al examinar los datos más de cerca resulta claro que el crecimiento no procedía de manera uni­forme sino con fuertes altibajos entre uno u otro quinque­nio. Para facilitar el examen de estas variaciones, hemos creído conveniente organizar el material en tres categorías: i) los quinquenios de mortalidad “normal”, relativamente libres de los estragos de hambruna y peste; ii) los quinque­nios de mortalidad “anormal” o alta, cuando la pérdida de las cosechas y /o la aparición de epidemias produjeron brus­cos saltos en los entierros; y iii) los quinquenios donde el nú-

CUADRO 2

Bautismos y entierros en Colotlán, 1726-1820 Por quinquenio

Quinquenio Bautismos Entierros

1726-30 920 1461731-35 995 1921936-40 926 5631741-45 1425 1971746-50 1722 1891751-55 1379 2031756-60 2717 8661761-65 2548 8221766-70 3046 10651771-75 3820 11511776-80 3398 15271781-85 3800 14281786-90 2432 15231791-95 3241 10921796-00 4146 14071801-05 4538 17271806-10 4386 16801811-15 3782 41881816-20 4947 1895

Fuentes: lib ros de Bautismos y Libros de Entierros de las parroquias de Colotlán, Totatiche, Santa María de los Angeles, y Huejúcar.

mero de muertes subió debido al crecimiento general de la po­blación.

En la categoría de mortalidad “normal” se encuentran cinco de los primeros seis quinquenios de la serie, o sea los de 1726-30,1731-35, 1741-45,1746-50, y 1751-55. En todos esos el número de entierros fue bastante uniforme, ya que varía en­tre los 150 y 200. En cambio, en el quinquenio de 1736-40 se destaca un súbito incremento que era el resultado de la peste de 1738. En el quinquenio de 1756-60 se destaca otro incre­

mentó respecto al nivel de 1751-55, pero en este caso el factor más importante no era tanto la enfermedad sino la expan­sión global de la población regional producida por el auge minero en Bolaños. Este quinquenio, pues, es uno de los re­presentantes más obvios de nuestra tercera categoría.

Después de 1760 los quinquenios de mortandad “nor­m ar’ escasean, puesto que sólo tres quinquenios parecen caber dentro de este rubro: 1766-70; 1791-95; y 1806-10. Todos los demás evidencian los efectos de peste e inanición. Vemos, entonces, que desde la perspectiva epidemiológica la segun­da mitad del siglo fue mucho más insalubre y desfavorable para la población humana que la primera, y que Colotlán sufría las mismas pan-epidemias y ciclos de hambre que se presentaron en casi toda Nueva España (ver Florescano y Malvido 1982; Malvido 1973). De hecho, podemos identificar cuatro momentos de mortalidad alta o sumamente alta (apar­te del año de 1738): 1780 (cuando se registraron 673 entierros); 1785-86 (1 498 entierros registrados); 1798 (562 entierros); y 1813-15 (3 530 entierros). Aparte, reconocemos cuatro años de mortalidad moderada: 1762 (372 entierros); 1774 (358 en­tierros); 1801 (aproximadamente 360 entierros); y 1819 (512 entierros). En términos absolutos las calamidades más de­vastadoras fueron: la gran crisis agrícola de 1785-86 y la epi­demia misteriosa de fiebre que cayó en 1813-15. Como conse­cuencia de ésta el quinquenio de 1811-15 fue el único en todo el siglo en el cual los entierros sobrepasaban los bautismos. A la epidemia de 1738 se le atribuían “sólo” unas 400 muer­tes, pero en términos relativos fue casi tan virulenta como las otras debido a que la base poblacional de aquel entonces era considerablemente menor que la que existió a finales del siglo.

Así pues, cabe poca duda de que los efectos combinados de enfermedad y pérdidas de cosechas fueron los factores claves en limitar la expansión de la población de Colotlán durante el S. XVIII. Pero también es evidente que pese a la acción restrictiva de estas variables, la población de las cua­tro parroquias compartió con otras zonas de la colonia una extraordinaria capacidad para recuperarse rápidamente de las mermas ocasionadas por las tragedias cíclicas. Una vez pasadas las crisis “naturales” la población empezó a repun­

tar, lo que se explica, obviamente, por el mantenimiento de una alta tasa de fertilidad, probablemente alrededor de 50 nacimientos por mil habitantes.4

Para apreciar mejor este patrón de crecimiento pasamos ahora a los datos de bautismos. Del Cuadro 2 se notará que entre el primer y el último quinquenio de la serie el número de bautismos efectuados en las cuatro parroquias aumentó de 920 hasta casi los 5 000. Igual que en el caso con los entierros, este dato ilumina la dimensión de la expansión poblacional experimentado durante el siglo. Pero estas cifras nos dicen muy poco sobre las variaciones a corto plazo en el ritmo de crecimiento, y para detectar estos movimientos hemos orga­nizado la información del Cuadro 2 gráficamente en la Figu­ra 1.

