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REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 101 De Irving Babbitt puede decirse que reclu- tó en su contra a los críticos más inteligentes de su tiempo: T.S. Eliot, H.L. Mencken, Edmund Wilson y Allen Tate. Esa unani- midad de inteligencias contra un hombre muy respetable y un profesor distinguidísi- mo es tanto más interesante porque Babbitt (1865-1933) formuló una doctrina litera- ria y moral de pretensiones ecuménicas, que aspiraba, nada menos, a reunir y organizar la execración del mundo moderno y de su literatura. Los argumentos antimodernistas de Bab- bitt se remontan al siglo XIX y pueden resu- mirse en aquella máxima insuperable graba- da por Baudelaire en Mi corazón al desnudo, cuando expone su “teoría de la verdadera civilización” y dice que ésta “no reside en el gas ni en el vapor, ni en las mesas girato- rias; está en la disminución de las huellas del pecado original”. Contra el humanitarismo, atribuido a la doble influencia de Rousseau y de Fran- cis Bacon, manifiesto en la creencia en la bondad humana, en el progreso y en el hom- bre como parte integral de la naturaleza, Babbitt predicaba un humanismo o neohu- manismo, doctrina que causó polémica, en los Estados Unidos, hacia 1930. Pero Bab- bitt no se respaldaba —y eso fue lo que lo desacreditó ante Eliot, que había sido su alumno— en ninguna religión organizada ni se parapetaba en la Iglesia católica. Fue un protestante con ideas propias, un repu- blicano que creía en los Estados Unidos. Carecía del glamour que el culto monárqui- La epopeya de la clausura ¡Larga vida al pecado original! Christopher Domínguez Michael Irving Babbitt

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Page 1: La epopeya de la clausura ¡Larga vida al pecado original! · da por Baudelaire en Mi corazón al desnudo, cuando expone su “teoría de la verdadera civilización” y dice que

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 101

De Irving Babbitt puede decirse que re clu -tó en su contra a los críticos más inteligentesde su tiempo: T.S. Eliot, H.L. Men cken,Edmund Wilson y Allen Tate. Esa unani-midad de inteligencias contra un hom bremuy respetable y un profesor distingui dísi -mo es tanto más interesante porque Babbitt(1865-1933) formuló una doctrina litera-ria y moral de pretensiones ecuménicas, queaspiraba, nada menos, a reunir y organizarla execración del mundo moderno y de suliteratura.

Los argumentos antimodernistas de Bab-bitt se remontan al siglo XIX y pueden resu -mirse en aquella máxima insuperable graba -da por Baudelaire en Mi corazón al desnudo,cuando expone su “teoría de la verdaderacivilización” y dice que ésta “no reside enel gas ni en el vapor, ni en las mesas girato-rias; está en la disminución de las huellasdel pecado original”.

Contra el humanitarismo, atribuido ala doble influencia de Rousseau y de Fran-cis Bacon, manifiesto en la creencia en la

bondad humana, en el progreso y en el hom -bre como parte integral de la naturaleza,Babbitt predicaba un humanismo o neohu -manismo, doctrina que causó polémica, enlos Estados Unidos, hacia 1930. Pero Bab-bitt no se respaldaba —y eso fue lo que lodesacreditó ante Eliot, que había sido sualumno— en ninguna religión organizadani se parapetaba en la Iglesia católica. Fueun protestante con ideas propias, un repu-blicano que creía en los Estados Unidos.Carecía del glamour que el culto monárqui -

La epopeya de la clausura¡Larga vida al pecado original!Christopher Domínguez Michael

Irving Babbitt

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co, por ejemplo, le daba a los conservado-res que hasta se daban el lujo, como Mau-rras, de declararse ateos.

Babbitt enseñó, en Harvard, literaturacomparada (lo que antes se llamaba, mé -di camente, un generalista) y fue uno de losprimeros conocedores occidentales, en sáns -crito, del budismo, cuyo Canon Pali estu-dió. Para algunos, Babbitt fue una especiede budista de clóset o de escritorio, empe-ñado en conciliar, mucho antes que fueseuna moda ecuménica, a Cristo con Aristó-teles, Confucio y Buda. Esa búsqueda de loque algunos franceses, más dados a la teo-sofía, llamaron la Tradición Primordial, levalió a Babbitt la condena de Eliot, quientras rendir sus respetos al erudito, anotódes deñosamente (o anglo-católicamente):“Quiero decir que conoce demasiadas reli-giones y filosofías; su espíritu ha asimiladodemasiado de todas ellas como para entre-garse a alguna”.

