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LA COCINA DEL TRADUCTOR

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LA COCINA

DEL TRADUCTOR

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LA COCINA

DEL TRADUCTOR

Wenceslao-Carlos Lozano

{COLECCIÓN ACADÉMICA}

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Colección Académica, 1

Director académico de la colección:Antonio Sánchez trigueroS

consejo de redacción:MAriAnA LozAno ortiz, Víctor MigueL gALLArDo BArrAgán

comité científico asesor:Antonio chichArro chAMorro (universidad de granada); ioAnA r. gruiA

(universidad de granada); FernAnDo iwASAki cAuti (universidad LoyolaAndalucía); JASMinA MArkič (univerza v Ljubljani, eslovenia); JoSé LuiS

MArtínez-DueñAS eSpeJo (universidad de granada); JoSé Antonio MAzzotti

(tufts university, estados unidos); DAnieLA nAtALe (università degli Studidel Sannio, italia); wiAczeSLAw nowikow (uniwersytet Łódzki, polonia);Antonio pAMieS Bertrán (universidad de granada); gerArDo piñA-roSALeS

(cunY, estados unidos; director de la Academia norteamericana de laLengua española); MigueL Sáenz SAgASetA De iLúrDoz (real Academiaespañola de la Lengua); Antonio Sánchez trigueroS (universidad degranada); AnDréS SoriA oLMeDo (universidad de granada); MiroSLAV VALeš

(technická univerzita v Liberci, república checa).

La colección Académica de esdrújula ediciones está dedicada a las humanidades engeneral, especialmente a los estudios literarios. Los autores interesados en publicardeben mandar una copia anónima a la dirección [email protected]. esta seráevaluada por dos miembros del comité según la modalidad blind review. en caso dediscrepancia entre ambos, será sometida a un tercer evaluador.

primera edición, febrero 2017

© wenceslao-carlos Lozano, 2017© esdrújula ediciones, 2017

eSDrúJuLA eDicioneScalle Martín Bohórquez 23. Local 5, 18005 granada

www.esdrujula.es / [email protected]

ilustración de cubierta: eva Vázquez

Depósito legal : gr 150-2017iSBn : 978-84-16485-86-4

impreso en españa· printed in Spain

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ABSTRACT

this volume contains eight papers resulting out ofthe author's scholarship as translator; three of themare unpublished and the other five appeared inspecialized journals. up to a certain extent, the bookcompletes a preliminary collection of sixteenacademic papers (Literatura y traducción, 2006)devoted to the same topic. on this occasion, thefocus is the presentation of procedures relevant tothe performance of translation and a reflection uponthis activity: Academic study, lectures, conferencepapers, translation workshops, interviews, paneldiscussions and reviews.

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Í N D I C E

preliminar ................................................................................. 13

traducir en coppet ................................................................... 17

La traducción castellana de Cécile, de Benjamin constant:

algunos criterios traductológicos .............................................. 53

el reto de traducir .................................................................... 75

La cocina del traductor ............................................................. 97

traducir el Mediterráneo ........................................................ 143

Las expresiones idiomáticas

y su traducción (francés-español) ........................................... 165

paul Valéry: Charmes/(en)Cantos .......................................... 187

escritores románticos franceses en granada .......................... 197

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EL RETO DE TRADUCIR29

una práctica de la traducción literaria bien vivida puedeconvertirse en una aventura existencial y literaria extremada-mente gratificante y diversa, instructiva y creativa. De estafunción especializada de la literatura que es la traducción lite-raria, yo destacaría de entrada su diversidad de opciones y defunciones; desde el punto de vista de las lenguas, pues cadaidioma encierra un universo de significados propios; desde elpunto de vista de los géneros, pues no solo media un abismoentre traducir poesía o prosa, sino que dentro de la propia poe-sía o de la propia prosa median asimismo abismos expresivos.Y, desde luego, desde el punto de vista autoral, pues cada autorconforma a su vez un universo expresivo propio, un carácterúnico al que el traductor se tiene que amoldar empáticamentepara recrearlo con todas las garantías en su propio idioma.

con esto también quiero decir que, dentro de ese inmensocampo de trabajo que es la traducción literaria, yo tengo una

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29 conferencia inaugural de las Xii Jornadas hispano-rusas sobre

traducción Literaria celebrado los días 11 y 12 de abril de 2011 en la

Facultad de traducción e interpretación de la universidad de granada.