En ésta se puede ver que el aumento de la población re­gional ocurrió en cuatro fases o períodos individuales (deno­minados “PDO” en la gráfica). El primero se extendía de 1726 hasta 1740, el segundo de 1741 hasta 1755, el tercero de 1756 a 1790, y el cuarto de 1791 hasta 1820. Cada etapa, con excepción de la primera, empezó con un salto brusco en el nú­mero de bautismos, el cual refleja el inicio de un período de re­cuperación demográfica después de los estragos ocasiona­dos por los gemelos de la muerte: la enfermedad y el hambre. En general estas fases de crecimiento continuaron por va­rios años hasta que intervino de nuevo otra calamidad con la consiguiente reducción severa en el número de bautismos (e inferimos, en la población). Pero pese a las bajas ocasiona­das en los años de muerte, la tendencia secular en el compor­tamiento de la población de un período al siguiente era as­cendente, y en cada período se logró un nivel poblacional más alto que el obtenido en el anterior.

El Período II empezó con la recuperación que seguía a la epidemia de 1738. Perduró sólo 15 años, hasta el quinquenio de 1751-55 cuando los bautismos declinaron en un 20%. Aun­que no hubo ningún aumento significativo en los entierros en estos años que nos hablase de una epidemia, sabemos que en otras regiones del país la cosecha fue mala, y que hubo mucha hambre. (Malvido 1973) Suponemos que Colotlán también sufrió este revés y que la disminución de fertilidad fue el resultado del deterioro en la situación alimenticia.

El Período III, que comenzó en 1756 y duró 35 años, mere­ce más comentarios ya que fue un período extremadamente dinámico e importante. Durante esa etapa la población no sólo experimentó una notable expansión numérica sino tam­bién, como analizaremos abajo, una reorganización en su es­tructura étnica. En gran parte estos cambios se debieron al auge minero de Bolaños que ocurrió después de los años cincuenta que atrajo a miles de colonos y mineros no-indí­genas a la zona.5

En el primer quinquenio de este período el número de bautismos se incrementó en más del 100% respecto al quin­quenio anterior. A lo largo de esa fase los bautismos fueron el doble, en promedio, de los realizados entre 1741-55. Lo más sorprendente de este ritmo de crecimiento es que ocurrió a pesar de enormes baj as ocasionadas por tres epidemias o cri­sis agrícolas (dos mayores y una menor). La más severa de éstas, desde luego, fue la gran crisis de 1785-86. Sin duda, ésta fue la causa de la tremenda caída en los bautismos que aconteció en el quinquenio de 1786-90. En este quinquenio, que cierra el período, el número de bautizados se desplomó en más del 36% en relación con el quinquenio 1781-85, de 3 800 a 2 432.

Pasada esta catástrofe la población inició su recupera­ción inmediatamente, pero se requirió una década para reco­brar el terreno perdido. Esta lentitud se explica, posiblemen­te, no sólo por la severidad de la misma crisis sino también por el hecho de que el número de mujeres en edad fértil de 21 a 25 años, o sea, las que pertenecían a la cohorte de 1761-65, ya era bastante reducida por las muertes provocadas por la epi­demia que se produjo en ese quinquenio. La generación de los sesenta, pues, sufrió una triste suerte demográfica: nacida en época de epidemia llegó a la edad adulta y fue azotada por el cataclismo de 85-86.

El último período de la serie, el IV, se inició con el repun­te de 1791-96; perduró hasta 1815 cuando se sintieron los efec­tos de la devastadora epidemia de 1813. El quinquenio si­guiente, el de 1816-20, está caracterizado por otro auge nota­ble y parece marcar el comienzo de una nueva etapa que con­tinuó hasta las primeras décadas de la República. Este cae fuera de nuestro análisis.

Número de bautismos

49004700450043004100390037003500330031002900270025002300210019001700150013001100900

-P D O4

-P D O3

■PDO-2

-P D O1

nAÑO 25 30 35 40 45 50 55 60

- Crisis Agrícola 1809-10

-Epidemia Mayor

- Epidemia Mayor

- Epidemia Menor Crisis Agrícola Epidemia

- Crisis Agrícola?

- Epidemia Mayor

65 70 75 80 85 90 95 00 05 10 15 20

Figura 1Bautismos por quinquenio, cuatro parroquias de Colotlán, 1726-1820

En términos generales, pues, el Período IV representó una continuación de la expansión demográfica iniciada en la época anterior, aunque a un ritmo menor. Se bautizaron, en promedio, 4 173 niños por quinquenio, un incremento del 34% sobre la fase anterior. Pero, como muestra el Cuadro 3, esto fue considerablemente inferior al aumento que se realizó en el Período III, cuando los bautismos quinquenales crecie­ron en un 106% respecto al Período II. En parte la detención en el ritmo del crecimiento se explica por el colapso de la mi­nería de Bolaños y por la consecuente disminución en la mi­gración hacia la región. Por otro lado, intervinieron dos epi­demias mayores —la de “fiebre” de 1813-15 y el ataque de vi­ruela de 1798—, dos epidemias menores —“tarbadillo” en 1808-10 y otra desconocida en 1819— más una crisis agríco­la, la de 1809-10.