La religiosidad, digamos que técnica, deBabbitt a Eliot le parecía una redundan-cia. Para qué tantos brincos estando el suelotan parejo, le habría dicho Eliot: el cristia-nismo está para consolar y para absorbertodas esas efusiones y más. En términos si -milares acabó por expresarse Allen Tate, elsureño converso al catolicismo. Recono-ciendo que el humanismo de Babbitt es unmal menor frente a lo que a Eliot, en losaños treinta del siglo XX, le parecía una ame -naza para el mundo cristiano (y casi todole parecía una amenaza), el poeta lo deja, aBabbitt, en calidad de compañero de via -

je, no sin advertir a los jóvenes que sólo setrata “de un subproducto más de la teolo-gía protestante, en sus últimas agonías”.

Eso en cuanto a lo que hoy llamaría-mos el fundamentalismo cristiano. Tam-poco le fue bien a Babbitt con el otro fun-damentalismo, en este caso, el ateo, el de H.L. Mencken. Lo babbittico, para Mencken,era una peste que recorría los Estados Uni-dos, una búsqueda vacía y necia, el viejo pu -ritanismo disfrazado de nuevas filosofías yde religiones primitivas. Digamos, para en -tendernos, que en Babbitt veía Menckenla fuente, treinta o cuarenta años antes, delespíritu new age y del supermercado espi-ritual, aquello de que todos somos partedel cosmos, asunto que a un darwinianopuro y duro, como lo fue Mencken, le ho -rrorizaba.

Lo que rodeaba a Babbitt y particular-mente la polémica humanista fue un plei-to ideológico en el interior de la derechaque quizás hoy sería imposible de ver y deleer con tanta gravedad moral y apetito in -telectual. Todos los involucrados (Babbitt ysu socio Paul E. More, Eliot, Tate, Menck -en) detestaban la democracia, la tiranía (ola rebelión) de las masas. Compartían pa -recidos afanes clericales o aristocráticos ylos unía su profundo y consecuente antili-beralismo, sus reales y supuestos espantos.

Un poco cansado del clima piadoso yde la santa indignación antimoderna de losbabbitticos y de los antibabbitticos, me pon -go a buscar qué decía la izquierda (o losliberales de entonces) y doy de inmediato

con Edmund Wilson, lo que me da opor-tunidad de estrenar Literary Essays andReviews... (The Library of America, 2007),en dos tomos. Wilson, con la elegancia pro -pia en quien mira de lejos una gresca aje -na, no arroja sobre Babbitt y More la con-dena de los vanguardistas. Es más sutil, semete en honduras y pega donde les duele,en esa forma inevitable de la falsa erudi-ción en que incurre (y quien esté libre deculpa ya sabe qué hacer) todo ensayista (opredicador) al buscar en el pasado figuraspara argumentar en el presente. Culpa Wil-son a los humanistas de irse a buscar a lavieja Antígona, humanistizándola, usandoel método de los victorianos cuando hacíanpasar, maquilladas, frases paganas por cris -tianas. Festivo, Wilson cita a Freud y dejaa los neohumanistas y a los anglocatólicos asolas con quien entonces era su coco y si -gue su camino.

Finalmente, que así pasa, llego al prin-cipio y me pongo a leer a Babbitt. DiceGeorge Panichas, el compilador de Repre-sentative Writings (1981), que su problemafue ser más moderno que sus adversarios.Tiene razón. Más allá de saber si Babbittmismo creía en Dios, lo cual importa po -co, es evidente que asumió que las religio-nes sólo se podían salvar a sí mismas y sal-var al hombre (que era lo que a un críticomoral como Babbitt le interesa) si antepo-nían sus diferencias teológicas y creaban unfondo común de fe. Lo cual suena más omenos razonable para un agnóstico y sue -na pésimo para los fundamentalistas.

Allen Tate Edmund Wilson H.L. Mencken