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función muy delimitada: soy traductor del francés, y de prosa,sobre todo de novelas. Sin dejar de ser consciente de esa claralimitación mía, y de esa inevitable parcialidad a que me obligami ignorancia de otros temas fundamentales inherentes a latraducción —por ser problemas específicos de otros idiomas yculturas—, intento, como es lógico, hacerme una visión globaly propia de esa función traductora y, a la vez, de esa actividad(re)creativa a la que me dedico. Siempre con esa esperanza dehallar lo universal en lo particular, y porque dentro de ladiversidad de autores que traduzco —ya que no diversidad deidiomas y de géneros literarios—, hay tanto novelas históricasde estilo muy sencillo como novelas muy marcadas cultural yestilísticamente. Me gusta repetir que lo universal es lo localsin los muros. puede que esto no pase de ser una figuraciónretórica, pero es una manera de expresar mi convicción de queen cada uno de nosotros está de algún modo codificada la con-dición humana por entero.

nadie duda hoy de la importancia que tiene esta actividad.Si no fuera por ella, nuestros conocimientos estarían limitadosa las producciones propias de nuestro idioma, y eso sería unatragedia de incalculables consecuencias para la humanidad.el ser humano aprende sin duda por mimetismo, y la traduc-ción es una actividad mimética más, que se ejerce sobre laslenguas, de lengua a lengua y de saber a saber. Si el conoci-miento humano estuviera estancado y compartimentado enfunción de las lenguas, apenas habríamos evolucionado civili-zacionalmente y solo seríamos unos «imitamonos».

por suerte, hoy día existe una portentosa bibliografía sobreesta actividad intelectual, libros y artículos, ensayos y estudiossobre un sinfín de teorías, sobre su historia y su práctica.

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Quien pretenda dedicarse a esto con un mínimo de funda-mento debe conocer la memoria de la traducción desde losalbores de la escritura; o sea, desde que la historia es historiay el ser humano es persona. Se trata de una actividad dema-siado seria como para dedicarse a ella sin un sólido bagajecultural, y demasiado compleja como para no sustentarse enun discurso propio, una teoría propia, un campo de conoci-miento específico. ello, sin menoscabo de que la práctica realtenga poco que ver, o parezca tener poco que ver en su día adía con tanta reflexión.

el hecho de traducir es pues una actividad fundamentalmás del ser humano, del todo necesaria para desenvolversecon respecto a sí mismo y con respecto a los demás. por tanto,como tarea ineludible que es, alguien tiene que hacerla. Y,puestos a hacerla, hay que hacerla bien. esa es la cuestión: sinos dedicamos a traducir, nuestra obligación es hacerlo lomejor que sepamos y podamos, a sabiendas de que nuestratraducción no puede convenir a todos por igual, de que siem-pre habrá motivos para criticarla, y de que algún día quedaráobsoleta. pues, a diferencia del texto original, la traduccióntiene fecha de caducidad. un primer problema es que un tra-ductor literario que solo viva de ese oficio no puede poner elmismo empeño en la calidad de su trabajo que un traductorcuya subsistencia esté asegurada con otra profesión, como laenseñanza o la administración en general. Lo sé por experien-cia. estoy en condiciones de asegurar que la bondad quepueda tener alguna de mis traducciones no se debe a una solarevisión completa del texto, sino al menos a una segunda, ellotras haber sido previamente traducido con pormenor y dete-nimiento, releyendo y revisando lo traducido de un día para

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otro. no solo leo la novela antes de empezar a traducirla —muchos traductores reconocen no hacerlo, por cuestión detiempo y también de una supuesta espontaneidad de lecturaa la cual confieren una especial importancia: cosa que no seríajusto reprocharles aunque no comparto ese punto de vista—,sino que, si no he leído nada del autor, leo uno o dos librossuyos anteriores, para ver por dónde se mueve: es lo que meocurrió no hace mucho con el novelista argelino rachid Boud-jedra. el hecho de leerme un par de novelas suyas, entre lascuales la más relevante de ellas (La répudiation, 1969),escrita 41 años antes de la que me tocó traducir (Les figuiersde Barbarie, 2010), me ha sido muy útil para entender el uni-verso mental y las obsesiones del autor, también para darmecuenta de que escribía mejor con veinticinco años que consesenta y cinco, y otros detalles no menos interesantes, comoque sigue sin haber ajustado cuentas con su pasado, y portanto sufriendo bastante.

un traductor literario es alguien que tiene en sus manosel buen nombre de un creador, un artista, un pensador y escri-tor extranjero ante unos lectores que muy a menudo solotienen a mano una sola traducción a su idioma de cada obraliteraria extranjera, sobre todo si se trata de un autor aúnvivo. Así que ¿cuánta gente culta no habrá pensado que kafkao Faulkner o Joyce eran unos pesados, pese a su merecidafama universal, porque sus traductores no fueron lo suficien-temente competentes para expresar en su propio idioma loque es una obra genial en su lengua original? Doy como ejem-plo nombres míticos del canon literario, pero en realidad estosno tienen hoy tantos problemas porque suelen tener variastraducciones, y la crítica acaba poniendo a cada cual en su

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sitio. pero pensemos en ese montón de escritores que puedenser muy importantes aunque sean menos conocidos y que amenudo están francamente mal traducidos.