CUADRO 3

Bautismos por Período

Período TotalPromedio

QuinquenalIncremento

en promedio %

I 1726-40 2841 497 - -

II 1741-55 4526 1508 59III 1756-90 21760 3108 106IV 1791-1815 20093 4173 34

Fuente: Cuadro 2. No incluye los datos del quinquenio de 1816-20. Este en realidad parece pertenecer al inicio de otro periodo.

En resumen, las parroquias de Colotlán, aunque nunca llegaron a ser densamente pobladas, sí experimentaron una expansión demográfica notable durante el último siglo de dominio español. A grandes rasgos este patrón concuerda con lo que se sabe acerca de las otras áreas del virreinato. Entre 1726 y 1820 los bautismos en Colotlán se quintuplica­ron, pero debido a la combinación de enfermedad, hambruna y bonanza minera, este crecimiento no ocurrió en una forma lineal sino en tres “escalones”: los de 1740-50, 1756-85, y

1791-1810 (dejando por un lado el quinquenio de 1816-20). En cuanto a las tasas de incremento, fue el período IÍI, asociado con la expansión minera, el que representó el ciclo más diná­mico, cuando el promedio quinquenal de bautismos se dupli­có.

A la vez que estos datos muestran que Colotlán sintió las mismas calamidades naturales y sociales operantes en otras regiones, también revelan que su reacción específica a estos factores fue individual y un tanto distintiva, moldeada por su situación geográfica y su contorno económico. Tanto Bra- ding y Wu (1973) como Cook y Borah (1971) arguyen que los años de 1720 hasta 1760 formaron una época propia, activa y clave en la evolución demográfica y económica del México Borbónico. En Colotlán, sin embargo, el verdadero despegue de la población sucedió más tarde que en la Mixteca Alta estudiada por Cook y Borah, y los saltos demográficos que identitico Brading y Wu en León por los años 1726-55 tampo­co se presentan en nuestra zona. Colotlán, entonces, poseyó sus propias “huellas”, su propia dinámica que refleja su condición fronteriza y su inserción relativamente tarde en una economía regional impulsada por la minería. Lejos de las rutas principales de comercio y con un sistema producti­vo poco diferenciado o desarrollado, Colotlán avanzó a un ritmo más lento y a unos pasos detrás de las zonas claves de la Colonia.

Tal es el panorama general del comportamiento demo­gráfico de los cuatro curatos de Colotlán. Ahora bien, para profundizar un poco más en el análisis consideramos la composición étnica de la población, la contribución relativa de cada etnia a los movimientos globales, así como las varia­ciones entre las parroquias.

A diferencia de la mayoría de las parroquias de Nueva España, los curas de Colotlán no mantuvieron registros indi­viduales para cada grupo socioétnico. Con la excepción de unas cuantas “Informaciones Matrimoniales”, todos los feli­greses fueron anotados en el mismo libro. Quizá esto simpli­ficó la tarea administrativa del encargado de la notaría parroquial, pero ha hecho el trabajo del investigador más lento y tedioso. Por esto, y por las limitacioanes de tiempo, no nos fue posible recuperar la información étnica de todos los

bautismos en los cuatro curatos por el período de 1726-1820. Como alternativa, seleccionamos para nuestro análisis las actas de los últimos cinco años de cada década. Se presentan loó datos en el Cuadro 4.

CUADRO 4 Bautismos según categoría social

Cuatro Parroquias de Colotlán 1726-1820

Quinquenio Indios Españoles Mestizos Mulatos Otras* Total**

No. % No. % No. % No. % No. % No.1726-30 770 86 84 9 11 1.2 25 3 9 1 8991736-40 727 80 116 13 9 1 32 5 26 3 9101746-50 1401 82 189 11 16 1 78 5 28 2 17121756-60 2019 77 401 15 69 3 92 4 51 2 26321766-70 2263 76 506 17 83 3 77 3 47 2 29761776-80 2361 70 661 20 162 5 132 4 22 6 33381786-90 1489 62 613 25 116 5 142 6 53 2 24131796-00 2702 66 1049 26 195 5 88 2 61 1 40951806-10 2624 60 1329 30 240 5 62 1 129 3 43841816-20 2697 55 1842 37 341 7 36 .7 31 .6 4947

Fuentes: Libros de Bautismos en Colotlán, Totatiche, Huejúcar y Santa María de los Angeles.

De este cuadro emergen dos características impor­tantes: primero, la estructura sociolegal de la parroquia (es decir, su estructura de “castas”) se distingue por la preponde­rancia de sólo dos grupos: la mayoría y la minoría española. La mezcla de “razas” y le heterogeneidad sociorracial que se generó y /o se encontraba en otras provincias de Nueva Es­paña tuvo poca importancia en Colotlán. De principio a fin de siglo, los indios y los españoles, juntos, representaban el 90% de los bautismos registrados en todos los quinquenios, con la excepción del de 1786-90. Al terminar la Colonia los mestizos, quienes fueron bastante numerosos en otras partes

* Incluye: “lobos”, “coyotes”, “pardos” y “moriscos”.** Este “Total” se refiere sólo a los bautismos en los que se anotaron la cate­goría social del infante. Por lo tanto el “Total” aquí no concuerda con los to­tales presentados en cuadros anteriores.

del virreinato, apenas llegaron a constituir el 7% de los bau­tismos en Colotlán mientras que los mulatos jamás aporta­ron más del 6%. Las otras cateogrías —lobos, coyotes, par­dos, moriscos, etc.— tuvieron una presencia aún menor, ya que el porcentaje de los bautismos nunca ascendieron al 3%.