claro está, el lector puede —y suele— percibir que se tratade un fallo de traducción, pero es corriente que el escritor selleve parte del estigma de manera totalmente injusta. enambos casos, el lector se lleva un desengaño, su expectativase ha visto frustrada, está decepcionado. o sea que la respon-sabilidad cultural —estética, ética, deontológica— deltraductor es enorme, sobre todo en comparación con la casinula parte de gloria que le corresponde en caso de que tengaéxito. en ese sentido, la traducción literaria debe ser algo másque una actividad y una profesión. también requiere unaauténtica —a la vez que sufrida— vocación literaria. rehaceren tu propio idioma una obra maestra procedente de otroidioma no está al alcance de cualquiera. Quien hace eso tam-bién está haciendo Literatura con mayúscula. De hecho, sonincontables los grandes escritores que han sido y son traduc-tores —gérard de nerval, Baudelaire, goethe y la mayoría delos románticos alemanes; unamuno, cortázar, Borges, paulValéry, Francisco Ayala, Javier Marías, eduardo Mendoza,entre otros muchos—, porque son conscientes de lo quesupone esa actividad para la mejora de su escritura, aparte deque les ayuda a ganarse la vida, claro está.

Muchos escritores afirman que deben su estilo a kafka, oa Faulkner, o a Joyce, o a proust, autores a quienes sinembargo han leído en traducciones. por tanto, por quienesestán realmente influidos es por los traductores de dichosescritores, que son autores en segundo grado, artífices de laforma, nada menos que de la forma concreta que va a adoptar

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un pensamiento procedente de un artista que ya ha creado suforma propia en su propio idioma. esto es algo que se evitadecir, porque suena a chiste sin dejar de ser una verdad comoun templo. creo que en estados unidos el nombre del traductores casi tan importante como el del autor, motivo por el cualsuele aparecer en la cubierta. no andan descaminados, son másconscientes que nosotros del tema. un tema sin duda pelia-gudo. el escritor original se enfrenta a la crítica, pero su obrano deja de ser suya. el traductor tiene que responder por lo queha hecho con una obra ajena. o sea que su responsabilidad seduplica. tiene que responder del daño que ha producido a untercero, pero también de su propia competencia como escritor.el autor original puede escribir lo que le dé la gana, para esoes el amo de su obra. Si fracasa es problema suyo, y lo más pro-bable es que a nadie le interese traducirlo. pero si, pese a ello,es traducido —como tantas veces ocurre—, el problema de lamala calidad del original se traslada a la traducción. porqueestá claro que un traductor —que es alguien que tiene quetener todas las alarmas activadas mientras trabaja— puedemejorar puntualmente un original ante un caso, por ejemplo,de flagrante torpeza expresiva, o de error involuntario del escri-tor en la designación de una persona por otra, o cosas por elestilo. pero lo que no es posible es mejorar una obra que esmala en su conjunto y en los detalles. eso no hay quien lo arre-gle, como tampoco hay quien arregle una mala traducción. enesos casos, lo único que puede hacerse es empezar de cero paraque el segundo intento no herede ningún vicio del primero.

Se entiende que el traductor debe traducir todo lo que diceel original, solo lo que dice y de la mejor manera posible. Diga-mos que esto es un principio deontológico a la vez que un buen

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consejo, pero es sabido que la línea recta no es siempre elmejor camino, sencillamente porque esa recta es virtual, noexiste en la realidad. La traducción poética es el mejor ejem-plo de la distancia, del abismo que puede mediar entre unoriginal y su traducción, porque la poesía busca una quintae-sencia expresiva específica de un idioma y, más aún, es unamuestra expresiva unívoca, personal e intransferible, de eseidioma, que busca encumbrarse y esenciarse en ese idioma —no en otro— para elevarlo a un estado de plenitud expresiva.esto casi equivale a decir que uno de los objetivos solapadosde la poesía sería su intraducibilidad. La escritura poética es,en sí misma y por sí misma, una confabulación antitraduc-tora, pues fondo y forma buscan una unicidad exclusiva. pesea todo, ahí está el traductor, al pie del cañón, para cumplir consu obligación de traducir lo aparentemente intraducible, dedar cuenta de lo que otro ser humano como él ha sentido yexpresado en su idioma, y que tiene que poder expresarse dealgún modo en el suyo en virtud de lo que llamamos valoresuniversales y sentimientos universales. Si no tienen la posi-bilidad de recoger a la vez el fondo y la forma, deben optar poruna de las dos cosas, o bien hacer dos versiones, una de sen-tido y otra de estilo. en cualquier caso, hacer algo no solodiferente sino también distinto del original. otra cosa.