La mínima representación de los grupos “mezclados” en Colotlán es, en nuestra opinión, otro indicio de la marginali- dad geo-económica de la región. En lugares como El Bajío, por ejemplo, donde el proceso de crecimiento económico basado en el desarrollo de un aparato productivo complejo y diferen­ciado (minería, manufactura, agricultura y ganadería co­mercial) fue más avanzado, los grupos “nuevos” e interme­dios (mestizos y mulatos), contribuyen alrededor del 50% de los bautismos desde 1720 hasta 1785(Bradingy Wu 1973:17). Colotlán, en contraste, ofreció pocos incentivos u oportuni­dades económicas a dichos individuos en esta época. Las actividades que dieron más empleo a las castas —el trabajo asalariado (urbano o rural), la producción artesanal, el co­mercio en pequeño— fueron de poca importancia en Colotlán donde los mercados estaban lejos y la economía se basaba en las actividades agropecuarias. Para las castas, pues, hubo poco espacio económico o provecho en la región coloteca, y no fue hasta las últimas décadas de coloniaje que los mesti­zos mostraron signos de una leve expansión.

En cuanto a los mulatos, se detecta un pequeño auge en su representación entre los años 1776 y 1790, lo que coincide con la extensión de la minería en Bolaños. Por consiguiente, es factible que estos mulatos fueran parte del proletariado itinerante atraído a la zona por la bonanza minera. Su im­pacto sobre la composición étnica o racial de la sociedad regional, sin embargo, fue poco. A fines del siglo, después del desplome de la producción argentífera en Bolaños, esta po­blación móvil y efímera desapareció de Colotlán.

La segunda característica manifiesta en el Cuadro que merece comentario es el cambio en la representación relativa de los indios y españoles. Al empezar la serie los indios constituyeron el 86% de los bautismos y los españoles sólo el 9%. Cien años más tarde, la proporción se había deslizado hasta el 55%, mientras que la de los españoles se incrementó al 37%. Puesto que ambas poblaciones aumentaron en núme-

ros absolutos, el cambio se explica por el mayor dinamismo del sector español. En el quinquenio de 1725-30, por ejemplo, se registraron sólo 84 bautismos españoles, pero en 1826-20 el número se elevó hasta 1 842, lo cual significó un incremen­to de más del 2 000%; en contraste, los bautismos indígenas crecieron en sólo un 250%.

Para hacer hincapié a estas relaciones organizamos los datos del Cuadro 4 gráficamente en la figura 2.

Lo primero que salta a la vista en esta gráfica es la gran disparidad de las dimensiones de las figuras en los dos gru­pos. El predominio de los indios es obvio. Pero aparte de esto, uno de los sesgos más interesantes es la falta de correspon­dencia en la conformación general de los dos sectores. Es decir, la estructura del lado indígena es mucho más irregu­lar, las fluctuaciones de despegue y desplome más exagera­das y pronunciadas que las de los españoles. Lo que esto sugiere es que la población indígena fue más susceptible a los desastres provocados por el hambre y la enfermedad.

Después de la catástrofe de 1785-86, por ejemplo, los bautismos indígenas ascendieron en más del 37% en relación a sus niveles anteriores, mientras que los españoles sólo declinaron el 7%.

Los indios, como población social marginada, vivían más cerca del margen de supervivencia que sus vecinos espa­ñoles. Sufrían una malnutrición crónica (ver Florescano 1971) y, por lo tanto, poseyeron menos capacidad para resis­tir severos déficits en su producción agrícola. Trágicamente, parece que la misma independencia económica que gozaron los indios colotecos, especialícente los tepecanos de Totati­che, operó en su propio detrimento en tiempos de crisis y escasez. Los indios produjeron poco excedente y, seguramen­te, almacenaban sólo lo necesario para la siembra del próxi­mo año. La falta de reservas y su desvinculación de estructu­ras socio-económicas, tal como la hacienda con sus trojes de granos, que les podrían haber servido como una especie de amortiguador, minimizado, aún por poco tiempo, las adver­sidades arrojadas por las cosechas desastrosas, les destinó a una muerte temprana y a una reducción de fertilidad mucho más severa que la experimentada por los grupos no indíge­nas.

Bautismo

2800 2700 2600 2500 2400 2300 2200 2100 1900 1800 1700 1600 1500 1400 1300 1200

1100 900

800 700 600 500 400 300 200 100

Año 26 36 46 56 66 76 86 96 06 16 30 40 50 60 70 80 90 00 10 20

26 36 46 56 66 76 86 96 06 16 30 40 50 60 70 80 90 00 10 20

Figura 2 Bautismos de indios y españoles

por quinquenio

A diferencia de la población indígena, la española expe­rimentó un patrón de crecimiento más uniforme, duradero y dinámico. Despegó en la década de los cincuenta y continuó su incremento hasta la independencia con sólo un revés, el de 85-86. Los indios también tuvieron su despegue en el quinque­nio 1746-50, y éste se prolongó hasta la debacle de 85-86. Pero después de su recuperación en los años noventa, la población indígena llegó a una cota y dejó de expandirse. Al alcanzar el

nivel de 2 000 bautismos quinquenales en 1756-60 no pudo llegar, en los siguientes 60 años, a los 3 000. El crecimiento de los españoles, en cambio, nunca declinó.