pero tampoco es fácil rehacer una obra maestra a partir deuna novela cuya traducción requiere inventiva y habilidad. Latraducción de un poema es siempre difícil, pero se trata de untexto corto que, por lo general, se puede abarcar con la vista.una novela puede tener 200, 300 o 700 páginas. un lectorpuede tardar pocos días en leerla, y no le dará tiempo a olvi-dar el contexto general de la misma, su cohesión y su

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coherencia interna, su registro —o nivel de lengua—, etc. encambio, el traductor puede tardar varios meses en traducirlay, a pesar de ser un lector privilegiado por la minuciosidad desu lectura y por su compenetración con el estilo del autor,puede perder cierta perspectiva del conjunto de la obra, puestrabaja sobre cada palabra, y secuencia a secuencia, costán-dole cada página, además de tiempo, un esfuerzo importantede concentración. por eso debe volver de continuo sobre lo yahecho, y releer varias páginas de lo traducido el día anteriorantes de reiniciar su trabajo el día siguiente. Si lo hace siem-pre, sus posibilidades de éxito serán mucho mayores, pues notodos los días se está igual: hay días buenos, se está descan-sado e inspirado, y la secuencia que se está traduciendo esespecialmente atractiva. Y hay días malos, en que se está can-sado, preocupado o despistado —pero hay que seguirtrabajando—, y para colmo lo que toca traducir es aburrido oáspero. por eso también hay días en que el traductor debededicar parte de su tiempo de trabajo a rescribir parte de lohecho el día anterior y, si se remonta a más páginas atrás, asubsanar errores puntuales, o incluso continuados al no haberadoptado desde el principio una estrategia adecuada: por esoopino que conviene conocer previamente el texto entero. comocorrector, he podido a menudo comprobar, por la acumulaciónde errores y torpezas en determinadas partes, hasta quépunto un traductor tiene días buenos y malos.

pero al margen de estos complejos problemas de la traduc-ción poética, podemos decir que la presunta intraducibilidadinherente a textos tenidos por inspirados o revelados no pasa

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de ser una presuposición abusiva, una arbitrariedad exegéticaamparada en arcanos como la inmutabilidad del orden y delsentido de las palabras. Los literalistas a ultranza suelen sergente seducida por una teología del genio de las lenguas quepreconiza una sacralidad del «espíritu y letra» del originalpareja a la del Verbo creador; esto es, la creencia de que launicidad textual es tan incontrovertible como la divina. no esraro que ese literalismo pretenda hacer valer una opacidad —tan socorrida en tejemanejes sacros como profanos— en virtudde la cual lo que no se sabe o no se puede plantear dialéctica-mente debe rodearse de un aura de misterio para serdigerible. Quienes hayan leído el ensayo de Jorge Luis Borgestitulado Los traductores de Las 1001 noches (1934) habráncomprobado hasta qué punto puede quedar en entredicho elescurridizo concepto de «obra original», así como la falacia del«texto definitivo»; y se puede sacralizar textos muy humanos,muy humanamente manipulados, expurgados y seleccionadospara atender objetivos concretos no menos humanos y nosiempre confesables.

tengo que decir que a mí nunca me ha preocupado elsofisma de la imposibilidad teórica de la traducción, la famosa«objeción prejudicial» de Jean-rené Ladmiral, porque la teoríade la traducción que me interesa de verdad es la que se derivade su práctica. claro que quien teoriza sin traducir puede per-mitirse el lujo de presuponer que la traducción es imposible,y hasta puede llegar a conclusiones interesantísimas pero deotro orden. esa duda ontológica —ser o no ser— se acaba con-cretando en el eterno dilema entre literalidad y literariedad.Mi opinión sigue siendo que la mejor literalidad consiste endar el sentido, porque ser fiel al texto no puede significar serlo

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a la suma de sus palabras. tampoco «traducir mirando haciael autor» tiene por qué significar traducir al pie de la letra —que es sin duda la manera más infalible de ser infiel—, puessi todo autor escribe pensando en su lector, traducirlomirando hacia él en vez de hacia el lector supone, de entrada,traicionar su intención. resulta por igual indiscutible quetanto el fondo como la forma pueden ser tratados con fidelidado infidelidad, de modo que no tiene demasiado sentido dispu-tar por literalidad o literariedad. Y basta con asumir que unatraducción nunca es el mismo texto que el original ni tampocoun texto distinto para, deconstruyendo la oposición entreigualdad y diferencia, ponerse a salvo de una estéril polémicaidentitaria.