Lamentablemente, no contamos con los datos que nos permitieran calcular las tasas de fertilidad y mortalidad de cada etnia, y no se puede determinar con precisión el peso relativo de estas dos variables en explicar el por qué del mayor dinamismo de la población española.

Es de suponerse, sin embargo, basado en lo que vimos arriba, que los indios padecieron una tasa de mortalidad (sobre tocio infantil) superior a la de los españoles, y que esto constituyó un freno sustancial a su expansión. No obstante, no es posible medir la magnitud de las diferencias en morta­lidad, y en cuanto a las variaciones en fertilidad es aún más difícil decir cuál grupo haya poseído una tasa más alta. Esperamos localizar en el futuro, padrones, censos u otros materiales que nos permitan obtener una idea más precisa del tamaño de las familias indígenas y españolas de la re­gión, y de las diferencias en sus patrones de reproducción.

Tampoco estamos en condiciones de cuantificar con acierto las tasas de migración. Los datos disponibles sólo nos permiten aseverar lo siguiente: i) que ningún grupo fue profundamente afectado por la emigración; y ii) que la inmi­gración contribuyó en forma importante al incremento de la población española, y poco al de los indios. Parece que los colotecos rara vez abandonaron sus comunidades de origen, y que pocos indígenas de otras zonas escogieron asentarse en Colotlán, cuando menos en el siglo xvm. La población blanca, por otro lado, fue más móvil. Como ya se mencionó, los colonos españoles-criollos empezaron a llegar al distrito en número considerable a mediados del siglo, atraídos por las oportunidades creadas en Bolaños. La gran mayoría de éstos radicaron en Totatiche, ya que esta sección de la fronte­ra estuvo más cerca al Real y poseyó relativamente grandes extensiones de tierras poco explotadas, aptas para la gana­dería y la agricultura de temporal.

Se puede captar una idea del tamaño de esta ola migrato­ria así como de sus cambios longitudinales, mediante el análisis de los libros matrimoniales. En estos registros se anotaron los lugares de nacimiento, crianza y residencia de

los contrayentes. En el Cuadro 5 presentamos los porcenta­jes de los esposos y esposas españoles que residieron en Tota- tiche al momento de casarse, pero que habían nacido fuera. La muestra abarca los últimos siete quinquenios de nuestra serie; no disponemos de datos matrimoniales para Totatiche antes de 1755.

CUADRO 5Porcentaje de cónyuges españoles nacidos fuera de

la parroquia de Totatiche 1756-1820

Quinquenio Hombres Mujeres Total

1756-60 62 57 591766-70 64 30 531776-80 44 33 381786-90 35 34 351796-00 20 11 161806-10 32 13 231816-10 23 19 21

Fuente: Libros de Matrimonios, Totatiche.

El período de máxima inmigración ocurrió durante las décadas de los 50 y 60, cuando más de la mitad de los cónyu­ges españoles nacieron no en Totatiche sino en lugares rura­les aledaños. Los principales sitios de origen fueron, en or­den de importancia: Xerez, Tlatenango, Monte Escobedo, Aguascalientes y Zacatecas, ninguno de los cuales se en­cuentra a más de 100 kms. de Totatiche. El movimiento migratorio fue pues, básicamente de tipo intrarregional, rural-rural y predominantemente masculino.

Este movimiento hacia Totatiche sentó las bases para lá ocupación definitiva del suelo por parte de la sociedad blan­ca, así como la extensión de la frontera agrícola española que hasta esa fecha había quedado centrada en los valles de Xerez y Tlaltenango al este. Paulatinamente, la zona de Totatiche, respondiendo a la demanda generada por Bola- ños de toda una gama de materias primas tales como el maíz, carne, animales de trabajo, cueros, sebo, hortalizas, etc., se integró como un pequeño satélite abastecedor de la industria

argentífera. Se aumentó la cantidad de tierras cultivadas y de agostadero, y así se crearon las condiciones para el exter­minio eventual de la tradición indígena en el distrito y la consolidación de la sociedad criolla ranchera que hoy domi­na la zona.

Como último punto sobre el Cuadro 5 queremos señalar que la inmigración blanca fue de corta duración. En los años sesenta, el porcentaje de contrayentes españoles nacidos fuera de Totatiche empezó a disminuir, debido —inferimos— a la ocupación de las mejores tierras y la reducción de la “ventaja comparativa” de Totatiche. La capacidad de la pa­rroquia de absorber inmigrantes fue limitada, dado el poco desarrollo de las fuerzas productivas y la restringida impor­tancia que tenía el comercio. Pese al estímulo ejercido por Bolaños, Totatiche nunca se convirtió en un polo dinámico de crecimiento económico o demográfico. Quedó como satéli­te dependiente de la economía minera, y por ende, sujeta a severos altibajos y ciclos de bonanza y colapso. Inicialmente Totatiche ofreció oportunidades a los españoles de los pue­blos vecinos establecidos durante los primeros dos siglos de la Colonia. Pero después de una generación la frontera agrí­cola fue ocupada y la atracción de Totatiche decreció. Por consiguiente, sospechamos que el aumento de población que ocurrió entre el sector español en los últimos 50 años de nuestro período se debió más al incremento natural que a la inmigración.