A la pregunta de cuándo una traducción es equivalente asu original, procede responder con otra pregunta: ¿paraquién? en efecto, no existe una única forma de traducir untexto, sino que las traducciones varían dependiendo del usoque se pretende hacer de ellas. es preciso recordar que, apesar de la aparente modernidad de este planteamiento, yacicerón, en De optimo genere oratorum (46 a.c.), planteaba ladisyuntiva de traducir los discursos de Demóstenes y esqui-nes como intérprete o como orador: de hacerlo comointérprete, su traducción sería literal, y de hacerlo como ora-dor, simularía una espontaneidad equivalente a la traduccióndinámica o comunicativa postulada por nida y por los funcio-nalistas alemanes. Acercarse a un ideal de equivalenciafuncional requerirá, en algunos casos, ser literalista, y enotros lo contrario. por tanto, ambas fórmulas pueden ser igualde válidas según el objetivo de las traducciones. una mismaobra clásica puede requerir una traducción filológica para un

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lector especializado, y a la vez otra que convoque a un públicomás amplio y menos exigente en cuanto a purismo, en la cualel traductor tenga —ahí sí— un cierto coprotagonismo creadorenfatizando los usos y códigos expresivos de su época, y ofre-ciendo una traducción que no dé la impresión de serlo, o seatransparente o imperceptible.

porque las formas de hospitalidad lingüística siguensiendo las mismas y únicas posibles, ya explicitadas, entreotros, por cicerón en su mencionado texto, por San Jerónimoen la carta a su discípulo panmaquio titulada De optimogenere interpretandi (405), y por Friedrich Schleiermacher ensu ensayo Sobre los diferentes métodos de traducir (1813),donde recurre a una imagen que será retomada hasta la sacie-dad por la posterior teoría de la traducción, según la cual lasdos formas de traducir consisten en llevar al lector hacia elautor, o bien al autor hacia el lector. en ese sentido, traducirequivale a servir a dos amos, al extranjero en su extranjeríay al lector en su deseo de apropiarse de algo ajeno: una ambi-güedad que procede de simultanear la fidelidad a dos lenguasy a dos culturas, y por la que puede verse tildado de traidordesde ambas orillas lingüísticas. en efecto, al traductor lasobligaciones le pesan como losas. Baste con observar la grave-dad que reviste la noción de fidelidad, ese insoslayablerequisito cuajado de exigencias éticas y poéticas, y terrenoabonado para la pesquisa inquisitorial. todo traductor que noquiera ser tachado de traidor debe «devolver» algo de lo quese ha apropiado —nada menos que un sentido, una intencio-nalidad—, haciéndolo con naturalidad en su idioma pero sinque deje de resonar el eco del original. Su mala fama univer-sal patentiza los frecuentes descalabros de su empresa. Don

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Quijote, sin ir más lejos (capít. LXii de la segunda parte), trassoltar una jocosa soflama sobre el valor de la traducción, con-cluye que no por esto quiere «inferir que no sea loable esteejercicio del traducir, porque en otras cosas peores se podríaocupar el hombre, y que menos provecho le trajesen.»

puestos a fantasear sobre las modalidades del oficio, haceun tiempo leí un artículo del escritor gallego Manuel rivas enque hablaba de «una figura fascinante en el mundo literario.La del traductor cleptómano. El traductor que va desplu-mando de posesiones a los personajes. Por ejemplo, si unpersonaje tiene cien caballos, el traductor los deja en cincuentay se queda con la otra mitad. Y, de un capítulo a otro, puededesaparecer el anillo con diamantes de la protagonista. ¿Quéha pasado? Que se lo ha afanado el traductor. Esa enfermedadprofesional no aparece descrita entre las que padecían los pro-fesionales de la Escuela de Traductores de Toledo.» por cierto,la más corriente de ellas era el dolor de nalgas.

traducir consiste en una permanente elección entre dis-tintas posibilidades, o, como dijo James holmes, en «unintrincado proceso de toma de decisiones», demasiado nume-rosas y encadenadas para ser siempre acertadas. como actode mediación creativa, el hecho traductor está además ligadoa hallazgos casuales que lo confirman como práctica culturala la vez que como técnica. por ello, no existe la equivalenciaideal y única ya que esto sería presuponer que el lenguaje esinmutable, que el texto es un armazón con sentido unívoco encuyo significado ni el traductor ni el lector ni el propio tiempointervienen. consideramos precisamente obra clásica de laliteratura toda aquella que trasciende su contexto espacio-temporal original y nunca termina de decir todo lo que tiene

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que decir, o sea que cada época la reinterpreta a su manerapues es adaptable y válida para todas tanto en su lengua origi-nal como en sus traducciones. en este trance, la traduccióndeviene en acto gozoso de apropiación en el que la querencialiteraria puede prevalecer sobre la objetividad a poco que el tra-ductor relaje su vigilancia deontológica. el traductor aspira aquedarse con la savia de la obra y el alma del autor, con unossecretos que se resisten a ser desvelados, para revitalizarlos enotro idioma en una actitud algo vampírica y para dar cuenta defactores estilísticos, rítmicos, melódicos, que no son para nadaaccesorios sino consustanciales a toda obra literaria digna deese nombre. no ve la necesidad de otorgar un carácter científicoa los múltiples recursos de que ha echado mano tradicional-mente para llevar a cabo su tarea: semánticos, estilísticos,idiomáticos, artísticos, históricos, contextuales. traducir esefectivamente una operación mental compleja en la que se con-cilian dos lenguas orillando los límites de su tolerancia. pero nose trata de obsesionarse por traducir lo intraducible, de deses-perarse ante una imposibilidad, sino de conocer, a través de esacarencia misma, en qué consiste eso tan intangible y palpitantellamado «genio» de una lengua, eso que se resiste por principioa toda traducción y de lo que se verán inevitablemente privadosquienes ignoran la lengua del texto original. una carenciavivida como sensación de pérdida desasosegante por el hechomismo de no poder expresarse lingüísticamente.