Pasando ahora a considerar las otras tres parroquias lo primero que advertiremos es que ninguna experimentó el mismo ritmo o patrón de cambio que observamos en Totati­che; de hecho, cada feligresía poseyó ciertas características geográficas y económicas que afectaron la evolución y la composición étnica de sus poblaciones y de ninguna manera se puede considerar Totatiche como representativo o típico de toda la región. De los datos presentados en los Cuadros 6 y 7 se aprecian las diferencias individuales de las cuatro parro­quias; la figura 3 las expresan gráficamente.

CUADRO 6 Número de bautismos según parroquia

1726-1820

Quinquenio Colotlán Totatiche Huejúcar Santa María

1726-30 501 74 208 1211736 494 187 62* 1671746-50 710 331 456 2151756-60 741 883 714 3141766-70 830 897 919 3301776-80 845 1053 1030 4101786-90 554 968 569 3221796-00 1112 1430 1025 5181806-10 1184 1389 1088 7221816-20 1635 1411 1174 727

Fuentes: Libros de Bautismos. * Datos incompletos.

CUADRO 7Bautismos de indios y españoles según parroquia

por porcentaje

Quinquenio Colotlán Totatiche Huejúcar Santa María

Ind Esp Ind Esp Ind Esp Ind Esp1726-30 78 15 80 15 99 1 94 31736-40 75 16 82 10 100 0 84 111746-50 72 16 81 12 95 4 87 81756-60 71 21 64 21 93 5 86 61766-70 73 17 62 28 89 9 87 81776-80 68 17 58 34 83 12 79 81786-90 56 27 50 36 81 15 73 111796-00 63 23 54 38 81 17 77 141806-10 51 29 47 44 78 20 73 211816-20 56 37 35 54 65 26 72 23

Fuentes: Libros de Bautismos.

En general, las parroquias que sostuvieron un ritmo mayor de crecimiento, especialmente del grupo español, fueron las jurisdicciones territorialmente más grandes y do­tadas de las mayores extensiones de tierras cultivables. Desde luego, en una sociedad agrícola esta relación no es nada sorprendente, pero nos conviene poner en claro los factores operantes en la evolución demográfica de cada pa­rroquia. En la feligresía de Santa María, por ejemplo, que fue la más pequeña de todas —con sólo 260 km2— el aumento de población a lo largo del siglo fue el más restringido, y el número de españoles que residieron ahí el más reducido de cualquier parroquia. Demográficamente era la jurisdicción más atrasada y étnicamente la más conservadora.

Huejúcar, dos veces el tamaño de Santa María y provis­ta de una mayor cantidad de tierras laborables, sustentó un aumento poblacional más vigoroso; en algunos quinquenios, los de 1766-70 y 1776-80, excedía aún el de Colotlán. Sin embargo, a.finales del siglo dejó de contender con éste últi­mo, debido, suponemos, a la ocupación de las mejores tierras y el alto costo de identificación de las más marginadas.

Colotlán abarcaba aproximadamente la misma exten­sión que Huejúcar —alrededor de 500 km2—, pero poseía una mayor proporción de tierras fértiles. (Estadística de Desarro­llo 1973) Además, como el centro de la sociedad europea, ocupaba un lugar clave enla jerarquía administrativa regio­nal. Así pues, Colotlán dominó durante los primeros 25 años a las demás parroquias tanto en el número de habitantes como en la cantidad de españoles. Sin embargo, a mediados de siglo empezó a ver su primacía minada por el crecimiento de Totatiche.

Se recordará que Totatiche fue la primera parroquia separada de Colotlán, en 1755. Obviamente esta división fue requerida por la “explosión” de población ocasionada por la noticia de los nuevos hallazgos en Bolaños. Hasta ese even­to, empero, Totatiche estaba escasamente poblado. Los da­tos del Cuadro 6 muestran sólo 592 bautismos efectuados durante los primeros tres quinquenios, mientras que en Co­lotlán hubo 1 705, y en Huejúcar probablemente unos 700. Sólo la pequeña Santa María tenía menos que Totatiche. Del Cuadro 7 se notará, también, que pese a su poca población a

No. de Bautismos

1 700

1 600

1 500

1 400

1 300

1 200

1 100

1 000

900

800

700

600

500

400

300

200

100

Quinquenio

FIGURA 3 Bautismos según parroquia

1725-1820 (por quinquenio)

7/7////

r - ] ///

/ ///— / ///7// // / //

□ “Castas”

í//\ Españoles

Indios

Totatiche Huejúcar Santa María

principios del siglo, Totatiche poseyó, aún en esa época, un porcentaje de españoles relativamente alto. Desde la pers­pectiva étnica, entonces, Colotlán, y Totatiche constituían las parroquias más hispanizadas de la región durante el siglo. Al terminar nuestra serie, el porcentaje de españoles en Totatiche superaba el 50%, mientras que en Colotlán era el 37%. En Huejúcar y Santa María la población hispana llegó a componer sólo la cuarta parte.