todo esto nos confirma que la traducción perfecta y defini-tiva no existe, como tampoco existe autoridad humana niinstrumental competente para ejercer tal arbitraje. La fidelidad

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absoluta no es posible: ni sincrónicamente, puesto que siem-pre quedará, de algún modo y en alguna parte, un núcleointraducible; ni diacrónicamente, al ser la traducción un pro-ducto con fecha de caducidad. por tanto se retraduce, y ellopor razones que atañen a la calidad, a la actualización del dis-curso, a la filología, a la oportunidad cultural y, por supuesto,al mercado del libro y de la lectura. el hecho de que admita-mos que todo clásico de la literatura pide ser retraducido yreinterpretado a lo largo del tiempo demuestra nuestra acep-tación implícita de que toda traducción no pasa de ser unaaproximación al texto original. toleramos la lectura de un textooriginal de varios siglos sin otra actualización que algunos reto-ques ortográficos, pero nos cuesta digerir una traducción quetenga más de un siglo, pues la notamos necesitada de una rees-critura que la reajuste en su relativismo, que la renueve en laforma de decir las cosas pero también en el fondo, pues, comobien sabemos, cada época hace su propia lectura de la realidad,y los mismos actos no siempre son interpretados de la mismamanera en una época y en otra. por ejemplo, quienes en 1857llevaron a juicio Madame Bovary y Las flores del mal por aten-tar contra las buenas costumbres no pudieron leer en ambasobras maestras lo mismo que un lector de hoy (la primera fueabsuelta y la segunda condenada).

La vigencia de una traducción puede estimarse en unnúmero indeterminado de decenios, según los casos. Si pasamucho más tiempo, el lector apreciará en ella una vetustezprocedente de su idioma, no del original. en efecto, la traduc-ción no envejece con respecto al original sino con respecto a símisma. el texto original permanece incólume en su arcaicalengua mientras que la traducción debe renovarse a medida

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que evoluciona la lengua en que está escrita. por mucho queel traductor sea fiel a la lengua y al contexto cultural de ori-gen, por anacrónico que este sea —desde homero hasta zola,pasando por Shakespeare y goethe—, el estilo y la lengua dela traducción deben adaptarse a determinados usos expresivoscontemporáneos del lector al que está destinada. Y decimosque «deben» porque no se trata de un acto de voluntariedadtraductora sino de que la lengua materna del traductor es laexpresión de un «aquí y ahora» al que no puede sustraerse amenos que se dedique al pastiche literario, que es otra cosa.Así, lo que resulta chocante en la lectura de homero no estanto su lenguaje primitivo como la interpretación —ya sealiteral o libérrima— que sus traductores pudieron hacer dedicho lenguaje un siglo tras otro. De este modo, las retraduc-ciones posibilitan que un mismo texto sea objeto de continuasrelecturas a lo largo de los siglos, desde una lengua originalcada vez más alejada en el tiempo hacia una lengua metacada vez más evolucionada.

para walter Benjamin (La tarea del traductor, 1923), lanecesidad de retraducir se debe a que el traductor nuncaresuelve el núcleo intraducible de la obra original, ese compactode connotaciones culturales inexpresables lingüísticamente queevidencia el carácter incompleto y complementario de las len-guas, y que genera un vacío semántico, una falta de plenitudque reclama una relectura. Así pues, no solo conviene retra-ducir para actualizar la lengua meta en un momentohistórico determinado, sino también para reinterpretar laobra original en función de lo que el núcleo intraducible pudoocultar en una traducción anterior y quizá quede parcial-mente desvelado al someterse a una nueva. ello supone que

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dicho núcleo intraducible nunca desaparece de una obra tradu-cida sino que se desplaza de una a otra de sus retraducciones,alumbrando nuevas interpretaciones al tiempo que generandonuevas zonas de intraducibilidad. por supuesto, más vale leerseuna traducción algo anticuada —esto es, menos funcional,menos comunicativa, menos aceptable situacionalmente— peroexcelente, que una reciente y mediocre. el lector es libre deceder a la frustración o bien de sonreír al comprobar una vezmás que lo nuevo no es sinónimo de bueno, y que una traduc-ción de un par de siglos puede conservar un añejo frescorcuando hay talento literario de por medio.

el fenómeno de la caducidad de una traducción nos per-mite así representarnos mejor hasta qué punto lo que resultanatural en una época deja de serlo en otra, y hasta qué puntoconceptos como «equivalencia» traductora, «intencionalidad»o «fidelidad al autor o al lector» pueden ser fluctuantes y escu-rridizos. Lo que para los lectores de una época resulta natural,espontáneo y gracioso, deja de serlo para los de la generaciónsiguiente —eso nos ocurre a menudo con novelas traducidashace solo sesenta años—. Lo que en el original es intocabledebe retocarse en las sucesivas retraducciones. La voz de untraductor ejerce de caja de resonancia de su época y, como tal,es portadora de las contradicciones de su época, esas que seproducen entre su intención traductora y determinados pre-juicios culturales, ideológicos y lingüísticos que determinan suescritura sin que parezca consciente de ello. Y es que el tra-ductor, además de un transmisor de ideología, es él mismo unproducto ideológico: su estilo es como un código de barras queinforma sobre su inconsciente ideológico. Su visión del mundose refleja en su manera de expresarse.

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De la visión del mundo de cualquier traductor podemosafirmar, de entrada, algo positivo como es el hecho de que sulabor supone, en sí misma, un reconocimiento implícito delotro a través de la lengua, por eso traslada una visión delmundo ajena a su propia cultura desde otra lengua a la suya.es, por tanto, consciente de que la ingesta de un producto deimportación es buena para la salud de su idioma, de que leaporta savia nueva, lo ensancha y vivifica. en este sentido, elquehacer traductor es una expresión más del proceso de per-manente validación de sí misma que vive toda cultura,evaluándose con respecto a las demás, alimentándose de ellassin dejar de ser sí misma. en ese contexto, el papel del traduc-tor es determinante en la dinamización y evolución de sulengua materna —al menos en el restringido ámbito de la cul-tura literaria, porque ya sabemos que los medios decomunicación de masas se encargan a diario de la misma tarea,pero en dirección contraria, o sea degradando el idioma—. eltraductor tiene que bregar con su propio idioma para ensan-char sus límites expresivos hasta hacerle decir aceptablementeeso que se presenta como nuevo en el estilo y en las ideas.

La evolución y viveza del idioma es una de las clarasmuestras de la dinámica de nuestra propia existencia. Dehecho, un idioma no es sino el resultado de los avatares his-tóricos del pueblo que lo habla. eso no significa quedespreciemos la lengua de nuestros antepasados —pruebade ello es que los releemos de continuo en su fijación origi-nal—. pero como una traducción nunca es la obra sino unaaproximación a la misma, por excelente que sea, es normalque se reclame de dicha obra una lectura renovada, quizámás aproximada a la intención que la animó en su día, al

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menos en su intento de recuperar la contemporaneidad deltexto original con respecto a sus primeros destinatarios; esdecir, la coincidencia cronológica entre la redacción del textoy sus lectores.

otra particularidad de la traducción es que es indisociabledel poder por su capacidad de alterar el orden establecido, seaestético, político o social. no por otra razón su ejercicio ha sidoescrupulosamente controlado por opresores de todo pelaje a lolargo de la historia. hablar de traducción es hablar de autori-dad y legitimidad. por su mediación, llegan nada menos quelas ideas extranjeras y, con ellas, los peligros de invasión, con-taminación y destrucción de lo propio. Su capacidad depenetración nos permite asumir actitudes mentales y modelosde comportamiento ajenos e incorporarlos a nuestro acervocultural; modelos que habíamos sido incapaces de generar pornosotros mismos. como es frecuente que las tradiciones impi-dan expresar determinadas ideas o formas, los lectoresacaban admitiendo, por mediación del autor extranjero, lo quenunca habrían consentido que un autor nacional hiciera poriniciativa propia. De ese modo, el crédito concedido a lo forá-neo acaba normalizando una actitud mental que jamás habríasido aceptada desde dentro. no es por tanto extraño que deter-minadas mentalidades consideren que hasta lo mejor quepueda aportar una cultura extranjera por medio de una tra-ducción debe ser nacionalizado en la lengua y culturareceptora, y que pongan como excusa oficial la defensa delbuen gusto y el debido respeto a la grandeza y a las formas deexpresión propias del genio de la lengua nacional.