El dinamismo exhibido por Totatiche es particularmen­te interesante, y ya hemos mencionado las razones principa­les que explican éste una vez que Bolaños entró en plena producción. Sólo queda por señalar que la parroquia ubicada unos 30 kilómetros al suroeste de Colotlán, abarcaba más de1 600 km2, tres veces la extensión de este último; aproxima­damente el 10% de su territorio se considera cultivable (Esta­dística de Desarrollo 1973). Bajo el imán de la economía minera y junto con la disponibilidad de importantes cantida­des de tierras agrícolas el centro de gravedad demográfico de las cuatro parroquias se trasladó hacia el suroeste. Aunque Colotlán nunca perdió su primacía dentro de la región como centro administrativo-comercial, el giro hacia la zona de Totatiche y a la barranca del río Bolaños a partir de 1750 puso en marcha un leve proceso de reorientación demográfi­ca y económica que, en cierto grado, ha contiuado hasta nuestros días. El único municipio establecido durante el si­glo xx en toda la Zona Norte de Jalisco fue el de Villa Guerre­ro, creado en 1921 y formado por lo que era la parte occiden­tal de Totatiche. La creación de este municipio respondió, en parte, a las necesidades económicas y políticas generadas por un continuo y paulatino aumento poblacional en esta área, cuyo origen data de la segunda mitad del siglo x v ii i.

Para los indios de Totatiche —tepecanos en su mayo­ría— la llegada de los colonos españoles-criollos en este período puso fin al relativo aislamiento de la región y rompió el equilibrio que se había establecido entre indios y españoles después de la Guerra Chichimeca unos 150 años antes. El aislamiento de los tepecanos tenía importantes repercusio­nes socio-culturales, ya que en comparación con los indios de Huejúcar y Colotlán, los de Totatiche fueron considerados menos aculturados y más reacios a los españoles. Varios

“Informes” compilados en 1783 hacen patente las diferen­cias culturales que existían entre los indios del norte del distrito y los del sur y oeste como resultado de su contacto di­ferencial con la sociedad hispana. Por esta fecha los indios en y alrededor de Colotlán, ya muy influenciados por su cer­canía al sector blanco y por el hecho de que muchos labora­ban en haciendas y empresas españolas, fueron descritos como muy “ladinos” y “castellanizados”, mientras que los de la parroquia de Totatiche recibían etiquetas de “poco cul­tos”, “indómitos”, “de lengua mexicana o tepehuana”. (Ver Velázquez 1961) Sin embargo, en tanto que perduraba el régi­men colonial las dos poblaciones seguían siendo reconoci­das como “indias”, puesto que los criterios para definirlas como tales fueron de índole político-legal, no cultural. Es de­cir, los indios de la provincia de Colotlán se consideraban así porque residían dentro de las comunidades designadas como pueblos indígenas, y no porque fueran los portadores de cier­tos patrones culturales. “Indio coloteco” era un estatus jurí­dico con un contenido social independiente de su expresión cultural.

Además, es evidente que los colotecos, a diferencia de muchos grupos indígenas de otras regiones de la colonia, realmente luchaban para preservar su identidad como “in­dios”, aun cuando había mermado mucho de la cultura autóctona. Esto es comprensible cuando recordamos los va­rios privilegios, incluyendo la exención del pago de tributo y su libertad administrativa-jurídica de los alcaldes mayores, que gozaban los colotecos. Para los colotecos, su identidad política-social no fue un elemento pasivo, atado mecánica­mente a la posesión de ciertos patrones culturales, sino una herramienta de defensa y lucha colectiva empleada para minimizar su explotación en manos de la sociedad blanca y para maximizar su autonomía y su control sobre recursos estratégicos, especialmente la tierra.

Aunque todavía existe mucho trabajo por hacer respecto a la historia y la extensión de las comunidades colotecas, los datos dispersos que se han recopilado hasta la fecha sugie­ren que los colotecos podrían preservar cuando menos, las partes centrales de aquellas tierras cedidas a ellos por la Corona, y parecen haber logrado impedir, hasta cierto gra-

7.1

do, que sus pueblos se convirtiesen en residencias de españo­les. La información contenida en los libros de bautismos sobre el lugar de residencia de los padres de los bautizados, por ejemplo, nos habla de una fuerte tendencia hacia la segregación residencial de indios y no-indios. De hecho, lo sobresaliente de la expansión española después de los años cincuenta es que no estaba asociada con una rápida inva­sión de los asentamientos colotecos. Aún tan tarde como el quinquenio 1806-10, en la parroquia de Totatiche, sólo 20 niños no-indios nacieron dentro del pueblo mismo de Totati­che, o sea sólo el 22% de todos los nacidos en la comunidad. La mayor parte del crecimiento español, entonces, tuvo lu­gar no en los pueblos colotecos, sino en puestos rurales —en los ranchos— que estaban fundados en los intersticios de las tierras de las comunidades colotecas. A lo largo del S. xvmel número de estos ranchos aumentó en forma continua, y muchos, organizados alrededor de una o dos familias exten­sas, llegaron a poseer poblaciones sustanciales a principios del siglo xix.6

Vemos pues, que mientras que existían las vallas protec­toras del estado colonial, los colotecos contaban con instru­mentos legales para resguardar sus tierras y para preservar su identidad social. Por lo tanto los colonos, frente a las barreras jurídicas que amparaban a los indios en su espacio geo-económico, y hallándose en una región donde sí había cantidades importantes de tierras laborables por aprove­charse, optaron por seguir el camino de menos resistencia: fincar sus casas y establecer sus labores en esas localidades que se encontraban más allá de los pueblos colotecos.