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por poner un ejemplo histórico, el cosmopolitismo y uni-versalismo de la ilustración supuso un notable impulso a laactividad traductora durante el siglo XViii, siglo de tratados,pedagogías, manuales y diccionarios, de viajes y estudios lin-güísticos. por entonces se estilaba la llamada «retórica de losprefacios» —introducciones, advertencias al lector, discursospreliminares o prólogos. o sea, lo que hoy llamamos paratex-tos—, una práctica literaria que cumple desde la Antigüedadfunciones como vehicular las ideas del traductor, dar cuentade la biografía del autor traducido, analizar sus obras, hacerobservaciones sobre la lengua original, sobre acontecimientoshistóricos o aspectos culturales. el prefacio conforma así undiscurso normativo, complementario del tratado literario, enel que a veces se pontifica sobre principios y reglas que pocotienen que ver con la realidad traducida, y se sortea la distan-cia entre teoría y práctica silenciando los auténticosproblemas suscitados y no resueltos. pero no conviene perderde vista que su carácter a menudo autojustificativo, de con-trapeso preventivo de la crítica, se debe a la eternamenteproblemática relación de la traducción con el poder. es sabidoque la «incorrección traductora» podía llevar al calabozo,cuando no a la hoguera —y eso tanto ayer como hoy, si consi-deramos el asesinato del traductor japonés, los gravesatentados contra el noruego y el italiano, los treinta y sietemuertos durante las protestas por la traducción turca de losVersos satánicos de Salman rushdie, por poner un ejemplosonado pero no único—. otro modelo discursivo del que se hahecho un abundante uso es la reseña, especialmente aptapara fiscalizar la traducción en virtud de unos criterios rigu-rosos y encorsetados sobre el buen gusto, el buen hacer

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literario y, para el caso, el genio de la lengua francesa.Durante el imperio napoleónico se produjo, como expresióndel nacionalismo xenófobo propugnado por el régimen, unaproliferación de reseñas de traducciones del latín y del griegotendentes a dar prioridad al modelo antes que al texto, unainquisición despiadada de las técnicas de versificación, de losregistros de lengua, del vocabulario y la sintaxis. Así, en tiem-pos en que se estaba retraduciendo la literatura de laAntigüedad y la de las principales culturas europeas, y rein-terpretando el medievo desde una óptica novedosa, sobre todoen inglaterra y Alemania, en la Francia bonapartista la crí-tica oficial reimponía la vieja estética clasicista.

en fin, esto es historia de la traducción. Alguien defendióen su día que el motor de la historia es la lucha de clases,otros opinan que es el sexo. no soy quién para llevarles la con-traria pero estoy seguro de que un enfoque de la historiadesde la actividad y la función traductora iluminaría muchospuntos del pasado que hoy nos resultan oscuros.

Dicho todo esto, y volviendo al principio para cerrar, el tra-ductor se hace traduciendo, no empapándose de reflexióntraductológica, que siempre aporta ideas interesantes, cuandono fundamentales, pero que gira en vacío si no se practica laactividad propiamente dicha: hay traductólogos que no tradu-cen, y eso se nota en sus disquisiciones. por otra parte, cuandotraducen acaban cometiendo los mismos errores que dicencombatir. todo depende del punto de vista: es cierto que sepuede ser un estupendo crítico taurino sin haberse puestojamás delante de un toro, pero no es menos cierto que una

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cosa es torear y otra hablar de toros. una cosa son las cons-trucciones teóricas sobre la naturaleza de la traducción, susfunciones y sus objetivos, y otra es la adquisición de una téc-nica fiable mediante procedimientos semánticos o sintácticosreconocibles y contrastados por la lingüística, la gramáticacomparada y la experiencia traductora. Así y todo, esos proce-dimientos técnicos, por generales que sean, no tienen siempreuna aplicación mecánica. no existe una única traducción posi-ble, como mucho existe la mejor del momento hasta que otrotraductor la mejore a su vez —total, parcial o puntualmente—,o la adapte oportunamente a una época posterior —es decir,una traducción más funcional o comunicativa en un momentohistórico determinado—. un mismo traductor, al releer su tra-bajo un tiempo después de ser publicado, detectará siempresecuencias poco acertadas o mejorables, y aunque en esemomento se le ocurra una solución genial, ya será demasiadotarde. como mucho, tomará nota por si alguna vez se reeditasu traducción. A un texto original se le puede poner un puntofinal; a una traducción, no.

el traductor vive mejor que nadie el placer del texto, estáen contacto directo y casi permanente con la creatividad lin-güística, es un mediador empático, una especie de medium. Siademás el texto es difícil, muy valioso y complejo estilística-mente, y su traducción requiere una gran inventiva yhabilidad, estará haciendo literatura en estado puro, ello conla doble obligación de ser fiel a su original y, a la vez, creativo.Y es que, como dijo Ludwig Fulda (El arte de traducir, 1903),la traducción mantiene el justo medio entres las artes produc-tivas y las artes reproductivas, pues reproduce lo ya creado(recreación) en código nuevos de otra lengua y de otra cultura

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(creación). por ello, la aspiración más legítima de todo traduc-tor no puede ser otra que coincidir en estado de empatía consu autor y en estado de gracia con su propia capacidad decomunicar.

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