Pero una vez que el estado colonial se vino abajo tanto las restricciones contra la co-residencia de españoles e indios como las prohibiciones contra la enajenación de tierras co­munales a la gente no-indígena desaparecieron. Además, dejaron de existir los privilegios y el peculiar estatus jurídico administrativo que los colotecos habían poseído. Por ende, al terminar la colonia ese grupo, ya bastante hispanizado en la esfera cultural, y ahora desamparado por la pérdida de su indianidad ante la expansión del liberalismo, vio sus tierras pasar a las manos de la sociedad ranchera, y entró en un pe­ríodo de descomposición como una entidad social distintiva.

Este proceso avanzó con mayor rapidez en las comarcas cerca de Colotlán, pero aún los tepecanos del sur y oeste su­frieron una merma tremenda en tierras y extensión geográfi­ca. Cuando Cari Lumholtz viajó por la región a finales del si­glo XIX las únicas comunidades de las cuatro parroquias que todavía preservaban rasgos de su herencia indígena fueron las que se encontraban más distantes de Colotlán, como San Lorenzo de Azqueltán, enclavada en la barranca del río Bo­laños en el extremo occidental de la provincia. Con el des- mantelamiento del “ancien regime” todos los otros pueblos colotecos —Colotlán, Santa María, Huejúcar y Totatiche— eventualmente se convirtieron en asentamientos hispanos, y en poco tiempo se borró la tradición indígena coloteca.

NOTAS.

1. La recopilación de los datos presentados aquí fue parcialmente finan­ciado por el Colegio del Bajío, A.C., León, Guanajuato. Agradezco el apoyo del Director del mismo, Dr. Wigberto Jiménez Moreno, así como las facilidades que me otorgaron los curas de las parroquias estudiadas que me permitieron llevar a cabo este trabajo. Asimismo, deseo expre­sar mis agradecimientos a María de Jesús Rodríguez V. por la ayuda prestada en la traducción del inglés al castellano de la versión original de este trabajo, y a María Guadalupe Rodríguez G. por sus comentarios críticos.

2. Estoy consciente de la distinción administrativa y jerárquica entre “parroquia” y “vicaría”, pero para facilitar la lectura empleo el térmi­no “parroquia” para referirnos a las cuatro jurisdicciones. Entiéndase que en el S. XVIII sólo Colotlán y Totatiche llegaron a ser verdaderas parroquias.

3. Sabemos, por ejemplo, que durante las epidemias más severas se ente­rraron cientos de individuos sin avisar a los encargados de la notaría parroquial.

4. La determinación de tasas de fertilidad en Colotlán está obstruida por la carencia de censos confiables, pero podemos hacer unos cálculos pa­ra dar una idea del nivel general de fertilidad. En 1783 el cura de_Colo- tlán, en lo que puede ser una de las estimaciones poblacionales m ás pre­cisas del siglo, calculó la población global de Colotlán, Santa María y Huejúcar (incluyendo ranchos y pueblos dependientes) en 10 136 habi­tantes. (Velázquez 1961:56) Los datos para la parroquia de Totatiche son incompletos y no se consideran aquí. En el quinquenio que se ex­

tiende a cada lado del año del censo, o sea el de 1781-85, se bautizaron 2 469 niños en las tres parroquias, un promedio de 494 por año. Calcu­lando una población base de 10 136 esta cifra produce una tasa bruta de 49 bautismos por cada mil habitantes. Tomando en cuenta el subregis- tro inherente en los libros de bautismos y aceptando la veracidad del padrón, parece que la fertilidad en Colotlán era semejante al nivel re­portado en León y otras zonas. (Brading y Wu 1973:17) Seria muy inte­resante calcular las tasas brutas de bautismo para cada uno de los gru­pos sociales presentes en Colotlán, pero tal ejercicio es imposible en es­te momento, ya que no disponemos de ningún dato sobre el tamaño ab­soluto de cada etnia.

5. El “boom” de los cincuenta fue el primero de dos auges que gozó Bola- ños en el S. XVIII. En este primer ensanchamiento la población del Real aumentó hasta 16 000 personas.

6. Los ranchos españoles más importantes en la parroquia de Totatiche fueron: Patagua, Capellanía, Santa María de Gracia, Juanacatique, Las Ajuntas, Charco Hondo, La Laborcita, La Sementera y El Salitre, En Colotlán fueron: Sauz, Guacasco, Santa María del Torre, Saucillo, Carrizal y Cartagena.

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